El realizador español, responsable de films como "Dolor y Gloria" (2019), "La piel que habito" (2011), "Todo sobre mi madre" (1999), entre tantas otras, vuelve a la pantalla grande y al streaming, con "Madres Paralelas", ya que si bien a partir de mañana el film se podrá ver en cines, también llegará a Netflix el 18 de febrero de manera masiva. La cinta se centra en dos mujeres que coinciden en una habitación de hospital donde van a dar a luz. Ambas están solteras y quedaron embarazadas por accidente. Janis (Penélope Cruz) tiene 40 años y ve en este hecho una oportunidad para emprender un nuevo camino en su vida, mientras que Ana (Milena Smit), una adolescente, está asustada y arrepentida por lo que ha pasado. Esa situación compartida las llevará a construir un vínculo rápido e intenso, que afectará a sus días de forma determinante. Al igual que en la mayoría de su filmografía, Pedro Almodóvar logra construir un universo femenino totalmente atractivo. Como bien lo indica su título, la película ahonda en el tema de la maternidad, no solo a través de sus protagonistas, que tienen distintas concepciones de su significado y que a pesar de sus diversas reacciones se pusieron al hombro la crianza de sus niñas, sino también mediante personajes secundarios. Por ejemplo, nos encontramos con la mamá de Ana (interpretada por Aitana Sánchez Guijón), una mujer que desearía haber priorizado su carrera por sobre su rol de madre. De esta manera, se cuestiona de forma directa ese pensamiento arcaico de que la mujer debe dedicarse solamente a sus hijos, reivindicando la necesidad o importancia de que pueda realizarse en el mundo profesional y llevar adelante sus sueños a la par de la maternidad. Si bien tiene algunos giros predecibles que se pueden ver desde el inicio del film, estos no solo están ejecutados de manera adecuada, impactando de todas maneras al espectador, sino que también nos ofrece varias sorpresas agregadas. Pero más allá de eso, la historia busca indagar en las familias (de sangre o de la vida) y en la dinámica y relación que se va forjando entre estas dos mujeres tan disímiles pero que comparten vivencias. Entre ellas existe una cierta atracción pero también una tensión latente en el ambiente. Debemos destacar las buenas actuaciones de Penélope Cruz, habitué del director, y Milena Smit («No Matarás»), quienes nos ofrecen una química muy lograda entre sí. A pesar de la diferencia de edad, de miradas sobre la vida y experiencias, se complementan muy bien. Componen a dos personajes muy humanos, que nos permiten ponernos en sus zapatos y reflexionar sobre qué haríamos nosotros en su lugar, exponiendo a las protagonistas a tomar decisiones difíciles en circunstancias complejas, donde nada es blanco o negro. Por otro lado, también existe un paralelismo entre el pasado y el presente/futuro de la historia, que se ahonda de manera interesante, donde se reviven viejas heridas para hablar sobre temas en común. Sin embargo, por momentos el traer los recuerdos a la actualidad se siente un poco forzado. Cuando estamos metidos en la trama de las dos mujeres, vuelve a aparecer de manera un poco abrupta. Con respecto a los aspectos técnicos, la película es visualmente imponente. Cada cuadro está perfectamente pensado para generar sensaciones en el público y darle una estética particular a la historia. Durante todo el film predominan diversos colores, como el amarillo y el rojo, que se destacan tanto en la escenografía, como en el vestuario y la utilización de distintos objetos. En síntesis, Pedro Almodóvar construye en «Madres Paralelas» un relato honesto que atrapa por el vínculo construido entre dos mujeres muy diferentes, donde la química, la tensión y la atracción se hacen presentes en todo momento. Buenas actuaciones del elenco, una utilización imponente de los colores y unos giros que, si bien algunos se pueden prever con anterioridad, le agregan impacto y sorpresa a la historia.
Buena parte del cine de Pedro Almodovar se monta sobre el melodrama y Madres paralelas no es la excepción, aunque se distingue por abordar sin dobleces la historia reciente de España. Janis (Penélope Cruz, en el rol con el que ganó como Mejor Actriz en el Festival de Venecia) y Ana (Milena Smit) se conocen en un hospital poco antes de que ambas den a luz. Una transita la mediana edad mientras que la otra es apenas una adolescente asustada que no quiere ser mamá. Con sus hijas ya en brazos, ambas se separan con la promesa de volver a encontrarse. Antes de que todo eso ocurra se la ve a Janis tratando de encontrar ayuda para que se abra una fosa común en las afueras de su pueblo con los restos de republicanos asesinados por falangistas en la guerra civil, entre los que se encuentran su propio bisabuelo. La maternidad de las protagonistas y la búsqueda de Janis, que desde Madrid intenta echar luz sobre un episodio cruento ocurrido hace décadas al que nadie parece importarle, le sirven a Almodóvar para hablar nada menos que de la identidad de la sociedad española, que a diferencia de lo que pasó en la Argentina y otros lugares de Latinoamérica, aún no abordó en profundidad las atrocidades de la dictadura que sufrió su país durante 36 años de la mano del franquismo. Madres paralelas es una precisa máquina de contar a través de numerosas elipsis, recursos argumentales complejos y giros inesperados que propone y apela a la toma de conciencia y a alumbrar zonas oscuras, el silencio y el desinterés sobre la historia reciente de España. Pero si el relato se va construyendo con una exactitud abrumadora, la emoción juega un papel central en la obra del realizador manchego y su última película no es la excepción. Más bien todo lo contrario: Madres paralelas es tal vez la película más emocionante y reflexiva de toda su filmografía. Porque a pesar de las dificultades que deben atravesar, las protagonistas construyen un lazo casi sanguíneo superando barreras generacionales y maneras de ver el mundo; esa construcción no puede ser ajena a la construcción colectiva que no termina de abordar la sociedad en su conjunto para cerrar las heridas abiertas durante décadas. La historia avanza, se van acomodando algunas líneas del relato y todo concluye con ese pueblo aparentemente intrascendente, como tantos otros, pero con mujeres que marchan con fotos en el pecho de sus seres queridos -cualquier similitud con la lucha de los Derechos Humanos en América Latina no es para nada casual-. Allí, cuando comienzan las excavaciones y termina la película, el dolor también es reparación. Reseña publicada por el autor en Télam en oportunidad de la cobertura de la 36 edición del Festival de Mar del Plata (2021).
“Madres paralelas” de Pedro Almodóvar. Como no podía ser de otra manera el 36° Festival internacional de Cine de Mar del Plata cierra con una película de un gran autor. Director cuyo apellido ya define y describe la película, que además influenció e hizo escuela para cientos de otros cineastas. Cortesía de Netflix, “Madres paralelas” de Pedro Almodóvar pone el broche de oro para la culminación de este festival. Con la estética y dialéctica que lo caracteriza, Almodóvar reflexiona sobre la maternidad y la memoria de las naciones en un mismo audiovisual. A punto de dar a luz, Janis y Ana se cruzan en la misma habitación del hospital. Aquellos momentos compartidos, sellados por la maternidad en simultáneo, crearán entre ellas un fuerte vínculo. El azar se manifiesta en sucesos propios de un culebrón de la tarde televisiva, los cuales el director maneja de manera experta para desarrollar y complejizar el vínculo de sus personajes. Podemos separar la película en dos partes. La primera, la que da inicio y cierre a todo, es cuando Janis conoce a un antropólogo forense al que le pide ayuda para exhumar una fosa que guarda los restos no reconocidos de su bisabuelo. Suceso proveniente de los primeros días de la guerra civil española y que busca recuperar la memoria perdida del pueblo en que nació el personaje de Penélope Cruz. Similar a la tarea que realizan muchos antropólogos aquí en Argentina en pos de recuperar los restos de los desaparecidos durante el último golpe cívico-militar. En medio de aquello tenemos una trama puramente almodoveriana, donde dos madres entrecruzan sus vidas entre sí. Cada una de ellas pertenece a un rango etario diferente, madres solteras y poseen puntos de vista opuestos sobre sus embarazos. Terminarán por ser amigas, o algo más, mientras buscan resolver la problemática casi irrisoria que las acompleja. Como siempre Almodóvar mantiene un nivel técnico y narrativo superlativo. Dejando en claro cómo y porqué recibe el prestigio que tiene. En “Madres Paralelas” además se observan fuertes declaraciones políticas sobre la recuperación de la memoria perdida. Sumada su sentencia sobre la maternidad, que la misma supera la genética. Pronto llegará a la plataforma de streaming Netflix para que todos puedan disfrutar de esta gran obra. Calificación.
Memoria e identidad en el film de Almodóvar La nueva película del director español vincula la historia de búsqueda de identidad de dos madres con la memoria histórica de su país. Pedro Almodóvar viene transitando una notable madurez como artista en sus últimos films, que denotan un interés particular del realizador de Dolor y gloria (2019) por los grandes temas de coyuntura política. Pedro es inteligente, no desestima su propuesta estética ni temática para hacerlo, la utiliza como un recurso en pos de ello. Janis (Penélope Cruz) investiga el origen de su familia cuyos restos se encuentran perdidos desde tiempos del franquismo. Un día conoce a Arturo (Israel Elejalde), un arqueólogo en busca de restos con quien mantiene un apasionado romance. El deseo y el trabajo no van por líneas paralelas para Almodóvar, sino que se entrecruzan de manera inevitable. Producto del vínculo amoroso con Arturo Janis queda embarazada y decide tener a su hija en soledad ante la negativa de su amante. En la clínica conoce a Ana (Milena Smit), una adolescente también embarazada con quien comparte experiencias de parto. Tiempo después el destino vuelve a cruzar a las madres solteras en más de un sentido (identitario, amoroso). La verdad en términos de melodrama, pero también de justicia histórica, será la clave del relato. Almodóvar levanta la bandera de memoria, verdad y justicia en su propia ley. Un melodrama de mujeres (solas, luchadoras, solitarias) con la pasión y el deseo característicos de su cine. El conflicto se da por una mentira sostenida en el tiempo que esconde la identidad verdadera de las protagonistas. Con maestría Madres paralelas (2021) da un giro sorpresivo al articular esta historia mínima con la historia con mayúsculas. De la identidad de género y la identidad sexual, pasamos a la identidad en términos constitutivos. La subtrama de las excavaciones de los cuerpos de la Guerra Civil española reaparece sobre el final con una fuerza inusual y golpea al espectador desprevenido. “Ya es hora de que te enteres en qué país vives” dice Janis a Ana, como quien busca despertar a otro de un largo sueño. Vale presentar atención al uso del color rojo, elemento recurrente del realizador (quién es la mujer que porta el rojo en cada momento de la trama) o la necesidad de reafirmar ideas una y otra vez, como si necesitase dejar en claro el mensaje a un público adolescente que desconoce su pasado, o a un habitual espectador de plataformas (la película es co-producida por Netflix) que mantiene un nivel superficial de atención. Almodóvar da un paso más como artista, bucea en las zonas oscuras de su país sin renunciar a su estética y temática recurrente. Con la liviandad de la atracción sexual como anzuelo ingresamos en una historia con la apariencia de una comedia de enredos para, una vez relajados, sorprendernos con su mensaje de recuperación de la identidad. Una identidad que subyace a esta y todas las demás historias de su país.
