La segunda película del director mexicano Amat Escalante (que se presentó en el Festival de Cannes) aborda el tema de la falta de oportunidades laborales de dos jornaleros indocumentados mexicanos en la ciudad de Los Angeles. El film sigue a través de planos estáticos y extensos las veinticuatro horas de Jesús (Jesús Moisés Rodríguez) y Fausto (Rubén Sosa), quienes afrontan diariamente la necesidad de obtener dinero para subsistir. Los bastardos combina realismo social y crimen a partir del momento en que los protagonistas irrumpen en el domicilio de una mujer, Karen (Nina Zavarin), y la someten a un juego peligroso. En ese sentido, la película está plasmada como una "olla a presión" a punto de estallar. Lejos del resultado de Funny Games, con Naomi Watts (que en nuestro país salió directo al DVD), el film sólo encuentra algunos apuntes interesantes sobre la violencia contenida, pero no siempre su bala da en el blanco. Los bastardos, hablada en español y en inglés, no se trata de producto de acción, sino de una muestra de cómo el orden cotidiano (madre e hijo adolescente) puede alterarse en cuestión de minutos por la presencia de dos hombres (y una escopeta) lanzados al mundo delictivo. Aunque tiene dos escenas de fuerte impacto, éstas no alcanzan para levantar el interés de un relato moroso que se toma sus tiempos para contar sus horas de desamparo y muerte.
Estado de shock Amat Escalante -discípulo de Carlos Reygadas- ya había llamado la atención en el Festival de Cannes 2005 con su polémica Sangre y volvió a impactar tres años más tarde en la sección Un Certain Régard de esa misma muestra con la cruda y muy controvertida Los bastardos, Este film, que tiene varios puntos de contacto con Funny Games, de Michael Haneke, narra 24 horas en la vida de Fausto y Jesús (los actores no profesionales Rubén Sosa y Jesús Moisés Rodríguez), dos inmigrantes ilegales mexicanos que se ganan a duras penas la vida con trabajos ocasionales: se ubican todos los días junto a varios compatriotas en una esquina de Los Angeles y por allí pasan estadounidenses a recogerlos para diversas changas (y hasta algún avance sexual) por escasos 8 o 10 dólares la hora. Pero Fausto y Jesús ese día deciden llevar una escopeta en el bolso y su objetivo será irrumpir en una casa y ganarse el dinero de la jornada de otra forma. Así, ingresan en la vivienda de una madre que vive junto a su hijo adolescente. Ella fuma crack y el chico está casi ausente, alienado con la música electrónica. El muchacho parte justo antes de que los dos mexicanos lleguen. Así, Fausto y Jesús se encontrarán sólo con la mujer cuarentona. Comerán algo de fast-food, fumarán con ella, se meterán en la piscina, habrá algún encuentro sexual y, luego, llegará un desenlace narrado de la manera más brutal e inesperada, de esos que dejan al espectador en estado de shock. Escalante, de apenas 29 años cuando rodo el film, vuelve a demostrar su innegable talento para el encuadre, para largos planos fijos o para sofisticados planos-secuencia. Es, también, un gran director de no-actores y un incisivo observador. Y, por supuesto, no pierde su oportunidad para incomodar, perturbar, escandalizar al público con una película sólida y audaz, al que algunos condenarán por su violencia gratuita. Una mirada para nada complaciente sobre el tema de la inmigración ilegal, las diferencias de clase y la irracionalidad de la violencia. Otro interesante aporte del nuevo cine mexicano.
Estado de ira Dos años pasaron desde que Los bastardos (2008), segunda película del mexicano Amat Escalante (Sangre, 2005), ganara la Competencia Latinoamericana del 23 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata cuyo premio era el estreno comercial en los cines argentinos. Joya inconmensurable del nuevo cine mexicano, plantea el tema de la violencia y la exclusión desde una óptica ambigua en el que los unos y los otros serán tan culpables como inocentes. Jesús (Jesus Moises Rodriguez) y Fausto (Rubén Sosa) son dos inmigrantes ilegales en la ciudad de Los Ángeles, trabajan de jornaleros y el dinero les alcanza cada vez menos. La historia transcurre en apenas un día de sus vidas. Día que marcará un antes y un después. Día en el que la marginalidad a la que los somete el sistema hará despertar el estado de ira reprimido en el interior de cada uno de ellos. Escalantenos ofrece un relato para nada contemplativo. Desde la primera escena sabemos que lo que vamos a ver será una historia sin concesiones hacia el espectador. Un plano fijo de una ruta y dos personajes caminando hacia la cámara durante unos cuantos minutos confluyen en un separador rojo sangre con el título del film y una música estridente que nos adentra en un relato cinematográfico que carece de escrúpulos. De ahí en más la historia se dividirá en dos episodios. El primero reflejará la desesperación por conseguir el dinero para el día mientras sufren un maltrato permanente. En el segundo tramo del film se nos mostrará como esa situación los lleva a cometer un hecho del que no habrá vuelta atrás y que está intimamente ligado con la violencia social. Los bastardos plantea un tema candente para los mexicanos como lo es la inmigración ilegal en busca de un mejor trabajo, pero sin caer en la banalización que muchas veces muestran los films de directores como Alejandro González Iñárritu (Babel, 2006). La forma casi despiadada de narrar los hechos en una historia donde pareciera no suceder mucho es uno de los logros más interesantes del film. A través de planos secuencias que ponen en una situación incómoda al espectador, encuadres que parecieran forzados pero que en el contexto encuentran la lógica adecuada, diálogos escasos pero necesarios y planos estáticos que a la vez perturban, construye con muy pocos recursos una película sofisticada desde lo visual y shockeante (en el mejor sentido de la palabra) desde lo narrativo. Una de las escenas finales, que por razones obvias no develaremos, da cuenta de esta conclusión. El cine mexicano que llega a estas latitudes es casi inexistente, salvo contadas excepciones, las distribuidoras se animan a estrenar películas habladas en español. Este es un caso excepcional y merece todo el apoyo del público. No sólo por el hecho de que se estrene una película latina, sino también porque es un hallazgo cinematográfico de visión obligatoria que generará fanatismos y odios adversos pero que no pasará inadvertida. Imperdible.
