Esta precuela de la mejor serie de todos los tiempos, balancea, de manera perfecta, el género de “gangsters” con el universo conocido del programa en algo completamente nuevo, pero conocido. Hay algo que trasciende la propuesta de esta película, que de ninguna manera tiene que ver con su lograda puesta, recreación y actuaciones, que evocan un mundo que fue presentado a lo largo de varias temporadas en el clásico show de HBO, sino que tiene que ver con recuperar un ícono como Tony Soprano, pero, en este caso, a partir de la iniciación que tuvo en su adolescencia. Estremece ver a Michael Gandolfini, hijo de James Gandolfini, que encarnara al entrañable personaje, llevando ahora sobre sus hombros la conflictuada psicología del rol, el que, con guiños constantes a The Sopranos, se nutre de los cimientos del género para reforzar su relato, clásico, sobre el auge y ocaso de un “rey” de la mafia. Independientemente de sus valor como discurso de género, e independientemente de él, el querer saber más sobre el origen de Tony, como así también, el recuperar, de alguna manera su rostro en otro rostro, similar, cercano, funda el placer esta propuesta. Alan Taylor es el encargado de revisitar la historia, la que, una vez más, cuenta con la pluma de David Chase, el creador de la serie, quien particularmente y más allá de la pirotecnia visual y musical que crea en el relato, se vale de momentos precisos en los que asistiremos a la niñez y juventud de Tony, un ser atormentado por sus impulsos, deseos, y que en un punto se vio envuelto en una a la que nunca quiso pertenecer. Hay una escena clave. Tony dialoga con su consejera estudiantil por haber “robado” las respuestas de un examen. Al salir de la dirección, se encuentra su madre, quien es convocada por la mujer para hablar con ella en privado, y cuando uno imagina que se viene un reclamo, lo que se sucede es una serie de elogios potentes para con Tony, destacando su inteligencia y capacidades. Pero como está claro que nadie elige su propio camino en este mundo de gangsters, en donde la sangre determina absolutamente todo, y cualquier traición es considerada la peor de las traiciones, no importa de qué tipo, Tony seguirá los pasos de quienes ya han recorrido este plano, comenzando desde joven, a saber las reglas de un mundo del que nunca podrá escapar. Asfixiante por momentos y con una violencia naturalizada que replica en un sinfín de escenas, esta precuela promete que en breve nos volveremos a encontrar con nuestros personajes favoritos sin exigirles más que el hecho que vuelvan a transitar un mundo que amamos y siempre vamos a amar. Mención especial para Vera Farmiga, Alessandro Nivola, Ray Liotta, quienes encarnan en múltiples dimensiones a roles claves del relato. POR QUE SI: “Estremece ver a Michael Gandolfini, hijo de James Gandolfini, que encarnara al entrañable personaje, llevando ahora sobre sus hombros la conflictuada psicología del rol”
BIENVENIDOS A LOS 60 David Chase es el máximo responsable de que Los santos de la mafia funcione. El creador de The Sopranos funciona como una suerte de garantía de calidad de esta precuela cinematográfica de la serie que muchos consideran la mejor de la historia. Yo no podría asegurar tan rotundamente que sea la mejor. Seinfeld, Mad Men, Breaking Bad, The Handmaid’s Tale y Game of Thrones están para mí a la misma altura, o incluso por encima de la serie que le hizo un refresh a las historias de mafiosos. No es casual que al frente de mi lista personal figure la creación de Larry David y Jerry Seinfeld: a la hora de jugarme me juego por esa. Y en tren de seguirme jugando me juego por las cinco de esa lista. Tampoco podría asegurar que Los Soprano sea mejor que The Americans, Homeland, Succession, y yendo más atrás Los intocables, Superagente 86 o Batman. No me anoto, eso sí, con The Wire, que para algunxs es lo más de lo más, y a la que yo no nunca pude entrarle. Igual no importa tanto cuál sea la mejor sino el hecho de que todas éstas son excelentes (de 9 o 10 puntos, en tren de hacer números). Obviamente, la creación de David Chase está entre ellas. Y además éste último es el único showrunner que aparece dos veces en mi lista, con The Sopranos y Mad Men. Así que chapeau, Mr. Chase. Los santos de la mafia tiene la misma virtud que su antecesora (sucesora, si se la considera en una secuencia ficcional). No pretenderse parecerse y ni siquiera se pone en la misma línea que ninguno de los paradigmas del género, lleven éstos la firma de Coppola, Scorsese, Leone o De Palma. Tampoco es que aspire a constituirse en hito: sus ambiciones, más modestas, se circunscriben a la de funcionar como film clásico. Funciona. Teniendo en cuenta que en cine dirigió la primera Thor y Terminator: Génesis, y en televisión episodios de Sex and the City, Mad Men, Game of Thrones y, por supuesto, también de The Sopranos, eficacia parecería ser el nombre del juego para Alan Taylor, realizador de Los santos de la mafia. Otra virtud de la primera entrega de la que será la saga cinematográfica de los Soprano (ésta finaliza en el momento justo en que Tony decide convertirse en quien va a ser) es que no está pensada sólo para iniciados, sino que funciona en sí misma. Por supuesto que quienes hayan visto la serie disfrutarán de conocer el pasado del retorcido tío Junior, del caricaturesco Paulie, de Silvio Dante, de la rama de los Moltisanti (los “muchos santos” con los que juega el título original The Many Saints of Newark) o de la memorable mater terribilis Livia Soprano, que aquí todavía no es siniestra sino simplemente hinchapelotas. Un detalle encantador con respecto a esta última, que los iniciados sabrán apreciar: la encarna Vera Farmiga, que es enormemente parecida a Edie Falco, futura esposa de Tony. O sea que la película nos permite saber que Tony eligió como esposa a una mujer (casi) igualita a su mamá. Aunque sea físicamente, porque para ser casi igualita en carácter habría que remontarse a la tragedia griega, a El embajador del miedo o a las mommies de Tuyo es mi corazón, Psycho o Marnie. Todos muertos La película presenta dos (o tres) distorsiones interesantes, casi todas ubicadas al comienzo, con una única excepción que veremos más adelante. La primera peculiaridad es que, como El ocaso de una vida, Los santos de la mafia está narrada por un muerto. Eso de empezar recorriendo las tumbas de los miembros de las familias Soprano y Moltisanti es un buen recurso para narrar la historia en pasado, desde el final mismo de la serie. El narrador de Los santos de la mafia es Chris Moltisanti, que con el tiempo llegará a ser protegido de Tony hasta terminar por sucederlo, resultando finalmente asesinado. O sea que la precuela está narrada desde un más allá de la serie (tal vez por eso las voces que hablan desde la tumba), por un personaje que ni siquiera aparece en la película. No sé si hablar de osadía narrativa, pero si de una serie de atrevimientos que tal vez puedan en un comienzo colocar al lego en un lugar complicado. Hasta que termina de procesar quién es quién y cuál es la relación familiar de los personajes, en un relato que como Los Soprano es coral. Que al comienzo las voces de los muertos familiares se entrelacen, hasta que la de Chris termina asumiendo el papel solista, pone al relato bajo un signo tempranamente fúnebre. Es como el comienzo de Bonsai, la novela de Alejandro Zambra: “Al final ella se muere y él se queda solo”. Ese entretejido de voces, por otra parte, ¿anunciará que los narradores de las secuelas irán rotando entre estos distintos morti chi parlano? Tal vez. Otro factor que puede generar cierta desorientación desde que se supo que Michael Gandolfini, hijo de James, sucedería a su padre en el rol de Tony, el protagonista de Los santos de la mafia no es él sino su tío Dickie (Alessandro Nivola), que cumple la función de padre adoptivo ante la ausencia del hogar de Johnn Boy Soprano (Joe Bernthal), demasiado ocupado con sus negocios o sus estancias en prisión. Las filiaciones no son un tema sencillo en Los santos de la mafia. En cuanto ve bajar del barco que lo trae de Italia a su padre “Hollywood Dick” (Ray Liotta, una cita viviente a Buenos muchachos), con su nueva, joven y refulgente nueva esposa siciliana, Giuseppina (Michela de Rossi, una Penélope Cruz de nariz algo más pronunciada), Dickie queda boquiabierto ante la visión de la chica. Problemas. Pasaron más de veinte años desde la salida al aire de The Sopranos, y en estos años sucedieron dos o tres cosas en el mundo: el patriarcado fue siendo cada vez más erosionado y surgieron el #MeToo y el Black Lives Matter. Los santos de la mafia se hace cargo de la época en que vive. No de la época en que transcurre (de ella se hace cargo la ficción, con una reconstrucción evocativa y una banda de sonido pop & rock que tiene el mérito de la poca previsibilidad), sino de la época en la que es producida. Si en la serie ni las mujeres ni los negros eran precisamente bien tratados por estos tanos primarios como osos borrachos, aquí ambas formas del maltrato se agudizan y adquieren nombre propio. Se trata, sin vueltas, de misoginia y de racismo. George Floyd is here Dick Moltisanti tira de una patada por la escalera a su nueva mujercita, Johnny Boy le pega un tiro en el tocado a Livia por hablar demasiado (la escena es un hallazgo, porque al dispararle a la cabeza uno piensa que la ejecutó sin más a bordo del auto), Dickie engaña a su amante con el viejo truco de prometerle el oro y el moro y los wise guys se intercambian chistes de lo más groseros sobre sus esposas sin que ni el agresor ni el agredido se mosqueen en lo más mínimo. Tan poco parecen valer sus mujeres, que no justifican siquiera la escena del macho ofendido. La cuestión del racismo, en particular, adquiere en la película un carácter más central y estructural. La primera mitad transcurre en 1967 (la segunda pega un salto hasta el 71), y en ese año, en Newark, New Jersey, una violenta rebelión de la población negra (motivada por un caso de atropello policial muy semejante a los de Rodney King o George Floyd) puso en llamas el centro de la ciudad. Ese episodio sirve de iniciación a Harold (Leslie Odom Jr.), correveidile al servicio de Dickie, a quien su esposa ha venido insuflando conciencia de clase (y de raza). Cuando asiste a la ejecución por la espalda de un chico negro por parte de la policía, Harold decide que hasta ahí llegó en sus servicios a los blancos, para “ponerse por su cuenta” en el mismo rubro en el que funge su ex jefe. Como una película de superhéroes, Los santos de la mafia narra en paralelo la conversión del (en este caso anti)héroe en tal y el surgimiento del supervillano: Dickie y Harold. Hasta tal punto éste es el signo bajo el cual nace esta saga, que la película dedica una coda posterior a los primeros títulos finales (perdón) de crédito. En esa coda Harold se yergue como futura contracara de Dickie y quienes le sucedan. Si alguna debilidad dramática tiene a mi gusto la película coescrita por Chase y dirigida por Alan Taylor es el casting de Alessandro Nivola. Correcto, bien peinado y mesurado, el actor de Jurassic Park III y American Hustle tiene aspecto de tipo del montón, cuando los mafiosos todavía no lucían como tales (eso vendrá diez o veinte años más tarde). Peor aún, no tiene pinta de matar una mosca. Y más que moscas acá mata elefantes. Dickie es un family man que ni siquiera había mostrado algún mínimo asomo de locura, cuando comete un crimen que no cualquiera. Y si el crimen puede haber sido por un “impulso momentáneo” (si eso fuera acaso posible), el cálculo con el que se saca de encima el cadáver revela que el bueno de Dickie es todo un cerebro del mal. Con el suficiente estómago, además, para ordenar la espantosa tortura de un tipo de segundo orden, antes de volver a competer un asesinato demencial. El deseo es el problema Dentro de la ferretería cinematográfica estábamos familiarizados con el uso poco ortodoxo de la motosierra, el taladro eléctrico y hasta el microondas (cf. Gremlins). Pero la pistola que se usa para sacar las tuercas de las llantas de auto y que se le da de probar a aquel segundón, es una herramienta nueva en el oficio de torturador cinematográfico. Ya que estamos, esa escena, en medio de un taller, en la que Dickie ordena a sus heavies que tiren al tipo sobre la mesa para proceder con la operación, parece un claro homenaje a la de la tortura de Fat Moe en Érase una vez en América. Homenajes sí, mimesis no. La última de las anomalías que mencionábamos más arriba es doble. Por un lado, resulta ser que “Hollywood Dick” tenía un hermano mellizo, algo que no se había mencionado previamente. La doble composición reivindica a Ray Liotta. Si en el primer papel el protagonista de Goodfellas aparece totalmente pasado de revoluciones (da la impresión de que en cada plano se le están por romper las cuerdas vocales, por lo que grita, con una voz de rallador), su gemelo Sal prácticamente no habla, como si fuera un monje zen. De hecho, monje no es, pero sí budista. Además de exquisito del jazz. Lo cual es bastante sorprendente, teniendo en cuenta que el tipo es un asesino que está hace veinte años en prisión. Su frase “El deseo es el problema”, para señalarle a su sobrino Dick que va por mal camino si se deja llevar por la ambición, no sólo es insólita en un film de mafiosos (si algo guía a estos capitalistas por izquierda es la ambición de poder, riqueza, mujeres y demás posesiones) sino que marca el momento más gracioso de Los santos de la mafia, una película que no carece de ellos. Otro de sus signos de clasicismo. Una última observación al pie. Quizás por ser el primer film importante de mafiosos no escrito ni realizado por italianos o italoamericanos, el de Taylor & Chase es también el primero en no ser un melodrama, una tragedia o una ópera (El padrino, Mean Streets, Érase una vez en América, Buenos muchachos y Los intocables eran todo eso, o al menos algunas de esas cosas). Los santos de la mafia es un film de iniciación, que observa los años 60 de las familias Soprano, Moltisanti & Asociados con la misma clase de cálida nostalgia con la que hoy en día evocamos esa década en general. Desde ese punto de vista podría llegar a resultar más parecida a Días de radio que a Casino.
