Si bien la idea de la historia es simpática, no la supieron aprovechar bien, y en vez de haber relatado buenas y divertidas situaciones sobre lo que les sucedía a estos dos hombres en sus siete días de libertad, se basaron más en los...
La comezón del séptimo año (y del décimo film) Con Amor en juego, los hermanos Farrelly generaron un inconveniente: hasta ese momento, su filmografía, rica en freaks de toda índole, venía enriqueciéndose, complejizándose, ingresando en zonas inexploradas de la propia comedia, haciendo, en definitiva, del humanismo una bandera. El inconveniente que planteó Amor en juego fue el siguiente: ¿Cómo se continúa por la vía de lo freak sin perder humanidad ni originalidad? Ahí la respuesta la dio ya no el código de un género visitado por los hermanos (la comedia romántica) sino la decisión de convertir a lo freak en un tono, en una actitud y no en un elemento determinante físico o psíquico de un género puntual. De esa forma, tirando la pelota hacia delante, los Farrelly concebían una película que tenía tanto de encargo como de inquietud de un cine personal. Poco tiempo después llegó La mujer de mis pesadillas y ahí, por primera vez en casi una década de establecimiento de una forma de hacer comedia, el cine de los hermanos comenzaba a reciclarse -conducta habitual pero nunca tan explícita en la obra del dúo- pero quizás lo peor es que comenzaba a resignar humanidad y visión problemática del mundo en función de la efectividad de los gags (elemento que la emparienta con la problemática Loco por Mary). En esa encerrona -y tras la postergación del tan ansiado proyecto sobre Los tres chiflados- tiene su punto de partida el proyecto de Pase libre, que pareciera ser una proclama, un cruce de caminos con una proposición: cambio y adaptación a otros tiempos o persistencia en lo mismo y olvido. El resultado es lo mismo pero empeorado: muchos gags, pocas personas, poco mundo, desprecio (elemento que estaba en la ya mencionada Loco por Mary). Lo notable es que la película casi no realiza el más mínimo esfuerzo por darle a cada personaje entidad de algún tipo, sino que son meros estereotipos con cargo de conciencia (y autoconciencia de su estereotipación: dato no menor en una película fallida sobre los estereotipos) aquellos que ocupan el centro: dos cuarentones algo sexópatas que extrañan los “buenos y viejos tiempos” y obtienen una suerte de carta blanca, durante una semana, para hacer lo que quieran con las mujeres, con la aceptación de sus esposas, que ven en la saciedad de ese deseo (aunque afuera de la pareja) la recuperación de sus maridos a un tipo de sexualidad de pareja más adulta. Pase libre, es además, una extraña combinación y versión libre de ¿Qué pasó ayer? y La comezón del séptimo año, en la que aparece un segundo problema: a la falta de freaks, a la ausencia de humanismo (o, en todo caso, a la presencia de un humanismo culposo y no uno libertario), se le suma un giro de un conservadurismo sorprendente, que recuerda, inclusive, a las peores decisiones del imaginario pequeñoburgués de cierto cine de Judd Apatow, en espacial Virgen a los 40 años, en donde el tópico del crecimiento y el abandono de actividades “juveniles” parece ser la salida para muchos personajes. En esa decisión conservadora, los Farrelly ya no sólo pierden su propio norte (sobreactuado en la reaparición de escatologías de todo tipo), sino que abandonan a sus personajes, los dejan a la deriva de un aprendizaje forzado. En medio de ese abandono, el moralismo del matrimonio monogámico como principio de construcción de la pareja, la defensa irrestricta de la familia y, por último, la deshumanización de la sexualidad (en otras películas el sexo se vivía sin culpas pero con humor, aquí el sexo es garante de cierto malestar): en definitiva, una antítesis de todo lo que construyeron en los últimos 15 años. Dentro de la obra de los Farrelly, Pase libre es un retorno a lo conocido, pero empeorado, como una sucesión de poses y pasos de baile sin vida. En el medio, sin embargo, hay grandes actores que buscan sostener con su propio carisma lo que la película no les entrega, que es carácter, originalidad, calidez y al mismo tiempo complejidad, inquietud, molestia con el lugar que les toca ocupar (en tanto personajes). En este sentido, resulta brillante e ilustrativo el plano final con la resistencia a la confesión y la última frase, en boca del talentoso Sudeikis. Ese timing para romper un tempo y un modo de la resolución parece ser el antídoto que los mismos directores inoculan a cada película: nunca ser previsibles, siempre encontrar algo que nos quite de lo común, lo reconocible y que el humor sea el centro reparador de tanta miseria del mundo. Pero aquí llega tardísimo, en el último segundo. Extraño y decepcionante: la miseria vino aquí de parte de los mismos padres de la criatura, que la dejaron atrapada en un atolladero sin salida moralista, previsible y poco efectivo, algo letal para cualquier comedia inteligente, algo que Pase libre, definitivamente, no es.
Los Chicos solo Quieren Divertirse Los Farrelly han regresado. Esta noticia no siempre resulta agradable, tengo que admitir. Lo cierto es que el humor de los hermanos, directores de Tonto y Retonto, e Irene, Yo y mi Otro Yo no es demasiado de mi gusto. Admito, que algunos gags tienen su ingenio, pero el nivel de estupidez de sus personajes a veces, puede llegar a exasperar. Por otro lado, sigo pensando que la película más odiada por los críticos, pero al mismo tiempo, más exitosa de su carrera, Loco por Mary, sigue siendo, mi película preferida de ellos. Llámenlo empatía o puro regodeo, pero aún hoy es la única película de su factoría que la vuelvo a ver y me sigo riendo. El universo Farrelly está compuesto por un abanico de personajes idiotas, inúties, imbéciles que ciertamente, parecen ser un reflejo del estadounidense promedio, de clase media, soñador. Los Farrelly, a diferencia de los Coen, no se creen intelectuales y ridiculizan a sus monstruitos de las formas más desagradables, escatológicas posibles. El mensaje subliminal es que todos los hombres somos bestias, dominados por impulsos, calentura y bajos instintos. Al contrario, los Farrelly elevan la inteligencia y suspicacia de las mujeres, mostrándolas menos superficiales que los hombres, aunque también, resulta irónico, buscan para tales personajes, actrices rubias de ojos claros, prototipos de “belleza”, fetiches hitchcoianos. En defensa de los Farrelly, tengo que decir que son autores natos de comedia. El tema de las apariencias, de no juzgar a las personas por discapacidades (mentales o físicas), diferencias raciales, belleza externa es de lo que se nutre su filmografía. Que ahora, estos temas “importantes” estén desarrollados o disfrazados en guiones pobremente escritos, previsibles, con gags no siempre efectivos, obvios, moralistas y con mensaje conservador (al menos, en lo que respecta al estigma familiar) es otra cosa. Ni hablar de lo convencional y poco imaginativas que son visualmente sus obras. Pero la estética y el arte no son prioridades de Bobby y Peter. Ni se molestan en aclararlo. Ellos son observadores de la sociedad media californiana, y sobre esa mirada construyen sus personajes. Su principal atributo por otro lado es el buen ojo que tiene para los castings: ambos fueron los que realmente convirtieron en “estrellas cómicas” a Jim Carrey y Ben Stiller, elevaron de categoría a Cameron Diaz, demostraron que Richard Jenkins es uno de los actores secundones más volátiles que existen, confiaron que Matt Damon y Gregg Kinnear pueden ser hermanos siameses burlándose de ellos mismos, y que una actriz prestigiosa como Gwyneth Paltrow podría ser pareja de Jack Black. No hay protagonista de comedia de los Farrelly que no funcione. Y eso es un hecho. Pase Libre, regresa a los hermanos al terreno de la comedia tonta y escatológica más pura. Tras las decepcionantes La Mujer de mis Pesadillas y Amor en Juego, esta vez nos devuelven a protagonistas obsesionados con el sexo, pero aprisionados… por sus esposas. Rick y Fred (Wilson y Sudekis) son dos maridos fieles, supuestamente, felices con sus respectivos matrimonios. El problema es que ambos no dejan de fijarse en mujeres atractivas de la calle, fantaseando con ellas y al mismo tiempo, lamentando estar casados. Maggie y Grace (Fischer y gran regreso de Christina Applegate) sus esposas, no los aguantan, y seguidas por el consejo de una amiga veterana, les dan un pase libre del matrimonio. O sea, por una semana, ellas se van de viaje, y les dejan a sus maridos la oportunidad de que las “engañen”… con su permiso. Esto es festejado no solamente por ellos, sino también por sus amigos. Durante esa semana, ambos se darán cuenta que ya no están tan en forma para “levantar” mujeres como pensaban. Apelando a chistes fáciles, los Farrelly empiezan a construir su maquinaria humorística. Drogas alucinaciones, masturbación, materia fecal; nada de esto puede estar ausente de una comedia Farrelly, y es en estos aspectos en los que la película logra sus momentos más efectivos. El ingenio que no está puesto en la estructura, sino en la creación de algunos gags y de los personajes. El punto más elevado lo pone la aparición de Cockley, un mujeriego cincuentón, experto en levantes, que en la piel del gran Richard Jenkins (Visita Inesperada) termina siendo un personaje inolvidable. El mayor problema de Pase Libre, acaso es su mensaje conservador. Los Farrelly se contradicen con lo que en primer lugar pretendían criticar: una pareja no funciona sin que haya un poco de libertad a la hora de fantasear con otros cuerpos. Ciertas cursilerías y explicaciones innecesarias del final, terminan arruinando incluso algunos muy buenos gags. Como dije anteriormente, los directores siguen teniendo buen ojo para el casting: Owen Wilson está en su salsa, tiene la libertad para llevar su personaje patético al extremo del burdo. Por otro lado, Jason Sudekis (reconocido por Saturday Night Live) logra gran química con Wilson, teniendo a su cargo los mejores gags. Después hay varios aciertos secundarios (la australiana Nicky Whelan cumple correctamente su rol de “chica sexy”) y Fischer y Applegate son muy convincentes como las mujeres de los protagonistas, que al final no son tan inocentes como aparentan. Pase Libre dificilmente sea la mejor película, pero tampoco es la peor de los Farrelly. Tiene momentos genuinamente divertidos que remiten (salvando las obvias distancias) a los Marx, Los Tres Chiflados (el gran proyecto de sus vidas), Billy Wilder o Abbot & Costello. Recomiendo ir a la sala sin demasiadas pretenciones, fijarse en la forma indiscriminada, injustificada y obvia de mostrar o hacer mensión a las compañías multinaciones más famosas de los Estados Unidos, y por supuesto… asistir con un amigo. Definitivamente no es una buena elección para ver en pareja. Aunque puede dar buenas ideas para mejorar las relaciones.
