Apenas empieza, Renfield (2023) deja en claro que se trata de una película lograda. Se mueve con soltura como un título original y divertido, al mismo tiempo que es una evidente secuela de uno de los grandes clásicos del cine de terror de todos los tiempos: Drácula (1931) de Tod Browning, protagonizada por Bela Lugosi. ¿Cuántos espectadores que vean Renfield sabrán de la existencia de aquella película de la cual aparecen fragmentos editados al inicio? Posiblemente casi ninguno, pero al mismo tiempo no hay cinéfilo fan de Drácula que se vaya a perder este nuevo largometraje que está a la altura de las expectativas que había creado. Robert Montague Renfield(Nicholas Hoult) es, desde hace noventa años, el asistente del Conde Drácula (Nicolas Cage). No está contento con el trato que selló con el vampiro cuando fue a su castillo a venderle unas tierras. Renfield vive torturado por el mal que hace para llevarle comida a su amo. Actualmente se ha sumado a un grupo de personas que no pueden salir de una relación codependiente y abusiva. Ninguno en el grupo imagina que el monstruo al que se refiere Renfield es realmente uno, y no una metáfora de una persona destructiva. Renfield y Drácula se han instalado en New Orleans y sin querer se cruzan con una terrible banda de famosos. Una policía absolutamente honesta y valiente llamada Rebecca Quincy (Awkwafina) se terminará metiendo también en la historia. La película tiene un ritmo preciso y no hay un solo momento aburrido o innecesario. Sus noventa y tres minutos son aprovechados al máximo y en los títulos del final se asoma una imagen de lo que fue un número musical que finalmente no quedó en la película. La inteligencia del montaje no sólo está en evitar escenas inútiles, sino en darle gran ritmo a las que están. La banda de sonido también está elegida con una precisión nada gratuita, acompañando las escenas sin que nunca se vea forzada su inclusión. El guión tiene grandes momentos humorísticos y al mismo tiempo una enorme carga cinéfilo, pero lo que completa su encanto es toda la idea de mostrar el vínculo entre Renfield y Drácula como una relación tóxica del cuál el primero debe aprender a alejarse. Claro que luego de un siglo no es fácil, toda la línea de grupo de ayuda es lo más original y divertido. Tanto Nicholas Hoult como Nicolas Cage están perfectos en sus roles. Incluso cuando los efectos visuales permiten reemplazarlos en la película de 1931, poniendo sus rostros en lugar de los de Dwight Frye y Bela Lugosi respectivamente. También Awkwafina, Shohreh Aghdashloo, Ben Schwartz y Adrián Ramirez están muy bien, porque la solidez del elenco es uno de los pilares sobre los cuales se sostiene la trama. La película es una comedia construida sobre uno de los grandes mitos del cine de terror de todos los tiempos y también tiene un costado más humano que logra sobrevivir al disparate hermosamente sangriento que el largometraje es. Es una verdadera alegría ver películas que son capaces de encontrar un tono y un estilo. El director Chris McKay, el mismo de The Lego Batman Movie (2021), puede llenar de detalles para cinéfilos y sobreentendidos para los amantes de historias de vampiros, pero lo que se impone es la forma en la cual se construye un Renfield memorable, una vuelta de tuerca sobre uno de los personajes más famosos del cine y la literatura. En cuánto a Drácula, se nota que es un sueño cumplido para el gran Nicolas Cage, una estrella que ha dedicado en los últimos a apostar por películas originales dentro del cine de género. Cage se ha transformado en sinónimo de valentía artística y Renfield es la prueba clara de esto.
Tal vez la ‘Renfield’ de Chris McKay no sea una película de la cual los críticos hablen enamorados de su técnica, manejo de cámaras, montaje o fotografía. Tal vez esta película no se destaque por un guion que hace redefinir las formas en la cual se hace cine, tal vez no sea amada por tener ese tipo de guion lento y tedioso que muchos confunden con reflexivo. Sin dudas jamás será aplaudida dos horas por un grupo de críticos enardecidos. El valor de esta película está en sus intenciones de entretener y nada más. Robert Montag Renfield (Nicholas Hoult) es un hombre de más de cien años que vive sometido por su jefe, quien es ni más ni menos que el príncipe de Valaquia, el conde Drácula (Nicolas Cage). La relación entre ambos sobrepasa el límite de lo tóxico y es directamente abusiva por parte del nosferatu por lo cual Robert comienza a frecuentar a un grupo de ayuda en el cual intenta llegar a una respuesta para su problema de autoestima, pero lo único que consigue es encontrar a personas que abusan de sus compañeros, a quienes entrega a su jefe como alimento. La trama se le complica a Renfield cuando elige como víctimas a un grupo de narcotraficantes por lo cual se mezcla en una trama policial que se vuelve apocalíptica. El encuentro con los narcos lo lleva a conocer y simpatizar inmediatamente con la agente Rebecca Quincy (interpretada por Awkwafina), tal vez la única agente honesta de la policía de Nueva Orleans, quien está obsesionada con desarmar la banda de los lobos, una organización criminal cuyo sello es la violencia. La película es un libro de autoayuda disfrazado de film de acción. La trama que subyace debajo de toda la sangre y la violencia que se nos muestra es que cada persona vale por sí misma y que debe luchar por aquello que cree merecer. Es aquí donde la película a pesar de su simpleza y cursilería le saca ventaja a otras películas que solo se basan en ir escalando en violencia y dificultad hasta llegar al jefe más fuerte pero sin tener ningún argumento o trasfondo, como por ejemplo Jhon Wick: Chapter 4 (Chad Stalehelski, 2023), en Renfield los personajes tienen un trasfondo y una construcción, precaria y simple pero construcción al fin. Chris McKay quien ya había trabajado en The Tomorrow War, (2021) y The Lego Batman movie (2017) demuestra nuevamente su capacidad para darle dinamismo a la historia, Renfield es una película que no se toma respiros y que avanza todo el tiempo en su trama lo cual la hace entretenida pero en esencia vacía, lo cual no nos importa ya que el festival de violencia y hemoglobina nos mantiene tan entretenidos que no nos ponemos a pensar en el sinsentido que estamos viendo, desde que entramos en el mundo que se nos ofrece aceptamos sus reglas sin cuestionamientos; eso es un logro del guión ya que a pesar de la gravedad de lo que estamos viendo (para los personajes) no intenta convertirlo en un drama real sino que simplemente nos cuenta la historia de un tipo que come cucarachas para obtener los súper poderes que necesita para conseguirle víctimas a su amo que es un vampiro milenario, no hay ningún trasfondo ni historia de origen o logias que entorpezca la narración o la vuelva lenta. Robert Kirkman escribe una historia dinámica y despojada del tono melodramático y trágico que le imprimió a las versiones live action de sus cómics The Walking Dead y la serie Outcast. McKay construye una historia entretenida sobre el guión que le ofrecen Kirkman y Ridley. En cuanto a las actuaciones vemos un muy buen trabajo de Nicholas Hoult quien interpreta a un hombre atormentado por sus acciones y por sus vínculos con un sujeto violento, egoísta y posesivo que no lo deja ser libre y atormenta; por el lado de Awkwafina nos ofrece un buen trabajo, extrañamente no sobreactúa ni repite su personaje odioso y carente de encanto que tanto gusta a los snob, en esta ocasión se toma el tiempo de construir a una persona valiente que padece una perdida con la cual lidia entregándose a su sentido del deber. La película obtiene un subidón de energía cuando aparece en pantalla Nicolás Cage interpretando al Conde Drácula ya que no parece responder al tono de comedia de la película, su Drácula es un ser malvado, lejos del ser atormentado de la novela de Bram Stoker o del sujeto romántico y melancólico que nos entregó Coppola (Bram Stoker’s Dracula, 1992) el personaje de Cage, a pesar de emular estéticamente al clásico Drácula cinematográfico de Bela Lugosi o Christopher Lee, disfruta de su poder y violencia, es un villano hecho y derecho que no se cuestiona de ninguna manera su origen o el sentido de su poder. Cage le da una intensidad a su personaje que es la adecuada a pesar de por momentos ser caricaturesco. La película de McKay es entretenida y ágil que a pesar de caer en el cliché aburrido de la organización criminal con códigos propios no logra corromper su argumento ni abandonar su tema que es la reconstrucción de un individuo destruido por una relación abusiva, en definitiva, una historia más humana de lo que la trama puede sugerir. Renfield es un buen entretenimiento correcto en lo técnico, con una historia simple y buenas actuaciones, lo cual no es mucho pero tampoco es poco.
