Fundido a negro Los recuerdos, anhelos y fantasías de Margherita (Margherita Buy) hacen cola para entrar al cine en la nueva película del realizador italiano Nanni Moretti, aquel de Caro diario (1993) y Habemus Papam (2011), entre otras. Pero aparecen como la representación dentro de una puesta en escena rigurosa, en la que el director desarrolla la historia de duelo de una hija en la última etapa de vida de su madre, momento que la encuentra en una profunda crisis personal y a la deriva de un rodaje. La película dentro de la película, o mejor dicho, el cine dentro del cine, es una idea y tópico ya explotado por Moretti, por ejemplo en Aprile (1998) durante la filmación de un musical protagonizado por un panadero comunista. En este caso singular, se trata de una historia relacionada con la crisis laboral en una fábrica de la que tomará posesión un empresario estadounidense, interpretado por el actor John Turturro, en un personaje también de actor norteamericano que se suma a esta coproducción con Italia para ponerse a las órdenes de una directora europea y así salir de la rutina industrializada hollywoodense. Las tribulaciones y neurosis de una directora que no puede dirigir al equipo (se dice que todo equipo de filmación es como una gran familia), que no sabe realmente comunicar lo que quiere y necesita de cada uno de ellos para llegar a buen puerto con el rodaje se yuxtapone, casi simétricamente, con la crisis interna de la protagonista, para quien la vida junto a su madre también quedó a la deriva y en una cola, a la espera. No es un dato menor puntualizar que lo que ocurre en Mia Madre, respecto a la pérdida durante el rodaje, es un acontecimiento real: la madre del propio Moretti había fallecido mientras él rodaba Habemus Papam (2011). A esa información debe sumarse la elección del director de desplazar su mirada al reservarse, en Mia madre (2015), el personaje del hermano, quien parece estar más preparado para la despedida que ella Sin embargo en paralelo, Mia madre también expone las relaciones entre madres e hijas dado que la directora en su doble rol también reflexiona sobre su propia relación con su hija adolescente, desconocida para ella en muchos aspectos al haber focalizado su trabajo en lugar de reforzar los afectos y vínculos, circunstancia que a su crisis no le aporta demasiado alivio, aunque la ayuda a recomponer, en cierto sentido, lazos con una madre lúcida pero que no escapa a su realidad y también espera. Si bien el registro bucea el melodrama intimista, la película más cercana no es otra que La habitación del hijo (2001), donde Nanni Moretti también construye un relato sobre la culpa y el duelo; sobre los roles dentro de una familia y más precisamente sobre la muerte, pero a diferencia de aquel film, en Mia madre (2015) surge el apunte humorístico de la mano de John Turturro y sus cuestionamientos y padecimientos con la directora en las escenas más importantes de la película sobre la crisis laboral. Parte de esos chistes responden exclusivamente a la ironía y al mecanismo de catarsis de Nanni Moretti, para purgar sus propias obsesiones como director y dar rienda suelta a la autorreferencia, sin apropiarse esta vez de un personaje como hiciese en otras oportunidades. No obstante, la emoción también se desprende de la sutileza y el despojo de solemnidad y golpe de efecto, una ética y coherencia por parte del cineasta que crece película a película, respetable y encomiable tratándose de un film de estas características, con su ritmo interno plano a plano y una sensación de libertad y desprejuicio que se respira desde el inicio hasta el corte definitivo.
Detrás de las cámaras. Afortunadamente para Italia, Nanni Moretti es la voz de una izquierda intimista, reflexiva, que mira sus errores no desde un punto de vista dogmático, electoral o maniqueo, sino cultural, o más bien político en un sentido de construcción social de hegemonía. Sus películas son un manifiesto, una intervención pública a través del cinematógrafo que llenan de sensatez y reflexión a un mundo caótico y mecánico. En Mia Madre (2015), Moretti se transforma en espectador de su propio drama a través del personaje protagónico de una directora de cine, Margherita (Margherita Buy), que intenta -con muchos problemas- realizar una película de tesitura social sobre una empresa italiana adquirida por una corporación norteamericana. En medio de la confusión y los rumores, los trabajadores de la fábrica se enfrentan a la nueva dirigencia tras enterarse que la mayoría de ellos serán despedidos en una reestructuración. Durante la filmación, la directora debe convivir con los dilemas de la película pero también con su vida privada inescindible de su propuesta pública. La vida de su madre se extingue de a poco internada en un hospital por un problema pulmonar que dañó su corazón, mientras su hija adolescente le plantea sus caprichos y sus relaciones de pareja se hunden. A todo esto se le suman las peripecias que acontecen con el recién llegado protagonista del film, Barry Huggins (interpretado por John Turturro, en un papel a su medida). La película hace convivir el realismo con la reflexión existencialista sin dejar de lado el tono cálido que caracteriza al cine de Moretti. Como siempre el director no puede dejar de lado su necesidad de actuar e interpreta el papel del hermano de Margherita, que intenta buscar el equilibrio allí donde éste se ha perdido. Así vamos encontrando que el film, de neto recorte social, se transforma en un drama existencial que por momentos se trastoca en una comedia sobre las dificultades de hacer cine, a partir de las apariciones de un burlesco Turturro. La banda de sonido basada principalmente en el extraordinario Cuarteto de Cuerdas de Philip Glass, interpretado por Kronos Quartet, impone un ritmo reflexivo y melancólico que acompaña la mirada de Margherita del presente y del pasado hacia el futuro. También son destacables las melodías de Ólafur Arnalds y las grandiosas canciones Baby’s Coming Back to Me de Jarvis Cocker y Famous Blue Raincoat de Leonard Coen, para influir en la psique del espectador a través de guiños hacia la cultura pop actual. Moretti tiene muy claro su discurso, el cual asume la necesidad de un compromiso social con una verdadera inserción en las prácticas de los trabajadores y sus problemas para construir una alternativa siguiendo a los mejores teóricos de la izquierda europea italiana con vistas a reconstruir esa misma izquierda que boya perdida, mientras los indignados -en función de las diatribas del ajuste comunitario- toman las riendas al ver a unos políticos que siguen hacia adelante sin acuse de recibo de las señales del agotamiento de un sistema económico que parece al borde del abismo. Probablemente Moretti tenga razón y sea hora de mirar hacia atrás para encontrar un punto del cual aferrarnos y así comenzar a construir nuevamente desde los escombros.
Una cercana ironía Margherita, una directora de cine (cuyo personaje lleva el mismo nombre que su actriz, algo que no considero casual), intenta dirigir una película sobre un empresario estadounidense que compra una fábrica y su conflicto con los trabajadores de la misma. Mientras tanto, la madre de Margherita se acerca cada vez más inevitablemente a la muerte. La historia nos mostrará a Margherita intentando controlar lo incontrolable: desde su rodaje hasta su propia vida. John Turturro aparecerá como el histriónico actor del film y Nanni Moretti, infaltable, como el hermano menos negador de la directora, acompañan a Margherita Buy. La labor del elenco es en general muy buena, destacándose Margherita Buy que compone un personaje en crisis y en constante cambio, junto a John Turturro que tiene a cargo la mayor parte de los efectivos gags del film. La mayor virtud de la película, sin embargo, es su capacidad de combinar la comedia y la tragedia de una forma armónica y natural. El clima que logra generar Moretti hace no sólo que ninguna situación parezca fuera de lugar, sino que además genera un diálogo interesante entre ambos polos o ambas facetas del film. Si para Milan Kundera (en su ensayo Los Testamentos Traicionados) “La ironía quiere decir: ninguna de las afirmaciones que encontramos en una novela puede tomarse aisladamente, cada una de ellas se encuentra en compleja y contradictoria confrontación con las demás afirmaciones, […] Sólo una lectura lenta, una o varias veces repetida, pondrá en evidencia todas las relaciones irónicas en el interior de la novela, sin las cuales la novela no sería comprendida”, justamente la inteligencia y el humor de la película se encuentran en la relación a veces más, a veces menos explícita que se puede establecer entre las distintas situaciones, las distintas actitudes, las distintas frases del film, y, también, la relación que se puede establecer entre todo esto y la vida misma (el propio Nanni Moretti cuenta que sufrió la muerte de su madre durante el rodaje de otro de sus films). Entonces, así como se le celebra a Margherita no cerrarse a un cine intimista y desprovisto de toda política, podemos celebrarle a Moretti su capacidad de hablar de la vida sin reducirla a ninguno de estos dos aspectos -que a veces se leen como exclusivos el uno del otro-, dándole así al film un carácter de unidad y verdad.
Historia de amor, de locura y de muerte El notable actor y director de Aprile, Caro diario y La habitación del hijo cede esta vez el protagonismo a Margherita Buy en el papel de una directora (alter-ego del propio Moretti en versión femenina) que, en pleno rodaje de un largometraje, sufre la degradación y posterior muerte de su madre, algo similar a lo que le ocurrió al realizador mientras filmaba Habemus Papa. Un emotivo, cuidado y preciso retrato sobre la locura del cine y la resignificación de la vida con John Turturro como comic relief en medio del intenso drama familiar. Cuando estaba en plena realización de Habemus Papa a Nanni Moretti se le murió su madre. La sensación de estar dirigiendo una producción multimillonaria y de ser el máximo responsable de un inmenso equipo de filmación mientras sufría la pérdida de uno de sus seres queridos no pudo ser más contradictoria, dolorosa y absurda. A partir de esa experiencia, el creador de Aprile y Caro diario concibió Mia madre, película en la que le cede el protagonismo a Margherita Buy (tercera colaboración con ella), quien interpreta a una directora que comanda el rodaje de una película sobre la toma de una fábrica que está a punto de ser vendida a un empresario estadounidense (John Turturro), mientras su mamá se degrada física y mentalmente en un hospital. Moretti, de todas maneras, se reservó un papel clave como el hermano pragmático de Margherita (el personaje se llama igual que la talentosa actriz); es decir, con características opuestas a las que suele encarnar. Más allá del fuerte sesgo melodramático, Mia madre tiene unas cuantas logradas escenas humorísticas (sobre todo a cargo de Turturro, como un patético, egocéntrico y fabulador actor) y unos cuantos momentos de cine dentro del cine en el que se expone la locura (tanto en términos humanos como de producción) propia de todo rodaje. “En esta película me río de mi propia neurosis como director”, confesó el maestro italiano. En ese sentido, hay en Mia madre un parlamento a cargo del siempre exaltado personaje de Turturro que resume ese sentimiento: “Quiero salir de aquí, quiero volver a la realidad”. Entre las audacias y logros múltiples de Mia madre están el hecho de adoptar un punto de vista claramente femenino (el eje son tres generaciones de mujeres: la abuela, la madre y la hija) y el de trabajar diferentes diferentes planos (la realidad, la ficción, lo onírico, los recuerdos) que se entrecruzan de manera constante. Película intensa y por momentos desgarradora –es la más parecida a La habitación del hijo, que le valió en 2001 la Palma de Oro en el Festival de Cannes–, Mia madre muestra a un Moretti más maduro, sereno, simple y contundente en su exploración sobre las implicancias de la muerte y la resignificación del valor de la vida. Algunos fans de la primera etapa de su carrera extrañarán cierto desprejuicio, esa apuesta por el delirio, el absurdo y la provocación que lo hicieron famoso, pero los cineastas cambian –por suerte– y Nanni sigue buscando nuevos rumbos en su filmografía.