La precuela de "Los Soprano" llega a 14 años de aquel súbito corte a negro que despidió a Tony Soprano (James Gandolfini) de este mundo, puntuando con uno de los finales más controvertidos a una de las mejores series televisivas de la historia. Es más: vuelve bajo la producción y según el guión de David Chase, su creador, posiblemente una de las personalidades más hurañas y reacias que conoce Hollywood. Chase que nunca ha querido hablar sobre la serie, ciertamente no sobre su final, y en sus años dorados tiene el deporte de podar cualquier intento de ramificar su obra. La mera existencia de Los santos de la mafia (The Many Saints of Newark, 2021) es increíble. Las buenas noticias son más que nada para los fans de la serie. La película - dirigida por Alan Taylor - preserva la integridad de la serie sin esclarecer sus momentos más enigmáticos ni deshacer los verdaderamente únicos. Bajo esta consigna es una experiencia divertida: Chase y su coguionista Lawrence Konner juegan con la enorme mitología que la propia serie cultivaba sobre “los buenos viejos días”, imaginando versiones jóvenes de sus personajes más sobresalientes, escenificando o reconstruyendo viejas anécdotas y conectando pasado y presente con tantas referencias y chistes internos que el producto parece una auténtica labor fanática. Evidentemente es el amor por los personajes y su mundo lo que atrajo a Chase de regreso y no una gran idea. No que la película no esté repleta de ellas, pero no parece poder concentrarse en ninguna en particular. No puede elegir un protagonista, por lo pronto, lo cual le da a la historia un ritmo cavilante. A menudo las escenas individuales tienen más poder que su sumatoria. Colmada de personajes y líneas narrativas de relevancia tan dispar que pesan como desvíos anecdóticos, la película podría ser el piloto de una serie o bien un apurado resumen de dos horas de la misma. Cualquier episodio de cualquier serie, drama o comedia, se estructura entorno tramas graduadas A, B y C. El guión del film ha sido escrito con esta mentalidad pero cuesta discernir cuál es cuál. A grandes rasgos la primera línea narrativa la tiene el capo mafioso Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola), padre del maldito Chris, una de las grandes sombras que decora la serie. Empieza codiciando a la mujer de su padre y su historia es una turbia serie de puntos sin retorno. Luego están el joven Tony (Michael Gandolfini, hijo de James), cuya idolatría de Dickie guía su crecimiento, y también Harold (Leslie Odom Jr.), un hombre negro en ascenso dentro del mundo criminal que empieza tomando órdenes de Dickie pero se construye raudamente en su némesis. Es fácil imaginar cómo tanto material alimentaría progresivamente un serial. En dos horas todos parecen estar peleando por más atención de la que reciben. Se suman todos los personajes que han sido rejuvenecidos con nuevos actores - Johnny y Livia (Jon Bernthal y Vera Farmiga), Junior (Corey Stoll), Silvio (John Magaro), Paulie (Billy Magnussen) - pero a pesar de algunas buenas impresiones la trama no les da mucho para hacer ni les permite emanciparse de las idiosincrasias que los volvieron icónicos. Sólo Livia y Junior importan a la trama, y sus actores sugieren brillantemente en quiénes se convertirán con el paso del tiempo. Ídem Michael Gandolfini, quien es el foco del marketing pero no de la película que viene a describir sus orígenes. La película ostenta un trasfondo histórico abarcando desde finales de los 60s hasta principios de los 70s, con parada en las protestas de Newark y énfasis en la tensión racial (resonando con tiempos modernos), pero la historia no es la épica mafiosa “scorseseana” que a veces aparenta. Como la serie tiene sus momentos de humor negro, de violencia súbita, algún virado surrealista y la familiaridad digna de un home movie, pero el tono es persistentemente fúnebre. Desde sus comienzos en un cementerio hasta su desenlace en un funeral, con narración en off de uno de los tantos muertos que dejó la serie, Los santos de la mafia apuesta todas sus fichas a la tragedia. Y es que Dickie Moltisanti se configura como un personaje trágico, pero no particularmente querible. Nunca lo llegamos a conocerlo del todo, y se dice mucho pero se muestra poco de su relación supuestamente impactante con el joven Tony. El melodrama que rodea a Dickie es el eje de la historia, pero su personaje resulta el menos interesante de todo el elenco, y para nada simpático comparado al complejo antihéroe que será Tony Soprano. La película funciona como buen “fanservice” pero por más referencias que haga tiene un logrado tono y un look distintivo que la alejan de la serie. Es entretenida, oscura, a veces bizarra. Posiblemente tiene más puntos en común con los yakuza de Takeshi Kitano que con el cine mafioso tradicional. No queda totalmente a la altura del a serie, ni se siente como su coda definitiva, ni como una parte crucial de la saga, pero logra algo nuevo y tiene cierta autonomía. Cabe especular con una continuación. Cuestión de no dejar de creer.
Promocionada como supuesta continuación de Los Soprano, por la presencia en su elenco del hijo de James Gandolfini, Los Santos de la mafia se presenta como precuela, una ventana a los orígenes de la serie de culto. David Chase, su creador, escribe, más de una década después de terminada la serie, y a ocho años de la muerte de su icónico protagonista, la historia de un Tony adolescente (Michael Gandolfini). Una espera un poco larga para los fans que acaso esperaban que la historia de los DiMeo y la mafia italo americana de Jersey se ampliara hacia el pasado. Hay, para esos fans, bastantes referencias amables aquí, aunque la película, dirigida por Alan Taylor, parece recortada del producto original. Gandolfini hijo convence, en una especie de catarsis de escenas abundantes en violencia, en las que se cruzan infinidad de conflictos entre muchos personajes, con vínculos de sangre o no. En ese sentido, un poco caótico, Los santos de la mafia parece quedarse en el terreno de la presentación de personajes y situaciones, sin margen para el desarrollo. Claro que el universo es atractivo, como avala su vigencia. Desde el cine de Scorsese al hecho de que, en sus seis temporadas, Los Soprano se haya inscripto en la historia de las series, previa a la era streaming (esta se verá, después de su paso por salas, en HBOMax).
Lo primero es la familia Para quienes no hayan tenido el gusto de ver alguna vez Los Soprano, Los santos de la mafia será una sorpresa más que agradable. Esta historia basada en los personajes creados por David Chase invitará a más de uno a ir corriendo a su plataforma amiga y ver la historia que sigue, escapando un poco a la montaña rusa actual de contenido que no da prácticamente respiro y no deja lugar para el análisis y, en ocasiones, tampoco para el disfrute. No suelo pensar en la duración de una película para estimar su valía, pero sí es una buena unidad de medida respecto de la construcción de lo narrado. Si dos horas no hacen que mires el reloj y, aún mejor, te quedes con ganas de más, el trabajo fue logrado con éxito. El director Alan Taylor (quien oportunamente dirigió varios episodios de la serie) lleva al espectador en este recorrido por la historia de Tony Soprano “antes de”, como una precuela sumamente interesante y con un elevado sentido de la calidad. Nada de hacer las cosas así como viene para que aparezca dinero. El respeto por lo que se cuenta es esencial, y el caso se da aquí, afortunadamente. En todas partes se cuecen habas dice el dicho, y en la familia en que vive Tony no es la excepción. Buscando una imagen que imitar, y ante un padre algo limitado (interpretado por Jon Bernthal) y una madre (Vera Farmiga) que no logra hacer conexión con su hijo adolescente (Michael Gandolfini), este observa tras bambalinas, y a veces no tanto, algo de la realidad que le espera de adulto y que construye la base de la producción que se mantuvo en pantalla durante seis temporadas. En el recorrido, y mientras Anthony se apoya en su tío Dickie Moltisanti (Alessando Nivola), las piezas de ajedrez se acomodan y con el trasfondo de la sublevación de Newark, como punto cúlmine del plantado del enfrentamiento (que atraviesa en segundo plano la mayor parte de la película) entre afro e italoamericanos, la realidad de la ciudad que será la base de asentamiento de la historia del Tony adulto termina de tomar forma. No es buena idea comparar este film con los muchos otros universos que conocemos respecto de la Cosa Nostra porque cada uno de ellos es diferente en su toque y tienen la mano (y el ojo) de su director. Trazar paralelismos, en este caso, no sería justo para ninguno. La recomendación es disfrutar sin echar mano de una superposición innecesaria. Los santos de la mafia es una película de calidad que funciona como excelente precuela de la serie que le da origen.
Texto publicado en edición impresa.
Esta película funciona como un viaje a los orígenes de Los Soprano, aunque más bien parece un buen piloto de una futura serie con vuelo propio. David Chase (nacido como David DeCesare) tenía 54 años cuando estrenó Los Soprano y tiene 76 ahora que lanzó Los santos de la mafia. La serie que lo convirtió en una celebridad mundial terminó en 2007 por lo que los fans han esperado 14 años para que retomara aquella historia. En verdad, lo hizo para remontarse en el tiempo y construir una precuela sobre la adolescencia de Tony, aquel célebre personaje que interpretara James Gandolfini y que en el film está a cargo de Michael Gandolfini, hijo del actor fallecido en 2013. Y cabe indicar que la elección de Michael no es solo una curiosidad o un hallazgo en plan nostálgico por el evidente parecido con su padre. El actor -de 22 años- está muy bien en esta versión juvenil, aunque (no es un problema suyo) la película no da demasiadas pistas respecto de la futura “conversión” de este muchacho en el jefe de la familia DiMeo. De hecho, más allá de ciertos guiños, complicidades, relaciones y referencias que los fans de la serie sabrán descubrir, Los santos de la mafia parece el piloto de otra serie. Y apelo al término piloto porque son tantos los personajes, los conflictos familiares, las relaciones enfermizas y los enfrentamientos a pura violencia que este film de Alan Taylor (un realizador que llegó a dirigir 9 episodios de Los Soprano, además de tanques como Terminator Génesis o Thor: Un mundo oscuro) expone que bien podrían ser desarrollados con más tiempo y profundidad en varios episodios. De todas formas, aun con sus desniveles (tiene un puñado de escenas notables en medio de una estructura narrativa algo desprolija), Los santos de la mafia se inscribe con orgullo y dignidad en ese universo ítalo-americano que incluye no solo a las 6 temporadas de Los Soprano sino a clásicos del cine que van desde El Padrino hasta Buenos muchachos. Estamos en Newark, la zona de Nueva Jersey que Chase tanto conoce de toda la vida, a finales de los '60 y comienzos de los '70. Richard 'Dickie' Moltisanti (Alessandro Nivola) hereda -no pregunten cómo- el imperio mafioso de su padre Aldo (el gran Ray Liotta, quien además tiene en el film un doble papel) y deberá sostenerlo con mano dura en medio de una zona convulsionada por las protestas de la población negra y el creciente poder de bandas afroamericanas como la de Harold McBrayer (Leslie Odom Jr.). Precisamente la cuestión racial es aquí -signo de los tiempos- mucho más fuerte que en otros acercamientos al universo gangsteril. Dickie (no es spoiler, lo apreciaremos desde los primero planos) es un verdadero monstruo, pero también un tío muy querido por Tony, quien lo tiene como modelo e inspiración, sobre todo en comparación con su poco lúcido padre Johnny Boy Soprano (Jon Bernthal) y su quejosa madre Livia (una Vera Farmiga que aprovecha cada plano para construir un personaje aterrador). En ese sentido, el lugar de la mujer (de las mujeres) en la película es bastante degradante y hasta penoso (el principal personaje femenino es el de la Giuseppina de Michela De Rossi, una napolitana que llega en barco ya casada con el veterano Aldo y la idea de “hacerse la América”), aunque en defensa de Chase hay que indicar que estamos en una época y un lugar en el que el machismo era predominante y casi excluyente en la construcción identitaria. La interna entre Dickie y Corrado “Junior” Soprano (Corey Stoll) y el enfrentamiento de la banda italiana con la que va construyendo Harold McBrayer son los ejes de una película que quizás no sea del todo contundente, pulida y convincente, pero logra construir un mundo propio (arranca en 1967, plena eclosión del Summer of Love), por momentos fascinante y atrapante, con irrupciones de violencia extrema y bienvenido humor negro, y con la envida, la codicia, las diferencias generacionales y la lucha por el poder como motor rumbo a la inevitable acumulación de tragedias.
