Postrimerías del amor En la interesante Las Estrellas de Cine Nunca Mueren (Film Stars Don't Die in Liverpool, 2017) coinciden tres vertientes del cine contemporáneo, a saber: en primer lugar tenemos el viejo recurso narrativo del melodrama con destino trágico a lo Love Story (1970), ese que nos muestra el nacimiento y desarrollo de una relación para luego rematarla con una enfermedad funesta, en segunda instancia está el tópico de las parejas con una diferencia de edad más que significativa, temática que ha sido trabajada en muchas oportunidades desde Lolita (1962) y Harold & Maude (1971) hasta Perdidos en Tokio (Lost in Translation, 2003) y Venus (2006), y en tercer término se ubica el sustrato de las biopics, una mega obsesión del mainstream actual que en esta ocasión se mira a sí mismo desde un personaje y/ o perspectiva lateral en sintonía con Mi Semana con Marilyn (My Week with Marilyn, 2011), Hitchcock (2012), El Sueño de Walt Disney (Saving Mr. Banks, 2013) y Life (2015). Ahora la estrella de turno del séptimo arte es la relativamente olvidada Gloria Grahame, una actriz norteamericana que tuvo un período de auge en su carrera durante la década del 50 interpretando a vampiresas del film noir, hasta ganando un Oscar por Cautivos del Mal (The Bad and the Beautiful, 1952), y cuya trayectoria se fue apagando debido a querer dar de baja el encasillamiento (eligió/ la eligieron para películas que poco tenían que ver con el policial negro que la hizo famosa), a alguna que otra pelea en el ambiente que la llevó a volver al teatro (su primer amor en materia profesional) y en especial al hecho de haberse enamorado de su hijastro, Anthony Ray, vástago de Nicholas Ray (Gloria y Anthony a posteriori se casaron en México en 1960 y tuvieron dos hijos, divorciándose en 1974). La obra adopta la óptica de su último amante, el actor veinteañero Peter Turner (Jamie Bell), para retratar los años finales de la vida de la mujer, ya actuando y viviendo en Inglaterra. El correcto guión de Matt Greenhalgh, un especialista en biopics luego de haber escrito Control (2007) sobre Ian Curtis, Nowhere Boy (2009) acerca de John Lennon y The Look of Love (2013) sobre Paul Raymond, utiliza una estructura -innecesariamente compleja- de flashbacks y flashforwards continuos para pasearnos entre dos líneas temporales, la primera centrada en el encuentro de Turner y Grahame, allá en Londres en 1979, y la segunda en el agravamiento de la salud de Gloria, en 1981 en Liverpool, en función del regreso de un cáncer de mama que parecía haber entrado en remisión. Annette Bening es la encargada de componer a la protagonista y la verdad es que su desempeño es excelente considerando que la Grahame real era una persona retraída y muy delicada en su hablar y forma de ser, lo que obligó a una Bening casi siempre aguerrida/ avasallante a actuar en “pose afectada” a lo largo de todo el film, una experiencia insólita y extraordinaria que vale la pena presenciar. Ahora bien, más allá del enorme trabajo de la actriz y de un Bell que también arremete con toda su destreza y oficio, la realización en sí no aporta demasiado a la temática principal, alarga algunas escenas más de lo debido y se vuelve algo repetitiva en su segmento final con la dialéctica de un Peter que no la quiere dejar ir y una Gloria que ve venir lo inevitable y curiosamente le pide mudarse a la casa de su familia, en esencia encabezada por su madre Bella (Julie Walters), lo que dispara paulatinamente una serie de conflictos entre los distintos integrantes del clan Turner en torno a qué hacer con Grahame y su triste deterioro progresivo. El opus de a poco termina desdibujándose como retrato de una celebridad ya mayor, no obstante adquiere fuerza como un análisis sutil y humanista de las postrimerías del amor, concentrándose en el cariño compartido sin darle tanta importancia a las razones concretas del punto final de la relación (la enfermedad, la distancia en años, los fantasmas del pasado, las familias de cada uno, la desaparición del fulgor inicial, etc.). El director Paul McGuigan, artífice de una carrera de lo más errática que promedia obras por lo general afables, no logra que Las Estrellas de Cine Nunca Mueren llegue a descollar como pudiera haberlo hecho pero por lo menos sabe redondear un melodrama inteligente de pérdida que coquetea con el suicidio solapado a raíz del cansancio para con una vida que se extingue…
Apagarse de a poco. Los resortes del melodrama más clásico, el derrotero de toda biopic en etapa trágica y un gran desempeño de Annette Benning en la piel de la actriz Gloria Grahame, consagrada con un Oscar por su rol en Cautivos del mal (1952), además de una trayectoria importante en películas Noir de los ’50 no escapa a la tradición de películas que hablan del ocaso de estrellas o participan de su eclipse una vez pasada la época de brillo en las pantallas del mainstream hollywoodense. Además, Grahame contaba con una reputación privada un tanto cuestionable al haber contraído matrimonio por cuarta vez con su hijastro, hijo del director Nicholas Ray. Pero ese es un dato anecdótico que no hace a la esencia de esta historia de amor con el joven londinense Peter Turner, un aspirante a actor teatral que la conoció en Liverpool en 1979 y hasta 1981 la acompañó en su enfermedad terminal, a medida que la estrella se iba apagando, su glamour desaparecía y Peter jugaba un rol complicado en su atormentada vida y relación de pareja. No obstante, así como la actriz en su ocaso se va opacando, el relato propuesto por el director Paul McGuigan hace lo propio y alarga un desenlace que es una crónica anunciada desde el momento en que la palabra cáncer aparece en la historia. Las transiciones en el mismo espacio para definir dos momentos de la relación entre Peter y Gloria encuentran un sentido estético en la puesta en escena pero por momentos el vaivén de 1979 a 1981 y viceversa cansa al espectador y quita ritmo valioso al melodrama y a los tiempos internos y muertos de secuencias donde el trabajo de composición de una Benning contenida se pierde, así como sus erráticos comportamientos respecto a Peter y su entorno familiar, aspectos que van más allá de los aires de diva de toda actriz hollywoodense que se precie. Por otra parte, cuando el director ubica la trama en el drama personal de Gloria es cuando el film recupera terreno perdido y gracias a la dirección de actores evita el melodrama cursi para terminar en un poético homenaje a las divas que como las estrellas un día dejan de deslumbrar pero nunca de brillar.
Qué poderoso que es el arte. En cualquiera de sus formas tiene la capacidad de inmortalizar a cualquier persona: sin ser escritor o escritora se puede ser homenajeado en las líneas de algún cuento; sin ser actor o actriz se puede ser homenajeado en alguna película. El libro y el film son huellas que permanecen en el mundo: nos sobreviven y permanecerán para siempre. “Las estrellas de cine nunca mueren” refleja muy bien esta idea, más allá de ser cercana a la biografía de Gloria Grahame, quien ganó el Oscar en 1952, haciendo hincapié en su relación con Peter Turner, quien escribió las memorias que sirvieron como base para este largometraje. Paul McGuigan nos trae un producto entretenido. Si bien al inicio se utilizan transiciones algo curiosas para reflejar una retrospección, su dirección general es buena y se combina con una gran elección de música, tanto para ubicarla en el ambiente como para las escenas de baile. La estética se adecua perfectamente, como así también sus vestuarios. La trama se desarrolla continuamente y no se estanca, aunque no le es fiel en su totalidad a los hechos. Eso, en una película con tintes biográficos, disminuye su calidad. Gloria Grahame (Annette Benning) se enamora de Peter Turner (Jamie Bell), un joven actor. Ella era una actriz consagrada que transitaba sus 54 años de vida, mientras que él, a sus 26, se iniciaba en el mundo artístico. La historia refleja la idolatría hacia Gloria Grahame por parte del público, fácilmente observable en la relación que entabla con Bella (Julie Walters), la mamá de su novio. El análisis de los personajes, por desconocimiento casi total de las memorias de Peter Turner, se restringe. Igualmente, Annette Benning encarna de gran manera a Gloria Grahame, reflejando todas sus intenciones durante la película a través de los tonos de su voz o de sus gestos. Jamie Bell se pone en la piel de un Peter Turner que, en un principio, nunca supo la influencia de su novia y que, al darse cuenta, muestra una personalidad endeble. “Las estrellas de cine nunca mueren” es una película que entretiene dentro de los límites de una biografía. Además, con referencias constante a leyendas del cine como Humphrey Bogart, le rinde homenaje a su título. Aunque, más que las estrellas de cine, los artistas nunca mueren.
