A los mordiscones En función del éxito internacional primero de Exterminio (28 Days Later, 2002) y luego de la serie televisiva The Walking Dead a partir de 2010, muchas de las cinematografías nacionales del globo han ofrecido su propia versión del subgénero del terror centrado en los zombies y aledaños: lo que comenzó como una premisa postapocalíptica marginal -en su exégesis posmoderna- gracias a clásicos como La Noche de los Muertos Vivos (Night of the Living Dead, 1968), El Amanecer de los Muertos (Dawn of the Dead, 1978) y El Regreso de los Muertos Vivos (The Return of the Living Dead, 1985), pronto se transformó en un fenómeno mundial de millones de dólares que derivó en una infinidad de propuestas como por ejemplo la australiana Undead (2003), la española Rec (2007), la noruega Dead Snow (Død Snø, 2009), la cubana Juan de los Muertos (2011) y la surcoreana Train to Busan (Busanhaeng, 2016), todas obras interesantes dentro del rubro y bajo sus propios términos. Lamentablemente Los Hambrientos (Les Affamés, 2017), un exponente zombie canadiense que venía con pretensiones de renovar las aguas, no llega a redondear ninguna de las muchas promesas que incluye a nivel estructural, cayendo en el terreno de films fallidos recientes como la danesa What We Become (Sorgenfri, 2015) o las estadounidenses Viral (2016) y El Pulso (Cell, 2016). Dicho de otro modo, este opus escrito y dirigido por Robin Aubert combina de manera caótica los zombies modelo infectados de Exterminio, el cine arty, la comedia ingenua, el drama familiar de pérdida, la ciencia ficción de “mentalidad de panal”, los relatos apesadumbrados de supervivencia, el gore clase B y hasta un dejo lírico que aflora durante el desenlace: que la mezcolanza sea un tanto anárquica no tiene nada de malo ya que la historia del séptimo arte está llena de películas mixtas maravillosas, el problema es que el realizador no ofrece precisamente la mejor versión de cada ingrediente. Desde el vamos la trama se nos presenta como coral, por lo que debemos acompañar a tres grupos de sobrevivientes que -por supuesto- se terminarán encontrando más adelante, siempre en las zonas rurales de una Quebec atormentada por una plaga que transforma a todos los seres humanos en caníbales imparables: por un lado tenemos a Bonin (Marc-André Grondin), quien luego de la muerte de un amigo se topa con Tania (Monia Chokri) y Zoé (Charlotte St-Martin), la primera una mujer con una mordida que dice haber sido de un perro y la segunda una nena huérfana, después está Céline (Brigitte Poupart), una burguesa con un machete que arriba a la granja de dos señoras mayores, Thérèse (Marie-Ginette Guay) y Pauline (Micheline Lanctôt), y finalmente tenemos a Réal (Luc Proulx), un otrora agente de seguros que es salvado por el joven Ti-Cul (Édouard Tremblay-Grenier). El viaje en conjunto se da recién durante el tramo final, cuando las bajas comienzan a acumularse. El detalle de turno de ciencia ficción y/ o fantasía se reduce al hobby de los contagiados de armar torres de sillas u objetos varios símil tótem ritual, sólo para luego quedarse mirando la creación en sintonía con la insensibilidad alienígena de La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956). Sinceramente la obra de Aubert es bastante aburrida por momentos no tanto por el ritmo narrativo lentificado sino por la falta de novedades significativas o de un ímpetu en verdad alocado, ya que el film no se siente cómodo en ninguna de las múltiples vertientes trabajadas y en general pareciera pretender homologarse a las propuestas freaks más leves destinadas al circuito festivalero y no mucho más. El director para colmo apenas si deja flotando el muy interesante concepto de que la sociedad contemporánea ya está zombificada de la mano de sus rutinas estúpidas, los prejuicios de siempre y una humanidad totalmente condicionada por el capital y los medios masivos de comunicación, no obstante -viendo el “material” en pantalla- tampoco queda claro si ese fue su objetivo o si el elenco es sumamente inexpresivo o si los personajes no tienen mucho para decir acerca de su vida previa a esta debacle tracción a mordiscones…
Los Hambrientos: The running dead. Llega una nueva película distópica pero bastante interesante, de la mano del director canadiense Robin Aubert. Hermosa fotografía, tensión y excelente banda de sonido. Observar a un ser humano agresivo que corre hacia alguien para morderlo, o alguien que sufra dicha mordida, o que borbotee sangre por todos lados y haya gritos de desesperación, ya lo hemos visto. Muchos lo llamarían zombies, infectados o “walkers”. En esta película nadie dice la palabra con Z ni ninguna denominación. Además de tener peculiaridades que la acercan a ese tipo de películas, Los Hambrientos posee cierta originalidad que se aleja de lo visto habitualmente. La historia transcurre en un pequeño y remoto pueblo en el norte de Quebec. Allí algunas cosas han cambiado. Los lugareños ya no son los mismos y todos parecen enloquecidos siendo una mezcla de los rápidos infectados que hemos visto en películas como World War Z y 28 Days Later. Entonces un grupo de supervivientes se esconde en el bosque en busca de otros como ellos para subsistir como se pueda. La película comienza con escenas interesantes y determinantes pero sin mucha información que recuerda a los buenos capítulos de The Walking Dead. Primero un ataque de una joven que parece hambrienta. Un niño con una escopeta que se aleja de tumbas. Un hombre corriendo. Dos hombres contándose chistes mientras queman cuerpos y una señora que deliberadamente con mucho ensañamiento mata a un hombre “infectado”. Una de las cosas en