Con una impactante actuación de Jessica Chastain, esta biopic recorre el auge y caída del matrimonio Baker, una pareja de televangelistas que supieron conquistar a América y el mundo con su clásico Club 700. Michael Showalter es un hábil e inteligente realizador que sabe equilibrar, en dosis exactas, el drama y el humor para construir potentes historias. Grace and Frankie, Search Party, The Dropout y The Shrink Next Door, son solo algunos de los títulos televisivos que llevan su firma, como así también las comedias The Lovebirds y The Big Sick (nominada al Oscar), que se vieron en cine y plataformas. En esta oportunidad se mete de lleno en un caso que atrapó a la prensa, el desfalco que Jim Bakker realizó a través de su Club 700 y fundaciones asociadas, llevándose puesta a Tammy Faye, su mujer, una de las artífices de dicho imperio. Showalter inicia la propuesta con un primerísimo primer plano de Tammy Faye, encarnada por Jessica Chastain, más especialmente de sus ojos, los que, gracias al maquillaje, se muestran brillantes en demasía. Faye está a punto de brindar una entrevista, y la intenta, a toda costa, desprenderse de esa máscara de maquillaje, bases, rímel y rouge, con las que siempre ha enfrentado a la audiencia. Pero es imposible, delineados permanentes, extremas cantidades de materiales cosméticos en su rostro, no pueden eliminarse rápidamente. Valiéndose del flashback y forward, el guion nos lleva a su infancia, en donde, como hija bastarda que era, tenía prohibido acercarse a la misa del domingo, a la que acudía su madre (Cherry Jones), sus medio hermanos y su padrastro. Empecinada en lograr su deseo de ser parte de la comunidad religiosa, desde pequeña, comenzará un raid de educación en la fe que la llevará, un día, a conocer a Jim Bakker, un joven aspirante a cura evangelista, con el que, sin dudarlo, formará una familia y un imperio. Pero Los ojos de Tammy Faye es mucho más que una biopic sobre el rápido ascenso de la pareja y luego su caída, es un inteligente relato que demuestra cómo una mujer supo abrirse camino en un mundo de hombres, y en donde la religión, impedía que se hablaran de temas de los que ella siempre supo que tenía que valerse, como la homosexualidad, minorías, HIV, sexo, para, así, concientizar, desde la televisión, a que mujeres y hombres puedan hacer valer sus derechos. Recreando a la perfección cada una de las épocas seleccionadas para contar esta historia, y con la decisión de reflejar con una cálida paleta de colores pasteles el universo personal de Faye, plagado de píldoras psiquiátricas, maquillaje, deseos sexuales y Diet Coke, Los ojos de Tammy Faye se vale de una impactante actuación de Chastain para llevar adelante el relato. Secundada por Andrew Garfield, como Bakker, y una serie de secundarios de lujo, como el de Jones, Vincent D’Onofrio, Mark Cameron Wystrach y Sam Jaeger, entre otros, la película se vale de secuencias oníricas y música, para potenciar la narración. Los ojos de Tammy Faye propone una relectura sobre los peligros de los fanatismos y la proliferación de pseudo religiosos, que, valiéndose del poder que les otorgan los fieles, habilitan nepotismo, corrupción, infidelidad, doble vida, bregando reglas, para quebrarlas puertas adentro. En tiempos de crisis de los relatos, la película es necesaria para comprender la penetración de ideologías en los medios masivos de comunicación, independientemente que además, permite una relectura de personajes que trascendieron sus propuestas religiosas, convirtiéndose en íconos populares, aún, hasta hoy en día. POR QUE SI: “Impactante actuación de Chastain”
La desvincula de la parte delictiva y nos da una mirada que roza lo caricaturesco y burlón, empujada al consumismo por un pasado lleno de carencias (afectivas y económicas) y siempre ajena a los desmanejos de su marido
Las biopics, se sabe, suelen contar con un amplio respaldo de los electores de los distintos premios que se entregan durante la temporada de alfombras rojas de Hollywood. Eso explica la presencia de Rey Richard: una familia ganadora entre las diez elegidas para competir por el Oscar a Mejor Película, así como también las nominaciones para Nicole Kidman y Javier Bardem por Todo sobre los Ricardo / Being the Ricardos. El tercer eslabón de este año es Los ojos de Tammy Faye, una película que recorre la historia de ascenso, descenso y posterior redención de la mujer del título. Es muy probable que su nombre signifique poco en este rincón del mundo, pero Faye y su marido Jim Bakker fueron lo que durante los créditos iniciales alguien llama “la Barbie y el Ken del teleevangelismo”. Fue gracias a su muy popular programa primero, que luego devino en cadena televisiva de alcance nacional, en el que mezclaban partes iguales de prédica y show, que se convirtieron en auténticas estrellas de la pantalla chica estadounidense. Pero tras bambalinas la cosa fue muy distinta, pues en un momento Faye se interesó por las minorías en general y la comunidad LGBT en particular, un pecado mortal -más aún en un contexto donde arreciaba el SIDA- para los fanáticos de la Biblia, como bien señala el pastor interpretado con su habitual prestancia por ese secundario notable que es Vincent D'Onofrio. A diferencia de Todo sobre los Ricardo / Being the Ricardos, que retrataba con fiereza el combate contra el statu quo de la pareja detrás de Yo amo a Lucy, todo en Los ojos de Tammy Faye luce desganado y vaciado de cualquier atisbo de vuelo artístico o sorpresa. El Bakker a cargo de Andrew Gardfield nunca llega a las alturas de la ambigüedad que ese león disfrazado de cordero pedía, al tiempo que Jessica Chastain –irreconocible bajo una capa de maquillaje más gruesa que la de Mirtha Legrand– apuesta por una recreación mimética de Faye. Y mimetismo, en términos de Oscar, implica tener media estatuilla en el bolsillo.
Con la temporada de premios comienzan a proliferar las biopics de ciertas figuras históricas que por algún motivo quedaron en la memoria colectiva correspondiente a cada territorio. Una de las que llama la atención es la de «The Eyes of Tammy Faye» (2021), film cuyo protagónico cayó en manos de Jessica Chastain («It: Part Two», «Zero Dark Thirty»), una de las grandes candidatas a quedarse con el Oscar a Mejor Actriz en la entrega del próximo domingo 27 de marzo. El largometraje de Michael Showalter («Lovebirds», «The Big Sick»), cuenta la historia de una pareja de evangelistas, Jim Bakker (Andrew Garfield) y Tammy Faye (Jessica Chastain), que durante las décadas de los 70’ y ’80, comienzan un astronómico ascenso dentro de la televisión norteamericana de cable, convirtiéndose en reconocidos predicadores. Prácticamente comenzaron a construir una de las cadenas religiosas más grandes del mundo, así como también un parque temático y diversos centros. Sus aparentes mensajes de amor y aceptación los llevaron a crecer dentro del ámbito religioso e incluso a generar divergencias con algunos colegas que no estaban tan de acuerdo con sus posturas (Tammy Faye acogía a personas de todo tipo), o que querían quedarse con una gran parte de ese negocio. Así como tuvieron un ascenso meteórico, también sufrieron una vertiginosa caída por medio de irregularidades financieras, escándalos y otras cuestiones que formaron parte de esta intrigante historia. El film de Showalter conforma una típica película biográfica donde se narra la vida de esta peculiar pareja, de una forma clásica pero efectiva. A nivel narrativo, no hay grandes sorpresas e incluso aquellos espectadores que no estén familiarizados con la historia de los Bakker podrán anticipar cómo se desarrollarán los acontecimientos. Es una típica historia de auge/decadencia, subida/caída que prioriza el lucimiento de un Andrew Garfield que muestra nuevamente su talento interpretativo alejado de su costado pochoclero, pero especialmente la versatilidad de Jessica Chastain que realiza un trabajo formidable componiendo a esta particular mujer que solo busca su lugar en el mundo, enfrentando tanto los problemas en los que la involucra su esposo así como también a las arcaicas y machistas concepciones de la religión manifestadas en las altas esferas de su círculo predicador (especialmente en el rol del siempre cumplidor Vincent D’Onofrio como principal antagonista). «The Eyes of Tammy Faye» nos propone un viaje a través de un caso real que fue un plato fuerte para la prensa norteamericana que, a través de una justa mezcla entre el drama y ligeros toques de comedia, logra reflexionar sobre la fe ciega, sobre el negocio detrás de la devoción y en cómo ciertas personas abusan de la confianza y las creencias de las personas en función del beneficio propio. Un relato convencional pero efectivo que atrae más que nada por la potencia que le imprime Chastain al personaje del título.
"Los ojos de Tammy Faye": la religión como un show La película dirigida por Michael Showalter propone el retrato cáustico de una pionera de los programas de TV evangelistas, que en la segunda mitad del siglo pasado multiplicaron sus audiencias de forma exponencial. Andrew Garfield, Vincent D’Onofrio, Cherry Jones, Sam Jaeger, Louis Cancelmi, Fredric Lehne, Gabriel Olds. Estreno: en salas únicamente. En pleno auge de la participación de las iglesias evangélicas en la vida política sudamericana –en especial en Brasil, donde sus fieles colaboraron en el triunfo de Jair Bolsonaro en las últimas presidenciales—, desde Hollywood llega Los ojos de Tammy Faye, biopic basada en la figura de Tammy Faye Bakker. Ella y su marido Jim fueron pioneros en el terreno de los predicadores televisivos. No los primeros, pero si los que convirtieron a los programas evangelistas en auténticos shows que ayudaron a multiplicar sus audiencias de forma exponencial (y con ellos las ganancias de este tipo de cultos). Los Bakker son además precursores del modelo de la pareja de pastores que tuvo incluso versiones locales, como la del pastor Giménez y su esposa Irma, famosos en la Argentina menemista de los ’90. Y pertenecen a la generación seminal de predicadores mediáticos como Pat Robertson, hoy verdadero magnate de los medios e inicialmente mentor del matrimonio, o el célebre Jimmy Swaggart, cuya historia de ascenso y caída tiene algunos puntos de contacto con la de los Bakker. La mención del rol político de este tipo de organizaciones de raíz religiosa es una de las líneas que desarrolla Los ojos de Tammy Faye, dirigida por Michael Showalter, que pertenece al subgénero de las películas que aprovechan el retrato de una figura pública para crear una postal de un determinado período de la historia estadounidense. Y Showalter, que hasta ahora había dirigido cuatro comedias románticas (la más conocida de ellas es Un amor inseparable, estrenada acá en 2018), utiliza su experiencia para contar la surrealista vida de los Bakker. Que arranca un poco en el tono del género en el cuál se especializa, para girar de a poco hacia la zona del drama y, por qué no, también de la tragedia. El relato aborda el origen pobre de la protagonista, su temprana devoción religiosa –que en las clases bajas de toda América suele estar asociada a este tipo de cultos—,el inicio del vínculo con Jim Bakker, su crecimiento, apogeo y ocaso. Un arco temporal de 40 años, que va de la pujante posguerra en los ’50 al triunfo neoliberal en los ’90, y de cuyo desarrollo la vida de Tammy Faye es una metáfora oportuna. Showalter toma como modelo los últimos trabajos de Adam McKay, otro cineasta que comenzó haciendo comedias para luego meterse con ácidos retratos de la sociedad de su país, como La gran apuesta (2015) o El vicepresidente: Más allá del poder (2018). Como una fábula, un poco a la manera de Forrest Gump, la figura de Tammy Faye es usada como vehículo para atravesar las diversas contingencias históricas. La diferencia es que ella, interpretada por Jessica Chastain, nominada como Mejor Actriz en los próximos Oscar, está lejos de la simpleza del personaje de Tom Hanks y en el camino irá perdiendo la inocencia. Quizá por eso el título hace referencia a sus ojos y a la caída del velo simbólico del sueño americano que los cubre.