Relaciones tóxicas y comedia para analizar uno de los mitos cinematográficos y literarios más reversionado de todos los tiempos: Drácula. En esta oportunidad un asistente cansado de las exigencias y maltratos del Conde asumirá su empoderamientos a la par que acompaña una investigación policial que, claro, lo liberará se sus obligaciones. Nicolas Cage, Nicholas Hoult y Awkwafina brillan en esta divertida propuesta.
Renfield es una obra camp que combina muy bien el humor con la violencia, logrando un interesante equilibrio entre el respeto por los personajes y un tono irreverente que recuerda a películas como Deadpool.
Renfield es la perfecta representación del cine comercial actual: es una mezcla de géneros (comedia, acción, terror, quizás algo más), sobrecargada de información visual, con un humor medio zonzo que, como si fuera poco, se sobre explica y las ya conocidas correcciones políticas de por medio (mujeres que mueren pero no en pantalla, hombres que padecen y sufren todo tipo de violencia ante cámara, los personajes asexuados, etc). Acá Renfield (Nicholas Hoult), cansado de la tiránica presencia de su amo, el príncipe de las tinieblas, el mórbido Drácula (Nicolas Cage), se revela y se pone a prueba en un grupo de autoayuda. En el medio conocerá a una oficial de policía que parece salida del manual de “cómo debe actuar un personaje femenino hoy en día”, es decir, siempre enojada, a la defensiva y si es con los hombres, mejor. Ella anda tras los pasos de una organización mafiosa muy poderosa que parece haberse comprado a la mayoría de los canas de la estación donde trabaja. A todo esto, esa misma organización irá tras los pasos del renovado Renfield, ya que éste se cargó a un par de sus hombres y arruinó parte de un negocio que involucra al narcotráfico. Hay una bondad, si se quiere, en esta película que va más allá de no defraudar y entregar todo lo que en su trailer proponía: lo que confiere a la película en una suerte de trailer estirado de hora y media. Son todas y cada una, ese trailer eternamente ampliado, alargado como chicle, que no hace más que levantar nuestras peores sospechas. Volviendo a la película, funciona como una mezcla entre John Wick, El club de la pelea y Fright Night, o cualquier otra obra de vampiros que mixture el horror con la comedia. El problema es lo que hace Renfield (film) con todo ello: la acción es la misma que en cualquier película contemporánea, tan exagerada, eternamente coreografiada y filmada con tanta rapidez y de forma tan caótica que no permiten el disfrute total y la diversión, sino más bien pasarnos los ojos y el cerebro por una licuadora. Si eso no es suficiente, los gags (chistes) metidos con calzador entre piña, patada, tiros, etc. y que sobre explican en exceso el ya medio torpe humor que la atraviesa a lo largo y ancho. Si no tuvieron suficiente, una voz en off ayuda a explicar algunas o varias cosas por si no las entendimos aún. ¿Queda claro? Que Renfield (personaje) asista a un grupo de autoayuda es tal vez de lo más divertido y en donde se aplican los mejores momentos cómicos. Que los hay en la película, no se niega, pero como en todo cine, deben de tener un timing, saber dónde se colocan, sin obligar al espectador a que se sobresature de ellos. Es decir, lo bueno y limitado muchas veces se hunde en lo mediocre e ilimitado. Más allá de eso, la película no aburre, tiene algunos momentos inspirados (la intro que toma cada plano, de forma autoconsciente, de la Dracula de 1931 o la escena cuando Drácula/Cage se presenta en el grupo al que asiste Renfield) y Nicolas Cage está tan desatado como de costumbre, lo que vuelve a su personaje como (tal vez) la más histriónica personificación del príncipe de las tinieblas jamás interpretada. Que el cine lo haya vuelto un vampiro conservador y bien pensante con los tiempos que corren (no piensa en las mujeres, en este caso porristas, de forma sexual, porque a él solo le importa que las víctimas sean inocentes: ¿dónde habrá quedado el mito del monstruo seductor y apasionado?). No es motivo de asombro, menos con una película que utiliza sangre digital en casi todas las escenas y en donde apreciamos el excesivo regadero en algunas de ellas, pero que entre toma y toma los personajes salen tan limpios que nos hacen dudar si tal efecto fue involuntario amén de algún error de continuidad o simplemente la receta para que la hemoglobina pierda cada vez más peso en su naturaleza atroz relacionada a la violencia y gane en comicidad y liviandad (es muy habitual que el público disfrute y celebre las escenas sangrientas extremas con un tono en solfa). En fin, película pasatista, un poco divertida, un poco entretenida, un poco esto y lo otro, solo que a veces con “un poco” no basta.
Cuando una película trabaja una idea que es mala y ridícula, lo único que puede salvarla del fracaso es que la misma producción sea consciente de ello. Ya que así los limites quedan desdibujados. El producto final puede seguir siendo pésimo, pero también puede convertirse en una obra notable. Renfield de Chris McKay (The Lego Batman Movie, The Tomorrow War), no termina siendo ni lo uno, ni lo otro. Sin embargo, con más errores que aciertos, termina siendo algo, por lo menos, disfrutable. Luego de muchos años de servidumbre, Renfield (personaje que aparece en la novela original de Bram Stoker y en la película de 1931 de Drácula de Tod Browning) está harto de trabajar y hacer la tarea sucia del Príncipe de las Tinieblas. Pero una fuerte revelación se le presenta luego de asistir a una terapia grupal enfocada en la codependencia y las relaciones tóxicas. Allí nuestro protagonista se da cuenta de que debe despegarse de su jefe y hacer su propia vida. Esto no le hará nada de gracia al Conde Drácula. Bajo esta inusual premisa se nos presenta una película que destaca específicamente por dos cosas. Primero, un gigantesco Nicolas Cage. Si alguien podía interpretar este papel era él, y así lo demostró. Tanto, que mientras más lo pienso, más lástima me da pensar que la oportunidad de verlo en la piel de semejante personaje es desaprovechada. El físico, la actitud, la mirada, la sonrisa, todo. Queda esperar que se anime a volverlo a interpretarlo en otra oportunidad. Lo segundo que destaca en Renfield es su duración. Una hora y media. Cortita y al pie. Esto precisamente sucede porque el mismo material sabe que no da para más. Es un gesto que se agradece bastante en medio de una época donde parece obligatorio pasar las dos horas de película. Renfield vive una constante dicotomía. Todas las preguntas de por qué hicieron esto y lo otro, se pueden responder con: «porque la idea era hacerla ridículamente graciosa». A pesar de que stá lejos de ser la comedia del año, lo gracioso se puede aceptar, pero luego hay cosas que no se entienden. Ejemplo ¿Por qué apoyarse en el gore y usar sangre digital? Es como un western sin un disparo o un musical sin una canción. No es serio. Claro está que el principal problema de Renfield es el guion. Lo cual es una lástima porque está escrito por Ryan Ridley, Robert Kirkman. El primero, una de las mentes detrás de series de comedia como Community y Rick and Morty. Mientras que el segundo es el responsable deThe Walking Dead. Acá lo gracioso y terrorífico no comulgaron. La película reciente más cercana a la idea de Renfield debe ser The Dead Don’t Die (2019) de Jim Jarmusch, y aunque tampoco es un trabajo notable, esa película, en su condición de ridícula, no quería tratar de nada. Mientras que la de Chris McKay quiere hablar sobre la salud mental y el reconocimiento de los problemas. Algo que pasa muy de largo. Renfield es una película que apunta a solo entretener. Pero la sangre digital (sepan entender que eso no lo puedo perdonar) y las peleas grabadas al más feo estilo Marvel, dejan mucho que desear. Sin embargo, uno que otro chiste, Nicolas Cage y el tremendo homenaje al Dracula de Tod Browing, hacen que valga la pena dedicarle tiempo a este film.