Burgueses por una noche El nombre del director mexicano Amat Escalante se relaciona directamente al de Carlos Reygadas, con quien colaboró en Batalla en el cielo, pero además de este dato el vínculo obedece también a un estilo y forma cinematográfica que busca a partir de un cúmulo de tensión y tiempos muertos desestabilizar al espectador. Eso ocurría en la sórdida ópera prima de Escalante que pudo verse hace unos años en el Bafici bajo el titulo Sangre y que ahora con su segundo opus Los bastardos (2008) se vuelve a repetir. A diferencia del impacto que generaba la historia de Sangre, en esta ocasión el realizador no logra del todo impactar al hacerse previsible el derrotero mínimo de situaciones por la que pasan los dos protagonistas. Por las características de los personajes, retratados con crudeza y sin medias tintas, las acciones en las que se involucran se anuncian demasiado, pese a un restrictivo manejo de la información que un guión bien escrito por el propio Escalante junto a Martín Escalante dosifica eficazmente. La premisa del relato se instala en la vida miserable de dos inmigrantes ilegales mexicanos (para nada idealizados en su rol de pobres o víctimas) que en un pueblo de los Estados Unidos intentan sobrevivir a costa de los precarios trabajos que pueden conseguir y que por supuesto deben soportar la explotación de los gringos empleadores alimentando esa gran cuota de resentimiento, producto de las desigualdades sociales. El enemigo puede ser cualquiera que tenga un estatus mejor. Por lo tanto las casas de un barrio de clase media son el lugar propicio para robar. Jesús y su cómplice Rubén, un adolescente con quien comparte los trabajos, ingresan a una casa elegida al voleo con una escopeta y de inmediato comienzan a vivir junto a la propietaria (Nina Zavarín), una madre de un adolescente, depresiva y adicta al crack, la fantasía de ser burgueses por un rato: comen, disfrutan de la pileta y las drogas. Sin embargo, a pesar de la perturbadora intrusión parecen establecer con la víctima un vínculo que se define más por compartir alucinaciones, roces sexuales, que por una empatía concreta. Bajo el ritmo moroso que imprime Escalante a cada secuencia, donde la mínima introducción de diálogos dan paso a la incomunicación como barrera no sólo idiomática sino como una expresión manifiesta del individualismo, se pueden apreciar las fallas de este film sobrevalorado porque a diferencia de su par Carlos Reygadas que hace del minimalismo un recurso narrativo increíble, en este caso son contados con los dedos de una mano los momentos en que realmente se justifica la lentitud, el silencio y la quietud con el consiguiente exceso de tiempos muertos. Por eso, Los bastardos convence a medias como propuesta de cine minimalista y contemplativo y como película que busca impactar al espectador por su realismo y crudeza.
La conmoción como arte Jesús y Fausto, dos jornaleros mexicanos que lo pasan mal en Los Angeles, reciben un “encargo” por el que van a cobrar 10 mil dólares. Y la cámara mira de frente, sin sacar los ojos de encima. Algunos cineastas provocan por puro afán de llamar la atención. Otros lo hacen, en cambio, llevados por su voluntad de ir a los extremos, de correr riesgos, de hacer ver al espectador lo que no quiere ver. Es el caso de Amat Escalante, habituado a conmocionar al prójimo desde muy joven. Apadrinado por su compatriota Carlos Reygadas, al mismo tiempo que éste presentaba su revulsiva Batalla en el cielo en la edición 2005 del Festival de Cannes, Escalante aparecía, con sólo 26 años, en la paralela Un Certain Regard. Producida por Reygadas y paradójicamente más lograda que la película de éste, Sangre anunciaba ya desde el propio título hasta dónde estaba dispuesta a llegar Escalante. Tres años más tarde, volvió a Cannes con su nuevo tratamiento de choque, Los bastardos, producida una vez más por el realizador de Japón y ganadora, a fines de 2008, del premio al Mejor Film Latinoamericano en el Festival de Mar del Plata. Dos años más tarde, Los bastardos se estrena finalmente en la cartelera porteña, en fílmico y DVD (ver ficha técnica). Y está llamada a producir en el espectador porteño un corte equiparable a los que el insumo eléctrico provoca por estos días en la ciudad. El plano de apertura es de esos que prueban de modo irrefutable el genio fílmico de quien lo produjo. Durante algo más de tres minutos, la cámara observa, inmóvil, cómo dos cuerpos vienen hacia ella. Como fantasmas en tren de materializarse, configurándose al fondo del plano, los cuerpos se acercan lentamente a cámara, hasta llegar muy cerca de la lente. La cámara los acompaña con un cambio de ángulo, observando cómo suben una cuesta y se pierden tras ella. El genio de Escalante consiste en generar expectativa, tensión latente, allí donde sólo podría haber sopor, tiempo muerto, banalidad cotidiana. Exactamente eso, ampliado a escala, hace el realizador a lo largo del entero metraje de Los bastardos, verdadera clase magistral de cómo generar tensión con (casi) nada, hasta dejarla estallar de modo bestial. Actuados, como corresponde, por no-actores (pocas cosas menos creíbles que un actor profesional haciendo de trabajador manual), los bastardos del título son dos inmigrantes ilegales mexicanos en Los Angeles. Todos los días, Jesús y Fausto (dos nombres al borde del exceso alegórico) se reúnen con otros como ellos, en espera de algún trabajo golondrina en las inmediaciones. El sol abrasa, la espera es larga, y los largos planos fijos (marca de fábrica que ya aparecía en Sangre), sumados a la narración en tiempo real y el documentalismo de estilo y actores, no hacen más que intensificar, volver cuerpo ambas sensaciones. También se hace cuerpo el estado de precariedad en que viven Jesús, Fausto y los demás, teniendo que esperar para que, con suerte, algún rubio les ofrezca diez dólares la hora por limpiar unos terrenos o cavar una zanja, bajo el insoportable sol del mediodía. Pero estos espaldas mojadas no tienen espíritu de víctimas. Parcos, con poco dominio del inglés, cuando un empleador insinúa no cumplir su palabra le avisan que más vale lo haga. Lo convencen rápidamente. Luego de que unos bikers les hacen sentir todo el racismo yanqui, durante el almuerzo Fausto saca del bolso de Jesús una escopeta de caño recortado. Alguien les ha encargado un “trabajo” por diez mil dólares, cifra que podría solucionarles unos cuantos problemas. Cuando ambos entran a una casa, por la ventana se inicia el tercer y fatídico movimiento de Los bastardos, aquel que le ha ganado legítimas comparaciones con La naranja mecánica y Funny Games, de Michael Haneke. Una mujer indefensa, sumada a la disposición que de ese cuerpo y esa circunstancia hace Jesús (a Fausto, el más joven, se lo ve visiblemente incómodo), ponen al espectador en el lugar de la dueña de casa, que sólo cuenta con una pipa de crack para acompañar su resignación. A diferencia de aquellos antecedentes, estos intrusos no son diletantes del sadismo sino simples brazos de alquiler. Seguramente por razones prácticas, Jesús y Fausto anulan todo asomo de duda o arrepentimiento, aprovechando ese rato en el dorado mundo de la clase media gringa para comer, coger, usar la piscina y la tele. Hasta que llega el escopetazo, uno de los más bestiales que jamás haya ofrecido el cine, y luego la coda, recordatorio de que el infierno no son los otros sino uno mismo. Sí se parece a Haneke –tanto como a Bruno Dumont, incluido en los agradecimientos, y tirando la cuerda hacia atrás también a ese referente absoluto de Dumont y Reygadas que es Robert Bresson– el modo en que Escalante se relaciona con lo trágico, lo brutal, lo irreprimible. Escalante mira de frente y sostenidamente, sin sacar los ojos de encima, por mucho que sangre y que duela. Si él se anima a hacerlo, lo menos que puede hacer el espectador es imitarlo, por más que sospeche que no es al paraíso donde va a asomarse.