A mediados de la década de 1980, Jim Bakker y Tammy Faye Messner eran los dueños absolutos de un imperio mediático y comercial desde el cual extendían a todo el mundo su prédica religiosa de raíz evangélica. El ancla de esa gigantesca organización era una cadena de televisión llamada Praise the Lord (PTL), que por primera vez en la historia recurría al poder y los recursos de la tecnología satelital para extender más allá de lo imaginado los alcances del ascendente modelo de predicación cristiana por TV en Estados Unidos. Desde que se conocieron a comienzos de los años 60, Bakker y Faye construyeron con la perspicacia para explotar esa oportunidad creciente su versión del sueño americano. Primero con un show itinerante de títeres para chicos y más tarde con la idea de armar una versión religiosa del exitoso show nocturno de Johnny Carson, la pareja no solo descubrió su lugar en el mundo. Lo hizo a través de un mensaje en el que decían que Dios alentaba a las personas a no desdeñar el dinero o los bienes materiales. No estaba mal volverse rico, en especial cuando se referían a ellos mismos. Así pedían a los fieles, creyentes de la TV como si cada pantalla fuese una iglesia, generosas contribuciones que usaban en una vida de lujos y ostentación mientras seguían proyectando nuevos negocios, sobre todo inmobiliarios. Los matices más interesantes de esta historia aparecen completamente desaprovechados en la película, estructurada de una manera muy elemental a partir de la fórmula convencional de mostrar el origen, el crecimiento, el apogeo y la caída de sus protagonistas. Cada personaje aparece definido en el crecimiento de sus ambiciones por un puñado de trazos y señales tan poco sutiles y tan explícitas (sobre todo por el modo en que se describen las tentaciones) que en algún momento asistiremos al derrumbe inevitable de un castillo de arena. El truco se revela al final, cuando los rostros de los personajes reales (también aparecen los famosos evangelistas Pat Robertson y Jerry Falwell) se contrastan en una pantalla dividida con los actores que los encarnan. En vez de hacer una representación de los hechos, se buscó algo que no tenía sentido: la imitación lisa y llana de las figuras verdaderas en una suerte de versión dramatizada, chata y superficial, del largometraje documental que le dio origen. Detrás del aire ingenuo y kitsch de su retrato, Faye es el único personaje de la película que, de manera tan forzada como todo lo demás, muestra signos de redención al enseñar una sensibilidad y un espíritu de apertura (sobre todo con los gays en los durísimos primeros tiempos del sida) que contrasta con el rígido fundamentalismo de las corrientes evangélicas predominantes. Tapada por un frondoso maquillaje, completamente irreconocible, Jessica Chastain parece encaminada a ganar el Oscar por este papel. En realidad, el premio debería otorgarse a quienes lograron darle ese aspecto, detrás del cual podría esconderse o disimularse el rostro auténtico de cualquier actriz.
Es fácil entender porque Jessica Chastain es la productora de esta película que le permite en su papel protagónico un enorme lucimiento como actriz, con una profundidad digna de elogio que dota a su personaje de una pátina cándida, de una apabullante frivolidad pero a su vez es vulnerable y trágica. Y aunque la actriz en muchos tramos del film debe luchar contra un maquillaje de agregados y sobrecargas (el rubro igual que los peinados, está nominado al Oscar igual que Jessica) siempre logra trasmitir la dimensión de fragilidad de una mujer, transitando tres décadas de su vida. Menos conocida en nuestro medio, tremendamente popular en Estados Unidos, Tammy Faye y su marido fueron pastores evangélicos con una fama digna de estrellas rockeras. Si bien el guión en que se basa el film es el famoso documental de Fenton Baily y Randy Barbato, con Abe Sylvia se ve fragmentado y apunta en muchas direcciones sin dejar algunas en claro, igual es un entretenimiento vistoso que permite una mirada crítica hacia el evangelismo de extrema derecha de EEUU. La historia de Tammy y Jim Baker es curiosa, única, y a la vez extrañamente fascinante para nuestra cultura. Una pareja de predicadores que se encuentran desde la facultad cristiana donde estudian, que llevan adelante una piedad ferviente que aplaude un materialismo vulgar sin culpas, que se transforman en una pareja exitosa, con satélite propio que les permite una audiencia diaria de veinte millones de personas que los siguen con fervor. Ese matrimonio y muchos empresarios construyen desde hoteles cristianos a una disneyworld para creyentes con parques temáticos alusivos y viven un nivel de lujo ansiático y festejado. Pero las locuras de Jim, acusaciones de violaciones sexuales, estafas y envidias de otros sectores evangélicos lo llevan a la cárcel y Tammy otrora famosa, es satirizada sin piedad con sus maquillajes tatuados. Sin embargo fue una mujer que defendió los derechos de la comunidad LGBT en contra de los valores usualmente radicales de los otros pastores. El film muestra el ascenso, el desastre y la reinvención de una mujer que paso por todo con un halo de ingenuidad, con una intuición poderosa, y destino de desprecios y amores. El desempeño de Chastain es admirable y muy bueno el de Andrew Gardfield y el resto del poderoso elenco.
Hay un motivo por el cual acercarse a un cine que proyecte Los ojos de Tammy Faye. No son muchos, y eso que la película tiene dos nominaciones al Oscar que se entrega este domingo 27 de marzo, y es probable que los gane los dos, a Jessica Chastain y al maquillaje y peinado. Y esa razón valedera es la interpretación de la actriz de La noche más oscura, Misión rescate, It Capítulo dos o la miniserie Secretos de un matrimonio. Que es exagerada, paródica y pasada de rosca, con una tonelada de maquillaje que, de todas maneras, no impide que la gestualidad de Chastain nos llegue como un tifón. Un tsunami. Ella, junto a Andrew Garfield, que también compite por el Oscar al mejor actor protagónico, pero por la excelente tick, tick… BOOM!, interpretan al matrimonio tele-evangelista Bakker. Dos que predicaron por la televisión, que llegaron a crear una cadena de TV cristiana, la que congregaba a 20 millones de televidentes alrededor del mundo. Y que (auto)forjaron un imperio, que constaba hasta de un parque temático cristiano, más hoteles y restaurantes. Claro, hubo una malversación de fondos, y por eso la historia de Jim y Tammy Bakker alcanzó la primera pana de los diarios y es una película. El meteórico ascenso y la caída estrepitosa de figuras mediáticas es carne de película, pero aquí no se trata ni de políticos ni de estrellas de rock. No. Un exceso Todo es un tanto excesivo en Los ojos de Tammy Faye, que tiene ese título más que por la luz que irradia la mirada azul de la actriz que la interpreta, porque la historia se sigue desde su punto de vista. ¿Estafadora? El filme plantea más que nada que Tammy fue una víctima. Pero obvio que participativa, y que hubo muchas más víctimas en el camino. Excéntricos los dos, pero es la caracterización de la actriz la que está, siempre, al borde de la exasperación. Las capas de maquillaje irán cambiando, sumándose de acuerdo transcurran los años. Pero es eso, y la actuación de Chastain, lo que los académicos en Hollywood decidieron destacar. No es como Jared Leto en La casa Gucci, que está directamente irreconocible, o Colin Farrell como El Pingüino en la reciente Batman, donde si a uno no le dicen que son ellos, podríamos no saberlo. Chastain es camaleónica, también a la hora de elegir proyectos, porque suele estar bien en dramas, filmes de terror o ciencia ficción y la pifia en las películas de acción (la última de X-Men, donde era villana, o Agentes 355, para dar dos ejemplos). No vamos a discutir aquí si su labor es mejor que la de Nicole Kidman en Being the Ricardos -otra caracterización exagerada, pero no tanta-, porque no es el lugar, pero consideremos una escena. Tammy y Jim están en la mansión que ambos supieron conseguir y construir. Y se desata una discusión entre ellos. Allí, cuando ya no falta mucho para que la película termine, la escena se ilumina y nos saca del letargo. A las banalidades y los baches de agua que tenía el guion, la levanta la fiereza de dos actores de raza. Esa escena tal vez valga el precio de la entrada. Vincent D’Onofrio está desaprovechado como Jerry Falwell -otro evangelista- y como la madre de Tammy está Cherry Jones (24, The Handmaid’s Tale y Succession, tres series por las que ha ganado el Emmy) que tampoco puede hacer mucho con lo que le tiraron. El director Michael Showalter, el de Un amor inseparable y Mi nombre es Doris, no apela tanto a la comedia como en los títulos mencionados. Pero la película es l que es, y si no fuera por Jessica, Andrew y los cosméticos bien podríamos pasarle de largo.