las que se destaca del film es la distinción de estos personajes, separados a lo largo de la película, luego se irán reuniendo en el transcurso de la trama. Todos están bien interpretados por actores y actrices canadienses como Marc-André Grondin, Monia Chokri y Micheline Lanctôt, entre otros. Siempre está la diferencia entre las películas distópicas en donde existen más vínculos entre los personajes, manifestándose más el drama como sucedió con Train To Busan. De las otras más enfocadas en los infectados en sí, que aterran a los protagonistas. En este caso hay un balance entre esos planteamientos presentando escenas con gran tensión y momentos sangrientos, como también diálogos naturales y circunstancias dolorosas para los personajes. Otro de los puntos fuertes es la fotografía (Steeve Desrosiers) que nos presenta impresionantes paisajes frondosos de bosques infinitos filmados en Ham-Nord, Québec, Canadá, la ciudad natal del director Robin Aubert. Aubert es el responsable de que estos componentes, una gran banda de sonido y el maquillaje por ejemplo, trabajen en conjunto de manera maravillosa entregándonos momentos de incertidumbre absoluta con los gritos desgarradores de los infectados. Se notó que él estaba familiarizado con todas las locaciones del film, como granjas, bosques, bunkers, praderas y minas del territorio, ya que cada ubicación está utilizada de forma eficiente durante toda la película. A pesar, de que solo por momentos aparenta ser un clásico film de zombies, existen situaciones que satisfacen a los fanáticos del género con enfrentamientos entre humanos e infectados bastantes intensos y violentos. El guion, escrito por el mismo director Robin Aubert, tiene también algunos sustos y elementos humorísticos pequeños, gracias a algunos diálogos, aunque el ambiente que reina en la cinta es sombrío y angustiante. Mencionados los puntos cautivadores del film, también hay que decir que no es perfecta. Los vacíos de la historia pueden ser vistos como interesantes, con la intención de dejar espacio a las elucubraciones del espectador, pero también podrían percibirse como huecos en el guion realizados para darle un toque diferente a los zombies. Hay situaciones que involucran a los infectados que no tienen mucha explicación más que la interpretación que les dará el mismo espectador. Además el guion abandona a una subtrama que parecía acompañar a la trama principal, para ser retomada hacia el final quitándole peso a los personajes que lo componen, ya que algunos tienen más tiempo en pantalla que otros. Con pequeños detalles que marcan la diferencia, esta pieza casi poética de suspenso nos hace seguir las hazañas de estos personajes con los cuales podemos sentirnos identificados o no, dejando mucho a la imaginación del público. Sin embargo el film es entretenido y diferente, siendo realizado con bajo presupuesto pero configurando muy bien todo ese misterio de lo que sucede junto a la atmósfera y elementos anteriormente mencionados.
En un pequeño pueblo de Quebec las cosas ya no son como antes . La gente local se esta descomponiendo y se sienten atraídos por la carne humana Cuando George A. Romero hizo a finales de la década de los sesenta con La noche de los muertos vivos, el cine de género paso del llamado terror clásico a lo que hoy se considera como terror moderno. Los vampiros, hombres lobos y fantasmas dieron paso a historias que se acercaban más a las sensibilidades de aquella época. Esto se ve reflejado en la primera película del director de Pittsburh pero esta no fue su intención; Se trata del famoso caso de una película que mejor reflejo la crisis que vivía el mundo en esos tiempos. Por supuesto Romero se avivo de esto y luego trabajaría estas ideas en muchas de sus siguientes películas pero sobre todo en la saga de muertos vivos. Los hambrientos, tiene más del Romero de The crazies (1973) que de sus zombies. Se trata de una producción canadiense donde gente muy normal debe enfrentarse a una amenaza que, durante sus mejores momentos, se mantiene fuera de plano generando más suspenso e intensidad. Desprovista de cualquier cliché del sub-genero de infectados, el espectador ve lo que realmente ocurriría si de repente hubiera un ataque de infectados. Esto funciona también gracias a la natural interpretación del desconocido Marc-André Grondin . El problema de Los hambrientos es que un momento uno se pregunta que diablos se esta viendo. Que no se sepa nunca porque son infectados vaya y pase, nunca sabemos en las películas de zombies de Romero porque comenzó todo. Pero que después los personajes empiecen a comportarse de una manera incomprensible, como si hubiera alguna especie de metáfora que es inexplicable, es inaceptable. Si la idea es golpear al espectador con una propuesta que los dejes pensando, la respuesta es errónea. Terminado los momentos más interesantes lo que ocurre es que vemos a los protagonistas deambular sin rumbo porque el mismo director no sabe que hacer con su película. Lo que termina hundiendo a Los hambrientos es que no se conforma con ser una historia simple, quiere ser algo y lo que logra genera el efecto contrario. Es una pelicula pretensiosa, de alguien que leyó mal el cine de Romero, cuyos mensajes y alegorías eran siempre claras, que nunca le faltaba el respeto al espectador y que nunca se olvidaba la importancia de entretener. Pueden dejar pasar a Los hambrientos, no trae nada nuevo a la mesa y tampoco sirve como comida chatarra que es rica y efectiva. Ah, y además hay una escena post-credito que es un aún más incomprensible y que los va a dejar enfurecidos al término de esta película, como las peores post-créditos de Marvel.