Crítica emitida por radio.
Una historia de amor entre una mujer que fue famosa en Hollywood, Gloria Grahame, que gano un Oscar (Por su labor de reparto en “The bad and the beautiful “Cautivos del mal” para nosotros, con Lana Turner y Kirk Douglas) y que en sus últimos años se dedico a trabajar en teatro, y un aspirante a actor, que no conocía su fama, más joven, en sus 30 años, que quedó deslumbrado con ella. Peter Turner, de él se trata, escribió un libro en el que se basa la película dirigida por Paul Mcguigan, con guión de Matt Greenhalgh. La intención clara es otorgarle la mística de los romances de película, con sus imposturas y sus tics, y la historia funciona por la gran química que logran un adulto y talentoso Jamie Bell y una maravillosa Annette Bening , que ganara premios por este trabajo. No solo se habla de la historia de amor sino de la enfermedad que la actriz oculta y cuando ya no puede actuar llama a su ex amante, que la lleva a su modesta casa familiar en Liverpool, junto a sus padres. Romance y destino cruel. Pasión y melodrama. Pero estos actores la hacen potable. Algunas líneas de dialogo son deliciosas. Turner le dice a Gloria “te dijeron que te pareces a Laureen Bacall”? Y ella le contesta: Si me lo dijo Humphrey Bogart”. Como una vieja peli de Hollywood.
Gloria Grahame fue una actriz norteamericana que durante la década de 1950 tuvo un breve lapso de fama gracias a los film noir en los que participaba. Coronada con un Oscar por Cautivos del mal en 1952, pagó caro su intento de salir del encasillamiento, y con los años su nombre pasó de ocupar los primeros planos de las marquesinas a llenar páginas de revistas de espectáculos gracias a la relación amorosa con su hijastro Anthony Ray (hijo del director Nicholas Ray). Las estrellas de cine nunca mueren toma aquella figura para trazar un recorrido que cruza las fórmulas de la biopic con las del melodrama. El film del inglés Paul McGuigan va y viene entre 1979 y 1981.En el primer periodo narra los inicios de la relación entre la veterana Grahame (Annette Bening) y un joven conserje de hotel y aspirante a actor llamado Peter Turner (Jamie Bell). El segundo periodo es el de mayor peso narrativo y comienza cuando Grahame vuelve a la vida de Peter después de un par de años de ausencia. Los cuidados de él se contraponen con el deseo contradictorio de esa mujer en crisis que duda entre rendirse ante los brazos de su amado y enfrentar sola sus problemas de salud. Las estrellas de cine nunca mueren tiene, por un lado, la voluntad de nunca juzgar las acciones de sus personajes. La diferencia de edad no es un problema para los protagonistas ni para McGuigan, que deja que sean ellos los encargados de construir su vínculo sin levantar el dedo acusador. Más allá de eso, a medida que avanza el metraje la tórrida historia romántica da paso a un melodrama de ínfulas académicas con epicentro en la enfermedad de Gloria y las reacciones de Peter y su familia. El paso de la contención al exceso convierte al film en una película digna de recordado Hallmark Channel.
De Sunset Boulevard a Feud, la decadencia de las estrellas de Hollywood siempre fue una fascinante fuente de inspiración de historias, un potente caldo en el que pueden mezclarse morbo, glamour, nostalgia, épica. Como último amante conocido de la actriz Gloria Grahame, el aspirante a actor Peter Turner conoció ese material de primera mano y lo volcó en el libro autobiográfico en el que se basa Las estrellas de cine nunca mueren, que cuenta el romance y los últimos días de la alguna vez célebre dama. Grahame tuvo su década de lustre entre mediados de los ’40 y de los ’50, un lapso en el que actuó en ¡Qué bello es vivir!, Encrucijada de odios o El espectáculo más grande del mundo, entre otras, y ganó el Oscar a mejor actriz de reparto por Cautivos del mal. El declive de su carrera coincidió con su protagonismo en las páginas de chimentos a raíz de su matrimonio -el cuarto- con Anthony Ray, hijo de su segundo marido, Nicholas Ray, y trece años menor que ella. En la película, todo eso es una anécdota mencionada al pasar: la historia transcurre en 1981 (cuando la actriz, ya enferma, busca contención en la casa materna de su ex amante inglés) con flashbacks que se remontan a unos años antes, a fines de los ’70, para mostrar el amorío con Turner desde el nacimiento hasta el final. Annette Bening se carga la película al hombro con su interpretación de una Grahame de cincuentilargos, vital, luchadora, sin melancolía por su fama perdida. Y está bien acompañada por Jamie Bell (que hace casi veinte años fue Billy Elliot) como Turner. Como en la vida de Grahame, los mejores momentos de Las estrellas de cine nunca mueren ocurren en el pasado, cuando la relación amorosa entre la cincuentona y el veinteañero Turner florece en escenarios hollywoodenses, de una artificialidad fantasiosa, como si fueran parte de una de las viejas películas de ella. Pero en el “presente”, cuando el cáncer mete la cola, todo se transforma en un melodrama lacrimógeno que apenas disimula la intención de hacernos salir del cine moqueando.
Gloria Grahame se merecía una película. No sabemos si esta ficción nacida de la tenue melancolía del inglés Paul McGuigan representa su último homenaje, pero Annette Bening le regala una dignidad tan kitch y extravagante que, por momentos, trasciende la pantalla. Emblema de la femme fatale del noir tardío, el de los ambientes ya sórdidos y desgastados de los 50, Grahame fue una musa trágica dentro y fuera de la pantalla. Inspiración del decadente escritor que interpreta Bogart en En un lugar solitario, y esposa y maldición de Nicholas Ray detrás de las cámaras, su silueta fantasmal conoció la gloria y el escarnio, la eterna confusión entre la vida y la pantalla, el despiadado juicio a sus amores y deseos. Ambientada en la Liverpool de los años 70, la película de McGuigan la muestra en su crepúsculo, como una actriz que recorre los teatros ingleses en busca de viejos éxitos y nuevos amores. La muestra tan diosa como humana, rasgada por las pérdidas y los errores, encendida por esa juventud recobrada. El encuentro con el joven actor Peter Turner (excelente Jamie Bell) le brinda a la película un punto de vista que es íntimo e histórico a la vez, un tanto fascinado con sus propios juegos temporales pero sin nunca caer en miserias ni efectismos. En su calidez y fragilidad, la interpretación de Annette Benning es tan consciente de esa necesidad de la vida que agita a su personaje como de la muerte que impregna a su mito.
Basada en un libro sobre la vida de la actriz Gloria Grahame, encuentra a su protagonista -Annette Bening- como una estrella de cine en el ocaso y enferma, y reconstruye, mediante una serie de flashbacks, su historia de amor con un aspirante a actor mucho más joven que ella (el atractivo Jamie Bell). En principio, un interesante retrato de una relación apasionada en la que la diferencia de edad se desdibuja. Pero el melodrama del tiempo presente pesa, en un esquema de biopic demasiado convencional y capitular, definitivamente más soso de lo que la ganadora del Oscar Grahame, a juzgar por su biografía, debía merecer.
