Semana de poesía suburbana A pesar de ubicarse un par de escalones por debajo de Sólo los Amantes Sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), la anterior y excelente película de Jim Jarmusch, Paterson (2016) es una obra admirable que por cierto supera por mucho a la despareja y mayormente problemática Los Límites del Control (The Limits of Control, 2009). Aquí el autor norteamericano, una de las figuras claves de la escena indie de las décadas de los 80 y 90, reincide en su estilo minimalista de siempre aunque en esta ocasión exacerbando sutilmente esa predisposición a hallar la belleza en lo trivial con el objetivo de destilarla de todo componente “típicamente cinematográfico” (cualquier atisbo de singularidad o de algún elemento que quiebre la vida mundana desaparece por completo para dejarnos en cambio la dialéctica de la repetición sin pompa ni caricaturas de por medio). Dicho de otro modo, la desnudez retórica de fondo parece ir detrás de la pureza del ciclo cotidiano de la existencia. Muy en la tradición de Jarmusch, el film juega con los duplicados y las referencias internas al centrarse en Paterson (Adam Driver), un conductor de la línea 23 de colectivos de Paterson, New Jersey, quien disfruta escribiendo poesía en sus ratos libres ya que admira profundamente a William Carlos Williams, el conocido poeta de New Jersey cuya obra magna es -por supuesto- Paterson, un trabajo lírico épico que el susodicho escribió entre 1946 y 1958 para ensalzar al distrito en cuestión. La “no historia” examina su rutina diaria a lo largo de una semana: se levanta temprano todas las mañanas, se despide de su esposa Laura (Golshifteh Farahani) y su bulldog Marvin, en el trabajo escucha las conversaciones de los peculiares pasajeros, cuando regresa al hogar charla con Laura y finalmente saca a pasear a Marvin, un recorrido que una y otra vez lo lleva al bar de Doc (Barry Shabaka Henley), donde se toma unas cervezas y se topa con la idiosincrasia de los otros clientes. El director y guionista posee un ojo quirúrgico para extraer la esencia de cada personaje con apenas un puñado de palabras y actitudes varias, una destreza que hoy exprime con la eficacia de los verdaderos maestros del séptimo arte: así de a poco descubrimos que Laura es una mujer encantadora que se la pasa pintando de blanco y negro todo lo que encuentra, con sueños de montar su propia empresa de venta de magdalenas y hasta interesada en aprender a tocar la guitarra, mientras que él gusta de convertir en poesía cualquier pequeño detalle del devenir suburbano de una metrópoli plagada de anécdotas que desde su óptica merecen ser incorporadas en esas crónicas literarias que construye con dos únicas y sencillas herramientas, una lapicera y un cuaderno liso. Jarmusch deja de lado cualquier valoración sobre la calidad o el talento de Paterson porque lo que realmente le interesa es la alegría que el protagonista siente creando un mundo artístico paralelo al laboral tradicional. Cuesta creerlo a esta altura de la carrera del veterano cineasta, no obstante lo cierto es que en Paterson el estadounidense vuelve a sorprender al aislar los ingredientes más básicos de un planteo narrativo general ya de por sí diminuto y sobrio, definitivamente como parte de una estrategia que nos pasea por secundarios muy pintorescos (sus criaturas nunca se condicen del todo con la frustración atribulada clásica del indie de su país sino más bien con una especie de algarabía melancólica que suele combinar lo circunspecto y sereno con la locura liberadora) y hasta nos acerca a una noción de la inocencia que creíamos perdida en un tiempo hiper cínico como el presente (aquí no hay condescendencia o celebración pueril porque lo que prima es el retrato contemplativo de la vida real, esa alejada de los artificios de la industria del espectáculo). La química entre Driver y Farahani es maravillosa y -al igual que la película en su conjunto- prueba que la incorporación del ámbito laboral al desarrollo de personajes puede producir resultados tan placenteros como los que arrojaba en las propuestas del pasado, sobre todo las europeas, en las que el balance de los distintos aspectos de la vida de la clase obrera generaba ensayos muy poderosos acerca del humor, el cariño y las pequeñas satisfacciones que subyacen en el esquema de la reiteración diaria…
En Paterson, Jarmusch elige seguir por una semana la vida de un colectivero llamado Paterson, quien vive con su novia y su perro en la ciudad de Paterson, ubicada en Nueva Jersey, secreta tierra de poetas estadounidenses. Allí nació William Carlos Williams, y en esa misma ciudad creció Allen Ginsberg. Según el film, Paterson es una ciudad de poetas desperdigados: por las calles uno puede encontrarse con una niña preadolescente que lleva sus rimas en una libretita, con un colectivero que escribe todos los días en sus horas libres y con turistas japoneses que visitan la ciudad para verificar si es cierto que en esa localidad que se parece a cualquier otra de Estados Unidos la gente dedica su tiempo ocioso a la poesía.
Paterson (Adam Driver) es un chofer de colectivos que recorre Paterson -si, él se llama como la ciudad en donde vive- escuchando las historias de sus pasajeros, observándolos en detalle, y sobre todo a los gemelos que se le aparecen, luego de que su novia Laura le cuente -como siempre- uno de sus sueños donde ellos eran padres de unos.
Una película imperdible si estás necesitando ver cine que te llegue realmente al corazón. Su argumento es muy humano, puro sentimiento y alma. Aquí las pequeñas cosas cotidianas se presentan de tal modo que no sólo....
Mar del Plata 2016: casas, fantasmas, fugas y rebeldías. Apacible es Paterson, de Jim Jarmusch, con un expresivo Adam Driver encarnando a un chofer de una línea de colectivos con vocación por la poesía y una mujer artista fascinada con las combinaciones del blanco y el negro. De un humor sutil y sosegado (apenas interferido por las efectistas intervenciones de un perro), como en otros trabajos de Jarmusch algo parece no andar bien en la rutina aparentemente idílica de los personajes. Cuando Paterson, que así se llama, escribe sus textos, o cuando observa y escucha pacientemente a la gente que lo rodea, el film se torna perspicaz, sin ceder nunca al sobresalto. En la vereda opuesta a la ansiedad que transmite el film de Assayas, Paterson es ceremonioso, con sus seres algo excéntricos pero calmos, como en cierta forma lo eran también los de Los límites del control (2009) y Sólo los amantes sobreviven (2013).
El reconocido director Jim Jarmusch (Extraños en el paraíso, Bajo el peso de la ley, Flores rotas) vuelve con una historia sencilla, en la que se destaca el trabajo de Adam Driver. En la ciudad de Paterson en Nueva Jersey, vive Paterson (Adam Driver), un joven colectivero que reparte sus días entre su empleo y su verdadera pasión: escribir poemas. Pero a pesar de que su novia Laura (Golshifteh Farahani) lo apoya para que se dedique por completo a lo que quiere, él siente que todavía no es el momento de publicar su obra. Paterson (Paterson, 2016) está contada como un diario del protagonista. Día por día, el espectador es testigo de casi todo lo que realiza. Ese formato innovador le imprime cierta expectativa, porque se supone que durante el transcurso de la semana va a ocurrir algo que rompa con la tranquilidad. Por momentos el film se vuelve monótono. Pero hay que destacar que quizás eso se debe a que refleja la cotidianeidad de dos personas comunes y corrientes, que intentan cumplir sus sueños. El director se detiene en las pequeñas acciones, que muchas veces son repetidas, aunque no iguales, y las muestra desde su óptica. Driver continúa afianzándose como uno de los actores más importantes de su generación. Y Jarmusch le permite lucirse con un personaje convencional, que tiene su mayor atractivo en la simpleza. Los datos de color los aporta Marvin, el pequeño perro que vive junto a Paterson y Laura. Tan expectante como silencioso, observa todo lo que sucede en su rol de “hijo”. Es probable que el film le agrade más a los seguidores de Jarmusch, dado que tiene un estilo propio e inconfundible. Se trata de una película poética, quizás en coincidencia con la pasión de su protagonista.
Llega el último film del realizador de cine independiente más importante de Estados Unidos. Jim Jarmusch nos presenta “Paterson”, una oda a la vida rutinaria y ordinaria. Jarmusch es de aquellos directores cuyas películas dan que hablar. Quizás en algunas ocasiones sus films se hacen esperar (su film anterior fue del 2013), pero ciertamente vale la pena ser testigos del resultado. En esta oportunidad, el director nos propone una historia sencilla, pero narrada con su estilo característico y con una sensibilidad fantástica. La cinta cuenta la vida cotidiana de un conductor de colectivo (Adam Driver), quien en sus ratos libres se dedica a escribir poesía, ir al bar local donde habla con el cantinero, pasear al perro de su mujer (Golshifteh Farahani) y ayudar a esta última con sus emprendimientos e inquietudes artísticas. Antes de iniciar su ruta de trabajo, Paterson decide recitar sus más recientes composiciones poéticas y anotarlas en un cuaderno personal. Su inspiración es el resultado de las cosas más simples y mundanas que rodean su existencia, compone un poema mientras desayuna mirando una caja de fósforos. Su vida se desarrolla sin grandes complicaciones y cada día se levanta para comenzar su viaje (tanto literal como metafórico) en colectivo donde es testigo de conversaciones ajenas que le servirán para ver las relaciones humanas y el día a día que viven los ciudadanos de Paterson, Nueva Jersey. Sí, nuestro protagonista se llama Paterson y habita una ciudad homónima. Algunas personas son víctimas de la rutina, Paterson no. Él disfruta de la semana y espera pacientemente la hora de salida de su trabajo para poder escribir, ir al bar a tomar una cerveza y pasar tiempo con su mujer que es todo lo contrario a él. Ella todos los días hace algo distinto y no posee un trabajo fijo. Los fines de semana vende muffins en una feria, en la semana pinta y decora la casa, aprende a tocar la guitarra, etc. Quizás sus aspiraciones artísticas se deben a su admirado poeta local William Carlos Williams, autor cuyo compilado de poemas llevaron el mismo nombre de la ciudad. Paterson es empujado por Laura a afianzar ese rol de escritor por medio de una posible publicación de sus poemas. Sin embargo, las dudas del personaje principal más algunas eventualidades pueden llegar a dificultar el logro de convertirse en un artista consolidado. Tal vez, su apego a la escritura pasa por otro lado. La película, al igual que los escritos del protagonista, se desarrolla de una manera elegante y poética. Su estructura narrativa es simple, pero esa misma simpleza esconde una gran complejidad. Una complejidad que tiene que ver con los estados de ánimo, las aspiraciones, y el nunca dejar las pasiones que nos hacen quienes verdaderamente somos. Desde los aspectos técnicos, el montaje compone esta poesía que se divide en los siete días de la semana y que marca el ritmo del relato que se nos propone. Los fundidos a negro y los fundidos cruzados servirán para mostrarnos el transcurso del tiempo y la cadencia de los eventos que rodean y transforman a los personajes. El relato es acompañado por una sutil y minimalista banda sonora que transmite ese sentimiento de melancolía y nostalgia que rodea a la ciudad de una manera efectiva. Resumiendo, “Paterson” compone un peculiar relato que se distancia mucho de lo establecido. Es un canto al lado luminoso de la rutina y a la celebración de la vida cotidiana. Jarmusch logra dotar de belleza a los tiempos muertos, las repeticiones y la reincidencia de diversas situaciones que componen este microcosmos urbano en el cual viven sus queridos personajes.
