Bourdos retrata los últimos años de vida del pintor en el marco de la Primera Guerra Mundial. Su hijo Jean –que luego se convertiría en el gran cineasta- es herido durante la guerra y regresa a la casa para recuperarse. Su padre, a pesar de la grave artritis reumática que continúa avanzando y deformando sus huesos, se niega a dejar de pintar y ésta vez tiene una nueva musa y modelo: la voluptuosa Andrée. El director muestra el avance de su enfermedad, sus manos y piernas deformadas y los dolores que padece. Cuando sus criadas le sacan las vendas que cubren sus monstruosas manos y las lavan suavemente, o cuando lo bañan, se puede llegar a sentir el roce con esa carne en putrefacción como si lo pudiésemos tocar. Esto es lo que Bourdos quiere mostrar: su vida cotidiana en esas circunstancias filmada mayormente en exteriores...
ese a su lugar ineludible en la historia del arte, el cine escasamente se ocupó de los pintores de fin del siglo XIX, al menos desde la ficción, excepciones, pocas: Van Gogh, Gauguin o Toulouse Lautrec. En particular sobre los impresionistas existe una miniserie de la BBC de Londres, del año 2006, que se estrenó en cable en Argentina, excesivamente televisiva. En julio se estrena Renoir, del francés Gilles Bourdos, film que participó de “Un certain regard” en el último Cannes y que hace una doble celebración: por un lado al gran “pintor de figuras” del Impresionismo, y por el otro a su hijo, Jean, el que es considerado por el cine francés como el mejor director de todos los tiempos. Realizador de La gran ilusión, La bestia humana, Los bajos fondos, o la inicial Un Partie de campagne, de 1936 con la que más claramente se liga esta pelicula de Bourdos. Reunidos en un intersticio de época, el año 1915, en plena Guerra Mundial, cuando Pierre Auguste (Michel Bouquet) es un hombre anciano y enferno y su hijo un joven soldado de 21 años que atisba muy brevemente a pensar en el cine como su futuro oficio y que por ahora se dedica a restablecerse de una herida de guerra en la villa de su padre Cagnes sur Mer. En el medio, y verdadero centro de la película, la joven desprejuiciada y temperamental Andrée “Dédé” Heuschling, modelo de Renoir y futura esposa del joven Jean que va a marcar desde la primer secuencia el punto de vista que la pelicula privilegia. Rodeado de mujeres que lo sirven en una casona frente a la costa azul, con un status que la película no explica, Renoir, que había nacido en 1841 es retratado por Bourdos como un hombre firme en sus convicciones en torno a la pintura, ideas ya formuladas como la modernidad. Se da cuenta de eso, pero al guión (Jérôme Tonnerre y Gilles Boudos) no le basta con una fotografía minuciosa (el director de fotografia es el taiwanes Ping Bing Lee usual colaborador de Hou Hsiao-Hsien’s ) planteada casi en su totalidad en brillantes exteriores o en la cabaña-atelier de ventanales enormes, captando las tonalidades de colores de la naturaleza, y las distintas horas de los días durante ese verano en la Costa Azul francesa. Tampoco le alcanza los sutiles movimientos de cámara que bordean los objetos, tanto dentro como fuera de las pinturas que los componen. Tampoco la soberbia música de Alexandre Desplat (compositor de superproducciones como La noche mas oscura o de Argo). Bourdos también se ve obligado a poner en boca de Renoir pensamientos que determinan a modo de sentencias y que afirman el carácter pedagógico de su film. Y ahí es donde, la película se convierte en un manual de caracteres a cuya esencia nunca terminamos de acceder, que apenas asoma en el ataque de ira de Andréé cuando rompe los platos del maestro. En ese sentido, la belleza visual y el cuidado de las formas le dan una puesta muy atractiva, material en definitiva, que nunca nos termina de conquistar.
El cine no es para nosotros, los franceses Exhibida durante el 2012 en la sección oficial Un Certain Regard en Cannes, Renoir expone una antigua discusión que se ha situado en el campo artístico con la llegada del arte de la reproductibilidad técnica: el cine, ante la refinada y tradicional pintura. La visión conservadora se encarna en la figura del célebre pintor Pierre-Auguste Renoir (Michel Bouquet) quien perteneció a la escuela impresionista pero es difícil de catalogar por su recurrente recuperación del canon renacentista y barroco. En su última etapa, Renoir pasa sus días en una casa de campo al sur de la rivera francesa retratando bellas mujeres. El arte se le presenta al modo clásico y le es imposible concebir como algunos colegas puedan desatender el esplendor que les regala la piel humana volcándose a la abstracción totalmente deshumanizada. Alejado de los horrores que provoca la primera guerra mundial, el pintor vive aislado, casi lisiado pero con deseos de seguir perfeccionando su técnica: la carrera por el virtuosismo y la destreza siguen siendo su preocupación. Su hijo, Jean Renoir (Vincent Rottiers), regresa del frente por convalecencia y durante su tiempo de recuperación conoce a la nueva musa de su padre, Andrée Heuschling (Christa Theret) quien lo introduce, progresivamente, en la metier artística. Lejos de los estallidos de bombas y los cadáveres mutilados, ahora la realidad es un sinfín de colores y texturas. La excéntrica Andrée desea ser actriz y en un rapto de amorío intelectual le pide a Jean dedicarse al séptimo arte. Su posición vanguardista la ubica en contraposición al personaje del viejo pintor. La dicotomía se corporiza y deja entrever el interesante trasfondo de una batalla que la pintura tuvo que atravesar ante la emergencia de la reproducción y la copia. La guerra no se daba sólo en la zona militar, sino que también se hacía presente en el mundo aurático de las artes plásticas. El film intenta revivir visualmente, y en códigos ficcionales, un fragmento de la Historia del Arte en donde el auge por la pintura decae abriéndole paso al arte de masas. Si bien se podría tomar como una pieza nostálgica, cinematográficamente no aporta nada extraordinario. El tema ha invadido la totalidad fílmica dejando de lado destrezas propias de su lenguaje. Con indudable aire francés pero con poca sustentabilidad estructural, Renoir es una más de la lista de aquellas películas en las que podemos reconocer figuras famosas del ámbito artístico.
Hay que admitir que uno espera más de un film independiente ya que no hay que preocuparse de los productores tergiversando la visión del director sobre el tema. Mientras que el director y guionista Gilles Bourdos hace un equipo fabuloso con el cinematógrafo Ping Bin Lee para retratar con personalidad y encanto visual la belleza de las pinturas del personaje homónimo del título, desde otro punto no ofrece mucho más. El veterano actor francés Michel Bouquet captura la esencia de un viejo y meditabundo Pierre-Auguste Renoir de 74 años, maestro indiscutido del Impresionismo. En el marco temporal del film, Renoir está en los últimos años de su vida, en constante dolor, pero aún así continúa creando arte desde la paz y naturaleza de la Riviera francesa. En el interior de su finca ocurre la magia detrás de muchas de sus pinturas y es allí donde se introduce el personaje de Andrée Heuschling, la nueva modelo de cuerpo del pintor que lo inspirará a algo más, así como también al joven hijo del artista, Jean, que se encuentra recuperándose de sus heridas producto de la Primera Guerra Mundial. Renoir carece, desafortunadamente, de drama. Tanto padre como hijo objetivizan a la hermosa y animosa Andrée, ninguno capaz de establecer una relación adulta y personal con ella. La frustración que lleva encima la película radica en la incapacidad de ofrecer algo más que observaciones sobre sus personajes. Deambula a través de horas y días, con ninguna percepción u propósito tangibles, a pesar de contar la historia de uno de los artistas más grandes de todos los tiempos y su hijo, quien se convirtió en un talentosísimo director de cine. La trama, si es que hay una, cae plana viéndose rodeada de exhuberantes colores y texturas. Hay cierto grado de tensión en el trío protagonista, que se completa con un apropiado Vincent Rottiers como Jean Renoir, y la razón de su pasión, una desenvuelta y natural Christa Theret que se pasa muchas escenas como Dios la trajo al mundo sin inconvenientes. La película bien podría ser un cuadro impresionista: pequeños toques aquí y allá, pero nunca un análisis detallado. No hay que esperar un gran drama, ni profundidades narrativas, ya que los cuadros de Renoir tampoco los tenían, ni los necesitaban. Solo hace falta reclinarse, disfrutar de las bellas imágenes en pantalla y de la puntillosa y melodiosa música de Alexandre Desplat, y nada más.