Los Soprano marcó un quiebre en la TV, fue una de las mejores series de la historia y los fans venían pidiendo ver más. Así que ahora lo que llega, 14 años después de la emisión del último capítulo por HBO, es una película que sirve de precuela. Y que no se centra exclusivamente en Tony Soprano, el capo de la mafia, aunque sí en su infancia y adolescencia, y en su mentor, Dickie Moltisanti. A favor: fue coescrita por David Chase, el autor de la serie, y dirigida por Alan Taylor, que ganó un Emmy por un episodio emitido en 2007, y luego dirigió varios capítulos de Mad Men y Game of Thrones, y Thor: Un mundo oscuro. O sea que uno puede sentarse tranquilo en la butaca porque, como decía un expresidente, no nos van a defraudar. Y no. No lo hacen. Algunas marcas de fábrica persisten, como el humor que aparece de la nada, lo mismo que los arranques de violencia inusitada, y la fuerte construcción de los protagonistas. Ante todo hay que aclarar que no hace falta haber visto ningún episodio de Los Soprano. Pero también que haber visto la serie completa significará comprender mejor las características de los personajes, ciertos guiños. La película arranca con un paneo de cámara entre lápidas de un cementerio, porque el que relata es un muerto -no vamos a spoilear quién-. La historia irá irremediablemente hacia atrás, a 1967, y nos mostrará a Tony Soprano de niño, y luego en 1971, adolescente -en esta instancia es interpretado por Michael Gandolfini, de increíble parecido con su padre James, que fue Tony en la serie-. Pero como decíamos, no es Tony el protagonista, al menos no hasta la mitad de la proyección. Es Dickie Moltisanti (en italiano muchos santos, parafraseando el título original, que habla de “many saints”), quien maneja el negocio. Los puntos en común con el Tony de la serie son varios, y van más allá de velar por los intereses de la familia. Se hace cargo de Tony cuando John, el padre del niño, termina en prisión. Es infiel, miente, tiene temores y hasta necesita un confesor (tampoco spoilearemos nada). Al comenzar en 1967, Chase sitúa a Dickie y a los Soprano (a Johnny, a la madre Livia y al tío de Tony, Junior -Corey Stoll, de House of Cards-) en medio de las redadas contra los negros en Nueva Jersey, con el Black Power algo más que incipiente, y marcando la rivalidad y entre la mafia ítaloamericana y la afroamericana. De hecho, dos amigos del colegio, como Dickie y Harold McBrayer (Leslie Odom Jr., de Hamilton y Una noche en Miami, próximamente en El exorcista) terminan enfrentándose como consecuencia lógica de la disputa de algo más que pandillas. De Tony se va intuyendo mucho de lo que se veía en la serie: primero no quiere saber nada con delinquir, aunque levante apuestas en la escuela y robe con compinches un camión de helados, y la relación con su madre (Vera Farmiga merecería hasta un spin-off). Tampoco es que Chase se olvide de que tiene sentados en la platea primordialmente a fanáticos que devoraron el programa, pero no da por sentado nada, por lo que el espectador que llegue virgen saldrá con ganas de ver la serie. Hay un trabajo espectacular en la reconstrucción de época, y en la banda sonora, aprovechando éxitos de antaño. Pero es en la marcación de los actores, y fundamentalmente en las miradas y en las vueltas que dan algunos personajes para decir lo que necesitan expresar donde se nota que quienes están detrás de cámara cuidan a la familia y al producto como a un hijo del que se sienten orgullosos. Tampoco es que Chase se olvide de que tiene sentados en la platea primordialmente a fanáticos que devoraron el programa, pero no da por sentado nada, por lo que el espectador que llegue virgen saldrá con ganas de ver la serie. Hay un trabajo espectacular en la reconstrucción de época, y en la banda sonora, aprovechando éxitos de antaño. Pero es en la marcación de los actores, y fundamentalmente en las miradas y en las vueltas que dan algunos personajes para decir lo que necesitan expresar donde se nota que quienes están detrás de cámara cuidan a la familia y al producto como a un hijo del que se sienten orgullosos. No se sabe si habrá secuela de Los santos de la mafia. Chase señaló que tiene otras ideas alejadas de los Soprano, y que, de hacerlo, transcurriría antes que la serie y con Terence Winter, guionista de la serie, sentado escribiendo el libreto. Que así sea, hayan hecho o no un juramento con el meñique.
Llega a los cines “LOS SANTOS DE LA MAFIA”, la precuela de la reconocida serie de HBO: Los Sopranos. En una historia con matices muy similares a la aclamada ficción televisiva, y con el hijo del grandísimo James Gandolfini (Tony Soprano), interpretando al personaje de su padre en la juventud. Ambientada en Newark de 1960, sigue los primeros años de Tony Soprano. Antes de convertirse en uno de los miembros de la mafia más famosos de Estados Unidos, Tony tuvo que recorrer un largo camino, comenzando bajo la tutela de su tío Dickie Moltisanti. La película tiene escenarios muy interesantes que pueden transportarnos a los mismos de la serie o incluso a películas como “El Padrino” o “Goodfellas” pero no posee la majestuosidad de ellas. Cae en algunos lugares comunes y termina siendo una típica película de mafia sin destacarse por sobre las que ya conocemos. El film apunta a la nostalgia y el recuerdo de aquellos que vivenciaron la serie televisiva. No es más que una conjunción de elementos medianamente dispersos que no terminan de precisar hacia dónde apuntan. Las actuaciones están muy bien, cada actor y actriz logra hacer que los personajes se destaquen por sobre un guion medianamente básico. Me gustó mucho la esporádica actuación de Vera Farmiga, que no tiene un papel muy principal, pero logra destacarse. El papel de Michael Gandolfini como Tony Soprano, está muy correcto y más sabiendo lo que a él le costó interpretar a su padre. Lo que me parece acertado por parte de los creadores es que es una producción que se puede disfrutar a pesar de no haber visto la serie. Obviamente aquel que haya visto la tira televisiva tendrá más información acerca de las diferentes encrucijadas y familias mafiosas que existen en la historia, pero no es un factor fundamental conocer “Los Soprano”. En conclusión, es una película entretenida, muy interesante para aquellos que disfrutan los entramados de la mafia, pero no logra sobresalir. No es un film que vayamos a recordar por años, es liviana de digerir y fácil de olvidar. Como siempre, recomiendo verla en cines para un disfrute mayor de las estéticas construidas por la producción. Por Leandro Gioia
La construcción de un mafioso. Los santos de la mafia, de Alan Taylor, precuela de la legendaria serie Los Soprano, que llega hoy a los cines y en pocas semanas al streaming por HBO Max, funciona como un oportuno regreso a los orígenes de Tony Soprano, el mafioso ítalo-norteamericano al frente de un clan que hizo historia en la pantalla de la TV cable entre 1999 y 2007. Como toda precuela, Los santos de la mafia se centra en los aspectos poco conocidos de los personajes y la historia original, y así vemos a un púber Tony Soprano (interpretado por Michael Gandolfini, hijo de James Gandolfini, quien encarnara al gánster en las seis temporadas televisivas) inmerso en los violentos hechos policiales y políticos del “largo y cálido verano” de 1967 en Newark, la zona de Nueva Jersey donde, con el devenir de los años, se movería con soltura como líder de una peculiar banda mafiosa. La elección de Michael Gandolfini para interpretar al joven Soprano no es caprichosa: más allá del parecido físico, el actor demuestra cualidades interpretativas que van más allá de los requisitos mínimos para una recreación creíble de un adolescente sorprendido, en elplano sociopolítico, por los movimientos por los derechos civiles, y en lo personal por un conflicto interno en el seno familiar, además del enfrentamiento (nuevamente, la etnicidad al frente) con los líderes negros de los bajos fondos, ya hartos de rendir pleitesía a los mafiosos ítalo-norteamericanos . Atrapado en estos tumultuosos años de cambio se encuentra el tío que Tony Soprano idolatra, Dickie Moltisanti. Acostumbrado a resolver sus problemas personales y de negocios de manera drástica, Moltisanti lucha para administrar sus responsabilidades, y su influencia sobre su sobrino ayudará a convertir al impresionable y vulnerable adolescente en todopoderoso jefe mafioso. Con una realización deslumbrante en todos los aspectos técnicos (magnífica reconstrucción de época y excelente fotografía, y una cautivante banda sonora que incluye a Sinatra y a los Rolling Stones), Los santos de la mafia, más allá de alguna debilidad en el desarrollo narrativo, presenta una trama fascinante, hiper violenta y con muchísimo humor negro, es un producto cautivante, prolijo que deja a los espectadores con ganas de una segunda vuelta. Lo cual nos plantea el dilema de volver a la serie televisiva para revivir momentos inolvidables de la saga, o si esperar, como bien podría ser el caso, un nuevo capítulo sobre la gestación de Tony Soprano.
Como mencionamos hace poco, usamos la excusa de Los santos de la mafia para quitarnos esa espina de encima de no haber visto nunca Los Soprano. Pero ahora ya tenemos la película en nuestras salas, así que la gran pregunta que queda por responder es ¿Vale la pena como film en si, por fuera de la serie? La historia sigue la vida de Dickie Moltisanti, uno de los capos mafia de la región de Newark en los 60. Mientras intenta lidiar con su vida personal y cuidar de su “sobrino”, Tony Soprano, uno de sus recaudadores de apuestas decide revelarse y declararle la guerra. Respondiendo la pregunta que planteamos en el primer párrafo, si, Los santos de la mafia vale la pena como película por fuera de la ya mítica serie. Y esto se contesta fácil, al decir que primero, no es necesario haber visto la producción de HBO para entender este proyecto (aunque sí lo hicieron, van a saber interpretar varios momentos), y, sobre todo, porque el film tiene su propia historia que contar, ya que es algo que, si bien se mencionó en alguna de las temporadas de Los Soprano, nunca supimos que pasa en realidad con Dickie Moltisanti. Por eso opinamos que la decisión de desplazar a Tony Soprano del protagónico y dárselo al padre de Christopher, fue lo mejor que pudieron hacer para la película. Aparte que se pudieron agarrar muy bien de un hecho histórico real en Estados Unidos, para construir la trama, e incluso que dicho conflicto sea racial, va a ayudar a cerrarle la boca a los que se quejan por cualquier mínima cuota de inclusión. Pero, sobre todo, al no poner al protagonista obvio, le quitaron presión a Michael Gandolfini. Sabemos que uno de los ganchos de Los santos de la mafia era ver al hijo de James interpretando el mismo rol que le dio fama mundial a su padre; y suponemos que por eso mismo, la presión para el joven actor era enorme. Pero por desgracia su interpretación podría ir dentro de lo flojo de la película, ya que por más parecido físico que haya entre padre e hijo, el talento a veces se hereda, y el joven Michael no pudo ni llenar a medias los zapatos de James Gandolfini. Ojalá que tenga revancha en el cine y logre hacerse una carrera por sus propios medios. El otro factor en contra, es que, por varios momentos de la trama, la misma parece no tener un rumbo fijo. Son solo situaciones que pasan, personajes que hacen referencias a eventos que se van a dar en el futuro, y no mucho más. En este sentido incluso las dos horas (que a día de hoy no es tanto en el cine), terminan sintiéndose. En conclusión, Los santos de la mafia es una buena película. No la eviten solo por no haber visto la serie, porque estamos ante un buen film de mafia, algo que, por desgracia, no nos viene llegando demasiado seguido con el Hollywood actual.
Para los fanáticos de la serie que todavía recuerdan la última entrega hace catorce años, o todos aquellos que se sumaron después de tantos premios o de la tristeza por la temprana muerte de de James Gandolfini, esta película le traerá no pocos placeres. Porque si bien Tony Soprano primero es un niño, interpretado por William Ludwin, cuando es adolescente el papel lo encarna nada menos que el hijo de James Gandolfini, Michael. Es el observador de la vida de la familia, que con su parecido físico mas el resultado de la construcción del personaje, resulta conmovedor. La acción se centra en el amado y recordado por Tony, su tío Dickie Moltisanti, la verdadera figura paterna de su vida. Un joven elegante que viste bien y tiene situaciones terribles que resuelve con no poca frialdad a la hora de borrar pruebas. La gran habilidad de Chase cuando creo la serie fue construir personajes entrañables a pesar de ser violentos asesinos, para una audiencia extasiada, pero con el largo tiempo de una temporada. Aquí, el limite que le impone una película, hace que muchos personajes sean apenas guiños o viñetas para fanáticos, pero como también quiso construir un universo para un público “novato” en Sopranos, poco se sabrá de las claves del gran pernsonaje de Gandolfini padre, no se dedica especialmente a eso, salvo en sutilezas. Ese adolescente se nutre mirando, sufriendo, a veces en acción o travesuras que lo presagian como adulto, pero muy lejano del jefe que fue después. La historia de Dicky tiene mucho atractivo por si sola, y brillan en un gran elenco Ray Liotta y Vera Farmiga como la monstruosa matriarca en vías de construcción enloquecida. Los que siguieron la serie y son expertos en su contenido descubrirán momentos realmente únicos. Los otros tendrán un buen film, no es poco.