Solteros por una semanita Dos amigos tienen “permisos” de sus esposas en esta discreta comedia. Los hermanos Peter y Bobby Farrelly han sido precursores -con películas como Tonto y retonto, Loco por Mary y Amor ciego - de un tipo de comedia hollywoodense de creciente éxito últimamente, combinando humor físico, chistes un poco gruesos y personajes masculinos algo frágiles y bastante conflictuados. Sin embargo, ese modelo de comedia fue evolucionando (los filmes de Judd Apatow y de Adam McKay, películas como ¿Qué pasó ayer? , entre otras), y los hermanos han quedado un poco como reliquias de un pasado reciente. Recuerdos de la década del ‘90. En su décimo largometraje, Pase libre , los Farrelly no dan grandes señales de renovar su repertorio ni su estilo. Al contrario, creen que volviendo a sus orígenes lograrán refrescarse. Y no es del todo así: Pase libre , comparada con ¿Qué pasó ayer? , por ejemplo (película con la que tiene varios puntos en común), deja aún más en evidencia sus limitaciones. Es apenas un entretenimiento pasable, menor, que nunca cobra ritmo ni convence del todo con sus situaciones. Rick (Owen Wilson) y su amigo Fred (Jason Sudeikis, de la sitcom 30 Rock y el show humorístico Saturday Night Live ) son casados, pero no pueden evitar hablar de otras mujeres y mirarlas al pasar por la calle, para el fastidio constante de sus respectivas esposas. Después de un par de confusas situaciones, y agotadas las mujeres (Jenna Fischer y Christina Applegate) de la “baba” de sus maridos, ellas deciden -por consejo de una amiga, que asegura que a ella le funcionó muy bien- darles a ambos el famoso “pase libre”. ¿En qué consiste el asunto? En que durante una semana ambos podrán actuar como si no estuvieran casados, hacer lo que quieran con otras mujeres, y ver cómo les va. Ellas suponen que ellos idealizan su soltería y que, en la práctica, las cosas no les van a resultar tal como imaginan. El tema es que ellas también se toman su propio “pase libre” del matrimonio y, casi sin proponérselo, las cosas les empiezan a salir mejor que a ellos. Las situaciones cómicas y patéticas (con varios ejemplares del humor “grueso” de los Farrelly en, literalmente, toda su dimensión) se apilan y la proporción de éxito, digamos, apenas roza el 50 por ciento. El “recorrido” de los personajes (especialmente, el de los masculinos) se ve venir desde el principio y los gags no son lo suficientemente graciosos como para justificar del todo el viajecito. Sin embargo, el filme tiene sus momentos, y la mayoría son producto de las chicas y los romances que terminan encontrando. Y un buen aporte hace la bella actriz australiana Nicky Whelan (como una posible candidata de Rick), aunque no necesariamente en términos actorales... Sin encontrar del todo el rumbo, los hermanos Farrelly descansan en las chispas que puede sacar el siempre imprevisible Wilson. Pero acá son pocas, muy pocas. Es de esperar que en la ya muy demorada adaptación de Los tres chiflados , los Farrelly puedan volver a encontrarse con lo mejor de su cine. ¿Será posible todavía? ¿O ya es demasiado tarde? «
Los Farrelly no se venden A lo largo y ancho de casi dos décadas, Bob y Peter Farrelly pasaron de la sonsera hilarante de esos dos nenes en cuerpos de adultos de Tonto y retonto (Dumb & Dumber, 1994) hasta este par de amigos con una semana de libertad matrimonial de Pase libre. Lejos de un anclaje en el habitual puritanismo en las comedias norteamericanas –las que se estrenan en Argentina: aún esperamos verlo a Will Ferrell en pantalla grande-, los hermanos forjaron una filmografía que madura junto a ellos. Pase Libre (Hall Pass, 2011) sigue esa tendencia manteniendo su estilo inalterable. Rick (Owen Wilson) está hastiado de la rutina matrimonial. Ama a su mujer y es feliz con sus hijos, pero no puede evitar empalagarse los ojos con cuerpos femeninos ajenos a su universo. Algo similar le ocurre a su mejor amigo Fred (Jason Sudeikis, una de las nuevas caras de SNL). Sienten impotencia por su estado civil. Están convencidos de que, solteros, tendrían una capacidad de conquista admirable. Es así que sus esposas (Jenna Fischer y Christina Applegate) deciden irse y otorgarles el pase libre del título, una suerte de virtual soltería durante siete días para validar (o no) sus dotes de galanes. Los hermanos Farrelly forjaron una filmografía amalgamando la tontería y subrepticia maldad de sus personajes con la incorrección política y artística abundante en escatología y groserías gratuitas. Sin embargo, sus últimos films se han desplazado hacía donde muchos -Adam Sandler y su Spanglish (2004) y Click (2006), la inminente Una esposa de mentira (Just Go with It, 2011) felizmente patea el tablero- recalaron para hacer de su cine otrora anárquico e irreverente uno más formal (no en el sentido artístico y técnico, sino en el moral) que toma el matrimonio como el fin de la diversión y la inmadurez, a la institución familiar como punto máximo de sus criaturas. Vale pensar en el relegación del beisball del personaje de Jimmy Fallon en pos de su novia en Amor en Juego (Fever Pitch, 2005), o el viaje de ida de Ben Stiller en La mujer de mis pesadillas (The Heartbreak Kid, 2007), donde contrapesa una relación brutalmente desesperanzadora frente otra más luminosa. Es notable cómo ambos operan de forma similar, buscando el cambio y la aceptación del matrimonio como acto inminente (¿e inevitable?) en sus vidas. Pase Libre va un paso más allá: los personajes ya están con la sortija, encorsetados en la rutina, presos de sus familias, y anhelan una vuelta al jolgorio adolescente. Ok, se parte de una resignación y falta de lucha poco común en las comedias. Pero se la tuerce ni bien acceden al pase. La pareja protagónica opera con un libertinaje pocas veces visto en el cine Farrelliano: se drogan, comen, patean todas y cada unas de las reglas establecidas no por el mundo actual, sino por el que ellos creen vivir. El error sobreviene allí, cuando son los mismos personajes quienes no entienden un mundo por demás actual y con reglas propias. En esa discordancia subyace el punto desmitificador de las principales críticas que recibe la película. Pase Libre no es una oda al matrimonio ni una película conservadora ya que lo toma como desconector y aislante, como creador de un metamundo hogar adentro. Si quisiera entronizar el formalismo y castigar la inmadurez, mostraría infidelidades que se preservan en un poco inocente fuera de campo. Para eso montan un dispositivo a medida, propia de la factoría. Así, mientras otros buscan cooptar público escondiendo su sabiduría bajo la alfombra para cooptar más audiencias alrededor del mundo (Tina Fey y Steve Carell en la correcta pero despersonalizada Una noche fuera de serie (Date Night, 2010), Katherine Heigl en la pésima y golpebajista Bajo el mismo techo (Life as We Know It, 2010), los hermanitos vuelven a enarbolar la bandera de la incorrección y la incomodidad puritana. Por eso cuando parecía encaminarse hacía un happy ending común y miles de veces recorrido, los Farrelly ponen en el personaje de una Jason Sudeikis una línea final de antología, muestra fiel de que él y su amigo quizá sí han logrado la maduración emocional, pero no la mental: ellos fueron, son y posiblemente serán inmaduros. Los Farrelly los muestran tal como son. Ellos no se venden.
