Sin corazón pero con dignidad. De antemano la remake de RoboCop jugaba con -al menos- dos goles en contra. Primero por el simple hecho de ser una versión del clásico de Paul Verhoeven, el cual englobaba a su favor varios rasgos de la ciencia ficción y coqueteaba con la clase B pero que nunca dejaba de mantener un tono crítico, incluso desde varios ángulos (todo esto bajo una capa de ultraviolencia y bestialidad indeleble). En segundo lugar, la presencia de José Padilha como director bajaba aún más las expectativas, basta recordar su prontuario en su país: el díptico Tropa de Elite y el documental Ómnibus 174, las tres películas cortadas por el mismo filo fascista… alguno podría pensar que fue precisamente esta característica de su filmografía la que lo llevó a tener su oportunidad en Hollywood.
En esta última remake de Hollywood, la industria se anima a meterse con una de las películas de acción mas queridas de todos los tiempos. ¿Será esta remake de RoboCop un completo desastre como venia anunciando, o defraudará a todos y será una película decente? EL PESO DE ENCIMA Lo voy a decir, rápido y al toque para sacármelo de encima, y poder elaborarlo en el resto de la crítica; la remake de Robocop es buena. De hecho es BASTANTE buena. Jose Padilha hace maravillas con un guion algo chato, con un rating de PG 13, y sin poder mostrar casi sangre. La astucia y cintura brasileña a la hora de dirigir esta remake, hacen que esta película llegue a buen puerto. Créanme, entré a la sala de cine listo para ODIAR esta remake, y no podía esperar a salir para destriparla viva riéndome de ella. Pero nada de esto paso. Y créanme que la original es mi película preferida de todos los tiempos, así que realmente destrozar la remake en una critica viene siendo mi prioridad desde hace años, cuando se anuncio. Pero, nobleza obliga. ORÍGENES, TROPA DE ELITE Y LA MANO HUMANA Todos conocemos en mayor o menor medida la historia de Alex Murphy. Bueno, el primer acierto de Padilha es reestructurar la historia, y sobre todo hacerla creíble para nuestro día a día corriente, que no es el de 1987. Si bien ciertas decisiones se NOTA que fueron tomadas al rededor del PG13 de la película, la solución que Padilha les da, es realmente elegante e ingeniosa. (No puedo evitar pensar, que hubiera hecho este brasileño con un una calificación de R.) A ver… Si, Robocop tiene una mano humana. Si, Lewis es un hombre y es negro (y esta a cargo del mejor chiste de la peli). Si, OCP parece Apple. Si, Murphy conserva su familia. Todas decisiones a priori HORRIBLES tomadas y dictadas hacia abajo por los popes que ponían la guita. Padilha tuvo que agarrar estas directivas y hacerlas coherentes en una historia, no solo ya contada, sino profundamente arraigada en el imaginario colectivo de los que fuimos niños en los 80s. ¿Como te metes con eso y salís medianamente airoso? Haciendo una buena película, así de simple. CAMBIA TODO CAMBIA Robocop-RemakeSi la Robocop original era una alegoría de Cristo y Frankenstein, donde Murphy de a poco recobraba su humanidad y su esencia. La remake esta más cercana al Pinocho de Carlo Collodi, donde Murphy en principio siempre se sabe humano, pero deberá aprender a recuperar su conciencia, y cortar los hilos que lo manejan. El nuevo Murphy hace el camino inverso a la original, con un resultado, cuanto menos, satisfactorio. Padilha, sabiendo que la platea puede empezar a odiar a este nuevo RoboCop en cualquier momento, tira una escena CLAVE antes que termine el primer acto de la película. Seria como decir: “¿Así que queres odiar a este RoboCop? PUM! (Escena) Odialo ahora, dale, si podes…” RoboCop quedara desnudo como nunca antes los ojos del espectador, y es en esa escena donde se decidirá la simpatía u odio por parte del espectador. Gran movida de parte del director, para establecer al menos un vinculo de “no odio” con este nuevo RoboCop. No solo allí se nota la mano del brasileño, hay muchas escenas salidas de Tropa de Elite, sobre todo las de acción, y esto es un gran logro. Después de todo es gracias a esas dos películas que lo contrataron. Es verdad, que los cambios para con la historia original son tantos, que la historia comienza a tener un vuelo propio. El tema acá es la astucia con la que estos cambios fueron implementados, ninguno es incoherente, ninguno es imposible. De hecho, todo el trasfondo criminal de la película es bastante actual y real. (Por mas que no sea nada original) Aun asi, la película se las ingenia para meter muchas de las grandes frases del Murphy original, y (casi) ninguna suena forzada o fuera de lugar. SÍNDROME “HOMBRE DE ACERO“ RoboCop sin embargo, sufre de lo que llamo el síndrome del Hombre de Acero. Aquella película del super héroe de Metropolis, dividió aguas, es cierto. Pero tiene algo innegable, el reparto. En aquella ocasión, todos los actores rodeando a Henry Cavill se lucen, relegándolo a un papel deslucido e insulso, donde el protagonista REAL de la película podría haber sido cualquiera y el resultado el mismo. Aquí pasa lo mismo, Kinaman es insulso, y no le pone la impronta genial que le ponía Peter Weller al Murphy de los 80s. Sin embargo, Gary Oldman, Michael Keaton, Samuel Jackson e inclusive Jay Baruchel, Abbie Cornish y Jackie “Roschach” Haley están muy bien en sus respectivos papeles. Es Kinaman quien queda bastante flojo, es llevado adelante por la película, cuando en realidad él debería llevar la película adelante. Padilha consciente de esto, estrategicamente, lleva adelante la historia para que incluso sin lucirse Kinaman, todo llegue a buen puerto. Keaton en su rol de Jobs/Gates maléfico esta muy bien. Oldman en el suyo de Norton, obra como Gepetto y es quizás el punto mas alto de la película actoralmente hablando. Jackson en sus pocas intervenciones, justas y pivotales, para describir el mundo de RoboCop es realmente genial. BAD COP, GOOD COP Y EL MALDITO PG13 Robocop-02Si hay algo que realmente se extraña en esta remake, es el tono satírico que el GENIO de Verhoeven le había dado a la original. Sus propagandas y el genial Media Break, no están. Asi como todos los chistes y cliches de los 80s. La remake es mucho mas seria, y si bien, por momentos, muerde la banquina, estando a punto de ser demasiado seria, pega el volantazo a ultimo momento. Incluso llega a tener buenos momentos como por ejemplo una sesión de entrenamiento de RoboCop con el tema del Hombre de Hojalata sonando de fondo a manera de burla y sorna. Por otro lado si bien, al ser PG13 no veremos sangre volando por todos lados, eso no quiere decir que Murphy no se la pase matando gente como en la primera, de hecho lo hace. Lo único que no tendremos es el festival de Squibs que teníamos en la primera. Otra vez la cintura de Padilha al rescate. Aunque si falló en una parte esencial de la película. El final es realmente anticlimatico, y se nota que es porque alguien puso restricciones. Se de MIL maneras de terminar esa escena en ese escenario de manera mas satisfactoria, y se que Padilha sabe DOS MIL maneras de hacerlo. Pero simplemente, es notorio que NO lo dejaron hacer. Como dije entre mis amigos, a Padliha le tiraron Villa Dalmine, y casi lo saca campeón del mundo… CONCLUSIÓN Créanme que estoy yo mas sorprendido de ustedes terminando de escribir esta review. Años pasaron donde me ocupe personalmente de machacar lo bazofia que esta película iba a ser. Y eso simplemente no paso. Como hice con Evil Dead, nobleza obliga, y debo decir exactamente lo que pienso. RoboCop es una remake que hace honor a su antecesora en los momentos justos, y se desprende de ella en momentos mas oportunos aun. Con la acción a la que el brasileño director nos acostumbro con sus películas, realmente RoboCop sera una sorpresa para todos los que esperan una pila humeante de estiércol. No obstante no se confundan; RoboCop sigue siendo una remake innecesaria y absolutamente comercial. Aun así, me es imposible decir que es una mala película. Realmente todo lo contrario, sin llegarle a los talones a la genialidad de Verhoeven de 1987, RoboCop se para en sus propios pies, y sin ayuda se mantiene en pie. Con bastante orgullo, lo cual no es poco. Y créanme, orgullo es algo que sin dudar, compraría por un dolar. Detalle Nostálgico: Tiene momentos con la música original de la primera! - See more at: http://altapeli.com/review-robocop/#sthash.p9UAitaX.dpuf
