A un semejante. Hace rato que no nos topábamos con una película ambiciosa disfrazada de sencilla, lo que de por sí constituye toda una anomalía si pensamos que el patrón estándar en el mainstream norteamericano -y en buena parte de la fauna cinematográfica internacional- es precisamente el contrario, el centrado en unos ropajes resplandecientes que disimulan con torpeza la oquedad de siempre. Vale aclarar que cuando hablamos de “ropajes” se pretende abarcar tanto el apartado visual y la colección de estrellas de turno como el espamento publicitario al que nos tienen acostumbrados las distribuidoras, tres ítems que por lo general enmascaran la falta de ideas y/ o criterio al momento de redondear la premisa en cuestión. Ahora bien, si nos sinceramos La Mirada del Amor (The Face of Love, 2013) hace gala de una fotografía preciosista y un dúo protagónico de renombre, nada menos que Annette Bening y Ed Harris (tampoco podemos obviar una de las últimas participaciones del recientemente desaparecido Robin Williams), no obstante el convite se las ingenia para sacarle todo el jugo posible al recurso narrativo/ conceptual del doppelgänger. Utilizando el trasfondo de los melodramas más delicados, el film administra con paciencia una serie de capas hasta finalmente revelar sus verdaderos ejes, la vejez y la dialéctica de la pérdida, dos tópicos cada vez menos frecuentes en un Hollywood dedicado al procesamiento de sebo. La trama nos presenta el duelo de Nikki Lostrom (Bening), una mujer que no puede superar la muerte de su marido Garret (Harris). Así las cosas, un buen día descubre a Tom, un profesor de pintura idéntico a su esposo, con quien comenzará a tomar clases particulares que derivarán en una relación no del todo franca y a escondidas de su hija, sus amigos y cualquiera que podría “percatarse” de las semejanzas físicas. Durante los primeros minutos de metraje el tono lacónico evoca sutilmente al Woody Allen en modalidad bergmaniana, sin embargo el relato pronto se vuelca hacia una exégesis rosa de Vertigo (1958), aunque sin el típico suspenso y con algunos cuestionamientos existenciales símil Solaris (1972). Bien lejos de los callejones sin salida surrealistas de El Hombre Duplicado (Enemy, 2013) o la sátira mordaz de The Double (2013), el opus de Arie Posin evita facilismos vinculados a la ciencia ficción como la reencarnación, el desdoblamiento genético o un álter ego materializado, y profundiza en las implicancias concretas del acto psicológico de trasladar el cariño que se tuvo -y se tiene- hacia una determinada pareja a otra persona que despierta tal o cual recuerdo. Más allá de acarrear varios clichés de las tragedias románticas y un guión pulcro pero sin demasiadas sorpresas, La Mirada del Amor nos devuelve la mejor versión de Bening y Harris, dos profesionales maravillosos que enaltecen a la propuesta…
Enamorándome de mi ex El relato que nos trae "La mirada del amor" es sencillo y se puede resumir en una pocas lineas. Nikki ha enviudado hace cerca de cinco años. A partir de ese momento, no tiene posibilidades y hasta pierde las expectativas de recomponer su vida de pareja. Pero una nueva oportunidad aparece, cuando visitando un museo que solía frecuentar -y al que hace mucho tiempo que no asistía-, encuentra a un hombre absolutamente idéntico a su difunto esposo. El parecido físico es absolutamente impresionante y ella, obviamente, se sentirá profundamente atraída por este nuevo (?) hombre y verá entonces, la oportunidad de reeditar su historia de amor. Con ecos de filmes que de alguna u otra manera quedan emparentados con éste, como es el caso de "Vértigo" donde aparece la obsesión por alguien con un parecido físico asombroso y jugando con la idea del doble que han utilizado tantas otras películas que van desde "La doble vida de Verónica" hasta "Pacto de Amor" donde Jeremy Irons interpretaba a dos ginecólogos gemelos, la figura del Doppelgänger es una idea que el cine ha frecuentado y revisitado en una gran cantidad de veces. Con otra vuelta de tuerca, y en otro registro diferente también se ha abordado el tema en la reciente "El hombre duplicado" de Dennis Villeneuve o ha aparecido incluso en "Black Swan" de Darren Aronovsky. Pero absolutamente nada de eso se propone el director Arie Posin (cuyo primer film es inédito en nuestro país) sino que simplemente en este caso, "La mirada del amor" utiliza la figura del doble como para subrayar la necesidad que tiene la protagonista, Nikki, de volver a vivir esa historia de amor interrumpida. Esta figura del doble genera siempre un interés especial, rodeando al relato de un halo de misterio que ayuda a transitarlo con algún interés adicional que la mera historia de amor. La forma en que el director decide contarlo, hace que la estructura del relato sea sumamente tradicional, realmente sin ningún tipo de sorpresas ni vueltas de tuerca. Elige denodadamente apoyarse en sus protagonistas y narrar la historia desde la encrucijada de Nikki de volver a entregarse a una nueva posibilidad en el amor. Y más que un vínculo totalmente nuevo, este extraño que (re)aparece, la conduce continuamente a verse reflejada en la historia anterior, de la que todavía no puede (ni parece querer) deshacerse. Y sin dudas para que la película logre el tono intimista y de instrospección, el director no hace más que dejar que transcurra esta pequeña historia, con total naturalidad y apelando a mirarla desde los sentimientos y las encrucijadas de los protagonistas. Contó con una actuación excluyente y delicada en matices de Annette Bening. Una actriz que sin ser una mega star del sistema hollywoodense siempre logra con sus trabajos ir posicionándose como una de las actrices más interesantes de su generación. Con una belleza cautivante con sus radiantes cincuenta y tantos, Bening tiene una vez más, un papel protagónico con el que logra lucirse y gran parte del acierto del filme reside en su imágen perfecta para el papel de Nikki. Con papeles recordados como el de "American Beauty" "Conociendo a Julia" o "Los chicos están bien-Mi familia", nuevamente entrega un trabajo minucioso y lleno de matices, con rostros y miradas sumamente potentes y expresivos. La acompaña Ed Harris, otro gran actor (con una gran trayectoria donde podemos mencionar entre otros títulos "Appaloosa" "Camino a la Libertad" su gran protagónico en "Pollock" o el Christof de "The Truman Show") que tiene una excelente química con Bening, otro gran acierto, que hace que esta pequeña historia se potencie y sume credibilidad. Los acompañan, en los roles secundarios (aunque la historia gira concentrada prácticamente en ellos dos) un Robin Wiliams medido y sensible en uno de sus últimos trabajos para la pantalla grande y junto a ellos Amy Brenneman, Jess Weixler y Linda Park. Una pequeña película de cámara, dos personajes centrales y una historia de amor perdido que intenta volver a recomponerse paso a paso y un corazón al que le cuesta soltar y al que la vida le da una nueva posibilidad de resignificar ciertas situaciones pendientes. Un lujo ver a Bening y Ed Harris en pantalla. Ya sólo por eso, por ese pequeño lujo, justifica acercarse a "La mirada del amor".
La mirada del amor es un film imperdible gracias a las actuaciones impecables de Bening y Harris. La historia si bien es sensible, no es un dramón, al contrario, contiene bastante misterio como para mantenerte intrigado durante gran parte de la proyección, aunque el desenlace termina...