La estupidez viene en envase de comedia. ¿Acaso alguien ha decretado alguna vez, y yo por supuesto no me he enterado, que la comedia debe ser absolutamente funcional a términos morales estupidizantes y hasta engañosos y contradictorios? ¿O acaso lo que Aristóteles llamó, refiriéndose a este género, como el “arte de lo grotesco”, fue excesivamente malinterpretado por la mayoría de las sociedades que le sucedieron, sobre todo la actual? Está bien, está bien. Sabiendo esto de antemano, podemos prepararnos. Podemos tranquilizarnos, comprar Pop Corn, una Coca, entrar a la sala “a pasar el rato”, reírnos en algunas situaciones, deleitarnos con el desfile de siliconas (Alyssa Milano se re zarpó, vamos), sentir lástima por un par cuarentones y su patética nostalgia e intento de revivir las viejas épocas de “iupi! bariló, bariló”, para terminar presenciando un discurso que si bien arrancaba disfrazado de “liberador de la jaula sacral llamada matrimonio”, acaba transformándose en “yo soy cristiano, voy a misa los domingos, me acuesto temprano, no tomo ni fumo, y ni en sueños se me va a ocurrir separarme de mi mujer, ni dejarla por otra”; y finalmente salir de la sala sintiendo pena y un poco de bronca por lo estrepitosamente bajo que cae la comedia actualmente o por lo subestimado que se torna este género al caer en manos de directores como los hnos. Farrelly. Ya de por sí, confieso que cualquier obra de esta dupla no es de mi agrado. No, ni siquiera Locos por Mary. Y menos ahora, en esta suerte de “American Pie para cuarentones casados con hijos” (ya que lo mencionamos, es más interesante Al Bundy en su respectiva comedia antes de esto). Y justamente, es tan análoga a la recordada comedia adolescente, que me gusta pensarla como la continuación. En efecto, hipotéticamente: luego de American Pie: La Boda, donde por más que se presentara como un culto al reviente, a las fiestas locas adolescentes, la masturbación, la pérdida de la virginidad, las famosas M.I.L.F., la orgía y demás, acaba con un protagonista que se casa con la misma mujer con la que perdió la virginidad (¿acaso la película estaba financiada por el Vaticano? ¡Oh casualidad! me hace acordar al cura que sonaba la campana en Cinema Paradiso, ¿será que el corte final acá lo tuvo el Papá?) resulta que a este hombre (Owen Wilson), tiempo después, ya casado y con un par de chicos, le empieza a picar el bichito de su olvidada y supuestamente adolescencia y luego de insistirle a su mujer, logra que esta le otorgue un ridículo pase libre para, supuestamente “hacer lo que se la da gana” y volver a izar la vieja y oxidada (y probablemente inexistente) bandera de pirata. Por supuesto, de a ratos la película hace reír, pero sin embargo la risa que provoca no viene dada por una construcción de situaciones entre los personajes o de un trabajo de desarrollo dentro de los mismos, sino con diálogos impostados artificialmente en sus bocas, chistes fáciles, situaciones repentinas e insólitas (¿probablemente se recuerde sin problema a la mujer estornudando en la bañadera, verdad?) y sobre todo el continuo ridiculizamiento gratuito del adulto promedio. Es decir, lo que Rodolfo más arriba menciona como un logro de los Farrelly el lograr burlarse sin pruritos de sus personajes, sin necesidad de tintes intelectuales ni artísticos; yo lo tomo como una forma de banalización, cosificación y normalización de la problemática adulta en torno a, quizás, la crisis de los cuarenta. El decirle a este adulto que se quede tranquilo, que no haga lío, que por más que su mujer no le responda en la cama ni se le ocurra buscar otra porque está absolutamente obsoleto en terreno de levante, más que comedia es un dispositivo de represión disfrazado de tal. Ojo, con esto no estoy diciendo que estos temas, por ser serios, son imposibles de ser tratados dentro de este género. En lo absoluto. ¿O acaso nadie vio Marley y yo, con el mismísimo Owen Wilson, donde con la excusa del perro se hace un recorrido cómico de la problemática de la familia, la adultez, la redención, la pareja, etc. sin necesariamente caer en lecciones morales facilongas y rapiditas? Con lo cual imposible no es. Pero por supuesto, es más fácil banalizarlo todo y listo. Nos quedamos tranquilos que el cura seguirá tocando la campana y salvándonos de caer en la tentación.
En los ’90, los hermanos Peter y Bobby Farrelly cambiaron la manera de hacer comedia. Ya en su ópera prima, Tonto y Retonto, quedaba muy claro el estilo: protagonistas extravagantes pero tiernos y enamoradizos (siempre de mujeres hermosas), y toneladas de humor escatológico. Los Farrelly no temían hacer chistes sobre los fluidos corporales que se imaginen y con personajes gordos, enanos y discapacitados físicos o mentales. Su tercer film, Loco por Mary, los consagró a nivel mundial y se convirtió en una desopilante oda a la incorrección política, además de una influencia para comedias venideras (la saga de American Pie, especialmente). Sus siguientes películas fueron menos guarras y más románticas —Amor Ciego, por ejemplo—, y si bien son buenas, ninguna superó a aquella joyita con Ben Stiller y Cameron Díaz. Pase Libre tampoco logra estar siguiera a la altura de Loco por Mary, pero es una muestra de que los Farrelly volvieron al terreno de las guarangadas cinematográficas. Rick (Owen Wilson) no deja de mirar mujeres. El problema es que está casado y tiene dos hijos. Harta de la situación, la esposa (Jena Fischer) decide darle un pase libre. ¿Lo qué? Una semana para que Rick pueda sacarse las ganas de acostarse con quien se le antoje y así darle aire nuevo al matrimonio. Pero el bueno de Rick no estará sólo: Fred (Jason Sudeikis), un viejo amigo con sus propios problemas conyugales, recibirá otro pase libre. Ambos retomarán sus andanzas de juventud descontrolada, a pura noche, alcohol, drogas y, sobre todo, sexo. Pero descubrirán que no resultará fácil recuperar aquellas costumbres. Como decíamos, en esta película los Farrelly retoman los elementos escatológicos y atrevidos por los que se hicieron famosos. Para que se den una idea, hay planos de penes (el pene de un negro, exactamente, lo que reafirma el archiconocido mito de los negros) y un repugnante “estornudo”. Pero más allá de las simpáticas asquerosidades, la historia es acerca de cómo las personas, una vez que llegan a una etapa de estructura social y familiar —lo que suele llevar a la rutina y el aburguesamiento— extrañan épocas más alocadas e impredecibles. Pero también muestra que, llegada a determinada edad, uno descubre que no está para ciertos trotes, que es difícil comportarse como un muchacho de veinte a los cuarenta años, que no hay con qué darle a la madurez. Una secuencia que ilustra esto a la perfección se da cuando los protagonistas van a hacer la previa a un restaurant, y al terminan de comer, quedan tan llenos que prefieren irse a acostar. Owen Wilson es el actor perfecto para el papel de Rick: el tipo muere por revolcarse con otras mujeres, pero también es un hombre sensible y medido. Un rol que parece reflejar la vida real del comediante de la nariz torcida, ya que de tiempos oscuros pasó a formar una familia. Jason Sudeikis se complementa muy bien con Wilson: su Fred es impulsivo, más decididamente sexópata, y sus arrebatos lo llevarán a pasar momentos terribles para él... pero graciosos para el público. Tampoco se quedan atrás los amigos freaks del dúo, sobre todo Gary, interpretado por el inglés Stephen Merchant (actor y productor de la versión británica de la serie The Office). Christina Applegate, quien encarna de la esposa de Fred, sigue demostrando que nació para hacer comedia. Nicky Whelan es Leigh, la cafetera de la zona y objeto de deseo de Rick. Pero quien se roba sus escenas las pocas veces en las que aparece es Richard Jenkins. El actor nominado al Oscar por Visita Inesperada hace de Coakley, un señor mayor de hábitos nocturnos (un viejo fiestero, bah), que lo sabe todo sobre mujeres y no dudará en aconsejar a Rick y a Fred. Sin ser genial, Pase Libre les alegrará el momento y los llevará a pensar en aquellos años de locura in(sana) junto a vuestros amigos y amantes. Ahora, a esperar el próximo proyecto de los Farrelly: la demorada película de Los Tres Chiflados.
Pase libre a la diversión Pase Libre es el buen resultado de muchas películas que lo intentaron y no lo lograron, como Solo para Parejas y Son Como Niños, en donde las historia ponen a prueba a los adultos y loc colocan en un lugar de liberación de las obligaciones y de la rutinas. Pase Libre La historia comienza con una apacible toma de la casa de Rick y señora, donde se lo ve melancólico observando las fotos de su juventud. Mientras, la convincente Jenna Fischer hace las tareas domesticas. La realidad que vincula a estos amigos, Rick (Owen Wilson) y Fred (Jason Sudeikis), es que luego de estar casados por muchos años, sienten que las relaciones amorosas han perdido protagonismo y el calor de hogar ha enfriado el terreno sexual. Cuando la pareja comienza a mostrar signos de contrariedades en sus casas, las esposas (Jenna Fischer y Christina Applegate) realizan un audaz planteo para revitalizar sus matrimonios dándoles un PASE LIBRE: una semana de libertad para hacer lo que ellos quieran, sin hacer preguntas. Si bien al principio, suena como un sueño hecho realidad para Rick y Fred, luego descubrirán que sus expectativas de la vida de solteros no tenían mucho que ver con la realidad. La película cuenta con muy buen ritmo y con diálogos reales, aunque sobre el final ocurran situaciones catastróficas, nada es demasiado exagerado y convencerá al espectador. Enredos, locura, vínculos peligrosos y reflexión son los condimentos predominantes en este film que seguramente será bien recibido por el público mayor de treinta, que mirará con otros ojos los tiempos de adolescencia.
Babosónicos Rick y Fred son amigos, algo así como Pedro y Pablo de los Picapiedras pero más boludos. Ambos están casados, enamorados, tienen un buen pasar pero no están del todo satisfechos con sus matrimonios. Rick se da vuelta a mirar cuanto culo se le cruza, con su esposa al lado, y Fred acostumbra a masturbarse en el auto cada vez que su mujer se niega a tener sexo. Con este panorama, entre otras situaciones que no develaremos, sus mujeres deciden entonces tomar una decisión final para salvar sus relaciones: darles a sus maridos un pase libre durante una semana para que se comporten como si fuesen solteros y así se saquen las ganas de una vez por todas. Y ahí van nuestros pavotes amigos a vivir la vida, o al menos a intentarlo. Los Farrelly llevan su humor al extremo, ajenos a cualquier sutileza, grotescos, escatológicos y capaces de generar algunas carcajadas luego de bombardear al espectador con gags a repetición. La fórmula no es novedosa para quien guste de este tipo de filmes. Hay un poco de todo lo que ya se ha visto desde "Colegio de Animales" hasta "¿Qué Pasó Ayer?". Con un trasfondo moralizante, guión desparejo mas buenas actuaciones, "Pase Libre" es un entretenimiento a medida para espectadores nada exigentes en materia cinematográfica.