Las Reglas del Juego La biopic es un género bastardeado, sin embargo al igual que en la última película de Steven Spielberg sobre los últimos años de Abraham Lincoln y la guerra de secesión, Renoir, de Gilles Bourdos no se centra en la biografía del artista impresionista, sino básicamente en su vejez, y particularmente en la relación que tiene con su hijo Jean, y la musa de ambos, Andrée. Y acaso el título termina siendo engañoso, ambiguo, ya que Jean termina siendo tan protagónico como su padre Pierre- Auguste, e incluso vemos al hermano menor, Coco, girando por la casa de la familia y teniendo una particular mirada sobre su anciano padre...
El film de Bourdos transcurre en el año 1915, durante el comienzo de la Primera Guerra Mundial, sobre la Costa Azul, al parecer lejos de la acción bélica que salpica todo el film así como la pintura de Pierre Auguste Renoir, maravillosamente interpretado por Michel Bouquet quien, a pesar de una severa artritis reumatoide deformante, se rehúsa a abandonar su pasión a lo largo de toda la película: la pintura. Bourdos teje esta etapa del artista mediante una serie de contrastes que comienzan con la llegada de Andree – interpretada por la hermosa Christa Theret- que aparece luego de la muerte de la esposa de Renoir. Ella llega a la casa en la campiña para instalarse como la nueva musa inspiradora. ¡Y vaya si lo es! Con su figura se disparan las dualidades: por un lado, su cuerpo suspendido al sol sobre el valle verde, su rebeldía y su cabello rojizo representan la juventud desenfrenada; por otro, los achaques de la vejez que no dejan descansar por las noches al maestro, sus manos vendadas como queriendo retener la energía de la que solo quiere hacer uso para su arte.
Un retrato de brillante movilidad sobre dos luminarias Hablar de Renoir es hablar no de un genio, sino de dos. Por un lado, tenemos al pintor impresionista que ha celebrado la sensualidad femenina como pocos, y por el otro, tenemos a su hijo, legendario director de cine de títulos memorables como La Gran Ilusión y Los Bajos Fondos, solo por decir algunos. El prospecto de que estas dos luminarias sean los vértices de un triangulo amoroso, promete una película que sin importar lo verídico, nos muestra la relevancia que tiene la pasión en cualquier disciplina artística. ¿Cómo está en el papel? Aunque la película se llama Renoir, es de hecho la historia de Andree Heuschling, la ultima modelo del pintor Pierre Auguste Renoir. Dicho lazo se establece en el año 1915, momento en el cual su hijo, Jean Renoir, regresa a casa momentáneamente tras luchar en la Primera Guerra Mundial mientras se cura su pierna. La película pone el acento en el floreciente romance entre la modelo y el futuro director de cine, que por esa época todavía trataba de encontrarse a sí mismo. Aunque la película apunta a ser una narración desde el punto de vista de esta modelo, es mas como una llave que abre la puerta para que el espectador pueda entrar y ser testigo, dramática y narrativamente, del ocaso de un artista y el ascenso de otro. Esta película es movida íntegramente por sus personajes, sus pensamientos, sus perspectivas sobre la vida y la búsqueda de significado en la misma, pero más que nada se trata de la búsqueda de ese significado a través de la pasión, carnal o por cualquier otra cosa. Esa pasión que nos motiva a torcer un destino poco feliz. Esa pasión que hacer surgir nuestro lado más luminoso y a la vez nuestro lado más oscuro. ¿Como esta en la pantalla? Aunque Michel Bouquet se roba la película en cada escena que aparece como el pintor en cuestión, Christa Theret, como su ultima musa y Vincent Rottiers, como Renoir hijo entregan dignas interpretaciones a la altura de los personajes que tratan de encarar. Felicito al director Gilles Bourdos, porque su técnica narrativa es impecable. Cualquier director en su lugar, al enfrentarse a un historia que tiene por protagonista a un pintor, hubiera entregado una película estática que ni el mas hiperquinetico montaje habría podido salvar. En lugar de eso, Bourdos elige usar sendos travellings combinados con paneos entre uno y otro lado de la conversación, lo que sumado a un paciente montaje, mantiene la película en constante movimiento; un seguimiento que nos mete en la cabeza de todos los personajes. Todo esto es posible gracias a un gran trabajo de iluminación y composición, que la hacen muy agradable a los ojos sin perder de vista la historia que se está contando. Conclusión Un competente relato sobre dos figuras que brilla por una narración hábil. Recomendable, sobre todo para aquellos que disfrutan del arte tanto del Renoir padre como del Renoir hijo.
El artista y la modelo Biopic sobre artistas y exponente de la qualité francesa, Renoir acumula unos cuantos lugares comunes de ese cine de época prolijo y preciosista, pero al mismo tiempo resulta bastante atractiva tanto en su apuesta visual como en su sobria e inteligente construcción dramática a puro erotismo y tensiones contenidas. Ambientada en bellos parajes de la Costa Azul en 1915, la película describe una suerte de triángulo entre un padre (el célebre pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir), su hijo Jean (un joven que vuelve herido de la Primera Guerra Mundial y que con el tiempo se convertiría en famoso director de cine) y una seductora y avasallante veinteañera llamada Andrée, que llega al lugar para desempeñarse como modelo del veterano creador y terminará encandilando a ambos (no conviene adelantar demasiado, pero los créditos finales se encargan de explicar cómo siguió la relación). Uno de los principales atractivos de este film de Bourdos (estrenado en la sección Un Certain Régard de Cannes 2012) es reencontrarse con Michel Bouquet, mito viviente del cine francés con más de seis décadas de carrera. Con 88 años, el actor de La vida es una eterna ilusión y Cómo maté a mi padre (y que a nivel de biopics ya había interpretado al presidente François Mitterrand en Le promeneur du champ de Mars) encarna a un Renoir de 77 años acongojado por la muerte de su esposa y aquejado de artritis. Cuando la etapa final de su vida parecía signada por la degradación física y anímica, encuentra en la radiante Andrée (una Christa Theret que está casi toda la película desnuda) la musa inspiradora que lo llevaría a pintar varios de sus cuadros más famosos. Claro que para el joven (Jean Vincent Rottiers) la presencia de la muchacha tampoco pasará inadvertida y es esa contradicción padre-hijo la que Bourdos elabora con paciencia y sin excesos, con el no menos turbulento contexto de la Primera Guerra Mundial como trasfondo. La película dedica varios minutos a tomas de la chica modelando para el artista, a imágenes de la campiña con música machacona de Alexandre Desplat y esa estilización (regodeo esteticista) le quita más de lo que le agrega a la trama, pero no alcanza a arruinar un film que quizás no tenga demasiada capacidad de sorpresa, pero que se termina disfrutando por su inteligencia, delicadeza y solidez. En el nervioso cine de hoy, esos atributos resultan un bálsamo y, en definitiva, un regalo no menor.
El arte de amar La Costa Azul, al sur de Francia encuadra, como la historia lo indica, los últimos días de uno de los más destacados pintores impresionistas, el francés Pierre Auguste Renoir. La frontera con el mar Mediterráneo nos regala paisajes a los que, por momentos, duele ver ya que uno, después, se reconoce sentado en una silla y ése es justamente el mayor logro del director Gilles Bourdos en su último film Renoir (2012): una historia donde el romance y el arte se disputan el primer escalafón dentro de una película que cuando quiere se transforma en una pintura en movimiento. En plena Primera Guerra Mundial, el joven Jean Renoir (Vincent Rottiers) llega herido a su hogar tras haber luchado en el frente. Allí se encuentra con su padre, el viejo pintor Auguste Renoir, interpretado por Michel Bouquet, cuyos dolores lo aquejan continuamente y le impiden vivir con tranquilidad. Una nueva modelo, la bellísima Andrée Heuschling (Christa Theret) llega a su casa ubicada a orillas del Mediterráneo para trabajar con Renoir padre. Será la última modelo con la que trabaje y generará en él un entusiasmo y sentimiento inéditos. No pasarán más que unos pocos días para que Jean comience a enamorarse de ella. Al ver Renoir, el espectador puede jactarse de conocer la vida y obra del impresionista francés. Y no importa cuán verdadero o real sea ese pensamiento, el hecho pasa porque el también francés Bourdos capta y retrata, en poco menos de dos horas, el espíritu y la devoción por el arte, de una personalidad en su estado más deteriorado, pero no por ello menos prolífico. Con un ritmo que, por momentos, se hace un poco lento, nos encontramos con un canto al amor en su más exaltada expresión, que tiene como origen la sensualidad de una mujer, Andrée y se derrama hacia el golpeado presente de Auguste Renoir, alicaído por la reciente muerte de su esposa. También, su hijo Jean comienza a abrirle una puerta a su interés por el cine y ella misma será la que lo incentivará a concentrarse de lleno en crear su camino como director en un arte emergente, como era la cinematografía por esos días. Eran los primeros pasos del reconocidísimo cineasta Jean Renoir, fallecido en 1979 con más de diez películas bajo el brazo. Mientras que Renoir padre pinta la desnudez de dos modelos, entre las que, por supuesto, está Andrée, él le describe categóricamente el significado de una pintura, a su hijo Jean: “Si no te dan ganas de acariciarla es porque no entendiste nada”. Exactamente a lo mismo nos llama Bourdos en cada plano de su film. Nos invita a agarrar el primer pincel que veamos en nuestra cajita que guarda los recuerdos de la primaria y hagamos con él lo que queramos. Una atractiva historia que, con un Michel Bouquet que convence en el papel de Auguste Renoir y una Christa Theret hecha de porcelana, estará lejos de defraudar a todo aquél que crea en la veracidad del arte por sí mismo.