“Los ojos de Tammy Faye” de Michael Showalter. Crítica. Una biopic del montón. Francisco Mendes Moas Hace 2 días 0 11 Dependiendo de la edad que tengan los lectores, tal vez algún día se puedan haber cruzado con “El club de los 700” en la televisión. Un talk show evangelista de los Estados Unidos. Aunque, para ser sincero, este es un dato tangencial a la película que hoy nos convoca. “Los ojos de Tammy Faye” dirigida por Michael Showalter, llega este jueves 24 de marzo a las salas de cine. Protagonizada por Jessica Chastain y Andrew Garfield, además de la participación, no menor, de Vincent D’Onofrio. Durante la década de los 70’s y 80’s la pareja de telepredicadores, conformada por Tammy Faye Bakker y Jim Bakker, construyeron un imperio. Su programa llevaba mensajes de aceptación y amor a más de 20 millones de telespectadores por día. Pero Tammy además de ser recordada por su voz angelical y su exuberante maquilla, pasó a la historia por la estrepitosa caída del show que conducía con su marido. Las irregularidades financieras y la competencia por parte del sector más conservador del credo, significó el fin de la fama para ambos. Si bien, en un primer vistazo la temática de esta biopic pareciera ser altamente específica, apuntando a una región y religión en específico. Fue lo suficientemente impactante como para ser una noticia internacional y la película se encarga de brindarle al espectador la información necesaria para comprenderlo así. Empero, en lugar de contar los sucesos de manera objetiva, todas las decisiones tomadas que vemos en pantalla manifiestan lo que pareciera una expiación de culpas por parte de la protagonista. En más de una ocasión el audiovisual se encarga de dejar en claro que Tammy no sabía nada de lo que estaba pasando. El punto de vista y la carga narrativa recaen sobre el personaje de Tammy, interpretado de manera correcta por Jessica Chastain. Lo cual genera que la trama por momentos pierda cualquier tipo de encanto que podría llegar a tener. Al igual que sucedía para ella, las decisiones financieras, los pactos, cualquier cosa que pudiera tener tintes oscuros no es negada o apenas vislumbramos pequeñas migajas. No así las inevitables consecuencias que la llevan a la ruina, ya que en este punto no hay barrera que detenga la marea de malas decisiones. La angelical inocencia de Tammy termina siendo su perdición. Pues entonces, Jim Bakker es retratado de manera simple. Al menos como lo veía en cada momento su esposa Tammy. Toda su megalomanía, sus decisiones impulsivas no se ven reflejadas de manera interesante en la trama. Un enfoque que tal vez hubiera resultado beneficioso si se hubiera realizado de manera inversa. Decantando así, en que la película resulte tibia. Señala y apunta los delitos cometidos por la pareja, pero de una manera delicada y casi sin querer incriminar. Como si alguien, al momento de hacer la biopic, pidiera que los personajes no queden tan mal parados. También hay algunas decisiones de caracterización que resultan poco beneficiosas para la producción. La innecesaria búsqueda por un semejante físico entre los actores y las personas reales a las que interpretan, lleva a Chastain y Garfield utilizar prótesis faciales durante toda la película. Las cuales por momentos quitan expresividad a sus rostros, generando algunas facciones antinaturales y rememorando a John Travolta en la última versión de “Hairspray”. Hollywood debería permitir a los espectadores llevar a cabo el pacto narrativo que lleve a entender que el actor interpreta a una persona de la vida real aunque no se parezca demasiado. O dejar de castear estrellas hegemónicas para hacer de gente común. La búsqueda de Michael Showalter en “Los ojos de Tammy Faye”, se comprende, pero ya lo vimos realizado en muchas otras películas y con mejor tratamiento. Por otra parte, la duración del audiovisual no corresponde al de la trama, faltando la capacidad de condensación. Pero para quien no sepa nada sobre lo sucedido o sobre la televisación de la religión, es una buena fuente de información.
“Los ojos de Tammy Faye” de Michael Showalter. Crítica. Este jueves llega a los cines la biopic de la exitosa telepredicadora evangelista. Lucia Gianninoto Hace 13 horas 0 9 Durante la década de los 80’, el matrimonio conformado por los telepredicadores evangelistas Tammy Faye y Jim Bakker construyó un imperio televisivo (y financiero). Con base en California, el matrimonio fundó su propia cadena de televisión, PTL (Praise The Lord), vista cada día por millones de espectadores evangelistas en todo el mundo. Sin embargo, años después, las deudas, los escándalos y los engaños lo destruyeron por completo. Esta es la historia retratada en “Los ojos de Tammy Faye”, el nuevo film del director Michael Showalter. Tal como lo indica su nombre, narra la historia desde el punto de vista de Tammy, interpretada por una irreconocible Jessica Chastain, papel que le valió la nominación a Mejor Actriz en los Premios Óscar. Chastain deja todo en una íntima interpretación de la telepredicadora a través de los años, desde sus comienzos como estudiante y creyente fiel, su relación con Bakker, hasta su ascenso en la televisión para la audiencia evangelista y la posterior caída de su imperio. La actriz hace un excelente trabajo a lo largo de dos horas en las que conocemos a esta mujer entregada a la religión, alegre, ruidosa, coqueta, con una hermosa voz (los momentos musicales están entre lo mejor de la película), dispuesta a ayudar a quien pueda y difundir su amor por Dios. Pero a lo largo de los años Tammy va perdiendo su brillo y dejándose corromper, hasta convertirse en un objeto de burla para colegas y espectadores. Jim Bakker, esposo de Faye y cofundador de la cadena de televisión PTL, es interpretado por Andrew Garfield. El actor realiza un trabajo aceptable dando vida a este hombre tan encantador frente a las cámaras como manipulador y cegado por el éxito y la fama. Sin embargo, desde los ojos de Tammy, y por lo tanto del espectador, Jim resulta un personaje distante, al que nunca parece posible conocer en profundidad (ni siquiera cuando ya está derrotado) ni permite a Garfield lucirse como en otras ocasiones. El elenco cuenta también con Vincent D’Onofrio, Mark Cameron y Cherry Jones. En “Los ojos de Tammy Faye” (2022) se muestra a una mujer amable y sensible, que a pesar de su religión mantenía una posición abierta hacia quienes no la compartían. Esto es evidente en una de las escenas más emotivas, en la que Tammy entrevista en su programa a un hombre homosexual que padece VIH (lo que le trae serios problemas con su entorno). El personaje se vuelve fácilmente querible, y no a pesar de sus contradicciones sino gracias a ellas. Sin embargo, peca de demasiada inocencia ante los oscuros negocios que realizaba el matrimonio con las donaciones de sus espectadores, en los que el film no se mete más que superficialmente. Jessica Chastain se carga la película a los hombros con su interpretación de la extravagante telepresentadora evangelista Tammy Faye, quien construyó un imperio televisivo junto a su marido, Jim Bakker (Andrew Garfield) durante los años 80’. Una biopic que, junto a un destacado trabajo de maquillaje, vestuario y ambientación, retrata el ascenso y la caída del matrimonio desde los ojos de su protagonista.
Se conocieron en la escuela de evangelistas, antes de formar un imperio que llegó a tener 20 millones de soldados de Cristo todos los días del otro lado de la pantalla del televisor, dispuestos a contribuir con la causa. The Eyes of Tammy Faye es la crónica del ascenso y caída de una pareja que hizo un ménage à trois con Dios.