Almodóvar en modo malabarista El realizador manchego parte de una historia conmovedora y se propone una recuperación de la memoria histórica de su país, pero la concurrencia de historias no llega a formar un todo homogéneo. Tiempo atrás, Pedro Almodóvar quedó impactado por una historia que le llegó por vía oral. Poco después de la guerra civil, un grupo de falangistas llegó una noche a una casa de pueblo donde vivía un maestro republicano junto a su esposa e hijas. Se llevaron al padre, para cumplir una tarea horrorosa: cavar la fosa en la que serían enterrados él y varios de sus compañeros. Lo devolvieron a su casa a la mañana siguiente, el hombre estaba íntimamente destruido, partió y nunca más se supo de él, quedando su familia, como es de suponer, quebrada para siempre. Esa historia, como es lógico, conmocionó al autor de Todo sobre mi madre, pero en lugar de escribir un guion que la desarrollara decidió sumarla al guion de la que sería su próxima película, como si los guiones pudieran construirse como Tetris. “Le puse como abuela (a la hija de aquel hombre) al personaje de Penélope Cruz”, declaró más tarde. En esa suerte de arte del pegado practicado sobre el guion de su film Nº 26 (contando cortos y largos desde su primer largometraje) debe leerse la razón por la cual las historias de Madres paralelas, tal como el título indica involuntariamente, no logran concurrir entre sí, quedando más bien como retazos o embriones de historias posibles. Ordenando un poco las cosas, hay una fotógrafa, Janis (Penélope Cruz, en su sexta reunión con el nativo de Calzada de Calatrava) a quien le encomiendan tomar como modelo a un hombre llamado Arturo (Israel Elejalde), para una próxima nota. El hombre resulta ser miembro del equivalente hispano del Equipo de Antropología Forense, cuya tarea no es tan bien vista como aquí. Ochenta y seis años más tarde la sociedad española sigue dividida, y buena parte de ella no tiene el mínimo deseo de que las tumbas de la Guerra Civil vuelvan a ser abiertas, como heridas que no suturaron. Janis y Arturo hacen el amor esa misma noche, y poco más tarde a ella el test de embarazo le da positivo. Está resuelta a tener a su hijo, por más que Antonio le cuente que está casado, y no está resuelto a hacerse cargo del niño o niña. En la clínica Janis conoce a Ana (Milena Smit), quien está de tantos meses como ella. Aquí debe hacerse un alto, en tanto el realizador manchego practica un malabarismo de historias y temas a desplegar, que incluyen uno de los tópicos más remanidos del folletín, del siglo XVIII para acá, una fábula de sororidad, una historia de abuso en manada, una madre tan egocéntrica como el cliché de toda actriz veterana indica (Aitana Sánchez-Gijón), la historia del linaje femenino de una familia, la aparición de Rossy de Palma en su carácter de amiga de la casa… y la exhumación del cadáver del bisabuelo, en una escena dirigida a recordarle a España toda, no sin ahorrar declamaciones literales, que sus placares rebosan de cadáveres. Como es lógico ante tantas historias paralelas, resulta imposible encontrar uno o dos núcleos dramáticos que las aúnen. ¿La bravura de una madre, un bebé que pasa de una madre a otra, la puesta en escena, crudamente física, de la frase bíblica “parirás con dolor”, la fluencia de la amistad entre dos mujeres, su breve período como pareja, la idea de que una pareja del mismo sexo puede tener problemas muy semejantes de los de la pareja heterosexual tradicional, el abandono de los padres ante las necesidades más elementales de los hijos, finalmente la recuperación de la memoria histórica por parte de un país que se niega a revisar un pasado que lo agrieta? Lógicamente que toda la parte final es altamente emotiva, el problema es con qué clase de compromiso dramático y temático se llega hasta ahí. Es inevitable, después de la versión frivolísima y ultra chic de la conmovedora La voz humana, el cortometraje que Almodóvar estrenó el año pasado en Venecia, pensar que el realizador de La flor de mi deseo cayó de pronto en la cuenta de que España es algo más que Balenciaga, Louis Vouitton y Tom Ford, y haya querido decir todo lo que le despertó esa otra España, sin tomarse el tiempo necesario para elaborarlo y cohesionarlo. ¿Que su película puede colaborar con la recuperación de la memoria que su país se resiste a encarar? Sin duda, pero en términos de construcción de un sentido propio, el Almodóvar de Madres paralelas queda en deuda.
Una fotografía de un pueblo, tomada desde sus afueras. En un campo, para ser más precisos, rodeado de unos árboles que están floreciendo. Una imagen luminosa, colorida, cuidadosamente encuadrada; una combinación que debería despertar un fuerte sentimiento de calma… pero que, no obstante, también agita. De repente, alguien activa el zoom y dirige nuestra mirada hacia la tierra. Hacia un suelo bajo en el cual se esconden secretos, vergüenzas, terrores y heridas que aún no han podido sanar. Aquí, en realidad, hay gente enterrada. Mal enterrada, debe aclararse. Salimos de la imagen y descubrimos que estamos en Madrid, en el año 2016, o sea, que Mariano Rajoy aún no ha tenido que abandonar la presidencia del Gobierno de España a causa de los incontables casos de corrupción en los que se ahoga su partido. Pero esta historia no trata sobre los escándalos del presente (por mucho que, en una de las primeras escenas, un personaje clame literalmente al cielo por las nulas partidas de dinero público destinadas a indagar en la memoria histórica), sino que intenta poner orden en el pasado para iluminar ese futuro en el que vamos a tener que convivir. En algún momento de Madres paralelas la narración mezcla los tiempos. Janis, coprotagonista de esta historia, se maquilla delante de un espejo, en una escena lo suficientemente larga como para que nos dé tiempo a apreciar el rojo intenso del jersey que lleva puesto. Entonces alguien llama a la puerta, y ella se va, pero cuando está en el pasillo, viste de azul. No por un error de raccord, sino porque la acción ha decidido recular un par de años, hasta el momento preciso en que Janis se disponía a recibir a alguien en su departamento. A través de un guion rico en giros argumentales abruptos y de un montaje con predilección por la elipsis, Almodóvar entrelaza líneas temporales, pero sobre todo retuerce esos lazos de sangre con los que se construyen (o más bien se construían) las familias. Ahora Janis está en el hospital porque está a punto de dar a luz, y allí mismo, antes de entrar en el quirófano, conoce a Ana, quien se encuentra en la misma situación. La primera, esto sí, tiene 40 años; la segunda, es menor de edad. A las puertas de la maternidad (sin padre a la vista), surge la hermandad; un vínculo inter-generacional irrompible. Con ello, Almodóvar habla del origen de la vida, claro, pero también de su fin. Y, con esto, capta los azares con los que el destino expresa su voluntad, pero por encima de todo incide en el factor humano que puede poner orden entre tanto -cruel- capricho. A pesar de todas las lágrimas vertidas a lo largo de esta función, queda siempre el regusto de una bondad que calienta, que reconforta y que, ahora sí, tranquiliza. Dicha sensación es omnipresente y empieza a calar a través de un estilo cinematográfico que desde hace ya mucho tiempo se encuentra en un estado de madurez exquisito. El director manchego se reivindica una vez más como maestro (de orquesta) absoluto en su impagable labor de coordinación de todas las piezas que tiene a su disposición. Porque nadie sabe jugar mejor con las partituras de Alberto Iglesias, nadie sabe exprimir como él la paleta de colores de José Luis Alcaine, y por supuesto, no hay nadie que se entienda mejor con Penélope Cruz, ni con Rossy de Palma, ni seguramente con Milena Smit. Niñas, chicas, señoras, madres, artistas, cocineras, editoras… mujeres. El universo femenino almodovariano sigue cargándose de buenas razones, aparte de la siempre esperable sensibilidad afinada en la escritura de personajes y de la excelsa dirección de actrices. Un pendiente, un vestido, un interior en el que la abundante cantidad detalles no carga a la vista (al contrario), un plano cenital de un teclado de ordenador, unos fogones que huelen al aceite con el que se han preparado croquetas y una jugosa tortilla de patatas, un “adiós” que se pronuncia justo antes de un fundido a negro… que nos permite a nosotros despedirnos de la escena en la que nos encontramos. Todo se traduce en fiesta para los sentidos; en una celebración del buen gusto fílmico. Pero es que, además, Almodóvar nos invita a ir más allá de esta extremadamente placentera superficie. Hay que cavar muy hondo en el suelo para llegar a la verdad, para entender el por qué de esa mirada turbia, o de esa contestación aparentemente fuera de tono. La historia de Madres paralelas avanza decididamente hacia la resolución de las dudas y conflictos que va encontrando por el camino. Almodóvar consigue superar estos obstáculos pronunciándose con valentía en temas (de la esfera política y social) que, desgraciadamente, llaman a la polarización. Pero cada alegato lo hace para buscar a lo mejor no el consenso, pero sí la concordia. Del mismo modo, el melodrama íntimo se abraza con la tragedia nacional. Y es bello y doloroso al mismo tiempo. Mucho. Como debe ser.