Sigan de largo, acá no pasa nada Robocop es, no hay misterio alguno, una remake del film de 1987 dirigido por Paul Verhoeven. Ya se sabe de sobra que las remakes suelen ser un callejón sin salida, incluso las que salen medianamente airosas del desafío. Las fantásticas excepciones confirman la regla. No es el caso de este Robocop, por cierto. Una vez más la historia es la del oficial Murphy, severamente herido y cuya única esperanza es ser el prototipo de un modelo experimental mitad robot mitad humano para la policía de Detroit. El film original (que tuvo dos secuelas, una serie y una miniserie) era una rareza, una obra con mucha personalidad, algo enferma, llena de violencia y verdaderamente impactante. Incluso la primera secuela era muy brutal. Para hacer una remake había dos caminos posibles, o bien respetar ese estilo, o bien construir otro diferente pero con igual personalidad. No es lo que ocurrió aquí. La mediocridad del director brasilero José Padilha (qué no dudó en quejarse acerca de lo duro que es trabajar en Hollywood) que ya había sido demostrada en su efectista y sádica Tropa de Elite acá se expone al no poder contar con claridad ni una sola escena de las largas y tortuosas casi dos horas del film. No existe un verdadero dilema moral de ningún orden y los conflictos son todos básicos y carentes de nervio. Paul Verhoeven le gana como narrador, le gana en el uso de la violencia, le gana en la originalidad de las escenas y le gana incluso en el sentido del humor. El humor de esta nueva versión es tan berreta, los subrayados del programa de televisión que unifica el relato son algo difícil de aguantar, que hay que tenerle mucha paciencia a la película en cada momento. Samuel L. Jackson como periodista nada objetivo es un chiste que se alarga y aburre. Un película tan burda burlándose de la televisión da bastante pena. Gary Oldman y Michael Keaton sí suman algo positivo porque le ponen corazón a sus trabajos. Joel Kinnaman es el actor protagónico y ahí es imposible no recordar a Peter Weller realizando una actuación increíble como Alex Murphy y Robocop. Weller lograba pasar de lo humano a lo mecánico y lograba mostras la angustia del personaje. Kinnaman es particularmente malo. Mención aparte merecerían los villanos inquietantes y perturbadores del film de 1987 también. Acá los personajes son confusos y poco relevantes. Ahora, tan solo para ser justos, imaginemos que no es un remake y que es la primera versión que se hace de esta historia. Olvidémonos de las comparaciones. Bueno, si hacemos eso, Robocop es un telefilm clase B (aunque caro) mediocre, firme candidato al olvido. No es la comparación lo que arruina a la película, es simplemente que la propia película carece de cualquier forma de interés. El traje, eso sí, es negro. Se jugaron todo.
El hombre y la máquina Ya casi ni vale la pena decirlo: Hollywood quiere apostar a lo seguro y vuelve con otra remake. Como la idea es arriesgar lo menos posible, las remakes hoy en factoría suelen apuntar a eso que se llama película de culto (objeto escurridizo y peligroso, pero que garantiza por lo menos una cierta cuota de fascinación escondida en el material ya viejo). Una película de culto no es necesariamente un viejo éxito de taquilla de una temporada pasada; muchas veces la película de culto fue un fracaso en el momento de su estreno. Pero, a diferencia de aquellas películas que supieron ser rentables en su momento, la película de culto tiene algo irreemplazable: un atractivo que sigue vigente y que tiene el potencial de seguir traduciéndose en billetes. En el caso de Robocop, la película de culto fue también un éxito, como lo puede demostrar cualquier hombre de más de 30 años, que seguramente recordará haber ido al cine a ver la película o alguna de sus dos secuelas. Este nuevo Robocop, más anatómico, más canchero, atravesado por otras realidades (globales, politizadas), se construye como un relato sólido y actual. Ahí donde Paul Verhoeven (director de la primera parte de la trilogía) se entregaba a una juguetona fantasía fascistoide, el brasilero José Padilha (director de Tropa de elite) aparece mucho más marcado por las realidades políticas y económicas del mundo globalizado. Si antes el crimen fuera de control dominaba en el futuro que proponía la película (una fantasía recurrente de los ochenta), hoy los que parecen dominarlo todo en el futuro son las empresas multinacionales y los medios de comunicación. Una evidencia directa de este cambio de perspectiva es la presencia fundamental del personaje interpretado por Samuel L. Jackson: un presentador de televisión de un programa político de derecha que remite directamente a los contenidos de la televisión actual en Estados Unidos, de corte claramente republicano y conservador. Este personaje no sólo abre y cierra la película, sino que la articula constantemente en su sentido político y en lo que la política tiene de espectáculo. El trazo grueso de la parodia no le resta eficacia a este personaje, aunque sí un poco de densidad. De cualquier manera, no deja de ser simpática la idea de que en el futuro el vocero de los conservadores sea un negro, así como que el vocero de los demócratas (o, por lo menos, de los políticos no militaristas) sea un hombre de nombre pomposo y corbata de moñito. La película se abre con un programa de televisión, en el que el presentador (Jackson) intenta convencernos de que Estados Unidos debería utilizar en su propio territorio los robots que está usando como parte del ejército para pacificar países enemigos. El país invadido en un futuro no muy lejano por Estados Unidos es Irán: vamos a las calles de Teherán, donde los robots están haciendo patrullas al azar para controlar a la población. De un edificio sale de pronto un grupo de hombres atados a bombas, que se disponen a entregar su vida en un ataque terrorista, siempre con la perspectiva de que sean captados por las cámaras de televisión. Ahí termina la nota sobre Estados Unidos en el mundo. El argumento de la película (la historia de un policía que resulta herido por un ataque criminal y que continúa su lucha contra el crimen convertido en un androide) cobra sentido únicamente desde la perspectiva del poder: su vida y su historia importan en la medida en la que pueden cuadrar como parte de una estrategia de marketing de la empresa que fabrica estos robots, para tratar de ganarse la opinión pública a favor del uso de robots en Estados Unidos. Desde esta perspectiva general entramos en la historia del policía Alex Murphy. Es a través de esta perspectiva individual, la de un policía que se ve atrapado en una red de corrupción y crimen, pero también la de un padre de familia, que Robocop adquiere su sentido pleno. En un mundo en el que los elementos planteados por la ciencia ficción ya no son tan lejanos como en el siglo pasado, la nueva Robocop apuesta fuertemente a las contradicciones y, fundamentalmente, a los personajes (entre los cuales es clave el interpretado por Gary Oldman, el científico a cargo de Robocop). Y es justamente esta atención a los personajes (planos, estereotipados, pero con peso, con una lógica propia e identificable) la que permite que la película fluya y pueda desarrollarse de forma tal que incluso los problemas más abstractos que la atraviesan -como la distinción entre libre albedrío y la ilusión de libre albedrío- se nos vuelvan cercanos, comprensibles y contundentes. En definitiva, más allá de los aciertos o errores al adaptar esta película a su nuevo contexto, al cambiar de perspectivas, al incluir otras capas de sentido, el desarrollo narrativo sólido es el que permite que Robocop cobre nueva vida.