Michael Showalter tiene una amplia trayectoria detrás de las cámaras, tanto para el cine “Mi nombre es Doris” con Sally Field, “Un amor inseparable / The Big sick”, como también para las plataformas con sus series “The shrink next door”, algunos capítulos de “Grace and Frankie” y “Love”. En esta ocasión asume una propuesta diferente para su carrera con el clásico formato de biopic, para contar la historia de la famosa pareja de telepredicadores Jim Bakker y Tammy Faye quienes hicieron furor con su programa en la televisión norteamericana a partir de 1974 y por más de una década. En “LOS OJOS DE TAMMY FAYE” Showalter privilegia un guion sin sorpresas ni intentos narrativos novedosos. Elige tomar el formato clásico y narra casi cronológicamente la historia de ascenso y caída de esta pareja que comenzó colaborando para un canal cristiano y revolucionó a la audiencia con su manera de evangelización con títeres para ganar al público infantil y a las familias. En sólo dos años su popularidad creció de forma tal que en 1976 tuvieron su propio programa de entrevistas al estilo late night show y rápidamente fundaron su la PTL Satellite Network y llegaron a crear un parque temático propio. Pero al mismo tiempo que cuentan la vida de este matrimonio de predicadores a cargo de Andrew Garfield y Jessica Chastain, la película sirve para correr el velo sobre lo que se esconde detrás de las cadenas de televisión, la iglesia, los negociados, la popularidad y el poder, al mismo tiempo que pone al desnudo el interior de la pareja que socialmente se mostraba de una manera –e intentando ser un ejemplo para sus fieles, un amor sin fisuras-, pero cuya intimidad era mucho más compleja y con varios puntos oscuros. “LOS OJOS DE TAMMY FAYE” ficcionaliza lo que en el año 2000 había sido un documental que lleva el mismo nombre, dirigido por Fenton Bailey y Randy Barbato quienes ahora son los guionistas del filme de Showalter. La película inicia con la preparación de Tammy Faye para enfrentarse a las cámaras en un nuevo reportaje. De allí viajamos mediante un largo flashback a las imágenes de su niñez en donde ya se la describe como a una niña que quería desafiar las reglas y los mandatos, y ocupar un lugar diferente al que parecía estar destinada como hija bastarda en una familia con un fuerte apego a la religión, un espacio que le era negado sistemáticamente. Apenas conozca a Jim Bakker el vínculo será absolutamente inseparable y ese amor también será otra manifestación de su rebeldía cuando sus padres lo conozcan, una vez que ya estaban casados. Su figura fue tomando fuerza en la Iglesia mientras crece tanto en lo profesional como en lo económico. Ella es un pez entre tiburones, tiene la astucia y la estrategia para no quedar eclipsada por su marido: ella misma se convierte en una gran estrella, a la que todos identificaban por sus canciones y su inconfundible tono de voz. Tammy Faye logra un espacio que no parecía destinado a las mujeres y redobla la apuesta cuando elige tocar temas fuertemente censurados por la Iglesia, la religión y la sociedad misma, como aquel famoso reportaje en vivo a un activista gay que habló sobre SIDA en plenos ’80. Luego devendrán denuncias de estafas, drogas, abuso sexual y fraude, que, junto con las excentricidades económicas de la pareja, provocaron la pérdida de poder dentro de la élite religiosa y que su matrimonio entrara en una profunda crisis. Para componer a esta mujer empoderada, que visibilizó a los grupos más vulnerables y que contaba con una libertad de pensamiento inusual para su contexto, el director cuenta con Jessica Chastain que hace un tour de forcé formidable y puede jugar al límite sin caer en la caricatura del personaje. Por este papel Chastain ya ha obtenido su tercera nominación al Oscar y ganó la Concha de Plata en el pasado festival de San Sebastián, además de numerosos premios y nominaciones en diversos festivales. La composición de Chastain es realmente magnética, completamente poseída por el espíritu de su personaje y logra generar, además, una excelente química con Andrew Garfield, ambos consolidando sus carreras y mostrando dos trabajos realmente notables, sin los cuales, la película sería indudablemente otra. Sin ellos, “LOS OJOS DE TAMMY FAYE” no hubiese sido más que un biopic televisivo, pero justamente sus composiciones elevan el nivel general y si bien desde la puesta se podrían haber asumido algunos riesgos narrativos para no responder a una estructura tan de “catálogo”, el filme abre la posibilidad de un pequeño debate sobre temas relacionados con la religión, que aún hoy, siguen siendo controversiales. PIR QUE SI: » La película sirve para correr el velo sobre lo que se esconde detrás de las cadenas de televisión «
Los ojos de Tammy Faye es una película cuyo mayor interés está en la interpretación de su protagonista, Jessica Chastain, y su caracterización de la telepredicadora y cantante Tammy Faye. A pesar de un fuerte maquillaje, su rostro y su presencia son lo más fuerte que tiene esta biografía que cumple con todas las reglas del género sin defraudar. Jessica Chastain tal vez haya salido a buscar un premio con este trabajo, pero eso no le quita mérito, ya que todo el tiempo diferentes biografías cinematográficas van en esa dirección. Chastain se parece poco a la verdadera Tammy Faye, pero construye un personaje tridimensional, no exento de cierta ternura. La actriz ya fue nominada al Oscar como actriz secundaria por Historias cruzadas (The Help) y a mejor protagónica por su excelente trabajo en La noche más oscura (Zero Dark Thirty) pero tiene otros roles memorables como los de Mamá, Interestelar, The Zookeeper’s Wife y Molly´s Game. El ascenso, esplendor y caída del matrimonio de telepredicadores formado por Tammy Faye y Jim Bakker (Andrew Garfield) es mostrado desde el comienzo, pero también en ese inicio hay un plano cerrado sobre los ojos de la protagonista. Está claro que esta es su historia y que los caminos que ella elige no son idénticos a los de su marido, aun cuando el mundo los tome como una unidad. La película reivindica su figura por encima de la de él, aun cuando no niegue su parte en la locura en la que ambos se sumergieron para convertirse en poderosos y millonarios telepredicadores. Tampoco se hace caso omiso de su vínculo con la política y su relación con otros religiosos con los cuales comparten el poder de masas. El personaje en sí mismo es interesante, en parte porque su costado artístico le genera la misma pasión que la religión, pero en parte porque finalmente, en muchos aspectos, terminó siendo más cristiana que todos aquellos del entorno de telepredicadores. Si Chastain logra conmover con su interpretación hay que decir también que, vaya uno a saber por qué, Andrew Garfield está muy mal en su rol, que definitivamente no le queda. Se agradece que aparezca en un rol secundario Vincent D´Onofrio, para que al menos no suene a que no quisieron elegir buenos actores. Los ojos de Tammy Faye posiblemente sea más efectiva para quienes no conocen la historia, porque parte de su encanto está en los giros que tiene la trama. El final, por otro lado, tiene la ambigüedad exacta para ser crítica y homenaje a la vez, para ser angustiante y también piadoso, algo así como la rara mezcla del personaje sobre el cual está hecha la película.
Alabado sea el Señor Como todo país anglosajón en el que dominaron o dominan las diversas facetas y vertientes del cristianismo protestante, Estados Unidos siempre estuvo tapizado de una infinidad de autodenominados “templos” y autodenominados “pastores” que se mueven bajo la sombra organizativa jamás reconocida de la Iglesia Católica, un modelo institucional tomado de ejemplo cual ideal paradójico porque en simultáneo se lo ataca e imita en muchos aspectos, y en esencia funcionan como sectas relativamente autónomas pero sindicalizadas en las que los feligreses -cero hipocresía de por medio- sostienen económicamente al supuesto líder espiritual y su credo de salvación, éste más o menos pomposo o ascético. La gigantesca y laberíntica industria del espectáculo del país terminó influyendo y retroalimentándose con su homóloga religiosa y así con el transcurso de los años las corrientes más ortodoxas del luteranismo y el calvinismo mutaron en una fe más popular y extasiada que desencadenó el evangelicalismo o cristianismo evangélico, un movimiento piadoso protestante muchísimo más circense que sus equivalentes del Reino Unido y Alemania, por ejemplo, y por ello se fue pasando de manera progresiva desde la antiquísima presencialidad en las parroquias a la masividad facilista y mucho más instantánea, locuaz y manipuladora -porque juega con el aislamiento y la soledad hogareña de los adeptos- de la televisión full time, los eventos esporádicos presenciales y sobre todo las donaciones por teléfono/ a distancia, objetivo máximo hacia el cual se encauzan estas voluntades cooptadas y condicionadas a gusto. Dos fueron los programas fundamentales del rubro, The 700 Club, magazine televisivo cristiano creado en 1966 por Pat Robertson como desprendimiento de un telemaratón devoto, y The PTL Club, otro show de TV en este caso craneado por Jim Bakker en 1974 y conducido por el susodicho junto a su encantadora y muy bizarra esposa, Tamara Faye LaValley (1942-2007), dúo que había empezado como pastores itinerantes para luego saltar a los programas para niños y la educación moral/ fervorosa/ comunal con títeres y eventualmente terminar generando uno de los mayores imperios religiosos de América del Norte con el matrimonio Bakker como los televangelistas más poderosos en un segmento creyente caracterizado por una competencia siempre feroz y demencial, pensemos en este sentido que la marca PTL (Praise the Lord/ Alabado sea el Señor) terminó expandiéndose a una cadena con su propio satélite, PTL Television Network, e incluso a un parque temático cristiano que facturaba millones y competía con los dos de la Walt Disney en California y Florida, Heritage USA. Los Ojos de Tammy Faye (The Eyes of Tammy Faye, 2021), película en verdad estupenda dirigida por Michael Showalter y escrita por Abe Sylvia, profesionales de larga experiencia televisiva y el segundo responsable además de la dirección de la amena Dirty Girl (2010), está basada en el también excelente documental homónimo del 2000 de Fenton Bailey y Randy Barbato, una faena -narrada por el célebre drag queen RuPaul Andre Charles alias simplemente RuPaul- que se concentraba en la estrepitosa caída de los Bakker en 1987 por la revelación pública de que una secretaria del consorcio PTL, Jessica Hahn, recibió de Roe Messner, el principal constructor de Heritage USA y amigo del matrimonio, la friolera de 287.000 dólares para que no formule denuncia legal alguna en lo que supuestamente fue una violación de parte de Bakker y otro televangelista, John Wesley Fletcher, dupla que la habría drogado y habría abusado de ella, probable mentira por el chantaje, el volumen de efectivo en juego y los rumores de siempre de la homosexualidad reprimida de un Jim que tuvo encuentros íntimos con Fletcher que siempre optó por negar; a lo que para colmo se suma el hilarante Golpe de Estado intra gremio protestante televisivo de Jerry Falwell, otro pastor muy poderoso de su tiempo que si bien no compartía nada con los Bakker, éstos más moderados y tendientes a respetar a los gays, los drogadictos y los enfermos de SIDA en una época de condena evangelista mayoritaria bien furiosa, de a poco se impuso como “amigo” de Jim sirviéndose del temor paranoico que el hombre sentía ante la posibilidad de que la competencia, simbolizada en un tal Jimmy Swaggart, tomase el control de su imperio religioso, derivando en la pronta expulsión del matrimonio de PTL y el control absoluto de un Falwell que no sólo hegemonizó el programa, la cadena y el parque sino que los terminó de fundir, presentando la bancarrota en 1989, y hasta le soltó la mano por completo a los Bakker, denunciando su codicia, lujos y corrupción -siempre con el dinero donado por los feligreses- al punto de permitir que el fisco estadounidense los descuartizase en tribunales y condenase a Jim a 45 años de prisión por fraude y conspiración, sentencia que a posteriori se redujo a ocho años y así