Nuevo y conocido amor La mirada del amor (The face of love, 2013) tematiza principalmente el atravesamiento de un duelo y la posibilidad de volver a amar. La película no intenta profundizar el tema desde una mirada tal vez más intimista, sino que elige una trama con algo de suspenso y misterio para contar y desarrollar la temática. Pero termina cayendo en escenas obvias que la debilitan al poco tiempo. El film comienza con la muerte de Garret (Ed Harris), quien muere ahogado nadando en las playas de México durante el festejo de su vigésimo aniversario con Nikki (Annette Bening). Luego de cinco años, ella vive rodeada y marcada por los recuerdos de su fallecido esposo, pero llevando una vida casi reconstruída: su hija la visita asiduamente y mantiene una simpática amistad con su vecino Roger (Robin Williams). Todo ese mundo entra en crisis cuando conoce a Tom, un hombre idéntico a Garret (interpretado por el mismo actor) y decide comenzar una relación con él. Ante la inexplicable y sobrenatural aparición de este hombre, el espectador debe inevitablemente aceptar ese nuevo verosímil, si no, automáticamente decae toda la ficción. Muchas situaciones se resuelven un tanto toscamente, sobre todo aquellas en las que confluyen el pasado y el presente, y muchas escenas se tornan predecibles. Nikki decide naturalizar una situación totalmente anormal y extraña, abriendo un mundo de fantasía que inevitablemente tropieza con la dura realidad. A pesar de este giro retorcido ligada a la aparición de un hombre igual a otro, el film no deja de introducir una historia de amor. Ciertamente teñida por la presencia inevitable de una persona muerta, pero una historia de amor al fin. Esto es quizás lo más rescatable de la película, porque busca conectar con un tema más que universal: volver a amar tras la pérdida del ser amado. Y junto a esto: la confusión de sentimientos, la extrañeza frente a lo nuevo, el dolor de seguir extrañando a la persona y la necesidad de crear nuevos recuerdos. Hay una búsqueda por abarcar estas cuestiones, pero también por hacer interesante la historia particular que se desea contar. Pero el film se queda en el medio de ambas, y eso no colabora a darle solidez a ninguna de las dos facetas. Asimismo, hay una clara intención por volcarse hacia el melodrama aunque usando de modo muy básico cada recurso de este género. Cabe destacar, finalmente, que las actuaciones de Bening y Harris son las que logran sostener la mayoría de las escenas, haciendo todo más afable y llevadero.
Los espejos del destino. Un “pequeño” film, dirigido por un director israelí (Arie Posin) de quien no tenía conocimiento. Es como el perfecto proceso de ir a una tienda, comprar un obsequio, envolverlo y colocarle el moño, culminando con una hermosa presentación que muy bien apreciará aquél que reciba el detalle. Nikki (Annette Bening) y Garret (Ed Harris) mantenían una emocionante relación matrimonial, hasta que accidentalmente él muere durante un romántico viaje. Pasan cinco años y ella aún no ha podido realizar el duelo correspondiente, pese a seguir adelante con su trabajo, sus actividades diarias, y hasta su amistad con su vecino Roger (Robin Williams, te extrañamos mucho) quien solía ser un buen amigo de su marido. De repente, Nikki conoce a Tom, un profesor de arte que es un clon de su fallecido Garret. Como se imaginarán, las cosas comenzarán a tornarse un poco extrañas, porque es imposible que la protagonista no demuestre interés, sienta curiosidad-a la vez que un poco de miedo o inquietud- y desarrolle automáticamente sentimientos hacia su NO marido que es igualito, pero no es. Tom lleva una vida bastante relajada en la que se ha separado de su esposa hace ya mucho tiempo, de tal modo que las cosas encajan perfecto como para que renazca el amor. 600full-the-face-of-love-screenshot Como siempre, la raíz del problema yace en el “qué dirán”, lo cual enloquece un poco todo. Las sensaciones de los personajes son una confusa amalgama, donde el deseo es mucho más potente e imposible de dejarlo ir. Lamentablemente, no puedo hablar más de la trama en sí, ya que este interesante conflicto se resuelve en apenas hora y media de película. La mirada del amor (The Face of Love, 2013) es una historia que fluye pacíficamente, sin obstáculos, sin ruidos, sin clichés… Correctamente abordada por sus actores, muy bien rodada y con la suficiente dosis de un suspenso que no cae en lugares comunes; o al menos no de un modo brusco. El arte y la metáfora son otros dos componentes muy presentes en el film, permitiendo que aquellos momentos que todos esperamos sucedan, es decir, que la hija de Nikki y Garret se encuentre con Tom, así como también lo hagan otras personas, descarten esas oxidadas hipótesis sobre si está delirando, es un muerto o simplemente es fruto de la imaginación y obsesión de una mujer que sueña con volver a ver a su marido aunque sea un ratito más. Frenen el tiempo y piensen unos instantes lo extraño y desesperante que podría resultarles pasar por una cosa tan desgarradora. The-Face-Of-Love-2014-600x300 Con una extrema sencillez y pasividad, este drama de la vida misma (¿Qué? ¿Nunca oíste hablar del doble que TODOS poseemos en alguna parte del mundo?) Se deja querer, planteando una posibilidad que por irrisoria que pueda sonar, no es sinónimo de imposible. Y aunque sé que no debiera ser así, mi paladar y mi garganta demandaron un tanto de tristeza; algo así como un poco de sabor amargo. La expresión de los sentimientos más fuertes, plasmada en un único relato del cual me apena haya habido tan poca difusión, porque verse al espejo significa mucho más que observar un fiel reflejo de uno mismo.
EL OTRO Cuando Emmanuel Lévinas desarrolló la idea de "el otro" y de cómo en su mirada "me completo", a priori, seguramente imaginó que su teoría seria tomada por la cultura para generar discursos que teniéndolo como punto de partida se extendería en la concepción de una narración original. Así lo inverosímil podría consolidarse como algo sólido y la libertad expresiva terminaría generando discursos tan ricos como exagerados y radicales. Si "La mirada del amor "(USA, 2013) la ubicamos dentro de este contexto, la historia de Kitty (Annette Benning), enamorada dos veces de un nombre con los mismos rasgos y facciones no resulta tan alocada. Es que uno lo primero que puede llegar a pensar es como puede ser que sean iguales, pero luego esa inquietud se olvida y se pasa a un estado de compenetración total en la que desesperada historia de amor de una mujer viuda que encuentra en una persona igual al difunto otra oportunidad para amar, o al menos eso cree, no solo termina generando un thriller tensionante sino que además se presenta una historia en la que lo oculto y lo que Kitty no dice es más poderoso que aquello que Arie Posin muestra en la pantalla. Annette Benning impregna a su personaje de una lograda intención que además en cada escena va sumando características que generan empatía en su desesperación para poder sentirse "viva" una vez más, a pesar de esconderle a todo el mundo su nueva relación. El flashback para conocer más del fallecido, pero también para "comparar" con el nuevo amor, y algunas escenas en las que el desborde emocional de la protagonista confirman su decisión también flexibilizan la compasión hacia el personaje. En "La mirada del amor" además de Benning estará Ed Harris en el doble papel de esposo fallecido/amante y Robin Williams como un vecino que tiene segundas intenciones. Bajo su título y su arte de presentación nada hace suponer el profundo y desgarrador relato que con hondo dramatismo y una decisión estética de continuidad de escenas, cuidados travellings, planos circulares y envolventes, terminan por generar una grata sorpresa y un filme perturbador. PUNTAJE: 7/10
El recuerdo de los buenos tiempos Annette Bening y Ed Harris impulsan esta historia de amor y de pérdida en la que Robin Williams hace uno de sus últimos trabajos. Un romance maduro que juega con los límites del deseo, la locura y la fantasía. ¿Cómo es posible seguir adelante cuando se pierde a un ser querido? La respuesta tampoco parece tenerla Nikki Lostrom -Annette Bening-, una mujer que enviudó hace cinco años y que encuentra ahora a un desconocido, un profesor de arte y pintura cuyo parecido físico con su esposo es extraordinario. Ahí es cuando entra a jugar la habilidad del director Arie Posin -responsable de Kidnapped: Historia de un secuestro- con una historia de amor crepuscular que se mueve entre los límites del deseo, la locura y el enamoramiento. ¿Es realmente este hombre idéntico a su marido o ella sola lo ve así?. La mirada del amor es un drama romántico protagonizado por actores maduros, con Ed Harris en el doble rol de Garret y Tom, los únicos hombres que parecen modificar la existencia de Mikki, quien vive obsesivamente cada día para rememorar y recrear las situaciones vividas antes con su marido. Las otras presencias fuertes del relato son Robin Williams, en uno de sus últimos trabajos, como el vecino que llega a nadar plácidamente en la piscina de su amiga mientras afronta la soledad y calla sus verdaderos sentimientos; y la de Summer -Jess Weixle-, la hija de Nikki que la visita de vez en cuando. La película, que alterna pasado, presente y tiene un marcado clima lacrimógeno salvado en muchos tramos por la presencia de los actores en cuestión, tampoco disimula la similitud con Vértigo, de Alfred Hitchcock, pero -salvando las distancias obviamente- abordando el tema del doble e inclinando la balanza hacia el lado de los vínculos alterados ante la ausencia de un esposo desaparecido en trágicas circunstancias. Largas caminatas por el museo, el descubrimiento de la pintura, la cena alterada en un restaurante japonés y la reacción de Summer cuando conoce la nueva relación de su madre son los mejores momentos de este film sobre la obsesión y la necesidad de mantener el recuerdo de los buenos tiempos. Confusa como la mente de su personaje femenino al comienzo, la película entra en el terreno de las emociones desbordadas y toma al agua como un medio trágico pero también transformador.