YouPorn. Aun existen personas que se lamentan ante la noticia de una remake. Creo que esto ya es inútil: se hicieron -incluso con buenos resultados- y se seguirán haciendo. Por lo tanto nuestra mejor opción es sentarnos en la butaca del cine, despojados de toda desconfianza, y con los ojos abiertos para atrapar alguna inesperada sorpresa. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿asombra el modelo 2014 de RoboCop? Muy poco, ¿aporta en algo su visión? Sí, para agigantar el genio de Paul Verhoeven. A su favor hay que concederle que es una mejor remake que El Vengador del Futuro, aunque tampoco había que esforzarse demasiado. Al menos por las venas de este film corre un poco más de sangre que la que corría por el último intento de Colin Farrell en pos de interpretar a un proletario. El director de esta remake es José Padilha, vapuleado por muchos críticos ante su controversial Tropa de Elite, que incluía el lema cinematográfico del "hay que matar a todos". RoboCop, como en su versión original, se desarrolla en Detroit, una ciudad históricamente abrumada por la tasa criminalística, por lo cual se entiende la decisión de los productores de elegir a Padilha. Aunque en un momento de la película se hace una breve comparación entre Río y Detroit, el territorio nunca parece amenazante; por el contrario, es una ciudad absolutamente opuesta a la creada por Verhoeven. Por lo tanto, la aparición de RoboCop -como sujeto para implementar la ley- nunca se encuentra justificada desde la puesta en escena, lo que debería llamar a replantear también la necesidad de un mejor villano -uno que desate un verdadero caos, no un mafioso colorado como Ed Sheeran- en caso de una secuela.
Harder, better, faster stronger Con una inteligencia poco frecuente en las superproducciones de esta magnitud, José Padilha (Tropa de Élite, 2007) revive al policía robot y lo sumerge en la coyuntura política actual. En medio de la ola de superproducciones y remakes que viene asolando a la industria cinematográfica estadounidense, no era difícil imaginar lo probable que era la aparición de una nueva versión del policía robot. Pero si además de esto pensamos en la discusión actual sobre el uso de drones, o en el fenómeno retro (¿Hay algo más ochentoso que Robocop limpiando las calles de Detroit mientras suenan los sintetizadores?) esta nueva versión de Robocop (1987) se hace directamente inevitable. La versión de Padilha es política desde el minuto cero: empieza con Pat Novak (Samuel L. Jackson desbocado) un conductor televisivo derechoso, mostrando las bondades de la utilización de robots en la cruzada militar yanqui en Teherán. “¿Por qué se nos impide utilizar esto en Estados Unidos?”, se pregunta, indignado. De un lado están él y la empresa de robots OmniCorp intentando que el uso de robots se apruebe para la seguridad interna. Pero del otro lado, el Congreso estadounidense se niega a dar el brazo a torcer. Raymond Sellars (Michael Keaton), el CEO de la compañía, entiende que para que el pueblo americano adopte a sus criaturas debe humanizarlas, lograr que trasciendan su condición de máquinas. La respuesta llegará de la mano de Alex Murphy (Joel Kinnaman), o más bien de lo que quede de él luego de que unos mafiosos hagan explotar su auto: su caso es perfecto para fusionarlo con la máquina, es la persona ideal para convertirse en el Frankenstein de garita que el pueblo americano tanto ansía. A diferencia de Verhoeven, director de la original, Padilha elige mostrar la metamorfosis de Murphy. Lo vemos intentar escapar de los cuarteles de OmniCorp en China, lo vemos en una charla vía Skype con su esposa, y, en una escena que es a la vez delirante y emocionante, lo vemos sin sus partes robóticas, sólo pulmón y cabeza. El Robocop (2014) de Padilha es más humano por dos razones: la primera es por la dimensión familiar de Murphy, que la original apenas retrataba. Murphy se emociona, sufre, va de la máquina fría al héroe sacrificado, cosa que en la original no sucedía. La segunda razón es la dimensión biológica que Padilha muestra: antidepresivos, nutrientes, dopamina, la farmacología aparece como el puente que une al hombre y la máquina. “No es un hombre que se cree máquina, sino que es una máquina que se cree que es un hombre”, afirma, eufórico, Sellars. A fuerza de inteligencia, autoconciencia y rudeza, Padilha transforma lo que podría haber sido un fracaso burdo en el Blockbuster sci fi del año. Su Robocop habla del poder de los medios sobre la opinión pública, de la auto determinación, de la política exterior estadounidense. Sin embargo, ¿era necesario el cambio del outfit?
Regreso con gloria Es bastante fácil darle duro y parejo a la Robocop de 1987: que es fascista, que endiosa a las fuerzas policiales, que se vanagloria en la idea de un Estado abusivamente controlador. Lo cierto es que el hombre robotizado es, junto con ese asesino de cualquier adolescente dispuesto a desviarse del camino del Bien que era Jason Voorhees, un reflejo fidedigno del barómetro político y social de la era reaganiana, construido sin jamás perder el humor y la autoconciencia de lo exhibido en pantalla. Basta recordar las publicidades apócrifas de juguetes y programas televisivos para comprobarlo. Para esto último debe tenerse en cuenta que detrás del asunto estaba Paul Verhoeven, un realizador que con los años cosecharía un CV pródigo en películas tan políticamente polémicas como satíricas en su núcleo duro. Por eso es que los temores ante la elección de José Padilha para llevar adelante la remake eran lógicos. Al fin y al cabo, el brasileño alcanzó el reconocimiento internacional con la para muchos apologética Tropa de Elite, antecedente seguramente tenido en cuenta por los productores y que servía la mesa para una película que malinterpretara la original quedándose solamente con su pátina policial. Pero, para sorpresas de varios, Robocop '14 es una muy buena película con un mérito del que pocas pueden vanagloriarse -entre ellas, su sucesora- que es el de aprehender el zeitgeist de la sociedad que la concibe. Es, entonces, una actualización antes que una remake o reboot. Ambientada en un futuro no muy lejano pero nunca del todo precisado (la sinopsis oficial habla de 2029), el film comienza con un noticiero situando las coordenadas del relato: Estados Unidos está en Teherán salvaguardando, cuándo no, los intereses del "mundo libre" y la tecnología robótica es, a diferencia de la versión del '87, una realidad, con los ED-209, los mismos que antes apenas estaban en vías de desarrollo, aniquilando toda potencial amenaza. "¿Por qué no podemos usar esto en Estados Unidos?", se pregunta el periodista ultra fascista encarnado por un Samuel Jackson impagable ante la creciente criminalidad. La respuesta es la vigencia de una ley que impide la puesta en servicio de robots en las fuerzas policiales. Esto más allá del poderosísimo lobby ejercido por Omnicorp, en particular por su CEO Raymond Sellars (Michael Keaton), quien está seguro que las máquinas no son aceptadas por la sociedad por la imposibilidad de empatizar con ellas. La solución pasa, según él, por humanizar a los robots. O, aún mejor, hacer un robot sobre la base de un humano. Que todo esto ocurra en la primera media hora del film se debe a que el foco inicial aquí apunta directamente al mundo empresarial/corporativo/medicinal antes que al policiaco. Tanto que recién en este momento entra en juego Alex Murphy (Joel Kinnaman). Policía de vocación inoxidable y devoto padre y esposo (la familia tiene un rol preponderante), es herido ya no por un grupo de ladrones sino por un coche bomba en la puerta de su casa como consecuencia de asomar demasiado la nariz en el negocio de la droga de Detroit. El ochenta por ciento de su cuerpo quemado, miembros amputados y la certeza de una recuperación poco venturosa lo configuran como el conejillo de indias ideal para el proyecto, siempre y cuando su esposa (la bonita Abbie Cornish, de Sucker Punch) dé el visto bueno. Porque otra diferencia radical entre ambos films –y uno de los aspectos más interesantes de éste- será la presencia de debates morales en torno a la concepción de la criatura metalizada: si en la versión de Verhoeven se apostaba directamente por hacer de la ella una auténtica máquina sin capacidad para recordar su vida previa, aquí Murphy es consciente de su condición y de su pasado. En ese sentido, una de las escenas más memorables es aquélla en la que le muestran qué quedó de su cuerpo "original". Esa conciencia terminará afectando el quehacer cotidiano del oficio, obligando a la gente de Omnicorp (en particular al médico encarnado por el siempre eficaz Gary Oldman) a reducirle progresivamente su nivel de humanidad para no perder eficacia. Fábula hipertecnologizada con referencias visuales futuristas post-Minority Report, y con un protagonista portador de una agilidad digna de cualquier superhéroe de Marvel, Robocop no es una película aún mejor porque al final desacelera su ritmo cediendo terreno a la historia de venganza de Murphy y la lucha de la esposa por no poder totalmente a su hombre, reduciendo la potencia crítica y reflexiva de una película que hasta ese momento había amalgamado entretenimiento y reflexión como pocas superproducciones en los últimos años. Esto no quita que el resultado esté por sobre cualquier expectativa agorera. José Padilha, para sorpresa de muchos, no sólo estuvo a la altura de las circunstancias, sino también por encima.