“Las estrellas de cine nunca mueren” es una de esas películas que seguramente olvidaremos rápidamente, principalmente su título, por ejemplo, pero que permanecerá, de alguna manera, latente por el trabajo de alguno de sus protagonistas. En el encuentro de una mujer madura y un joven, con el baile como marco, hay una posibilidad, además, de homenajear al cine. Annete Bening deslumbra como esa actriz que supo disfrutar de su lograda ubicación en la Industria, y que, desde el olvido, ahora intenta, al menos, ser feliz.
Digamos que no veníamos teniendo historias de amor en la cartelera en los últimos tiempos. Hay una tendencia a dejar de lado el género (e incluso tampoco proliferan rom coms como en otras épocas) y centrarse en otros formatos, más masivos y rentables. Siento que además, las series ofrecen mayor posibilidad de expresión para los dramas románticos. Y supongo que todo eso se conjuga y produce un vacío en cuanto a títulos en las salas. En esta oportunidad nos llega "Film stars don't die in Liverpool", cinta dirigida por el británico Paul McGuigan (de experiencia despareja en cuanto a trayectoria, mucho más sólida en tevé que en la pantalla grande) que da cuenta de un fragmento de la vida de Gloria Grahame (Annette Bening), actriz ganadora del Oscar en 1952 por "The Bad and the Beautiful". Los años dorados han quedado atrás y la otrora primera figura, una mujer seductora y con varios divorcios encima, se encuentra en los 70' enfrentando ya trabajos menores y contratos alejados de su prestigio histórico. La trama entonces presenta el nacimiento de un fuerte affair entre Gloria y el joven actor Peter Turner (Jamie Bell), relación nacida en tierra inglesa y al principio llamativa, porque la diferencia de edad era importante entre ámbos (recordemos que es una biopic). Lo cierto es que el film indaga sobre cómo los amantes van pasando de la etapa fogosa e intensa, a una distinta, (luego de idas y vueltas), en las que Gloria deberá enfrentarse a una enfermedad de difícil pronóstico, para lo cual deberá contar con el soporte emocional de Peter y su familia. Annette Bening está estupenda en su rol. Le calza perfecto, su edad es ideal para potenciar el carácter de su composición y ella posee todos los matices que debe tener una actriz que encara este difícil rol. Bell acompaña muy bien, con fibra e hidalguía, el camino que les toca transitar, mostrando su capacidad para recrear emoción con pocos pero visibles recursos. Hay buena química entre ellos. Sí considero que la historia se sostiene, no tanto por lo que narra (toda esta cuestión de las estrellas que atraviesan el ocaso luego de haber conocido el éxito en toda su magnitud), sino por la habilidad del director de darle todo el espacio para que Bening se luzca. La deja brillar y se nota que hace tiempo que ella necesitaba un papel así. Hay romance, pero hay también drama en igual proporción. "Film Stars don't die in Liverpool" es una drama romántico ajustado, que estalla por el valor agregado que significa tener a una actriz destacadísima, en el protagónico. Muy buena, en esos términos.
El uno para el otro “Las Estrellas de Cine Nunca Mueren” (Film Stars Don’t Die in Liverpool, 2017) es una película de drama y romance dirigida por Paul McGuigan y escrita por Matt Greenhalgh. Está basada en hechos reales, específicamente en las memorias del actor Peter Turner. El reparto está compuesto por Annette Bening, Jamie Bell (John Rivers en “Jane Eyre”), Julie Walters, Kenneth Cranham, Leanne Best y Vanessa Redgrave (Claire en “Cartas a Julieta”). Recibió tres nominaciones a los premios BAFTA (Mejor Actriz por Bening, Mejor Actor por Bell y Mejor Guión Adaptado). La historia se centra en la actriz ganadora del Óscar Gloria Grahame (Annette Bening), una mujer llena de vitalidad, energía y actitud. En 1981, mientras estaba en su camarín preparándose para una obra, Gloria colapsa y se derrumba en el piso. Peter Turner, su ex amante 30 años menor que ella, la llevará a su casa familiar en Liverpool, Inglaterra. Mientras la cuida, ya que Gloria sostiene que sólo posee una molestia estomacal y no quiere ir al médico, los dos volverán a conectarse y darse cuenta que nunca dejaron de amarse. Hermosa, dulce y desgarradora. La cinta no sería lo que es sin las excelentes interpretaciones de la pareja protagónica. Todo el peso recae en ellos y en cada minuto se puede percibir la química que tuvieron. Annette Bening compone a una Gloria que a pesar de su edad a veces parece una niña, ya sea por su forma suave de hablar o por cómo se comporta. No obstante esto nunca se ve forzado, por el contrario al espectador le interesa la vida de esta súperestrella a la que Hollywood con el paso de los años decidió dejar de lado. Jamie Bell gracias a sus expresiones faciales logra expresar al mismo tiempo enojo, impotencia, amor y tristeza. Los dos congenian tan bien y se sienten tan reales al actuar que resulta imposible no involucrarse por lo que atraviesan. Nos ponemos en su lugar y queremos lo mejor para ellos a toda costa. El filme está compuesto por el presente de los protagonistas así como por flashbacks combinados de tal forma que nunca dan ni un atisbo de confusión. Gracias a esos recuerdos, donde vemos el inicio de la relación y captamos qué fue lo que dio paso a la separación, nos encariñamos mucho más con los personajes, lo que provoca que en la segunda mitad las lágrimas sean inevitables. Otro de los aciertos del director consiste en mostrarnos una misma escena pero desde diferente punto de vista. En vez de tornarse repetitivo, este recurso consigue hacernos dar cuenta que los dos tenían sus razones para proceder de la manera en la que lo hicieron. La ambientación de época está bien lograda pero lo más destacable definitivamente recae en los vivos colores que se utilizan para representar el amor que florece entre Gloria y Peter. Los paisajes de ensueño contrastan muy bien con la nubosidad actual. A pesar de la diferencia de edad, de que Gloria tuvo cuatro matrimonios y esa misma cantidad de hijos, uno nunca duda que Peter Turner fue una de las personas más importantes en su vida, ya que con sólo intercambiar miradas se notaba el genuino amor que compartían. Julie Walters también hace una gran labor como Bella, madre amorosa y solidaria de Peter. “Las Estrellas de Cine Nunca Mueren” agarra al corazón del espectador, lo estruja y no lo suelta. Gran historia romántica que encima es real, lo que genera que luego de su visionado uno quiera saber más sobre la vida de Gloria Grahame, una mujer que demuestra que para la belleza no hay edad.