Mamita querida Haciendo incisión nuevamente en el tema de la pérdida, Nanni Moretti teje una nueva ficción tragicómica y bilingüe llamada Mia madre (Mia madre, 2015), presentada oficialmente en el 68 Festival de Cannes. Mia madre sigue a Margherita (Margherita Buy), una directora de cine que atraviesa la difícil labor de rodar su proyecto actual mientras que lidia con el hecho de estar perdiendo poco a poco a su madre. Margherita trabaja, dirige, decide, compra, visita, duerme y pasea. Ella, sin embargo, no está ahí; hace todo automáticamente: no sabe por qué dice lo que dice, ni para qué visita a su madre todos los días. Su rutina autómata la resguarda de tener que ver más allá de lo que hace. La “mamma” en cuestión es Ada (Giulia Lazzarini) una profesora de Latín que se encuentra hospitalizada por problemas cardíacos, y cuyo inevitable deterioro arrastra consigo no solo a Margherita (que experimenta una crisis dentro y fuera del rodaje) sino también al resto de su familia. Su hermano Giovanni (Moretti mismo) y su hija Livia (Beatrice Mancini), por ejemplo, son la contraparte más estable y organizada, un punto de confianza y estabilidad en un mundo donde a Margherita todo la desborda. Y si de desbordes se trata, la llegada de Barry Huggins (John Turturro) - un insufrible actor americano – al set será la cereza del postre: Barry es el estereotipo de la estrellita americana (que cuenta con los dedos de la mano su conocimiento de la cultura italiana y sin embargo se siente Vittorio Gassman) con un twist. Se la pasa contando fabulas sobre su carrera y olvidándose la letra en cada toma sin excepción. De ahí en adelante, caos tragicómico. A medida que el film avanza, Margarita reconstruye la historia de ella y su madre con figmentos de realidad contaminadas por lo onírico, un recurso que nutre al film y el cual no se explota lo suficiente (o al menos no del mejor modo). Luego de dar varias entrevistas, es un hecho consabido que Moretti hizo catarsis con este film, estudiando su propia experiencia al perder a su madre mientras rodaba Habemus Papa allá por el 2011. La devastadora presión de no solo dirigir sino también actuar en un film de tal magnitud mientras que pasaba uno de los duelos más importantes en la vida lo impulsó, años más tarde, a sentarse y adaptar su experiencia al celuloide. Y, como Moretti, Margherita parece estar negada a creer que su madre, esa madre de hierro, esté muriendo. Los flashbacks/ensoñaciones que vamos atestiguando durante el film, construyen a Ada como una figura igual de distante que trascendental para su hija. Reflejando la vida misma, a los hijos de Ada les cuesta ver la hendedura en la estatua, la vulnerabilidad en su héroe. En este sentido, es extraña la sensación que dibuja la narrativa: pareciera que Margherita nunca conoció del todo a su madre, es un mito al que nunca accedió. ¿Por culpa de la madre? ¿Por culpa de ella? ¿Y el padre? No se sabe, pero la relación es esta, y es tensa. Lo cierto es que el vínculo que sí une a Ada y a Margherita inexorablemente es el del trabajo: La raison de vivre de Margherita son sus films, un único pero muy importante hilo conductor con su madre, profesora adorada por sus estudiantes. Ambas mujeres parecen realizadas solamente cuando las vemos en lo suyo. Como dicen, “el trabajo dignifica”. En este punto, cabe aclarar que, en el mundo de Margherita, la vida equivale a la decencia, y la decencia al trabajo. Quizás sea por eso que se angustia cuando no puede ver a su madre caminar, cuando filma a sus falsos obreros despedidos de la fábrica, o cuando su novio no respeta su separación. “¿No podemos mantener la decencia?” implora hastiada más de una vez. Sin duda, los momentos más perspicaces de la película se dan cuando se superponen las tres generaciones de mujeres – Ada, Margherita y Livia – marcando las dinámicas complicadas de nuestra protagonista con el mundo exterior y consigo misma. En cambio, los puntos más bajos son los clichés dramáticos en los que cae el film, desde un timing de telenovela musicalmente hablando, hasta las escenas que pecan de sobre-explicar situaciones implícitas. Ante este drama, demasiado real y por ende demasiado duro, el director nos enjuaga la boca con escenas cómicas acompañadas por el ingenio de Turturro, que se roba cada una de ellas. Es un buen trago de aire, pero el problema es que a veces se siente que el personaje solo está ahí para contrabalancear el drama de la película, y para nada más. En la evolución de la narrativa de Moretti, Mia madre es un retroceso y un avance al mismo tiempo. Si bien maneja con mayor sutileza las transiciones de situaciones dramáticas a las cómicas, y aprende a hacerse a un costado como actor, parece perder un poco ese punto de vista que lo hizo único en su momento. Su don de presentar la realidad sigue ahí estupendamente; solo se queda cortito de un empujón más hacia la ficción.
Ver lo esencial Margherita es el alter ego femenino de Moretti: una cineasta que está filmando una ficción sobre el conflicto social que opone a los obreros de una fábrica con el patrón. Una suerte de versión morettiana de Tout va bien, la película que marcó el fin del período militante de Jean-LucGodard. La protagonista está nerviosa, se molesta con facilidad. Su madre está hospitalizada con serios problemas respiratorios y cardíacos. El pronóstico de los médicos es pesimista. El tiempo de la película será el que le resta pasar con esta antigua profesora de latín, como la madre del propio Moretti. El cineasta combina recuerdos de juventud y anticipos de la muerte anunciada con una sobriedad admirable que atempera el terrible sentido de finitud que habita en la película. Moretti filma la muerte como un proceso natural. Detrás de la simplicidad narrativa hay una complejidad desconcertante. El montaje transcurre dentro la cabeza de Margherita. El cine y la vida se reflejan permanentemente. La realidad,el rodaje y los sueños se mezclan con una fluidez y un virtuosismo asombrosos. Margherita está tironeada entre el set de filmación, donde debe lidiar con un actor insoportablemente narcisista, y la clínica donde intenta cumplir con sus deberes de hija y renovar los vínculos con su hermano Giovanni (nombre de pila de Moretti, que interpreta el papel y confirma que también es un gran actor). La proximidad de la muerte de la madre reconfigura la relación entre todas las personas cercanas a su existencia pasada y presente. Los únicos signos de su enfermedad y de su edad avanzada son algunas incoherencias: ausencias temporales que parecen preparar el terreno para la ausencia definitiva. El caos del mundo del cine es un pertinente contrapunto cómico: un bazar hilarante en el que los directores dicen cualquier cosa y los actores no entienden nada. El actor estadounidense Barry Hemmings funciona como revelador. Barry no puede recordar sus líneas porque le suenan falsas y es incapaz de pronunciar correctamente debido al dispositivo impuesto por la producción. Moretti pone en escena sus dudas y sus pesadillas para hablar una vez más de su relación con el cine y con el mundo:en lugar de reproducir esquemas adocenados, es necesario inventar algo nuevo. En otra escena fundamental, la anciana le da un último consejo a su nieta Livia, la hija adolescente de Margherita que tiene problemas con el aprendizaje del latín: “Para traducir bien, nunca tomes la primera definición del diccionario”. Nanni Moretti entiende que es preciso ir más allá de las apariencias y superar los lugares comunes con una película profunda y sincera que se instale en el aire de nuestro tiempo. Moretti conjuga la emoción universal con una forma exquisita, subterránea, de captar los pequeños detalles que determinan el estilo de una persona:el sutil movimiento de cabeza de la madre arremetiendo sobre su plato de pastas; el repliegue de Margherita cuando su actor, sobrexcitado en una cena, le sopla migas en su vestido; los pequeños pasos de baile de un padre para proteger a su hija que trata de dominar torpemente un scooter; o la sonrisa de Moretti cuando su jefe le pide que lo piense dos veces antes de abandonar un trabajo que ya no soporta. El cineasta toca las cuerdas de lo esencial con una gracia inigualable para combinar melancolía y vitalidad, tristeza y amor, drama, comediay un profundo humanismo.
El cine de Nanni Moretti habitualmente suele dividirse entre sus películas más personales, anárquicas y burlonas (en la línea, digamos, CARO DIARIO) y otras que aplican resortes narrativos más clásicos como LA HABITACION DEL HIJO. En MIA MADRE el realizador ha conseguido mezclar las dos cosas de una manera muy natural y efectiva, logrando la que en mi opinión es su mejor película desde aquellas dos. El filme, basado en parte en sus experiencias personales mientras filmaba HABEMUS PAPAM, durante el cual enfermó su madre, convierte el rol del director en el de una directora, con Margherita Buy encarnando a una cineasta que tiene que lidiar con un rodaje complicado justo cuando su anciana madre está internada en un hospital. La crisis creativa se vuelve caótica –y cómica– con la aparición de un actor italo-americano (encarnado con mucho timing cómico por John Turturro) que es insoportable, pedante y no recuerda jamás sus textos. Al mismo tiempo la salud de su madre empeora y la realizadora entra en una espiral de inseguridades, miedo y sufrimiento que pasan de ser cómicos a emotivos. mia-madre-photo-551422137cd49Moretti logra combinar muy bien esos mundos separados, dándose para sí el papel del hermano de la realizadora, el que más puede ocuparse de la madre debido al trabajo de su hermana. Por un lado, los apuntes cómicos típicos de una filmación con un actor decadente se vuelven más y más graciosos, con una escena rodada en un auto en movimiento que está entre los mejores momentos cómicos del cine del realizador italiano. Por otro, la película logra meternos cada vez más a fondo y sin volverse sentimental ni lúgubre, en esa especie de homenaje y despedida a la madre que es la otra (gran) parte del relato. Más allá de un exceso de escenas oníricas un tanto innecesarias y confusas, MIA MADRE muestra que Moretti puede combinar su lado más clásico y serio con el del ácido comediante, especialmente el que mira al mundo del cine –y a sí mismo, por más que su alter ego sea una mujer– con un ojo crítico y a la vez cariñoso.
