El cine fantástico argentino es lo bastante amplio e interesante como para destacar algunas vertientes. Una en particular tiene un enfoque más serio y estilizado, aunque sin hacerle asco a momentos fuertes, siempre creando un núcleo propio. La Sonámbula, de Fernando Spiner, sirve como muy buen ejemplo. Con su particular mezcla de ciencia-ficción, policial y terror, La Parte Ausente también podría ser incluida en este grupo de películas. En una Buenos Aires incierta, nocturna, postapocalíptica, Chockler (Alberto Ajaka), un investigador privado, es contratado por la enigmática Lucrecia (Celeste Cid) para encontrar a Víctor (Guillermo Pfening), un hombre… que es más que sólo un hombre. De hecho, cuando Chockler también comienza a investigar a la mujer, descubre un microcosmos repleto de científicos en busca de la vida eterna, caballos de carrera manipulados genéticamente y asesinatos cometidos por alguna clase de bestia sanguinaria. Galel Maidana debutó con el documental La Asamblea, de 2009, sobre artistas del hospital psiquiátrico Borda. En su paso al largometraje de ficción, vuelve a centrarse en seres fuera de lo común, pero de una manera más radical: aquí algunos ya no entran en la categoría de raza humana y se mueven en un universo alucinante, oscuro y letal, que le debe tanto al film noir como a los comics europeos, con fuertes influencias de Blade Runner y de La Marca de la Pantera (más la versión de Paul Schrader que la original de Jacques Tourneur). Imaginen criaturas de la noche en una novela de Raymond Chandler. Esta impactante estética le debe tanto a la fotografía de Lucio Bonelli como a la dirección artística de Marcelo Pont Vergés y al trabajo sonoro de Jésica Suárez. Complementando las potentes imágenes, encontramos la musicalización a cargo de la banda electrónica Trasvorder. Otro de los aciertos reside en el casting. Alberto Ajaka sigue demostrando que sabe interpretar a sujetos duros e intensos, al igual que Celeste Cid es convincente a la hora de componer a una femme fatale. En sus pocas pero calculadas apariciones, Guillermo Pfening le da encanto al ser monstruoso que compone. También aparecen Luis Ziembrowski y Juliana Gattas, cantante del grupo pop Miranda!, en su debut cinematográfico. Si bien el guión suele ser opacado por el poderío visual (curiosamente, algo similar se le criticó a Blade Runner cuando se estrenó), La Parte Ausente es una propuesta diferente del cine nacional, incluso dentro de la vertiente fantástica y de terror. Tan elegante como siniestra y sensual, nos conduce por un mundo como no hay otro.
Hermoso envoltorio, pero... Film noir con un investigador privado (Alberto Ajaka) y una enigmática y atractiva femme-fatale (Celeste Cid); ciencia ficción con estética retro-futurista y ambientación post-apocalíptica; elementos ligados al género de terror/fantástico con mutantes y experimentos genéticos; referencias al cómic y una bella banda sonora (con versión en vivo de Alma de diamante incluida), buenas locaciones como el universo de un hipódromo; estilización visual con muchas escenas nocturnas y el cine de Wong Kar-way y Blade Runner como algunos de sus referentes... Esas son las principales búsquedas y caminos por los que transita este debut en el largometraje de ficción de Maidana (La asamblea), un film que se luce en la forma (contó con la ayuda de un verdadero dream-team de productores, técnicos y artistas), pero hace agua en el contenido. Hay un encargo por parte de una mujer (Cid, siempre magnética pero esta vez bastante desaprovechada), un protagonista torturado, una persecución, un perseguido (Guillermo Pfening), un submundo (una misteriosa secta, el ambiente del turf) y algunos climas logrados y subyugantes. Sin embargo, más allá de sus indudables méritos formales, la película nunca consigue la tensión, el suspenso, la intensidad, la profundidad dramática, la cohesión y el poder de seducción que una historia de estas características exige para que el espectador se comprometa emocionalmente y se identifique con la suerte de sus personajes. Así, La parte ausente queda apenas como un muy bello envoltorio con un contenido bastante decepcionante. Un film para admirar, pero no para disfrutar.