Sin gloria, pero... El sueño americano. Sabemos muy bien, que ni bien cruzamos la frontera a los latinoamericanos ilegales nos tratan como basura en los Estados Unidos. Lo pueden ver en Machete, acaso uno de los mejores estrenos del año, donde un mexicano que trabajaba para el FBI es traicionado y luego de ser expulsado del país de la libertad es tratado como un obrero mexicano más. Machete se venga y Robert Rodríguez supo encontrar el tono perfecto para equilibrar la comedia policial clase B con la crítica política, irónica que caracteriza a su cine. Sin embargo, del otro lado de la frontera, las cosas no se ven con tanto humor y Amat Escalante lo manifiesta en un relato lleno de ira, hecho principalmente para causar impresión visual que para dejar una reflexión acerca de la convivencia de estadounidenses y mexicanos ilegales en la frontera con una sólida narración. Lo que sigue fue mi impresión del film cuando lo vi por única vez, dos años atrás el 23º Festival de Cine de Mar del Plata: “Los Bastardos es la historia de dos inmigrantes ilegales en EEUU, buscando trabajo, Jesus y Fausto. Con un registro seudodocumental, realista, y actores no profesionales, el comienzo de la película es prometedor: denunciar el maltrato por parte de los gringos hacia los ilegales, la explotación laboral, e incluso relatos de abuso sexual. Sin embargo la trama deriva hacia un tono policial, cuando ambos protagonistas entran en la casa de suburbios de una madre soltera y su hijo adolescente. Lo que empieza como una visión mexicana de Fast Food Nation deriva en algo similar a una película de Gus Van Sant (especialemnte Elefante)por así decirlo. Planos fijos, largos de duración, parecen las razones por las que Carlos Reygadas apoyo este film. Sólidas interpretaciones, buena fotografía y sobretodo un final impactante y desesperanzador en lo que respecta al futuro de la relación entre ambas naciones hacen olvidar algunos baches narrativos”. Dos años después no recuerdo tan precisamente el film, pero hay algunos puntos, que me gustaría resaltar Primero, que si bien la historia es comparable (inclusive se la puede comparar a nivel visual) con Juegos Peligrosos (versión austríaca o USA) de Michael Haneke, el grado de solemnidad de la película de Escalante, y la falta de acidez son tales, que la pretenciosa obra de Haneke guarda demasiada distancia con esta pequeña película, que si bien tiene sus méritos, no alcanza para mantener la tensión del espectador. En vez de generar un thriller a lo Haneke o similar a Horas Desesperadas (versiones de Wyler y Cimino), Escalante decide transformar el relato en un depresivo viaje donde la crítica a las drogas y la tecnología incrementan una serie de “golpes bajos” inncesarios. Por último, el final es divertido, pero carece de lógica argumental. Para los que quedaron impresionados, recomiendo ver el excelente film de Claude Chabrol, La Ceremonia (1995), con la que guarda varios remanentes. Particularmente, no recuerdo haber salido del Teatro Colón de Mar del Plata muy satisfecho con esta obra, y justifico los premios obtenidos con la misma varilla con la que justifico los premios que obtuvieron las películas de Alejandro Gonález Iñarritú: efectismo, culpa primermundista y moda. Aún cuando el film tiene sus méritos visuales, climáticos e interpretativos, Los Bastardos es una obra contradictoria. Por un lado tiene una intención de ser honesta y conciliadora, a pesar de no poseer un final feliz. Pero por otro, termina siendo un poco xenófoba, mostrando a los mexicanos ilegales de manera salvaje y a los estadounidenses como ingenuos snobs drogadictos. Cuanto la película más trata de alejarse visualmente del modelo Hollywood, más se acerca a sus estereotipos, prejuicios y clisés de forma initencional. Esta es la sensación que me dejó en su momento y que revivo cuando veo el trailer, fotos o leo algunas críticas. Acaso, deberé verla de vuelta para justificar mi opinión.
Discípulos de Michael Haneke Algo curioso me sucedió en el Festival, entre la noche del sábado 8 y la mañana del domingo 9 de noviembre: con una diferencia de pocas horas, me encontré con dos películas notoriamente deudoras del cine del austríaco Michael Haneke. Me refiero a la mexicana Los bastardos, dirigida por Amat Escalante, y a la sueca Involuntary, de Ruben Östlund. Son los segundos largometrajes de ambos realizadores. No vi el film anterior del joven Escalante, Sangre, pero según leo en Internet ya podía palparse allí la influencia del creador de Caché . Los bastardos arranca con un registro seudo documental que muestra a un grupo de obreros mexicanos intentando conseguir alguna changa -aunque sea por jornal- en la ciudad de Los Ángeles. Luego de una secuencia en donde un norteamericano contrata a un puñado de ellos para un trabajo (y los humilla un poco, de paso), dos de los inmigrantes (Fausto y Jesús) se despiden y siguen su propio camino por la ciudad. De golpe, el film cambia el punto de vista y vemos a una mujer que prepara la cena para su hijo, un adolescente apático con quien ella no puede entablar un diálogo. El chico se va, la mujer calma su angustia fumando un poco de crack, cuando de repente irrumpen los dos mexicanos, armados. Es entonces cuando la anécdota recuerda a Funny Games (1997), y uno comprueba que incluso el cartel inicial de títulos de Los bastardos es casi idéntico al del film de Haneke: letra catástrofe blanca sobre fondo rojo mientras suena un rock pesado bien chirriante. ¿Acaso Escalante lo hace para blanquear su fuente de inspiración? Nada parecía anunciar que la película derivaría hacia esta situación claustrofóbica en donde los atacantes someten a la víctima a una tensa espera del peor final. La diferencia con Funny Games es que sus dos jóvenes psicópatas montaban un juego de sadismo autoconsciente, mientras aquí lo que motiva a los marginales no es otra cosa que el hambre. Sin embargo, el concepto estético que guía a ambos títulos es el mismo: la provocación. Los bastardos se apoya en el shock que producen las acciones brutales de sus últimos minutos. Con el corazón en la boca luego de los mazazos, al salir de la sala uno cree haber visto una obra mucho más “trascendente” de lo que la película es en realidad. Quiero decir: sospecho que hay más efectismo que verdadera crítica social. Quizás el cine de hoy no pueda ofrecer mucho más que eso: dedicarse a sacudir al espectador para que por fin reaccione frente a la naturalización de la violencia. Por su parte, el sueco Ruben Östlund construye su film calcando la matriz narrativa de 71 fragmentos de una cronología del azar (1994), de Haneke. Involuntary (Involuntario) desarrolla cinco historias en paralelo que jamás se cruzan (en la película del austríaco los distintos personajes sí confluían en una resolución común). Lo que es igual es la elección de planos-secuencia con cámara fija, separados por imágenes en negro, que pretenden inscribirse como tajadas representativas de una realidad más amplia (realidad que aquí no es precisamente atractiva ni original). No es solo el relato fraccionado lo que remite a Haneke -de hecho, la fragmentación y la discontinuidad son marcas de toda la ficción desde el siglo XX en adelante- sino su ostensible distanciamiento en toda la puesta en escena, así como su necesidad de exponer la decadencia moral de la sociedad europea. Involuntary esboza reflexiones sobre la conducta, la dignidad y la ética; si bien tiene algunos logros esporádicos, la propuesta resulta despareja y nunca llega a despegar como película concreta. En comparación, la forma fílmica de Haneke sigue siendo más rotunda, y eso se debe a que es coherente con su mirada nihilista sobre el mundo. Una mirada más entrenada, por supuesto, y también más cruel (aunque a quienes lo admiramos a veces nos cueste admitirlo). Todavía hay un poco más. Hasta luego.