En 1989, Pedro Almodóvar le dijo a la revista francesa París Match que estaba empeñado en evitar cualquier recuerdo del franquismo a través de sus películas. Era una reacción extrema que simbolizaba la dificultad para enfrentarse con un pasado doloroso en una época marcada por la felicidad y la catarsis provocadas por la recuperación de la democracia en su país: los años del destape. Pasó el tiempo y finalmente el tema emergió de la profundidad de su conciencia. Sensibilizado por la discusión sobre la búsqueda y apertura de las fosas comunes e individuales con restos de las víctimas de la represión (cerca de 100 mil personas, según los cálculos oficiales), Almodóvar se anima ahora a abordarlo y paga las consecuencias de su atrevimiento: la recaudación de Madres paralelas está lejos de las que obtuvieron sus films más taquilleros, aun cuando las críticas fueron mayormente elogiosas e incluso la película ha sido estrenada, y muy celebrada, en Inglaterra, Estados Unidos y Francia. Las madres paralelas del título son Janis (Penélope Cruz) y Ana (Milena Smit), dos mujeres solteras que comparten habitación en una maternidad. Una anda por los cuarenta, es bisnieta de un desaparecido en la Guerra Civil y creció con su abuela, que siempre mantuvo viva la memoria de su padre asesinado. La otra acaba de abandonar la adolescencia y es hija de un matrimonio que desprecia a la política y no se arrepiente. La primera quedó embarazada durante una relación con un antropólogo forense que estaba en pleno auge, y la segunda fue violada. Dos situaciones radicalmente distintas entrelazadas gracias a esa reconocida capacidad que tiene el veterano director español para urdir tramas con prodigiosas casualidades. Es un planteo argumental barroco y estridente que Douglas Sirk o Fassbinder, referentes inequívocos de Almodóvar, hubiesen aprobado. Y está íntimamente vinculado con una convicción que ya marcaba su largometraje anterior, Dolor y gloria (2019): para construir un futuro más sano es mejor desenterrar los secretos traumáticos y enfrentarlos. Más allá de aquella declaración de fines de los ochenta en la que justificaba su necesidad de evasión, Almodóvar evocó más de una vez el oscuro pasado político de su país a lo largo de su carrera, con mayor o menor énfasis: basta con pensar en el policía violador de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, los exiliados republicanos de Tacones lejanos, la voz del secretario del Consejo de Ministros de la dictadura de Franco, Manuel Fraga, decretando el estado de excepción en el inicio de Carne trémula, o la aguda crítica a la complicidad del catolicismo con el régimen autoritario que se mantuvo treinta y seis años en el poder en España en La mala educación. Pero esta vez lo hace a través de una historia sin villanos explícitos -más allá de una alusión puntual a los obstáculos que el gobierno de Mariano Rajoy interpuso al desarrollo de una política de memoria histórica en España-, con personajes que sufren pero también gozan o se redimen en el marco de un mundo pintado con esos colores chillones que suelen caracterizar a su paleta personal. Estrenado en el Festival de Venecia, donde ya se lo había distinguido con el León de Oro honorífico en 2019 y también había presentado un año más tarde su cortometraje La voz humana (adaptación de un monólogo de Jean Cocteau protagonizado por la inglesa Tilda Swinton), este melodrama intenso y cargado de juegos con el tiempo logra que los vaivenes emocionales -combustible principal del género- no opaquen el contenido político de la historia, reflejado en también en la propulsión de una feminidad libre y heterogénea. Y encuentra en el fabuloso trabajo de Penélope Cruz una de sus fortalezas más notorias: capaz de irradiar dramatismo, compromiso y calidez con la misma potencia, esta actriz insustituible dentro del clan de chicas Almodóvar compone uno de los mejores papeles de su extensa carrera, propiciando la identificación inmediata gracias a una energía arrolladora impulsada por el amor, la valentía y la sororidad con la que conecta virtuosamente los dramas del pasado con las demandas del presente. Es la heroína necesaria que Almodóvar forjó para su flamante manifiesto contemporáneo, justo cuando los fantasmas ominosos de tiempos que parecían definitivamente superados regresan una vez más, encarnados ahora en el discurso retrógrado y reaccionario de Vox.
“Madres paralelas”, el nuevo film de Pedro Almodóvar que se estrena hoy en cines y en poco más subirá a Netflix, es un melodrama con un giro inesperado. Pero, a diferencia del lugar común, tan inesperado es ese giro que hasta parece sorprender al propio director, embarcado a esa altura en contar una película distinta de la que había empezado. Dicho de otra forma, además de dos madres paralelas aquí hay dos películas paralelas y el problema es que, como nos enseñó la geometría, las paralelas no se tocan. Eso es una lástima porque esa primera película, el melodrama puro sobre dos mujeres que dan a luz el mismo día y que comparten la misma habitación en la clínica, prometía un desarrollo ejemplar, dramáticamente perfecto, y narrado de tal forma que el espectador hasta podía adivinar qué pensaba cada personaje en cada situación límite, que son muchas. Y lo que pensaban, y lo que confirmaba luego el argumento, solían ser cosas a veces horrorosas. Tan cautivante es esa parte del film que es una pena revelar (o “spoilear”) su trama, como se viene haciendo en gran parte de la prensa desde que se estrenó el film en el Festival de Venecia del año pasado. Baste decir que Janis (Penélope Cruz), en el papel de una fotógrafa madura (en quien el espectador más adicto al cine puede ver a Bette Davis, Joan Crawford, Barbara Stanwyck o cualquiera de las grandes divas del melodrama clásico), tiene a su hija el mismo día que la adolescente Ana (Milena Smit) a la suya. Es el único vínculo, hasta ese momento, entre ambas, hasta que en un encuentro posterior y fortuito sabremos que una de las dos niñas ha muerto (aquí no se dirá cuál). La desgarradora noticia genera, desde entonces, una relación diferente, profunda y compleja entre ambas mujeres, donde no falta el altruismo, pero tampoco las mezquindades. Y cuando Almodóvar tiene al espectador inmerso en la historia, da aquel vuelco inesperado del se habló antes. Aparece otra película: la historia del pasado de Janis, el de sus ancestros fusilados durante la Guerra Civil por el franquismo en un lejano pueblo, y cuyos cadáveres han sido localizados por el movimiento de la Memoria Histórica. Arturo (Israel Elejalde), padre de la criatura de Janis a la cual no desea tener ni quiere reconocer, se ocupará -en su condición de arqueólogo forense- de la exhumación. ¿Y qué ocurre con el melodrama de base, justo cuando se develaba su mayor secreto? El guión lo resuelve a los apurones, hasta con un happy end indigno del realizador de “Hable con ella”, para continuar con la segunda película. ¿Por qué no hizo dos en lugar de una paralela a la otra? “La historia oficial” era un drama coherente: la narración de la criatura apropiada ilegalmente estaba vinculada con el trasfondo político de forma directa. “Madres paralelas” carece por completo de esa coherencia. Es como si, a mitad de camino, Almodóvar se hubiera decidido por otra salida. Nada de esto opaca, sin embargo, a la impar Penélope Cruz.
Pedro Almodovar es un hombre comprometido con su tiempo que decidió sentar su posición sobre una vergüenza española que durante años se mantuvo en secreto. Se trata de los fusilamientos a civiles de parte de la falange española, en los comienzo de la guerra civil. Una verdad que aunque parezca increíble muchos se niegan a indagar con el argumento hipócrita de no escarbar en dolores del pasado. El director toma ese tema sin vueltas, de manera explícita, comienza y termina su película de manera contundente, porque entendió que no hay manera de tratarlo con sutileza. Es el inicio y el broche de este melodrama deslumbrante donde la historia de varias mujeres se entrelaza en temas fundamentales. La vida de una fotógrafa, unos de los mejores trabajos de Penélope Cruz, que decide ser madre soltera, y es a la vez la impulsora para descubrir una fosa común en su pueblo. De su relación con el antropólogo forense a quien le pide ayuda quedara embarazada y decidirá tener a esa niña, sin dudas y hasta sintiéndose heredera de una tradición familiar, de mujeres independientes. En la maternidad conocerá a una futura madre adolescente con una historia de rechazos y abusos, a la madre, una actriz grande con la oportunidad de ser famosa, y al puntapié de un argumento donde todo se cuestiona, el amor maternal, el mandato de tener hijos, las preferencias sexuales, la sororidad y el gran tema de un dilema moral que obliga a la protagonista a mantener un secreto , un engaño, una mentira hasta su límite. Todo eso como siempre en este gran realizador, con una estética deslumbrante y chillona, llena de pulsión de vida a pesar de todo. Es la oportunidad de verla en cines antes de su llegada a Netflix, que produjo la película.
A pesar de contar con una vasta trayectoria y conocer como nadie la narrativa cinematográfica, el director manchego continúa explorando el soporte impulsando relatos en donde brilla por su lucidez e inteligencia. Pasado y presente dialogan en “Madres Paralelas”, nueva realización de Pedro Almódovar, que indaga en el universo femenino, por un lado, y en el pasado oscuro de España, por el otro. Dos relatos imbricados a partir de la historia de Janis (Penélope Cruz) una mujer independiente, profesional, que tras conocer a Ana (Milena Smit), en la clínica en donde ambas darán a luz, hurgará, a partir de una sospecha, sobre la verdadera identidad de su hija. Justamente la identidad es el gran tema del relato, que valiéndose de herramientas propias del melodrama, pero también de la historia, profundiza sobre el vínculo entre ambas mujeres y sobre cómo el dolor de las pérdidas, y la necesidad por recuperar la identidad y cuerpos de sus antecesores, potencian una narrativa bien acorde a la filmografía del director. En el medio mujeres que desean dejar de postergar sus carreras, “nada me impide soñar”, dice por ahí Teresa (Aitana Sánchez Gijón), jóvenes que realizan tareas desde la inexperiencia, o mujeres poderosas (Rossy de Palma) que deambulan en la vida de Janis, marcando a fuego sus pasos. Homenajes a Michelangelo Antonioni y hasta la emulación de imágenes de su propia cinematografía, como cuando Janis se arregla para recibir al padre de su hija, calcando el plano de Kika, donde la empleada doméstica se miraba al espejo, configuran un universo personalísimo y esperable de Almodóvar. En la recuperación de la identidad colectiva que impulsa Janis en su pueblo, pero también en la determinación del verdadero origen de su hija, “Madres Paralelas”, escapando a lugares comunes, incomoda hablando de la fragilidad de los cuerpos, de la constante violación a los derechos de la mujer y soberanía de sus cuerpos, y de la idea del recuerdo como base fundante de una sociedad y comunidad. Almodóvar cierra con una frase de Eduardo Galeano su relato, y en esa elección, precisa, contundente, se termina por configurar el universo de una historia de mujeres deseantes y deseosas, de luchas y conquistas, pero también sobre la indeterminación infinita y la concreción de sueños.
