Lo más disfrutable de esta película es la excelente construcción de los personajes de los jefes. Colin Farrell, Kevin Spacey y Jennifer Aniston están de maravillas, sobre todo esta última que por fin la vi hacer una composición completamente diferente, tanto desde lo externo como lo interno, si la comparamos con...
Solo faltan las canciones de Dolly Parton La idea surgió hace 30 años atrás: juntemos tres actrices de moda y cumplamos el sueño de cualquier oficinista: vengarse del jefe. Como eliminar a tu Jefe (9 to 5) es hoy en día una comedia de culto: Jane Fonda, Dolly Parton y Lly Tomlin deciden armar un plan para hacerse respetar frente a su misógino y malvado jefe interpretado por Dabney Coleman. 8 años después Melanie Griffith se enfrentaba a su jefa Sigourney Weaver en Secretaria Ejecutiva y posiblemente la guerra contra la jefa más despiadada la ejecutó con sutileza y buen gusto, Anne Hathaway con Meryl Streeo en El Diablo Viste a la Moda. Con Quiero Matar a mi Jefe se retoma la premisa del film original de Colin Higgins, pero esta vez, el romance, el humor ingenioso e incluso los agradables números musicales son reemplazados por un humor vulgar, histriónico, efectivo, discursivo y no siempre divertido. Nick, Dale y Kurt son tres amigos de la secundaria que tienen algo en común: los jefes más desagradables del mundo. Nick (Bateman) se esfuerza para que Harken (Spacey), el presidente de una empresa, lo nombre vice. Harke es despiadado, fascista, torturador, manipulador, demagógico. Dale (Day) es asistente odontológico de la Dra. Harris (Aniston), una soltera sexópata, que tortura y humilla a Dale para acostarse con él, quien se acaba de comprometer y planea casarse en los próximos meses. Por último, Kurt (Sudeikis) es el contador favorito del presidente de una petroquímica, pero cuando este fallece, el cargo pasa a su hijo Bobby (Farrell), un cocainómano xenófobo y machista, fanático de las prostitutas, coleccionista de baratijas, inepto a la hora de manejar negocios que también manipula a Kurt para que eche personas por diferencias físicas. Ninguno puede renunciar a su puesto, porque sus jefes los tienen extorsionados por diversas razones. Por lo tanto, la única solución que encuentran es mandarlos a matar. Comedia de enredos cuya base está puesta en gritos, insultos, humor sexual vurdo y sobrexplicados cinéfilos, Quiero Matar… funciona gracias a sus intérpretes. Los personajes no son originales, las situaciones tampoco, de hecho el argumento es muy predecible, y abundan los clisés. Sin embargo, el hecho de ver una vez más a Kevin Spacey como un empresario sin escrúpulos, detestable, psicópata, Jennifer Aniston convertida en la bomba sexual que siempre quisimos ver los fanáticos de Friends y a Colin Farrell reírse de sus propias adicciones (a lo Charlie Sheen) sumado al eficiente trabajo de Bateman, el desenfreno de Day y la malicia de Sudiekis terminan por brindarnos una comedia entretenida con momentos realmente inspirados. Las pequeñas participaciones de Jamie Foxx e Ioan Gruffudd son fascinantes. Es humor televisivo, los guionistas son discípulos de Saturday Night Live, pero sigue funcionando. Este año vimos ejemplos similares de este tipo de humor con Que Pasó Ayer Parte II y Pase Libre. Posiblemente, dado que Todd Phillips se preocupa un poco más que Gordon o los Farrelly para lograr una obra visualmente más interesante y transgresora, la secuela del éxito sorpresa del 2009 supera a las otras dos. Pero lo cierto es que hacer reír es cada vez más difícil y cada generación de comediantes se arma de nuevas herramientas para divertir. Estos comediantes deben explicar todo. El mayor problema narrativo del film es que muchos chistes no terminan por cerrar. Es como que les falta el remate final para alcanzar la diversión genuina. Esto mismo que sucede con los chistes le pasa a la estructura del film en sí. El final está demasiado atado con alambre. Una de las tres tramas se cierra de la manera más banal imaginada. Pobre destino para uno de los mejores personajes de la película. Quiero Matar a mi Jefe muestra las luces y sombras de la Nueva Comedia Estadounidense. No niego que me rei bastante durante los 98 minutos que dura el film, pero me conozco lo suficiente para saber que no me voy a reir de la misma forma en una segunda visión. Para ver a tres locos haciendo tonterías, me quedo con Moe, Larry y Curly o los Hermanos Marx.
Sin factor sorpresa. Quiero Matar a mi Jefe reúne un elenco de lujo. La certeza a priori de presenciar excelentes actuaciones abre, a su vez, un espacio de duda acerca de cómo el guión las aprovechará. Incluso los personajes parecen corresponderse con sus intérpretes. El relato se centra en Nick (Jason Bateman), Dale (Charlie Day) y Kurt (Jason Sudeikis), tres amigos con un problema en común: los jefes. El primero trabaja en una compañía financiera y sufre constantemente los abusos del sádico Sr. Harken (Kevin Spacey, quien encarnó un papel similar en la notable El Factor Sorpresa). El Segundo es asistente de una dentista ninfómana (Jennifer Aniston) que lo acosa incesantemente. El tercero disfruta su trabajo como inminente heredero del adorable señor Pellit (Donald Sutherland) en una empresa de químicos hasta que éste sufre un infarto y muere, dejando el negocio en manos de su hijo detestable y cocainómano (Colin Farrell). Una noche, luego de tomar unos tragos, los amigos deciden terminar con el sufrimiento y deshacerse de los tiranos. ¿Lo lograrán? Según la opinión de quien escribe estas líneas, obras como Quiero Matar a mi Jefe deberían procurar, desde el principio, un mínimo de sentido común en sus protagonistas. ¿Cómo hacer, sino, para lograr una identificación por parte del espectador, cómo hacer para sorprenderlo, para divertirlo? En este sentido, la película de Seth Gordon falla estrepitosamente. Los tres amigos son tan idiotas que irritan. La dimensión sideral de su estupidez nos subestima. Por ejemplo, la escena en que irrumpen en la mansión del hijo de Pellit mientras este no está. En un pequeño desquite personal, Kurt decide pasarse por el ano el cepillo dental de su jefe. Sabemos que el objetivo último de la misión es matar al dueño de casa, sabemos que las huellas de ADN quedarán plasmadas en el cepillo. Es demasiado obvio que esto va a suceder, pero claro, no para el pobre Kurt. El humor negro y zarpado que sobrevuela la trama podría remitir a los hermanos Farrelly y a Apatow, pero sólo de manera superficial. Las criaturas de dichos realizadores resultan atractivas por una sensibilidad que nos permite creer en sus intenciones, lo cual no ocurre en el film de Gordon. Son tan insoportables estos tipos que, por momentos, parecen justificar el maltrato de sus jefes. Como en tantas otras películas que lo tuvieron en su elenco, Kevin Spacey se lleva lo mejor. Su performance es desopilante. En cuanto a Colin Farrell, uno podría pensar que nació para interpretar el papel de reventado si no fuera porque el irlandés ya demostró su versatilidad en varias ocasiones. Lo peor queda para Jennifer Aniston, que hace lo que puede con un personaje muy flojo. Como Bateman, Day y Sudeikis, la estrella de Friends termina siendo víctima de un guión en el que, por cierto, las mujeres son tontas o fáciles, sin término medio. Por otro lado, se introduce la actualidad del gran país del norte en clave de comedia. Nick, Dale y Kurt deciden matar a sus respectivos empleadores porque eso les sería más fácil que buscar otro trabajo. La recesión, se sabe, golpea duro en la economía del hombre común (o, venido el caso, de la mujer común, a recordar sino a Cómo Eliminar a tu Jefe, aquella gran comedia de 1980 con Dolly Parton, Jane Fonda y Lily Tomlin). Una premisa tan interesante podría haber motivado un desarrollo distinto y sin dudas más humano. Acaso una mala versión de Los Tres Chiflados, lejos queda Quiero Matar a mi Jefe de lo que podría haber sido.
La venganza en clave cómica Siguiendo la línea de ¿Qué pasó ayer?, esta comedia de estilo verborrágico y cargada de torpezas y chistes sexuales, ofrece un planteo interesante: tres amigos contratan a un hombre (Jamie Foxx) para eliminar a sus respectivos jefes. Este es el punto de partida de Quiero Matar a mi Jefe (Horrible Bosses), una comedia con enredos y vueltas de tuerca. Si bien es cierto que la primera parte funciona mejor que lo que viene después, el humor dice presente de la mano de tres empleados atormentados por sus superiores. Nick (Jason Bateman) hace buena letra con Harken (Kevin Spacey, raro verlo en una comedia) para que lo nombre vicepresidente de la empresa. Tampoco la pasa bien Dale (Charlie Day), el asistente de la odontóloga Harris (Jennifer Aniston), una sexópata que lo somete a diario, al igual que a sus pacientes. Y el triángulo se completa con Kurt (Jason Sudeikis, el de Pase Libre), el contador que debe lidiar con Bobby (Colin Farrell en una notable transformación), el hijo adicto, descontrolado y discriminador que ocupa el lugar de su padre en la empresa cuando éste muere sorpresivamente (una corta participación de Donald Sutherland). Las cartas están sobre la mesa y los personajes se ven envueltos en una catarata de confusiones cuando deciden "sacarse de encima" a las personas que los atormentan en sus obligacionbes diarias. El film de Seth Gordon despliega una idea vista hace años en Nine to Five, que protagonizaron Dolly Parton, Jane Fonda y Lily Tomlin. Los gags dan en el blanco (cuando el trío comienza a investigar a sus presas) en este entretenimiento ágil y sin demasiadas sorpresas que también incluye una mención a Extraños en el tren, de Alfred Hitchcock.
En un año con varias interesantes comedias llegó Quiero Matar a mi Jefe, una película que por su muy buena recepción en los Estados Unidos y su excelente cast de actores se había ganado un lugar más que interesante para lo que restaba del año. Como bien lo indica su nombre Quiero Matar a mi Jefe narra la historia de Nick, Kurt y Dale que cansados de los abusos de sus patrones y con la ayuda de un ex convicto deciden poner en marcha un ¿astuto? plan que quiere terminar con la vida de estos. Obviamente que nada saldrá como lo planeado, poniendo en aprietos al trío de amigos. Jason Bateman, Charlie Day y Jason Sudeikis interpretando a los amigos protagonistas, Jennifer Aniston, Colin Farrell y Kevin Spacey a los enfermos jefes y Jamie Foxx como el delincuente recién salido de prisión eran un elenco más que rico para que Seth Gordon hiciera una comedia inolvidable, de esas que marcan a fuego una generación y que son recordadas por años. Peeeeerooo lamentablemente Quiero Matar a mi Jefe es simplemente una buena comedia con algunos momentos simpáticos, que se caracteriza por no lograr cumplir con las expectativas que había generado a priori. El film comienza bien, con una voz en off complementaria al relato que nos cuenta en resumidas cuentas la miserable actualidad de nuestros protagonistas, para luego pasar a las presentaciones de los jefes, que realmente es de lo mejor del film. Con el pasar de los minutos se va creando una buena atmósfera alrededor de la película de la mano de su buen inico y del planeamiento del asesinato de los jefes, algo que jamás se llega a explotar por las falencias narrativas de Gordon en la resolución de los conflictos que fueron creados con buen pulso. Es como si el director de Navidad sin los Suegros hubiera gastado todas las balas en la primera media hora quedándose sin municiones para la batalla final, algo fundamental en una comedia. Incluso es en la media hora final donde el film decae en situaciones totalmente mal cerradas que casi tiran por la borda las buenas intenciones de su comienzo. Si bien Quiero Matar a mi Jefe terminó representando un estreno menor que no llega a meterse en las mejores comedias del año, hay que destacar las grandes actuaciones de su sexteto protagonista. Realmente da gusto ver a Kevin Spacey haciendo de un jefe pedante, paranoico, soberbio y mala leche. También es un placer ver a Jennifer Aniston como una bomba sensual, en un papel totalmente alejado a sus clásicos personajes e incluso tendremos el agrado de presenciar una labor asquerosamente despreciable como la de Colin Farrell. Lamentablemente el trío de amigos no está a la altura de los tres jefes y solo poseen algunas escenas dignas de sus parteneres. Bateman transita el film desanimado y en piloto autómatico, Sudeikis tiene sus momentos en un personaje que no difiere demasiado con su actuación en Pase Libre, solo que aquí concreta los tiros que tira, y cerrando a los protagonistas tenemos a Day que es de los tres el que mejores escenas tiene. Quiero Matar a mi Jefe tiene secuencias que pagan el valor de su entrada, aunque lamentablemente no llega a cumplir con las expectativas que había sembrado con su inmejorable elenco.