El empleo del tiempo La película describe una semana en la vida de Paterson: un colectivero poeta que vive junto a su mujer y a su perro en la pequeña ciudad de Paterson. Cada día, el protagonista se despierta al lado de su compañera, desayuna mientras ella sigue durmiendo, va a caminando a trabajar atravesando una antigua fábrica y aprovecha el tiempo que le queda antes de la llegada de su jefe para escribir algún poema en su libro secreto. Mientras maneja, escucha las conversaciones de los pasajeros, y al regreso saca a pasear al perro y termina siempre en el bar del barrio con una cerveza. La crónica de una cotidianeidad se funde con el retrato de un artista que encuentra inspiración en los sucesos ordinarios. En la nueva película de Jarmusch no hay lugar para excéntricos ni bohemios, el protagonista es un americano medio filmado con una indolencia asumida en un mundo donde todo se repite y al mismo tiempo se reformula. El director intenta hacer una película poética sobre la poesía, con fundidos encadenados evidentes que se combinan con la voz en off reposada del protagonista y la sobreimpresión de sus poemas en la pantalla. La repetición mecánica acompaña el proceso de refinamiento en la escritura del poeta. Mientras tanto, la mujer pasa sus días en la casa, ocupada con tareas domésticas y vocaciones impulsivas como cantante de música country, decoradora obsesiva o reina de los cupcakes. Estas obstinaciones van contaminando al personaje femenino con un mal humor subrayado que desentona con la pretendida elegancia del conjunto. Sin asumir mayores riesgos, el director encuentra un encanto sereno en la sucesión de anécdotas mínimas y logra, en sus mejores momentos, que la rutina se convierta en un viaje placentero, como el flujo inestable de la cascada que obsesiona a Paterson y transforma todo a su alrededor con las pequeñas vibraciones que irrigan sus poemas.
La poesía colectiva Si a Jim Jarmusch le hubieran preguntado qué tipo de pez hubiera deseado ser, seguramente la respuesta sería un salmón. Ese que va contra la corriente, aunque el cardumen apunte hacia la dirección contraria. Y en la era digital, en la tiranía del emoticón, el valor de la palabra y de la interacción verbal con otro parece un recuerdo de algún tiempo lejano, donde la gente no necesitaba mirar pantallas de celulares o de tabletas para matar los minutos; para no dejar que el silencio se metiera por ese resquicio del ocio entre la rutina de lo cotidiano y el instante en que el hombre y el tiempo se funden en el aquí y ahora. Paterson es el nuevo opus del director, es el nombre del protagonista de esta película y además es una pequeña ciudad de Nueva Jersey. Allí por ejemplo nació Lou Costello, el partenaire y comediante del dúo Abbot y Costello, emblemas de un cine inocente que ya no existe como ese que pasan los sábados en el cine de la localidad de Paterson y al que pocos eligen para ver películas en blanco y negro. Los colores de la ciudad son siempre los mismos, los lugares también pero lo que cambia es la mirada cuando se la deja atravesar por la poesía y por la búsqueda de lo novedoso entre lo ordinario. Ese es el universo que atraviesa al protagonista, un chofer de colectivos que huye del celular y de todo lo digital para entregarse en sus tiempos de ocio a la escritura manuscrita de su propia poesía. Dejar que el trazo imperfecto de la tinta al tomar contacto con la textura rugosa de la hoja encuentre en el silencio del vacío el espacio para transitar, al igual que el micro manejado con rigurosidad y parsimonia, y que encuentra a diario fragmentos de historias de sus pasajeros. En Paterson se habla, uno mira a los ojos de su interlocutor que escucha y entonces el relato fluye, se ramifica como las corrientes del río que lo atraviesan. Para que la historia crezca no alcanza con alguien que la narre, sino que es imprescindible otro que la escuche en una galaxia cada vez más incomunicada. El realizador no apela a la estigmatización o demonización de la era digital, no hace de su oda al hombre analógico un manifiesto político, sino simplemente rescata a esos salmones anónimos que van contra la corriente. Son los poetas como Paterson aquellos que todavía avanzan en la quietud de esta road movie quieta que también encuentra historias y personajes en su mínimo recorrido por un espacio cinematográfico que se ensancha simplemente porque hay una cámara atenta que así lo desea. Bienvenida la apuesta de la plataforma Amazon al cine de autor para generarle algún dolor de cabeza a la estandarización del gusto Netflix y la chatura de contenido general. Gracias Jim Jarmusch por tanto y con tan poco.
Paterson, de Jim Jarmusch Por Hugo F. Sanchez Paterson es un monumental poema épico publicado en cinco tomos entre 1946 y 1958 por William Carlos Williams, uno de los grandes poetas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Paterson es también la pequeña ciudad en donde transcurre la última película de Jim Jarmusch, protagonizada por Adam Driver -que muestra como nunca antes en su carrera una amplia paleta de recursos- que se pone en la piel de Paterson, un hombre sencillo, un trabajador que además es poeta y que en cada verso intenta dejar sentado su manera de ver ese mundo acotado en el que transcurre su existencia. Paterson despierta cada día abrazado a su mujer Laura -extraordinaria Golshifteh Farahani-, desayuna frugalmente, toma su vianda y llega a su trabajo como conductor de un colectivo suburbano. Y a la hora del almuerzo o cuando tiene un momento libre, escribe poesía -sincera, esperanzadora, limpia, feliz- en una libreta que siempre lleva consigo. Así cada día, igual pero siempre distinto. Distinto por la luz que entra por la ventana, distinto por los emprendimientos (a veces un tanto fuera de eje) de Laura que Paterson escucha y alienta sin crítica y con auténtico entusiasmo, distinto al final del día cuando sale a pasear su perro y aprovecha para tomar un trago en el bar del barrio, siempre distinto, siempre igual. “Que nunca pase nada” rezaba una línea de “Otoño”, el poema de Mauricio Rosencof en donde con indisimulada nostalgia recordaba un inolvidable amor de juventud y de alguna manera, el poeta uruguayo transmite el mismo sentimiento de serenidad y profundidad que transita Paterson. Por convicción o por su naturaleza, el poeta y chofer Paterson decide vivir en un mundo feliz en donde su propia vida, sencilla, trabajadora y austera, es el origen y el propósito de ese estado de gracia. Alejado de cualquier doble sentido, ironía, ferocidad o sarcasmo -elementos que parecen atravesar buena parte de la existencia de hombre moderno-, Jim Jarmusch concibe una historia estructurada día por día completando una semana, y así, logra retratar un suburbio luminoso, la contracara de buena parte de los relatos en donde ese espacio alberga la mayoría de las veces, miserias y hasta horrores inconfesables. Si había quedado claro que Paterson es muchas cosas (título de un poema, referencia a uno notable poeta, locación de un film, apellido del protagonista), Paterson la película es sobre todo un relato sobre la poesía como instrumento insuperable para dar cuenta del amor, de las formas posibles de la belleza, de la materialidad de la felicidad. PATERSON Paterson. Estados Unidos. 2016. Dirección y guion: Jim Jarmusch. Intérpretes: Adam Driver, Kara Hayward, Golshifteh Farahani, Sterling Jerins, Luis Da Silva Jr., Frank Harts, William Jackson Harper, Jorge Vega, Trevor Parham, Masatoshi Nagase, Owen Asztalos, Jaden Michael, Chasten Harmon, Brian McCarthy. Fotografía: Frederick Elmes. Duración: 113 minutos.
La vida es un poema, o lo cotidiano también es poesía. Adam Driver, compone a un chofer de colectivos en Paterson, Nueva Jersey. Él casualmente lleva el apellido de su ciudad. O en realidad no es tan casual ya que mucho en la peli está duplicado. Paterson es además el poema de un autor que él admira, William Carlos Williams, un médico que de noche era poeta y que también vivió en Paterson. La película tiene una estructura particular, no hay un inicio, nudo y desenlace convencional. Es cíclica con variantes. Algo así como la estructura de la poesía de WCW, el pie variable que creo para ser desestructurado dentro de su propia estructura. Así transcurre la película y la poesía de su protagonista, que escribe sobre cosas/objetos como una caja de fósforos. Su director, Jim Jarmusch, introduce dos personajes austeros, un colectivero/poeta: Paterson y su mujer (Golshifteh Farahani), una ama de casa entusiasmada con tener su tienda de cupcakes, tocar la guitarra y una obsesión por decorar la casa, y rediseñar ropa con el mismo estilo de pinceladas. Ambos con sus tonos monótonos, su hablar pausado y un perro, Marvin, con mucho protagonismo. El film no es para ansiosos, sucede muy lento, muy repetitivo y no pasa nada… Pensamos que van a pasar ciertas cosas, por indicios, o situaciones y no, no pasan. Es como la poesía, no es para todos.
La repetición como forma narrativa. Jim Jarmusch coloca a su protagonista en un universo que lo expulsa constantemente y del cual termina aferrándose con poesía. Adam Driver se pone en la piel de un chofer de ómnibus preocupado por las palabras, por su novia y por llegar a su casa a descansar. En la simpleza de la historia, en la cámara que acompaña, y en los pequeños detalles, es en donde Jarmusch potencia su propuesta.
La realidad tiene su lado gemelo. Paterson vive en un pueblo que se llama como él y como la película. El director estadounidense construye, con una simpleza deliberada, un mundo de duplicidad y repetición. Paterson se va despertando de a poco. Apenas pasan de las seis de la mañana y todavía en la cama, sin despabilarse del todo, su novia, una morochita cándida y con cara de persa, le cuenta un sueño. “Teníamos dos hijos grandes. Gemelos”, le dice. Son las primeras palabras que se pronuncian en Paterson, último trabajo de Jim Jarmusch, y con ellas la chica no solamente le revela a su novio una clave que le permitirá ver el mundo de un modo distinto no bien salga a la calle, sino que en el mismo movimiento Jarmusch les entrega a los espectadores un mapa preciso que los ayudará a recorrer la geografía de la película. Y todavía no pasaron ni cuatro minutos. Paterson vive en un pueblo que se llama como él y como la película: Paterson. Es el mismo pueblo de Nueva Jersey donde nacieron el cómico Lou Costello y el poeta Williams Carlos Williams, el favorito del protagonista, que también es aficionado a escribir poesía. Paterson siempre lleva encima su libretita secreta, donde va acopiando textos breves en cuya superficie emerge la vida cotidiana –la del autor pero también la de su entorno–, escritos con un lenguaje llano (llanísimo) y una economía de recursos que podría pasar por simple si en realidad no fuera extraordinaria. No se trata de la simpleza de quien no tiene más que lo que muestra, sino de una que es de otra clase, deliberada, pulida de tal modo que el diamante más precioso pueda seguir pasando por piedra y cuyo valor solo será reconocido por la mirada atenta. Así también es como filma Jarmusch, a través de travelings realizados como al pasar, pero capaces de convertir a los paseos por el barrio en una versión suburbana de La Odisea, o de montar secuencias en las que un recorrido en colectivo se vuelve tan maravilloso como Las mil y una noches. Porque Paterson es colectivero y su asiento de conductor es uno de sus lugares favoritos. Ahí es donde empieza el día, escribiendo poesía justo antes de comenzar el recorrido a través de la ciudad, o donde disfruta de las historias que sus ocasionales pasajeros (y vecinos) se cuentan unos a otros, sin saber que hay alguien más que los escucha. Así es también la estructura narrativa de la película, que siempre ofrece dos lados para ver y entender la misma situación. Una película doble en donde, como en el sueño de la novia de Paterson, la realidad tiene un lado gemelo. Jarmusch se divierte plantando esos pares a lo largo de todo el relato, no sólo desde el plano más obvio, llenando la película de mellizos, sino de una forma menos evidente. Ahí están Paterson y su pueblo gemelo; los dos obreros que en el colectivo se cuentan la misma historia aunque en distintas circunstancias; o los paseos idénticos que el protagonista es obligado a dar con Marvin, el bulldog de su novia, cada noche cuando vuelve a casa. Pero por más que se parezcan los gemelos nunca son idénticos y Jarmusch también disfruta del hallazgo de esa anomalía que hace diferente a lo que se ve igual. Como ocurre con los diálogos que cada mañana se dan entre Paterson y su supervisor, en los que uno apenas pregunta por cortesía “¿Cómo estás?” y el otro siempre comienza su respuesta con la misma fórmula (“Y, ya que preguntás…”), para enseguida largar una retahíla de lamentos sobre las pequeñas miserias de su vida familiar, siempre iguales pero deliciosamente distintas. Incluso Paterson, el colectivero poeta, lector de Melville y Emily Dickinson, es una anomalía en sí mismo. Al contrario de los gemelos fotografiados por Diane Arbus (y luego copiados por Stanley Kubrick en El resplandor), en el juego de duplicidades propuesto por Jarmusch no se reconoce ningún rasgo de lo siniestro, sino más bien el reflejo plácido de lo habitual, de lo cotidiano, de las rutinas amables en las que, si se las mira con atención e intención, es posible hallar una particular forma de belleza invisible para el ojo distraído. Un espejo de la realidad. En ese mundo de duplicidad y repetición, el Paterson de Jarmusch tiene el rostro único del extraordinario Adam Driver, cuyos rasgos no sólo distan mucho de los patrones clásicos de la belleza publicitaria, sino que tampoco encajan con el molde anónimo y serial del hombre común. En la decisión de elegirlo como protagonista Jarmusch no sólo acierta desde lo dramático, sino que además encuentra el avatar perfecto de lo anómalo, de aquello que no encaja pero que así y todo sólo puede ser notado si se lo mira con atención.
