Entretenimiento válido sin grandes pretensiones que funcionaría mucho menos si no fuera por sus conocidos personajes y por la nostalgia del espectador. El ritmo es llevadero pero la mayoría de las escenas son...
Aunque utiliza los mismos gags que su antecesora, esta secuela mantiene la gracia, y ofrece una mirada pintoresca sobre las nuevas desventuras amorosas de la familia griega que busca su felicidad en tierras norteamericanas. Después de catorce años del éxito de Mi gran casamiento griego -2002- llega la secuela, Mi gran boda griega 2, una comedia romántica que se sostiene gracias al ecléctico elenco y por una historia que pone el acento en el choque de culturas, pero enfocado ahora en las tres generaciones de la familia Portokalos, que lucha por mantener su felicidad en tierras norteamericanas. Nuevamente con el guión y el protagónico de Nia Vardalos, la película regresa con el mismo equipo y con una frase que dispara el relato: "Ya es hora que te cases, te estás poniendo vieja". A Gus -Michael Constantine-, el patriarca de la familia y Toula -Nia Vardalos- casada con Ian -John Corbett-, se suma Paris -Elena Kampuris-, la hija de 17 años que busca nuevos horizontes y una bulliciosa camada integrada por tios, primos, hermanos y abuelos. Ellos inundan la pantalla con sus graciosas apariciones mientras el patriarca está preocupado por averiguar si es realmente el descendiente de Alejandro Magno. En tanto, se abre otra puerta que tiene que ver con el "verdadero" matrimonio entre Gus y María -Lainie Kazan-, y una celebración que pondrá en juego la unidad familiar y algunos secretos que irá develando la trama. Aunque la película reitera gags del film original, también mantiene su espiritu intacto a través del encanto y la ingenuidad de algunas situaciones, con momentos lacrimógenos que no la alejan de los tópicos del género. En ese sentido, el matrimonio formado por Toula e Ian atraviesan una crisis de pareja y necesitan recuperar el deseo perdido, pero los mejores momentos reposan en la verborrágica tía Voula -Andrea Martin- que cuenta sus intimidades y en la abuela Yaya que enciende el motor del clan. Entre amores adolescentes, sesiones de fisioterapia, la lucha contra las nuevas tecnologías y vecinas chismosas, la comedia aprovecha para instalar el tema de la apertura sexual mientras prepara tortas y confites para la nueva fiesta que se avecina. ¿Será la última?....
Grecia en ruinas El estreno de esta tardía e innecesaria secuela es una excelente oportunidad para desperdiciar nuestra vida repasando la película original. Está bien hacerlo, porque aquel éxito de taquilla es una de las peores y menos graciosas comedias de todos los tiempos. Siempre, claro, hablando de comedias exitosas. Si nadie hubiera ido a ver ese bodrio, no estaríamos hablando del tema. Película norteamericana donde una familia griega reaccionaria y gritona aprendía a aceptar a un yerno no griego. Todos los chistes malos posibles se acumulaban en ese film costumbrista que no tenía nada que envidiarle a los peores costumbrismos del mundo cinematográfico. De aquella comedia horrible, esta secuela francamente insoportable. Pero como ya no les quedan más chistes, algunos momentos sin humor poseen un poco más de corazón y algo más de estabilidad narrativa. Aun así, por el bien de cualquier ser cuya existencia no sea infinita, esta secuela debe ser ignorada. Hasta el recurso que produce la mitad de los chistes (un matrimonio que se descubre que no es tal por un tema de firmas) es gastado y es fácil recordar mejores comedias sobre el mismo tema. Por ejemplo: Casados y descasados (Mr. And Mrs. Smith) de Alfred Hitchcock. Perdón maestro por meterlo en este comentario sobre ese artefacto irrelevante llamado Mi gran boda griega 2.
Lo primero es la familia. Luego de la exitosa "Mi Gran Casamiento Griego" (2002) llega unos cuantos años después esta secuela donde la protagonista, ya casada y con una hija que esta a punto de terminar el secundario, aún no ha logrado despegarse de su ruidosa y extrovertida familia griega. Toula (Nia Vardalos) se encuentra ahora felizmente casada con Ian (John Corbett) pero la vida no es color de rosa. Paris (Elena Kampouris) su hija adolescente no quiere tenerla por delante y amenaza con irse a una universidad lo más lejos posible de su hogar. Sus ancianos padres están más demandantes que nunca y debe hacerse cargo del restaurante familiar. Con tanto ajetreo la chispa de su matrimonio parece haberse apagado. Como si todo esto fuera poco, la familia debe organizar una nueva boda en la que todos colaboran, se entrometen, organizan y desorganizan, entre gritos, mucha comida y ropa colorida y llena de volados. Impulsada por el éxito del primer filme esta continuación cuenta con la misma fórmula pero con un guión más flojo, sin una historia central que la sostenga -como era en la anterior la historia de amor entre Toula e Ian- si no que ahora la película se convierte en una seguidilla de gags, como una sitcom, donde la numerosa familia se luce con sus gracias, y al hacerlo cae repetidamente en lugares comunes. Kirk Jones dirige correctamente esta comedia que no está entre sus mejores trabajos, y Nia Vardalos vuelve a estar a cargo del guión que parece un reciclaje del anterior, pero ha construido una comedia que, aunque liviana, funciona. Las actuaciones son tan graciosas como en el primer filme, donde se destacan las adorables Andrea Martin y Lainie Kazan, como las sabias señoras griegas de la familia. Finalmente, todo gira en torno a la unida y entrometida familia, con clichés sobre los griegos, alguna que otra situación tierna y cursi, y la moraleja que no hay nada más importante que la familia, aunque por momentos sean insoportables.