Película rara y película para pocos. Es una buena manera de definir a La parte ausente. Esto acurre porque nos encontramos ante una propuesta muy poco común de cine argentino en donde la historia se basa en un futuro caótico donde ciertas personas han mutado. Ahora bien, estas mutaciones se traducen en pseudo vampiros lo que abre incluso aún más el género. Si bien la idea a priori es interesante tiene dos problemas graves, en primer lugar como consecuencia de un bajo presupuesto no se puede hacer mucho alarde de ese futuro caótico que se plantea. En cambio nos encontramos con una Buenos Aires muy oscura y mezcla de tecnologías recientes y de hace unos años (se ve claramente en celulares y televisores). Y en segundo lugar es lenta, la manera en la cual está desarrollada la historia hace que aburra un poco. Asimismo, muchas secuencias están filmadas cámara en mano con una subjetiva por sobre el hombro de los personajes, lo que hace aún más raro la percepción por parte del espectador. Está claro que es una elección del director Galel Maidana, pero no la más acertada. Con respecto al elenco, se lo ve muy forzado pero no por eso están mal. Celeste Cid siempre trabaja bien y esta no es la excepción. En definitiva, La parte ausente es una propuesta que agradará a un sector muy sectorizado, el resto se aburrirá un poco.
B de Berreta Vean La parte ausente (2014) como un ejemplo de Serie B. No como un homenaje o una parodia o algún otro procedimiento reflexivo sobre la forma, sino como un ejemplo de género en estado puro. La película tira detectives privados, femme fatales, científicos locos, experimentos genéticos, mutantes vampíricos y elementos mitológicos sin temblarle el pulso una sola vez. No hay humor. No hay ironía. No hay inteligencia. Todo va en serio. Si eso les suena divertido y pueden mantener la cara de póker durante 80 minutos, Galel Maidana ha dirigido la película para ustedes. La trama, o lo más parecido a una, nos sitúa en una Buenos Aires post-apocalíptica. Un prólogo escrito nos pone al tanto sobre el mercado negro de la genética y los experimentos que se están conduciendo o algo por el estilo. No nos importa y a la película tampoco. Tenemos a nuestro héroe, un detective llamado Chockler (Alberto Ajaka). Tenemos a nuestra femme fatale, Lucrecia (Celeste Cid), que llega con la misión de encontrar a un misterioso fugitivo llamado Victor (Guillermo Pfening). Pronto Chockler está recorriendo antros y callejones, lidiando con putas, destapando conspiraciones y esas cosas que les pasan a los detectives en las películas. Inútil descifrar la historia. Las escenas empiezan sin ninguna orientación y terminan sin lograr nada excepto haber durado. Ninguno de los personajes posee una motivación clara. Tampoco hay continuidad en sus acciones. Un personaje escapa exitosamente de sus perseguidores y a la siguiente escena es su prisionero. Otro personaje muere hasta que reaparece sin ninguna explicación. De repente secuestran la esposa de un personaje cuyo matrimonio jamás se estableció y por lo tanto no importa. En una película que mezcla ciencia ficción y mitología hay todo el espacio del mundo para torcer las reglas de juego. El problema es que esas reglas nunca se establecen. No sabemos nada de la sociedad que enmarca el relato, ni de lo que son capaces o no los engendros genéticos, y ni hablar de la niñita que narra el comienzo y el final de la película. ¿Dónde estuvo el resto de la cinta? ¿Quién era, qué quería y qué logró? El bajo presupuesto de la película es palpable en cada fotograma de la cinta, pero al menos hay cierta unidad estética en su presentación de un dilapidado mundo nocturno con una impronta ochentosa y un resabio punk. Lo que lo mata, si pueden creerlo, es la banda sonora. La película ha sido sonorizada casi en su totalidad con unos jadeos y resuellos molestos, usualmente provenientes de Chockler, que parece haber corrido una maratón antes de empezar cada escena. Lo raro es que si miran bien sus labios ni siquiera parece que vienen de él. Se han doblado y mal. Ídem con los rugidos que permean todas las escenas en las que alguien no está jadeando. Guillermo Pfening probablemente tiene más rugidos que líneas de diálogo, y no hay uno solo convincente. El actor que mejor sale parado de la película es Luis Ziembrowski, que hace del amargo confidente de Chockler. Celeste Cid no está nada mal tampoco, aún si lo único que le toca hacer es verse sexy y vulnerable. No hay nada realmente debajo. Igual que La parte ausente. Mucho estilo y movimiento en la superficie, pocas señales de vida inteligente en el fondo.
Una Buenos Aires del futuro, de look retro, sucia, parecida a un basural, poblada de extrañas criaturas. Una ciudad donde conviven un frío asesino por encargo (Roberto Ajaka), un barman que espera le devuelvan a su esposa (Luis Ziembrowsky) y una angelical mujer que trae un trabajo para el cazarecompensas (Celeste Cid). Visualmente impactante, con algunas complicaciones en el argumento, con mucha mezcla de datos de terror y ciencia ficción. Pero igual vale.