Cuando hablo de guiones originales, a esto precisamente me refiero! El protagonista de esta película, una mixtura entre comedia y terror demuestra que Nicolas Cage está encontrando roles en los que se lo nota súper cómodo. Este es el caso de "Renfield" en donde interpreta al Conde Drácula. Afincados en New Orleans, el Conde y su asistente desde hace siglos, Robert Montague Renfield (Nicholas Hoult) es el verdadero protagonista esta vez y quien da nombre a la película y si bien trabaja para el Conde, ya está cansado. Al principio fue divertido pero en la actualidad sus tareas conformadas por demandas para alimentarlo gracias a los poderes que obtiene comiendo insectos, resultan una carga, por eso recurre a un grupo de autoayuda comandado por Mark (Brandon Scott Jones) que en 12 pasos le mostrará el camino para liberarse. En un homenaje a la gran Drácula de Bram Stoker, el film dirigido por Chris McKay y escrito por Robert Kirkman posee espectaculares efectos especiales y mucha sangre para los amantes del gore. Esperen miembros y vísceras por doquier, aunque no llegan a impresionar porque todo está teñido con mucho humor, del bueno. Mientras Renfield lucha con el estigma de su "jefe tóxico" establece una suerte de vínculo con la Oficial Rebecca Quincy (Awkwafina) quien a su vez pretende vengarse de la Familia Lobo por la muerte de su padre terminando todos los protagonistas inmersos en esa misma historia. Aunque parezca una mezcla rara, todo cierra. No se preocupen. Resulta una película con actuaciones divertidas, un maravilloso e impecable trabajo de maquillaje y diseño de iluminación lo cual la convierte en algo genial, para nada visto, inteligente, bien narrada, con coreografías espectaculares de ritmo frenético y con una gran química entre Cage y Hoult, que se nota que la pasaron increíble.
Renfield ofrece exactamente el tipo de espectáculo que se podía esperar de una encarnación de Drácula interpretada por Nicolas Cage en su faceta más bizarra. Si en el pasado te engancharon las películas excéntricas del actor el nuevo trabajo del director Chris McKay (Batman Lego) se disfruta bastante durante la mayor parte de su contenido. Este proyecto, que tuvo una larga gestación y atravesó numerosos contratiempos, en su versión original elaboraba una historia mucho más seria. El film iba a ser parte del relanzamiento del Dark Universe de Universal con los monstruos clásicos del estudio, sin embargo la producción se suspendió en el 2014 tras el fracaso comercial de Dracula Untold , protagonizada por Luke Evans. Con el paso de los años la propuesta cambió de perfil y se encaró por el rumbo de la comedia de humor negro cuando asumieron la producción McKay (Batman Lego) y Robert Kirkman, un escritor de cómics con muy buena reputación en la editorial Marvel. La trama propone una continuación directa de la versión de Drácula de 1931 realizada por Todd Browning donde Cage, con un perfil más alocado, retoma la peculiar composición de Bela Lugosi. Ambientada en la actualidad, la historia trabaja el vínculo entre el vampiro y su sirviente para explorar de un modo creativo el tema de las relaciones tóxicas. Curiosamente la dirección de McKay evoca de un modo más sólido el contenido de comedia de horror zarpada con el que se asocia a Evil Dead que el desangelado reboot oficial que también se estrena esta semana. Nicholas Hoult hace un gran trabajo con la interpretación de Renfield y la crisis de conciencia que atraviesa el personaje tras años de servir al monstruo. El contenido humorístico es efectivo y encuentra sus mejores momentos en cada oportunidad que podemos disfrutar a Cage en este rol. Lamentablemente tras la presentación del conflicto central el relato del director se empieza a desinflar paulatinamente cuando su narración pierde el foco de los personajes principales. Lo peor del film lo aporta Akwafina y la culpa en realidad no es de ella sino del guión que en la segunda mitad toma un giro desconcertante. En Renfield protagoniza toda una subtrama donde encarna a una policía que intenta desbaratar un clan mafioso y parece pertenecer a otro film que no tiene nada que ver con la propuesta central. No terminé de entender qué quisieron hacer con ese aspecto del argumento que le quita espacio a Cage y Hoult dentro del conflicto central. Entre las objeciones se puede resaltar el uso de la sangre digital en las secuencias de acción. Un recurso que debería eliminarse del cine porque no termina de convencer desde un punto de vista estético. Los efectos especiales de la vieja escuela le hubieran funcionado mejor a esta película. De todos modos se trata de pequeñas debilidades que no afectan el espectáculo entretenido que propone Renfield. No se estrenan demasiadas comedias de terror en los cines por estos días y vale la pena tenerla en cuenta.
Esta película es una comedia-celebración a Drácula e incluso a Nicolas Cage. Es casi poético que el actor interprete a este personaje en su tan mentado “comeback” que viene disfrutando desde hace más de un año. Los más memoriosos (y sus fans) recordarán su papel en la película El beso del vampiro (1988) Y que aquí encarne al mismísimo Conde en este híbrido de secuela con tientes de comedia y gore es alucinante. Y eso que no es el protagonista. Ese rol le corresponde al siempre correcto Nicholas Hoult. Es imposible no amar a su Renfield y su tridimensionalidad. Aquel que intenta salir de una relación tóxica y que se convierte en héroe. Y en el medio de estos dos, Awkwafina, una actriz muy celebrada en los últimos tiempos y que en mi caso particular no me había terminado de convencer… hasta ahora. Amé su personaje aquí y su interacción con todos. Más allá de la grandeza actoral, el film gana por su originalidad. Primero por tomar al film de 1931 protagonizado por Bela Lugosi como puntapié para contar esta historia y luego por situarla en la actualidad, con todo lo que ello conlleva. Ahí es donde el film se ríe de sí mismo. Y si a eso, encima le agregamos las geniales secuencias de acción bien condimentadas de gore, tenemos un combo abrumador. El responsable de esto es Christopher McKay, quien nos ha hecho reír en los films de LEGO. Aquí conjuga todo con gran dinamismo en una cinta que no frena nunca y propone un universo del cual no querés salir. En definitiva, Renfield es puro entretenimiento y un gran capítulo que se suma a la historia de Drácula.