El carisma de los villanos... Hay una tendencia que viene creciendo de fortalecer las comedias adultas políticamente "incorrectas" en la industria americana. "The hangover" marcó el camino y profundizó la escuela de Judd Apatow (de treintañeros inmaduros enfrentados a circunstancias que marcaban su paso a la madurez) para subir la apuesta y detonar una variante más agresiva y profana de esa veta. Más escatológica, con más contenido sexual, secuencias explosivas y vulgaridades extremas. Ahi se anotan "Bridemaids" (sin estrenarse todavía en Argentina), "Bad Teacher" y "Hall Pass", por ejemplo. Esta corriente viene en ascenso, así que esperen muchos productos similares a "Horrible bosses" en los próximos meses... Mirando el afiche, nos damos cuenta de la primera apuesta fuerte en el cast elegido: los villanos de la historia son actores de trayectoria. Hábil decisión. Siguiendo esta línea de trabajo, recordamos que los "buenos" siempre son tipos simples, sufridos y que no les va bien en la vida, con lo cual enfrentarlos al carisma de Jennifer Aniston, Colin Farrell y Kevin Spacey parecía ser una buena estrategia: o te caen bien los empleados humillados, o simpatizás con el carisma de los jefes. Idea que paga, en la taquilla, pero que genera un producto desparejo en el equilibrio del film. Veamos, tres amigos tienen serios problemas con sus jefes. Pero serios eh! Nick (Jason Bateman) odia al señor Harken (Spacey) porque lo hace trabajar día y noche. Lo tienta con un ascenso que nunca llega y disfruta con de una manera sádica el sometimiento que ejerce sobre todo empleado de su oficina. Es de lo peor el tipo. Dale (Charlie Day) es asistente dental y tiene una jefa muy sexy que quiere hacerlo su esclavo sexual (!!). Julia (Aniston), es una inescrupulosa y ninfómana dentista que disfruta torturar a sus pacientes durante la anestesia quien ha puesto sus ojos en Dale y quiere hacer fracasar su flamante compromiso con su novia. Kurt (Jason Sudeikis) pareciera que la tiene más fácil en su empleo, pero el mandamás muere y la empresa queda a nombre de Bobby (Farrell), cocainómano y despiadado sujeto que inicia una purga entre sus subalternos mientras intenta llevar a la quiebra el sueño de su padre. Un desastre. Los jefes hacen honor al título de la cinta y llevan la situación a un punto de sin retorno. Chantajean a sus empleados y cruzan una barrera que lleva a la ruptura total: Nick, Dale y Kurt van a buscar un asesino para sacarse el problema de encima. Darán con un marginal llamado Dean "MF" -motherfu...- (cameo de Jamie Foxx) quién los asesorará a hora de planificar los crímenes. El tema será que matarlos y quedar libres de toda culpa no será fácil... El guión de Michael Markowitz, John Fancis Daley y Jonathan Goldstein (todos con buenos antecedentes en la televisión norteamericana) tiene un inicio formidable donde brillan las adecuadas caracterizaciones de los malos de la historia. Ellos son el punto alto de la historia, sin dudas. Spacey es letal y cínico, Farrell transita por un festival de excesos sin pausa y Aniston se toma en serio su rol de dominatrix. Hasta ahí, todo diez puntos. El problema es pasada la primera media hora, algunos gags no son tan divertidos, otros tienen remates débiles y el corazón del conflicto, una vez que la decisión de sacarlos del medio está tomada, es demasiado artificial y aburrida. No importa cuanto delirio intenten desplegar en pantalla (persecusiones, algunas balas, ilícitos), cuesta creer que los tres amigos tiengan carácter para enfrentarse a tanta maldad y salir indemnes de semajente confrontación. No es que la pasemos mal en la butaca. De hecho, nos reimos... pero no como esperábamos hacerlo viendo el nivel de comediantes de primer nivel que tiene el elenco. En cierta manera, siento que hay menos delirio que el necesario para llevar la película a otro nivel y la débil confrontación final deja a la audiencia un tanto desconcertada: si los villanos son tan malos, ¿no habría que cerrar de una manera más arriesgada, encendiendo la pantalla para abrir la saga de cara al futuro? Para Seth Gordon (director de la insípida "Four Christmases"), el producto llega a su clímax en sintonía con el desarrollo. Para nosotros, no. "Horrible bosses" es la clase de película que tenés que ir a ver cuando tenés ganas de reirte, y predisposición para ello. Por ejemplo, cuando te juntás con tus compañeros del laburo o estás con el ánimo bien arriba. Ahí es cuando mejor funciona. Si no estás en el día adecuado, puede que te saque alguna sonrisa pero no va a dejarte eufórico ni mucho menos. Apenas aprobada, se potencia cuando encuentra su público...
Conciliación obligatoria Tres amigos que comparten una misma pesadilla, la de tener jefes indeseables. Uno aspira a un ascenso sometiéndose al maltrato de un explotador megalómanno y psicótico, otro de pronto está merced a un cocainómano desalmado y el tercero debe soportar el constante acoso de una nifómana extorsionadora. Así las cosas, un buen día deciden cortar por lo sano y deshacerse de ellos. La cuestión es cómo. Eficaz comedia de enredos con buenos gags en la que se destaca Jennifer Aniston, siguiendo los pasos de Cameron Díaz en cuanto al uso de su imagen, optando por la osadía y el desenfado, reinventándose como comediante. Las breves participaciones de Jamie Foxx y de un irreconocible Colin Farrell aportan momentos hilarantes a un filme bastante parejo, con sus excesos, sin llegar al nivel de la primera "The Hangover" pero heredera de ese tipo de comedia que abusa del efecto bola de nieve. La nueva comedia yanki no apuesta a ningún tipo de doble lectura, sólo a provocar risa a fuerza de gags y al trazo grueso sobre algunas de las miserias de su sociedad utilizadas para exacerbar el efecto cómico.
La resaca con pólvora mojada Es un lugar común de la industria cinematográfica el repetir historias escudándose en la supuesta invención previa de todo lo narrable habido y por haber. Quiero matar a mi jefe (Horrible Bosses, 2011) eleva esa máxima hasta el límite tomando como base al recientemente estrenado díptico de ¿Qué pasó ayer? (The hangover). Nick, Kurt y Dale comparten algo que más que la amistad y unas cervezas diarias: todos odian a su jefe. El primero (Jason Bateman) está a un paso de la vicepresidencia de la empresa en la que trabaja. Paso de un tranco de dimensiones infinitas gracias al maquiavélico, ególatra y manipulador presidente, Dave Harken (el notable Kevin Spacey). Kurt (Jason Sudeikis) tampoco la pasa bien. Empleado desde hace años en una pyme, su vínculo con el dueño, Jack (Donald Sutherland), es admirable. Pero su repentina muerte trastoca el organigrama, ubicando por sobre todos al hijo y único heredero Bobby Pellitt (Colin Farrell), un cocainómano hasta la médula que ni siquiera está dispuesto a sacar el cartel de su padre sino que apenas cambia el nombre cubriéndolo con cinta de papel. Por último, Dale (Charlie Day) es un mecánico dental que asiste a Julia Harris (Jennifer Aniston). Felizmente en pareja, el meollo de su rutina radica en los constantes acosos a los que ésta lo somete. Hartos de la situación, el trío dará con Dean “Mother Fucker” Jones (Jamie Foxx), un supuesto hitman que los asesorará para acabar con el suplicio. ¿Cómo? Fácil, matando a sus jefes. Claro que los muchachos están lejos de ser expertos en la materia, lo que genera un sin fin de desbarajustes del plan inicial. Si hay una virtud que no puede achacárseles a las comedias norteamericanas actuales es la falta de pruritos para patear todos y cada uno de los cimientos sobre los que reposa el modelo de vida norteamericano. Ya lo hizo ¿Qué pasó ayer? Parte 2 (The hangover part II, 2011) y, en menor medida, Pase Libre (Hall Pass, 2011) pegándole duro y parejo a la institución matrimonial y familiar como sinónimo de metas máximas del hombre estadounidense. Siguió la notable Malas enseñanzas (Bad teacher), en la Jake Kasdan ponía de cabeza la canonización a la educación al posar la lupa sobre una escuela regida por un crisol de criaturas tanto o más inmaduras que los mismos alumnos. Y ahora sigue Quiero matar a mi jefe, título vaciado de la agresividad del original Horrible Bosses, en el que punto crítico está el tercer tendal del sistema capitalista, el trabajo y el respeto a la jerarquía. En ese sentido, Seth Gordon era a priori un director ideal para la misión. Nombre casi desconocido en el mundillo cinematográfico, sus antecedentes incluyen una amplia experiencia televisiva dirigiendo algunos capítulos de series que se caracterizan justamente por aquello que se destacaba en el párrafo anterior: allí están, entonces, la familia en Modern Family, la educación en ese refrito de anormales en la universidad pública que retrata Community y la burocracia y el maltrato empresarial de The office. Ya desde la premisa de un conjunto de amigos buenudos y absolutamente correctos que se exceden en la pretensión de romper con la opresión del sistema y terminan enredados en una maraña infinita de malos entendidos y confusiones, se respira el olor a alcohol y resaca de spin off encubierto de ¿Qué pasó ayer? Parte 2. Y efectivamente lo es, sólo que aquí el salvajismo y el final libertario y amenazante de aquella se rebajan con una buena dosis de comedia no ATP, pero sí con intenciones algo más bienpensantes. Como si todo aquel tour de force sexual y geográfico fuera demasiado para estos personajes, demasiado apegados y cómodos en la rutina. En ese sentido, es paradigmática la aparición de Jones como un personaje alejado del cosmos original con la supuesta solución al conflicto. El no sólo transita mal todos los lugares comunes del “afroamericano copado”, sino que apenas es una consecuencia inevitable para disparar el conflicto antes que un personaje con un peso específico autosuficiente tanto o más grande que los protagonistas como el Mr. Chow (Ken Jeong) del film de Todd Phillips. Hay, sí, una feliz apuesta al exceso en la caracterización de los jefes, con el cocainómano de Colin Farrell absolutamente desquiciado y con una maldad inherente a su persona francamente aterradora. O en la embustera y manipuladora criatura de Kevin Spacey, en el que podría leerse que vituperando y vejando a sus subalternos es posible alcanzar la cúspide. Comedia de enredos simplona y rebajada antes que crítica velada, Quiero matar a mi jefe no quiso ser más que un entretenimiento pasatista de buen timing y simpáticos gags, relegando todo el potencial explosivo de su premisa. Cada espectador decidirá si es suficiente o no.
No entres a ver esta película si ves menos de 10 personas en la fila de ingreso. Quiero matar a mi jefe es de esas películas que el clima de la sala favorece mucho en el resultado final. No es una película para analizar mucho en detalle. Es una comedia simple, con unos malvados geniales, y unos "buenudos" que la pilotean. Lo mejor de la película sin lugar a dudas son los personajes de los "malos" y los actores que los interpretan. Desde una Jennifer Aniston desconocida, pasando por un Collin Farrell muy camuflado, hasta un Kevin Spacey que te dan ganas de saltar a la pantalla para acogotarlo. Los buenos realmente tienen momentos patéticos y cansan un poco. Pero por suerte el mal aparece seguido. La historia es muy simple, y obvio hay un aire a The hangover. Pero la peli va un poco por otro lado. La vi en la avant premiere de la web, y eso ayudó mucho. En la sala hubo muchas risas y demuestra que sirve para tener una salida agradable. Aquel que la vea pirata solo en su pc... definitivamente no ve la misma película. Para distraerse, para ver actores en papeles no habituales, y para no buscarle la quinta pata al gato, Quiero matar a mi jefe es una gran salida al cine.