Un drama romántico bien interpretado por Annette Bening y Ed Harris que nunca alcanza su máximo potencial. El amor después del amor La Mirada del Amor es el segundo film del director y guionista Arie Posin, quien presentó su opera prima, The Chumscrubber, con mucho éxito en la edición 2005 del Festival de Sundance. Diez años después nos llega este nuevo trabajo, un drama romántico encabezado por Annette Bening y Ed Harris que si bien es correcto en todo momento, pareciera siempre quedarse a un paso de conectar con el espectador. La premisa que nos propone Arie es intrigante y por momentos -como todo en esta película- bastante bien aprovechada. Nikki Lostrom (Benning) perdió a su esposo Garret (Harris) cuando este se ahogó durante unas vacaciones en México. Cinco años después, durante una visita a un museo, conoce a Tom (también interpretado por Harris), un profesor de arte divorciado que resulta ser el doble físicamente exacto de su marido y con quien comenzará una relación. Nikki nunca logró superar la muerte de Garret, por lo que usará la relación como Tom como una suerte de segunda oportunidad que lentamente se irá volviendo más enfermiza cuando comience a confundirlos. Es sobre el personaje de Benning donde reposan los conflicto más interesantes de la película. Después de enviudar, Nikki pone su vida en pausa durante cinco años hasta que conoce a Tom, lo que termina por devolverle la alegría de vivir. Pero aquí nacen tambien algunas dudas, Nikki quiere mantener a Tom en secreto de sus conocidos y al mismo tiempo le oculta a este el enorme parecido físico con su difunto esposo. Uno pensaría que esto es un combo explosivo, que tarde o temprano alguien se va a dar cuenta o que la pobre cabeza de Nikki no va a aguantar la confusión. Pero no. Los conflictos desaparecen tan fácil como aparecieron. Los momentos en que hay que confrontar la verdad y requerían una escena poderosa que busque algún tipo de emoción en el espectador, están mostrados de una manera tan tibia que ni siquiera con la buena labor de Annette Bening y Ed Harris es suficiente. Arie claramente pretende armar un relato al rededor de la pena y el luto, y aprender a dejar ir a nuestros seres queridos. Pero carece de la emotividad necesaria para causar algún tipo de impresión. Más allá de un puñado de escenas muy especificas, la pasividad con la que avanza el relato acaba con todo el potencial de la historia. El film contiene una de las últimas interpretaciones del desaparecido Robin Williams. Aquí el actor interpreta a un vecino de Bening quien fuera amigo de su esposo. Al igual que ella es viudo y siente una atracción por su vecina. Por desgracia Williams está completamente desaprovechado en un pequeño papel que termina por influir en nada en la historia y con una sub-trama que no va para ningún lado. Conclusión La Mirada del Amor es una película que abre conflictos prometedores y hace preguntas interesantes, todo sostenido por las buenas labores de Benning y Harris. Pero aunque crea interrogantes que logran mantener nuestra atención hasta el final, nunca encuentra la mejor manera para resolverlas.
Estás igual… Es conocido el juego de dobles en el cine aplicado tanto al género del thriller como al drama que no hay sorpresa alguna en La mirada del amor. Tampoco es novedoso el proceso de duelo en la viudez, detonante de tantas historias protagonizadas por hombres y mujeres dolidos donde los mecanismos de negación de la pérdida operan a la par de las emociones que definen las conductas de los personajes. Muchas veces existen frente al conflicto de la pérdida salvoconductos como las segundas oportunidades, tópico recurrente en el cine mainstream. Ahora bien, si a la idea del doble se la trabaja literalmente, sin matices y encima se utiliza a un mismo actor para componer dos papeles el resultado no puede ser otro que catastrófico como es el caso de este film básicamente porque todo se supedita a la mirada negadora de la protagonista. La historia rápidamente acomoda las piezas y plantea la sustitución del hombre amado, quién murió luego de haberse abalanzado sobre las olas, papel interpretado por Ed Harris. Su esposa en la piel de Annette Bening aún en duelo y desatendiendo los intentos románticos de su vecino también viudo a cargo de Robin Williams, descubre a otro hombre, profesor de plástica en una Universidad que es idéntico al difunto. Lo de idéntico por una genialidad de los guionistas se cumple a rajatablas ya que el papel queda en manos de Ed Harris, quien no presenta singularidad alguna en su personalidad y no hay contraste posible con el ausente ya que aparece en ráfagas de flashbacks frente al presente del relato. Por ende la idea del doble más que despertar intriga confirma la endeblez de un guión que no sabe a dónde quiere llegar, al igual que la sufrida viuda que hace lo imposible por recrear una relación amorosa proyectando en el nuevo individuo la imagen o el pálido reflejo de aquel amado al que jamás volverá a besar, a tocar y a oler. Así las cosas, con un esforzado in crescendo dramático que pone en crisis la estabilidad emocional de ambos personajes al intentar convivir sin que el hombre conozca la verdadera historia por obra y gracia de los caprichos de los guionistas para sostener el verosímil, La mirada del amor es un melodrama absurdo, denso y muy poco esmerado desde las correctas aunque no deslumbrantes actuaciones de un reparto que daba para mucho más.
El retrato de una obsesión Para algunos seguramente poco altisonante, para otros demasiado convencional, La mirada del amor es de esas películas que suelen pasar desapercibidas en casi cualquier lugar del mundo. Pertenece a una raza de films que Hollywood producía regularmente hasta hace algunas décadas, pero que, excepciones al margen, ha quedado ahora restringida a la producción independiente de ese país. Las razones son diversas, pero no es menor el hecho de contar una historia de amor –y otras pasiones– entre dos personajes que dejaron atrás sus años de juventud hace un buen rato. El segundo largometraje de Arie Posin, en realidad, es tanto una love story como el retrato de una obsesión y puede ser vista como una relectura de ese clásico de clásicos hitchcockianos sobre pasiones encontradas, perdidas y vueltas a encontrar: Vértigo. De hecho, de los dos afiches de películas famosas que Nikki Lostrom hace colgar en las paredes de una casa (su profesión es difícil de describir: se encarga de dar estilo a inmuebles a la venta), uno de ellos es el del inconfundible diseño circular con fondo color naranja de la obra maestra de Hitchcock.Nikki enviudó cinco años atrás, en el transcurso de unas vacaciones en México, y si bien ha logrado rehacer su vida resulta evidente, por las inequívocas señales que la película acumula en los primeros minutos, que no ha logrado olvidar a su marido. Y que, tal vez, nunca ha dejado de amarlo. Como en Vértigo, será un museo el lugar del encuentro (o reencuentro), cuando crea reconocer las facciones de su ex, hasta el más mínimo detalle, en otro hombre que bien podría ser su doble. Posin hace sonar las vibraciones fantásticas durante un buen rato y son ésos, precisamente, los mejores momentos del film, cuando el guión da la impresión de que cualquier clase de sorpresa puede estar esperando a la vuelta de la esquina. Pero el tono que termina empapándolo es el del amor otoñal, acompañado lógicamente por una paleta de tonos ocres que la cámara acentúa cuando la pareja se hace compañía (la soledad de Nikki, en cambio, es fría y azul, como el agua de esa piscina que trae recuerdos tristemente imborrables).Algo similar ocurre con el retrato de la protagonista: su gradual pero evidente descenso a la obsesión amorosa y la locura –comprensible en su sensatez emocional y, precisamente por ello, más terrible– es barrido por una lógica romántica tranquilizadora que el apresurado cierre y la coda no hacen más que reafirmar, como si el film no se animara a dar algunos pasos más allá de ciertos límites. Pero La mirada del amor (extraño título local que elimina el “rostro” original, intercambiando a aquel que es observado por el que mira) tiene varios placeres para ofrecer, entre ellos las actuaciones centrales de Annette Bening, como la mujer enamorada, y Ed Harris en el doble papel de marido original y su doppelgänger, criaturas con virtudes y defectos que cargan en sus hombros un morral de recuerdos y una enorme fragilidad y que el dúo de actores crea sin aparente esfuerzo y notable poder de convicción. El film cuenta, también, con una de las últimas apariciones del recientemente desaparecido Robin Williams, en el rol de un vecino melancólico que, como todos –absolutamente todos– en la película, se ha enamorado de la persona equivocada. 6-LA MIRADA DEL AMOR (The Face of Love, EE.UU., 2013)Dirección: Arie Posin.Guión: Matthew McDuffie y Arie Posin.Duración: 92 minutos.Intérpretes: Annette Bening, Ed Harris, Robin Williams, Jess Weixler, Linda Park, Jeffrey Vincent Parise.