Un día en la vida Paterson (2016) es una película tierna y engañosamente sencilla. Transcurre a lo largo de una semana y trata sobre el día a día de una persona que empieza y termina todos los días de la misma forma. A primera vista es una película sin conflicto, y en la repetición de la rutina del personaje vemos que cada día sintetiza una filosofía de vida que no invita conflicto. No es hasta el final que descubrimos qué es lo que ha estado en juego todo el tiempo. El protagonista es Paterson (Adam Driver), un chofer de colectivo que además es poeta. O al revés, un poeta que además conduce un colectivo. Ambas cosas van de la mano: Paterson maneja un colectivo en la ciudad de Paterson, Nueva Jersey, oyendo las conversaciones de sus pasajeros y en su tiempo libre escribiendo reflexiones poéticas en su libreta. No ambiciona con ser publicado. No hay un concurso de poesía al final de la película. Es su modo de vida. El objetivo de Paterson - inconsciente, como todo lo que hace - y uno de los posibles mensajes de la película es que el arte le da sentido a la vida, y vivir artísticamente es un fin en sí mismo. La película no se pone en una posición pedante ni mucho menos sobre lo que constituye la palabra y sugiere que todos estamos buscando un modo de expresión artística que de forma a nuestra vida y viceversa. Es una película sumamente serena. Aún los indicios de peligro que se señalan aquí y allí carecen de amenaza; son notas al margen o al pie de página. Escribe y dirige Jim Jarmusch, que en su obra se ha dedicado a retratar, con mayor o menor autenticidad, personajes que suelen ser lacónicos, solitarios y totalmente entregados a su estilo de vida. Todos podrían ser descritos como vagabundos - el joven itinerante de Permanent Vacation (1980), los choferes noctámbulos de Una noche en la tierra (Night on Earth, 1991), el forajido moribundo de Dead Man (1995), etc. - pero el de Paterson no es un vagabundeo desesperado ni errante, sino asimilado en un sistema de vivir. Paterson tiene una novia, Laura (la adorable Golshifteh Farahani). Laura es, cómicamente, la antítesis de su novio, y se encuentra en plena búsqueda de una forma de vivir y expresarse. Quiere ser decoradora, chef o música, dependiendo del día y qué video de YouTube ha visto recientemente, y la banalidad de todo emprendimiento queda resaltada por su insistencia en impostar su “estilo” (patrones de rallas o círculos en blanco y negro) en todo lo que viste y hace. Cualquier otra historia recurriría al melodrama para inventar tensión entre la pareja - habría algún malentendido inoportuno, alguna pelea trágica o recriminación hiriente - pero los personajes están por encima de eso. Se complementan demasiado bien. Paterson es una película en tiempo presente, lo que significa que la vida anterior de sus personajes es irrelevante y el futuro se mantiene incierto y difuso. No poseen tragedias en sus pasados ni ambicionan nada para su futuro. Cuenta una historia sobre la armonía del ahora, sobre saborear lo bueno y lo malo y llegar a la semana siguiente con ganas de seguir viviendo.
Crítica emitida por radio.
Adam Driver es un driver (conductor de colectivos) y su personaje, Paterson, vive en Paterson, Nueva Jersey. Las casualidades no son casuales en el nuevo trabajo de Jim Jarmusch, ya que su historia habla de los encuentros inesperados, de las coincidencias absurdas, de las paradojas y los pequeños grandes momentos que surgen incluso en las vidas más sencillas y hasta rutinarias como la del antihéroe del film. El actor de la serie Girls y, sí, el Kylo Ren de la última Star Wars interpreta a un chofer que vive con su bienintencionada y servicial novia Laura (la iraní Golshifteh Farahani), una chica que se la pasa diseñando cosas en blanco y negro y cocinando cupcakes, y con un bulldog malhumorado que es protagonista fundamental de la historia. Paterson -que no usa celular ni Internet- también tiene sus gustos. Además de manejar varias horas por día, escuchar anécdotas de los pasajeros y ver gemelos por todas partes, tiene un anotador donde va escribiendo excéntricos poemas que parecen haikus. De hecho, la película -tan norteamericana como es- tiene algo de japonesa, con un tono zen, y quizás por eso termine con el encuentro de Paterson con un personaje de origen nipón. Narrada en el lapso de una semana, sigue las vivencias cotidianas de Paterson: levantarse bien temprano, ir a la terminal, manejar varias horas, reencontrarse con su dulce novia, sacar al perro a pasear y terminar siempre en el mismo bar hablando con el cantinero y los clientes de siempre. Allí ocurren varios de los momentos más excéntricos de una película que se disfruta a cada instante (hay también una salida de la pareja al cine un sábado a la noche para ver un clásico de terror en blanco y negro, un bello insert cinéfilo). Paterson -la película- es sobre la poesía y los poetas amateurs sin necesidad de ponerse artificialmente lírica. Si bien los haikus del protagonista se van viendo en pantalla, la poesía del largometraje proviene de otra parte: de la mirada relajada de Jarmusch, de la creatividad y sensibilidad que hay en cada detalle y observación, de la bondad inocente -casi de cuento de hadas- de la optimista pareja, de la forma en que filma ese decadente y contradictorio barrio trabajador. Un director que, ya en su madurez, se permite hacer una película alejada por completo de los cánones, los tiempos, los ritmos, las urgencias del cine contemporáneo. Un cineasta fuera de las modas, de las normas y, por eso (y por su talento), decididamente único
Paterson: hombre al volante de la poesía cotidiana Sinónimo de cine independiente americano desde los años 80, Jim Jarmusch demuestra en Paterson que puede incluso reafirmar sus coordenadas como autor, que su cine se parece cada vez más a sí mismo, que sus señas particulares se afianzan con los años. Porque en esta película, exhibida en Cannes en 2016, el director de Extraños en el paraíso se preocupa por singularizar la propuesta hasta el punto de hacer intransferible el relato. Sólo Jarmusch puede contar esta historia de un chofer de autobuses de Paterson, Nueva Jersey, con estas coordenadas, con estos elementos, con esta disposición. El protagonista, Paterson (Adam Driver), lleva el mismo nombre que la ciudad en la que vive, como ocurría en la magistral Mumford, de Lawrence Kasdan. En el colectivo que conduce, Paterson escucha historias mínimas, en general truncas, que se relatan sus pasajeros; microrrelatos que podrían ser por derecho propio el principio o la totalidad de otras películas indie. Además, Paterson escribe poesía y pasea al perro de su pareja, un can actor extraordinario, ayudado por un montaje que maneja a la perfección los resortes eternos de este arte. Ella pinta, cocina y tiene sueños musicales. Y rodea a Paterson de pedidos, de elogios, de comida, de preguntas. Y Paterson está ahí, y está en el bar, y no está del todo, salvo cuando habla con extraños interesados en literatura o sobre ciudadanos ilustres de Paterson, ciudad que, según nos muestra Jarmusch, tiene entre sus habitantes a muchos mellizos (como Famaillá en Tucumán, como pudimos ver en el documental nacional La ciudad de las réplicas). Jarmusch ofrece una película anacrónica, como si fuera de su propia cosecha de los 80 y 90, pero autoconsciente, con un personaje que no tiene teléfono celular, y con un ritmo cansino, de rutinas que se van haciendo más profundas y entrañables. John Ford hizo de esa exposición del ritmo del trabajo una obra maestra como ¡Qué verde era mi valle!; Jarmusch hace una película valiosa, que tiene como límite la propia firma del autor, que estaba más borrosa en la sanguínea Solo los amantes sobreviven. El director de El camino del samurái hace un cine que confía en sus propios ritmos, en sus sensibilidades, que pocas veces se permiten la pasión o el desborde (de ahí que los pocos chistes sean verdaderos oasis). Así, Jarmusch ofrece un cine admirable, impecable, accesible para la empatía, pero poco apto para quienes buscan grandes arcos narrativos o picos emocionales que se graban para siempre en la memoria.
Una oda a la vida común Es un filme poético, pero no de manera literal, de actos sencillos que muestran la generosidad del alma. Paterson vive en Paterson. Paterson es Adam Driver (driver, conductor), y Paterson es conductor de autobuses en Paterson, Nueva Jersey. No es un mero juego de coincidencias: Jim Jarmusch arma un espléndido relato acerca de la convivencia, de las cosas pequeñas que nos hacen pensar en grande. De los actos sencillos que demuestran la generosidad del alma. Paterson tiene una vida casi rutinaria. La película sigue al protagonista por una semana. Se despierta cerca de las 6.15, por lo general abrazado a su novia, Laura (la iraní Golshifteh Faraham). Desayuna, parte a la terminal de autobuses, y maneja. Escucha a sus pasajeros, pero también se toma su tiempo para pensar y crear poesía. Porque Paterson, la película, es una película poética. Y Paterson, el personaje, es un poeta amateur. Algún personaje le preguntará si lo es, y él lo negará. Laura está convencida de que es tan bueno como William Carlos Williams, que entre otras cosas fue médico y poeta en Paterson, el pueblo. Pero Paterson, el protagonista, nunca le lee a ella lo que escribe en su libretita. Ella le recomienda que haga una copia. Dentro de su rutina, a Paterson no le molesta su vida. Sí se lo nota apenas sorprendido por algunas decisiones de Laura, que empieza a decorar toda su casa en blanco y negro, lo lleva a ver un clásico de terror al cine en blanco y negro, y desea ganarse la vida como pastelera cocinando cupcakes… en blanco y negro-.Y dentro de sus hábitos, costumbres y repeticiones, está llevar a pasear a Marvin, el bulldog que lo mira con cara de perro y tendrá fundamental participación en la trama, ir a un bar, tomar una cerveza -sin maní- y charlar con los clientes y el dueño, acomodar la casita del correo frente a su casa, que está destartalada. Paterson es un filme de sensaciones continuas. La reiteración y las coincidencias –el filme abre con Laura contándole un sueño: que iban a tener mellizos, y Paterson se la pasa cruzándose con gemelos todos los días-. Es como una oda a la vida común. Lo que Paterson escribe son observaciones, no siempre tienen rima, ni él tiene intenciones de publicar. Y que Laura esté obsesionada con formas y diseños en blanco y negro es tal vez una manera de reforzar cómo es la vida en ese modesto hogar: la vida es como es, tal vez sin colores, sin matices, pero ellos la toman así. Como es. Y en Paterson transcurre esta comedia singular, seductora por su simpleza, increíblemente atrapante por su rutina y ciertamente poética.