Empecemos aclarando que no estamos ante una nueva película de «Drácula», sino que justamente el protagonismo recae sobre su fiel y torturado asistente Renfield (Nicholas Hoult). Probablemente es una aclaración innecesaria pero muchas veces las expectativas pre-visionado de una película pueden jugar a favor o en contra de lo que vemos incluso cuando esto no tenga nada que ver con la calidad del relato en sí. Chris McKay, responsable de «Lego Batman: la película» (2017) y «La Guerra del Mañana» (2021), parece estar atravesando por un buen momento. No solo porque «Renfield» compone una rara avis de esas que nos sacan más de una sonrisa, sino porque, además, fue el responsable de la historia en la que se basó la reciente e igualmente divertida «Calabozos y Dragones: Honor entre Ladrones». Esto ya muestra un precedente ante el estilo de humor que trabaja el director, que en esta oportunidad unió fuerzas con Ryan Ridley (guionista de algunos episodios de «Rick and Morty» y «Community») y Robert Kirkman (creador de «The Walking Dead»), la dupla detrás del guion de «Renfield». Este equipo variopinto nos trae a Renfield (Hoult), el atribulado asistente de Drácula (Nicolas Cage), en la época moderna tratando de procurarle víctimas a su amo para que se recupere y pueda volver a tener su máximo poder. El problema está dado en la moral del lacayo que ya no desea lastimar gente inocente. Para tratar de liberarse de las garras del Conde, Renfield acude a un grupo de autoayuda de personas que atraviesan por relaciones toxicas. No obstante, las cosas no serán tan sencillas como el asistente cree, en el medio deberá lidiar con la mafia local, con la intervención de Rebecca, una oficial de policía (Awkwafina) de la cual se enamora y del propio Príncipe de las Tinieblas, que no desea romper la relación de forma tan sencilla. Esta comedia de terror presenta varias ideas excelentes que son desarrolladas con ingenio y perspicacia. La secuencia inicial en la que se homenajea al Drácula de Bela Lugosi con Nicolas Cage envuelto en algunas escenas del film de 1931 dirigido por Todd Browning es maravillosa y ya marca el tono que tendrá el film de ahí en más. La aproximación de ver al mítico Conde como un jefe tóxico da justo en la tecla y establece una visión moderna bastante acertada y entretenida del contexto actual. Algo similar pasa respecto al componente sexual que rodeaba al personaje y a sus víctimas principalmente femeninas. Aquí el aggiornamiento pasa a ser un elemento más para la comicidad y menos para la corrección política. La mixtura de la comedia con los momentos de acción y/o terror con exceso de gore también demuestra la mano o quizás el aporte que le pudieron dar Kirkman y Ridley al guion que probablemente no sea una maravilla (toda la trama policial puede que este desarrollada de forma genérica pero aun así ayuda a terminar de delinear a los personajes secundarios), pero sí es bastante efectivo a los fines narrativos que tiene la película de McKay. Lo que sí hay que agradecerle a «Renfield» es, en primer lugar, que le hayan dado el papel de Drácula a Nicolas Cage, que parece haber nacido para componer un rol de estas características. Muchas personas lo siguen criticando o tildando de mal actor, pero la realidad es que su histrionismo y sus condiciones actorales pasan por un registro no realista, en la tradición del teatro Kabuki o el expresionismo alemán para poner algunos ejemplos de por dónde va su registro. Es por ello, que un papel de esta particularidad es perfecto para él y no solo resulta totalmente convincente respecto al tono que maneja el film, sino que sirve como un excelente homenaje a Bela Lugosi. Por otro lado, Hoult también está muy bien como este protagonista acomplejado que busca salir de la toxicidad de su jefe, así como también Awkwafina que sirve como pieza clave para otros momentos desopilantes de gran hilaridad. Ben Schwartz completamente desatado también representa una gran adición al elenco y en líneas generales no desentona con el resto de la película. «Renfield» es una película que cumple con lo que promete: grandes cantidades de humor con actores sumamente comprometidos, altas dosis de sangre que construyen esa homogénea mixtura entre la comedia y el terror, y una acertada dirección de McKay que lleva el personaje al siglo XXI con gran pericia al mismo tiempo que homenajea sus orígenes en la pantalla grande.
Renfield es al cine de terror todo lo que Deadpool representa para los universos creados alrededor de los superhéroes. Antes de contar la historia del asistente del conde Drácula, Chris McKay dirigió Lego Batman: la película, brillante parodia animada que toma como referencia esencial al gran personaje de Ryan Reynolds. Todo ese aire de familia fortalece y le da sentido a esta aventura ultraviolenta, llena de ironía y a la vez muy divertida. Los tres elementos se retroalimentan todo el tiempo y de esa fusión surgen algunos grandes momentos. Esto no es todo, porque Renfield forma parte en el fondo de un verdadero multiverso que adquiere cuando se pone en funcionamiento mucho más sentido del que presumen sin mayor sustento Marvel y DC. Es un personaje que tranquilamente podría sumarse a alguno de los cuentos más desatados surgidos de la mente de James Gunn en este mismo ambiente. Tiene más de un punto clave de coincidencia con quienes forman parte del Escuadrón Suicida de Gunn. Sobre todo porque Renfield llega a nosotros como antihéroe y se propone hacer el camino inverso. Para convertirse en héroe lo primero que hay que hacer es recuperar la autoestima y creer en uno mismo. McKay convierte esa búsqueda en una película llena de confianza en todo lo que tiene para ofrecer, que es mucho y se ofrece en dosis generosas e inteligentes. Hace tiempo que no vemos en una producción de alto perfil un aprovechamiento tan integral del tiempo. Aquí pasa de todo en concisos, impecables y muy bien aprovechados 93 minutos. Toda una lección para el Hollywood que prefiere siempre dar unas cuantas vueltas de más. Esa hora y media empieza de la mejor manera, con una secuencia que instala a Renfield en el lugar que le corresponde dentro de la historia de Drácula, sobre todo la cinematográfica. McKay consigue la proeza visual de instalar al Renfield de 2023, personificado con elegancia y decisión por Nicholas Hoult, en uno de los cuadros de la canónica Drácula de 1931, el clásico de Tod Browning. La inmejorable ayuda de la referencia original nos permite entender dos cosas fundamentales. Qué hizo Renfield para convertirse en lacayo, asistente y hasta enfermero de Drácula. Y sobre todo cómo pasó de planear con el temible conde de Transilvania una sencilla operación de bienes raíces a depender por completo de él. En el mismo momento en que Renfield descubre las características abusivas de esa relación después de acudir a un grupo de autoayuda se activa en esta clásica historia de terror el dispositivo de la comedia. Y todo empieza a fluir cuando la búsqueda de redención del melindroso asistente se conecta con la tarea de una joven e incorruptible mujer policía (Awkwafina, excelente) y el combate que ambos libran contra un clan criminal liderada por un involuntario admirador del Conde (el comediante Ben Schwartz, otro puntal del elenco) y su madre (Shohreh Agdashloo). La película juega todo el tiempo de manera literal y simbólica con los múltiples significados que tienen los lazos de sangre. El más festivo de todos es el que se impone en las colosales escenas de acción, llenas de ingeniosos guiños a la mejor cultura pop visual de los últimos tiempos, hábilmente coreografiadas y llenas de cuerpos que danzan con gracia y se sostienen en el aire hasta desmembrarse o explotar por completo en medio de explosiones rojizas. No es fácil de lograr esta mezcla virtuosa entre la comedia y el más puro gore que le da sentido a todo el relato. Quien lo entiende mejor que nadie es Nicolas Cage, artífice de un Drácula inolvidable, capaz de aterrar y divertir al mismo tiempo. Con la boca llena de dientes limados como filosos colmillos, el gesto desdeñoso y una pose entre aristocrática y decadente, el actor construye una de las mejores caracterizaciones de su carrera gracias a un papel que parecía estar esperándolo toda la vida. Cage ya se había aproximado en el cine a los rasgos de Drácula en El beso del vampiro (Vampire’s Kiss, 1998), que también tenía características de comedia policial y curiosamente nunca se estrenó en los cines argentinos. Pero allí encarnaba a un agente literario que se creía Drácula. Ahora le toca ser Drácula con todas las letras: megalómano, tóxico, seductor, espeluznante, irresistible. En este divertimento que honra toda una gran tradición y se disfruta hasta más allá del cierre gracias a una imperdible secuencia de títulos finales, Cage nos muestra una vez más que entiende a la perfección lo que significa el carisma en el cine.