Madres paralelas, la nueva película de Pedro Almodóvar, es una lección melodramática sobre la memoria y el compromiso con la verdad, que brilla a la hora de unir la historia de dos mujeres que dan a luz el mismo día con la historia de un país. Cine y compromiso inmiscuidos en el universo del director manchego, quien, una vez más, entrega una película narrada con honestidad. Almodóvar es un maestro para hacer actuar a las mujeres y un hábil intérprete de la cultura española. Nadie comprende mejor que él a las abuelas, a las madres, a las tías, a las amigas inseparables. Es un especialista del melodrama y del realismo costumbrista, y es alguien a quien no le tiembla la mano cuando tiene que retratar a sus criaturas con defectos y virtudes. En Madres paralelas hay dos historias que giran alrededor de Janis, el personaje de Penélope Cruz (en un papel inmejorable). Cuando está por dar a luz a su primera hija coincide en el hospital con la adolescente Ana (Milena Smit), quien también está por parir a su primogénita. Allí se conocen y entablan amistad. Pero sucede algo terrible que las unirá de una manera particular y difícil. Janis es una fotógrafa profesional y en una de sus sesiones conoce a Arturo (Israel Elejalde), un antropólogo forense al que pone al tanto de un viejo asunto pendiente: la excavación de una fosa común ubicada en su pueblo natal, en la que están algunos de sus familiares. Janis y Arturo empiezan una relación amorosa sin compromiso (él está casado) y al año nace una niña. En el filme hay una constante búsqueda de la verdad. Desde el principio, Janis quiere abrir la fosa donde están sus bisabuelos y abuelos, víctimas de la Guerra Civil, para darles un entierro digno. Es decir, hay una búsqueda de la verdad histórica y una reivindicación de la memoria. Luego, cuando Janis descubre que su bebé no es su hija, busca llegar a la verdad de lo que pasó, lo cual se convierte en una búsqueda individual. Cuando encuentra a Ana para decirle lo que ocurrió con sus hijas, entra en juego uno de los elementos característicos del cine de Almodóvar: las relaciones íntimas, las idas y vueltas entre parejas y los diálogos sentimentales. El dilema de Janis y de Ana se entronca con el dilema histórico, y Almodóvar hace que todo fluya sin que nada parezca forzado (quizás algunas recurrencias a la sensibilidad de la época puedan parecen un poco subrayadas). En Madres paralelas todo es claro, directo y explícito. Las dos subtramas corren paralelas con mucho pulso narrativo y hay un uso preciso del fundido a negro para marcar los tiempos de la historia. Almodóvar conoce el mundo femenino, las costumbres de la España profunda y, fundamentalmente, el arte cinematográfico. Sabe cómo contar una historia compasiva y empática, dejando que los personajes se desempeñen con sus dolores y sus glorias. Madres paralelas se disfruta gracias a la convicción de sus actuaciones, a la sencillez dramática de su historia y al compromiso con la verdad de su director.
Cadáveres de la identidad Desde que se ganase el respeto muy tardío de la prensa e instituciones cinematográficas y estatales españolas a raíz del éxito internacional de Todo sobre mi Madre (1999), obra de maduración por excelencia que cosechó elogios y galardones a lo largo de todo el globo, el manchego Pedro Almodóvar ha entregado tres trilogías conceptuales tácitas que abarcan primero el melodrama rosa extasiado, hablamos de Volver (2006), Hable con Ella (2002) y la citada Todo sobre mi Madre, segundo el cuasi thriller alrededor del binomio temático poder/ obsesión, en este caso nos referimos a La Mala Educación (2004), Los Abrazos Rotos (2009) y La Piel que Habito (2011), ésta sin duda su última gran película, una semi remake de Los Ojos sin Rostro (Les Yeux sans Visage, 1960), joya de Georges Franju, y tercero la nostalgia más o menos explícita y enrevesada, un planteo por demás melancólico que incluye a Dolor y Gloria (2019), Julieta (2016) y Los Amantes Pasajeros (2013). Si nos concentramos exclusivamente en esta etapa reciente, léase en sus últimas tres películas hasta la fecha, se percibe una clara merma de calidad que tiene que ver con un cansancio formal innegable luego de una carrera muy extensa en la que en líneas generales siempre dominaron influencias concretas, como por ejemplo sus ídolos de siempre Douglas Sirk, Joseph L. Mankiewicz y Rainer Werner Fassbinder en el campo del drama y John Waters, Blake Edwards y Billy Wilder en su homólogo de la comedia o la farsa a toda pompa, sin embargo en ocasión de su flamante realización, Madres Paralelas (2021), el director y guionista logra de nuevo posicionarse como un creador sorprendente del séptimo arte lejos de la muy olvidable Los Amantes Pasajeros, intento apenas digno de retomar la furia punk contracultural de sus comienzos, la correcta Julieta, otra de sus epopeyas recientes -tan intimistas como retromaníacas- acerca de las idas y vueltas de la vida, la familia y el amor, y las quizás algo mucho autoindulgentes y onanistas existenciales/ artísticas/ intelectuales Dolor y Gloria y La Voz Humana (2020), la primera una reformulación esquemática de ideas autobiográficas que ya estaban presentes en La Mala Educación y La Ley del Deseo (1987) y la segunda un corto simpático protagonizado por Tilda Swinton y basado en un célebre monólogo de 1930 de Jean Cocteau, en términos prácticos el debut de Almodóvar rodando en inglés. Echando mano de un ritmo apaciguado y meticuloso que impulsa una premisa en realidad muy sencilla, la propuesta que nos ocupa retoma uno de los fetiches temáticos principales del cineasta, la frontera en la que los secretos, los miedos silentes y todo ese ventajismo de entrecasa se convierten en vulnerabilidad y/ o sutil arrepentimiento. El realizador, un profesional veterano con todas las letras que no le debe explicaciones a nadie porque todo le costó muchísimo empezando por su ópera prima Pepi, Luci, Bom y Otras Chicas del Montón (1980), utiliza a Madres Paralelas para por un lado sacarse de encima a cierto público naif o francamente tarado que en la riqueza promedio de la obra de Almodóvar sólo encuentra melodramas de celebración femenina o -mucho peor- culebrones preciosistas empardados a la efervescencia hollywoodense o televisiva de antaño, ahora metiéndose explícitamente con el pasado español más siniestro para situarse del lado del movimiento de memoria histórica de izquierda en materia de las consecuencias de la lucha entre el fascismo y los republicanos durante la Guerra Civil (1936-1939), y por el otro lado poner en primer plano la impunidad de los falangistas -y de sus socios y discípulos actuales de derecha- en lo que hace a los crímenes cometidos sobre todo durante el caótico conflicto bélico en cuestión, ya que en comparación las barbaridades de los defensores de la Segunda República (1931-1939) fueron ampliamente castigadas por la Dictadura Franquista (1939-1975) pero las masacres, torturas y diversas violaciones a los derechos humanos del bando sublevado siguen sin condena alguna porque los vencedores se encargaron de que así sea y la lacra civil, militar y monárquica de la transición española hacia la democracia no hizo más que rubricar este estado de cosas. Janis Martínez Moreno (enorme trabajo de Penélope Cruz, la intérprete almodovariana por antonomasia de las últimas décadas, reemplazo de las hoy legendarias Cecilia Roth, Carmen Maura y Victoria Abril) es una fotógrafa de clase alta que trabaja para la revista Mujer Ahora, dirigida por su amiga Elena (la querida Rossy de Palma), y que le pide a un antropólogo forense, Arturo (Israel Elejalde), que tramite ante una fundación privada de Navarra la exhumación de una fosa común con diez cadáveres de republicanos asesinados por los fascistas durante la conflagración, entre los cuales está el bisabuelo de Janis, quien a su vez inicia una relación con el hombre y queda embarazada. En la maternidad la mujer se hace amiga de Ana Manso Ferreras (la muy eficaz y sensata Milena Smit), una adolescente que quedó encinta luego de ser violada por varios jóvenes en una situación de chantaje por un video sexual al paso, y todo deriva en más traumas cuando por un test de ADN Janis, obvia alusión a la cantante estadounidense Janis Joplin, descubre que en el nosocomio intercambiaron ambos bebés y el suyo terminó viviendo con Ana, una mocosa llamada Anita que fallece de muerte súbita y por ello lleva a Martínez Moreno a plantearse el quedarse o no con la nena reluciente que tiene a su cuidado, bautizada Cecilia. Fiel a su estilo, siempre entre el naturalismo interpretativo del elenco, el sustrato kitsch/ pop art del diseño warholiano de decorados en general y un marco algo fabuloso, delirante o exacerbado surrealista y costumbrista en cuanto a los hechos narrados y su coyuntura de base, Almodóvar complica aún más el asunto primero con una relación maternal adicional atribulada, la de Ana con su progenitora Teresa (Aitana Sánchez-Gijón), una ricachona más preocupada por su carrera trasnochada de actriz teatral que por su hija púber en problemas, y segundo a través de la necesidad anímica de Janis de no privar a Ana de su vástago en un cien por ciento, ahora que está más desvalida que nunca por el repentino óbito de Anita, e insólitamente contratarla como niñera de Cecilia y hasta aceptar la tendencia lésbica de la adolescente, iniciando ambas una relación romántica que deriva en crisis y celos de parte de la chica por la reaparición de Arturo, el cual por cierto le había pedido en vano a Janis que se haga un aborto y a posteriori, al ver por fin a la beba, rápidamente deduce que él no es el padre por los rasgos faciales latinoamericanos del purrete. Madres Paralelas indaga con inteligencia en el sustrato político y psicológico de este entramado vincular hilvanando las dimensiones ideológica, familiar, estamental económica, genérica -de género sexual- y melodramática clásica, pensemos en este sentido en las diversas oposiciones que entran en juego porque a una Ana supuestamente apolítica, como su madre, y proclive al discurso de derecha de dejar el pasado en el pasado y mirar sólo al futuro, postura irresponsable a más no poder porque sin conocer el pasado se repiten sus errores de manera burda y sistemática, se contrapone una Janis bien de izquierda que pretende enfrentar las inequidades, desvaríos e injusticias nacionales y reedificar su identidad, tanto individual como social, recuperando el cadáver de su bisabuelo asesinado por los futuros esbirros de la Dictadura Franquista en su pueblo natal, no obstante ambas mujeres coinciden a escala humana precisamente por una condición femenina que las hace en simultáneo víctimas y victimarias y las empareja en las alegrías y tristezas de una maternidad que apabulla sin cesar en la cotidianeidad más prosaica. Lejos del feminismo de heroínas baratas contemporáneas o autovictimizadas que se parecen a la peor faceta del ecosistema varonil en violencia, soberbia o quizás estupidez, el director, como tantos otros artistas homosexuales del ambiente europeo o global, no se identifica nunca del todo con las hembras y en esencia las usa en pantalla como alter egos, sobre todo a una Janis masculinizada, porque a nivel comunal mundial está mejor visto el despliegue femenino de sentimientos -vía el cliché de la histeria- que su equivalente viril. Más allá de los dípticos conceptuales que una y otra vez trae a colación el relato en función de su desarrollo pendular, en sintonía con la mentira y la verdad, el rechazo y el amor, el pasado y el presente, el egoísmo y la solidaridad, el fallecimiento y la vida, el