Julia Solomonoff es una artesana del cine. Filma como nadie mundos particulares para hablar luego de universos que repercuten en sus personajes y espectadores de manera generalizada. En esta oportunidad la excusa es hablar de un actor que decide renegar de su pasado e inventarse una vida en Nueva York hacia afuera que no existe. Y en el constante mentir, un laberinto de situaciones le complicarán su presente, aislado, solo, apremiado, con la economía que lo amenaza y lo impulsa a hacer cosas para sobrevivir, pero que en el fondo sabe que tampoco le permitirán ser él mismo. Guillermo Pfening brilla en medio de un oscuro relato, con grandes actuaciones además de Marco Antonio Caponi, Elena Roger y Rafael Ferro, sobre decisiones y sobre cómo cada acción repercute en los demás, y Solomonoff filma como nadie esa ciudad amada por algunos, pero también asfixiante para aquellos que no saben cuál es su verdadero camino a seguir.
Ocho años después de El último verano de la Boyita, periodo en el que estuvo abocada a unitarios y documentales para televisión, Julia Solomonoff vuelve a la pantalla grande con Nadie nos mirá, y hay que decir que la espera valió la pena. Su nueva película es un contundente manifiesto existencialista cuyas ideas centrales son el desarraigo, la precariedad inmigratoria, la crisis vocacional, los desafíos de reinventarse y el temor a volver a fojas cero.
Un argentino en Nueva York. Julia Solomonoff pertenece a esa camada de directores, nacidos probablemente bajo el ala de festivales como el local BAFICI, que recurrieron al cine independiente para presentar una mirada diferente acerca de las problemáticas sociales medias. Hay algún hilo conductor entre Hermanas, El último verano de la Boyita, y Nadie nos mira. Quizás no de modo obvio, a simple vista parecieran films diferentes; pero los tres buscan a sus personajes dentro de una clase social determinada; una clase media acomodada, tambaleante, que no da cobijo a quienes quedan excluidos; una clase que también tiene a sus marginales. A ese sector pertenece Nico (Guillermo Pfening), un actor con un éxito televisivo local, que decidió abandonarlo todo y viajar a EE.UU., más precisamente a Nueva York, en busca de nuevas oportunidades. No es solo eso, hay algo que llevó a Nico a tomar tan abrupta decisión. En Buenos Aires mantenía una relación con Martín (Rafael Ferro), el productor de la serie en la que trabajaba, un hombre de familia que presenta a Nico como su primo. Nico está herido y se alejó, no solo de quien lo hirió, de su país, de su pertenencia; y se encuentra viviendo en un lugar que le es ajeno. En Argentina tiene éxito, en Nueva York espera que un proyecto de película se concrete, no consigue quedar en otros castings, y vive como un verdadero buscavidas. Comparte un departamento de espacio reducido, atiende en un bar, roba mercadería de un supermercado con cámaras de seguridad no vigiladas (de ahí la analogía del título), y cuida al bebé de su amiga Andrea (Elena Roger) primero como un favor, finalmente como labor. Nadie nos mira pone el ojo en esa vida y en su entorno, lleno de contradicciones. Si bien hemos visto varias historias de inmigrantes en el primer mundo (locales podríamos citar A través de tus ojos), Solomonoff elude el lugar común por las características con las que dota a los personajes, principalmente a Nico. Cuando el imaginario piensa en alguien de clase humilde intentando “hacerse la América”, se nos presenta a alguien que acá viviría cómodamente, que pertenecería a esa elite artística que se pasea por barcitos palermitanos o de Recoleta y que allá se las rebusca con recursos por lo menos discutibles. Es argentino, latino, pero lo rechazan de los castings porque, rubio y caucásico, no da con el prototipo de perfil latino. Esto último, queda explicitado en una escena plagada de detalles a tener en cuenta. Estos detalles son los que enriquecen una historia en esencia sencilla, que transcurre sin demasiados saltos. Como lo demostró en sus anteriores films, a Solomonoff le interesan las relaciones. Cada uno de los frentes que abre esta propuesta es una relación distinta que entabla Nico, con su amiga, el soberbio marido de ella, el bebé (la propia Asia Pfening) que significará un sentido de pertenencia y posesión, con su compañera de habitación, con los amoríos casuales, con el hombre que aún le interesa, con un ex compañero de elenco, con la productora/directora que le puede asegurar el éxito, con las otras niñeras que habitan ese parque inmenso. Nos metemos en la piel del protagonista y vivimos sus sentimientos junto él. Nadie nos mira es una película luminosa, desde la fotografía de tonos soleados naturales y un montaje, si bien pausado, ágil; la luz se cuela en cada fotograma haciendo que nuestro interés no decaiga. Esa luz también tiene apellido, Pfening. El multifacético actor de Nacido y Criado (de la que se puede ver algún fragmento dentro de la película), Tiempo Muerto, y La valija de Benavidez, es el alma de Nadie nos mira, su interpretación es perfecta desde los gestos y la postura, se adueña de Nico y nos hace pasar por esa desesperación y desolación interna que atraviesa; logra una química especial con cada uno de los personajes y hace que no podamos quitarle los ojos de encima. Solomonoff le tiene preparado varias escenas bastante jugadas, una en especial sorprendente por su soltura y realismo, y, sin embargo, nada se ve forzado. En el elenco secundario que integran actores de diferentes nacionalidades (casi todo el metraje es hablado en inglés), se pueden encontrar varias figuras nacionales como los mencionados Roger y Ferro, junto a Marco Antonio Caponi, Esteban Meloni, Moro Anghileri, hasta la uruguaya Mirella Pascual; con diferente peso en el relato, pero todos convincentes. Conclusión: Nadie nos mira presenta un drama jugado, con escenas jugadas y tintes de comedia que la hacen muy amena. Desde la puesta en escena hasta la interpretación comprometida de su protagonista es una propuesta luminosa, sincera, y fácilmente accesible. Del amor, del rechazo, y de la auto exclusión, Julia Solomonoff presenta una película de aspecto chico y sensibilidad profunda.
Pfening es la principal carta de triunfo de este valioso film de la directora de El último verano de la Boyita rodado en Nueva York. Después de dirigir Hermanas y El último verano de la Boyita, Julia Solomonoff rodó casi íntegramente en Nueva York Nadie nos mira, una película que -si bien presenta como protagonista a un hombre- tiene bastante que ver con su propia historia: ella se radicó hace ya casi dos décadas en la Gran Manzana aunque nunca dejó de estar en contacto con (e incluso filmar en) la Argentina. Nico (Guillermo Pfening) es un actor treintañero de cierto éxito gracias a una telenovela, pero la crisis que le genera una relación patológica con Martín (Rafael Ferro), un hombre casado que es su amante y además productor del ciclo televisivo, lo lleva a radicarse en Nueva York para buscar también nuevos rumbos profesionales. Las cosas, por supuesto, no son nada fáciles allí, más aún porque Nico no tiene el típico look latino (es demasiado rubio para los directores de casting) y su inglés tampoco es del todo convincente. Mientras intenta desarrollar una película largamente demorada con un cineasta mexicano, se gana la vida cuidando el bebé de su amiga Andrea (Elena Roger), una profesora de yoga argentina casada con un rígido estadounidense, mientras comete pequeños robos en supermercados y estafas con las devoluciones de productos en distintos negocios. Cuando habla con su madre por Skype, cuando lo visita algún amigo, cuando tiene que lidiar con alguna productora, Nico esconde, disfraza o directamente niega su precaria situación desde económica hasta legal (aunque nunca padece situaciones extremas no deja de ser un inmigrante ilegal). El temor a reconocer el fracaso, el orgullo y la vergüenza hacen que manipule a los demás o construya una falsa realidad. Hay algo conmovedor y patético a la vez en sus esfuerzos omnipotentes por convecer(se) de que está haciendo lo correcto, que el triunfo en la meca es inminente, que no necesita la ayuda de nadie. La película -narrada con elegancia y prolijidad- habla de la crisis de la masculinidad, con personajes que, más allá de sus elecciones sexuales (hay varios gays y lesbianas), se sienten incómodos y presionados con ciertos mandatos y convenciones sociales. Si bien Nadie nos mira se vuelve un poco indecisa y derivativa en su segunda mitad, el resultado final no deja de ser convincente y por momentos fascinante. Más allá de los méritos de una guionista y realizadora inteligente como Solomonoff o de los aportes visuales de un notable director de fotografía como Lucio Bonelli, el principal sostén y motor del film es Guillermo Pfening, consagrado con toda justicia como el mejor actor del reciente Festival de Tribeca por una interpretación llena de matices y sutilezas a la hora de transmitir las angustias, la soledad, el desamparo, las humillaciones, las búsquedas íntimas de redención y las vulnerabilidades de su atribulado personaje.