Los Santos de la mafia (The Many Saints of Newark, 2021) es una precuela de la mítica serie Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007). Su creador, David Chase, tuvo dudas acerca de este proyecto, pero cuando vio que podía mezclar ciertos eventos reales ocurridos entre fines de los sesenta y principios de los setenta, aceptó que la película se hiciera. Lo cierto es que este proyecto es mucho más que una película, es claramente el puntapié inicial para otros largometrajes o una nueva serie. Esa especulación es lo que le juega un poco en contra a esta película que en líneas generales está bastante bien y tiene vida propia hasta llegar al desenlace y delatar su necesidad de seguir la historia. Una historia de gángsters contada no tanto desde los crímenes en sí mismos, sino desde las vidas personales de los principales personajes. Con un Tony Soprano niño y luego adolescente que está como Michael Corleone al comienzo de El padrino, es decir afuera del lado oscuro de su familia. Una guerra por el poder que crece poco a poco y el origen de los personajes que todos los seguidores de la serie conocen. El verdadero protagonista tal vez sea Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola) el tío favorito de Tony, un personaje lleno de conflictos, un criminal que arrastra su culpa y fluctúa entre la necesidad de actores generosos y los peores crímenes. Varias escenas memorables nos regala este gran personaje. Ray Liotta, por otra parte, guarda una sorpresa en su participación en la película que es también brillante. Más sofisticada que un capítulo de una serie de televisión, pero tampoco con categoría de clásico del género. Los apuntes sociales con el levantamiento de los afroamericanos y los saqueos en la ciudad tal vez la sacan de la tradicional historias de mafiosos, pero no necesariamente la vuelven más interesante. Lo mejor de la película son los gángsters, sin duda. David Chase parece decirnos que acá hay material para al menos una temporada completa del joven Tony Soprano y su llegada al poder. Como dato de color, el Tony adolescente es interpretado por Michael Gandolfini, hijo de James Gandolfini, el Tony Soprano de la serie.
"Los santos de la mafia", los Soprano antes del diván Con el creador David Chase y un director avezado en la serie, los orígenes de la familia muestran la misma diversidad de matices, al punto de hacer escasas las dos horas de metraje. ¿Cuándo empezó la era dorada de las series? ¿En qué momento asumieron el trono del consumo audiovisual del siglo XXI? Si con Lost el formato demostró ser muy gauchito para el consumo compulsivo, imponiendo con ella la idea de “maratonear” años antes de que se acuñara el concepto, Los Soprano marcó un hito apostando menos al impacto y a los ganchos narrativos que prometían resolverse en el capítulo siguiente (lo que en inglés se llama cliffhanger) que a la progresiva construcción de un universo complejo y poblado por personajes con matices, además de un desarrollo narrativo profundo y sin apremios –toda una subversión del frenetismo asociado a la pantalla chica– de las situaciones que enfrentaba el clan del mafioso Tony Soprano. Algo similar ocurre con Los santos de la mafia, la precuela filmada 22 años después del inicio de la serie creada por David Chase, quien aquí oficia como coguionista y productor. Como en la serie, hay hombres y mujeres corridos de lo arquetípico, criaturas atravesadas por una particular visión del progreso, las dinámicas sociales y los vínculos familiares, cuyos conflictos se esconden bajo una coraza impenetrable. Lo que no hay es tiempo: dos horas quedan cortísimas para una película que, antes que complementar lo previo, persigue el objetivo de abrir nuevos horizontes, como si se tratara de un extenso prólogo de una serie por venir. Una muy distinta a la que fue. Es cierto que hay guiños, referencias y relaciones directas entre Los Soprano y Los santos de la mafia. Tan cierto como que la película de Alan Taylor (director de nueve episodios de la serie, además de tanques del tamaño de Terminator Génesis y Thor: Un mundo oscuro) es autónoma y presenta un ideario mucho más cercano al universo de gánsteres ítalo-americanos de Martin Scorsese o El padrino, con las relaciones de poder de la famiglia como ejes centrales de conflicto, que al de la serie que sirve como origen. Incluso Tony –que en su etapa adolescente es interpretado por Michael Gandolfini, hijo del actor fallecido en 2013– ni siquiera es protagonista. Es, más bien, un testigo silencioso de los tejes y manejes del clan, además del dueño del punto de vista que adopta el relato. Desde allí observa cómo su tío Dickie (Alessandro Nivola) construye las bases de un imperio. Bases no exentas de sangre, en tanto las cosas se resuelven a los tiros o las trompadas. Casi todo, en realidad, se resuelve así en la zona de Nueva Jersey donde transcurre la acción. Que corran los últimos años de la agitada década de 1960 y primeros de la de 1970 sirve, además, para colar varios apuntes vinculados con revueltas sociales, la guerra de Vietnam y la segregación de los afroamericanos, una subtrama que aporta poco y nada y que parece estar allí para, como nueve de cada diez películas de Hollywood actuales, congraciarse con la agenda contemporánea. Todo arranca con el regreso desde Italia del patriarca Aldo Moltisanti (Ray Liotta) junto a su flamante esposa, que no habla una palabra de inglés y tiene unas ganas bárbaras de “hacerse la América”. En casa lo espera uno de sus hijos, Dickie, que no tarda demasiado en ocupar el liderazgo, mientras funciona como referencia masculina para su sobrino Tony, quien lo ve como modelo debido a la zoncera absoluta de su padre y la pasividad de su madre. A medida que Dickie se adentre en las tinieblas de los negociados oscuros, Tony registra en segundo plano un arco dramático que va de la admiración y la candidez adolescente a la pérdida de la inocencia y la certeza del núcleo tóxico que anida al interior de su familia. Son, pues, aquellos traumas que el Tony adulto intentaba resolver en las inolvidables sesiones con su terapeuta, las mismas que lo ablandaban al punto de conmoverse con patitos bebés nadando en su pileta.
Hay quienes aseguran que Los Soprano (disponible en HBO Max) marcó un antes y un después en el desarrollo de las series de televisión y que, por ese motivo, es la mejor de la historia. Estrenada en 1999, la producción de David Chase se emitió hasta mediados de 2007, momento en el que sus fanáticos comenzaron a ilusionarse con un regreso en un futuro no muy lejano. Pero en 2013, el fallecimiento de James Gandolfini -intérprete que le dio vida al reconocido Tony Soprano- se llevó consigo la esperanza de una nueva temporada. Al parecer la historia de esta mafia tiene mucho por contar aún, por lo que de la mano de Michael Gandolfini, hijo del difunto actor, una precuela llegará a los cines este jueves: Los Santos de la Mafia. Escrita por David Chase y Lawrence Konner, y dirigida por Alan Taylor, la cinta también estrenará en las próximas semanas en el servicio por suscripción de HBO. El largometraje, que funciona como una precuela de la inolvidable ficción, tiene como protagonista a Alessandro Nivola, quien se pone en la piel de Richard “Dickie” Moltisanti, tío de un Tony adolescente. Esta vez, la trama está ambientada en la Nueva Jersey de los años 60 y 70, donde un nuevo elenco interpreta las versiones más jóvenes de los personajes ya conocidos. El reparto se completa con Ray Liotta, Vera Farmiga, Leslie Odom Jr., Jon Bernthal, Corey Stoll, Billy Magnussen, Michela De Rossi, John Magaro y Samson Moeakiola. Aunque Gandolfini desarrolla un gran trabajo a la hora de retomar el papel de su padre, lo cierto es que esta película tiene como objetivo mostrar quién fue la inspiración de Tony Soprano, rol que durante seis temporadas estuvo lleno de conflictos personales y profesionales. En esta oportunidad, es Dickie el líder que -por su perverso trabajo- lleva a escenas cargadas de violencia, racismo y humor negro. Los Santos de la Mafia es una experiencia que vale la pena disfrutar en salas y una oportunidad para los seguidores de Los Soprano de reencontrarse con los personajes tan sólidos y hasta caricaturescos ya distinguidos.
A lo largo de sus seis temporadas, "Los Soprano" se ha convertido en una de las series más exitosas de la historia en Estados Unidos. Aclamada por la crítica y el público, la ficción ha ganado numerosos premios. Catorce años después de la serie, su guionista y creador, David Chase (quien también escribió el guion de esta película, junto a Lawrence Konner), relata aquí la historia de una familia involucrada en la mafia de Newark, Nueva Jersey, a finales de los años "60, caracterizada por el odio racial y la continua lucha entre las pandillas por el poder y el territorio. En ese contexto, el filme retrata la niñez y adolescencia de Tony Soprano (Michael Gandolfini), nacido y criado en un ambiente donde el crimen y la violencia eran moneda corriente, sobre todo de la mano de su mentor, Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola), personaje principal al que recurre Alan Taylor para llevar adelante el filme. A través de la historia de Dickie y su red de contactos, amores y enemigos, Taylor construye una historia sólida y compleja. Las relaciones personales y de poder que desarrolla la película son muy variadas y responden a diferentes intereses. Es interesante esta precuela porque funciona también como un producto único independiente de la reconocida serie. CONVERSION Sin Dickie, Tony Soprano no hubiera podido convertirse en el jefe de la mafia. La película no refleja esa conversión, cómo ese adolescente casi inexpresivo se transforma en lo que la serie luego desarrolla, aunque sí da ciertas pistas para poder inferir cómo la devoción que Tony sentía por Dickie lo llevó de alguna manera a seguir sus pasos. "Tu consigues todo lo que quieres", le dice el personaje de Tony a Dickie con ojos de fascinación. Sin ninguna motivación ni ejemplo a seguir en su propia casa, Tony ve en Dickie una figura ideal para poder obtener lo que desea. El reconocido elenco compuesto por actores estadounidenses e italianos representa con logradas actuaciones los variados personajes que la película expone. La producción de "Los santos de la mafia" es impecable, y uno puede remitirse a partir de su realización y narrativa a clásicos del cine como "El Padrino" o "Buenos muchachos". Posee el filme una gran dosis de violencia y también ilustra ciertos dramas personales, pues Dickie y su entorno se ven involucrados en otros asuntos que escapan estrictamente a los del negocio. Se recorren en la película un sinfín de situaciones inesperadas que atrapan al espectador. Una muy buena opción para disfrutar en pantalla grande.
Las piezas del rompecabezas Soprano Los Santos de la Mafia (The Many Saints of Newark, 2021), la precuela de la exitosa y popular serie Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007), que se emitió por el canal HBO, indaga en el pasado de las familias Moltisanti y Soprano para develar los pormenores de la niñez y juventud de Tony Soprano, el protagonista de la obra del productor David Chase. Alan Taylor, director de varios capítulos de Los Soprano y de múltiples series como Games of Thrones, In Treatment, Mad Men, Deadwood y Sex and the City, toma aquí las riendas de un proyecto orientado a adentrarse en el pasado de Tony Soprano y de su familia siguiendo las huellas de la televisión para responder los interrogantes que la serie había planteado a partir del tratamiento psicoanalítico del protagonista. Al igual que la historia original de David Chase, la precuela de Alan Taylor, escrita junto a Lawrence Konner, retoma mafiosos de la vida real, como el traficante de heroína Frank Lucas, que importó heroína durante la Guerra de Vietnam a Estados Unidos desde el sur de Asia con la ayuda de oficiales y soldados del ejército norteamericano, historia retratada brillantemente por Ridley Scott en American Gangster (2007), film protagonizado por Denzel Washington y Russell Crowe. El film se centra en la relación de Dickie Moltisante (Alessandro Nivola), un líder mafioso de la ciudad de Newark en el Estado de Nueva Jersey, padre de Christopher y mentor de Tony Soprano, aquí interpretado por el hijo de James Gandolfini, Michael, en su adolescencia y por William Ludwig en su niñez, con su sobrino preferido a fines de la década del sesenta durante la rebelión popular de 1967 en la ciudad más populosa de Nueva Jersey para continuar a principios de los setenta con las transformaciones que sentarán las bases de la personalidad de Tony. En plena efervescencia de fines de los sesenta, el padre de Dickie Moltisanti, apodado Hollywood Dick (Ray Liotta), regresa de Italia casado con una reina de la belleza italiana que no habla ni una pizca de inglés, Giuseppina (Michela De Rossi), mientras su hijo mantiene el control de los múltiples negocios ilegales con la ayuda de uno de sus subalternos, Harold McBrayer (Leslie Odom Jr.). El pequeño Tony, fascinado por la atractiva y carismática personalidad de su tío, lo sigue a todos lados y lo imita, metiéndose en problemas constantemente con apuestas en el colegio, fumando y escapándose de su familia. El padre de Tony, Johnny (Jon Bernthal), cae preso por asalto a mano armada y recibe varios años de condena, lo que sume en una depresión a la madre de Tony, Livia Soprano (Vera Farmiga). La constante brutalidad policial contra la población afroamericana desata una rebelión popular que decanta en disturbios generalizados en el centro de la ciudad alrededor de la comisaria y la avenida principal. La personalidad de Dickie lo llevará a cometer diversas barbaridades, pero será su sentido del humor el que selle su suerte. Debido a los disturbios y a sus actividades delictivas, Harold abandona la ciudad pero regresa siete años después para aprovechar el negocio de la droga abierto por Frank Lucas en Nueva York para los afroamericanos. Mientras tanto, Johnny Soprano sale de la cárcel y se reencuentra con su familia y Tony oscila entre sus deseos de jugar al fútbol americano y sus inclinaciones delictivas que afloran. El tiempo pondrá a Dickie y a Harold en bandos opuestos en un enfrentamiento que tendrá nefastas consecuencias para ambas familias. Tras la muerte de su madre, Dickie realiza distintas maniobras que cambian su vida, toma a la esposa de su fallecido padre como amante, iniciando así una relación que también tendrá un fin trágico, comienza a visitar a su tío preso en la cárcel por asesinato y realiza distintas acciones de caridad para redimir sus crímenes. Los Santos de la Mafia es un friso de la mafia italiana que Chase siempre vio de cerca en Newark, una mirada descarnada y realista sin golpes bajos que retrocede en el tiempo para reconstruir la historia de las familias Soprano y Moltisanti y sus vínculos mafiosos, que eventualmente llevarán a Tony hasta la cima del poder. Mezcla de drama social con toques de comedia y film de mafiosos, Los Santos de la Mafia es una excelente precuela de Los Soprano que respeta su espíritu con un tono más clásico de film que busca retratar las contradicciones de las familias conservadoras italianas de los sesenta y los setenta y su relación con la comunidad afroamericana de Newark. Si lo mejor de Los Santos de la Mafia es su gran guión y la dirección de Alan Taylor, lo peor son algunas de las actuaciones de los secundarios, especialmente las de Jon Bernthal, Billy Magnussen y Corey Stoll, actores que no dan con la talla de los personajes que representan, especialmente si se compara por ejemplo a Stoll con Dominic Chianese o a Mangussen con Tony Sirico. Aunque el hijo de James Gandolfini, Michael, logra una buena interpretación en su rol de Tony adolescente, se extraña el carisma de su padre, un actor verdaderamente magnífico que cautivaba la cámara. Vera Farmiga cumple muy bien como la madre de Tony, personaje que tendrá mucha influencia en el desarrollo de la personalidad del protagonista de Los Soprano durante sus sesiones de psicoanálisis. Ray Liotta, interpretando al padre de Dickie y a su tío, ofrece como siempre un trabajo formidable con personajes diametralmente opuestos, opacando aún más a los actores secundarios que tienen esa presencia tan firme ante la cámara. Alessandro Nivola y Leslie Odom Jr., dos hombres primero unidos y después enfrentados, ofrecen una actuación muy buena, al igual que Michela De Rossi, que se luce en su papel de italiana que descubre el lado oscuro del sueño americano. Al igual que la serie de Chase, el film de Alan Taylor logra retratar la cotidianeidad de la mafia, sus lazos con la comunidad y la violencia latente que pocas veces aflora, pero cuando lo hace tiene consecuencias horrorosas difíciles de olvidar. Al igual que muchas de las mejores películas sobre el crimen organizado, Los Santos de la Mafia narra las raíces de las organizaciones delictivas en las urbes estadounidenses, ofreciendo una mirada no tan luminosa del sueño americano que atrajo a los inmigrantes italianos a la Costa Este de Estados Unidos. Para los que nunca se adentraron en la serie de Los Soprano, el film es una buena oportunidad para descubrir esta historia de la mafia de Newark, cómo funciona su lógica y cuáles son las prácticas que la caracterizan, y para aquellos que ya conocen la serie, el film proveerá numerosas claves para interpretar y entender la historia de Tony y Christopher y una buena razón para comenzar nuevamente a rememorar la gran obra de Chase.