Un pequeño momento en la vida de un poeta puede ser un enorme momento dentro de una sala de cine, como bien demuestra Jim Jarmusch en Paterson, su última película de ficción. Paterson es un joven conductor de autobuses en la ciudad de Paterson, otrora cuna cultural y económica, hoy devenida en un lugar que sobrevive a pesar de carecer del carácter pujante de las otras ciudades. Paterson es también poeta, transcurre su vida escribiendo sus textos, trabajando y conviviendo con su inquieta novia Laura, otra artista pero de espíritu más relajado. El día de Paterson transcurre en la atenta observación de sus pasajeros, los paisajes de su ciudad y las noches en comunión con su inquieta amante, quien le insiste para que él edite sus poemas, cosa a la que el protagonista se niega incesantemente. ¿Es una semana tiempo suficiente para conocer a un personaje? ciertamente no es una tarea difícil la que le propone Jarmusch a su espectador, pero junto a una rutina clara, una actuación brillante por parte de Adam Driver y la presencia constante de la escritura que va creando el protagonista logran que, por lo menos, quien se adentra en este maravilloso film, pueda entender el interior de un personaje simple, querible. Muy interesante es la revisita que hace Jarmusch de su film Coffee and Cigarettes (del año 2003 compuesto por charlas entre diferentes personajes), en las pequeñas conversaciones entre los pasajeros que Paterson transporta, capturando la simpleza de las palabras y la impronta de una ciudad en pequeñas escenas y que corona con el semblante relajado y magnético de Adam Driver. La poética es, sin dudas, la gran protagonista de este film, está en imágenes, en los climas, en la química entre los protagonistas y también está en los procesos de escritura del propio Paterson, que repasa en su cabeza cada palabra y su relación con los vocablos que la rodean, mientras el espectador es invitado al juego mediante una sencilla sobreimpresión en la pantalla.
Hay películas que están hechas para todo público, hay otras que no son para todos sino solo para un círculo selecto de filmografías varias. Y después están las películas de Jim Jarmusch, gran abanderado de festivales independientes cuya adoración por el minimalismo genera opiniones extremadamente divididas en la platea. Paterson, su último trabajo, podrá ser una de ellas, un acercamiento a la poesía de lo mundano y cotidiano demasiado amable y apático, que encontrará su lugar respectivo en lo más distinguido de la cartelera.
“Paterson”, poesía y viajes en bus con Jarmusch Paterson es el nombre del pueblo en New Jersey donde vivieron los poetas William Carlos Williams y Allen Ginsberg, y también el comediante Lou Costello. Y Paterson también es el nombre del protagonista del último film de Jim Jarmusch, que describe la vida de este chofer de micro y poeta a lo largo de una semana que, en principio, parece no tener modificaciones importantes día tras día, aunque a medida que se acerca el fin de semana las cosas van tomando otro rumbo. El film es un ejercicio de minimalismo que se relaciona con una de las mejores películas de Jarmusch, "Mistery Train", en la que varias historias se interconectaban en la ciudad de Memphis. Claro, Memphis es la ciudad por excelencia del rock y del soul, y por eso el film tenía otro ritmo. En Paterson el tema es la poesía, y Jarmusch lleva al espectador a una comedia del absurdo reposada, y por momentos divertida. También es un tour de force narrativo, ya que el director plantea un lunes preocupante por lo poco que pasa en la pantalla, para luego atraparnos con las mínimas variaciones de diálogos entre distintos pasajeros del bus, o de los diferentes parroquianos del bar donde Paterson va todas las noches con su bulldog, personaje esencial en la trama, que además actúa casi tan bien como Adam Driver, el colectivero poeta.
Se llama Paterson, vive en la ciudad de Paterson, New Jersey, cuna del poeta William Carlos Williams, en cuyos versos se inspira la película del mismo nombre. Interpretado por Adam Driver, la nueva criatura del rey del cine independiente, Jim Jarmusch, es una creación inolvidable, un aporte al cine de una originalidad absoluta: Paterson es un conductor de ómnibus, un tipo tranquilo que adora su rutina. Cultiva el placer de ir y venir de casa al trabajo, cumpliendo meticulosamente los horarios que marca el despertador, los horarios de trabajo que le anota el supervisor, el momento de sacar al perro a pasear y tomarse una cerveza. Se despierta cada mañana abrazado a su pareja, una bella cantante amateur obsesionada con los estampados en blanco y negro. Y es un poeta, un impensado creador de belleza, desde los cuadernos en los que anota palabras inspiradas. Paterson es un personaje Jarmuschiano de pura cepa, que integra ese elenco único de seres inmediatamente queribles y un poco estrafalarios que respiran en su cine, con link especial a las primeras, extraordinarias películas del director: Extraños en el paraíso, Bajo el peso de la ley. En Paterson, con su excéntrica circularidad, el melómano Jarmusch se deja llevar, y nos arrastra con entusiasmo, por el placer de escuchar no aquí la música de los instrumentos y las voces, o no solamente, sino la de las palabras. En buena medida, esta nueva obra maestra del director neoyorquino, es un manifiesto de amor por la poesía, que jamás aburre. Que esa poesía brote de la mano de un tipo aparentemente gris y rutinario es producto de la mirada de ese otro poeta, el del cine, que por suerte, cada tanto y aunque sea tarde, sigue regalando pequeñas joyas como ésta.
Paterson vive en Paterson, Nueva Jersey. Su vida que parece rutinaria en realidad no lo es; ya que pese a hacer lo mismo casi todos los días, él disfruta estos momentos donde puede leer y escribir poesía, pasar tiempo con su peculiar novia, o dar caminatas nocturnas que incluyen una obligatoria parada en el bar local. Así es como Paterson lleva su vida, secándole provecho a cada segundo, mientras intenta ayudar a sus vecinos. Tenemos nuevo film de Jim Jarmush a la vista y es inevitable saber que vamos a estar ante otro film que va a dividir las aguas; con aquellos que gustan del particular estilo de narración del director neoyorkino, que se siente cómodo al contarnos las vidas de estas personas normales que podríamos cruzarnos cualquier día de la semana; mientras que los espectadores acostumbrados a films donde el relato tiene un principio y un final y nos deja algún mensaje, Paterson no tendrá demasiado sentido. El film incluye ese sutil humor que roza lo absurdo o caricaturesco, y que ya vimos en películas de Jarmush. Pero vale aclarar que lo que a muchos les causa gracia, a otros les parecerá un humor sonso; lo cual es entendible, porque es marca registrada de la casa. Ayuda mucho al estilo del director contar con Adam Driver en el rol principal. El lungo actor vuelve a demostrar que se siente muy cómodo en estos roles de persona común y corriente; y en producciones pequeñas; siendo cada vez más raro ver cómo Star Wars figura en su carrera, al compararla con el resto de las películas. Quizás uno de los defectos que tiene Paterson es que se siente un poco larga en su desarrollo; haciendo notar las casi dos horas que dura la película cuando la cinta está llegando a la mitad; definitivamente la rutina de Paterson podría haberse acortado. Poco se puede decir sobre el cine de Jarmush que no se sepa; así que sólo nos queda hablarles a los lectores que no vieron sus anteriores películas de este realizador. Si quieren algo simple, sencillo, que parece un extracto de la vida de cualquier persona normal y corriente, Paterson es una apuesta segura para ir al cine. Aquellos que piensan que esta clase de producciones son aburridas, olvídenlo.
La última película de Jim Jarmusch, que ha creado una joyita milagrosa donde palpita la poesía. En la ciudad que tiene el mismo nombre del protagonista, que a su vez el titulo de un largo poema del autor William Carlos Williams, que consideraba a la poesía un equipaje para la vida, y que celebraba la belleza en las actividades cotidianas de los hombres comunes. Aquí la historia argumental es simple, siete días en la vida de un conductor de autobús, que convive en un amor plácido e intenso por su compañera, motor de creatividad, que cuando comienza sus actividades inicia un poema, que terminará de redondear en su almuerzo, que quedará en ese cuaderno único, que no piensa reproducir ni publicar. Todos los días que tienen un compás que se repite con ligeras variaciones, como si se tratara de un acto creativo permanente, donde la observación, el ritmo, los encuentros con vecinos y desconocidos, alimentarán esa sensación de que un poema late en todos nosotros. Si es que sabemos escuchar ese latido y somos capaces de expresarlo. Una tarea grata, única, que nos gratifica y nos hace mejores, como el improvisado rapper, o la niña que lo emociona con su lirismo. Cada día esos poemas escritos especialmente para el film por Ron Padgett, surgen para los espectadores, impresos en la pantalla que imita la escritura a mano, y que nos permite vivir en la subyugante alquimia del nacimiento de cada verso. Y ese ritmo interno del film se ve no solo en la vida cotidiana del protagonista, en la obsesión por pintar todo de negro y blanco de su pareja, (en la guitarra que desea, en los muffins que cocina) sino en repeticiones de comentarios de un suceso: Un desperfecto en su autobús dispara un comentario de hecatombe que repiten distintos personajes. O un sueño-deseo que habla de gemelos que se corporizan. Pero también esta el humor en situaciones límite. O en el comportamiento del perro de la familia que puede llevar al poeta a la pérdida. Pero, un personaje de otro film llegara con un regalo que habla de renacimiento. Maravillosos actores, como Adam Driver y Golshifther Farahani, referencias a otros célebres de la ciudad, detalles y preciosismos. Pero por sobre todo un clima único, como si uno pudiese presenciar el milagro de una creación. Ni más, ni menos.