Estética retro y buenas ideas. La parte ausente es un interesante y logrado cruce de géneros. Es un film de ciencia ficción con elementos de cine de terror, pero principalmente es un policial negro. Como en el muy influyente film Blade Runner, la ciencia ficción es el marco, pero el film noir es el tono. El protagonista, como los protagonistas del cine negro, recibe a una mujer fatal que le encomienda una misión. Y como ocurre en este género, la misión se complica bastante más de lo pensado. La parte ausente transcurre en un futuro distópico donde experimentos genéticos encierran un secreto que poco a poco se descubrirá. El comienzo es Lucrecia (Celeste Cid, fotogenia pura) que como la femme fatal clásica, bella, misteriosa y seductora, se presentará frente a Chockler (Alberto Ajaka, con un impecable estilo demodé) encomendándole que busque a un hombre llamado Víctor. Los planos de la ciudad, el peinado y el maquillaje de Lucrecia, la música, todo parece evocar a Blade Runner y sus derivados. Esto no es un defecto, porque la historia tiene vida propia y su propia dirección, muy lejana al film de Scott. El ritmo del film es intencionalmente calmo, lo que por momentos colabora al clima, pero por momentos lo vuelve algo moroso. El cuidado por los géneros es realmente bueno, pero el ritmo narrativo no lo es. Ideas no le faltan a la película, eso está más que claro en cada escena. Lo que también hay que destacar es que sorprende gratamente en una fotografía impecable Lucio Bonelli, el montaje de Andrés Tambornino y la mezcla de sonido de Jesica Suarez. Las pequeñas falencias de guión y dirección se ven más que bien cubiertas por estos rubros. El presupuesto no es el de un film de ciencia ficción caro, por lo cual son estos elementos los que elevan la calidad del film y son su verdadero valor, además de la muy carismática pareja. La estética retro de muchos elementos de la dirección de arte colabora al clima y lo libera de proyecciones de gadgets tecnológicos que poco aportarían a la película. Los géneros, lugar ideal para las metáforas, van ocupando cada vez mayor espacio en el cine argentino y en el caso de La parte ausente de forma lograda.
Una apuesta al género que paga. Buenos Aires luce sórdida e inquietante en esta película protagonizada por una cruza de detective clásico de film noir y asesino a sueldo que recibe el encargo de matar a un hombre tan enigmático como la atractiva mujer que le paga por ese complicado trabajo. De a poco irá hilvanándose una trama difusa y fragmentaria que incluye asesinatos, venganzas y siniestros experimentos genéticos encabezados por un maléfico científico que lidera una secta de desesperados aspirantes a la eternidad. Galel Maidana toma una decisión arriesgada en su primera ficción: subordina el andamiaje narrativo a la puesta en escena. Y sale bien parado porque su imaginación es profusa, y el trabajo fotográfico de Lucio Bonelli y sonoro de Jésica Suárez es notable, igual que el de un elenco sólido, capaz de sostener la tensión en una historia amenazada más de una vez por la dispersión.
Blade Runner a la argentina... La trama es confusa: una suma de elementos muy vistos que no conducen a ninguna parte. No es exagerado sostener que Blade Runner es una de las películas más influyentes de la historia: la ciencia ficción no volvió a ser la misma después de la obra maestra de Ridley Scott. Más de treinta años después de su estreno, su ascendiente todavía se hace notar en el cine de todo el mundo, incluido el remoto sur: La parte ausente es un ejemplo emblemático. El primer largometraje de ficción de Galel Maidana -hondureño radicado en la Argentina- emula varios aspectos de Blade Runner. Sobre todo la atmósfera: transcurre en una Buenos Aires retro futurista, decadente, nocturna, lluviosa, humeante. Lo más logrado de la película son sus rubros técnicos: hay una gran pericia en la iluminación, el sonido y la fotografía, que confluyen exitosamente en el objetivo de crear un clima de misterio. La ciudad está mostrada con una mirada nueva: en este sentido, fue un acierto haber elegido al edificio Alas, poco explotado cinematográficamente, como una de las locaciones principales. El problema es la trama, que mezcla elementos ya muy vistos del universo de la ciencia ficción, lo fantástico, el terror y el policial negro, sin conseguir darles una forma novedosa. Hay un detective recio (Alberto Ajaka) que es contratado por una hermosa y misteriosa mujer (Celeste Cid) para encontrar a un hombre “peligroso”, que tiene poderes sobrenaturales. Hay una misteriosa hermandad que busca la eterna juventud, experimentos genéticos, grupos de jóvenes insurgentes. Y, en el medio, una hermosa intervención de Juliana Gattas cantando una versión de Alma de diamante, de Spinetta. La historia, al principio, atrapa. Pero va perdiendo el rumbo a medida que transcurren los minutos y los lugares comunes empiezan a sucederse sin vínculo aparente. La confusión gana terreno hasta dominarlo todo: el desenlace parece corresponder a otra película, y uno se queda preguntándose qué es lo que acaba de ver.