Desde el momento en que se dijo que iba a filmarse una precuela de “Los Soprano”, los seguidores de la serie que lo cambió todo, o que al menos estableció una vara bien alta para los productos de HBO, están esperando lo que David Chase tenía para contar de la mafia de Nueva Jersey. Los Soprano y los Moltisanti contaron durante seis temporadas la historia de una nueva generación de mafiosos, con un jefe que hace terapia y que usa eso para analizar los pasos que debe dar dentro de la organización. Tony Soprano (James Gandolfini) resultó un personaje fascinante que se instaló en la cultura popular y que dejó un final polémico que aún hoy se discute. El creador de la historia, más el hijo de Gandolfini y uno de los directores que tuvo a su cargo algunos capítulos de la serie, fueron por una apuesta tentadora y alguien pensó que nada podía salir mal. Pero las apuestas a veces fallan o la promesa puede ser demasiado grande. La primera voz que se escucha en la película es nada menos que la de Chistopher Moltisanti (Michael Imperioli) el trágico personaje sobrino de Tony Soprano. ¿Un muerto de la serie nos va a contar la historia de su familia? ¿Nos va contar la historia del tío que años después lo asesinaría? En principio lo que hace es contar un fresco familiar y la historia de su padre, Dick Moltisanti (Alessandro Nivola) un “soldado” de una de las familias que no llegó porque fue asesinado cuando Christopher era un niño. La historia arranca con el regreso de “Hollywood” Moltisanti (Ray Liotta) de un viaje por Europa de donde se trae una nueva mujer, una italiana más joven y voluptuosa. Las relaciones de Dickie con su padre no son buenas (para ser suaves) y este regreso trae un nuevo conflicto a esa relación. Alrededor de ellos el espectador “avisado” empieza a ver personajes que conoce de la serie, pero varias décadas antes y así se empiezan a trazar relaciones y a reconocer gestos, frases y personalidades. Para los que conocen la serie y vieron la mayoría de sus 86 capítulos seguramente disfrutarán de todos esos guiños. En el medio de esa historia se encuentra Tony Soprano (Michael Gandolfini) que tiene a Dickie como una especie de héroe y hasta aparece Carmela (la futura esposa de Tony). Como la historia se desarrolla allá por fines de los sesenta y comienzos de los setenta aparecen los mafiosos afro americanos y los disturbios por los derechos civiles. Los santos de la mafia pudo haber sido un buen capítulo doble de homenaje en HBO, seguramente hubiera sido celebrado por los fanáticos de la serie. Fuera de ese marco y estrenada en las salas de cine, es difícil pensar que el público que no siguió la serie la disfrute y quizás ni siquiera la entienda del todo. Fuera de eso la película es buena y tiene un elenco sólido, aunque algunas historias sean caprichosas o impuestas nada más que para cumplir con cierta agenda de época. La serie se extraña y es posible que una precuela con un Tony Soprano antes de conocer el psicoanálisis puede ser interesante, pero esta película parece más un paso en falso que otra cosa. LOS SANTOS DE LA MAFIA The Many Saints of Newark. Estados Unidos, 2021. Dirección: Alan Taylor. Intérpretes: Alessandro Nivola, Michael Gandolfini, Ray Liotta, Vera Farmiga, Leslie Odom Jr., Jon Bernthal, Corey Stoll, Billy Magnussen, Michela De Rossi, John Magaro, Samson Moeakiola. Guion: David Chase y Lawrence Konner. Fotografía: Kramer Morgenthau. Edición: Christopher Tellefsen. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 120 minutos. Estreno en salas y, dentro de algunas semanas, disponible en HBO Max.
EL ORIGEN DE LA MAFIA Haciéndose cargo de su estatus de precuela de una de las series más conocidas de todos los tiempos, Los santos de la mafia comienza con un traveling entre lápidas que nos recuerda a los personajes de Los Soprano, la serie en cuestión. Con habilidad, la película de Alan Taylor y escrita por el propio autor de la original, David Chase, se saca el compromiso de entrada y pasa a lo que importa, lo que viene a contar. Que es no es otra cosa que el típico caso de ascenso y caída de un líder criminal, lleno de guiños a otros relatos de mafiosos y con un aura trágico indisimulable. Que lateralmente sea también el relato iniciático de un joven Tony Soprano es poco más que una casualidad. No deja de ser curioso que cuando la serie de Chase era una suerte de relectura y actualización de los códigos de los relatos sobre mafiosos, esta película ambientada entre fines de los 60’s y comienzos de los 70’s busque menos una conexión estética con Los Soprano y piense más en función de cómo retrataban este universo directores como Martin Scorsese o Francis Ford Coppola. Si la serie trabajaba sobre la base de lo ya escrito para llevar al espectador por otros territorios, Los santos de la mafia parece querer volver e inscribirse dentro de aquella mitología. Y lo logra, gracias al conocimiento que demuestra Chase y a su talento para construir personajes interesantes, con dimensiones, que son más que meros arquetipos, empezando por el Dickie Moltisanti de Alessandro Nivola, tío de Tony y verdadero protagonista de la película. Los santos de la mafia se edifica a través los vínculos familiares, en una cruza trágica que va de El padrino a Shakespeare, con traiciones, lealtades y relaciones paterno/filiales de lo más difíciles y complejas. Así el pobre Dickie Moltisanti irá ascendiendo en el mundo del hampa, mientras se vuelve un referente para el pequeño (y luego adolescente) Tony Soprano. Nivola es un actor de carácter, pero también uno que sabe abordar eso con sutilezas. Y esa complejidad del personaje vuelve tan imprevisible su andar (un par de crímenes que comete aparecen como decisiones intempestivas), volviendo a la película igual de zigzagueante. Al relato clásico de gángsters, el film de Taylor (que por una vez pudo hacer buen pie en el cine) le suma un aspecto político, retratando la rebelión de la comunidad negra y el ascenso de un líder en el espectro mafioso. Eso, que parece responder a exigencias del Hollywood actual, se corresponde en todo caso con un proceso histórico. Si Los santos de la mafia parecía en algún momento un capricho o algo innecesario, David Chase se encarga de justificar cada minuto de esta película y, también, de las obvias películas que comenzarán a llegar a partir de aquí. O de la nueva serie, vaya uno a saber.
Hace unos años cuando se anunció la producción de esta película la noticia no despertó pasión de multitudes entre los fans de la serie Los Sopranos. El programa había tenido un gran final y volver atrás con una trillada historia de origen no sonaba muy atractivo. David Chase, el creador de estos personajes, quien al principio no quería saber nada con este proyecto luego terminó involucrado como guionista cuando la productora New Line y HBO aceptó su idea de explorar el contexto social de los años ´60. La gran inquietud que generaba Los santos de la Mafia era si contribuiría a enriquecer el visionado de la saga televisiva. Lamentablemente la respuesta es muy poco. No obstante, esto no impide que el film le brinde a los fans una experiencia amena de reencuentro con estos personajes que dejaron su huella en la historia del género gánster hollywoodense. Este estreno fue pensado exclusivamente para ese nicho de espectadores a tal punto que no es recomendable si nunca viste Los Sopranos empezar con esta película. Ya desde la secuencia inicial se menciona un hecho importante de las últimas temporadas que marcó una bisagra en la vida del protagonista y al conocer esa situación de antemano el impacto queda arruinado cuando lo veas posteriormente en la serie. Por algún motivo inexplicable, Chase y su colaborador en el guión Lawrence Konner decidieron que la trama de este largometraje fuera narrada en off por Chris Moltisanti, interpretado nuevamente por Michael Imperioli, a través de un recurso que no resulta muy convincente. Si alguien esperaba descubrir las circunstancias que llevaron a Tony a ingresar al mundo de la mafia esta no es la película indicada, ya que el foco está puesto en su tío Dickie Moltisanti, encarnado por Alessandro Nivola. Un personaje que había sido mencionado en varios episodios y cuyos orígenes y tribulaciones resultan una anécdota dentro de la saga. La trama se ambienta en el contexto de los años ´60 y comienzos de los ´70 y aunque hay referencias a hechos históricos, como la Guerra de Vietnam o los disturbios de Newark todo tiene un tratamiento muy superficial. Lo mismo ocurre con la cuestión de las tensiones raciales y el sexismo contra las mujeres de aquella época que termina siendo una pincelada en el argumento sin mucho desarrollo. Eso diferencia a este film del contenido que había en los episodios de la serie donde en apenas una hora había un tratamiento más complejo de los temas que se abordaban. El director Alan Taylor desarrolla un conflicto bastante genérico de lucha de poder entre dos facciones de mafiosos para ilustrar la figura de Dickie que fue un mentor de Tony durante su adolescencia. Con la infaltable referencia al cine de Scorsese su trabajo dentro de todo ofrece un film decente dentro del género. El gran gancho de esta película pasar por el fan service que es importante y el atractivo de ver a los personajes clásicos en versiones más juveniles. Vera Farmiga ofrece una gran interpretación como la madre de Tony que está en perfecta sintonía con la composición ofreció Nancy Marchand en el programa de televisión. En esta instancia de la historia podemos ver un perfil más sensible de esa mujer miserable que enloquecerá a su hijo más adelante. Los actores que representan a Paulie y Silvio Dante se lucen con muy buenas interpretaciones que captan los modismos y expresiones corporales de los actores originales. Entre las figuras más conocidas Ray Liotta a cargo de dos roles y Jon Bernthal cuentan con algunos buenos momentos pero dentro del conflicto central sus participaciones son secundarias Con respecto a Michael Gandolfini, hijo del actor que encarnó a Tony Soprano, su labor sobresale entre lo mejor de la película y deja una muy buena impresión. En esta instancia el personaje es un joven más naif e inocente con respecto al mundo familiar que lo rodea y todavía no desarrolló los rasgos del sociópata que surgirá en la adultez. Aparentemente el estudio Warner y David Chase estarían interesados en hacer una continuación de este film donde se desarrollaría la formación de Tony como gánster. Una idea que justificaría mejor la existencia de Los santos de la Mafia y le aportaría un material interesante al universo de los Sopranos. Ojalá se concrete porque sería interesante ver a Gandolfini Jr. en esa etapa de la historia. En resumen, una propuesta dirigida al fandom de Los Sopranos que se puede disfrutar si llegás al cine con las expectativas moderadas.