Un pequeño pueblo en las afueras de Quebec sufre una rara transformación. Las personas comienzan a atacarse como zombies convirtiendo todo en un baño de sangre. Cualquiera puede ser el próximo agresor o la próxima víctima. Ese es el comienzo de Los hambrientos, una película que muy pronto estará en Netflix, como ocurre en otros países donde ya se consigue en esa plataforma. Tal vez allí pueda el espectador dedicarle un poco más de atención a un título al que el cine hoy le queda un poco grande. Para los apasionados del cine de zombies y afines, la película tendrá un interés estadístico, ya que querrán anotarla en su catálogo como un ejemplo más dentro de la enorme cantidad de cine y series alrededor de esta temática. Que sea canadiense podría darle un toque de distinción sobre otros títulos, pero no hace más que recordarnos a un gran maestro del cine de terror llamado David Cronenberg. Hay mucho del director de Shivers (1975) y Rabid (1977) en esta película. Pero lo que en Cronenberg resultaba natural, acá aparece impostado. La puesta en escena es muy autoconciente y sus recursos de cine menos clásico no le juegan nada a favor. Su narrativa no resulta original, sino poco sólida, tampoco su parecido con el director mencionado o The Wicker Man (1973) de Robin Hardy le suman. Lograr ser una película misteriosa, inquietante, perturbadora, es algo que se logra con un trabajo más minucioso, no con largos planos sin ritmo combinados con golpes de efectos repetidos hasta el hartazgo. El caos de las primeras escenas es lo único destacable, así como algunas imágenes sueltas pero que no justifican de ninguna manera considerar a esta película relevante dentro del género.
Cuántas peliculas de zombies van ya? Cuántas nos han mostrado el intento desesperado por sobrevivir de los protagonistas a esos seres sedientos de carne humana? Los Hambrientos conjuga lo peor de todas esas películas pero trabaja sobre una linea argumentativa distinta, una que privilegia el relato sobre la sorpresa y que reflexiona sobre la vida de aquellos que intentan seguir adelante en un mundo devastado y sin futuro.
Al estilo de “The Walking Dead” llega esta película desde Canadá, para ofrecer otra muestra del género suspenso-terror en el estilo zombie. El problema es que “Los Hambrientos” (Les Affamés) no ofrece nada nuevo, es la misma historia de siempre...entonces si viste una, viste todas, (exceptuando “Train to Busan” , que, gracias a su ritmo vertiginoso, no decaía ni un minuto). En este caso, la historia, cuyo guión y dirección es de Robin Aubert, se centra en un pequeño pueblo rural, en donde todos sus integrantes están contagiándose unos de otros. Bonin (Marc-André Grondin) pierde a su amigo a manos de los enemigos de turno y encuentra a una mujer a la que decide salvar, cuyo nombre es Tania (Monia Chokri) y luego ambos encuentran a una niña desamparada llamada Zoé (Charlotte St-Martin). Esa pequeña “familia” que conforman irá huyendo de posibles “mordidas” de cualquier forma humana que se les acerque. También hay otros pequeños grupitos de personas sanas, como dos señoras de mediana edad, una mujer que perdió a su familia entera, un anciano, un niño y un hombre que regresa al pueblo (que aparece en los momentos más insólitos) que se terminarán uniendo a ellos, pero en realidad, no se entiende bien qué es lo que se quiere contar, básicamente. Los zombies muerden y apilan sillas u otros objetos y los observan... (?) Si hay algo para destacar es la fotografía de Steeve Desrosiers y el excelente make-up. De suspenso poco y nada, de terror menos, no soy de susto fácil, con lo cual, jamás me moví de la butaca. La última palabra, siempre es del público, por lo tanto, si les gusta el tema, adelante. https://www.youtube.com/watch?v=JJKNg1wyqnY TITULO ORIGINAL: Les affamés ACTORES: Marc-André Grondin, Monia Chokri, Charlotte St-Martin. GENERO: Terror , Drama . DIRECCION: Robin Aubert. ORIGEN: Canadá. DURACION: 103 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años con reservas FECHA DE ESTRENO: 02 de Agosto de 2018 FORMATOS: 2D.
Ver una película de zombies a esta altura del siglo XXI es haberlas vistas todas. ¿O no? Los hambrientos, del canadiense Robin Aubert, tiene algunas curiosidades, como para pensar que no todo es igual, ni todo tiene que ver con todo. Los personajes del título, que no hablan sino que gruñen, parece que se han apoderado del mundo. Y en una zona rural de Quebec los que han sobrevivido a esta extraña plaga hacen lo que pueden -y más- para seguir siendo sobrevivientes. Como el comienzo de The Walking Dead, pero en versión reducida y con sangre salpicando y manchando la cámara. Pero aquí no hay humanos buenos y malos separados en bandas. A menos que algunos se conviertan en seres deleznables, por aquéllo de tener que sobrevivir como se pueda. El (anti)héroe es Bonin (Marc-André Grondin), sin parecido alguno con nuestro Arturo. La trama se estructura a partir de escenas en las que los llamados sanos o no mordisqueados cruzan bosques y entran a casas, sigilosos, y pasa lo que uno ya sabe que va a pasar. Y gritan. Los gritos de los sanos y los infectados a veces se confunden. Como esas extrañas pilas de sillas en el bosque, a la que los hambrientos se quedan contemplando. Y si ven a un humano apetitoso, están tan absortos que se dan vuelta cada tanto y parece que jugaran a “1, 2, 3, Cigarrillo 43”. Por suerte los protagonistas tienen una camioneta, porque deben partir, moverse porque parece que están en el camino de los infectados y claro, se están quedando sin comida. Una -dice- que la mordió un perro. Muchos personajes (secundarios) llevan un simpático mordisco ensangrentado al costado del cuello. Y cuando los humanos sanos les disparan, a veces -sólo a veces- solamente se escucha el disparo y el sonido del cadáver que golpea el suelo. Hay momentos en que no hay música ni diálogos. Hay que defenderse a machete limpio. Bueno, limpio, no. Se entiende. Al final, el director agradece a su padre, a su madre y a George Romero. Se entiende. Ah. Quédense hasta después de los créditos.