Quiero matar a mi jefe es una comedia entretenida que zafa para pasar un rato en el cine, pero podría haber sido un film mejor si los productores no hubieran estado desesperados por emular el éxito de ¿Qué pasó ayer? Es claro que la película se desarrolló debido al suceso de aquel film con Bradley Cooper e inclusive copiaron la misma dinámica de relaciones entre los tres protagonistas que es muy similar a la que tenían los actores de aquella comedia que sorprendió en el 2009. En 1999 Jennifer Aniston protagonizó una muy buena comedia como fue Enredos de oficina, dirigida por Mike Judge (El creador de Beavis and Butthead y Los reyes de la colina) que con mucho sarcasmo y cinismo se reía de las relaciones laborales. Una muy buena película donde unos empleados de una compañía se rebelaban contra sus maléficos jefes. La diferencia principal que presenta Quiero matar a mi jefe con aquel film es que este estreno directamente parece dirigido por Beavis and Butthead. Parecería que a raíz del éxito de ¿Qué pasó ayer? en adelante todas las comedias van a ser desarrolladas por el mismo camino, como si el humor ahora pasara por mostrar a un tipo que se pasa un cepillo de dientes por el culo y otras escenas de ese tipo. El tema es que cuando la comedia se centra exclusivamente en esa clase de situaciones la película deja de ser graciosa porque se vuelve repetitiva. La verdad es que por el reparto que tenía Quiero matar a mi jefe se podía esperar una película mucho mejor. La primera parte de la historia (antes que caiga de manera burda en la copia pobre ¿Qué paso ayer?) es la más lograda de esta producción, donde se destacan un poco los personajes de Kevin Spacey y Colin Farrel, pero después el film comienza a decaer cuando te das cuenta que el director Seth Gordon quería hacer otra comedia zarpadita con un argumento flojo. Una pena que no lo aprovecharan más a Farell en la historia, quien es por lejos el actor más gracioso de esta película. Quiero matar a mi jefe tiene momentos divertidos, pero por los actores que trabajaban yo por lo menos esperaba mucho más.
De cómo conocí a Jason Bateman, de las series y otras cosas más Justamente en este último número de El Amante publicaron un especial sobre series. No me gustan las series; me suelen parecer bobas y, básicamente, me aburren. No se si tiene que ver con el trastorno de ansiedad que sufre Leonardo D’Espósito, aunque sí lo sufro pero no es esa la causa de mi no gusto por las series. Me gustan las películas, lisa y llanamente. Me gusta ver algo que empieza y termina en el lapso de, digamos, máximo 3 horas. Me meto en la historia, me compenetro hasta le médula y salgo de ella para volver a mi realidad. La serie continúa y eso me da paja. Amen de que no me suelen interesar las tramas. ¿Y todo esto viene a colación de qué? No voy a negar que algún que otro capítulo de alguna que otra serie he mirado, solo para corroborar que no me gustan, pero no me desagradó del todo lo que vi (Carnivale, Epitafios). Pero hubo una serie a la que le dediqué un poquito más de tiempo, a la que pescaba algún sábado al mediodía tirada en la cama viendo qué hacer con mi fin de semana: Arrested Development. ¡Qué locura por favor! Una serie disparatada por donde se la mirara, con personajes disfuncionales, excéntricos, totalmente de la nuca, con un guión aun más delirante y situaciones hermosamente bizarras. En el medio de esa familia y esos conflictos, estaba Michael Bluth (Jason Bateman), el personaje principal, que trataba todo el tiempo de encontrar un equilibrio entre la demencia generalizada de sus padres y sus hermanos y la notable madurez de su hijo George Michael. Y Jason Bateman era eso, un tipo contenido pero al borde de la locura, manipulador pero sensible, por momentos inteligente, por momentos pusilánime. Y en Horrible Bosses, Bateman es Michael Bluth. Lo vemos al borde del desborde (linda frase) pero nunca se termina de ir al reverendo carajo, está ahí y boya entre perder la cabeza y racionalizar lo que le pasa. Tiene una mirada ligeramente psycho pero nunca le da rienda suelta a su costado más perverso (si bien planea matar a su jefe, nunca se lo ve plenamente convencido de hacerlo). Y no se si esto es un atractivo o un defecto de Bateman, esta dualidad, esta indecisión interpretativa. Quizá sus personajes así lo piden pero me da la sensación de que es su marca registrada. Aun cuando hace chistes, aun cuando aspira medio quilo de cocaína, Bateman está siempre contenido. En cambio, Charlie Day es otra historia. Day sabe irse al carajo y eso se explota en la película. Charly Day es como Seth Rogen. Es un tipo que hace un gran laburo con la voz (uy, como la tengo con esto últimamente); mucho de su comicidad radica en esto, en la forma y el tono en el que dice lo que dice. Hay mucho laburo corporal también en él, pero su fuerte está en la manera de expresarse. Y con Rogen me pasaba lo mismo. Siempre estuve convencida de que su encanto radicaba más en su voz y su manera de entonar las palabras que en sus capacidades interpretativas o su versatilidad actoral. Y Jason Sudeikis es una especie de intermedio. Tiene un aire un tanto extraño e indescifrable en la película. Por momentos parece gay y por momentos es un tipo desaforadamente sexuado y el más heterosexual de todos. Pero no convence y se desdibuja bastante al lado de Bateman y Day. Nota aparte, ya que no puedo usar tanto paréntesis: tener a Jamie Foxx, que es uno de los African-Americans más calientes del cine (aquí vuelvo a hacer una nota mental de mi reverenciada Miami Vice para deleite de mi colega Jose Luis) y a quien admiro profundamente (esto es de perogrullo porque ¿quién no admira a Jamie Foxx?), en un papel como el de Mother Fucker Jones, es raro. Por un lado aporta cierta cuota de humor e imprevisibilidad a la historia y, por otro, está muy desperdiciado y se pierde bastante en el conjunto. No puedo evitar pensar: “¡si lo tenes ahí, usalo un poco más!” A nivel humorístico la película funciona intermitentemente. Funciona gracias a los detalles, en las conversaciones entre los tres amigos (por ejemplo cuando hablan de quién es mas “violable” en el caso de que fueran a la cárcel; o el chiste sobre “mostrarle los 50 estados” a una mina a la que Kurt le quiere dar -que, a partir de esta película, eso es un chiste-; o cuando hablan sobre cómo a Kurt le gusta meterse cosas en el culo, y la insistencia sobre eso). Pero no funciona en cuanto a la construcción del guión, en cuanto a la historia en sí. Lo que arranca como una trama de espionaje y estrategia para aniquilar a 3 jefes termina siendo un sinfín de situaciones ridículas que se resuelven de manera absurda y poco creíble. Y si de ridiculez hablamos, los 3 jefes son el arquetipo de la ridiculez, una hipérbole de aquellas características que personifican. Son lo obvio, lo axiomático, lo más redundante de todo el film. Se puede hacer humor sin necesidad de ser grotesco y en eso falla la película, en el hecho de que los tres jefes rayan lo ridículo e inverosímil al ser tan excesivos. La sexópata de Jennifer Aniston (leí en una critica alguien que decía que Jennifer no resultaba creíble; para mí es creíble pero le falta contexto para terminar de serlo; no tenemos idea -y parece bastante ridículo- que semejante mina quiera entrarle a todos los tipos que se le cruzan, más allá de que sea sexópata) se come todos los alimentos fálicos habidos y por haber, entre otras tantas cosas. El hijo de puta insensible de Kevin Spacey (claro, tiene una esposa que se parte y que le mete los cuernos, por eso es un psicópata que detenta toda la autoridad posible en el ámbito laboral porque en su vida es un loser) no dejó que Nick fuera al funeral de su abuela y le llama la atención por llegar dos minutos tarde. La basura discriminadora de Colin Farrell (casi irreconocible, con la lamida de vaca más inmunda jamás vista, absolutamente over the top) quiere echar a la gorda (que es gorda, no está embarazada) y al que está en silla de ruedas porque le da impresión incluso mirarlos. Todo llevado al extremísimo extremo. Algunos buenos actores un poco desperdiciados, personajes obvios y situaciones inútilmente disparatadas hacen que la película no funcione tanto como podría haber funcionado. No hace falta tener estos jefes para fantasear con matarlos (e incluso llevarlo a cabo). Si no solo basta con preguntarle a esta fiel servidora.
Para Nick, Kurt y Dale lo único que haría su rutina diaria más tolerable, sería poner a sus jefes bajo tierra. Renunciar no es una opción, por eso ingenian un complicado pero al parecer infalible plan para deshacerse de ellos en forma permanente. El gran atractivo de Horrible Bosses, más allá de ser una idea algo original, se sitúa sin duda en el enorme grupo de actores que la componen. Descontando a los tres principales, que fuera de Jason Bateman no tienen muchos kilómetros hechos en cine, hay un reparto de secundarios capaces de encabezar por separado proyectos que los tengan en roles protagónicos. Es sin dudas poco común que un ensamble así se conforme para una comedia y se trata, en ese sentido, de uno de los motivos principales para verla. Nick, Kurt y Dale, cansados de los jefes que los hacen miserables, idean y ejecutan un plan para matarlos y así lograr que sus vidas sean un poco más sencillas. Un trío al mejor estilo The Hangover, entiéndase "El galán, el coherente y el loco", pone en marcha un pacto homicida del tipo Strangers in a train para liberarse de sus superiores, un psicópata, un imbécil cocainómano y una maniática sexual. Los protagonistas, si bien no salen de su zona de confort (Bateman repite su papel de Arrested Development, Charlie Day su genialidad de It’s always sunny in Philadelphia) se entienden y soportan el peso de la película. La base está, el equipo también, ¿entonces por qué Horrible Bosses no es un mejor trabajo? No es que sea una mala comedia, sino que sólo cumple. Todas las expectativas que se pudieron haber generado en torno a la propuesta se encuentran con un problema estructural que es el del guión. De por sí el hecho de tener que hacer malabares con tantos personajes que piden pista se resuelve fallando a favor de uno, el de Kevin Spacey, mientras que el resto sólo vive para algún gag aislado. Estas caricaturas buscan más el chiste que se abre y cierra en el momento en lugar de apuntar a un plano más amplio, restringiendo por ejemplo a Jamie Foxx y Colin Farrell, quien trabaja mejor cuando no se queda en el carilindo (recuerden In Bruges) a un limitado número de recursos. Por otro lado no abundan las carcajadas y el desarrollo es más pausado de lo que se esperaría, lo cual no implica que no sea divertida. Entretiene y genera risas, el equipo de actores funciona tanto desde lo grupal como en lo individual, sin embargo no hay escenas que se destaquen o que hagan de Horrible Bosses una película inolvidable. En definitiva se trata de una buena idea, pero sus dificultades en el guión acaban por dejarla como una oportunidad malograda.
Esta ácida comedia de Seth Gordon (quien antes filmó el largometraje Navidad sin los suegros , el documental Freakonomics y dirigió episodios de populares series como Community, The Office y Breaking In ) tuvo un gran éxito comercial en los Estados Unidos y hasta generó un debate mediático respecto de las muchas veces tensas relaciones entre patrones y empleados. El film describe las desventuras de tres amigos que deben lidiar con los "horribles" jefes a los que alude el título original: Nick (Jason Bateman) trabaja en una corporación y tiene un superior sádico (Kevin Spacey) que le promete un ascenso pero siempre termina humillándolo; Dale (Charlie Day) es un asistente dental que sufre el permanente acoso sexual de la odontóloga que lo emplea (Jennifer Aniston); y Kurt (Jason Sudeikis), que tenía una relación idílica con el dueño de la empresa que lo contrataba (Donald Sutherland) es víctima de los excesos y las manipulaciones de Bobby Pellitt (un irreconocible Colin Farrell). Hartos y desesperados, los tres fantasean con deshacerse de sus pesadillescos jefes y hasta se entrevistan con un asesino a sueldo (Jamie Foxx). Hasta aquí el interesante planteo inicial del film, que luego deriva hacia terrenos bastante más previsibles, elementales y no demasiado logrados. En su segunda mitad, la película gana en vértigo y pierde en ingenio, ya que incursiona en la comedia de enredos con elementos que remiten de manera más que directa a la muy superior saga de ¿Qué pasó ayer? , al cinismo de Un Santa no tan santo , y al ritmo trepidante de Después de hora , de Martin Scorsese. Los diálogos subidos de tono parecen reciclados de la factoría del director, guionista y productor Judd Apatow; y la incorrección política (la historia coquetea con la vulgaridad, la misoginia, el racismo y la homofobia) tiene un vuelo demasiado bajo. Así, una comedia negra con una propuesta provocadora termina dilapidando sus hallazgos iniciales para convertirse en un producto sin demasiada inteligencia, gracia ni originalidad. Una película más. Una oportunidad perdida.