Yo no vi una película Un éxito crítico y comercial, Los Soprano (1999-2007) continúa siendo una de las series más exitosas en la historia de la televisión y frecuentemente es señalada como una de las mejores series de todos los tiempo. En 2017, diez años después del final de la misma, David Chase, creador del show, al abordar si continuaría con la historia confirmó que estaba interesado en realizar una precuela, que finalmente tomó forma a través de un guion escrito por él y Lawrence Konner. Los Santos de la Mafia cuenta los inicios del personaje de Tony Soprano, interpretado por William Ludwig en su niñez y por Michael Gandolfini en su adolescencia, hijo del gran James Gandolfini (fallecido en 2013). Sin embargo, Tony no es el protagonista de la cinta sino hasta la primera mitad, ya que el personaje de su tío, Christopher Moltinsanti (Alessandro Nivola), su mentor, gana varios minutos en pantalla. La historia se enmarca a finales de la década de los ’60, principios de los ’70, y abre una subtrama de pandillas de afroamericanos que se quieren independizar de los italoamericanos. Algo que en la serie no existía pero, que a pesar de no ser descabellado, parece obedecer a un tópico de los tiempos que corren y distraer más de la cuenta. A su vez, se van mostrando varios personajes que poco se aprovechan y al igual que varios elementos de la película, parecen quedar cortos en sus dos horas de duración. La reconstrucción de época y la elección de la banda sonora con clásicos de ese momento destacan junto al fluido trabajo de los actores, donde a pesar de que varios cuentan con poco tiempo (Vera Farmiga como la aterradora Livia merece un spin-off a parte), se ven convencidos de llevar adelante esta pequeña historia dentro del gran universo de Los Soprano. En definitiva, Taylor (quien dirigió 9 episodios de la serie madre, además de films como Terminator Génesis o Thor: Un mundo oscuro) y Chase consiguen un irregular pero entretenido producto que funciona más como un piloto que da paso a una nueva serie o saga de películas de esta familia de la mafia que como una cinta del género por sí misma. Yo no vi una película, vi un largo capítulo. Por Federico Perez Vecchio Puntaje: 6,5
El origen de Tony Soprano y ¿de algo más? Uno de los personajes más icónicos del mundo televisivo consiguió su precuela para contar y mostrar cómo se convirtió en el capo de la mafia de New Jersey. A fines de la década de los 90 en HBO se estrenó The Sopranos (1999-2007), la serie insignia de dicha marca durante mucho tiempo que contaba la historia y los chanchullos de una familia mafiosa asentada en los suburbios de New Jersey y hacía foco en la vida del “capo” o del jefe de dicha familia: Tony Soprano. Encarnado por el gran, y que descanse en paz, James Gandolfini la serie se desarrolló durante 6 temporadas y 86 capítulos en donde cada una de las decisiones pasaba por la aprobación de David Chase, quién fuese creador, showrunner, productor de la serie en general y el director y guionista del primer episodio y del último. Ahora claro, la serie tiene 14 años de terminada pero el furor por su historia y, sobretodo, sus personajes siguen ahí latente y despertando devoción y fanatismo en cada nuevo espectador que descubre una serie que puede definirse cómo de culto o como una, hay quienes que afirman la mejor, de las mejores series de la historia de la televisión. Ahora David Chase regresa a juntarse con Warner Bros. y HBO para continuar su legado y expandir el universo, un concepto demodé pero arriesgado para este tipo de historias, que supo crear con Los Santos de la Mafia (The Many Saints of Newark, 2021), una película que funciona a modo de precuela que se centrará en contar cómo fue que Tony, ahora personificado por Michael Gandolfini (quién recoje el manto de su difunto padre), terminó siendo el monstruo de poder que se supo ver en la serie original. Claro que no sólo en eso se hará hincapié porque, mucho antes de Tony, al mando de la familia supo estar Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola) y él también tuvo que lidiar con el poder y la responsabilidad que conlleva ser el líder de una organización criminal. Al mismo tiempo que la puja por el poder se desata dentro de la familia por ver quién debe y tiene que ocupar ese rol, disturbios a lo largo de toda la ciudad caldearán el ambiente desarrollando un malestar social y racial en donde la lucha de poder no tardará en explotar. Con un guion del mismísimo David Chase y con la dirección de Alan Taylor ésta película logra su cometido principal: ampliar de manera correcta el universo ya establecido. La cinta cuenta con una catarata constante de guiños para con el fan de la serie pero sin que sea sólo un gran guiño de dos horas a la que la domine, por completo, la nostalgia. Claro que tiene mucha e incluso da la sensación de que un poco menos de relación con la serie hubiera sido mejor pero eso era inevitable por una cuestión de venta de producto y también por la época e historia en donde transcurre la película. Por otro lado y quitando todo lo que tenga que ver con guiños directos a la serie, el guion establece una muy buena película de mafia y política en donde un género alimenta a otro y se crea un gran simbiosis. Quizás no a la altura de obras como las de Martin Scorsese pero si mantienen su atractivo a través de una gran violencia, sentido del humor negro y lo mejor de todo, una historia entretenida. Por supuesto que quienes hayan visto la historia antes encontrarán un montón de referencias ocultas y otras explícitas pero lo que no, en algunas cosas quedaran afuera (sobre todo a nivel nostalgia). Las actuaciones logran estar a la altura. En primer lugar hay que destacar a Alessandro Nivola quien la rompe toda decididamente y se banca estar un 90% del tiempo en pantalla y gracias a su capacidad pudo traer a la vida, de gran manera, a un icono del que bastante poco se sabía y pudo hacer que el famoso Dickie Moltisanti sea tan temible como se suponía que debía ser. Ray Liotta es otro de los grandes aciertos de cast, alguien que supo ser fetiche de David Chase, y que por supuesto derrocha clase y aprovecha toda su experiencia en películas mafiosas y demuestra que Chase no estaba equivocado al haberlo querido convocar en su momento para Los Soprano y que su participación ahora era algo que debía pasar. Vera Farmiga es otra de las grandes estrellas y apariciones que tiene el elenco y la película. Mucho se sabe de sus cualidades como actriz, pero el papel que debía interpretar era todo lo opuesto a lo que ella está acostumbrada y es de común conocimiento que sabe interpretar. La gran sorpresa a la hora de anunciar el elenco fue Michael Gandolfini, el hijo de James quién supo crecer en los sets de Los Soprano y que ahora debe llenar los zapatos de su padre, en sentido figurado, pero que gracias a su semejanza física logra devolver a la vida al Tony Soprano que todo el mundo conoce. Esas miradas, esos gestos, logran suplir algunas de las carencias actorales que tiene Michael, que está comenzando su carrera es verdad, pero que logra estar a la altura de lo que los fans pedían y de lo que semejante papel requiere. Los Santos de la Mafia cumple correctamente con su propósito de expandir el universo de Los Soprano. La película tiene una base lo suficientemente sólida para que alguien que no haya visto la serie pueda entender los sucesos que pasan pero que sin dudas está pensada para aquellos que sí lo hicieron y son fans de la misma. Ahora la película lejos de quedarse con lo ya establecido, deja indicios de que aún puede haber más para contar. Por donde termina el film y por cómo lo hace. Un final que sin dudas dejará al espectador sin aliento mientras que la música escogida los sumerge en un interminable mar de nostalgia, pero que funciona muy bien cómo toda la película en general.
“Los Santos de la Mafia” Crítica. Apto para fanáticos Con varios guiños a Los Soprano, el film logra atrapar hasta a los espectadores que no vieron la serie. La expectativa al sentarse en la butaca, los nervios al ver el film y la satisfacción al salir de la sala se resumen en una frase: el legado sigue vivo. Los Santos de la Mafia es la precuela de una de las mejores series de los últimos 20 años, Los Soprano (disponible en HBO Max) y es uno de los estrenos de esta semana. Tony Soprano (Michael Gandolfini) y “Dickie” Moltisanti (Alessandro Nivola El film comienza con un narrador inesperado que lleva al espectador informado a una historia antes de La Historia y aunque Anthony Soprano es testigo no necesariamente es el protagonista, sino Richard “Dickie” Moltisanti (Alessandro Nivola), su tío y guía en sus años formativos, personaje tan conflictuado por balancear su vida personal y laboral y a la vez tan cómodo con ellas. Es a través de este vínculo, a lo largo del desarrollo de la cinta, que Tony pasa de niño a adolescente y con el tiempo evolucionará en el antihéroe que marcó la pantalla chica. La fuerza movilizadora es sin duda la química entre director y creador: Alan Taylor y David Chase saben lo que quieren, lo que buscan contar con Los Santos de la Mafia y se nota. Con el trasfondo histórico de los Disturbios de Newark de 1967 -disturbios raciales que causaron la muerte de 26 personas durante cuatro días de saqueos, enfrentamientos con la policía y destrucción de propiedades- se desencadena la situación. Es en este mundo donde vivieron y se forjaron los personajes que tanto atraparon a los fanáticos. James y Michael Gandolfini, padre e hijo. Dos generaciones, un mismo papel El elenco también es un punto a resaltar ya que cada uno de los actores brinda lo mejor de su talento, algunos mimetizándose pero sin copiar a las versiones interpretadas en la serie: Vera Farmiga se luce como la matriarca Livia Soprano (originalmente actuada por Nancy Marchand) y Ray Liotta sorprende en uno de los pocos papeles originales, pero el Tony Soprano de Michael Gandolfini es lo más esperado del film. El actor de 22 años interpreta el rol que originó su padre James Gandolfini, fallecido en 2013, y que sigue dando de qué hablar. Detalles como su caminar y alguna que otra muletilla demuestran los parecidos entre ambas generaciones, pero la interpretación es propia. Un lujo de ver en alguien que está dando sus primeros pasos en esta industria. Aquel Tony era un capo mafia hecho y derecho, éste recién empieza a madurar en el mundo, tal como Michael Corleone en El Padrino. Elenco original de Los Soprano (1999-2007) Hablar de Los Soprano es hablar sobre un programa que cambió la forma de ver televisión y puso a un canal como HBO en el mapa. Es el show que creó una mística, un universo y un final del cual se sigue debatiendo. Es obvio que el gancho de la película es el personaje de Gandolfini y quienes la vean será por esa razón, pero increíblemente también funciona aún sin saber sobre la serie. En resumen: quienes ya vieron Los Soprano querrán volver a verla y quienes no, este es un buen aliciente para empezar.
David Chase es el creador, guionista, autor y hasta director de algunos capítulos de Los Soprano, serie icónica y multipremiada que narra el universo de un núcleo muy singular de la mafia italiana en Estados Unidos, casi totalmente rodada en Nueva York. La serie comienza allá por los años 90, exactamente en el año 1999 y culmina en el 2007. Hoy con 76 años Chase es el generador de este filme que nos augura viajar a aquellos tiempos de Michael Gandolfini. Es una obviedad decir que hubo y aún hay, miles de miles de fans por todo el mundo, de seguidores, y de intelectuales cultores de esta serie genial por lo que la llegada de una precuela era algo, digamos, esperable para todos los que querían volver a respirar el aire Soprano. Esta precuela, Los santos de la mafia, nos promete ver el surgimiento de Tony Di Meo como el futuro gran capo mafia de la serie, desde su niñez hasta su juventud. Por lo que las expectativas del espectador son las de poder ser testigo de como Tony hará ese camino del héroe –con códigos morales invertidos– para dejarnos al final en la puerta que conduce al infierno de aquella narrativa serial que todos evocamos con nostalgia. Pero no es eso lo que ocurre, por el contrario, apenas se insinúan en unas pocas pinceladas los dones o dotes que Tony podrá desarrollar a futuro y el filme se centra más en los personajes que lo influenciarán en su vida, algunos que volveremos a ver, otros que solo serán parte de su historia fundante –como su tio Dick– y una madeja de sucesos que arman una narración con excesiva información, poco crescendo, algunos momentos de impacto por su filosa violencia y hasta algunos pasajes de humor negro. Aunque hay cuestiones narrativas o formales, hasta indirectos homenajes, que nos remiten a los clásicos del cine de gánsteres, el filme nunca llega a explotar climáticamente hablando y genera una cadena causal de sucesos más o menos tensos o intensos pero que no arriban a ningún territorio revelador. El relato se sitúa en Newark (New Jersey) durante los años 60 y 70. El gánster galán empátcio, Dickie Moltisanti, no explicaremos porque al inicio del filme ya hereda el reinado mafioso de su padre Aldo –nuestro amado Ray Liotta–. Dickie es el tío favorito del pequeño Tony, que en su etapa adolescente es encarnado por Michael, el hijo del mismísimo Gandolfini. Más allá del guiño de que este sea su hijo en la vida real, desempeña con eficiencia el papel de Tony joven en el filme. Retomando la trama, todo gira en torno a como Dickie será capaz de llevar en sus hombros el liderazgo que ha heredado de su padre y el enfrentamiento con la rebelión negra que se desarrolla en la ciudad, donde Harold será un personaje clave. Contar los ribetes y vericuetos enredados de la trama no solo seria spoiler, sino que atentaría con la más amable comprensión de la argumentalidad del filme. Lo menos feliz del caso de Los santos de la mafia es que tiene más estética televisiva que cinematográfica. Parece más un capitulo suelto de una nueva serie, con algo del recuerdo de Los soprano, que un filme con solvencia y autonomía propia.