Nanni Moretti y una dolorosa experiencia personal que devino en una gran película. La muerte de su madre durante la filmación de una película. Aquí, su alter ego es una mujer (Maegherita Buy) y se muestra el caos de una filmación costosa, la madre de la directora que empeora su salud entre la lucidez y la locura, un actor con delirios egocéntricos (genial John Turturro). Pero también, el foco está puesto en tres mujeres: la protagonista, su hija y progenitora en una interrelación conmovedora, mirada con ternura por el único hombre de la familia, papel secundario que se reservó el director. Humor, dolor, desconcierto, planos de realidad y fantasía, convicciones e inseguridades. No se la pierda.
Frágil, receptiva e implosiva El contagio entre realidad y ficción, propio de la obra de Nanni Moretti, aquí aparece en un tono más contenido, con una directora de cine que se ve atenazada entre el deterioro de su madre y los actings histéricos de la estrella de Hollywood a la que contrató. “Quien no lucha ya está perdido.” Suena a consigna política y, sin embargo, se trata de una pancarta personal, escrita seguramente por el familiar de algún paciente grave y colgada de una ventana, en un hospital público de Roma. Cuando Margherita la ve, tal vez le suene a alguna de las consignas levantadas por los obreros de la fábrica en riesgo de achicamiento, en la película que ella misma rueda en ese momento. Ficción y realidad se le cruzan a Margherita desde el momento en que a su madre hubo que internarla, producto de una complicación cardíaca. Se cruzan también en la forma misma de Mia madre, la nueva película de Nanni Moretti, que a pesar de ser una de las favoritas de la última competencia de Cannes se fue de la Costa Azul con las manos vacías. Como en la previa La habitación del hijo (y como también en Caos Calmo, no dirigida pero sí escrita por él), el ya sexagenario director de Caro diario vuelve a abordar en Mia madre el tema del duelo, tratándolo esta vez tal de la forma en que él mismo lo experimentó, durante el rodaje y edición de Habemus Papam: como una suerte de virus, que al creador de ficciones se le mezcla con el producto de su trabajo.El contagio entre vida y obra, entre realidad y ficción, propio de la obra de Moretti, alcanzó su panacea en la trilogía magistral de Palombella Rosa (1989), Caro diario (1993) y Aprile (1998), donde la fusión alcanzaba límites de exultante esquizofrenia. Dado su tema y el mismo hecho de que Moretti no es ya un cuarentón espléndido, es lógico que el tono y exposición de Mia madre sean más contenidos que en aquella trilogía. Los allegros previos dan lugar a un réquiem, no grave ni solemne, pero sí inevitablemente introspectivo. Un poco a la manera de Woody Allen (a quien, al menos en una época, admiraba), Moretti vuelve a sustraerse del rol protagónico, reservándose uno colateral y cediendo el centro de la escena a la sensibilísima Margherita Buy, quien tras El caimán (2006) y Habemus Papam (2011) da un paso al frente en la filmografía del autor.Como Kenneth Branagh en Celebrity y Larry David en Mientras la cosa funcione, Margherita Buy “hace” de Nanni Moretti, siendo al mismo tiempo otra. Cumple con lo que su personaje de directora les pide a los actores, y ninguno de éstos entiende: que se entreguen al papel, manteniéndose al costado del personaje. Los arrebatos alla Moretti –el más genial de los cuales es la escena en que, tras haber tomado una decisión que se prueba incorrecta, Margherita les grita a los miembros del equipo por haberle hecho caso, argumentando que “el director es un pelotudo”– son exabruptos de un carácter más frágil y receptivo que el del personaje-Moretti. Atenazada entre el deterioro de su madre y los actings histéricos de la estrella de Hollywood a la que contrató (Barry Huggins, interpretado por un divertido John Turturro), Margherita no explota, como lo haría Moretti en Aprile: implosiona. Se queda perpleja, los ojos muy abiertos, se le escapan soliloquios íntimos en medio del rodaje o estalla en llanto, en una de las mejores escenas, por una banalidad como no encontrar la factura de la luz de la mamma.A la medida de su protagonista, la película entera deviene frágil, receptiva e implosiva. Los gestos más idiosincrásicos, más morettianos, quedan a cargo de mamma Ada (extraordinaria Giulia Lazzarini), ex profesora de latín que intenta recordar una palabra olvidada o se arregla, coqueta, ante el espejo, tras un regreso postrero a su casa. Efecto seguramente de la medicación, en el curso de la internación mamá Ada comienza a confundir recuerdos, sueños y realidad. Lo mismo le sucede a la película, que halla allí su zona más sugerente, más rica, más interesante. Siempre convencido de que la realidad es mucho más que lo meramente visible, Moretti no discrimina deliberadamente los distintos planos, filmando escenas de sueño como si fueran de vigilia (la muerte de la madre), escenas de ficción como reales (la secuencia inicial) y “onirizando” o teatralizando otras, mediante una iluminación de fuertes contrastes entre sombras cerradas y luces puntuales. Como resultado, el espectador es llevado a un estado de desconcierto o confusión, que lo ponen en el lugar de la protagonista. O el de su madre.Hay tal vez en Mia madre alguna tendencia a la reiteración (en el último tramo), alguna insuficiencia (la relación de Margherita con su hija adolescente y su ex, llamativamente poco conflictivas), una retención emocional en algunos tramos excesiva y algún riesgo de estereotipo, en el personaje del actor narciso. Flaquezas rotundamente salvadas, gracias a un Schumann que en los últimos minutos eleva el nivel emocional y, sobre todo, a un plano final extraordinario, en el que el Vacío se hace presente de golpe, quedándose con la última palabra y dejando a la protagonista asomada a él, como el Scottie Ferguson de Vértigo.
Publicada en edición impresa.
Bella y conmovedora Éste es, seguramente, el film más autobiográfico de Nanni Moretti, y no sólo porque nació de una experiencia real -la enfermedad y muerte de su madre, sucedida cuando él estaba terminando el montaje de El caimán- que lo lleva a asumir frontalmente el dolor de la pérdida, sino también porque lo coloca frente a sí mismo, con todo lo que ello puede implicar de confesión y de autocrítica, ejercicio éste que ha practicado con frecuencia. Lo hace a través de un álter ego femenino, la excelente Margherita Buy, puesta en el papel de una cineasta en quien no es difícil descubrir los rasgos de personalidad que se le reconocen como propios al cineasta italiano y que él mismo se ha encargado de exponer en varios de sus ensayos fílmicos en primera persona. Esta vez, se ha reservado un papel relativamente menor: es el hermano de la protagonista, con quien comparte el drama de la irreversible enfermedad materna. La realizadora de la ficción, a la que no le faltan problemas personales (una relación que está terminando, una hija a la que no conoce en profundidad) ni inseguridades profesionales, está a su vez enredada en la compleja filmación de una película sobre el conflicto que se vive en una fábrica vendida a capitales norteamericanos y ocupada por los trabajadores que ven peligrar su fuente de trabajo. A todo ello se sumará la llegada de la estrella del film, un actor de Hollywood con humos de divo (John Turturro), que tropieza con un idioma que no domina y con las flaquezas de su memoria. A su cargo están algunas situaciones de Mia madre, incluido un momento de baile, probablemente destinadas a aligerar un poco el clima melancólico que acompaña el desarrollo de la historia, si bien Moretti mantiene prudente distancia del patetismo y descarta cualquier apelación a lo lacrimógeno. A Turturro, por su parte, parece divertirle jugar al límite de la macchietta. El dolor de la pérdida es, por supuesto, el tema central, pero como suele suceder en los films de Moretti hay varios planos que se superponen. La figura de la madre (Giulia Lazzarini, gran actriz de teatro largamente vinculada a Strehler) está inspirada en la suya real, que era igualmente profesora en el mismo colegio secundario romano, aparece en situaciones y épocas diversas, durante la internación, y antes o después, en evocaciones, fantasías y ensoñaciones propias o de los suyos, en la memoria afectiva de la nieta adolescente, (a quien le toca protagonizar la bella, conmovedora y discretísima escena que informa del deceso), y aun en el recuerdo de algún alumno que la revela en otras facetas menos conocidas para ellos, pero demostrativas de su calidad humana. No menos certero y rico en espesor dramático es el retrato de la cineasta en crisis, a quien la siempre bella Margherita Buy proporciona sensibilidad y vigoroso temperamento. De Moretti podían además esperarse -casi nunca faltan- precisas observaciones sobre el mundo del cine. Las hay y suelen ser filosas. Pero en esta oportunidad vale también destacar su desempeño como actor. Cálido, sereno y contenedor, él es quien asume la triste verdad que su hermana prefiere eludir y quien también le da apoyo y comprensión en su confuso presente, sus titubeos y su íntimo descontento profesional. En el juego de espejos que propone el inteligente guión, Moretti está cuestionándose a sí mismo, buscando hacer frente a sus propias dudas y planteándose sus propios interrogantes. Es quizá quien mejor ilustra lo que la protagonista pide a sus intérpretes: que el actor esté siempre junto al personaje. Con ello, su film gana aún más en profundidad y silenciosa emoción y al mantener la justa distancia del drama consigue mitigar el dolor sin suprimirlo, lo que engrandece su valor humano.
Queremos mucho a mamá En esa película que aparece dentro de la película, Moretti aprovecha para reírse un poco de su oficio. Como hizo a lo largo de toda su filmografía, Nanni Moretti echó mano de su propia vida para escribir el guión de Mia madre: la enfermedad y muerte de su madre, ocurrida durante el montaje de Habemus Papa (2011), inspiró esta historia sobre una directora de cine que padece la agonía materna mientras lidia con el complicado rodaje de una película protagonizada por una caprichosa figura de Hollywood (John Turturro). Moretti eligió a Margherita Buy (ya había trabajado con ella en El caimán y Habemus Papa) para encarnar a su alter ego protagónico, esa cineasta también llamada Margherita; para sí mismo se reservó un papel secundario, el del hermano de Margherita. Así, los roles femeninos y masculinos tradicionales están invertidos: mientras ella es una mujer de acción, por momentos tiránica, una negadora que está desbordada emocionalmente, él es más sensible, más sensato, y tiene mayor contacto con lo que le está pasando a su madre y a sí mismo. La película puede dividirse en dos: las escenas de carácter más dramático y las de tinte cómico. Las primeras son las que reúnen a Margherita, su hermano y su madre, en general en torno a la cama del hospital donde la mamma está internada. Son un buen retrato del desconcierto que produce ver el declive de esa figura central para la mayor parte de las culturas (y no sólo la latina o la judía, como indica el cliché). Pero estas escenas se hacen reiterativas y, a medida que la trama avanza, se acercan peligrosamente al melodrama y la sensiblería, con diálogos que se van haciendo demasiado explicativos. El contrapeso de este clima pesaroso está en las apariciones de Turturro, tan genial como de costumbre en el papel de ese actor creído y fabulador, al punto que uno desea que el foco de la historia se ponga en el vínculo entre la directora y esa estrella díscola en lugar de la madre. En esa película dentro de la película, Moretti aprovecha para reírse un poco de su oficio. El puente entre las lágrimas y las sonrisas está construido por situaciones oníricas y flashbacks insertados hábilmente, de modo tal que a veces no queda del todo claro qué ocurrió y qué no. Una buena manera de mostrar hasta qué grado el derrumbe de mamá hace tambalear todo eso a lo que llamamos realidad.