Es probable que nos hayamos malacostumbrados a la hora de ver películas de terror. Más que nada, cuando son bien, pero bien gore: sangrientas, con desmembramientos, gritos y efectos de sonido al palo. Tan es así que una de terror como Renfield, pero con Nicolas Cage, Nicholas Hoult y Awkwafina, bueno, nos motiva más. Aquí Cage, cuya carrera va en un constante sube y baja, es Drácula, y Nicholas Hoult (El menú), su -hasta ahora- fiel asistente, Renfield. Pero por algo la película lleva en el título el nombre del “sirviente” del vampiro, y no el del Conde. Drácula sigue viviendo mejor de noche que de día, la luz del sol lo daña y para alimentarse depende exclusivamente de lo que haga Renfield. Su cuerpo se descompone si su asistente no le consigue carne fresca, nuevas víctimas. Cuando es bien alimentado, Drácula emerge como el Ave Fénix, robusto, con su smoking de terciopelo negro, su tez con su blanca palidez, pero no destruida, peinado achatado hacia atrás y una fila de puntiagudos dientes, no solamente los colmillos. Jefe tóxico Drácula, digámoslo de una vez, es un jefe de lo más tóxico. Y claro, un día el joven Renfield se cansa. Y así arranca la película de Chris McKay (La guerra del mañana, con Chris Pratt, y Lego Batman: La película), con el protagonista sentado en una reunión para personas que no pueden salir de relaciones codependientes. Renfield va ahí porque su jefe es un narcisista abusivo. Es otro tiempo, no solo el que transcurre en la pantalla, que es en tiempo presente, sino también otra época del cine de cuando Francis Ford Coppola rodó Drácula de Bram Stocker. Y el Renfield que componía Tom Waits es prácticamente la antítesis del que ahora interpreta Nicholas Hoult. Así, Renfield come bichos, pero para tener fuerza, las pupilas de sus ojos se vuelven amarillas y se convierte en algo como un superhéroe de Marvel. Salta, pega, corre, le faltaría volar, que para eso está su jefe. Drácula es todo lo extravagante que se puede uno imaginar al Nicolas Cage desatado de los años ’90. No es justo compararlo con el de Gary Oldman de Coppola, y menos con el de Bela Lugosi. Este Drácula que vive en Nueva Orleans es un megalómano, que bien podría sumar fuerzas con la familia mafiosa que maneja el mercado de la droga en el lugar. Porque por ahí va otra historia, en la que interviene Awkwafina (Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos), una agente de policía que también desea vengar el asesinato de su padre, por parte de esa familia mafiosa. No tardará en cruzarse con Renfield, porque esta película es un combinado de acción, comedia y algún que otro dislate. ¿Si es divertida? Sí, por momentos lo es. Es entretenida, y volvemos al comienzo, los amantes del gore estarán saltando de alegría. Lo que no tiene Renfield, la película, es misterio. Drácula ya es Drácula, no vamos a descubrirlo aquí, y los responsables de Renfield suponen que el que entra al cine ya debe saber cómo es.
"Renfield": el Drácula de Nicolas Cage vale el precio de la entrada Esta comedia "gore" narra el destino del agente de bienes raíces que acabó loco y convertido en siervo del conde sangriento. ¿Qué pasaría si Bram Stoker, autor de Drácula, pudiera levantarse de la tumba como su famoso personaje para ver todo lo que el cine ha hecho con su obra más famosa? Distintas versiones de su novela, un puñadito de obras maestras y cientos de trabajos de calidad irregular que vampirizan su creación para imaginar variantes, desvíos y hasta nuevas historias a partir de ella. A este grupo pertenece Renfield, la comedia gore dirigida por Chris McKay, que narra el destino del agente de bienes raíces que acabó loco y convertido en siervo del conde sangriento. La película es una de las dos que se estrenarán en 2023 inspiradas en la novela. La otra es Last Voyage of the Demeter, que imagina lo que ocurrió en el barco que llevó al vampiro desde Varna, Bulgaria, hasta Londres, y que, al contrario de Renfield, elige mantenerse dentro de la zona de confort del género de terror. Anclada en el presente, el relato encuentra a Renfield viviendo en Nueva Orleans (¿la ciudad más gótica de Estados Unidos?), aún al servicio de su amo, llevándole víctimas hasta un hospital abandonado que este convirtió en cubil. El guion le da al vínculo un enfoque moderno: el de una relación tóxica de la que el protagonista no es capaz de salir. El giro resulta interesante y mientras se mantiene sobre esa idea la película ofrece varios aciertos y hallazgos. En busca de inocentes para alimentar al rey de la noche, Renfield llega hasta un grupo de autoayuda para codependientes, donde toma conciencia de su lugar en la relación con Drácula. Algunos de los momentos que nutren el particular tono humorístico del film transcurren en ese ámbito, aprovechando el doble sentido que se genera a partir de la naturaleza de un vínculo que solo el protagonista y el espectador conocen. El comienzo resulta extraordinario, a partir de un juego mimético en el que se cita la primera adaptación oficial de la novela de Stoker al cine, aquella que dirigió Tod Browning en 1931, y en la que Bela Lugosi se inmortalizó en el papel del Conde. Renfield reconstruye varias escenas icónicas de dicho film, pero con Nicolas Cage en lugar del actor húngaro. El resultado es impecable, nos solo por la forma en que Cage calza en ese montaje. También resulta una maravillosa presentación del monstruo, al que este interpreta con gracia sin par, usando los métodos desquiciados de actuación que caracterizan a la última y ya larga etapa de su carrera. El Drácula de Cage vale el precio de la entrada de una película que además utiliza bien el gore, para ofrecer una de las versiones más sanguinarias del personaje desde tiempos de la Hammer, con Christopher Lee a cargo del papel. Por desgracia, también comete la torpeza de insertar una subtrama de acción que homogeiniza parte del relato con el estándar del blockbuster moderno, incluyendo escenas de peleas multitudinarias y acrobáticas que convierten al protagonista apenas en otro superhéroe. Decisión que relega aquello que Renfield tiene de original, para ofrecer algo que en el Hollywood actual se consigue en insalubre abundancia.