Buena remake pero menos violenta La primera pregunta que surge cuando uno termina de ver esta nueva versión del film que Paul Verhoeven filmó en 1987 con el protagónico de Peter Weller, es si tiene grandes diferencias con respecto a la original. Y sí, las tiene. En principio el rol de su compañera (Nancy Allen) ahora lo ocupa un hombre. Robocop modelo 2014 está dirigida por el brasilero José Padilha (Tropa de Élíte) y resulta más política, menos violenta y cuestiona la necesidad de colocar policías robots en las calles para enfrentar el crimen. El ejército estadounidense usa las creaciones de OmniCorp en los combates en Medio Oriente y un presentador de televisión (Samuel L. Jackson) hace un verdadero show mediático en Los Estados Unidos en favor de la empresa en cuestión. El film, ambientado en Detroit del año 2028, muestra al policía Alex Murphy (el sueco Joel Kinnaman, conocido por la serie The Killing) en pleno centro de la acción e investigando un caso peligroso de corrupción y traiciones cuando es herido de gravedad después de una explosión. OmniCorp, en manos de Raymond Sellars (papel a cargo del reaparecido Michael Keaton) encarga al científico Dennett Norton (Gary Oldman) la fabricación de un policía con la precisión de un robot y las emociones de un ser humano. Con escenas de acción logradas y construídas a modo de "videojuegos", imágenes virtuales que van cobrando forma y acompañan la transformación del personaje central, el film se enfoca en los enfrentamientos políticos que traen las negociaciones (¿cómo puede una máquina sentir lo que tiene que hacer en situaciones extremas?) y en la nueva "vida" de Alex que también altera la relación con su esposa (Abbie Cornish) y su pequeño hijo. El nuevo Robocop, que reaparece con armadura negra, despierta con sus emociones intactas pero encerrado en un cuerpo de hierro en el que se siente asfixiado. Y esto sirve nuevamente para disparar el eterno tema del científico y de su monstruosa creación, y de los límites de la tecnología.
Alex Murphy es un policía incorruptible y con un profundo sentido de la responsabilidad, tanto en su trabajo como en el cuidado y afecto que le prodiga a su familia, aunque la ciudad de Detroit no sea un sitio demasiado tranquilo merced a la delincuencia que azota sus calles. Es por eso que Raymond Sellars, el CEO de una empresa llamada Omnicorp, intenta incluir a sus robots al servicio de la prevención del delito, pero tiene la resistencia del Senado norteamericano y de la mayoría de la ciudadanía. Cuando, por investigar el turbio mundo de las drogas, Alex Murphy resulte seriamente herido sobrevendrá lo inevitable: su única opción para seguir viviendo será combinar una extraña mezcla de humano y robot, y -no casualmente- servir de prototipo al plan que tiene la empresa Omnicorp para poder introducir sus desarrollos tecnológicos en la seguridad interior. Pero apenas implementado el "prototipo" desarrollado en China, se presentará la cruel disyuntiva de cómo evitar que su parte humana interfiera en la eficacia del proyecto que lo convirtió también en robot. Sin tratar aquí los elementos de un relato bastante conocido como la versión original que realizó Paul Verhoeven, es deber indicar que el director José Padilha ( Tropa de elite ), concretó una remake que no sólo resulta una traslación ingeniosa de esa atmósfera inicial sino una actualización que comprende muchas angustias de la sociedad contemporánea (delincuencia, drogas, terrorismo), entremezcladas con aquellas de la celebrada y apologética distopía de los 80 que anticipaba una realidad, proyectada del presente, infinitamente peor. Por otra parte, diferenciando el ideal entre ciencia y tecnología, traspasa lo cibernético de aquella Robocop para consustanciarse con los confines de la bioética en la preservación del cuerpo y en un hipotético rol de la inteligencia artificial. Por eso esta versión es más reflexiva pero convencional y menos revulsiva e intensa que la original, si bien presenta algunas logradas escenas de acción y cuidados rubros técnicos. Siempre se destaca, en estos relatos que bordean lo cyberpunk, la crítica abierta y frontal a la corrupción policial, a la connivencia entre quienes detentan el poder político y el empresarial, al marketing que moldea la opinión ciudadana y, particularmente en esta historia, a la utilización de drones por parte del ejercito. Todo, lógicamente y para no asustarse, en un universo futuro de fantasía que, aunque hacia el final va perdiendo consistencia, supera lo esperado para esta nueva versión de un film que marcó una época. Joel Kinnaman sale indemne de su personaje central y lo acompañan con acierto Michael Keaton como el villano empresario; Samuel L. Jackson como un reaccionario presentador televisivo y, en menor medida, Abbie Cornish, como la sufrida mujer del reciclado policía. Pero el deleite es la composición de Gary Oldman como el ambiguo doctor Norton, que duda permanentemente entre la ética médica, la fama mediática y el respaldo empresarial.
El brasileño JOSE PADILHA, le da nueva vida a una cinta de culto. Sin el espíritu clase b de la original, pero muy lograda en su estética y puesta en escena, esta versión remozada está destinada a las nuevas generaciones de espectadores que se enfrentan por primera vez con este mítico personaje de la ciencia ficción moderna. Para los fanáticos de la original, esta versión puede resultar demasiado industrial y sin el aire subversivo de aquella, pero nadie podrá negar que a la hora de entretener a la audiencia, cumple con creces.
