Si anteriormente hablé de La Plegaria del Vidente como un policial negro fallido -que respondía al género desde su estética y estructura narrativa pero era deficiente a nivel actoral y, en algunos tramos, en su montaje-, Las Voces es un thriller que pareciera erigirse dentro del estilo solo desde su imaginario visual pero que transita, errante, una historia que se vuelve más y más incoherente a cada minuto. Desde el comienzo, todo parece indicar que estamos ante un relato tétrico con elementos dignos del terror: una anciana en coma (Ana Celentano pésimamente maquillada), voces siniestras que provienen de su audífono y una niña que asegura que su abuela -pese a su estado- le habló de su abuelo perdido -un misterioso ventrílocuo (Jean Pierre Noher en su papel menos creíble)-; todo esto mientras la película divide, mediante un montaje alterno, el pasado y el presente...
La obsesión por la porcelana Pablo Torre construye Las voces (2012) desde lo más profundo de la psiquis humana y el resultado es una obra maestra que combina suspenso, drama descarnado y romanticismo. Al conocer el título de esta película, todo parece remitir a un universo espiritista de voces internas, sueños y miedos, pero el film resulta ser mucho más que eso: el amor ligado a la obsesión y la perversión, a la profunda soledad en el alma en una historia que emociona y da escalofríos al mismo tiempo. Poco antes de morir, Ema (Ana Celentano) le habla a su nieta sobre el abuelo. Esto vuelve a despertar en Clara (María Socas), la madre de la niña, interés por saber algo sobre su padre a quien nunca conoció. Cuarenta años atrás, Juan (Jean Pierre Noher), un ventrílocuo que comparte su vida con una muñeca de porcelana, trabaja como artista de número vivo en un cine. Un crimen, el acoso de la policía, su relación con Ema y con una extraña niña que descubre en el superpullman de la sala, llevan a Juan a un denso universo en el cual la realidad y sus fantasías comienzan a entremezclarse. Apoyándose en el trabajo de sonido, Pablo Torre le pone voz y dramatismo a la historia de un hombre solitario, agobiado por la depresión más profunda que habita en un pequeño cuarto gris y derruido, en su vida deshecha. Con distintas voces le da la vida a su compañera más fiel, quien siempre lo acompañará y que, al mismo tiempo, lo ayuda a ganarse unas monedas. Una muñeca que él peina todas las noches antes de irse a dormir, un juguete que es convertido en persona debido a la extrema soledad y pena de otra. El excelente trabajo de Jean Pierre Noher sobre este personaje es revelador. La personalidad de un hombre patológico al que no le atrae ninguna mujer, no conoce de relaciones amorosas y menos de las humanas. Su vida está directamente ligada a la muñeca con la que tiene una conexión más extraña que real. Cuando se dice que las personas se pueden enamorar de los objetos que más les gustan, tiene algo de verdad, y más aun cuando se muestra la desolación y el vacío de Juan al desprenderse físicamente de ella. Un llanto desesperado, un pedido de auxilio y de afecto que lo lleva a oír voces y ver cosas. Con flashbacks recurrentes y necesarios para hilar los cabos del argumento, la película también cuenta otra historia paralela. La de Ema que se enamora de Juan, la de Clara que busca conocer a su padre, y la de su matrimonio errado y frío que parecería que sólo sigue en pie por su hija casi adolescente. Así el film va mostrando las caras de una misma moneda. La incomprensión del otro, el amor no correspondido, la gran depresión que supone la pérdida de alguien (o algo) amado y los trastornos mentales que pueden darse como resultado del trauma del despojo, la soledad, el abandono y la miseria emocional. De una riqueza argumental innegable, la película resulta exquisita también en su estética. Es dueña de ambientes sombríos y esfumados ideales para los temas que toca y que se combinan con lo opaco y “viejo” del vestuario. Las voces cuenta además con personajes sólidos, un hilo coherente y un relato tan atrapante como angustiante.