Nadie nos mira es una película que no es para cualquier paladar. Si, es una frase que he escrito más de una vez pero que es necesario remarcar cuando lo amerita y aquí es importante. Hago esta aclaración porque se trata de un film muy contemplativo. De tiempos largos y silencios prolongados. Y ese es un cine que no es para las grandes masas. Aquí funciona muy bien el planteo y se logra lo que se pretende: meterse en la piel del personaje principal. La directora y guionista Julia Solomonoff (El último verano en la Boyita, 2009) plasma una historia muy intimista sobre el desarraigo y el sentido de pertenencia, así como también hasta donde uno puede llegar por un sueño y un desamor. Es muy interesante el contexto del film abordado desde el punto de vista de un inmigrante argentino en New York en tiempos muy complicados dada la política migratoria de Donald Trump. Asimismo, que el film transcurra en esa ciudad lo eleva de la misma manera en la cual sucede con todas las películas que se filman allí y utilizan las locaciones como un personaje más. Sale ganando. Y para que este tipo de cintas sean buenas o malas es determinante el desempeño actoral y aquí es excelente. Bien merecido tiene su premio a mejor actor (en el Festival de Tribeca) Guillermo Pfening. No hay plano en el cual no esté perfecto. Lo acompañan muy bien Elena Roger, Rafael Ferro y Marco Antonio Caponi. Nadie nos mira da un testimonio muy particular y concreto. Sus fuertes son la mirada de la directora y la bestial interpretación de su protagonista. Si buscan una película alejada de los tanques hollywoodenses esta es una gran elección.
La mirada ausente La directora argentina Julia Solomonoff regresa al cine ocho años después de El último verano de la Boyita (2009) con Nadie nos mira (2017), una película donde reformula algunos de los tópicos que atraviesan su obra, como la identidad, el desarraigo y la migración. Nico (soberbia actuación de Guillermo Pfening) es un actor de la televisión argentina al que el éxito lo acompaña. En medio de una ruptura sentimental complicada, y queriéndole dar un giro a su emergente carrera, parte a Nueva York para ser parte de un proyecto cinematográfico que se alarga en el tiempo para tal vez nunca concretarse. Sin dinero, amigos distantes, problemas migratorios, relaciones esporádicas que no fluyen y un ego que lo domina, Nico deberá hacer todo lo posible para sobrevivir en una ciudad que no registra su presencia. Solomonoff realiza un retrato honesto sobre la situación migratoria en Estados Unidos. Lo hace sin regodearse en la miseria de sus personajes, habitual en directores como Alejandro González Iñárritu, sin la necesidad de apelar a golpes de efectos, ni ningún tipo de subrayados. El abordaje está hecho desde el punto de vista de un muchacho común, con trabajo y éxito en su país, que un día decide migrar y se encuentra con una ciudad hostil, donde nadie registra su presencia y es tratado como un invasor. Pero a pesar de eso se niega a regresar, prefiriendo vivir como un homeless, robando comida en el supermercado y cuidando a la hija de su única amiga (Elena Roger) de la que poco a poco la distancia los separará. Que el protagonista sea actor no es azaroso sino que la elección de esa profesión es más que acertada. Es cierto que también podría haber sido un abogado, un escritor o un arquitecto. Pero el que sea actor hace que la indiferencia se note más. Alguien que vive de la mirada del otro de repente es uno más al que nadie mira. Solomonoff aprovecha también la historia y a su personaje para abrir un abanico de temas como la paternidad, las elecciones sexuales, el acoso, los vínculos y el desarraigo. Nadie nos mira llega al cine en medio de la campaña estigmatizante que el gobierno de Donald Trump está realizando sobre la inmigración. Por eso hoy la historia se resignifica y no es la misma que la autora pensó durante el proceso creativo. Sin duda, su lectura hubiera sido totalmente diferente, aunque su importancia la misma. Como la vida, el cine va adquiriendo otras lecturas de acuerdo a las coyunturas sociopolíticas que nos rodean. Nadie nos mira es el ejemplo más claro de como una película puede ser diferente antes o después de un hecho.
Nadie nos Mira: Ni ser ni estar. Julia Solomonoff nos trae un relato de un inmigrante que, a pesar de encontrarse en una situación muy particular, nos impregna con un realismo y facilidad para empatizar con su infortunio, y tras ver pasar a un sublime Guillermo Pfening por una prueba de fuego tras otra quedaremos casi tan agotados como él de la vida en la Gran Manzana. Nico (Guillermo Pfening) vivía en Argentina, joven, rubio y buen mozo, era un actor con una exitosa tira en television en la cual su presencia era vital. Asi no es como conocemos a Nico al comienzo de Nadie nos Mira, tras tomar la decision de abandonar el pais para escapar de una tortuosa relacion con Martin, (Rafael Ferro) el productor de su programa, llega a Nueva York con la promesa de trabajar en la película de un talentoso director mexicano. Sin embargo, tras poco mas de un año, la pelicula se atrasa, Nico consigue trabajos a medio tiempo para llegar raspando a fin de mes mientras que su cómoda vida en la Argentina se va alejando tan rapido como sus posibilidades de alcanzar el éxito como actor. Nico cuenta con cierto soporte de su amiga Andrea, (Elena Roger) quien termina dandole trabajo de niñero mientras que intenta persuadirlo de no ceder ante los constantes llamados de Martín pidiéndole que vuelva a la serie. Si bien todo lo que hace Guillermo Pfening en la película funciona por lo que mas adelante entraremos en detalle, en esta relación (así como en la mayoría de las relaciones que tiene Nico) es donde el film brilla más. Amigos, enemigos y completos extraños hacen despertar en nuestro protagonista su honestidad brutal, orgullo ciego y angustia incontrolable que a su vez lo lleva en muchas ocasiones a cavar mas hondo en la propia tumba de su “experiencia”, y cuando parece que las cosas empiezan a mejorares cuando sus errores tienen los peores resultados. Solomonoff no busca presentarnos un típico relato del inmigrante en busca del sueño americano, muy alejada de eso, la historia no recurre a golpes bajos para enaltecer a un protagonista perfecto con mala suerte, el personaje de Nico tiene muchas fallas e inseguridades humanas, y a medida que estas se expresan y van acumulando el espectador comienza a sentir el peso de esta travesía en la cual el viento ya no sopla para ningún lado, a pesar de ciertos alivios mundanos que va encontrando en el camino en amistades, reencuentros y un par de intentos cercanos al tan deseado éxito artístico, el relato va llevando perfectamente el camino a una encrucijada final en la cual Nico decidirá sobre su futuro. Rafael Ferro y Elena Roger son puntos muy altos en cada uno de sus roles, pero al fin y a cabo la estrella es Guillermo Pfening, a quien su actuación le valió el premio a Mejor Actor Internacional en el Tribeca Film Fest. Pfening realmente nos lleva a fondo con un personaje que, si bien esta muy bien escrito por Julia Solomonoff y Christina Lazaridi, cuesta imaginarse que muchos actores hubieran podido sacarle tanto jugo a Nico. En conclusión, Nadie nos Mira es un retrato intimo, conmovedor y muy realista sobre los sueños, la identidad y el sentido de pertenencia. Tiene una de las mejores actuaciones que veremos este año en el cine argentino y realmente vale la pena.
Nadie nos mira, de Julia Solomonoff La diferencia entre el ser y el estar no es solo una cuestión gramatical. En Nadie nos mira notamos como dicha diferencia encarna el cuerpo y la rutina de un joven actor argentino en Nueva York. Como si fuera necesario, la presentación de dicha ciudad está plagada de micro-relatos en espacios verdes. Grandes parques donde la diversidad, tanto étnica como cultural, presenta un paisaje de niños y niñeras interactuando en múltiples lenguas. El influjo de la globalización parece haber trastornado aquella ciudad dejando apenas rastros de su estilo más conservador, aun así se sigue escuchando el jazz, casi como música diegetica, a orillas del rio Hudson. Nico, interpretado por un maduro Guillermo Pfenning, nos entrega el drama de un duelo. Dejando una relación tormentosa, y prohibida, en Buenos Aires, su destino perfila como actor en el norte del continente. Dicho dolor se define claramente, no solo como una aflicción sentimental, sino más bien un duelo integro: el exilio de quien no puede “ser” en su propio lugar. En un doble movimiento Nico se descarna, de Buenos Aires, y encarna múltiples “papeles” en Nueva York. Protagónicos no convencionales, esos que no se interpretan sobre las tablas, sino más bien sobre un nuevo mapa: una ciudad. Changas, favores tímidamente pagados, modos de ver y hacer que no le son propios y que necesita interpretar para sobrevivir. Cierta idiosincrasia citadina es puesta cómicamente en escena. Los conflictos de ser ilegal y no responder al estereotipo yankee de lo que es, física e ideológicamente, ser latinoamericano. En este aspecto, central a la trama, el guión se muestra algo perezoso. No hay riesgos mayores que dormir incómodamente en un mono ambiente compartido, para un muchacho argentino promedio que quiera subir a la cima de Broadway. Este registro responde a que la base empírica, de la cual surge la trama, son las propias experiencias pasadas, en Nueva York, de la directora Julia Solomonoff (Hermanas, El último verano de la Boyita). Aun así la propuesta es interesante técnicamente, la fotografía y la ejecución de los planos se muestran agradables y muy bien desarrollados. Sin sobresaltos, Nadie nos mira es como una caminata en otoño por el Central Park. NADIE NOS MIRA Nadie nos mira, Argentina/Estados Unidos/España/Brasil/Colombia, 2017: Dirección: Julia Solomonoff. Intérpretes: Guillermo Pfening, Elena Roger, Rafael Ferro, Marco Antonio Caponi, Paola Baldion, Cristina Morrison, Kerri Sohn y Mirella Pascual, Christina Lazaridi, Lucio Bonelli, Sacha Amback, Karen Sztanjberg, Andrés Tambornino. Duración: 102 minutos.