"Nuestras vidas no suman demasiado". Frase irónica para este thriller de zombis de origen canadiense que elige a un grupo heterogéneo de sobrevivientes para retratar a un mundo en el que matar se ha convertido en la única ley para seguir viviendo. Sin demasiadas explicaciones y coordenadas, los alrededores de Quebec se impregnan de una tenue neblina que oculta temibles figuras humanas convertidas en voraces depredadores. El director y guionista Robin Aubert elige una atmósfera densa, cargada de invisibles peligros, y una imagen que siempre oculta en su reverso una temible amenaza. Con contadas explosiones de gore y un clima de creciente opresión, la película retrata con elegancia ese progresivo desmoronamiento moral que invade a los protagonistas. ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Una plaga, una invasión, una merecida maldición? Dos de los grandes logros de la puesta en escena son utilizar una sutil simbología que dispara interrogantes pero no anula interpretaciones -¿qué son esas pilas de objetos convertidos en altares de adoración?- y sostener un humor radical, incluso en los momentos de mayor tensión. El trabajo con el sonido como guiño de la representación -algo que hizo con maestría la reciente Un lugar en silencio- se eleva hasta conseguir una película inusual, que combina la expresión plástica del temor interior con notables momentos de imparable adrenalina.
MÁS QUE UN HOMENAJE Cuando uno visualiza el tráiler de Los hambrientos, lo primero que ve es todo el contexto rural en donde sucede e inmediatamente remite a The night of the living dead (1968), la película que dio inicio a lo que hoy conocemos como zombie moderno. Lo bueno de esta película de Robin Aubert es que no se queda en un simple homenaje y da un paso más adelante para tener personalidad. La estructura es la misma, un grupo de personas que quedan aisladas en un pueblo rodeado por hermosos bosques e intentarán llegar a la gran ciudad. Están rodeados por estos infectados -no están caracterizados como zombies-, que son personas que tienen un apetito voraz y que al morder contagian lentamente y se comunican por unos gritos que remiten a The body snachters (1978). Hay mucho humor en la película, puesto en determinados momentos y que se utiliza especialmente en un gag que tiene un remate muy negro. Los hambrientos gana por su puesta en escena, por unos climas muy bien logrados, y por toda una secuencia filmada de noche en la que dos personajes salen de una casa y quedan parados frente a un bosque: han puesto trampas para ratones por todo el lugar y se quedan escuchando cómo las trampas se van activando hasta dar la sensación que no hay uno sino muchos infectados. Ese gran momento es todo lo que hay que aprender del fuera de campo. Aubert tiene una película anterior que no vi, pero le prestaremos atención porque sabe manejar muy bien los momentos para llegar a resoluciones tensas sin caer constantemente en el efectismo. Eso para el cine de terror actual es todo un logro.
El cine de zombies no pasa de moda. Ahora de Canadá y dirigida y escrita por Robin Aubert, nos llegan "Los Hambrientos". Una de terror que sucede en medio de un pueblo campestre en Quebec. En una desoladora zona rural de Canadá, unos pocos sobrevivientes se mantienen juntos a medida que los recursos y provisiones comienzan a agotarse. Cada uno lo lleva como puede: una mujer con un machete, una con una mordida que haber sido de un perro, un muchacho que intenta sobrellevar la situación contando chistes malos, una niña huérfana; algunos de los personajes que se irán relacionando entre sí, primero de manera separada a través de grupos para finalmente terminar todos juntos reunidos, sabiendo que sólo si aceptan sus diferencias y se ponen de acuerdo serán capaces de sobrevivir un día más. La película de Aubert apuesta más a los climas de ausencia y silencios que a los efectos, aunque los aproveche a éstos en los momentos adecuados, aquellos en los que los zombies aparecen y atacan generando verdaderos momentos de tensión y terror. Pero el foco está en la dinámica de estos personajes que se van cruzando entre sí, que tratan de sobrevivir ante algo que nadie termina de entender bien qué o por qué sucede. Por momentos inquietante y perturbadora, y durante otros tantos algo lenta y pesada a causa de su pausado ritmo, "Los hambrientos" resulta un poco despareja. A nivel realización hay una puesta en escena y fotografía muy cuidada que al mismo tiempo se siente un poco impostada por momentos. Aubert intenta generar un cine de terror intimista y reflexivo y no estaría esto mal si no fuese porque no logra hacerlo funcionar. A eso se le suman unas interpretaciones en general bastante anodinas. A la larga, "Los hambrientos" no aporta nada nuevo al género pero tampoco logra destacarse dentro de sus convenciones y lugares comunes, aunque sabe despegarse un poco de ellos en un intento más bien vano. Así, resulta algo decepcionante, con una buena construcción de climas y algunas escenas de terror muy logradas pero una galería de personajes en los que no se termina de profundizar y por lo tanto de empatizar con ellos. Una película que pretende ser más bien sugerente y se pierde en esa intención. Promete más de lo que tiene para entregar.
Preocupante: el cine de arte copó las películas de zombies. O al menos esto es lo que se desprende de esta pequeña producción canadiense en la que su director, Robin Aubert, parece estar descubriendo cosas que todo fan de la primera "Night of the Living Dead" de George A. Romero de 1968 ya conoce. Por ejemplo, sin que se sepa la razón científica, muchos habitantes de un pueblo cercano a Quebec se han convertido en zombies famélicos a los que sólo se puede matar disparándoles o decapitándolos. El hermetismo, que era una parte esencial del film de Romero (y de sus posteriores secuelas), aquí es utilizado como una gran novedad, pero la lentitud de las viejas películas de muertos vivos surgía más que nada de la falta de presupuesto, aunque aquí el ritmo está afectado a propósito, como si se tratara de una de zombies a lo Antonioni. El director reúne, con paso parsimonioso, a varios sobrevivientes de la plaga zombie y recién a la hora de proyección junta su elenco coral y empieza a manejar más adecuadamente el ritmo. Los aficionados al género quizá se lleguen a exasperar un poco al principio, pero la película no está del todo mal, e inclusive tiene algunos detalles gore originales.