En el 2002 Mi gran casamiento griego resultó una de las grandes revelaciones entre los estrenos de aquel año que llegó a recaudar más de 360 millones de dólares. A raíz del éxito del film un tiempo después se hizo una serie de televisión que adaptaba la misma historia con varios de los actores que formaron parte de esa producción, entre ellos la protagonista Nia Vardalos. El programa fue un fracaso y lo terminaron cancelando luego de siete episodios. 14 años después de la película original, Tom Hanks y su esposa Rita Wilson volvieron a gestar un nuevo proyecto con estos personajes que no termina de convencer. Una particularidad de Mi gran casamiento 2 es que los protagonistas del film original quedaron relegados a un rol secundario, ya que la trama se enfoca en otros personajes. El eje del conflicto pasa por la hija adolescente del personaje de Nia Narvalos que intenta encontrar su espacio dentro de la asfixiante familia griega con la que convive. Por otra parte, el padre de la protagonista, quien está convencido que es un descendiente de Alejandro Magno, descubre que el casamiento con su esposa no fue legal y esto genera a que la familia organice una nueva celebración. La película trae de regreso a todos los personajes del film del 2002 pero la experiencia es diferente. La trama es un collage de gags de una típica sitcom norteamericana que no justifica demasiado la razón de ser de esta continuación. Hay algunos momentos simpáticos con la insoportable familia Portokalos, pero la película nunca llega a replicar y mucho menos mejorar la experiencia del film original. No obstante, la química del reparto permaneció intacta y esto ayudó a sobrellevar un guión que carece de una trama atractiva. Mi gran casamiento griego 2 no es una película mala y puede ser disfrutada si uno decide verla sin demasiadas exigencias, aunque es una producción que probablemente quede en el olvido
Lo primero es la familia Siguiendo con la historia presentada hace más de una década en los cines, Mi gran boda griega 2 (My Big Fat Greek Wedding 2, 2016) reposa hábilmente la mirada en la familia de la protagonista, Toula (Nia Vardalos, quien además escribe y produce la película), con sus particularidades y características, y que de manera sorpresiva y lograda, fueron descriptas en ese primer acercamiento desde la comedia al grupo que la rodea. Aquí Toula, ya establecida y con su marido, debe continuar su vida vislumbrando la posible ida de su hija por estudio, y acompañar a sus padres en las rutinas relacionadas con la edad (acompañarlos a la kinesióloga, a hacerse estudios, etc.), mientras que intenta recuperar la pasión con su pareja la que, por tareas extras y principalmente por el acoso de la familia, fue relegando cada vez más. Así Mi gran boda griega 2 se va consolidando como una muestra de algunas de las catástrofes naturales a las que esta mujer está acostumbrada a lidiar a diario y que en algún punto le han dado cierta invisibilidad ante los suyos, demostrando porque esa mujer fuerte de la primera entrega terminó por convertirse en un ser pasivo y apagado en esta oportunidad. Pero más allá de ese segundo plano en el que se encuentra, en el fondo, cada uno de los miembros de su familia exige y necesita que ella esté presente ante cualquier situación, razón por la cual cuando el padre detecte con una consulta muy simple (o al menos eso parece en primera instancia) que no está casado legalmente con su madre (falta una firma), Toula encabeza el comité para que un nuevo casamiento permita que sus progenitores puedan contar con un certificado que avale la unión. El film trabaja esas dos líneas: la de la mujer que necesita de alguna manera cambiar su situación para sentirse nuevamente bien consigo misma y su entorno, y por otro lado los obstáculos que se presentan para poder armar la boda soñada para sus padres. Narrada en voz en off, y con un ritmo muy cercano a la sitcom, Mi gran boda griega 2 aprovecha de la screwball comedy todo aquello que le permite consolidar una propuesta pintoresca sin otro objetivo más que entretener durante casi dos horas. Kirk Jones releva en la dirección a Joel Zwick, pero la pluma de Nia Vardalos sigue presente en el guion, que en esta oportunidad -y por el paso del tiempo- menciona de manera tangencial un contexto económico real y que potencia el verosímil de la historia. “La gente no viaja más, pero sigue comiendo” y allí la ubica a su Toula, estoica, tenaz, persistente, triste y nostálgica, y que pese a las presiones familiares y a los cambios sufridos en su realidad, proyecta en su hija todos los sueños que ella no pudo cumplir, y pese a esto reposa en aquel hombre que eligió para su vida, más allá que se haya olvidado de cómo intimidar con él. Mi gran boda griega 2 es una comedia que justamente en la honestidad con la que se presenta, radica su principal virtud.
FAMILION GRIEGO EN ACCIÓN Una franquicia rendidora que sigue produciendo Rita Wilson con su esposo Tom Hanks, y asociados, con su amiga Nia Vardalos y el elenco original. Aquí los problemas de ese familión entrometido tienen que ver con la hija adolescente de la pareja, y el casamiento siempre postergado de los irascibles papas de la protagonista. Amable, sin más pretensiones que retener al público que festejo la anterior, se propone como comedia pasatista, con algunos apuntes gruesos sobre las tradiciones griegas y enredos que no pasan a mayores.
Cuando la primera parte se estrenó, allá por el 2002 enganchó por una serie de cosas. Primero por ser la historia de amor de la actriz con su verdadero marido que en la película hace del sidekick del galán (sí, Hollywood juega con nosotros) y por ser una comedia sin pretensiones que termina con el mensaje positivo de que lo más importante es la familia. ¿Qué es una boda sin tradiciones? La segunda parte es exactamente la misma lógica, sin el impacto de la novedad y sin que quieras conocer al paquete que viene detrás de ella. El elenco completo volvió sin sumar molestias y sigue teniendo el aura de la primera con su tono relajado y tierno. Pero, de nuevo, no estás sumando elementos si no explicando cómo siguieron por los siglos de los siglos. El film es producido por Tom Hanks y se ve su buena veta para la comedia y para reconocer los recursos importantes. Y, tal vez, para darle trabajo a su mujer. En este caso la historia parte del momento en el que Toula, nuestra protagonista, ya es madre de una adolescente que pronto volará del nido y no la tendrá más, entonces también empieza a hacerse cargo de sus padres porque lleva tanto tiempo pensando en cuidar a otros que se olvidó de ser simplemente ella. Recupera los mini dramas, la lógica de la familia ruidosa y unida a pesar de conocerse y los ritos que hacen que todos nos reunamos. Volvemos al set de Chicago, con pocos exteriores para no encarecer el presupuesto y el armado del barrio que tan bien funciona en la comedia, es otra forma de priorizar costos. La historia no sufre ya que hasta te recuerdan los lentes de ella de la primera y la secuencia con las elipsis de las citas de ellos dos que tan bien funcionaron en la anterior entrega. Pero, tampoco hay demasiada historia por sufrir. Ya la primera se basaba más en conocer a los griegos que en otra cosa porque ni siquiera hay un momento de duda antes de llegar al altar. Las segundas partes son muy cuestionadas. No se sabe si son necesarias, buenas, malas, etc. Son términos muy discutibles. Por lo pronto es una continuación que no perdió la frescura y entendió dónde está la identidad de la historia, que es diminuta y casi carente de conflicto. De esas pelis que podés ver mil veces sin que te moleste en el sillón de tu casa y que si pagás la entrada sabés qué vas a ver. Mi consejo es que si no sos muy fan de la primera, esperes un poco y la veas desde el fondo del sofá. Con una manta y un kilo de helado, sube un par de puntos más.