Amor después del dolor. La mirada del amor podría retitularse, recordando a un film de David Lynch, como "una historia sencilla", en este caso, romántica pero sin violines en la banda de sonido, pero también, decidida a describir una trama sobre gente adulta por edad y experiencia. Las únicas sombras que acosan a Nikki refieren al recuerdo de Garret, su esposo fallecido hace cinco años en un viaje de placer. Pero acá no hay ríspidos cortes de montaje sino una cámara contemplativa a la que el director israelí Arie Posin recurre para narrar una tragedia, aquella que vive Nikki, quien tendrá una segunda oportunidad afectiva. La novedad es que aparece Tom, un profesor de arte, un clon del fallecido, una presencia que primero sorprende a la protagonista y luego complace de felicidad. Pues bien, esto no es Ghost ni un ejemplo de historia de amor después de la muerte y mucho menos el romance entre un fantasma y una mujer viuda. Al contrario, el tono asordinado que elige Posin, sin recurrir a las postales tilingas de una historia particular como la que cuenta su película, autoriza conocer de mejor manera a un personaje complejo como el de la triste y solitaria viuda. Por eso, la sencillez y austeridad de la puesta en escena se concilian con el bajo perfil de la propuesta, sin planos bellos o bonitos ni paisajes edulcorados que evadan el centro del asunto. Además, otros dos personajes periféricos actúan como contrapunto en la atribulada vida de Nikki: por un lado, su hija, sorprendida en una gran escena por la aparición de la nueva pareja de la madre y, por el otro, el vecino que encarna Robin Williams, en una de sus últimas interpretaciones, a través de una performance sin histerias, mohines y gestos, cuestiones que en él eran habituales. Pero La mirada del amor, una oscura y cálida historia que no se permite ir más allá de aquello que pretende ser, sería poco y nada sin sus dos intérpretes principales. El doble papel de Ed Harris permite reencontrarse con un actor de múltiples recursos, pero la luz en la película le pertenece a Annette Bening en la cumbre de su madurez como actriz. Su inicial y súbito encuentro en la galería de arte con su viejo/nuevo amor, transmitido a través de la complejidad de su mirada, podría definirse como el resultado gratificante y feliz de una clase de actuación.
Han pasado cinco años desde la muerte accidental de Garrett en una playa mexicana, pero Nikki no ha logrado acostumbrarse a la ausencia de su marido, y se comprende si se considera que juntos vivieron treinta años de idílica vida en común. Tan atractiva y seductora como puede serlo Annette Bening en el esplendor de la madurez, la mujer ha dado no obstante por concluida su vida amorosa. Tiene la periódica compañía de su hija, el buen pasar que le da su condición de decoradora de interiores y la comodidad de su elegante residencia californiana. Ni siquiera ha prestado atención a los tímidos galanteos del vecino, también viudo y desconsolado, que la sigue visitando con frecuencia para usar su espléndida piscina como en la época en que las dos parejas forjaron su amistad. Ha alcanzado cierta paz, pero el recuerdo es constante. Hasta que se cruza en su camino una suerte de sosias del hombre al que sigue amando. La tentación es grande: el azar parece darle la chance de volver a vivir el antiguo romance, al lado de un hombre que es como la reencarnación de su marido (y lo es completamente, ya que Ed Harris personifica a los dos sin establecer diferencia alguna entre uno y otro). Probablemente un defecto del guión que, si aborda el tema del doble, lo hace desde el punto de vista más superficial, muy lejos de los clásicos ejemplos de otros dramas que mezclan dobles, muerte y obsesión, como Laura, los films de David Lynch o Vértigo, por más que el director Posin haya querido incluir en su película un afiche de esa obra maestra de Hitchcock. Tom, el doble de este caso, ignora que lo es, lo que incorpora algo de suspenso al melodrama psicológico y romántico, puesto que Nikki ha modificado su historia: no se presentó como viuda sino como abandonada, de modo que debe evitar que Tom sea visto por cualquiera que haya conocido al marido muerto. En realidad, hay unas cuantas flaquezas e incoherencias y alguna solución más bien forzada, sobre todo en la parte final, pero gracias al compromiso y el carisma de los dos principales actores -en especial la exquisita Annette Bening- este relato sentimental podrá interesar y quizás hasta emocionar al público femenino maduro al que parece estar destinado. Robin Williams hace un puñado de breves intervenciones como el otro entristecido viudo que quizás aligera su melancolía refrescándose en la piscina de su encantadora vecina.
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Un doble a medio terminar A cinco años de su muerte, Nikki (Annette Bening) duela a Garrett (Ed Harris) a través de permanentes flashbacks. Roger (una de las últimas apariciones de Robin Williams) es un vecino que tímidamente muestra su interés por Nikki, pero la obsesión por el amor perdido es inquebrantable. Una tarde en una academia de arte se cruza con una persona que es exactamente igual a Garrett; o sea, no es muy parecido, es Garrett con look bohemio. Nikki queda atónita, pero aún más el espectador. En lugar de hacer lo lógico, ya sea pellizcarse o tirársele encima, la mujer averigua en qué horarios da clases de pintura y se anota como alumna. El descabellado proceder podría tener atenuante si el doble de Garrett viniera de otra dimensión, o Nikki imaginara cosas. Pero no, la película no apunta a un doppelgänger hitchcockiano ni quiere ser Lost; es, ni más ni menos, un drama de amor, con buenas interpretaciones de Bening y Harris y la maravillosa fotografía del mexicano Antonio Riestra, aciertos que lamentablemente se diluyen en un sinsentido del guionista y director Arie Posin. Tal vez si el hombre hubiese pedido asesoramiento a M. Night Shyamalan… Tal vez.
