Camino a la desobediencia El ser humano es un animal muy especial en el que el éxtasis promedio se mezcla en serio con la pulsión de muerte y por ello mismo cada pequeña alegría incluye en su despliegue de impulsividad una generosa dosis de autosabotaje o tendencias suicidas mediante las cuales la vida se reconoce tácitamente como el adverso de la muerte y pide a los gritos regresar al vacío de donde salió. El séptimo arte desde siempre tomó conciencia de esto y se dedicó a analizar la facilidad con la que la supuesta diversión se convierte en delirio peligroso tanto de manera rimbombante como a escala implícita y sin total conocimiento por parte del sujeto de turno, siendo uno de los caballitos de batalla del rubro -sin lugar a dudas, al punto de mutar en un fetiche temático muy estereotipado- las fiestas de fin de año a escala global, sobre todo la Navidad y el Año Nuevo porque los Reyes Magos nunca salieron del todo de la condición de un jolgorio crucial para los purretes y nadie más. La Última Noche (Silent Night, 2021), debut en el largometraje de la directora Camille Griffin, es otro de los tantos intentos del mercado anglosajón de aprovechar tanto el costado autodestructivo del ser humano como ese marco ideal para las ironías y el humor negro que ofrecen las reuniones navideñas, una instancia de emparejamiento conceptual bienhechor a lo largo de gran parte del planeta que en esta oportunidad se vuelca hacia su contracara distópica, el apocalipsis. Todo transcurre en la casona campestre de la familia de Nell (Keira Knightley) y Simon (Matthew Goode), quienes junto a sus tres hijos, los gemelos Hardy (Hardy Griffin Davis) y Thomas (Gilby Griffin Davis) y el muy avispado Art (Roman Griffin Davis), se proponen pasar la Navidad con una variada colección de invitados que en esencia aglutinan a amigos de la infancia y la adolescencia con los que no han perdido contacto, grupete que abarca el matrimonio de Sandra (Annabelle Wallis) y Tony (Rufus Jones), padres de la malcriada Kitty (Davida McKenzie), la pareja lésbica e interracial de Alex (Kirby Howell-Baptiste) y Bella (Lucy Punch) y su homóloga entre un matasanos negro, James (Sope Dirisu), y una muchacha blanca que recientemente descubrió que está embarazada, Sophie (Lily-Rose Depp, la hija de Johnny Depp y Vanessa Paradis). El asunto parece normal, moviéndose dentro del esquema del conventillo melodramático/ familiar/ romántico tan característico de la comedia de parentelas revueltas, hasta que a comienzos del segundo acto se nos revela que la celebración por el nacimiento de Jesús coincide con una rauda ceremonia colectiva de suicidio pautada entre todos los comensales ya que el Reino Unido está a punto de ser golpeado por una catástrofe ambiental que toma la forma de una nube de gas que llega a los pulmones de los individuos, ataca el sistema nervioso y provoca una hemorragia mortífera. Más allá del puterío estándar que en esta ocasión complementa la confusión y zozobra por la próxima muerte piadosa, en simultáneo y sin dolor, cortesía de unas píldoras repartidas por el gobierno inglés para sus ciudadanos y no para los inmigrantes y los homeless, como por ejemplo el hecho de que Kitty se niega a abrazar a su madre, ésta está enamorada desde siempre de James, Tony se acostó una vez con la supuesta lesbiana Bella y finalmente Alex termina desmayada de tanto alcohol y confesiones de último minuto antes del óbito, a decir verdad el doble eje del relato pasa por la decisión de Art y Sophie de no tomar las pastillas santificadas por el Estado, en el primer caso debido a la desconfianza del mocoso para con los científicos tecnócratas y los dirigentes psicópatas en el poder y en lo que respecta a la fémina simplemente porque está preñada, situación que impulsa más y más discusiones ya que los padres del niño y la pareja de la mujer no aceptarán tan fácilmente que no les sigan la corriente en el suicidio. La idea de la propuesta de Griffin, una veterana del campo del cortometraje que aquí ficha a sus propios vástagos como los tres hijos de Simon y Nell, es interesante porque mezcla ingredientes varios de La Última Cena (The Last Supper, 1995), de Stacy Title, Melancolía (Melancholia, 2011), de Lars von Trier, y hasta El Sacramento (The Sacrament, 2013), de Ti West, no obstante la ejecución en sí deja bastante que desear. Lamentablemente, como decíamos, durante buena parte del metraje no pasa nada que no se vea venir a kilómetros de distancia, como estos conflictos demasiado lights para el sustrato habitual de las comedias negras, y si bien el trabajo del elenco es muy bueno, sobre todo el desempeño de ese genial Roman Griffin Davis que ya pudimos ver en Jojo Rabbit (2019), joya de Taika Waititi, la verdad es que los mínimos conflictos no sostienen la historia, los personajes son algo mucho intercambiables, los diálogos pretender ser graciosos y astutos sin lograrlo, la duración total de hora y media resulta excesiva y para colmo el cliché del mainstream anglosajón de la Navidad yéndose al soberano demonio no está particularmente bien explotado ni mucho menos desencadena un producto original y/ o con personalidad propia. Asimismo no se llega a entender -ni tampoco le importa demasiado al espectador, desde ya- qué quería transmitir exactamente Griffin con este camino hacia la desobediencia de parte de una Sophie que termina matándose para solidarizarse con James y de parte de un Art que parece morir por obra del gas y luego resucita de repente, dando a entender que la masacre nunca es absoluta y que el suicidio colectivo es una mala decisión o se condice con las estrategias de manipulación del gobierno sobre el vulgo, lo que se puede leer desde la izquierda, atacando el brexit y el parecer de delirantes que niegan sus propios intereses, o desde la anarquía militante, pensemos en gobiernos que decretan la obligatoriedad de las vacunas contra el covid-19 basándose en dolorosas inmunizaciones de apenas seis meses, todavía de carácter demasiado experimental y sin jamás haber luchado en serio en pos de la liberación de las patentes de los hiper enriquecidos laboratorios farmacéuticos, esos a los que África les importa un comino. Las buenas intenciones están y hasta la amena fotografía de Sam Renton también, sin embargo la música grandilocuente de Lorne Balfe embarra las escenas trágicas o de horror y la misma Griffin no se decide en torno a las potencialidades simbólicas de su trama, continuamente saltando desde la solemnidad desabrida y bastante superficial hacia una hipotética mordacidad que a lo sumo despierta sonrisas y nada más…
Crítica publicada en YouTube
Como todos los jueves, la cartelera de los cines se renueva. La directora debutante, Camille Griffin, llega a las salas con “Silent Night”. El próximo jueves 13 de enero, podremos ver una historia que transcurre en navidad pero no es muy navideña que digamos. Invitándonos a un viaje sobre la creación de un pensamiento propio. Evitando así, ser esponjas que absorben todo lo que las autoridades nos dicen. Además de reflexionar sobre el cambio climático, la diferencia de clases sociales y la eutanasia. Un grupo de amigos de toda la vida, y sus hijos, se juntan para la cena perfecta de navidad. La comida, el alcohol y los regalos abundan, pero las discusiones no tardan en aparecer. Y todo sería un drama con conflictos relacionales, sino fuera porque afuera una nube de gases tóxicos se encuentra arrasando con toda la vida en la tierra. Por más que intentan afrontar la situación con normalidad, el hecho de que esta sea su última cena ronda todo como un fantasma. Imaginen una mesa navideña donde se sienta toda esta gente: Keira Knightley, Matthew Goode, Roman Griffin Davis, Annabelle Wallis, Kirby Howell-Baptiste, Lucy Punch, Lily-Rose Depp, Rufus Jones, Holly Aird, Sope Dirisu, Davida McKenzie, Dora Davis, Gilby Griffin Davis, Hardy Griffin Davis. Donde los pequeños Griffin Davis, no solo hacen de hermanos en la ficción sino que además lo son en la vida real. Nada pareciera salir mal de esta familia forjada por la amistad. Las risas están a la orden del día, al mismo tiempo que el fin del mundo. La locación elegida para pasar sus últimas horas es una enorme casa inglesa. Este grupo de personas, todas muy pudientes, eligen pasar sus últimos momentos tal como vivieron sus vidas. Negando todo lo posible la situación, mediante un disfrute banal que busca evitar enfrentar la trágica situación. Sin preocuparse por los que menos tienen, lamentándose haber votado al partido conservador en lugar del ecológico, su única prioridad es pasarlo bien. No todo está perdido, el personajes de Art (Roman Griffin Davis) encarna la esperanza. Su idílica mentalidad de niño le impide pensar en que no queda nada por hacer. Se niega a creerle al gobierno, quienes le brindan pastillas de muerte a su población para evitar el sufrimiento. Evitando pobres y refugiados, por supuesto, ya que no son ciudadanos ingleses. Una vez más se deposita la idea de cambio en las nuevas generaciones. Los más antiguos culpables, voluntaria o involuntariamente, de lo que está sucediendo se sientan de brazos cruzados a esperar la muerte. Como sucede en la realidad, donde se espera de los que vienen, la solución a los problemas que causan los que están. Pero lamentablemente el momento de cambio es ahora y tal vez para cuando lleguen las nuevas generaciones, ya sea tarde. La directora, Camille Griffin, se presenta con una ópera prima contenida, con pocas locaciones y sin grandes despliegues técnicos. Logrando así, que “Silent Night”, no vea su mensaje diluido por la espectacularidad. Sumado al gran elenco que hace todo bien, mezcla la comedia con la tragedia, como si se tratara de una representación de nuestro posible destino.