Un drama argento que sólo seduce desde la forma La genética de un realizador cuidadoso de los detalles es el elemento distintivo de la nueva apuesta de Pablo Torre. Innegable y presente, la escuela devenida de su padre Leopoldo Torre Nilson se palpa en cada segundo de su largometraje. Hay paisajes opresivos, locaciones cuidadosamente seleccionadas, fotografía impecable (a cargo de Mariano Monti en su segunda colaboración con el director luego de La mirada de Clara) y una esmerada elección del vestuario a cargo de Ana Rivoira en un prometedor debut en el largometraje. Sin embargo, el film no termina de cerrar desde su guión y el desafortunado maquillaje utilizado para avejentar a su protagonista Ana Celentano en la escena inicial, postrada en una cama y recibiendo la visita de su hija y nieta. La historia con continuas idas y vueltas nos propone armar las díscolas piezas de un rompecabezas familiar que van de mediados de los años 50 (cuando Perón impone a las salas cinematográficas la obligatoriedad de incluir un numero vivo como antesalas a las proyecciones de películas) a la actualidad (aunque mucho no cierren las fechas). Juan (Jean Pierre Noher) es un ventrílocuo oscuro e introvertido que pasa sus días en absoluta soledad, sólo acompañado por su muñeca; las deudas lo acorralan y busca trabajo como número vivo en un cine de barrio. Allí trabaja Ema, encargada del guardarropas, una mujer con problemas auditivos que siente una enigmática atracción por el poco sociable artista. Impulsiva, casi al riesgo de la invasión emocional, la mujer da los primeros pasos para lograr un encuentro con el taciturno artista. Entre ellos nace una relación tormentosa, que se ve interrumpida por el descubrimiento de Ema de las alucinaciones que Juan sufre diariamente. Mientras tanto en nuestros días y a través de un montaje paralelo asistimos a la actualidad donde la hija de Ema trata de reconstruir su pasado y buscar a su padre Juan a través de testimonios que sobrevivieron los años. Un viejo programa de cine servirá como puntapié inicial para comenzar la búsqueda... Así, pasado y presente se entrelazan en un film que parece querer encontrar un rumbo pero nunca termina de definirlo: terror psicológico y alienación mental conforman un mix que no llega a atrapar al espectador. Actuaciones poco convincentes y, en el caso del protagónico incluso sobreactuadas, terminan por perjudicar a este fallido film que no obstante sus limitaciones posee una factura técnica digna de ser mencionada.
Un filme de cruces múltiples Película de Pablo Torre, con Jean Pierre Noher. Las voces, de Pablo Torre, es una película de cruces: de tiempos, de géneros, de historias, de realidad con fantasía. La trama, que combina elementos románticos, de misterio, de suspenso, de terror, de sagas familiares y de homenajes al cine blanco y negro, articula dos líneas temporales de un hecho, cuyo nudo es el vínculo entre un un oscuro ventrílocuo (Jean Pierre Noher) y una mujer hipoacúsica (Ana Celentano) que mitiga su soledad. Ambos actores, talentosos, remontan un libro y una puesta que los obliga a ser ampulosos. El interpreta (con notable manejo corporal) a un personaje desamparado, enfermizo, algo siniestro, que -a fines de los ‘40, comienzos de los ‘50- vive obsesionado por una muñeca de porcelana en un cuarto de paredes descascaradas y vidrios esmerilados. La desesperación económica lo llevará a conseguir un trabajo y a cometer un crimen. Su trabajo será un número en vivo en un antiguo cine. Ahí conocerá a una mujer (Celentano) encargada de cuidar el guardarropas y a una extraña chica (Wanda Brenner). Si bien Torre evita los lugares comunes del realismo, sin temor a la desmesura, en algunos casos sus puestas bordean un absurdo que no parece deliberado. Al principio del filme vemos a Celentano anciana, agonizando en una cama de hospital. Su imagen, con la cara tajeada de arrugadas no convence. Y, además, su audífono repite voces del pasado... En este punto, hay que aclarar que el director busca las atmósferas y los personajes ominosos, como si se volcara al terror, aunque no por completo. La música de Luis María Serra, bella, contribuye a la grandilocuencia.