Con la casa tomada por el odio de clase Dos mexicanos se meten en un hogar burgués norteamericano, en un filme violento y revulsivo. Los bastardos , del mexicano Amat Escalante -joven colaborador de Carlos Reygadas-, es algo así como un estreno antinavideño o antifestivo. Una película brutal, desesperanzada y, en un sentido estético, fría: hecha de planos “limpios”, calculados, morosos; con personajes “sucios”, en muda y creciente desesperación, al borde de la implosión o la explosión. Incapaces de poner sus frustraciones en palabras. Tal vez, con razón: tal vez ya no tienen chances de redención ni de diálogo ni de quejas. Apenas de resignación o de violencia. En este caso, extrema. Muchos críticos han comparado a Los bastardos con Funny Games , de Michael Haneke. Es probable que hasta el propio Escalante les haya tenido que conceder la razón. Pero también es cierto que hay diferencias sustanciales. La primera es que, durante la media hora inicial, Los bastardos , rodada con actores no profesionales, da cuenta -lacónicamente, digamos al estilo Bruno Dumont- de un creciente sometimiento social, el que sufren los inmigrantes ilegales mexicanos en Los Angeles. El punto de vista es el de las víctimas, dos de las cuales (Jesús y Fausto) se convertirán en victimarios. Esas imágenes, las de un grupo de inmigrantes desocupados parados en una esquina, esperando “clientes” norteamericanos que desde sus autos les ofrezcan una changa por unos pocos dólares por hora, se parece más al ejercicio de la prostitución que al intercambio de un jornal por un trabajo digno. El lado más salvaje del capitalismo: su acercamiento a la esclavitud y la prostitución. No es raro que entre las vejaciones (inconscientemente vengativas) que están por venir estén incluidos la rabia clasista y la dominación sexual. La segunda diferencia con Funny... es que, antes de la irrupción de los dos jóvenes mexicanos en la casa de una mujer norteamericana y de su hijo adolescente, el director deja en claro que la vida burguesa primermundista también puede ser decadente. La mujer está alienada, anestesiada por las drogas; el hijo, por la música tecno, los juegos electrónicos, su apatía de joven satisfecho y un padre ausente. Si los muchachos mexicanos podrían ser personajes de La naranja mecánica , los estadounidenses podrían serlo de una película de Todd Solondz. Tercera cuestión: cuando la casa está tomada, cuando ya impera la sádica claustrofobia, víctimas y victimarios (¿quién será quién?) mencionan alguna cuenta pendiente, que los mexicanos estarían por ejecutar, y que no queda clara. ¿Importa? No. Porque el filme no es un thriller convencional sino un drama -una tragedia- en el que las palabras ya no tienen lugar. Apenas hablan el odio, el desdén, la barbarie, un dedo en el gatillo.
La violencia y la pobreza no son sino la cara de la misma moneda. Puede que esta asunción sea criticable, pero no por ello carece de buena parte de realidad. De hecho, es admisible en la medida en que funcione a modo de justificación de una situación dada. Por más que este procedimiento deba ser evitado, al arte le resulta sumamente complejo eludirlo y Los Bastardos - dirigida por el mexicano Amat Escalante - no es la excepción. Esta coproducción entre México, Francia y EEUU relata un día en la vida de dos jornaleros mexicanos en Los Angeles (EEUU), Fausto (Rubén Sosa) y Jesús (Jesús Moisés Rodríguez). Su trabajo mal pago por los yanquis deriva en la aceptación de un "encargo" criminal que tiene por fin, en principio, amenazar a la ex-esposa de un maleante (Nina Zavarin) en el interior de su propio hogar. La necesidad, el odio y la discriminación se mezclan aquí para brindar sustancia dramática a un film con un argumento llano y sin muchos giros. Pero no es la simplicidad argumental lo que perturba en esta película. Se trata, más bien, de una hipócrita combinación de planos innecesariamente largos y vacíos -como para demostrar que se trata de "cine arte", que ya se ha transformado en "cine aburrido"- con la pretensión de demostrar preocupación social. No es que las intenciones del director deban ponerse en duda, aunque, como se expresó más arriba, la "justificación" de los hechos se expone de manera tan directa que impide una visión reflexiva y crítica de la cuestión de la inmigración (tan crucial en nuestra Argentina actual también). Sólo en algunos momentos, los finales, los recursos del séptimo arte como el "gore" ensalzan el mensaje que quiere transmitir la obra. Es, empero, tan sólo una ráfaga, precedida por un realismo explícito y casi superficial y unas tomas lentas y sin objetivo aparente. Al parecer, la elección de Los bastardos como mejor film latinoamericano en el Festival de Cine de Mar del Plata y otros premios, como alguno que obtuvo en Cannes, son muestra de una necesidad de acercar burdamente el arte a la política. Amat Escalante lo logra sólo a medias y, en el fondo, plantea un problema que no deja desazón en el espectador, sino que lo colma de una verdad (o, quién sabe, quizá una mentira) que lo estanca en la inacción, la de que el pobre mata un poco para comer y otro poco por odio.