Keira Knightley y la celebración del apocalípsis El fin del mundo vuelve a retratarse en el cine a través de una película que pretende combinar el terror y el drama familiar. Las historias del cine apocalíptico son variadas. Desde un meteorito a punto de destruir el planeta hasta una invasión zombi batallada por Brad Pitt, cada suceso de ciencia ficción es una nueva oportunidad para acercarnos al exterminio. ¿Qué es lo que hace que este género siga existiendo y convocando espectadores? La última noche (Silent Night, 2021) reúne a una familia en el marco de una posible cena de despedida. La ópera prima de Camile Griffin va a dar que hablar. Una especie de Frankenstein entre historial coral, película apocalíptica y navideña, que se enriquece con las interpretaciones y el impacto que busca generar. Sin embargo, su resolución es irregular y la energía del efecto sorpresa no se sostiene. Una agradable cinta de festividades se transforma en una débil mezcla de géneros que debilita el profundo mensaje que desea expresar. Keira Knightley (Orgullo y Prejuicio) y Matthew Goode (Lazos perversos) se cargan el film a sus hombros gracias a su doble rol de padres y anfitriones. El drama, el suspenso y el vértigo recae sobre ellos. Griffin, quien también escribió la obra, concreta sus intenciones, pero de una manera tibia e insegura. Palabras mayores para Roman Griffin Davis (Jojo Rabbit). El hijo de la directora nos regala una potente interpretación llena de angustia, humor y suspenso. En él todo fluye, pero cuando la historia se aleja del joven el fuego se va apagando para distanciarnos y confundirnos. No hay que contar mucho más de la trama. Eso sí: será una película disfrutable si vamos a verla con poca información en nuestra mente y sin pretender que éste film se convierta en la película definitiva de la temporada. Un drama apocalíptico que surfea entre el melodrama y la comedia puede ser un gran plan. La última noche es, además, una película que toca temas muy actuales y que desea reflexionar. Sin embargo, termina pinchándose al no terminar de jugarse. Un plan que falla en su ejecución, el cual puede ser fresco, pero que su originalidad se topa con la inexperiencia y la subestimación de algo tan respetado y representando en el cine como el fin del mundo.
Camille Griffin le da una vuelta de tuerca a las películas navideñas con un relato en el que conjuga los más profundos miedos de la humanidad, en donde una familia, al igual que el resto, deberá decidir sobre cada uno de los miembros, muy a pesar de estos, principalmente los niños, quienes vislumbran una vida plena, tal como le habían anunciado. Rusos, virus, catástrofes climáticas en una celebración diferente.
Tragicomedia negrísima, la ópera prima de Camille Griffin comienza como una película de espíritu navideño para luego convertirse en una historia apocalíptica. En efecto, cuando los distintos personajes de esta apuesta coral se reúnen en la casa que el matrimonio integrado por Nell (Keira Knightley) y Simon (Matthew Goode) tiene con sus tres hijos sabremos que el mundo está al borde de la extinción por la inminente llegada de una gigantesca y devastadora nube tóxica. De hecho, el gobierno británico ha repartido a cada ciudadano (con la excepción de homeless e inmigrantes ilegales) una pastilla suicida para que la ingieran y asegurarse así una muerte indolora. Con una propuesta y un espíritu satírico que remite de forma casi inexorable a la reciente No miren arriba, pero en el marco de un encuentro de fin de año en una casona campestre (en ese terreno la cosa está más en la línea de las desventuras de Entre navajas y secretos), La última noche oscila y pendula entre momentos de logrado humor negro con ese inimitable British touch y otros en los que se pone un poco obvia y aleccionadora. Con un dream-team actoral que incluye no solo a los anfitriones Knightley y Goode, sino también a los invitados interpretados por Annabelle Wallis, Sope Dirisu, Lily-Rose Depp, Lucy Punch y Kirby Howell-Baptiste, La última noche contrapone la mirada de los adultos con la de los niños. En ese sentido, el principal punto de vista del film es el de Art (Roman Griffin Davis, el chico protagonista de Jojo Rabbit e hijo de la guionista-directora en la vida real), quien no está demasiado de acuerdo con las miradas, posturas y decisiones de los mayores. La película está filmada y actuada con indudable pericia y profesionalismo, pero por momentos parece presa de la indecisión respecto de si jugarse por completo al descontrol (más en el tono de una Boda sangrienta, por ejemplo) o si convertirse en un film algo más serio que advierta sobre los riesgos de la devastación del planeta y los excesos de los gobiernos que nos llevan, sí, hacia el fin del mundo.
Las películas sobre el fin del mundo suelen tener un carácter espectacular, pero otras suelen dejar a un lado la destrucción masiva para centrarse en los aspectos más íntimos de la condición humana. La comedia viene siendo un lenguaje usual para tratar estas cuestiones. Don’t’ Look Up, de Adam McKay, va por el lado de la sátira más salvaje. Desde Gran Bretaña, La última noche propone una mirada igual de aguda pero con una tónica diferente. Es Nochebuena, y una familia organiza una reunión con amigos en una residencia campestre. El esquema es el habitual en estas celebraciones: comidas, charlas, juegos, regalos… sólo que a medianoche no llegará Santa Claus sino una nube tóxica que exterminará a la raza humana. Por disposición del gobierno británico, los festejantes deben ingerir píldoras que al menos les evitarán el sufrimiento. Pero Art (Roman Griffin Davis), el hijo mayor de los anfitriones, comienza a cuestionar la idea. En su ópera prima, Camille Griffin plantea una historia sobre el apocalipsis, una mirada ácida de la Navidad y, especialmente, la exploración de una familia ante una situación extrema. Y dentro de esto último, la relación entre los adultos, que intentan imponer un clima de alegría, y los chicos, ya demasiado empapados del estado del mundo como para mantenerse ajenos. Tampoco se evita tocar la diferencia de clases: en una escena, Simon (Matthew Goode), patriarca de la familia, cuenta que el gobierno dictaminó que los pobres y los inmigrantes ilegales no cuentan con las píldoras para suicidarse. Y ni hablar las menciones a la reina y su potencial estrategia para salvarse. La directora balancea el humor -a veces negro, pero siempre de un indudable sabor británico- y el drama, aunque termina imponiéndose lo segundo, sobre todo cuando Art adopta el rol de la voz de la conciencia. Aquí la película cae en el trazo grueso y no evita el golpebajismo. Cerca del final recupera, en algunas dosis, el equilibrio entre lo cómico y lo trágico. La labor del elenco resulta clave para darle credibilidad al delicado tono del film. Keira Knightley había participado en un film navideño, Realmente amor, pero aquí se luce como Nell, una madre intentando conservar el control. Matthew Goode compone a un padre consumido por la situación, aunque también trata en mantener las apariencias. Pero es Roman Griffin Davis, el JoJo Rabbit de la película homónima -con la que hay más de un paralelismo-, quien desde su papel de Art le aporta humanismo a ese contexto. La última noche logra darle un poco de humor a una instancia deprimente, aunque podría haber dado para una obra maestra.