Los que se encuentren leyendo estas líneas tienen que tener en cuenta, si es que dudan en ver o no Renoir, que se trata de una película francesa no sólo en nacionalidad sino también en estilo, es decir, con otros tiempos y otra dinámica a lo que suele inundar las salas de cine e incluso diferente a los últimos estrenos franceses que llegaron a nuestra cartelera. El film tiene todas las características de los clásicos de ese país a propósito y a modo de homenaje, lo cual puede llegar a ser apreciado por la parte del público que lo pueda captar. Por ello, por esa característica, el film es algo lento y demasiado contemplativo. Pero vale destacar que visualmente es muy bello y no podía ser de otra manera ya que se trata de los últimos días (meses en realidad) de uno de los artistas más talentosos del Siglo XX que supo retratar la belleza femenina (con los estándares de la época claro está) como pocos lo han hecho. Esa fortaleza visual es un gran acierto del director Gilles Bourdos, de quien nos encontramos con que esta es su cuarta película pero la primera que se estrena en Argentina. Aquí enfatiza bien la relación del gran pintor con su hijo mayor, quien luego se convertiría en el célebre realizador Jean Renoir, y las particularidades que tenía con sus modelos. El trío protagónico está muy bien logrado con una gran autoridad a la cabeza como lo es Michel Bouquet, quien lleva más de 50 años en el rubro, y secundado por un correcto Vincent Rottiers y una bellísima Christa Theret. Esta última se encuentra desnuda la mayoría del film con tanta naturalidad y soltura que realmente logra transmitir en la pantalla lo que el pintor plasmaba en sus lienzos. Renoir es una buena opción para los amantes del cine francés clásico pero hasta ahí llega. No hay que pedirle más.
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El título de esta película refinada y deslumbrante, que es, sobre todo, una fiesta para los ojos, podría referirse a Pierre Auguste o a Jean, padre e hijo, dos artistas gigantes; uno, el gran maestro de la pintura y no sólo del impresionismo, al que aportó tantísimas obras maestras: el otro, nombre descollante entre los directores de cine de todos los tiempos, autor de joyas como La regla del juego , La gran ilusión o El río . En verdad, el film sale al encuentro de los dos en un momento determinado de la historia. En 1915, el joven, gravemente herido en la guerra, llega del frente a pasar su convalecencia en la finca de la Costa Azul donde se ha instalado su padre en busca de la luminosa atmósfera del Sur y los colores vivos y exuberantes que necesita para celebrar en sus pinturas las manifestaciones más bellas de la vida, incluidas por supuesto, las carnes desnudas de los jóvenes cuerpos femeninos. Pero si al principio el film parece consagrado a retratar los últimos años de la vida de Auguste, cuando su arte parece vivir una suerte de apogeo a pesar de los sufrimientos que padece física y moralmente (a la artritis reumatoide que le ha deformado las articulaciones hay que sumar el dolor por la reciente muerte de su mujer y por la suerte que corren sus dos hijos mayores en la sucia guerra de trincheras), después va cobrando cada vez más peso la figura de su nueva modelo y musa, Andrée Heuschling, cuya presencia -en ella se combinan la sensual belleza física, el espíritu libre, el carácter independiente y el poder seductor- ha obrado como una fuente de Juvencia para el anciano artista. La pelirroja Andrée (ha sido impecable la elección de Crista Théret para encarnarla) es como el astro refulgente en el centro de este film solar. Y lo es más todavía cuando llega a Les Collettes el joven Jean, a los 21 años todavía un joven indeciso que no se ha decidido por el cine. Gilles Bourdos, que cuenta con la sensibilidad y la pericia del fotógrafo chino Mark Ping Bing Lee, emplea una paleta radiante y nostálgica, lo que puede sugerir que se siente más próximo al mundo del pintor que al del cineasta, pero también es cierto que la luz y los colores son los mismos que dominan la iluminada finca de Renoir y los paisajes que la rodean y los que su pincel, aun con las dificultades que enfrenta para conducirlo, sabe trasladar a la tela. No pasa mucho tiempo desde la llegada de Jean (Vincent Rottiers, impecable aunque infinitamente más buen mozo que el poeta de las imágenes de Une partie de campagne ) antes de que se enamore de la que tan importante lugar ocupa en la vida de su padre. Ella, segura de sí misma y ambiciosa, sueña con ser actriz y no demora en influir sobre el dubitativo Jean, que podrá ser (y será) quien le confíe sus primeros papeles en la pantalla. El triángulo se insinúa, pero está tratado con enorme delicadeza, y en todo caso no se trata de un triángulo físico, sino emotivo, y se manifiesta mientras la mujer opera como el puente a través del cual la antorcha del arte pasará de las manos de un as al que le sigue, de padre a hijo, de la pintura al cine. Son muchos los méritos del film, además del refinamiento de su tratamiento visual, pero entre los que merecen destacarse especialmente está el casting. Ya hemos hablado de los dos estupendos protagonistas jóvenes; el resto del elenco ha sido seleccionado con similar tino y exactitud. En cuanto a Michel Bouquet, no será exagerado apuntar que ningún otro veterano actor francés podía transmitir como él la autoridad de Auguste Renoir y hacerlo con semejante economía de recursos.
La dificultad de filmar como un lienzo La película sobre el artista del Impresionismo no intenta ser una biopic, sino que pone el foco sobre sus últimos tiempos, en una casa donde vive rodeado de mujeres y donde la llegada de su hijo y la aparición de una nueva musa producirá algunos movimientos. Pocas cosas más amaneradas que la vida y obra de grandes artistas plásticos transformadas en material cinematográfico de ficción (con las excepciones del caso, que usualmente confirman la regla). Como si el cine, arte centenario escrito en letras minúsculas, se rindiera ante la grandeza de la pintura, raspando la superficie del genio creativo, recreando momentos significativos (la génesis de tal o cual obra, los momentos de dolor e indecisión), imitando en ocasiones las tonalidades y texturas del lienzo a partir del trabajo selectivo de la fotografía. Algo de ello hay en Renoir, cuarto largometraje del francés Gilles Bourdos, presentado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes hace un par de ediciones. La cámara del taiwanés Ping Bin Lee –director de fotografía en varios films de Hou Hsiaohsien y en el que tal vez sea su opus magnum, Con ánimo de amar, de Wong Kar-wai– registra los ambientes y paisajes que rodean a los personajes con una paleta, previsiblemente, impresionista, donde los colores puros y fuertes y los contrastes de luz y sombra intentan imitar el estilo pictórico tardío de Renoir padre. Pero Renoir no es una biopic de Pierre-Auguste Renoir, el famoso artista ligado por siempre al Impresionismo, sino la descripción (basada en el libro Le tableaux amoureux, de Jacques Renoir, su bisnieto) de un triángulo amoroso y creativo. El film encuentra al anciano y enfermo pintor –interpretado por un casi irreconocible Michel Bouquet, el veterano actor francés– en su estancia de la Riviera francesa, en Côte d’Azur. Corre el año 1915 y la Gran Guerra cumple su primer y sangriento aniversario. A esa casa dominada por la presencia del amo –pero administrada puntillosamente por un ejército de mujeres, jóvenes y viejas, sirvientas, modelos y amantes– llega una joven y curvilínea pelirroja que se transformará en la última musa para los desnudos del “patrón”, como todos parecen llamarlo. Pero Andrée Heuschling, quien primero con reticencia pero luego con entrega admirada se presta a la mirada inquisidora del artista, volverá a su vez sus propios ojos a uno de los hijos del patriarca, Jean, recién llegado del frente de batalla con licencia médica. Jean es, por supuesto, Jean Renoir, futuro cineasta, y Andrée será no sólo su pareja en la vida real sino, bajo el nombre artístico de Catherine Hessling, la actriz protagónica de varios de sus primeros films, entre ellos Nana (1926), primer éxito de su carrera. Que el padre le diga a su hijo, en un breve diálogo íntimo, que “el cine no es para los franceses” parece no tanto la recreación de un hecho real como un guiño al espectador cinéfilo, sabedor del glorioso futuro que le espera al autor de La gran ilusión y Las reglas del juego. Pero el mayor escollo que Bourdos encuentra en el camino es la indecisión entre un retrato de situaciones, relaciones interpersonales y pequeños detalles de la vida cotidiana y una narración más tradicional, donde los conflictos estallan con cierta intensidad y regularidad. De esa forma, y más allá del placer visual de las imágenes, el efecto mimético de la dirección de fotografía con las pinturas de Renoir no deja de ser un mero placebo óptico y las escenas que funcionan como pivote o bisagra dramáticas, simples trucos de guión para mantener la atención del espectador. Hay una superficialidad (que nunca llega a ser liviandad) en Renoir que ni la belleza de sus planos ni la autoimposición de ciertos elementos dramáticos logran ocultar, al tiempo que otras líneas atractivas, como la siempre tirante relación entre patrones y empleados –que formaría parte del núcleo duro de las obsesiones del cine de Renoir hijo–, se desdibujan por aparente falta de interés. Renoir es cine amable, prolijo, nostálgico, de buen acabado pero invariablemente inerte. A fin de cuentas, el mejor homenaje al arte de Auguste Renoir, indirecto pero certero, sigue siendo el concebido por su propio hijo en French Cancan, hace casi sesenta años.