Sobre los orígenes de Tony Soprano Como una variación espejada, que busca la raíz de los pecados del futuro, la precuela de la serie ofrece un relato de cementerio, ahogado y apasionante. De entre los muertos. Como el título de la obra célebre de la dupla Boileau-Narcejac, sobre la cual se basó Vértigo de Hitchcock. O como en el inicio magistral de Sunset Boulevard, de Billy Wilder, con la voz del muerto (William Holden) como guía del relato. Algo similar, de tinte noir y secreto enterrado, aflora durante los minutos iniciales, de cementerio, de Los santos de la mafia, precuela de Los Soprano: serie de David Chase que integra, paradigmática, lo que dio en llamarse y con justicia una época dorada (¿lejana?) de las series. Con Chase como guía, al amparo de la sombra enorme de Tony Soprano/James Gandolfini, este relato de muertos redivivos cruza voces fantasmales que harán foco en Christopher, aquel protegido de Tony que ahora, muerto como el Holden de Sunset Boulevard, ofrece sus palabras a quienes quieran oírlas. Un Virgilio que acompaña a las fauces del infierno. Con un nombre de matiz bíblico capaz de actualizar lo que fue. Al hacerlo, se rubrica de paso la credencial de Los Soprano como mito moderno. Si bien la historia de Christopher apela a la figura de Tony, para llegar a él deberá hacer el correspondiente rodeo. Un origen que la película encuentra en la figura de Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola), padre de Christopher, a su vez el tío por el cual Tony se siente atraído. En otras palabras, Los santos de la mafia es un fresco familiar desviado, de relaciones filiales torcidas, en donde la relación padre-hijo refleja en la del tío-sobrino. Un vínculo cuya genealogía (Tony/Christopher; Dickie/Tony) la precuela indaga, profundiza. Un relato especular, dirigido a sustentar un núcleo tan hondo como podrido. “Era el tío que nos llevaba a ver las películas que mamá no nos dejaba ver”, dirán de Dickie. Es decir, Dickie ya está muerto, tanto como lo está a lo largo de toda las temporadas de Los Soprano. Aquí se lo invoca y desde la voz de otro muerto, su hijo. Motivo por el cual, Los santos de la mafia recrudece como relato fantasmal. Acunado en la estela larga que Gandolfini/Soprano extiende y de tantas maneras, tan reales como metafóricas. Metafórica por vincularse con el universo simbólico de la serie, pero de un cariz tan cercano y vibrante como sólo puede ofrecerlo la imagen de un hijo. Cuando el actor adolescente Michael Gandolfini recrea las posturas de su padre, no sólo revive a Tony Soprano. Allí sucede algo que transgrede al relato y toca una metafísica. El cine es eso. Como se decía, un film fantasmal, que logra el retorno de los muertos. Y lo hace sin mediación digital, antes bien desde el hijo que reencuentra al padre por indagar en los orígenes de un mafioso de leyenda. Qué bárbaro. El juego de reflejos acentúa también en la relación de Dickie con su propio padre, que el gran Ray Liotta encarna de manera partida, como padre y como tío mellizo. Si con el padre la relación de Dickie es tortuosa, con el tío –que cumple arresto por asesinato– es otra: “eso no es jazz” le espeta a Dickie ante un disco de Al Hirt, le basta con Miles Davis, ¿para qué más? Entre los dos, el vínculo crece diferente. Por allí busca sus nudos sensibles Los santos de la mafia, en lazos familiares que cimentan un bienestar social que persista y se perpetúe en los que siguen, mientras crecen los barrios de esa ciudad de nombre Newark. Caótica y explotada. El film, de hecho, se sitúa (en parte) durante los disturbios raciales sucedidos allí en 1967, y ofrece un caldo de cultivo complejo en la relación entre italianos y afroamericanos. Aun cuando el lugar social para ambos sea el mismo, se miran con recelo. De lo que se trata, en última instancia, es de quién trabaja para quién. Y quién se acuesta con quién. Allí es donde entra la figura seductora de Giuseppina Moltisanti (Michela De Rossi), madre de Christopher. Ella sola ocupa un lugar de fricción y posesión que disputar. Su cuerpo es asumido como propiedad de los hombres de la familia, a la espera del mejor postor. A la par, la inmensa Vera Farmiga como la mamá de Tony, de gritos intempestivos y sin tiempo para algo así como la “felicidad”. Esa palabra que el hijo nunca asociaría con ella. Estoica, se sustrae al encanto de ciertas píldoras que le harían la vida más apacible, según recomendación médica. “No estoy loca”, repite. Todas y todos, engranajes indisociables de un concepto nuclear y sagrado; a saber, la familia. De manera genérica puede decirse que Los santos de la mafia es el anverso o el reverso, como más se quiera, de Los Soprano. Así como sucede cuando se desdobla, simétrica, una hoja. Si Tony aún no sabe quién será, los espectadores sí. Y lo que él ve a su alrededor es lo mismo que repetirá, como un fatum griego. En este sentido y no casualmente, hay una última directiva, notable y misteriosa, que Dickie recibe de su tío en prisión. Un mandato que implica dolor, porque sin esa orden –sin su obediencia– no habría Tony. Ahora bien, ¿cómo es que este tío de vida ciega, por carcelaria y presumiblemente tranquila, sabe tanto? Es él, justamente, quien dictamina el nacimiento del mesías. Él, entonces, el mentor invisible de este héroe fatal, Tony, quien en el plano último de la película se revela como la víctima consciente de un juramento. Lo que sigue, ya es historia.
Esta precuela de la clásica serie «Los Soprano» transcurre entre 1967 y 1971 y se centra en la relación del joven Tony Soprano con su tío, el gángster Dickie Moltisanti. Una de las características más llamativas de EL IRLANDES, la película de Martin Scorsese, una que fascinó a los críticos y probablemente haya alienado a cierta parte del público, era su tono oscuro y sombrío. A diferencia de BUENOS MUCHACHOS, y de buena parte de la mitología cinematográfica mafiosa, no parecía muy divertido ni apasionante ser miembro de la mafia o como quiera que se la llame. Más bien se trataba de un camino de ida, de un recorrido que tarde o temprano iba a generar dolor, infelicidad, vacío, abandono y silencio. Scorsese rondaba los 40 años cuando hizo aquel clásico de 1990 y había pasado la mitad de los 70 cuando dirigió esta más melancólica mirada a ese mismo universo. Se podría decir que algo similar ocurre con David Chase en el período que va de LOS SOPRANO a LOS SANTOS DE LA MAFIA. La primera serie, iniciada en 1999, ponía en evidencia todas las contradicciones, traiciones, zonas oscuras, patéticas y crueles de la mafia, pero era también una serie divertida, graciosa, repleta de personajes peculiares que uno amaba odiar o bien odiaba amar. La película –realizada con Chase promediando los 70– repite el esquema de Scorsese: es más grave, sombría, angustiante. Opera menos desde la fascinación de ser mafioso (lejos está de tener un momento a lo Ray Liotta en la primera parte de BUENOS MUCHACHOS, aunque tiene a Liotta y por partida doble) y más desde la temprana sabiduría de que todo lo que puede terminar mal, va a terminar mal. Es una tragedia desesperanzada que presenta, además, la fastidiosa ironía de ser una gran idea no del todo bien ejecutada. En principio, porque se trata de una precuela, formato que es siempre complicado de dar vida. ¿Por qué? Porque sus creadores, guionistas y directores saben –y los espectadores también– qué pasará con esos personajes y pueden mirarlos con la lupa del tiempo transcurrido, de sus futuras decisiones, cuestionables acciones y mortales errores. Pero los personajes no lo saben. O no lo deberían saber. La ironía de LOS SANTOS DE LA MAFIA es que, al darle ese tono sombrío a algo que transcurre en el marco de la juventud, la inocencia y los comienzos de muchos personajes que iremos a conocer ya más de grandes, la película impone sobre ellos una sabiduría que no deberían tener. La gravedad no debería estar en lo que pasa sino en la mirada de los que la cuentan. Y el film dirigido por Alan Taylor a veces confunde las dos cosas y se olvida que, al menos por un buen tiempo, el cine sobre la mafia debería ser también divertido. Hasta la propia EL IRLANDES se permitía un buen rato ser un desmadre de violencia. Eso, en algún punto, validaba la angustiosa hora final. No hay una mirada nostálgica sobre la inocencia perdida aquí. Hay, más bien, una mirada melancólica sobre ese pasado donde todo empezó a salir mal. La lógica es inapelable: aquello de que «todo tiempo pasado fue mejor» es un cliché que ya casi nadie acepta. ¿Quién sabe? Quizás nunca fue divertido ser parte de una organización criminal y el maduro Chase quiere que eso quede muy en claro. Pero también es cierto que hacer una película cuyos protagonistas son hombres de no más de 40, jóvenes y adolescentes en ese tono apesadumbrado es, al menos como propuesta comercial, bastante complicado. No estoy seguro que haya tanta gente que quiera ver el más boomer de los episodios de la saga. Toda esa melancolía podría estar explicada –o al menos justificada dramáticamente– por la voz en off de ultratumba que narra la película. No diremos quién es porque, bueno, es un fuerte spoiler para aquellos que no vieron la serie, o no la vieron completa. Pero sí sirve para transformar este cuento en una historia de traiciones, enfrentamientos íntimos, arranques de violencia desmesurados y esa angustia que corroía el alma de la serie desde el principio y que no hacía más que crecer y crecer con el paso de las temporadas. LOS SANTOS DE LA MAFIA tiene trama, convengamos, para hacer una o hasta más temporadas de una serie. Y quizás esa podría haber sido una mejor elección que la cinematográfica. Aquí hay demasiada historia, demasiados personajes y demasiadas ideas apretadas en dos horas valiosas pero que nunca terminan de fluir del todo bien. Corre el año 1967 cuando comienza la historia, pleno «verano del amor» pero en una versión un tanto distorsionada. Esa primera parte tendrá tres líneas narrativas paralelas. Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola, excelente), el padre de Christopher (uno de los personajes clave de la serie, encarnado allí por Michael Imperioli, que aquí solo aparece como bebé) y jefe de ese grupo mafioso de Newark perteneciente a la familia DiMeo, tendrá que lidiar por un lado con su propio padre, el impetuoso «Hollywood Dick» (Ray Liotta), que llega de Italia con una joven y bella esposa. El tipo la maltrata y la chica no hace más que cruzarse miradas con el siempre elegante y amable Dickie. Antes que mencionen la palabra Freud (o Shakespeare) les aviso que eso va a terminar mal. Por otro, la situación racial en el país y, específicamente en New Jersey, se vuelve violenta. Disturbios, saqueos, combates callejeros entre policías y la comunidad afroamericana se convierten en cosa de todos los días. Dickie vive su específico conflicto racial con Harold McBrayer (Leslie Odom Jr.), uno de los hombres que trabaja para él, un tipo que –entusiasmado con la ola Black Power que circula– siente que no tiene porqué seguir estando abajo de todo en la cadena alimenticia de la mafia. «Te tienen como el ‘negro de la casa‘», le dice un colega, de modo peyorativo, en referencia a los esclavos que solían ponerse del lado de los amos. Y eso lo subleva. Y decide disputarle el territorio a estos muchachitos que tienen siglos de traiciones encima. La tercera «pata» narrativa es el mundo pre-Soprano en general. La película recorre, va y viene por los distintos personajes que conoceremos más de 30 años después; niños, jóvenes y adolescentes que se convertirán en los conocidos Paulie, Silvio, «Big Pussy», Janice y, especialmente, en Anthony «Tony» Soprano. Este área del film es la más cercana al fan service (se nota por las risas en el cine quién reconoce una frase, un gesto, un chiste, una manera de moverse o peinarse) pero la película lo mantiene bastante bajo control. Incluye, además, a dos personajes que serán clave en toda la trama: Livia, la temible madre de Tony (una irreconocible Vera Farmiga, idéntica a Nancy Marchand) y el sinuoso «Tío Junior» (Corey Stoll). Y a algunos otros, como el padre de Tony (Jon Bernthal), que no llegarán a la serie salvo en flashbacks. Es demasiado material y Chase/Taylor van tratando de entrelazarlo de la mejor manera posible, algo que no siempre consiguen. En un momento –tras dos desgracias importantes– la trama salta a 1971 y recupera a los personajes un poco después. Pero los ejes siguen siendo los mismos: el romántico (la chica italiana se enredará demasiado en este mundo de hombres tóxicos), el racial y el familiar. En esa segunda parte la película pondrá más peso en la figura del adolescente Tony, interpretado ahí ya por Michael Gandolfini, hijo del recordado James Gandolfini. Pese a un look algo distinto, el chico es igual al personaje que interpretaba su padre en la serie: sus inflexiones vocales, su manera de moverse y de mirar, y hasta posee esos cuestionamientos y dualidades éticas que serán centrales en la vida de Tony en LOS SOPRANO. Y si bien LOS SANTOS DE LA MAFIA no es solo una película sobre «cómo este Tony se convirtió en ese otro Tony», ese elemento se volverá clave para encontrarle un destino común a su episódica trama. La fuerte relación de Tony con su adorado «tío Dickie» será la que lo marcará de por vida ya que las circunstancias lo irán llevando a depender y acercarse a él más que a sus propios padres. Al Tony adolescente le gusta un poco jugar a ser mafioso, pero también hay toda otra zona suya (como deportista, como amante de la música) que está ahí presente, esperando quizás un necesario estímulo, ese empujón que sus padres no parecen saber darle y que termina recayendo en su tío. Pero eso nunca sucederá y la enorme tragedia de la saga está encapsulada en cómo toda una compleja cadena de acontecimientos terminará llevando a Tony a ser quien finalmente fue. Es una película bella y amarga, por momentos desoladora y triste, que está menos preocupada en construir un thriller atractivo que en que sintamos, en todo momento, las consecuencias de los actos de esos hombres que pueden haber sido elegantes, seductores y hasta apasionados pero que no hicieron más que perpetuar una forma de vida que llevó a la violencia, a la destrucción de lazos y al dolor. Es una reflexión justa, certera y apropiada de un hombre como Chase que mira para atrás con melancólica amargura el mundo de ficción que construyó. Pero muy divertido, convengamos, no es. Y si el cine de género sigue funcionando cada vez más solo a partir del arrepentimiento y la culpa, me temo que pronto dejará de existir.