Luego del polémico estreno de No miren arriba de Adam McKey, sobre la inminente extinción de la humanidad a causa del impacto de un meteorito; la impronta preapocalíptica vuelve a ser el tema principal de la ópera prima La última noche, de la directora y guionista inglesa Camila Griffin. A diferencia de la película norteamericana, en Silent Night los ciudadanos enfrentan un virus que se expande por el aire a través de nubes tóxicas como consecuencia del desastre ambiental en el planeta. A través de los medios y el gobierno los habitantes saben que esa será su última noche, con lo cual un grupo de amigos se reúnen para celebrar la Navidad en la casa de campo del matrimonio de Nell (Keira Knightley) y Simon (Matthew Goode) junto a sus hijos. Durante ese encuentro-despedida al que asistirán tres parejas más interpretadas por Annabelle Wallis, Sope Dirisu, Lily-Rose Depp, Lucy Punch y Kirby Howell-Baptiste; cada uno de ellos tendrá la posibilidad de enfrentar su destino como sólo un buen british puede hacer. En tono de comedia negra familiar, donde las disputas y los sarcasmos hacen de la cena navideña un encuentro dinámico de roles y estereotipos bien diferenciados; el dilema existencial que enfrentan los personajes ante su posible desaparición, genera el clímax que impulsa la película a ir más allá de la catástrofe ambiental para virar sobre cuestiones socio-políticas. La realizadora hace énfasis en la dominación que ejercen los medios y el sistema monárquico– al que se critica tímidamente- sobre la clase privilegiada a la que pertenecen sus protagonistas, al imponerles cómo deben vivir y morir dignamente a causa del virus que se aproxima. Lo contrario de esa situación reside en los excluidos sociales, que a nadie le importa si sufren al morir, porque en definitiva están fuera del sistema. En virtud de ese trasfondo desigual y mezquino del mundo adulto, el relato hará foco en el punto de vista del joven Art (Roman Griffin, hijo de la directora y protagonista en Jojo Rabbit), a quien se le otorga una mirada crítica e idealista sobre las posturas de sus padres, Nell y Simon, cuestionando los mandatos sociales y familiares que lo rodean. “Con Silent Night, quería crear una exploración metafórica de la moral y de los valores emocionales de la clase alta británica, expresa su directora. Puesto que heredamos los pecados de nuestros mayores, serán nuestros hijos quienes hereden nuestros errores y, dado que a los niños casi siempre se les niega la voz (…)” Presentada en la 54º Edición del Festival de Sitges donde obtuvo el premio a Mejor guion, La última noche es un buen inicio en la carrera de Camille Griffin, quien parece tener mucho que decir antes que el mundo colapse. LA ÚLTIMA NOCHE Silent Night. Reino Unido, 2021. Dirección y guion: Camille Griffin. Intérpretes: Keira Knightley, Matthew Goode, Lily-Rose Depp; Roman Griffin Davis; Annabelle Wallis; Lucy Punch; Sope Dirisu y Kirby Howell-Baptiste. Productores: Celine Rattray, Trudie Styler, Matthew Vaughn. Montaje: Pia Di Ciaula, Martin Walsh. Fotografía: Sam Renton. Música: Lorne Balfe. Duración: 90 minutos.
Camille Griffin presenta su ópera prima en la que retrata las relaciones familiares, las miserias que surgen en dicho marco durante el periodo de Navidad y algunas cuestiones ocultas que se entretejen por detrás que arrancan con cierto atractivo, pero rápidamente se diluyen en una obra que carece de inspiración y sagacidad. Hemos visto infinidad de relatos donde se dan encuentros familiares, fiestas y demás reuniones que comienzan de forma amena y terminan desbarrancando debido a diversas revelaciones y tensiones que surgen entre las interacciones de los invitados. Si bien la mayoría se encuentran en clave de comedia negra por ejemplo en relatos como «Festen» (1998) de Thomas Vinterberg (conocida en nuestro país como «La Celebración»), «The Party» (2017) y «Happy New Year, Colin Burstead» (2018) de Ben Wheatley, también hay ejemplos en otros géneros como puede ser en terror con la atrapante «The Invitation» (2015) de Karyn Kusama. En esta oportunidad, Camille Griffin nos presenta un relato que arranca como una comedia negra bastante clásica con tensiones familiares algo convencionales, que incluyen algunas relaciones extramaritales o declaraciones impensadas, pero también coquetea con el cine de «ciencia ficción» con ciertos elementos que rodean al contexto en el que habitan estos personajes. Tres familias de amigos se juntan a celebrar navidad en una casa de fin de semana alejada de la gran ciudad. Pero, al parecer, están al borde del apocalipsis y esta podría ser su última noche. Si bien algunos individuos presentan ciertos reparos ante la situación, la mayoría de los asistentes parecen haber tomado una decisión y proceden a fingir que todo marcha bien, celebrando como si nada estuviera sucediendo. Tarde o temprano las tensiones crecen y las emociones se exteriorizan dando lugar a un futuro bastante oscuro. Si bien es mejor no revelar demasiados detalles de la trama, sí podemos decir que el relato parece desarrollarse desde las clásicas convenciones del género con personajes que no están demasiado delineados y desarrollados, a excepción del maravilloso Roman Griffin Davis (el nene que protagonizó «Jojo Rabbit») que es el único que se luce en el largometraje. El espectador no sentirá ningún tipo de empatía o interés por ninguno de ellos ya que podrían ser claramente intercambiables unos con otros por carecer de rasgos distintivos o diferenciadores. Algo totalmente inaudito teniendo a un elenco bastante prominente entre los que se encuentran además del mencionado Davis: Keira Knightley, Matthew Goode, Annabelle Wallis, Lily-Rose Depp, entre otros. Por otro lado, además de que el guion presenta varios lugares comunes, también peca de no tener momentos de comedia o ingenio en los instantes en los que apela a la comedia negra, volcándose hacia un terreno más dramático y serio que le juega muy en contra a la hora de querer atraer al público. Asimismo, el contexto de ciencia ficción si bien tiene ciertos elementos atractivos y seductores, cae en un área bastante gris en la que parece estar dando un mensaje bastante confuso e incluso anti-vacunas teniendo en cuenta el contexto pandémico actual (algo que la directora tuvo que salir a desmentir y aclarar cuando le preguntaron al respecto, diciendo que la idea fue desarrollada en la prepandemia). «Silent Night» se siente trillada y como una oportunidad desperdiciada teniendo en cuenta el gran elenco con el que contaba y ciertos rasgos de la historia que se sienten interesantes pero que se desarrollan de forma poco sorprendente dando lugar a giros anticipables. Un film fallido por donde se lo mire.