Un futuro transgénico En una Buenos Aires post-apocaliptica, oscura y violenta, Chockler (Alberto Ajaka) trabaja como investigador, cumple con los encargos de sus clientes, y todas las noches visita un bar donde intercambia información con el dueño (Luis Ziembrowski). Un día aparece en su oficina una misteriosa mujer llamada Lucrecia (Celeste Cid) quien le encarga la búsqueda de Víctor (Guillermo Pfening), no le da demasiados datos, solo le advierte que es muy peligroso. Chockler recorre la ciudad en busca del enigmático Víctor y en su búsqueda encuentra extraños personajes que trabajan en el laboratorio de un hipódromo, donde hacen experimentos genéticos. Así la historia de misterio se sumerge de lleno en la ciencia ficción, con criaturas extrañas, y una logia de personajes peligrosos en busca de formulas genéticas, mientras Chockler se siente cada vez más atraído por Lucrecia, sin saber cual es la relación de ella con todo lo que él ha descubierto. Es destacable la estética de la película, que en varias escenas recuerda a "Blade Runner". Han construido una Buenos Aires futurista, con cuidadas locaciones, donde todos los detalles son impecables, sumado a una muy buena fotografía y una gran iluminación, creando una atmosfera de ciencia ficción con elementos de comics. Si bien la película vale la pena visualmente, no pasa lo mismo con la historia, el clima de misterio de las primeras escenas se pierde en un relato que se torna muy denso y que parece no saber hacia donde apuntar, hay elementos sobrenaturales que no parecen tener mucho sentido y nos perdemos en una historia tratando de entender hacia donde va. A pesar de las buenas actuaciones y un interesante planteo estético, el guión no tiene solidez y la historia resulta un cúmulo de diferentes elementos, donde no hay nada que los amalgame.
La Parte Ausente es una visualmente atractiva historia de ciencia ficción que se pierden en el camino. Chockler (Eduardo Ajaka) es algo así como un detective/caza recompensas que es contratado por la enigmática Lucrecia (Celeste Cid) para dar con Víctor (Guillermo Pfëning), un misterioso fugitivo. Esto lo llevará a encontrar una extraña conexión entre las carreras de caballos y experimentos genéticos en seres humanos. Un futuro confuso Argentina y la ciencia ficción. Una historia breve pero satisfactoria. Si bien el cine no tiene tantos exponentes de este género como sí los comics o la literatura nacional, existen un puñado de interesantes películas como Invasión, Lo que vendrá, La Sonámbula o La Antena, que supieron explorar problemáticas políticas o sociales del país -o de la sociedad en general- plantando a sus personajes en mundos o futuros distópicos. Algo de eso se transmite a La Parte Ausente, pero no queda muy claro. De hecho, nada en la película queda muy claro. La Parte Ausente es, a simple vista, una película atractiva. Es un film de ciencia ficción cyberpunk con fuertes influencias del cine negro. Algo así como si Blade Runner y Alphaville hubieran tenido en bebé. Los elementos para que funcione están ahí. Una ciudad oscura, un detective como anti-heroe y la femme fatale que termina por involucrarlo en un caso que se irá volviendo cada vez más personal. Al mismo tiempo todo se sucede en una Buenos Aires nocturna, futurista y post-apocalíptica. Pero los problemas llegan cuando es momento de hacer trabajar a todos estos elementos juntos, en una trama coherente, dinámica y bien cerrada. Son muchas las cosas que suceden en La Parte Ausente y son muchos los personajes que vemos deambular por una trama que no sabe como contenerlos. En algunos casos desaparecen tan fácil como aparecieron, y en otros las motivaciones nunca terminan por quedar claras o simplemente nunca se molestan en introducirlos y desarrollarlos como es debido en la historia. Al mismo tiempo, la película nunca deja de introducir nuevos elementos al juego. Inevitablemente esto hace la trama se vuelve confusa y, peor aun, densa. Es una verdadera lástima que narrativamente la película no funcione, ya que en otros aspectos logra sobresalir. Eduardo Ajaka y Celeste Cid, detective y famme fatale respectivamente, hacen buenos trabajos, al igual que Luis Ziembrowski en un papel secundario que es el que más cerca se encuentra de despertar algún tipo de sentimiento en el espectador. A pesar del bajo presupuesto, Maidana se las ingenió para transformar a la ciudad en la gran protagonista. Esto gracias a un cuidado y bien ejecutado trabajo de fotografía y post-produción, así como tambien de arte y vestuario. Sin dudas, el gran punto a favor de la película. Conclusión En su afán por presentar una historia compleja, que combina diferentes géneros y no deja de introducir nuevos elementos a su trama, La Parte Ausente se pierde el camino. El resultado es una cinta de ciencia ficción sin una idea clara detrás, que termina por desaprovechar todo lo bueno que tiene sucediendo a su alrededor, como son su interesante propuesta visual y algunas correctas interpretaciones.