Inquietante drama de una mujer en pleno duelo amoroso. Levemente perturbadora, capaz de remover sentimientos, esta obra conduce a una mujer por la cuerda floja del duelo amoroso. Ella quedó viuda hace ya cinco años. Con el tiempo alejó de la vista todo lo que pudiera despertar recuerdos, pero igual los cultiva. Un día descubre a un hombre muy parecido a su esposo. Se impresiona. Huye. Pero vuelve. Ahora se acerca. Lo sigue. Casi tiene un accidente tratando de seguirlo. De hecho, lo que le ocurre en esa circunstancia pareciera un anticipo de accidentes mayores. Por ejemplo, volver a enamorarse. ¿Pero está enamorada de ese nuevo hombre, o de los recuerdos del primero, que el otro le despierta sin saberlo? Ya algunas historias han contado la angustia de un hombre tratando de recuperar a la mujer perdida a través de otra inquietantemente similar. "Brujas, la muerta", de Rodenbach, "Más allá del olvido", de Hugo del Carril, "Vértigo", de Hitchcock, "Fantasma de amor", de Mino Milani, llevada al cine por Dino Risi, son muy atractivas y tienen un morbo especial, elegantemente tendido para la perplejidad de quien se acerque a ellas. Pero acá hay algo distinto: es una mujer, frágil, la que trata de revivir algo a través de un hombre, y lo hace escondiendo certezas a los ojos de él y de otras personas, lo que provoca una dolorosa serie de ocultamientos, aflicciones y confesiones tardías. Fuerte, la escena en que la hija descubre la existencia de ese hombre igual a su padre. Pero ese hombre también oculta algo. No es algo cercano a la locura, sino, sencillamente, algo inevitable. No corresponde contar más. Annette Bening y Ed Harris bordan composiciones preciosas, de sensibilidad a flor de piel. Muy creíble, cada gesto de ella ante la proximidad de un primer beso después de tantos años. Arie Posin, el autor, desarrolla la trama sin mayores reproches, con buen manejo de silencios y de fondos musicales (el brasileño Marcelo Zarvos se ocupa de eso). Acompañan, Robin Williams, en un papel de relativa exigencia, y la rubia Jess Weixler. Apoyo clave, unas pinturas de Tracey Sylvester Harris, ya que se supone que el personaje de Ed Harris es pintor (mismo apellido pero ningún parentesco, cabe aclarar). Película curiosa, incluso arriesgada, que deja un particular consuelo en su última escena.
“Todos tenemos un doble en algún lugar del mundo”, asegura Roger, el personaje interpretado por un Robin Williams contenido y sutil. De esta premisa parte el melodrama que tiene en el centro a dos personajes protagonizados por Annette Bening y Ed Harris. En él, Bening es una mujer que perdió a su marido ahogado la noche en que celebraban su 30° aniversario y aún cinco años después de su partida sigue teniéndolo presente en cada momento de su vida, creyendo verlo… hasta que realmente aparece alguien idéntico. Claro, hablamos entonces de dos personajes (uno aparece en los necesarios flashbacks) interpretados por Ed Harris. Estos dos actores de semejante talla (ambos nominados curiosamente la misma cantidad de veces a los Oscars, cuatro, pero aún con sus manos vacías) son el motivo principal para mirar esta película que tiene sus mejores momentos cuando retrata simplemente el amor entre dos personas adultas, que han pasado cada una por muchas cosas pero siguen buscando enamorarse, aunque no sea más que de una imagen conocida o de un compañero al que no terminan de entender. Lamentablemente, el toque de misterio y algunos golpes bajos hacen de esta película algo parecido a una versión más madura (incluso en calidad, en realidad ya me estoy sintiendo mal de compararlas) de una historia de Nicholas Sparks. A favor podríamos decir que si bien es un drama la película, salvo en sus momentos claves, no apuesta al dramón barato y a la lágrima fácil. Además está filmada de un modo muy correcto y elegante. Y la música original ayuda a que la película apueste más al misterio que al género romántico en gran parte de la duración. Bening está muy bien como esta mujer que al principio no sabe cómo reaccionar ante lo atemorizante de estar ante la viva imagen de su marido fallecido, haciendo de este hombre algo mucho más grande que el recuerdo de alguien que perdió, la falsa sensación de que lo está recuperando. Y Harris está adorable como un hombre que por fin cree estar enamorado del modo en que tiene que ser, con esa sensación de opresión en el pecho, y que quiere estar con esta mujer que ama más allá de sus crisis, hasta que en algún momento el conflicto aflorará en su máxima expresión. El final se torna predecible, Robin Willians no está lo suficientemente aprovechado, lo que es una pena, aunque Jess Weixler logra lucirse en el papel de la hija. Resumiendo, "La mirada del amor" es algo más que un mero melodrama romántico, pero más allá de las claras referencias a "Vertigo" de Hitchcock, (entre otras películas), su insistencia por un final previsible y una historia que podría haber sido más jugada, una propuesta osada, no es más que un film decente que al menos permite hacer brillar a sus dos protagonistas, especialmente a Harris, a quien no solemos ver en este tipo de personajes.
La reconstrucción Las cosas marchan de maravillas para Nikki (Annette Bening). Casada desde hace dos décadas con Garret (Ed Harris) y vecina de un barrio de clase alta, organiza una suerte de segunda luna de miel en México en la que fallece su marido. Cinco años después, el panorama es desolador, con ella aún conviviendo con los objetos del difunto y visitando los mismos lugares que frecuentaban juntos. Justamente en uno de esos paseos se cruza con Tom, que es interpretado por… Ed Harris. ¿Qué ocurre? El tipo es un calco del difunto, su auténtico doppelgänger. A partir de ahí, Nikki empieza a perseguirlo en silencio, hasta que finge un encuentro casual con la única excusa de acercarse a él. El acercamiento devendrá, claro está, en amor. O al menos algo parecido, ya que ella no deja de ver en Tom al hombre que aún hoy ama. Así están planteadas las cosas en La mirada del amor. Segundo trabajo como realizador de Arie Posin (el mismo del film de culto The Chumscrubber), la película discurrirá en la relación de la pareja, las dudas de ella ante la potencial locura y los esfuerzos por evitar que sus conocidos se aviven del parecido de sus hombres. Entre esos conocidos está Roger (uno de los trabajos póstumos de Robin Williams), un amigo de Garret y vecino del matrimonio que, terminado el duelo, empezó a arrastrarle el ala a la viuda. Es cierto que la premisa invita a pensar en un resultado catastrófico, pero Posin desovilla con solvencia una bomba argumental con cierta firmeza y oficio. Esto no implica, sin embargo, que se trate de una buena película. Sin apostar deliberadamente al suspenso de Vértigo, pero con ciertas dosis de intriga, el film tiene sus principales falencias en la apelación a los lugares comunes de las tragedias románticas (ay, esa enfermedad terminal), un tono visual luminoso tendiente a la idealización de los espacios y un trasfondo melodramático ¿A favor? Las sobrias actuaciones de Bening y Harris.
Amores dobles Nikki (Annette Bening) ha enviudado hace cinco años y aún no puede superarlo, desde la muerte repentina de su esposo su vida está en pausa, no ha podido retomar su trabajo y apenas puede salir de su casa; vive siempre en un estado de melancolía constante. Un día, en un museo que solía frecuentar con su esposo, ve a un hombre físicamente idéntico a él -Ed Harris interpreta ambos roles- y se propone conocerlo. Como el hombre en cuestión es artista plástico, lo convence de que le dicte clases particulares de pintura, y en poco tiempo comienzan una relación que les trae a ambos la felicidad, y la motivación que faltaba en sus vidas. Tom, el sujeto en cuestión, vuelve a pintar y Nikki retoma sus antiguas actividades. Pero ambos no ven la relación de la misma manera, Tom se enamora de Nikki, pero Nikki no está realmente enamorada de él, sino de su imagen, ve en él la posibilidad de continuar su interrumpido matrimonio, lo lleva a los mismos lugares que frecuentaba con su esposo, lo viste como a él. Si bien el planteo es interesante, la historia falla; la figura del doppelganger es en general tratada en un clima de misterio, de suspenso o incluso de ciencia ficción, pero aquí si bien vemos la obsesión que la protagonista desarrolla en torno a este hombre igual a su difunto esposo, la historia no funciona por ese lado. Sino que lo que mejor funciona y lo más atractivo de esta película es la forma en que muestra el romance de dos personas de más de cincuenta años. Ambos actores son excelentes, y el modo en que se relacionan en pantalla es delicioso, incluso el modo en que están planteadas sus personalidades es muy efectivo, pero el guión no logra sostener del todo, ni hacer creíble la obsesión o el morbo de la protagonista por el doble de su marido. Es una película visualmente agradable -la estética tiene un papel importante ya que los protagonistas son un pintor y una decoradora-, con dos extraordinarios protagonistas de gran trayectoria que contrarrestan con sus actuaciones un guión donde el romance y el drama funcionan muy bien, pero el suspenso y la figura del doble terminan quedando en la nada.