le permitió salir libre en 1994 después de cumplir apenas cinco efectivos. Tammy, quien tuvo un affaire con el productor discográfico Gary S. Paxton, se divorció de Jim en 1992 y después se casó con Messner, salió indemne de este caos porque su marido de entonces controlaba la dimensión financiera del imperio y ella los contenidos en general, amén de su exitosa carrera musical paralela como sublime cantante de góspel. La realización de Showalter, un especialista en comedias que en términos cinematográficos fue el artífice de las atendibles y bastante inusuales -para el conservadurismo mainstream contemporáneo y todos esos estereotipos de siempre- The Baxter (2005), Mi Nombre es Doris (Hello, My Name Is Doris, 2015), Un Amor Inseparable (The Big Sick, 2017) y Dos Tórtolos (The Lovebirds, 2020), recupera este tragicómico derrotero manteniendo el punto de vista de Tammy (Jessica Chastain) aunque sin descuidar la óptica complementaria de su esposo y socio innegable a lo largo de tantos años de vida y carrera artística y religiosa, Jim (Andrew Garfield), devenir que comienza con el trauma familiar del divorcio de la madre de ella, Rachel (Cherry Jones), pianista y devota protestante tradicional que homologaba fe con humildad inobjetable y después se casó con Fred Grover (Fredric Lehne), un hombre común y corriente y no tan fanático cristiano ascético como su mujer. Tammy conoce a Jim en la universidad y ambos rápidamente se casan para poder mantener relaciones sexuales sin culpa y comienzan un tour por el interior yanqui que los lleva a generar contactos para ingresar en la TV con un programa infantil, donde Bakker aparentemente le regala la idea a Robertson (Gabriel Olds) de crear The 700 Club sin que éste reconociese el origen real del show, etapa en la que también se topan con el eventual verdugo público, Falwell (Vincent D’Onofrio), un magnate que como todos en un principio no le da la importancia debida a la visión empresarial expansiva y muy ambiciosa de Jim y a la interpretación pluralista del evangelio de Tammy, quien a diferencia de los otros pastores y pastoras de su tiempo no sentía que su misión era condenar al Infierno a colectivos sociales por puro prejuicio sino incluir a todos los grupos de “consumidores” -especialmente a los marginados, todos ellos- dentro del suculento público a captar, sin toda esa fanfarria habitual de derecha en contra de los adúlteros, los homosexuales, los abortistas, los drogodependientes, los criminales y los divorciados, entre muchos otros. Echando mano de un tono inusitadamente farsesco y anti demagogia sentimental hollywoodense ya que en esta oportunidad la meta es humanizar a los personajes no desde el naturalismo aburrido estandarizado sino mediante una caricatura cariñosa y exaltada que subraya el delirio plutocrático, espiritual y político hegemónico de fondo, el film explora la consolidación financiera y mediática evangélica de los Bakker y su crisis escalonada y su colapso por el affaire de ella con Paxton (Mark Wystrach), la frigidez de Jim y por supuesto el mega escándalo sexual y económico, los últimos clavos del ataúd. Si bien el desempeño de Garfield y del querido Vincent D’Onofrio es realmente supremo, el personaje del primero una especie de workaholic al que le gusta “juguetear” con Fletcher (Louis Cancelmi) y nunca termina de asumir su dominio eclesiástico dentro del segmento evangelista y el personaje del segundo una momia reaccionaria que detesta al feminismo, el Flower Power y el pacifismo de los 60 y 70 y el movimiento gay de los 80, a decir verdad el alma máter de la película es una Chastain extraordinaria y efervescente que entiende a la perfección que la única forma de retratar a LaValley -luego apellidada Bakker y Messner- es a través de la sobreactuación ya que la figura de carne y hueso, la Tammy Faye real, era precisamente ello, una pose alegre y despampanante eterna que se comió a la chica insegura de antaño y que se tambaleaba entre la candidez batallante que nunca baja los brazos y la resignación cuasi melancólica ante los ataques, burlas y agravios que le llovían desde todas partes, circunstancia representada en su risita muy femenina, su adicción a los ansiolíticos, su gusto por las latas de Coca Cola dietética y en su retahíla de sensibilidad lacrimógena, cirugías estéticas ultra deformantes y maquillaje tatuado en su piel, con labios, ojos y cejas permanentemente delineados para el impacto como si su existencia prosaica o privada se confundiese de lleno con la pública de The PTL Club y más allá, incluida su condición de icono frankensteiniano de la comunidad LGBT y sus numerosas intervenciones en eventos, recitales, sitcoms, realitys y el programa de Larry King hasta su fallecimiento a los 65 años por cáncer de colon y pulmón, dejando atrás dos vástagos con Jim, Sissy y Jay. Los Ojos de Tammy Faye, título que apunta a esta artificialidad contradictoriamente humana por lo vulnerable y pasional, no sermonea al espectador sobre la evidente malversación de fondos de la pareja porque desde el vamos se enfatiza que su concepción del cristianismo no es la fetichista hipócrita para con los menesterosos y los desvalidos sino esa otra que celebra la opulencia, la masividad más vulgar y el carácter teatral y llamativo de una fe que promete devolverle con creces a los fieles que donan sus respectivas bendiciones monetarias, estafa en la que caen los imbéciles de vieja escuela aunque también los payasos new age y nuevos hipsters piadosos de cotillón. El Hollywood bobo actual, uno que se toma muy en serio a sí mismo y saca productos intercambiables a montones, ya no entrega obras tan disfrutables y sinceras como el film que nos ocupa, una epopeya fascinante sobre el sustrato mafioso e hiper grotesco de la industria de la sanación y de la religión organizada de nuestros días…
Violando el segundo mandamiento. Los ojos de Tammy Faye es una película por la que Jessica Chastain recibió su tercera nominación al Oscar, al interpretar al personaje del título, la presentadora de un programa de televisión evangélico, junto a su marido Jim Bakker, interpretado por Andrew Garfield. Está dirigida por Michael Showalter y completan el elenco Cherry Jones, Louis Cancelmi y Vincent D’onofrio, entre otros. Basado en el documental homónimo, dirigido por Fenton Bailey y Randy Barbato, cuenta la historia de ascenso mediático y el escándalo de corrupción que derrumbó la carrera de este matrimonio de presentadores televisivos que trabajaban estafando a sus televidentes, que aportaban donaciones, y provocando la desconfianza de la gente en las autoridades religiosas. En primer lugar, es necesario destacar que su director elige contar esta biopic a la manera de Martin Scorsese, ya que al igual que en El lobo de Wall Street, por ejemplo, nos relata el ascenso, caída, castigo y redención de este matrimonio, que viola conscientemente el segundo mandamiento para satisfacer sus ambiciones personales. Y lo logra con un gran trabajo de Jessica Chastain, con un personaje complejo, ya que calma su mala conciencia detrás de un fabricado aspecto ingenuo, dejándose manipular voluntariamente por su esposo carismático y mitómano para sacar provecho. También es necesario destacar la estética kitsch imperante, cuya fidelidad a la realidad puede apreciarse en el material de archivo que se muestra en los créditos iniciales y se intercala en diferentes momentos. Se muestra el notable parecido físico logrado con un admirable trabajo de maquillaje y peinado, también nominado al Oscar, que mimetizan a la protagonista con la persona a la que interpreta. Es de notar la extravagancia del vestuario que exagera la moda de las décadas del 70 y 80 y los lujos desmesurados de la mansión donde viven y contrastan con la austeridad de la casa de su infancia, vista en las primeras imágenes. En conclusión, Los ojos de Tammy Faye es una película sobre uno de los matrimonios más populares de la televisión estadounidense. Pero que a diferencia de su contemporánea Being the Ricardos, sobre los exitosos Lucille Ball y Desi Arnaz, no los homenajea con nostalgia, sino que denuncia su comportamiento deshonesto, invitando a los espectadores a reflexionar sobre la gravedad de manipular las creencias religiosas de las personas para estafarlos económicamente.
La película que en 2022 puede depararle un Oscar como Mejor Actriz a Jessica Chastain está basada en el documental del año 2000 de Fenton Bailey y Randy Barbato y cuenta la singular y apasionante vida de Tammy Faye. Su infancia, (de niña Chandler Head, luego Jessica Chastain) estuvo plagada de contradicciones. Su madre Rachel (Cherry Jones) después de tenerla, se volvió a casar con Fred (Fredric Lehne) y por ello se consideraba que vivían en pecado. Esto no le permitía ir a la Iglesia, pero su deseo era tan fuerte que cuando logró dejar de ser una espectadora, los presentes sintieron que había ocurrido un milagro, y nunca dejó de ir. En la Universidad Cristiana se casa con Jim Bakker (Andrew Garfield) y juntos emprenden el camino de la Fe. A Tammy se le ocurre crear un títere para atrapar la atención de los niños, y de manera casual llegan a la televisión adonde él predicaba y ella cantaba. Aunque hayan tenido buenas intenciones, fueron cegados por la ambición, y una vez en la cima, caen estrepitosamente con el riesgo de ir a la cárcel a raíz de su escándalo financiero. El director Michael Showalter hace énfasis en la cambiante relación entre Jim y Tammy, además de su lujosa vida mientras dirigían la exitosa Red de transmisión religiosa, con 20 millones de espectadores por día, más Hoteles, Restaurantes y el Parque temático más grande del mundo. La película consigue atrapar desde el minuto uno, y cuando finaliza, quedan ganas de saber más. Así de atrapante resulta la historia cuando se involucran fieles, dinero y promesas de sanación. Apoyada en un excesivo maquillaje que era su marca registrada, la actuación de Chastain es deslumbrante, realmente logra ponerse en la piel de Tammy Faye. El resto del elenco cumple a la perfección.
Se prende la pantalla y el primer plano de unos ojos nos recibe. “¿Siempre te los maquillaste así?”, le preguntan a Tammy Faye, interpretada por la gigante Jessica Chastain (La hora más oscura). A partir de allí, la historia nos conduce hacía unas décadas atrás: estaremos en presencia del primer encuentro entre Tammy y Jim Bakker, una de las parejas más emblemáticas y controvertidas de la televisión evangelista. Desde ese momento, sus vidas cambiarán para siempre. Los límites morales se confunden y la creencia se vuelve tan misteriosa como hipócrita. Los ojos de Tammy Faye (The eyes of Tammy Faye, 2021) es la nueva película de Michael Showalter, aquel director que nos deslumbró con la brillante comedia La gran enfermedad del amor (The Big Sick, 2017). Alejándose un poco del humor, se sumerge en un drama que combina cuestiones religiosas, éticas y amorosas. Con el maquillaje como protagonista, el film carece de profundidad y de herramientas para conectar. Sin poder humanizar a los personajes, los puntos más altos, y por los cuales vale la pena el visionado, son la interpretación de su protagonista, el vestuario y el diseño de los escenarios. Lágrimas. Gritos. Risas. Una voz que se adapta al rol y a las circunstancias. Jessica Chastain conmueve demostrando una vez más que es una de las mejores actrices de su generación. El peso de la película recae en sus hombros y ella, a través de su sello, nos regala un personaje repleto de contradicciones, aristas y emociones. Se ama y se odia al mismo tiempo. Sufre y sonríe a la vez. El maquillaje no la aprisiona. Chastain pone todo sobre la mesa, canta (literal) y da en la nota. Por el lado de Jim, Andrew Garfield (Tick Tick Boom!) no encuentra el registro adecuado y, entre subidas y bajadas, queda postergado (y pintado) a su lado. Con una nominación a los próximos Premios Óscar (Mejor Actriz Protagonista), Los ojos de Tammy Faye peca en querer convertirse en una biopic amable deseosa de salir de esquema: su aspecto camaleónico no puede sacarla de lo común. Extensa por demás, lineal, pero por momentos dulce y divertida, la obra será recordada como “esa que, aunque esté súper caracterizada, Jessica Chastain otra vez la rompe”.