Anexo de crítica: Los Bastardos (2008) no pasa de ser una versión lavada y sumamente hueca de Funny Games (1997), ahora en clave de “inmigrantes ilegales mexicanos” (el discurso etéreo sobre la violencia posmoderna ha sido trabajado en innumerables ocasiones). El soporífero timing narrativo a la Andrei Tarkovski no se condice con un planteo ideológico muy escueto: la cosa podría haber mejorado si el realizador Amat Escalante -en vez de malgastar todo el presupuesto en la simpática escena final- hubiese contratado a actores profesionales. En síntesis, otro producto festivalero que exuda torpeza y demagogia...
Luego que la segunda entrega de “Las crónicas de Narnia” recaudara una cifra que apenas superó su costo y Disney desechara la franquicia por ese motivo, parecía que no se haría una tercera entrega. Pero Walden Media en combinación con Fox tomaron el reto de rodar “Las crónicas de Narnia. La travesía del viajero del alba” que es la tercera historia de la saga que escribió el apologista cristiano C.S. Lewis. El escritor imprimió un fuerte tinte educativo a esta serie de cuentos mediante los bíblicos conceptos de valores humanos, aunque no dejó de mezclar algunos personajes con reminiscencias mitológicas griegas y escandinavas Las dos versiones cinematográficas respetaron escrupulosamente a los libros, y en esta ocasión también se lo ha hecho al seguir fielmente una historia que sigue el “viaje” de los niños hacia la adultez. Por lo tanto esta vez ya no están Peter y Susan. Ellos ya han crecido. La lucha entre el bien y el mal que se alojan en su propio interior deberán librarla Lucy y Edmund a los que se agregará su primo Eustace que aún vive con los arrebatos de la niñez. Los tres llegarán a Narnia y se reencontrarán con el ahora rey Caspian y juntos deberán buscar las espadas de los siete caballeros que han desaparecido. Para lograrlo deberán navegar tormentosos mares, llegar a la isla Oscura y transitar por selvas sorteando pruebas y combatiendo con simbólicos personajes. Las sucesivas batallas irán paulatinamente haciendo aflorar la bondad que reside en el interior de cada uno de los niños, y hacerles notar donde está su flanco espiritual más débil. Lucy deberá adquirir más seguridad en sí misma, Edmund tendrá que poner en claro el papel que quiere desempeñar en la vida, Caspián tiene que tomar conciencia del lugar que ocupa en el mundo y Eustace comprender que no es el único ser que existe. Tarea difícil les resulta crecer y hacerse cargo de sí mismos. Tienen muchos enemigos que vencer. Lewis lanza el mensaje de que si se pide ayuda y se evita el aislamiento se logrará llegar a otra etapa de la vida, aunque eso produzca lógicos miedos. Michael Apted como realizador ha respetado escrupulosamente el mensaje de fondo de la obra del escritor británico. Nos encontramos ante una película no tan esplendorosas como las dos entregas anteriores, pero con hermosos pasajes visuales realzados por el sistema 3D, sobre todo la entrada de los protagonistas a Narnia, la visión lejana de la isla Oscura y la danza marina de las Ondinas de cristal. El guión es bastante paradigmático, y tiene el acierto de alternar las escenas de acción con otras netamente humorísticas que dan por resultado una trama desarrollada con una agilidad que en ningún momento decae. Las actuaciones son correctas. Como generalmente sucede en las sagas literarias tradicionales llevadas a la cinematografía se ha puesto más atención a que los actores fijen la imagen del personaje de la mente del espectador mediante situaciones aisladas. Como ha ocurrió anteriormente los personajes digitales, especialmente el ratón Reepicheed, se llevan el destaque en todas las escenas en las que participan. Los efectos especiales no están en el mismo nivel de los que se vieron en las versiones anteriores, aunque no por ello dejan de atrapar al espectador como por ejemplo la larga escena del monstruo marino. El dragón es un poco elemental, pero resulta simpático y se integra a la historia sin desentonar. Se ha eliminado el peso argumental de dos personajes (Peter y Susan), pero se han agregado otros, así que seguramente Walden Media encarará muy pronto la preproducción de la cuarta historia, “Las crónicas de Narnia. La silla de plata” Los niños, en su mayoría, están más pendientes de las escenas de acción. La densidad del metamensaje y la forma en que está desarrollada la trama hacen que el espectro de edad de los espectadores sea más amplio, ya que los adolescentes también disfrutan de esta realización. Los adultos asisten a una proyección amena y a una superproducción que los complacerá.
Los bastardos es una película violenta desde la primera escena, un muy largo plano en el cual entre medio del calor y la aridez aparecen los protagonistas, hasta las situaciones que desencadenan el robo, Escalante no tiene ningún interés en agradar Dos trabajadores mexicanos ilegales pelean por sobrevivir en Los Ángeles, con trabajos eventuales y en condiciones de explotación. Nada nuevo hasta allí, bajo el sol abrasador. La película cuenta un día, muy particular por cierto, de estos dos indocumentados mexicanos. Ellos después de trabajar, andarán por allí hasta que ingresan por la ventana en el departamento donde vive una mujer con su hijo, probablemente para robar o simplemente para molestar, asustar, ejercer por momentos un poder sobre otro. Amat Escalante construye una película que recibe influencias de diversas tradiciones. El cine de las fronteras, como podríamos calificar a Los bastardos junto con otras películas que se instalan en las zonas grises donde inmigración, pobreza, soledad, identidades transferibles, inseguridad e incertezas, abreva tanto en el realismo duro del cine independiente norteamericano de los años sesenta, el llamado cine chicano de los noventa, y el panorama actual del cine mexicano, que se apropia de los temas presentes en aquel norte, violencia por la delincuencia, violencia por la sobre explotación, violencia de género. Los bastardos es una película violenta. Desde la primera escena, un muy largo plano en el cual entre medio del calor y la aridez aparecen los protagonistas del film, hasta las situaciones que desencadenan el robo, Escalante no tiene ningún interés en agradar al espectador. La película cuenta, alrededor de los protagonistas, también la historia de otros con quienes pueden tener alguna relación: los igualmente explotados, los que se quedaron, los que viven en esa zona gris donde ellos habitan. No es casual que el punto donde los inmigrantes se reúnen, para que los busquen quienes necesitan trabajadores de a pocos y por tiempo limitado y tareas rudimentarias, esté junto a gran mercado de materiales, lejos de cualquier cosa que pueda parecer Los Ángeles, tal como se suele ver en el cine. La imagen en esta película adquiere un valor fundamental por su característica despojada, desprovista de ángulos expresivos, de contraste, de volumen. Esta condición plástica aproxima a un mundo sobre el que se construye el relato. La historia completa de la película está contada acá mismo. Lo central está en los personajes y los lugares. Pero su problema principal está en el guión. El director no termina de construir con sentido todas las relaciones, de modo que algunas escenas suenan demasiado arbitrarias e inútiles en el contexto donde están insertadas. Lo cual le quita potencia al modo que Escalante adopta para contar esta historia de situaciones. Soledad, pobreza, silencio, frontera, violencia, cuerpos despojados de deseo. Una zona gris donde entran no solo mexicanos ilegales, sino mujeres solas y jóvenes en una sociedad consumida. De todo esto habla Los bastardos, una película mexicana que sin dudas excede el problema de los “indios” y “la migra”.