Una historia de amor adulto que tiene a grandes actores como atractivo, Annette Bening y Ed Harris. La viudez de ella y en el medio del desconsuelo un hombre que parece un calco de su marido ahogado. La historia empieza con engaños y se complica. Pero tiene un tratamiento delicado y convincente.
EL PASADO VUELVE Nikki (Annette Bening) se quedó viuda hace cinco años. Está sola y triste. Y una tarde descubre en los jardines de un museo un hombre que es exactamente igual a su marido. La sorpresa y la curiosidad se transforman en obsesión. Ella quiere conocerlo. Y lo logra. Y se empeña en quererlo. Y el tipo se engancha porque a él también el matrimonio le ha dejado un gusto amargo y necesita urgente una segunda oportunidad. El tema del sustituto, tan tratado en el cine, invita siempre al juego de los falsos espejos. Ella no le cuenta de su gran parecido con el ex. Vive escondiendo fotos y amistades. Pero cuando él se entera que lo que sostiene ese vínculo es más la copia que el original, decide borrarse. Y todo se vendrá abajo, bien abajo. Historia mal escrita sobre gente que en el amor elige muy mal (el vecino melancólico y la hija de Nikki, también) y que anda siempre con cara de sufrimiento. Melodrama convencional, desganado, con una señora que no termina el duelo y un Ed Harris que no sabe qué hacer en esta historia lacrimógena que, mal o bien, nos recuerda que el pasado siempre está volviendo
Te veo y no lo creo Annette Bening es una viuda que conoce a un hombre igualito a su marido. Un filme inverosímil y dilatado. Una mujer enviuda el mismo día en que celebra con su marido un aniversario de bodas. Están en México, toman más de un mojito, él se ha drogado un poquito, está el mar. Aparece ahogado. Pasan los años y Nikki (una Annette Bening que sí sabe envejecer con los años, aunque la maquilladora piense lo contrario) sobrevive el dolor como puede. En verdad, no lo supera: no lo sobrevive porque no lo soporta. Un vecino y amigo (Robin Williams), que a veces va a nadar a su piscina -un dato no menor el del agua- la corteja. Ella le corta el rostro. Todo seguirá así hasta que Nikki cree ver a su marido (Ed Harris). Lo sigue y este hombre es realmente muy parecido. Tal vez porque también lo interpreta Ed Harris. Cuando el amor nos estalla, a veces no vemos más allá de nuestras narices. Eso le pasa a Nikki. Porque, como de entrada no le dice la verdad a Tom -que se parece tanto a Garrett, el amor de su vida- tiene que esconderlo. De su vecino, de su hija (que vive lejos, pero que puede visitarla). Y como La mirada del amor no es comedia, ni siquiera de enredos, sino un pretendido drama romántico, la cosa se va poniendo seria. Espesa. La historia no podría durar mucho, ni siquiera estirarse sin que resultara increíble. Melodrama más acorde a la hora de las telenovelas, La mirada del amor falla allí donde ni Annette Bening, ni Ed Harris, y ni siquiera Robin Williams pueden ayudar. La trama. Una pena, porque actores no faltan, y la pregunta es cómo aceptaron leyendo el guión. ¿O hubo cambios drásticos en la producción? Nunca lo sabremos ni tampoco interesa, porque el resultado es el que está en pantalla y por el que el espectador ha pagado su entrada.
Mar adentro ¿Qué pasaría si la persona que amamos fallece en un accidente y después de unos años la volvemos a encontrar, como si se tratara de un clon o un replicante salido de una novela de Philip K. Dick? La respuesta es el tema principal de La mirada del amor, filme dirigido por el israelí Arie Posin al que se podría definir como una rara mezcla entre drama y ciencia ficción. La película arranca con un prólogo en el que se ve a Nikki (Annette Bening) de espaldas y frente a una pileta de material. Sola y pensativa, se la siente sollozar, se la ve sufrir. Nikki está al borde de la pileta para zambullirse en recuerdos inevitables, que la invaden con insistencia. El recurso formal para mostrar lo que Nikki recuerda es el flashback, al que Posin intercala con imágenes de ella sentada en lo que parece ser el fondo de su casa. Los flashbacks sirven para contar cómo fue el accidente fatal de Garret, su marido (Ed Harris). Posin finaliza el arranque con un plano que obliga a verla por fuera del realismo del drama clásico. En un momento, cuando los recuerdos culminan con el cuerpo rígido de Garret a la orilla del mar, la cámara vuelve al tiempo presente y hace un plano detalle en las manos ensangrentadas de Nikki, quien aprieta con impotencia el vidrio de una copa rota (¿quién en su sano juicio haría algo semejante?). La introducción del elemento inverosímil funciona como la primera cláusula de un pacto entre el filme y el espectador. Lo que se ve a continuación es la historia de esta mujer eternamente enamorada de su cónyuge y la reactivación de sus efluvios interiores, el redespertar de sus más bajos instintos al toparse con Tom (también Ed Harris), un hombre físicamente igual a su difunto esposo (es un artista incomprendido y bohemio que enseña Arte en la facultad y pinta en su tiempo libre). La tesis de la cinta es trillada: amamos siempre a una misma persona. El mensajito esperanzador empieza a emerger como un iceberg invisible, subrepticio, como una línea que no se ve pero que se intuye escondida en la trama, desplazándose subterráneamente para susurrarle al oído del espectador que nada está perdido, que siempre es posible encontrar al amor de su vida, sin importar la edad que se tenga. Por otra parte, La mirada del amor llega anunciada como la película póstuma de Robin Williams, el vecino y amigo enamorado de Nikki, el eterno segundón que la visita todos los días para nadar en su pileta, y quien la escucha y contiene. La película camina, por momentos, por esa difusa línea que separa la realidad de lo soñado. Y en el final da toda la impresión de que su director se abatata y no sabe cómo concluir la historia, dando un giro tan torpe como ridículo. Aun así, es un filme ideal para quienes creen que se puede recuperar la juventud y el amor perdidos.