Más que ausencia, puro vacío Cine visto. Producto del vacío contemporáneo, ciertas películas se arman como suma de otras ya vistas y conocidas. Un cartel inicial pone la historia de La parte ausente en contexto, en la tradición del cine de ciencia ficción. Se habla de una búsqueda de vida eterna y se insinúa que ciertos seres la habrían alcanzado, pero después hay una única referencia a eso, tan desconectada como todo lo demás. En lugar de desarrollar una lógica propia, La parte... corta y pega ideas incompletas, tomadas de otras fuentes. Como en algún relato de Bioy Casares, un científico busca vencer a la muerte con experimentos de laboratorio; se sugiere la existencia de una mujer-felino que, librada a sus instintos, ruge. También ruge una suerte de criatura de Frankenstein de aquí, creada por el científico de turno, a la que interpreta (sin palabras) Guillermo Pfening.Oscuridades. Embriones de cine negro se fusionan con alguna pretensión filosófica, fuertes tormentas y algún piloto, como se supone que sucedía en Blade Runner. En un duelo se cita a los spaghetti westerns de Sergio Leone, música pseudo Morricone incluida. Pero se olvida la función de esos duelos, la de representar momentos culminantes. A partir de la suposición de que el cine negro tiene que serlo visiblemente –visibilidad encomendada a Lucio Bonelli, notable DF de Liverpool y Dos disparos–, La parte... es tan oscura en términos de trama como visuales. Lo cual sirve para disimular transformaciones que se oyen, pero se evita mostrar, en contraplanos ausentes.Estereotipos. El investigador (Alberto Ajaka) vive en estado de dolor y melancolía, pero no se le contabilizan pérdidas. Tampoco es muy claro que se gane la vida con ello. Antes bien, basta que aparezca el equivalente de la femme fatale (Celeste Cid) para que el hombre se ponga a trabajar a su servicio. Aunque no se entiende del todo qué tiene que investigar, para qué y a cambio de qué. Luis Ziembrowski hace de dueño de bar con algunos contactos, que tampoco se sabe bien cuáles son. Su mujer canta una bonita versión de “Alma de diamante”, así como algún diálogo de pretensiones poetizantes suena a un Spinetta de segunda mano. A Cid y Ziembrowski se los ve tan tristes como a Ajaka. Lo mismo vale para el sincretismo de estilos vestimentarios, aunque no arquitectónicos. Todo está vaciado en La parte ausente. No se construyen personajes, drama o climas. Nada luce necesario. Unico posible mérito: la representación de una Buenos Aires que es y no es. Pero eso ya estaba en Invasión. Del film de Hugo Santiago parece provenir la idea de una nueva generación que hereda un mundo por el que habrá que luchar, representada aquí por una niña que habla en susurros y de la que también se ignora qué relación guarda con el resto.
Técnica demasiado ambiciosa para tan escasa sustancia Las referencias a "Blade Runner" de Ridley Scott son obvias, y si bien hay mucho esfuezo e ideas visuales, el resultado es demasiado ambicioso para tan poca sustancia. De todos modos "La parte ausente" no deja se tener cierto interés, no sólo en la imagen, que es lo que más se puede recomendar del film. La acción transcurre en un futuro tan pintoresco como el del famoso film de Scott (aquí tal vez haya una pizca menos de presupuesto, eso sí) y por supuesto combina la ciencia ficción con el policial negro. Hay un investigador (Alberto Ajaka) que recibe un trabajito demasiado riesgoso encargado por una beldad obviamente peligrosa (Celeste Cid, que tiene algunas buenas escenas pero podría estar mejor aprovechada), y en el medio aparecen muchos personajes oscuros y totalmente extraños, empezando por una buena muestra de mutaciones genéticas. A nivel guión, lo mejor es la utilización del ambiente de un hipódromo futurista, que da lugar a buenas imágenes y también al sórdido zoológico humano propio de estos círculos relacionados con el juego y los negocios non sanctos. Pero lamentablemente el director se dispersa entre los aspectos visuales y no logra hilvanar de manera interesante una trama que juega a partir de clichés del género sin poder alimentar esos lugares comunes con ideas propias o el suspenso del caso. A favor de "La parte ausente" hay que decir que técnicamente está muy bien, sobre todo teniendo en cuenta lo ambiciosa que es y lo relativamente discreto de su producción.