Cuidado con el síndrome de la segunda mitad Originalmente titulada Horrible Bosses, Quiero matar a mi jefe confirma que cuanto más complaciente se pone la corporación Hollywood, con mayor virulencia el género comedia se hace cargo de las broncas, animosidades, desbarranques y transgresiones que el cuerpo social fermenta. En este caso se trata de honrar uno de los más nobles y legítimos deseos del ser humano. Deseo reforzado, en la medida en que los que un día deciden pasar a la acción son tres tipos, cada uno de ellos con su propio jefe horrible para asesinar. Dueña de una de las premisas más compartibles por la humanidad entera, esta muy negra comedia arranca a todo vapor, tiene magníficos personajes, notables actuaciones y buena cantidad de momentos muy altos. Sin embargo, termina cayendo presa de lo que podría llamarse “síndrome de la segunda mitad”, virus que a la larga impide, a algunas de las más arriesgadas comedias estadounidenses contemporáneas, parecerse a lo que prometen. Empleado jerárquico con ambiciones, Nick (Jason Bateman) debe padecer a uno de esos sádicos que usan su poder como arma de humillación. Kevin Spacey le saca todo el jugo a la repulsividad del tipo, a partir de una escena de presentación francamente genial, verdadera clase magistral de cómo manipular, torturar psíquicamente, triturar al prójimo. Empleado de una compañía química, Kurt (Jason Sudeikis) tiene un jefe angelical, amoroso, inconcebible (Donald Sutherland). El problema es el hijo y posible sucesor del jefe, cerdo tan carente de escrúpulos como pasado de rivalidad, revoluciones y testosterona. Con una calva y una barbita candado que lo hacen irreconocible, la deformación a la que se ha sometido Colin Farrell recuerda lo de Tom Cruise en Una guerra de película. La escena en la que el tipo arrasa con todas las formas de civilidad habidas y por haber, barriendo con embarazadas, negros, discapacitados y contaminados (por los desechos tóxicos de su propia firma), pelea con la de Spacey el trono de Gran Escena Biliar de la Temporada. ¿Hubiera soñado acaso el Almodóvar más negro a Je-nnifer Aniston como dentista-abusadora sexual, pretendiendo voltearse a su asistente (Charlie Day, tercer damnificado) sobre el cuerpo inerte de la esposa, a la que acaba de dormir con anestésico? ¿Hubieran imaginado los Farrelly al viejo amigo de los tres, ex empleado de Lehman Brothers, que se gana unos pesos como masturbador pago de parroquianos de pubs? ¿Hubieran concebido los Coen al falso hit man de Jamie Foxx, contratado para enseñarles cómo cometer no un crimen perfecto, sino tres? Ese personaje es lo último extraordinario que sucede en Cómo matar a mi jefe. A partir del momento en que los tres protagonistas (cifra clave para la comedia “de hombres” estadounidense, parecería, después de ¿Qué pasó ayer?) se ponen en campaña para deshacerse de sus jefes, lo que hasta entonces chorreaba veneno se vuelve una comedia policial-negra del montón, con tres torpes y tontos tipos de clase media comportándose como tales. Problema serio, en tanto desbarata la identificación sobre la cual toda la película pivoteaba. El otro problema de fondo es que la película parece olvidarse de sus “malos”, que son los que le daban sabor y color.
Humor aséptico con sabor a Jennifer Y aquí tenemos una nueva comedia mainstream que la va de “hardcore” pero que resulta tan infantil, mediocre y estéril como casi cualquier otra del subgénero producida durante el último lustro: Virgen a los 40 (The 40 Year Old Virgin, 2005) y ¿Qué Pasó Ayer? (The Hangover, 2009), por nombrar dos ejemplos, eran bodrios exploitation de los films de los hermanos Bobby y Peter Farrelly que a su vez eran una versión zarpada de las obras de Jim Abrahams y los hermanos Jerry y David Zucker quienes a su vez se habían inspirado en los primeros y extraordinarios trabajos de Woody Allen y Mel Brooks… y así hasta el infinito. El ciclo del “eterno refrito” de por sí no tiene nada de malo porque nadie crea en el vacío sino más bien dentro de una tradición que necesita ser aggiornada para mantener su vigencia, el problema surge por la merma de calidad en lo que respecta a la estructura de la historia, el desarrollo de personajes y los leitmotivs cómicos. La pauperización viene de la mano de la típica mojigatería de la industria aunque hoy disfrazada de una “efusividad” entre sexual y escatológica: mientras que los protagonistas de estas bazofias se la pasan hablando de genitales, en pantalla la anatomía está ausente por ese conservadurismo bobo. Basta con chequear Quiero Matar a mi Jefe (Horrible Bosses, 2011) para percatarse de las contradicciones de un cine que por ser aséptico traiciona el mismo espíritu de la comedia, siempre cercano a lo revulsivo y socialmente movilizador: llena de insultos, caricaturas y escenas inconducentes, la trama no es capaz de “vender” a estos payasos ni articular un mínimo hilo narrativo que sustente el devenir general o por lo menos justifique la colección de huevadas aisladas, todo por supuesto con referencias a Pacto Siniestro (Strangers on a Train, 1951) y su correlato Tira a Mamá del Tren (Throw Momma from the Train, 1987). A decir verdad lo único rescatable es la labor del elenco, no tanto la de los “héroes” (Jason Bateman, Charlie Day y Jason Sudeikis) sino la de los “villanos” (Kevin Spacey, Jennifer Aniston y Colin Farrell). Lamentablemente su participación es bastante escueta, circunstancia que se vuelve más lastimosa aún si señalamos la existencia de un cameo de Donald Sutherland al comienzo. El director Seth Gordon, responsable de la anodina Navidad sin los Suegros (Four Christmases, 2008), no sabe cómo explicar el “odio” de los empleados hacia sus patrones y mucho menos cómo construir una auténtica comedia negra. Ya está un poco quemado el tópico favorito de esta raza de humor pedorro, léase “grupito de burgueses idiotas que se divierten gritando groserías cada cinco segundos reloj”. La aproximación al sexo es extremadamente pueril debido a que estamos ante una película torpe, cobarde y paradójica que incluye por ejemplo una secuencia sobre “lluvia dorada” y nunca va más allá de insinuar la desnudez de una Aniston ninfómana: en el Hollywood masturbatorio actual -ese que pretende infantilizar al público para reducirlo al nivel de ganado preso de compulsiones- se puede hablar de tetas y culos pero no mostrarlos…
Anexo de crítica: Comedias sobre empleados vengativos que deciden asociarse para eliminar a sus respectivos empleadores existen tantas como jefes abusadores en el mundo, pero sin lugar a dudas la referencia más recordada y hasta el momento el ejemplo acabado de lo que significa una buena película nos remonta a los años 80 con el film Cómo eliminar a su jefe (9 to 5), de Colin Higgins, donde el trío femenino compuesto por Jane Fonda, Dolly Parton y Lily Tomlin pergeñaban todo tipo de argucias para acabar con el jefe misógino interpretado por Dabney Coleman. Hoy, aquella grata historia encuentra en Quiero matar a mi jefe, dirigida por Seth Gordon, una versión aggiornada a los códigos de la nueva comedia norteamericana, con un elenco de rutilantes nombres que termina por desaprovecharse debido a un muy pobre guión y a alarmantes fallas estructurales. En función a las tendencias de las comedias irreverentes como Qué pasó ayer? o la reciente Pase libre puede decirse que en este caso particular es notoria la diferencia desde el punto de vista de la dirección con un resultado mucho menos sustancioso del que podía haberse esperado con una propuesta de estas características.-
La venganza es lo último que se pierde Tres humillados empleados traman un plan... Extraños en un tren (también conocida como Pacto siniestro ), una de las mejores películas del genial Alfred Hitchcock, tenía como eje central de su trama un intercambio de asesinatos entre dos hombres. En tono de comedia, Quiero matar a mi jefe intenta llevar esta idea a tres personas (amigos entre sí, pequeño problema) y con un objetivo común que está claramente expresado en el título del filme. Los resultados no son ni por lejos los hitchcockianos, pero alcanza para pasar un rato más o menos divertido.Los Estados Unidos post crisis parecen dar tela para nuevas tramas, como se vio también en la reciente Larry Crowne . Aquí está Nick (Jason Bateman), el sacrificado oficinista al que su insoportable jefe (Kevin Spacey) lo hace correr de acá para allá sólo para finalmente negarle su esperado ascenso. Kurt (Jason Sudeikis) vive una situación idílica ya que en la fábrica en la que trabaja tiene una excelente relación con su jefe (Donald Sutherland) quien... muere en la primera escena del filme. A cargo del negocio queda su hijo (Colin Farrell, irreconocible), un cocainómano, desaforado e insoportable personaje que no tolera ni es tolerado por Kurt.El que tiene el menor de los problemas es Dale (Charlie Day). Muy enamorado de su futura esposa, este asistente dental es permanente y agresivamente acosado por la ninfómana dentista para la que trabaja, la Dra. Julia, interpretada magistralmente por Jennifer Aniston en uno de los mejores papeles de su carrera. Los tres quieren contratar un asesino a sueldo (Jamie Foxx), que no es lo que se dice un talento en la materia.Y así, de las humillaciones laborales (la parte más graciosa de la película, la inicial) a las complicaciones de cumplir el no muy elaborado plan (la segunda mitad, algo desperdiciada en su potencial cómico) va pasando la película de Seth Gordon (director del gran documental The King of Kong y de varios episodios de series como Community y The Office ), en la que la crisis toca muy de cerca ya que ninguno de los tres se atreve, simplemente, a renunciar.Los que se llevan la mejor parte son los villanos, con Spacey sacando jugo a un empresario despiadado, Farrell divirtiéndose como si fuera el playboy más decadente del mundo y la ya citada Aniston, más sexy y vulgar de lo que estamos acostumbrados a verla. En un papel breve, Foxx prueba también que menos puede ser más cuando de comedia se trata.Si bien la premisa es demasiado exagerada, especialmente para estos tres medio ineptos amigos a mitad de camino entre Los tres chiflados y la banda de ¿Qué pasó ayer? , de a ratos funciona muy bien. Y, seguramente, muchos espectadores encontrarán motivos para identificarse. Salvo con el sacrificado asistente de Aniston, claro, un tipo definitivamente de otro planeta...
Cinismo y poder en la nueva comedia Tres empleados que se unen para asesinar a sus superiores es la clave de esta historia de humor negro que cuenta con un elenco que incluye a Aniston y grandes comediantes de la generación estadounidense reciente. No puede negarse que la nueva comedia americana (NCA) construye su discurso a base de desprejuicio, cierta originalidad temática, escenas zafadas que no permiten otros géneros, instantes escatológicos, cinismo al por mayor y algunos rasgos moralistas que sirven para contener, aunque sea por un rato, los matices anárquicos de la propuesta. Buena parte de esos ítems aparecen en Quiero matar a mi jefe, que ostenta la etiqueta de NCA con sus virtudes y desequilibrios, sean formales o temáticosTres buenos e ingenuos tipos están hartos de sus jefes y deciden asesinarlos. Las futuras víctimas serían el drogón heredero de la empresa que interpreta Farrell, el invasivo y agresivo personaje que encarna Spacey y la odontóloga ninfomána a cargo de Jennifer Aniston en vertiente comehombres y baja-braguetas. Los tres buenazos no soportan más las humillaciones –laborales, sexuales– de los superiores y por ese motivo saldrán a la búsqueda de un asesino, topándose con Dean “Motherfucker” Jones (Jamie Foxx), quien tendrá a su cargo algunas de las líneas más divertidas de la trama.Ocurre que Nick, Dale y Kurt (Bateman, Day, Sudeikis) no aguantan más, pero tampoco, y ahí la película castiga al trío protagonista, se está ante tres personajes inteligentes; todo lo contrario, resisten hasta cierto momento las humillaciones de los jefes, pero sus características tontas y superficiales frente al mundo del poder (el de sus superiores) impiden que el espectador logre identificarse con ellos. En este punto, Quiero asesinar a mi jefe se muerde la cola: como el punto de vista de la película es el de tres sujetos que no pueden actuar por las suyas (con rasgos similares al infantilismo de los personajes más estúpidos que hiciera Jim Carrey), la historia agradece las apariciones de los jefes, aun esporádicas, con su maldad y cinismo cotidiano.Por supuesto que determinadas situaciones y réplicas verbales valen por sí solas. Se citará a la maravillosa Pacto siniestro de Hitchcock y a su libre remake Tirá a mamá del tren de Danny De Vito, se invocará el nombre de Jodie Foster, habrá un montón de cocaína que ocultar en una escena y hasta un GPS actuará de protagonista en una extensa secuencia donde, por fin, la película se juega por el disparate sin temor alguno. También, por si fuera poco, algunos giros de la trama se conectan con la anarquía que caracteriza a la NCA, disimulando los (de)fectos de una comedia que no refiere a la ambición de tres sujetos por ocupar el lugar de sus jefes, sino que narra una historia sobre el poder y la manipulación de tres superiores jodiéndoles las vidas a un trío de amigos tontos y retontos.