Una directora de cine (Margherita Buy) se encuentra en el medio del difícil rodaje de su última película mientras su madre (Giulia Lazzarini) está en el hospital luchando por su vida. Todo se complica aun mas con la llegada de un excéntrico actor norteamericano (John Turturro) que interpreta a un empresario italiano en la ficción. Para completar el cuadro de tensiones para nuestra protagonista tenemos a su hermano (Nanni Moretti) que ha dejado su trabajo de lado para cuidar a la madre. Entre recuerdos, reproches, culpas, conflictos laborales y pesadillas existenciales se desarrolla este intenso drama. Mia Madre tiene algunos de los elementos que uno siempre espera en el cine de Moretti, el cine dentro del cine, las cuestiones políticas, la actuación del mismo Nanni y unas pocas situaciones delirantes, pero el tono de esta película es más dramático, y en ese sentido se acerca más a La habitación del hijo. Aquí estamos frente a una dura historia sobre una mujer intelectual cerca del fin de su vida y como este hecho afecta a su entorno. A muchos podrá recordarles a la película Amour de Haneke. Lo más logrado en la película son todas sus grandes actuaciones, donde se destacan Margherita Buy y Giulia Lazzarini. Los momentos más divertidos de la historia están a cargo de un desopilante Turturro, creando a un patético y conflictuado artista que entra en crisis con su profesión. Y Moretti tiene algunas escenas memorables pero que nunca llegan a alcanzar la grandeza debido a la falta de desarrollo en todas las subtramas. Allí quizás esta el punto más decepcionante de esta historia, que divierte y emociona mucho, y eso se disfruta y se agradece, pero que no profundiza en muchas situaciones que exigían una mejor resolución. Volvio Nanni Moretti, uno de los autores más originales y personales de nuestros tiempos, con una carrera llena de grandes regalos para todos los que amamos el cine, y por ello, tan solo la presencia de una de sus películas en cartelera, ya justifica su visión. Aunque no sea la mejor, igual es una gran historia con grandes momentos y Moretti es una cita obligada.
A true gem of filmmaking, My Mother shows a profoundly touching study of love and loss Back in 2001, Italian filmmaker Nanni Moretti released La stanza del figlio / The Son’s Room, the devastating story of a psychoanalyst and his family undergoing deep emotional trauma as a result of their teenage son dying in a scuba diving accident. It deservedly won the Palme d’or at Cannes and it surely is one of the best films of Morettti’s career. Now, 14 years later, his new film Mia madre (My Mother), also a deep study of grief and loss, proves to be another most accomplished feature, as good as La stanza del figlio. It is one of those films that can restore your faith in contemporary cinema, which more often than not is flooded by formulaic features with neither much insight nor enough aesthetic merits. Mia madre tells the story of Margherita (Margherita Buy) a female director facing several crises at once: Barry Huggins (John Turturro), the American lead actor of the film she’s making, is friendly and cares about the project, yet he keeps forgetting his lines and can’t stop talking about the time he worked for Stanley Kubrick (which, by the way, doesn’t seem to be true). Let alone the episodes where he loses his temper and threatens to abandon the film despite how important it is for him. Then there are the usual problems parents have when raising teenage children, in this case a girl who would rather avoid talking to her mother about the issues that ail her — among them having fallen in love with a classmate who doesn’t love her back. But what matters the most, what is at the core of Margherita’s tribulations, is the forthcoming death of her mother, an old woman facing very difficult health problems. At first, Margherita chooses to ignore the harsh reality, hoping that her mother would leave the hospital to come back home. But as the events unfold, her brother Giovanni (Nanni Moretti) makes sure she understands the full panorama and does his best to make it easier and as painless as possible for everybody, including the daughter who’s terribly sad about her grandmother’s condition. Unlike so many other films dealing with the loss of a loved one, and just like La stanza del figlio, Mia madre doesn’t go for shock value or melodrama. On the contrary: it downplays the drama and delicately examines it in all its complexity. Which is not to say it’s not an emotional feature, but one where sentiments and feelings are elicited in a reflexive manner with no blows below the belt. It’s very, very hard to convey the many stages people go through when death surrounds them, but Moretti has a restrained sensibility that makes everything feel authentic and familiar. With a balanced mix of sadness and pain, but also with some detachment when necessary, Mia madre asks viewers to accompany the characters on their path rather than merely bear witness to their drama. Likewise, with commendable simplicity, the depiction of the events results in a strong emotional impact and assured audience involvement. In addition, all the performances deliver beautifully nuanced characters. As an example, in the hands of less talented filmmakers, the US actor played by Turturro might have been a boring stereotype. But here, he is an off-beat individual with a singular personality that often gives way for comic relief. There are some particular scenes — such as the one where Margherita almost breaks and starts confessing her pains to Barry in the middle of the shoot — that may be a bit self-explanatory and yet they are likely to still move you to tears. There’s something marvellously elusive about how Moretti can tackle a large part of what happens and how it happens when you are about to lose someone you love. Production notes Mia madre (Italy, France, Germany, 2015). Directed by Nanni Moretti. Written by Nanni Moretti, Francesco Piccolo, Valia Santella. With Margherita Buy, John Turturro, Giulia Lazzarini, Nanni Moretti, Beatrice Mancini, Stefano Abbati, Enrico Ianniello, Anna Bellato. Cinematography: Arnaldo Catinari. Editing: Clelio Benevento. Running time: 102 minutes.
Bello y pudorosamente emotivo film de Moretti En “Mia madre”, Nanni Moretti narra los temores previos a un desenlace inevitable, primero con emoción contenida, pero cuando se suelta, lo hace de una manera delicada, pudorosa, ejemplar. Nanni Moretti estaba en plena edición de "Habemus Papa" cuando su madre fue internada. Seguramente era un buen hijo, pero en circunstancias así, aunque uno se esfuerce, siempre queda la sensación de no haber hecho lo suficiente ni acompañado del mejor modo al ser querido. Cuatro años más tarde, expone algunas de esas situaciones y aflicciones comunes a cualquiera que haya pasado por algo similar. La obra no tiene, ni quiere tener, la intensidad emocional de aquella enorme película suya sobre otra pérdida familiar, que se llamó "La habitación del hijo". Ahí describía el dolor posterior a un accidente fatal. Acá, los temores previos a un desenlace inevitable. La historia sigue a una directora de cine en pleno rodaje. Debe hacerse espacios para visitar a la madre, profesora jubilada, que otro hijo cuida a tiempo completo (roles cambiados, como suele pasar en estos tiempos). Pero ella también debe atender su propia familia, quizá también un nuevo amor que no sabe cultivar, y sobre todo su trabajo al frente de mucho personal que depende de sus decisiones, incluyendo un actor estrella que requiere trato especial. Ese personaje permite al público distenderse con algunas escenas humorísticas. Y el rodaje que están haciendo, de asunto aparentemente ajeno al drama íntimo, también tiene puntos de contacto con ese drama. Moretti los coloca sin subrayados, como para que sean descubiertos "en una segunda lectura". El desarrollo entremezcla, además, sueños, recuerdos culposos y pesadillas en un mismo plano con la realidad, y la emoción está contenida. Pero cuando el desenlace llega, la emoción se suelta. Y lo hace de una manera delicada, pudorosa, ejemplar. Hermosa, la pequeña charla de la abuela con su nieta en el hospital. O la escena donde los padres siguen de cerca las primeras vueltas de la nena en un scooter. La aflicción de la directora al asociar los personajes de su obra con los libros y saberes de la madre, que también van a perderse. Y el descubrimiento de "los otros hijos": los ex alumnos de esa mujer cuyas lecciones tal vez la hija no tuvo tiempo de escuchar (detalle autobiográfico, la madre del autor también era profesora). Excelentes, Margherita Buy, la veterana Giulia Lazzarini, John Turturro. En la figura, quizá compensatoria, del hermano, el propio Nanni Moretti.
De su profundo dolor por la pérdida de su madre, Nani Moretti decidió narrar en “Mia Madre” (Italia 2015) el camino desandado por una realizadora cinematográfica (Margherita Buy), que en medio de un complicado rodaje, ve como su madre (Giulia Lazzarini) se va apagando y alejando físicamente de ella. Enferma, internada, con un diagnóstico complicado, Ada (Lazzarini) se mantiene ajena a los cuidados diarios de sus hijos, Margherita (Buy) y Giovanni (Moretti), quienes se desviven por tratar de encontrar la mejor terapia para sus últimos días. Enfocada en Margherita, “Mia Madre” bucea en los fantasmas y alucinaciones de una mujer que supo en algún momento dirigir toda su energía productiva hacia lugares luminosos, pero que, enfermedad de la madre y crisis personal mediante, en la actualidad no sabe cómo canalizar sus dudas, cuestionamientos y rutinas. Para colmo de males, y para sumarle mucho más stress a la ya para nada fácil tarea de cuidar a un familiar enfermo, la incorporación al filme en el que está trabajando de un actor norteamericano descendiente de italianos (John Turturro) le complicará su realidad hasta niveles insospechados. Moretti trabaja los dos mundos, el del cine, en donde Margherita es una líder democrática hasta la llegada de Barry (Turturro), y el de la familia, en donde cede frente a algunas decisiones tomadas por su hermano o por su hija (una adolescente con ganas de llegar a los objetivos de la manera más rápida y fácil) para hablar de su propia realidad. El punto de vista elegido, el de la directora, lo acerca a cuando él mismo realizaba “Habemus Papa” y se enfrentó con la muerte de su madre, pero también con la desolación de encontrarse huérfano en un mundo en el que los afectos determinan la identidad. “Mia Madre” juega con lo onírico, y allí le permite a Margherita la transposición de los restos diurnos felices, en algunos casos, con los que Moretti fantasea en poder reencontrarse con su madre y su familia. Porque más allá de la temporalidad escogida para narrar, también el director busca con algunos de estos sueños o con algunas escenas de flashbacks, construir la relación entre la directora y su madre, quizás emulando algunas que él mismo vivió con su progenitora. Ada día a día se deteriora, y va dejando este mundo no sin antes legar en sus hijos el amor con el que en su pasado educó a varias generaciones en el idioma latín. Curioso es que justamente en sus últimos días, su erudición tan sólo puede ser transmitida a través de su mirada, que cristalina va apagándose y no le permite ni siquiera dialogar. Moretti entiende la difícil situación de una familia que se va despidiendo en vida de un ser esencial, la madre, y lo plasma con maestría en un relato desgarrador, honesto, doloroso, en el que la sola extensión de sus anécdotas termina configurando un microuniverso verosímil para entender la realidad suya, la de Margherita y la de miles de personas que a diario ven como sus seres queridos se van físicamente de ellos.