80 minutos de vacío Hay muchas, demasiadas ideas en La parte ausente, ninguna de ellas del todo bien desarrollada. En el film se puede apreciar toda una mixtura de géneros, temas y atmósferas: el vínculo con Blade runner es evidente (el noir dentro del contexto de la ciencia ficción, con un espacio urbano lluvioso, oscuro, tan atemporal como post-apocalíptico), pero también tenemos un coqueteo con el cine de terror a través de experimentos genéticos y mutaciones, el drama romántico y hasta un poco de alegoría social. Al director y guionista Galel Maidana, en su primer largometraje ficcional (antes había dirigido el documental La asamblea), se le notan las ambiciones, pero claro, esas ambiciones no equivalen a resultados. En buena medida, La parte de ausente no termina de alcanzar sus objetivos porque no termina de definir la forma de alcanzarlos. Y esto se nota especialmente porque el relato tarda muchísimo en arrancar: durante por lo menos media hora (dentro de un metraje total de ochenta minutos), el film gira en el vacío, sin rumbo, hasta que por fin comienza a encarar de manera más cabal su historia, centrada en Chockler (Alberto Ajaka), una especie de investigador privado al que una hermosa y misteriosa joven, Lucrecia (Celeste Cid), le encarga encontrar a un hombre llamado Víctor (Guillermo Pfening), vivo o muerto. Como no podía ser de otra manera, la investigación se irá complicando y lo irá guiando a Chockler hacia la propia Lucrecia, descubriendo todo un entramado donde se mezclan las carreras de caballos, experimentos ilegales, intereses bastante tétricos y eventos de características sobrehumanas. Aún después de plantear su premisa, La parte ausente sigue exhibiendo numerosos problemas narrativos, regodeándose en su lúgubre estética y en diálogos pesados, sentenciosos y sobre-explicativos (muchos de ellos en boca de un personaje encarnado por Luis Ziembrowski). De ahí que los protagonistas jamás adquieran un real volumen en sus características, sin salir del estereotipo, provocando un distanciamiento con lo que se está contando que es sumamente contraproducente. A la película sólo se le pueden reconocer sus rubros técnicos, como la dirección de arte y la fotografía, que le dan a esa ciudad un tanto inabarcable que es Buenos Aires una impronta novedosa y distintiva. El resto son minutos que pasan y pasan, sin llegar a tener un real impacto.
Hubo coincidencia unánime a la salida de la proyección. Tratando de definir qué es lo que acabábamos de ver, de tratar de encontrarle alguna explicación, todos opinamos que en “La parte ausente” el problema por excelencia era el guión. Este es un claro ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas en el cine. Digamos, si vas a homenajear, o mejor dicho extraer ideas de otras miles de películas del género al que querés adscribir, hacelo bien, y móntalo mejor. Si al menos tendríamos la sensación de estar frente a una broma, pero no, el filme se posiciona en todo momento como queriendo ser serio. Comienza dos veces. La primera, con un texto larguísimo queriendo decirnos que estamos en una época post apocalíptica en mi Buenos Aires querido, y que la moda es la experimentación e investigación en ingeniería genética con seres humanos secuestrados, asesinados, etc. La segunda apertura, es a través de una niña que nos cuenta el estado de situación de la sociedad, o eso al menos es lo que parece que decía el personaje que desaparece hasta el final del relato, para darle un cierre tan incoherente como el principio y el desarrollo del mismo. Luego, el tratamiento del mismo sólo tiene como modo de continuidad la oscuridad en que se desarrollan la mayoría de las escenas, la mayor parte de ellas nocturnas. Todas inconexas, sin justificar la aparición de personajes, sin mediar desarrollo alguno y con su posterior desaparición. En esta ensalada, más proclive a un revuelto gamajo, hablando de arte coquinario, ese en que se pone lo que se encuentra y se revuelve sin un orden, tal es la construcción de esta historia, donde tenemos de todo. Empezando por científicos excéntricos, tirando a desequilibrados mentales, mutantes, vampiros, personajes supuestamente mitológicos, y los dos más importantes: un asesino a sueldo, con aires de detective privado, llamado Chockler (Alberto Ajaka), al que se le suma una mujer, Lucrecia (Celeste Cid), con aires de fatalidad en su