Las estrellas de cine nunca mueren, de Paul McGuigan Por Gustavo Castagna De Sunset Boulevard a Liverpool. De los films noir de los 50 al teatro inglés de décadas siguientes. De las luces de Hollywood al otoño británico de 1979 y 1981. Gloria Grahame (*) fue una excelente actriz, un torrente de seducción, una hembra fatal que sedujo a todo el mundo durante diez años, que se casó cuatro veces y se revolcó con su hijastro (hijo de Nicholas Ray, el cineasta de Rebelde sin causa, admirado por los Cahiers) y que, finalmente, pasó al olvido hasta una efímera resurrección ya en la Inglaterra de fines de los 70. Acá empieza este biopic de dos años, este melo con grandes momentos y otros no tanto que dirigió Paul McGuigan, realizador al que tal vez algunos recuerden por Acid House estrenada hace tiempo. Allí, en ese Liverpool al borde del adiós de los primeros y genuinos años pos punk acompañados por el cadáver exquisito de Sid Vicious, en ese mundo ajeno a una proclama revolucionaria, Gloria Grahame vive una vital historia de amor con el joven actor Peter Turner, lejos del glamour y los oropeles, cerca de la sinceridad y más allá de las luces. Las estrellas de cine nunca mueren transcurre dentro de las convenciones en esta clase de relatos: dos personajes opuestos que desafían a la época, dos mundos diferentes pero, de manera impensada, con una pareja que se acepta dentro de un ámbito familiar (en especial, los padres del joven) que dan el visto bueno para que la ex diva sane de su enfermedad en ese enorme caserón de Liverpool. La narración va y viene entre 1979 y 1981, mostrando momentos de felicidad de Gloria y Turner, una escena extraordinaria donde conversan con la madre y hermana de ella y surgen hechos del pasado que fustigan a la protagonista y otros instantes que oscilan entre la melancolía por un pasado que no vuelve y un presente que se prevé oscuro y sin salida. Allí, en ese juego de luces y sombras que rondan a la pareja, la película misma sube y baja en interés. Por momentos, sostenida desde la pureza del melodrama, en otros ubicada en una meseta narrativa sin demasiadas complejidades y en algunas ocasiones (las menos) raspando las costuras del producto televisivo obvio y convencional. Sin embargo, aun con sus desniveles, la película sube y sube en interés debido a su fenomenal elenco. Pese a sus reiterados tics, Jamie Bell (el ex niño de Billy Elliott) se banca bien el protagónico. En rol secundario de importancia sobresalen Julie Walters (la mamá del protagonista) y en solo una secuencia aparecen Vanessa Redgrave (la madre de Gloria) y Frances Barber (hermana de Grahame), aquella inolvidable intérprete de Sammy y Rose van a la cama de Stephen Frears. Pero Las estrellas de cine nunca mueren no sería tal sin la avasallante y extraordinaria interpretación de Annette Bening. En este punto, Gloria Grahame, en algún lugar, debe sentirse más que satisfecha. (*) Para quienes no conocen a Gloria Grahame (28.11.1923 / 5.10.1981) van cinco películas fundamentales de su carrera: Cautivos del mal (1952, Vincente Minnelli); In a Lonely Place (1950, Nicholas Ray); Los sobornados (1953, Fritz Lang); La bestia humana (1954, Fritz Lang); La telaraña (1955, Vincente Minnelli). LAS ESTRELLAS DE CINE NUNCA MUEREN Film Stars Don’t Die in Liverpool. Gran Bretaña, 2017. Dirección. Paul McGuigan. Producción: Barbara Bróccoli. Guión: Matt Greenhalgh sobre las memorias de Peter Turner. Fotografía: Urszula Pontikos. Música: J. Ralph. Intérpretes: Annette Bening,Jamie Bell,Julie Walters,Vanessa Redgrave,Stephen Graham,Leanne Best,Kenneth Cranham,Frances Barber,Tom Brittney,Ben Cura. Duración: 106 minutos.
Para los amantes del mejor film noir, Gloria Grahame siempre será la chica salvaje que le quemó la cara a Lee Marvin con café hirviendo en "Los Sobornados" ("The Big Heat", Fritz Lang, 1953). Adelantada a su época no para bien, parece-, fue acusada de abusar del hijo de 13 años de uno de sus maridos, el director Nicholas Ray, que la dirigió junto a Humphrey Bogart en "Un lugar solitario" ("In A Lonely Place", 1950). El escándalo explotó cuando la actriz se casó con el joven ni bien fue mayor de edad. Es una pena que este sólido drama no se ocupe más de su pasado como gran actriz de Hollywood. Apenas hay un par de referencias a Bogart y un clip de ella recibiendo el Oscar a la actriz de reparto por "Cautivos del Mal" ("The Bad and the Beautiful", Vincente Minelli, 1950), dado que el guión está basado en las memorias de su ultimo amante, un jovencito inglés aspirante a actor al que doblaba en edad, con el que intimó entre 1979 y 1981 fecha de la muerte de la estrella que, como indica el título original, no ocurrió en Liverpool). La primera media hora, que enfoca la explosión pasional entre el joven y la ex diva, casi promete una obra maestra el estilo "Sunset Boulevard", pero más realista y menos glamorosa. La actuación de Annette Bening como Grahame es extraordinaria, y aquel bailarin precoz de "Billy Elliot", Jamie Bell, la acompaña bien (y como el elenco incluye a Julie Walters y Vanessa Redgrave, está todo dicho). Luego, el rubro que eleva el nivel es la impresionante fotografía de la polaca Urszula Pontikos. Ahora, lo cierto es que el director McGuigan, el de "The Acid House", pierde el equilibrio entre melodrama pasional y culebrón.
En esta ocasión nos metemos en una linda historia de amor, bien romántica como así también agridulce, a través de los recuerdos del actor británico Peter Turner (Jamie Bell, “Cuatro fantásticos”, Billy Elliot”) quien fue el último amante de la talentosa actriz Gloria Grahame (Annette Bening). Este material es de un libro autobiográfico del actor Peter Turner. Ella es una actriz consagrada que paso por cuatro matrimonios, se enamora de un joven aspirante a actor de Liverpool y se enfrentan a la sociedad a fines de los 70, con su apasionante romance, porque ella era 29 años mayor que él. El relato comienza en 1981, cuando Peter Turner pasa a buscar a Gloria Grahame que no se encuentra bien de salud y la lleva a su humilde casa donde vive con sus padres y hermano, solo piensa en cuidarla y proteger. Dentro de ese periodo que se encuentra en la casa de Peter en distintos momentos ambos comienzan a recordar cada instante de felicidad, en distintas ciudades, todo a través de flashback, el relato va y viene todo el tiempo. Ellos formaron una gran historia de amor que solo la muerte los podía separar. Estamos frente a una buena recreación de época, con buena estética, una banda sonora y fotografía estupenda de gran belleza, una paleta de colores increíbles y se van creando muy buenos climas. Las actuaciones son muy buenas, del actor británico Jamie Bell, sentida, conmovedora, sus expresiones y la presencia de la actriz norteamericana Annette Bening eclipsa la pantalla y juntos tienen muy buena química. Dentro del elenco secundario siempre rinden, son un lujo tenerlas en escena a: Julie Walters y Vanessa Redgrave. El film entretiene, se disfruta, es de buen gusto y sincero.
En esta oportunidad nos encontramos con una historia de amor fuera de lo común pero tan contundente como todas aquellas que dejan una marca profunda e inspiran libros que luego inspiran películas. Lo más destacable es, sin dudas, sus protagonistas, Gloria Grahame, una ex estrella de cine americana de avanzada edad que supo ser muy famosa y hasta ganó un Oscar (Annette Bening) y Peter Turner, un joven de Liverpool aspirante a actor (Jamie Bell). La pareja se conoce cuando se encuentran viviendo en la misma casa de huéspedes en Primrose Hill y rápidamente entablan una amistad que pronto se convertirá en algo más. El tema de la diferencia de edad parece ser el gran elefante en la habitación, aquel detalle que no quiere llamar la atención pero, por mucho que se intente, es difícil dejar de lado. Sin embargo, esto no parece un desafío grande para Gloria y Peter. Ambos saben muy bien como construir una ilusión, después de todo, es la base de su trabajo como actores. Y Gloria es de las mejores. Es una mujer encantadora, exuda un tipo de sensualidad que ya no existe y que esta presente en todo lo que hace, desde fumar un cigarrillo hasta cualquier cosa que diga con esa voz cantada que hace que todo parezca una proposición, un coqueteo. Sabe como llamar la atención y mantenerla y si bien los años son evidentes, proyecta tanta juventud como cualquier veinteañera. Es por eso que Peter cae en su ilusión, la ve como ella se ve, como es y como fue, no le queda otra que enamorarse de este ser maravilloso que tiene delante. Y así, el también se envuelve en la magia de Gloria, estar con ella es como formar parte de cualquier película icónica de los 50. Por momentos, ese es el tono que toman algunas escenas y la película remite al clima de las producciones Hollywodenses, como la escena en que Peter es recibido por Gloria en el aeropuerto en Estados Unidos y van manejando al costado de la playa. En Las estrellas de cine nunca mueren la historia no transcurre de manera lineal sino que nos introduce en la vida de los personajes a partir de un reencuentro de la pareja, luego de haber estado separados por algún tiempo y con Gloria atravesando una grave enfermedad que no termina de asumir. Es interesante como se relata el pasado del amor que compartieron a través de unos flashback tan sutiles que las idas y venidas del pasado al presente suceden de la manera mas orgánica posible. Este recurso le brinda a la película una dinámica destacable y logra contraponer situaciones de alegría y liviandad con otras de mucha tristeza y dolor que dan cuenta de la relación compleja que une a los protagonistas. Hacia el final el director, Paul McGuigan, se permite jugar con un cambio en la perspectiva del relato, mostrando los hechos que llevaron a su separación primero desde el punto de vista de el y luego desde el de ella. Queda por destacar lo increíble que son estos dos actores que cuentan con la tarea de dar vida a estos personajes. Annette Bening tiene una importante trayectoria, es reconocida como una gran actriz y lo es, logra encarnar a Gloria con total naturalidad, siendo fiel a su espíritu y a lo que conlleva semejante desafío. Es absolutamente maravilloso verla transformada en este papel con todos sus matices. Pero Jamie Bell, reconocido principalmente por su rol de Billy Elliot y no mucho más, no se queda ni un poquito atrás. Su interpretación es tan solida y bien lograda que te atraviesa, te parte al medio. Logra expresar las emociones mas complejas con tan solo una mirada. No, las estrellas de cine nunca mueren. Viven con tanta luz e intensidad que encandilan, inevitablemente dejan una marca tanto en sus películas como en la memoria de quienes la conocieron, y ahí es donde habitan. El amor de Gloria y Peter es tan inmortal como ella es y esta película lo confirma.