"The Walking Dead" canadiense Los hambrientos (Les affamés, 2017), de Robin Aubert, expone un estilo narrativo muy particular que recupera el génesis de la serie The Walking dead y se despega del resto de los films industriales del género zombie. Podrían escribirse libros repletos de historias de uno de los personajes del terror más predilectos de la modernidad: los zombies. Desde el clásico de La noche de los muertos vivos (Night of the living dead, 1968) de George A. Romero, pasando por la rudimentaria El amanecer de los muertos (Dawn of the dead, 1978) hasta las más industriales televisivas como The Walking dead o la explosión de la última novedad coreana Invasión Zombie (Busanhaeng, 2016). Ahora, la cultura de los muertos vivientes prende otro fusible de su maquinaria con Los hambrientos, última ganadora del festival de Sundance 2017. Basta con repasar el ambiente del film de Robin Aubert para darse cuenta que la artistica de la película pasa por los tonos más cercanos al prototipo post apocalíptico de la serie liderada por el personaje de Rick Grimes. Podría ser vendida bajo el lema “un nuevo capítulo de the walking dead”, pero el sinsentido a que ha llevado el engranaje histórico de esta serie originada a partir de un comic hace que el film pueda ser visto como una repatriada a los orígenes de la historia nacida de la cabeza de Robert Kirkland. A su vez, Los hambrientos logra retener en su relato algunas de las mejores herramientas del survival horror: silencios atroces, el pánico escénico de sus personajes y la arraigada (y tenebrosa) sensación de que todo lo que se ve es real, al punto de quebrar la división entre película-espectador. En otras palabras, no existe la pantalla como línea divisoria en este film potenciado por el uso del miedo como elemento sustancial.
No es una más de zombies, que desde que aparecieron en el cine y se mudaron a la tele gozan, casi como subgénero, de muy buena salud. Contiene bodrios y clásicos, re-lecturas y sorpresas. En este caso es una mirada introspectiva, por momentos casi bucólica, nostálgica del tiempo irremediablemente perdido. Escrita y dirigida por el canadiense Robin Aubert. Se atiene a las reglas de juego, los contagiados transmiten la enfermedad con un mordisco, los atrae el sonido y el movimiento, solo se los puede detener con un tiro en la cabeza o con hachazos insistentes. Se reúnen frente a una suerte de monumento hecho con sillas y juguetes, al estilo Anish Kapoor, que ellos mismos acarrean y apilan. Pero este film es diferente, nos solo se trata de un grupo de sobrevivientes, cada vez menos numeroso, sino que también hay un humor negrísimo, tiempo de reflexión, una naturaleza que se impone, una controversia campo-ciudad y muchos matices en cada personaje. Por supuesto que hay acción, ataques masivos impresionantes y sangrientos pero sin regodeo y con el acento puesto en esos poquitos humanos sin infectar que resignadamente buscan una salida. Una película distinta, interesante, oscuramente bella.
Rituales de inteligencia zombi Si se la evaluara por la cantidad de premios y nominaciones que recibió en su país, podría concluirse que Los hambrientos, de Robin Aubert, es una de las mejores películas canadienses de 2017. O la mejor, si lo que se tuviera en cuenta fuera la parcialidad francoparlante del enorme país norteamericano. Y aunque a veces los premios pueden generar desconfianza, en esta oportunidad le hacen justicia a esta interesante reversión del mito zombi, creado por George A. Romero en La noche de los muertos vivos (1968) y ambientado para la ocasión en las afueras de un pueblito rural del Canadá profundo. Es cierto que es cada vez más difícil obtener una forma novedosa del molde del zombi, que en tantas ocasiones ha sido aprovechado con fines meramente xerográficos, pero que también ha tenido no pocas relecturas y rescrituras inteligentes. Los hambrientos es una de estas últimas. Sin embargo, en su punto de partida la película no se aparta de las convenciones del género. Alguna causa que permanecerá inexplicada ha esparcido una epidemia que devuelve los muertos a la vida, infundiéndoles al mismo tiempo una voracidad que solo puede ser saciada con carne humana. En ese contexto un grupo de vecinos de un pueblo de campo quedan aislados y tratan de sobrevivir. Se trata de un encierro a cielo abierto, ya que la distancia que los separa de los centros urbanos es grande. Esa amplitud espacial podría ser una ventaja si los zombis de Los hambrientos se apegaran al modelo romeriano, de andar lento y dificultoso. Pero a diferencia de eso, acá los muertos son capaces de correr, volviendo a achicar los espacios hasta convertir al campo en una caja de la que no es fácil salir. Pero esa no es la única diferencia entre los zombis de Romero y los de Aubert. Uno de los elementos que la hacen particular es que lejos de la inconsciencia absoluta o de la conducta meramente pulsional, en Los hambrientos los muertos vivientes manifiestan algunos rasgos de inteligencia. No se trata de una inteligencia regresiva, en la que el zombi es capaz de recuperar parte de la tradición cultural que perdió al morir junto con la condición humana, como ocurría con Bub, el zombi inteligente de El día de los muertos (1985, también de Romero). Se trata de una forma particular de inteligencia ligada a su nuevo estado, que les permite a los zombis generar una proto-organización. Dicha inteligencia zombi se manifiesta por un lado en una especie de estrategia para cazar humanos. Por el otro, en una novedosa capacidad para construir una serie de estructuras en forma de extrañas torres, reutilizando objetos que han pasado a ser inútiles para ellos, como sillas o juguetes. En torno de estas los muertos vivos se reúnen en silencio e inmóviles, generando una atmósfera que evoca a la de los ritos religiosos. En cuanto al tratamiento narrativo y cinematográfico, Los hambrientos tampoco se conforma con acumular despanzurramientos, voladuras de cabezas, persecuciones o escenas de encierro en las que los humanos se atrincheran para rechazar a ese otro colectivo. Aubert echa mano a recursos como el humor, al que le adjudica un valor de resistencia, un último recurso en el que lo humano también se atrinchera para ponerse a salvo del ataque de lo alienante. Al mismo tiempo aprovecha los momentos rituales en los que los zombis se reúnen en torno de sus tótems, o las largas caminatas de los sobrevivientes a campo traviesa para generar un clima que, sin dejar de ser tenso, le aporta a la película unos cuantos momentos contemplativos que la acercan a cierta estética de cine independiente. Es cierto que no es la primera película en proponer estos movimientos, pero los realiza de forma eficiente.