La actriz Margherita Buy se pone en la piel de un personaje inspirado en el propio director, Nanni Moretti. Al igual que él, Margherita (sí, el personaje lleva el mismo nombre que la actriz), se encuentra intentando terminar su más reciente película mientras la enfermedad de su madre amenaza con llevársela al otro lado (la madre de Moretti falleció mientras él terminaba “Habemus Papam”). Lo curioso del film es que más allá de su trasfondo dramático, Moretti nunca termina de adentrarse en el drama sino que, aprovechando especialmente la subtrama sobre el rodaje de la película con fuerte contenido político y social que su directora quiere realizar y un actor estadounidense (John Turturro) caprichoso no se lo hace nada fácil, el tono del film es desparejo, dando como resultado una experiencia más bien agridulce. Moretti (que se reserva un papel secundario como el hermano de la protagonista) pone al frente a de su película a una mujer por momentos decidida pero a la vez una especie de parodia de él mismo como realizador, es difícil despegarse de su imagen más allá del cambio de género. Una directora que en algún momento se da cuenta de que tomó malas decisiones y que por el sólo hecho de ser la directora nadie la frenó y le dijo que era una mala idea cuando en realidad “el director es un pelotudo”. “Mia madre es la historia de una lucha emocional, y también una reflexión sobre mi trabajo como director y la imagen pública que de ese trabajo se tiene”, definió de manera precisa su director cuando presentó la película en el Festival de Cannes. Así se encuentra Margherita, con sensaciones encontradas y un tumulto de contradicciones, aquellas que Moretti imprime en un relato con alta carga emocional por momentos y bastantes dosis de humor en otros. Quizás nunca hay un mix un poco más interesante de ambos, sino que están más bien separados, lo que hace que el tono sea algo desparejo. El personaje que hace John Turturro le brinda bastante frescura al film pero no puede evitar caer en ciertos estereotipos de actor que se cree más grande e importante de lo que es. Además, las secuencias oníricas terminan resultando excesivas, y haciendo de la narración algo más complejo de lo necesario. “Mia madre” es más bien un cine contenido. Personal y autobiográfico sin dudas, pero al que le falta un poco de profundidad.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Nanni Moretti es uno de los autores fundamentales del cine contemporáneo, uno de los más reconocibles, uno que ha brindado películas incandescentes con muchos elementos autobiográficos (como François Truffaut, Federico Fellini o Woody Allen, por ejemplo). En Mia madre el tema, el organizador, es obviamente la figura de la madre. Con mayor precisión, la enfermedad, internación y muerte de la madre de los protagonistas. La película se basa en la muerte de la madre de Moretti, Agata Apicella Moretti, que murió a los 88 años en 2010. Agata actuó en Aprile como madre de Nanni, y su apellido fue el que usó Moretti para su personaje más recurrente en su cine hasta Palombella rossa: Michele Apicella. En Mia madre, el personaje protagónico es director de cine, como Moretti y como su personaje homónimo en Aprile. Pero aquí estamos frente a una protagonista femenina, una directora de cine llamada Margherita interpretada por Margherita Buy (sus ojos son de los más cinematográficos del mundo) que rueda una película sobre conflictos de trabajo; una película política, social, como El caimán, como La cosa, como Aprile. Margherita tiene muchas de las características que conocimos de los distintos personajes que ha interpretado Moretti en sus propias películas. Moretti actúa, pero es una actuación de menor protagonismo, en un rol que parece -en varios aspectos- la versión en negativo de sus personajes habituales: su Giovanni es calmo, centrado, tranquilo, capaz de escuchar y comprender sin enojarse. Mia madre ofrece otra experiencia autobiográfica, ahora mayormente descentrada, desplazada, y Moretti propone con sobriedad y sabiduría una forma oblicua de entrar en un tema doloroso, en un cataclismo personal y universal. En Mia madre la vida de Margherita se pone en perspectiva: el amor, la maternidad, la filiación, el trabajo, el pasado. Y es posible leer cada apunte en función del cine anterior de Moretti y así ver cómo Moretti revisa su cine, que por sus características constitutivas es también una revisión de su vida. Cada apunte, para los morettianos, es de una riqueza que se presenta como toda su filmografía: sin alardes, con permanencia estilística, con una distancia y estabilidad pudorosas (esas que no respeta el camarógrafo de la secuencia inicial de la película dentro de la película). De forma sigilosa, el autor italiano construye una de las películas más cabalmente emocionantes del año, una película depurada, tan exacta como cargada de sentimientos. Por último, la escena final revela otra vez la inteligencia y la modestia de Moretti. El cine sigue.
La fragilidad de los afectos, según Nanni Moretti El cineasta italiano transformó la muerte de su madre- en pleno rodaje de Habemus Papa - en una reflexión sobre la pérdida. Además, apuntes sobre la locura del quehacer cinematográfico, la paternidad y la conciencia de la vulnerabilidad.Nanni Moretti es uno de los directores italianos más importantes de los últimos años y aunque por cuestiones de distribución no todas sus películas fueron estrenadas en la Argentina –al igual que buena parte del resto de la producción italiana, francesa, inglesa y así–, lo cierto es que en general se puede ver su trabajo en los festivales, ciclos y retrospectivas. Y la esforzada búsqueda bien vale la pena, porque la obra de Moretti logra captar la esencia de la sociedad de su país, con una fórmula que combina la crítica corrosiva, el humor, el drama dosificado con inteligencia y las ensoñaciones que muchas veces abrevan en el absurdo. Moretti juega en esa selecta liga de maestros y desde ese lugar que no pidió pero que se ganó, se permite libertades inimaginables para otros realizadores. En ese sentido, para el director romano su propia vida es uno de los pilares de su cinematografía y así, a partir de la muerte de su madre que ocurrió durante el rodaje de Habemus Papa, el dolor se transformó en una reflexión sobre la pérdida en esta, su siguiente película, en donde además añade apuntes sobre la locura que significa hacer cine, la paternidad y la conciencia sobre la propia fragilidad. Mi madre está centrada en Margherita (formidable Margherita Buy), una directora de cine que trata de cumplir con los plazos de producción de una película que aborda la toma de una fábrica que fue vendida a Barry Huggins (John Turturro), un empresario estadounidense, mientras asiste junto a su hermano Giovanni (el propio Moretti) a la enfermedad de su madre Ada (Giulia Lazzarini), que empeora irremediablemente. Por un lado el relato retrata la negación de Margherita frente a lo que se avecina –hay que prestar atención a un accidente doméstico que da paso a toda la angustia acumulada–, pero también muestra el acotado universo de los afectos de la protagonista, que por cierto, es el alter ego de Moretti, en donde sólo tienen razón de ser su madre, su hija, que está en plena adolescencia, y su hermano, suerte de voz de la razón en medio de la tragedia. Sin embargo, la puesta de Moretti esquiva el drama puro y duro con la participación de John Turturro, que llega al set para encarnar al dueño de la fábrica del film en rodaje, histriónico hasta la irritación, incapaz de memorizar una línea y tan conmovedoramente neurótico como desopilante, que alivia la tensión de la historia principal sin dejar de constituir uno de los afluentes importantes del tono afectivo y nostálgico de Mi madre, una bella película y sin dudas, uno de los estrenos ineludibles del año.
Diálogos íntimos: gran debut de "Mia madre" El realizador italiano Nanni Moretti desnuda los sentimientos familiares en su nuevo filme. Corren los minutos y las horas en la filmación, tiempo precioso para lograr la película que dirige Margherita (Margherita Buy). Ella dedica todo su esfuerzo al cine con compromiso social y asume el relato del cierre de una fábrica y la resistencia de los operarios. También corren los minutos para Ada, la madre de la directora de cine y Giovanni (Nanni Moretti), internada con pronóstico desalentador.Moretti reconstruye la intimidad del vínculo entre las mujeres de la familia. Ada, Margherita y Livia (Beatrice Mancini), la hija adolescente de Margherita se revelan durante ese tramo de vida que transitan inesperadamente, con el acompañamiento de Giovanni, que se dedica al cuidado de la madre y comprende a su hermana artista. La filmación como el territorio donde Margherita tiene el control es el reflejo del cambio doloroso que experimenta la mujer que se desconoce a sí misma frente a la enfermedad de su madre. Elige planos, da indicaciones y comienza a despegar de ese espacio seguro, obsesiva y distraída a la vez, mientras indaga en la relación con Ada. Mia madre es una película potente, emotiva, que plantea las cuestiones en tono reservado, como si Moretti contara la historia a sus conocidos de siempre.La cámara logra las escenas del cine dentro del cine, en las que se luce John Turturro. El actor es el intérprete americano que Margherita busca para completar el círculo del desastre económico y laboral de la fábrica. Turturro ofrece su talento de comediante, hablando el italiano de manual mezclado con su inglés, como si se moviera dentro de una película que jamás comprenderá. Es estupenda la breve escena del baile, pensada para el gringo en rodeo ajeno.El set de filmación varía según la escena, mientras la cama del hospital es el espacio de la madre que siente la ansiedad de volver a su casa. En medio de los dos registros, Margherita recuerda imágenes de su madre antes de la internación, las descubre y captura. La orden que indica el comienzo de la acción frente a cámara suena cada vez más débil e insegura. La mujer cumple los pasos del aprendizaje como la adulta que de repente revisa vínculos y afectos, prioridades y certezas. La riqueza de la película está en el encuentro entre Margherita Guy y Giulia Lazzarini, en el rol de la madre sabia y mansa. También la escena de la lección de latín con la nieta es el sello de Moretti, por la capacidad del director para describir con sencillez y sin golpes bajos, la complejidad de esa relación, seguida de cerca por Margherita.En la tarea de descubrimiento cobra nuevo sentido la idea de un cine presente, que entiende la realidad, convicción que va diluyendo su importancia a medida que los tiempos de la madre se acortan. "Que el actor esté al lado del personaje", dice la directora en el set a sus actores, palabras de Moretti al espectador. Como actor también colabora para que las actrices se luzcan. Lo hace desde adentro de la escena en la que dosifica palabras y gestos.Hacer sentir importantes a los demás, porque en realidad lo son, es uno de los comentarios que calan hondo en la película que se disfruta por el modo en que Moretti desnuda los sentimientos más íntimos, entre hermanos, de madre a hijos. Lamentablemente la copia subtitulada omite parte de la traducción de un guion en el que cada palabra es necesaria. Ojalá se subsane el problema, por respeto al público interesado en la filmografía de Moretti.