EL TEMA EN DISCORDIA “Ha sido agradable verlo durante un momento; creer que Garrett seguía aquí- le confiesa Nikki a Roger-. Me sentí como antes. Me volví a sentir viva”. Pero lo que para esta mujer inicia como un hecho aleatorio, incluso como una ilusión de sus más profundos deseos, se torna en ansiedad, en una búsqueda desesperada por recuperar su amor y su propia vida. El matrimonio entre Nikki (Annette Bening) y Garrett (Ed Harris) era perfecto: se amaban con locura, disfrutaban de la vida, sabían cómo sorprender al otro. Pero, cuando festejaban su 30º aniversario en México, sucedió lo único que podría llegar a separarlos: la inexplicable muerte de Garrett. Luego de cinco años, Nikki intenta reconstruir su vida gracias a su trabajo y a las visitas de su hija Summer (Jess Weixler) y Roger, el mejor amigo de Garrett, vecino y también viudo (Robin Williams). Pero a Nikki el destino le tiene preparada una sorpresa: cuando decide visitar nuevamente su museo favorito encuentra a un hombre idéntico a su marido. Entonces, este encuentro fugaz dejará de ser una simple anécdota contada al vecino para transformarse en su obsesión: por ubicarlo, por conocerlo… por retenerlo. La mirada del amor expone ya desde el título el leitmotiv de toda la película y es quizás por ello que fue modificada su traducción del inglés (The face of love): ese acto tan común se transforma en un elemento clave; es a través de la manera en que Nikki mira a Garrett o a Tom (el otro hombre que interpreta Harris) como mejor se expresan múltiples sentimientos. Esa acción encierra la dicotomía entre la devoción y el pánico, entre ese amor verdadero y una relación enfermiza y es un trabajo en el detalle que el director Arie Posin cuida a lo largo del film. Incluso, lo refuerza en algunos diálogos o en el final. A pesar de este acierto, el inconveniente primordial de La mirada del amor se relaciona con la construcción de la temática. En realidad, con su falta de elaboración. Porque en lugar de aprovechar un tema con tantas lecturas como lo es la duplicación de personajes, el director se queda en un plano chato o superficial. No hay incógnitas ni misterio, sino un relato sobre una mujer que se obsesiona con un hombre porque se ve como su difunto esposo. En lugar de trabajar la tensión entre estos dos hombres, lo que provoca conocer a alguien igual a Garrett o experimentar alguna posibilidad, el “misterio” se reduce a que Summer o Roger descubran la verdad y, en un segundo plano, a que Tom lo haga. La relación entre Nikki y Tom está construida sobre bases inverosímiles: en primer lugar, porque, más allá de la atracción, parecen dos personas extrañas que evitan conocer la historia del otro. En segundo lugar, resulta extraño que ningún vecino, con excepción de Roger, se sorprenda por Tom, es decir, ¿nadie repara en este hombre cuándo saben que Garrett murió hace cinco años? Por último, Nikki lo lleva a los mismos sitios a los iba con Garrett de forma frecuente. ¿Cómo es posible que el director sólo insinúe cierta confusión? Esto sucede porque se estanca en el plano de la obsesión y sentimentalismo. Entonces, no sólo no interactúa la tensión antes mencionada, sino que rara vez se crea un shock. Y ni siquiera cuando eso sucede hay un efecto pues la exteriorización y el intento de sobrepasarlo se desdibujan bajo la leyenda “X años después”. Entonces, La mirada del amor termina por quedarse en un nivel de poca profundidad, aunque sí desborde compasión y dolor. Al final, los sentimientos acompañan una situación enfermiza que, incluso, puede considerarse cruel. Hasta que, en algún momento, el director decida colocar nuevamente la leyenda “X años después” y el espectador comprenda que la vida continúa. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Vértigo rosa Hay por lo menos tres fotografías que llaman la atención en esta película. Dos de ellas se enfatizan con planos detalle ante los ojos del espectador, ya que involucran aspectos relevantes para la historia; la otra, un cuadro con el recordado afiche de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) es un guiño cinéfilo. Está puesto en los primeros minutos y pretende establecer una filiación con el paradigma de tantas obras que han abordado el mismo nudo argumental, a saber, la necrofílica situación del ser querido que regresa con rostro y cuerpo similares, o que perturba la realidad de los vivos a través del recuerdo, un cuadro colgado u otros artilugios. De todos modos, y a diferencia de los grandes films del pasado como el clásico aludido, La mirada del amor no incluye en sus resortes básicos y complacientes ningún atisbo de ambigüedad. Y lo que es peor, evidencia un grave problema de verosimilitud. Nikki (Annette Bening) pierde a Garrett (Ed Harris), su marido, en circunstancias trágicas. Cinco años después, cuando la vida parece girar en torno a su hija y a un vecino amigo, ve a un hombre con el mismo cuerpo y semblante que su difunto esposo. Nosotros vemos lo que ella ve: una figura exactamente igual que Garrett, con el inconveniente de que es interpretado por el mismísimo Ed Harris. Tal decisión en ningún momento es puesta en tensión pese al estado patológico en el que entra esta mujer, conquistándolo y llevándolo a hacer todo lo que hacía con su marido. El resto de los personajes también entra en shock cuando mira a Tom, un pintor con salud delicada, que queda atrapado en este juego. Por tanto, no hay forma de eludir el estallido de la credibilidad frente a este drama que narra la pérdida de un ser querido y utiliza, como si nada, el mismo actor como sustituto. Hacia el momento culminante, asistimos a la manera más ridícula que se pudiera elegir para cerrar la trama (una fotografía de nuevo), pasaje sin sentido que confirma el estallido total de lo verosímil. La idea del doble, entonces, es literal, pero se da en un marco genérico donde es imposible que eso ocurra. Es como si en una novela policial cuyas acciones alimentan la esperanza de racionalidad se resuelva el enigma con marcianos que repentinamente bajan de una nave y abducen al culpable. Así de ridículo es el plan narrativo en el que nos sumerge el director. A lo anterior hay que añadirle la clásica fórmula de golpes bajos, a pesar de que asoman suspendidos en un nivel enunciativo sin estallar exageradamente. La calidez de la pareja protagónica tal vez tenga que ver con esto. No obstante, me atrevo a decir que la pacatería sensiblera de este drama no supera cualquier culebrón rosa de la señal Hallmark (vean si no el plano final) y probablemente sea un número puesto en el lisérgico ciclo televisivo presentado por Virginia Lago.
Romance complicado Las historias de amor están tan capitalizadas por parejas de actores jóvenes que cuando aparece una en la que los intérpretes pasan las seis décadas resultan extrañas. Y no debería ser así. Eso ocurre en “La mirada del amor”, un título insípido para una película con una trama en la que, sí, la pareja protagónica son dos adultos interpretados por Annette Benning y Ed Harris. Ella -que tiene como vecino a Robin Williams, en uno de sus últimos trabajos antes de suicidarse- es una viuda que todavía arrastra el recuerdo de su marido que murió ahogado. Todo va bien, hasta que se cruza en su camino un hombre que es idéntico al difunto. Y su vida -y por momentos su razón- se trastornan. La idea no es mala, pero tampoco es nueva. Pero el director Ari Posin intentó sumarle alguna arista original a esta historia que oscila entre el drama y el romance. Por momentos parece tentado de darle cierto perfil de policial, con escenas ambiguas que sugieren más que una confusión, pero finalmente abandona ese camino para concentrarse en el paulatino acercamiento de la pareja central. Una puesta en escena prolija y el trabajo correcto y entusiasta de Benning y Harris no alcanzan para remontar un guión y una trama que terminan abruptamente y de forma convencional.
Bening, ha perdido a su esposo, el ser más amado en su vida -tanto más que a su única hija-. Prácticamente recluida en su casa, nido de amor construido por el difunto, decide retomar su vida habitual un poco empujada por su hija y otro poco por su vecino, papel personificado por el entrañable Robin Williams. En su paseo por el museo, sitio al cual concurría con su esposo, se cruza con un hombre de características similares a su marido. Lo que podría convertirse en una simple película romántica en torno a las segundas oportunidades en edad adulta, gira a una trama de orden psicológico un poco desdibujado. Nikki (Annette Bening) forzará todo tipo de encuentro alrededor de Tom (Ed Harris), un veterano profesor de pintura con aspecto canchero, hasta lograr meterlo en su casa. La pasión nace entre ambos, el amor que siente Tom es auténtico, en cambio para ella es una extensión, un plus de falsa realidad de su matrimonio. La neurosis se hace propia en Nikki al esconder las fotografías de su marido, en llamar a Tom como Garret y en intentar recorrer los mismos sitios antes compartidos. La Mirada del Amor no termina de definirse completamente, aunque Annettte Bening y Ed Harris componen una pareja increíble.