A veces la fama resulta cruel y desoladora, como lo que le sucedió a la estrella del Hollywood de los años 50, Gloria Grahame. Y justamente este filme biográfico se encarga de retratar la vida de la diva después de la fama. Peter Turner vivió una historia de amor con la clamada actriz de "Cautivos del mal" (1952) más allá de diferencia de edad; mientras que Grahame pasaba los 40 años, él tenía 28. Cuando la actriz se enferma y rechaza cualquier tipo de tratamiento, el joven decide llevarla a su casa de Liverpool para cuidarla. De este modo, este filme va tejiendo historias de amor y desamor, de alegría y frustración, de éxitos y fracasos, a través de flashbacks a tiempos pasados. Ambientada en Liverpool en los años 70, esta historia resulta el cine contándose a sí mismo y develando la magia que hay detrás de las máscaras que desfilan en la pantalla grande, donde todo parece ser perfecto. Lo interesante de este drama, que se asemeja al estilo de otras del género como "Mi semana con Marilyn", es que muestra el humanismo de una estrella, sus momentos de oscuridad y de dolor. En ese aspecto, la interpretación de Annette Benning es la clave para que ello se vea con tanta verosimilitud, logrando así calidez y ternura.
Affaire americano Basada en las memorias del actor Peter Turner, Las estrellas de cine nunca mueren (Film Stars Don't Die in Liverpool, 2017) narra con equilibrada sustancia emotiva el affaire amoroso entre el homónimo de las memorias y la afamada actriz Gloria Grahame, quien supo arrebatarle de las manos a Jean Hagen (Cantando bajo la lluvia,Singing in the rain, 1952) el Oscar a mejor actriz secundaria. Nominado a los últimos BAFTA, el film del británico Paul McGuigan (hacedor de Victor Frankenstein, y capítulos de numerosas series), se apoya en la argucia para sortear la melancolía de un pasado mejor. El cine vuelve a contarse a si mismo. Peter Turner (interpretado aquí por Jamie Bell, La piedra en la última versión de Los 4 fantásticos, 2015) vivió una historia de amor con la clamada actriz de Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful ,1952) a pesar de la dispareja diferencia de edad, Gloria Grahame era ya una cuarentona mientras el llegaba a los 28. Cuando la actriz enferma y rechaza cualquier tipo de tratamiento, el joven decide llevarla a su casa de Liverpool a pesar de no estar separados. Paul McGuigan planea con tres principales flashbacks revivir esta historia de amor, donde Graham viene del cierre de su carrera artística y llega a Inglaterra a enfrentar el ocaso de su vida. El valioso aporte técnico de la cámara, afinado a través del montaje, hace que estos flashbacks doten dinamismo a la narrativa. El cuarto donde tienen el primer encuentro una vez acomodados en la estadía británica, gira sobre si mismo para salir por una puerta que dará comienzo al relato. Algo similar sucede durante varios pasajes de la película. Apropósito, el juego artístico propone un contraste entre el ostracismo del cuarto y los lumínicos encuentros pasados que tuvo la pareja en distintos lugares del mundo. California será el apoteósico lugar donde el amor se consuma. La obsesión de la directora artística Urszula Pontikos por la meticulosa fotografía confiere a las escenas un toque especial. Sin duda no serían lo mismo sin esa contribución, que regala acaso el mejor crepúsculo de la tarde californiana. Sucede también en momentos donde el visor capta la espontaneidad. Por ejemplo, el placentero baile que ejecutan en los primeros minutos despierta la atracción mutua. Grahame emana de su boca los diálogos más finos del guion, producto de la versátil mano del escritor Matt Greenhalgh (Nowhere Boy). Nueva york, oponiéndose a California, será la ciudad de la fisura. La toma que enfrenta a los edificios Chrysler y Empire State es clave para entender la referencia a la disputa de poder originado allí. La distancia de edad se hará notar como nunca durante esas secuencias decisivas. La delicadeza le gana la pulseada a la bajeza, que podría haber emergido, sobre todo en un relato que contiene en su ADN la explosiva formula enfermedad más amor más separación. Como no podía faltar en una película autobiográfica de una talentosa actriz cinematográfica, las referencias al séptimo arte son claras. Basta con afinar el ojo y encontrar allí evocaciones a Annie Hall, dos extraños amantes (Annie Hall, 1977), Un tranvía llamado deseo (A Streetcar Named Desire, 1951) o Fiebre de sábado por la noche (Saturday Night Fever, 1977).
Gloria Grahame fue una actriz exitosa en los años ´40 y ´50, uno de los períodos dorados del cine de Hollywood. Incluso ganó el Oscar, en 1952, como mejor actriz secundaria por su labor en “Cautivos del mal”. Luego su carrera cinematográfica sufrió distintos vaivenes, declinó un poco, aunque siempre estuvo ligada al teatro, que fue su gran sostén y la mantuvo vigente. El director Paul McGuigan nos acerca la historia particular de una actriz olvidada, pero que supo codearse de igual a igual con sus colegas más famosos y prestigiosos de la época. El film abarca los últimos dos años de su vida, cuando en 1979 Gloria (Annette Bening) viaja a Liverpool contratada para actuar en una obra de teatro y conoce a un muchacho llamado Peter (Jamie Bell), mucho más joven, ella lo dobla en edad, pero eso no es un impedimento, pues se enamoran perdidamente. Gloria es una mujer alegre, divertida, disfruta cada momento junto a su nuevo amor, hasta que la tragedia cerca a la pareja en 1981. La película es cálida, intimista, tierna, dramática. No es una narración lineal, el realizador utiliza ingeniosamente muchos flashbacks, también hablan sobre los encuentros cotidianos que tenía la protagonista, con las grandes estrellas de cine. Ella no fue una de esas, aunque participó en importantes producciones, pero no se muestra deprimida por no ser tenida más en cuenta, siempre está activa y se contrapone a Peter, que también es un actor pero su carrera todavía no despegó, sólo consigue papeles secundarios en obras de teatro. Ambientada perfectamente con los autos, taxis, vestuario, lenguaje, modismos y costumbres que se utilizaban en esos tiempos. Tal vez el punto más criticable es el hecho de reiterar una secuencia objetiva de un momento importante del relato, cuando más tarde se muestra lo mismo, desde el punto de vista de Gloria, para darle al espectador todo explicado, innecesariamente porque no deja nada librado a la imaginación y al esfuerzo mental. Para la protagonista, su carrera fue su vida. No le importaba cuidarse, aunque afectara su salud. Siempre fue y se sintió fuerte, hasta que necesitó de Peter y su familia para soportar el dolor, estoicamente.