Más que robots, hacen falta héroes La versión del director carioca conserva el carácter satírico que tenía la original de Paul Verhoeven. Y también como en la película de 1987, el poder de la corporación que inventó al robot policía es mucho más grande y temible que el de cualquier hampón. Curiosa carrera la del carioca José Padilha (1967). Debutó con uno de los documentales más conmocionantes en mucho tiempo, Omnibus 174 (2002), donde practicaba una crónica visceral de cómo la policía llega a ejecutar a un chico de la favela. De ahí pegó un salto mortal del otro lado de la cerca, para narrar la formación de un bien intencionado miembro de la policía especial de Río, desde su punto de vista, en Tropa de elite (2007) y Tropa de elite 2 (2010). Ahora cierra ese círculo dando otro salto gigante. O varios. Como consecuencia de la repercusión internacional de la primera Tropa de elite, Padilha accede a Hollywood, filmando, en inglés y con actores anglohablantes (algunos, de primerísima línea), una película clase A. ¿Qué película? La remake de RoboCop, claro. Hollywood piensa de esta manera: si este tipo filmó con pulso firme una historia de policías, démosle a él otra de policías, pero de mayor tamaño. La película y los policías. Un detalle no menor es que tanto la original (Paul Verhoeven, 1987) como ésta son películas dirigidas por extranjeros. Como sucedió en su momento con Ernst Lubitsch, Fritz Lang, Alfred Hitchcock o Billy Wilder, en ambas RoboCop el origen foráneo de sus hacedores les permite observar a la sociedad estadounidense desde una mirada algo corrida, entre extrañada y sarcástica. La de este futuro indeterminado, pero nunca muy lejano, es una sociedad en la que Raymond Sellars, presidente de una megacorporación (Michel Keaton, inmejorable), hace lobby para convertir su línea de robots policías en demanda social. Pero el Parlamento, dominado por esos puercos liberales, no quiere saber nada y el proyecto de ley, que tiene como principal ariete a un tal Pat Novak, imperdible conductor facho de televisión (Samuel P. Jackson, una “gozada”, como dirían los españoles), no logra alcanzar la mayoría necesaria. Ningún bobo, casi un estudioso cultural, Sellars comprende que el público estadounidense no va a comprar un robot, sino un héroe. Y un héroe tiene que ser humano: hay que meter a un tipo adentro de un robot. Es allí donde tras el ataque de un hampón, el agente Alex Murphy (el sueco Joel Kinnaman, cuyo verdadero nombre es Charles Nordström) queda reducido a un rostro, un par de pulmones, un corazón y parte de un brazo. Eureka: el doctor Norton (Gary Oldman, cuanto menos loco mejor) se ocupará de rellenar lo que falta con prótesis y chirriantes piezas de metal, haciendo unos ajustes en los chips cerebrales para anularle las emociones, que le impiden ser el policía perfecto. Ahí sí, el primer RoboCop sale de fábrica listo para masacrar malvivientes, sin que le tiemble una sola neurona. La situación es básicamente la misma que la de la RoboCop original. Como allí, el poder de Omnicorp es mucho más grande y temible que el de cualquier hampón. Incluso el que atenta contra Murphy, que no es ningún nene de pecho. Lo otro que la versión Padilha mantiene de la de Verhoeven es el carácter satírico, depositado sobre todo en el payasesco Pat Novak, cada una de cuyas intervenciones funciona casi como separador cómico, levantando un interés que en la segunda mitad tiende a amesetarse. Las diferencias fundamentales entre ambas versiones son dos, y ambas ayudan a que Murphy esté menos solo que en la original (lo cual hace de ésta una versión menos desesperada). Murphy cuenta con dos aliados, ambos de ley: el doctor Norton, que trabaja a disgusto a las órdenes de Sellars, y su esposa (la australiana Abbie Cornish), que tiene aquí un peso fundamental en la trama. Es ella (¡macha!) la que pone el cuerpo ante la megacorporación en pleno, cuando percibe que algo raro está pasando, y es gracias a ella que Sellars y sus ayudantes muestran su verdadera cara. Que no es linda. Otros que ayudan a mantener el interés son Jay Baruchel, secundario de la nueva comedia estadounidense, cuyo “soy un ejecutivo de marketing” recuerda al “no peguen, soy Giordano”; el pequeño Jackie Earle Haley, que a la hora de los malos es de los mejores, y el propio Kinnaman, a quien, por suerte, el músculo no le anula la expresión.
Entre la violencia y la ética La película está bien hecha, cuenta con correctas actuaciones, entre las que se destacan Gary Oldman, como Dennett Norton, el científico y Samuel Jackson, el presentador de las noticias. El problema es que la historia no exhibe tanta acción como puede pedir el amante del otro "Robocop". A fines de la década de 1980, "Robocop" tenía un señor director, venido de los Países Bajos, Paul Verhoeven, que llamaba la atención por un estilo que reunía violencia y erotismo. Su trabajo posterior, "Bajos instintos", que consagrara a Sharon Stone y Michael Douglas, reiteró esos sesgos. El tiempo pasó y por supuesto, todo éxito tiene un destino inevitable, el reciclado. Esta vez se eligió a un director más joven, especialista en violencia, claro que una violencia quizás más blanca que la de Verhoeven. Se trata de Jose Padilha, el de "Tropa de élite". Esta vez "Robocop" tiene varios momentos en que los medios se ocupan de él. Parece que los medios de comunicación en el futuro inmediato, van a tener más importancia que ahora y también, por lo que vemos, la sociedad acrecentará la violencia. Por eso, como se dan cuenta que los robots cuidan como pueden el mundo exterior y no son demasiado bien recibidos por los hombres, deciden crear uno que tenga algo de humano, o mejor incorporar un humano a lo robótico y que oficie de cuidador de la seguridad. UN HOMBRE-MAQUINA El hecho recae en un policía que pierde parte de su cuerpo en un atentado, Alex Murphy (Joel Kinnaman). El injerto hombre-máquina lo hace un Frankestein de la primera hora, el doctor Dennett Norton (Gary Oldman), que tiene un montón de dudas morales sobre el experimento, como si hay que esperar más tiempo para perfeccionarlo, o se pregunta si la familia no lo perdería cuando fallen sus implantes en la memoria y otros problemas similares. Pero, sobre todos ellos, pesa Omnicorp, la compañía que los maneja y que no tiene tiempo para sentimientos. Robocop es creado y su familia comienza a comprender que los sentimientos, para las necesidades de determinadas corporaciones, no son imprescindibles. VISION MEDIATICA La película está bien hecha, cuenta con correctas actuaciones, entre las que se destacan Gary Oldman, como Dennett Norton, el científico y Samuel Jackson, el presentador de las noticias. El problema es que la historia no exhibe tanta acción como puede pedir el amante del otro "Robocop", porque en este caso se le da más importancia a la visión mediática, al dilema ético y a alguna filosofía de bolsillo. Este Robocop torturado, acosado por las multinacionales, extrañado por la familia, odiado por el Departamento de Policía, al que descubre corrupto, se mueve en un espacio problemático, pero no exento de atractivos. Veremos el próximo Robocop hacia qué lado apunta.
El gol de la remake La nueva versión del filme de Paul Verhoeven realzó el aspecto humano del cyborg, ahora negro, en su lucha contra el crimen. La mayoría de las remakes 2013 dejaron sabor a poco en el paladar del espectador. El terror y la acción fueron vívidos ejemplo de ello. Por ende, las esperanzas puestas en RoboCop no eran muchas. Al retrotraerse hacia el cyborg policial de Paul Verhoeven (1987) y avanzar en el tiempo, vimos cómo las secuelas del filme (1990 y 1993) oxidó al héroe de acero. Por ende, se acertó en sacarle lustre a la primera versión, a la génesis del agente de Detroit, Alex Murphy. El director brasileño José Padilha puso en marcha con Tropa de Elite su implacable mirada hacia la política conjugada con los grupos armados. Y en RoboCop no le tembló el pulso, por más encorsetado que estuvo frente al guión. El realizador carioca dio muestra de cómo entrelazar la tensión fílmica entre un gobierno de turno, la voracidad empresarial -la inefable OmniCorp encabezada por Raymond Sellars, a cargo de un gesticulador Michael Keaton- y la difusión, de la mano de Samuel Jackson, con el ampuloso mesías televisivo Pat Novak. Todo esto, encadenado con los últimos adelantos científicos de la robótica. Difícil. Queda claro que el actor Joel Kinnaman no tiene el carisma de Peter Weller, pero da en el blanco con el foco del filme: el emotivo componente humano que nutre (¿y domina?) a la máquina. La lucha de sentimientos endulza las armas de última generación. No por nada este Murphy conserva una mano humana y otra artificial, a diferencia del original con extremidades de acero. Sus pensamientos post atentado (una detonación vehicular) lo vinculan con su fibra sensible. Puede soñar con una canción de Frank Sinatra, llorar por los suyos y, a su vez, procesar una inigualable base de datos de criminales. Calor y frío. La anatomía del justiciero también genera empatía: gran decisión la de “descarcasar” al héroe, dejando ver, por momentos, sus pulmones, corazón, cara y cerebro, que parece flotar dentro de una estructura última generación. Más allá de lo orgánico, RoboCop es una película panfletaria donde las leyes por estar a favor o en contra de la robotización de las fuerzas policiales pendulan los ánimos de la opinión pública. Las traiciones y connivencia empresarial-gobierno serán más de lo mismo, no se verá sangre y la construcción del relato se nutre en la relación creador-máquina con el doctor Norton (Gary Oldman, lo mejor) y su Frankenstein anti-delito. Ventaja para la remake.