Una familia muy normal Sin el efecto sorpresa de la primera entrega, se las ingenia para sostener el interés por la familia. Casi de manera natural, como si se tratara sólo del paso del tiempo, Mi gran boda griega 2 va al reencuentro de la familia Portokalos, un clan muy particular que basó su éxito en la capacidad de sorpresa y la frescura del filme que le dio origen a principios de la década pasada. Tratándose de una segunda parte, resulta imposible que tal impacto se repita, el desafío pasa entonces por volver atractivo el devenir de personajes que pertenecen al mundo del cine. Y el principal pecado es la exageración, característica de muchas de estas segundas partes que buscan atrapar al espectador por algún lado. Aquí, Ian y Toula, la pareja protagonista del primer filme, ceden espacio a la historia de los padres de Toula, pero principalmente a Paris, la hija que intenta abrirse camino en un mundo cada vez más diverso, presa de un juego de identidades culturales. Como se mantiene gran parte del elenco de la versión original, lo que vemos se parece mucho a una serie. La novedad es el cruce generacional que propone la película, una nueva ensalada griega. Por supuesto que Ian y Toula siguen juntos, tratando de reencauzar su amor adormecido bajo la burocracia cotidiana. Ella jamás pudo despegarse de su familia. Sigue encerrada en el restaurante de sus padres, con su matrimonio vuelto un hecho rutinario. Paris, a punto de entrar en la universidad, lucha a diario contra un embarazoso acoso familiar. Hay tironeos, cansancio, vínculos horadados y chistes repetidos hasta el cansancio. Hasta que un hecho casual despierta la helenidad contenida. Los padres de Toula descubren que su certificado de matrimonio no tiene validez y no les queda otra que volver a casarse. Nueva boda y viejos problemas. Dijimos que hay un exceso de gags, que a pesar de los años, muchos de los chistes parecen reiterativos, y que ese es el costo de volver a poner en circulación, en pantalla, a unos personajes que funcionaron bien, pero que necesitan más riesgo. Lo mucho de Alejandro Magno, Sócrates y fonética griega, la nada de la actualidad acuciante de ese país, sumido en una crisis que el filme esquiva por completo es casi una metáfora de lo que ocurre en la película, que vive demasiado de su propio pasado. Aún así, en la lectura general, la película logra ese equilibrio medido entre una risa por evocación y una sensibilidad acotada que le permite mantener el clima y la calidez de aquélla experiencia inicial. Amparada principalmente en los protagonistas, que asumen la continuidad de sus roles. Otra vez se luce Nia Vardalos, muy bien secundada, que además es la autora del guión. Y ayuda la incorporación de Paris, aunque sea una salida de manual, que propone un cruce generacional, una mirada distinta de las tradiciones, de la familia. Siempre desde el amor a la griega.
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Con un humor forzado y varios desaciertos en el guión se presenta “Mi gran boda Griega 2”. Vendría a ser la continuación luego de 15 años, y casi con el elenco original, de la primera. La muy particular familia Portokalos, revolviendo viejos documentos, se entera que falta la firma del sacerdote que los unió en matrimonio a los grandes protagonistas (Gus y Maria los padres de Toula). Esto va a motivar a toda la familia a realizar los preparativos para esta nueva gran boda. Si bien encontramos gags y situaciones cómicas fundamentalmente ligadas a la burla sobre la misma colectividad, no fluyen naturalmente y es asombroso ver como no causan gracia. Es más, diría que hasta incomoda al espectador. Falta una buena construcción del relato, y la dirección de actores acompaña precariamente esa propuesta. Los gestos están muy marcados y exagerados. Pienso que la mayoría de las veces menos es más. En este caso siempre intentan más sobre lo que ya basta y sobra. Y lo ridículo no necesariamente causa risa. Rescato la bella fotografía de la ciudad y la banda sonora. Si te gusto la primera seguramente encontrarás motivos para pasar un momento agradable con esta segunda parte. Como siempre, y por suerte, hay para todos los gustos.
En Mi gran boda Griega 2, Ian y Toula la pareja que conocimos en la primera entrega catorce años atrás, deben lidiar ahora con una hija adolescente a punto de ingresar en el mundo de los adultos y a la vez participar de un nuevo y más bizarro casamiento familiar. Recordada como una de las más originales comedias románticas de la década pasada, esta secuela apela al elemento nostálgico y a la buena química entre la pareja protagónica, una siempre graciosa Nia Vardalos y el galán maduro John Corbette, actores solventes, creíbles que logran traspasar la pantalla. El séquito de familiares griegos que los rodean, conforman un variopinto grupo de personajes muy graciosos y queribles. Además de la semblanza sobre el amor en las distintas generaciones de la vida, el filme hace hincapié en los valores familiares y la importancia de las raíces. Una comedia sin pretensiones, sencilla, sin un argumento rebuscado que funciona y logra hacer reír y emocionar.
Las bodas griegas aún consiguen entretener En 2002 la comedia romántica "Mi gran casamiento griego" fue toda una sorpresa en la taquilla, y hasta consiguió una nominación al Oscar al mejor guión para la protagonista y autora del argumento original, Nia Vardalos, que mostraba un ojo agudo para satirizar la comunidad griega y los enredos que podían ocurrir cuando una mujer de ese origen quería casarse con alguien ajeno a su círculo social. La película original recaudó más de 300 millones de dólares en todo el mundo, pero salvo los fans a muerte del primer "gran casamiento griego", al resto de la audiencia tal vez le cueste un poco ubicarse otra vez en medio de estos extrovertidos personajes que, por uno de esos milagros de las secuelas, están interpretados en su mayoría por los mismos actores y actrices que aquella primera vez. Ahora la misma pareja que se quería casar en el primer film sigue teniendo que sobrellevar la cariñosa pero abrumadora omnipresencia de toda la familia griega, mientras intenta sin mucho éxito no hacerle lo mismo a su hija de 17, que tiene ideas distintas de la vida que ellos. Pero la boda a la que se refiere el título tiene que ver con una falsa boda ocurrida décadas atrás, nada menos que con los padres de la protagonista (Lainie Kazan y Michael Constantine) dado que el sacerdote que los casó en el altar se olvidó algunos trámites que provocan que la unión no sea del todo legal. "Mi gran boda griega 2" no es un dechado de originalidad ya que, como es de suponer, intenta más que otra cosa repetir la misma fórmula del sorpresivo éxito de 2002. A su favor se puede mencionar el buen elenco, los gags divertidos y la colorida dirección de arte para todo lo que tiene que ver con el kitsch de esta familia, que en cualquier momento reaparecerá en una tercera parte.