Las accidentadas celebraciones de Navidad han dejado un reguero fílmico sin precedentes. Desde la euforia teñida de lágrimas que invade a James Stewart en ¡Qué bello es vivir! hasta las risas de la más negra venganza que encarna Macaulay Culkin en Mi pobre angelito, convertir la Navidad en una fecha decisiva para balances emotivos, encuentros caóticos y desenlaces imprevistos ha sido una estrategia efectiva para la inventiva cinematográfica. La última noche transita esa premisa pero con una salvedad, lo que parece en un comienzo una reunión de amigos, ricos y algo snobs, con cuentas pendientes, niños caprichosos y secretos del pasado, se convierte en la despedida apocalíptica de un mundo que parece haber llegado a su fin. El matrimonio formado por Nell (Keira Knightley) y Simon (Matthew Goode) es anfitrión de la Nochebuena en una imponente casona de la campiña inglesa. Los vemos en los últimos preparativos antes de la llegada de sus invitados, un grupo de amigos del colegio con los que han compartido parte de su historia, también algunas rencillas y reproches, y que ahora se disponen a compartir esta agridulce celebración. Es que detrás del brindis de estas cuatro parejas, que sacan a relucir los romances frustrados y las anécdotas de estudiantina, se aloja un pacto para enfrentar el inminente final de los tiempos, encarnado en un extraño veneno que parece haber invadido al mundo entero. A partir de entonces lo que promete ser una sátira de la Navidad, con piñas y gritos por los rencores guardados, los amores inconfesables y el hartazgo habitual de estas celebraciones, se revela como un melodrama macabro en el que el final inminente se tiñe de dilema moral. En ese sentido, el joven Art (Roman Griffin Davis, el niño de Jojo Rabbit), hijo de Nell y Simon, funciona como la conciencia de la película, tanto para encarnar el discurso sobre el cambio climático y la responsabilidad de las generaciones pasadas, como para poner en palabras lo que todos parecen querer conducir con eufemismos. No es que no sea válida la fábula ideada por Camille Griffin, más en tiempos en los que la realidad parece acercarse a cualquier pesadilla imaginada, sino que en términos cinematográficos la película no tiene demasiado para dar, salvo la solvencia de las actuaciones (Knightley, Kirby Howell-Baptiste, Davida McKenzie; Annabelle Wallis queda un tanto ceñida a la caricatura) y algún que otro chiste ingenioso sobre la comida de los perros de la reina. De hecho, las críticas al gobierno británico, las preocupaciones por la desigualdad social, las dudas sobre el saber científico y las responsabilidades de los padres respecto a sus hijos se enredan en un humor que nunca es del todo corrosivo sino que busca la salvaguarda en una lacrimosa reconciliación final. Griffin parece tentarse con el absurdo en algunas resoluciones de sus personajes, ofrecer una mueca crítica a la frivolidad de los allí reunidos, condimentada con miedos y egoísmos, pero el rumbo que pesa en su película es el de la advertencia, que hace que, en definitiva, esa irreverencia que define a la sátira se diluya en su buena conciencia.
Texto publicado en edición impresa.
"La última noche": fábula navideña antes del apocalipsis. No todas las películas de la cartelera comercial siguen al pie de la letra la fórmula de los géneros. Las pocas que escapan a esos lugares comunes suelen volverse interesantes a fuerza de singularidad y un carácter impredecible. La última noche es una de ellas, en tanto se erige como una cruza bastarda de fábula navideña con melodrama generacional, a la que luego le suma un inminente apocalipsis que cubre las festividades con el manto oscuro de las despedidas definitivas. El problema de la ópera prima de Camille Griffin no es tanto la falta de un tono uniforme -por el contrario, en la búsqueda de una textura rugosa e incómoda radica el principal mérito de la británica-, sino más bien de ejecución: ninguna de las tramas alcanza la espesura dramática suficiente para que esos personajes al borde del abismo se sientan cercanos. Difícilmente haya empatía si quienes sufren son títeres de un guion de hierro. Pasan unos cuantos minutos hasta que La última noche dispone todas sus cartas arriba de la mesa e ilumina el camino que recorrerá su acto central. Todo arranca con un almuerzo navideño que reúne a varios amigos del secundario en la casa materna de Nell (Keira Knightley). Junto a su marido Simon (Matthew Goode) y sus tres hijos (entre ellos está Art, interpretado por Roman Griffin Davis, protagonista de Jojo Rabbit e hijo de la realizadora) reciben a los integrantes de un grupo de comensales que responden a los arquetipos más gruesos de la comedia navideña: una mujer apresada en un matrimonio infeliz y a la que su hija le enrostra sin tapujos que no la quiere; una pareja interracial de lesbianas; un negro con estampa de modelo que llega en su auto deportivo junto a su novia varios años menor. Entre ellos, desde ya, hay unos cuantos asuntos pendientes y otras rispideces que el paso del tiempo no ha podido esmerilar. Hasta que de repente empiezan a hablar sobre el fin del mundo. Un fin que, como en la reciente No miren arriba, tiene fecha y horario definido: poco después de la noche del 25 de diciembre, la crisis climática alcanzará su esplendor con una ola de polvo tóxica que recorrerá de punta a punta el planeta, empujando a la humanidad a su extinción. A diferencia de la película de Netflix, aquí los gobiernos tomaron medidas. Bastante drásticas, por cierto: entregar a cada habitante una pastilla con veneno para suicidarse en las vísperas y evitar el dolor de una muerte espantosa. Es, entonces, la última noche del título latinoamericano, que cada quien la vive como puede. Algunxs piensan tomarla para ahorrarse el sufrimiento; otrxs no. En lo que todos están de acuerdo es en utilizar esa noche para cobrarse viejas facturas de asuntos de una banalidad supina (que tal se acostó con tal y el otro no sabía; que la otra le tenía ganas y nunca le dijo) si se atiende al contexto. El único atisbo de madurez lo aporta Art, que con sus dudas y revelaciones sobre el funcionamiento del mundo evidencia una pérdida de inocencia doliente. Sus preguntas –la mayoría sin respuesta– son de las pocas cosas que perduran en la cabeza luego de los créditos, síntoma inequívoco de una película tan arriesgada como fallida.
Una reunión de navidad con las historias familiares individuales, los secretos que salen a la luz, los problemas nunca resueltos en una noche de paz. Un enunciado que reúne en una mansión de las afueras a un grupo de amigos, ex compañeros de escuela, con sus respectivas parejas, en un encuentro agridulce que puede complicarse. A poco de andar la película que pinta como una más del género, se diferencia rápidamente del cliché y se transforma en una noche de horror, con toques de humor negro, y la mirada de los niños cuestionando todo: la diferencia de clases, la poca solidaridad, el autoritarismo, la obediencia ciega. De todo eso habla su directora y guionista Camille Griffin, que con la colaboración de su famoso hijo Roman Griffin Davies y de sus mellizos Gilby y Hardy, construye una mirada implacable para esos adultos que por momentos se olvidan que es la última noche de sus vidas. Por una casualidad podría verse como el reverso de “No miren arriba” en cuanto a la fe en los científicos, aquí los adultos que pueden prefieren suicidarse en masa antes que sufrir la agonía final, sin cuestionarse que pudo haber una salida o un equívoco. La directora, Camille Griffin, autora del guión, salió a aclarar que su film no es una visión de la pandemia covid, más bien se inspira en el colapso del cambio climático, y que tampoco es un alegato anti-vacuna. Tiene razón, es mucho más profundo, oscuramente divertido, muy melancólico y con temas fundamentales sobre el tapete. Agridulce y cuestionador, interesante y desconcertante. Atractivo siempre y con grandes actores: Keira Knightley, Mathew Goode, Lily-Rose Depp y siguen los nombres.