olvido y la memoria y finalmente la adultez y la niñez, Almodóvar sabe muy bien que si pusiera a gays como protagonistas se enajenaría a buena parte del público, bajo el esquema de la minoría que cae bajo el peso de la mayoría heterosexual ortodoxa, y por ello vuelve a analizar -y se conforma con- el comportamiento de burguesas de muy buen pasar económico, léase los personajes de Cruz y Smit pero también las figuras maternales de ambas, respectivamente las criaturas de las asimismo perfectas De Palma y Sánchez-Gijón, con el claro objetivo de denunciar la hipocresía de determinadas mujeres como nuestra Janis, quien pasa de ensalzar su orgullo por la retahíla de madres solteras de su parentela a sentirse traicionada -a pura paradoja discursiva- cuando el macho, Arturo, no muestra mayor interés en un vástago que ella decidió tener de manera unilateral, a lo que se suma un emparejamiento simbólico en vileza individualista con la fauna masculina en materia de retener todo lo posible al trofeo de turno, Cecilia, a expensas de su verdadera madre, Ana, esta última una nena pudiente en plan autodestructivo y un semi estorbo tácito tanto para su progenitora como para su padre (Pedro Casablanc), quien la retuvo en custodia sin demasiados reparos por parte de una Teresa obsesionada con su vocación actoral. Si bien el film cae en el lugar común del cine testimonial español de adoptar el punto de vista de los republicanos contra los falangistas, bajo la sombra del régimen absolutista posterior de Francisco Franco, y hasta hubiese sido mucho más interesante indagar en los múltiples efectos de la represión de la dictadura, otro caso flagrante de olvido institucional e impunidad pactada desde el statu quo por una clase burocrática y una milicia cobarde especializada en asesinar a paisanos aunque incapaz de cualquier victoria contra un ejército profesional de una potencia exterior, muy en línea con la Dictadura de los Coroneles en Grecia, los Jemeres Rojos en Camboya y el Proceso de Reorganización Nacional en Argentina, Madres Paralelas tutela muy bien esa irrealidad paradigmática almodovariana ejemplificada en el lesbianismo improvisado, la facilidad con la que se llega a la fosa del dolor social negado o la misma reconciliación de Janis y Ana luego de que la segunda escuchase la verdad sobre Cecilia, beba que es la síntesis lírica de esos atropellos de antaño que mutan en un acuerdo de paz aunque sin callarse ni enterrar en el olvido lo considerado molesto porque señala las contradicciones lacerantes de siempre…
Luego de un trabajo más referencial y con tintes autobiográficos como “Dolor y Gloria”, Almodóvar vuelve a enfocar su nueva historia en el universo femenino como lo ha hecho en gran parte de su trayectoria y que ha sido un sello distintivo dentro de su filmografía, con la figura de las madres que conducen el relato, como eje central de “MADRES PARALELAS”. Estrenada en el Festival Internacional de Cine de Venecia, el nuevo trabajo tiene la particularidad de mostrarse en los cines porteños en forma limitada para ser lanzada luego en la plataforma de Netflix que, además, pondrá disponible a partir del 08 de Febrero una gran cantidad de títulos que permitirán a usuarios y cinéfilos recorrer desde sus primeros éxitos como “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” “Entre Tinieblas” o “La ley del Deseo” hasta su última creación. Almodóvar ha sido uno de los primeros directores que ha descripto el mundo femenino con una mirada inteligente, mordaz y creativa, desde una nueva perspectiva psicológica, construyendo mujeres poderosas, autónomas, decididas y cumpliendo un rol preponderante en el nuevo orden post-franquista en plena liberación cuando el cine, hace casi 40 años, los personajes femeninos no presentaban esos rasgos. Más precisamente, ha intentado en cada uno de sus trabajos –algunos de forma más explícita y otros de forma más tangencial- rendir un homenaje a la mujer desde su rol maternal, siendo siempre preponderante el papel de las madres dentro de su filmografía. “MADRES PARALELAS” ya desde su título, enuncia un nuevo abordaje sobre esta temática que es común denominador en las historias del realizador, protagonizada en este caso por su actual musa, Penélope Cruz y la presentación de Milena Smit (“No matarás”) donde nuevamente el punto fuerte es un melodrama clásico, que en este caso envuelve a la historia de estas dos mujeres, Janis y Ana, que se cruzan en el hospital, a punto de ser madres, arribando a este momento tan importante desde dos lugares completamente diferentes. Janis (Penélope Cruz) ha iniciado una relación amorosa con un antropólogo forense con quien ha tenido un vínculo a partir de su trabajo profesional como fotógrafa y con quien intentará abordar la apertura de las fosas comunes que siguen ubicadas en su pueblo natal. Ella decidirá tener a su hija aun cuando Arturo (Israel Elejalde) es un hombre casado y momentáneamente no podrá hacerse cargo de acompañarla. Por otra parte, Ana (Smit) es una adolescente que deberá lidiar con un embarazo claramente no planeado y cuya reciente maternidad despierta a su vez el conflicto que ha sosteniendo permanentemente con su propia madre (a cargo de Aitana Sánchez-Gijón) una mujer egocéntrica que una vez más privilegiará su carrera y su propia vida, ausentándose de la vida de su hija con un vínculo frio e intermitente. El melodrama más puro, cuyos resortes Almodóvar conoce y maneja a la perfección, hará que este cruce inesperado en el hospital, siga marcando los momentos más importantes en la vida de esas dos madres y lo que suceda con sus hijas. Sin embargo, en esta ocasión, el guion se maneja con un trazo mucho más grueso y resuelve las situaciones planteadas de forma muy precaria y predecible e, inclusive, los entrecruzamientos de las protagonistas aparecen demasiado forzados. El otro problema que enfrenta “MADRES PARALELAS” es que inicia con una referencia a la historia española reciente respecto de los cuerpos desaparecidos en plena dictadura franquista que siguen desperdigados y sin poder ser identificados en las fosas comunes que subsisten escondidas en muchos pueblos del interior del país. Una temática que el propio Almodóvar a través de su productora “El Deseo” ha abordado en un excelente documental llamado “El silencio de otros” (Almudena Carrasco y Robert Bahar, 2018) con el testimonio de las víctimas que siguen clamando por justicia. Esta temática aparece al principio del film, parece desaparecer por completo mientras se desarrolla la historia de las madres y (re)aparece como injertada nuevamente en el final de la película sin poder amalgamarla con el resto de la historia, quedando expuesto que la mezcla con el melodrama no logra cuajar y no funciona dramáticamente en el relato, quedando completamente “descolgada” y desdibujándose el potente mensaje de una sociedad que no encuentra justicia en sus muertos por la propia violencia de Estado. Entre los puntos a favor aparece el estilo riguroso e inconfundible de la puesta en escena que siempre se destaca en el cine de Almodóvar, su cosmovisión tan particular y una excelente dirección de actrices, logrando notables trabajos de Penélope Cruz, Milena Smit y las participaciones de Rossy de Palma, Julieta Serrano y Daniela Santiago (“Veneno”) –aunque el papel de Aitana Sánchez Gijón quede algo perdido y no permita un total lucimiento de esta gran actriz-. Aún con sus irregularidades, una obra no tan lograda dentro de la filmografía del manchego puede jerarquizar, de todos modos, a una cartelera que no viene ofreciendo demasiadas sorpresas positivas desde hace un buen tiempo. POR QUE SI: » Excelente dirección de actrices, logrando notables trabajos de Penélope Cruz, Milena Smit y las participaciones de Rossy de Palma, Julieta Serrano y Daniela Santiago «
Una página borrada de nuestra memoria. Un hueco gigantesco en la propia identidad. ¿Hacia dónde podremos dirigirnos si no sabemos de dónde provenimos? Pedro Almodóvar revisa la historia reciente española, reviviendo heridas urticantes, acaso sin cicatrizar. El plano y contraplano examina los dobleces de un contexto familiar disfuncional. Repleto de ausencias, carencias y traumas. Finalmente, la historia de las madres paralelas, quienes titulan al film y llevan adelante la trama, no es más que un pretexto argumental -y sin minimizar tal condición, diría la corriente de teoría autoral- para profundizar en algo mucho más delicado, atávico y en absoluto obsolescente: un abordaje al contexto de los ciudadanos capturados, asesinados y desaparecidos durante la Guerra Civil Española. Nos es ajeno a su filmografía su inspección sobre las consecuencias del franquismo, aspecto histórico que el manchego ya había abordado previamente en “La Mala Educación” (2004). El viento agita las cortinas, las cuatro paredes de la habitación cumplen la ley del deseo. El laberinto de pasiones ensaya su nueva versión para los amantes pasajeros. Sin embargo, nada ocurre por casualidad; el encuentro profesional fortuito que ‘engendrará’ una relación bifurca los caminos trazados, al hallazgo de la persona indicada como herramienta para reconstruir ese pasado esquivo. Nada es como tal a simple vista. Como cajas chinas en perfecta sincronía, Pedro tira de los hilos ejercitando su perenne pericia narrativa. Las respuestas se hallan en la profundidad de esa fosa común, adonde pertenecen los restos de aquellos seres queridos. Allí donde buscamos nuestra propia identidad. Todo es simbolismo y alegoría, y allí están dos vidas gestándose en el vientre de estas dos madres paralelas. ¿Madre hay una sola? Con un impacto de magnitud nuclear, Pedro deposita sobre nosotros la duda. ¿De quién es la niña? Hay rasgos identitarios que no condicen y un padre que busca hacerse cargo. Enmarañado y jamás convencional, como es costumbre, coloca delante de nuestros ojos las complejas piezas de su rompecabezas emotivo. Vida y muerte se entrelazan consumando la tragedia. Hay un llamado de conciencia, pensemos en una señal. Quizás, sea la historia que siempre se repite. Imposible escapar a nuestro destino. ‘El amor cambia tu sangre’, dijo el maestro. ‘La sangre es para siempre, nada puedes hacer’, retrucó el discípulo. Guiño melómano aparte, en bucle, repetimos los mismos errores, aciertos y patrones del pasado. ¿Una condena o una bendición? Pedro piensa en posibles paralelos con la historia de su tierra, pisando su propio suelo. Hagamos el mismo ejercicio nosotros, desde la óptica de nuestra nación y la gigantesca grieta identitaria aún existente. Identificación total, treinta mil razones. El autor, dos veces ganador del Premio Oscar (y aquí nominado a Mejor Film Internacional) nos deslumbra con una puesta en escena que deleita nuestros sentidos. Emplazada en acogedores apartamentos en Madrid, la historia se beneficia del detallismo estético del realizador. Observamos un vestuario repleto de estridentes colores, merced a su siempre destacado buen gusto decorativo (presten atención al mobiliario y a las pinturas que cuelgan de las paredes, todo un símbolo lo segundo). Kitsch y rocambolesco, Pedro en su salsa. Quizás, el fetiche se proyecta en el oficio de fotógrafa del personaje de Penélope, centro convergente del film, otorgando su mirada sensible a todo aquello que se dispone a retratar. Era de esperarse, hay rojo saturado por doquier a la espera del siguiente flash. Elevando a la enésima potencia su gusto por el melodrama, Pedro ensaya su mejor versión del inmortal Douglas Sirk para conformar un drama desgarrador. Su sentida utilización de la música, demarcando el arco dramático de cada escena, será