La segunda parte de "Mi Gran Boda Griega", peli que vimos en 2002, no está a la altura de la primera pero si amas a los personajes y a esa mega familia, seguramente la disfrutes y mucho. Nia Vardalos y John Corbett nos situan en la actualidad de Toula e Ian, quienes tienen a su hija ya crecida y continúan viviendo pegados a la familia de ella. Si algo tiene esta segunda parte, es que todos los personajes se destacan, manteniendo la picardía de cada uno y robándote alguna que otra sonrisa en el trayecto. Peli pochoclera, tierna, con lindos momentos y un final, que al menos a mí, me gustó mucho, porque inevitablemente amo a toda esta familia de griegos que allá, hace años, hicieron divertirme tanto. Espero te suceda lo mismo... muy linda peli y super recomendada.
La primera gran boda griega, escrita y protagonizada por Nia Vardalos, fue una comedia romántica que observaba choques culturales, sobre una mujer greco-americana que se enamoraba de un estadounidense. Y fue un gran éxito de su año, 2002. Esta segunda parte, que encuentra a la pareja sólidamente instalada como familia y parte del clan, tiene menos para contar y se reduce, desde la primera escena, a una serie de apuntes reiterados que rebotan, de un lado a otro, entre todos los estereotipos posibles. La coralidad de griegos americanizados -eso sí, no hay un sólo apunte a la realidad actual ni a la crisis de Grecia-, obsesionados con su cultura distante y el consumo religioso de manteca de ajo, empalaga tanto como la subrayada ternura de estas payasescas relaciones familiares. Si este clan no distingue entre el abrazo y la asfixia, Vardalos tampoco da con la supuesta gracia que podría tener la caricatura de semejantes lazos enfermos, así que todo se resuelve a brochazo gordo de sonrisa feliz. Aún como producto edificante, alejado del cine, la película hilvana torpemente una serie de chistes que cuando mejor son bobos, y ni siquiera provoca la sonrisa que promete.
Un opaco regreso Al comienzo de Mi gran boda griega 2 se presenta a los personajes y lugares de la película original intentando imprimir nostalgia en el reencuentro del espectador con ese universo. El problema es que el film estrenado en 2002 no tiene la potencia de un clásico o de un objeto de culto como para que se produzca ese efecto deseado. Quien probablemente sintiera nostalgia y anhelo de reencontrarse con esos personajes es Nia Vardalos, guionista y actriz de ambas películas. Vardalos escribió y protagonizó la obra de teatro Mi gran casamiento griego, que llamó la atención de Rita Wilson, quien produjo la versión cinematográfica y actúa en esta secuela. Con un presupuesto de 5 millones de dólares, la película recaudó más de 360 millones en todo el mundo. Una continuación era esperable, sobre todo cuando la carrera de Vardalos no logró despegar. Catorce años después llega esta segunda parte sin una buena excusa narrativa. Todo gira alrededor de tres conflictos que tienen a Toula (Vardalos) como factor común: sus padres descubren que el cura que los casó no era legítimo y tienen que volver a contraer matrimonio; su hija tiene problemas para aceptar la omnipresencia de su numerosa familia y decidir adónde va a ir a la universidad, y su matrimonio con Ian (John Corbett) está un poco oxidado. Todos los chistes sobre la familia ruidosa y poco respetuosa de la privacidad son aún menos graciosos en esta secuela. Los personajes siguen siendo caricaturescos y la empatía del espectador se la lleva la hija de Toula y sus ansias de escapar. Por supuesto que detrás de todo hay un mensaje de "lo primero es la familia" pero el alegato no resulta muy convincente. Hay un intento interesante de entrar en el tema de lo que les pasa a las mujeres que se dedican exclusivamente a su familia cuando sus hijos se van de la casa, sus padres empiezan a necesitar mayores cuidados y su matrimonio quedó un poco de lado. Pero eso se abandona enseguida y se vuelve a la superficie, donde reinan los colores fuertes, los gritos y los chistes sobre griegos.
Muchos recordarán cuando se estrenó la primera parte en 2002 donde todos los miembros de la familia Portokalos están preocupados por Toula (Nia Vardalos), a sus treinta años sigue soltera y trabaja en el restaurante, pero se enamora y se casa con Ian Miller (John Corbett), quien es de otra cultura. Ellos ahora viven cerca de toda la familia de Toula Portokalos tienen una hija adolescente Paris (Elena Kampouris). Ellos se dan cuenta que han dejado un poco su vida de lado por vivir pendiente de su hija e intenta reconstruir su situación y por otro lado los padres de Toula descubren que no están casado porque no tienen firmada su acta de casamiento y hay que organizar una nueva boda. Vuelve la lucha por mantener la unión, la felicidad, la cultura griega pero en Norteamérica. Gus Portokalos (Michael Constantine) es gruñón, cabeza dura, muy cerrado en sus ideas relacionadas con sus orígenes griegos y dice que es descendiente de Alejandro Magno y piensa demostrarlo. Un divertido entretenimiento. Ahora resta esperar la tercera parte.
Ayer llego el estreno de Mi gran boda griega 2, segunda parte del film del 2002, que vuelve a traer el elenco original. La familia Portokalos está de vuelta. Han pasado casi quince años desde que Toula (Nia Vardalos) e Ian (John Corbett) se casaran. Ahora la pareja intenta sacar un poco de tiempo para ellos, y tener alguna que otra cita romántica. Mientras, lidian con Paris (Elena Kampouris), su hija adolescente, que ha crecido y quiere irse a una Universidad que esté lejos de su sobreprotectora familia, que la sigue a todos lados. Y es que la joven necesita un poco de aire. Pero entonces la familia descubre un secreto: el sacerdote que ofició la boda de los padres de Toula se olvidó de firmar el papeleo, por lo que realmente Maria (Lainie Kazan) y Gus (Michael Constantine) no están casados. Así que otra nueva boda está en camino, y esta vez será más grande y mucho más griega. Los enredos, las risas y el choque de culturas están asegurados. “Las segundas partes nunca fueron tan buenas”; muchas veces esta frase se usa en el cine, en ocasiones se aplica en otras no. Mi gran boda griega 2 tiene ideas ya vistas en su primer parte, pero lamentablemente su historia no engancha de la misma manera. Los protagonistas principales se pierden entre la exagerada vida de la familia Portokalos, y muchas veces las historias secundarias son más interesantes que las principales. Las dos lineas narrativas principales no son tan jugosas como los pequeños sketchs, en donde el guión de Nia Vardalos, hace más uso de las típicas costumbres griegas, que el público ve ajenas; generando el impacto buscado.