cuerpo, no en el rostro. Podríamos decir que Lucrecia oculta un no se qué cosa que, a través de sonidos guturales, parecen desear que el espectador la considere un mutante, mitad humana, mitad bestia salvaje, que aunque se esfuercen sigue siendo angelical, quien contrata al asesino para que encuentre y/o asesine a la tercera pata de la supuesta historia que nos quieren contar, ese misterioso “tercer hombre” (no confundir con el filme de Carol Reed del año 1949), Víctor (Guillermo Pfening) ¿Tan peligroso como mutante? Sin dejar de lado que Lucrecia lo quiere muerto a Víctor, al mismo tiempo de seducir a Chockler. Pero él es ante todo un profesional, por lo que termina siendo seducido por la femme fatale y el relato se desliza hacia una posible e incomprensible historia de amor. Sí, así como lo lee, pero esto no es lo peor. La cuestión es que todo es demasiado confuso, tampoco ayuda la verificación de que los rubros, mal llamados técnicos, la fotografía estaría casi a resguardo sino fuese por algunos detalles, como que sólo llueva sobre los personajes: los efectos especiales atrasan 100 años, más o menos,: el diseño de sonido y la banda sonora saturan el espacio aéreo, para sumarle que los diálogos parecen estar realizados en estudio, pues mucho de lo que hablan los personajes y las onomatopeyas que producen lo hacen con la boca cerrada, por ejemplo Chockler se la pasa jadeando, no importa si en la escena, esta sentado observando por la ventana, o si mira con binoculares a otros personaje en una escena en el hipódromo, el jadea. Todo se suscribe a ese nivel de pauperización del cine, a punto tal que hasta Luis Ziembrosky, lo mejor de esta producción, en el rol del amargo y triste dueño de un bar de “mala muerte”, al que le secuestraron la esposa, y al mismo tiempo funciona como amigo de Chockler, por momentos cruza la línea y aparece como exacerbado en su personaje por lo que pierde credibilidad, y eso con éste actor no es cosa fácil de lograrlo, hay que esmerarse, y mucho. Le sigue en esta escala de evaluación Celeste Cid, quien aporta lo suyo, no sólo es sensual, cuando lo necesita, también se presenta como sexy, al mismo tiempo que se muestra frágil. Todo el resto es material descartable, no sea que éste experimento contagie. En realidad no se si estoy hablando de la película, o de la realidad cinematográfica autóctona.
Con un experimento se intenta vencer la muerte y logar la vida eterna. Se desarrolla en un mundo post apocalíptico. Los personajes son extraños y todo transcurre en una Ciudad de noche, en lugares tristes, aterradores, espeluznante, casi siempre llueve, hay seres marginales, todo lo que se ve son suburbios, todos son seres oscuros, como así también el mundo que los rodea. Allí esta Chockler (Alberto Ajaka), un investigador y asesino a sueldo que recibe a una atractiva y sensual mujer de nombre Lucrecia (Celeste Cid, trabaja bien y hasta se cambió el look), al mejor estilo de femme fatal.Esta lo visita para contratarlo y le pide ayuda porque alguien la está persiguiendo. En una de sus misiones debe encontrar a un misterioso hombre llamado Víctor (GuillermoPfening), quien tiene poderes sobrenaturales, hay que encontrarlo vivo o muerto. A lo largo de la historia se van generando distintos climas, nos ofrecen varios enigmas, para ello se cuenta con una estupenda edición, todos los rubros técnicos están logrados. Van surgiendo muchas muertes, hay un grupo de personas que forman parte de una sexta buscan un método muy especial para lograr la eterna juventud, por eso existen una especie de vampiros que chupan la sangre, además hay una serie de experimentos genéticos, una red rara vinculada con las carreras de caballos y aparecen los mutantes. Este es el primer largometraje de ciencia ficción del director y guionista hondureño Galel Maidana (dirigió el documental “La asamblea”), quien va mezclando varios géneros: el comic, lo fantástico, la ciencia ficción, el terror y el policial negro, intenta obtener alguna semejanza a “Blade Runner" pero con el correr de los minutos, por trabajar tantas tramas y subtramas que no terminan de desarrollarse concluye sin convencer y resulta aburrida y va perdiendo el ritmo. El resto del elenco está compuesto por: Luis Ziembrowski, Edgardo Castro y Juliana Gattas, quienes no logran destacarse. Todo pasa fugazmente sin generar expectativa en el espectador.