Un film que intenta hacer reír con bastante mal gusto y pocos aciertos Por más que les pese a sus detractores -casi tanto como alegra a sus seguidores-, los hermanos Peter y Bobby Farrelly tienen un lugar ganado en la comedia de Hollywood de las últimas dos décadas. Conocidos como los reyes del humor de inodoro, los hermanos también son cultores de historias donde la ternura de los personajes protagónicos es inseparable de su condición de perdedores y descastados. Así sucedía en Loco por Mary, Irene y yo... y mi otro yo y Amor ciego, entre otras. Mirando films como Virgen a los cuarenta de Judd Apatow o ¿Qué pasó ayer? de Todd Phillips es evidente la influencia de los Farrelly en la comedia norteamericana contemporánea, tan interesada en mostrar a hombres en estado de perenne adolescencia. Claro que del perfecto equilibrio entre la inocencia y el cinismo de los siameses de Inseparablemente juntos al dúo amigos en el centro de Pase libre mucha agua -cloacal- pasó bajo el puente de los Farrelly. Sólo como un homenaje malogrado a su propio estilo puede explicarse esta comedia que utiliza la rutina de dos matrimonios de años para poner a los amigos Rick (Owen Wilson) y Fred (Jason Sudeikis) frente a lo que parece el arreglo de sus vidas. Hartas de mirarlos mirar a otras mujeres con el deseo que ya no parecen sentir por ellas, sus esposas Maggie (Jenna Fischer) y Grace (Christina Applegate) les ofrecen una semana de libertad en la que los hombres podrán hacer lo que quieran sin cuestionamientos ni consecuencias. Como es de prever, lo que comienza con la realización de una fantasía evoluciona -involuciona, en realidad- en una seguidilla de planes fracasados y egos magullados. Situaciones sin demasiada gracia, pero con muchas chanchadas que casi consiguen reducir al mínimo el enorme carisma de Wilson y Sudeikis. De hecho, tal vez los momentos más incómodos de una película repleta de chistes escatológicos sean los que muestran al siempre cool Wilson como un viejo verde babeándose por una chica a la que dobla en edad. Entre los integrantes del grupo de amigos que observan fascinados la supuesta libertad de Rick y Fred se destaca Stephen Merchant, el socio creativo de Ricky Gervais en The Office y Extras , que aporta algo de frescura a un guión bastante rancio. Que las esposas del par de tarambanas sean tanto mejores -más lindas e interesantes- que las mujeres que terminan rodeándolos funciona como una moraleja que ni las más blancas comedias de Hollywood se atreven a transitar.
Honestidad y humor verde Los hermanos Bobby y Peter Farrelly gozaron de un enorme éxito durante la década del ´90 con una seguidilla de comedias desquiciadas y súper escatológicas que dejaron huella en el género, específicamente hablamos de Tonto y Retonto (Dumb & Dumber, 1994), Loco por Mary (There´s Something About Mary, 1998) e Irene, Yo y Mi Otro Yo (Me, Myself & Irene, 2000). Pero la decadencia sobrevino de inmediato bajo la forma de propuestas que limitaban los decibeles y pretendían incorporar las distintas vertientes de los dilemas románticos a la misma estructura de siempre basada en el humor verde y la sensibilidad. Podríamos afirmar que los señores padecen el “complejo de los comediantes maduros”, léase conocimiento previo del público de todos los remates e innegable cansancio por parte del dúo de directores. De hecho, no se los puede acusar de no haber intentado un cambio de rumbo ya que a ello apuntaban las desparejas Osmosis Jones (2001), Amor Ciego (Shallow Hal, 2001), Inseparablemente Juntos (Stuck on You, 2003) y Amor en Juego (Fever Pitch, 2005). El problema principal es que su carrera en términos de calidad fue en declive, llegando a un subsuelo digno -aunque subsuelo al fin- con sus dos últimas realizaciones. Ni La Mujer de Mis Pesadillas (The Heartbreak Kid, 2007) ni la presente Pase Libre (Hall Pass, 2011) constituyen regresos con gloria o productos relativamente equilibrados como los anteriores, aún con sus defectos. El cine de los Farrelly siempre fue contradictorio: mientras que a nivel ideológico es bastante conservador, en lo que respecta al contenido y los aspectos formales suele ser un tanto radical para el “Hollywood promedio”. Sus primeros trabajos proponían un caos controlado que funcionaba de maravillas dentro de los parámetros que guiaban la trama, así el corazón se mezclaba con los genitales y las heces. En algún punto el sistema se vino abajo y sólo quedó en pie el clasicismo para con los vaivenes morales; hoy los toques groseros no generan risas y hasta se sienten demasiado forzados (quizás son esos “rasgos estilísticos” que muchos artistas se ven obligados a incluir por automatismo y/ o para no defraudar a su séquito de aduladores). La historia en esta oportunidad es muy simple: Rick (Owen Wilson) y Fred (Jason Sudeikis) obtienen de sus esposas Maggie (Jenna Fischer) y Grace (Christina Applegate) ese “pase libre” del título por una semana fuera del matrimonio para disfrutar con otras mujeres sin reproches. Como de costumbre tratándose de una película de los hermanos, las moralejas pasan por la proverbial estupidez del macho y la perspicacia casi natural de la hembra: ellos acumulan fallidos y ellas aprovechan el período de libertad. El film cuenta con un comienzo promisorio, está construido con honestidad y pone en el tablero algunos tópicos interesantes relacionados con las crisis, los hijos y la incomunicación en la pareja. Si bien se agradece la participación de Richard Jenkins, hay que reconocer que la obra derrapa feo de mitad hacia delante cuando pretende bombardearnos con detalles chabacanos que ya no asustan a nadie.
A casi 20 años de Tonto y Retonto es indiscutible que los hermanos Farrelly le cambiaron la cara a la comedia. La revolución Farrelly estaba en esa estupidez y escatología extremas, sí, pero también en darles a personajes siempre relegados (sobre todo a los discapacitados) una igualdad inusitada en el trato cinematográfico. La comedia americana volvió a cambiar, Apatow mediante, y los Farrelly parecen tratar de adaptarse a estos nuevos tiempos. Pase libre queda a mitad de camino entre ese universo tan personal de los cineastas y un –cada vez más común en Hollywood- mundo de adultos en crisis por no poder abandonar la adolescencia. En esos grandes chistes sobre heces, sexo oral, marihuana, piropos de levante y, sobre todo, muchas colas y pechos, los Farrelly demuestran que, aún saliendo del lugar en el que suelen moverse, la comedia siempre estará en la naturaleza de los cineastas.
Escatología social estilo Farrelly Bros. Injustamente acusados de misóginos, los creadores de Loco por Mary y Amor ciego vuelven a poner en juego un humor de tintas recargadas, pero que pinta cuestiones maritales de manera mucho más certera que varias películas consideradas “serias”. No son las comedias dramáticas del cine estadounidense, chorreantes de respetabilidad, sino las más impresentables, las que desde hace un tiempo se vienen haciendo cargo, de modo extremo, de la clase de cuestiones de pareja que llevan a la gente al psicólogo. Tanto Aquellos viejos tiempos (Old School, 2003) como Un loco viaje al pasado (Hot Tub Time Machine, 2010) abordaban el infantil deseo de un grupo de cuarentones de volver a los dorados tiempos del secundario. Las locuras de Dick y Jane (2005), ¿Qué pasó ayer? (2009) y Una noche fuera de serie (Date Night, 2010), el caos que acecha tras la apariencia de perfecta estabilidad matrimonial. En lo que puede considerarse un regreso al salvajismo de Loco por Mary o Amor ciego, en Pase libre los hermanos Farrelly dan, a uno de los asuntos favoritos de toda esta línea de películas –el del matrimonio como tumba del deseo– un tratamiento que, tratándose de quienes se trata, no podía ser sino de choque. El pase libre del título es el que dos esposas deciden concederles a sus respectivos, para que durante una semana hagan lo que se les cante. Teniendo en cuenta que Rick (Owen Wilson, con marcas del mal momento que atravesó un tiempo atrás) no puede dejar de darse vuelta cada vez que una chica le pasa al lado, ni siquiera cuando va del brazo de su mujer, y que la falta de deseo de la suya obliga a Fred (el por aquí desconocido y muy buen comediante Jason Sudeikis, proveniente de Saturday Night Live) a masturbarse noche por medio en su 4x4, se entiende que “lo que se les cante” quiere decir “encamarse con todo lo que se les cruce”. Una amiga canchera (la veterana Joy Behar, que merecería una película para ella sola) les sugirió la idea a Maggie (esa gran comediante que es Jenna Fischer, conocida por la serie The Office y ninguneada por Hollywood) y Grace (Christina Applegate, inolvidable hija promiscua de Casados con hijos). La idea de fondo no tiene un pelo de tonta: que se demuestren a sí mismos que están a años luz de los sátiros que creen ser y que después vuelvan mansitos a comer de la mano de mamá. A pesar de que su humor de vestuario haya llevado a más de uno a acusaciones de misoginia hechas en piloto automático, cuando Bobby y Peter Farrelly prenden el ventilador no apuntan la caca en un solo sentido. La desparraman democráticamente. El sol de Cameron y los planetas machos que giraban a su alrededor, en Loco por Mary, Jim Carrey yendo detrás de la chica del título en Irene, yo y mi otro yo y Jack Black alucinando que un fenómeno de 200 kilos era Gwyneth Paltrow (en Amor ciego) demostraban que los Farrelly tendrán muchos pelos, pero ninguno de misóginos. Aquí, mientras esos Homeros que son Rick, Fred y sus amigos se pasan las noches comiendo comida basura hasta reventar, quedándose dormidos o mirando a una chica hot (la australiana Nicky Whelan, verdaderamente hot) sin saber qué hacer, sus Maggies fiestean sin culpas con los miembros de un equipo de béisbol. Desde La comezón del séptimo año en adelante (incluso para atrás, si se piensa en las llamadas “comedias de rematrimonio” de los ’30 y ‘40), a lo que lleva esta clase de recreos sexuales no es, desde ya, a matrimonios abiertos ni nada parecido, sino a una simple pero sanísima recarga de pilas matrimoniales. Quien busque modelos de familia alternativos hará mejor en apuntar fuera de Hollywood, y por muy de autor que sea, Pase libre sigue siendo una película de Hollywood. Si es muy buena, más allá de cierta baja de tensión en su último tercio, no es sólo por la altura con que trata temas y personajes –los Farrelly combinan como nadie bajos instintos y alta estima– sino por el vale todo que se permite, su infrecuente salvajismo cómico y la sabiduría en la elección del elenco. En términos estéticos la película es tan tosca como todas las de los hermanos, con unos encuadres cualesquiera y una luz tan dura y pareja como ya no se ve ni en Canal 9. En verdad, Pase libre no es simplemente tosca: es fea. Sería ridículo que no lo fuera, teniendo en cuenta las cosas que pasan: un señor casado que además de masturbarse en su auto saca previamente “fotos mentales” a las chicas lindas para su “banco de pajas”, una chica que durante una cita amorosa se hace caca encima (pero no con un quejido, sino con un estallido), un hombre rescatado de un desmayo, en un sauna, por dos tipos cuyos pitos –uno de ellos de tamaño baño– cuelgan al lado de su cara. Teniendo en cuenta que sus protagonistas son, como siempre en el cine de los hermanos F, la más crasa representación del “americano medio”, esa crasitud deja de ser un simple mal gusto adolescente por el pis y la caca, para elevarse a la condición de escatología social. Pero no es que Peter & Bobby odien o desprecien el mundo que muestran, como sucede con otra pareja de hermanos (los Coen). Véase la mezcla de calidez, complicidad y respeto con que tratan a todos sus personajes, empezando por Maggie y Grace y alcanzando un pico de la más contagiosa camaradería en el grupo de amigos de los protagonistas, entre quienes descuella el británico Stephen Merchant, socio creativo del gran Ricky Gervais.