La película tiene una propuesta atractiva, la relación tóxica entre un siempre insaciable Drácula y su “empleado” eterno. Un personaje que en el libro de Bram Stoker aparece como un recluso de un manicomio inglés que adquiere inmortalidad comiendo bichos. Pero la idea de los guionistas Ryan Ridley y Roberth Kirkman, y la dirección de Chris McKay es hacer una comedia y el comienzo es realmente prometedor. Además Nicolas Cage es Drácula (nació para serlo) y oh sorpresa su ayudante el buen mozo y famoso Nicholas Hoult. Para ilustrar su historia de convivencia hay un verdadero homenaje a la clásica película de 1931 con Bela Lugosi y un trabajo de computación que pone a los nuevos protagonistas en ese film. Cage compone y celebra con muchos detalles a aquellos actores del pasado y está magnífico. El nuevo Renfeld va a un grupo de autoayuda y descubre que merece una vida mejor. Hasta ahí todo bien pero desaprovechado porque la trama se interna en una relación del muchacho con una policía iracunda y su lucha contra una familia mafiosa. Y comienzan unas escenas de acción grafica digna de superhéroes pero que no aportan nada. Lo tenía todo para ser redonda pero se distrajeron.
El filme abre con Renfield (Nicholas Hoult), brindando información de fondo, por momentos en off, sobre su relación con Drácula (Nicholas Cage) el vampiro de su vida, ilustrando su narración con escenas de la clásica película Drácula de Tod Browning de 1931. Cage y Hoult son insertados digitalmente en la escena, reemplazando a Bela Lugosi y Dwight Frye, respectivamente. Drácula sigue siendo Drácula, con sus fortalezas y debilidades, el corrimiento de la cortina y la invasión lumínica del sol lo envuelve en llamas, solo rescatado por la acción de su sirviente, para poder regenerarse viajan (no se sabe como) a Nueva Orleans, nadie los conoce, libertad de acción plena. Ya instalados en esa ciudad, Renfield da cuenta de la relación opresiva que tiene con su amo y recurre a un grupo de autoayuda (Tan común en los EEUU), de personas que deben resolver las relaciones “Toxicas”
Un Drácula con el perfil de Nicolas Cage. Renfield: Asistente de vampiro (2023) es la nueva película protagonizada por el talentoso y versátil actor norteamericano Nicolas Cage, una comedia de terror y toques sobrenaturales dirigida por Chris McKay (Batman Lego: la película, La guerra del mañana). No es un detalle menor aclarar que el guion de la trama esta a cargo de Robert Kirkman, reconocido escritor de cómics, entre ellos el notable The Walking Dead y también responsable de la serie de culto Fear The Walking Dead. Kirkman es un guionista que tiene muy claro los códigos del género del terror, pero también los referentes al humor más irreverente. Es un autor que sabe como mezclar ambas alternativas. En pocas palabras, en Reinfield: Asistente de vampiro, el más salvaje cine de terror se fusiona acertadamente con momentos que llevarán al espectador directamente a la risa y la diversión. En «Drácula», la magnífica e icónica novela de Bram Stoker, el personaje Renfield es un paciente internado en una institución mental que cumple el rol de atormentado fiel servidor del Conde Drácula. Él es quien acata todas las órdenes de su amo y hasta quien intenta proveerle de víctimas. Entre el Conde Drácula y su servidor hay una llamativa relación de dependencia. En la cinta que nos atañe se vuelve a retomar este particular vínculo y sus conflictos. Renfield, aquí interpretado por el actor británico Nicholas Hoult, es un joven que en la actualidad lucha por tener una existencia autónoma y propia sin aún poder lograrlo. Drácula, en la estampa de un Nicolas Cage desatado de todas las formas posibles, se lo impedirá. Una simpática e incorruptible mujer policía (la cantante Awkwafina) ayudará al joven en sus tareas de liberación. Renfield: Asistente de vampiro es una película muy divertida y dinámica. En ciertos tramos posee unas impresionantes escenas de acción, con luchas callejeras que irremediablemente nos llevan al cine hongkonés de género. En otros momentos, escalofriantes y sangrientas secuencias de terror, dónde el Conde Drácula desplegará todo su seducción y sadismo. Y este no es cualquier Drácula, es uno interpretado por Nicholas Kim Coppola (alias Nic Cage, recordemos que es sobrino del director de El Padrino), un actor tan valioso como carismático que luce magnífico a sus 59 años. Con sus dientes afilados, su boca llena de sangre, sus ojos hipnóticos y su pelo negro, nos dará tanto miedo, como nos sacará una sonrisa. Es la segunda oportunidad donde Cage interpreta a un vampiro y bebedor de sangre; anteriormente tuvo un rol protagónico en la película El beso del vampiro (1988), otra producción que contenía en su relato ingredientes de terror y comedia. Hay una importante referencia en el relato de la película a los lazos de sangre. Drácula podría ser el padre y Renfield su hijo adolescente y rebelde, que ya no quiere aceptar sus órdenes. Y desde ya, al tratarse de una historia donde uno de los protagonistas claves es un vampiro, la sangre ocupara un rol central. Volviendo a los orígenes del personaje Renfield, más específicamente en su versión cinematografica, en el comienzo del film se recrea el escenario del gran clásico Drácula de Tod Browning de 1931, un gran acierto por parte del director Chris McKay. Pero volviendo a la actualidad, este nuevo Renfield será un antiheroe que de a poco irá ganando confianza y autoestima. Mientras tanto nosotros, los espectadores, lo acompañamos en su vertiginoso viaje de reciente descubrimiento. De paso, nos reímos y espantamos por partes iguales. Y disfrutamos de Nicolas Cage. ¿Qué más se puede pedir?
EL TOTAL NO ES NECESARIAMENTE LA SUMA DE LAS PARTES A priori, había unos cuantos nombres, situaciones e ideas que permitían ilusionarse antes de ver Renfield: asistente de vampiro. Por un lado, Robert Kirkman (creador de The walking dead) como autor de la historia; Chris Mckay (realizador de la estupenda Lego Batman) a cargo de la dirección; Nicholas Hoult en el protagónico y Nicolas Cage nada más y nada menos que como Drácula. Por otro, un abordaje de algo que en cierto modo es trágico (alguien tratando de salir de una relación tóxica) desde la comedia y una violencia paródica. Sin embargo, la totalidad que es la película no representa apropiadamente la suma de todas sus partes. La relación tóxica que retrata Renfield: asistente de vampiro es la del personaje del título (Hoult) con su amo, Drácula (Cage), quien lo explota, maltrata y manipula de forma constante y enfermiza. No solo lo obliga a hacer cosas terribles, sino que también lo degrada moralmente a tal punto que ha destruido su autoestima y llevarlo a una dependencia absoluta. Cuando arranca el film, lo vemos a Renfield en una de esas reuniones de autoayuda, escuchando a gente que, como él, no puede escapar de relaciones degradantes. Claro que, a diferencia de los demás, debe lidiar con un monstruo en todas las dimensiones posibles, un ser con el poder de la vida eterna y fuerza sobrehumana, entre otras habilidades. Será a través del vínculo con Rebecca (Awkwafina), la única agente de policía incorruptible de la ciudad, que empezará a avizorar la chance de sacarse de encima a Drácula y empezar una nueva vida. Sin embargo, el camino hacia la redención no será tan fácil. La forma en que Renfield: asistente de vampiro pretende potenciar la trama es a través del cruce accidental del protagonista con una organización criminal que maneja buena parte de la ciudad y a la que la Rebecca intenta detener. Será este choque el que disparará a fondo el conflicto, sumando a la vez secuencias de acción repletas de violencia gore. Pero, a la vez, este recurso también muestra las dificultades para combinar el drama afectivo y moral -aunque con pasajes de comedia negra- de Renfield con el terror paródico que encarna la actuación desatada de Cage como Drácula. Ese encuentro de tonalidades no llega a fluir apropiadamente y la acción termina siendo un vehículo ruidoso que encuentra el relato para tapar esos baches. De ahí que la película no llega nunca a delinear una estructura narrativa sólida, conformándose apenas con acumular algunas ideas visuales atractivas -por ejemplo, la secuencia donde Renfield conoce a Drácula, que recrea la estética del Drácula de 1931 con Bela Lugosi- y chistes apenas aceptables. Esto no quiere decir que Renfield: asistente de vampiro sea una mala película: de hecho, delinea un relato ligeramente entretenido que avanza de forma constante, a base de giros argumentales, instancias cómicas y torrentes de sangre. Sin embargo, sus noventa minutos no pueden evitar la sensación de que había mucho más para contar. No nos estamos refiriendo a cantidad de minutos, sino de desarrollo de conflictos y despliegue de ideas de forma sistémica. Lo que sucede con Renfield: asistente de vampiro es simple y complejo a la vez: crea expectativas altas a las que luego no alcanza a cumplir.