Este film el año pasado obtuvo el premio a Mejor película en el Festival de Toronto. Escrito y dirigido por el canadiense Robin Aubert quien se toma su tiempo para presentar a cada uno de los personajes, su ritmo es lento, rodeado de distintos planos, silencios, ruidos y tensión para ingresar en un mundo postapocalíptico, la lucha constante para sobrevivir, donde están los cazadores y los cazados. Un grupo de personas que no fueron afectadas por un virus que atacó a casi toda la población se unen ante tan situación, se va generando intriga, nerviosismo y suspenso, escenas gore, no resulta para nada novedosa. Ahora desde Canadá llegan este relato de los zombies, los muertos vivos, con cierta similitud a “Cell” dirigida por Tod Williams, del libro de Stephen King. Esta es una cinta ideal para los amantes del género de Zombis y del cine de terror.
Los hambrientos es una buena película de terror que será apreciada especialmente por los fans de las historias de zombis. Aunque la premisa de la historia es familiar, en esta producción independiente de Canadá, el director Robin Aubert hizo un gran esfuerzo por evitar la mayor cantidad posible de clichés que suelen tener los relatos sobre los muertos vivos. Nos encontramos ante una propuesta interesante que se enfoca más en los aspectos psicológicos de los sobrevivientes, que deben lidiar con el fin de la humanidad y la civilización. En ese sentido la obra de Aubert retoma la esencia de lo que fueron los filmes de George Romero en esta temática que no se limitaban nada más a retratar escenas violentas. Aunque la analogía que presenta el conflicto de Los hambrientos pueda resultarnos lejana, el director desarrolla un cuento de terror que tiene referencias al movimiento separatista de Quebec, que desde hace tiempo busca convertir esa región en un Estado soberano independiente de Canadá. El zombi en este caso juega el rol del invasor que busca apropiarse de una cultura y los sobrevivientes luchar por preservar la identidad de su comunidad. Los hambrientos es un film muy interesante pero no va a satisfacer al espectador ocasional del género que sólo quiere ver escenas violentas. Sobre todo por el hecho que la narración de Aubert tiene un tono pausado y demanda cierta paciencia. No obstante, una vez que se empieza a desarrollar el conflicto la trama se pone más intensa. Una particularidad interesante de esta película que no figura en los trailers es el contenido de humor negro que está muy bien trabajado en el conflicto. Me atrevería a expresar que junto con Tren a Busan, de Corea del Sur, esta producción sobresale entre las mejores historias que se hicieron en el último tiempo con la temática de los zombis. Para el fan del terror definitivamente es una opción a tener en cuenta.
Voracidad canadiense. A partir del boom de la serie televisiva The Walking Dead, un drama plagado de zombies y la imaginería al servicio de la truculencia, la estética comic y el pop para nutrir a la historia de una dinámica propia, se generan enormes problemas a la hora de repensar o analizar películas como Los hambrientos, más allá de su procedencia canadiense o los aires arties detrás de la cabeza de su realizador Robin Aubert. Ya tuvimos un ejemplo coreano, hace poco, realmente un prodigio de drama zombie con escenas de alto impacto y violencia dentro de un tren, sin menoscabar el trabajo minucioso en la construcción de personajes, subtramas y un drama familiar de mucha adrenalina y emoción, para tomar de muestra como lo que no debe hacerse. El ejemplo es este film canadiense. En primer lugar, si bien la historia plantea la dialéctica de la supervivencia de un grupo de hombres y mujeres, incluídos ancianos y niños, en un escenario post apocalíptico donde el contagio de una enfermedad genera ataques inusitados entre sanos e infectados, la estructura narrativa se apoya en una endeble línea que acumula situaciones sin desarrollo dramático alguno. Pareciera que es más importante para el director cómo ver que cómo narrar lo que se ve y desde ese lugar la estética artística termina cansando a un espectador sediento de zombies y sorpresas en cada enfrentamiento. Tampoco suma una suerte de recurso de misterio con base simbólica en una zona despoblada, donde los infectados se detienen a contemplar una suerte de altar elaborado con objetos y que trae el rápido recuerdo de aquel clásico El hombre de mimbre, por supuesto la original y no la remake protagonizada por el decadente Nicolas Cage, hace varios años atrás. Sin mucho más que decir de este producto canadiense con ínfulas de cine arte, cualquier episodio de la serie norteamericana de la que todo el ambiente del terror habla y espera con ansiedad cada capítulo, tiene mayor peso narrativo un episodio tomado al azar, y por eso desde este espacio la recomendación de darle una oportunidad a los zombies yanquis en lugar de los canadienses y a las tribulaciones de un ecléctico grupo de sobrevivientes, queda más que clara.