Dos hombres y una mujer Si el título de la película es sólo el apellido, y no el nombre del célebre pintor impresionista Auguste Pierre Renoir (interpretado por Michel Bouquet), es porque la trama no habla sólo de él, sino que desarrolla en partes iguales su historia y la de su hijo, el renombrado cineasta Jean Renoir (encarnado por Vincent Rottiers). La acción transcurre en 1915, en la villa que el pintor, viudo, enfermo de artritis, y ya mayor, tiene en la Costa Azul. A pesar de los terribles dolores, sigue pintando, y allí llega una joven de aire rebelde, Andrée (Christa Théret), para trabajar como modelo de sus obras, aunque su sueño es ser actriz, como las de Hollywood. Ese mismo verano llega también a la villa Jean, uno de los hijos del pintor, convaleciente tras recibir una herida en una pierna durante la guerra que se estaba desarrollando en ese momento, la primera guerra mundial. La llegada de Andrée ya había revolucionado la casa, movilizado al viejo pintor, y, como es de esperarse, tampoco será indiferente al joven Jean, de entonces 21 años de edad. La película desarrolla con un ritmo extremadamente lento, casi como las pinceladas van armando la imagen en una pintura, la relación de la joven con ambos Renoir, haciendo un gran hincapié en la fuerte influencia que ejerció, tanto en el final de la obra del pintor, como en la decisión de Jean de volcarse al cine. El problema de la elección rítmica es que funciona muy bien en la pintura, pero se hace demasiado extenso en lenguaje fílmico. La narración resulta en extremo minuciosa, demasiado detallista, al punto de que hay algunas escenas innecesarias que hacen que se pierdan las ideas principales. Enmarcado en los paisajes que se ven en las pinturas de Renoir, este filme dirigido por Gilles Bourdos utiliza esta historia para plantear casi un tratado sobre la belleza, el arte en más de una de sus manifestaciones, en contraposición con los horrores y la violencia de la guerra, la decadencia y la enfermedad.
Tres personajes. Dos artistas y una mujer. El arte, la naturaleza y el amor. La obra del francés Gilles Bourdos, lejos de ser una biopic, es más bien un documental cuasi ficcional sobre la vida de tres personas, de tres seres que se encuentran en un momento determinado de sus vidas y hacen de ella, una obra. El gran pintor impresionista Auguste Renoir (Michel Bouquet) abatido por la pérdida de su mujer, padeciendo los avances de una artrosis reumática y las ausencias de dos de sus tres hijos por la guerra, se encuentra recluido en su casa en Cagnes sur Mer de la Costa Azul. Rodeado de sus sirvientas y de su hijo más chico, su única manera de afrontar los avatares de la vida y luchar contra una enfermedad tan dolorosa es pintar, retratar mediante sus pinceladas la naturaleza y la belleza de la piel de sus modelos, buscando seguir perfeccionando su técnica y su destreza. Todo cambiará cuando la joven y hermosa Andrée (Christa Theret) aparece en su vida y se torna la musa que el artista necesita para seguir adelante con su obra y encontrar algún sentido a su vida. Corre 1915 y su hijo Jean de 21 años (luego se convertiría en uno de los cineastas más importantes de la historia del cine) regresa al hogar, herido tras su participación en la Primer Guerra Mundial. Al conocer a la bella Andrée “Déde” Heuschling - quien realmente se llama Catherine Hessling y sería la primer mujer del joven Jean y una de las impulsoras de su futuro en el cine - caerá rendido a sus pies a pesar de las negativas de su padre. La película de Bourdos no es una biopic ni del artista, ni su hijo, ni de ella. Es un documental ficcional sobre ese lapso de tiempo que tres personajes de la historia tuvieron la oportunidad de ser protagonistas: los últimos años de pintor, el incipiente interés por las imágenes en movimiento del futuro cineasta y la relevancia que toma ella en la vida de ambos. Todo enmarcado en un espacio que impacta y transmite mucho de la obra de Renoir padre, una naturaleza que se mezcla, que se hace protagonista y nutre fuertemente al filme. La elección de los escenarios naturales, sumado a la extraordinaria fotografía de Mark Lee Ping Bin (responsable de la cinematografía de Con Ánimo de Amar de Wong Kar Wai) hacen de Renoir, una película poética, atrapante a nivel visual y con un guión donde no prevalecen los diálogos pero simucha de la esencia pictórica del famoso pintor. Sin dudas, la actuación de Michel Bouquet representando al anciano Renoir lo suficientemente lúcido y fuerte para vivir y disfrutar de la luz, como débil e indefenso en las noches donde los dolores de sus malformaciones óseas lo torturan, es de lo mejor del filme. Con tan solo 20 años, la actriz Christa Theret (quien debió engordar 10 kilos para poder realizar su actuación) se convierte perfectamente en una de las modelos que ha tenido Renoir a lo largo de su historia. Una belleza excelsa, pelirroja y con un prominente gusto. La obra La Baigneuse Endormie – más allá de ser anterior a 1915 – es retratada en una escena del filme, donde se puede apreciar con mucha claridad la importancia de la obra del pintor dentro de la estética elegida por Bourdos. El cuadro pintado toma por asalto la pantalla para poder tener movimiento. Si bien el filme es atractivo, hipnótico y estéticamente extraordinario, no nos permite acceder a mucho a la historia de los personajes. Todo queda relativizado, donde la mirada de ella toma mucha relevancia, y donde los trasfondos del pasado y de ese mismo presente, que hicieron convertir a Jean Renoir en el gran cineasta que fue, quedan reducidos a mínimas expresiones. Y donde su pequeño hermano Coco también fascinado con Andrée queda relegado en el relato. Mucho de lo escrito por la prensa sobre este filme establece que el momento que se relata es el mismo de cuando Auguste Renoir pinta una de sus obras más famosas: Las Grandes Bañistas. Si bien Bourdos debe haberse inspirado en dicho cuadro y debe haber sido – sin dudarlo- uno de sus mayores puntos de referencia para encarar muchas de sus escenas, la obra original fue pintada entre 1884 y 1887, donde Aline Charigot – mujer de Renoir- fue la principal modelo. La película cuenta otro momento histórico, unos casi 20 años después. Algunas cuestiones como éstas, relacionadas a la temporalidad del arte sobre lo narrado, hacen que Renoir pierda fuerza y los toques ficcionales pasan a tener un poder sobre una película que se vende a si misma como más biográfica. Si bien, Jacques Renoir - bisnieto de Auguste y nieto de Jean – participa en el guión ya que éste es una adaptación de su libro Le Tableoux Amoreux, estos finos y pequeños detalles que hicieron dudar a los especialistas seguramente hagan dudar al espectador.