La vida de Toula (Nia Vardalos) se encamina a la monotonía. Ahora ella también es madre de una hija que intenta independizarse, su familia griega es cada vez más grande y ruidosa, y para colmo, los padres de ella no están casados por un error burocrático. Ahora todos deberán organizar la boda entre Costas y María, mientras Toula intenta mejorar la relación con su hija y revivir la pasión de su propio matrimonio. Estamos ante la ¿esperada? secuela de Mi Gran Casamiento Griego, aquel film del 2002 que nos mostraba la dinámica interna de una típica familia griega llevada al cliché máximo para buscar risas en el espectador. Seguramente la gran pregunta que se hagan ustedes es si valía la pena que se haga una continuación y que salga casi quince años después. Bueno lector, se lo dejamos a su criterio. En Mi Gran Casamiento Griego 2 el quid de la cuestión es más global. Obviamente el tema del casamiento vuelve a ser el tema principal, y podríamos decir que casi lo es por partida doble. Por un lado tenemos el porqué de que Costas y María en realidad no estén casados, y cómo la cabezonería de ambos lo único que logra es que el asunto se dilate más de lo necesario. Pero por otro lado, tenemos al personaje de Paris (Elena Kampouris), quien intenta separarse un poco de la tradición griega, mientras el resto de la familia ya le busca marido pese a que aún es una adolescente. El tono de comedia ligth familiar vuelve a hacerse presente a lo largo de todo el metraje, apuntando claramente a un público que le escapa a las comedias que se basan en las flatulencias o los golpes. Hasta ahí todo bien, pero el enorme problema que presenta esta película es la poca originalidad que tiene a nivel guión (escrito por la propia Nia Vardalos). La primera entrega funcionó. A muchos les encantó ver a esta familia griega convertida en sátira de sus costumbres y a otros nos pareció un film bastante menor. En esta ocasión se busca repetir la fórmula casi sin disimularlo, sólo con la excusa del paso del tiempo para cambiar algunas situaciones, o cambiar el foco del conflicto principal a otros personajes, y muy poco más. Poco queda destacable entonces si sumamos que muchos de los momentos graciosos son a base de gritos e histrionismo por parte de todos los personajes, o de llevar al límite algunos pensamientos que a día de hoy, para los que no pertenecen a ninguna comunidad étnica, quedan bastante retrógrados. Mi Gran Casamiento Griego 2 queda entonces como una pobre secuela, sin demasiado que ofrecer, salvo más de lo mismo. A quienes disfrutaron de la primer película, seguramente con esta la van a pasar igual de bien. Para el que busque algo más elaborado u otro tipo de humor, les aconsejo seguir buscando.
Los excéntricos Portokalos y la imagen posmoderna de Romeo y Julieta La película retoma donde ha quedado conclusa la historia presentada en el film anterior; Toula, casada con Ian, un extranjero que debe hacer malabares diversos para ser aceptado por la excéntrica familia de su esposa. Las novedades de esta secuela pasan: a) por la presencia de una hija adolescente, en proceso de crisis y construcción de autonomía en el contexto de una familia absorbente que no le deja espacio su desarrollo, b) el descubrimiento de que los padres de Toula no están casados, con el inmediato surgimiento del conflicto de la pareja, quienes deberán no sólo re-casarse, sino re-elegirse. El relato tiene la ventaja de contar con el mismo elenco de la primera película, y por lo tanto tener la ocasión de poner en escena nuevamente a esa troupe de impresentables que son los familiares de Toula, que son –igual que en el film anterior- el condimento decisivo de una trama narrativa elemental: familia conservadora que debe enfrentar un cambio inesperado; en el primer film, el casamiento de la única hija mujer (Toula) con un hombre que no tiene ascendencia griega; en el segundo, la decisión de la hija mujer de Toula e Ian de irse a estudiar a otra ciudad. La decisión de Nia Vardalos de replicar en esta segunda entrega la organización de la boda griega, esta vez la de sus padres, puede interpretarse como una reiteración no sólo innecesaria sino perjudicial. Sin embargo, creo yo que en sí mismo no es un problema, y en tal caso queda relegado a una cuestión de gusto y preferencia del espectador de lo que esperaba de la película. En última instancia, no es una repetición completa de la temática del primer film, puesto que en este caso el tema no es tanto un casamiento sino el acto de los integrantes de una pareja de volver a elegirse a pesar de todo. Esto no significa negar que la película tenga algunas deficiencias estructurales en torno a las líneas narrativas que expone y al modo en que las desarrolla. En particular me refiero a las tres historias fundamentales que constituyen el argumento: la de los padres de Toula; la de Toula e Ian, como pareja romántica; y Toula-Ian, como pareja de padres, frente a la imprevista emancipación de una hija adolescente. Casi como culposamente aparece una cuarta línea, vinculada a un hermano homosexual de Toula, quien se dirime entre mantener en secreto y anoticiar a su familia de su preferencia sexual y presentar a su pareja. En el primer caso, se trata del foco narrativo que más se ha desarrollado, y que mayor peso tiene en el conjunto de la trama. El inconveniente que presenta esta historia es, por un lado, la indefinición del tono con que se la presenta: no llega a ser una situación completa y plenamente cómica, aunque se la pretende presentar como tal, y tampoco se la asume de manera decidida con un perfil melodramático. Quizás hubiera sido más eficiente conservar para esta línea una tónica melodramática, y dejar los aspectos cómicos en las historias secundarias, pero esto hubiera modificado un poco el carácter orgánico de un relato que pretende de modo evidente presentarse como una acabada comedia cómica. Por otra parte, el conflicto amoroso principal que el film ha expuesto para esta línea se desvanece, apenas se lo presenta, por medio de un recurso artificial, apresurado e innecesario: el accidente en la bañadera. El desenlace abrupto del conflicto deja a la narración enclenque y un poco desorientada. Las historias restantes presentan la dificultad principal de no tener un espacio dramático narrativo holgado para desarrollar sus potencialidades. Tanto el relato del reencuentro romántico y sexual del matrimonio de Toula e Ian, la relación incipiente que manifiesta la hija adolescente con el compañero de la escuela, como el conflicto dilemático del develamiento de la sexualidad a los padres, por parte del hermano de Toula, eran potencialmente buenos escenarios para haber desarrollado una batería de situaciones cómicas y no cómicas que habrían dado un buen contrapunto a la historia principal. Sin embargo todas se resuelven de rebote a partir de la resolución de la primera línea, lo cual da la imagen de que toda la familia depende del vínculo de los padres, no teniendo problemas propios que trabajar, ni formas específicas de resolverlos. La historia misma de la hija, que siente que tiene una familia agobiante y no siente que tenga un espacio adecuado para su desarrollo es una metáfora –probablemente involuntaria- de los problemas narrativos que el mismo relato presenta. La familia Portokalos, agobiante y omnipresente, no deja espacio para el desarrollo de los conflictos individuales de sus miembros; los problemas de los individuos quedan relegados u oscurecidos a la dependencia del núcleo familiar central, y sus resoluciones (meros deus ex machina) son fantasmáticas, pues su existencia misma es una ortopedia del espacio familiar que se impone de manera absoluta como una metáfora posmoderna del Romeo y Julieta Shakespeareano. Sólo por esta metáfora involuntaria de la película, y porque reavivan las ganas de volver a ver la primera, pero esta vez con unos ojos menos inocentes, creo que el esfuerzo de la secuela ha valido la pena.