La nueva película de Christopher McKay irrumpe en la gran pantalla haciendo gala de un hype fenomenal y contando con Nicolas Cage en su reparto, bajo la piel del Conde Drácula. El nativo de Long Beach, próximo a cumplir sesenta años y en su regreso a la cartelera luego de la disfrutable “El Precio del Talento”, une fuerzas con el director de “La Guerra del Mañana” (2022), a quienes se les adosa Ryan Ridley, guionista de la serie “Invencible”, en co-autoría junto a Robert Kirkman. “Renfield” representa un descalabro a toda velocidad y un homenaje a la historia del cine de Drácula, profusa por antonomasia. A través de imágenes mimetizadas con estilo se nos recuerda al mitológico conde llevado a la gran pantalla por Tod Browning para el film estrenado en 1931, con Bela Lugosi como protagonista. La narrativa en hipertexto y la cultura de la hipérbole confluyen confiando el destino del producto en una series de clichés que se saben tan inmortales como la sed vampírica. La aventura da comienzo, con música del histórico Marco Beltrami, e indaga en los códigos del humor terrorífico que, con sapiencia, conocen en sus respectivas trayectorias Ridley y Kirkman. Sendos nombres propios que se escriben con mayúscula en el mundo de la novela gráfica; currículum al que “Renfield” pretende sacar partido. Las películas de vampiros constituyen un subgénero con vida propia, inagotable y es así como la presente obra incorpora ingredientes preexistentes para sazonarlos con intermitente creatividad e ingenio. El poder y el sometimiento son conceptos a explorar en esta moderna historia de monstruos. “Renfield” trasciende la referencia mera, la parodia y el guiño, con miras a ensayar un salvaje divertimento autoconsciente de su condición. McKay coloca la violencia al servicio del espectador: sangre a borbotones inunda el plano en una New Orleans atestada de corrupción policial y dominancia gangster. Gore en digital y carcajadas se confunden, para regalarnos un festival de amputaciones y explosiones de cuerpos. Nicholas Hoult y Nicolas Cage se combinan en este desaforado y auténtico festín carnal (coincidiendo en un set por segunda vez luego de “El Hombre del Tiempo”, de Gore Verbinsky, estrenada en 2005). Lo desaforado en Cage luce amenazante en igual medida que patético. Grotesco y delirante, entrega una perfomance de la cual solo él es capaz. Resulta atractivo el modo en que el film confronta sendos caracteres, paliando así otras carencias. Los intérpretes ofrecen antagonismo puro, reflejado en relaciones tóxicas, abuso intelectual y físico. Técnicamente inobjetable, colores pop, intensos y vibrantes, sumado a una música grandilocuente y a un nada desechable dinamismo en el uso de la cámara, se ejecutan en sincronía para diagramar una criatura cinéfila mixturada con vigor y espíritu comercial.
No lo es la secuencia de los créditos finales, que reenvía las distintas poses de Cage frente a cámara a la iconografía del siglo XX erigida en celuloide. Laborioso ejercicio de nostalgia que dice algo más de una película que no pretende absolutamente nada y que por ese solo motivo merece atención y respeto.
Nicolas Cage y un Drácula con sabor a poco El maestro de la sobreactuación Nicolas Cage se pone en la piel de Drácula en una película que lo desaprovecha al darle poquísimo tiempo en escena y relegarlo al fondo de una trama mediocre. Dirigida por Chris McKay y escrita por Robert Kirkman, Renfield: Asistente de vampiro (Renfield, 2023) opta por contar la versión menos interesante de una premisa moderna sobre una historia clásica. La idea de examinar la relación de co-dependencia entre el vampiro y su epónimo sirviente es intrigante. Son interpretados respectivamente por Cage y Nicholas Hoult. La participación extravagante y desaforada de Cage es el primer golpe de genio; el segundo y última es la narración introductoria de Hoult, acompañada por las escenas más icónicas del seminal film Dracula (Tod Browning, 1931) en las que ambos actores reemplazan digitalmente a Bela Lugosi y Dwight Frye - flashbacks hechos de material de archivo, intervenidos cómica y afectuosamente. Establece bien el humor de la historia. Luego de un siglo de procurar víctimas para su maestro, Renfield se encuentra en Nueva Orleans atendiendo un grupo de apoyo para personas atrapadas en relaciones abusivas. Inicialmente ésta es su solución moral para alimentar a Drácula, secuestrando abusadores y transformándolos en víctimas, pero cuando comprende la naturaleza tóxica de su relación con “su jefe” (como interpretan sus compañeros) decide superarla. El comienzo es prometedor pero el resto de la película no se encuentra a la altura, eligiendo concentrarse en una trama policial de tediosa banalidad en la que policías y narcos (encabezados por Awkwafina y Ben Schwartz respectivamente) se disputan el control de la ciudad, y en escenas de acción de exageradísima violencia que inundan la pantalla de sangre pero no están dirigidas de manera creíble o excitante. Aquí falta un Sam Raimi dispuesto a humillar a su héroe, enfrentarlo a una realidad desagradable y recorrer la fina línea entre horror y comedia. Ocurre que la misma película que decide victimizar a Renfield también decide darle poderes de superhéroe - el paquete básico de fuerza, agilidad e invulnerabilidad - los cuales desata cada vez que come un insecto (lleva varios en una cajita, como la espinaca de Popeye). Renfield, además de tener toda la introspección de la que es capaz desde un principio, puede controlar casi cualquier situación con sus poderes. Nunca sufrimos con él ni descubrimos nada nuevo sobre él. Haciendo espontáneamente de superhéroe una noche, Renfield se inserta en la trama policial que termina dominando el resto de una historia que desperdicia todo su potencial. Si Rebecca (Awkwafina) venga la muerte de su padre o Teddy (Schwartz) domina el bajo mundo criminal no son nociones que le van a importar a nadie. No sólo son intrusos en el conflicto central: el cuasi romance con Rebecca y la cuasi rivalidad con Teddy están menos cuidados que el dodo. La relación entre Renfield y Drácula es un buen gancho, y Cage aporta un mínimo de star power, precioso e indulgente. Es la excepción a un producto que no solo está hecho a base de relleno - no hay otra forma de describir el engrudo de clichés huecos que lo componen - sino que parece mandado a rellenar el anaquel de acción de Netflix: entretenimiento descartable que sólo se vende por la presencia de una estrella y la promesa traicionera de un enfoque novedoso.