lo suficientemente hábil como para colocar el peso específico necesario sobre determinantes secuencias. La mirada se posa sobre dispositivos que confeccionan el nuevo paradigma. El dedo desliza el ratón de PC y hace click revelando verdades inconfesables. En tiempos de redes más una prisión, apps que nos entretengan después de cenar e hiperconectividad vacua, la protagonista cambia el número de su teléfono móvil. Busca la identidad de sus propios antepasados, pero se esconde. Y finge. O elige creer para no enloquecer. Como ningún otro contemporáneo, sabe el ibérico como atrapar nuestra atención por completo. Nos ha hipnotizado con su nueva lección de cine. En “Madres Paralelas” todo es búsqueda de identidad. El resultado de un examen genético y la pesquisa del rastro en una prueba salival. La pantalla se llena de interrogantes. El rostro de Penélope ensaya una mueca de espanto e incredulidad. ¿Qué hecho yo para merecer esto?, se pregunta. Más ligazón identitaria: la pertenencia a un número móvil y búscame aquí; hay cierta nostalgia hacia todo tiempo pasado, siempre hay a mano un bolígrafo para registrarlo todo en el papel. La mirada social de Pedro no descuida incluir ciertas tendencias acerca del vertiginoso mundo de hoy, haciendo aún más pronunciada la brecha generacional. La mala educación de nuestros niños. Por supuesto, en sus películas siempre habrá lugar para aquellas líneas de diálogo ocurrentes, que nos robarán una carcajada. Incluso en medio de tan desasosegante drama. Retorna Pedro al mundo femenino que tan bien sabe indagar, empatizar y problematizar. La ausencia paternal, masculina, se hace evidente. Y para qué tenerlos presentes si son de la peor calaña: maridos infieles que no se hacen cargo de la paternidad, dealers venezolanos o jóvenes abusadores. Hay para todos los gustos, pero no encasillemos. Pedro habla con ellas y habita sus pieles. Allí está la magnífica y bella Penélope Cruz, cautivando al hechizo que hace trampas al paso de los años. Almodóvar sabe, como nadie, capturar su frescura y destacar su intensidad actoral, para un papel a su encomiable medida. Pletórica en su dolor y gloria para un parto en primer plano, Penélope es una fuerza de la naturaleza. Su musa indiscutible, desde “Volver” (2006) hasta hoy. Resulta aceptable el rol desempeñado por la novel Milena Smit, debutante chica almodóvar que carga sobre sí la otra mitad del peso de la historia, aspecto nada menor. Allí está también la inmensa Aitana Sánchez-Gijón en rol de reparto, brindándonos un monólogo teatral para el recuerdo. Ensayo de anhelos frustrados y sueños marchitos de juventud que podrían extrapolarse al personaje de Cruz. De su boca salen líneas que describen el oficio actoral: nuestra tarea es agradar a todo el mundo, dice. El reloj, indetenible, sigue su marcha. No puede derrotarse al tiempo y la madre naturaleza sabe. Es ahora o nunca, Penélope. El instinto maternal no traiciona. El siempre acertado juicio autoral de Pedro no desatiende su pronunciación acerca de las dinámicas que atraviesan a los vínculos actuales. Y cuando creemos que el gran Almodóvar ha colmado su universo de mujeres al borde del abismo existencial, allí reaparecen dos antiguas y eternas cómplices, como Rossy De Palma y Julieta Serrano. O bien para distendernos o para aleccionarnos. El eterno hijo pródigo del cine español puebla el escenario de su pura ficción hecha de vínculos intrincados, contradictorios e imposibles. Como la vida misma. Allí están las madres paralelas, intercambiando bondades y miserias. Sellando la complicidad en la crianza, haciendo el duelo de una ausencia. Compartiendo primero un techo y recetas culinarias, luego una cama, antes de un secreto inconfesable. Hay un retrato familiar que necesita un nuevo encuadre y apenas un recuerdo lo sostiene en pie, si el uso de razón lo permite, trayendo a la vida a aquella mamá liberal que adoró a Janis Joplin. Suena su inconfundible voz, es un rayo que nos atraviesa. La conversación se da luego de una cena íntima. Confesional, Penélope revela un secreto. Hay una presencia paterna ausente. Y las historias que nunca faltan, esas que contaba la abuela, de generación en (de) generación. Aquellas bajo las cuales reconstruimos una figura, que nos mira en el espejo de nuestro propio ser hecho añicos. Nos reconocemos. Minutos después, una contundente verdad se teledirige hacia nuestra conciencia. Hay algo en las palabras pronunciadas por Penélope, acerca de la importancia en desenterrar ese pasado acallado, que nos lleva directamente hacia el monólogo de José Sacristán en “Solos en la Madrugada” (1978), la imprescindible película de José Luis Garci. El momento socio-político era claramente otro, a la caída del franquismo, pero uno puede comprender las necesidades, las urgencias y la identidad fragmentada del ciudadano español. Dos objeciones se presentan en el film, a juicio de quien escribe, privándolo de la completa excelencia. Dice el dicho que quien mucho abarca, poco aprieta. Y Almodóvar elige vertebrar su relato a través de diversas aristas que no llega a profundizar, resintiendo cierto verosímil narrativo. Sólo el amor no puede sostener…se habla sobre intercambio de bebés al nacer, y no se abordan las responsabilidades institucionales, las consecuencias morales y vericuetos legales del caso. Una ligereza en la toma de decisiones que no es descuido por parte del director, sino la preferencia por explorar ‘el efecto después’ y el desapego en el personaje de Penélope, luego de haber liberado su aprisionada conciencia. Se habla de abuso y violación, de sexo sin consentimiento, y no se persiguen culpables ni se denuncia el hecho. Solo una foto sugiere rasgos, pero se aligera la responsabilidad del culpable. No quiere decir que se resienta la convicción del cineasta: el padre de la abusada eligió callar, pecado común generacional. No obstante, del dicho al hecho, hay un trecho…no alcanza con que Penélope vista una remera que anuncia que “we all should be feminists”. ¿Cómo se respalda dicha sentencia sino con compromiso? Aprendamos a mirar mejor el cuadro completo…o la historia nos encontrará víctimas de nuestros propios errores pasados. No pretende el autor del film un ensayo acerca de la maternidad, del estilo proseguido en “Todo Sobre Mi Madre” (1999). Esta es una película acerca de la identidad más allá del género y del lugar en el mundo que nos toca ocupar. Y de este mundo que legamos a nuestra descendencia. Por ello, el viaje prosigue fuera del contexto urbano. El traslado hacia el entorno rural es también un traslado en el tiempo. Allí está la vieja casa de familia y la viva voz de aquel pasado. Recordará Pedro sus propias raíces. Rollos de negativo inauguran y clausuran “Madres Paralelas”. Son el soporte de aquel testamento hecho de imágenes (en movimiento). Es el refugio ficticio para desarrollar una historia hecha de retazos. Es la búsqueda por reconstruir, desde los despojos, desde las cenizas, los cimientos y los restos, la propia memoria. Es trazar ese camino de regreso, es hurgar en el lugar donde se esconde aquello que el olvido nos legó. Cuando un sonajero simula un Rosebud enterrado. Cuando un ojo de cristal mira directo hacia aquel ojo que, sorprendido, contempla su permanencia inalterable en el tiempo. Huesos alrededor, tierra amontonada, aquí y allá. Olor a historia acallada. Culpa y redención. Necesidad de expiación. En el pueblo, rostros anónimos marchan. La procesión celebra a aquellas almas anónimas. Ya no son solo un número, ya poseen nombre y apellido. La cámara se olvida de Penélope, madre en paralelo que ha concebido su segunda oportunidad, bendición de la vida y destino que derrota al paso del tiempo. Casi sin abandonar el ras del suelo, la delicadeza de Pedro en enfocar la mirada de esa niña contemplando semejante panorama es un golpe al corazón. Y ese puente generacional es una elipsis tan grande como la de Kubrick en “2001…”, con perdón de la brecha cronológica. La metáfora vale la disculpa cuando la eternidad es hoy al encuentro de nuestros propios fantasmas, si la esencia humana se resignifica en esos segundos preciados, en el expresivo asombro fascinado de aquella niña contemplando un horror que, conscientemente, no puede jamás comprender. Luego, la cita de Eduardo Galeano nos hace un nudo en la garganta. Siempre hay dos historias fluyendo en paralelo. Pedro nos cuenta la de su máter España. Porque es mejor sanar ciertos daños…¿qué mundo le daremos, sino, a aquellos que recién llegan?
“MADRES PARALELAS”, el nuevo filme escrito y dirigido por Pedro Almodóvar, ya se estrenó en cines y estará disponible en Netflix a partir del 18 de febrero. Penélope Cruz y Milena Smith protagonizan una película que está a la altura de las expectativas. Janis (Penélope Cruz) y Ana (Milena Smith) son dos madres solteras que se cruzan en la sala de parto, donde entablan una relación. Lo que en principio parecía una simple amistad entre dos mujeres con problemas similares, pronto se transformará en un drama con muchos secretos. El filme presenta varios pilares que lo convierten en una obra firme. El guion es uno de ellos. Si hay algo que caracteriza a Almodóvar es lograr personajes interesantes con historias que llamen la atención y, a su vez, sean muy distintas a lo que estamos acostumbrados. Cada relato que hace es único y parece haber un esfuerzo para salirse de los clichés. “MADRES PARALELAS” es poco predecible desde el comienzo. Si bien entendemos la trama y todo lo que sucede, se hace difícil anticipar lo que contará la próxima escena. Es un guion extremadamente complejo que nos mantiene siempre expectantes. Sin embargo, sobre el final comienza a decaer un poco, intenta atar todos los cabos sueltos, pero queda la sensación de que la obra concluyó luego de su segundo acto. A pesar de esto, su conclusión nos deja un mensaje muy interesante y sujeto a interpretaciones. La dirección tiene sus altibajos. Por momentos resulta muy cautivante y maneja a la perfección la extraña relación entre los protagonistas, pero en su última etapa se vuelve un poco más simple. A pesar de esto, no deja de ser una narración extremadamente atractiva que va revelando sus misterios de a poco. A esto se le suma una excelente dirección de arte. Los decorados presentan mucho detalle en todos los elementos que aparecen en pantalla. Junto con una paleta de colores que no solo destaca a los personajes, sino que cuenta sobre los mismos. La actuación de Penélope Cruz es brillante. Es una artista que logra que todos sus diálogos parezcan espontáneos y a su vez, cuando está en silencio, cuenta con expresiones (Merecida nominación al Oscar). Milena Smith tenía un papel difícil. El papel de Ana es el de una madre menor de edad que pende de un hilo entre la madurez y la inmadurez. La actriz logra satisfactoriamente estos cambios y entiende la dualidad de su personaje. Una obra increíble al igual que toda la filmografía de Almodóvar. Mantiene personajes extremadamente interesantes y genera tensión entre los mismos. Se nota una clara intención artística por los detalles, generando una obra que se puede analizar e interpretar desde muchos puntos de vista. Por Felipe Benedetti
Hablaremos un poco más de este filme cuando, en breve, se vea en Netflix. Pero adelantemos: todos los lugares comunes de la corrección política tomados con la seriedad apabullante de quien no cree en ellos pero está convencido de que así ganará público. Vueltas y vueltas de tuerca melodramáticas (es Almodóvar, qué esperábamos) para señalar con el dedo lo que el espectador debe pensar. Penélope siempre está bien, dicho sea de paso.