La sostienen sus buenos actores Esta comedia en principio parece apuntar a satirizar las complicaciones de la vida corporativa y laboral, lo que tendria sentido dado su título, pero un instante después de presentar su premisa argumental, deriva hacia un disparate policial en el que tres amigos bastante patéticos hacen un pacto para liquidar a sus aborrecibles jefes. Jason Bateman, Charlie Day y Jason Sudeikis son los tres homicidas en potencia, y sus hipotéticas víctimas son el desquiciado ejecutivo Kevin Spacey, la dentista acosadora sexual completamente ninfómana (Jennifer Aniston) y el drogadicto y casi delincuente Colin Farrell (totalmente caracterizado para lucir ciento por ciento desagradable), heredero de una fábrica de productos químicos que decide despedir a todos los discapacitados y excedidos de peso, además de ahorrar costos tirando los deshechos tóxicos por cualquier lado. Los jefes pueden ser horribles (salvo Jennifer Aniston, patrona que a más de uno le gustaría tener), pero sus explotados lacayos son tan idiotas que parecen ser merecedores de los maltratos que sufren. Seth Gordon intentó darle a «Quiero matar a mi jefe» un tono de comedia guarra y políticamente incorrecta -de hecho, además, es bastante inmoral- un poco al estilo de títulos recientes como la saga de «Qué pasó ayer» o «Pase libre», pero sin lograr los mismos resultados, ya que en este caso la parte policial no se sostiene en absoluto, mientras que los gags que salpican la historia a veces funcionan, y muchas veces no, lo que es un problema. Algunas partes son más divertidas y sostienen el conjunto, especialmente todo lo que tiene que ver con la ninfomanía de Jennifer Aniston (la actriz es lo mejor de la película) y las breves escenas en las que aparece Jamie Foxx como un delincuente que asesora a estos losers para que lleven a cabo sus crímenes. Al final, más allá de sus notables puntos débiles, este producto termina resultando simpático por las actuaciones antes que por el guión o los diálogos. Como pasatiempo, funcionará mejor en el cable.
¡Ay ay ay! ¿Quién no habrá sufrido alguna vez a un jefe o jefa despreciable? Si estás entre la interminable lista, esta podría ser tu oportunidad. Seth Gordon, ducho en esto de las comedias- quizá con mejores resultados en la pantalla chica que en la grande- ofrece una comedia efectiva, risueña, con bastantes clichés pero no por ello aburrida. La cosa es simple: tres amigos (Jason Bateman, Charly Day, Jason Sudeikis) se juntan de vez en cuando a comer y terminan siempre hablando de sus penurias con sus respectivos patrones (Kevin Spacey, Jennifer Aniston, Collin Farrell); hasta que como siempre surge la fantasía del eliminarlos de la faz de la tierra de una vez y para siempre. Las humillaciones se van poniendo cada vez peores hasta que la fantasía se vuelve realidad y buscan infructuosamente a un asesino a sueldo teniéndose finalmente que conformar con un asesor del crimen (Jamie Foxx). Pero hacer las cosas por uno mismo cuando no se es criminal es garantía de que todo saldrá mal seguramente y es en donde la comedia, aunque previsible, mejor funciona. Estos tres amigos, que casi podrían llamarse Lou, Larry y Moe, hacen reír más que nada porque son torpes y porque realmente hay química entre ellos. En especial destaca Charly Day cuyo personaje da el infaltable toque del personaje histérico y a la vez hiper torpe del grupo. No es una comedia que no hayamos visto, no es algo nuevo ni revolucionario pero cumple con lo que promete y otorga un buen rato de hora y media de diversión. Las carcajadas quizá no serán sonoras y continuas para muchos pero difícilmente deje impávidos a los espectadores. Mientras, los jefes de turno se hacen odiar con creces, desesperan aunque quizá Farrell queda un tanto desdibujado y ensombresido ante Aniston y Spacey que se comen el film. Y debo reconocer que Jamie Foxx, muy buen actor pero no de mis favoritos, completa un reparto que realmente se conjuga acertadamente en un género que siempre insisto, no es nada fácil. Gags conocidos pero bien resueltos, buenas interpretaciones, personajes realmente simpáticos y graciosos, buena química, alguna vuelta de tuerca que se prevee pero funciona, hace de esta comedia una más que merecida opción para ir al cine a divertirse.
Mandar hasta morir Uno de los inconvenientes de la mentalidad norteamericana para enfocar la crisis económica actual es que suele reducir todas las acciones humanas a términos psicológicos. Son tan individualistas que no entienden que los problemas a veces no son provocados por las personas sino por las condiciones materiales en las que viven. Vuelven una y otra vez a su relato básico: la superación personal. Les cuesta horrores salirse de ese registro incluso en las películas más optimistas como Larry Crowne o pesimistas como Wall Street 2. Lo que sí permanece invariable es la capacidad de contar historias y encajarlas en un molde definido. Quiero matar a mi jefe es una aventura de amigos en problemas. Un tópico en la comedia norteamericana. Nick, Kurt y Dale tienen jefes insoportables. A Nick un gerente perverso le impide ascender en la empresa. Kurt se lleva mal con el hijo del dueño de la química donde trabaja. Y Dale es acosado sexualmente por la odontóloga que lo ha empleado como mecánico dental. La crisis se filtra en la historia como una especie de destino manifiesto. En otro momento de los Estados Unidos los tres personajes hubieran podido abandonar a sus tiranos y conseguir mejores empleos en otras empresas. Hoy es imposible. Eso los obliga a tomar medidas extremas. Vale decir: matar a sus jefes para vivir sin presiones. Claro que es evidente que nunca mataron a una mosca y la única cultura criminal que poseen proviene de la serie televisiva La ley y el orden. De modo que entre la idea y la acción hay un trecho. Así una buena parte de la película se dilata en la confusa planificación de los asesinatos. Como los tres personajes son bastante similares entre sí (e incluso dos de los actores se parecen físicamente, Bateman y Sudeikis), la pesadilla de su torpeza se vuelve un tanto reiterativa, como si los tres chiflados se redujeran a un triple Moe. Lo que mantiene la sonrisa en los labios son los jefes, no tanto por los personajes mismos, absolutamente planos, sino porque siempre hay algo morboso en ver a grandes actores como Kevin Spacey?, Jennifer Aniston y Colin Farrell ridiculizarse a sí mismos. Ellos son los únicos que se faltan el respeto en una película que respeta demasiado los órdenes establecidos y no se atreve a lo que en otras décadas se atrevieron las comedias sociales italianas, inglesas o españolas: reírse con desesperación de las injusticias del mundo.
Nada peor, en estos tiempos de inestabilidad económica global, que perder el trabajo. Los psicópatas del mundo han encontrado un nuevo lugar para seguir ejerciendo la tortura: ser jefes de alguien. En este film, tres tipos que se enfrentan al cretinismo, la perversión y la violencia de sus respectivos jefes, hartos de que el mundo siga dándoles la espalda, deciden acabar con ellos. Por supuesto, no son asesinos, sino gente desesperada. Por supuesto, las cosas irán de mal en peor y tal será la raíz de la comedia. Cercana en estructura a “¿Qué pasó ayer?” (el descenso al Infierno por el camino de la torpeza), esta película tiene algunas virtudes y un defecto. El último reside en la falta de precisión cómica de algunos momentos, que se diluyen en chistes obvios. Las primeras, en la actuación –especialmente de Kevin Spacey y Jennifer Aniston, que se divierten creando sus respectivos villanos y riéndose de sí mismos– y en una mirada ambigua sobre el mundo. Después de todo, estos tres empleados no son gente “buena”: uno es imbécil, otro es rastrero, otro es lascivo. Su frustrada cruzada asesina se basa en el mismo principio egoísta que guía a sus respectivos jefes, y el film no hace nada para diluirlo, aunque se los nota con buenas intenciones. Sin embargo, la propia trama permite pensar que un triunfo de estos tres orates derivaría en la creación de tres nuevos monstruos. La historia los redime de algún modo, pero el efecto amargo permanece. Imperfecta pero curiosa.
“Quiero matar a mi jefe” (“Horrible Bosses”) es una típica comedia norteamericana cuyo principal atractivo, a priori, es su calificado elenco con nombres tan impactantes como Jennifer Aniston, Kevin Spacey o Colin Farrell. Por suerte la película no se limita a la simple promesa de verlos en escena ya que la historia, aún con algún altibajo al mediar el metraje, en conjunto logra interesar y por sobre todo divertir. El título alude a los detestables jefes de los tres personajes centrales encarnados por Jason Bateman (“la doble vida de Juno”, “Amor sin escalas”), Jason Sudeikis y Charlie Day. Quien peor la pasa desde el inicio es Nick (Bateman), cuyo jefe (Spacey) le echa en cara su falta de puntualidad por atrasarse una vez apenas dos minutos y como castigo no le otorga un ascenso “cantado”. Kurt (Sudeikis) en cambio mantiene una excelente relación con su jefe (Donald Sutherland) hasta que éste repentinamente fallece y quien lo sucede es el hijo (Farell), cocainómano y sin escrúpulos. El tercero en discordia es Dale (Day), quien trabaja de asistente de la dentista y ninfómana Julia, en una de las mejores interpretaciones de J. Aniston en su ya rica carrera. Próximo a casarse, Dale sufre un verdadero acoso sexual por parte de su jefa, en los que constituyen algunos de los momentos más desopilantes de la trama. Naturalmente, el odio acumulado por los tres amigos y alguna bebida de más en los “happy hours” los llevan a imaginar que debe existir alguna forma de sacarse de encima a tan molestos superiores. Deciden entonces buscar a un tercero que se haga cargo de la tarea, pero tardan en encontrar a la persona adecuada. Cuando finalmente contratan a Dean “Motherfucker” Jones (un brillante Jamie Foxx), éste revela no ser lo que esperaban, es decir un sicario, sino apenas un consultor y caro. Pero al menos reciben una serie de propuestas, muy influenciadas por la cinefilia del asesor, que abrevan en Hitchcock y sobre todo en su famoso “Pacto siniestro” (“Strangers in a Train”). En apenas hora y media de duración pasarán muchas cosas más que irán vinculando a varios de los jefes y empleados. Tal el caso de Kurt, cuya fuerte líbido lo llevará a relacionarse con más de un personaje femenino. Los últimos minutos, de gran ritmo, conducirán a un final que pese a ser en parte previsible no desentona con el tono festivo del resto. Cabe destacar que por una vez una comedia, algo diferente a otras recientes como “¿Qué pasó ayer?” o “Pase libre”, tiene la virtud de no transitar por las habituales imágenes escatológicas y lindantes con la grosería a que nos tiene acostumbrado el cine norteamericano. Mérito del director Seth Gordon (“Navidad sin suegros”), quien supo sortear con éxito tales lugares comunes.
Esta prometedora comedia que parece salida del modelo creado y repetido (e imitado) por Judd Apatow tiene la mayor parte de sus logros en su primera mitad. Ingeniosa, de diálogos dinámicos y bromas sutiles apenas perceptibles, cuando decide apostar al humor físico y las persecuciones, pierde parte de la agilidad y de las intenciones primarias. En los roles hacia los que apuntan todos los dardos se encuentran un casi irreconocible Colin Farell, la muy sexy versión morocha de Jennifer Aniston y un desbordante Kevin Spacey. Del sufrido trío dinámico, tanto Jason Bateman como Jason Sudeikis (Saturday night live) están correctos y acordes a sus personajes, pero es Charlie Day (It’s always sunny in Philadelphia) quien se recorta del resto y termina siendo el gran sustento hilarante, aquel que provoca mayor cantidad de carcajadas.
Algunas películas tienen el problema de que quieren ser políticamente incorrectas y al mismo tiempo temen ofender. En “Quiero matar a mi jefe” todo apuntaba desde el principio, y sin mucha originalidad, a “Extraños en un tren”, la novela sobre crímenes cruzados de Patricia Highsmith, también creadora de la saga "Ripley". Pero el perfil de los intérpretes (Spacey, Sutherland, Farrell, Foxx) hacía pensar que ese “tributo” sería superado con una vuelta de tuerca a aquel clásico que ya tuvo dos versiones en cine, una de Hitchcock y otra de Danny de Vito. Con todo, la película pierde impulso a los pocos minutos y después de media hora se diluye en ironías fallidas sobre los negros, el sexo, las buenas costumbres, salpicado de forma constante con una palabra que en inglés empieza con f.