La primera no era gran cosa: algo así como Los Campanelli cruzada con Zorba, el griego (con los defectos de ambas creaciones, de paso). Aquí se intenta volver a aquel mundo más o menos simpático de Nia Vardalos y lo que se logra es otra cruza de Los Campanelli con Zorba, el griego pero esta vez descafeinada. Si la señora Vardalos les cae bien, adelante. Si no, bueno, hay recetas de moussaka en Internet.
Cuando en 2002 se estrenó “Mi gran casamiento griego” había algo del orden de la frescura en la comedia escrita y protagonizada por Nia Vardalos. En parte por lo autoreferencial, como lo indica su apellido, pero también por la construcción de personajes pintorescos, con una idiosincrasia muy particular propia de la etnia retratada. El disparador era el de una familia culturalmente manejada por los mandatos auto impuestos, cuyos padres se veían graciosamente “horrorizados” al ver que el ferviente deseo de casar a su hija con algún candidato griego, para que finalmente ésta les diese los nietos, se veía en peligro por la aparición de un galán de linaje irlandés. En el género de la comedia costumbrista los ejemplos de la identificación cultural, familiar y étnica, han estado presentes en toda la historia del cine. “La familia” (Ettore Scola, 1986), “Esperando la carroza” (Alejandro Doria, 1985); “Gato negro, gato blanco” (Emir Kusturica, 1999), “Los tuyos, los míos y los nuestros” (Melville Shavenson, 1968) o “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” (Pedro Almodóvar, 1984), son algunos ejemplos que con mayor o menor liviandad hablaban de lo mismo, pero sobre todo eran argumentos apoyados claramente en la estructura familiar y sus conflictos. Especialmente los suscitados por el traspaso generacional. Dicho de otra manera, cuánto podía modificarse la tradición a partir de la convivencia con un progreso que inevitablemente impacta y divide esta estructura del arraigo. Sólo desde este lugar se puede justificar una secuela como “Mi gran boda griega 2” (¿Por qué cambiaron boda por casamiento en el título?). Obviamente para los que no hayan visto la primera será un deleite distinto, y tal vez menos para los que tengan más presente la original. Nia Vardalos esperó un buen tiempo para llegar al nuevo guión, que obviamente se apoya en el hecho de ser madre y una situación en la cual se descubre que Costas (Michael Constantine) y María (Lainie Kazan) no están “administrativamente” casados por un error, algo difícilmente creíble por las características de ésta familia, pero, vamos. Narrativamente hasta se podría decir que es un calco (pese al cambio de director) empezando por estar narrada por la protagonista. El elenco se conserva intacto, con el agregado de la nueva generación, y algunas situaciones vuelven a repetirse como, por ejemplo, la insistencia del patriarca en que todas las palabras son de origen griego, o la imperiosa necesidad de tener muchos hijos. Aún con estos elementos la comedia transita por un cuadro liviano y agradable, tal vez algo edulcorada, en el cual no faltarán varios momentos bien logrados para el género gracias a un casting de actores que, evidentemente, se divierten mucho dándole vida a esta familia, diversión que se transmite desde la pantalla y contagia.
La comedia Mi Gran Casamiento Griego fue el éxito sorpresa de 2002: costó cinco millones de dólares y recaudó más de trescientos en todo el mundo. La historia es simple: Toula Portokalos (Nia Vardalos, también guionista y nominada al Oscar por este rubro), de ascendencia griega, rompe con la tradición familiar de juntarse con un hombre de sangre helénica para caer en los brazos de Ian (John Corbett). El choque cultural y la intromisión constante del numeroso y pintoresco clan Portokalos provocan una serie de momentos graciosos. Justamente la química entre los actores y la simpatía que generan fue un factor clave para el éxito, que también originó una breve serie y le permitió a Vardalos (hasta entonces, mayormente una actriz de teatro) tener una carrera en cine y protagonizar Connie y Carla, junto a Toni Collette, y Mi Vida en Grecia. Era cuestión de tiempo para que la continuación fuera una realidad. Catorce años después, llega Mi Gran Boda Griega 2. En esta oportunidad, Toula debe lidiar con varias cuestiones al mismo tiempo. Por un lado, Paris (Elena Kampouris), su hija, está por terminar la preparatoria, y le preocupa que solicite ir a una universidad fuera de Chicago y se vaya de casa. Por otro lado, comienza a tener más tiempo de intimidad con Ian, pero la relación ya carece de la frescura de antaño. Y la frutilla del Baklava: Gus (Michael Constantine), su padre y patriarca de la familia, descubre la invalidez de su casamiento en las tierras del Partenón, décadas atrás, y deberá contraer matrimonio nuevamente con Maria (Lainie Kazan), quien ahora no parece muy interesada en ser su mujer. Toula tendrá que hacer lo imposible por resolver cada situación. Como la primera parte, esta película se aferra a las sonrisas y risas que puedan generar la interacción y la ternura de los personajes, en especial los secundarios, y las referencias a la cultura griega y el orgullo de los Portokalos por su origen. El veterano Constantine es quien gana protagonismo esta vez; los gags que lo involucran no son precisamente novedosos, pero el actor y el director Kirk Jones (quien debutó con la estupenda aunque olvidada El Divino Ned) se las arreglan para que todavía funcionen. Otro elemento de la trama se enfoca en el inminente “nido vacío” que dejará la hija de Toula e Ian, y en cómo el matrimonio debe revitalizar la relación, aunque es incapaz de permitir que la chica quiera hacer su vida en otro ámbito. Una cuestión universal, que es resuelta de la manera más predecible, siempre con elementos de humor y de emoción. A Mi Gran Boda Griega 2 le alcanza con muy poco para cumplir con el objetivo de mantener contentos a los fanáticos del film anterior y de la Vardalos. La familia vuelve a ser el tema central, como también el respeto por las tradiciones y la libertad de dejar hacer su vida a los más queridos. Una película entrañable.