La búsqueda de la propia identidad en un film de Pablo Torre El drama, el romance y el suspenso, elementos casi siempre presentes en la filmografía de Pablo Torre, vuelven en esta historia sobre Juan, un hombre solitario que en la década del 40 vive en una modesta habitación con la única compañía de una muñeca de porcelana a la que le ha dado alma. Es ventrílocuo y trabaja en los cines de barrio como "número vivo"; allí, en una de esas salas, se encuentra con Ema, con quien tiene un romance que desembocará en un triste epílogo. Pero esta historia vuelve al presente cuando Ema, agonizante, le hablará a su nieta acerca de su abuelo. Esto despertará en Clara, la madre de la niña, el interés por saber más sobre su padre, a quien no conoció, y así iniciará una búsqueda que irá revelando la problematizada existencia de Juan y su devoción por su pobre arte. Si por momentos el guión de Pablo Torre cae en algún enredado andamiaje, no por ello el realizador supo otorgarle a su historia todo el misterio que había en ese hombre callado (un muy buen trabajo de Jean Pierre Noher) quien casi sin palabras trata de sobrevivir en un micromundo que lo abruma y lo cohíbe. En su cuarto largometraje, Torre logró retratar un puñado de vidas que luchan por descubrir secretos y verdades, teniendo además como marco un crimen, un acoso policial, la relación de esa pareja y, fundamentalmente, la relación de Juan con una extraña niña que descubre en el superpullman del cine y que lo lleva a un denso universo en el cual la realidad y las fantasías se entremezclan. El clima del film está logrado a través de esos personajes que, entre el pasado y el presente, buscarán conocerse entre sí y otorgar el perdón de viejos resquemores. Se destacan también los trabajos de Ana Celentano, de María Socas, de Wanda Brenner y de Alejandro Awada.
Relato desflecado que remite a cine viejo Ema (Ana Celentano) está agonizando en la cama de un hospital pero a pesar de que está en coma, inexplicáblemente le cuenta a su nieta quién fue su abuelo Juan (Jean Pierre Noher), un ventrílocuo que varias décadas atrás se ganaba la vida como artista de variedades en un cine y estaba obsesionado con una marioneta de porcelana. Los detalles del calvario de ese personaje oscuro despiertan el interés de la niña y sobre todo de su madre Clara (María Socas), que desconoce quién fue su padre. Desde ese momento la historia transcurre entre el malestar del presente de la nena y su mamá, que intentan reconstruir la historia familiar, y los largos flashback, donde se expone la triste existencia de Juan –que incluye un crimen nunca resuelto– y la relación que tuvo Ema y con una fantasmal niña, que no solo es físicamente similar a la que será su nieta en el futuro, sino que guarda una alarmante semejanza con la muñeca que lo acompaña en sus agobiantes jornadas pautadas por la miseria. Había una vez un cine argentino –allá, en un período que abarca desde los lejanos ’70 hasta buena parte de los ’90–, un cine que tenía mucho que decir sobre la atormentada alma humana, cargado de significados, consciente de su importancia trascendental. Pues bien, ese nutrido grupo de películas, con poquísimas excepciones, fue el responsable de que se instalara la idea de que los films nacionales eran decididamente malos. Las voces de Pablo Torre (El amante de las películas mudas, La cara del ángel, La mirada de Clara), de Leopoldo Torre Nilson hijo, remite a ese cine viejo, hinchado de importancia, incomprensible, con una puesta pesada que confunde importancia con solemnidad, a los que le suma ciertos toques sobrenaturales que no hacen más que agregar elementos sin resolver a un relato de por si desflecado.