Modelos de vida Calma. Eso es lo que exterioriza Renoir, lograda biopic sobre Pierre-Auguste Renoir, el pintor impresionista, su hijo Jean -luego actor, y cineasta de renombre- y la joven Andrée, la chica que llega como modelo y termina en la contradicción de disociar y enlazar la vida del padre y su hijo. Cine que cuenta más en imágenes que en sus diálogos -aunque cuando haya algo que explicar, el director Gilles Bourdos no perderá un instante en poner abundantes palabras, aunque no excesivas, en las bocas de sus coprotagonistas-, Renoir una vez que fija su centro, difícilmente se corra de él. Andrée llega a la casa en la campiña del genial pintor. Andrée es un espíritu rebelde -más aún si hablamos de la campiña francesa por 1915, cerca de la Costa Azul-, y será la musa inspiradora, que libera tanta pasión concentrada en el artista, ya anciano y atormentado por la muerte de su mujer, como celos a su alrededor. El erotismo es más latente que explícito: nada tiene que ver que Christa Theret se pase media película sin ropa. Es en los encuadres en que Renoir está al aire libre, o ensimismado en el atelier, donde surge más diáfana la exuberancia de su personalidad. Con el arribo de Jean, su hijo que es herido en la Primera Guerra Mundial, las relaciones sufren una alteración. Andrée puede significar distintas cosas para cada espectador, si observa el alcance que tiene su aparición en la casa casi paradisíaca para el padre y para el hijo. No sólo por una cuestión de generación. El director Bourdos a veces elude la zancadilla de los lugares comunes, pero en otras se mete hasta la rodilla. La amplitud de los planos, la premeditada escasez de decorados artificiales, en fin, en la naturaleza pura que muestra Renoir es donde está la matriz, el molde en el que Bourdos prefiere seleccionar las singularidades de los personajes. A veces por contraste, otras por superposición. El gran Michel Bouquet, un Renoir postrado, tiene los mejores momentos, bien apoyado más por Theret que por Vincent Rottiers, que interpreta a su hijo, por lo general desde la distancia emotiva. Hay mucho de tristeza, de melancolía, de enseñanzas con frases rimbombantes. Cómo lo estático cobra movimiento no sólo es un principio del impresionismo, es el puntapié de este filme acerca de cómo las mujeres pueden gobernar -una residencia, pero también una vida- de hombres, por lo que sea, algo desprotegidos.
El artista y su última modelo La película de Gilles Bourdos es tradicional, exquisitamente sensual (un verdadero homenaje al pintor francés a través de la fotografía del taiwanés Ping Bing Lee), en la que se disfrutan los colores, la atmósfera mediterránea, la armonía de la naturaleza y el mar. Pero no pasa lo mismo con el guión un tanto líneal, o los diálogos en los que se involucran las relaciones familiares y ciertas reflexiones sobre el arte. El filme está basado en "Le tableau amoureux" (2003), novela biográfica escrita por Jacques Renoir, fotógrafo y periodista, bisnieto de Pierre-Auguste Renoir. La película dirigida por Gilles Bourdos se desarrolla en 1915. Estamos en la Riviera Francesa, en una casa cerca del mar, donde Pierre-Auguste Renoir (Michel Bouquet), uno de los grandes impresionistas franceses, ya afectado por una severa artritis, pasa sus últimos cuatro años de vida intentando darle forma a sus últimos cuadros. Viudo y ya anciano para la época, conocerá a una joven pelirroja de increíble vitalidad, Andrée Heuschling (Christa Theret), que se convertirá en su modelo y de alguna manera revitalizará su manera de pintar y sentir. La reaparición de su segundo hijo, Jean (Vincent Rottiers), combatiente durante la Primera Guerra, de la que emerge escéptico y con problemas de salud, moviliza la relación entre los tres personajes. La efervescente pelirroja será la amante del hijo y su esposa a la muerte del viejo pintor, haciéndose llamar más tarde Catherine Heuschling y convirtiéndose en la musa inspiradora en la carrera fílmica de Jean Renoir, el creador de "La carroza de oro". HOMENAJE SENSUAL La película de Gilles Bourdos es tradicional, exquisitamente sensual (un verdadero homenaje al pintor francés a través de la fotografía del taiwanés Ping Bing Lee), en la que se disfrutan los colores, la atmósfera mediterránea, la armonía de la naturaleza y el mar. Pero no pasa lo mismo con el guión un tanto líneal, o los diálogos en los que se involucran las relaciones familiares y ciertas reflexiones sobre el arte. Christa Theret como Andrée Heuschling, la modelo inspiradora de dos generaciones, es la protagonista de los muchos desnudos que Renoir prefirió, más cercanos a los clásicos renacentistas y barrocos; mientras Michel Bouquet le da autoridad y bonhomía al personaje del anciano pintor. Bouquet, está indisolublemente ligado a la historia del cine francés a través de clásicos como "Manon" de Henri-Georges Clouzot, o la inolvidable "Todas las mañanas del mundo" de Alain Corneau, en la que sí se unía con profundidad, la reflexión sobre la obra de arte y la riqueza visual con las singulares relaciones de famosos violonchelistas del siglo XVII. La música de Alexandre Desplat acompaña muy bien esta nueva película sobre el histórico Pierre-Auguste Renoir.
Bella y apacible inmersión en el mundo de Renoir Provenza, 1915. En su casona de campo cerca del Mediterráneo, el viejo artista sigue pintando pese a una severa artritis. Rodeado de mujeres que lo cuidan, disfruta la belleza de una nueva modelo que acaba de llegarle, y la fugaz visita de los hijos mayores, heridos de guerra. El más chico es, por el momento, un salvajito resentido. Todos, cada uno a su modo, extrañan a la finada señora Renoir. Pero frente al paisaje bien cabe la reflexión del artista: el dolor pasa, la belleza perdura. Esa es, en parte, la filosofía del personaje y de la película. Una tranquila y hermosa inmersión en su mundo, con una fotografía digna de sus cuadros. Un deleite, el tratamiento de la luz, las composiciones y los colores de Mark Ping Bing Lee, el mismo que años atrás hizo la fotografía de esa joyita llamada "Con ánimo de amar". Su trabajo evoca perfectamente al Renoir postimpresionista de aquellos años, y se equipara al de Bruno de Keyser para "Un domingo en el campo", de Bertrand Tavernier, también sobre un viejo pintor de la Belle Epoque (en ese caso, ficticio) que recibe a su joven y moderna hija. La modelo de este caso no será tratada precisamente como una hija. Es una viborita de piel fascinante, desparpajo y arranques de histeria que las demás mujeres (modelos cuando jóvenes) deberán controlar. Por su parte, ella querrá manejar al hijo del medio, Jean, para que sirva a sus ambiciones: quiere ser estrella de cine. Gilles Bourdos, autor del film y natural de la zona, supo transmitirnos hermosamente el encanto y los tiempos de ese lugar al que llegaban solo los ecos del mundo en llamas que iba a cambiar casi todo. Lo ayudaron Jerome Tonnerre, veterano guionista, el venerable Michel Bouquet, que a los 87 años ha hecho su más hermosa actuación, Christa Theret, ella misma hija de pintor y modelo, y Vincent Rottiers, que compone a un Jean Renoir más bien parecido a Jean Gabin. Se entiende: Gabin fue en muchas películas el alter ego de Renoir, que era más gordito. El cine y cierta pintura embellecen a la gente. Algunos datos sobre la familia. La modelo, que en la vida real apenas tenía 15 años, pasó al cine como Catherine Hessling, dirigida por Jean. Cuando se pelearon, ella fue decayendo y él se convirtió en un gran maestro. Su hermano menor, Claude, alias Coco, fue héroe de la II Guerra Mundial y artista de la cerámica, como el padre cuando joven. El mayor, Pierre, se hizo actor y productor de cine. El sobrino, hijo de Pierre, también se llamó Claude, debutó como director de fotografía junto a su tio en "Un día de campo" (delicia donde ambos evocan paisajes del pintor) y alcanzó la cumbre con "Los amantes de Teruel", cine-ballet de Raymond Rouleau con Ludmila Tcherina y música de Mikis Teodorakis. El hijo de este Claude, Jacques, también fotógrafo, es quien recopiló las memorias familiares que sirven de base al "Renoir" que ahora vemos.
El realismo mágico irrumpe en los primeros minutos del film, cuando Andrée aparece en la casa de los Renoir afirmando que fue enviada por Aline, la difunta esposa de Pierre-Auguste. La aceptación del elemento fantástico es inherente al género mismo, de ahí que nadie cuestione lo sobrenatural y lo acepte como parte del orden natural de las cosas. Porque Andrée es, en esencia, una presencia cuasi fantástica, puesta justamente para quebrar con la aparente armonía, para encarnar y sacar a la luz conflictos no resueltos. Oh casualidad, la esposa-madre muerta es quien la ha enviado y así lo devela en un sueño. Andrée acepta el rol que le toca sin vacilar un segundo, y toma su lugar en la casa como la nueva musa inspiradora de padre e hijos. Ella, otrora musa de Henri Matisse, viene para ser la nueva inspiración de Pierre-Auguste Renoir, pintor obsesionado con la figura femenina, la textura de la piel, la huella de la juventud. Alejado ya un poco del impresionismo (estamos en el 1915), se dedica a explorar la naturaleza en estado más puro, la densidad de cada pincelada, la expresión de cada rostro, de cada gesto, el lenguaje corporal. Y así, mediante sus pinturas, vamos descubriendo a Andrée, a su devastador encanto, el cual no duda en desplegar en ningún momento, y la relación que se entreteje entre ella, Pierre-Auguste, las empleadas de la casa y los hijos de éste...