La crisis de los 40, el amor y el absurdo, todo unido gracias a los hermanos Farelly. Rick (Owen Wilson) y Fred (Jason Sudeikis) son dos amigos que bordean los cuarenta, están casados con dos bellas mujeres (Jena Fischer y Christina Applegate) y tienen una vida tranquila. Pero hay algo que los puede: el sexo. Las relaciones en la cama con sus esposas últimamente no están andando bien y, si bien no las engañan, sus ojos y sus pensamientos parecen vivir en cada una de las chicas, no tan chicas y veteranas que pasan por la calle con un buen cuerpo. Esto hace pensar a Maggie y Grace (las esposas) que en cualquier momento sentirán calor en sus frentes, y una bella cornamenta saldrá para adornar su cabecita. Por eso, y aconsejadas por una amiga, deciden darles un pase libre: una semana sin compromisos en la cual podrán hacer lo que quieran con quién quieran, y ellas no preguntarán absolutamente nada de lo que pasó durante esos siete días de soltería. Mientras las mujeres se van con los chicos fuera de la ciudad, y a su vez, también comienzan a percibir los dulces de la soltería. Y Los hombres, claro que si, deciden utilizar este permiso concedido e intentarán vivir la semana más loca de sus vidas junto a sus amigos. Pero el tiempo pasa, y hoy no son las mismas personas que solían ser veinte años atrás. Ahí se darán cuenta que sus esposas son más de lo que ellos pensaban y, además, también deberán afrontar el duro golpe que representa el inevitable paso del tiempo. Pase Libre (Hall Pass, 2011) es la nueva película de Bobby y Peter Farelly, los responsables de Loco Por Mary, Tonto y Retonto, Amor Ciego y tantas otras comedias que marcaron épocas. En esta ocasión, los hermanos se enfrentan a la adultez y a todo lo que los hombres creen (creemos) que pueden (podemos) hacer, pero que en realidad no son más que fantasías creadas por el mismo ego o por el recuerdo de tiempos pasados. Críticos, ácidos y, sobre todo, muy cómicos, los Farelly vuelven, más que a contar, a retratar. Muestran la cara más fea del hombre, y la muestran disfrazada de parodia, pero quienes sean honestos saben que todos tenemos algo de Rick y/o Fred en nosotros. Porque son arquetípicos y casi cliché, y todos los lugares comunes guardan algo de verdad. En definitiva, Pase Libre no es una comedia más, sino que es una comedia más de los Farelly, con todo lo que ello representa. Levantan la vara una vez más y marcan el camino para todos los que vienen después de ellos. Pero los impulsores, los que se atreven y los que ponen la cara para el mimo o el golpe, son ellos. Un aplauso, entonces, para los comediantes más audaces de Hollywood.
Contando en su curriculum con dos de las mejores comedias de los años 90s (Tonto y Retonto y Loco por Mary), los hermanos Farrelly, a costa de su humor de inodoro, se ganaron el título de reyes del humor de mal gusto, aunque a menudo inteligente y, por sobre todo, ácido. Así desfilaron por su filmografía pequeñas joyitas como Kingpin (con Woody Harrelson en uno de los mejores papeles de toda su carrera), otros divertidos pero irregulares asaltos al buen gusto (Irene y yo y mi otro yo, Inseparablemente Juntos) y esporádicas explosiones melosas (Amor Ciego, Fever Pitch). Hasta en la animación supieron darse el gusto los hermanitos (Osmosis Jones) y luego, a partir de ahí, todo fue barranca abajo: a la ya devaluada fórmula de los chistes gruesos se sumaron guiones mediocres, y el resultado fueron las dos películas más decepcionantes de su otrora interesante carrera: La Mujer de mis Pesadillas (The Heartbreak Kid) y ahora ésta, Pase Libre (Hall Pass), acaso el punto más bajo que pudieron alcanzar. La sencilla historia gira en torno a dos cuarentones babosos, Owen Wilson y Jason Sudekis, que devoran con su mirada culos y tetas de todo tamaño y tipo por igual, y no reparan en que quizás, del otro lado de la cama estén sus esposas preguntándose si algún día esta actitud adolescente va a terminar. La posible y ridícula respuesta llega de boca de una amiga en común, con una solución tan absurda como improbable que es, por supuesto, el disparador de la película: una segundad oportunidad, con etiqueta de "pase libre", para que los hombres recuperen su supuesta hombría y puedan saciar, aunque sea por una semana, su apetito de machos cabríos que sus mujeres en teoría les supieron quitar. Lo obvio sucede, como no podía ser de otra manera, cuando los leones descubran que parecen más bien gatitos con uñas desafiladas, y las mujeres, por su parte, consigan más éxito del cual siquiera hubiesen podido imaginar. Entre chistes de pedos y vulgaridades varias, esta vez con mal timing para la comedia, el guión se deshace en escenas olvidables y banales que se vuelven redundantes a medida que se acumulan sin hacer avanzar el relato hacia ninguna parte. Una de dos: o los Farrelly se quedaron sin ideas, o estuvieron viendo demasiadas repeticiones de los Midachi en Crónica TV. Esperemos que sea lo segundo, puesto que con un buen zapping se pasa y, quién dice, en una de esas en otro canal están dando alguna de las primeras películas de Kevin Smith, otro colega del palo que con el tiempo parece haber perdido el rumbo.