Conmovedora, brillante y rodeada de buenas actuaciones No encontramos con uno de los trabajos del prestigioso director, actor, productor y guionista cinematográfico italiano, Nanni Moretti (61) que siempre se caracterizó por abordar temas sociales y políticos marcando sus ironías, sarcasmos y parodias. Llega ahora con “Mía Madre”, que se presentó en el festival francés de este año, así como en otros certámenes internacionales. Aquí se enfrenta a un drama autobiográfico sobre las vivencias de una directora de cine y su madre que se encuentra internada y gravemente enferma. Mientras realizaba el montaje de la película “Habemus Papam” que protagonizó Michel Piccoli como un Sumo Pontífice con ataques de pánico quien es atendido por un psiquiatra, (film que estuvo en competición en el Festival de Cannes de 2011), en medio de todo esto, este prestigioso cineasta se enfrentaba a la muerte de su madre. Así nace esta película. Todo gira en torno a la protagonista Margherita (Margherita Buy), una directora de cine cuarentona que se está separando de su marido Vittorio, tiene una hija adolescente, su madre se encuentra enferma e internada y mientras tanto está filmando una película política protagonizada por una estrella de Hollywood de origen italiano, un divo insoportable llamado Barry Huggins (John Turturro) que dentro del drama que vive esta directora, porque se le está muriendo su madre, este personaje que es un verdadero chanta es quien le da acertados toques de humor y dentro de tanto drama le da un equilibrio a la historia. Realiza un extraordinario trabajo Margherita Buy, desde la mirada, lo gestual, los silencios y la ira, va mostrando las dificultades que va atravesando en medio de una filmación, enfrentando problemas laborales y personales, porque entre otras cosas su madre Ada (Giulia Lazzarini) se está muriendo. Frente a este drama quien le da algunos toques de humor es el personaje de Turturro, un ser fastidioso quien se cree un dios pero es un chanta. Además Moretti un director filoso acá se da el gusto de interpretar uno de los personajes: el hermano de la protagonista. También se van abriendo otras historias. Es conmovedora, bella, está muy bien narrada, es reflexiva y plantea como uno puede seguir y sobrellevar la vida porque finalmente nuestros padres en algún momento se mueren.
Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más. ¡No te lo pierdas!
Conmovedora mirada a la existencia Ignorado a la hora de la premiación en Cannes 2015, llega este sensible film que lleva a reflexionar, entre notas de humor y huellas de dolor, sobre el tiempo y la ausencia a partir de una directora de cine que pierde a su madre. Hace alguna semanas en esta misma sala, otro film de origen italiano de destacada composición, Un castillo en Italia, planteaba en clave semi-autobiográfica un retrato, un perfil, del ocaso de una familia aristocrática, que se debatía entre los viejos recuerdos, la enfermedad de uno de sus miembros y un declarado sentimiento de transgresión y búsqueda, encarnado en su figura femenina, rol que asumía la misma realizadora y guionista, Valeria Bruni Tedeschi; junto a su madre, Marisa Borini, no sólo en este retrato de un grupo familiar, sino en su propia vida cotidiana. Con referencias a El jardín de los cerezos, de Anton Chejov, Un castillo en Italia abre a planteos de posibles modos de poder transfigurar artísticamente los numerosos aspectos que construyen una semblanza biográfica. Si pensamos en el cine de Nanni Moretti, asoma de manera inmediata la primera persona. A través de sus ya doce films en carácter de director, su autor coloca esa mirada en primer plano, haciendo escuchar su voz desde su lugar de realizador y al mismo tiempo desde ese personaje que compone. Y en sus films, su "yo", que no se eleva de manera jerárquica sino autoral, va abriéndose paso hacia la mirada y las voces de los otros. Particularmente en Caro Diario y Aprile vemos cómo el relato se inaugura a partir de la manera en que escuchamos su voz, ya tan identificable y al mismo tiempo, por su particular manera de concebir las situaciones humorísticas y de acercarnos sus reflexiones; esa voz, esas reacciones, esas conductas, nos llevan al mismo universo de Woody Allen, en algunos de sus films; tanto a Allen, como a esos otros personajes que se presentan como su "alter-ego". Nanni Moretti nuevamente presente en el Festival de Cannes de este año. La referencia nos lleva a otros momentos, cuando en el 93 recibe la Palma de Oro por Caro Diario y en el 2001, por la misma distinción que se otorgó a su entrañable film, La habitación del hijo. En la edición de este año, Mia Madre debió competir en la Sección Oficial con otros dos films italianos, Youth de Paolo Sorrentino, con las actuaciones de Michael Caine, Jane Fonda, Harvey Keitel y Rachel Weiz y Il racconto dei racconti de Matteo Garrone, con Salma Hayek, Vincent Cassel, Toby Jones. En este festival, que tuvo lugar en mayo de este año, en el que su cartel emblemático nos ofrece el rostro de Ingrid Bergman, el Jurado Oficial estuvo integrado por los hermanos Coen, Sophie Marceau, Rossy De Palma, Xavier Dolan, Guillermo Del Toro y ninguno de los films italianos fue considerado a la hora de la elección final, en ninguna de sus categorías. El máximo galardón, como comentaban los diarios franceses, una vez más "quedaba en casa". Al volver sobre La habitación del hijo, film en el que Nanni Moretti compone a Giovanni, un psicoanalista que vive con su mujer, Paola (Laura Morante) y su hijo, Andrea, (Giuseppe San Felice), observamos que lo que va a marcar un quiebre en esta historia familiar, nos remite a una irreparable situación de pérdida, de ausencia, ante un hecho trágico. Desde ese punto de ruptura, el film despertará numerosas reflexiones sobre la existencia, la fragilidad humana, la imposibilidad de modificar lo acontecido, la irrefutable prueba de nuestra condición de mortales. Lejos de provocar un efecto de banalización ante la muerte de un ser querido, el film de Nanni Moretti apela a un distanciamiento y un tratamiento ético, digno de toda su filmografía. Ahora, a casi quince años de aquel film, mediando El Caimán y Habemus Papam, Moretti nos presenta un relato que, como en tantos otros de sus films, parte de una situación muy personal. Y en este caso, de una profunda crisis; la que debió afrontar mientras estaba realizando, llevando adelante, el montaje de su tan polémico film, el segundo de los recién nombrados, el que provocó, cuando su estreno, la ira de los sectores religiosos más ortodoxos. Es en este film, en el que tal como en La habitación del hijo cumple el rol de psicoanalista, entonces, contratado para intentar desbloquear y revertir ese No tan contundente de la primera figura del orden eclesiástico recientemente elegida en esta historia. Pero si en los films señalados Moretti se presenta a sí mismo y asume el primer lugar para ir abriéndose paso entre los otros, ahora, en este conmovedor y al mismo tiempo ágil y zigzagueante relato, es su hermana en la ficción, de oficio realizadora, quien pasa a ese primer plano. En tal caso, podemos decir que desde su lugar, Moretti, en su personaje de Giovanni, ingeniero, ha cedido ese relevante lugar a Margherita, mujer de severo porte, un tanto sumida en su soledad, separada, madre de una hija que asiste a un liceo de formación clásica, presa de sus incertidumbres. Una vez en este destacado film, Nanni Moretti vuelve a actuar con la sensible y admirable actriz Margherita Buy, con quien él ya había compartido en carácter de realizador otros films. Como en sus películas anteriores, Moretti (cumplirá 65 años el próximo 19 de agosto) mira hacia las problemáticas sociales de su propio tiempo. Recordemos que ha sido un declarado opositor de las políticas del tan camaleónico y perverso Berlusconi, de esos programas de gobierno que en nombre y defensa del neoliberalismo siguen asolando a los más empobrecidos sectores de este tiempo. Y no es menor el hecho, en Mia Madre, que el film que está rodando el personaje de Margherita sea sobre la desocupación y los intereses de capitales extranjeros. Lejos él, Moretti, de colocarse en el lugar de ese personaje que despierta irónicas ocurrencias, los sorprendentes gags; aquí, los momentos de humor, están focalizados en ese personaje que interpreta tan admirablemente John Turturro, en su rol de Barry Huggins, ahora empresario estadounidense. La elección de este actor, de trayectoria admirable, reafirma esa ida y vuelta tan presente en los directores y actores de tradición italo-norteamericana. Y aún no hemos hablado de este personaje, que da el nombre al film. En su primer gran protagónico para el cine esta actriz dramática, Giulia Lazzarini, de filiación con directores como Giorgio Strehler y Luca Ronconi, el personaje de esta madre, Ada, reconocida docente de lenguas clásicas, tales como el griego y el latín, se mueve en este relato como una figura que marca su presencia aún en los momentos en que está ausente. Es su dolencia, su silenciado dolor, el que opera como un estar constante, en la medida en que algo ya en ese medio familiar se ha descolocado. Atento a las necesidades de ella, el hijo trata de sostener lo que se ya se viene descompensando. Celosa del lenguaje, en sus momentos de vigilia, el personaje de Ada proyecta esa media luz en el rincón en el que ahora estos dos hermanos encuentran un familiar diálogo. Y Margherita dejará cada vez más al descubierto su dolor más íntimo, su asordinado malestar, su propia tristeza. En su tan esperado film, en este relato intimista y por ello, tal vez, tan universal Nanni Moretti no elige narrar ni la agonía ni la muerte; sino los mismos ecos de tales circunstancias que resuenan pudorosamente en nuestra historia. En ese vínculo de cruces generacionales que se reafirman en ese diálogo entre la abuela y la nieta, fluye una noción de comprensión y de deber hacia los otros, en la misma transmisión de un legado. Y Moretti, quizá, así lo siento, ofrece uno de los momentos más conmovedores del cine de los últimos años, cuando nos acerca, en el silencio de una habitación a una mano que acaricia libros tan queridos, que han acompañado a toda una vida. Cuando nos permite escuchar sólo a nosotros, en ese estado de una suspendida ensoñación, una palabra tan añorada y hacernos igualmente partícipes de esos recuerdos que nos son confiados.