La última etapa de la vida del famoso pintor Auguste Renoir realizada con morosidad e inteligencia. El pintor, aquejado por su viudez, por una artritis implacable, despierta a la pasión por una joven modelo. Hará en esa época sus cuadros más famosos. En ese momento regresa el hijo del artista, herido de guerra, con futuro destino de fama en el cine, que también se deslumbra con la joven. De ese triángulo de deseos cruzados se nutre el film, pero también de discusiones filosóficas, del aferrarse a la vida y el deseo de muerte, y el punto de cruce entre pintura y cine.
Desde lejos no se ve La primera certeza que surge una vez que concluye Renoir, film del francés Gilles Bourdos que toma como punto de partida el libro Le tableaux amoureux, de Jacques Renoir, su bisnieto, es inconsistencia desde el punto de vista narrativo y conceptual. Si bien no estamos frente a una biopic tradicional, tampoco el desapego de los convencionalismos o el tránsito por los lugares comunes alcanza como para encontrar un horizonte o norte cuando lo que en realidad prevalece es sencillamente la falta de criterio a la hora de pensar la mejor manera de transmitir el proceso creativo de un pintor de estas características. Al igual que en la vida, la representación de lo bello siempre es más atractiva que lo bello en sí mismo y de eso se desprende el genio de un artista: en la forma de percibir la realidad como una armónica contraposición de colores en la lucha permanente entre lo blanco y lo negro, que en el lienzo cobra formas reconocibles y similares a lo que podría considerarse un cuerpo. De lo que se mira y cómo se lo ve se pueden encontrar muchísimas maneras cinematográficas de representación pero no se puede dejar de lado quién es el que mira y el contexto en el que esa mirada escudriña. Así, este relato propone trasladar el tono y la imagen impresionista como si se tratara de las partes de un cuadro en pleno proceso creativo, con un elaborado trabajo en la puesta en escena con fines puramente pictóricos y representativos, en donde se destaca la fotografía de Ping Bin Lee pero que no logra cohesionar con el escaso desarrollo dramático que reduce la historia al periodo cronológico de un verano en el año 1915. En ese breve recorrido por el ocaso de Pierre-Auguste Renoir, en su refugio de la costa azul, desfila por un lado la lucha del pintor impresionista con la artritis; la llegada de la joven y última musa Andrée Heuschling –la composición es perfecta y parece el retrato vivo de cualquiera de sus mujeres en los cuadros- y por otro la extraña relación con su hijo Jean Renoir, recién llegado del frente de batalla y luego futuro cineasta. Esos apuntes son los únicos elegidos para dar cuenta del escenario histórico, con el trasfondo de la Gran Guerra y de un triángulo amoroso que en realidad encubre la disputa entre el padre y el hijo por la misma musa. Podría decirse entonces que pese al estallido de la paleta de colores con sus enormes filtros para imprimirle un contraste a la fealdad de la enfermedad o de las situaciones cotidianas y dramáticas del propio protagonista, interpretado con solvencia por el experimentado Michel Bouquet, el film no logra despojarse ni siquiera trascender las fronteras de las impresiones de su propio director como si se hubiese quedado atrapado en su propio lienzo y tapado por las capas menos visibles de su incertidumbre.
Lienzos en movimiento Una joven de cabellos rojizos corre con su bicicleta por el sendero. El color de los cabellos impregna la pantalla. Su ropa es de un naranja-ladrillo intenso, pura luz sobre el verde de los árboles. Es 1915 en la Costa Azul y ella va a pedir trabajo al señor Renoir. La película de Gilles Bourdos, Renoir, entra en el mundo protegido y aun así, dramático, del pintor impresionista (potente Michel Bouquet) que espera la muerte pintando. La película capta las sesiones de trabajo, la relación con Andrée (la bellísima Christa Theret), la modelo que posa desnuda en distintas escenas pensadas por el artista como constante celebración de la belleza y la vida. Atormentado por los dolores del reumatismo, Pierre-Auguste Renoir reflexiona en su silla de ruedas sobre la otra tragedia, la Gran Guerra, los dos hijos combatientes y la muerte de su esposa. Renoir ofrece datos biográficos deshilvanados que el espectador recoge y va montando en el fresco coloreado. La llegada de Jean Renoir (Vincent Rottiers), herido en la guerra, incorpora algunos conflictos y obtura recuerdos, nunca contados linealmente. Es Andrée quien mueve corazones y deseos en la casona de luto. La película presenta las escenas como grandes lienzos en movimiento y hace foco en la teoría del arte que el viejo expresa lacónicamente. "Necesito seres vivos. Me gusta la piel", dice mientras observa el cuerpo joven que 'absorbe la luz'. Es la impresión que construye la película al capturar distintos escenarios naturales, de idilio, con el séquito de mujeres del servicio doméstico, a la larga, la familia fiel del patrón. La otra línea estética de la película pasa por la relación de Jean con el cine y la promesa de vivir para filmar. Mientras tanto, el viejo mastica el dolor físico y expresa el horror de la Guerra: "Somos nosotros, los viejos y enfermos los que deberíamos ir al frente", dice a su hijo. Predomina la mirada expositiva, cuidadosa, de las atmósferas que el artista crea en relación estrecha con la naturaleza. Se levanta viento y Renoir exclama: "¡Mierda, qué belleza!" Su visión del arte queda en momentos fugaces: "Los Renoir no pintan un mundo negro. Pinto un mundo amable. Hay suficientes cosas feas en la vida. El dolor pasa, la belleza permanece". Renoir pide cuerpos "suspendidos en el espacio" y la película de Gilles Bourdos, a su manera, lo complace.
Darle vida a la pintura Sentir que en cada uno de los momentos de la película se está viendo una pintura es el mayor logro visual que Renoir presenta. El cuidado estético que Gilles Bourdos utiliza es realmente exquisito. La vida del pintor francés es contada desde las mismas imágenes y hechos, dando de esta forma agilidad y ritmo a la biografía. Son pocos años de vida del pintor los que se retratan en el film. Sin embargo, bastan para entender su visión del arte. La película se centra en sus últimos años de vida, donde Renoir afianza su manera de pintar. También quedan en evidencia los problemas de salud que el artista va sufriendo al envejecer y su relación con sus familiares y empleados. Entre los últimos se encuentra una mujer que empieza a trabajar para el pintor como modelo y luego se convierte en la esposa de su hijo. Desde su punto de vista se explicará algunas de las técnicas y preferencias del artista, entre ellas el arte sensual que lo diferenció de los demás pintores impresionistas de la época. El espacio donde se desarrolla el film es la casa del artista. La luz tenue de los interiores de su espaciosa residencia y el verde campo que la rodea permiten generar escenas de gran belleza. La mayor parte de ellas parecen representar las obras del autor en movimiento, es un efecto que genera un clima cálido y ameno. Es interesante resaltar cómo se recurre por momentos a objetos como cortinas para generar efectos de pinceladas marcadas en el paisaje, de esta forma vemos plasmado uno de los rasgos del impresionismo. En el film también se desarrolla la visión que Renoir tiene del arte. El guión tiene varios momentos en los que el protagonista explica por qué decide pintar de esa forma y no de otra. Pero, a su vez, se explica por qué elije temáticas alegres, paisajes relajados y una posición positiva ante el mundo: esto se indica de manera implícita y, a mí gusto, de una forma muy atractiva. Renoir eligió hablar de momentos agradables de la vida para contrarrestar los estragos que estaba ocasionando la guerra. El arte pasaba a ser un refugio entre la tempestad del país. Este sentimiento se expresa en la película mediante el claroscuro. Por un lado, tenemos la casa de Renoir, en la cual cunde la tranquilidad y la mayor parte del tiempo la alegría. Por el otro, nos encontramos con el afuera, donde se está desarrollando la guerra: allí podemos ver un panorama triste, gente desprotegida y personas que se aprovechan de la situación. Encontramos en esta dicotomía la explicación de por qué el arte parece estar aislado de la situación social que se está viviendo, la idea de que el artista puede generar belleza aún cuando a su alrededor sólo hay tristeza y miseria, la idea de que el arte puede ayudarnos a salir de una fea realidad al menos por unos segundos. Renoir es una película que vale la pena disfrutar, que merece que dediquemos gran concentración a todos los detalles que el director ha dejado diseminados. Es un film que se construye desde los valores y desde la técnica del artista que representa.