Esta la historia de un poeta que no le gustaba la poesía, y aun así fue a ver una película sobre un poeta que escribe poesía sin rima. Si, ya sé que es chiste fácil, pero bueno es momento de que lo usara. El director Jarmusch nos cuenta una semana de Paterson (el poeta en cuestión) que vive en un pueblo que se llama Paterson. Tiene una novia que le encanta el blanco y el negro, hacer cupcakes, actuar como una niña y sueña ser cantante country. Ya de entrada uno se da cuenta cómo va a ser la película, cómo van a ser los días de este conductor de colectivos hecho poeta. Y al principio pensaba que a pesar de la lentitud de la película tenía buen ritmo (un poco contradictorio, lo sé) pero a medida que va avanzando la película comienza a cansar y a aburrir que no pase nada. Quizás lo más divertido es la relación que mantiene el protagonista con el perro bulldog, claramente no se quieren. No es una película mala. Deja unos claros mensajes en cuanto a la rutina y a la monotonía de la vida diaria, mostrando algunas escenas que quizás a priori no tienen sentido o dejan cabos sueltos, pero me parece que el director a punta a eso, a mostrar la rutina diaria con las cosas banales de la vida, situaciones que quizás le sirven de inspiración al poeta. Otro mensaje importante son las cosas que uno deja para más adelante, iría bien aquí el refrán “no dejes para mañana lo que podes hacer hoy”. Es confuso el mensaje de amor, muestra a un él apoyando incondicionalmente a una ella en todo lo que quiere hacer y hace, pero también le miente cuando algo no le gusta (como la comida) ¿Acaso el amor se trata de hacer sentir bien a la otra persona sin importar que haya mentiras en el medio? Mi recomendación: Una película para le gente que le gusta la poesía sin rima y que aprecia los films estables en lentitud. Mi puntuación: 5/10
Con “I” de indie. Con más de una docena, entre ficción y documentales, de películas en su haber, Jim Jarmusch es uno de los directores emblemas que -sobre todo a partir de los años noventa- le lavaron la cara a la industria cinematográfica estadounidense, con películas fuera del ámbito hollywoodense y por ende mucha más libertad creativa. Películas como Dawn by Law y El camino del Samurai son un símbolo del cine norteamericano independiente, que transmitían también esa estética depresiva que rodeó a la década. Con el paso del tiempo, como suele suceder con todo, la industria se comió al producto independiente. Cuando ese tipo de cine se fue convirtiendo en moda, se acuñó otro término, “cine indie”, mucho más comercial (aunque disimuladamente) y menos transgresor. Jarmusch venía esquivándole al cine “indie” –aunque algunas obras como Flores rotas ya lo mostraban golpeando la puerta de la industria– y con Paterson pareciera que finalmente abrazó el concepto. El ciudadano ilustre: Paterson es el título de la película, es el nombre del protagonista, el nombre de la ciudad en la que se desarrolla toda la acción, y el título de un libro de poemas del cual el protagonista es admirador. Paterson engloba todo. Paterson (Adam Driver) es un joven colectivero que vive en la ciudad de Paterson, New Jersey, quien lleva una vida de lo más mundana. Tiene una novia con más proyectos a realizar que logros conseguidos, un bulldog que saca a pasear, es amigo del cantinero de un bar, y tiene el colectivo. Lo suyo es una rutina. Lo único que lo evade de esa rutina es la afición por la poesía. Admira a William Carlos Williams, poeta autor de Paterson, un libro de poemas dedicado a la ciudad en la que Paterson vive. Él mismo es un aficionado poeta. Cuando puede, saca su lapicera, su libreta en blanco, y escribe sobre lo que ve y oye. Paterson es un observador de Paterson. Así Jarmusch arma una historia que no tiene mucho de historia, es mejor transcribirlo como la repetición de una rutina con personajes algo peculiares. Particularmente, dentro de esos personajes peculiares se destaca Laura (Golshifteh Farahani), la novia de Paterson. Una mujer que lo adora, que quiere instalar un negocio particular de ventas de magdalenas… perdón, de muffins, y que tiene una obsesión con pintar todo de blanco y negro. La relación entre Laura y Paterson es lo mejor de la propuesta. Destello y rutina: Jarmusch intenta mostrar a un personaje común que internamente lucha por salir de esa monotonía, aunque no se note mucho su sufrimiento. Muestra el costado intelectual dentro de una vida mundana. Pero a diferencia de sus anteriores films, en Paterson los riesgos que toma son pocos. El modo narrativo que escoge es bastante tradicional, con un ritmo lento, aunque más ágil que otras de sus propuestas, quizás las mejores. En sí, todas las elecciones estéticas son bastante tradicionales dentro de lo que suele ser su cine. Como si estuviese haciendo un film para que el público masivo entienda su cine ¿Jarmusch for Dummies? Adam Driver es el intérprete ideal, su tono cansino, desganado, y el modo particular de gesticular se adaptan a la perfección con lo que la película propone. Golshifteh Farahani es una actriz dulce que dota a Laura de una luz particular, su interpretación hará que el personaje no resulte irritante es algunos tramos. Entre ambos actores hay química precisa, real. Conclusión: Paterson es una película que no cuenta mucho ni innova demasiado dentro del cine de Jim Jarmusch. Sin embargo, con su mecanismo a media máquina, le alcanza para ofrecer algunas sublecturas interesantes sobre un hombre que sirve como botón de muestra de una sociedad que oprime el costado más cultural e intelectual de sus habitantes.
LEJOS DEL PARAÍSO Cuando el cine independiente todavía ni usaba ese nombre, Jim Jarmusch irrumpió con una película que hoy es un clásico: Extraños en el paraíso. Un film tan personal como atrapante, donde con muy pocos elementos el realizador era capaz de crear un universo rico, emocionante, complejo, y al mismo tiempo con un aspecto absolutamente novedoso. Muchas películas pasaron entre 1984 y el 2016 de Paterson y aunque Jarmusch sigue siendo fiel a sí mismo en muchos aspectos estéticos y temáticos, su carisma y su conexión con el material ya no se percibe tan fresco y auténtico como en otros films. Todo director tiene derecho a evolucionar o permanecer en el punto de inicio, pero también los espectadores tienen el derecho de perder interés cuando la propuesta ya no le gusta. El conductor de micro y poeta protagonista de la película tiene mucho de los aspectos de los personajes de Jarmusch, pero el distanciamiento emocional que funcionaba tan bien en otras películas del director, acá simplemente se convierte en una expulsión. Le lleva demasiado trabaja a la historia construir cariño por los personajes, de hecho no hay más que un personaje, el resto son caricaturas con las que es imposible empatizar. Claro que Jarmusch no es un mal director y hay muchos elementos que valen la pena en la película, lamentablemente muy lejos de lo mejor que su cine ha ofrecido y también lejos de una película que merezca ser recomendada.
¿Cómo sería el mundo de William Carlos Williams si se convirtiera en una película? Probablemente Paterson (2016), la nueva película de Jim Jarmusch, sea una respuesta a esa pregunta y al mismo tiempo un homenaje al poeta que a principios del siglo XX eligió trabajar con el mundo tal como era, con la ciudad moderna y el lenguaje hablado de todos los días, como material para su poesía. Williams era médico y ejerció en Nueva Jersey; Paterson, el protagonista de Jarmusch, es colectivero y desenvuelve su vida y su trabajo en la misma ciudad (también es Adam Driver, uno de los pocos actores jóvenes que pueden decir la literatura como si fuera su lengua materna y no algo completamente ajeno). Menos atractiva que la vecina Nueva York, menos glamorosa, con un aire viejo y olvidado como algunas partes del conurbano bonaerense donde las fachadas de comercios con carteles baratos se imponen sobre la pátina histórica de los edificios antiguos, la Nueva Jersey de la película de Jarmusch es un territorio que pertenece enteramente a la literatura, un anacronismo de belleza sutil habitado por personajes que parecen salidos directamente de la poesía de Williams, en la que predomina la bondad. Ahí, Paterson (Driver) comparte una casita modesta y feliz, de puerta rosada y buzón que no para de caerse como en un dibujo animado de la Pantera Rosa, con su novia Laura (Golshifteh Farahani). El parece la mismísima encarnación de la idea de trabajo no alienado: todos los días se despierta contento para ir al trabajo, iluminado por el primer sol de la mañana que los hace a él y a su novia doblemente bellos, tocados por alguna especie de divinidad natural. Después del desayuno, Paterson camina como un obrero de la década del 50 a su trabajo y empieza una jornada que es siempre el mismo tema con variaciones, igual y distinta, más rítmica (como la poesía) que monótona (como la vida) y cargada de pequeños detalles de los que nacen, literalmente, poemas. Es que el colectivero lleva su libreta a todas partes, y escribe versos que aparecen sobre la pantalla como si la película misma fuera un cuaderno con las hojas en blanco. Paterson, por la coincidencia feliz de su nombre y el del barrio de la ciudad adonde se dirige la línea de colectivos, maneja un vehículo que lleva su nombre escrito en el frente: entre la persona y el trabajo, no hay separación tajante ni conflicto, sino armonía y unidad. En esa especie de utopía cotidiana que comparte con su novia, a ella le toca quedarse en casa y decorarlo todo –hasta la cáscara de la mandarina que lleva su novio en la lonchera– como la discípula más fiel de Utilísima pero con un placer y una creatividad inagotables. Paterson, la película, es una imagen de la vida cotidiana como podría ser si no fuera en realidad mediocre y agotadora, y en ese sentido se parece a la poesía. Hay un personaje, el único que parece venir de nuestro mundo real, que cada mañana le cuenta a Paterson, el colectivero satisfecho, sus múltiples padecimientos: tiene problemas de guita, la familia lo fastidia, vive malhumorado y parece encontrar en la queja el único lenguaje posible. Paterson lo mira como si fuera un extraterrestre: en el mundo de la poesía, sin dolor, sin días de mierda, no hay problemas que no sean amortiguados por el colchón de la belleza ni aburrimiento que no sea productivo. Es como si Jarmusch hubiera tomado la poesía de William Carlos Williams con una literalidad furiosa y la pensara, más que como destellos ocasionales en un medio caracterizado por la dificultad, como una modalidad de la existencia. El resultado es una película que se disfruta de principio a fin, con la misma cualidad de agua limpia y refrescante que tiene la poesía de Williams –casi la contracara diurna de Only lovers left alive (2013) y su pareja de vampiros–, y un acercamiento a la literatura mucho más interesante y consistente que las irritantes menciones de fanboy con que Jarmusch hacía participar a sus escritores preferidos en otras de sus películas.
Mientras que el cine de muchos de los mejores autores con el tiempo comienza a parecer una caricatura de sí mismos, el caso de Jim Jarmusch es diferente: su pluma de escritor (conviene ya abordarlo en estos términos, y ésta película es la que más explicita el hecho de que estamos ante poesía antes que nada) cada vez más se hunde en su propia impronta, pero lo hace con una excelencia que lo reafirma una y otra vez como una de las últimas grandes voces del cine independiente. Paterson es la historia de una vida, sólo que de una de la cual otras películas no hablan. Su protagonista es un chofer de colectivos (impecable Adam Driver), que cumple una rutina, tiene una novia llena de vida y concluye todos sus días con una cerveza en el pub de su barrio. Y durante esta rutina, claro, está la poesía: esa que Paterson (que se llama igual que la ciudad donde vive, en New Jersey) presencia a diario y escribe con lápiz y papel, porque aborrece nuevas tecnologías y ni siquiera tiene un celular: “es una cadena”, dice, y tiene razón. Este hombre de mirada solemne, pero que nunca cae en el cliché del melancólico (porque no lo es, y no interesa), escribe porque le nace, y no le importa si el mundo está o no atento a su existencia. Sabe que somos un rejunte de moléculas caminando lado a lado por la calle, y eso está bien, porque hay algo de poético en tanta vida, aún cuando no nos damos ni cuenta. El nombre que más resuena en el film de Jarmusch es el de William Carlos Williams, poeta que habitó los rincones de dicha ciudad, y sin duda funciona como fuente de inspiración para la totalidad del film y sus protagonistas. Paterson, no vamos a engañar a nadie, no es un film para cualquiera, y cae en la ridícula categoría que algunos profieren como “esa donde no pasa nada”. En Paterson pasa mucho, demasiado, y basta con ver a cuántas vidas nos hemos asomado al final de la película: desde la mirada de un poeta a la de un actor que no acepta la pérdida del amor, o un dueño de bar obsesionado con coleccionar datos sobre los habitantes famosos de la ciudad (como reafirmando su lugar en el planeta) hasta una adorable joven -pareja del protagonista- que tiene demasiados sueños, no se detiene a pensar si podrá cumplirlos todos. Hay también un perro, que otorga algunos esporádicos momentos de humor que son bienvenidos y ayudan a romper la quietud, cada vez que el film lo necesita. Luego de narrar la atípica historia de dos vampiros en Detroit en Only lovers left alive (2014), Jarmusch vuelve al indie más minimalista que perfeccionó ya desde la época de Strangers in Paradise y Mistery Train. Agradecemos que el hombre siga filmando y nos siga recordando que el cine, entre tanto producto de Hollywood, también puede parecerse a un poema.