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Esta es una de las mejores películas del año, sin la menor duda. A Nanni Moretti le preocupan cuatro cosas: la política, el cine, los afectos y él mismo. En sus films menos logrados (ninguno es malo, por cierto) la amalgama de los cuatro intereses resulta desequilibrada. En los mejores, construyen un mundo que además propone preguntas y algunas respuestas. Mia madre narra la historia de una directora de cine comprometido en un momento de crisis: tiene una estrella insoportable, su madre está viviendo sus últimos días en un hospital, su hija adolescente no le presta atención, su hermano se ha cansado del trabajo. Las preguntas de Moretti (para qué sirve el cine, para qué se milita políticamente, para qué se vive, para qué se muere) circulan por el film de manera sutil, entre momentos de humor y una tristeza por la pérdida -y el gran tema de todo el arte, el paso ineluctable del término- de un modo terso, apaciguado, que congrega toda la emoción del auténtico melodrama con un realismo ocasionalmente interrumpido por el arranque onírico. Es, también, un gran retrato femenino, de una comprensión casi absoluta, que puede explicar mucho sin que el personaje pierda su misterio. El mérito de Moretti se complementa con la actuación monumental de Margherita Buy, tan bella y tan triste. Otro: hacer que John Turturro sea “insoportable” en la medida justa (lo que hace el americano es perfecto y engaña el oído y la vista). Bueno, sí: la mejor película del año.
El arte de mezclar lo privado y lo universal Nanni Moretti volvió para hacer lo que sabe: conmover al espectador con su cine visceral y provocador. Luego del suceso obtenido con “Habemus Papam” (2011), arremete ahora con “Mia madre”, un largometraje inspirado en su propia experiencia personal: la enfermedad y muerte de su madre, mientras él dirigía su filme “El caimán” (2006). “Me gusta que cuando un espectador vea una escena no entienda bien si es real o parte de un elemento onírico”, expresa Moretti en una entrevista, con motivo de su último estreno. Admite además que eligió a Margherita Buy, una actriz que trabajó en varios de sus títulos, para que asuma su alter ego. Buy interpreta a una mujer también llamada Margherita, es directora de cine, tiene un hermano (Moretti), está atravesando por una crisis de pareja, tiene una hija adolescente (de un matrimonio anterior) que vive con su padre y a quien no ve muy seguido, y su madre está gravemente enferma, mientras ella está en plena filmación de una película. ¿Con qué nos sorprende ahora el carismático director italiano? con una historia de ésas que él sabe componer con su estilo tan particular: una mezcla de experiencias propias, en donde el dolor es uno de sus componentes principales, circunstancias sociales que funcionan como caja de resonancia de conflictos colectivos que influyen a su manera también en la psiquis personal y esos asuntos tan inevitables como indeseables como la instancia de la enfermedad y las respuestas siempre insatisfactorias que la medicina tiene para cada ocasión. Y le agrega un poco de cine dentro del cine, quizás para reírse de sí mismo. Margherita es una mujer de edad mediana, que esboza cierto caos emocional en su vida privada, pero que asume una postura casi dictatorial en su trabajo. Obsesiva y pasional, como buena italiana, da la impresión de manejar a su antojo un set de filmación pero no así su intimidad. El caso es que debe asumir que su madre “está muriendo”, como le dice su hermano, sin anestesia, como para ubicarla definitivamente ante una realidad que ella no quiere ver. Mientras se desarrolla ese doloroso proceso, con su mamá internada y sometida a tratamientos muy complejos, ella reparte su tiempo entre el hospital y el rodaje, en tanto decide cortar con su última pareja y trata de recuperar la relación con su hija Livia, una adolescente que tiene una buena conexión con su abuela, quien la suele ayudar en las tareas de la escuela. Así, con ese panorama familiar complejo, en el que la figura fuerte y contenedora está declinando, Margherita experimenta un cúmulo de sensaciones encontradas. Paralelamente, la película que está filmando la somete también a un estrés por momentos extremos, situación en la que tiene que lidiar con un actor estadounidense de origen italiano, Barry Huggins (John Turturro), lleno de tics y caprichos de estrella, que suele sacarla de quicio, aunque después terminarán siendo grandes amigos. Todo el relato gira en torno al tema de la decadencia física y mental de la madre, y ya se sabe lo que la mamma significa para los italianos. La pérdida de una figura tan importante y vital provoca un cimbronazo que pone en jaque toda la estructura emocional de una Margherita que no está muy preparada para ese trance. La película de Nanni Moretti oscila permanentemente, como es su estilo, entre la tragedia y la comedia, aventurándose en esos temas que orillan el melodrama pero que bajo su dirección adquieren un matiz más elaborado y no tan obvio, aun cuando apele constantemente a las emociones. Es de destacar su excelente dirección de actores con un pulso que obtiene de ellos el tono justo para cada escena, expertise que se pone de manifiesto particularmente con el personaje de la madre, a cargo de una maravillosa Giulia Lazzarini, una actriz de teatro casi desconocida en cine. A Nanni Moretti hay que tomarlo o dejarlo, se lo ama o se lo odia, se lo aguanta o se lo disfruta. Yo lo quiero y aunque me hizo llorar casi todo el tiempo, yo lo banco.
Diario Moretti En sus últimas realizaciones, Nanni Moretti entra y sale del rol protagónico pero sus intereses y conflictos nunca ceden el proscenio. En Mia madre, una directora de cine desespera con el rodaje de una ficción sobre la resistencia al vaciamiento de una fábrica, en tanto su madre, una reconocida profesora de latín, lucha con la demencia senil en su lecho de muerte. Margherita (Margherita Buy) es el alter ego de Moretti, cuya madre, una reconocida profesora de griego y latín, falleció durante el rodaje de Habemus Papam. Pero en el film, el realizador italiano, en un rol ajeno a su personalidad, representa al medido, observador y conciliador hermano de la directora. Esta inversión se completa con la llegada de Barry Huggins (John Turturro), un actor decadente que con sus aires de estrella complica el rodaje. La película, como es habitual en Moretti, es parcialmente biográfica y utiliza diálogos que el autor de Caro diario escribió al morir su madre. Inteligente y profunda (y claro, menos traumática que La habitación del hijo), Mia madre consolida al director en un camino distinto, lejos de la frescura e ingenuidad de sus primeros films.
¿Y ahora adónde vamos? Nos es fácil abordar desde la visión cualquier nueva película del director italiano Nanni Moretti, la incertidumbre sobre cual estética o estructura narrativa va utilizar hace que nos preparemos para la sorpresa. No ocurre desde el análisis posterior, pues su sencillez de formas es inversamente proporcional a la profundidad de sus contenidos. Su cine puede circular desde la más enérgica sátira, o parodia, haciendo núcleo allí mismo, para ejemplo vale “¡Habemus Papa!” (2011), “Caro diario” (1993) o en el drama sostenido desde un clasicismo narrativo como “La habitación del hijo” (2001), dejando al relato en si mismo como lo central de la producción. En esta ocasión la sorpresa viene de la mano del cambio, o de la conjugación de ambas formas utilizadas anteriormente por el realizador. Entonces nos enfrentamos a una casi comedia dramática, en la que el director utiliza el humor, la acidez que lo caracteriza, para restarle el peso trágico inherente al texto. No es el único cambio que se observa, también la utilización de un alter ego y el procurarse un rol secundario en pantalla, lo que es sorpresivo ya que su rol juega de sostén y no de contrapunto. El filme se constituye en un amoroso homenaje a su madre, a las madres, ya que la mirada impuesta la mantiene es ese espacio y en ese rol de contenedora de sus hijos, situación que nunca queda desdibujada en la narración. Alternando esta historia del proceso inexorable en la enfermedad de la madre con la progresión de Margherita (Margherita Buy), una directora de cine políticamente comprometida (el alter ego de Nanni Moretti nombrado), quien se encuentra en pleno proceso de filmación. Es en esta trama paralela, pues, lo interesante, en como la conjugación de ambas, sobre todo desde el montaje, hace que no haya una subtrama sino una equiparación en la importancia de ambas, sea utilizada para los momentos de mayor comicidad del texto, empleando para ello la ironía como andamiaje principal, y a John Turturro como la herramienta mejor seleccionada para lograrlo, componiendo de manera brillante a una estrella italo-norteamericana de muy poco talento y muy mal carácter. Es aquí donde el discurso de ambas se va cruzando a partir de la incertidumbre de un futuro inseguro por momentos, dudoso en otros. La pregunta ¿y ahora adónde vamos?, ¿cómo seguiremos?, se plantea en ambos relatos, tanto desde la perdida de ese lugar de refugio que un hijo siempre ve en la madre, como en que hago con este actor. ¿Cómo continuara nuestra vida? ¿Podré terminar de realizar el filme? Preguntas que circulan constantemente como en un espiral dialéctico Una realización divertida, sensible, triste y enternecedora, entrecruzando realidad y fantasía, mentiras verdaderas, el cine como una ficción que es real. En esos dos universos circula Margherita y el filme propiamente dicho, su hermano Giovanni (Nanni Moretti) es quien se hace cargo mayormente del cuidado de la progenitora de ambos, la representación de esa sorprendente madre que se va despidiendo de a poco. El entorno y el escenario, invención y realidad, el hospital como set, el set como la vida misma, en una verdadera reflexión sobre los afectos, la profesión, las pérdidas, los duelos, y el irremediable pasó del tiempo.