Comedias que dejan secuelas de gravedad Si bien Mi gran casamiento griego no fue más que una comedia de enredos que no hacía otra cosa que basar el conflicto en la relación entre Toula (Vardalos) y Ian (Colbert) gracias a la reticencia de la familia de la novia en aceptar a alguien que no fuese de la colectividad griega, la historia tenía su público cautivo y quizás pudo ganar algunos espectadores extra con ganas de divertirse con algo liviano y sin pretensiones pero con desenfado. Muy diferente es lo que sucede con Mi gran boda griega 2 -cuyo uso del sinónimo “boda” para describir lo mismo no se entiende demasiado en la traducción- en la que el humor y los momentos disfrutables brillan por su ausencia. Casi dos décadas después de que Toula se casara con Ian y se presente a la familia Portokalos con sus miembros originales a pleno, la historia continúa sumando a la familia a la hija de ambos, ya adolescente, a la cual su abuelo quiere conseguir un pretendiente “digno” para casarse. Pero no será ella quien brinde el motivo para la boda a celebrar -hubiese sido un tanto forzado dada su edad-, sino otro más “natural”: el padre de Toula descubre que no está casado en los papeles con su esposa ya que el sacerdote que ofició la ceremonia no firmó el certificado en su momento, motivo por el cual decide proponerle repetir la celebración, festejos incluidos. Y a partir de allí los problemas más grandes pasarán por un poco de histeriqueo de la anciana novia hasta último momento, el agobio de la hija/nieta adolescente por la familia que no la deja buscar tranquila sus propias relaciones y cierto desencuentro, muy leve, ínfimo, apenas perceptible a pesar del esfuerzo, entre Toula y su esposo Ian por las ocupaciones absorbentes de ella en lo que respecta a trabajo y familia. Algo que se resuelve en una escapada que hacen ambos con la sola excusa de que ella deje de parecer una ama de casa fregona y zaparrastrosa, y se luzca con un look más vistoso, aunque sea por unos minutos. A pesar de la chatura del guión podrían salvarse las situaciones con algo de timing y buenas interpretaciones, pero aquí tampoco aparecen. Las escenas son como pequeños sketches filmados con tanta carencia de pericia que hasta tienen el tiempo en el que podrían ir insertadas las risas al final -y favor que le hubieran hecho si se hubiesen animado a usar el recurso-, incluyen planos y contraplanos extensos con los gestos necesarios para que quede claro el chiste, por malo que sea, y una lentitud narrativa que se justifica cuando los que intervienen son los ancianos pero resulta bochornosa y hasta incómoda cuando les toca a los demás. El problema es que no estamos ante improvisados; el director Kirk Jones nos ha regalado la refrescante El divino Ned (1998) o la medianamente entretenida Nanny Mcphee (2005) entre otras pocas obras menos recordadas, pero que están lejos de este piso; John Corbett -que hay que reconocer que aquí hace lo que puede-, tiene una trayectoria extensa en la comedia y hasta Nia Vardalos tiene en su currículum casi la misma producción que ostenta el actor -su marido en la vida real-, pero aún así no puede ocultar su insufribilidad en el doble rol de intérprete y guionista. Tampoco es justo responsabilizar a la pobre Vardalos de insistir con lo suyo, Tom Hanks produce este engendro en el que se ha asociado a su esposa Rita Wilson -que también aparece en un breve personaje- y eso hace que comprendamos con claridad que un actor que ha sabido colarse en los roles más icónicos del cine contemporáneo y hacerlos inolvidables, no necesariamente debe ser además un productor con buen ojo. Lamento no haberme enterado de que Mi gran boda griega 2 estaba en preproducción, porque de ser así le hubiese sugerido a Vardalos que ensayara convertirla en un biopic de nuestra griega más popular, Miss Xipolitakis, cuya boda narrada en pantalla, con el exótico personaje que tiene por prometido, hubiese causado mucha más hilaridad y divertimento, cualquiera fuese el punto del mundo en el que se estrenara. Ahora ya es tarde.
Hay secuelas mediocres y secuelas innecesarias. "Mi gran boda griega 2" pertenece a las dos categorías. ¿Por qué llega esta segunda parte a 14 años de la original? Si la primera atrasaba en términos de comedia costumbrista, imaginen esta secuela. Las razones son obvias: negocios son negocios y en Hollywood no hay ideas. Y la película, lógicamente, es más que obvia. La protagonista (Nia Vardalos) está en conflicto entre su hija adolescente que está por abandonar el nido y sus padres que sufren achaques de salud. En el medio ella intenta recuperar la pasión con su marido, pero su bulliciosa familia griega se interpone siempre. El planteo es válido y hasta atractivo, pero la historia se derrumba cuando el tema central pasa a ser que sus padres no están realmente casados (falta una firma en el acta de matrimonio) y entonces hay que organizar una nueva boda. En un momento uno de los personajes grita "Qué está pasando acá", y eso es justamente lo que uno se pregunta durante gran parte de la película. Cualquier intento de humor de Nia Vardalos (que además escribe y produce esta comedia) queda deslucido por lo débil de la historia y lo caricaturesco de los personajes. "Mi gran boda griega 2" no hace reír y tampoco llega a emocionar. Es un regreso fallido.
Después de 14 años, vuelve a la pantalla grande la gigantesca familia Portokalos. Una comedia romántica con temas más o menos actuales y con buenos chistes a cada esquina. Las comedias románticas nunca cambian. Hay pocas que sobreviven el paso del tiempo, ya sea porque incluyen algún elemento creativo en su trama o porque los canales de películas las pasan todos los sábados y domingos, a veces al mismo tiempo (como pasa con Notting Hill, 1999). Siempre es más o menos lo mismo: personajes y problemas similares. Pero cuando una película de este género basa todos sus chistes en una minoría, y los dirige a ésta, el juego cambia. Ya no cuenta la gastada historia de dos personas que se enamoran, sino que pinta una realidad distinta para los que no la conocen. En este film se ilustra de manera cómica la vida diaria de una familia griega-americana. La vida de Toula y su (gran) familia es ahora muy distinta a la que se mostraba en Mi Gran Boda Griega (2002). Su hija, Paris, está por terminar el secundario así que, por mucho que le pese a Toula, deberá elegir una universidad y es posible que decida irse a otro estado. Al mismo tiempo se descubre que los padres de Toula, Gus y Maria, no están oficialmente casados: ¿será esta la gran boda griega que promete el título? Nia Vardalos, que interpreta a la protagonista, es también quien escribió el guión de ambas películas. Fue basada en una obra de teatro que ella había escrito en 1997. Cuando Rita Wilson vio la obra se la recomendó a su marido Tom Hanks, y juntos decidieron producirla para cine. La dirección de My Big Fat Greek Wedding 2 no es nada del otro mundo. Su director, Kirk Jones, tiene un poco de experiencia en otras comedias románticas pero nada más. Podría decirse que es puro guión y producción, porque en cuanto a la dirección no es más que “fotografías de gente hablando”. Claro que en películas de este género eso no es ningún pecado. El modo en el que se ilustró a esta familia en My Big Fat Greek Wedding, estrenada en 2002, fue tanto criticada como elogiada por comunidades griegas alrededor del mundo. Algunos describieron la exageración de sus características ‘negativas’ como ofensiva, racista y de mal gusto, pero otros lo consideran preciso y hasta afable y cómico. Más allá de estas reseñas, la recepción de esta película fue muy positiva. Incluso fue nominada a Mejor Guión Original en los Oscars de 2003, pero el ganador resultó ser Pedro Almodóvar con Hable con Ella (2002). Si bien esta manera de representar a los griegos se mantuvo hasta la segunda entrega, la trama está mucho menos enfocada hacia sus excentricidades y más bien las utiliza como ambientación para contar una simpática historia.