PARALELAS QUE EN ALGÚN MOMENTO SE CRUZARÁN Hace unos años Pedro Almodóvar pretendió con Los amantes pasajeros regresar al tipo de cine que hacía en sus orígenes, comedias desaforadas y coloridas. Pero los resultados terminaron siendo decepcionantes, una suerte de auto-parodia a cargo de un director avejentado que ya no parecía entender los códigos cinematográficos y sociales que hicieron posibles aquellas películas: aquel Almodóvar de los 80’s no podía repetirse porque él no era el mismo y porque 2013 no eran los 80’s. Por otros medios y con otros objetivos, en Madres paralelas el director manchego parece caer nuevamente en el mismo problema: en este caso un cine que se pretende complejo, que quiere hablar de temas importantes, pero que no tiene la sutileza como para no caer en la bajada de línea subrayada. Atravesada por temas recurrentes en la filmografía almodovariana y con devaneos genéricos por el thriller y el melodrama, algo que también es habitual en su cine, Madres paralelas luce sin embargo como la película de un director gastado y avejentado, que no confía en el espectador y que grita lo que tiene para decir. Pero los problemas de la película no se resumen en eso. Hay problemas narrativos y formales, algo que es en cierta medida novedoso para un director que ha logrado en los últimos veinte años una solidez y un manejo de las herramientas cinematográficas únicas. No es relativizar su cine previo, pero una vez que quedaron atrás los gestos iconoclastas Almodóvar supo madurar muy bien, sin perder identidad y encontrando otras formas para decir lo que siempre quiso decir. Por eso sorprende también que Madres paralelas sea una película visualmente tan chata, despojada de ese talento para la composición del plano y el uso de los colores que siempre lo ha caracterizado, y que narrativamente sea intrascendente, usando recursos como el flashback de forma arbitraria y sin sentido. Y es que tal vez como nunca, el cine del español se ve demasiado atropellado por lo que tiene para decir, por aquello que quiere dejar en claro, llevándose por delante no solo el orden narrativo sino además a algunos personajes. Se podrá decir que, en relación a algunos temas que toca la película, el director habrá querido confrontar con un sector de la sociedad ganado por el negacionismo sobre el pasado histórico. Puede ser. Eso no quita que luzca grueso y poco elegante. Y hay un inconveniente mayor. Madres paralelas está integrada por dos tramas protagonizadas por la fotógrafa Janis (Penélope Cruz). En la que da inicio al relato, la tenemos relacionándose con un antropólogo que está trabajando en la búsqueda de los restos de aquellos desaparecidos durante la Guerra Civil española. Ese vínculo alcanza lo sentimental y lleva a un embarazo no deseado y a la decisión de esta mujer por tener su hija en solitario. Y de ahí saltamos a la otra trama, que se convertirá en central: el vínculo entre esta mujer con otra más joven, Ana (Milena Smit), que también es madre en solitario pero con una historia de violencia masculina que primero no se dice pero se intuye. Madres paralelas funciona durante un rato, cuando precisamente las cosas se intuyen pero no se dicen, y Almodóvar nos lleva de la mano saltando entre géneros, aunque sin nunca tirarse de cabeza a ninguno (es un poco thriller, un poco melodrama, un poco folletín). Aunque hay algo que no fluye del todo: Almodóvar parecería estar diciéndonos cómo es una película de Almodóvar; Madres paralelas es una película didáctica (y escolar si pensamos en cómo se transmiten sus temas). El inconveniente, concluyamos, es que esas dos subtramas nunca terminan por hacer sistema y convertirse en una película. Y no es que Almodóvar construya Madres paralelas de retazos, de fragmentos, sino que pretende encontrar en esas dos historias, en su unión y en su abordaje del tema de la identidad, un sentido y una síntesis. Pero no lo logra. Y no lo logra porque todo es bastante arbitrario; y -como decíamos- porque el director está demasiado preocupado en lo que va a decir más que en cómo decirlo: en poner en plano una remera con una inscripción convenientemente feminista; en zamarrear el relato con una historia de amor lésbico que se resuelve mal, de la misma forma en que aparece. Debe ser difícil para un director que siempre fue provocador y agitó con inteligencia el clima conservador de su tiempo, tener que filmar en un momento histórico donde lo que manda en el discurso de la industria audiovisual es el imaginario progresista, donde la corrección política es la de los buenos. Hay como un vacío de sentido que deja girando en círculo a la película. Y eso provoca que Almodóvar exacerbe el gesto y, por ejemplo, escriba y filme una escena tan horrible como la de la cocina (tal vez lo más feo que ha filmado en su vida), donde Janis termina aleccionando a Ana sobre la historia del país y su propia historia. De paso, Ana es un personaje tan tonto (y tan mal construido) que en otra escena clave para definir lo floja que es Madre paralelas, Janis le tiene que explicar varias veces que su hija en verdad no es su hija y dudamos que lo haya entendido del todo. Y, claro, no podemos dejar de pensar que Almodóvar piensa al espectador como a esa Ana, alguien medio lento al que hay que explicarle las cosas y, cuando no alcance, adoctrinarlo un poco. Y para cerrar este bodoque aburrido y oportunista, Almodóvar nos tira con una frase ad hoc de Galeano. No se puede negar cierta redondez en el concepto.
Pedro Almodóvar lleva ya cuarenta y dos años dirigiendo largometrajes, una carrera enorme que incluye clásicos contemporáneos, algunos títulos fallidos, y una impronta personal cuya influencia excede incluso al cine. Es uno de los cineastas más reconocibles y famosos del mundo, sus ideas fueron de avanzada en la década del ochenta y siguió buscando un camino de desafíos en los años siguientes. En la era de la cancelación y la corrección política algunos de sus mejores títulos podrían caer en desgracia, pero por suerte nadie se dedica a cuestionarlo. El único que lo juzga y le pone límites al mundo de Almodóvar es él mismo, al menos eso parece en este nuevo título que estrena ahora y cuya historia parece armada para agradar al mundo más que para expresarse él mismo. Dos mujeres se conocen en una habitación del hospital donde van a dar a luz por primera vez. Son madres solteras que no han buscado el embarazo que tienen. Janis (Penélope Cruz), de mediana edad, no se arrepiente y está feliz. Pero Ana (Milena Smit), una adolescente, está a disgusto y preocupada. Surgen en esos breves momentos una incipiente amistad que crecerá más adelante cuando a ambas madres el destino las una para siempre. Desde el comienzo hay una historia que corre en paralelo a la de las dos madres. Janis quiere que un arqueólogo forense y su fundación excaven una fosa común en el pueblo de donde su es su familia. Allí su bisabuelo y otros hombres del pueblo fueron asesinados y enterrados durante la Guerra Civil. Al melodrama puro y duro vinculado con la maternidad se le agrega esa trama política que poco a poco se apodera de la trama y que al final parece ser lo único que le importa al director y guionista Pedro Almodóvar. Mientras que todo en la película cumple con las características temáticas y estéticas del director, el costado político es poco menos que un papelón digno de los peores cineastas políticos de Sudamérica. No es el tema que trata, sino como lo hace. Almodóvar se vuelve pomposo, solemne y, finalmente, abyecto como nunca en su carrera. De nada sirve su pulso para el drama maternal, ni sus actrices favoritas, ni árbol genealógico de referencias artísticas, de golpe el director pierde el rumbo, vaya uno a saber porque, y decide lanzarse al terreno de la política que claramente no es su fuerte. Pero lo peor no es eso, lo malo es que lo que tenía de interesante y poderoso la película se deshace en los últimos minutos. Incluso la provocación habitual en él se transforma en lo contrario. Madres paralelas es la película más tontamente demagógica que ha hecho en su carrera. Tal vez haya sido una necesidad muy profunda o una culpa que arrastra como español, pero eso no es cuestiona, lo que sí es terrible es que no pueda expresarlo con la sofisticación y la belleza de lo que lo constituyó como cineasta y lo trajo hasta aquí.
Elegante, de ritmo rápido, desgarrador y reconfortante por momentos, Madres Paralelas no está a la altura de otras producciones de Almodóvar que nos suelen dejar pensando o poniéndonos en un lugar incómodo. Pero la construcción magistral de la tensión y el intenso melodrama es puro Almodóvar, al igual que la siempre increíble música de Alberto Iglesias.
Reseña emitida al aire en la radio.