Circunstancial pérdida de lo permanente. La huida ante un desengaño amoroso y el estado de fragilidad son temas centrales en la tercera película de Solomonoff. “Estuve estudiando tu idioma, pero ese tema de ser y estar es complicado”, le dice un angloparlante de origen asiático a Nico, actor argentino emigrado en Nueva York. “Ser es permanente, estar es circunstancial”, explica Nico. De eso, de la circunstancial pérdida de lo permanente, trata Nadie nos mira, tercer largometraje de la realizadora Julia Solomonoff, después de la algo formulaica Hermanas (2005) y la porosa El último verano de La Boyita (2009). Filmada en Nueva York, ciudad donde la realizadora reside desde fines de la década pasada, el opus 3 de Solomonoff trataría, de acuerdo a sus declaraciones de ayer a este diario, del desarraigo, la soledad y la identidad. Si bien esos elementos están presentes, la temática de Nadie nos mira parece sin embargo más específica y concreta: la huida ante un desengaño amoroso, la dificultad para romper el vínculo, la dependencia de un único proyecto, el estado de fragilidad vital. Nico (Guillermo Pfening, un actor infalible, aquí luciéndose más que nunca) trabaja de algo muy raro para un varón: es baby sitter. Según Solomonoff en la entrevista con PáginaI12, el crecimiento del número de parejas femeninas genera la necesidad de una energía masculina para poner al cuidado de un chico. No es, en verdad, el caso de Nico, que cuida al bebé de una amiga argentina, Andrea (Elena Roger) y su marido francés, Pascal (Pascal Yen-Pfister). Pero bueno. Nico es actor. En la Argentina estuvo trabajando en una de esas tiras que ve todo el mundo. El problema es que el productor, Martín (Rafael Ferro), era su amante, y cortaron. Para Nico no era una relación cualquiera, así que dejó todo y así como estaba se fue a Nueva York, donde un director mexicano le había prometido un papel en una película. Pero la película no sale y mientras tanto Nico cuida al bebé de Andrea. No hay nada fijo, nada definitivo para Nico, y no lo hay en Nadie nos mira. El propio título proviene de una situación absolutamente ocasional, que no parece representar más que a sí misma. La situación del protagonista en la fase en la que la película lo sigue es de una transitoriedad total, viviendo de prestado en casa de una amiga, esperando primero que se concrete un proyecto y llamando luego con desesperación en busca de otro, viéndose rechazado por rubio en un casting en el que buscan latinos, recibiendo la visita del amante que no le conviene. Una coda deja claro que se trata de un período limitado, justamente transitorio en la vida de Nico, y es por eso que Nadie nos mira no es una película-bajón sino una película-devenir, en la que los momentos visualmente más poderosos son justamente aquellos que narran contingencias: un par de visitas de Nico a boliches gay y una camorra de bar, todas ellas buscadas como modo de descarga adrenalínica. En estas escenas se luce, con cámara en mano y uso de luz artificial con predominio de rojos y de filtros, el notable Lucio Bonelli, uno de los muchos excelentes directores de fotografía del cine argentino (Un año sin amor, Liverpool, La araña vampiro). En su protagónico más absorbente hasta la fecha, Pfening –ganador del Premio a Mejor Actor en la última edición del Festival de Tribeca– despliega toda la paleta. En la primera parte, cuando tiene fe en que las cosas saldrán bien, está tan seductor como puede estar un actor (la referencia es a Nico, el personaje), ojos rasgados y sonrisa ganadora. Cuando vienen los golpes, puede verse cómo su mirada se nubla y sus ojos se embotan, en cámara, sin pasar por la mesa de maquillaje. Cuando Andrea le tira un cross verbal, Nico parece un peso medio pidiendo la toalla. En todas estas escenas, y en las demás, Pfening reacciona como si desconociera la parte de sus partenaires, y ese es seguramente uno de los mayores elogios que puedan hacerse de un actor.
Julia Solomonoff es la misma directora de films tan interesantes como “Hermanas” y “El ultimo verano de la boyita”. Esta nueva película transcurre casi toda en Nueva York donde ella esta radicada, aunque filma en nuestro país y no pierde las raíces. En el guión que escribió junto a Christina Lazaridi, el gran protagonista es un hombre que se “fuga” a esa ciudad fascinante. En realidad huye de una relación conflictiva con otro hombre, casado con una mujer, productor de un programa de televisión que lo llevo a la fama. La excusa para radicarse en EEUU es la propuesta de un film de un director mexicano que nunca se concreta. Y el personaje de Guillermo Pfening se mantiene haciendo de baby sitter del hijo de una amiga argentina, trabajando de mozo, y ejercitando mil changas y trampas para sobrevivir. Pero por sobre todo para disimular una desesperación que lo lleva a negar una realidad dolorosa: no tiene casa, no tiene un trabajo que le permita una estabilidad, esta en situación ilegal y se aferra a sueños imposibles. Pfening es el gran motor de un film que muestra a una ciudad de sueños truncos, a una soledad cada vez mas intensa, a un hombre que no encaja. No habla bien el idioma, no da latino por su tipo físico. La entrega del actor, su labor plena de matices, es conmovedora, gano con justeza el premio al mejor en el Festival de Tribeca. Esa labor tan fuerte disimula ciertas reiteraciones del film que en el balance resulta intenso y disfrutable. Hay que verlo.
La directora argentina Julia Solomonoff (Último verano de La Boyita) vive y trabaja en Nueva York. Conoce bien, entonces, la experiencia de estar lejos de casa, con sus días mejores y peores. Y eso se nota en Nadie nos mira, su nueva película, una historia que transcurre básicamente en la fascinante e intimidante New York City. Allí está Nico (Guillermo Pfening, premiado por este estupendo trabajo en el festival Tribeca), un actor al que no le estaba yendo mal en Argentina como parte del elenco de una telenovela, pero que decidió poner distancia después de una relación dañina con el productor -casado con hijos- del que se había enamorado. Nico se dedica a cuidar al bebé de su amiga Andrea (Elena Roger) una argentina profesora de yoga que está en pareja con un soso estadounidense. Mientras espera que salga un proyecto de una película con director mexicano, lo lleva a la plaza, le compra pañales, lo pasea, le da la mamadera y lo hace dormir. Pero el proyecto se demora, los castings a los que se presenta fracasan porque es rubio y no responde al tipo latino buscado, y le cuesta pagar su mitad del alquiler a la artista homosexual con la que comparte departamento. Pasarán otras cosas, visitas, encuentros y desencuentros, que no son tan interesantes por sí mismos sino por la luz que van echando sobre el personaje, cuya voluntad, casi fe en que las cosas van a salir bien acerca y conmueve. Pfening no necesita hacerse el simpático, no apela a gestos lastimeros ni estallidos emocionales. Lo suyo, lo de Nico, es el sutil sinsabor cotidiano de quien está viviendo en otro idioma y quiere ponerle la mejor onda, pero no deja de resistir, en lo cotidiano, las dificultades que ofrece esa ciudad hermosa pero carísima, amigable pero indiferente, llena de gente pero condenadora a la soledad. Solomonoff registra muy bien la trama de relaciones fugaces que muchas veces hace a los primeros tiempos de un desarraigo: gente que va y viene en la vida de Nico, acaso portadores de oportunidades o con apariencia de verdaderos amigos que después desaparecen en la gran manzana. Competencia es una palabra que se subraya en los diálogos en spanglish. A través de la historia de su personaje, que es la de un inmigrante voluntario, un tipo formado que decide probar suerte pero que aún así pertenece al submundo de los indocumentados, Solomonoff expone una vivencia universal, obviamente súper actual, alejada del drama humano que llena cada día los titulares. Y muestra una Nueva York tan fotogénica como dura para todo aquel al que las cosas no le salen demasiado bien.