Bizarra comunicación A través del audífono de su abuela -que yace en coma en un hospital-, una nena de unos once años llamada Ana escucha la tétrica voz de su abuelo. También dice haber escuchado a su abuela hablarle de aquel hombre a quien su mamá nunca conoció. En paralelo, a través de una serie de flashbacks, la película narra la historia de ese hombre, un ventrílocuo sin trabajo ni dinero, aferrado a una muñeca cuya voz él cree oir. Tras un incidente en la pensión donde vive, consigue trabajo como “número vivo” en una sala de cine. Su acto consiste en un número de ventriloquía con la deprimente variación de que Juan (Jean Pierre Noher) se interpreta a sí mismo, y al muñeco que no está (o sea, hace como si fuera Mr. Chasman y Chirolita al mismo tiempo). Por alguna razón que parece más desesperación que otra cosa, Ema (Ana Celentano), la encargada del guardarropas, se enamora de él, quien no corresponde ese amor ya que está obsesionado por una nena, producto de sus alucinaciones, y que es igual a su futura y desconocida nieta. En una trama plagada de inverosimilitudes, hay escenas y diálogos fallidos e injustificados, como la locura del “propietario” de la pensión, y las cosas que le dice la nena a Juan, más cerca de la pedofilia que de ningún tipo de ternura. Así, el espectador va perdiendo el interés en una historia que se hunde en el ridículo. Las actuaciones en general son insulsas, la nena (Wanda Brenner) es bastante inexpresiva, y Noher, si bien da perfecto con la imagen de perdedor, tampoco llega a transmitir la variedad de emociones y estados mentales que se supone que atraviesa su personaje. Los que se destacan son María Socas, la única en el elenco que parece tener alma, y Alejandro Awada, aunque su personaje es demasiado breve. El clima sórdido y opresivo está muy bien logrado, abundan las oscuridades, tanto en los escenarios y vestuario, como en los personajes: nada ni nadie es luminoso. Sin embargo el disparate psicológico no convence, y plantea más cuestionamientos que acercamiento a la intención del director. Pablo Torre elige quedarse en el thriller psicológico, con patologías no muy específicas, bastante confusas a decir verdad y, lo más inexplicable, hereditarias.
Un ventrílocuo con su muñeca En su lecho de muerte, Ema, asistida por su hija y su nieta de doce años, parece haber dejado una pista para encontrar al abuelo de la niña, al que ella habría abandonado luego de no poder comprender el mundo de locura en que estaba inmerso. La nieta, Ana, comienza a buscarlo y el señor aparece. Madre e hija tratan de comprender lo que pasó. A través de dos tramos temporales se van atando cabos sobre lo que ocurrió y como se produjo el cortocircuito familiar. Pablo Torre, director de "El amante de las películas mudas", libro y filme que le pertenecen, incursiona nuevamente en personajes que se mueven esquemáticamente en la historia. El problema del relato, que en un comienzo parecería poder evolucionar dramáticamente, es su confusión. UNIVERSO PROPIO A pesar de que el personaje del ventrílocuo forma parte de un universo propio, no quedan claros distintos elementos de la narración cinematográfica que van dificultando la comprensión del relato. El mundo del ventrílocuo, dueño de una muñeca con la que tiene una extraña relación, su paso por el cine de barrio, donde se dan algunas películas argentinas y en las que el actúa como número vivo, no asumen carnadura dramática y la extrañeza e incomprensión de la historia aumenta a medida que se acerca el final. Los actores, profesionales como Jean-Pierre Noher, especialmente Ana Celentano que da a su personaje autenticidad, el correcto Alejandro Awada y la niña Wanda Brenner de interesante rostro, hacen lo que pueden en un clima opresivo, que, desafortunadamente, también exhibe problemas de iluminación y más aún de maquillaje. A tono la música de Luis María Serra.