Mia madre Mia madre, el nuevo filme de Nani Moretti, confirma -y acaso esta sea su mayor virtud- que el director italiano retrata a sus criaturas desde una zona de aparente nitidez. Siempre hay algo borroso entre sus personajes y nuestra ambición de claridad (como en toda obra que valga la pena). La habilidad de Moretti consiste en disimular ese ligero desplazamiento del “foco” y su tendencia a desviar la tensión hacia una zona de prudentes opacidades, de borrosas magnitudes existenciales. Moretti lo sabe y por eso mismo sus personajes se mueven en un precario equilibrio que va desde la estupidez hasta la perspicacia desafiando todas las temperaturas de la emoción. La paleta y los trazos que utiliza son esquivos a la restringida definición de los géneros. El lenguaje de Moretti no es complejo, sin embargo siempre hay algo, algo que se nos escapa a la hora de creer que podemos explicar algunas de sus obras encuadrándolas según el canon formal de la estructura clásica. Ese algo es una cierta cualidad de la distancia que interpone entre la representación y lo representado, la misma distancia que la directora de cine interpretada por Margherite Buy les pide a sus actores. Ella quiere ver “al actor al lado del personaje”. La contradicción de esa afirmación es -como la nitidez esculpida por Moretti- aparente. Margherita pide algo que solo es posible en el arte: “vivir y verse vivir”, escrito así con las comillas que limitan la intención concluyente de la afirmación. Un actor que “está al lado del personaje” podría hacernos pensar en la gastada metáfora teatrera del cuerpo del intérprete virtuoso capaz de alojar las almas que les presta la ficción. Sin embargo, restringir esa imagen a su sentido literal empobrece su significado y, por otra parte, Moretti nunca es obvio ni superficial. Cada una de estas criaturas solitarias y desencantadas que retrata sin lisonjas, encarnan un rol social que los define: el hijo triste y solitario, la hija desbordada por la crisis, la madre enferma y desvalida, la adolescente demandante que asume con angustia los cambios de su vida. Para soportar los embates de la existencia están obligados a asumir un personaje que nunca es convincente porque siempre es provisorio. Margherita debe mostrar una seguridad en el rodaje que se desvanece apenas llega al lecho de muerte de su madre (aunque por momentos aparezca su espantosa intolerancia en situaciones que la desbordan reclamando, sin falsos blindajes, su debilidad). El contraste lo representa John Turturro. Agobiado por un ego superior a su talento, el personaje interpretado con notable variedad de ritmos y asertos expresivos por el actor norteamericano, vocifera enfurecido: “quiero salir de aquí, quiero volver a la realidad”. Justamente ese alarido explica por qué no comprende el clamor de Margherita. ¿Cómo va a estar al lado del personaje quien se permite dudar de que la realidad y la ficción se funden durante el proceso creativo de construcción de una película pero sin disolverse? Lo verdaderamente dramático del planteo de Moretti es que la incomunicación que rodea a los personajes, y los obliga a deambular en la neurosis del foco aparente, es una estrategia de supervivencia antes que una elección deliberada. Se expresan a medias y cuando estallan nunca van a fondo porque necesitan conservar la máscara para sostenerse. Estar al lado del personaje -casi como pretendía Brecht- es una premisa válida en el terreno artístico pero en la vida parece poco probable distanciarnos de nosotros mismos sin perder la salubridad mental. El entramado de las relaciones humanas en Madre mía funciona a partir del tratamiento que hace Moretti de esa zona de desenfoque emocional a la que somete a sus personajes. La muerte encarnada en la figura de la madre avanza y con ella la certeza de la fugacidad existencial. No importa los subterfugios que usemos para negarla, darle la espalda es imposible: la muerte es el único horizonte. Y por eso, aunque previsible, el final de Mía Madre no podía ser otra cosa que la contundencia fatal de una mirada. La película alterna dos circunstancias tensas y pungentes de la vida de Margherita Buy: el rodaje de su película con todos los avatares que rodean a un proyecto artístico cargado de zozobras y la prolongada agonía de su madre, una profesora de latín que va perdiendo progresivamente la capacidad de comunicarse. Ese proceso está atravesado por viejos lastres que proyectan sus sombras sobre la vida de esta mujer emocionalmente inestable que vacila entre la inmadurez y el sarcasmo: su torpeza para amar, la compleja relación con su hija adolescente, la aquiescencia resignada de su hermano (interpretado por el propio Moretti). El director italiano, felizmente, no se dejó arrastrar por la tentación del flashback y la quebradiza tendencia a utilizar la agonía de la madre para repasar instantes felices o traumáticos. El tiempo de Moretti es el presente y sus fortuitos avatares. Margheritta -como el actor que anhela- debe transitar dos dimensiones paralelas que absurdamente se potencian y se anulan mutuamente y a la vez la excluyen del control: la realidad y la ficción. La alternancia entre estos núcleos narrativos está matizada por ese recurso típicamente italiano que consiste en la agudeza para trenzar el humor y el drama con una eficacia pareja. Moretti trabaja -esto hay que decirlo- los contrastes de un modo excesivo, brutal por momentos y uno termina riéndose a veces sin saber por qué. Las transiciones entre un clima y otro son débiles y esa, quizá, sea la clave del efecto altisonante que provocan. ¿Valen la pena, al fin y al cabo, esos golpes de efecto? Un buen espectador del cine de Moretti diría que constituyen el pulso mismo del director, el perfil agudo de su estilo. Hay metáforas ingeniosas como la del actor al que se le pide que maneje naturalmente con el parabrisas inundado de cámaras y faroles que le impiden ver el camino. ¿Cómo no ver en esa escena una de las representaciones más mordaces y desaforadas de la vida? ¿Quién no ha sentido alguna vez la carga de tener que avanzar a ciegas fingiendo una lucidez imposible? ¿Cómo no sentir el deseo de parar la marcha, bajarse del auto y gritar -como hace Turturro en otra escena- quiero salir de aquí, quiero volver a la realidad? ¿Pero quién puede determinar de un modo infalible los límites entre la apariencia y la realidad sin el peligro de estrellarse en la primera curva?
El atroz silencio interior Como ocurre con los directores que tienen rasgos formales y temáticos singulares, aquellas películas en las que se alejan de esa exhibición explícita de sus modos resultan totalmente desconcertantes. En la extensa filmografía de Nanni Moretti, películas como La habitación del hijo o Mia madre asoman como viajes impersonales hacia un cine mucho más estable en términos narrativos, tersos para consumo masivo, con temáticas universales pensadas en contextos dramáticos clásicos. Sin embargo todo esto, cuando uno descubre que detrás de esos convencionalismos se sostiene la mirada de un director impar, no dejan de ser más que una serie de reparos caprichosos de un espectador que desea ver una y otra vez el mismo dispositivo. Moretti evidencia un viaje con quiebres, que en la vejez ha encontrado cierta calma discursiva, no sin por eso perder la energía de lo que dice. “Palabras, no hechos” parece decir el director: por eso en Mia madre se corre del protagónico y elige un personaje gris, el buen hermano que se ocupa de la madre moribunda. Hay que decir, no obstante, que aún con sus aciertos, estas películas son inferiores a sus grandes films de los 80’s, y especialmente a esas dos obras que lo instalaron en el primer plano mundial allá en los 90’s: Caro diario y Aprile. No sólo había allí un discurso formal tenso, sino que además el personaje que representaba mirándose al espejo Moretti era el de un cruzado, alguien capaz de enfrentarse al mundo armado nada más que con su verba, con una palabra furiosa y una lengua afiladísima. Seguramente La habitación del hijo y Mia madre resulten obras más maduras, prolijas técnicamente, pero carecen de esa vibración que hacía del cine de Morettí, EL cine de Moretti. Otra cosa que hay que decir es que Mia madre perfecciona la búsqueda de La habitación del hijo -llamativamente sus dos películas distintas tienen a la muerte de un ser querido en el centro dramático-, y que tiene que ver con un cine tan mainstream como personal. Moretti sí puede colar aquí, a partir de una historia con dos subtramas fuertes, sus acotaciones sobre el mundo, el mundo del cine y el cine del mundo, que es en definitiva lo que termina definiendo su lugar como artista. Pero más allá de algún ensayo en sus últimas películas, lo que más llama la atención de este film es el alto grado de autocrítica que practica el director, acostumbrados como estábamos a verlo destilar broncas contra todo lo que se le enfrentaba. Mia madre es, seguramente, su película más amarga, triste y melancólica; y su aceptación final de que hay cosas que están tan lejos de sus manos como de sus emociones es realmente desesperante. Margherita Buy interpreta a Margherita, directora de cine en medio de un rodaje difícil. El personaje cumple un rol de evidente alter ego de Moretti, pero no lo es en la misma forma en que lo son los alter ego de Woody Allen (director con el que siempre se lo ha vinculado): no hay aquí una asimilación física o verbal del personaje cinematográfico del realizador. Por el contrario, le toca a esta Margherita afrontar una etapa difícil en la auto-reflexión morettiana, la de la profesional segura de su trabajo pero dudosa de cómo afrontar los conflictos que el paso del tiempo generan en su vida. Por eso que no hay capricho en la construcción de ambas subtramas, sino que una se relaciona con la otra. El leitmotiv del film es una frase que la directora les dice a sus actores, eso de que deben estar ellos mismos al lado de sus personajes. Es precisamente ese impedimento de Margherita por estar al lado del personaje social que representa, lo que angustia a la hija que va viendo cómo su madre se muere. Moretti, que ya había reflexionado sobre la desilusión de izquierdas (en Aprile gritaba mirando la tele “D’Alema, decí algo de izquierda. Decí algo, aunque no sea de izquierda, decí algo…”), ahora se encuentra vacío, incluso, cuando mira hacia adentro. El final de Mia madre es notable, una línea de diálogo y un último plano magistrales. La imagen es demoledora con la protagonista y sus ojos vidriosos, evidenciando esa desesperación ante el “mañana” que responde a la más profunda de las angustias: ¿cómo seguir cuando nos descubrimos absolutamente prescindibles y todo sigue? Todo sigue, y sin nosotros, como si nada. Para un director/autor que parecía tener cuestionamientos ingeniosos hacia todo, este silencio que encuentra en su interior es absolutamente atroz. Mia madre es una película que sobrelleva algunos escollos (las bufonadas de Turturro hacen algo de ruido, ciertas imágenes vinculadas con sueños no aportan demasiado) y que logra finalmente aunar con pertinencia el estilo más esperpéntico de la comedia a lo Moretti con su reflexión sobre conflictos burgueses e intelectuales. No es lo que habitualmente buscamos en el cine del director, pero su sobriedad para abordar el melodrama sin dejar de lado la emoción (de manera mucho más sólida que en La habitación del hijo) es digno de destacar, especialmente en una cinematografía como la europea donde directores como Haneke preferirían la sordidez y la misantropía como única forma de expiación. Por el contrario, el italiano aporta su consabida calidez para desarmarse (la película tiene muchos puntos de contacto con su vida real) antes que desarmarnos. En el fondo y más allá de la superficie clásica que exuda, Mia madre no deja de ser una película valiente.
Tanta realidad a veces angustia Margherita (hondo y sensible trabajo de la bella Margherita Buy) no sabe qué hacer con su vida. Es directora de cine y el rodaje de su nuevo film está lleno de sobresaltos; se ha separado de su pareja, tiene a su madre gravemente enferma y le falta amor y calma a una existencia triste y desbordada. Siente que la vida le pone cada día más cargas. Los personajes de Moretti, tan humanos y tan vulnerables, tan sacudidos por el dolor de las pérdidas, andan siempre solos en medio de un escenario que no los rechaza pero tampoco los abriga. Ficción y realidad se juntan y Margherite, en busca de una tregua, se refugia en la imaginación. Va y vuelve del estudio al Hospital, pasa de los sueños a las pesadillas, proyecta, evoca, reconstruye. Pero la vida no la suelta. “Devuélvanme la realidad” dice en una escena ese actor norteamericano, demasiado conflictivo, narcisista y desmemoriado. Curiosamente Margherite parece necesitar justamente lo contrario: que le saquen un poco de realidad a su vida, que hagan un corte, como en su film, y que los huecos que dejan los que se están yendo no sean tan hondos. Interesante creación de un Moretti más clásico en su factura. Hay ideas, buenas actuaciones, toques de humor y el respeto y el pudor de siempre para retratar los momentos trágicos que enfrentan sus personajes. No está a la altura de sus grandes títulos (“Caro diario”, “Aprile”). Pero más allá de algunos leves reparos, se trata de otra obra valiosa de un artista sensible, inteligente y decente.