Entretiene, pero le gana el primer Robocop No es que esta nueva "Robocop" sea una mala película. El problema es que no le llega a los talones al flm de 1987 que dirigió Paul Verhoeven. Jose Padilha, el director de las dos "Tropas de elite", tuvo un muy buen elenco a su disposición, un enorme presupuesto y los mejores efectos especiales, pero cuestiones de base y de concepto impiden que esta nueva película borre el recuerdo del "Robocop" original. Para empezar, la de Verhoeven fue una de las que marcó el gore de fines de los 80, ya que era una de las primeras películas de estudio que se permitían imágenes sangrientas de un nivel pocas veces visto, y sobre todo aplicadas a un estilo de futurismo sarcástico de unas características inéditas. Nadie se quejará de que a este nuevo "Robocop" le falte acción, porque lo cierto es que las balaceras son impactantes. Sólo que es curioso que alguien filme una película con semejante cantidad e intensidad de tiroteos sin aportar casi ni una gota de sangre. Por otro lado el guión se enfoca demasiado en la transformación del policía Alex Murphy (Joel Kinnaman) en el metalizado Robocop, al que ahora por cuestiones de marketing el empresario de la industria robótica de seguridad Michael Keaton le aporta un traje negro más fachero. Otro detalle que no mejora las cosas es la insistencia en que Robocop pueda mantener a su esposa y su hijo, que en el original le eran arrancados de cuajo enfatizando que prácticamente era un muerto en vida. Aquí todo pasa por la famila, y en realidad Robocop no es un personaje que uno podría considerar como muy familiero. El humor negro ahora es mucho más leve, y la sátira corrosiva en realidad está casi exclusivamente a cargo de un personaje aislado del resto de la acción: el periodista encarnado por Samuel L. Jackson que tiene un programa de TV dedicado a hacer lobby a favor de la robótica de seguridad. El personaje es interesante, pero aparece demasiado a lo largo de todo el film interrumpiendo las escenas más intensas, y finalmente no interactuando con la trama principal. El que casi se roba la película es el talentoso Gary Oldman como el científico que crea a Robocop a partir de los restos del policia Alex Murphy. Oldman es un gran actor y sabe darle la medida exacta a un personaje que en otras manos hubiera sido un mero émulo del Dr Frankenstein, y por suerte el director le da el lugar que merece en la película. Por otro lado hay que reconocer que Padilha filma muy bien y logra imágenes impactantes a lo largo de toda la película. Y sobre todo, tiene un gran sentido del humor a la hora de musicalizar, con un formidable uso de canciones para cambiar totalmente los climas, por ejemplo, la inclusión de la canción del hombre de hojalata de "El mago de Oz" y, en especial, en uno de los momentos más logrados de este "Robocop", un tiroteo con fondo rockero de "Hocus Pocus", el mayor hit del grupo holandés progresivo.
Para servir Negocios son negocios y una de las industrias que mayores ingresos da a los EE.UU. debe seguir produciendo a como de lugar. El cine es uno de los principales productos de exportación de los asustados unidos de Norteamérica, y si a los creativos de Hollywood no se les ocurre nada productivo hay que echar mano a lo que ya fue hecho. Estamos ante otro remake, esta vez del filme que el holandés Paul Verhoeven presentó en 1987 con el título de "Robocop". Aquella era una pieza áspera dedicada a exponer lo siniestro que sería un estado que deja en manos de corporaciones privadas nada menos que la seguridad de sus ciudadanos. La excusa era una bien conocida por estos lares, como el estado es corrupto e incapaz de administrarse eficientemente, entonces dejemos que una empresa privada se haga cargo, como si la corrupción y la ineficacia no estuvieran presentes en el ámbito privado. En esta nueva versión, con el mismo título, aquella discusión entre lo estatal y lo privado ya está zanjada, directamente no existe. La empresa Omni Corp ha impuesto su sistema de vigilancia y seguridad robotizada al resto del planeta, como en Medio Oriente, donde inicia esta historia. Drones que aseguran la tranquilidad para el imperio se despliegan por la zona, pero no en los EE.UU. donde una ley se lo impide. ¿Por qué es una empresa privada? No. Porque los drones no tienen capacidad para sentir como un humano. Por ese detalle es que el país del norte no inunda sus calles con policías robots administrados por un codicioso e inescrupuloso empresario. Y ya sabemos cual es la solución, la que da sentido a esta historia. Todo lo que el filme original tenía de irónico y mordaz, este lo pierde en el camino entre tanto trazo grueso impuesto por el personaje de Samuel L. Jackson, un periodista que por fuera de la trama principal sirve de "voz" de un establishment reaccionario y derechoso. No ayuda la subtrama ética-emocional que intenta proponerse desde el guión, ni mucho menos el flojo planteo que sobre la lucha entre el hombre y la tecnología muestra el filme. Lo realmente destacable es la dirección de José Padilha en las escenas de acción, algo que en "Tropa de Élite" dejó claro que sabe cómo manejarlas. Por lo demás, el brasileño hace lo que puede con un guión lleno de baches y por demás mediocre. El protagonista Joel Kinnaman se cree su rol y lo desempeña eficazmente, a pesar de un traje digitalmente artificioso. Gary Oldman cumple, como siempre; mientras Michael Keaton no alcanza a ser "el" villano pero en cambio ofrece una composición natural y creíble.