Ganadora en Mar del Plata hace un par de años, película dura de Amat Escalante sobre los ilegales y las fronteras. Daños Colaterales. “Siento que Los Bastardos formo parte de mi, de ciertas consecuencias de mis experiencias y circunstancias de vida, que estaban fuera de mi control. He vivido casi el mismo tiempo en E.U.A que en México. Mi papá cruzó la frontera como ilegal antes de que yo naciera, y se lastimo las manos. Me ha contado esta historia muchas veces, y de alguna manera me pareció extraño el tener que saltar una valla y arriesgar tanto ¿y para qué? Otro familiar cercano cruzo la frontera arrastrándose por una alcantarilla durante 12 horas. Imagino que estas son las semillas de algo que terminó en Los Bastardos, junto con muchas otras experiencias que he escuchado. El guión fue escrito junto a mi hermano Martín, a la distancia…” Amat Escalante La experiencia de la violencia, no es un hecho neutral, ya que está hecha por individuos o por instituciones. Por lo tanto no es una tara biológica, ya que los hombres no son animales malvados, pero muchas veces, ésta no puede ser tratada, ni interrumpida y allí es donde a veces se produce la tragedia, y los daños colaterales, que ésta genera. Los Bastardos es la historia de un hombre y un muchacho, que interpretan papeles similares. Pero que son sobre todo personas/jes, que se desplazan sobre ese gran escenario de la violencia, que son las fronteras, con esa quietud, esa expectativa de la nada, ancladas en un sin lugar, estático y minimalista, como las tomas fijas de la narrativa de Escalante. De algún modo indirecto una alegoría, parecida a los nombres de sus personajes: Jesús y Fausto. Una dicotomía, que se continúa en los dos mundos que muestra el film. El de la miseria, el hambre, la desprotección y la incertidumbre del mañana representado por los ilegales, y el de una mediana burguesía, que pretende salir del infierno a través de una opuesta estructura económica y social. Pero que realmente sobrevive con la misma soledad y desesperanza, donde lo único que los une es el espanto, la desidia, la confusión y el crack. Su director, co-guionista y co-montajista Amat Escalante vivió indirectamente a través de su padre y un familiar, la experiencia de cruzar la frontera como ilegal. Y eso es una marca, que ha trasladado a su film. Y es también uno de los daños colaterales, que sirvió de motivación a su director para hacer su segundo largo. El film comienza con los créditos iniciales en negrita, despojados, minimalistas, alternados con planos fundidos en rojo y ya aparece la tensión. Aunque la primera escena sigue a dos hombres en lo que parece es una gran cañada, casi en tiempo real, lo cual no molesta, sabemos que estamos en la periferia y que esos dos hombres no van hacia una casa, mucho menos hacia un hogar, en todo caso van a la deriva. Amat Escalante hace un cine, que no es fácil de digerir. Es como esos platos, que una sabe, que pasarán su factura a posteriori, pero que es importante haberlos probado. ¿Por qué? Porque no sólo es un cine diferente, absolutamente despojado de convencionalismos, casi tan brutal, como brutales y humanas son las pulsiones, a las cuales se entregan sus personajes, afectados por sus realidades, y por las consecuencias del consumo de la droga. (Otro daño colateral aunque voluntario). Ocurre además, que Los Bastardos está muy bien hecho. Todo está logrado: Clima, imagen, sonido, guión, fotografía. Lo cual no implica que sea un cine para que el espectador consuma alegremente. Porque afecta… ya que da cuenta de la realidad. De hecho hay al menos una docena de documentales, que tratan este tema, y que son desgarradores. Pero esto es una ficción. Fausto y Jesús entran en la casa de una mujer que acaba de estar sirviéndole la comida a su hijo, con quien se comunica en forma elemental. La soledad, la impotencia, la sumisión y la droga harán que ella interprete la intromisión de ambos, como una venganza de su marido. El poco conocimiento de la lengua extranjera sumada al consumo de crack, dará lugar a que las pulsiones más bestiales se disparen. Escalante no cree que los hombres sean paradigmas de bondad o maldad, sino que a veces dependiendo de las circunstancias que los rodean, pueden interpretar el papel del diablo o de Dios, aunque quizás nunca lleguen a saberlo. Es provable que de allí provenga la analogía de la elección de sus nombres. Lo cierto es, que no puede negársele el mérito de mostrar, que las violencias se remiten una a la otra, y que Siempre una forma de violencia está hecha a imagen de otra. La escena final se detiene en el rostro de Fausto cosechado frutillas, mientras las lágrimas caen en un rostro marcado no sólo por el sol, sino por los daños colaterales e irreparables, que dejan las tragedias. Premios y Festivales Estreno mundial en Selección Oficial Un certain Regard Festival de Cannes Mejor película Latinoamericana - Festival de Mar de Plata. (2008) Segundo premio de la Crítica Internacional - Festival de Cine de Lima. Mejor película - Sección Nuevas Visiones, Festival de Cine de Sitges Mejor película - Sección Largometrajes mexicanos, Festival de Cine de Morelia Mejor director - Festival Internacional de Cine de Bratislava Premio especial del Jurado - Courmayeur Film Noir Italia
El cine mejicano sigue presentando cineastas con altas cualidades cinematográficas y expresivas, y en esa senda se puede incluir a Amat Escalante, el director de Los bastardos. Como Rodrigo Plá con La zona, pieza vibrante y con varias lecturas sociales y metafóricas, Escalante aborda esta trama fuerte con un espíritu afín pero con otras preocupaciones temáticas y estéticas. También la perceptible influencia de Carlos Reygadas es ostensible, no casualmente productor asociado de este film, suerte de thriller con toques introspectivos, contemplativos y hasta metafísicos. Dentro de un fascinante concepto narrativo, la presencia de sólo un par de escenas ultraviolentas sacuden con más dureza que las de un film de acción constante, fundamentalmente en el extendido abordamiento a la morada de una mujer indefensa. Sin embargo, todo el film está impregnado por una inquietante y asfixiante violencia contenida. Un par de jornaleros indocumentados en Los Ángeles, luego de un encargo ocasional, se introducen a la noche en una casa de familia para afrontar un trabajo distinto y más redituable, para el cual ya no emplearán sus herramientas habituales sino una escopeta recortada. En el abordaje de esa encomienda iniciática, ambos se tomarán licencias y prerrogativas en las que se combinarán el hedonismo, la perversión, la cobardía y el espanto. La humillación de su condición de extranjeros ilegales les hará aflorar una inexplorada crueldad. La minimalista actuación de Jesús Moisés Rodríguez y Rubén Sosa, contrapuesta con la estremecedora composición de Nina Zavarin, otorga un contraste interpretativo singular, dentro de un film dotado de imágenes tan atrayentes como perturbadoras.