Con mucha expectativa se esperaba esta película del director Galel Maidana no sólo por el clímax y atmósfera que el trailer anunciaba, sino por la historia que detrás de “La Parte Ausente” (Argentina, 2014) se presentaba. El director arma una historia apocalíptica en una Buenos Aires diezmada y arrasada, y que abusa de los que aún sigue en pie en ella. Hay un investigador, interpretado por Alberto Ajaka que intenta encontrar a un fugitivo de nombre Víctor (Guillermo Pfening) y que en su búsqueda se topa con la bella Lucrecia (Celeste Cid) quién le hará cambiar su destino y sus intenciones te terminar con la tarea. Chockler (Ajaka) recorre la ciudad con sabiduría y cuidado, porque el director lo dota de un conocimiento superior que lo ubica por encima de su enemigo, un misterioso dueño y patrón de todo lo que se vende en la ciudad y de lo que no se vende también. Él avanzará para poder encontrar a Víctor pero la pasión que siente por Lucrecia lo hará trastabillar en el camino hacia la revelación y el encuentro. La estética escogida por el director no desentonar con la mayoría de las diseñadas hasta el momento para este tipo de películas, pero la principal falencia es la pobreza de una puesta en escena qué más que mostrar una ciudad apocalíptica termina siendo una caricatura de un presente marginal y pobre. Es de imaginar que Maidana intento con los escasos recursos que tuvo, armar la mejor presentación para su historia, pero abusa de la música incidental y la utilización de filtros para colorear la imagen. En ese abuso se escapa la posibilidad de construir un discurso sólido y potente centrándose sólo en construir a Chockler desde un lugar que recupera la larga tradición de películas de ciencia ficción en las que la búsqueda de respuestas permitan construir una narrativa dinámica. Hay muchos puntos sueltos en la acción, porque la mayoría de las escenas, en la sucesión de imágenes, muchas veces haber perdido la continuidad en la sala de edición. Nunca se revela, por ejemplo, porqué se pierde tanto en Víctor el propio investigador y en Lucrecia en momentos claves. Tampoco aparecen respuestas sobre la niña que narra el comienzo de la película revelando un futuro incierto para los protagonistas ni porqué ese personaje no aparece hasta el final. Aún así Maidana la utiliza como narradora presencial de los hechos. En esta decisión no se aporta nada más que confusión a una trama que solo brinda más oscuridad a los hechos. "La parte ausente" podría haber sido otra película aprovechando el nivel actoral del trío protagonista pero termina opacando la oportunidad con pretensiones de construir un cine de género que no se consolida y que termina faltándole el respeto al espectador.
Que el cine argentino se anime cada vez más al cine de género es una buena noticia. En los últimos años hubo muchas películas que lograron destacarse, cuando en una época nos definía más que nada el género costumbrista o el drama de autor. Y “La parte ausente” es un film que apuesta a la ciencia ficción, a un relato post apocalíptico argento. Pero hace falta más que una buena idea y ganas de hacer algo distinto. Y la ópera prima de Galel Maidana parte de una premisa interesante pero su historia se va tornando cada vez más densa hasta llegar a tener demasiadas aristas que no terminan nunca de encajar. El principal atractivo de la película es sin duda Celeste Cid, con el pelo rosa y su belleza intocable, como Lucrecia, una especie de femme fatale, que contrata a su protagonista, el detective Chockler, para seguir a un misterioso científico. Su protagonista masculino Eduardo Ajaka está demasiado monoexpresivo pero los secundarios de Ziembrowski y Pfening aportan un poquito más. El film se pasea entre la ciencia ficción y el cine noir pero siempre tomándose muy en serio, tanto que su estética “berreta” (no como algo malo, pero que sin duda acá no funciona) termina desentonando por completo. Como si esto fuera poco, el guión no ayuda a llevar adelante la intricada trama, con un desarrollo poco profundo de los personajes y algunos agujeros narrativos. A la película le falta actitud, una idea que la encierre. A la larga termina siendo un mosaico de elementos que intentan demasiado construir un universo apocalíptico (y oscuro, casi no hay luz en todo el film), pero se olvida de generar una verosimilitud en forma atractiva. Ni siquiera los personajes están del todo delineados, adolesciendo de llamativa falta de profundidad en su desarrollo. Eso conspira para que entendamos el porqué de muchas de sus acciones. Sin dudas una película floja, que podría haber sido muy interesante pero se queda en la mitad de la ruta.