Los Hermanos Farrelly según pasan los años Si la Nueva Comedia Americana (NCA) está instalada cómodamente y hasta generó un canon que casi todo el mundo acepta, con películas como Tres es multitud (1998, Wes Anderson), El hijo del diablo (Steven Brill, 2000), Zoolander (Ben Stiller, 2001), Virgen a los 40 (Judd Apatow, 2005), Supercool (Greg Mottola, 2007) o Cómo sobrevivir a un rockero (Nicholas Stoller, 2010), sólo para nombrar unos pocos títulos y realizadores, los hermanos Peter y Bobby Farrelly bien pueden ser considerados pioneros en la renovación del género con Tonto y retonto (1994), Loco por Mary (1998), Irene y, yo... y mi otro yo (2000), Inseparablemente juntos (2003) y La mujer de mis pesadillas (2007). Ahora bien, si la NCA se asienta en una visión del mundo donde todo puede y debe ser objeto de la carcajada más liberadora, de una risita irónica o al menos de una sonrisa involuntaria, buena parte de su efectividad se basa en la creación de personajes y relatos que tiene que ver con los problemas a la hora de crecer, ya sea con adolescentes en tránsito hacia el mundo adulto o como adultos que se niegan a ser tales. Este es el caso de los protagonistas de Pase libre, un par de cuarentones obsesionados por el sexo (que casi no practican), rebosantes de fantasías sobre el excitante mundo que se despliega puertas afuera de su hogar (y que desconocen) y que definitivamente se sienten presos y agobiados por el matrimonio y sus respectivas familias (que por cierto, apenas registran). Y ahí llega la carta blanca, el punto fuerte del film: las esposas del patético dúo les otorgan una semana de libertad para que los muchachotes busquen chicas, para que hagan lo que quieran y vuelvan a casa satisfechos y felices. Estos elementos, aunque transitados desde siempre por la comedia de todos los tiempos, bien podrían ser abordados perfectamente por los Farrelly y encuadrarse de manera natural en la NCA. Sin embargo, la película es apenas una sucesión de gags hilvanados por una narración de trazo grueso, que ni siquiera se ocupa de delinear ni darle grosor a los protagonistas –Owen Wilson, Jason Sudeikis, Jeena Fischer, Christina Applegate, todos extraordinarios comediantes–, con un incómodo costado conservador donde el sexo se vive con culpa puritana, los tips escatológicos están fuera de lugar y el humanismo, que camuflado detrás de tantos personajes freaks le dio entidad a la obra de los realizadores, aquí brilla por su ausencia.<
Hay un diálogo interesante en Pase libre, uno que deja en evidencia que Peter y Bobby Farrelly no son meros exhibidores de escatologías, sino que piensan los materiales con los que trabajan. Allí Maggie (Jenna Fischer) le dice a Rick (Owen Wilson) que le dará el vendito pase libre para que se tome una semana sin los compromisos del matrimonio, tiempo en el que podrá hacer lo que quiera. Libertad total. Libertad que, por otra parte, demostrará que la constante genitalidad de exhiben en sus diálogos tanto Rick como su amigo Fred (Jason Sudeikis) no es más que el resabio de una adolescencia tardía, y que expuestos al desenfreno descubrirán su infantilismo. Lo que dicen los Farrelly ahí -o al menos intentan- con la autodefensa que elabora el personaje de Wilson es sincerarse y reflexionar sobre las guarradas constantes que han sido eje de su cine, y demostrar que las mismas son parte y no un excedente; que pueden ser constitutivas y no un mero recurso, un manotazo de ahogado. En cierta forma, Pase libre retoma lo expuesto en Irene, yo y mi otro yo, sobre la deformidad conviviendo en equilibrio insano con la normalidad. Pero si Pase libre termina siendo apenas una comedia discreta, es porque por empezar el humor está aguado, la deformidad ha dejado lugar a una ligera incomodidad, y fundamentalmente porque si el objetivo de esta búsqueda es el conservadurismo que exhibe el final, los pedos, los vómitos y las genitalidades se confirman como una broma onanista y pierden su sentido político. Entiendo que los Farrelly se han hecho famosos por un par de errores: ni Tonto y retonto ni Loco por Mary son películas satisfactorias -mucho menos la segunda, que me irrita considerablemente-, pero fueron un laboratorio en el que trabajaron los elementos que posteriormente enriquecerían la superficie de sus comedias. Irene, yo y mi otro yo -su gran obra- e Inseparablemente juntos (una joya no muy conocida es Kingpin) confirmaron que había algo atractivo allí, un universo que recurriendo a las más extremas humoradas de tocador podía explicitar un mundo en el que bajo la normalidad se alimentaba la monstruosidad. Y no sólo la escatología podía ser inteligencia, sino que además la insistencia en los personajes discapacitados o con alguna deformidad representaba una declaración de principios: la humanidad estaba en aquello que, para los parámetros oficiales, se distanciaba efectivamente de los cánones de belleza o sociabilidad. No había corrección política porque la deformidad no era sólo exposición física, sino comprensión real y registro sobre el que se desfiguraban las propias ficciones. En Pase libre hay una primera instancia llamativa: no hay deformidad explícita. Salvo el encargado de un café, un personaje que es un síntoma y una incomodidad constante, los Farrelly deciden que aquí lo feo sea un comportamiento social: el misógino que no para de mirarle el culo a toda mina que pasa, el que se la pasa hablando de sexo, el que parece vivir constantemente frustrado porque no puede encamarse con todas las minas que se le cruzan, y que culpa de todo al matrimonio. Y luego, quieren que esa fealdad sea un tono, una forma de transitar la narración. Obviamente, porque si no no habría conflicto, hay un aprendizaje y el mismo tendrá que ver con cómo estos fulanos descubren que aquello que deseaban no era más que un mito y que la verdad está ahí, al lado, en su casa. Eso lo sabemos más o menos desde que empezamos a ver la película, así que lo que nos interesa es todo lo que hay en el medio, en cómo llegan estos tipos a aceptar la vida marital por sobre la libertad absoluta. Y ese es el principal inconveniente no sólo del film, sino en este caso -y sobre todo- de la comedia. Se podría decir que el problema de Pase libre es congénito, ya que los Farrelly caminaban aquí sobre un territorio demasiado peligroso como para no salir dañados. Antes que nada, debemos señalar una cosa: allá por los 90’s, cuando se hicieron famosos llegaron para retorcer la comedia mainstream, uniendo dos puntos que hasta entonces estaban distantes, la comedia romántica con el humor escatológico. Sin embargo algo pasó en el camino y su cine dejó de interesarle al gran público. Y en todo este tiempo, el camino perdido por los Farrelly fue ganado por Judd Apatow y su banda, más sensibles pero también menos rabiosos. Paseo libre, pues, debe ser interpretada entonces como una forma de los Farrelly de reactualizar sus texturas pero aplicándolas al cine Apatow, mucho más preocupado en cómo se da la maduración de sus personajes. La experiencia de Pase libre es frustrante porque los hermanos pierden -tal vez por primera vez- el sentido de su propio cine: la escatología nunca fluye en paralelo con las situaciones ni con los personajes, sino que aparece para generar incomodidad y violentar cualquier lazo que puedan entablar los protagonistas con posibles intereses sexuales. Así la frustración constante de Rick y Fred no es real, sino que es la que los directores y guionistas deciden que tiene que ser. Hay una maldición constante, que hace del sexo algo ingrato si no es en la pareja. Si bien los Farrelly parecen conscientes de esto y hasta juegan sobre el final a desacralizar el rematrimonio, no logran darle real fuerza al concepto y nunca como antes los lugares comunes de la comedia romántica (el género sobre el que siempre han trabajado) se les vuelven en contra. En todo caso, de los dos matrimonios que centralizan la atención en Pase libre, el más interesante es el de Jason Sudeikis y Christina Applegate ya que ambos están más dispuestas a correr los límites, y de hecho son menos cristalinos más ambiguos que la pareja Wilson-Fischer. No de gusto, los Farrelly -inteligentes como son- deciden terminar con ellos el film, en un diálogo que resume mejor la deformidad de los directores que la hora cuarenta que transcurrió antes. Incluso, si uno se queda unos minutos en la sala luego de que empiezan a rodar los créditos finales, encuentra ahí sí la película que fue a ver: un pequeño corto con Gary, uno de los amigos de Rick y Fred, que es una exhibición veloz y salvaje de esa deformidad que subsiste en esa clase media norteamericana que es una marca de fábrica de los Farrelly.
Se trata de una de las tantas películas que plantean la gran duda existencial de muchos alrededor del mundo, entre los que me incluyo. ¿Cómo puede ser que los jóvenes yankees sean tan estúpidos y sus adultos dominen el mundo? Los hermanos Farrelly ya han recurrido a este tipo de comedias entre disparatadas y tontas, con muy disímiles resultados, tanto desde la constitución de un estilo personal como de qué decir con lo que se narra Posiblemente su realización más logrado sea "Locos Por Mary" (1998), donde en pos de la atracción de una mujer hermosa los hombres eran capaces de los mayores extremos de conducta con tal de conquistarla, sin miramientos, sólo que en ese caso el amor verdadero triunfa. Luego aportaron "Amor Ciego" (2001), que instalaba un doble discurso entre lo feo y lo bello, lo correcto y lo incorrecto, la moral en desuso, hasta podía llegar a leerse como una producción discriminadora. En esta ocasión recurren a ese mismo estilo de humor grosero, chabacano, superfluo, con intentos de instalar elementos del humor físico (Charles Chaplin y Buster Keaton) sin lograrlo. La historia es demasiado sencilla y bastante necia. Rick (Owen Wilson) y Fred (Jason Sudeikis) son dos amigos ya rondando los 40 años, ambos casados con bellas mujeres con las que han formado típicas familias americanas. Pero algo no les permite ser felices. El problema es que no asumen el inexorable paso del tiempo y quieren, por momentos, vivir lo mismo que vivían en su adolescencia y en su juventud. Sus mujeres cansadas de ser maltratadas e ignoradas por sus maridos, ante la sugerencia de una amiga común, deciden darles un “pase libre” a sus maridos, esto es, que ellos puedan actuar como si fuesen solteros durante una semana. En ese mismo lapso de tiempo estas dos amigas se irán con sus respectivos hijos al pueblo que las vio nacer. Desde lo patético hasta lo impresentable son las secuencias que intentan ser risueñas. Todo es exageradamente previsible, sin sorpresas, ni siquiera el bueno de Wilson puede sostener el texto, si es que se lo puede considerar así. El otro punto de vista corre por cuenta de quien lee la realización. No creo que los hermanos Farrelly con 10 películas en su haber, todas del mismo calibre, se den cuenta de lo que están diciendo, En este último caso ya esta demasiado exacerbado. Este es un film misógino, pero al revés, tratando de desprestigiar el lugar y la inteligencia de las mujeres deja a los hombres, por lo menos a los que estos dos construyen, muy mal parados.
Los Hermanos Farrelly están de vuelta, luego de algunos traspiés, de la mano de su nueva comedia titulada Pase Libre. Básicamente la historia de este film nos mostrará las patéticas andanzas de dos amigos casados que han recibido una semana sin los compromisos que requiere el matrimonio, suponiendo que esta medida representará una vuelta a su época de esplendor en la conquista de mujeres. Este "pase" fue otorgado por sus esposas debido al cansansio que sufren por el poco respeto y deseo que tienen hacia ellas. Con algunos momentos bastante logrados y un puñado de secuencias graciosas, los Farrelly han logrado una película que resulta simpática, pero que tampoco logra acercarse a los recordados films de estos hermanos como Loco por Mary, Tonto y Retonto o Amor Ciego. Obviamente que sería injusto críticar a Pase Libre por no llegar a atarle los cordones a las mencionadas obras cumbres de estos realizadores, pero no por eso uno debe dejar de mencionar que hay ciertos directores de los que se espera bastante más que una comedia con un resultado satisfactorio. Apelando a algunas de sus propias viejas fórmulas Pase Libre transita en la repetición de gags de un humor que llegando a los últimos 20 minutos roza el mal gusto. Es harto conocido que los Farrelly apelan a este tipo de escenas en sus comedias y esto no me es ajeno, pero en las citadas películas de su filmografía estas secuencias están sustentadas en el desarrollo de la historia, cosa que aquí por momentos no se ve. Es como si Peter y Bobby hubieran decidido introducir su humor más extremo en la segunda parte del film, haciendo que el "cambio de pantalla" sea forzado y termine pareciendo un manotazo de ahogado para salvar la película y no perder la esencia de su cine. El cuarteto protagonista está integrado por Owen Wilson, Jason Sudeikis, Jenna Fischer y Christina Applegate, todos ellos experimentados intérpretes que transitan la comedia con respetables resultados. Lamentablemente Pase Libre no representa la vuelta de los Hermanos Farrelly a su mejor versión, aunque no por eso deja de ser una graciosa comedia que tiene sus buenos momentos.