Había despertado mucha expectativa el debut de José Padhilla en las grandes ligas. El director brasileño consagrado internacionalmente por su “Tropa de Elite” fue el elegido de la industria para rescatar del olvido a un personaje que había impactado fuerte en aquel lejano 1987: un vigilante humano y robot a la vez, “Robocop”. Es cierto, aquel hit ochentoso había sido dirigido por el gran Paul Verhoeven y si bien abrazaba el espíritu clase B, logró posicionarse como un clásico de culto en el género de acción, forzando secuela y tercera parte. El argumento, simple y esquemático, era el de un avance científico capaz de unir la mente y las emociones de un policía, con la ferocidad de una máquina para la lucha urbana contra el delito. Esa dicotomía, corazón o metal, es la que dominaba la escena y funcionaba realmente bien en su tiempo. Hoy, en 2014, la apuesta es respetar el espíritu de la historia, aggiornado a los tiempos que corren. Padhilla no corre riesgos, gira sobre el eje histórico y lo potencia con los discursos de crítica al tema de la seguridad de los ciudadanos “americanos”, buscando lo agudo en el planteo desde lo ideológico, sin dedicar mucha energía a reinventar lo argumental. La historia ya saben es muy parecida a la original, estamos en Detroit, tenemos a un policía que sufre un atentado, Alex Murphy (Joel Kinnaman) y termina en grave condición (quemaduras, mutilaciones). En ese estado, es ofrecido por su esposa, Clara (Abbie Cornish) para un experimento con Omnicorp, en su afán de reestablecerse de sus severas heridas en el cuerpo. Dicho holding se dedica a la seguridad con robots que protegen a los soldados del gran país del Norte en sus luchas en territorio exterior (ya saben, Irán, Afganistán, etc). Su CEO, Raymond Sellars (Michael Keaton) quiere que se les permita operar en territorio americano, pero hay una ley que lo impide. El está buscando un perfil determinado para superar esta barrera y tal vez Murphy sea lo que necesita… Claro, el hombre tiene influencias. Posee amigos poderosos que hacen lobby. Pat Novak (Samuel L. Jackson), un periodista televisivo convocante, juega aquí también un rol importante: ante los medios, apoya el planteo del privado, Estados Unidos necesita otro tipo de policía para enfrentar el crimen y la idea que trae, es que Omnicorp parece ser la solución. Por qué están no se permite su uso para combatir el delito? Los robots no tienen conciencia sobre lo que hacen. Ejecutan órdenes. Su juicio no tiene en cuenta todas las variables y no son confiables. Ahí está la falla. Pero Dennet Norton (Gary Oldman), un brillante científico de la empresa en cuestión, prueba la unión policía (lo que queda de Murphy) con un avanzado diseño de droid urbano para combate y Sellars comienza a vislumbrar la posibilidad del negocio: si la opinión pública “compra” a Robocop, podrá venderle a América todo lo que desee en cuanto la legislación se modifique (el Senado debe tratarla). Sin el testeo correspondiente, se le animan al proyecto y ponen a Murphy en la calle con su flamante moto y en traje negro. Claro, el hombre causa sensación. El tema es cómo funciona química y emocionalmente en su regreso a la actividad policíaca. “Robocop” plantea algunas cuestiones a atender, las razones esgrimidas para proteger al pueblo estadounidense del delito, el poder de los medios para torcer la opinión pública y el debate que subyace en toda sociedad científica privada: los avances tecnológicos, son siempre para ganar dinero y no para mejorar la vida de la gente?. El cast aplica a una receta clásica: pocas emociones y palabras, mucho lenguaje corporal. En ese sentido, sobresalen los que más problematizan la cuestión, Keaton y Oldman, quienes hacen planteos serios sobre manipulación en cada campo que transitan. Kinnaman se calza el traje y no mucho más y la emoción, si es que la hay, está en el rostro de Cornish. No hay puntos altos (incluso Jackson no logra convencernos de su histrionismo interesado) pero tampoco bajos. La historia es violenta, rápida (su metraje vuela) pero contenida y no tan furiosa como pretenderíamos. Creo que es una visión demasiado “respetuosa” y eso le resta puntos en la calificación final. Si les gustó la saga antes, es probable que los deje satisfechos. Si esperaban una recarga argumental, se quedarán con ganas de más.
Excelente remake de un film de culto Cuando se hacen remakes de títulos que tuvieron mucho éxito es difícil no comparar. Es difícil, a su vez, no ver si es una remake para salir del paso o si le han encontrado algo más para mostrar que en la primera. La violencia de la primera seguramente no iba a ser superada por esta. Los efectos podrían ser mejores dados los adelantos tecnológicos que ocurrieron desde que se estreno en 1987 el film dirigido por Paul Verhoeven. El tema a seguir en este caso era la historia. La historia vuelve a ser la del agente Alex Murphy, un honesto agente que se está acercando a un narcotraficante que posee una red de corrupción que llega hasta la policía misma. Por todo esto es víctima de un atentado. Por otro lado una empresa quiere robotizar (y de paso controlar) la policía de Detroit y convierte a Alex en un robot humano. A partir de allí comienzan a verse algunas de las diferencias entre las dos versiones del film. Esta vez el guionista, basado en los personajes de la primera pone el foco en lo político y, por sobretodo, en el poder de los medios, pero también los pone sobre un punto que quizás en la primera no estaba tan de relieve : la mujer y el hijo de Alex Murphy. Aunque en la primera versión Alex variaba su conducta por amor a su familia, aquí se muestra mucho más la repercusión que tuvo en su esposa e hijo todo lo ocurrido. También en el personaje del creador de robocop que lo hace con un bien altruista y la desesperación cuando todo va cambiando. Estos puntos le dan a la historia un toque diferente y realmente valiosos ´para que “Robocop” sea una película nueva. Joel kinnaman realiza un muy buen trabajo, sobre todo pensando que toda sus actuación se basa en su rostro. Samuel Jackson como el periodista a favor de la robotización junto a Michael Keaton como el dueño de la industria que los fabricara, le ponen el sarcasmo y la oscuridad que el film merecía. Gary Oldman, como el Dr. Norton, creador de Robocop, es, como siempre, formidable. “Robocop” es mucho más que una remake. Es un gran film de ciencia ficción con mucha acción y de política para ver con tanto entusiasmo como se vio el film donde estaba basado.
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RoboCop fue una de las películas de acción más polémicas y subversivas de los años ´80. El mal karma del director Paul Verhoeven por haber filmado Showgirls se vuelve a manifestar luego de la remake de El vengador del futuro y esta semana se estrena el relanzamiento de este ícono del cine pochoclero. La película del director brasileño José Padilha (Tropa de elite) presenta una versión mucho más light y aséptica en materia de acción destinada a que el público de 14 años pueda verla y pague la entrada al cine. En la intención de hacer algo diferente con este gran personaje la remake dejó afuera todos aquellos elementos que hicieron memorable a RoboCop. La ciudad decandente y ultra violenta de Detroit (ahora parece Suiza), los villanos sádicos e inescrupulosos, el futuro distópico, las grandes secuencias de acción y el humor irónico. Lo más llamativo e impactante de esta producción es que tiene menos acción que todas las entregas previas. Si sos cinéfilo seguro recordás aquella fabulosa escena en la que Muprhy le disparaba a un críminal en los tésticulos para evitar que violara a una mujer. Momento clásico del film de 1987. Lamentablemente en la remake no hay ninguna escena de acción que quede en la memoria luego de ver esta película. Los tiroteos que filmó Padhila son bastantes monótonos y nunca llega a presentar una secuencia espectacular donde el personaje logre destacarse a lo grande. A esto se le suma que a RoboCop le sale todo demasiado bien en esas situaciones y tampoco se enfrenta con algún villano notable como fue el pandillero, Clarence Boddiker, en el film original. Tal vez, esa es la mayor debilidad argumental que presenta esta versión. Algo que estuvo bien trabajado es toda la subtrama de la relación de Murphy con su familia que no se exploró demasiado en el flm de Verhoeven. El incoveniente que tiene la remake es que gran parte del relato al director se le va en el interminable origen del robot y su posterior entrenamiento. Se supone que es RoboCop no Rocky Balboa, para qué tanta preparación es algo que no terminé de entender. Prefiero dejar pasar el nuevo look que usa Murphy durante gran parte del film que lo hace ver como un Power Ranger. Lo mejor de la remake de RoboCop se centra en los fabulosos trabajos de Gary Oldman y Michael Keaton que la rompen en roles secundarios. Sobre todo las escenas que tienen juntos son geniales y representan el principal atractivo de este estreno. Ellos dos salvaron esta película. Joel Kinnaman (de la serie The Killing) no es un tipo carismático y no resultó la mejor opción para este RoboCop más humano que seguramente quedará en el olvido. Lo mismo ocurre con Samuel Jackson, encargado de brindar la sátira forzada en el argumento con escenas que no aportan nada al conflicto. La verdad que esta remake innecesaria no termina de convencer. Si bien no es una película mala del nivel de La leyenda de Hércules tampoco salís del cine entusiasmado como para esperar la secuela.