“Las voces”: cuento extraño, sórdido y lento Las gacetillas anticipan que éste es un cuento dramático acerca de un ventrílocuo. Como en el cine los ventrílocuos suelen enloquecer por culpa de sus perversos muñecos, el espectador bien podría esperarse algo por ese estilo, tipo «Al caer la noche», del brasileño Alberto Cavalcanti, con Michael Redgrave, pero acá la cosa es más original. Simplemente, no hay muñeco. Este tipo es loco por cuenta propia. Aclaremos. Al comienzo tiene una muñeca vestida de azul, a la que dedica todo su cariño y con la cual sale a mendigar por un callejón pobrísimo, pero el dueño de la pensión se la quita de puro malo y como parte de pago del alquiler. Así que el tipo se pasa el resto de la película haciendo dos voces «a capella», como quien diría. Su estado lo lleva, sin solución de continuidad, a charlar con una nena bastante cargosa y sospechosa, que solo él ve, y sería la hija de una señora sorda muy amable, que se enamora de él porque le gusta ver cómo sus labios «se mueven en silencio, como en las películas de antes». Lo cual permite comprobar la veracidad del dicho «nunca falta un roto para un descosido». La cosa es que el hombre se siente perseguido por la mujer y por la hija imaginaria de la mujer, que encima se le pone celosa. También parece perseguirlo la policía. Lo mismo, el boletero del cine de mala muerte donde trabaja como número vivo. Esto ocurre a mediados de los 50, según puede deducirse de los trajes, las costumbres y los afiches del cine, salvo uno de 1947 que claramente dice «La senda oscura», como augurando para dónde va el sujeto. El cine ofrece «Mercado de Abasto» y «La mujer de las camelias», con Zully Moreno, pero nosotros seguimos atrapados por esta película. Que además tiene una historia paralela ambientada en la época actual, donde aquella mujer ya está agonizando pero le transmite mentalmente un mensaje a la nieta, que es una nena real pero igualita a la que el loco se imaginaba. ¿Y qué dice el mensaje? Que busquen al loco porque es su abuelo. ¿Y qué hace el loco del abuelo cuando hija y nieta lo encuentran? Cosas de loco, pero de loco perverso. Pablo Torre, autor de todo esto, ama, o quiere exorcizar, ese mundo turbio y decadente del cine que sufrieron sus mayores, tal como lo ha mostrado en sus anteriores «El amante de las películas mudas» (gran caracterización de Alfredo Alcón) y «La mirada de Clara». La película que ahora hizo sigue esa línea, y si uno se pone a masticarla puede encontrarle además ciertas lecturas simbólicas muy interesantes. Solo hay que aceptar su estilo, todo muy tétrico, sórdido y lento, con un protagonista obligado a moverse como un perro apaleado del «kammerspielfilm» más pesimista, y una niña seria, solemne y poco confiable. Irreprochables, en cambio, la música envolvente del maestro Luis María Serra, la buena fotografía, y la escena en que la niña, chantajista, se pone a caminar con tacones por la baranda del superpullman, unos cuantos metros por encima de la platea.
Pablo Torre, hijo de una leyenda del cine nacional (Leopoldo Torre Nilson) ensaya en este, su opus 4, una propuesta audaz, a tono con su hábil manejo de las atmósferas. Nos referimos a "Las voces", propuesta intrincada, oscura y enigmática, que se estrena en salas hoy. Debemos decir, que este es un film con climas bien logrados, cuidado en sus rubros técnicos y que cuenta con un reparto convincente. Aunque también hay que reconocer, que no todos estos elementos positivos garantizan la calidad de un producto al final si no hay amalgama y un libro interesante detrás. Mucho de esto sucede aquí. En los primeros minutos, conoceremos a Juan (Jean Pierre Noher), ventrílocuo extraño y sin rumbo, cuya única compañera parece ser una muñeca, que lo acompaña a todos lados. Vive en una pensión y su trabajo está en la calle, por lo que vive al día. Ergo, tiene serios problemas para pagar la renta. Cuestión que terminará mal cuando un incidente con el dueño de hotel termina en desgracia y dispare definitivamente la locura de nuestro protagonista. Juan, es un hombre desequilibrado, está dicho. Pero aún así, consigue empleo como número "vivo", en el cine Dorá. Allí, hará de presentador con un sencillo acto de "voces", ya que (no lo habíamos dicho) corre la década del cincuenta, y el cine nacional se encuentra en auge, requiriendo ese tipo de mano de obra. En ese lugar, el conocerá a dos personas que modificarán radicalmente su vida: Ema (Ana Celentano) y su aparente hija (Wanda Brenner), quienes operarán sobre su débil psiquis, complejizando su realidad a medida que se relaciona con ellas. Pero eso no es todo, paralelamente, en el futuro, conocemos a Clara (María Socas), hija de Ema, quien intenta, luego de la muerte de su madre, de conocer el paradero de su padre, a quien nunca vio. La cinta presenta los dos tiempos y navega entre ellos para darle pistas al espectador sobre la naturaleza de los enigmas planteados. Sin anticipar más del argumento, hay que afirmar que "Las voces" es un film desparejo, en el cual sus lados fuertes (los descriptos antes, dentro de los cuales hay un destacado lugar para el trabajo de Noher) no terminan por empujar la balanza a su favor. Lo que falla, sin dudas, es un guión que no logra trasmitir unidad en las que ofrece y por momentos confunde al espectador en la sucesión de eventos que trae. A pesar de contar con el escenario adecuado (la ambientación del Dorá es muy buena), cuesta juntar las piezas del rompecabezas porque los indicios son dispares. Esto se traduce en desorientación seria de a ratos, y conspira en contra del climax de la trama. También quedan en el debe algunos cuestiones referidas a la iluminación y en el maquillaje que podrían haberse mejorado, dada la calidad del equipo técnico que intervino en esos rubros. Nos queda una sensación ambigua al terminar la proyección, Torre es un cineasta virtuoso pero este, no es de sus mejores productos.