Desde el estreno de La Noche de los Muertos Vivos, pocos subgéneros gozaron de tanta popularidad como el subgénero zombie. Naturalmente, entrado el Siglo 21, la sencilla formula de tener a tus protagonistas huyendo de o macheteando a cadáveres caminando muy lento no iba a ser suficiente, y las cuestiones emocionales de los sobrevivientes empezaron a tomar más partido de lo que se esperaba. Los Hambrientos se inscribe precisamente en esta corriente. Difuntos Activos El punto de partida no es muy complicado: un apocalipsis zombie ha azotado a un pueblo de Quebec y cuenta la historia de aquellos que han sobrevivido. Cómo se terminan encontrando, conociendo, reflexionando sobre lo que les está ocurriendo y, desde luego, la búsqueda incansable de otros sobrevivientes como ellos. Si bien la película en ningún momento elude la utilización del gore esperable dentro del clima que propone, esto es más una reflexión sobre la condición humana, usando al zombie como contexto narrativo más que como exponente puro y duro del género. Es fundamentalmente un ejercicio de personajes en una situación extrema. Lo que piensan y sienten de lo que son, de lo que dejaron atrás, de lo que les fue quitado. Eso recibe más atención que la sangre, los machetazos, los gruñidos y las persecuciones, aunque naturalmente no los hace a un lado. Cuestión apreciable desde el costado dramático y, debe decirse, arriesgada, ya que es una apuesta que le puede costar críticas de los espectadores más asiduos del género, acostumbrados a los códigos esperables. Por el costado técnico, aunque incurre abundantemente en el dialogo contemplativo, cuando llega la hora de avanzar el relato, de introducir los puntos de giro importantes, se hace de una manera puramente visual. Sin ir más lejos, la manera en que el guionista y director Robin Aubertintroduce a los personajes de su historia se explica puramente con las expresiones actorales y la utilización de la cámara. Es un film que tiene claro que las acciones hacen al personaje. En materia actoral, tenemos un reparto a la altura del particular desafío narrativo. El registro de todos está más cercano a la supervivencia de una guerra que al de un apocalipsis zombie, y es un registro que se sostiene incluso cuando tienen que repartir los golpes. Esta gente no se convierte de golpe y porrazo en héroes de acción. Destacan, de entre todo el elenco, Marc-André Grondin, con un personaje que cuando no está huyendo o disparando gusta de contar chistes malos. La manera en que los cuenta es el plato fuerte de su actuación. Esos usos ejemplares del subtexto donde las palabras dicen una cosa pero la cara dice otra. Otra destacable interpretación es la deBrigitte Poupartcomo una madre de familia que lo perdió todo y puede decir mil cosas con su expresividad.
No todos los días uno tiene la oportunidad de ver una película de zombies canadiense. Por fuera de las andanzas de David Cronenberg en los años ’70, el cine de horror era una rareza dentro del mercado cinéfilo en Canadá, pero que se ha convertido de la noche a la mañana en un éxito comercial debido a su bajo costo de producción, así como un género pujante en los circuitos de festivales varios. Les Affamés (Los Hambrientos) es un exponente de dicho resurgimiento, una visión única aunque simplista sobre el tópico de los no-muertos, que se beneficia de la presencia de un director como Robin Aubert para encaminar un barco con varios viajes encima.
Por momentos lenta pero filmada con pulso experto, su mezcla de terror tradicional y drama indie hace que Los Hambrientos esté más cerca de los zombies de George A. Romero antes que los de The Walking Dead o Guerra Mundial Z. Los zombies en el cine de terror están lejos de desparecer. Con Night of the Living Dead(1968) George A. Romero creó algo más que una simple y efectista película de sustos con muertos reanimados. Crítica a la cultura consumista de la sociedad americana, el racismo, la participación de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam y principalmente, nos muestra una nueva especie de monstruos que no son invasores extraterrestres ni criaturas de pesadilla: somos nosotros. De ahí en adelante la popularidad del subgénero solo creció. Hoy en día tenemos una enorme cantidad de películas sobre muertos vivientes cada año y una serie de televisión que pese a sus altibajos (más bajos que altis) sigue gozando de buena salud. Pero con tanta sobreexplotación de los zombies se fue perdiendo el mensaje. Cada nuevo producto zombie ganaba en espectacularidad pero se vaciaba de su contenido temático. Por suerte sigue existiendo el cine independiente, para animarse a hacer algo distinto. En un pueblo rural en la afueras de Quebec los cadáveres vuelven a la vida e intentan atacar a mordidas a sus seres queridos. Un grupo de sobrevivientes busca ayuda mientras intenta entender que está sucediendo. El comediante Bonin (Marc-Andre Grondin) se cruza con Tania (Monia Chokri), una mujer que dice haber sido mordida por un perro y la pequeña Zoe (Charlotte St-Martin). Céline (Brigitte Poupart) perdió a su familia y parece haber abandonado toda esperanza hasta que llega a la granja de Thérèse (Marie-Ginette Guay) y Pauline (Micheline Lanctôt). El adolescente Ti-Cul (Édouard Tremblay-Grenier) salva al anciano Réal (Luc Proulx) y juntos avanzan por el bosque. Las historias de estos personajes se irán uniendo a lo largo del camino mientras escapan de las hordas de muertos vivientes que los acechan. Más allá del terror, algunas pinceladas de gore y los momentos de tensión, lo que predomina en Los Hambrientos es el drama. Los personajes están sumidos en el desconcierto. No entienden lo que está pasando y avanzan casi por inercia motivados por su propio instinto de supervivencia que les susurra que permanecer demasiado tiempo en un lugar es una sentencia de muerte. Este mismo desconcierto también se