Catorce años pasaron desde aquel desconcertante desenlace de una de las series que, sin duda, marcó nuestra edad dorada televisiva. Creada por David Chase para HBO, Los Soprano supo cautivar al público y a la crítica especializada con una historia intensa, de combustión lenta y actuaciones agitadas, en donde se lucen recursos estilísticos puramente cinematográficos y una mirada fresca y humana sobre un tema tan trillado como la mafia. Dado semejante hito en la historia de la pantalla chica, era esperable que la moda de las precuelas, reboots y secuelas ad infinitum en algún momento atrapara también a este drama como sucedió en 2019 con la decepcionante película de Breaking Bad. En esta ocasión, se trata de una precuela bautizada como Los Santos de la Mafia (The Many Saints of Newark), que tiene como protagonista nada menos que al hijo del fallecido James Gandolfini, nuestro eterno Tony Soprano, y que se sitúa en pleno período cúlmine de la mafia italoamericana antes de su hora crepuscular. Bajo la dirección de Alan Taylor (Terminator Génesis) y un guion escrito en conjunto por Chase y Lawrence Konner (El Planeta de Los Simios), el film ofrece una suerte de historia de origen de Tony Soprano pero desplazando el protagonismo hacia quien fuera su mentor en la mitología de la serie. Hablamos de Dickie Moltisanti, padre de Christopher Moltisanti y uno de los capos de la familia criminal. No hay nada más lindo que la familia unida Los Santos de la Mafia nos transporta a la ciudad de Newark, en Nueva Jersey, a fines de los ’60 y principios de la década de 1970. Una época marcada por los crímenes raciales, los saqueos y los enfrentamientos entre diversos clanes mafiosos que tiñen de sangre las calles a plena luz del día. En medio de esta hecatombe, un joven Tony Soprano (Michael Gandolfini) crece enturbiado por las discusiones familiares, con un padre criminal (Jon Bernthal) ausente y condenado por la ley, y una madre (Vera Farmiga) con evidentes trastornos psiquiátricos. A pesar de ser un prometedor jugador de football, el clima tenso que vive en su hogar lo lleva a descuidar sus estudios y meterse en problemas, cometiendo sus primeros delitos en forma de travesuras adolescentes. El sendero sin rumbo que representa la vida de Tony parece hallar un halo de esperanza gracias a su gran admiración. Se trata de su tío, Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola), quien de alguna manera se muestra como una figura paternal, marcándole los límites y compartiendo con el joven salidas a eventos deportivos, como así también sus gustos por el cine y el rock. Sin embargo, Dicki está lejos de ser un modelo positivo aún en un contexto de violencia extrema naturalizada. Su ascenso en el mundo de la mafia se ve alterado por los mafiosos afroamericanos que buscan desplazar a sus jefes y la relación extramatrimonial que mantiene con la sensual novia italiana (Michela De Rossi) de su padre, el capo «Hollywood Dick» (Ray Liotta). Mientras intenta sin éxito controlar sus impulsos agresivos, en la ciudad la tensión entre los italoamericanos y los afroamericanos crece, conduciendo a una inevitable y brutal batalla criminal. La decisión, interesante y arriesgada, por parte de David Chase de salirse de la idea típica de película de origen y centrar el film en la figura de Dickie, se ve empañada por una historia genérica de gángsters que no bebe suficiente de aquella naturaleza imaginativa y fascinante que hizo grande a la serie de HBO. Si bien, resulta atractiva la forma en que la película nos presenta la vida de Dickie y se introduce en su psicología logrando un fuerte paralelismo con el Tony Soprano de James Gandolfini, no está a la altura de lo que cualquier admirador de Los Soprano podría esperar. El humor negro y la violencia se mantienen firmes de la mano en esta precuela, aunque no tiene el mismo encanto. En cuanto a la exploración de la moralidad y la humanización de las miserias, otro de los rasgos característicos de la ficción televisiva, encuentra aquí cierto equivalente en las charlas que Dickie mantiene con su tío cuando lo va a visitar a la cárcel. Conversaciones que, por supuesto, lejos están de esos ida y vuelta memorables entre la doctora Melfi y Tony. Por otro lado, si bien Nivola hace un retrato sobresaliente de un impulsivo gángster en crisis y Gandolfini hijo emociona con sus pequeñas apariciones, tenemos a personajes como las versiones jóvenes de Silvio y Paulie, que parecen solo una caricatura simpática de lo que fueron. Ni hablar de Livia Soprano, tal vez uno de los roles más desaprovechados. Dado su talento, está claro que Vera Farmiga podría haber hecho una performance de matriarca manipuladora y autoritaria destacable como la que supo regalar en vida Nancy Marchand. Lamentablemente, su personaje parece haber sido escrito basándose en la personalidad insufrible y autocomplaciente de Carmela, que poco tiene que ver con Livia. Resulta comprensible que, ante la necesidad de despegarse de su pasado televisivo, Chase abogara en Los Santos de la Mafia por narrar una historia diferente y seductora que no estuviera directamente centrada en Tony y permitiera el visionado de un público ajeno a la serie. Sin embargo, el resultado termina siendo un film que no conforma a ninguno de los dos espectadores: ni al de Los Soprano, que espera la misma riqueza narrativa, ni al que busca un relato criminal que se salga del molde.
Precuela de “Los Soprano”, emitida entre 1999 y 2005, “Los Santos de la Mafia” nos trae los orígenes de un gángster modélico. Catorce años después, el guionista y creador, David Chase firma el guión de la presente película en compañía de Lawrence Konner. Preámbulo de la célebre obra de culto, el film, con dirección de Alan Taylor, nos atrae mediante su lograda y potente óptica un hito memorable de la pantalla chica. Observamos la formación de un líder en calles nevadas de sangre. En la piel del joven Tony Soprano se encuentra Michael Gandolfini, hijo de James Gandolfini, icónico intérprete fallecido en 2013. La remisión a eventos que se dan por sentado nos confirma que se trata el film de un producto enfocado a fanáticos de la serie. El odio racial, las revueltas sociales y la lucha territorial sazonan el relato. Uno que conforma su identidad a través del crudo muestrario acerca de quienes dominan las calles de Newark, New Jersey. En “Los Santos de la Mafia”, la violencia es regla de negocio para héroes y villanos, tan fatales como falibles. Existen patrones típicos de atracos, alianzas y traiciones perpetradas por el crimen organizado, que elevan al carácter de caricatura la exploración profana llevada a cabo por el cine de Martin Scorsese, en films como “Buenos Muchachos” (1990), “Casino” (1995) y “El Irlandés” (2019). La iconografía del cine de mafiosos, que proliferara en Hollywood, mayormente durante los años ’70 y ’80, gracias a crudos retratos llevados a cabo por Francis Ford Coppola y Brian de Palma, inspira a la presente propuesta. Una puesta en escena y recreación de época inobjetables colaboran al disfrute de la propuesta. La puerta abierta a una futura película, como deducida bisagra a la temporalidad intermedia existente entre el film y la serie, nos indica que la balacera recién ha comenzado
"En la mafia y en el amor, todo vale" Después de más de una década desde el programa televisivo Los Soprano, ha llegado a los cines la película Los santos de la mafia, la cual es presentada como una precuela de la exitosa serie. Por Denise Pieniazek Los santos de la mafia (The Many Saints of Newark, 2021) se inscribe temporalmente en tiempos previos a los narrados en la serie televisiva Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007) que duró seis temporadas. En ella el jefe de la mafia Tony Soprano era interpretado por James Gandolfini, quien falleció prematuramente en el 2013, su hijo Michael Gandolfini es quien interpreta a Tony de joven en la película, lo cual es un acierto porque posee un gran parecido físico con su padre. Mientras que la serie era ambientada en los años ´90, la película inicia en 1967, incluyendo el contexto político norteamericano como los acontecimientos de la guerra de Vietnam, el black power y la Ley RICO. Los santos de la mafia por supuesto apunta a cooptar a los fanáticos de la serie, pero también es comprensible para quienes no hayan visto el programa previamente, salvo por las escenas que funcionan como comic relief (elemento cómico utilizado para distender la tensión) con guiños hacia los personajes de la serie como Paulie y Silvio. Asimismo, el relato inicia con la voz de Christopher Moltisanti, el “sobrino” de Tony Soprano, quien fue asesinado hacia el final de la serie. Es decir, que la narración es desde la voz over de un muerto, específicamente desde el encuadre de su tumba porque “los muertos hablan”, algo similar al innovador recurso de la obra maestra El ocaso de una vida (Sunset Blvd., 1950). David Chase, el creador y coguionista del filme, junto con Lawrence Konner, decidieron que sea Christopher quien narre la historia de su padre y jefe de la mafia, Dickie Moltisanti, explicando los orígenes de su familia que a pesar de poseer un apellido religioso parece ser una estripe maldita. Aunque el adelanto de la película parecía anunciar que se trataría de los inicios de Tony en la mafia, es más bien la historia de Dickie, su “tío postizo”, el protagonista de la acción. Tan solo su desenlace es la promesa de los inicios del Tony adolescente incursionando en la mafia, que dejará expectante al público. Si bien Dickie -interpretado con carisma y convicción por Alessandro Nivola- no genera la misma empatía que Tony en la serie (ese líder de la mafia con ataques de pánico que debía recurrir a la terapia psicológica) su personalidad es lo suficientemente inquietante como para mantener intrigado al espectador. Incluso aunque Dickie realice actos moralmente repudiables, no podremos detestarlo completamente. El ideal que conecta la serie y este largometraje que explica los orígenes de lo putrefacto de dicha familia líder de la mafia italiana instalada en Newark, New Jersey, parece poder resumirse en la premisa popular “en la mafia y en el amor, todo vale”, porque parece que de la lealtad a la traición hay un solo paso. Asimismo, como le expresa el personaje del tío Sally (Ray Liotta) a Dickie: “Quizás algunas de las cosas que haces no son las favoritas de Dios”. Y aquí al igual que la serie, la película pone el acento sobre los personajes moralmente ambiguos, no son personajes superfluos, poseen un devenir en crescendo, lo que dota también a Los santos de la mafia de realismo. En esa misma línea de dicotomías y ambigüedades es que el actor Ray Liotta interpreta a dos personajes que parecen ser dos caras de una misma moneda. Al inicio compone al repudiable jefe de la mafia y padre de Dickie, Aldo, un descendiente de italianos fascista, machista, que incluso que golpeaba a su hijo de pequeño. Posteriormente, en contraposición Liotta interpreta a su hermano Sally, a quien Dickie visita en la cárcel. Porque no sólo Sally cumple su condena legal, sino que ha atravesado todo un camino espiritual de arrepentimiento y sabiduría. Por esa misma razón, podría decirse que es el personaje delegado de la obra, es decir, el encargado de impartir la tesis social y de poner en juicio los “ideales” de la mafia como ha expresado a través de la frase citada al inicio de este párrafo. Y a su vez, en este juego de la figura del doble, ambos matices interpretados por el mismo actor no son inocentes, el texto estrella de Ray Liotta (nacido en Newark) y su emblemático personaje Henry Hill, del maravilloso filme de Scorsese Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) convive en pantalla constantemente desde la memoria del espectador. Incluso hay una secuencia que no se describirá para evitar el spoiler, que remite a la escena del baúl y su alarmante iluminación rojiza. Por último, en cuanto a las cuestiones ideológicas esbozadas en Los santos de la mafia, un aspecto interesante es mostrar el cambio generacional en los ideales de los lideres de la mafia. Aunque al parecer cierta misoginia y racismo se mantienen, habría que ver que sucede con eso en una generación posterior a Tony. En dicho sentido, hay que destacar que su creador, David Chase siempre se preocupó por mostrar de forma crítica el lado machista de los hombres de la mafia, tanto con sus esposas, como con sus amantes, esto también estaba muy presente en la serie. En contraposición, es interesante que la representación de estos lideres de la mafia, oscile entra la masculinidad y la coquetería, proponiendo también otro modelo de hombría. En conclusión, Los santos de la mafia posee la intención de representar no a Tony, sino a quien tuvo la mayor influencia en su personalidad y cualidades de liderazgo. Porque como expresa uno de los slogans publicitarios de la película “Las leyendas no nacen, se hacen”. Su realizador, Alan Taylor, quien además dirigió nueve episodios de la serie, logra entregar al espectador una narración digna y entretenida, pero que no es la mejor dentro del género que desde hace años brinda excelencia. Sin embargo, la película posee un sobresaliente y carismático elenco, en donde cada personaje se destaca tanto por su physique du rol como por su calidad actoral, otorgando profundidad y solidez al relato.