Si nos habremos fumado a mediados de los años ´80 los insufribles sermones de Tammy Faye y su esposo Jim Bakker en El club 700, por Canal 9, antes que empezara G.I.Joe. Por entonces no existían los canales de dibujos animados y antes que empezara la programación infantil venían los evangelistas norteamericanos con ese recordado programa donde todo el tiempo le pedían plata al público. La participaciones mediáticas de Bakker fueron muy controversiales en su momento por la manera en que se explotaba la fe de la gente y fue durante ese período en el que surgieron algunas expresiones culturales de protesta. Una de las más emblemáticas fue la canción del grupo Génesis de 1991, Jesus He Know Me, cuyo video clip presentaba una sátira de las actividades de Bakker y un año después se estrenó esa joya de Steve Martin que fue Leap of Faith, que iba a fondo con el tema de los pastores truchos. Los escándalos sexuales y las prácticas fraudulentas de la organización que manejaba el matrimonio eventualmente pusieron fin al negocio de El club 700 que afectó la imagen de las iglesias evangélicas. En el 2010 se estrenó el documental Los ojos de Tammy Faye donde la predicadora ofreció su versión de los hechos y terminó redimida ante la opinión pública. En parte porque el verdadero delincuente había sido su marido y ella se enfrentó durante los años ´80 a los círculos más conservadores de la sociedad estadounidense para apoyar los derechos de la comunidad LGTB y la asistencia a los enfermos de SIDA. La película dirigida por Michael Showalker (Kissing Jessica Stein) en esencia es una recreación de los hechos que se narraron en el documental homónimo donde el foco de la trama se centra en la perspectiva de Faye. Aunque ya conozcas el caso y como terminaron los protagonistas el placer de esta película pasa por disfrutar a Jessica Chastain y Andrew Garfield, quienes hacen un gran trabajo con la composición del matrimonio Bakker. Chastain especialmente se pierde por completo en el rol de esta mujer que en su momento llevó las aplicaciones de maquillaje de los ´80 a otro nivel. El film sigue la fórmula de la tradicional biopic que suelen estrenarse para está época del año y que por lo general consigue algunas nominaciones al Oscar. La trama rescata la figura de Faye como una mujer inocente que fue víctima de un estafador que no tenía ninguna convicción religiosa y sólo buscaba hacerse rico a través del engaño y una estafa muy bien organizada. Aunque la protagonista tiene merecida toda la atención que recibió por este papel, cabe resaltar la sutil labor de Garfield, quien nunca convierte a Bakker en un villano de caricatura y también cuenta con una presencia destacado dentro de la historia. Dentro de los aspectos técnicos el film de Showalker sobresale por la representación sobre la cultura de los evangelistas mediáticos de los ´80 y los efectos de maquillaje que retratan con detalles el paso del tiempo en la vida de la protagonista. Para quienes les interese el caso del infame Club 700 esta producción es una muy buena opción para tener en cuenta.
Nada detiene a las biopics, un filón inagotable para dotar de “contenido” a las series, al cine, y ganar el favor de los jurados, con mayor o menor inspiración. Los ojos de Tammy Faye se ubica entre las últimas, a pesar de que su estreno señala a la protagonista, Jessica Chastain, como favorita para el Oscar del domingo. A diferencia de otra nominada a mejor película, Rey Richard: una familia ganadora, que recorta un momento en la formación de las hermanas Williams desde el vínculo con su padre (Will Smith), Los ojos apela al clásico ascenso y descenso, arco de una vida. Es la de una popular tele-evangelista, estrella de la pantalla junto a su marido, Jim Bakker (Andrew Garfield). Un tipo ambiguo que, como buena parte de lo que involucra esta historia, no es lo que parece. Tampoco Chastain es lo que parece, casi irreconocible en una interpretación que parece una imitación. Claramente, la sobre producida Tammy Faye Messner no es una figura conocida fuera de Estados Unidos, lo cual le resta interés de antemano a esta biografía. Pero la película hace poco por convencernos de su atractivo, aunque las tensiones y contradicciones a puerta cerrada, en una predicadora interesada en las minorías sexuales, daban para hacerlo. La premisa pura, sobre la vida pública y secreta de una profesional de la religión como espectáculo, era capaz de prometer otra cosa. En cambio, la narración funciona como una maquinita, sucediendo escenas predecibles, hasta el inevitable hastío.
Telepredicadores del puro chantaje Jessica Chastain y Andrew Garfield protagonizan Los ojos de Tammy Faye, una sátira pobre y predecible, más preocupada por ser condescendiente con sus personajes que por contar una buena historia. Durante las décadas de 1970 y 1980 Tammy Faye y su esposo, Jim Bakker, crearon la red de teledifusión religiosa más grande del mundo. Detrás de los cantos y las plegaria, el matrimonio amasó una millonaria suma de dinero gracias a los aportes de feligreses ingenuos dispuestos a llegar al reino de Dios a cualquier costo. El escándalo no tardó en magnificarse y llegar a todos los medios, y la biopic cantada, Los ojos de Tammy Faye, llega a las salas argentinas el próximo jueves. Las capas de maquillaje que transforman a la increíble Jessica Chastain en la locuaz Tammy no alcanzan para sostener el tono de la película, demasiado condescendiente para ser un retrato de dos figuras polémicas. Los ojos de Tammy Faye sigue el camino de ascenso, caída y redención Faye (Chastain) y Bakker (Andrew Garfield), otrora reyes de un imperio televisivo de contenidos religiosos. Diametralmente en contra de la posición retrógrada de las instituciones eclesiásticas, la risueña y benévola Faye tuvo una fuerte acogida a las personas de la comunidad LGBT (en momentos donde el SIDA hacía estragos en la comunidad). A pesar de las buenas intenciones, las irregularidades financieras no tardaron en aparecer y las rivalidades terminaron derrocando a la pareja. Michael Showalter dirige una biopic que intenta restaurarle la dignidad a Faye, con un manto de cuidado hacia el tratamiento de su persona, y para ello confía en Jessica Chastain, talentosa actriz que se pone al hombro la trama de narrativa irregular. Resulta una película incompleta que desaprovecha una historia de lo más jugosa. La maravillosa composición de la actriz -nominada a Mejor Actriz en los próximos premios Oscar- lidera un proyecto con matriz defectuosa y complejidad nula. Sorpresas que no llegan, un lavado de cara innecesario a dos telepredicadores controvertidos y notables mesetas rítmicas hacen de Los ojos de Tammy Faye un disfrute que divaga entre el placer y el aburrimiento. Y la balanza se inclina más hacia lo segundo.
El negocio de la religión y de los telepredicadores es el tema de Los ojos de Tammy Faye y es apasionante, para los que alguna vez pasamos los sábados a la mañana viendo a Jimmy Swaggart tomándolo en broma (pongan en donde dice Swaggartal Club 700 o a cualquiera de esos santurrones), pero la película no es nada del otro mundo, ni parece tener ideas propias ni una mirada irónica ni nada más allá de que está bien hecha. La comediante Sarah Silverman dijo alguna vez que los que se burlan de la Cienciología lo hacen porque el líder se llama Ronald y es todo muy contemporáneo. Los pastores de las iglesias evangélicas ni siquiera inventaron una nueva religión, simplemente llevaron ese estilo soliviantado de predicar a las salas de estar o a las cocinas de los espectadores. Tammy Faye fue una de las mejores predicadoras, también fue la esposa de Jim Bakker -también muy famoso en ese ámbito- y ambos elevaron el asunto de predicar desde la televisión a lo más alto de las cumbres del show religioso. La película arranca en los 50 del siglo pasado, cuando la niña Tammy Faye logra ser tomada en serio por los seguidores del templo donde su madre tocaba el piano por tener un ataque y “hablar en lenguas” (como la chica de El exorcista, ponele). La madre de Tammy creía que su hija se la pasaba actuando, pero los fieles no la conocían tanto a Tammy y se creyeron que la pequeña era una enviada del señor. Años después, Tammy va a conocer a Jim Baker (Andy Garfield) mientras ambos estudian para ser predicadores. La fascinación entre ambos fue instantánea y en poco tiempo salen a recorrer los caminos para predicar, con su estilo impetuoso y con ella, que introduce unos títeres con los cuales pretende fascinar a los niños y que ellos lleven a los padres al templo. Pero allí aparece entonces el poder de la televisión, se meten como relleno de algunos predicadores que ya estaban, pero el poder de la pareja es asombroso y arrasan. Se meten en el mundo de las iglesias evangélicas predicando la palabra de Dios y tirando postas del tipo: “El señor no quiere a los pobres”. Lo mejor de Los ojos de Tammy Faye es esta primera hora vertiginosa en la que la pareja asciende y crea un imperio mediático basado en las donaciones de los fieles a su culto. Están en la televisión de Estados Unidos, llegan a tener la cadena PTL Satellite Network y crean incluso una especie de Disneylandia evangélico -recordar que en CABA, supimos tener “Tierra Santa” de la mano del sindicalista del comercio Armando Cavallieri-. Por supuesto que toda esa montaña de dinero sostenida en la fe de todos sus feligreses terminó derrumbándose y todo se transformó en una enorme estafa. Pero no solamente por las estafas económicas, sino porque Jim además de sostener el matrimonio con Tammy y tener dos hijos con ella, también tenía un secretario con el que tenían una relación bastante. El centro de la película es Tammy y su espíritu invencible que la lleva a tratar de cambiar ciertos postulados de las iglesias evangélicas a que la pastora hable en vivo, en su show, con un enfermo de SIDA cuando las iglesias en realidad veían a la enfermedad cómo un castigo divino para los “desviados” y la sociedad que los apaña. Cuando el drama se desata, el relato pierde algo de ritmo pero no importa demasiado, porque la realidad es que es un vehículo para el lucimiento de Jessica Chastain. Desde el primer plano tremendo con el que abre el relato hasta el final, la vemos en distintas fases y décadas. La película es solo para fanáticos de las biopics o de las fábulas sobre el sueño americano. En manos de un director con ideas propias sobre el mundo, seguramente hubiera sido mucho mejor todo. LOS OJOS DE TAMMY FAYE The Eyes of Tammy Faye. Estados Unidos, 2021. Dirección: Michael Showalter. Guion: Abe Sylvia. Intérpretes: Jessica Chastain, Andrew Garfield, Vincent D’Onofrio, Cherry Jones, Sam Jaeger, Fredric Lehne, Gabriel Olds, Chandler Head, Mark Wystrach, Lindsay Ayliffe y Dan Johnson. Música: Theodore Shapiro. Fotografía: Mike Gioulakis. Distribuidora: Disney (Searchlight Pictures). Duración: 126 minutos.