En La última noche, un grupo de viejos amigos se reúne para festejar lo que es su última Navidad, en el último día de sus vidas. El mundo se está por terminar debido a un gas venenoso que se extiende por todo el planeta. A pesar de la terrible situación, deciden pasarla lo mejor posible en una casa de campo en el Reino Unido, en la que vive el matrimonio protagonista con sus hijos (Keira Knightley interpreta a la madre y Matthew Goode, al padre). La reunión empieza a subir la tensión de sus intercambios y el dramatismo de sus diálogos, aunque los participantes no dejan de bailar, reírse, cantar y decirse verdades comprometidas. Los niños, sobre todo Art (Roman Griffin Davis), cuestionan un poco lo que está pasando. El Gobierno dispuso una píldora para que la población ingiera y pueda morir sin dolor antes de que el gas la alcance. Art cuestiona esa decisión y a los científicos que la respaldan porque cree que pueden estar equivocados. La ópera prima de Camille Griffin se erige como una suerte de alegoría navideña apocalíptica, una comedia negra sobre el fin de los tiempos y el cambio climático. Y es muy difícil no asociarla al presente pandémico, ya que su doble lectura (la del cambio climático y la de la pandemia) está tan bien construida y es tan corrosivamente inteligente que destierra cualquier comentario apresurado. Haya estado o no en las intenciones de la directora hacer una referencia directa a la pandemia, la película tiene elementos que indican esa alusión. Si bien algunos la tildaron de alegato antivacuna, lo cierto es que La última noche intenta ser una película crítica y honesta, que trivializa los peligros de la peste sin caer en el negacionismo. Es decir, la reconoce y llama al cuidado, pero termina diciendo que, después de todo, no es para tanto. Las reminiscencias de La Niebla se imponen. Sin embargo, la película de Griffin está más pegada al presente que al género en el que está parada, y es eso lo que le da un valor extra, una importancia significativa y, desde luego, un interés particular. Si la película se hubiera estrenado hace tres años, hubiera sido una más del montón. Pero es el presente y la coyuntura mundial lo que le da el valor que tiene. Griffin logra mantener el ritmo y la atención del espectador hasta el final. El timing de las actuaciones, los diálogos y cómo se va develando de a poco lo que pasa alrededor de los personajes es una muestra de efectividad narrativa. Película pequeña y felizmente coyuntural, polémica por obligación, descarada y con un humor entre oscuro y naif, la guionista y directora sabe cómo esparcir su postura sin quedar mal, una postura esencialmente optimista y esperanzadora. La última noche constata que el cine es el arte del presente. Y que todo cine es político, incluso cuando una película no menciona nada que tenga que ver con la política. Se puede estar en un término medio o no inclinarse ni por el extremo derecho ni por el izquierdo, pero siempre se toma partido y nunca hay posiciones neutrales.
UNA NOCHE DE VACÍAS PRETENSIONES “Pretencioso” es un término que suele usarse en la crítica de cine para aquellas películas cuyos resultados están muy distantes de sus ambiciones. Es decir, aquellos films que ya desde el vamos quieren quedar en la memoria de los espectadores a partir de temas supuestamente importantes, despliegues estéticos que quieren ser impactantes o trucos narrativos que buscan ser astutos, o todo eso junto. Y que muchas veces caen en obviedades discursivas, abusan del exhibicionismo audiovisual, se muestran finalmente predecibles y caen en el golpe bajo, o todo eso junto. Lo cierto es que ese concepto aplica bastante para La última noche, que a pesar de su estructura ciertamente pequeña quiere ser una película de esas que “nos hace reflexionar”. El relato arranca centrándose en la que parece ser una típica reunión de amigos y familiares en una casa de campo en el Reino Unido, aunque progresivamente nos vamos dando cuenta que todos están a la espera de un evento apocalíptico, que es tan inevitable como arrasador para toda la humanidad. De ahí que lo típico pase a ser atípico y que la fingida normalidad se vaya cayendo a pedazos, lo que le permite a la ópera prima de Camille Griffin desplegar toda clase de tensiones y conflictos en un espacio muy acotado. Pero Griffin no solo quiere construir una especie de comedia negra con rasgos dramáticos que van ganando peso a medida que transcurren los minutos. También quiere delinear una especie de pintura entre íntima y social, donde los integrantes de ese grupo variopinto son en buena medida representaciones de distintas posturas y miradas sobre el mundo. Está entonces el matrimonio bastante tradicional que se aferra al conocimiento mutuo, pero no sabe qué hacer con los planteos de uno de sus hijos; la pareja lésbica; el matrimonio al borde de la crisis; y la pareja interracial, todos aportando sus respectivos puntos de vista sobre temas tan debatibles como la muerte, la vida, el amor, los niveles de verdad, la maternidad, el sufrimiento e incluso el genocidio. El problema no está tanto en las ambiciones, sino en las formas en que Griffin quiere llevarlas a su concreción. Porque la verdad es que Griffin rara vez sale de lo estereotípico y las obviedades, en una película que, a pesar de durar tan solo una hora y media, luce estirada y deshilachada. Hay una falta de rumbo alarmante en la primera hora, que lleva a grandes dificultades para plantear la premisa, hasta que recién en el último tercio el film aprieta el acelerador para redondear su anécdota. Para peor, ese acomodamiento de piezas se da a través de una secuencia tan arbitraria como manipuladora, con un par de decisiones muy cuestionables. Si a eso le sumamos que ninguno de los personajes adquiere verdadera entidad y están solo para ser funcionales a los giros del guión, tenemos una experiencia entre intrascendente e irritante. Pero eso sí, con un montón de nombres importantes (Keira Knightley, Matthew Goode, Annabelle Wallis, Lily-Rose Depp, Lucy Punch, Rufus Jones) haciendo todo rápido y de taquito. La última noche es un film que quiere ser muchas cosas, pero es la nada misma.
Una reunión navideña en un caserón en la campiña inglesa donde se reúnen un grupo de amigos para festejar la Navidad. Al principio parece una especie de comedia dramática del género navideño, pero ciertas frases y situaciones avisan que hay algo más allá de lo que hemos visto. Y es así. No es una reunión normal aunque los participantes intenten fingir que lo es. La humanidad está llegando a su fin y esa reunión es la despedida del mundo. La historia juega con el humor negro pero se vuelve cada vez más dramática. Más aún cuando entre los participantes hay niños que tienen frente así el mismo destino que sus padres. Esa mezcla de film familiar navideño y relato apocalíptico consigue poco a poco generar claustrofobia e independientemente de los trucos del género, la película consigue transmitir una profunda angustia. Esto no es fácil de definir si es una virtud o un defecto. Su gravedad algo cruel no termina de cerrar completamente con respecto al inicio algo más ligero y ambiguo. La presencia de varias estrellas hace que la historia genere un interés extra en el espectador, porque como cualquier sabe, un rostro identificable logra una empatía más rápida. Keira Knightley, Matthew Goode y Roman Griffin Davis son tres de los integrantes del elenco de esta oscura comedia melancólica.
Reseña emitida al aire en la radio.