Un día en la vida (de dos miserables) Mientras se anuncia otra película dedicada a los mexicanos que cruzan la frontera (en este caso [1], basada en el libro La Mara), sigue en la cartelera de un cine porteño Los bastardos, segundo film de Amat Escalante, estrenado en Argentina –luego de ganar en 2008 como mejor película en la Competencia Latinoamericana en el Festival de cine de Mar del Plata- el 30 de diciembre pasado. La historia narra un día en la vida de Jesús y Fausto, dos mexicanos indocumentados que realizan trabajos por día en la ciudad de Los Ángeles. Allí esperan al llegar –junto a más “espaldas mojadas” (tal como se los llama)-, a una esquina, a que algún auto o camioneta los lleve a trabajar por 8 o 10 dólares la hora (limpiando terrenos, cavando zanjas o cosechando). En el caso de los dos protagonistas, sin embargo, su jornada de explotación terminará en una noche “de trabajo” especial: asaltar la casa de una mujer de clase media acomodada, a punta de escopeta. Mucha tensión claustrofóbica habrá desde el ingreso al hogar de esta mujer, separada y madre de un joven displicente. Exageradamente comparada por algunas críticas con Caché del “cineasta quirúrgico” Haneke (Escalante más bien reconoce a La naranja mecánica, A sangre fría y la violencia diaria de la guerra de Irak como influencias directas, y dice: “a veces pienso de qué otras cosas se puede hablar. No me viene hacer una historia de amor o una comedia. Siento la necesidad de hacer cosas que me están conmoviendo en este momento de la vida, que me llegan por los medios o veo en la calle. Todo lo que es del momento tiene una carga dramática que puede funcionar. Las películas que son potentes e interpelan al espectador cuentan hechos que pasaron o que están pasando actualmente” [2]), Los bastardos habla de una cruda realidad de miseria, explotación y creciente odio (de clase). Tal como se hizo con Un día sin mexicanos (2004), en clave de comedia light –con un final muy bobo y utópico-, o con Machete (2010), de Robert Rodríguez, en un mix de denuncia social a la ultraderecha yanqui, la superexplotación y utilización de “los chicanos” en prácticamente todos los órdenes de la vida norteamericana y homenajes al cine “clase B” y “de aventuras” [3], este film de Amat Escalante sigue, con su lenguaje propio (grandes planos fijos, excesiva tensión que tiende a perderse en secuencias muy, demasiado largas, “realista” crudeza), anunciando lo que se incuba –y puede estallar de diversas maneras- entre los que provienen del sur del Río Bravo. Por Demian Paredes (Autor de los blogs www.eldiablosellama.wordpress.com y www.artemuros.wordpress.com) 1 - http://www.jornada.unam.mx/2011/01/... 2 - http://www.pagina12.com.ar/diario/s... 3 - Cabe señalar que uno de los “megafamosos” actores hollywodenses de Machete, Robert De Niro, fue repudiado recientemente tras bromear en la entrega de los Globo de Oro, justamente, acerca de las deportaciones que realiza “la migra” contra los mexicanos ilegales (http://www.jornada.unam.mx/2011/01/...).
Parias sin techo y sin ley En boga con una corriente fílmica que suscribe historias donde la violencia toma la forma de la tortura y/o finalmente el asesinato salvaje, y donde los victimarios adquieren la estatura de dioses de barro que disponen de las víctimas exhibiendo una cruel refinación en los tormentos a que las someten –Funny games (1997), de Michael Haneke, podía marcar un posible comienzo de esa práctica–, Los bastardos, segundo largometraje del mexicano Amat Escalante, resulta un fresco interesante que pone en consideración aspectos inéditos en el camino que transitan sus personajes, victimarios cuya condición es también la de víctimas en una misma línea de tensión. Escalante fue asistente de dirección de su compatriota de renombre internacional Carlos Reygadas (Batalla en el cielo, Luz silenciosa), por quien fue influenciado en el uso de ciertos recursos narrativos como encuadres, tempo, encadenamiento de acciones, suspense, un cine que no teme lo explícito en busca de escudriñar alguna emoción –o la carencia de ellas– en una historia cuyos protagonistas son apenas hojas secas entre un viento huracanado. Rodada en Los Ángeles con no-actores, Los bastardos muestra a dos jornaleros mexicanos indocumentados que, junto a otro grupo de paisanos, esperan en una esquina periférica que los contraten para cualquier trabajo y así sobrevivir en una sociedad que los desprecia, los verduguea y los objetiviza para todo servicio. Desde el plano de apertura –sus protagonistas viniendo desde lejos por un camino asfaltado y desierto–, ya Escalante anuncia su elección de lo exiguo, su inclinación a una puesta en escena seca y para construir la intriga, pero a la vez, también es la forma en que se dibujan los sentimientos de los protagonistas, su congénita tristeza y su falta de expectativas, casi como una constatación de lo insoluble del desequilibrio social. Ganadora como mejor película latinoamericana en el último Festival de Mar del Plata, Los bastardos es menos una mirada crítica a la situación de absoluta desprotección de los inmigrantes ilegales en Estados Unidos que el seguimiento de dos parias determinados a hacerse con un dinero que les dé un respiro sin medir riesgos ni consecuencias. La brutalidad de su laconismo no despierta en el espectador ninguna simpatía por ellos; igual que la falta de piedad que Escalante exhibe para la víctima –una mujer de mediana edad–, cuya vida cotidiana está atravesada de puerilidad, malos entendidos y carencia afectiva. El estallido de esa violencia que late durante todo el film es entonces apenas una traslación de los síntomas que tienen lugar como pinceladas de un trazo ajustado a delinear perfiles y acciones; y ese pincel que es la cámara de Escalante no deja resquicio para la reflexión o la imaginación, todo está allí ocurriendo de forma más o menos despiadada y el espectador es sujeto omnipresente, no se le ahorra ni los impresionantes tiros del final y se lo empapa de sangre, tal como queda todo el cuadro en las dos últimas secuencias dentro de la casa tomada. Los bastardos es cine hierático, hecho con pulso desprovisto de nervios –el tiempo del relato parece un tiempo muerto, más o menos como están los protagonistas cuando comienzan a andar la historia– que persigue no dejar nada oculto sin preocuparse que el paroxismo de alguna escena escandalice. Y concluye cuando ya lo mostró todo, incluida su postura acerca de que la violencia tiene su propio circuito –que no es precisamente la punición de la ley– y que el castigo, después, es el infierno interior.