Hay muchas películas que tratan sobre la vida de un escritor, pero son contadas con los dedos las que intentan que la estructura y la narración de ellas coincida con la manera de escribir del artista. Jim Jarmusch, director de cine independiente norteamericano y niño mimado por la crítica, se arriesga en esta oportunidad a hacerlo y nos regala una película sencilla en cuanto a lo que se muestra pero de una complejidad constructiva importante. Paterson narra la historia de un colectivero llamado Paterson que escribe poemas, habita la ciudad de homónima, es lector ferviente de un escritor llamado William Carlos Williams, y lee su obra también titulada Paterson. Esta triple coincidencia de los nombres no es casualidad, sino que implica correspondencia. Paterson, lugar, persona, libro, nos adentra en un universo simple pero profundo donde la cotidianeidad es el rasgo más destacado. En el film, construido en segmentos que indican el día de la semana consecutivo que comienza, nos va mostrando el despertar de la pareja protagónica, siempre igual, pero a la vez con pequeñas variantes. Se aplica aquí el concepto de métrica de pie variable que Williams utilizara para sus trabajos, como si cada día fuera un nuevo verso del gigantesco poema que es la película, donde lo cotidiano se mantiene pero va permitiendo sutiles cambios. La vida del colectivero transcurre sin sobresaltos. Con su mujer forman una pareja respetuosa y amable. Ella es amante del blanco y negro que llena su casa con sus creaciones, en desbordante cantidad de trabajos, desde costuras hasta comidas. La elección de estos colores apunta también a la rutina diaria, pero también con variantes continuas que, no obstante, no hacen que se cambie de forma de vida. La producción poética de Paterson la va escribiendo en su “cuaderno secreto”, que no comparte ni con su mujer. La inspiración la toma de las cosas y elementos cotidianos, siguiendo uno de los postulados de Williams que nos dice que “no hay ideas sino en las cosas”. Revalorando la simplicidad, frente a toda una corriente preciosista de la poesía. Los poemas de Paterson, que podemos apreciar, se van escribiendo mientras conduce, o simplemente vive su vida, como si fueran su pensamiento. Estos textos fueron creación del escritor Ron Padget, tomando el estilo de Williams. Asimismo se leen algunos poemas del propio Williams, y se muestran lugares como las cataratas, que forman parte del repertorio de temas y de de las obsesiones de dicho autor. Adam Driver, está muy bien en su rol de Paterson, medido, optimista, observador; Golshifteh Farahani, como su mujer Laura, está correcta; y el perro de la pareja, Marvin, que obtuvo la Palme Dog en Cannes, da la nota simpática. Interesante película de que Jarmusch es guionista además de director, con una construcción que amerita más de un exhaustivo análisis, pero que se disfruta como una bocanada de aire puro. 9 de 10
Regresa Jim Jaramush. Creo que eso debería bastar para convocar a la cinefilia indie local a las salas sin dudar. La cosa es más o menos así: Paterson (Adam Drive) vive en la aburrida ciudad de Paterson (sí, así nomás). Es un colectivero regular de una línea urbana, se despierta solito, sin apelar a ninguna alarma (muestra de su autocontrol y responsabilidad) y vive con su mujer, Laura (Golshfteh Farahani), una exstencia en apariencia simple. Hasta ahí, nada debería sorprendernos. Pero... El hombre es un artista silencioso. Escribe poesía. Y al parecer es muy buena. Aunque la cuestión es lateral, en apariencia, pronto descubriremos que esa inquietud que parece hasta trivial, es el real motor de su vida. Lo que percibe y cómo transforma lo que es conocimiento cotidiano, en una visión prodigiosa. Todo lo que Paterson experimenta ofrece una perspectiva diferente, a la luz de su serena sagacidad. El film plantea de manera muy clara que todos podemos vivir una vida feliz, si prestamos atención a las pequeñas cosas y las valoramos en su justa dimensión. Hace poco charlaba con un especialista de neurociencias, y él repetía esta cuestión de cómo nuestro cerebro está entrenado para problematizar y quedarse con las sensaciones negativas y riesgosas, legado de aquel instinto primitivo de supervivencia con la que se forjó nuestra especie humana. Este profesional me decía que el hombre tiene más pensamientos negativos que positivos a lo largo del día y que ese hecho, contaminaba su desarrollo personal hasta encarcelarlo, si no se dominaba la mente con esfuerzo. Ustedes dirán... "y eso que tiene que ver con Paterson"? Mucho. El personaje de Adam Driver es un tipo sensible pero que tiene un gran poder para el goce de las pequeñas cosas. Es un protagónico revolucionario desde el punto de vista que no parece tener una vida exitosa, en términos de esta sociedad, pero lo es, en cuanto valora cada instante de su recorrido en este mundo. Todo lo que es de día a día puede tener su belleza única. Si estás preparado para apreciarla en toda su totalidad. Jaramush nos invita a compartir una semana con este hombre y conocerlo en profundidad. Su relación de pareja, los instantes de luz que vive conduciendo el colectivo cada mañana, la cerveza tomada en el bar cada noche. Y su amor por la poesía. Paterson anda con una libretita de aquí para allá donde registra todas sus vivencias y reflexiona sobre su impacto. Este seguidor de William Carlos WIlliams (el gran poeta) deslumbrará con segmentos sencillos, austeros, pero extremadamente bellos. En si, Jaramush propone un film pequeño, dulce, muy tierno, sobre cómo la forma en que encaremos el mundo nos definirá el resultado que obtendremos. La didáctica del cineasta afirma, en esta pseudo tesis fílmica, que lo importante toma lugar todo el tiempo en nuestras vidas y debemos estar atento a lo que sucede, siempre. La magia de la vida está hasta en los actos cotidianos mas trillados, y en su exploración y valoración, encontramos la originalidad de cada momento, único e irrepetible. Grandes interpretaciones, modestos rubros técnicos (me hubiese gustado una OST más colorida), y un film con el sello de un gran artista. Para los fans, es de visión obligada. Pero más aún para el espectador curioso que quiere adentrarse en una cinta distinta y silenciosamente potente. Muy recomendada.
Adam Driver (“Girls”, “Star Wars”) protagoniza la nueva y extraordinaria película del director de “Stranger Than Paradise”, en la que encarna a un conductor de autobuses con pasión por la poesía. Una serena y adulta reflexión sobre la belleza del ser y estar en el mundo, un día a la vez. La simpleza de PATERSON es tramposa. Es la simpleza del que ha encontrado que ciertas verdades sobre el mundo no necesitan demasiadas explicaciones, ni análisis, ni siquiera tienen que ser cubiertas con esa pátina de realismo psicológico que vuelve a las películas plausibles, “verdaderas”. En PATERSON lo que sucede podría ser un poema, un haiku, el mono no aware de la tradición japonesa: esa capacidad de encontrar en lo simple, transparente y efímero una verdad sobre las cosas, sobre las personas y sobre el mundo. Eso es la nueva película de Jim Jarmusch, una serena y adulta reflexión en tono zen sobre la belleza del ser y estar en el mundo, día a día, momento a momento. En términos narrativos, la película cuenta la historia de un tal Paterson (Adam Driver, en una performance muy contenida en relación a lo que hace en GIRLS o STAR WARS) que vive en la ciudad de Paterson, New Jersey, cuna del poeta William Carlos Williams. El hombre es conductor de un bus urbano y su rutina cotidiana es muy regular: se levanta a la misma hora, desayuna siempre lo mismo, trabaja hasta las seis de la tarde, va a su casa y cena con su mujer, saca a pasear al perro y en el interín se toma una cerveza en el bar de siempre. Las modificaciones a esa cotidianeidad son menores: su mujer quiere preparar cupcakes, comprarse una guitarra y aprender a tocar; una pareja en el bar tiene problemas románticos, algún problema con el bus en cuestión, y cosas así. Pero por lo general todo parece mecánico, un día igual al siguiente y al que viene después. A esa rutina Paterson le agrega un detalle no menor: el hombre escribe poesías en los minutos libres que tiene antes de empezar a recorrer las calles. En el cuaderno que lleva a todas partes están sus observaciones transformadas en poemas descriptivos, poco pretensiosos pero con un gran poder de observación. Eso sí, el fin de semana la rutina cambiará y ahí se producirá un quiebre que sacudirá un poco la vida armoniosa de Paterson y su mujer. Y eso es todo. PATERSON funciona en un tono menor, desdramatizado, con el protagonista y su esposa de origen iraní en un estado de romántica inocencia que parece sacado de una publicidad de felicidad de pueblo chico de los años ’50. Y Jarmusch aprovecha pequeños momentos para marcar diferencias entre uno y otro día: conversaciones en el bus, en un lavadero, en el propio bar. De esa manera, el personaje y la ciudad (que comparten nombre) logran transformarse en una sola y misma cosa. Pero la tesis principal parece puesta en celebrar, mediante recursos poéticos (los que Paterson escribe y Jim filma), la belleza contenida y amorosa de la vida conyugal, en lo que hoy parece algo un tanto retro. No se busca profundizar en contradicciones, husmear en lo que se oculta bajo esa apariencia de amabilidad cotidiana. Al contrario, se celebra esa felicidad cotidiana que aparece en una caja de fósforos, en un diseño de un vestido, en un encuentro inesperado. “¿O preferirías ser un pescado?”, es uno de los riffs con los que juega Paterson en uno de sus poemas, tras encontrarse con un alma gemela japonesa que admira también a Williams. De eso habla la nueva y encantadoramente simple película de Jim Jarmusch: de los bellos secretos que se esconden en la cotidianeidad de la experiencia, de la celebración de estar vivos y atesorar esos momentos, grandes o pequeños, que nos atraviesan cada cada día y cada semana, de prestar atención a lo efímero y a lo pasajero, a eso indescrifrable que nos hacer ser quiénes somos, con nuestras pequeñas cosas, cosas que tal vez solo sean importantes para nosotros, para esas personas que amamos y para nadie más. ¿O preferirías ser un pescado?