En el momento en que todas las plataformas, sin excepción, ofrecen miles de productos navideños que van desde las comedias románticas, películas familiares, productos de animación, hasta especiales navideños de reconocidas series, “LA ULTIMA NOCHE” comienza con el típico planteo de reunión entre amigos navideña, para ir cambiando rotundamente de género, ingresando rápidamente en planteos existenciales y decisiones que deberán tomar cada uno de los protagonistas frente a la posibilidad apocalíptica de una última noche en la faz de la Tierra. Dentro del grupo de personajes, el guion busca representar todos los estereotipos, sin olvidar de ser lo más inclusivo posibles. Familias tradicionales con sus hijos –con su felicidad real o fingida-, parejas homosexuales, noviazgos interraciales: el clan de amigos de toda la vida logra abarcar todas las potenciales opciones. Un grupo donde podremos encontrar el reflejo de la sociedad actual donde el guion juega con diálogos irónicos, con un humor típicamente inglés para clavar el bisturí sobre una clase lo suficientemente acomodada como para poner la lupa sobre los aspirantes a la actual high society. En un giro bastante sorprendente, nos enteramos que una gran nube de gas tóxico está acabando con toda la humanidad, y esta gran fiesta se transformará en una despedida general para pasar juntos esta última noche del título, despedirse de los afectos y enfrentarse a una decisión compleja: tomar o no la pastilla que los gobiernos han decidido repartir para una muerte rápida, efectiva y sin dolor, asegurando un sueño placentero para abandonar este mundo. Todos parecen completamente decididos con lo cual, el personaje más interesante del grupo es Art, el hijo de la pareja que componen Keira Knightley y Matthew Goode, que presenta pequeños actos de rebeldía y plantea preguntas que ponen en jaque a la postura de sus padres. Como un elemento adicional, Art está interpretado por Roman Griffin Davis, quien además de ser el hijo de la directora, es quien todos recordaremos como el protagonista absoluto de “Jo Jo Rabbit” que demuestra una vez más la atracción que produce frente a la cámara. El grupo de amigos tendrá, como sucede en toda reunión, algunos secretos, cuentas pendientes de resolver, situaciones del pasado que parecen salir a la luz en el momento menos pensado, y el tono de comedia agridulce va mutando a un tono mucho más dramático frente a la decisión que tomará cada uno de ellos respecto de consumir o no la pastilla. Camille Griffin acierta desde la dirección en generar los diferentes climas que requiere cada uno de los géneros que “LA ÚLTIMA NOCHE” intenta abarcar. Pero precisamente, en el intento de abordar ese momento apocalíptico de una forma diferente a cualquier típica película del fin del mundo (inclusive en un juego de dígalo con mímica se hace referencia a “El día después de mañana” como una obvia alusión a aquellos productos de los que quiere alejarse) la historia comienza a navegar en ciertas imprecisiones sin saber en cuál de las propuestas puede o debe hacer pie. La narración coral funciona, sobre todo por la solidez del elenco y junto a Knightley y Goode, están Lucy Punch, Lily-Rose Depp, Annabelle Wallis de “The Tudors” y “Peaky Blinders” y Kirby Howell-Baptiste de “Porqué matan las mujeres”. Pero la falta de precisión en la elección del tono de la historia cuando se aleja del humor ácido inicial, esa mezcla de géneros que plantea el guion, resiente demasiado el resultado general. La historia del apocalipsis se convierte en un drama ético sobre el consumo de la pastilla del último día, y una vez que abandona la historia del encuentro de amigos, no logra tampoco generar el ambiente de terror / horror y la dimensión fantástica del relato no aparece más que en un par de escenas aisladas. Sobre el final, un epílogo demasiado obvio para cerrar el filme, no logra dar con el toque novedoso que “LA ÚLTIMA NOCHE” proponía desde las primeras escenas.
Durante estos últimos años las temáticas de apocalipsis o invasión extraterrestre se han vuelto muy presentes en películas y series. Es un gran desafío poder plasmar una historia distinta a todas las existentes, saliendo del cliché y sin abundar del CGI. En este caso la directora Camille Griffin nos trae un nueva propuesta que nos hace darle más chances a estas temáticas. En la historia de «La última noche» lo primero que te planteas es: ¿qué harías si viene el apocalipsis? Esto se lo ha planteado una familia bastante particular la cual decide pasar el último día de sus vidas festejando la navidad. La gran anfitriona de esta última noche es Nell (Keira Nightley) junto a su esposo Simon (Matthew Goode) y sus tres pequeños hijos. Sus invitados vestidos de gala se encuentran preparados para tener una despedida feliz junto con quienes más quieren. Pero el miedo y el contexto hacen que surjan discusiones, que salgan algunos secretos a la luz y que los niños se revelen y expresen su opinión respecto a semejante suceso. Lamentablemente, las actuaciones no fueron lo más logrado en la película. El único que se destaca y que mantiene el rumbo de la misma es Roman Griffin Davis, quien interpreta a Art (hijo de Nell y Simon), el personaje estrella. Lo que sí estuvo muy bien trabajado es el guión porque genera incomodidad, risa y, además, da mucho para pensar ya que toca temas actuales, como por ejemplo el calentamiento global. Esto hace que el espectador logre conectarse con el film y sin dudas este aspecto es lo que se destaca del mismo, sumado a la estética que es oscura, pero luego nada más que sobresalga. Lo que bajó el nivel de la película no fue la historia sino las actuaciones, personajes insulsos que no terminan de cerrar ni de desarrollarse durante ella. La comedia negra vuelve a la pantalla grande y el concepto de ésta se cumple, trayendo una historia distinta y original que deja al espectador pensativo al momento de los créditos.
Imperfecta, con algunos momentos gratuitos, de todos modos la idea de una familia adinerada que pasa Navidad con amigos, una Navidad que es también la noche final de la Humanidad a punto de sucumbir, no deja de ser interesante y reflejar cierto estado de ánimo universal. El elenco entiende la situación compleja y la vive con una naturalidad que es, de cierto modo, lo más inquietante de un relato que no puede no ser molesto. Y está bien así.
El fin del mundo podría ser más divertido que esto La ópera prima de Camille Griffin parte de un concepto interesante, aunque en la práctica sea todo lo contrario. La última noche está cargada de diálogos aburridos que no llevan a ningún detonante fascinante, y tan solo contribuyen a la frustración del espectador. El boom viral por las películas del fin del mundo no para y luego de la notable sátira de Adam McKay, No miren arriba, llega a los cines La última noche (Silent Night), ópera prima de Camille Griffin que propone un fin del mundo mucho más deprimente y oscuro. En la historia, una familia se reúne a festejar el fin de sus vidas, entre alcohol, reflexiones aleccionadoras y discusiones banales que no llevan a buen puerto esta historia de premisa atractiva y ejecución regular. Faltan pocas horas para la extinción de la vida humana y el gobierno británico le dio a cada ciudadano (sin contar a los inmigrantes ilegales y las personas sin techo) una pastilla que ocasiona una muerte sin dolor. Nell (Keira Knightley), Simon (Matthew Goode) y sus tres hijos se preparan para la llegada de la nube tóxica que los matará, con una última cena en familia. Iniciada la velada, las posiciones cruzadas de cada miembro provocan el estallido emocional y las crisis detrás de tanta alegría impostada. Art (Roman Griffin Davis, el niño de la brillante Jojo Rabbit) no está para nada de acuerdo con la postura desalentadora de los adultos y es quien se rebela ante la situación. En este único personaje la película toma algo de vuelo y emplea giros de narrativa que, aunque predecibles, aportan mucho a la construcción del drama. La última noche es satírica y tiene algunos gags de humor ácido muy bien empleados, pero la historia general se deshilacha lentamente por falta de conflictos sólidos, más allá del fin del mundo (un escenario planteado desde la primera escena). La ópera prima de Camille Griffin está cargada de diálogos aburridos que no llevan a ningún detonante fascinante, y tan solo contribuyen a la frustración del espectador. El fin del mundo podría ser mucho más interesante que lo que se ve en la pantalla.