Retratos de familia En 2002, una película independiente se plantó ante los tanques “El señor de los anillos: las dos torres”, “Pandillas de Nueva York” e “Identidad desconocida” y se convirtió en uno de los éxitos del año. Todo por contar la agridulce historia de una treintañera empleada en una agencia de viajes que vive una historia de amor tardía y de su (en exceso) patriarcal familia, cuyos integrantes la asfixian con el apego a las tradiciones griegas. Catorce años después, la guionista y actriz de aquella comedia titulada “Mi gran boda griega”, vuelve a cumplir los dos roles para contar qué fue de aquellos personajes. El folclore griego sigue ahí, el avasallante clan también, pero no hay en “Mi gran boda griega 2” un ápice del agudo ingenio que había demostrado Vardalos en la década pasada. Aquí todo suena a hueco: por debajo de los equilibrados gags, algunos conseguidos, otros vulgares, no hay sustancia. Los conflictos que tratan de justificar este retorno a las peripecias de los Portokalos son exiguos y los personajes tomarán decisiones previsibles, desprovistas de sorpresa. Y el mensaje que trata de transmitir (“la familia siempre es la prioridad”), aunque válido, está algo enmohecido. Otro casorio Pasaron más de quince años desde el memorable día en que Toula Portokalos (Vardalos) logró vencer la resistencia familiar y casarse con el simpático y pintón, pero no griego, Ian Miller (John Corbett). Ahora la pareja, que no pasa por el mejor momento y ha perdido el deseo, tiene una hija de 17 años, Paris (Elena Kampouris) que mantiene con el clan Portokalos una relación de amor-odio, debido al control que mantienen sobre su vida. Una reminiscencia de lo que le ocurría a su madre. Paris se quiere ir a la universidad de Nueva York y a sus padres no les agrada mucho la idea de que se aleje de Chicago. “Qué va a ser de ti lejos de casa, nena, qué va a ser de ti”, diría Joan Manuel Serrat. Para colmo Kostas (Michael Constantine), en medio de una exploración de viejos documentos para determinar si Alejandro Magno fue su antepasado (sic), descubre que el sacerdote no le había puesto la firma a su certificado de casamiento, así que en rigor él y María (Lainie Kazan) no están casados, al menos bajo los férreos preceptos de la Iglesia ortodoxa griega. Decide casarse, y por supuesto la familia entera se sumará a la titánica (y tiránica) tarea. Superficial En algún momento, en el prólogo de “Mi gran boda griega 2” se adivina la intención de formular ciertas reflexiones sobre la crisis matrimonial de la mediana edad, el síndrome del “nido vacío”, la difícil aceptación de la inexorable degradación física. Pero pronto queda claro que no es la finalidad de los realizadores profundizar por ese lado. Más bien, se trata de exprimir al máximo todo aquello que en la primera entrega provocaba las carcajadas más sinceras. Así, todo se vuelve muy reiterativo, empalagoso y superficial. Los temas son interesantes, pero el tratamiento es vacuo. Nia Vardalos y John Corbett tienen al menos la capacidad para reconstruir la conexión que habían logrado establecer hace catorce años, con buenos resultados. Pero el resto de los personajes quedan aprisionados en un flanco caricaturesco, algo que se acentúa especialmente en los personajes de Constantine y Kazan. Algunas secuencias divertidas (el viaje a la iglesia en patrulleros, el reencuentro de Kostas con el hermano que se quedó en Grecia) no logran sacar al film de su mediocridad.
Una fiesta familiar que empieza tarde A 14 años de “Mi gran casamiento griego” y desvíos mediante, la actriz y guionista Nia Vardalos ofrece la secuela de un título que, gracias a las tradiciones, le abrió las puertas del mundo. Allá por 2002, la actriz griega Nia Vardalos se colocó en el centro de la escena internacional con Mi gran casamiento griego, adaptación propia de una obra teatral que también protagonizó, y que llevó a pantalla con dirección de Joel Zwick. Comedia romántica y con una amabilidad costumbrista que le valió la consideración del público y la crítica, tenía por destino una continuación que llegó... 14 años más tarde. Entre medio, Nia Vardalos intentó suerte con un paseo turístico por su tierra de origen con Mi vida en ruinas (2009), otra historia de una joven no tan joven, poco afortunada en el trabajo y menos aún en el amor. Desvío mediante, y con nueva dirección y título subindicado "2", estamos ante la secuela Mi gran boda griega, con los mismos personajes: la pareja central, Toula (Vardalos), Ian (John Corbett), una familia demasiado numerosa para detallar, y acrecentada por Paris , la hija ya adolescente de los antaño tórtolos. Coherente con la demora, Vardalos escribió este filme para un mayor protagonismo de la heredera y de los adultos mayores de la familia. Mientras la chica hace planes para alejarse de una familia presente hasta el agobio, los abuelos confirman su respeto por la institución, sus reglas y tradiciones, volviendo a casarse para "regularizar" un compromiso que no fue debidamente rubricado en su momento. Entre discusiones a gritos, movimientos multitudinarios, un gusto estético tan colorido como de dudosa elegancia y mucho chiste de colectividad, se desarrolla esta comedia que, a su debido tiempo, quizás hubiera surtido un mejor efecto. En cambio, resultan débiles los esfuerzos por levantar el alicaído apego del espectador por los personajes y su historia. Los actores estadounidenses de origen griego Laini Kazan, Michael Constantine y Andrea Martin, se llevan los laureles de comediantes en una escena donde el contrapunto lo pone la jovensísima --también greco-americana-- Elena Kampouris, y donde el condimento "a la griega", lo hace sentir como un plato sofisticado que llegó después de los postres.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030