El sueño de todo trabajador La premisa inicial de Quiero matar a mi jefe (tres tipos que deciden asesinar a sus jefes, hartos de los continuos abusos) era muy atractiva. Lo mismo el trío principal de actores, compuesto por Charlie Day, Jason Bateman y Jason Sudeikis, que siempre han sabido laburar la incomodidad desde distintos lugares. Si a eso le sumamos a Kevin Spacey, Jennifer Aniston y Colin Farrell como los villanos, más Jamie Foxx en un papel por lo menos ambiguo, todo se potenciaba aún más. Lo que no brindaba tanta confianza era el nombre de Seth Gordon, director de Navidad sin los suegros, una película que arrancaba como para delatar todas las miserias de la institución familiar, para terminar desinflándose y avalando todos los conceptos de esa misma institución a la que atacaba. La primera mitad de la película (en especial la media hora inicial) arranca como para avalar lo mejor que se podía esperar. De hecho, hace recordar a esa pequeña joyita desbordante y excesiva que era Las locuras de Dick y Jane, esa comedia con guión de Judd Apatow y Nicholas Stoller, protagonizada por Jim Carrey y Tea Leoni, donde se echaba una mirada despiadada sobre el capitalismo salvaje y las conductas inmorales de las corporaciones, que terminaban fomentando y despertando a la vez las conductas más ilegales y bajas de los ciudadanos, que en un punto no dejaban de ser miradas con simpatía, o por lo menos comprensión. En Quiero matar a mi jefe contemplamos ámbitos donde todos los valores tradicionales que sostenían diversas creencias laborales están completamente degradados: tenemos jefes que, dependiendo del caso, usan su puesto de forma explotadora, degradante e hipócrita (Spacey); conciben el negocio familiar sólo como una caja registradora (Farrell); o que se aprovechan de su posición lisa y llanamente para abusar sexualmente al subordinado (Aniston). El desparpajo con que se muestra esto puede ejemplificarse en la escena donde Spacey anuncia que unirá su puesto de presidente con el de vice, para así poder aumentar su sueldo y agrandar su oficina; o en la que Farrel se propone despedir “a la gente gorda” y, en especial a un empleado inválido al que llama despectivamente “Charles Xavier”. Pero esto se continúa también con los empleados, con los oprimidos, que también poseen una buena dosis de patetismo: el personaje de Bateman sólo busca ascender cómo sea, y se nota que buena parte de lo que le enoja de su jefe es no estar en ese lugar de poder; el de Sudeikis concibe a la mujer sólo como un mero objeto destinado a satisfacer sus placeres carnales (aunque la puesta en escena le festeja bastante esto, porque siempre termina saliendo bien parado); y el de Day alcanza la cumbre con su obsesión matrimonial, no viéndose a sí mismo más allá de la relación de pareja. Son en estos minutos donde lo que menos abunda es la corrección política, con chistes sobre negros (el personaje del consultor de asesinatos de Foxx, con todo su problema de identidad a partir de su nombre, es una broma caminando), indios, sexo, drogas, alcohol y matrimonio que casi siempre funcionan. De hecho, hay un ida y vuelta entre el espectador y la historia, con una identificación con los protagonistas por un lado, pero también cierta distancia por la torpeza y hasta la falta de determinación que muestran, como si no estuvieran realmente convencidos de concretar lo que en el fondo desean fuertemente. En un punto, son como Homero Simpson en el episodio que parodiaba a Drácula, cuando se preguntaba, con temor y deseo a la vez, “¿Matar a mi jefe? ¿Realizar el sueño de todo trabajador?”. Pero luego viene la segunda parte de la película, donde tienen que empezar a resolverse las cosas, y ahí es donde vemos el mayor peso del director, ejerciendo una bajada de línea que no es tan conformista, pero si elusiva con respecto a los conflictos planteados anteriormente, como si se contagiara del trío principal y decidiera no concretar sus deseos, dejando de apretar el acelerador. Allí Quiero matar a mi jefe adopta una estructura de policial con mezcla de relato jodón, muy al estilo de ¿Qué pasó ayer?, que bajo su estructura genérica ocultaba (o no tanto) un conservadurismo ramplón, donde todo volvía a la normalidad, para no modificarse nada. Acá incluso la trama termina ofreciendo unos cuantos agujeros, con personajes y subtramas que no son suficientemente explotados, y resoluciones apresuradas y facilistas. Quiero matar a mi jefe finaliza dando la impresión de ser una comedia decente, con unos cuantos buenos momentos, pero incapaz a la vez de elevarse por encima de la media. Y vuelve a actualizar la polémica sobre los alcances y límites de los más recientes exponentes de la comedia norteamericana, en todos los rubros principales: actuación, dirección y guión. La sensación es que el potencial es abundante, pero que falta más concreción.
Así es el humor. No en vano está el viejo adagio: “el éxito de un chiste depende de quién lo escucha”, de modo que en el caso de “Quiero matar a jefe” sus grandes aciertos y errores bien pueden ser la misma cosa. Si los personajes de las películas pudieran pasarse por una especie de tamiz, imagine que los de la saga “¿Qué pasó ayer?” (I y II, 2009 y 2011) decantaron en Nick, Dale y Kurt (Jason Bateman, Charlie Day y Jason Sudeikis respectivamente). Los tres amigos desde siempre, atraviesan un momento difícil en el plano laboral, aunque los otros aspectos de sus vidas parecen no tener importancia. Odian a sus jefes, pero algunas arbitrariedades del guión los ponen entre la espada y la pared. Veamos: El jefe de Nick, Dave (Kevin Spacey) decide autonombrarse gerente de ventas en su propia compañía. Una atribución lógica, pero Nick esperaba ser nombrado para ese puesto después servir eficientemente de mucho tiempo a esa empresa. El jefe de Kurt, Bobby (Colin Farrell) sale por herencia. Ante la muerte de su padre, decide estar al frente del negocio con la sola intención de hacerlo producir el dinero suficiente para financiar festicholas con prostitutas y kilos de cocaína. A Kurt sólo le importa que el negocio siga la noble tradición del viejo Pellitt (breve aparición de Donlad Sutherland) Finalmente, la jefa de Dale es la Doctora Julie Harris (la irresistible Jennifer Aniston), una sexópata malhablada que lo acosa constantemente. Podría ser una situación soñada, pero Dale está enamorado de su prometida, le es fiel y rechaza el convite y esa situación le resulta traumática. En una charla de bar, contando sus penurias, la conversación de los amigos deriva en una loca idea tomando como referencia la película “Pacto siniestro” (o “Extraños en un tren”), producción de 1951 del maestro Alfred Hitchcock, en la cual, para despejar posibles conexiones, dos hombres se intercambian potenciales asesinatos. Establecida la situación en los primeros, y muy buenos, minutos de “Quiero matar a mi jefe”, al realizador Seth Gordon se le abre la posibilidad de abordar la comedia de enredos desde una impronta clásica, o llevarla al extremo del grotesco. No ocurre ni lo uno ni otro, y este es el punto en donde los espectadores tendrán dos opciones que se ejecutarán casi inconcientemente: seguir el hilo o cortarlo, es decir, estar dispuestos a aceptar lo inverosímil o llevar todo al plano racional. En el caso de quien escribe la opción elegida fue la primera, y realmente hay momentos en donde uno se ríe a discreción. Huelga revelar más de la trama que, de todos modos, se adivina fácil. Gracias a que Spacey, Farrell y Aniston se creen sus personajes, los trabajos de los demás miembros del elenco se elevan bastante más y logran sacar la historia adelante. No parece haber en el realizador un sentido de la dirección de actores. Como si hubiera confiado más en que cada uno haga lo suyo en lugar de probar si ello conviene al tratamiento de la película. Por eso todo depende del elenco, ya que los rubros técnicos cumplen pero no aportan nada novedoso. La recomendación es: si tiene ganas de reír sin hacerse preguntas, entre al cine con buen humor o con deseos de despejar el malo. Por cierto, no olvide dejar la lógica en la puerta de la sala, la que puede recuperarla apenas termine la función. Para el momento en que concluya en que todo fue un divague, la sonrisa ya estará dibujada en su rostro.
CAMINANDO EN CIRCULOS Provocadora propuesta dirigida por Seth Gordon (realizador de "Navidad sin los Suegros") que comienza presentando una premisa interesante y con una ironía muy entretenida, pero que poco a poco, producto del guión que nunca logra cautivar su máximo potencial, empieza a entrar en lugares repetidos del género y en una falta de originalidad y humor inteligente decepcionante. Nick, Dale y Kurt son tres amigos que, además de compartir sus momentos libres, tienen algo en común: odian a sus jefes. Ellos comienzan a pensar las posibilidades que tienen si pudiesen renunciar a sus trabajos, pero rápidamente se van a dar cuenta de que eso sería imposible y que tardarían años en conseguir uno nuevo. Es por eso, que eligen una opción extraña y arriegada: asesinarlos. Con la ayuda de un ex-convicto van a armar una estrategia para poder descubrir los puntos débiles de sus patrones, para así matarlos sin dejar evidencia alguna de responsabilidad. Lamentablemente el poco ingenio y la ansiedad por cobrar venganza va a ser mucho más fuerte y las consecuencias de sus fallidos actos no van a tardar en aparecer. La cinta se introduce presentando el tema de manera muy correcta, mostrando el humor negro que poco a poco se va a ir incrementando con el paso de los minutos y describiendo las personalidades de los amigos y de sus manipuladores jefes. Este comienzo es correcto, ya que se aprovecha a los actores y sus voces en off para jugar con la imagen y sus actitudes. Inmediatamente después de ésto, la película comienza a entrar en lugares comunes que le restan originalidad y disfrute a la propuesta. Es imposible no relacionar este trabajo con "The Hangover" ("¿Qué pasó ayer"), ya que presenta un estilo narrativo muy similar, además de una premisa que toca muchas veces los mismos puntos y una serie de vueltas de tuerca que hacen referencia directa a dicha película. La formula es la más sencilla y, sin mostrar sorpresas ni situaciones que se alejen de los estereotipos de la comedia de desencuentros, nunca logra explorar el verdadero potencial cómico, ni aprovechar a sus intérpretes para salirse de dichos lugares. A su vez, el humor, que comienza siendo irónico y gracioso, empieza a entrar en terrenos desagradables y vulgares, hay escenas en las que se dicen muchas malas palabras (guiones y secuencias muy similares a varias que el director realizó con anterioridad) y hay otras en las que se entra en terrenos incorrectos de los que no le es fácil salir (obesidad, racismo y discriminación). Por el lado de las actuaciones, aquí hay dos grupos bien diferentes: los tres protagonistas, quienes nunca logran crear una identidad diferente a las expuestas en muchas otras películas del género, de los cuales se destaca Charlie Day, quien utiliza su tono de voz para darle un toque distinto a su rol (Jason Bateman y Jason Sudeikis no se lucen); y los tres jefes, personajes un poco mejor desarrollados y donde se ve un trabajo más logrado de los actores. Kevin Spacey está muy bien, es el principal antagonista de la película y su personalidad controladora y autoritaria está muy bien expuesta; Jennifer Aniston tiene el rol menos interesante de los tres y vuelve a interpretarlo de la misma manera que muchos de sus pasados personajes; mientras que Colin Farrell, como el hombre más políticamente incorrecto de la historia, está muy bien. "Horrible Bosses" es una película que es introducida de manera correcta, pero que poco a poco va entrando en los propios lugares comunes del género y que últimamente distintas películas de desencuentros se han preocupado por intensificar. Con actuaciones correctas en general; una fotografía y un uso de la música que están bien logrados; y con un guión que falla en sus intenciones y en no corregir sus errores. Una propuesta que repite fórmulas. Humor negro y de mal gusto, una propuesta más. UNA ESCENA A DESTACAR: entrada en la casa.