"Desempolvar el pasado para construir un futuro" A pesar de que en un comienzo se dijo que la última película del genial Pedro Almodóvar, Madres paralelas solo se estrenaría en Latinoamérica a través de la plataforma de streaming Netflix, afortunadamente tuvo su estreno en algunos cines selectos de argentina. Madres paralelas (2021) la última película escrita y dirigida por Pedro Almodóvar retoma una de las temáticas características del autor, la maternidad. Ya en Julieta (2016) el director retornó al género del “melodrama de madre” presente -con variantes y reescrituras- en otras de sus películas como en ¿Qué hecho yo para merecer esto! (1984), Tacones lejanos (1991), Todo sobre mi madre (1999), y Volver (2006). En esta ocasión, la escena comienza en el 2016 cuando Janis una fotógrafa de 40 años de edad, decide afrontar la maternidad a pesar de que esa decisión no es acompañada por su pareja Arturo, un antropólogo forense. En ese proceso de transitar la maternidad, Janis -interpretada por Penélope Cruz, actriz fetiche del director que se encuentra nominada como Mejor actriz protagónica para los próximos premios Oscars- conoce a una adolescente, Ana (Milena Smit) que también debe transitar la maternidad prácticamente sola. A partir de allí, el título del filme Madres paralelas, se hace presente no sólo desde el plano argumental, sino también desde lo formal. En las escenas referentes al parto de dichas mujeres se utiliza el montaje paralelo para marcar la simultaneidad y comparación entre ambos partos que acontecen el mismo día. Según avanza el relato, las vueltas de tuerca al estilo “almodóvariano” tornan todo cada vez más complicado y enroscado, trascendiendo aquellos lindes morales y tabúes que la sociedad ha instaurado. Sin embargo, aunque parezca shockeante por momentos el comportamiento, en la lógica de la profunda psicología de sus personajes, sobre todo de Janis, todo ello tiene sentido. A pesar de que varias películas del director oscilan entre la “mala madre” y la “buena madre”, en Madres paralelas -como en el resto del cine de Almodóvar- no se juzga a los personajes, se los comprende empáticamente. Desde lo que Janis calla hasta el deseo “egoísta” de Teresa la madre de Ana. Tal como plantea Jean-Max Méjean, Almodóvar no puede dejar de arremeter contra el símbolo maternal, pero finalmente no se atreve a atacarlo tan directamente como a los demás íconos que se ha dedicado a ridiculizar en sus otros filmes. Asimismo, otra característica del realizador es criticar la institución familiar canónica. Porque Madres paralelas representa un relato sobre familias rotas. Las mujeres fuertes e independientes son las protagonistas de la obra, en donde los hombres parecen estar ausentes. Una vez avanzada la acción podrá verse que las causas de esas ausencias difieren según las tres generaciones principales que atraviesan la historicidad del largometraje. Parafraseando a Janis quien enuncia que continuará con la tradición de su familia, al ser madre soltera, a diferencia de ella las mujeres de su familia quedaron solas debido a los asesinatos durante la Guerra Civil Española. Peor aún, Janis intenta reconstruir el pasado familiar a través de la excavación y exhumación de una fosa de su pueblo donde se presume están las víctimas del franquismo. Mientras tanto Ana, con una problemática más actual concerniente a su generación, también deberá enfrentar el pasado al poder explicitar la forma traumática en la que fue producido su embarazo. En consecuencia, una vez más lo paralelismos simbólicos resignifican constantemente la narración a través de la violación de los derechos humanos. La alternancia del pasado histórico Guerra Civil Española, con el presente de Janis y la creciente sospecha sobre la identidad biológica de su hija, convierte a la identidad en el eje principal de la obra, cuya estructura parece dividirse en dos planos temporales que se superponen a través del cuerpo de Janis y la anacronía temporal de la enunciación. Porque son los cuerpos materiales -los presentes y los arrebatados- los que poseen la verdad que liberará tanto el pasado como el presente. De forma similar que en Volver (2006), en Madres paralelas todo aquello que no se resuelve en el pasado, termina haciéndose eco en el futuro. Por eso Janis debe desempolvar el pasado para poder construir un futuro. La protagonista debe recomponer la identidad familiar e histórica de su país, reforzando la idea de que saber más sobre nuestra cultura, implica poder conocer más sobre nosotros mismos. Porque tal como expresa la canción “La memoria” del cantautor argentino León Gieco “Todo está guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia. La memoria despierta para herir a los pueblos dormidos que no la dejan vivir libre como el viento. Los desaparecidos que se buscan con el color de sus nacimientos…”
En Almodóvar todo es cruce, intersección, choque de partículas que deviene en caos y transfiguración. El título de su nuevo film, Madres paralelas, encierra al menos una mentira: Janis, una fotógrafa que vislumbra en su embarazo no deseado la concreción de un deseo por ser madre, y Ana, una jovencita de clase alta sobre cuyo embarazo pesa el signo de la violencia, son entre sí todo menos paralelas. Con estas madres solteras se entreteje un relato que, como todo buen melodrama, no está exento de padecimientos, identidades ocultas, deseos velados y una puesta en crisis de la idea de familia. Madres paralelas es eso, pero solo en la superficie: ningún film del realizador de ¡Átame! o Volver se define en la unidimensionalidad. En julio de 1936, el bisabuelo de Janis, fotógrafo, tal como ella, es ejecutado en manos de falangistas y sepultado junto a otras nueve personas en la vera de un camino rural. Pero hay un enterrado que vive y ochenta años después, en el 2016 donde transcurre el film, ante el desfinanciamiento y la inoperancia del Estado, Janis aume aquel legado atravesado por la represión y la sangre transmitido por generaciones y se embarca en la tarea de movilizarse para hacer posible la exhumación de aquella fosa común.
Almodóvar se pierde en su laberinto Es curioso que la prensa y las entrevistas alrededor de “Madres paralelas”, la nueva película de Pedro Almodóvar, hayan girado en torno a la apertura de las fosas comunes con restos de las víctimas de la represión franquista y las heridas todavía abiertas de la Guerra Civil española. Es curioso (o más bien engañoso) porque ahora que la película se estrenó en Argentina (dos semanas antes de llegar a Netflix), uno cae en la cuenta de que ese no es el tema central de la historia o, para expresarlo más claramente, la película pretende abarcar tantas historias que pierde su centro y al final se diluye. El director manchego apenas se había referido a la dictadura de Franco en el comienzo de “Carne trémula” o tangencialmente en “La mala educación”, y en “Madres...” lo hace de forma más concreta, pero nunca alcanza a profundizar y el resultado lamentablemente tiene gusto a poco. “Madres paralelas” es un típico melodrama almodovariano en un universo eminentemente femenino, con madres solteras, hombres ausentes, crianza compartida, familias no tradicionales y distintos tipos de madres, desde las que parecen heroínas hasta las que niegan el instinto maternal. La protagonista es Janis (Penélope Cruz), una fotógrafa que busca desde hace tiempo los restos de su bisabuelo, desaparecido durante la Guerra Civil. A los 40 años Janis queda embarazada (producto de la relación con un amante) y decide tener a su hija en soledad. En la clínica donde va a parir conoce a Ana (Milena Smit), una adolescente también embarazada con quien comparte habitación y las experiencias del parto. Las dos mujeres tienen diferentes orígenes y están atravesando situaciones muy distintas, pero entre ellas se crea un lazo que con el tiempo se va a volver muy fuerte. En La masacre de Texas un grupo de influencers quiere rescatar un pueblo abandonado de Texas, pero no saben que allí aún vive el asesino en serie Leatherface. Asesinos inmortales: la supervivencia del terror en tiempos de adaptación El casete se compone de las grabaciones remasterizadas en 2015 de las ocho canciones originales del álbum. Iron Maiden lanza un casete para celebrar los 40 años de "The number or the beast" Con oficio y mano firme, Almodóvar construye un drama con tempo de thriller, donde las “madres paralelas” del título se cruzan una y otra vez, mientras el misterio que subyace pasa por la revelación de una identidad. El problema es que la tensión no se mantiene, en parte porque entra en juego (y con fórceps) el tema de la represión franquista y la exhumación del cadáver del bisabuelo de la protagonista, y la película no encuentra cohesión entre el melodrama puro y duro y el alegato político. Cuando Janis la increpa a Ana (que desconoce las terribles heridas que dejó la dictadura) y le dice “es hora de que te enteres en qué país estás viviendo” todo suena a discurso vacío. El final intenta ser emotivo y movilizador, pero de nuevo el director se queda a mitad de camino, porque ahí los personajes parecen pertenecer a otra narración, están ausentes en la escena. El cortocircuito en la cruza de géneros y en los cambios de tono dejan entrever que la película contiene varias historias que deberían haberse desarrollado de otro modo. Tal vez lo único real, potente y constante en todo el filme es el gran trabajo que hace Penélope Cruz con su personaje. Cruz es una actriz mediocre fuera del universo Almodóvar, pero la marcación del manchego la hace brillar acá como pocas veces, y uno cree en las fortalezas y las debilidades de su Janis sólo a través de su mirada.
Otro relato apasionante con la firma de Pedro Almodóvar. Un drama íntimo sobre la identidad y el paso del tiempo, elaborado con una puesta en escena inigualable. Penélope Cruz reafirma su trono como la musa más distinguida del autor español.
Almodóvar ha perdido un poco de la antigua transgresión que lo ha caracterizado, pero en su lugar ha quedado espacio para un fervor más arraigado.
Madres paralelas, del poderoso estilista y narrador manchego Pedro Almodóvar, ya cuenta varias semanas disponible en Netfix desde el 18 de febrero. Tal vez tantas semanas pasaron para escribir este breve texto, como las que debí tomarme para escribir con la calma que deviene, un largo tiempo después, de haber vivido una experiencia decepcionante. Puedo afirmar sin titubear que esta película es la obra más anti – almodóvar éticamente hablando. No espero, pues no debiera suceder, que un consagrado realizador de hoy 72 años y más de 40 años de producción artística narre como en los años 80, como en los filmes Matador, Que hecho yo para merecer esto o La ley del deseo, donde rompía a patada limpia con los arquetipos morales, con los cánones de lo que se debe o no se debe y ante todo dando un batacazo a lo políticamente correcto de la época. No sería pertinente para su madurez personal y narrativa exponer hoy esa postura disruptiva, pues su actual universo gira en la intimidad de Dolor y Gloria y si retrocedo un poco hasta en La piel que habito, por no ir unos años más atrás para encontrarme con Hable con ella y otras obras significativas. Pero entre su madurez reflexiva y el armado de un cuentito plagado de correcciones políticas, imposturas acerca de la historia y sus tragedias, y personajes del estilo “somos todos buena gente”, hay un abismo de distancia fatal. Es sin duda el camino menos genuino para hablar sobre la identidad y la recuperación de nuestros orígenes. Para no seguir evadiendo la trama que contiene esta historia, podríamos resumirla en tres capas que se cruzan y superponen a la vez, una la de Penélope Cruz que es madre primeriza a unos 40 y tantos años a la vez que su compañera de cuarto de hospital Milena Smit la joven también primeriza. Mientras se desarrolla la trama del vínculo de cada madre con sus pequeñas hijas, Penélope descubre algo inesperado acerca de la identidad de su niña. Algo que la hará unirse estrechamente a Milena. Enlazado como una víbora el relato del antropólogo Israel Elejalde que va preparando todas gestiones para realizar las excavaciones en el pueblo natal de su amante, Penélope la madre de su hija recién nacida, y allí se focaliza su tarea en busca de esos cuerpos anónimos hijos de la masacre del franquismo. Todo se conjugará en un momento de revelación, en esa imagen fatal de los huesos que aparecen por debajo de la tierra décadas después del exterminio. La imagen final, no revelaré cual, o sea, el plano que cierra el filme es claramente impactante. Pero si existe alguna intención de verdadero compromiso humano y político, queda desdibujada totalmente por el uso del golpe bajo, el lugar común y la búsqueda del aplauso fácil. El de quien imagina esta escena como un acto reivindicatorio. Y desgraciadamente lejos de eso está este filme. Falta que, bajo el título del filme, se cite la frase, basada en hechos reales, para terminar de liquidar cualquier valor narrativo y ético a esta película. No hay de Almodóvar el autor cinematográfico, más que algunas huellas, algunos planos, algunas luces de Alcaine o sonidos musicales de Iglesias que nos conectan con la idea de que es Pedro quien la dirige, allá a lo lejos, como haciéndose pasar por otro, uno llamado Pedro, el bueno. El cuerpo del filme es un gran cartón pintado, sin pasiones profundas, sin contradicciones radicales, y sin esos claroscuros del alma que con sus relatos tantas veces nos ha hecho temblar en la butaca.