Pablo Torre, como guionista y director, se arriesga con una historia de amor y locura, en el borde de la perversión y lo fantástico. Cuenta con los muy buenos trabajos de Jean Pierre Noher y Ana Celentano. Climas logrados, algunos pasos en falso, pero el resultado final vale.
Con innegables inquietudes estéticas y visuales, uno de los hijos de Leopoldo Torre Nilson, el cineasta y novelista Pablo Torre arriba a su cuarto largometraje, dentro de una filmografía en la que se destaca El amante de las películas mudas. También autor de una novela afín a aquella película, La ensoñación del biógrafo, Torre despunta nuevamente en Las voces parte de esas obsesiones relacionadas con cines antiguos, films en blanco y negro y artistas de otras épocas. Especialmente a través del personaje de Jean Pierre Noher, un particular ventrílocuo y cómico que hace el “número vivo” en una misteriosa sala que guarda sus secretos. Uno de ellos es la presencia en el cine de una extraña niña que tendrá su correspondencia en el futuro. Porque Las voces durante todo su metraje alterna el pasado y el presente con cierta soltura, una virtud que sin embargo no ayuda a que su intriga y las diferentes subtramas cohesionen, fluyan y resulten atrayentes, dentro de una tónica sombría y algo estática. En un personaje difícil Noher vuelve a apelar, como en la reciente El mal del sauce, a nutridas búsquedas expresivas, incluyendo singulares emisiones vocales y sonoras que se emparentan con el título del film. Ana Celentano, María Socas y Alejandro Awada aportan también buenos pasajes actorales enmarcados por las partituras del histórico Luis María Serra.
En el pasado, un ventrílocuo se obsesiona con su criatura y, más tarde, algo lo impulsa al crimen. Su historia es reconstruida en el presente, como una maldición, por su nieta: el film de Pablo Torre intenta mezclar la complejidad psicológica del más puro melodrama romántico con las búsquedas del cine de terror. El problema es que el clima -imprescindible para que el relato afecte como debe al espectador- se resiente por textos que parecen demasiado literarios y escenas de factura más bien teatral.