Las palabras y las cosas Paterson, la última película de Jim Jarmusch, narra la semana de un colectivero aficionado a la poesía, o de un poeta que trabaja de colectivero. Qué es la poesía? ¿Qué hace a un poeta? Las dos son muy buenas preguntas, difíciles de contestar, pero también pueden sonar un poco pomposas. Si yo digo que Paterson, la película más reciente de Jim Jarmusch, tiene en su centro a esas preguntas, seguramente esté dando una imagen un poco equivocada de la película. Porque Paterson celebra la sencillez (aunque es cierto que no se puede calificar como “sencilla”) y la poesía que nos trae es la de lo cotidiano, lo “bajo”, lo aparentemente común que gracias a la alquimia de las palabras se eleva unos metros por sobre el suelo. El protagonista es un colectivero que se llama Paterson (Adam Driver), que vive en la ciudad de Nueva Jersey también llamada Paterson, una ciudad a la que le cantó a mediados del siglo pasado el poeta William Carlos Williams. Paterson vive con su mujer Laura (la iraní Golshifteh Farahani, protagonista de About Elly) y un perro. Lee a Melville. Todas las mañanas se levanta y va a trabajar. Antes de empezar el turno, sentado al volante del colectivo, escribe unos poemas en un cuadernito ante la mirada algo burlona de su compañero de trabajo. Es que en realidad Paterson no es un colectivero, es un poeta. La manera en la que Jarmusch nos introduce a la poesía de Paterson (y acá cuando digo “Paterson” me refiero al personaje, a la ciudad y a la película, porque los tres se llaman igual) no es inocente. Paterson-personaje sale de su casa y va a trabajar. En el camino, recita en off “Tenemos muchos fósforos en casa/ siempre los tenemos a mano”. Cuando llega al trabajo y se sienta al volante del colectivo, escribe los versos en un cuadernito, debajo del título “Poema de amor”. Hasta ahí, hay una extrañeza, quizás la sensación de que este colectivero es un tipo raro con ínfulas de poeta, pero que una cajita de fósforos no tiene nada que ver con lo que uno entiende por poesía. El inspector lo interrumpe y Paterson tiene que ponerse a trabajar. Al mediodía, sentado a la vera de un río con su almuerzo, continúa su poema: “Fósforos que encenderán, tal vez, el cigarrillo de la mujer que amas,/ por primera vez”. Mira la cascada, después la tarjeta con la imagen de Dante Alighieri al lado de una foto de su mujer. Parece que Paterson es un poeta, después de todo. Paterson-película transcurre durante una semana en la vida de su protagonista y lo que Jarmusch nos parece querer contar es cómo lo rutinario puede transformarse en poesía si es visto con ojos de poeta. Lo hace Paterson-personaje y también lo hace él, por supuesto, con su Paterson-película. Un barman, o los pasajeros del colectivo, un perro, o cualquier objeto, bien mirado, es poético. Y esa mirada (la de Jarmusch) nos entrega unos pasajes al borde de lo onírico: casualidades, símbolos y simetrías que percibe tanto el protagonista como nosotros. Ya la palabra “Paterson”, con su multiplicidad de significados (protagonista, ciudad, película) conlleva en sí misma la simetría padre-hijo. La película no se agota acá, por supuesto, pero no es conveniente profundizar demasiado en sus otras aristas. Jarmusch nos regala su película más redonda desde Ghost Dog (con la que comparte la poesía y cierto tono trascendental-oriental) y es conveniente entrarle con la inocencia de un observador curioso, pero con la agudeza de quien está dispuesto a tranformar lo que ve en poesía.
Desde su debut, allá por comienzos de los años '80, hasta hoy, Jim Jarmusch ha construido una filmografía con una identidad inconfundible. Siempre rechazando el modelo de cine ampuloso y el vértigo narrativo, que tanto se han impuesto en estas décadas, sus películas son una auténtica bocanada de nobleza, en medio de tanta producción ejecutada en piloto automático. Con Paterson, el realizador de Extraños en el paraíso, Bajo el peso de la ley, El camino del samurái y Flores rotas; entre otras tantas, nos introduce amablemente en una semana en la vida de un chófer de colectivos (Adam Driver), que vive en la localidad de New Jersey que tiene su mismo nombre, es decir Paterson. Allí, el actor a quien vimos en propuestas tan diversas como Episodio VII: El despertar de la fuerza o Inside Llewyn Davis, reparte sus días entre su trabajo en el bus, siempre captando lo que sucede en ese microcosmos tan particular sobre ruedas, y sus momentos hogareños con su pareja (la actriz iraní Golshifteh Farahani), que tiene la particular pasión de diseñar todo su entorno en blanco y negro. El combo rutinario se completa con las visitas del protagonista a un bar donde toma su cerveza cada anochecer, y el protagonismo central de su perro bulldog (Nellie). Paterson recibió un par de distinciones en el Festival de Cannes, por un lado estuvo nominada al premio máximo, es decir la Palma de Oro, y por otro, Nellie obtuvo la Palma de Perro, dedicada a la mejor actuación canina. Lamentablemente, la perra murió antes de la entrega de premios y se transformó en el primer can en recibir dicho galardón de manera póstuma. ¿Qué tiene de maravillosa esta pequeña y encantadora historia? Esa misma calidez intimista que podemos encontrar en varios films de Jim Jarmusch. Su precisión a la hora de trazar personajes a partir de diálogos que rehúsan de toda solemnidad, y en unos pocos minutos pintan a sus protagonistas en varias de sus dimensiones. Y también su habilidad a la hora de captar esos instantes de absurdo cotidiano, en los que claramente el espectador puede sentirse reflejado, sin ser tomado del cuello por ningún gancho de guión que pretenda generar esa empatía a puro motor de fórmula narrativa. El cine de Jarmusch ha optado casi siempre por la eliminación del vértigo y del artificio. A la vez que los toques de excentricidad de sus personajes, nunca asumen una pose cool, sino que todo detalle de rareza, se desliza de un modo tan genuino como orgánico. La poesía, juega en este film de Jarmusch, un rol medular. El conductor de bus vuelca en una libreta todo aquello que contempla a su alrededor. Y aquí es donde el director vuelve a esgrimir sus cartas de nobleza, sin torcer la muñeca hacia el territorio de esos films que hacen alarde de una prosa "impostada" y "metafórica". No hay entrecomillado en el cine de Jim Jarmusch, sus películas siguen destilando esa textura artesanal, que lamentablemente en los cines va camino a la extinción. En este sentido, y más allá de que al realizador los elogios y premios le resulten apenas accesorios, sus films se han transformado en ese inigualable refugio de resistencia, que tanto él como sus seguidores, siempre estarán dispuestos a preservar. Paterson / Estados Unidos / 2016 / 115 minutos / Apta para todo público / Dirección: Jim Jarmusch / Con: Adam Driver, Golshifteh Farhadi, Nelly, Rizman Manji
La vida secreta de las palabras Esta realización del reconocido director Jim Jarmusch no es otra cosa que un poema filmado, casi se podría decir poesía en estado puro, si no fuese que el director le da otra impronta con los detalles del guión, los nombres, los actos, la presentación de los personajes, las acciones o también la inacción. Estructurada a través de capítulos nominados por los días de la semana, donde lo cotidiano no se hace rutinario gracias a la intromisión de la poesía de manera constante. Palabras que se repiten, y que se resignifican de manera diferente, empezando por el titulo del filme que hace mención a que las acciones transcurren en la ciudad de Paterson, New Jersey, los Estados Unidos, que retratan la vida de un conductor de autobuses que lleva el mismo nombre, y que en sus ratos de ocio escribe poesías, al igual que su ídolo William Carlos Williams, poeta que vivió durante el siglo XX en esa ciudad, y quien titulo uno de sus poemas más conocido como “Paterson”, en claro homenaje. De manera constante hace anclaje en pequeños detalles, en las pausas, el vacío ya no aterra, la repetición no es tal pues el que repite se va modificando con y a través de su entorno. Para que esto suceda debe contarse con una actuación del orden de lo increíble de Adam Driver, personificando a ese conductor taciturno, callado, casi inerte, pero muy observador y con demasiada vida interior, al mismo tiempo que no se asume como poeta pero es amado, respetado y sustentado por Laura (Golshifteh Farahani), su bella compañera de la vida que cree más en él que él mismo. El diseño de producción se ve reflejado en el empleo de la cámara, usada tal cual un lapiz que va escribiendo y describiendo todo lo que aparece delante de ella como flotando alrededor del personaje, Jarmusch ama sus criaturas, por eso es capaz de enfrentarlas a la desazón absoluta sin que por ello pierdan su esencia. Impregnando la pantalla de sencillez cotidiana, con un sutil sentido del humor, fino tan poético como los versos que Paterson le lee a su amada y que por magia del cine se extrapola con el espectador, en su reflejo como en un espejo de la propia vida de uno sin alcanzar a entender que de eso se trata todo esto, de los mínimos detalles cotidianos, que miramos pero no los vemos. Una mirada reflexiva, serena, sobre lo que se pueda considerar una derrota o enaltecer como una victoria cotidiana de una vida que de no ser así se escurriría entre los dedos.
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La historia se encuentra muy bien contada sobre este chófer de colectivo que dentro de su trabajo escucha distintos temas que tocan sus pasajeros, de personas que caminan por las calles, personajes fantásticos y va teniendo diferentes vivencias. Todo eso lo vuelca en su anotador y de esta manera arma sus poesías; este es Paterson (Adam Driver de brillante interpretación) un hombre que tiene una vida rutinaria pero una gran sensibilidad. Pasa momentos increíbles junto a su novia Laura (la iraní Golshifteh Faraham), ella también tiene su mundo y su mascota que es encantadora. La película tiene humor, acompaña a los actores principales un buen elenco de reparto, una gran banda sonora, con buen ritmo, colores adecuados a la narración y una bella fotografía.
La pantalla como cuaderno de poemas Paterson camina, tranquilo. Lo hace de un modo peculiar, suyo. Tiene los pies muy grandes, las piernas extensas. Parece disfrutar cada uno de sus pasos. Se diría que es un minimalista. Paterson es también un despertar, un comer, un beber, un besar. Además, Paterson escribe. Mira su alrededor y lo vuelve poesía en su cuaderno. Las palabras surgen, invitan otras. Su voz se hace introspectiva, y la película la comparte. Mientras se le escucha, los sonidos son escritos sobre el mismo cuadro cinematográfico, la pantalla queda intervenida. El film se vuelve el cuaderno, el film es el cuaderno. La totalidad y síntesis que es el nombre Paterson implica al personaje, su ciudad, el título del film, así como al poema/libro de William Carlos Williams. Paterson no puede ser nadie más que Adam Driver, porque Adam Driver es, como su apellido indica, chofer, de colectivo. Paterson es una mirada integral, sensibilidad depurada en forma de cine. Es la más reciente y una de las mejores películas de su director, Jim Jarmusch. Si el film es capaz, como lo es, de hacer resonar un diálogo entre palabras, pasible de despertar sentidos dormidos o de un adormecer plácido en plena tarea diurna, es porque se deja embriagar desde la misma relación entre imágenes. La poesía que destila Jarmusch es la del juego de atracción entre planos, atentos al filo que despierta la luz sobre el paisaje urbano, a los movimientos del agua, a la altura de su actor protagonista ‑encorvado por el techo del sótano‑, al follaje enrevesado, al reflejo vidriado. También los sonidos, que circulan entre la ciudad del día a día, en donde se producen diálogos que el oído de Paterson sabe cuándo escuchar, mientras conduce el mastodonte que es su colectivo, de brillo metálico y andar tan pausado como el suyo. Todo el film es expresión de este mismo ritmo, quieto, mentirosamente quieto. El Paterson de Driver/Jarmusch parecería ser, epidérmicamente, expresión benigna de un hombre "común". Pero nada hay de algo semejante; más aún, sería su reverso. Si las cabezas gachas, ensimismadas y aisladas, caen ante la mirada a la que obligan los teléfonos celulares, Paterson elige hacerlo sobre su cuaderno. La relación es evidente: mientras todos escriben o leen en pantallitas, es en Paterson donde sucede la poesía. Este desdoblamiento ‑de "escritores"‑ estará presente a lo largo de todo el film, a partir del sueño sobre hijos gemelos que Laura, su mujer, le cuenta, a la par de personajes que habrán de replicar de maneras mellizas. Justamente, será una niña quien atraiga la curiosidad del chofer, sentada y con un cuaderno donde deposita sus imágenes en palabras. Una hermanita, melliza, surgirá después. Si lo que el film muestra es real o fabulado por el caminar sonámbulo de su personaje, no hay necesidad de que sea aclarado. En todo caso, el deambular cotidiano de Paterson es alterno. Por eso, él no es nada común, no se parece a nadie. Para más señas, elige no depender de teléfonos o televisores, así como ir al cine a ver películas en blanco y negro. No se trata de una postura reaccionaria, sino de la carnadura misma del personaje, capaz de actuar como piensa. El film de Jarmusch está lejos de defender una mirada inquisitiva o díscola, sino que prefiere dejarse abrumar por un sentir profundo, pero al que debe intentar llegar. Toda la película es ese intento. Es por esta razón que la duración del argumento de la película se corresponde a una semana. Por un lado, porque es el cumplimiento del día a día ‑el despertar, el trabajo, la cena, el paseo del perro, el bar‑, es decir, el mero (e importante) devenir argumental; pero por el otro, porque indica la idea de un ciclo. El ciclo es noción filosófica. Al arribar allí, a esta comprensión, la película culmina porque sabe que puede volver a comenzar. Este reinicio ‑que es desenlace‑ termina por subvertir la abulia que propone cualquier domingo. Parado allí, el personaje no puede menos que quedar subsumido por el encantamiento poético. Lo habitual ha quedado revertido. Y tal vez de una manera mucho más profunda que cualquier otra, como la supondría el nombre en relieve que el propio Paterson no se anima a tener en el lomo de un libro. Quizás porque ya lo tiene, porque su nombre es también el título de ese libro escrito por William Carlos Williams, así como el de esta película dirigida por Jim Jarmusch.