El primer interrogante que me planteó esta película, después de verla claro, es que importancia podría tener para el público fuera de los Estados Unidos de America. Es como si en Canadá se estrenara el documental sobre Salvador Bilardo, hablando de figuras públicas, calculo que le iría mejor que este filme acá, ya que supongo, debe haber mas argentinos en Canadá que yankees en Argentina. Luego el interrogante se hizo extensivo. El punto es que esta biopic, termino que se utiliza para determinar que es un filme biográfico, a partir del mismísimo personaje que retrata carece como paradigma de toda importancia, solo se sostendría desde la maravillosa actuación de Jessica Chastain, esta nominada a los premios Oscar. Jessica da vida a la telepredicadora evangelista que se anuncia desde el título y los cambios que se producen a lo largo de los 47 años en que ella la interpreta, desde lo 18 hasta su muerte a los 65 años, con un excelente trabajo de maquillaje que no deteriora ni va en desmedro del histrionismo de la actriz. En cuanto su trabajo corporal, la voz, (ella canta) y un sinfín de emociones que representa y establece a través de su mirada. Michael Showalter dirige este largometraje en tono de comedia dramática adaptado del documental del año 2000 sobre el ascenso y la caída de la televangelista, su esposo y su imperio multimillonario. Siendo la propia Jessica Chastain parte de la producción, de la actual. El problema principal radica en la vacuidad no de la propuesta, sino de su implicancia con la misma. El filme presenta temas de mucha importancia, como el lugar de la mujer en esa sociedad, la discriminación sobre los diferentes, llamemos por etnia, elección sexual o político. El hecho que nuestra “heroína”, sea presentada como pura bondad, ingenua al extremo y subyugada por su marido en una sociedad machista, todo entregado con la sensación de querer exculparla. También hace alusión a la relación de la iglesia evangelista, sobre todo la que establece su poder desde la televisión, con el poder político y su apoyo a los republicanos, pero tampoco profundiza en este tema, solo lo presenta. Como estructura narrativa, digamos que la misma es clásica, lineal, progresiva, mas allá de establecerse desde un principio como un gran racconto. En relación a las actuaciones, ya dicho la de la protagonista, Andrew Garfield quien interpreta a Jim Baker, el marido de Tammy, no da con el personaje, por momentos se muestra muy contenido e inexpresivo, por otros sobre actuado. Distinta es la performance que presenta Vincent D´Onofrio en el rol de Jerry Falwell otro predicador evangelista de la televisión, el actor aprovecha su tiempo en pantalla para dar cuenta de su capacidad histriónica. No es la primera, ni será la ultima en que se desarrolle auge, caída y resurrección de algún personaje, particularmente este no deja nada, termina siendo puro voyeurismo.
LAS BENDICIONES (Y MALDICIONES) EVANGELISTAS Como buena película de la corriente más demócrata de Hollywood, Los ojos de Tammy Faye afronta un dilema que no termina de resolver cuando tiene que abordar territorios más ligados a los republicanos: cómo calibrar la mirada distanciada sobre las historias y los personajes en los cuales hace foco. En este caso, esa irresolución la termina haciendo, quizás paradójicamente (o no tanto), bastante más interesante de lo que podría pensarse a priori. En las tensiones y ambivalencias, más que en las certezas, es donde adquiere mayor complejidad y riqueza. El film de Michael Showalter -que venía de hacer un par de comedias románticas más que interesantes, como Los tortolitos y Un amor inseparable– sigue la historia real de Jim y Tammy Faye Bakker (Jessica Chastain y Andrew Garfield), una pareja de pastores evangelistas que tuvo un meteórico ascenso, primero en sus recorridos por diferentes ciudades estadounidenses y luego en programas televisivos. Tan fulminante y potente fue la fama que adquirieron, que terminaron armando una señal televisiva y un parque de diversiones propios, con un nivel de influencia tan rutilante que incluso tenían llegada hasta el entonces presidente Ronald Reagan. Esa llegada al estrellato fue tan rápida como la caída, producto de una combinación de denuncias de fraude financiero, desvío de fondos, adulterios, adicciones y hasta escándalos sexuales. Como ya queda claro por el título, la película pone especial foco en Tammy, pasando desde su infancia (cuando descubre su vocación por el evangelismo) y su encuentro con Jim Bakker, la consolidación de sus habilidades como mujer-espectáculo, su derrumbe y sus intentos de redención. En buena medida, la intención es indagar en la historia que mujer que reflejó los valores de gran parte de la sociedad estadounidense -no solo en lo religioso, sino también en lo cultural y política- y que ató buena parte de su destino al de su marido, para luego encarar un proceso de reconfiguración en solitario. Pero también hay una puesta en escena que se pone al servicio de Chastain y sus intenciones de llevarse el Oscar en una actuación donde la hipérbole gestual va de la mano con una tonelada de máscaras y prostéticos. Mal no le fue en ese último propósito, teniendo en cuenta que el film se llevó los Oscars a la mejor actriz y al maquillaje y peinado, cortesía de una Academia que suele premiar más la cantidad que la calidad. Lo cierto es que Los ojos de Tammy Faye intenta entender a su protagonista, empatizar con ella, con sus deseos y ambiciones, y especialmente con sus sueños, que son a su vez un reflejo del american dream, que suele premiar al hábil, pero también al audaz. Claro que, al mismo tiempo, se percibe un distanciamiento respecto a ese mundo religioso que bordea lo cínico, como si Showalter quisiera construir una comedia desde una sátira que se revela como algo tímida y finalmente limitada. Si el terreno que aborda está dominado por el desborde, las remarcaciones y las emociones fuertes, casi melodramáticas, la película no termina de abrazarlo -o, por el contrario, distanciarse- por completo y dejarse llevar por el distanciamiento. En cambio, se limita a un retrato que va por carriles previsibles, casi políticamente correctos, excepto en contados pasajes donde parece darse cuenta de que los personajes son tan irreales como humanos. Por eso quizás Los ojos de Tammy Faye queda ubicada en una línea media de biopics hollywoodenses, que no ofenden, pero tampoco poseen la pregnancia para aferrarse a la memoria del espectador.
Reseña emitida al aire en la radio.
Llegó a los cines “LOS OJOS DE TAMMY FAYE”, biopic que cuenta todo sobre la juventud, el ascenso, el apogeo y la caída de una pareja de predicadores evangélicos muy populares en la segunda mitad del siglo XX. Tammy Faye Bakker (Jessica Chastain) nace y crece en una familia pobre, pero muy religiosa, de un pueblo pequeño en Minnesota. Desde ese entonces decide dedicar su vida a predicar los Evangelios a través de la música. Cuando ya es adulta y acude a la Universidad, conoce a quien sería su marido, Jim Bakker (Andrew Garfield). Pasa el tiempo, y el matrimonio explota cada vez más su talento natural para la comunicación y el entretenimiento, sumándole la gigantesca empatía de Tammy, en pos de predicar la palabra de Dios. Los proyectos llevados adelante por su esposo, sin embargo, tienen motivaciones y saldos dudosos, que ayudan a nuestros héroes a enriquecer su paso por el living de millones de ciudadanos. Como primer acierto, la película cuenta con un magistral uso del maquillaje y trabajo de numerosas prótesis para caracterizar a los actores, y luego, un gran trabajo gestual que las atraviesa y llega al espectador. Realmente conmueve cómo, a través de solo un par de decisiones estéticas, una pieza audiovisual puede tratar la misoginia internalizada, el sexismo, la desigualdad de género y la libertad de expresión limitada que pregonan ciertos sectores, ya sean conservadores o no, de muchas de las religiones; en este caso, el Evangelismo. Las pestañas, los labios, el pelo de la protagonista, son símbolo de su propia persona, abriéndose camino en un mundo de hombres. La dirección y las actuaciones son fenomenales, y se logra un clima religioso que no molesta a quienes no creen o participan de este tipo de actividades. Esto se debe, también, al uso de humor e ironías que citan la realidad, y el trasfondo de lo que terminó pasando. Se desarrolla lentamente un lado oscuro de los personajes, siendo casi imperceptible para el público, como lo fue en los años en que la fama del matrimonio estaba en su pico y la gente confiaba ciegamente en ellos. Otro aspecto muy destacable es el buen uso de la dirección de arte. Las épocas van cambiando y, la escenografía, vestuarios, maquillajes, peinados, colores, cambian con ellas de una forma representativa de cada tiempo. Incluso puede verse una simbología a través de ciertas combinaciones de colores, o también intencionalidades de los personajes. Esta película es hasta educativa en cuestión de la historia técnica de la televisión y su surgimiento en la segunda mitad del siglo XX, su avance hacia el color y el cambio de la forma del aparato en los hogares. Se puede ver cómo se va invirtiendo cada vez más dinero, recursos (humanos, técnicos, económicos, etc.), en hacer un mejor show, que obtendría mejores y más donaciones de un público ciego a sus estafas. Un último acierto del film es el genial uso de un montaje símil documental, mixto, dinámico, sin atenuaciones, parecido al que vimos en “VICE: más allá del poder” (2018), pero con más elegancia y más indulgente con la protagonista que con su marido. La fotografía es lo “peorcito”, siendo poco interesante, pero es salvada por la edición fuerte y audaz. Personalmente, me encantó y quiero volver a verla. ¡Excelente plan para este fin de semana! Por Carole Sang
Historia de extraordinario ascenso, esplendor y caída para la conflictiva telepredicadora que otorga título al film. Figura que gozara de gran popularidad, merced a su mensaje de amor y tolerancia…¿enmascarado? No obstante, una serie de rivalidades, intrigas y fraudes financieros acabaran por mellar su imagen. Un personaje polémico, fallecido en 2007, aquí objeto de revisión bajo una mirada cómica y ágil. Kilos de maquillaje borran todo rastro de la naturaleza original de Jessica Chastain, reciente ganadora del Premio Oscar por el presente papel. Una historia que no está a la altura de semejante interpretación, en detrimento al lado oscuro tibiamente sugerido. El film persigue la simpatía y recurre a la sátira; vemos un personaje extravagante, exuberante y colorido. Este drama biográfico, dirigido por Michael Showalter, ostenta artificialidad derramándose por los poros. Vestuario, peinado, impostación de voz y expresiones faciales resultan indicativos acerca de la aproximación de una actriz hacia un personaje real. Una actuación imán de esas que la Academia adora premiar. Peca la película al no ambicionar la exploración concienzuda acerca de la industria que sostiene una orquestada estafa. El resultado es una versión light cómoda en su hipocresía, bajo la seguridad acomodaticia que resguarda toda empatía.