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Fotocopia conocida En Pase Libre, Owen Wilson y Jason Sudeikis son dos hombres casados, que ya no pueden, ni quieren, disimular el cansancio de su estilo de vida. Uno de ellos hasta tiene que masturbarse en su camioneta en lugar de tener relaciones con su mujer. Las cosas llegan a un punto donde la situación se vuelve insostenible: las mujeres (Jenna Fischer, la genial actriz de The Office US, y Christina Applegate) deciden darles un "pase libre" para que ellos hagan de las suyas sin remordimientos. El problema es: ¿siguen teniendo lo necesario? ¿O muy por el contrario, como el espía seductor, perdieron su mojo hace tiempo?. Alguno podría notar la similitud con los inmaduros personajes del cine de Judd Apatow y no estaría del todo equivocado. La década pasada estuvo signada por las comedias donde los hombres debían enfrentar la realidad y crecer, de algún modo u otro. Virgen a los 40, Supercool, y hasta The host, son películas sobre la maduración. Pase Libre no se destaca por ser sumamente original, de hecho, los "homenajes" se hacen notorios si uno vio la reciente ¿Qué pasó ayer? (The hangover, de Todd Phillips). Aquí los estereotipos se repiten: de hecho, si me preguntan, para mí Sudeikis intenta copiar a Ed Helms (Stu en aquella película) y no sólo en apariencia. El gran acierto es mostrar no sólo lo que sucede con ellos, sino también con sus mujeres. Un gran problema de las comedias norteamericanas (o de la nueva comedia norteamericana, mejor dicho) es que se olvidan de la situación femenina. Con esto no quiero decir que la película esté apuntando hacia ese público (de hecho, no lo hace) pero eso no significa per se, que no pueda/deba mostrar las dos caras de la moneda. Por ejemplo, mientras que ellos a lo largo de la semana van de mal en peor, ellas empiezan a descubrir que todavía las desean y que no están tan "viejas" como pensaban. Pase Libre tiene algunos buenos gags, situaciones dinámicas y divertidas (en el tercer acto hay tiroteos y persecuciones, como en las últimas películas de Phillips) y tiene buenos actores. Algunos gags no resultan demasiado inspirados pero hay otros que sí funcionan. El mejor ejemplo está en la noche de "levante" en el bar. Algunas de las frases están inspiradas ("¿Estas servilletas huelen a cloroformo?") y otras (¿Hay algún oso polar por acá?) los vam a dejar en la casa mirando La Supremacía Bourne. Y no hablo del espectador.
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Esta es la primera parte de un diario sobre las (muchas) películas vistas por este columnista en estos días, con comentarios sobre lo equivocados que están todos, incluso el propio columnista. Jueves 21 de abril. En el Cinemark Palermo, a las 14.30, veo Pase libre de los hermanos Farrelly, que siguen anal-izando (sí, “anal” e “izando”, con todas las resonancias fecales y fálicas que tenga ese guión insertado en medio de la palabra) a la sociedad americana con ferocidad, chistes bestiales, lucidez y ternura. Aquí tienen una muy buena crítica sobre la película escrita por Horacio Bernades: En ese texto, Bernades se acuerda de otros hermanos, los Coen, que desprecian y/o odian el mundo que muestran. Sin embargo, mal que le pese a Bernades (y a mí), los Coen son más valorados críticamente y más premiados que los Farrelly. Bernades, seguramente, está equivocado. Y yo también: la última película de los Coen, ese western sin alma, Temple de acero, es la película más valorada de 2011 por buena parte de la crítica argentina. Eso puede verse en este site: http://www.todaslascriticas.com.ar/ Volviendo a los Farrelly, la función a la que asisto (14.30) tiene un problema de sonido: el Dolby –creo que es el Dolby– va y viene, pero esa intermitencia del sonido no me impide demasiado el disfrute. Creo que el sonido estaba en su momento de esplendor en el momento exacto, para poder escuchar con los detalles necesarios el estornudo-pedo que corona la mejor secuencia del film. ¡Qué equivocado está este columnista al preferir un chiste de mierda expandida en una bañadera por sobre algunas películas prestigiosas! Aclaración: lo de “chiste de mierda” no es un calificativo sobre el chiste sino una descripción fría de su componente principal. Lunes 25 de abril, al mediodía. Veo Torrente 4, de Santiago Segura. La charla que Segura dio en el Bafici fue veloz, ocurrente, repleta de apuntes inteligentes. La película, salvo por los primeros veinte minutos (en donde los chistes se suceden a velocidad, Torrente demuestra sus más asquerosas tropelías y “la crisis” es un tema presente) es otra de esas comedias haraganas que hacen desfilar burocráticamente personajes desganados (la muy extensa parte de la cárcel aprieta con lentitud botones muy gastados). Leo las críticas, y Torrente tiene más críticas a favor que Pase libre. Lo dicho: mucha gente equivocada. Leo en el afiche (y me cobran la entrada en ese sentido) que Torrente 4 es 3D (porque así lo decidieron quienes produjeron la película, o el propio Segura en solitario, o qué sé yo quién). Alguien debe estar equivocado, o se está haciendo el vivo: ponerse los anteojos esos, y pagar una entrada más cara, para ver unos –pongamos– 17 segundos en total de planos pensados para el 3D, es enojoso. La veo en el Cinemark Caballito, se ve y se escucha bien, y somos tres personas en total. Lunes 25 de abril, a la tarde. Veo El hombre que podía recordar sus vidas pasadas de Apichatpong Weerasethakul y Palma de Oro en Cannes 2010. Estoy familiarizado con el cine del tailandés, y en sus películas anteriores hay segmentos (su cine es fragmentario, y hace de esa fragmentación una marca de estilo) que me gustan mucho. El hombre... sin embargo, me resulta una película tremendamente estéril, una de esas a partir de las cuales los críticos que gustan de la película acumulan elogios cada vez más hiperbólicos ante la difícil (para mí, imposible) tarea de analizar e interpretar algo que quizás esté hecho para un consumo escasamente analítico, tal vez un poco emocional o mayormente sensorial. Seguramente yo sea el equivocado: no me interesa y no me emociona. Y lo sensorial –importante en mis disfrutes parciales de Blissfully Yours y Tropical Malady– se vio en mi caso bastante afectado por la proyección: vi la película en el Arteplex Centro, y lo que se me ofreció fue una imagen lavada, un sonido insatisfactorio y parte de la imagen que se escapaba de la pantalla. A diferencia de mi experiencia con la Palma de Oro 2009, La cinta blanca de Haneke, que no me gustó pero sobre la que pude garrapatear algo, no podría hacer una crítica de El hombre... Debería verla otra vez pero, sinceramente, preferiría incluso ver otra vez la de Haneke. Es que en el cine prefiero enojarme a quedar indiferente, impertérrito, no interpelado de ninguna forma. “Pero hay críticas superlativas por todos lados”, me digo al terminar de padecer la película. Salgo de la sala y salgo al mundo, que es mucho más misterioso que esta película y que cualquier película, y me digo que todos están equivocados y más tarde reveo (en DVD, y por enésima vez) la excelsa La comedia de Dios de João César Monteiro. Y de esa forma recompongo mi relación con el cine más extremo, con el menos habitual, con el más personal: con el cine firmado. Así las cosas, los dejo hasta la semana que viene, en la que seguiré equivocándome al comentarles otras películas que vi como Cruzadas, Scream 4 y Una esposa de mentira (con Adam Sandler). Mientras tanto, les recomiendo Scream 4, les ultra recomiendo Una esposa de mentira (creo que la volveré a ver) y me despido con una frase que no recuerdo si es de Oscar Wilde o de algún otro al que le gustaba equivocarse: “no nos haga creer en lo que usted dice, háganos creer en su decisión de decirlo”.
Rick y Fred han estado casados durante muchos años, pero cuando empiezan a mostrar signos de inquietud en el hogar, sus esposas adoptan un enfoque audaz para revitalizar su matrimonio: concederles un "pase libre", una semana de libertad para hacer lo que quieran. Me gustan las películas de los hermanos Farrelly porque son comedias en serio, de esas que realmente divierten, que se recuerdan, de las que se puede revisitar una y otra vez en el tiempo y encontrar nuevas cosas de que reírse. Me gustan sus personajes, el manejo que hacen de ellos, que siendo desagradables, pervertidos o trastornados, no dejen de ser queribles y simpáticos. Habiendo dicho eso, no me gustó Hall Pass, así como tampoco me gustó su último trabajo The Heartbreak Kid. Son películas que, sacando algún detalle particular, no parecen hechas por ellos, porque el humor al que recurren es simplista, burdo y por momentos escatológico, de esas que pueden salir directo en DVD de no tener grandes nombres en pantalla. Para demostrarlo, cuando en Dumb and Dumber (Tonto y Retonto) Jeff Daniels tenía su memorable escena en el baño, no hacía falta mostrar qué había hecho, los ruidos y gestos eran más que suficiente. A más de 15 años ese detalle se olvida, no en uno sino en muchos momentos, y entonces se recurre al excremento en el piso o la pared, a los protagonistas drogados, los primeros planos de desnudos masculinos y demás. Ambos protagonistas llevan bien sus papeles, no es que haya problemas de actuaciones sino más bien de ideas. Jason Sudeikis, el menos conocido de los dos, termina opacando en parte a Owen Wilson dado que se lleva las mejores líneas y escenas. El otro por el contrario tiene que lidiar con un personaje recurrente en este tipo de películas, el buen tipo pero que es un poco lento y pasado de moda, menos espontáneo que su compañero y por lo tanto más obvio. Dividida en una introducción y siete días, la historia recién empieza a tomar forma durante el sexto, cuando mucho de lo que se promete desde el tráiler aparece en pantalla. Es que como reclaman los amigos del grupo, hasta el cuarto o quinto día no han hecho nada, algo que se traduce en dos tercios de la película con poco y nada para festejar. Si el filme acaba salvándose es por la aparición de Coakley, uno de esos grandes personajes que los hermanos Farrelly pueden crear y que vale la pena destacar. Un muy buen actor como es Richard Jenkins, quien generalmente hace papeles de hombres distinguidos y respetables, se muestra cómodo como una suerte de Hugh Heffner, cool, millonario, rodeado de mujeres y dispuesto a compartir su sabiduría en esa materia con sus dos amigos. Como ocurriera en el caso de Philip Seymour Hoffman y su Sandy Lyle en Along Came Polly, se trata de un rol secundario que no sólo se adueña de la pantalla aún por encima de los protagonistas, sino que supone una importante mejora a una película que no tiene otra cosa para ser recordada. Si este personaje hubiera surgido en los primeros minutos, la película habría mejorado notablemente, pero la espera es larga y las promesas no se cumplen. Para hombres maduros divirtiéndose lejos de sus familias ya está The Hangover, que con sólo un día de fiesta supera ampliamente los siete de Hall Pass, que busca parecerse, aunque la realidad la muestra con menos gracia pero más culpa y lecciones de moral.