Nueva York, lejos de la postal En la superficie, la de Nicolás, el protagonista de este tercer largometraje de Julia Solomonoff, luce como una historia conocida: la del inmigrante latinoamericano que intenta abrirse camino en una ciudad de la magnitud y el charme de Nueva York, siempre tan seductora como excluyente con los recién llegados. Lo que singulariza a la película es su capacidad de capturar ese ambiente áspero con sutileza e inteligencia. Con un puñado de pequeños apuntes -traducidos en escenas sintéticas, con buen timing, eficaces-, la directora consigue revelar algunos mecanismos de funcionamiento social y cultural de ese escenario que le queda visiblemente incómodo al protagonista, cuya angustia más profunda, de todos modos, parece más existencial que provocada por su accidentada estada allí. Es una pena de amor lo que tortura al personaje que Guillermo Pfening (un actor que deja una telenovela en Buenos Aires para filmar una película de un director mexicano) logra llenar de matices. Y ese lugar poco familiar, tan prolijo como frío, mecánico y hostil, no parece el mejor para atenuarla. Finalmente, no son el exilio territorial, los problemas con el acento o la astucia para elegir un look adecuado aquello que lo incomoda, sino más bien la resolución de esa historia íntima, que parece urgente para Nicolás, aunque él tarde un poco en darse cuenta de que puede ser la llave para ingresar a otra etapa, para aprovechar lo aprendido y enfocarse de nuevo.
La real diferencia entre ser y estar Nico (Guillermo Pfening) es un actor conocido de la televisión argentina que, cansado del formato de las telenovelas, viaja a Estados Unidos con el anhelo de consagrarse profesionalmente. Sin embargo, las posibilidades de conseguir un papel parecen más difíciles de lo que imaginaba y su imagen de hombre blanco y rubio se vuelve un problema ya que no encaja con el estereotipo de personaje latino que las productoras buscan. Desocupado y con la visa vencida, Nico comienza a trabajar como niñero del bebé de su amiga Andrea (Elena Roger), una argentina que dicta clases de Yoga. La tercera película de Julia Solomonoff transcurre casi completamente en Nueva York, ciudad en la que luego de idas y venidas, la directora decidió para instalarse definitivamente en 2009. Nadie mejor que ella para contar una historia acerca del desarraigo, la identidad y los prejuicios con los que debe lidiar día a día el inmigrante que arriba a la tierra del tío Trump. Durante el tiempo en que se desarrolla su estadía en La Gran Manzana, Nico establece cierto vínculo con las niñeras del parque donde lleva al bebé. Todas ellas son latinoamericanas contratadas por padres cuya intención es que sus hijos también aprendan español. El choque cultural resulta de lo más habitual en aquella ciudad inmensa, repleta de turistas deslumbrados por la oferta de entretenimiento que presenta. No obstante, no hace falta hurgar mucho para ver cómo el desencanto, la soledad y la mentira del American Dream conviven permanentemente en la vida de quienes se trasladan a Estados Unidos para probar suerte. Nico (Guillermo Pfening) es un actor conocido de la televisión argentina que, cansado del formato de las telenovelas, viaja a Estados Unidos con el anhelo de consagrarse profesionalmente. Sin embargo, las posibilidades de conseguir un papel parecen más difíciles de lo que imaginaba y su imagen de hombre blanco y rubio se vuelve un problema ya que no encaja con el estereotipo de personaje latino que las productoras buscan. Desocupado y con la visa vencida, Nico comienza a trabajar como niñero del bebé de su amiga Andrea (Elena Roger), una argentina que dicta clases de Yoga. La tercera película de Julia Solomonoff transcurre casi completamente en Nueva York, ciudad en la que luego de idas y venidas, la directora decidió para instalarse definitivamente en 2009. Nadie mejor que ella para contar una historia acerca del desarraigo, la identidad y los prejuicios con los que debe lidiar día a día el inmigrante que arriba a la tierra del tío Trump. Durante el tiempo en que se desarrolla su estadía en La Gran Manzana, Nico establece cierto vínculo con las niñeras del parque donde lleva al bebé. Todas ellas son latinoamericanas contratadas por padres cuya intención es que sus hijos también aprendan español. El choque cultural resulta de lo más habitual en aquella ciudad inmensa, repleta de turistas deslumbrados por la oferta de entretenimiento que presenta. No obstante, no hace falta hurgar mucho para ver cómo el desencanto, la soledad y la mentira del American Dream conviven permanentemente en la vida de quienes se trasladan a Estados Unidos para probar suerte.
Un argentino en Nueva York "Por una actuación de extraordinaria vulnerabilidad y entrega", el jurado del reciente Tribeca Film Festival le entregó a Guillermo Pfening su premio al Mejor Actor, en la categoría de International Narrative Feature, nada menos, por "Nadie nos mira". Y no es para menos. Buen trabajo el de Pfening, como un joven artista en crisis existencial en tierra extraña. Y atendible tercera película de Julia Solomonoff, después de "Hermanas" y "El último verano de la Boyita". "Nadie nos mira" describe la vida en Nueva York de un tipo muy argentino en sus gestos de amistad y desprendimiento, pero también en las pretensiones, el autoboicot y la costumbre de aparentar más de la cuenta. Actor de éxito en una novela porteña, se alejó por cuestiones íntimas con el director y ahora no encuentra lugar en el mercado norteamericano. Rara vez lo reconocen por la calle. El título se aplica también a esas cuestiones íntimas que lo presionan para rendirse. Y se aplicó en un comienzo al grupo de mujeres que le da lugar en un parque público: las niñeras latinas, afectuosas, vivas, e indocumentadas. También hubiera sido lindo, y más original, hacer una película poniendo foco en ellas. En el reparto, Rafael Ferro, Marco Antonio Caponi, Elena Roger, Moro Anghileri, Paola Baldión (desperdiciada), y el mexicano Fernando Frías.
El inmigrante que está solo El filme de Julia Solomonoff tiene una gran actuación de Guillermo Pfening. La identidad y los lugares de pertenencia son temas clave en el cine de Julia Solomonoff. La directora de Hermanas y El último verano de la Boyita vuelve a centrarse en estas cuestiones para narrar las desventuras de Nico, un actor que abandonó su exitosa tira en Argentina para instalarse en Nueva York a la espera del inicio de un rodaje que nunca llega. Solomonoff, que vive allá hace años, reconoció que su mirada sobre la inmigración está marcada por las experiencias cercanas, pero Nadie nos mira está lejos de ser una película autobiográfica. Nueva York no parece la ciudad ideal para Nico, pero hasta allá viajó el actor un poquito a probar suerte y mucho para escapar de un tóxico amorío con el casado productor de la tira. En esa búsqueda de reinventarse en otro país, Nico termina cuidando el bebé de una amiga y las únicas cámaras que parecen registrarlo son las del supermercado, donde aprovecha como mechero el desinterés por esas imágenes. La mirada lúcida sobre la migración, lejos de los lugares comunes que limitan al cine al abordar el tema en "tiempos trumpeanos", se reflejan en los problemas de Nico para conseguir trabajo: el perfil latino buscado en los castings es un muro infranqueable para un actor con look caucásico. La imagen es clave en Nadie nos mira, y eso no es tanto porque el rubio Nico no cumple las expectativas del típico actor latino, sino más bien porque él, a la distancia, decide mostrar un inventado personaje exitoso a amigos y familiares que desconocen sus desdichas en la Gran Manzana. Nico está solo por más que tenga algún amigo en Nueva York, cada tanto alguien viaje a visitarlo o le resulte sencillo conseguir una pareja ocasional. El actor termina viendo su reflejo desdibujado en el espejo y esa imagen distorsionada es un punto de inflexión en la espiral descendente que recorre como inmigrante. La única conexión real de Nico, para sobrellevar esa falta de raíces, parece tenerla con el bebé que cuida. Guillermo Pfening expresa todo esto con un par de gestos y se luce al transmitir, sin exagerar jamás, el sufrimiento y la añoranza de quien no encuentra su lugar en el mundo.
Se encuentra filmada gran parte en Nueva York y Buenos Aires, por lo tanto los diálogos son en inglés y en español. En una interesante visión de la directora, guionista, actriz y productora Julia Solomonoff (49), donde toca varios temas, como el de aquellos inmigrantes latinoamericanos que intentan buscar otra vida o el reconocimiento en una ciudad tan grande como Nueva York. El protagonista es Nico (la impecable actuación de Pfening, se luce y no es casual que haya ganado el premio a la Mejor Actuación en Competencia Internacional del pasado Tribeca Film Festival) un argentino que intenta conseguir trabajo allí como actor, empezar su vida nuevamente, dejar atrás el pasado, una tira “Rivales” exitosa y el amor no correspondido de su productor Martin (Rafael Ferro) quien sigue manteniendo su familia. Alejado de su país, espera que le llegue la posibilidad de actuar en una película en ese lugar y mientras tanto cuida a Theo un bebé de su amiga argentina Andrea (Elena Roger), una profesora de yoga que busca distintas maneras de sobrevivir y por las noches trabaja de camarero en un bar. Una película que nos habla de la soledad, de la fama, del aislamiento, de los sueños, del fracaso, el orgullo, del desamor, de la identidad y del desarraigo. Resulta profunda, cruda y nos invita a la reflexión. Cuenta con la estupenda fotografía de Lucio Bonelli, (“Un año sin amor”, “La araña vampiro”).El título de la película nos dice mucho sobre eso de que “Nadie nos mira”.
El sentido de permanencia y el encontrarse, son dos rasgos que definen está película Argentina filmada casi íntegramente en la gran manzana. Nos encontramos con un actor famoso en nuestro país que decide ir a probar suerte a Estados Unidos. La decisión de ir a probar suerte viene de la mano de la huida de un amor que no puede ser y rompe el corazón. Parece la típica historia del latino frustrado. Pero lo que vemos es el actor que actúa para su gente, pretendiendo cosas que no son y luchando por mantener las apariencias. El colmo lo vive en un casting donde buscan un latino, pero por ser caucásico y casi gringo lo descartan sin darle tiempo a que haga la lectura. Una interesante actuación de Pfening hace que la película sea más llevadera. Por momentos amenaza en caer en lentitud y la historia más típica del latino en NY pero el guion logra rescatar de esa casi caída a la película, con escenas que captan la atención. Hay algo de la repetición que hace que no canse, no está esa repetición que uno ya sabe lo que se viene, cambia y complace. El sentido de saber que uno puede encontrar en otro lugar SU lugar en el mundo, es algo que nos pasa por la cabeza a casi todos alguna vez en la vida, esta película nos muestra que si uno decide ir a buscar ese lugar que no sea porque huye de algo, sino porque va en busca de algo. Los fantasmas del pasado siempre nos alcanzan. Mi recomendación: Es una interesante propuesta nacional para ir a ver al cine.
Dicen que la distancia es el olvido pero... Es una historia de amor. Dolorosa, pero de alguna manera esperanzadora. El protagonista es Nicolás, un actor de telenovela que vive una apasionada relación con Martín, el productor del ciclo, casado y con una hijita. Nicolás lo ama y pide algo más a ese vínculo sin futuro, fuerte, incierto y clandestino. Y se va a Nueva York, en una huida que busca ser un paréntesis. Y allí y se sumará sin querer a otros inmigrantes que también y por otras razones necesitan olvidar y piden tregua. Todos escapan y todos esperan poder encontrar allí una nueva vida. Nicolás, triste y vulnerable, quiere trabajar como actor, pero se gana la vida como niñero y como ayudante de bar, anda en bici, roba cositas en el súper y visita bares gay. No sabe qué hacer ante esa soledad que no le da respiro. Nueva York no es fácil. Comparte una plaza con unas madres latinas indocumentadas que se esconden de la policía y a la hora de las audiciones, le hacen saber que le sobra cabello rubio para hacer un personaje latino y le falta un mejor inglés para hacer de norteamericano. Julia Somonoloff –realizadora y coguionista- vive en Nueva York y sabe de lo que habla. Su film transpira sensibilidad y aunque la historia es chiquita, la magnífica labor de Guillermo Pfening, un Nicolás expresivo y conmovedor, hasta en los pequeños detalles, le agregan un puntaje extra a esta historia bien llevada, sin golpes bajos, que cuenta con nobleza la lucha de un enamorado que recién al final, de regreso en Buenos Aires, empezará a entender que es hora de volver y hacerle frente a la vida. Un film sencillo y creíble. “Estuve estudiando tu idioma, pero ese tema de ser y estar es complicado”, le dice un ex novio de origen asiático a Nicolás. “Ser es permanente, estar es circunstancial”, explica Nicolás. Y allí se dará cuenta que su relación amorosa fue hermosa pero circunstancial. Pero que la vida le exige dejar de estar para empezar a ser de una buena vez. Por su interpretación en este filme, Guillermo Pfening ganó, la semana pasada, el premio al Mejor Actor de la Competencia Internacional del Festival de Cine de Tribeca. El intérprete y realizador, elegido por un jurado conformado por artistas de la talla de Willem Dafoe, Alessandro Nivola, Peter Fonda y Wilson Tavi Gevinson, dedicó el premio a su hija Asia, a sus padres, hermanos y amigos y a toda la producción de la película.
La nueva película de la realizadora de “El último verano de la Boyita” se centra en un actor argentino (encarnado por Guillermo Pfening) que elige probar suerte trabajando en Nueva York, pero allí se encuentra con que las cosas son mucho más complicadas de lo que se imaginaba. Un actor argentino (encarnado por Guillermo Pfening), harto de la telenovela en la que trabaja y de su oculta relación con el casado productor de esa tira (Rafael Ferro), decide irse a Nueva York con la promesa de trabajar con un joven y promisorio cineasta mexicano. Pero el proyecto se complica y no le queda otra que tratar de sobrevivir como puede, haciendo changas de mozo en un bar cool, cuidando al bebé de una amiga (Elena Roger), que vive allí en una mejor situación económica que la suya, mientras se presenta a algunos castings. Así pasan las semanas y el proyecto cinematográfico, por falta de fondos, se va volviendo cada vez más improbable. Nico empieza a preocuparse, a desesperar. Su vida sentimental es problemática (tuvo un novio estando allí, del que se sabe poco, pero queda claro que se han distanciado) y su vida como “roomate” en la casa de una artista visual lesbiana se va volviendo cada vez más complicada. Si a esto se le suma que su ex amante/productor lo sigue llamando y el ahora único protagonista de la novela (Marco Antonio Caponi) viene a visitarlo, Nico ya no sabe para dónde arrancar ni cómo disimular su fracaso profesional. Tampoco le resulta fácil quedar en un casting ya que “no da latino” y tampoco habla muy inglés. Y, como niñero, tampoco es el colmo de la prolijidad y el control, por lo que la vida de Nico a lo largo de lo que parece ser un año en Nueva York, si bien tiene sus pequeños placeres, en su mayoría son frustraciones, decepciones y problemas. Encuentra a través de una productora de allí lo que parece ser una salida laboral, pero tampoco las cosas resultan simples. Si a esto se le suma una inesperada visita desde Argentina es claro que el mundo que Nico tiene atado con alambres en Nueva York puede terminar por derrumbarse. ¿Podrá seguir manteniendo el sueño de triunfar en “La Gran Manzana” o deberá regresar a lo que dejó con fastidio y dolor? ¿Se bancará vivir trabajando de mozo o niñero allá? ¿Le saldrán las esperadas y prometidas opciones laborales con las que sueña? ¿O la nostalgia ganará y se volverá a los pagos? De todo esto y varias cosas más habla la nueva película de la directora de EL ÚLTIMO VERANO DE LA BOYITA, quien hace bastantes años pasa buena parte de su tiempo en Nueva York. La película cuenta con actuaciones notables de casi todo el elenco, pero especialmente del omnipresente Pfening. También se luce Roger, como su más acomodada amiga, y Caponi, como el típico galán canchero argentino. NADIE NOS MIRA retrata muy bien la experiencia de la extranjeridad, de la lejanía, de tratar de reinventarse profesionalmente en un lugar distinto y complicado, por más prometedor que parezca en los papeles. Es cierto que no se trata de un exilio forzado sino de una elección de vida, pero de todos modos la sensación de desamparo, de soledad, de perder lo que se tenía y tener que empezar casi de cero se transmite fielmente en la pantalla. La estructura del filme da casi para una serie televisiva por su carácter episódico. Uno podría imaginar al filme como una comedia en ocho capítulos de 25 minutos cada uno en los que Nico atraviesa las distintas variables de su vida neoyorquina: como niñero, yendo a castings, recibiendo a su amigo argentino, en el bar, con sus nuevas amigas niñeras latinas, con su ex novio, su frustrado director, su amiga del alma, su ex amante, su nueva productora y así. Pero pese a ese carácter episódico, la película se sostiene como el retrato de una experiencia que el protagonista jamás olvidará. Y, para los espectadores, como una muestra clara de que, pese a lo bonito que luce en las fotos y en los videos, Nueva York puede ser un muy complicado lugar para vivir. Será un lugar de una intensidad única y de una singular belleza, pero cuando uno está enredado en sus propios conflictos y los sueños se vuelven un tanto pesadillescos, todo lugar termina siendo, a su manera, un tanto inhóspito.
Nico (Guillermo Pfening) es un actor que trabaja en una novela exitosa pero después de una pelea con el productor (Rafael Ferro), que además era su amante, decide irse a Nueva York para probar suerte. Ahí no es conocido y, como le dice Kara (Cristina Morrison), una productora de cine prestigiosa, a nadie le importa si en tú país te reconocen por la calle. Pero él no está dispuesto a trabajar de algo que no sea lo suyo y trata por todos los medios de negarse a cuidar al hijo de su amiga (Elena Roger) por dinero. Herido por el desengaño amoroso, con su carrera estancada por no poder insertarse laboralmente en el mercado americano, actor latino pero rubio, Nico trata de subsistir y evitar volver a caer en las garras de su ex, que lo llama y le ofrece volver a la novela. Nadie nos mira funciona fundamentalmente por la mirada aguda que tiene Julia Solomonoff, su directora, de la vida en Nueva York. De hecho, la ciudad, que vimos en mil películas, está retratada con un ojo diferente y argentino. Es reconocible pero a la vez, por momentos, sus plazas y sus esquinas parecen porteñas. Quizás sea porque a una ciudad la hace su gente, y si la cámara se cierra sobre personajes argentinos, con su forma de hablar, su idiosincracia y sus conflictos, la geografía se contagia. Entonces hay algo encantador y extraño en la película. Y en ese contexto se desarrolla la historia, que tiene un guión firme, sutil pero que avanza sin titubeos. Pfening, que hace un trabajo excelente por el que ganó un premio en el Festival de Tribeca, se muestra frágil, sensible y obstinado en su viaje interior, y logra que nos importe su destino y, por lo tanto, que suframos con él cuando recibe una mala noticia laboral, o que nos alegremos cuando sucede lo contrario. La tercera película de Solomonoff -la primera en ocho años- es una historia sencilla que narra una situación complicada: la de un hombre en busca de paz para su corazón.
Si bien ahora ocupa un lugar destacado en las noticias debido a las cuestionables medidas del presidente Donald Trump, la situación de los inmigrantes en los Estados Unidos siempre fue un tema destacado. Sobre todo en las grandes ciudades, como Nueva York, donde más de la mitad de la población está compuesta por personas que no nacieron allí. Empezar de cero en un país distinto, adaptarse a un nuevo modo de vida, la interacción con nativos y con otros que también aspiran a cumplir el sueño americano… El cine sabe dar buena cantidad de ejemplos, generalmente protagonizados por personajes mexicanos y buenas cantidades de detalles oscuros, repletos de miseria y sufrimiento. La situación no es más feliz en Nadie nos Mira (2017), pero el rumbo que toma es contrario a los tópicos más familiares. Nicolás (Guillermo Pfening) deja su ascendente carrera como actor de telenovelas en Argentina y decide mudarse a La Ciudad que Nunca Duerme. El proyecto más inmediato es un film que, además, le permitirá obtener la visa. El porvenir es prometedor, pero el presente resulta más complicado. Los retrasos del rodaje lo obligan a ingeniárselas para sobrevivir: cuida el bebé de una amiga compatriota (Elena Roger), concurre a castings, hace otros trabajos esporádicos. A la par, convive con una muchacha y por las noches concurre a discotecas gay. Son tiempos difíciles, y se hace urgente mentir y robar. En tanto, no olvida la historia con su amante (Rafael Ferro), productor de TV y motivo que lo llevó a irse lejos. Un pasado reciente que no tardará en volver. Julia Solomonoff ya había demostrado su talento en Hermanas (2004) y El Último Verano de la Boyita (2009). Su tercer largometraje le permite explorar un aspecto menos visto de la inmigración, presentando a una clase de inmigrante menos usual. Nicolás no tiene rasgos latinos, no es pobre, no surgió de la nada, sino que es rubio, viene de triunfar en su país y pareciera tener más facilidades. Pero su aspecto no le permite ser tenido en cuenta para personajes vinculados a su origen, y su inglés no es lo suficientemente bueno como para acceder a roles de estadounidense. Además, para distanciarse aun más de producciones de este estilo, incluso de la mayoría de los films rodados en Nueva York, Solomonoff se concentra en la intimidad del personaje, mostrando el lado menos vistoso de la ciudad, sin caer en postales ni en guiños turísticos. Aunque el tema de la inmigración es lo primero que salta a la vista, la película esencialmente presenta la historia de un individuo que quiere escapar de su pasado y reinventarse. ¿Es posible reconstruirse en un ámbito diferente, ignorando del todo lo que viene detrás? En nivel de complejidad la diferencia de recientes producciones argentinas rodadas en aquellos parajes, como Abril en Nueva York (2012), ópera prima de Martín Piroyansky, que se inscribe más en el género romántico e incurre en otra búsqueda, igual de interesante. El factor principal para que funcione el concepto de Solomonoff es el trabajo de Guillermo Pfening. Apoyado en un guión cuidado, que revela información de manera específica, el actor compone a un muchacho con ilusiones, con secretos, con la voluntad de seguir luchando, y lo transmite de manera sutil, con los gestos y los diálogos justos. Remite -un poco- al aspirante a actor protagonista de la coproducción catalana-estadounidense Callback (2016), quien hasta actuaba incluso cuando no estaba siendo filmado, pero allí la trama deriva hacia el thriller psicológico no exento de gore. También vale destacar las actuaciones de Elena Roger, Rafael Ferro y Marco Antonio Camponi, y de un cast que incluye buenos intérpretes de diferentes nacionalidades. El gran triunfo de Nadie nos Mira es evitar todo lugar común y trazo grueso vinculado a la inmigración, sin perder de vista una historia humana, donde los componentes principales son los sueños, las dificultades, las contradicciones, el amor, la esperanza.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20:30-22hs.
Un fantasma en Nueva York Nico es un actor argentino treintañero que llega a Nueva York para rodar una película. Hasta ahí parece que todo lo mejor está por venir. Pero nada más lejos. Es que Nico no es un simple viajero en el País del Norte, es un tipo que escapa de la Argentina por amor. Y es capaz de perder los 15 minutos de fama que ostentaba por su participación en una serie para huir de la relación incómoda con Martín, el productor de esa ficción, que está casado y con familia, y hasta lo llama primo. Julia Solomonoff partió desde esa insatisfacción de Nico (brillante interpretación de Guillermo Pfening) para hablar de la invisibilidad del inmigrante latino en Estados Unidos, pero también de lo efímero del éxito, de los sinsabores de la carrera actoral, y hasta de la voracidad y fugacidad de las nuevas tecnologías comunicacionales. Y claro, todo esto contado desde una historia de amor que atraviesa los perfumes de una Manhattan filmada como pocas veces se vio, y en donde la cineasta rosarina demuestra que sabe combinar sensibilidad y pulso propio. La pintura de Nico es uno de los logros de esta película, porque actúa de lo que no es pero nadie lo ve. Puede ser niñero del hijo de su amiga o burlarse de las cámaras de un supermercado para robar una latita, o seducir a un tipo en un boliche gay o a una productora para que lo contrate. En ese ir hasta los límites buscará su norte. Y quizá la ruta hacia su verdad.
La mirada de los otros. La tendencia a encontrar Grandes Temas en el argumento de toda película respetable llevó a que críticas y gacetillas destinadas a difundir el tercer largometraje de Julia Solomonoff (1968, Rosario) hablaran insistentemente de inmigración ilegal, desarraigo, soledad, búsqueda de identidad e imposiciones sociales. Es cierto que Nadie nos mira se ocupa, y con lucidez, de esas cuestiones, pero su eje pareciera ser otro, sin embargo: la inseguridad de su protagonista y los caminos que va encontrando para superar su crisis. Actor argentino de relativo éxito gracias a una telenovela cuyo nombre (Rivales) no parece casual, Nico (Guillermo Pfening) dice estar en Nueva York para progresar en su profesión, pero sus más íntimos saben o sospechan que ha llegado allí escapando de su relación con Martín, un posesivo productor televisivo (Rafael Ferro). Mientras cuida el bebé de una amiga y trabaja de mozo, se ilusiona con proyectos que fracasan e intenta convencer a los demás –y convencerse a sí mismo– que sus deseos se cumplirán de un momento a otro, triunfando prontamente como figura internacional tal como le augura (consolándolo y/o presionándolo) su madre (la siempre eficaz Mirella Pascual). Si necesita algo, se las rebusca para pedirlo prestado o para robarlo; si se le vence la visa, fantasea con un casamiento; si los planes empiezan a malograrse, simplemente evita pensar en el futuro próximo. Algo de esa negación asoma ya en una de las primeras escenas, cuando Nico habla por teléfono diciendo que se encuentra en una fiesta y la cámara se encarga de poner en evidencia que no está allí precisamente como invitado. Su estadía en la gran ciudad estadounidense estará signada por incidentes nunca extraordinarios, como la visita inesperada de un colega argentino o el rechazo en un casting por no responder al estereotipo de actor latino. Si Nico es una víctima, no lo es únicamente de su profesión ferozmente competitiva y del desdén con el que el Estados Unidos de la era Trump trata a los inmigrantes: es también víctima de sí mismo, de su inmadurez y su frágil personalidad. No sabe decir que no y se resiste a aceptar la verdad de algunos hechos que van acorralándolo, escudándose en su natural simpatía. No es su sexualidad lo que le provoca conflictos, sino asumir la ingenuidad con la que encaró el viaje a ese país pensando que sería la solución a sus problemas. Es una buena decisión de las guionistas (Solomonoff y Christina Lazaridi) no llevar los fracasos de Nico hacia una pendiente de marginalidad y adicciones. Si bien el joven no se anda con vueltas para apropiarse de alguna cosa sin pagarla o para salir en busca de un amante ocasional (con cierta agresividad larvada emergiendo, en algunos casos), va tanteando con dignidad, sin desmoronarse, una salida posible al laberinto de su vida en Nueva York. Alguien le señala la dificultad de aprender castellano, ya que, a diferencia del inglés, ser y estar son expresiones diferentes (“Ser es permanente, estar es circunstancial”), en tanto una productora le recomienda no mostrarse tímido ni arrogante: de éstos y otros apuntes perspicaces se vale el guión para darle sentido a relato y personajes. En este aspecto, resulta significativa la forma que lleva al vanidoso actor porteño (Marco Antonio Caponi) a tener un buen gesto con Nico, o, en sentido contrario, la reacción de la amiga (Elena Roger) al sentir la integridad de su pequeño hijo en riesgo: ambas situaciones se resuelven con rapidez, evitando sentimentalismos. Esto responde, evidentemente, a la intención de no hacer de los personajes seres unidimensionales, aunque no le hubiera venido mal al film jugar alguna carta más a la emoción. Al respecto, la secuencia de la separación de Nico y Martín (expuesta en un flashback, casi al comienzo), es ejemplar: pocas palabras y tres o cuatro planos muy simples que finalizan con un momento de llanto que conmueve. A diferencia de su anterior película El último verano de la boyita –que desenvolvía mansamente una tierna historia de amor mientras develaba un secreto–, en Nadie nos mira Solomonoff recurre a un estilo nervioso, planos cortos y la cámara inquieta siguiendo siempre de cerca al protagonista. Un procedimiento que, si bien hace extrañar la tersura narrativa de aquélla, resulta atinado para expresar el inestable ritmo de vida del joven actor y la ansiedad de sus pensamientos. Allá eran la calidez y los sonidos del campo entrerriano, acá los recovecos de un universo urbano. El apremio constante e informalidad de Nico encuentran, de esa manera, un sostén formal adecuado (más allá de algunos planos suyos frente a la ciudad, de espaldas, compuestos de manera algo decorativa, como el utilizado para el afiche), sumándose la sensación de control en tierra ajena que sugiere el ocasional registro de las cámaras de seguridad de los comercios. Asimismo, como en su film anterior, Solomonoff sabe captar la verdad de conversaciones casuales, poniendo capas de cine documental dentro de la ficción, y vuelve a mostrarse sensible trabajando con niños. Hay, finalmente, una óptima elección y dirección de los actores, con la presencia casi excluyente de Guillermo Pfening (premiado por su labor en Tribeca), cuya fotogenia y expresividad están al servicio de la película, y no al revés. Como en Hermanas (2005) y El último verano de la boyita (2009), sobrevuela también aquí un misterio oculto que alguien debe cuidarse de no descubrir, y, como en el film anterior de Solomonoff, en un pre-final se responde con silencio, durante un momento de descanso, a la presión de otro personaje (silencio que puede suponer un signo de madurez): si en El último verano… era la niña ante su hermana, aquí se trata de Nico ante alguien que le dice la frase que da título al film. Ambigua, significativa frase: como todo actor, Nico necesita ser mirado por muchos y, como todo ser humano, evita ser visto cuando se siente en infracción; sin embargo, cuando le dicen Nadie nos mira permanece con los ojos cerrados, como si en ese momento sólo estuviera preocupado –por fin– en mirarse a sí mismo. Por Fernando G. Varea
Este film fue una sorpresa en el último festival de Tribeca, donde Pfening se llevó por su trabajo el premio al mejor actor. Merecido: es la historia de un actor que prueba suerte en los Estados Unidos, pero cuyo tipo físico y manejo del inglés le impiden insertarse. De la soledad, de la ausencia de fama o de nombre, se pasa a otra cosa: la aparición de un chico al que cuidar, de un nuevo lazo, de un descubrimiento de sí mismo a través de lo que se hace. Es una película simple en lo formal, pero compleja en la manera como pinta esas relaciones, sin caer en lugares comunes. Solomonoff mira a sus personajes con curiosidad y sin subrayar el “drama”, sino siguiéndolos, construyendo a través de un realismo que es justo para la historia. El paisaje de gran ciudad juega el rol de un laberinto, reflejo de la búsqueda de una salida (personal, emocional) que lleva al protagonista a enfrentar sus elecciones.
Julia Solomomoff (“El último verano de la boyita”) acaba de estrenar en nuestros cines un film conmovedor realizado con un nivel de excelencia poco habitual. Filmado en Nueva York, es la historia de un actor argentino que vive entre el desarraigo y el desamor mientras intenta trascender profesionalmente en la industria estadounidense. Con rubros técnicos impecables (fotografía y locaciones son exquisitos), un guión convicente y un muy buen elenco, este largo indaga en el ser humano con un nivel de verdad tan alto que consigue conmover y atrapar, propio de una directora de gran talento. La emoción no sería posible sin el soberbio trabajo de Guillermo Pfening, premiado en el Festival de Tribeca. De las mejores expresiones del cine argentino actual.
Después de ocho años Julia Solomonoff estrena su nueva película Nadie nos mira, con protagónico de Guillermo Pfening. Nico es un actor que supo desempeñarse como tal y logró cierto éxito a través de una serie televisiva. Pero tras una fallida relación con Martín, su productor, un hombre casado al que parece que nunca iba a poder dejar, viaja a Nueva York apoyado en un proyecto cinematográfico que no hace más que demorarse continuamente. Mientras tanto, en la Gran Manzana, Nico deambula entre trabajos que nada tienen que ver con lo actoral. El acento incorrecto, la apariencia inadecuada, hacen que Nico no logre pasar ningún casting, no es la imagen del latino que siempre tienen en la cabeza los productores. Guillermo Pfening es quien lleva adelante todo el film, no hay una escena en la que no aparezca. Con su Nico viajando miles de kilómetros para escaparse de sí mismo y de una relación patológica, cuando en realidad al irse así uno no hace más que cargar con la mochila encima. Nueva York y sus millones de habitantes y transeúntes le resultan una ciudad algo hostil pero al mismo tiempo el mejor lugar para pasar desapercibido, para fingir ser alguien que no es, esconder los fracasos que no quiere reconocer. Nico se crea una imagen de sí mismo: la de un actor que logró desenvolverse como para armar una vida y asentarse en Nueva York, cuando en realidad está de ilegal porque contaba con que la película que no se realiza lo ayudara con los papeles. Ante sus amigos, conocidos, e incluso su madre, Nico se muestra despreocupado y esconde su verdadera situación. Por las noches, se deja ir y perderse en boliches gays y relaciones de una noche. Mientras tanto, el fantasma de aquel hombre al que parece haber dejado pero en realidad del cual se escapó, deambula a su alrededor. Nadie nos mira es una película pequeña y al mismo tiempo enorme. En las casi dos horas de duración, Solomonoff desarrolla el relato de un personaje que parece dar constantes vueltas sobre sí mismo para, en algún momento, encerrarse. Porque, a la larga, un viaje, la distancia, no hacen más que acercarnos a nosotros mismos y llegará ese tiempo en que Nico ya no va a poder seguir ocultando o disfrazando su realidad para con los demás.