Fe en el maquillaje Jessica Chastain fue fiel al mandamiento del Oscar al interpretar a la evangelista mediática Tammy Faye en Los ojos de Tammy Faye, y la papal Academia de Hollywood respondió con una estatuilla acorde el pasado domingo. El filme, que ahora llega a salas, fue producido e incentivado por la actriz pelirroja, quien vio hace una década el documental de igual nombre de Fenton Bailey y Randy Barbato y se le metió en la cabeza promover un filme para reivindicar al vapuleado personaje: estrella televisiva estadounidense de la década de 1970 famosa por su ciclo The PTL Club, Faye cayó luego en desgracia por motivos ilegales. El especialista en comedias Michael Showalter fue el elegido para la dirección, y ya desde allí la biopic encarna un conflicto: el trastabillar en la cornisa entre el lavado de imagen y el despliegue de un retrato ante el que uno no sabe si reír o compadecerse. Más cercana a la caricatura de Historias cruzadas que a papeles serios como los de La noche más oscura o Apuesta maestra, Chastain brilla en su exageración al interpretar a la cambiante Faye, que alterna entre teñidos, ruleros, vinchas, peinados, maquillaje, vestuario y accesorios con una vertiginosidad que marea y se manifiesta con unas risitas y un tono agudo para nada sutiles. La actriz, sin embargo, aporta una ambigüedad crucial que deviene la mayor virtud del filme, en tanto su personaje se muestra al mismo tiempo atolondrado, astuto, carismático y compasivo, y ese volumen ayuda a evitar el fiasco. Su plasticidad se complementa con la de Andrew Garfield, quien interpreta a la pareja conyugal y televisiva de Tammy, Tim Bakker. Con unos cachetes rígidos que lo asemejan a una marioneta de los Thunderbirds, Garfield la tiene menos servida en el rol de creyente mojigato e hipócrita puesto ahí para ser el malo de la película. El guion de Abe Sylvia mete todos los evangelios en una misma bolsa, haciendo pasar a su heroína de pocas luces por un tour de force de décadas y desventuras patéticas: las peleas con su madre conservadora, un matrimonio insatisfecho, una depresión posparto seguida de la ingestión de pastillas, la tensión con magnates corporativos y los cargos de fraude en que la sume el manipulador Bakker. Tan sinuoso como plano, el filme obliga a ver a Faye como una renovadora que supera sus propias limitaciones, aunque la fe en la verosimilitud dependa de cada espectador.
Los Ojos de Tammy Faye es una biopic que cuenta la historia de una persona de la vida real qué era una tele evangelista talentosa, carismática, qué junto a su marido lograron recaudar millones de dólares para la iglesia, y qué algunos de esos dólares fueron a negocios de dudosa ética. Eso generó un escándalo en el cual se ve envuelto el marido de la protagonista principalmente, y así abre el film. Pero la historia se cuenta desde un comienzo, de cómo van haciendo su carrera en el tele evangelismo, cómo empiezan a predicar por la televisión, y cómo van teniendo cada vez más éxito, a pesar de distintos dramas con los cuales se cruzan. La película curiosamente es bastante honesta con respecto a los personajes, ya que no es un panfleto de propaganda de la religión, como si han sido otras obras como la espantosa dios no está muerto, que era realmente una porquería de propaganda religiosa, ni es tampoco una suerte de ataque a la religión, como hay muchísimos filmes en Hollywood; sino que muestra de forma bastante realista a personajes con fe, y muestra que esa fe no era falsa, ni era una excusa para recaudar dinero; como es el caso de mucho tele evangelistas, y de varias iglesias de ese tipo. Sino que realmente creían en dios, y vivían, en la manera de lo posible, dentro de su fe. El retrato de los personajes es interesante, el personaje principal, interpretado por Jessica Chastain, bajo toneladas de maquillaje, está muy bien construido e interpretado, al punto tal de haberse llevado el Oscar a la mejor actriz. Una película interesante, entretenida, y con buen arco dramático, que vale la pena ser vista.
Esta biografía cuenta la historia de la célebre y peculiar esposa del reverendo Jim Bakker, interpretada por Jessica Chastain, premiada en el Festival de San Sebastián y fuerte candidata al Oscar a mejor actriz por su personificación de este curioso y contradictorio personaje. Hay algo muy complicado que resolver cuando se hace la biografía de un personaje al que muchos tranquilamente podrían calificar como ridículo. ¿Utiliza un director todo su tiempo para burlarse de él y dejarlo en evidencia? ¿Tiene sentido hacer una película sobre un personaje solo para maltratarlo? Michael Showalter seguramente sabía que se compraba un problema cuando decidió hacer la biopic de Tammy Faye Bakker, la esposa del reverendo Jim Bakker, un famoso televangelista que creció en popularidad y escándalos entre los años ’70 y ’80. Y trató de encontrarle la vuelta. Tammy Faye, interpretada por una camaleónica y por momentos irreconocible Jessica Chastain que viene encabezando la carrera por el Oscar a mejor actriz, era todo un personaje por derecho propio, una chica devota y religiosa pero también amante del dinero y los lujos, una carismática animadora y cantante (conducía con su marido algunos de sus programas de TV en canales religiosos) que podía usar los atuendos más chillones y todos los trucos posibles para recaudar dinero pero también una mujer solidaria y preocupada por lo que la iglesia tiende a llamar «las ovejas descarriadas». La película contará su vida desde pequeña –una escena de niña demuestra su rara mezcla de devoción y gusto por el show off— y el eje estará puesto en su relación con Jim Bakker (el muy activo Andrew Garfield), a quien descubre como un alma gemela, alguien que predica con un ojo puesto en llenarse el bolsillo. Buena parte del éxito de estos reverendos estuvo ligado a su rechazo de ciertas tradiciones de humildad, pobreza y recato de parte de la iglesia prefiriendo difundir la idea de que no había contradicción alguna entre la devoción religiosa y el gusto por el dinero. Y si sus fieles le daban un porcentaje de su dinero, mejor todavía. El crecimiento de Jim estuvo muy ligado a la popularidad de Tammy Faye, quien con sus marionetas conquistó primero al público infantil y luego, con sus canciones y su personalidad un tanto «colorida», hizo lo propio con los adultos. De a poco fue ganándose –o peleando por– un lugar en la mesa de los hombres que manejaban esa industria, algo casi imposible en esos círculos tan conservadores. Pero en paralelo su carrera empezó a enredarse a partir de los malos manejos comerciales de su marido, los excesivos gastos de la pareja y la forma un tanto ilícita en la que usaban los dineros de sus contribuyentes. A eso hay que sumarle que Bakker tenía una doble vida con amantes hombres y ella, un tanto cansada de su falta de atención, empezó a tener sus propios amantes. Y pronto ese escándalo se volvió público, sumándose a los turbios manejos de Jim. En resumen: así como subieron tenían que caer. Lo que Showalter hace para evitar que THE EYES OF TAMMY FAYE –inspirada en un documental del mismo título del 2000– se convierta en un circo un tanto ridículo de personajes absurdos con sus costumbres excesivas, es tratar de convertir a su protagonista en una suerte de figura feminista. Quizás sea un poco exagerado, pero a su manera la mujer se supo hacer un lugar en un universo cien por ciento masculino. El otro eje que permitiría conectar al espectador con Tammy Faye pasa por su manera más «inclusiva» de entender la religión. A diferencia de otros pastores que predicaban la versión más conservadora y tradicional del cristianismo, ella entendía que «Jesús ama a todos por igual» por lo que jamás rechazó a los homosexuales, llevó a su programa a personas con sida (en los años ’80 era algo rarísimo y, en un canal religioso, imposible) y tenía conversaciones sobre temas de sexo con su audiencia. Algo que no tardaría en enfrentarla con los «popes» del circo tele-evangelista, como el reverendo Jerry Falwell (Vincent D’Onofrio), que funciona como el verdadero villano de la historia. No le es sencillo a Showalter poder encontrar esa conexión con los hábitos más nobles de un personaje que –por inocencia, omisión o a sabiendas– fue parte de una dupla que se dedicó en buena medida a estafar a sus fieles para solventar sus excesivos gastos y comodidades. El director tiene decidido que la mujer fue también víctima de esos manejos turbios de dinero, pero es difícil hacer convivir eso con la idea de que ella estaba muy metida en la cocina del show religioso que montó con su marido. Y si el director de THEY CAME TOGETHER y THE BIG SICK logra que uno supere esa desconfianza inicial es porque Chastain hace esfuerzos casi sobrehumanos para que uno pueda entender qué pasaba por la cabeza de ese excéntrico personaje. No siempre lo logra –el personaje era tan negador, tan «cáscara pura», que es muy difícil saber realmente qué le pasaba por la cabeza–, pero al menos consigue que sus contradicciones sean tolerables para el espectador y no solo parte de un freak show religioso. La decisión de asumir que la heroína de la historia sea un personaje ambiguo y contradictorio es más que loable. Y si bien el film no es tan logrado como uno quisiera, abrazar la contradicción hasta las últimas consecuencias (ver, sino, el cierre de la película) es una idea no tan usual en el cine estadounidense del siglo XXI.