Fallida comedia de los Farrelly y van... Hace tiempo, los hermanos Bobby y Peter Farrelly inauguraban un estilo de comedia ácida, levemente sexual y escatológica con "There's something about Mary" en 1998...Aquella recordada cinta con Cameron Díaz y Ben Stiller fue, indudablemente, el punto más alto de su carrera y a pesar de poseer los hermanos el sello original de este tipo de producciones lo cierto es que no han logrado evolucionar hacia formas más interesantes o, en su defecto, mantener el nivel de su primer gran éxito. De todas sus propuestas, sólo "Shalow Hal" (con Gwyneth Paltrow y Jack Black) estuvo cerca del impacto esperado. En lo personal, no es un cine que apueste por valores reflexivos importantes ni un tipo de filmografìa que deje huella, pero si paso un buen rato y me río con ganas, los abrazo y no los dejo ir. Me pasa últimamente viendo sus trabajos que siento no sólo que se repiten, sino que ideas que potencialmente pueden ser desopilantes, terminan siendo chatas, aburridas y encima, como es el caso de "Hall Pass", terriblemente moralistas. Estaba en la sala y decía... Cuánto falta para que se estrene "Qué pasó ayer 2?" Ese es el cine que los Farrrelly deberían estar haciendo y no este tipo de relatos mal guionados en el que sólo se esperan un par de escenas groseras y nada más. Indudablemente, lo que viene, su versión de "The three stooges" para 2012 debería marcar un punto de inflexión en su carrera, si eso no funciona, ya no valdrá la pena siquiera alquilar sus películas. "Hall pass" parte de una premisa interesante: la observación del desgaste matrimonial en dos parejas de amigos. Los hombres, que ya están pisando los 40, siguen hormonalmente arriba y les cuesta controlar su masculinidad incluso frente a sus esposas. En pocas palabras, miran mujeres descaradamente todo el tiempo provocando la ira de sus mujeres. Owen Wilson es Rick, casado con Maggie (Jenna Fischer), tres hijos, un trabajo común, una vida sexual casi inexistente y una relación inquebrantable con su amigo Fred (Jason Sudeikis). Este a su vez, tiene por esposa a Grace (la deliciosa Christina Applegate, de la vieja serie "Married with children", se acuerdan?), con la que no parece llevarse nada bien. Una serie de incidentes desafortunados hace que los hombres hablen sin tapujos de sus deseo hacia otras mujeres y que sus esposas se enteren. Siguiendo el consejo de una terapeuta, ella les propone darles un "pase libre". Es decir, disolver las responsabilidades conyugales y que cada pareja tenga una semana para hacer lo que quiera, sin saber nada del otro ni preguntar al regreso. Aunque las chicas no estén convencidas del todo, el argumento de la psicóloga es fuerte: "cuando más prohibís algo, más se desea, así que si esa prohibición cae, eso dejará de volverse deseable". Bueno, o algo así. Acordados los términos de este "timeout", las chicas se irán por un lado y los hombres por el otro. Y lo que promete ser apoteótico (ver a los hombres haciendo payasadas para conseguir mujeres), no sucede nunca. En ese sentido, el guión se olvida de que estamos viendo cine, y lo que hace, es registrar lo que todos sabemos que pasaría en estos casos: a los hombres les va mal, comen a morir, se aburren, las mujeres jóvenes los rechazan, y a las mujeres todo les sonríe, son objetos de deseo instantáneo. A ver, aquí los Farrelly que vienen creando la oportunidad para dinamitar la película y llevarnos a un viaje de ida, deciden subirnos a un auto familiar a ir a comer con otros tres amigos, alitas de pollo y tomar cerveza hasta morir. Claro, en la pantalla, ellos se duermen y nosotros, en la butaca, hacemos lo mismo... No es que el cine imita la vida? O es al revés? Los gags que todos esperan, los groseros, son feos. La verdad, son pobres, algo previsibles y no aportan nada a la trama. El espíritu familiar que impregna el film desde sus inicios es una patada al hígado: cómo nos vamos a divertir con estos tipos que lo primero que hacen es ir a jugar golfito con tres amigos varones???? Cuatro guionistas: a saber, los dos Farrelly, Pete Jones y Kevin Barnett para esto? Les digo, la anécdota es tan previsible (y yo tengo 40, así que me se todas las ramificaciones tradicionales del caso) que me cuesta creer la impronta que le dieron al guión. Es un desperdicio. A los 30 minutos ya miraba la salida... Un producto fallido a todas luces, un par de buenos comediantes, desperdiciados y una cinta que quedará rápidamente en el olvido, eso es "Hall pass". Habrá que buscar otras alternativas en cartelera para ver antes que ceder a la tentación de devolverles la confianza a los hermanos Farrelly.
Vulgaridad gratuita Pase Libre o Hall Pass es la última de los hermanos Farrelly, que han dirigido anteriormente comedias como "Tonto y Retonto", "Loco por Mary" e "Irene, yo y mi otro yo", configurándose como unos de los directores más prestigiosos del género, aunque últimamente con películas como esta, puede menguar esa posición Top que venían manteniendo. En esta historia, Rick (Owen Wilson) y Fred (Jason Sudeikis), obligados por sus insatisfechas esposas, obtienen un "pase libre" del matrimonio durante 1 semana completa, durante la cual tendrán libertad para hacer lo que se les antoje, desde salir con otras mujeres hasta comer y dormir donde se les de la gana, con el fin de que aprendan por ellos mismos el valor que tiene el matrimonio y la familia. Si se quiere, la idea no es mala, de hecho el concepto del "pase libre" ofrece muchas herramientas que podrían haber generado en un film de comedia las situaciones más diversas y graciosas, a la vez que representa la fantasía de muchos hombres casados, pero el problema justamente no es la idea, sino la ejecución... En 1er lugar voy a resaltar la vulgaridad y asquerosidad con que los hermanos Farrelly han planteado supuestas escenas que deberían haber sido divertidísimas, pero que en muchos casos terminaron con el desagrado del espectador y una sensación de nausea en vez de una risa. Ese mix de temas tabúes pero con un tacto que lo hacía ver divertido, como por ejemplo, la escena de la masturbación en "Loco por Mary", parece haber sido reemplazada por vulgaridad extrema, ¿mientras más sucio e incómodo el momento, se supone que da más risa? El hecho de que en "Virgen a los 40" haya funcionado un buen vómito en la cara, no quiere decir que se puede aplicar este recurso a mansalva. En 2do lugar, la ejecución de la película en sí, no funciona bien, ya que la química entre los protagonistas no es buena, nunca se llega a enganchar al público con la historia, ni nos hizo sentir alegría o pena por ninguno de los 2 personajes. El repaso por la semana libre que tienen Rick y Fred, no es más que un artificio poco realista de lo que podría pasar en una situación similar, en incluso algunos de esos días son insoportablemente aburridos y lentos. Para reconocerle algo a esta bazofia de los Farrelly, algunas escenas que si son divertidas sin necesidad de mostrar alguna situación asquerosa e incómoda, y la forma de cerrar las historias que plantean en sus filmes con un buen mensaje universal que cumple con la finalidad de la comedia, de divertir y dejar al espectador un poco más contento con la vida. Yo les diría ¡No gasten tiempo ni plata en esto!, esperen que salga en cable y no tengan nada que hacer ese momento.
Rick y Fred (Owen Wilson y Jason Sudeikis) son dos padres de familia que ahora viven su cuarta década entre recuerdos de juventud y deseos de algo más emocionante para su vida. Aman a sus esposas pero no pueden evitar imaginarse cómo sería su vida con cada una de las mujeres que se les cruza en el camino. Sus esposas (Jenna Fischer y Christina Applegate), a regañadientes, toman la decisión de darles un "pase libre": una semana de libertad para hacer lo que ellos quieran, sin preguntas posteriores. Rick y Fred descubrirán que sus expectativas acerca de la soltería no son nada parecidas a su realidad actual. Los hermanos Farrelly (creadores de “Locos por Mary”) parecen haber quemado todos sus cartuchos de creatividad con aquella cinta que llevó a la popularidad a Ben Stiller. Nada en “Pase libre” funcionaría si se le quitara el humor básico, escatológico y previsible que desborda por todos lados. Salvo algunos pequeños momentos de auténtica gracia, este filme es un producto menor fácil de olvidar.