apodera del espectador. Robin Aubert nos lanza a la historia prácticamente sin dar explicaciones de nada, no vemos el progresivo avance del apocalipsis zombie; simplemente llegamos para ser testigos de las consecuencias. Algo que parece ser una estrategia bastante valiente en una época donde todo debe ser sobreexplicado y el público no puede tolerar un final ambiguo sin que alguien tenga que darles una aclaración servida en bandeja. Los zombies de Aubert son bastante clásicos, se mueven rápido como los de 28 Days Later (2002) y parecen responder a un extraño sistema de creencias: a lo largo de la película los vemos reunidos en trance alrededor de unos extraños altares improvisados, hechos con sillas y basura apilada. También parecen retener una inteligencia bastante rudimentaria que les permite tender trampas a los sobrevivientes que se cruzan en su camino. La principal fortaleza de Los Hambrientos se encuentra en su cuidada fotografía, plagada de tonos verdes intensos y colores brillantes. La película utiliza recursos creativos para maquillar la falta de presupuesto y recurre a efectivos trucos de cámara para sacarle provecho a situaciones que requieren de un despliegue mayor de efectos especiales y extras. Así como la falta de respuestas puede ser una fortaleza, también puede jugarle en contra a la hora de enfrentarse a un espectador perezoso sin ganas de hacer el esfuerzo de ignorar los baches premeditados que Aubert deja en la historia. La narración se vuelve lenta por momentos cuando la película se detiene en momentos más intimistas y puede tomarse un buen rato antes de volver a retomar algo de tracción dramática pero la mezcla de terror tradicional y cine arte logra hacer que Los Hambrientos esté más cerca de un producto de Romero antes que del último episodio intrascendente de The Walking Dead.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Aunque en un primer visionado sorprenda por su atmósfera diurna y sus inmensos exteriores bucólicos, por alejar a su grupito de sobrevivientes del tan explotado shopping de las metrópolis y ponerlos a correr a campo traviesa como corderos, lo real es que Les Affames está muy lejos de ser una actualización del género. En el último lustro, Jim Jarmusch logró humanizar a sus vampiros en Sólo los amantes sobreviven (2013) mostrando el costado trágico de la inmortalidad, David Lowery le colgó la sábana blanca a su fantasma indie en A Ghost Story (2017) despojándolo de maldad y hundiéndolo en una melancolía nunca antes vista. En cambio, desde que los zombies pasaron de ser maniobrados como muñecos vudú a convertirse en una plaga boba que aniquila sin descanso ni sentimiento (y eso pasó recién en 1968 con La noche de los muertos vivos) no hubo casi renovaciones. Los muertos vivientes siguen siendo fallas de la naturaleza que acechan como un tsunami, un ataque alienígeno, un terremoto, a civilizaciones enteras. Matan, comen y a la pasada escupen una sutil crítica al sistema y al comportamiento automatizado de las sociedades. Variantes más, variantes menos, aquí estamos frente a otro apocalipsis zombie, donde una invasión, una peste, un contagio endémico, un mal sin mucha necesidad de explicar se propagó por las ciudades alcanzando las zonas rurales más profundas de Canadá. Los pocos pueblerinos que quedan juntan fuerzas para hacerle frente a estos monstruos más estrenados y parecidos a los salvajes de Holocausto Cannibal que a los heredados del filme de Romero, quienes apenas podían mantenerse en pie mientras el director Robert Aubert filma todo con calma y sadismo. La cámara casi ni se mueve, apenas se inmuta frente a lo que pasa alrededor, como si disfrutase contemplar la angustia y el sufrimiento de los que todavía no han sido mordidos, quienes dicho sea de paso, tampoco salen a matar por deporte ni se hacen un festín de carne podrida porque sí, como en tanta saga televisiva. Acá se mata cuando hay que matar, y también se reflexiona mucho sobre cuando es la hora de matar al recién infectado. Los vivos, los muertos, los que sangran porque un perro los mordió, todos son competidores en el periplo hacia la supervivencia. El apocalipsis zombie, además de ser el sueño mojado de cualquier ideología anticapitalista, pone en jaque las leyes morales básicas hasta llegar a una limpieza total de cualquier rasgo humano. Así, si hay que asesinar a un familiar o un amigo se lo asesina, sin mucha vuelta. El tiempo, tal como lo conocemos, también se ve afectado. Bonin (Marc André Godin), el protagonista y de algún modo líder del equipo de sobrevivientes lo deja en claro cuando explica que sus días se basan en despertarse, refugiarse y matar sin voltear la cabeza al pasado, ya que el mundo tal como lo conocía no existe más. La linealidad temporal primero se quiebra para luego enrularse en un espiral descendente. Más allá de los buenos comentarios que orbitan esta entrega canadiense, distinto no significa necesariamente bueno. El riesgo de haber podido esquivar el modus operandi mainstream y permitirse un vuelto más poético es valorable. El problema es que en ciertos instantes esa búsqueda termina siendo un gesto algo arty. Hay escenas, en especial imágenes, que parecen injertas más por su poder visual y para satisfacer el capricho de los amantes del género que por darle un sentido armónico a la historia como si faltase terminar de unir algunos puntos. O acaso, qué secreto se esconde detrás de esa pila de sillas, juguetes y desechos construidos por los zombies. ¿Un tótem para un ritual que no llegamos a ver? ¿O la futura hoguera que dará paso a la extinción del último vestigio civilizado? Aubert juega con la vacilación y lo indeterminado, abre tanto el acordeón que una vez que lo cierra todavía quedan algunas notas sonando en el aire y un sabor extraño en la garganta que, sin ser algo bueno o malo, cuesta digerir. Por Felix De Cunto @felix_decunto