IN MEMORIAM Un poco de glamour hollywoodense con una mirada bastante diferente. Admitámoslo, las historias biográficas sobre la Era Dorada de Hollywood, sus escándalos, miserias y estrellas estrelladas, siempre nos atraen; ya sea por su glamour inherente o esa “mística” que nos retrotrae a una época lejana plagada de esplendor cinéfilo. No es el caso de “Las Estrellas de Cine Nunca Mueren” (Film Stars Don't Die in Liverpool, 2011), drama romántico basado en las memorias del propio Peter Turner, joven actor inglés que se convirtió en el último compañero de Gloria Grahame, toda una femme fatale de los años cuarenta y cincuenta que, a pesar de haber aparecido en grandes producciones como “Cautivos del Mal” (The Bad and the Beautiful, 1952) y The Big Heat (1953), cayó un poco en el olvido, quedando relegada a producciones teatrales y televisivas que diluyeron su carrera en los últimos años. En uno de sus viajes a Londres, Gloria (Annette Bening) conoce a Peter (Jamie Bell) y, enseguida, lo cautiva con su mezcla de inocencia y sensualidad, más allá de la gran diferencia de edad que los separa. El idilio de Liverpool (donde vive el chico con su familia), hasta Los Ángeles, Nueva York y de vuelta a casa de los Turner. La historia de Paul McGuigan, director escocés más afecto a la TV (“Sherlock”, “Luke Cage”), arranca en 1981, cuando la actriz regresa a Inglaterra para una presentación, pero un malestar se interpone en su camino. El único contacto es Peter, con quien rompió la relación hace meses, pero el joven igual la acoge en su casa para brindarle los cuidados necesarios hasta que se recupere. A partir de allí, empezamos a reconstruir este romance que empezó en 1979, siempre desde la mirada de Turner, un jovencito de mente y corazón abierto, fascinado por la electrizante (y demandante) personalidad de la señora. La familia de él, fans de la actriz, no parece preocuparse por la brecha de edad que los separa; no así la parentela de ella (su mamá Vanessa Redgrave y su hermana Frances Barber), que ya parecen haber atravesado esta caprichosa situación con otros amantes. “Las Estrellas de Cine Nunca Mueren” va y viene en el tiempo, paseando a la pareja por diferentes escenarios. Mientras tanto, en una habitación de huéspedes en Liverpool, el estado de salud de Gloria se deteriora rápidamente, poniendo a Peter y a su familia en una posición bastante incómoda y dramática. Grahame es una sobreviviente del cáncer de mama, y posiblemente la enfermedad haya regresado, pero ni él quiere admitirlo, ni ella pretende pasar sus últimos días en un hospital de Lancaster. Más allá de que Gloria se nos presenta como una mujer un tanto chiquilina y egoísta por momentos y que, a pesar de haber perdido el brillo hollywoodense y caer en la decadencia, mantiene su glamour hasta las últimas consecuencias, hay pura vulnerabilidad y temor en estos últimos instantes de los que ni su familia está enterada. Liverpool y la casa de los Turner, con mamá Bella (la gran Julie Walters) a la cabeza –si hay reunión de “Billy Elliot” (2000) que nos hace sentir un tanto vejetes-, se convierten en un refugio del mundo exterior, pero al mismo tiempo la llegada de Gloria altera los planes de la familia, y los de Peter, que necesita tomar una decisión al respecto. El objetivo de McGuigan no es mostrar el romance desenfrenado, la oposición de las familias o el drama de las enfermedades. Hay algo más simple en “Las Estrellas de Cine Nunca Mueren”, ligado a la perpetuidad y al amor incondicional que no conoce tiempo ni espacio. Lo mejor que tiene para ofrecer son sus actuaciones principales, donde Bening se destaca, pero es Bell quien se lleva todos los aplausos. ¿Por qué no lo vemos más seguido demostrando este talento? Pero esa misma “simplicidad” de la historia se torna un tanto tediosa y desprolija, deteniéndose demasiado en escenitas telenovelescas, en vez de profundizar un poco más en los dilemas de los personajes. A pesar de que estamos a finales de los setenta y principios de los ochenta, la puesta en escena mantiene cierto artificio que poco y nada tiene que ver con la música disco y los hippies, y más con la nostalgia que atesora Grahame de su propio pasado, y de esas épocas de gloria hollywoodense. McGuigan nos ubica en el tiempo, gracias a la banda sonora y otras referencias, pero juega con técnicas e imágenes que intentan remitir a aquella era dorada del séptimo arte. Igual, todo parece quedarse a mitad de camino, y no es por falta de tiempo. La estructura narrativa de “Las Estrellas de Cine Nunca Mueren” resulta un tanto aleatoria y, en resumen, no ayuda al ritmo de la película. El rescate llega de la mano de su elenco y esas ganas de revivir del olvido la carrera y el charm de Gloria Grahame, una arista que vale descubrir más allá de esta “anécdota romántica” que muestra, al mismo tiempo, su lado más irritable, pero también su lado más humano. LO MEJOR: - Jamie Bell necesita más papeles como este. - ¿Por qué Annette Bening nunca saltó al verdadero estrellato? - El rescate de una estrella como Grahame. LO PEOR: - El ritmo no le ayuda. - Algunas grandes ideas de tono se quedan a mitad de camino.
El uno para el otro Las estrellas de cine nunca mueren (Film Stars Don’t Die in Liverpool, 2017) es una película de drama y romance dirigida por Paul McGuigan y escrita por Matt Greenhalgh. Está basada en hechos reales, específicamente en las memorias del actor Peter Turner. El reparto está compuesto por Annette Bening, Jamie Bell (John Rivers en Jane Eyre), Julie Walters, Kenneth Cranham, Leanne Best y Vanessa Redgrave (Claire en Cartas a Julieta). Recibió tres nominaciones a los premios BAFTA (Mejor Actriz por Bening, Mejor Actor por Bell y Mejor Guion Adaptado). La historia se centra en la actriz ganadora del Oscar Gloria Grahame (Annette Bening), una mujer llena de vitalidad, energía y actitud. En 1981, mientras estaba en su camarín preparándose para una obra, Gloria colapsa y se derrumba en el piso. Peter Turner, su ex amante 30 años menor que ella, la llevará a su casa familiar en Liverpool, Inglaterra. Mientras la cuida, ya que Gloria sostiene que solo posee una molestia estomacal y no quiere ir al médico, los dos volverán a conectarse y darse cuenta que nunca dejaron de amarse. Hermosa, dulce y desgarradora. La película no sería lo que es sin las excelentes interpretaciones de la pareja protagónica. Todo el peso recae en ellos y en cada minuto se puede percibir la química que tuvieron. Annette Bening compone a una Gloria que a pesar de su edad a veces parece una niña, ya sea por su forma suave de hablar o por cómo se comporta. No obstante esto nunca se ve forzado, por el contrario al espectador le interesa la vida de esta súperestrella a la que Hollywood con el paso de los años decidió dejar de lado. Jamie Bell gracias a sus expresiones faciales logra expresar al mismo tiempo enojo, impotencia, amor y tristeza. Los dos congenian tan bien y se sienten tan reales al actuar que resulta imposible no involucrarse por lo que atraviesan. Nos ponemos en su lugar y queremos lo mejor para ellos a toda costa. El film está compuesto por el presente de los protagonistas así como por flashbacks combinados de tal forma que nunca dan ni un atisbo de confusión. Gracias a esos recuerdos, donde vemos el inicio de la relación y captamos qué fue lo que dio paso a la separación, nos encariñamos mucho más con los personajes, lo que provoca que en la segunda mitad las lágrimas sean inevitables. Otro de los aciertos del director consiste en mostrarnos una misma escena pero desde diferente punto de vista. En vez de tornarse repetitivo, este recurso consigue hacernos dar cuenta que los dos tenían sus razones para proceder de la manera en la que lo hicieron. La ambientación de época está bien lograda pero lo más destacable definitivamente recae en los vivos colores que se utilizan para representar el amor que florece entre Gloria y Peter. Los paisajes de ensueño contrastan muy bien con la nubosidad actual. A pesar de la diferencia de edad, de que Gloria tuvo cuatro matrimonios y esa misma cantidad de hijos, uno nunca duda que Peter Turner fue una de las personas más importantes en su vida, ya que con sólo intercambiar miradas se notaba el genuino amor que compartían. Julie Walters también hace una gran labor como Bella, madre amorosa y solidaria de Peter. Las estrellas de cine nunca mueren agarra al corazón del espectador, lo estruja y no lo suelta. Gran historia romántica que encima es real, lo que genera que luego de su visionado uno quiera saber más sobre la vida de Gloria Grahame, una mujer que demuestra que para la belleza no hay edad. *Critica de Alina Spicoli