RoboCop regresa a la pantalla grande en esta muy buena remake del clásico de acción y ciencia ficción del año 1987, dirigido por Paul Verhoeven, cuyo éxito dio pie para la realización de dos secuelas (las de 1990 y 1993), una serie de televisión (cancelada tras su primera temporada), dos series animadas y una miniserie de cuatro episodios. Robocop El actor sueco Joel Kinnaman (conocido por su trabajo en la serie “The Killing” y el film “La Última Noche de la Humanidad”, entre otros trabajos) es quien encarna al mítico personaje creado por Edward Neumeier y Michael Miner y que fue interpretado por Peter Weller en las dos primeras entregas de la trilogía original. Esta nueva versión dirigida por el brasileño José Padilha (“Tropa de Elite”) transcurre en el año 2028 en una época en la que la Corporación Multinacional OmniCorp es la compañía líder mundial en tecnología robótica, ya que sus máquinas/drones “promueven la paz” (para no decir que ganan guerras) en cada una de las operaciones militares que Norteamérica ejecuta en los países más conflictivos del mundo (uno de ellos es Teherán). Pero existe un problema de origen político. Esta tecnología se aplica en todo el mundo menos en los Estados Unidos, país que según el irónico conductor televisivo Pat Novak (un genial Samuel L. Jackson, como siempre) es muy “robofóbico” ante la negativa que existe por parte del gobierno (y por un senador en particular) a utilizar estas maquinas para promover la seguridad interna. Mientras se busca la aprobación del Congreso, el Presidente de OmniCorp, Raymond Cellar (interpretado por Michael Keaton) entiende que para que la sociedad y los políticos abran su cabeza, los robots deben tener un componente humano. La oportunidad de oro para vender su “producto” y así cosechar miles de millones de dólares, se da cuando el detective Alex Murphy, quien se encuentra realizando su mejor esfuerzo para abatir la ola de crimen y corrupción en la ciudad de Detroit, es víctima de un atentado mafioso en la puerta de su casa. Él es perfecto para que la inescrupulosa compañía fusione el droide con lo poco -casi nada- que queda del cuerpo de este hombre. Obviamente la premisa es similar a la original, pero como toda remake se trata de aggiornar -además de la espectacular armadura- la historia y darle un nuevo enfoque, sobre todo en tiempos en los que la sociedad mundial es testigo de las grandes innovaciones tecnológicas que van surgiendo día a día, cosa que no sucedía a fines de la década del 80, cuando se estrenó un film en el que la idea de la existencia de alguien mitad hombre y mitad robot sólo podía ocurrir en un futuro muy distante. En este caso, el dilema “hombre vs. máquina” se desarrolla, a diferencia de la primera, desde un lado más humano, ya que los realizadores muestran a un Murphy que mantiene sus emociones intactas la mayoría del tiempo y es conciente del lazo que lo sigue uniendo a su esposa Clara (buena labor de la australiana Abbie Cornish) e hijo, David (John Paul Ruttan). Claro que allí reside el problema que probablemente haga fracasar el programa. Todo se da en un contexto cuya trama critica a la manipulación que ejercen las grandes empresas y los medios de comunicación, el análisis de lo que realmente es el ser humano y el papel que la tecnología debe jugar en la sociedad. En cuanto al elenco, el mismo se completa con Gary Oldman como el científico que crea a RoboCop; Aimee Garcia (“Dexter”) como su ayudante, Jae Kim; Jackie Earle Haley (“Pesadilla en la Calle Elm”) como el hombre que entrena a Murphy después de su transformación; Michael K. Williams (“Boardwalk Empire”) como el compañero de Alex; Jennifer Ehle (“Contagio”) como la abogada responsable del Área Legal de OmniCorp; Jay Baruchel (“Este es el Fin”) como el encargado de Mercadotecnia de OmniCorp y Marianne Jean-Baptiste como la Jefe de Policía de Detroit.
I fought the law and… Law won Con esta nueva RoboCop me pasó algo que hacía rato no me pasaba con una remake. Los días posteriores al visionado, pensándola y repensándola, me di cuenta que cada vez me gustaba más. La razón, en mi opinión, radica en que no pudo haber un director más propio para dirigirla que José Padilha, realizador de Tropa de Elite. Lo que hace el brasileño con el policía robot de los 80´s es trasladar aquellas ideas planteadas ya en su film del 2007 respecto a la deshumanización de la policía, los conflictos para mantener una vida familiar compatible con los riesgos de su trabajo, y sobre todo la obediencia como factor que desplaza a la reflexión en las fuerzas (policiales o militares). En Tropa de Elite, Padilha nos mostraba las presiones a las que era sometido Nacimiento, capitán del B.O.P.E y como él, al mismo tiempo, manipulaba a sus dos aspirantes favoritos para que se conviertan en sus sustitutos y poder asi liberarse de esa carga (casi maldición) que representaba su posición. Ese juego de manipulación no es otro que “la ilusión del libre albedrío” a la que es sometido el oficial Alex Murphy (en esta remake)luego de haber perdido la decisión sobre su propio cuerpo a manos de la compañía que lo robotiza. En esta nueva RoboCop, la sátira es reemplazada por un humor más subrayador, basado, sobre todo, en las apariciones de Samuel L. Jackson como presentador de ultraderecha que apoya la utilización de robots para prevenir la delincuencia en territorio estadounidense y en la actuación de Michael Keaton, más desatado que nunca. El film se las arregla para llevar la filosofía de la original a un nivel distinto de análisis. Al contextualizarlo en una sociedad de grandes corporaciones, la pregunta por el Ser, refiere al lugar que se ocupa en el engranaje social y no tanto al terreno existencial. La realización de este film, en un momento y lugar en donde se esta realmente debatiendo la utilización de drones con fines militares demandaba una toma de posición de parte del director. Padilha no esquivó esto, pero en más de una ocasión la postura crítica queda lavada por el humor ligero o algún que otro monólogo demasiado formalizado. Por este motivo, el director termina siendo más crítico en los elementos que omite que en los que resalta. Lo más refrescante de RoboCop es que no parece un mero refrito sino el resultado del trabajo de un director que entendió realmente la obra desde la cual partía. La cinta aprovecha el tema de las corporaciones multinacionales, los medios de comunicación y el marketing, para generar un diálogo interesante con los fanáticos de la versión original y justificarse abiertamente (de la mano de Michael Keaton) por los cambios realizados en referencia a la obra de 1987. De la misma manera, en los créditos finales, la canción I Fought the Law de The Clash no sólo sirve para dar un manto de pesimismo al chato final de la cinta sino además en la insistencia del estribillo que sentencia: “Combatí a la ley y la ley ganó” puede leerse una casi expresa disculpa del director por todo aquello que los fanáticos hubieran deseado ver y no está. En base a este último punto me gustaría añadir que el trabajo en la banda sonora es excelente, desde el comienzo con la canción original del film del 87, siguiendo por el segundo movimiento de El Concierto de Aranjuez, Fly Me To The Moon, If I Only Have a Hearth (como efectivisimo gag) y terminando con la musicalización de tal vez la más intensa de las escenas de acción con la guitarra disonante y canto casi tirolés de Hocus Pocus de la banda Focus. Escuchar buena música en una película siempre es un plus. RoboCop tiene ideas interesantes y es en general una buena película, sin embargo, la falta de acción y gore puede decepcionar bastante a los fanáticos del film original.
RoboCop es un relanzamiento innecesario de un gran film de 1987 que todavía se sostiene. Superémoslo: las remakes, reboots, nuevas versiones, reimaginaciones, vinieron para quedarse. Desde ya que puede no gustar, de hecho si tuviera que elegir mi propia aventura, lo haría con un Hollywood que proponga ideas originales de forma permanente y que no vuelva constantemente a morderse la cola. La película dio lugar a dos secuelas –la segunda parte no está a la altura, la tercera es directamente mala- y a algunas series de televisión, por lo que hay que preguntarse: ¿es esto lo peor que se ha hecho a partir de la original de Paul Verhoeven? Desde luego que no y, a decir verdad, es una realización interesante. Uno de los aspectos que hacía de RoboCop un film destacado, era el tratamiento de la violencia y el alto contenido de ella, algo que también podía encontrarse en Total Recall. Menuda suerte la del cineasta holandés, que cada vez filma menos y las producciones que a él lo hicieron grande se vuelven a hacer, con presupuestos elevados a la décima potencia y con una calidad inferior. En esta nueva producción de un género que ha vuelto a pisar fuerte como es la ciencia ficción, todo vuelve a ser pulcro, prolijo, aséptico, sin aquellos elementos que convertían a las primeras partes en proyectos notables. