Una delgada línea entre la obligación y el pecado Existen cuatro tipos de pecados: el pensamiento, la palabra, la acción y la omisión. Poco se habla del último y es, quizás, el más común. O al menos eso propone Cubells en su ópera prima. Santiago Murray (Heredia) es ahora sacerdote. Luego de una vida compleja y 10 años refugiado en España, vuelve a Buenos Aires y se pone al servicio de una parroquia de barrio, de su barrio. Por su parte, Patricio Branca (Belloso) es un psiquiatra que siente que falla como profesional. Es entonces cuando se propone “limpiar la sociedad” y hacer justicia por mano propia. Por su parte, Clara Aguirre (Wexler), la ex pareja de Santiago, está a cargo de la investigación de los crímenes. Omisión presenta constantemente el dilema ético del sacerdote. ¿Qué debe hacer un hombre, que está bajo el sigilo sacramental, al cual se le confiesa un crimen y varios que están por venir? ¿Cómo hacer para no pecar por omisión sin romper el juramento ante Dios? ¿Cómo ayudar a las futuras víctimas sin dejar de lado los principios morales?...
Con lucidez y buenas armas cinematográficas, el debutante Marcelo Páez Cubells logra con Omisión un atrayente thriller dramático con condimentos eclesiásticos. Combinar la religión con el policial en el cine no es novedad, pero este cineasta, cuyo único antecedente ha sido el guión de la notable Boogie el aceitoso de Gustavo Cova, conforma un interesante combo en el que el secreto de confesión se vuelve clave en el clima de suspenso que su película alcanza. Sin ser el único conflicto, el sacramento de la omisión es el ingrediente clave del film, que focaliza en un joven sacerdote que regresa a la parroquia de su barrio con intenciones sociales pero escondiendo un duro hecho de su adolescencia. A su situación traumática personal se le sumará la circunstancia de tener que callar crímenes declarados en su confesionario, que lo instalarán en una encrucijada permanente. Su dilema ético lo obligará a confrontar en varios frentes, incluyendo a una investigadora policial que fue un gran vínculo amoroso suyo. Las distintas alternativas incluidas en la trama, el ámbito en el que se desarrolla y las características de los personajes son elementos que se amalgaman apropiadamente y colaboran en la eficacia y el dinamismo del film. Con actuaciones convincentes y parejas, Omisión es un buen producto de género con ramificaciones teológicas y psicológicas.
Cielo, secretos e infierno Thriller nacional que juega con el secreto de las confesiones, los crímenes y un hecho del pasado que vuelve para modificar el presente. Esas son las piezas sobre las que se apoya Omisión, el film de Marcelo Paez Cubells que cruza los caminos de tres personajes. Santiago Murray (Gonzalo Heredia) es un sacerdote que regresa a Buenos Aires luego de una estadía de diez años en Europa para asistir a los que más lo necesitan bajo la supervisión de otro sacerdote (encarnado por Lorenzo Quinteros). Cuando recibe la confesión de un asesino su mundo cambia para siempre y el silencio que debe mantener también traerá nuevas víctimas. La historia también pivotea sobre Patricio Branca (Carlos Belloso), el psiquiatra que atraviesa una crisis, se confiesa luego de haber "limpiado" la sociedad y de Clara Aguirre (Eleonora Wexler), ex pareja del sacerdote y la fiscal asignada al caso de los asesinatos que se van sucediendo a lo largo de la película. A pesar de la máscara convincente que Carlos Belloso le da a su criatura y de la presencia de Gonzalo Heredia, el cura que navega entre el cielo y el infierno, el clima general no siempre da en el blanco. Los diálogos a veces sobran y la escena final demasiado apresurada y desarrollada bajo la lluvia no tiene el clima de misterio y locura que necesitaba el relato. Omisión tiene buenos rubros técnicos pero desaprovecha el suspenso y a Eleonora Wexler, en medio de una trama plagada de explicaciones, un matrimonio asesinado (el rol de la esposa a cargo de María Fernanda Callejón) y un joven del barrio pobre al que el sacerdote de buen corazón debe defender de otras amenazas.
A veces el silencio puede convertirte en cómplice directo de cualquier tipo de acto. El ver y no hacer, en ocasiones puede marcarte como un miembro esencial de un hecho delictivo. Hoy en día, en esta sociedad abrumada por las constantes inseguridades que padecemos, nos colocamos en una posición que cierta vez podría ser proclive a una complicidad. ¿Cómo podría ser esto posible? Bien, la pregunta es más que nada una mera afirmación de la realidad. Esto es susceptible de ocurrir siempre y cuando no exista en la comunidad algún signo de solidaridad y unión que permita a un grupo de individuos denominarse "civilización". Cuando estos gestos son innatos, nos encontramos ante el momento donde uno comienza a ser parte de cualquier suceso ilegal ya que, al observar o enterarse de alguna situación pecaminosa -robo, violación, infidelidad, entre otras- y guardar silencio ante ella, nos convierte en partícipes indirectos del mismo. Involucrarse podría ser la solución a esto pero hay valores que parecen no pertenecernos. En un país como el nuestro, donde hubo víctimas de torturas y desapariciones, el miedo a hablar produce que actualmente esos perdigones se dispersen por distintos lados. Estos comparten un mismo vértice llamado por propios y extraños "silencio". No se debe permitir que eso suceda para no sentirnos parte de una censura de nuestros derechos. Por lo menos en la teoría es sencillo, pero ¿qué sucediese si esto no fuera posible por contraponerse con tu profesión? En esta disyuntiva se logró encontrar Santiago, interpretado por Gonzalo Heredia (Ronda Nocturna<), al involucrarse en un caso que lo hace estar entre la espada y la pared. Esta ópera prima de Marcelo Páez Cubells, de interesante trama, transcurre de una manera dinámica ya que permanentemente obtiene que el espectador esté en vilo para ver cómo se maneja el joven cura ante una confesión de tal magnitud. A partir de ese momento en que el asesino, llevado adelante por un siempre tan acertado Carlos Belloso (Peligrosa obsesión), se logra conectar con él, se consigue una continua secuencia sin descanso de muertes y misterio. El entretenimiento está garantizado pero inocentemente esta película argentina cae en un error sistemático que confunde y deja cabos sueltos por doquier. El actor de la novela Valientes incursiona nuevamente en un protagónico para la gran pantalla y lo hace de manera aceptable, logrando comprometerse con un papel que lo necesita. En tanto, su pareja en el film es Eleonora Wexler (Vecinos en guerra) que acompaña de manera correcta al joven, aunque por ciertos puntos está un poco sobreactuada. Ambos son opacados por un virtuoso Carlos Belloso que, encasillado en el rol de psicótico -que por cierto tan pintoresco le queda-, se mete de lleno en un papel diseñado para impartir nerviosismo y temor. Del resto del reparto se puede vislumbrar a la gigante Marta Gonzalez (El Desvío) y a la breve participación de Maria Fernanda Callejón (La Campana). Más allá de no encontrar la fórmula para darle una vuelta de tuerca a la historia, empobrecida por un mediocre guión, el intento por realizar algo diferente en el cine nacional es realmente reconfortable y nos brinda una cuota de esperanza para encontrar en un futuro más ideas como éstas. De hecho, al ser una ópera prima, las buenas expectativas se acrecientan. Un film rodado en apenas días, con un elenco respetable y con un montaje acertado, perfila al director como una potencial imagen del futuro cine de suspenso y que, posibilitando involucrar el aspecto social, puede establecer el reencuentro con una manera de contar historias un tanto perdida en nuestras pampas. Menos mal que el silencio, funcionando como el aire al estar en todas partes, no se adentra en la cocina de este tipo de relatos, de estas ideas. La omisión del silencio posibilita que existan nuevos pensamientos que, aunque se desacierte en algunos aspectos fundamentales a la hora de la elaboración de una película, se considera a la intención como un punto de inflexión a la innovación.
Si bien el sigilo sacramental, mejor conocido como secreto de confesión, no es un tema que haya escapado a las garras de la industria cinematográfica (lo hizo el mismísimo Hitchcock en el film <a href="http://www.imdb.com/title/tt0045897/?ref_=nv_sr_1">“Yo Confieso”</a> de 1953), pocas son las películas nacionales que se han hecho eco de esta temática, siendo una de ellas <a href="omisionlapelicula.com.ar/">“Omisión”</a>. La ópera prima de <b>Marcelo Páez Cubells</b> pone en la mira este delicado tema y lo entrelaza con otros problemas sociales (como ser la violencia de género y la inequidad social) en un thriller que si bien apuesta fuerte (en cuanto a elenco y trama), se queda –lamentablemente- a mitad de camino. Santiago Murray (interpretado por un flojo <b>Gonzalo Heredia</b>) es un joven sacerdote que (luego de un exilio a España) decide volver a Buenos Aires, a la iglesia que lo vio crecer para reconciliarse con su vida pasada y lavar culpas por una historia que parecía ya olvidada. A su vez Patricio Branca (un sobrio <b>Carlos Belloso</b>) es un singular psiquiatra quien, lejos de estar satisfecho con sus pacientes, su trabajo de analista y su aporte a la sociedad como tal, decide accionar drásticamente uniendo así , confesión de por medio, su vida y la de Santiago en una intricada historia de culpas, traiciones y omisiones. Completan el elenco una correctísima <b>Eleonora Wexler</b> (como la fiscal local) y en pequeños papeles secundarios la veterana <b>Marta Gonzalez</b> y <b>María Fernanda Callejón</b>. Si bien la trama presenta una historia original y realista en términos sociales, el guión se queda a mitad de camino en cuanto a desarrollo, tanto de historia como de personajes. Lo que parece ser una historia sencilla, se torna de a poco bastante escabrosa y el no desarrollo de algunos temas claves, hacen de la película una experiencia bastante tediosa y predecible. La música tampoco acompaña al espectador ya que es notorio como, cada vez que los protagonistas se encuentran en una escena melancólica o emotiva, una melodía de piano bastante bajonera se repite una y otra vez y (lamentablemente) esto sucede en no solo una sino varias escenas del film. Es una pena que un proyecto de género tan poco explotado a nivel comercial en nuestro país como es el policial negro , con una producción bastante acertada y un posicionamiento dentro del mercado local fuerte, defraude de tal manera. Es posible rescatar parte del elenco (en especial a Eleonora Wexler, quien siempre parece lucirse tanto en la pantalla grande como en la chica) y un par de escenas que crean cierta tensión en la 1era media hora, pero puedo afirmar que no es, en lo más mínimo, el thriller argentino que cambiará la historia de este género a nivel comercial ni mucho menos.
Omisión plantea un tema tan interesante como controvertido: ¿Qué pasa con lo que se dice en un confesionario y en el diván? ¿Hasta dónde llega el sigilo sacramental y hasta dónde el secreto profesional? Y si bien ya hay películas que han explorado estas cuestiones como I, confess (1953) de Alfred Hitchcock, aquí se da una mirada con figuras argentinas contemporáneas bastante identificables por el público. La historia está bien contada y resulta interesante la construcción de los personajes y sus relaciones. Asimismo, la estructura narrativa es muy acertada por parte del director Marcelo Paez-Cubells, más aún tratándose de una ópera prima. Lo que si hay que objetarle, si es que nos ponemos rigurosos, es sobre la veracidad con la cual se tomó al llamado “sigilo sacramental” y como es el proceso de confesión. Qué es lo que puede y qué no puede hacer un sacerdote. Se ha hablado mucho sobre esto y el film no refleja la realidad. Pero bueno, es un “detalle” que dentro de la ficción se perdona. Con respecto al elenco, Carlos Belloso encarna a un personaje más que atractivo que le exigió mucho, y como resultado en algunas escenas parece un poco sobreactuado. Pero en líneas generales está muy bien, lo mismo que Gonzalo Heredia, ante quien tal vez se pueda tener algún tipo de prejuicio por sus labores en televisión pero la verdad es que aquí hace un digno trabajo. Por su parte, Eleonora Wexler, es otra a la que dan ganas de verla más seguido en la pantalla grande porque se nota que tiene pasta para componer papeles más complejos y elaborados de los que una tira televisiva puede ofrecer. El aspecto técnico del film está bien y se destaca una paleta de colores forzada pero oportuna y que le da identidad, aquella que emulan los posters y el tráiler. Algo para celebrar en el cine argentino. Lo único malo de la cinta es que se puede vislumbrar hacia donde se desenvolverá y el destino de los personajes pero aún así puede llegar a sorprender. Omisión es una buena película argentina, pero además es un interesante thriller apara dejarse llevar y pasarla bien.
Entre el cielo y la tierra Marcelo Paez Cubells transita en Omisión (2013) el género del thriller a partir de un relato de gran impacto visual, que indaga sobre lo que ocurre con una una persona que sabe algo que no puede revelar, aunque su actitud pueda salvar o matar a alguien. Santiago Murray (Gonzalo Heredia) es un sacerdote que regresa al país luego de unos cuantos años. Patricio Branca (Carlos Belloso) un psicólogo que le confesará a Santiago los crímenes que irá cometiendo. El secreto de confesión le impide acusar al asesino pero su silencio puede provocar la muerte de muchas personas más. Esa encrucijada en la que se debate el deber con el hacer es la propuesta de una historia cargada de vértigo, suspenso, dilemas éticos y religiosidad. Con un buen elenco que funciona a la perfección (Carlos Belloso, Gonzalo Heredia, Eleonora Wexler, Lorenzo Quinteros, Marta González) e impecable técnicamente, Omisión funciona pese a que muchas veces la historia se bifurca en subtramas que no suman demasiado y que terminan por quedar en la nada. Tal vez el mayor pecado de esta ópera prima sea la de querer abarcar un abanico de temas en una sola película, algo que termina por jugarle en contra a la historia central. Otro de los puntos cuestionables es la verisimilitud de algunas escenas como la del supuesto suicidio que, sin develar demasiado para evitar la sorpresa del espectador, resulta imposible que hasta el más inexperto de los policías no sospeche que fue un asesinato. Lo más interesante del film es el paralelismo que se establece entre dos personajes que deben mantener silencio ante hechos del que puede depender la vida de otras personas. Ambos personajes sabrán verdades y cada uno las canalizará de diferentes maneras. El debate entre el bien y el mal, entre el deber y el hacer, atravesarán diametralmente una historia con un desenlace impredecible. Pese a sus defectos y virtudes Omisión es un film de género que tiene todos los condimentos para conquistar al espectador. Una historia atractiva, buenos recursos técnicos, un elenco de figuras que salen airosas y la de estrenarse en un momento en que el cine de género argentino se volvió convocante.
El que mucho abarca... Omisión tiene buenos actores, una materia prima argumental siempre atractiva como los dilemas eclesiásticos y una factura técnica impecable. Si todo eso sumado no resulta en un film sólido y del todo convincente es porque el guión del operaprimista Marcelo Páez Cubells (cuyo principal antecedente en cine era el de haber escrito Boogie, el aceitoso) intenta abarcar demasiado, quedándose siempre a mitad de camino. El film comienza con el regreso a sus pagos de Santiago Murray (un Gonzalo Heredia siempre atribulado), convertido en cura. Los motivos de su partida se irán develando progresivamente, aunque no será difícil suponer, más aún cuando los flashbacks son un artilugio recurrente, que algo oscuro anida en el pasado. La cuestión es que, ni bien vuelve, recibe la confesión de un asesino (un psicólogo amante de la justicia por mano propia interpretado por el gran Carlos Belloso). Asesino que, por si fuera poco, le adelanta fecha y hora del próximo crimen, obligándolo así a tensar los límites de su vocación. A partir de allí, Omisión se plantea como un juego de gato y ratón, con el cura persiguiendo al confesor y éste tratando de culminar su plan, al tiempo que la oficial a cargo de la investigación (Eleonora Wexler) no es otra que la ex del cura. Planteado de esta forma, queda claro que Páez-Cubells no ofrece nada demasiado novedoso, pero que podía recorrer con seguridad los dignos caminos del thriller. El problema es que su voluntad acaparadora configura un puzzle demasiado poco estimulante para el espectador, ya que la pista criminalista es de fácil resolución -incluso llama la atención que la policía no vislumbre su entramado mucho antes-, la idea siempre polémica de la aplicación de Ley de Talión está apenas sobrevolada, los dilemas éticos y vocacionales del protagonista se limitan a meros esbozos y la tensión sexual entre él y su ex no superan lo superficial. Omisión es, entonces, una película fallida, que tenía todo para resultar mejor.
Es denso el clima de Omisión , desde el inicio hasta el final de la historia. El sacerdote Santiago Murray (Gonzalo Heredia) regresa al barrio popular en el que se crió luego de una larga estadía en Europa. Guarda un secreto de su pasado que la película revelará cerca del final, recurriendo al flashback para cerrar un círculo trazado con el lápiz de la moral, cuyo color tiñe todo el argumento de una historia que incluye confesiones, arrepentimientos, expiaciones y sacrificios, algunos de los ingredientes más comunes del menú de la tradición católica. Maniatada por un guión que intenta no dejar ni un atisbo de duda ni mucho espacio para la intervención de la sagacidad del espectador, Omisión avanza trabajosamente hacia un desenlace oscuro y efectista. En el camino hacia ese destino fatal, el cura que lidia con su pasado (incluyendo una historia de amor trunca con una fiscal despechada encarnada por Eleonora Wexler) se cruzará con un perverso psiquiatra convertido en asesino serial (Carlos Belloso) y deberá enfrentar dilemas relacionados con las rígidas normas que le impone su compromiso religioso, una problemática parecida a la que atormentaba al célebre padre Logan de Mi secreto me condena, que interpretó en la década del 50 Montgomery Clift. Las actuaciones y la puesta en escena de Omisión funcionan, pero la película replica una y otra vez los lugares más comunes del thriller, como si violar alguno de esos patrones archiconocidos también fuera un pecado. Esa obsesión por la eficacia argumental conduce a resoluciones previsibles o forzadas, casi nunca imaginativas. Páez Cubells (guionista de la versión cinematográfica de Boogie, el aceitoso ) puso todas las fichas en el respeto absoluto por las reglas del género, una sumisión parecida a la que exigen casi todas las iglesias que conocemos. No le hubiera venido mal un poco de rebeldía a su prolija ópera prima.
Santos pecados Luego de estar diez años en Europa, Santiago (Gonzalo Heredia) regresa a su barrio convertido en sacerdote. Ahora es un hombre muy diferente al joven que era cuando se fue. Algo en su pasado lo hizo alejarse, algo que influyó en su decisión de convertirse en cura, pero ha vuelto para cumplir su deseo de ayudar a la gente carenciada de la zona. Todo parece bastante encaminado en su vida, hasta que un personaje extraño llega a su confesionario para decirle que ha cometido un crimen. A partir de entonces el sacerdote se encuentra entre la espada y la pared, no puede revelar un secreto de confesión, pero si no hiciera nada estaría pecando de omisión. Es cuando comienza a investigar y a tratar de detener a este asesino. Los crímenes tienen algo en común, y Santiago debe descifrar ese laberinto, antes de que sea demasiado tarde. Con un guión correcto y el argumento de un thriller clásico, la historia pierde tensión y credibilidad a medida que avanza. Si bien la trama es interesante, y en el comienzo logra un clima de suspenso bastante intenso, la falla está en la construcción de los personajes; ninguno de ellos es creíble, no terminamos de entender ni de creer sus conflictos, ni los motivos de sus actos. Sumado a eso, los diálogos acartonados logran que perdamos interés en la historia, y por más que el final tenga un giro interesante, para entonces la película ya se ha hecho demasiado larga. Tanto Eleonora Wexler como Carlos Belloso están muy bien en sus roles, pero el protagónico le queda demasiado grande a Gonzalo Heredia. Su interpretación de un hombre torturado por el pasado le resta aún mas credibilidad a la historia.
Esta película escrita y dirigida por Marcelo Paez Cubells lo tenía todo para ser atractiva: los conflictos religiosos con respecto a las confesiones de un asesino y un muy buen elenco encabezado por Carlos Belloso, Gonzalo Heredia, Eleonora Wexler, Lorenzo Qinteros. Sin embargo, es una película fallida, quizás por ser una ópera prima, que intenta abarcar todo y queda sin atractivo en una trama previsible con situaciones mal resueltas o demasiado obvias.
Sin intriga ni sorpresa La premisa, aunque transitada, es interesante: un sacerdote toma la confesión de un hombre que cometió un crimen. Lo que no está tan visto -y hace al meollo argumental de Omisión-, es que el tipo, además, se confiesa a futuro: anuncia los crímenes que va a cometer. ¿Qué debe hacer el cura? Si rompe el “sigilo sacramental”, el secreto de confesión, colgar los hábitos. Si no hace nada, comete pecado de omisión. Y con vidas humanas en juego. La opera prima de Marcelo Páez Cubells nada en las aguas fronterizas entre la Iglesia y la calle, entre la resignación y las tentaciones de la carne: no ya el erotismo, sino la violencia. Santiago Murray (Gonzalo Heredia) vuelve a su barrio humilde y conflictivo después de diez años de ausencia. Ahora es cura, y alterna -a la Elefante blanco- los sermones con el rescate de los pibes chorros. Pronto sabremos que él fue uno de esos pibes y por tanto el regreso es su misión existencial. Barbado, de mirada dulce y con más peso corporal, Heredia luce el physique du rol. Sin sotana, tatuado y con camiseta ajustada, aparece como el galán que conocemos de la televisión argentina. Con ella, como un héroe sensible, tan capaz de fortaleza como de quebrarse ante sus propios dilemas éticos. En paralelo, seguimos a un psiquiatra muy extraño, acaso demasiado (Carlos Belloso), con aparente complejo de Dios. Y conocemos luego al antiguo amor de Murray, la expeditiva abogada Clara Aguirre (Eleonora Wexler, compañera de Heredia en Valientes). El sacerdote, obligado al silencio, deviene detective. Tras la huella del asesino, descuida sus deberes parroquiales y se expone al peligro. Si en el inicio de Omisión el “desexilio” del personaje es una subtrama interesante, la filiación con el género policial está marcada desde el preámbulo. Pero el suspenso es débil. La ansiedad anticipatoria se anula, al ubicar al espectador en el mismo nivel de incertidumbre y sospecha que el protagonista. Y si bien esto podría jugar a favor del thriller de acción, la realización tiene el vuelo limitado. No queda otra que seguir a Murray en una sucesión capitular: hechos que se anuncian y se descubren en pocos pasos del sacerdote, a vuelta de página, hasta el desenlace. Sin alcanzar, por tanto, el vibrato necesario. En esas decisiones de puesta, con situaciones muy parecidas entre sí, es que Omisión licúa su potencial intriga y capacidad de sorpresa.
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La ópera prima de Marcelo Paez Cubells es un thriller donde un psiquiatra (Carlos Belloso) decide asesinar a aquellos que él cree que deben morir y se lo confiesa a un sacerdote (Gonzalo Heredia) que no sabe cómo manejar tal revelación. Una de suspenso Si hay algo de lo que carecemos en nuestro país -por suerte- es de asesinos seriales, quizás por eso este género no está tan explotado en el cine nacional y “Omisión” viene a tratar de reivindicarlo. Por un lado está Santiago Murray (Gonzalo Heredia) que regresa a Buenos Aires tras exiliarse en España por motivos desconocidos durante diez años. Allá en Europa se convirtió en sacerdote pero ahora regresó al pago para ayudar a la gente necesitada de su barrio. Por otro lado tenemos a Patricio Branca (Carlos Belloso) un psiquiatra piantado que decide emprender una cruzada para dejar de pecar de omisión y asesinar a las personas que él considere nefastas. Esta empresa es algo pesado para él y decide confesárselo a Santiago poniéndolo en una encrucijada entre el sigilo sacramental y los crímenes que continúa cometiendo. Y por último entra Clara Aguirre (Eleonora Wexler), la exnovia de Santiago, una abogada que trabaja como fiscal y le toca investigar los asesinatos que está cometiendo Patricio. Sobre el guión Si bien la idea es sumamente rica y explotable a nivel guión, Paez Cubells no logra un relato fluido con relieves que nos permita tener altibajos en la trama, es lineal y diría que hasta por momentos sumamente previsible. Incluso, pese a que se maneja dentro del género, no despliega la herramienta del suspenso dentro de la película. Asimismo el director-guionista no deja absolutamente nada al libre albedrío, se explica absolutamente todo a niveles que han quedado obsoletos en el cine ya que el espectador de hoy en día está más que entrenado para comprender y pensar por sí mismo. Oda al fundido La estética de “Omisión” es sumamente clásica, con una buena fotografía, buen sonido, planos sin demasiado movimiento y prolijos y un correcto montaje, es decir que la película está bien realizada, lo cual hay que reconocer ya que generalmente cuando se usan fórmulas hollywoodenses en nuestro país suelen fracasar. Sin embargo hay algo sumamente tedioso que mientras veía me daban ganas de sacarme los ojos con un tenedor cual Marilyn Manson: el fundido a negro. ¿Por qué?¿Qué te lleva en el 2013 a utilizar este recurso que quedó tan arcaico como el guión? Conclusión “Omisión” es una película con una idea original para el género en el que se maneja aunque no logra su cometido por varias falencias, sobre todo en el guión, sin embargo tiene otros recursos que la revalidan como las actuaciones donde vemos un Gonzalo Heredia más maduro y que se luce al lado de buenos actores como Carlos Belloso y Eleonora Wexler. - See more at: http://altapeli.com/review-omision/#sthash.copD0buN.dpuf
Confesiones eran las de antes Curas atrapados por confesiones de mala leche que los dejan en la lista de sospechosos y hasta los obligan a pagar culpas ajenas, el cine tiene varios, desde Arturo de Córdova en "El secreto del sacerdote" (antes de conocer a Zully Moreno) hasta Carlos Estrada en "Angustia de un secreto" (variante de "Labios sellados", de Fernando de Fuentes), pasando por Montgomery Clift en "Mi secreto me condena", de Alfred Hitchcock. Dos cosas llamaban la atención en esas películas: la intriga de saber hasta dónde arriesgarán su vida estos hombres de Dios, y la facha que tienen. Son todos pintones. Gonzalo Heredia cumple con la pauta. Es fachero, hace de cura, y su personaje está metido en un doble berenjenal. Alguien le confesó sus crímenes. Si lo denuncia, comete pecado contra el secreto de confesión. Si no lo denuncia, comete pecado de omisión, que en este caso lo hará cómplice, porque el tipo piensa seguir haciendo desastres. Caramba, si el otro dijo lo suyo pero no está arrepentido ni piensa enmendarse, ¿qué valor religioso tendrá esa confesión? Habría que averiguarlo. El asunto es que hay un asesino suelto en la parroquia. Es un raro moralista, de profesión psiquiatra, que aplica un tratamiento no convencional y decididamente definitivo para los traumas de varias señoras y señoritas, y señores también. ¿Por qué aflige al curita contándole sus cosas? Ahí va lo más interesante, porque hay otra forma de entender eso de la omisión. Y porque el loco es un resentido de aquellos, encima prejuicioso, se cree que los curas son todos hipócritas y cobardes, etc. La cosa se complica, se enriquece y se aclara a medida que vamos entendiendo el pasado y las motivaciones de cada personaje. El planteo es bueno, pero varios descuidos y efectismos y un desarrollo desprolijo, dificultan mayores logros. El momento decisivo, tras mucho estiramiento, se cierra en forma abrupta, impidiendo que el público aprecie lo suficiente el desconcierto moral de uno de los personajes claves. Tampoco es muy realista: el curita anda en una regia camioneta, la deja con la puerta abierta y cuando vuelve la camioneta todavía está donde la dejó. Señalable música de Osvaldo Montes, entretenida actuación de Carlos Belloso (otro loco para su colección), rodaje en Piedrabuena.
Hace más de 10 años hubo en la televisión una gran serie argentina llamada “Tiempo Final”, cuyo éxito radicaba en que sus episodios contaban en menos de 60 minutos una historia de suspenso, con tintes policiales y a veces con algunos toques de terror. Había grandes capítulos en aquella producción, algunos incluso dignos de ser desarrollados en otros formatos donde el tiempo y el presupuesto les jugaran más a su favor. “Omisión” de Marcelo Páez Cubells tranquilamente podría haber encajado en aquel formato televisivo, ya que si bien es una buena historia de suspenso que logra mantener enganchado al espectador hasta su final, por momentos el cine, sus tiempos y los espacios que este tiene que atravesar le quedan muy grandes a esta película. El guión (que también lleva la firma de Cubells) es sin dudas el punto más interesante de esta propuesta, donde además de presentarnos una serie de personajes bastantes oscuros, de pasado dudoso y con un accionar impredecible, hay una serie de pasajes bastantes perversos y sorprendentes en la trama que son dignos de un buen thriller. Sin embargo, repito, el problema de “Omisión” es que no logra aprovechar todos los recursos del cine de forma correcta. Desde una edición bastante floja que utiliza mucho el recurso de fundir en negro la pantalla para saltar de escenarios, una musicalización que por momentos se vuelve repetitiva y monótona (aunque en otros instantes, es una pieza clave a favor del desarrollo del film) y hasta un grupo de actores secundarios que deja mucho que desear, “Omisión” presenta falencias que se notan y los 100 minutos en los que se extiende el film nos las hacen sentir mucho más pesadas aún. La fotografía de Leandro Martínez en cambio es un punto a su favor, como así también el trío protagónico en el que se apoya la película, compuesto por Gonzalo Heredia, Carlos Belloso y Eleonora Wexler. Obviamente hay momentos en los que la irregularidad de la película, la falta de ritmo y las idas y vueltas sobre un mismo hilo, les pasa factura a los personajes de estos actores, poniéndolos en situaciones innecesarias y de las cuales no salen tan bien parados. Por eso digo que si bien la historia de “Omisión” no es mala, sino que al contrario tiene mucho viento a su favor, termina estirándose demasiado dentro del cine, desaprovechando gran parte de las buenas herramientas que éste ofrece y dejando como saldo final una película regular que no aburre y hasta puede recomendarse sin problemas, pero no con gritos de entusiasmo y alegría. Quizás lo que si pueda festejarse es que, de a poquito, son cada vez más los realizadores que se animan a hacer cine comercial de género en nuestro país, donde existe un amplio público dispuesto a consumir esta clase de productos. Pero todavía falta, aunque parece que no demasiado, para que alguien termine de acomodar las piezas en las medidas justas y tengamos así los grandes thrillers locales que todos queremos ver y soñamos con alguna vez poder ver.
Hay secretos que no se pueden revelar Con un guión sin demasiados matices, el thriller psicológico tiene una puesta en escena meticulosa y un final previsible. El antecedente lejano pero contundente tiene relación con Mi secreto me condena/I Confess (1952) de Alfred Hitchcock, con Montgomery Clift encarnando a un atormentado sacerdote a quien se le confiesa un asesino. El referente de la opera prima de Pérez Cubells resulta celebratorio pero no es cuestión de comparar ambos films; más aun, cualquier aproximación a un título del genio inglés siempre actuará en desmedro de la película que rinde culto al original. Entre otras cuestiones, porque Omisión es un thriller psicológico y aquel título de Hitchcock, de acuerdo a la puesta en escena del maestro, es un melodrama sobre la culpa y una vuelta de tuerca sobre el falso culpable, tema central de la obra del autor. Omisión, por su parte, presenta personajes atormentados desde los primeros minutos. El sacerdote (Heredia), que luego de un larga estadía por Europa retorna a su lugar natal para continuar con su misión; el psiquiatra devenido asesino (Belloso), quien vocifera sus razones en la confesión; una mujer (Wexler), ex pareja del hombre de la sotana, que oficia como la voz de la ley entre los dos personajes masculinos y, finalmente, los pacientes que son asesinados porque no vale la pena que sigan perteneciendo a este mundo. La puesta en escena de Pérez Cubells, meticulosa en los rubros técnicos, queda asfixiada por un guión sin demasiados matices, donde el conflicto central se presenta en los primeros minutos hasta arribar a un desenlace sin demasiadas novedades. Sin embargo, no está mal que una película se aferre a la palabra escrita. Pero el problema de Omisión es que los textos suenan como sentencias importantes sobre la verdad, el bien, el mal, la justicia terrenal, la otra divina y el destino que le corresponde a una humanidad en permanente tensión. En ese punto flaquean las intenciones de la película: su pulcro uso de la luz y de la música contrasta con los parlamentos embebidos de (auto)importancia, construidos como estentóreas proclamas que omiten cualquier atisbo de ambigüedad, de planteo sutil que vaya más allá de aquello que entrega un guión que hace demasiado ruido. Por eso, las conversaciones entre sacerdote y asesino no presentan enigma alguno, como tampoco los relatos del psiquiatra contando sus crímenes, elaborados a través de flashbacks. En ese lugar pertenencia al que recurre Omisión, donde no hay espacio para el juego dialéctico más allá de lo que confiere el guión, la película queda sumergida en una planicie narrativa que sólo produce una sensación de permanente repetición.
Suele decirse del cine argentino que no tiene cine de género. Esta definición cinéfila, “cine de género”, se ha reducido, en la práctica, a policiales, thrillers, películas bien intensas. El gran problema es la entrelínea, la connotación de la sentencia: policiales, thrillers, películas bien intensas… a la americana. Omisión tiene algo de eso y es en esa propia concepción donde surgen los problemas que jamás podrá resolver: Carlos Belloso es un tradicional serial killer del cine yanqui, de esos que, gracias al Barba, no hay demasiados por estas pampas. No habría problema. Al fin y al cabo se trata de fantasía, sin ancla que lo una a sitio alguno. Pero el director Marcelo Páez Cubells entremezcla en la película un contexto social bien argento. Barrios humildes, fulbito, deudas con dealers, el kioskito de los amigos e iglesias villeras restringen el mundo de Omisión a una ineludible Argentina. Más preciso aún: a Buenos Aires, por el modo de hablar de los personajes. Al importar problemáticas foráneas a los barrios porteños o bonaerenses, surge una falla incorregible: la combinación entre las historias de un galán porteño devenido a cura (Gonzalo Heredia) y un fanático religioso que asesina y deja pistas de cuales serán sus próximas víctimas no cierra nunca: el verosimil se vuelve imposible y arrastra diálogos, escenas y hasta un brevísimo desnudo que raya con lo ridículo. Aun con sus deudas, la película tiene sus puntos destacables. La trabajada estética, que recuerda a las tiras televisivas de suspenso de comienzos de década; la interpretación de un elenco con oficio; la temática religiosa que siempre garpa y le da seriedad al asunto; incluso la sobreestetizada puesta de títulos y primeros minutos es interesante (puede gustar o no, pero tiene un desarrollo trabajado). Hay algo que falló y es anterior al hecho artístico. El error quizá se halla allí donde nace toda obra: en la motivación que genera que un artista quiera desarrollar un hecho narrativo. Porque la historia de un sencillo asesino más, habiendo tantas y tan bien filmadas, no tendría mucho sentido por sí sola. Qué es lo que quiere decir con su trabajo es un paso que todavía debe resolver Paez Cubells, quien demostró su pericia para dirigir actores y manejar con oficio la cámara y los criterios de edición. Pero las ideas a decir no son poco. No pueden faltar.
Los juegos del gato y el ratón siempre han sido atrayentes para el cine, y más cuando ni el gato ni el ratón son seres totalmente limpios. De eso se trata Omisión, ópera prima de Marcelo Paez Cubells, un policial de fórmula, estructurado de manera clásica, y muy efectivo. Paez Cubells tiene experiencia previa en la escritura de guiones, y eso se nota en esta película construida como un rompecabezas en el que las piezas están ahí para que el espectador las una. El protagonista es el Padre Santiago Murray (Gonzalo Heredia) que vuelve de Europa a su barrio de la infancia tras un pasado que ya desde el principio de adivina marginal. Murray es el típico sacerdote “amigo”, aquel que rompe alguna regla de protocolo para acercarse a los jóvenes con problemas y tratar de traerlos al rebaño. Por eso se mantiene ante la tutela y la mirada de cerca (con cierto desconfío) de su superior encarnado por Lorenzo Quinteros. En una de las primeras misas que oficia casi a modo de prueba, un hombre se acerca a comulgar y a dar confesión; se trata de un asesino que además de confesar su crimen la adelanta las próximas muertes. Desde un primer momento sabemos lo que no sabe Murray, que se trata de Patricio Branca (Carlos Belloso), un psicólogo, de altas influencias, que, a su manera, intentará limpiar a la sociedad de los pecadores. El tiempo corre, las muertes continúan y Santiago se debate entre su deber como sacerdote y preservar el secreto de confesión, o su conciencia que le pide actuar para terminar con semejante atrocidad. Es ahí, en ese juego detectivesco, en donde entra la tercer arista del diagrama, Clara (Eleonora Wexler), fiscal a cargo de la investigación de los asesinatos y ex pareja de Santiago a quien sospechosamente ve una y otra vez en las escenas de los crímenes. Paez Cubells supo rodearse de un sólido equipo técnico que acompaña comodante la estructura del guión. No hay grandes novedades, ni enormes hallazgos, pero la tensión asfixiante que desarrolla minuto a minuto la historia se plasma muy bien en una fotografía oscura, seca, casi de clima de putrefacción; con planos cortos que buscan el shock inmediato. Si el argumento no deslumbra en su originalidad, si complace en mantener al espectador interesado y atrapado desde el primer momento y sin soltarlo hasta el final, los personajes tienen más de una cara y eso hace que desde el guión ya se sientan reales. En cuanto a las actuaciones, si bien Heredia no llena enteramente su traje de protagónico cuenta con el típico carisma televisivo que le permite tapar algún bache. El resto del elenco luce realmente convicente y con interpretaciones más que logradas, Belloso compone a un psicópata capaz de cambiar sus modos de amable a tétrico con una simple mirada. Wexler vuelve a demostrar que no hay rol que le quede grande, si su personaje no tiene la suficiente presencia en el guión, ella se adueña de cada una de sus escenas con firmeza y a la vez fragilidad. También es de remarcar la actuación de María Fernanda Callejón, una actriz que ya demostró varias veces ser mucho más que una bomba sexual y que puede estar a la altura de interpretar roles complejos como el de esta película estando cómodamente a la altura de las circunstancias. El mayor mérito de Omisión es sencillamente no parecer una ópera prima, el profesionalismo con el que todos los rubros son jugados mejoran considerablemente una historia de policial clásico. Quizás recuerde algún título clásico del género en nuestra filmografía nacional; una muestra de que no siempre se tiene que indagar en terrenos nuevos para conseguir óptimos resultados, a veces, el secreto está en volver a las fuentes.
(Anexo de crítica) Hay un intento de estilizar la película “Omisión”(Argentina, 2013) de Marcelo Paez Cubells (guionista de “Boogie, el aceitoso”) desde la comunicación gráfica con imágenes impactantes de sus protagonistas en tonos negros y rojos. Casi una imaginería que podría utilizarse para una película de terror. Pero “Omisión” no es una película de terror, entonces ya ahí comienzan los problemas. “Omisión” es un thriller que se dispara sobre la definición misma de la palabra que da origen al título “el pecado de omisión es cuando no pienso en el otro” y que narra las angustias y conflictos existenciales de un cura (Gonzalo Heredia) en su intento por evangelizar a personas que habitan un lugar carenciado del conurbano bonaerense. Hay algo en el pasado de este cura que el director “omite” y que a través de flashbacks va develando a lo largo del metraje. El rompecabezas se va diagramando. Pero la película se hace larga y monótona. Porque al cura se le suma un psicópata (Carlos Belloso) que lo alerta de los asesinatos que realizará “religiosamente” cada cuatro días. El psicópata, además, es un psicólogo que encuentra en sus “pacientes” a las víctimas. Una a una las irá asesinando por diversos motivos que no vienen al caso y que introducirán al cura en una espiral de violencia que lo alejará por momentos de su fe. Para completar la historia aparece Clara (Eleonora Wexler) examor de Santiago (Heredia) una policía que investigará los casos y que detectará la conexión entre el asesino y el cura hasta el punta de creerlo culpable. La ópera prima de Paez Cubells no encuentra el tono adecuado para generar tensión y sólo se apoya en la utilización exagerada de la música incidental. Los personajes son abordados por los protagonistas con trazos gruesos y hasta absurdos, sino veamos a Clara, que Wexler la encara desde una “masculinización” de sus gestos y movimientos, o de Belloso que compone a un psicópata con los tics de todos los asesinos que ya vimos en el cine. Hay sí, por ejemplo, una honestidad en la interpretación de Lorenzo Quinteros, quien hace de mentor de Santiago, pero el principal inconveniente que posee “Omisión” es su protagonista excluyente, Heredia. El actor posee algunos problemas de dicción y también de interpretación. Quizás los productores pensaron, pongámoslo así las chicas que lo siguen llenan las salas, pero hasta en la caracterización del actor (con barba) este punto fue descuidado. Heredia pertenece a una serie de “galanes” que siempre el cine ha intentado darle un protagónico para poder de esa manera lograr una respuesta positiva en la taquilla, pero dentro de esta serie de “galanes” Heredia es uno de los que más recursos carece y si el peso de la película es puesto en su actuación, obviamente el resultado no será positivo. La progresión en “Omisión” no se da por las acciones sino por el anclado de trazos gráficos que indican los días (de cuatro en cuatro) y ahí también hay un inconveniente. La película destila un discurso viejo, exagerado, en contra de instituciones sobre las que intenta construir su verosímil (Iglesia, Policía) y esto también atenta contra el producto final. Fallida opera prima que deambula entre el intento de construir un relato de género pero que naufraga entre la copia de envíos como “Epitafios” (Argentina) o “Dexter” (USA) y la abulia de su protagonista.
Se dice el pecado... El sigilo sacramental podría haber sido un buen punto de partida para una interesante estructura argumental. Un sacerdote que vuelve luego de 10 años a su barrio recibe la visita de un penitente que acude a la iglesia a expiar su culpa luego de ejecutar un par de muertes. El Padre Santiago (Gonzalo Heredia) se encuentra, a partir de allí, en una encrucijada que debiera bastar para sostener todo el filme: ¿Romper el secreto de confesión o amparar el crimen y caer en pecado de omisión? Tal vez esa mera contradicción del sacerdote hubiese alcanzado para sustentar una historia de suspenso con inclinación al policial, sin embargo el director Marcelo Páez Cubells optó por anexar a la intriga principal una buena cantidad de fórmulas del thriller clásico. Venganzas, mentalidades patológicas, aberraciones sexuales, escenarios violentos, hechos ocurridos en el pasado que se develan hacia el final, la figura del perseguidor-perseguido son parte de una cinta que no se quiso quedar con ganas de nada (incluso hay en el medio una historia de amor no cerrada) pero que, fiel a su título, debería haber omitido ese abarrotamiento narrativo. La trama no deja piezas sueltas, las muchas partes que componen la intriga se mantienen conexas, el problema es el cómo. Carlos Belloso es un terapeuta que planea una venganza familiar y que diseña un circuito mortal de varias postas para atrapar a su presa final. Lo siguen de cerca Santiago Murray y su ex novia, ahora fiscal. La elección de las primeras víctimas es de orden religioso y moral. Arrogándose el derecho de juzgar y castigar, el terapeuta mata a pacientes que, según su óptica psicótica, no merecen vivir. El artífice de esa justicia por mano propia se devela con las primeras tomas, olvidando una máxima religiosa bien instalada en el imaginario popular: "Se dice el pecado pero no el pecador". Develar rápidamente la identidad del criminal es una opción inscripta en los horizontes del policial negro y una forma válida de afrontar un thriller. Pero si se conoce el malhechor, por regla general el espectador debe descubrir junto con el protagonista los motivos de esa peligrosa mentalidad y evitar que se siga expandiendo la serie criminal. Y ese recorrido no puede carecer de inesperados sobresaltos y momentos tensos. Y he allí el error de Omisión. Con buenas actuaciones y un guion justificado en exceso, la película no genera la atmósfera y los vaivenes necesarios para postularse como una buena película de suspenso.
Un psicópata con culpa Resulta imposible no traer el recuerdo del film Mi secreto me condena (1953) al pensar en Omisión porque más allá de las falencias del guión –que las hay- es notable cómo se desperdicia una premisa que expone un dilema profundo (el secreto de confesión para un hombre religioso) en el orden de la ética y parte de ese desperfecto obedece a la mala elección de Gonzalo Heredia en el rol del padre Santiago, quien se ve absolutamente opacado y eclipsado por la casi perfecta performance de Carlos Belloso, ¿Un psicópata con culpa? Ese defecto es insalvable para una trama que debía apoyarse en sus personajes y no tanto en las situaciones que estos enfrentan, sin moverse un milímetro de todo el derrotero de un thriller que encajaría mejor en la televisión que en el cine. Entonces muy poco queda por analizar cuando la historia parece querer contestar preguntas sin que nadie se las haya formulado y de ahí hacia el desenlace con la torpeza narrativa del flashback a cuestas para dilapidar toda opción de atractivo en un film que si bien no presenta desprolijidades en cuanto a lo formal y estructural tampoco encuentra un resquicio para salirse de los cánones convencionales que lo vuelven absolutamente previsible. No hace falta ahondar mucho en el argumento porque el conflicto central se juega desde los primeros minutos: un psicólogo adelanta en secreto de confesión futuros asesinatos valiéndose de la prohibición explícita que garantiza su impunidad. El depositario de tal confesión se ve atrapado entre sus actos del pasado -incluida una relación amorosa cortada abruptamente- que irán apareciendo de manera torpe a lo largo de la trama y su inercia propia por no resolver la culpa de los actos cometidos. La culpa para un psicópata no existe por lo cual la relación planteada entre el padre y el psicólogo es absolutamente dispar y el equilibrio de fuerzas y mecanismo de manipulación son igual de similares. Con semejante desnivel entre el protagonista y su antagonista si el film hubiese optado por darle más protagonismo a la oveja más descarriada de este rebaño que oculta secretos el resultado hubiese sido mucho más satisfactorio.
Un tema que merecía un tratamiento más cuidado Omisión coloca a Gonzalo Heredia en el rol de un cura en el dilema de exponer a un penitente como asesino o ser su cómplice silencioso. Es una historia atractiva, pero no ha sido llevada a buen puerto. Los personajes centrales son un cura, un psicoanalista y una fiscal. Todo sucede en un barrio de, se supone, Buenos Aires. El cura se llama Santiago Murray. Hace diez años dejó una novia y viajó a España, donde siguió la carrera sacerdotal. Pasado ese tiempo regresa para trabajar como auxiliar de la parroquia de aquel barrio, que dirige el padre Carlos. Pero trae consigo un secreto. El psicoanalista es Patricio Branca. Entre sus pacientes hay profesionales, mujeres abusadas y personas de moral dudosa. Cansado de escuchar sus confidencias, decide convertirse en "justiciero" y asesinar a lo que considera la escoria del barrio, a razón de dos cada cuatro días. Esto ocurre después de escuchar una homilía de Murray, donde explicó que la Iglesia identifica cuatro clases de pecado: de pensamiento, palabra, acción y omisión. Este último lo cometen quienes callan deliberadamente u omiten cumplir sus obligaciones. El conflicto dramático se instala cuando Branca le cuenta a Murray, en el confesionario, sus crímenes y le dice que continuará con su cruzada. Los asesinatos comienzan a ser investigados por la fiscal Clara Aguirre, quien en otros tiempos fue la novia de Murray. El relato abre con innecesarias citas del Catecismo de la Iglesia Católica que aluden al sigilo sacramental: el juramento de los sacerdotes que les impide revelar las confesiones de sus penitentes. Según el Código de Derecho Canónico, quien lo hace incurre en excomunión. En el filme también se menciona el secreto profesional de los médicos. El sigilo obliga a los sacerdotes a guardar el secreto aunque el penitente, por cualquier motivo, no obtenga la absolución o la confesión resulte inválida. Por ejemplo, cuando la persona no manifiesta arrepentimiento por sus pecados. El dilema que enfrenta Murray es qué hacer frente a la acción criminal emprendida por Branca, para no cometer pecado de omisión. Se puede presumir que el director tomó en cuenta un famoso filme de Hitchcock titulado Mi secreto me condena (1952), con Montgomery Clift, Karl Malden y Anne Baxter, sobre un cura que recibe la confesión de un asesino y se ve en la encrucijada de romper el silencio o guardar el secreto y, eventualmente, ser condenado o morir como mártir. Este año también se conoció Secreto de confesión, del venezolano Henry Rivero, donde un sicario le dice a un cura, en el confesionario, que éste será su próxima víctima, con el propósito de poner a prueba su juramento, sus principios y su fe religiosa. Pero la propuesta de Páez Cubells, cuando saca a relucir el pasado de los protagonistas para cerrar las variables dramáticas de la historia, se vuelve cambalachera y cae en el grotesco. Y es una pena, porque el tema merecía un mayor vuelo narrativo. La película posee un buen tratamiento técnico, pero los diálogos a veces pecan de infantiles y en otras ocasiones incurren en los habituales tópicos expresivos del cine argentino. Las actuaciones de Belloso, Heredia y Wexler son aceptables, aunque sin alcanzar la convicción.
Santiago Murray (Gonzalo Heredia) regresa a Buenos Aires tras diez años de ausencia. Ahora es sacerdote. Tras su larga estadía en Europa vuelve a su país con la intención de asistir a la gente necesitada del barrio en el que se crió. Patricio Branca (Carlos Belloso) es un psicólogo, demasiado particularmente construido, por no decir, inaceptable, que está atravesando una profunda crisis: cree que desde su lugar no logra ayudar a la gente que lo necesita. Para remediarlo toma la decisión extrema de “limpiar” la sociedad, eliminando a todos aquellos que considera deben morir. Clara Aguirre (Eleonora Wexler) es la ex-novia del ahora sacerdote. Trabaja en la fiscalía y está a cargo de la investigación de los asesinatos. Sus caminos se cruzarán cuando Patricio, aprovechándose del “sigilo sacramental” -la obligación de no manifestar jamás lo sabido bajo confesión- le cuente a Santiago acerca de los asesinatos que cometió, y aquellos que piensa ejecutar. Sin poder informarle a nadie de los crímenes, pero sabiendo que su silencio podría significar la muerte de mucha más gente, Santiago se encontrará en una terrible encrucijada. No desea caer en el pecado por omisión, entonces deberá hacer algo para detener a Patricio en su accionar. Este podría ser la síntesis argumental, un poco extendida, el problema es que nada es fidedigno. La solución a la encrucijada se la da el mismo asesino, y para colmo, al final, todo es explicado oralmente para que se produzca un giro más increíble que certero. La fotografía es loable, pero ante la ineptitud de la estructura del guión, y de los demás rubros, ni siquiera puede lograr climas adecuados
Lejos de la tradición del cine negro Desde esta historia que adolece no ya de "lugares comunes", sino de lugares trillados, Santiago Murray (Gonzalo Heredia) nos es mostrado como un Cristo herido. Y para ello, tanto la iluminación como la banda sonora tienden a crear una imagen aurática. Si bien algunos medios, desde los días previos al lanzamiento de este film, intentan ubicarlo en el renglón del llamado "cine negro", considero, que esta pertinencia cromática sólo debería aceptarse en función de su afiche, ya que el mismo está particularmente diseñado en función de este color. De aquí en más cualquier asociación con el género, para quien firma esta nota, carece de todo tipo de fundamentación; pese a que algunos, a partir de ciertos elementos de la trama argumental, hayan traído a la memoria el ya clásico "I Confess" o "Mi secreto de condena" de Alfred Hitchcock, de 1952, film en el que el personaje que interpreta Montgomery Clift, el padre Michael Logan, es depositario de una peligrosa verdad, que no podrá ser revelada. En su ópera prima, en su carácter de guionista y realizador Marcelo Paéz Cubells tuvo sí en claro que el rol principal, el de este joven sacerdote que regresa ahora de Europa, barbado y con jeans, a su conurbano bonaerense (intento de emular a "Elefante Blanco"?) debía ser interpretado por otro de los galanes que hoy son figuras taquilleras no sólo en la tevé, sino en las revistas de los chismes del mundo del espectáculo y de las llamadas revistas del corazón. De esta manera, Gonzalo Heredia es en este film Santiago Murray, quien está dominado por una vieja culpa y al mismo tiempo quien, en su oficio de confesor, confidente de crímenes por cometerse, mientras intenta realizar labores de ayuda y corrección en ese centro en el cual presta sus servicios. Desde esta historia que adolece no ya de "lugares comunes", sino de lugares trillados, Santiago Murray nos es mostrado, en más de una oportunidad, como un Cristo herido. Y para ello, tanto la iluminación como la banda sonora tienden a crear una imagen aurática, como la que se juega mientras repite el "Pésame" en una noche de lluvia, cámara cenital de noventa grados, rostro mirando al cielo y brazos abiertos. Una lluvia de utilería, recortada, sobre su sufriente rostro. Cuesta sí creer que un film en nuestra época pueda ser tan fiel, en su diagramación, a los preceptos religiosos. Y esto no lo digo en función de los puntos de vistas de los personajes, desde la mirada de algunos de ellos, sino de la férrea construcción dogmática del mismo, ya que el mismo abre y cierra con preceptos bíblicos, que remiten a voces de la iglesia. Y cumple al pie de la letra con ello, en esta historia de culpas y expiaciones, de sacrificios y arrepentimientos. Si el "Cine Negro" siempre se caracterizó por esa ambigüedad en las conductas de sus personajes, porque allí donde algo parecía ser de una manera, en realidad podíamos abrir otros interrogantes, "Omisión", el film que hoy comentamos, es la negación certificada del mismo. De una literalidad aplastante, sin que el espectador pueda pensar nada por sí mismo, con ese portavoz inexpresivo de la historia que es el mismo actor principal, "Omisión" descuida sutilezas en la figura del perverso psiquiatra, rol a cargo de Carlos Belloso, quien ya tiene todo gritado en la manera en que es dado a conocer, hasta en el grosor de sus armazones, sus gestos...; olvidando a otro actor como Lorenzo Quinteros, a quien sólo se le reserva contados momentos, en ese personaje de mentor del joven Santiago; quien, como ya todos sabrán, a esta altura, se reencontrará con su antigua enamorada, ahora, en el campo de la ley. Si algo no omite este film es una pretenciosidad que se manifiesta en un artificio estético que fatiga: los forzados encuadres que no logran ser eclipsados por las ráfagas de puteadas. Pero lo que más angustia, es que su guionista, su director, no haya podido tener en cuenta ni siquiera las reglas básicas de la redacción de un guión clásico. O que en esta trama de secretos revelados, silencios por mandato, culpas de un pasado, no se asome, ni por un instante, alguna huella, citación, referencia a algún film del género al que declara pertenecer. Así, entre preceptos religiosos, indagaciones sobre el culpable de tantos homicidios en un afán justiciero, deudas por saldar con el pasado, frases dichas con ese tono proverbial que marca esa lucha entre bien y el mal, "Omisión" va desbarrancando, sin poder volver a un espacio de circulación aceptable, hasta llegar a esos momentos en que colapsa la misma narración; desde un flashback en ralentí, que se torna más explicativo, que ya ha dejado de lado por completo a la misma presencia del espectador. Sigo afirmando, ya sobre el cierre de esta nota, que, amén de la falencia en la redacción del guión, esta opera prima adolece de otro gran pecado capital: se encomendó a un primer galán. Claro está, desde mi punto de vista, el personaje que dice componer Gonzalo Heredia, pese a los interesados comentarios de algunos medios periodísticos, ni siquiera se puede pensar desde su psicología, en relación al personaje del admirado film de Alfred Hitchcock ya señalado, ni tampoco con el rol que compuso Carlos Estrada en 1959 para su film "Angustia de un secreto" del siempre discutido Enrique Carreras, sobre libro de Julio Porter y Emilio Villalba Welsh. Sí, en cambio, "Omision" dejará satisfechos a los que buscan una historia sobre culpas y redenciones, sobre sacrificios y castigos, purgas humanas. Parece, claro está, que estamos refiriéndonos a un cine preceptivo, doctrinario, conciliador. Y si algún rubro podemos destacar, es tal vez el de la composición musical; pero claro está, fuera del mismo film.
Escuálidas y vagas ideas La televisión argentina, en los últimos tiempos, tiene grandes deficiencias en sus producciones novelísticas. Pero esto parece enorgullecer. Podríamos decir que estas novelas se asemejan cada vez más a las producciones brasileñas o venezolanas. Hay un regocijo en la constante repetición de historias con poco sustento, desprolijas y mal actuadas. Se preguntarán qué tendrá que ver esto con la película. Mucho, créanme. Este fenómeno que se da en la televisión con las novelas, se expande, de alguna manera, al cine nacional. Hay un reconocimiento por parte del público de ciertos actores. Pero no hay un criterio de calidad de actuación. Aparece entonces un espectro de actores conocidos a los que directores, tanto de televisión como de cine, recurren sabiendo que con ellos asegurarán una parte del público. Ya, desde ahí se nos habla de la calidad de la película. ¿Qué director que piensa que su idea es buena puede llamar a actuar a Gonzalo Heredia? Se pueden dar oportunidades, hay actores que sorprendieron, pero hay otros que es sabido que se tendrían que haber dedicado a otra cosa. Me parece absurdo creer que el público argentino quiere ese tipo de producciones. Son argumentos que muchas veces han funcionado como excusa para no poder llegar a construir buenos materiales. Pero también esta falta de ideas llamativas y renovadoras de este aire viciado tiene que ver con la óptica de los directores o productores de cine argentino. Como ya hemos dicho en otras instancias, se juega con la indulgencia. Parece ser que los argentinos nos tenemos que conformar con eso, porque el cine nuestro “es así”. Y es ahí donde surge el peor de los resultados de estas malas producciones: sea habla del cine argentino como uno. Se le anula, así, la oportunidad a varias películas, que tienen una menor economía o directores menos conocidos, de poder hacer la diferencia. Porque nos llega, en definitiva, un cine del consumo, películas “mírela y tírela”. Se pierde, en esa mirada, al cine como arte y se lo coloca de la mano del entretenimiento vacío de contenido. Omisión es otra de esas películas pasatistas: uno puede recorrerla e irse sin nada nuevo. Nos presentan nuevamente algo masticado, donde todos nos vamos con una misma opinión porque no hay nada que pensar. No hay un desafío que haga jugar nuestra experiencia y saque a luz varios significados. Pero además de incurrir en esta falla de base, Omisión tiene efectos contrarios a los que se propone. No hay una verosimilitud posible, ya que el público no puede evitar reír -aunque lo que se intente es generar un clima de suspenso y drama- al ver a Gonzalo Heredia llorando sin que se le caiga una lágrima; viendo a Fernanda Callejón hablando de sus problemas con el psicólogo de manera exagerada y poco creíble; o siendo testigos de las caras y poses “hombre malo, muy malo” de Carlos Belloso. El director y guionista Marcelo Páez Cubells nos ofrece una película que trabaja sobre dos vertientes pero que no sabe aprovechar ninguna. Por un lado, presenta un policial -si se quiere decir-, pero que no tiene un sustento porque las historias que lo cimientan resultan vagas y poco llamativas. La segunda vertiente, que podría haber sido más interesante pero que tampoco lo logra, se da en paralelo al policial, siendo constituida por la vida en el barrio y el lugar de esta nueva figura que surge en nuestra sociedad: “el cura villero” (Heredia). Pero la temática se toca de forma superficial. No aparece una verdadera crítica social a las desigualdades, sino que el cura se presenta como una persona “buena” que les da plata a los pobres y que lucha contra personas “malas”. Esta dicotomía que se encara deja afuera todo posible análisis social que se pueda hacer de estas figuras que están produciendo un cambio en la mentalidad de instituciones tan ortodoxas como la Iglesia. Si sumamos a lo antes mencionado las escenas mal fundamentadas y un guión poco desafiante, quedamos delante de una de esas películas que lo único que hace es traspasar la producción novelística argentina al cine.
Cuando se enfrentan el amor, la fe y un crimen En esta oportunidad podemos apreciar esta historia que se encuentra protagonizada por un gran elenco: Carlos Belloso, Eleonora Wexler, Lorenzo Quinteros, Marta González, María Fernanda Callejón, Gonzalo Heredia (un gran año en cuanto a lo laboral, en teatro “El Don de la Palabra” y comienza “Mis amigos de siempre” en televisión) , Gonzalo García Luna, entre otros; y al frente de la misma el director, guionista y productor Marcelo Paez Cubells (40), cuenta con su propia productora: "De Mente Producciones". Este es un Thriller que contiene suspenso, un poco de policial negro y drama. Los principales personajes son: un sacerdote “Santiago Murray” interpretado por Gonzalo Heredia, un psiquiatra “Patricio Branca”, interpretado por Carlos Belloso y una asistente de fiscal “Clara Aguirre” interpretada por Eleonora Wexler. Una pequeña introducción innecesaria citando componentes de la Iglesia Católica; luego todo comienza con el regresó de Santiago Murray a Buenos Aires después de diez años de ausencia, ahora es sacerdote, se instala en la parroquia del barrio que lo vio crecer, allí se encuentra el párroco Carlos (Lorenzo Quinteros), en un personaje poco aprovechado. Con el transcurrir del relato sabemos que Santiago vivió en Europa, algo sucedió en su vida que lo llevó a cambiar, lo notamos como se comporta frente a los chicos del barrio, con los problemas que estos deben enfrentar a diario, entre otras situaciones. Por otro lado está el psicólogo Patricio Branca, quien escucha a diario los problemas de cada uno de sus pacientes y a raíz de esto lo lleva a quebrarse, comienza a sufrir una fuerte crisis, siente que no puede ayudar y para corregirlo toma la decisión de eliminar a todos aquellos pecadores. Un día aprovechándose del sigilo sacramental de Santiago le confiesa los crimenes que ejecutó y los próximos, se ve envuelto en una terrible encrucijada. Todo esto le da entrada al personaje de Clara Aguirre (Eleonora Wexler), la ex pareja de Santiago, a cargo de la investigación de los crímenes. Ahora el Sacerdote debe guardar el secreto de confesión y no puede denunciarlo, se encuentra rodeado de serios debates, de situaciones extremas, como hace para salvar a las víctimas, se envuelve en una terrible encrucijada, lleno de tentaciones, también hay otros conflictos y todo se va transformando también en un thriller psicológico, con cierto dramatismo. Algo similar ocurría en un clásico del cine “Mi secreto me condena” (1952), de Alfred Hitchcock; "Secreto de confesión"(2012), de Henry Rivero; entre otras. Belloso logra construir un gran personaje, sus miradas, su frialdad, cinismo, como se mueve, una interesante composición; Wexler (Actualmente en “Vecinos en guerra”, con proyectos para Cine y Teatro) una gran actriz, no logra tener demasiada química con Heredia y prácticamente se pasa todo el tiempo dando demasiadas explicaciones; Heredia, un sacerdote de buen corazón, no se asemeja al sacerdote que trabaja en las villas; lleno de buenas intenciones que se dejó hasta la barba; Marta González y Fernanda Callejón defiende bien su personaje. Una estupenda fotografía y el acompañamiento musical, entre otros rubros técnicos, los diálogos a veces resultan innecesarios, todo se va desarrollando marcando los días que transcurren, en su narración encontramos varios errores (los chalecos de la policía y los vehículos, la escena de un crimen donde quien intenta investigar deja el lugar lleno de huellas, entre otras. Posee algunos giros acertados y a través del flashback se revelan todos los secretos y con un final que resulta algo apresurado termina explicándose todo.
Thriller sin tensión Algunos directores elaboran los guiones de sus películas. A veces, esa doble tarea llega a gran puerto. En otras instancias, puede que existan detalles que se podrían haber arreglado mejor. Otra alternativa es que las interpretaciones no acompañen armoniosamente al conjunto y a la idea en sí. Omisión tiene mucho de esta última opción, combinada con la segunda, y por eso no termina nunca de encontrar un rumbo preciso. La historia nos remite al regreso de Santiago Murray (Gonzalo Heredia) a Buenos Aires tras unos cuantos años en el exterior. Siente la necesidad de ayudar, por lo que oficia de cura. Del otro lado, un psiquiatra apellidado Branca (Carlos Belloso) que, cansado de oír a sus analizados, decide actuar por cuenta propia intentando subsanarse y de paso barrer con todo aquello que percibe como sucio en la gente, llevando a cabo una serie de crímenes. Conocedor del tema, desembucha su testimonio ante nuestro protagonista, sabiendo que lo que en su rubro obra como secreto profesional, en la religión tiene el mismo valor de confidencialidad. El film nos introduce en una suerte de persecución entre Murray y Branca, dos personajes antitéticos pero similares en cuanto a sus limitaciones a la hora de sacar a la luz lo que han escuchado de sus pacientes/penitentes. Ambos pecan de omisión, pero sólo uno de ellos es quien realmente sufre por no traspasar esa barrera que le permita delatar e intentar impedir una cadena de asesinatos. No se puede negar que el planteamiento, la trama o la concepción que pretendía concebir Marcelo Paez Cubells es interesante, al menos desde la teoría. Pero en el pase a la verdad, a la práctica, al rodaje, Omisión falla en varios aspectos: en su manso y en demasía pausado ritmo; en las encarnaciones poco convincentes de las personalidades elegidas para recrear las escenas; y en el poco aporte de la banda sonora al emplearse una musicalización baja, intransigente, que no asiste ni coopera con la lentitud de las secuencias para darle mayor grado de nerviosismo o suspenso. Si en un thriller flaquean los condimentos esenciales, como la intriga y la tensión, difícil resulta que tome vuelo y enlace al espectador. LO MEJOR: la idea, el inteligente planteo desde lo teórico. Belloso cumple. LO PEOR: las actuaciones, de lo peor de la película. No hay misterio, no tiene punch, resulta demasiado plana. PUNTAJE: 5
LA GRACIA CARA Un concepto del pastor y teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, de su obra El precio de la gracia, sirve de título para esta nota sobre Omisión (2013), película del realizador argentino Marcelo Páez Cubells. La asociación se justifica por analogía: Bonhoeffer ejerció como pastor y teólogo, pertenecía a la iglesia confesante alemana, su pensamiento y acciones han sido importantes para la teología contemporánea, su vida de coherencia y seguimiento lo llevó al encarcelamiento en 1943 y a morir ejecutado en 1945 por oponerse activamente a Hitler. Su importancia histórica le valió Agente de gracia (Bonhoeffer: Agent of Grace 2000) un film de Eric Till coproducido por Canadá, Alemania y Estados Unidos, inspirado en su biografía, que merecería ser visto para dialogar con Omisión. En Omisión el padre Murray (Gonzalo Heredia) aparece como si estuviera preso de sus decisiones. Él consagró su vida a Cristo con el sacerdocio pero la manera en la que vive su entrega tiene características que coinciden con una mirada casi luterana de la gracia, es decir un punto de vista en donde el hombre por sí mismo no puede hacer nada para divinizarse. En una escena situada en el nudo del relato, Murray persigue a un penitente que le ha confesado asesinatos, quiere entrar a una casa en la que presume que su penitente va a matar a alguien. Como si fuera prisionero de una cárcel, se agarra de los barrotes de la reja de una ventana y su cuerpo adopta esa gestualidad harto vista en el cine de ir y venir tomado de los barrotes, como si la fuerza ejercida sobre ellos fuera a abrirlos para poder pasar y liberarse. Ese plano medio muestra su sensación para con el ministerio (sacerdocio) que debe ejercer y aquí tiene lugar la relación con el otro pastor alemán. Murray cae en lo que el otro pastor llama la gracia barata. La gracia es el don que Dios hace de sí mismo y el efecto de ese don en el hombre. Es una relación, un encuentro, una ruptura de espacios estancos en los que lo divino y humano permanecerían incomunicados. Ese compartimento estanco está representado en Omisión por el confesionario. Allí acude el penitente para que el sacerdote oficie de médico no de juez, médico en el sentido de que ayude a sanar ese vínculo dialogal que se ha roto, para que lo guíe hacia la ruptura del compromiso con la situación del mal, haciendo que se descentre de sí mismo y se libere de lo que lo esclaviza. Todo esto no lo cumple Murray, ya que él está ensimismado, olvida que los pecados no se le confiesan a él como hombre (sino a toda la comunidad-iglesia a Dios) y ejerce como juez. Murray se mueve en la lógica de la gracia barata ya que olvida que el seguimiento sin Jesucristo la elección personal de un camino, se vuelve algo ideal, quizá martirial, pero un camino que carece de promesa. La llamada al seguimiento debería crear una existencia nueva (gracia cara), si es encaminada al martirio que sea haciendo honor a lo que la palabra misma significa: testigo. Que la muerte sea la del hombre viejo, dando paso al hombre nuevo, pero no una instancia que clausure el ser y no lo catapulte a una eternidad en esplendor.
Quien esté libre de pecado… Es un drama religioso? ¿Es un thriller psicológico? ¿Es un policial con suspenso? El argentino Marcelo Páez Cubells se metió con una temática compleja para lanzar a las salas su ópera prima, y logró (a mi criterio) un muy buen resultado. Por razones desconocidas para el espectador, el Padre Santiago Murray (Gonzalo Heredia), regresa a Buenos Aires luego de estar alrededor de 10 años en el exterior. Su presencia agita el barrio, y unos pocos fieles vuelven a ser testigos de sus breves homilías. Todo marcha bastante normal, hasta que un hombre se confiesa con él, y le cuenta que cometerá cuatro asesinatos seguidos. Al principio la ira de Santiago exclama que no lo absolverá de esos pecados, pero rápidamente se da cuenta que tampoco puede hacer nada… El secreto de un sacerdote es como un puente que comienza allí y termina en Dios; sin interferencias. A este joven Padre no le quedará otra que pensar mucho, y rápido, tratando de descifrar si existe manera alguna de evitar esos asesinatos, sin corromper ni su nombre, ni su entrega a la Iglesia de Cristo. Mientras tanto; la cuenta regresiva. El reloj y el calendario corren, y algunas pruebas de que ese misterioso hombre hablaba muy en serio, comienzan a aparecer. Ya no se trata de elegir si actuar o dejar pasar, cuando la ley llama, pero… ¿A qué ley hacerle caso? Así es como lo terrenal y lo divino, se encuentran en un punto sin inflexión aparente. Para agregarle más problemas a este servidor del Señor, la abogada a cargo de los casos es un amor de su juventud. sddefault La labor estilo ‘Sherlock Holmes’ que tiene Heredia en este nuevo film, se aleja demasiado de cualquiera de sus trabajos anteriores y corresponde a momentos cumbres de la historia, en los que el director alcanzó lo mejor de sí. Completan cartel Eleonora Wexler y Carlos Belloso, como principales exponentes; muy naturales ambos, como es su costumbre. La película tiene una elaboración sencilla, lo cual hace que lidie con los momentos más dramáticos de una manera bastante natural y realista. El secreto profesional es un ‘problema’ con el que algunas personas trabajan, sin embargo, no suele implicar mucho más que cerrar las persianas de la mente y regresar a casa como si no hubiesen escuchado nada. Ahora, ¿qué pasa cuando ninguna de las opciones que tenés a mano es la correcta? Omitir también es un pecado… EL PECADO DE LA OMISIÓN. Qué lindo es ser parte de un desarrollo cinematográfico local, en constante crecimiento y poder ver películas con historias que plantean dilemas inteligentes, con actuaciones correctas y un final más que apasionante. Esperemos que el director siga apostando a las producciones de buena calidad y sobre todo a relatos ricos, porque por más efectista que uno pueda ser, o por más cartel que uno pueda armar, sabemos que no hay calidad donde no hay una historia como la gente. Recemos para que este nuevo talento del cine, no omita su necesidad de hacer cine
Es 14 de diciembre, y Santiago (Gonzalo Heredia) observa el calendario. Sabemos lo primero, pero no por la acción mencionada. Es porque los constantes carteles temporales invadieron el borde inferior derecho de la pantalla por suficiente tiempo como para que hasta el espectador hundido en el balde de pochoclo entienda el punto. Sin embargo, el sacerdote sigue mirando las semanas. El 10 del mismo mes, el psicólogo Patricio (Carlos Belloso) se le confesó, casi con alegría, sobre un doble asesinato que cometió, el primer acto monstruoso de una serie de homicidios que se reanudará cada cuatro días. Si son veloces, sólo les bastará con estas últimas líneas para notar la importancia de la primera fecha. Pero, al parecer, Santiago necesita analizar la agenda por un minuto, enfocándose tanto en el objeto que sostiene que uno casi podría decir que lo penetra con los ojos. Todo esto, una construcción de intriga de aproximadamente un minuto, para anunciar lo que la sala entera ya conoce: el asesino va a atacar ese día. Puede parecer una escena menor, pero ese breve fragmento resume las pretensiones de Omisión (2013), un thriller que frustra en las formas que presume ser distinto a los demás, cuando en realidad está hundido en el convencionalismo. No es que no tenga un mal planteo inicial, de todas formas. Arrancando, el film se centra en estos dos personajes, o más bien, en como encajan en la sociedad moderna. No hace falta entrar demasiado en como cada día, millones de personas se entregan a otra fuerza para buscar una salida a sus dilemas. Por supuesto, la institución clásica es la religión, por la cual gente puede aprovechar la ventaja moral de la fórmula; ejemplo siendo el catolicismo, en el cual por una confesión y un número de rezos, la infracción sale de los registros. Pero en los últimos siglos, el giro brusco hacia la fe en la ciencia dejó con el rol de descargo a las pastillas y a los psiquiatras, que vuelven la desaparición de la culpa interna un servicio comparable a pagar las cuentas. Con tanto descargo, pocos piensan en los roles de la gente detrás de la respuesta, personas que deben mantener un voto de silencio, sin importar las atrocidades que oigan. Por eso, el argumento prometía un interesante enfrentamiento de estos dos lados de la moneda, jugando con las restricciones morales que tocan día a día. afiche-horizontaafiche Pero no, en realidad todo termina siendo una excusa para otro juego de gato y ratón con una premisa de alto concepto: esencialmente, el conflicto de Santiago entre denunciar los crímenes y colgar los hábitos, o no romper el sigilo sacramental y cometer la omisión del título. Esto funcionó antes, como prueba el film de Alfred Hitchcock cuyo nombre local adorna la cima de esta crítica. Y hay algunos temas clásicos del maestro del suspenso en la obra del escritor y director Marcelo Páez Cubells (cuyo único otro crédito de relevancia es el guión del film de Boogie, el aceitoso), quien tiene una buena mano para la puesta en escena, pero que a la vez no confía en que la audiencia entienda este relato de otro crimen perfecto. Es por eso que su producción se baña en obviedades, siendo clichés narrativos o estilísticos. Hay desde melodramas sobre chicos perdidos en la vida de las villas hasta amores no correspondidos, e incluso suena un tema en piano que se escurre cada vez que aparece una escena emocional, que casi empuja a la gente a pensar “Acá me debo sentir alegre/melancólico/triste” (es multiuso), como esas instrucciones que le dan al público con el que se graban ciertas sitcoms. Este es el mundo que habitan Santiago y Patricio, el ambiente que los arrastra como si fueran marionetas. Es que no hay consistencia, ya sea en el tono de la película (que varía entre el policial comercial y el exploitation) o en los personajes, que sufren del control omnipotente: en otras palabras, no actúan por sus personalidades o las acciones de quienes los rodean, sino porque el guión lo ordena. Esto lleva a inconsistencias y muchos momentos de incredulidad, como una (algo graciosa) escena donde los dos protagonistas, conociendo el uno sobre el otro y sabiendo que ambos ya conocen sus intenciones, se encuentran en el diván del doctor. Si uno espera un choque de verdades, va a salir sorprendido. No, se hablan como si nunca se hubieran conocido, pero a la vez tiran pistas de lo que están haciendo. ¿Por qué? Porque se necesita esta escena de tensión aún si no tiene sentido y, de nuevo, el guión lo ordena. En el medio de todo, los actores quedan con la tarea de levantar los cimientos y, por la mayor parte, salen bien. Escondiendo su figura de galán de telenovela detrás de la sotana y una barba bien crecida, Heredia es competente como el sufrido hombre de Dios, aunque su interpretación es atacada por lo chato que es Santiago, básicamente un blando santo. Mejor le va al siempre magnético Belloso, quien nunca deja de ser un placer al hacer de un sociópata en acción, aún cuando su Patricio se va de los rieles en el tercer acto. Por desgracia, no corre con la misma suerte Eleonora Wexler, quien es desperdiciada en un papel de interés amoroso/receptora y emisora de exposición. Su malgaste es un símbolo de la forzadez y obligatoriedad que arrasan con la producción. Y es una lástima ver que esto no funcione, porque de verdad se necesitan más proyectos argentinos de este tipo de géneros en los grandes cines (como probaron exitosamente Diablo y Hermanos de sangre). Lamentablemente, aún siguen resultando películas como Omisión, que encima de perder, pecan de soberbias.
"Omisión" es una buena película argentina que te va a tener intrigado hasta el final. Gonzalo Heredia, Carlos Belloso y Eleonora Wexler, deslumbran dentro de este thriller. La tensión sexual entre Heredia y Wexler es una de las joyitas de "Omisión", y a mi parecer, las escenas en las que aparece Eleonora, son las mejores (sin desmerecer al resto). Situada en un barrio de clase media baja, los personajes, bien delineados, se mueven muy cómodos dentro de la historia, y uno - como espectador -, llegado un punto de la película, no sabe si ponerse del lado del Cura o del asesino. Interesante planteo que nos hace Marcelo, su director, y que espero disfrutes en el cine.
La idea de este policial es la siguiente: un cura no puede decir lo que sabe, que un psiquiatra comete crímenes. Y su ex novia -de antes de ser sacerdote, obviamente- es fiscal e investiga los crímenes. Algo así como Mi secreto me condena, de Hitchcock, pero en versión argentina. Tiene buenos momentos pero también muchos demasiado expositivos, como si no se confiara en la capacidad del espectador.
Thriller reflexivo Hay una reflexión central en “Omisión” que trasciende su llegada a los cines como nueva muestra de cine de género nacional, con estrellas y producción apabullante. La película pone en contradicción las elecciones éticas con la formación profesional; un corrimiento que tiene que ver con lo que cada persona hace con su vida desde el lugar que le toca tomando en cuenta la diferencia entre lo justo y lo debido. Menuda propuesta la de un film que se para fuerte y que con este eje temático, emparentado con un contexto religioso, se convierte en objeto de interés automático. ¿Qué hay en “Omisión” más allá de este componente? Eso que decía: una película de género -un thriller con tintes policiales en este caso, sobre un cura que vuelve a su barrio luego de muchos años y un hombre en el confesionario le revela una serie de asesinatos que cometerá-, hecha y tratada sin dudas con los instrumentos del cine pero que por los actores y por su formato capitular se siente televisiva. El protagónico recae en Gonzalo Heredia, un actor que no parece encontrar la redención aunque trabajo no le falté. La tele lo condenó –interpretemos el verbo con ambigüedad- como galán y su paso por el teatro fue discreto y con más bajos que altos. Sumando al combo a Joaquín Furriel, que hace poco estrenó “Un paraíso para los malditos”, la pregunta que podría hacerse es si estos actores ‘dan’ para cine, y en qué se basaría esa respuesta, positiva o negativa. Creo que ambos galanes tomaron el camino de los matices únicos en estas incursiones fílmicas. Furriel por el lado del tipo duro y Heredia con un aire acomplejado. Con Furriel yo esperaba más, pero los intentos de Gonzalo son merecedores de respeto, porque hace lo justo y elige descansar en la labor de sus compañeros, aunque uno sobresalga más que otro. Algo se aprende en Pol-Ka. Hablemos de Carlos Belloso. Entrega la actuación más cinematográfica del elenco porque hay que reconocer que, en papel, los tres protagonistas (cura resignado, psicólogo enfermizo, abogada con corazón roto) tienen historias con densidad cinematográfica; pero es Belloso el único que logra darle cuerpo y vida a eso. Eleonora Wexler también sale perdiendo, principalmente porque lo que la define es algo que la película deja a un lado. El interés romántico, elemento fundamental en la trama de la mayoría de los thrillers, en “Omisión” no tiene verdadero peso. La cuestión del formato capitular es un eco de lo que sucedió con “Séptimo”. Si no fuese por su componente reflexivo, la ópera prima de Páez Cubells podría pasar por un capítulo de miniserie. Es cierto que esto también le pasa a Hollywood; no todas las películas logran salirse de esa trampa. De todos modos, en la construcción de un cine de género nacional hay que seguir reforzando los mismos lugares. Que se sepa que estamos en un barrio en Argentina. Aquí son pocos los elementos y personajes planteados para construir ese verosímil. Si vamos al caso, “Un paraíso para los malditos” resolvía esta traba usando pocos escenarios. Claro que también hay que revisar bien “Un oso rojo” (el film protagonizado por Furriel cita en cierto modo al de Caetano) y el cine de Fabián Bielinsky, sumando a Damián Szifrón en el cóctel, para acercarse a un cine de género que no descuide lo local –lo lamento, pero “El secreto de sus ojos vuelve a aparecer en esta discusión-. Volviendo a la veta reflexiva de la película, me gustó también el lugar que le da a los grises. La posibilidad de pensar que aunque nadie merezca morir, tenemos que saber quién es cada persona y entender que quizá algunas no serán extrañadas o que su paso por el mundo no fue el más honorable. Y destaco que “Omisión” no esté pensada y realizada ‘en pose’ (algo de esto mencioné en mi crítica de “Un paraíso para los malditos”). Marcelo Páez Cubells modera la ambición, se asume realizador de género y si bien su carta de presentación no logra ser un ‘relojito’ (los thrillers suelen dar esa impresión) tiene dilemas morales reales que no se sienten fuera de lugar.