En esta extraña mezcla de comedia y tragedia se narra un encuentro navideño de un grupo de amigos ante la víspera del posible fin de la vida humana sobre la Tierra. Con Keira Knightley, Matthew Goode y Roman Griffin-Davis. Debe haber pocas películas más curiosas, en lo que respecta a su tono, que LA ULTIMA NOCHE. Han habido y hay comedias negras sobre el fin del mundo y dramas o films de terror sobre cataclismos de ese tipo, pero raramente uno se tope con una mezcla entre comedia romántica y trágico drama sobre la destrucción del planeta que proponga un tono como el de esta película indiscutiblemente británica. Si uno se guía por sus primeros 15 minutos tendría la impresión que verá una de esas comedias de enredos que transcurren a lo largo de una reunión navideña entre varias parejas de amigos. Y aún cuando se revela la gravedad del acontecimiento que en realidad los ha reunido, los intercambios humorísticos continúan. Lo curioso es que, cuando el caos se desata, la película se toma muy en serio lo que está pasando sin dejar de colar humoradas aquí y allá. El espectador no sabrá muy bien cómo disponerse ante la propuesta. Y esa incomodidad, en algún punto, le será beneficiosa. Como una combinación entre la reciente NO MIREN ARRIBA, que también es una película sobre el fin del mundo pero apuesta a la comedia en casi todos sus niveles, y MELANCOLIA, de Lars Von Trier, que tiene como eje de su trama un inminente impacto destructivo pero en términos claramente trágicos, LA ULTIMA NOCHE bascula entre esas maneras de enfrentarse a un hecho terrible. Y a eso le suma una serie de apuntes muy británicos que podrían ser definidos como «mantengamos las apariencias y la ironía como si nada realmente importante fuera a suceder». Y eso es lo que pasará en la reunión navideña que tiene lugar en el hermoso caserón de la campiña inglesa en el que la familia que integran Nell (Keira Knightley), su marido Simon (Matthew Goode) y sus tres hijos reciben la visita de un grupo de amigos. El grupito de invitados incluye a la impulsiva Sandra (Annabelle Wallis), su «aburrido» marido Tony (Rufus Jones) y su hija Kitty (Davida McKenzie), que tiene un aire un tanto peculiar; a la pareja lésbica que integran la simpática Bella (Lucy Punch) y la un tanto más tímida Alex (Kirby Howell-Baptiste), y a la dupla compuesta por el médico James (Sope Dirisu) y su nueva y joven novia estadounidense Sophie (Lily-Rose Depp), que está embarazada y a quien se nota entre incómoda y molesta por la manera en la que todos parecen comportarse como si nada pasara. Toda la presentación invita a ver una comedia de enredos, celos, revelaciones y otros problemas típicos de una reunión de este estilo, pero de a poco vamos escuchando comentarios que dan a entender que algo más pasa ahí. Y pronto se revela: el acontecimiento será también una celebración de «la última noche» antes de la llegada de una nube de gases tóxicos que acabará con la vida en el planeta Tierra. Y las familias han decidido enfrentar ese desastre inminente juntos, tratando de atravesarlo lo mejor posible, entre comidas, bebidas, bailes y festejos varios. El verdadero protagonista de LA ULTIMA NOCHE (SILENT NIGHT) es Art, hijo de Simon y Nell (sus otros dos hermanos mellizos funcionan como ocasional relevo cómico), un chico visiblemente atribulado con lo que va a suceder y que, como Sophie, no entiende muy bien la manera en la que los adultos de la sala actúan al respecto y hasta se dan regalos navideños. Es que todos se han puesto de acuerdo en hacer algo específico ante la calamidad que se acerca (que no revelaremos acá) y el chico no quiere saber nada con ser parte de eso. En su manera juvenil y hasta esperanzada, duda sobre lo que le dicen que pasará y cree que debe haber alguna manera de hacer algo para detener lo que en apariencia se viene, de enfrentarlo y combatirlo. Y por más que los adultos le insistan con que eso no es posible, el pequeño Art (interpretado por Roman Griffin-Davis, el chico de JOJO RABBIT, que es además hijo de la realizadora, al igual que los mellizos que encarnan a sus hermanos) se obsesiona con la idea. La amenaza se hará cada vez más presente y la película irá girando su tono, que hasta entonces parecía armado en función de los problemas personales, celos, envidias, reproches y otros típicos platos navideños del evento en cuestión. El giro será raro –fuerte, dramático, potente– y dependerá de las ganas del espectador de pasar de una comedia a un drama sobre la muerte de todos los seres vivos sobre la Tierra de cómo se acomode a la propuesta y la tome. La directora Camille Griffin, en su opera prima, parece muy segura a la hora de mover las piezas hacia una zona más angustiante que lo imaginable al arrancar la película. Y si bien se tropieza con algunas piedras en el camino –es una movida que no es nada fácil, aún para cineastas experimentados–, la radicalidad de la decisión sorprende y la película hace esa transición bastante eficazmente. De hecho, se vuelve más interesante como drama de lo que era hasta entonces. A diferencia de la popular comedia negra de Netflix de Judd Apatow, aquí la angustia es real y el costado político-ambientalista está mucho mejor dosificado en los rincones de la historia, sin necesidad de discursos altisonantes. Se entiende que se trata de un desastre ligado al cambio climático y queda claro también que la gente de dinero tiene algunos recursos para cuidarse que son mayores que los del resto de los humanos. Y la película sutilmente critica a esos personajes poderosos o de clase alta que nunca hicieron nada para frenar el asunto y ahora se contentan con tratar de que el final sea lo menos doloroso posible… para ellos. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
Se estrenó en cines “LA ÚLTIMA NOCHE”, una comedia con un reparto de lujo que roza lo bizarro. Protagonizada por Griffin Davis ('Jojo Rabbit'), Keira Knightley y Matthew Goode, marca el debut de Camille Griffin como directora. Mientras el mundo se encuentra en pleno apocalipsis, un grupo de amigos se reúne para celebrar su última navidad antes de que un gas mortífero termine con todo... Lo que en un principio parecía una festividad tranquila pronto se transformará en un día de puro caos. Es una ópera prima con buenas ideas y un concepto interesante, pero que no termina de funcionar. Todo parece acelerado y precipitado. Entiendo que la velocidad con la que transcurren los hechos y su poco desarrollo está ligado a que estamos ante una historia que va a contrarreloj de la naturaleza. Sin embargo, esto no está bien logrado. Los primeros minutos tienen un montaje infernal donde no terminamos de ver un plano y ya pasamos al siguiente, habiendo una sobredosis de información innecesaria. Recién superado este momento, afloja un poco la cuerda y va de lleno al tema que compete a la película. Hay indicios de lo que podría haber sido una obra destacable con ideas peculiares. Pero esto queda opacado por momentos de comedia innecesarios que dejan mucho que desear. Más allá de que la comedia es absolutamente relativa a cada uno, sus chistes son irrelevantes a los asuntos que trata. En un largometraje de tan solo 90 minutos, tenemos múltiples escenas que se podrían haber omitido y desencadenado el mismo final. La contaminación y el daño al medio ambiente es un tema sensible hoy en día. Esto no quiere decir que mediante la banalización y la comedia no podamos reírnos de nuestras desgracias. Incluso con esta táctica se podría plantear una reflexión sobre nuestra sociedad y su ignorancia, tal y como lo hace la reciente “Don't Look Up”. Pero este filme no logra nada eso, simplemente escoge un tema de actualidad y lo utiliza de manera obvia para intentar causar interés. Esto sumado a un final polémico que dejará pensando a más de uno acerca de lo que realmente se quería transmitir sobre el tema. “LA ÚLTIMA NOCHE” puede resultar más que interesante para aquellos fanáticos de la comedia bizarra. Roman Griffin Davis es el pilar de toda la cinta, su actuación es lo más destacable, y mejora la calidad de la obra en general. A pesar de esto, ciertas ventajas tanto en reparto y guión no se pudieron aprovechar del todo. Por Felipe Benedetti
No es otra tonta película sobre el fin del mundo Como si fuera una saga después del “boom” que resultó ser “No mires arriba”, ahora llega otra película sobre el fin del mundo. Pero en “La última noche” no se apela tanto a los meteoritos ni a las precisiones científicas. Aquí se hace foco en una pareja que decide reunirse con sus hijos y sus amistades más cercanas para festejar la Navidad en la noche previa al fin del mundo. Y para evitar el sufrimiento decidieron tomar una píldora que garantiza la muerte inmediata sin sangre y sin dolor. Camille Griffin plantea esta historia como una comedia negra. Sobre todo al principio, cuando parece que le hiciera un guiño a “Perfectos desconocidos”, ya que todos y todas se animan a contar sus verdades y tirarlas sobre la mesa. Pero las revelaciones de quién se acostó con quién, las sorpresas y las risas comenzarán a tomar un sabor agridulce cuando vaya llegando la hora de la verdad. Y aquí es cuando comienza a tallar la figura de Art, interpretado por Roman Griffin Davis, el adolescente que descolló en “Jojo Rabbit” y aquí vuelve a dar una clase de actuación. Porque Art es el que rompe con el supuesto clima de celebración al plantear que él no sólo no está dispuesto a morir, sino que no está de acuerdo en tomar esa pastilla, ni tampoco que sus padres sean los que se la den. “Si me matan no son mi familia”, plantea Art y reniega de que las personas con menos recursos deban morir a expensas de ese gas letal que invadirá el mundo sin que ellos no muevan un pelo para ayudarlos. La directora, que también es la madre del pequeño actor, coloca a Art en una suerte de reserva moral, que puede leerse tanto para referir a la máxima de “los chicos siempre dicen la verdad” como también a una crítica a las sociedades occidentales del capitalismo salvaje. Estos factores hacen que esta no sea otra tonta película sobre el fin del mundo, más allá de que el filme cuenta con algunos clichés sensibleros que podrían haberse evitado.