El amor maduro puede ser desconcertante. Bien interpretado por Annette Bening y Ed Harris que poseen una gran química. Narra los momentos que vive Nikki Lostrom (Annette Bening) después de 30 años de un matrimonio lleno de amor, buenos momentos y otros no tanto. Una tarde su amado esposo Garret Mathis (Ed Harris) muere ahogado de forma trágica en México y ella lo encuentra a unos metros de la playa, pasa mucho tiempo triste, llorando, angustiada y es duro sobrellevar la pérdida. De manera metafórica cuando ella rompe una copa, ahí está representado todo el dolor y el resquebrajamiento de su ser. No visita los lugares donde fue con Garret porque no quiere mirar atrás. Pasan cinco años e intenta reencontrarse con sus afectos: su hija Summer (Jess Weixler) y un vecino, amigo, pretendiente y confesor Roger (Robin Williams, tenue actuación) quien también ha enviudado y se encuentra solo. Nikki decide un día volver a visitar el “Museo de arte de Los Ángeles” donde iba con su esposo, y allí ocurre una especie de milagro, algo especial ocurre: ve a un hombre sentado en un banco en el jardín de ese lugar idéntico a Garret, se siente aturdida y confundida; lo mira, lo observa. Le cuenta a su vecino lo sucedido y este dice que todos tenemos un doble y que vive en algún lugar cerca o lejos (esto es algo actual, casi todos alguna vez escuchamos este comentario). Sorprendida e intrigada vuelve a concurrir a diario a ese lugar con la idea de volver a ver al doble de Garret, pero esto no sucede y como es previsible, ellos finalmente se encuentran. Él es Tom Young un profesional relacionado con el arte y separado hace 10 años de Ann (Amy Brenneman) Nikki desea revivir el pasado y volver a vivir el amor, su cuerpo y alma se encuentran invadidas de recuerdos. Cuando logra llamar la atención de Garret vuelve a sentirse como una quinceañera y resucita. Este hombre la hace volver a sentirse viva, y Tom se vuelve a sentir motivado para crear. Ambos ocultan algo uno del otro y también los envuelve el desconcierto. Cuenta con las estupendas actuaciones de los protagonistas: Annette Bening y Ed Harris que tienen mucha química, este último realiza un doble papel y tienen una gran ductilidad con su cuerpo, ellos se ponen el film a cuesta dado que el guión es flojo y tiene problemas de ritmo. Abundan las situaciones melodramáticas, absurdas, es una de esas historias para ver en pareja, derramando alguna lagrimita y la emoción mayor se encuentra con la presencia de Robin Williams, en una de sus últimas participaciones en un film.
Una de esas películas que, de ser vista a la tarde en el cable, daría lo mismo. Pero no es mala, porque tiene actores a los que uno le da placer ver (Annette Bening y Ed Harris, Robin Williams, que en paz descanse). Viuda encuentra señor que se parece a marido, recuerdos e intento de volver a vivir, conflicto, clima agridulce. Todo más o menos según el reglamento, aunque con momentos que emocionan bastante.
Arie Posin’s The Face of Love is the type of film that has a dubious premise to begin with: an attractive middle-aged widow falls in love with an equally attractive middle-aged man who has more than an arresting resemblance to her former husband, who died five years ago. In fact, it’s as if her late husband had an identical twin that all of a sudden came out of nowhere. At first sight, it may seem that such a premise does hold unlimited dramatic potential, and yet it really doesn’t. Considering how barely credible it is in realistic terms, I’d dare say the only genre that would make sense here would be melodrama — wilder, the better. Or a sci-fi film transpiring in a dystopian universe where by means of genetic manipulation there are already doubles for everyone (but that would be a different tale). So, a naturalistic drama like the one Posin has opted for fails to make a compelling film. Think that right after meeting his late husband’s double, the widow starts a friendly relationship with him that lasts quite some weeks — but she keeps her reasons to herself and doesn’t tell him a single thing. As time goes by, they slowly begin to fall in love. To be honest, she’s still in love with her deceased husband, so technically she’s not in falling in love again with a different person. So here’s the theme of not being able to deal with loss. And all of it handled in a shallow manner. As expected, obstacles of all sorts appear (for instance, the task of keeping him hidden from all her friends, neighbours and acquaintances is sometimes an ordeal), and in time, the romance begins to sink due to her secrecy. Still, she won’t tell the guy, even with the possibility of losing him. She keeps feeding him stupid lies. More important: how could she possibly cope with so much anxiety and emotional chaos triggered by the apparition of a man who bears the face of love? So now you may think this is actually the stuff melodrama is made of, and you’d be partly right. Yet the dialogue isn’t that melodramatic at all. It attempts to be realistic as it’s the vehicle for pseudo-existential conversations on the meaning of who you fall in love with, who the Other really is, how much you project your object of desire, what makes an individual who he is, and also why care about anything at all if the guy looks and feels just like your loved one who’s dead and buried (as if that weren’t one hell of a traumatic situation). There’s also the issue of losing your mind over the whole affair — which is actually quite interesting in itself - and yet it’s both little explored and poorly handled. As the writer/director is undecided as to what genre to utilize, he resorts to traits of drama and melodrama, and mixes them to ill- fated effect. Whenever he has a chance to go emotionally overboard, he pushes the brakes and goes for restraint. And when it all gets too serious, he switches to poor melodramatic gimmicks (there’s a terminal disease that’s only hinted at once and only has some dramatic weight at the very end, when you’ve already lost all interest in the storytelling), or goes along the lines of bad soap operas. But there’s an asset, just one: Annette Bening as the widow, and Ed Harris as the double do deliver convincing performances in spite of their unconvincing characters. Don’t expect more than that.
El amor después del amor “La mirada del amor” es un film que remite a algunos tópicos clásicos, ciertos matices bergmanianos y a las películas de una etapa de Woody Allen. Presenta un relato intimista. Se trata de una historia de amor entre dos personas mayores, cultas, de buen pasar económico y sin otra preocupación en la vida que su propio bienestar. Sin conflictos económicos ni dramas existenciales, el único problema al que se enfrenta Nikki, una mujer cincuentona, es la muerte de su marido, ocurrida cinco años atrás. Nikki y Garrett habían convivido felizmente durante treinta años, y en un viaje de placer, en una playa de México, el hombre muere repentinamente en un confuso accidente. A partir de entonces, su esposa cae en una profunda melancolía que le impide seguir con sus actividades habituales, y se refugia en otras tareas, aceptando de vez en cuando la compañía de su joven hija y las rituales visitas de un vecino, también viudo, con quien comparte recuerdos, consolándose mutuamente de sus respectivas pérdidas. Pero un día, sorpresivamente, Nikki descubre a un hombre extraordinariamente parecido a su marido, lo que le produce una conmoción, más si se tiene en cuenta que lo ve en ocasión de visitar un museo de arte, al que frecuentaba con Garrett y al que no había querido regresar desde su muerte. Impresionada por el parecido y sumergida aún en un duelo sin resolverse, la mujer se deja llevar por el impulso irresistible de averiguar quién es ese hombre y así descubre que ese extraño de nombre Tom es profesor de arte en una universidad. Después, ella da un paso más y mostrándose interesada en tomar clases de pintura, lo convence para que sea su maestro particular. El afecto y la atracción surge de inmediato entre ellos, y Nikki se entrega a la experiencia pero no es totalmente honesta con el hombre. Él, por su parte, viene de un fracaso amoroso que lo ha marcado mucho y también oculta algunas otras cosas. La relación marcha bien en la intimidad, pero los roces y conflictos aparecen cuando se cruzan con personas conocidas de ella, quien prefiere mantener la relación oculta para que nadie advierta su secreto: que en realidad lo que ella busca en Tom es una continuación de su relación con Garrett y así evitar tener que aceptar su muerte y su propia soledad. Obviamente, se trata de una fantasía extravagante y emocionalmente riesgosa, y como es de suponer, en algún momento, Tom habría de descubrir la verdad. El clima entre ellos se va enrareciendo cada vez más, hasta que se enfrentan al problema y de repente, las cosas se aclaran y el conflicto se resuelve amablemente, como corresponde entre gente madura, educada, culta y formal. Si bien la trama es bastante simple, la complejidad aparece en los climas, la atmósfera que crea Nikki a su alrededor en sus intentos permanentes por forzar las cosas de modo que todos se acomoden a sus deseos, intentando que nadie destruya la fantasía con la que pretende evadir el duelo. En esa atmósfera, aparecen algunos elementos simbólicos que aluden al inconsciente, especialmente el agua. Por un lado, está el mar, peligroso, indómito, misterioso, que se robó la vida de Garrett, y por otro lado, la piscina en la casa de Nikki, que representaría la calma, la seguridad y el control. Lo más interesante de la película es el trabajo actoral de los protagonistas, Annette Bening y Ed Harris, quienes transmiten mucha química entre ellos, en una relación en la que los pequeños detalles y los más leves matices son muy significativos. Y también se destaca la participación de Robin Williams, en uno de sus últimos trabajos, interpretando al vecino y buen amigo que aparece justo cuando hace falta.