La crisis por la que atraviesa Estados Unidos ya tuvo sus primeras películas: Larry Crowne y Quiero matar a mi jefe. Incluso parapetada en las formas amables de la comedia romántica, la película dirigida por Tom Hanks habla casi directamente de una economía al borde del derrumbe que se cobra víctimas como Larry y las deja, entre otras cosas, sin trabajo y sin casa. En Quiero matar a mi jefe, en cambio, tanto Estados Unidos como la economía quedan fuera del relato pero solo a primera vista, porque se perciben como ecos insistentes que envían señales de alerta desde algún lugar lejano e impreciso. La premisa de la película es más o menos sencilla: tres amigos se enfrentan a jefes que les hacen la vida imposible y deciden planear asesinatos de manera cruzada al estilo de Extraños en un tren. Pero la anécdota, simplona, implica enorme cantidad de signos que, de manera silenciosa, constituyen el telón de fondo de la película. Ante los atropellos sufridos por parte de sus jefes, los protagonistas, ¿no pueden cambiar de empleo? ¿O buscar dentro de sus trabajos (los tres son privados) canales para poner en cuestión la autoridad de sus superiores? O, en última instancia, ¿por qué no acuden a alguna institución, estatal o no, en busca de ayuda? Nick, Dale y Kurt parecen contar solamente con dos opciones: soportar los abusos hasta los límites de la humillación o revelarse y matar a sus jefes. Entre los polos de la sumisión total y el crimen no hay zonas intermedias. El problema no es que el trío sea de armas tomar y rechace voluntariamente las medias tintas, sino que nunca se les cruza por la cabeza una verdadera alternativa: consultar a un abogado, llevar el reclamo a algún sindicato, formular una demanda a la justicia (el comportamiento de los jefes muchas veces se hunde en la ilegalidad). En esos momentos en los que los protagonistas deciden jugar a todo o nada es cuando se siente cada vez con más evidencia que la falta de opciones, en cierta medida, está reenviando a otra cosa, posiblemente un contexto, una situación política que los coloca en ese lugar de tensiones y los empuja a hacer lo que hacen. Si un jefe acosa sexualmente a su empleado (no importa que el jefe sea una Jennifer Aniston guarrísima) poniendo en riesgo su matrimonio y esa persona no tiene ninguna vía institucional para hacer un reclamo oficial y, para colmo, tampoco puede cambiar de trabajo, entonces hay algo en esa sociedad y en su manera de concebir las relaciones laborales (o las relaciones, a secas) que está a punto de colapsar. Ese estado de cosas, extremo, casi de suma cero, bien podría ser la cara visible de una crisis que en Quiero matar a mi jefe existe de manera tácita pero que igual alcanza a atenazar a los personajes, a dejarlos en un lugar de altísima vulnerabilidad social. Los momentos en los que esa crisis innominada se vuelve concreta, material, aunque no sea por más que durante unos pocos planos, es cuando los protagonistas acechan a los jefes en sus casas. Mientras que casi no sabemos nada del trío por fuera de su trabajo (y mucho menos conocemos sus hogares), la película elige mostrar todo el lujo y el confort de las mansiones de los jefes. Esa decisión implica todo una concepción del mundo: los asalariados del montón (incluso uno que puede llegar a vicepresidente como Nick) no cuentan con nada que valga la pena mostrar en detalle, ya sean parejas, casas, o hobbys. En cambio, de los jefes se puede saber todo eso y más (como sus alergias o manías persecutorias), porque ellos son los que están capacitados para la exhibición de su estatus, los que tienen algo para mostrar. En este punto es en donde la comparación con Larry Crowne se vuelve fundamental. Mientras que en Quiero matar a mi jefe el camino elegido es el del asesinato y, cuando las cosas salen mal, los protagonistas son salvados de manera casi milagrosa por un algo así como un GPS ex machina, en Larry Crowne existe una especie de proyecto social: para superar la crisis hace falta (re)aprender algunas cosas como el funcionamiento de la economía, hablar y relacionarse con los otros. En la película de Tom Hanks hay un programa democrático que se funda sobre todo en la responsabilidad individual y la tolerancia. Larry asiste a un curso de oratoria para hablar mejor y en eso podría cifrarse toda su responsabilidad civil y ganas de ser mejor sin buscar culpables o chivos expiatorios. Si los protagonistas de Quiero matar a mi jefe emprendieran un aprendizaje similar, quizás estarían en condiciones de comunicar con éxito las injusticias que sufren y de enderezar los atropellos perpetrados por sus jefes. Pero alcanza con verlo a Dale y sus múltiples tics y dificultades a la hora de formular una frase para entender que las criaturas de la película de Seth Gordon no están capacitadas para aprender nada.
Entretenida comedia sostenida con buenos gags y notables actuaciones. Esta comedia de Seth Gordon fue recibida con bastante frialdad (sobre todo si la comparamos con la sobrevalorada ¿Qué pasó ayer? ) e, incluso, la crítica repitió hasta el hartazgo que Quiero matar a mi jefe empieza muy bien y se desinfla pasada su primera mitad. Sin verla, uno suponía que esto podía ser cierto, especialmente si teníamos en cuenta que Gordon había dirigido anteriormente Navidad sin los suegros, ejemplo inmejorable de cómo arruinar una buena comedia con conservadurismo, traición a sus propios postulados y una evidente carencia de humor en la última media hora. Si bien es cierto que Quiero matar a mi jefe cambia de tónica en su segunda mitad, esto no significa que la película sea peor sino que es diferente. El inconveniente pasa por esperar de la película algo que no es, y eso ya es un problema del que mira y no tanto del objeto observado. La película arranca como una sátira sobre los vínculos de poder en el trabajo y continúa -cuando estalla su subtrama de comedia policial negra- como una comedia con mucho de slapstick y bastante de cinismo en la mostración de tres torpes que se meten en algo que los supera: asesinar a sus jefes. Nick (Jason Bateman), Dale (Charlie Day) y Kurt (Jason Sudeikis), en diferentes grados, sufren a jefes que pueden ser psicóticos, discriminadores, abusadores sexuales. En todos los casos, seres perversos que disfrutan de su posición sobre sus subordinados: Kevin Spacey, Colin Farrell y Jennifer Aniston en actuaciones inmejorables, haciéndose un festín con sus personajes despreciables. Una noche de borrachera en un bar, el trío decide que es buena idea la de eliminar a sus jefes y resuelven contratar a un killer que se encargue del trabajo (también impagable, Jamie Foxx). Es en ese momento cuando la comedia hace un giro, que para algunos resulta cuestionable. En verdad, Quiero matar a mi jefe se torna desde ese momento más interesante. Y la resolución final hace mucho más complejo y ambiguo su punto de vista. Si bien en un comienzo es la sátira sobre el mundo laboral post crisis financiera en los Estados Unidos (con referencia a Lehman Brothers incluida) lo que moviliza la narración, la segunda parte parecería dejar de lado aquella crítica y centrarse más en las torpezas de los protagonistas. Personajes, por cierto, entre imbéciles y patéticos, imposibilitados de llevar adelante cualquier plan: hay incluso un tufillo a hermanos Coen sobrevolando el ambiente, pero Bateman, Sudeikis y Day (especialmente este último) dotan a sus criaturas de una humanidad que en los hermanitos no abunda. Hay mucho humor físico en esta segunda parte y esto, que parecería una salida facilista al retrato descarnado del comienzo, no es más que algo funcional a lo que Quiero matar a mi jefe dice en su epílogo. Y es que, señala explícitamente, en este mundo de tiburones resulta casi imposible cambiar las reglas del juego: quien pueda hacerlo lo hará duplicando la apuesta, será un extorsionador. Sino el poder nos devora o nos convierte en eso que odiamos. Puede sonar cínico o deshumanizado, pero es totalmente coherente con los personajes: al fin de cuentas Nick, Dale y Kurt no sólo son torpes -lo de menos- sino también oportunistas, acomodaticios, lascivos, imprevisibles. Si todo esto no convence, todavía Quiero matar a mi jefe tiene para ofrecer grandes chistes y notables actuaciones. Una comedia por demás interesante.
TRES PERSONAJES EN BUSCA DE UN AUTOR Tres hombres viven situaciones laborales hostiles. Esa premisa puede aparecérsenos de maneras tan diversas como directores de cine hay en el mundo. Seth Gordon, en este caso, propone un prólogo de nuestros tres personajes que anima por el timing de las secuencias que introducen a cada uno de ellos con sus respectivos jefes. Uno de los elementos fundamentales en la comedia es este manejo del tiempo y de todos los elementos (originalmente esto estaba reservado a las peripecias y padecimientos de los personajes, si se trata del cine, sabemos que la puesta en escena incluye a los actores dentro del universo propio de cada película) que corresponden a esa duración que generalmente estalla en una situación para generar la risa o un sentimiento de diversión en el espectador. Nuestro director se muestra ágil con el tempo en el que ejecuta su pieza. Consigue escenas que, aisladas, podrían resultar eficaces sketches de un programa televisivo al estilo de Saturday Night Live. Entonces el problema en Quiero matar a mi jefe (2011) pareciera ser la unidad, la congruencia de lo que hace que la puesta en escena de una unidad narrativa mínima (plano, escena, secuencia) se corresponda con la puesta en escena total de la película como unidad mayor. Anteriormente habíamos referido que en sus inicios, allá en Grecia (donde surgió casi todo), la comedia, se centraba en el pathos y en las peripecias de sus personajes -siempre gobernadas por esas sensaciones, padecimientos, impulsos que conforman su pathos. Arribamos a la cuestión, que previamente creímos en la unidad: el pathos de los personajes y sus derivadas peripecias. Una escena sirve como metáfora: decididos a matar a sus respectivos jefes, Kurt (Jason Sudeikis), Nick (Jason Bateman) y Dale (Charlie Day) intentan salir de un estacionamiento. Encaminados a emprender sus encomiendas, los tres intentan sacar sus respectivos autos. Vistos desde una altura considerable, en un plano general, los tres autos avanzan hacia el centro, parecen chocar, se detienen, maniobran para los costados, vuelven a encerrarse, retroceden, cambian de dirección y los tres se topan nuevamente impidiéndose el paso, finalmente encuentran la manera de salir del estacionamiento y cada uno parte donde su víctima. Esta situación de encontronazo refleja el aspecto negativo de la película evidenciado en la falta de decisión de los personajes. Ese pathos no está llevado (por su creador) hasta las últimas consecuencias. La imagen de “en este momento me gustaría saltar sobre aquel que me está oprimiendo” no se consuma nunca, se diluye hasta volverse hazaña de otros. Ése es nuestro reclamo, de personajes que vayan a fondo con sus decisiones y que los realizadores los acompañen hasta llevarlas a cabo sea en una comedia o en un thriller. Seguramente que en la comedia es pertinente que todo se complique, que todos trastabillen, pero que esas dificultades y topetazos surjan porque los personajes siguen movidos por ese impulso que los encaminó, no porque chocan entre ellos de manera torpe, anómica (como la escena del estacionamiento) y su derrotero de gags personales. Para equipararla con otras películas de similares condiciones Quiero matar a mi jefe (2011) y las dos entregas de ¿Qué pasó ayer? (2009) (2011) sufren los pathos de sus personajes: seres que no pueden lidiar con un deseo.
Humor Galifianakis Horrible Bosses es creo, la 1ra hija que se presenta en sociedad de "¿Qué Pasó Ayer?", película que introdujo un tipo de humor con sello propio, safado, absurdo, histriónico y políticamente incorrecto. Como emblema de este nuevo humor tenemos al ascendente Zack Galifianakis, el gordito de "The Hangover" 1 y 2, que también interpretó al compañero de viaje freak de Robert Downey Jr. en "Todo un Parto". Acompañaron en los 2 primeros films, Bradley Cooper como Phil y Ed Helms como Stu. En "Quiero Matar a mi Jefe", Charlie Day (Dale) haría el papel de Galifianakis, Jason Sudeikis (Kurt) vendría a ser Phil y Jason Bateman (Nick) completaría como Stu. Si bien la historia es totalmente distinta, es realmente notable el parecido de la dinámica de los personajes y el tipo de humor utilizado, aunque con un toque más inocente se podría decir. Así como el éxito de "El Origen" de Christopher Nolan ya procreó películas con una estética parecida como "8 Minutos Antes de Morir" y "Los Agentes del Destino"; "¿Qué Pasó Ayer?" nos deja también a su 1ra heredera, aunque con menos escenas divertidas y originalidad. Tenemos por un lado la labor de los 3 protagonistas (nombrados anteriormente) que es divertida, pero hasta ahí nomas... nada del otro mundo, incluso hay veces que el humor peca de ser muy forzado y desesperado. Por otro lado, tenemos a los villanos, interpretados por Kevin Spacey (Harken) como un psicópata y el jefe de Nick, Colin Farrel (Pellitt) como el putero jefe de Kurt y Jennifer Aniston (Dra. Julia Harris) como la violadora jefa de Dale. Debo decir que si no fuera por esta contraparte, la cinta habría sido mucho más aburrida y la nota sería distinta, pero de manera muy inteligente se convocó a un cast que le subió el nivel al trío protagónico. Los 3 villanos están bastante divertidos e irritantes, resaltando la labor de Spacey. Leí por ahí un montón de elogios a Jennifer Aniston por haber salido de rol de siempre, porque "sorprende" con su personaje de ninfómana, y demás... la verdad que yo no vi un cambio muy arriesgado de su parte y me pareció lo más flojito de los 3. No hay mucho que esperar de esta película, sólo descomprimir el cerebro y dejarse llevar por situaciones absurdas, que si uno está dispuesto, lo harán pasar un buen rato y reírse. No soy muy fan de este nuevo humor, que exalta la boludez máxima para hacer reír a la gente, aunque debo aceptar que hay algunas situaciones que si son divertidas. Si no te gustó la onda de "¿Qué Pasó Ayer?", no pierdas el tiempo.