VOCES QUE HABLAN Y DICEN TAN POCO El especial cuidado formal no logra levantar esta pobre película que habla de la culpa de una burguesía con un tono anclado en el pasado. Pablo Torre pertenece a una familia de creadores, y su filmografía la componen una serie de películas regulares que tributan, de modo directo o indirecto, a esa tradición. Las voces está también asociada en términos estéticos a la filmografía de su padre, Leopoldo Torre Nilsson y de la segunda esposa de este – y su colaboradora creativa – Beatriz Guido. De cierta manera quien vea Las voces encontrará claves que vinculen esta película con el fructífero trabajo de aquella pareja. Claro que entre aquellos filmes y este pasaron más de 50 años. Y se nota. Esta nueva película “atrasa” narrativamente. Una niña recibe de su abuela a poco de morir, mensajes que hablan de abuelo, un hombre al que nadie conoció. Un audífono que guarda las voces que escuchó alguna vez, es el objeto de esa transferencia íntima que su abuela hace a la pequeña Ana. En paralelo, 50 años atrás, un hombre dotado de un misterio interior que le permite hablar con otras voces, como si fuera un ventrílocuo, vive encerrado con una muñeca a la que ama. Pero por azares nunca muy bien explicados en la historia, terminará dejando a la muñeca por una mujer real. Mujer adulta que será ella real y a la vez una niña imaginada. Esta niña, al igual que la joven Ana, está representada por Wanda Brenner. La niña aquella será misteriosamente, en algún espacio de su inconsciente, recuerdo del deseo de aquella joven imaginada. Y aquel hombre, complejo, siniestro, débil, perverso, será el abuelo desconocido, el padre de una mujer que no se resigna a haber perdido la referencia paterna. La película recorre ese mismo entramado que habitaban La casa del ángel o La mano en la trampa. El deseo y la culpa, el espacio donde el pasado se oculta y los fantasmas internos lo habitan, la mirada perversa. La aparición de la sexualidad adolescente como trauma. El guion es un conjunto de escenas que se vinculan sin mucho sentido, las relaciones entre los personajes son arbitrarias, la cuota – interesante – de fantasía no logra articular lo inverosímil del relato y los escenarios sobre determinan una historia mal contada. Por otra parte se nota el escaso trabajo del director con los actores. Las actuaciones tiene registros completamente diversos entre si. La joven Brenner, cuyo debut con semejante protagonismo es más que correcto, permanece en un tono apropiado para su personaje en el pasado, pero la Ana del presente parece perdida en el mundo. Jean Pierre Noher carece de contención y su personaje se desbarranca permanentemente (se nota la falta de contención del director). María Socas hace lo que puede con su personaje, las pésimas escenas que le tocan actuar y los insólitos textos de su personaje. El especial cuidado formal, en la recreación de escenarios, vestuarios y climas, no logra levantar esta pobre película que habla de la culpa de una burguesía con un tono anclado en el pasado, con una mirada totalmente extraña en el presente y que incluye una memoria falsa, prestada y mal recuperada. La falta de guionistas que aporten creatividad y consistencia a las ideas básicas, la carencia de precisión en la dirección de actores y la falta de un trabajo sobre el ritmo del filme, hacen de estas voces, unos ruidos lejanos que apenas parecen traer palabras. Como diría un filosófico dirigente sindical de nuestro país, Pablo Torre debería dejar de filmar al menos por dos años.
Poco antes de morir su abuela Ema (Ana Celentano), una nieta (Ana) escucha por el audífono de ésta voces que le hablan, las que resulta ser su abuelo desconocido. Al saber esto, se vuelve a provocar en la madre, Clara (María Socas), de la niña el interés por saber algo sobre su padre, Juan (Jean Pierre Noher), a quien nunca conoció. Cuarenta años atrás, Juan parece que sólo ha compartido su vida con una muñeca de porcelana, a la que le ha dado un alma y un poder sobre él. En defensa de su pobre creación (la muñeca) ha cometido un crimen... El universo de Juan se irá tornando cada vez más denso. La policía sospecha de él. La realidad y sus alucinaciones se entremezclan, como en un pleno brote psicótico de manera permanente. Historia contada en dos épocas: una, allá a mediados de los años ’40-50, la otra, en la actualidad. En la primera, un personaje psicótico (Juan), errado en su propio universo, construye una salida socialmente aceptada para resolver su desequilibrio psíquico, utilizando sus alucinaciones auditivas trabajando