Verano de 1915. Gilles Bourdos cuenta los últimos años del pintor, interpretado por Michel Bouquet, se encuentran divididos entre la ausencia de su amada mujer y el trabajo constante en las pinturas que tan célebre lo han hecho. Y entonces aparece Andrée, enviada por su fallecida mujer, una hermosa pelirroja de tez como la porcelana, interpretada por Christa Theret. Al poco tiempo de llegar esta mujer, aspirante a actriz, provocativa, bohemia, que deja su estela por donde pase, provocando suspiros entre los hombres, y envidia entre las mujeres de la casa que alguna vez también fueron modelos y hoy se encuentran haciendo quehaceres, llega el hijo, uno de ellos, Jean, sí, Jean Renoir, herido por la guerra. La historia principal se centra en el pintor, sus silencios y su aire misterioso, en verlo al aire libre, entre esos paisajes pictóricos, dando vida a sus inmortales obras. Pero también está la de Jean, a diferencia de su padre, abierto, volátil, y ambas están marcadas por Andrée. Así como inspira al pintor en su obra, es quien mueve a Jean, y lo empuja hasta el cine. Lo lleva hacia ese mundo de celuloide que él al comienzo rechaza y luego va a ser el lugar donde va a ser reconocido, y ella quede totalmente olvidada. Con una hermosa fotografía, que nos invita a sumergirnos en paisajes calmos y preciosos, y que también se enamora de su protagonista femenina, la película respira mucho aire europeo, en sus escenas largas, y de pocos diálogos, pero hermosas. La música es de Alexandre Desplat y si les gusta el cine europeo, con su cadencia y fotografía, esta es una buena alternativa para este fin de semana.
(Anexo de crítica) Las relaciones familiares siempre son complicadas. El que tiene la dicha de poder vincularse con los suyos de una manera amable y pacífica es un afortunado. Sino pregúntenle a Pierre Auguste Renoir (Michel Bouquet), el célebre pintor impresionista francés, que en su vejez, además de enfrentar un terrible reumatismo deformante, tuvo que una vez más lidiar con problemas en su hogar por una mujer que le revolucionó la vida. Esa es la trama de “Renoir” (Francia, 2012), de Gilles Bordous, que narra el proceso que atravesó en 1915 el pintor, ya en plena decadencia, desolado por la muerte de su última mujer, y atormentado por la noticia de la baja de la guerra (por una herida) de uno de sus tantos hijos (Jean- interpretado por Vincent Rottiers), en el que todos sus fantasmas se potencian. Fantasmas que se disiparán con la llegada de Dedee (Christa Theret), una modelo “vivo”, que revolucionará la apacible vida del anciano y su entorno. Renoir (pintor) vive con su pequeño hijo Coco (Thomas Doret) y depende de un grupo de mujeres que no sólo se dedican a su higiene y alimentación, sino que en algún momento le han brindado otro tipo de servicios. Dedee es la extraña que viene a invadir ese intocable matriarcado y sus espacios (la cocina, el patio en donde se cuelga la ropa recién lavada, el comedor), lleno de rutinas y de celos. La joven, con su actitud libertina y espíritu desprejuiciado hará que el viejo rejuvenezca. “Llegaste muy tarde” le dice él en una hermosa escena. Y Dedee llora. Al tiempo llega al hogar Jean, con toda su cabeza llena de dolor, de orgullo, de pasión y de cine. Dedee lo atrae desde el primer momento. Se aman. Se odian. Tal como pasó en la vida de esta pareja. La relación entre la modelo y el pintor se deteriora. Se enojan. Se insultan. Sacan cada uno la peor parte del otro (Dedee no puede entender cómo su padre en el estado en el que se encuentra continua pintando y Jean afirma no tener ambiciones). Bordous nos muestra la Costa Azul en toda su grandiosidad con planos largos y amplios, y el trabajo de Renoir con detalles de los colores, de las pinceladas, de los trazos, de los cuerpos, y del proceso de creación de la serie de cuadros “las bañistas” y otras obras que con el campo y el río enaltecieron su obra. Por momentos en silencio acompañamos al creador. En otras oportunidades los gritos y los cantos en conjunto de las sirvientas rompen con el tedio y la pasividad de la vida del anciano. “Renoir” es un filme que habla de pasiones, de las humanas, las pulsionales, las irrefrenables, y otras que se pueden adquirir, como el amor por el arte, la pintura, la belleza, el color, y el cine. También habla de los sueños, de alcanzar metas, de perseverar en el camino, de no cumplir mandatos (le dicen las mucamas de Renoir en un momento a Dedee: “vos vas a terminar de mucama”, y ella se enoja y rompe unos platos, porque ella quiere ser actriz, aunque por momentos se confunda y termine en un burdel trabajando de prostituta). Pero “Renoir” principalmente es una historia que muestra cómo a pesar del sufrimiento y el dolor se puede continuar haciendo lo que a uno le gusta. Jean le dice a su padre en un momento clave del film, al quien ve con sus manos entumecidas y deformadas, pasado de antipirina, pintando “Ya pintaste todo”. Renoir le contesta “Quiero seguir hasta el final”. Y nosotros aplaudimos y nos emocionamos. Gran película con una lograda actuación y caracterización de Michel Bouquet como Renoir.
El término biopic refiere a un tipo de filmes en los que se cuenta la historia y la vida de alguien que existió en la vida real, algo que es de práctica desde los comienzos de la cinematografía. “Renoir” se puede inscribir en éste sub-género, aunque aborda la última parte de la existencia del gran pintor. No es casualidad. Gilles Bourdos (que no había realizado nada memorable hasta ahora) decidió centrarse en sus días finales porque es donde encontró una riqueza dramática que habría resultado muy vaga de haber abordado toda una vida. La historia gira en torno a varios personajes centrales: Pierre Renoir (Michel Bouquet), sus hijos Cocó (Thomas Doret), Jean (Vincent Rottiers) y Andreé (Christa Theret). Jean vuelve muy herido, y con licencia como soldado, de la Primera Guerra Mundial, mientras todavía se lucha encarnizadamente en los campos de batalla, para reencontrarse con su hermano menor (Cocó), quien vive a un costado de todo, como marginado y a la vez testigo de lo que pasa. Es probablemente el personaje que menos dice, y sin embargo el que pone una cuota de rebeldía en estado animal, observándolo todo desde lejos. Por su parte Pierre está con tremendos dolores causados por la artritis, pero con la misma fuerza de convicción para pintar todo lo que puede a partir del ingreso de Andreé, una nueva bella y joven musa que debe posar en forma casi constante mientras dirime su vida entre echar o no raíces, a partir del gusto por los bienes materiales del que sea su futura pareja. Jean se presenta como un idealista, un hombre de convicciones profundas al punto de discutirlas con su padre, quien no ve en su hijo mayor una posibilidad de futuro próspero. Cada una de estas historias por sí solas constituye un drama de difícil abordaje, sin embargo aquí confluyen y conviven como parte de un texto donde todo parece partir de un punto pero que va en distintas direcciones. El eje de acción sobre el que se mueven los conflictos son los distintos paseos a los cuales Pierre es llevado para situarse a retratar un realismo sujeto a la naturalidad del entorno y a los usos y costumbres de la gente que lo habita. Cada cuadro es como una nueva etapa para que al espectador le quede muy en claro la toma de posición de cada personaje frente a las distintas circunstancias. Hasta ahí todo muy bien elaborado, tanto en la composición de la imagen como en las actuaciones. Michel Bouquet es un verdadero maestro que está a la altura del trabajo de Jean Louis Trintignant en la multipremiada”Amour”, también de 2012. Christa Theret ofrece una musa que respira libertad en su cuerpo, pero sólo como una capa superficial de un deseo mucho más contenido. El único problema en el que cae “Renoir” es el cambio arbitrario de perspectiva. Salta del punto de vista sin que premie una justificación sólida, y por esta razón el relato central, el que da título a la película, se diluye. Distrae. O mejor dicho, abandona y retoma aleatoriamente con lo cual, independientemente de tener a Bouquet en el afiche el texto cinematográfico parece indicar otra cosa. De todos modos esto no hace que “Renoir” sea un plomo, ni mucho menos. Ya sea por contenido y/o por estética, a la producción se la disfruta y tiene su peso específico. En esta época de abundancia de pochoclos es más que bienvenida.