Y al fin, una película que vale la pena recomendar, de la que vale la pena escribir. Paterson es un colectivero que trabaja en un lugar llamado Paterson, como él. Observa gente, tiene una rutina, una esposa a la que adora, y además escribe poesía. El film es una comedia reposada, que cuenta el lado B de las grandes historias y el lado A de las pequeñas. Aquí la relación entre Paterson y Laura, marido y mujer, pareja de personas diferentes en muchos sentidos, se construye con pequeños gestos, siempre tiernos, siempre realizados con esa distancia que transforma en comedia nuestra propia vida. La película transforma, a través de la mirada curiosa del realizador, el mundo cotidiano en un lugar a descubrir, y además hace un uso preciso de las palabras sin ser redundante. Se trata de cómo transformar nuestra experiencia en otra cosa, que no es más que una justificación, bella, del cine.
Un colectivero que anda de viaje con la poesía La película cuenta una semana en la vida de este colectivero poeta que vive con su novia y su perro en una modesta casita de la ciudad de Paterson. Film sencillo, austero y callado que irradia una poesía de lo cotidiano que no necesita intrigas ni sorpresas. Paterson, el conductor, es un hombre acostumbrado a recorridos rígidos, su vida también es un itinerario repetido: se levanta después de las 6, desayuna, va hacia la terminal de transporte, se siente al volante de su coche, escribe algunas estrofas, inicia su viaje por la ciudad, hace un alto para almorzar en un parque, vuelve a casa y después de la cena saca pasear al perro y se roma una cerveza en el bar. Es todo y es suficiente. La rutina, que a tantas parejas desgasta, es aquí el reaseguro de un refugio entrañable para esta pareja feliz, discreta y soñadora. Las primeras escenas son deliciosas. Viajamos en el ómnibus de este conductor de pocas palabras que va escuchando a sus pasajeros. Y vamos llevados de la mano por un realizador que, con sus imágenes reposadas y sensibles y sus silencios y sus detalles construye un mundo modesto y fiable, donde hasta en sus personajes más atormentados (ese enamorado incurable) encuentran buen lugar para sus pesares. Son seres simples, atados a una epopeya minimalista y casera. Jarmusch no necesita énfasis. El colectivero es un personaje encantador, que con pequeños gestos nos deja asomarnos a su soledad, sus sueños, un tipo que cruza la ciudad como un solitario siempre alerta que tiene a esos versos como mejor compañero de viaje. El film cuenta sin ostentaciones el nacimiento de un poeta. Y nos deja asomarnos a ese cuaderno donde va registrando pequeños incidentes de una vida sin grandes mayúsculas. La suya es una poesía costumbrista, de pocas palabras, sugerente y sencilla, que relata impresiones sueltas y fugaces que tienen la espesura de este vecindario de vida ordinaria y repetida. El film parece ser un elogio de la rutina a través de la repetición de sucesos que para el personaje traen la confirmación de un reencuentro que lo colma y lo inspira. El es Paterson, como su ciudad. Una repetición que va más allá de la coincidencia. Paterson necesita saber que lo de siempre está para empezar a soñar a partir de allí. Y será al final, cuando un turista japonés le regala un cuaderno, que acabará entendiendo que cada día es la promesa (¿o la exigencia?) de un nuevo empezar. El film empieza con el relato de un sueño. Y termina con el protagonista escribiendo poemas, otro sueño. Es una película distinta. Sencilla, paciente, a ratos perezosa, repite los anhelos de este colectivero de marcha apacible al que sólo un par de imprevistos (un perro destrozón y un autobús descompuesto) le avisan que siempre hay que estar preparado para empezar el viaje de nuevo.
Paterson es el nombre del protagonista, un chofer de colectivos que vive con su novia y un perro muy particular, y también del pueblo que habitan en New Jersey, exponente de la América profunda. Su vida transcurre entre la rutina laboral, hogareña y los intersticios que le sirven para anotar poemas en una libreta. Con estos escasos elementos Jarmusch narra una historia cuyo tono homenajea a una tierra de escritores inspirados. Cuando las imágenes muestran la monotonía de la ciudad se ve que no puede haber otra cosa que enfrentarla con literatura y con esas imperdibles conversaciones que los personajes mantienen en un espíritu de camaradería que no da lugar a la clásica mirada de buenos y de malos. Si hay algo que poseen las criaturas de Jarmusch es humanidad, nobleza y sensibilidad. De allí que el ritmo de la película siga una especie de cadencia poética y conserve una sobriedad que no da lugar a exabruptos emocionales. Todo aparece en su justa medida. Paterson trabaja y desea que las horas pasen para poder escribir y estar con su novia, anclada en pequeños sueños de grandeza gastronómicos y musicales. Es un sujeto perceptivo, capaz de asombrarse por las constantes duplicidades que la realidad del lugar le ofrece (nótese la galería de personajes idénticos, una influencia acaso de la fotógrafa Diane Arbus) y de crear sus versos mientras maneja. Al mismo tiempo, cada aporte sonoro de los pasajeros en el colectivo favorecerá su propio universo de interpretación. Por otro lado, la lógica minimalista de la repetición de los días y de los actos siempre agrega casi imperceptiblemente signos que se suman para dar paso a variaciones dentro de una misma melodía narrativa. Pero hay algo más: la visibilidad del mundo del trabajo y la posibilidad de conectarlo con la poesía. Hay allí una relación interesante entre poseer conciencia de una situación social y un amplio margen de inseguridad en torno a la creación. Paterson no quiere dar a conocer sus poemas a pesar de la insistencia de su novia. En un momento, pierde todo lo escrito en la libreta y, lejos de dramatizar el hecho, continúa con su carácter melancólico y sus lacónicas frases. Un encuentro lo motivará a empezar de nuevo. Justamente, empezar de nuevo es el leitmotiv del filme. Cada episodio arranca con la misma escena y reitera el itinerario: el levantarse, iniciar el día, intercambiar algunas palabras con un compañero de trabajo al que siempre le va mal, permanecer en el ómnibus, observar, regresar, pasear al perro y estar con su mujer. En esa rutina las variaciones pasan por la escritura, por esos versos que se van sumando a medida que transcurre el tiempo, y por pequeños hechos que no son significativos en apariencia pero funcionan como leves cambios existenciales. Con parsimonia y mucho cuidado en el manejo de la cámara, la película fluye cómodamente adormecida, al igual que los soñolientos personajes. Y se vive como tal. Por guillermo colantonio @guillermocolant
En la repetición está la magia, y con esto Jim Jarmush (Ghost Dog, Flores Rotas) se encarga de dirigir una película minimalista que genera sensaciones simples pero efectivas. Paterson muestra la vida de Paterson (Adam Driver) un chófer de autobuses centrado en su monótona rutina. Paterson está casado con Laura (Golshifteh Farahani) una joven soñadora que trata de añadir una pequeña dosis de magia en los días del conductor de autobuses y busca, inquebrantablemente, que su marido encuentre el éxito en base a los poemas que escribe en su tiempo libre; para completar esta familia está Marvin, un bulldog inglés con un carácter fuerte pero absolutamente encantador con varios planes que lo vuelven una mente maestra en el mundo del crimen perruno (si ven el film, lo van a entender). Desde el comienzo vemos que Jarmush intenta desplegar la rutina básica de una vida de la manera más simple posible. Enfocándose en los pequeños detalles, Jarmush, juega con el exhibicionismo pero cambiando poco a poco el ambiente de juego. La vida de Paterson se refugia en su vida rutinaria; vemos que en esa estructura narrativa efímera y ordinaria se encuentran puntos de quiebre, ya sean personas o situaciones que absorben por completo y modifican - directa o indirectamente - la vida del personaje de Adam Driver. Jarmush se divierte con el existencialismo - clásico de sus películas-. Lejos ya de Ghost Dog (1999), Jarmush narra las probabilidades de la vida de un individuo con extrema eficacia. Paterson de Paterson, New Jersey - el personaje tiene el mismo nombre que la ciudad donde vive - posee su propio código de tradición al igual que la mayoría de personajes creados por la mente del director, no obstante la película es llana en su estructura. No vemos situaciones de riesgos o modificaciones de estados en los personajes; simplemente es una observación de una vida. Paterson logra el interés del público plantando la idea del "¿qué pasará?" en la mente del espectador y Jarmush, con una habilidad fabulosa, se encarga de responder los planteos mostrando respuestas absolutas que requieren segundos para lograr un efecto de asombro. Estas resoluciones funcionan a la perfección gracias al asombroso manejo de cámara de Frederick Elmes - amigo frecuente de Jarmush en varios proyectos - y una banda sonora que funciona de forma ambiental y no como accional de situaciones. Destaco el uso de la canción The Whole Town's is Laughing at Me de Teddy Pendergrass acompañando una situación, algo irónica, del final de un día del joven conductor de autobuses. Paterson de Jarmush es una gran película que contrasta otra obra del director ya mencionada: Ghost Dog. En su diferencias están sus similitudes - Paterson se refugia en lo ordinario mientras que Ghost Dog en lo extraordinario - y, manteniendo esa irónica poesía que funciona como oposición de estos dos films Jarmush consigue cerrar una duología perfecta. Plus: en Paterson tenemos un cameo de otro miembro de The Wu Tang Clan, Method Man. Si estamos afiliados al trabajo indie de Jim Jarmush, Paterson es indispensable de ver. De todas formas su atractivo reside en demostrar lo básico de una vida común acompañada por numerosas sorpresas diarias. Este film consigue perfeccionar un poco más la experiencia de su director y, si no se busca una película de acción o una trama para agarrarse los pelos, es ideal para disfrutar en cines.