TODOS LOS NÚMEROS A UNA SOLA FICHA Las estrellas del cine nunca mueren cuenta los últimos años de vida de Gloria Grahame que coinciden con su declive profesional como actriz. Aunque por momentos puede parecer este personaje un poco demasiado exaltado, Annette Bening logra darle un estilo excéntrico que agrada. El carácter fuerte de esta artista, sus fortalezas y sus debilidades -visto desde su momento de declive- hace posible que esta figura llame la atención. Los cantos y los bailes son algunos de sus encantos. Y si bien por momentos vemos a una Bening con mucho potencial, el film deja la sensación de faltarle algo más. Los aciertos quedan suspendidos y no es posible ver un motivo que los aúne y refuerce. Desde la puesta en escena es posible observar cómo todo ayuda a poder construir el personaje de Grahame. Las elecciones del plano detalle refuerzan una mirada íntima al cuerpo de la actriz. Hay una estética de la belleza de la vejez, en la que las arrugas atesoran el misterio de una mujer que en algún momento fue algo que no conocimos. Esta visión es coincidente al amor de su joven novio, que no sólo la ve como enamorado sino de forma idealizada por su experiencia como actriz. La personificación de Grahame logra mostrar, con gran éxito, el deterioro que sufre la actriz por la enfermedad que la atraviesa, que aparece también junto con su sufrimiento profesional por haber pasado de moda. Los cambios en el aspecto son notables y permiten visualizar el dolor y la pesadez de la situación que está viviendo, asimismo le otorgan complejidad a un personaje que siempre se presenta con una actitud evasiva hacia los problemas. Pero lo cierto es que la figura no funciona por sí sola. Inclusive es contraproducente dar tanto vuelo a un solo personaje y deja todo lo demás como una simple decoración que acompaña. Todo lo que queda por fuera del personaje principal está poco trabajado, no tiene fuerza. Quizás al rodear y confiar tan sólo en la actuación de Bening es que las escenas tienen un tinte artificioso. Los diálogos, salvo algunos, parecen rellenar los vacíos, pero no proponen ningún atractivo. Pasada más de la mitad de la película pareciera que se encuentra una forma de narración mucho más fluida y llamativa. Las idas y vueltas en la misma escena, el cambio de vista de quien narra, le da una vuelta a lo que se mostró hasta el momento. Es a partir de ahí donde el clima se torna más interesante. Pero para ese entonces ya recorrimos un largo trecho un poco insulso.
Con el correr de los años, Hollywood, la Meca del Cine, ha ido amasando una cantidad rutilante de figuras que el tiránico tiempo se encarga de ir borrando de la memoria colectiva de los espectadores. Con suerte se puede aspirar a una estrella en el Paseo de la Fama y, con un designio del destino, abrumar a muchas generaciones y convertirse en un ícono para la posteridad. Marilyn Monroe posee ambas, pero a su sombra siempre estuvo Gloria Grahame, otrora una grande del cine noir en blanco y negro que, con la llegada de la imagen a color y una aplastante prominencia en los tabloides debido a su vida privada, abandonó el cine y se subió al bote del teatro. Film Stars Don’t Die in Liverpool se enfoca en los últimos años de la actriz y, gracias al inmenso carisma de Annette Bening y Jamie Bell, subsana los lugares comunes de una biopic para homenajear a una estrella perdida en el limbo.
La película se centra en los poco conocidos últimos años de vida de esa gran actriz del Hollywood clásico que fue Gloria Grahame, quien vivió una historia de amor en Inglaterra con un hombre mucho más joven que ella. Annette Bening, Jamie Bell y Julie Walters protagonizan este digno pero no particularmente logrado relato hecho para el lucimiento de su protagonista. Curioso (y maravilloso) personaje del mundo del cine fue Gloria Grahame y curiosa es la historia que cuenta este filme, centrado en los últimos años de su vida. Ni la carrera ni la personalidad ni la situación en la que se encuentra en el momento en que se cuenta aquí su historia logran convertir a LAS ESTRELLAS DE CINE NUNCA MUEREN (FILM STARS DON’T DIE IN LIVERPOOL en el original) en un producto especialmente recomendable –se le notan demasiado los hilos “actriz famosa encarna a personaje trágico” lanzados en busca del Oscar– pero sirve para redescubrir a una actriz que los cinéfilos, especialmente los fans del cine negro, conocemos bien como la coprotagonista de clásicos como CROSSFIRE/ ENCRUCIJADA DE ODIOS, IN A LONELY PLACE/MUERTE EN UN BESO, THE BAD AND THE BEAUTIFUL/CAUTIVOS DEL MAL, THE BIG HEAT/LOS SOBORNADOS y HUMAN DESIRE/LA BESTIA HUMANA, entre las varias que hizo en los años ’40 y ’50, décadas en las que logró instalarse en la industria y hasta ganar un Oscar. Como solía suceder en el Hollywood clásico, la industria despachaba rápidamente a las actrices una vez que llegaban a cierta madurez, más todavía si no eran grandes y todopoderosas divas. Y Grahame tuvo su década de, ejem, gloria entre sus 20 y 35 años para luego ir desapareciendo de las pantallas. Es cierto que su bastante volcánica personalidad, su alcoholismo, sus por entonces escandalosas relaciones de pareja (estuvo casada con Nicholas Ray y luego con el hijo que Ray tenía de un matrimonio anterior) y su posterior dedicación a la maternidad no ayudaron mucho para que la sigamos viendo en la pantalla grande, pero lo cierto es que era una actriz cuyo talento, personalidad y belleza dominaban la pantalla. La película hace muy pocas referencias a su pasado y a las películas que hizo con Ray, Fritz Lang, Vincente Minnelli o Josef Von Sternberg. De hecho, cuando la vemos actuando en Liverpool en 1981 pocas personas parecen saber realmente quien era. Para ese entonces Grahame (Annette Bening) era una mujer madura que se acercaba a los 60 y sobrevivía actuando donde podía, en este caso en teatro en Inglaterra. El filme de Paul McGuigan (ACID HOUSE) va y viene entre 1979 y 1981 para centrarse en la relación que la temperamental y aún muy pícara actriz tuvo con un muy joven actor británico, Peter Turner (Jamie Bell), unos 30 años menor que ella. Comenzando por el final, cuando se enferma y decide quedarse en la humilde casa de Liverpool en la que Peter vivía con su familia (su madre es encarnada por otra gran actriz, Julie Walters), LAS ESTRELLAS DE CINE NUNCA MUEREN va y viene en el tiempo para contar los diferentes vaivenes de esa historia de amor y malos entendidos. La película también se moverá entre Estados Unidos e Inglaterra, siguiendo los viajes de la pareja y mostrando su inicial romance, las complicaciones posteriores hasta llegar al presente narrativo cuyo eje es un cancer que la actriz sufre (vuelve a sufrir en realidad, ya que estaba en remisión) y por el que no quiere ya tratarse debido a todo lo que ello implica. Si bien la película transcurre en plena época del punk y la new wave británica, a juzgar por la dirección de arte y vestuario uno tiene la impresión que estamos viendo una historia que transcurre mucho antes, lo cual de por sí descoloca un poco y transforma al filme en algo más parecido a una fantasía. La historia está claramente al servicio de Bening, armada para su lucimiento a través de un papel de una actriz canchera y provocadora, que no tiene problemas en salir con un joven de 30, y la que de a poco se va transformando en una mujer a la que no le gusta nada la idea de ser una enferma a la que deben cuidar y proteger. De hecho, buena parte del conflicto en un filme que durante la mayor parte del tiempo se apoya en el punto de vista de Peter, es su negación a admitir su enfermedad aún ante los más íntimos. Bening está muy bien en el rol, de eso no hay dudas, pero se nota demasiado el gesto. Y, especialmente sobre el final, casi el golpeteo a las puertas de los votantes del Oscar. La “oferta” no resultó (el filme no tuvo nominaciones) ya que no es una película particularmente lograda (su temporalidad fracturada no ayuda, su historia de amor no termina de ser convincente y su guion nunca parece hacer pie) pero a la vez no deja de ser un producto digno, hecho con respeto, cariño y un toque de humor británico sobre una gran y bastante olvidada figura del cine clásico norteamericano. Una diva quizás “clase B”, como muchas de las películas que hizo, pero una que, como sucedió con esos filmes, debería estar en un panteón. Ojalá este filme sirva para que se la redescubra.