El director francés Gilles Bourdos rinde un homenaje al gran artista Renoir. El director, guionista y productor de cine francés Gilles Bourdos nos introduce en los últimos años de vida del pintor Pierre-Auguste Renoir (Michel Bouquet). Ambientada en La Costa Azul en el sur de Francia durante la Primera Guerra Mundial, en el año 1915. Este extraordinario artista a pesar de la grave artritis reumática que continúa avanzando (deformando sus huesos), se niega a dejar de pintar. Su esposa Aline Charigot (1854 - 1915) ya había fallecido, también fue su musa inspiradora y pintó varios cuadros sobre ella. Esta le dio tres hijos: Pierre (Laurent Poitrenaux), Jean (Vincent Rottiers) y Claude (Thomas Doret). En medio de un bello paisaje vemos pedaleando su bicicleta a una bella pelirroja muy sensual Andrée Madeleine Heuschling (Christa Theret), quien se dirige a la finca de Les Collettes. Esta modelo será la musa inspiradora del gran artista. Al poco tiempo regresa Jean (1894-1979- es quien con los años se convirtió en un gran cineasta) a su casa herido de la guerra en una de sus piernas. Este anciano de 74 años que vive atormentado por la pérdida de su esposa, pasa sus últimos años en una silla de ruedas y padece los dolores de la enfermedad que lo aqueja. Su mayor distracción es la pintura y la llegada de su nueva modelo Andrée (1900- 1979) lo estimula para trabajar. Hay que destacar que todo se desarrolla en medio de un paisaje increíblemente bello. Quien también quedará alucinado por la belleza de esta mujer es Jean, a pesar de que su padre se opone a este romance. Con los años será su esposa y la heroína de sus primeras películas en las que aparecía con el nombre de Catherine Hessling (murió pobre y olvidada en París en 1979). El director minuciosamente muestra la vida cotidiana del artista, el avance de su enfermedad, en sus manos, pies, piernas y su deformación, los dolores que sufre, como lo ayudan varias mujeres que trabajan en la casa quien tiempo atrás fueron sus modelos y se quedaron a vivir en su casa. Visualmente es distinguida, elegante, la fotografía de Mark Lee Ping Bin ("Con Ánimo de amar"; "New York, I Love You") le va dando un toque paradisíaco, idílico, haciendo sentir al espectador toda la belleza de la naturaleza y la desnudez de la modelo. La textura de los colores, va creando climas y la música original compuesta por Alexandre Desplat ("El Discurso del Rey"; "Argo"; "El curioso Caso de Benjamin Button") acompañan. Las actuaciones de: Michel Bouquet como el pintor en sus últimos años, es sumamente creíble, bien estudiado cada movimiento y expresión; la joven actriz francesa Christa Theret de 22 años sale airosa en su personaje y el resto del elenco acompaña con personajes bien logrados. La película está basada en "Le tableau amoureux" (2003), novela biográfica escrita por Jacques Renoir (71), fotógrafo y periodista, bisnieto de Pierre-Auguste Renoir.
Paisajes bucólicos y pieles lechosas Provence, 1915. Jean Renoir llega convaleciente al dominio mediterráneo donde su padre continúa pintando obstinadamente a pesar de su avanzada edad y de sus enfermedades. Auguste Renoir vive sus últimos días, el hijo vuelve de la guerra. Entre los dos, Andrée Heuschling: última modelo del pintor y futura compañera del cineasta. Gilles Bourdos filma esta relación triangular de un modo superficial, sin emoción ni relieve, privilegiando el tratamiento visual. Las tonalidades y texturas, la iluminación de los exteriores idílicos y la paleta de colores fuertes y brillantes remiten a la pintura impresionista. Las bellas imágenes son una suerte de imitación exterior de las características formales de Renoir padre. Renoir pinta en el medio del campo, al borde de un rio, a plena luz: flores, frutas y rostros femeninos sonrientes que parecen ignorar todo de la guerra. El viejo está rodeado de mujeres sin un papel definido: modelos, mucamas, nuevas y viejas amantes. El más bello de estos rostros es el de la pelirroja Andrée, un remolino de vivacidad salvaje que por momentos se apacigua y posa desnuda recostada sobre un sofá cubierto de telas. Allí la descubre Jean, el soldado herido. El director pretende combinar la vejez sin decadencia del pintor con el nacimiento indeciso del cineasta en torno a una musa en común, pero la película no logra llevar nunca las dos historias de manera coherente y la tensión se desdibuja. La potencia de Christa Theret en la piel de Andrée se agota en un texto menos brillante que las imágenes a las cuales se superpone. Renoir es una película amable, nostálgica y finalmente vana que se sostiene sólo por su deslumbrante fotografía.
Una magnífica expresión visual "La pintura no se explica, se mira". Esto lo dice Pierre Auguste Renoir en el contexto de este filme, que no es estrictamente una biografía del célebre pintor impresionista francés. Porque el director lo asume en una época concreta: 1915, en Les Colletes, en la Costa Azul. Recordemos que Renoir nació en 1841 y falleció el 3 de diciembre de 1919. En 1915 murió su esposa Aline y en esa fecha sus hijos Pierre y Jean se habían alistado para luchar en la Primera Guerra Mundial. El tercer hijo, Claude, era todavía un adolescente algo rebelde. El relato aborda a Renoir en ese momento de su vida, cuando a su espaciosa residencia llega una joven llamada Andrée Heuschling, apodada Dedée, quien se ofrece como nueva modelo, después que Aline expulsó a Gabrielle, la preferida de Renoir. Andrée dice ser actriz, bailarina y cantante, y se convierte en la musa inspiradora del pintor, estimulando su creatividad a pesar de la artritis que lo atormenta. Renoir se consideraba un simple "obrero de la pintura". El arribo de Andrée coincide con el regreso de Jean del frente de batalla, herido y arrastrando una cojera que ya no lo abandonará por el resto de su vida. Jean no tenía entonces definida su vocación y Andrée lo induce a introducirse en el mundo del cine. Contrariando la opinión de su hermano Pierre, para quien "el cine no es para los franceses", Jean (1894-1979) se inicia en la dirección en 1924 con Catherine o Une vie sans joie, protagonizada por Catherine Hessling (1900-1979), que fue el seudónimo artístico de Heuschling, con quien se casó en 1920 y fue su actriz fetiche en otros seis largometrajes hasta 1929. "Debes vivir como un corcho que flota sobre el agua, no ir en contra de los acontecimientos, sino dejarte llevar por ellos", es el consejo que Renoir le da a Jean y éste lo aplicó puntualmente, tanto en su vida como en su obra fílmica. "Una cosa que ha sido apasionante para mí como cineasta -expresó Bourdos en el Festival de Cannes-- fue descubrir que el mayor director francés de todos los tiempos era un joven sin vocación. Eso rompe todos los clichés que tenemos sobre los genios". El protagonismo de la película, que es una fiesta para los ojos por su belleza visual, se reparte entre Renoir, Jean y Andrée. El guión recrea el libro Le tableau amoureux, de Jacques Renoir, hijo del director de fotografía Claude Renoir y nieto de Pierre, el hijo mayor del pintor. El filme es a la vez una clase de Historia, de pintura y la recuperación de aquellos tres personajes en un momento muy especial de sus vidas, cuando la vitalidad de Jean y Andrée contrasta con la creciente decrepitud física del artista, que aun así se resiste a dejar su trabajo.
Naturaleza muerta Es 1915 y el maestro impresionista Pierre-Auguste Renoir recibe la visita de Andrée Heuschling, modelo viva y ave noctámbula parisina, en su estancia de la Riviera. Andrée es ardiente, enigmática; el personal femenino que atiende al lisiado y artrítico Renoir resiente su presencia. Flota en el aire que fueron modelos de antaño. Y cuando Jean, segundo hijo de Auguste, vuelve de la guerra, tendrá una tempestuosa relación con Andrée, que lo impulsará a hacer películas. Gilles Bourdos eligió un período clave del arte moderno, la última etapa de Renoir, el genial pintor, enlazada con el surgimiento de Renoir, pionero innovador del séptimo arte; es el paso de lo viejo a lo nuevo, a través de la misma musa. Andrée cambiará su nombre por Catherine para rodar con Renoir y curiosamente ambos habrán de fallecer el mismo año, 1979; la primera, en total anonimato. Para ajusticiar la historia, Bourdos hace de Andrée la gran protagonista. La onírica fotografía de Mark Ping Bing Lee (In the mood for love) la muestra en múltiples ángulos: posando desnuda en la campiña mientras un suave travelling atraviesa sienas, ocres y bermellones hasta llegar al lisiado con su paleta; o recibiendo luz sobrenatural en la cara (“La iluminación es todo en el cuerpo de la mujer”, alecciona Auguste a Jean). Lo que el film consigue, en consecuencia, es un retrato, un trabajo de pintor con medios mecánicos. A excepción de la escena donde Jean visita un burdel, con notable alusión a los góticos años ochenta, Renoir es presa del sujeto del film. Pese a su subyugante belleza, Bourdos no pasa de mostrar una naturaleza muerta, simbolizada en un curioso detalle: las manos que pintan pertenecen al recluso Guy Ribes, falsificador de cuadros.