El tercer largometraje de Julia Solomonoff, “El último verano de la boyita” (2009), intenta hacer una radiografía de un personaje en una situación determinada y desde ahí generalizarla. En parte parece lograrlo. Muchas son las ideas que se despliegan, muy pocas las que desarrolla. La historia se centra en alguien que se ve en la necesidad de alejarse por no poder sostener una relación amorosa, complicada, triangular siendo el tercero en discordia. La excusa esgrimida es el deseo de triunfar en el gran país del norte, el de las oportunidades, lo que termina por desplegar temas como los del desarraigo, la amistad, la celebridad, el olvido, etc. Pero todo esto puede interpretarse, no esta tan definido en el filme, a partir de lo que la directora decide que mostrar, que no y como. El nadie nos mira del título podría haber tenido anclaje en la famosa frase de Oscar Wilde “que hablen mal de uno es terrible. Pero es peor que no lo hagan en absoluto”. Pero lejos de esto se encuentra la tesis del filme. Asimismo podría ser cierto que si al nadie nos mira no hay existencia. También se podría citar a Hilel, el sabio que decía “si no lo hago yo, quien? ¿Si sólo lo hago por mi, Quién soy? ¿Si no es ahora, cuando?” Todas y muchas más elucubraciones podrían interpretarse, lo cierto es que la realoización se concentra tanto en el personaje central, conflicto interno incluido, que todo debe ser construido por el espectador, que en si mismo y como idea es muy buena, pero tírame una línea mínima a seguir. La pelkícula durante un poco más del primer tercio se dedica a presentarnos al personaje y su situación actual, simultáneamente, y muy a cuenta gotas, va dando destellos utilizando flashbacks, muy pequeños sobre determinada situación. El punto de repetición de los elementos de presentación de la actualidad y constitución del personaje, al no otorgar nueva información, termina por ser sólo elementos de parsimonia en el desarrollo del mismo. Sobre todo que solo una de todas esas acciones del personaje tendrá influencia en el desarrollo sobre el final de la narración. Nico (Guillermo Pfening) es un actor argentino en plena fama sustentada por la televisión vernácula, ante la posible propuesta de filmar en Nueva York decide probar, aunque el motivo real sea otro. Pronto descubre que nada es lo que pintaba, la producción se retrasa, debe realizar otras tareas mientras se dedica a ir a castings, descubre que por su semblante corporal no ajusta al típico latino, demasiado blanco para parecer latino y su inglés es muy de foráneo. Toda la construcción se da a base de escenas sueltas, no hay una correlación directa entre las mismas como en un discurrir de un eje con desarrollo de un conflicto dramático, el contacto sólo se da en la presencia del personaje. Nico termina cuidando al hijo de Andrea (Elena Roger), una amiga argentina casada con un yankee, hecho y derecho, situación que lo acercara a mujeres que cuidan a sus hijos en el parque del barrio, intercalando su horas trabajando como mozo, o limpiando departamentos de alquiler temporario. Entre medio algunas acciones algo ilegales, total nadie mira las cámaras de seguridad. La frase del titulo se articula en dos oportunidades durante el transcurso de la película, en sentidos diferentes, una posible, la otra demasiado fuera de registro veraz. Lo más grave es esa superficialidad narrativa, con exigua tensión dramática, con escenas subidas del tono al que no nos habituó a lo largo del metraje, o innecesarias casi de un sentido ordinario, inexistente hasta ahora en la filmografía de la directora. Llevan al relato a ser mera catarsis del personaje. Lo mejor, la actuación de Guillermo Pfening, medido, justo, con muchos matices, mascaras y rostros. Muy bien acompañado por Elena Roger. Pero deja sabor a poco.
Hay algo de irónico en el título de la tercera película de Julia Solomonoff (directora de las también recomendables Hermanas y El último verano de la Boyita), la cámara esta siempre viendo al protagonista, o mejor dicho: la cámara somos nosotros los espectadores, quienes vemos/espiamos lo que le ocurre al personaje principal interpretado por Guillermo Pfening. Nico es su nombre y se encuentra en Estados Unidos luego de abandonar Argentina en medio del éxito de una serie en la que se encontraba trabajando. Se va dejando a su familia y a su amante, y esperando lograr ser exitoso como actor, pero las cosas no son tan fáciles para un extranjero… Como un retrato cruel, un acercamiento a un país que muchos sólo conocen por películas y fotos, Nadie nos mira termina con la idealización que el cine americano ha construido sobre cómo es vivir ahí. No es una ciudad linda, ni de ensueño; si no se supiera que transcurre en Nueva York podría ser cualquier otra ciudad del mundo. Los comportamientos son casi los mismos, no hay golpe de suerte, el sueño americano es sólo para los norteamericanos. Son casi los mismos porque se nota una extrañeza entre las cosas que hace y hacen a un argentino en contraste a la tierra donde transcurre esta historia, y eso pareciera que genera que los personajes no se sientan del todo cómodos. En estos tiempos en que se habla del racismo, la película muestra cómo la discriminación forma parte del discurso del pueblo americano. Una de las mejores escenas muestra al personaje de Nico yendo a un casting para audicionar para el rol de un latino, pero por ser rubio le piden si puede audicionar para otro papel. Esta es una de las escenas mas incómodas que dio el cine nacional en los últimos años, por su realismo y por su transparencia, sin embargo, no va a ser el único momento incómodo. Al principio de la película se lo ve a Nico caminando por un parque llevando unas gafas negras, símbolo de no querer ver la realidad tal cual es. Cuando esta finalmente le pega el espectador, siente lo mismo que él. Impotencia, tristeza y frustración, nada le sale bien a este personaje. Esta identificación no sería posible si no fuera por el excelente guión y por la interpretación de Guillermo Pfening, quien ganó el premio a Mejor Actor en la última edición del Festival de Cine de Tribeca. Es una actuación natural y expresiva a la vez que logra que entendamos todas las emociones y matices que tiene. Está acompañado por otras grandes interpretaciones, como la de Elena Roger; una amiga que lo contrata para cuidar a su hijo; tan convincente por su naturalidad. También se destaca Rafael Ferro, quien con una mirada expresa mucho sin necesidad de decirlo. Y finalmente, su apartado técnico es excelente. No somos conscientes de la cámara en ningún momento, no busca llamar la atención con jueguitos visuales, es cine puro de ese que confía en sus personajes, en sus historias, además de tener una gran banda sonora.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El inmigrante solo Nadie nos mira es una película escrita y dirigida por Julia Solomonoff (El último verano de la Boyita). Nos muestra la vida de Nico (Guillermo Pfening), un actor que prueba suerte en Nueva York, intentando alejarse de los problemas amorosos del pasado. La directora retracta de manera perfecta a una persona con depresión que intenta ocultar sus problemas. Mostrándose diferente cuando un amigo, conocido o familiar se presentan ante él. Oculta sentimientos y sobretodo su realidad actual. Es hermoso el contraste que se logra entre la belleza de Nueva York y los inconvenientes del protagonista. Con esta narración nos da a entender muchas cosas, que a pesar de ser un actor reconocido o “alguien” en Argentina no significa que puedas serlo en otro lado del mundo. También que la búsqueda de latinos se buscan por estereotipos estéticos, no por lugar de nacimiento. Quiero remarcar el buen trabajo de Julia Solomonoff por poder meternos en la piel de Nico, y vivir a través de la pantalla una historia de exilio. A su vez, alzar en alto a Guillermo Phening (reciente ganador a Mejor Actor en el Festival de Tribeca), que se lleva todos los aplausos por la interpretación de su personaje y deslumbra entre tanta oscuridad psíquica.
Nuevo trabajo de Julia Solomonoff, luego de las destacadas "Hermanas" y "El verano de la boyita". En esta ocasión, la excusa es la de las desventuras de un inmigrante en territorio estadounidense. En la Gran Manzana, para mas datos. Eso si, hay que decir que su protagonico no es cualquier extranjero común que busca salir de los infortunios económicos en el Primer Mundo. No, es uno que en su país, es exitoso pero a quien las cosas no le van tan bien en lo emocional y decide buscar nuevos aires fuera de su zona de confort. El hombre en cuestión es Nico (Guillermo Pfening en una actuación sobria y luminosa), actor de tira local exitosa que cierto día, luego de un planteo serio con su amante (Rafael Ferro) y productor, cansado de que el no reconozca el valor de la relación, decide partir ante la posibilidad de rodar una película en Estados Unidos. El tema es que la producción de la cinta se demora y Nico no tiene resto para tanto, por lo que deberá apelar a la ayuda de una amiga (Elena Roger) quien esta casada con un americano y cuidar a su bebe para subsistir. Antes, claro, hace otras cosas como llevarse cosas de un supermercado cercano, plagado de cámaras que nadie parece mirar... Nico vive y lucha contra su orgullo y tozudez. Intenta llevar una vida de profesional que allá no hace pie. Aquí, todo seria cómodo y fácil porque su programa era exitoso. Allí, nadie lo conoce y encima no da el tipo latino: es caucásico y rubio y no consigue papeles porque su acento tampoco es perfecto. Solomoloff utiliza parte de sus recuerdos (ella también vivió en USA y tuvo que adaptarse y ganarse un lugar en esa sociedad) para enmarcar la historia pero quien la viste de sencillez es Pfening. Su Nico esta plagado de buenos detalles y conocerlo es el centro de la película; la gran ductilidad de su interprete principal hace que el film, con el ritmo clásico de las indies de este tipo, sea agradable y melancólico, sello de su realizadora. "Nadie nos mira" es un relato sobre el desarraigo y la lucha por salir de lo conocido. Es ese instante en tu vida donde te das cuenta que lo que tenes no te hace feliz y buscas mas. Ese recorte temporal donde tu dolor te llevas a no hacer lo que tu rutina te dicta sino animarte a mas. Y ver que sucede en el afuera. Con aquello que traiga. Sutil y delicado, un destacado regreso de Solomonoff a las salas de su país.