En Las estrellas de cine nunca mueren, el director escocés Paul McGuigan retrata los últimos años de vida de la actriz Gloria Grahame y su romance con un joven actor de Liverpool. Con el gran uso de flashbacks, Annette Bening y Jamie Bell dan vida a estos personajes que, a pesar de su diferencia de edad, con su historia de amor desafiaron a la sociedad a finales de los años setenta. “Quien querrá tu corazón de marquesina, tu vejez, estrella en ruinas, rubia paseando en Rolls Royce”, Charly García escribió Canción de Hollywood en Los Ángeles alrededor de 1978 con la idea de poner en palabras lo triste y banal que es la industria cinematográfica, ya sea para quienes la consumen como para quienes viven de ella. Hollywood existe sólo en las películas. Suele pasar que, con el tiempo, algunas estrellas de cine se apagan y pasan al olvido. Es un destino cruel para los que están acostumbrados a ser el centro de atención. Es incluso más cruel para las mujeres que a determinada edad quedan relegadas a ciertos papeles y ámbitos. Su juventud y su sex-appeal quedan enterrados. Gloria Grahame fue una actriz de la edad dorada de Hollywood, ganó un Oscar a mejor actriz de reparto en 1953 por Cautivos del mal. En su breve carrera fílmica, construyó una imagen de femme fatale que cautivó a millones y que compitió con la ingenuidad y carisma de Marilyn Monroe. Sin embargo, a partir de mediados de la década del ’50 su carrera en el cine declinó, pero se mantuvo activa en el medio teatral especialmente en Inglaterra. Es ahí donde conoce a un joven aspirante a actor con el que pasó los últimos años de su vida. El joven en cuestión, Peter Turner, escribió un libro de memorias sobre su relación titulado: Las estrellas de cine no mueren en Liverpool. McGuigan utiliza este material para construir una especie de biopic sobre sus recuerdos. Es 1981, Turner (Jamie Bell) se entera de que Gloria Grahame (Annette Bening) atraviesa una fuerte crisis en su estado de salud, es por eso que la rescata de su habitación de hotel y la lleva a su casa familiar en Liverpool para cuidarla en ese duro momento. Durante esta recaída, la mente del joven se traslada a los instantes de felicidad que vivió en el pasado junto a la actriz. Su relación comenzó en 1979, cuando ella vivía la última etapa de su carrera, dedicándose principalmente al teatro, yendo y viniendo entre Nueva York y Londres. En cambio, Turner, deambulaba de casting en casting sin mucha suerte y logrando pequeños papeles en obras de teatro independiente. A pesar de sus diferencias y superando las inseguridades ocasionadas por la diferencia de edad, juntos viven una apasionada historia de amor. Aprendiendo uno del otro. Grahame le enseña cómo funciona el negocio cinematográfico y le aconseja sobre cuestiones actorales. Turner la escucha, la cuida y, sin darse cuenta, la rejuvenece a cada paso. Un amor sin prejuicios que se ve eclipsado por una dura y terminal enfermedad. Uno de los atractivos del film es el guion de Matt Greenhalgh que utiliza una estructura de flashbacks y flashforwards recurrentes para moverse entre dos líneas temporales. Mientras que McGuigan logra con inteligencia los contrapuestos puntos de vista de ambos protagonistas para explicar las circunstancias de su distancia. Otra de las cosas a su favor es la correcta caracterización de Annette Bening en la piel de Gloria Grahame. Captura a la perfección la difícil personalidad de la actriz en sus últimos años. Su belleza y la calidez de cada mirada ayudan a cautivar al espectador. Por su parte, Jamie Bell construye a un conmovedor y sensible joven que, a pesar de la fuerte presencia de Bening, no queda eclipsado y juntos logran una química magnética. La credibilidad de su romance es visible en el primer encuentro y no desaparece hasta después de su emocionante despedida. Pero, sin lugar a dudas, lo más impresionante de toda la película es una breve escena de ambos en un teatro vacío que junto a las inolvidables palabras de Shakespeare retratan lo que significa el crepúsculo de una estrella de la actuación.
ETERNIZAR LOS RITOS El camarín de una estrella. Despliegue de maquillajes, perfumes, cremas, brochas, ruleros y dos objetos de gran valor como el collar con forma de corazón y una cigarrera grabada. Ella se mira en el espejo con bombillas de luz mientras esparce por su cara los diferentes productos y hace una serie de muecas y gesticulaciones para descontracturar la boca y las cuerdas vocales. Gloria mantiene el antiguo rito de un pasado exitoso pero fugaz; sin embargo, en plena preparación una punzada le recuerda el motivo por el que dejó de sentirse plena. Y ese dolor vuelve reforzado como última advertencia para conseguir aquello que más anhela. La última película de Paul McGuigan, basada en una historia real, propone una oscilación constante entre los años 1979 y 1981 en Liverpool que construye el primer encuentro entre la ganadora del Oscar Gloria Grahame y el joven Peter Turner pues son vecinos, la consolidación de la pareja y la actualidad de ambos: ella olvidada y con una enfermedad en aumento; él con un papel en una obra teatral. Además, el director intercala el viaje a Estados Unidos, donde Peter conoce a la madre y hermana de Gloria. A diferencia de numerosas películas, en Las estrellas de cine nunca mueren la diferencia de edad no es objeto de cuestionamiento entre ellos, en las familias o a nivel social; por el contrario, el vínculo se conforma de manera natural, sincera y de a poco. De hecho, los padres de Peter están encantados con Gloria no sólo por su calidad actoral, sino también como ser humano. La forma en la que se plantea el lazo entre ambos tiene ciertas reminiscencias con Volver a empezar (Souvenir en su título original) de Bavo Defurne. En este caso, se trataba de una cantante de Eurovisión que quedó en el olvido por un concurso y trabaja en una fábrica alimenticia con una vida rutinaria y un joven que le encuentra un parecido a Laura, su nombre artístico. Ambos filmes exhiben a mujeres que supieron conquistar la fama por un período breve y que se redescubren gracias a la mirada de un hombre menor mediante un amor libre. También, las protagonistas guardan un secreto que las aisla y torna solitarias y los padres de los hombres son admiradores de las estrellas. Tal vez, en Las estrellas de cine nunca mueren el vínculo entre la familia del joven y la persona famosa es más amable, cariñoso e íntimo. Más allá de la historia romántica, la película evoca la nostalgia de una época de esplendor de la industria cinematográfica y de la variedad de sus artistas. Un pequeño gesto para homenajear a una figura que dio que hablar durante las décadas del 40 y del 50, se coronó con el premio mayor y siguió trabajando en teatro, cine y televisión hasta el final. El cine reforzando su capacidad de perpetuar e inmortalizarse. Por Brenda Caletti @117Brenn