Teniendo en cuenta los últimos años de la pandemia mundial por COVID, la emoción y la cruda relatividad de La Última Noche son coincidentes e incómodamente realistas. Camille Griffin utiliza la excusa de un supuesto fin del mundo para analizar el momento que nos ha tocado vivir; consigue contrariarnos, pero también, que disfrutemos de la reunión redentora de este grupo de amigos en sus últimas horas.
La última noche, o una lección de cómo arrancar lágrimas con una falacia Una navidad, amigos que se juntan. El formato repite el típico cine en el que un grupo de amigues se reúnen y a lo largo del metraje comienzan poco a poco a sacar sus “trapos sucios”. Hasta que hacen catarsis y cada uno se marcha a su casa, de alguna manera y con un giro sumamente violento pero hay que reconocer que renueva el género es la trilogía de Qué es lo que hicimos ayer de Todd Philips. Sin embargo, en el momento que todo se vuelve insoportablemente tedioso, nos enteramos que lo que pasa, y lo que va a pasar, es infinitamente más grave, es el fin del mundo. En los años 60´ se habían puesto de moda unas serigrafías con el rostro de un niño llorando. Quizás esa década fue una de los más “berretamente” sensibleras, montada sobre los 70 también. No estoy hablando por supuesto de la foto de la niña desnuda cubierta por napalm, no estoy hablando de esos documentos que cada tanto nos golpean el alma por mostrar la atrocidad que podemos llegar a hacer, no. Me refiero a esas otras imágenes de una mujer embarazada con una rosa blanca en contraluz, o esas otras películas como Castillos de hielo” que arrancan lágrimas casi a las patadas, que como diría Putin, “el que no fue comunista de adolescente no tiene corazón”. El que no llora viendo morir a dos enamorados es un pedazo de hielo, pero sí, el cine una y otra vez nos alcanza con estas futilidades. Nos obliga a llorar. Pero también se puede salir riendo a carcajada limpia o indignarse.. La última noche parece hecha por un grupo conspiranoico. Y si no está pagado por un grupo antivacuna, la directora Camille Griffin es funcional a la peor de las posturas anti vacuna, diría miserable. Por otra parte, ubicar de vuelta el drama en la más alta y rancia aristocracia inglesa, tan aristocrática que se permiten hacer chistes sobre la reina y sus perros, aburre, cansa y ofende en estos momentos. No por la Reina (no soy monárquico en lo absoluto) sino por el sentido de quien los hace; ver la tragedia en un bien puesto “chatêau” sería en francés (mi indignación es tal que no me deja pensar) es la contracara de las películas de los 70, diseñadas para actores en decadencia, que sucedían en la costa del sol, en Marbella o en cualquier otro lugar de la costa del Mediterráneo. La pandemia exige más pandemia. Morir con latas de cocacola y preocuparse 20 minutos, para mostrar lo buen padre que se puede ser en un Country House en la campiña inglesa casi es repulsivo, como también los juegos de sinceridad amorosa y deslealtad asumida. Mostrar lo bucólicos que pueden ser es reanimar la llama del chauvinismo, la contracara de este film es la novela “La única historia” de Julian Barnes (Anagrama, 2018). El film es funcional a los libertarios antivacunas, los que conspiran con la idea de que el Estado y los científicos mienten. Una vez puesto en crisis eso, cualquier cosa es posible. Que existan vampiros, que la tierra es hueca o que en la Antártida hay platos voladores nazis; no señores, no es momento para jugar con eso, o mejor dicho no se puede ser inocente y decir que es una fábula inocente. Es muy serio y peligroso lo que plantea, me guardo de hacer suposiciones e incluso deseos, lo más indignante del tema es que levanta una montaña discursiva para plantar una semilla que parece inocua y pequeña y sé que muchos me van a decir que no vale tanto escándalo, también podrían decirme que no le de entidad porque con estos escritos voy a hacer que la vean. Sí hay que verla y darle entidad, darle relieve y señalarla. Hoy ciertos discursos vienen en paquetes muy elaborados y hay que verlos para entenderlos, ya que ninguno de los lectores es un patán o un zonzo que va a ser cooptado por este discurso. Pero hay que tener claro que, como dice Jean Cayrol, ya no es la brutalidad infame de los nazis lo que hay que temer, es algo mucho más sutil, que se cuela en muchísimos discursos de apariencia inocua.
“Última Noche” nos presenta una temática navideña tergiversada: el fin del mundo llegará esa misma noche. Un drama tragicómico se desenvuelve mediante abundantes dosis de humor negro. La mesa está servida, nos disponemos a la última celebración. Imaginemos el desasosiego imperante, bajo la modalidad de sátira apocalíptica made in britan que recuerda a la reciente “No Miren Arriba” (Adam McKay, 2021). Una reunión que devela secretos del grupo, diversos entresijos vinculares y un plot twist que todo lo cambia sazonan una propuesta que coloca el punto sobre las íes en aspectos de crítica al orden social. La total devastación está mucho más cerca de lo que pensamos. Protagonizada por Keira Knightley, Matthew Goode y Roman Griffin Davies, el film rompe cierto verosímil prefigurado, lindante con registros más exagerados que reflejan miedos e inseguridades de sus protagonistas. Camille Griffin, debutante en materia de largometraje, dirige y guiona un relato ligeramente relacionado con cierto panorama distópico reconocible a nuestro tiempo. La ironía, la exageración y la incorrección política resultan tres valores omnipresentes en una obra dispuesta a debatir cualquier tipo de convencionalismo.