como ventrílocuo ¿? Esto no quita que el mismo personaje tenga alucinaciones visuales. Es contratado por el cine del barrio para realizar su número vivo antes de la proyección de las películas. Allí conoce a Ema, la encargada del guardarropa. Ella se enamora, vaya uno a saber porque, pero él no puede corresponder a ese sentimiento pues toda su libido esta puesta en la muñeca de porcelana. Es casi violado por Ema, y se instala en el cine argentino algo muy común en el cine de Hollywood, “el coito mágico”, esto es que tienen relaciones sexuales una vez y la mujer queda embarazada. Él nunca sabrá del embarazo. En la actualidad Ana (Wanda Brenner), la nieta púber, es poseedora de las esas mismas alucinaciones que sufre Juan. Ana que nunca tuvo contacto con ese abuelo, pues ni siquiera sabia de su existencia. Además, su madre Clara nunca supo quien fue su padre. La narración en ningún momento se decide por instalarse en algún género específico: ¿Es terror, drama, thriller o comedia? Por momentos mueve a risa, pero la mayor parte del tiempo aburre. Es dable destacar el diseño de arte, la muy buena fotografía, lograda escenografía y vestuario, pues sin necesidad de otros recursos narrativos nos instala en las distintas épocas por las que transita el relato, mientras la música puesta en función de resaltar los distintos momentos resulta muy ampulosa. Las actuaciones son de orden de la corrección, destacándose en la creación del personaje Jean Pierre Noher. En un nivel apenas por debajo, y en un papel muy secundario, el siempre genial Alejandro Awada como padre de la niña. Lo que esta en el orden de lo paupérrimo es el maquillaje. La realización abre con un plano donde se la ve a Ema en su lecho de muerte, vieja, pero más que vieja parece una accidentada por el fuego con marcas hechas con marcador indeleble. El estilo narrativo es cansino, lento, previsible, ni las rupturas temporales con el abuso de los flashbacks la hace despegar y, por si fuera poco, tratando de emular a un cine poético, metafórico por momentos, sin lograrlo. Si a esto le agregamos que además el director da cuenta de ser quien descubre el gen recesivo de las psicosis, podríamos decir que es tan pretenciosa que no sólo apunta al Oscar, sino que además va por el Nobel (de medicina)
Una misteriosa sala y unos audífonos guardan un secreto de varios años. La nueva película de Pablo Torre (hijo de Leopoldo Torre Nilsson, estudió Filosofía y Letras en la UBA, y previamente dirigió tres largometrajes. Esta es la historia de ventrílocuos algo oscuros; los protagonistas son: Jean-Pierre Noher, Ana Celentano, María Socas, Alejandro Awada y Wanda Brenner (la hija de Socas). Su narración va girando en dos tiempos, a medida que se desarrolla la historia sabemos que Clara (Socas) nunca conoció a su padre, por lo tanto su hija (Brenner), no sabe nada de su abuelo, pero cuando vemos la madre de Clara, Ema (Celentano, mal maquillada), en la cama de un hospital a punto de morir, le cuenta a la niña algunas cosas sobre su abuelo misterioso, es cuando Clara revive el interés por la historia de su padre. De esta forma comienza el relato, no solo Clara y su hija, ira conociendo la historia, sino que también los espectadores, con la utilización de los largos flashback, revivimos el comienzo de los años 50.Allí esta Juan (Noher) un ventrílocuo, que vive pendiente de su muñeca, es como parte de su existencia, es todo para él, vive en una habitación de morondanga, y además debe el alquiler. Por esa cosas que tiene la vida, ve un cartel en un cine donde piden artistas, es cuando decide realizar un número en vivo (como era antes) un rato antes de la proyección, de esta forma se le brinda un homenaje al cine de aquellos tiempos, donde se hace referencia a distintas películas como por ejemplo: “Los martes orquídeas, 1941”con Mirtha Legrand; “La senda oscura, 1947”con María Duval; “La de los ojos color del tiempo, 1952” con Mirtha Legrand; “Mercado de abasto, 1955”; “Dios se lo pague, 1948”; entre otras. En ese lugar donde trabaja conoce a Ema (Celentano), quien está encargada del guardarropa, es sorda, pero eso no les impide que se enamoren, pero en un rincón de ese lugar paralelamente conoce a una niña extraña y todo comienza a mezclarse con alucinaciones y entre el pasado y el presente. A medida que corre la cinta, todo comienza a mezclarse, lo oscuro, los tiempos, los géneros entre el misterio, el suspenso, el terror y lo romántico, quedando situaciones inconclusas, incoherente, sobreactuaciones, se torna aburrida, abrumadora y termina decepcionando.