El mundo es horrible y peligroso El segundo film de Amat Escalante se estrenó en 2008 y por fin llega a las pantallas locales, tras haber recorrido el circuito de festivales. Carlos Reygadas, el director de la excelente Luz silenciosa, es uno de los productores asociados de Los bastardos y este no es un dato menor para el segundo film de Amat Escalante. No tanto por las herencias estéticas –más aun, las diferencias estilísticas entre un film y otro son notorias– sino por cuestiones ajenas a ambas películas: ocurre que Los bastardos es un film que ha trascendido festivales y que integró y obtuvo premios en varios festival es Clase A. Reygadas, en ese punto, hizo lo suyo para ubicar a Los bastardos en un plano de importancia en un mercado tan particular como el del cine. Los bastardos tiene una estructura particular, ya que en su media hora inicial presenta a unos mexicanos indocumentados en Los Ángeles esperando un trabajo, sea cual fuere, con tal de sobrevivir al día a día. La lectura, en ese sentido, es elocuente: se habla de la marginalidad en las grandes ciudades, dentro de una atmósfera de riesgo, de un mundo a punto de estallar a través de la violencia. Esa sensación de inestabilidad emocional que se produce en los primeros minutos, donde Escalante plantea la situación con pocas palabras, es la que prologa a la segunda mitad del film, donde dos de los mexicanos sin trabajo o con trabajo muy mal pago, deciden invadir la privacidad de una mujer que vive con su hijo fanático de la música electrónica. Allí la tensión, con los mexicanos armados, se hace insoportable, y la descripción de los personajes –sólo tres de ellos ya que el hijo de la mujer se va antes de que la casa sea invadida–, permite otra clase de lectura sobre el conflicto. Aferrado aun más a diálogos mínimos (uno de los jóvenes mexicanos casi ni pronuncia palabra), las relaciones entre el trío fluctúan entre la piedad, los juegos sexuales, la soledad, los silencios, la turbia sensación de no saber qué va a ocurrir. Y eso se transmite con inteligencia al espectador (más allá de alguna frase altisonante que desmerece el clima que consigue el film), causando una permanente incomodidad. Tema central del cine de las últimas dos décadas, como se vio hace un par de semanas con la argentina El perseguidor, la invasión de un ámbito privado (familiar, institucional) parece no tener fronteras. Y la violencia está allí, latente, como esos dos tiros a quemarropa que se escucharán en esa casa, donde víctimas y victimarios representan las carencias de una sociedad determinada (o de cualquier sociedad). Pero la vida, como se observa en el desenlace, seguirá su camino hasta el próximo estallido. <
Verdad y consecuencias Una larga perspectiva de un canal de cemento vacío con una autopista en el fondo del horizonte es lo primero que muestra Los bastardos. Muy a lo lejos se alcanzan a ver dos puntos que se mueven y se agrandan lentamente. Hasta que esas dos figuras llegan al primer plano y se distinguen sus caras transcurren unos cuatro minutos. La cámara permanece fija todo ese tiempo. Sólo se mueve lateralmente y gira cuando las dos figuras pasan al lado y suben por un borde del canal hacia la ciudad. Antes de los créditos, esa primera escena es toda una declaración de principios. Más aún: un acto de sinceridad. Esto va a ser lento, esto va a ser realista, esto va a ser lacónico, parece decir con la muda contundencia de las imágenes el director Amat Escalante. Si por el título o por el afiche en que el actor Jesús Moisés Rodríguez apunta con una escopeta recortada, podía suponerse que Los bastardos es un producto clase B en la línea del primer El Mariachi, de Robert Rodríguez, enseguida queda claro que se trata de una suposición equivocada. Las diferencias son enormes. La película de Escalante no hace de la violencia un credo ficcional sino que busca la verdad en ella, y en esa búsqueda a veces se olvida de que es una ficción y se instala en una especie de reality involuntario, que es el destino irónico de todo realismo extremo. La historia es tan simple como la forma en que la cuenta su director: un día en la vida de dos inmigrantes ilegales mejicanos, un hombre joven y un adolescente, desde la mañana en que salen a buscar un trabajo eventual hasta la noche que no termina nada bien. Escalante se las arregla para narrar todo en pocas escenas y con poco diálogos, siempre más interesado en trasmitir la evidencia física de los cuerpos y los gestos de los personajes que la cadena de acciones que estos eslabonan en una serie de causas y efectos. Si bien la premisa de que todo acto tiene consecuencias es ineludible en cualquier relato, en Los bastardos hay una lentitud forzada que genera la ilusión moral de que los actos están aislados de sus consecuencias o de que la distancia entre los actos y las consecuencias es infinita. Antes que un documento sobre las condiciones de vida de los inmigrantes ilegales en los Estados Unidos, Los Bastardos es una meditación (no una teoría) sobre personajes abandonados a la inercia de una vida que no entienden y que no tratan de entender, no una vida sin sentido, sino una vida fuera del sentido, más allá o más acá de la alienación, extraña y aburrida a la vez como un juguete desarmado. El tiempo que Escalante se toma para desarrollar esa meditación beneficia a la verdad, sin dudas, pero también perjudica a la película más de lo que cualquier verdad merece en el cine.
Los bastardos no está muy lejos de ese universo sórdido y saturado de insatisfacción y resentimiento de clase característico del cine mexicano reciente (Batalla en el cielo, Parque Vía), pero elige situar el desencanto de los desposeídos en clave inmigratoria. Es el territorio de Babel, de algunos de sus segmentos más patéticos y más miserables: los que muestran la vida de los mexicanos en Estados Unidos. Pero Amat Escalante, cuya ópera prima Sangre (2005) anunciaba otro talento en ciernes, no comparte ni subscribe ese humanismo global que protege al film de Iñárritu. Los bastardos transcurre en California, y sigue la vida de dos inmigrantes ilegales que trabajan azarosamente en la construcción hasta que un día finalizan su jornada con una noche de catarsis. Escalante tiene buen ojo. El primer plano, de unos cinco minutos, indica que hay un director con una voluntad consciente de proponer una concepción formal específica. La presentación remite un poco a Liverpool, de Lisandro Alonso: todo se ve rojo, un fundido en blanco, otra vez rojo y se escuchan unas guitarras saturadas. Es el anuncio de dos tiros, ambos inesperados, que llevan la película a un espacio simbólico explorado recientemente en Flandres por Bruno Dumont (quien está, entre otros, en la lista de agradecimientos), aunque aquí el estado de guerra está circunscripto al fenómeno migratorio y su violencia concomitante.