Los Inaguantables La comedia americana desde hace añares va cuesta abajo, todo se repite, se copia, se recicla, deriva en apelar a lo escatológico,a la pronunciación masiva de la palabra pene, de la palabra "pussy", pero todo se sugiere por ejemplo en materia de sexo, en el fondo sigue esta industria mostrando su decadencia de mojigatería, y estupidez suprema. Siempre se dijo se puede mostrar la mayor de las violencias pero ni ahí de tetas o culos, eso si: sobran las escenas de pésimo gusto o dudosa comicidad. Esta nueva comedia es mas bien negra, que arranca bien, con la presentación de los tres jefes insoportables y feroces (ganan lejos Kevin Spacey y un Colin Farrel desconocido) que solo provocan caos en las existencias de los tres empleados protagonistas (Jason Bateman -el mejor de todos-, y los por momentos insufribles: Jason Sudeikis y Charlie Day), y que sumando deseos de sacárselos de sus vidas, imaginan una pronta confabulación criminal. Aquí entra en juego, un estupendo Jamie Foxx como un supuesto "liquidador" que aconseja a las víctimas como cruzar asesinatos al estilo "Pacto siniestro" -aquella maravilla clásica de Hitchcock-. Hasta mitad de metraje todo funciona, para después caer en un total desbarrancamiento de guión y se ofrece al espectador más de lo mismo, esa insipidez que hablábamos al inicio de esta crítica y que tienen que ver con la crisis fílmica que abunda hoy por hoy en la industria del cine yanqui. El director Seth Gordon ya había mostrado una cierta inhabilidad en ese desacierto llamado "Navidad sin los suegros" (2008), y parece que desde entonces lo llaman "Jugo gástrico".
Tres tipos con clase En Estados Unidos, cuando las cosas marchan bien, para qué hablar de problemáticas sociales aburridas con las que casi nadie se puede identificar. De eso se puede ocupar el Festival de Cine Malayo, que está allá lejos, en New York. Cuando las cosas marchan mal en Estados Unidos para qué hacerse mala sangre con dramones que nos refriegan en la cara lo miserable que es la vida del americano promedio, y seguramente la nuestra, que se le parece por añadidura. Para esas situaciones poco agradables existe un género llamado comedia, único pozo séptico donde está permitido evacuar la supuración comunitaria de aquellos que perdieron la capacidad de indignarse, pero que todavía pueden reír: estoy hablando de la clase media, claro. El guión de Quiero matar a mi jefe junta la crisis económica con tres protagonistas que pertenecen a esa misma clase. Así justifica lo injustificable. Tener jefes horribles (Horrible bosses, ese es su título en inglés) no es algo fuera de lo común, es más, se puede decir que lo extraño es tener de jefe a un buen tipo. ¿Cómo es, entonces, que este trío de cuarentones intenta llevar a cabo el asesinato de sus tres sádicos patrones? La respuesta la da un cuarto amigo que se les aparece por el bar, que desocupado desde hace un par de años sobrevive masturbando gente a cambio de unos dólares. Buscar otro trabajo no es una opción. En épocas de crisis cometer un asesinato está muy por encima del agujero sin fondo en el que cae el desempleado. Al asesino todavía le queda algo de dignidad. Quiero matar a mi jefe no sólo se toca con la sátira social, como lo hizo ¿Qué pasó ayer?, la comedia se va revistiendo de otras cosas. Aquella es de aventuras y policial detectivesco, ésta de aventuras y crimen. Ambas están llenas de excesos que otras películas no se permiten. La de Tod Phillips, se desboca con ayuda de drogas y personajes completamente enajenados como el de Zach Gallifianakis. En cambio, en la que nos atañe, la de Seth Gordon, el interés del espectador decae por la misma razón que el guión funciona y la historia se vuelve verosímil: si Gordon necesitaba tres hombres de clase media que tuvieran terror de perder lo que habían conseguido en su penoso ascenso social, cuidadosos con los pequeños logros, no se podía esperar que de ellos surgiera el mayor de los descaros. Los encargados de la locura son los jefes, los que sobrevuelan las miserias ajenas con la vaca atada. Colin Farrell es un cocainómano medio pelado que puede echar a un hombre sólo porque no le gusta el rechinar de su silla de ruedas; Kevin Spacey es un gerente completamente cínico y manipulador, cornudo y ególatra; Jennifer Aniston es una odontóloga caliente y perversa, una acosadora sexual de tiempo completo que en el cuerpo de Jennifer Aniston se vuelve una bomba neutrónica. Los tres están tan arriba, tan excitados, que los pobres protagonistas les hacen lugar, el lugar para que sean jefes, pero cuando los jefes empiezan a ocupar menos tiempo en pantalla, la película vuelve a los terrenos más tranquilos donde se narran los enredos de estos cuarentones que juegan a ser asesinos porque no pueden serlo. Como sus tres protagonistas, desde el principio la película deja al descubierto sus límites. Al igual que los tres muchachotes, sabe hasta donde dar rienda suelta a la demencia y no se deja llevar hacia ningún lugar desconocido. Quiero matar a mi jefe es una buena película que deja un mal sabor de boca porque queda la sensación de que podría haber sido mucho más, que tuvieron la oportunidad ahí adelante y lo desaprovecharon. Todo sea por el verosímil.
Qué bueno sería que no existieras... Más que una comedia disparatada, Quiero matar a mi jefe es una fantasía común de muchos trabajadores hecha película. Y, claro, a partir de allí, es una comedia disparatada. ¿Quién no ha sufrido a algún jefe de esos malos, de esos guachos que parece que hicieran todo lo posible para que uno la pase mal? ¿Y acaso nunca se nos ocurrió, luego de la peor conversación con su superior, arrojarlo por la ventana del piso 18? Bueno, a los protagonistas de este filme les pasa también. La única diferencia es que deciden llevarlo a cabo. El trío protagónico: Day, Sudeikis, Bateman. Hilarantes. Lo primero que se destaca de esta comedia es su efectividad para generar risas. Siguiendo ese estilo zafado, irreverente y hasta semi improvisado de las comedias actuales (pensemos en Todd Philips o Judd Apatow, con sus diferencias), Quiero matar a mi jefe se apoya en una idea interesante y se desarrolla sobre un guión desparejo, poco serio, desprolijo, pero hilarante, que se apoya principalmente en tres grandes actuaciones protagónicas (Charlie Day, Jason Bateman y Jason Sudeikis) y en estupendas participaciones secundarias de Kevin Spacey, Jennifer Aniston, Colin Farrel y Jamie Foxx. Todos estos grandiosos actores aportan una cuota de calidad a un filme que podría no necesitarla. Especialmente Kevin Spacey, que es en parte responsable de que una larga lista de películas formen parte de las listas de preferidas de muchos cinéfilos, como por ejemplo Pecados capitales, Belleza americana o Los sospechosos de siempre -estas dos últimas le valieron un Oscar- participa de varias escenas geniales que por sí solas valen el precio de la entrada de cine. El jefe de Nick se ríe de su dolor El extraño guión se sostiene con una serie de situaciones hilarantes concatenadas, aunque nunca abandona el nudo central de la historia que plantea. De principio a fin, se plantea el objetivo de eliminar a sus jefes y el cierre del filme es cuando ese fin se resuelve. En el camino, se dan las situaciones y los diálogos más extraños. Como ejemplo, cuando dos de ellos discuten sobre cuál de los dos sería más violado si estuvieran en la cárcel. No se puede decir que sea un guión profundo o interesante, pero muchos de estos diálogos -que según muestran las escenas quitadas del producto final durante los créditos parecen haber sido logrados en base a ensayo y error, a improvisaciones- son realmente efectivos. Y la mayor parte del crédito no se debe tanto al contenido en sí de esas líneas, si no a quienes lo dicen, cada uno de los personajes que no podríamos decir que son "complejos" pero sí bien construídos y fieles a sí mismos. Jamie Foxx es un ¡consultor de asesinatos! Su director, Seth Gordon, tiene mayor trayectoria en el ámbito del documental (realizó The King of kong, un celebrado filme sobre videojuegos) que en el de la ficción, en donde su único antecedente es una comedia navideña de poca monta con Reese Witherspoon y Vince Vaughn (Four Christmases), pero se ve que aprendió mucho de sus experiencias como director de varias de las sitcoms más famosas de la TV norteamericana, como Modern family, The office y Parks and recreation, porque Horrible Bosses demuestra una gran efectividad a la hora de hacer reír. Nada que se pueda decir de los apartados técnicos (hay alguna persecusión bien lograda y algún detalle de edición bien elegido) es realmente determinante a la hora de analizar esta película. Sólo se podría agregar que la resolución del guión parece sacada de otra película, porque ya a partir de que el conflicto debe resolverse hay un viraje hacia lo "detectivesco" que esta justificado por buscarle solución pero no tanto por el bien de la comedia en sí. Sin embargo, nada de eso es suficiente para que el filme decaiga en su intensidad cómica. Jeniffer Aniston interpreta a una abusiva jefa comehombres. Quiero matar a mi jefe es una película graciosa y efectiva. Cuenta con un elenco que se destaca tanto individualmente como en conjunto y tanto en sus personajes secundarios como en los protagonistas, con un grupo de actores con poca trayectoria que nos traerán seguramente muchas más risas en películas venideras.
Una comedia más Para Nick, Kurt y Dale, la única solución para hacer su rutina diaria más tolerable sería hacer desaparecer a sus insufribles jefes. Los tres amigos conciben un enrevesado y al parecer infalible plan para deshacerse de ellos. Sólo hay un problema: los planes mejor ideados sólo son tan infalibles como los cerebros que los concibieron. “Quiero matar a mi jefe” es una comedia más, y decir esto es realmente una lástima. Estamos hablando de un filme que cuenta con un grupo de actores muy interesante y que destacan a la hora de la creación de cada uno de los personajes, pero que en su hilo argumental no termina de convencer o explotar a pleno el recurso de la comedia. Nick, Dale y Kurt son tres amigos de la secundaria que tienen algo en común: los jefes más desagradables del mundo. Nick (Bateman) se esfuerza continuamente para que Harken (Spacey), el presidente de una empresa, lo nombre vicepresidente de ventas. Harke es despiadado, fascista, torturador, manipulador, demagógico. Dale (Day) es asistente odontológico de la Dra. Harris (Aniston), una soltera sexópata, que tortura y humilla a Dale para acostarse con él, quien se acaba de comprometer y planea casarse en los próximos meses. Por último, Kurt (Sudeikis) es el contador favorito del presidente de una petroquímica, pero cuando este fallece, el cargo pasa a su hijo Bobby (Farrell), un cocainómano xenófobo y machista, fanático de las prostitutas, coleccionista de baratijas, inepto a la hora de manejar negocios que también manipula a Kurt para que eche personas por diferencias físicas. Ninguno puede renunciar a su puesto, porque sus jefes los tienen extorsionados por diversas razones. Por lo tanto, la única solución que encuentran es mandarlos a matar. Estamos hablando de una trama que resulta interesante a la hora de leerla o ver lo primeros avances de “Quiero matar a mi jefe”, pero que a la hora de sentarnos en la butaca tiene algunos baches estructurales que van generando altibajos en el clima de la sala. Chistes que no terminan de cerrar, frases que quedan en el aire, y un desenlace que parece fuera del filme. Si bien cabe destacar que me mantuvo entretenido a lo largo del filme, seguramente no lo volverá a hacer en una segunda oportunidad (si es que decido verla nuevamente). Sin embargo, en un año en los que hemos podido rescatar comedias interesantes como “Que paso ayer 2?” y “Loco y estúpido amor”, realmente al director Seth Gordon no le alcanzó para terminar de estallar este filme que prometía mucho más. Es una película para ver a sala llena y dejarse contagiar de la risa de los espectadores y poder asi generar el clima que necesita para verla absolutamente entretenido. Ni buena, ni mala, “Quiero matar a mi jefe” es una comedia más.