Son muchas las historias que cuentan con varias interpretaciones en el cine. Pero pocas llegan a la cantidad que contabiliza Drácula a lo largo de la historia del séptimo arte. En esta ocasión el foco se corre del conde más famoso del mundo, para plantarse en su ayudante. “Renfield” de Chris McKay, es una comedia que busca innovar en el ya icónico relato de terror, a fin de hacernos reír y repensar la relación amo/ayudante que tienen estos dos seres. El vampiro más famoso de la historia, Drácula, no habría podido llegar tan lejos de no ser por la ayuda de su familiar/ayudante Renfield. A cambio de vida eterna y algunos poderes, el debe conseguirle alimento a su amo. Todo parece muy sencillo, pero recordemos que no existe el Pedidosya de personas para ser comidas. Pero tras décadas de esta relación, el Renfield decide romper con este vínculo tóxico que poseen. ¿Existe una vida sin Drácula?
Una relación tóxica Renfield: Asistente de Vampiro (Renfield, 2023), opus dirigido por Chris McKay, aquel de la simpática Lego Batman: La Película (The Lego Batman Movie, 2017) y la muy mediocre La Guerra del Mañana (The Tomorrow War, 2021), y el primer trabajo de Nicolas Cage para uno de los grandes estudios hollywoodenses desde la ya lejana Ghost Rider: Espíritu de Venganza (Ghost Rider: Spirit of Vengeance, 2011), de Mark Neveldine y Brian Taylor, es efectivamente un desastre como lo fue ese último film del legendario intérprete para el gigantesco pulpo empresarial asentado en Los Ángeles. En vez de construir una epopeya que sirva de vehículo para el lucimiento de la estrella de turno, en la tradición de tantas propuestas del pasado que supieron valorar el carisma, la presencia escénica y/ o el talento en cuestión, Renfield: Asistente de Vampiro divaga a niveles insoportables a lo largo y ancho de múltiples géneros, vertientes y estilos porque una de las características cruciales del cine contemporáneo es su obsesión con meter en la licuadora un poco de todo con la idea muy ingenua de que dejarán satisfechos a los diferentes nichos del mercado global de hoy en día, lo que por millonésima vez da por resultado un producto esquizofrénico, necio y aburrido que todo lo que se impone como meta no llega a cumplirlo al extremo de -para colmo- desperdiciar a su principal o único recurso real, precisamente el demencial Cage. McKay y sus socios a escala creativa, el guionista Ryan Ridley y el responsable de la trama original Robert Kirkman, ambos con un amplio bagaje televisivo a cuestas y el segundo además célebre por haber escrito el cómic original de The Walking Dead (2003-2019), ese que inspiró la serie homónima de AMC desarrollada en un principio por Frank Darabont, en esta oportunidad construyen un pastiche sin pies ni cabeza que aglutina elementos de comedia bobalicona de terror de los años 80, film noir de mafia símil pandillas, película romántica hiper elemental, basura de acción de Marvel repleta de CGI, chistes idiotas y violencia de plástico que todo lo malinterpreta o lo banaliza, odisea retro gore muy inflada, melodrama barato y encima mal administrado, semblanza new age extremadamente hueca y finalmente fábula mainstream de corrupción moral y redención mágica ulterior por obra y gracia del amor, comodín que ridiculiza al combo. La historia en sí es una estupidez total centrada en Drácula (un maravilloso Cage) abusando/ esclavizando a su sirviente estándar por antonomasia, el Renfield del título (Nicholas Hoult), quien concurre a reuniones de autoayuda por esta “relación tóxica”, se enamora de una agente de policía, Rebecca Quincy (Nora Lum alias Awkwafina) y se enfrenta a un capo mafioso de Nueva Orleans, Teddy Lobo (Ben Schwartz), quien fue el gran responsable del asesinato del padre de la fémina. El film, a decir verdad, funciona como un resumen de todo lo que está mal en el séptimo arte contemporáneo de índole o alcance industrial, ese que apunta a los especímenes más tarados -y menos exigentes o ya lobotomizados a pleno por el marketing, la publicidad y el refrito artístico eterno de lo mismo- de un público que ni siquiera conoce el significado de las palabras “originalidad”, “coherencia” y “sutileza”: a lo largo y ancho del atolondrado trabajo nos topamos con cataratas de cinismo cobardón y pueril, un ritmo frenético en las escenas de acción para zoquetes con déficit de atención, la voz en off constante y cansadora del Renfield del correcto Hoult relatando/ comentando/ sobreexplicándolo absolutamente todo, precisamente una redundancia permanente sin atisbo alguno de una mínima novedad en el horizonte, una torpeza narrativa insólita para un producto con un presupuesto de 65 millones de dólares que se condice con la velocidad y el poco cariño dedicado al proyecto, un neopuritanismo inmundo en el que el sexo está completamente borrado del ecosistema ideológico vampírico, un vendaval de personajes caricaturescos sin ningún asidero en el mundo real o encanto de por sí y desde ya demasiadas secuencias melosas que suceden de manera burda e inepta, como decíamos antes, a otras aunque de súper acción a toda pompa, igualmente lamentables y con un look descuidado que parece improvisado sobre la marcha. Por momentos pareciera que la idea original detrás de semejante despropósito fue edificar una especie de amalgama de diversos latiguillos extraídos de obras fundamentales del rubro como La Danza de los Vampiros (The Fearless Vampire Killers, 1967), la joya de Roman Polanski, Drácula: Muerto pero Feliz (Dracula: Dead and Loving It, 1995), del querido Mel Brooks, y Lo que Hacemos en las Sombras (What We Do in the Shadows, 2014), del dúo de Jemaine Clement y Taika Waititi, todo a su vez sazonado con chispazos del humor seco, surrealista y paródico de ZAZ o Zucker, Abrahams y Zucker, aquel mítico equipo de realizadores compuesto por Jim Abrahams y los hermanos David y Jerry Zucker, sin embargo en algún punto entre este plano conceptual y la ejecución concreta todo se fue al demonio por los litros de sangre digital inofensiva ultra Clase B, el montaje trasnochado videoclipero, las muchas coreografías que se parecen a copias grasientas de lo visto en Matrix (The Matrix, 1999), de Larry y Andy Wachowski, un tono adolescente descerebrado que intermitentemente encima se toma muy en serio a sí mismo y esa corrección política que no sólo asexualizó el acervo de los chupasangres sino que contrasta todo el tiempo las espantosas muertes de varones con la mínima vehemencia que sufren las hembras, ejemplo del influjo sermoneador y siempre conformista de un opus destinado al olvido inmediato…
Hace unos años, Chris McKay (con Christopher Miller y Peter Lord detrás, todo hay que decirlo) construyó la mejor adaptación de Batman al cine: “Lego Batman”. No es exagerado, porque reunía toda la mitología y los temas de manera lúdica y cómica. Sigue siendo una joya. En Renfield, ya no en el campo animado, McKay intenta lo mismo con el mito de Drácula a través de su asistente por siglos, el aquí joven Renfield. Y sí, hay terror y sangre por todos lados, pero con una sensibilidad pop que hace que cualquier elemento inquietante se disuelva en el conflicto personal de sus criaturas. Sin embargo, la idea de tocar absolutamente toda la iconografía que funcionaba en aquella Batman (basada en un juguete y una historieta) aquí patina ante la necesidad de narrar una historia que requiere de otras dimensiones, de otra profundidad de caracteres. Entretiene y funciona de a ratos.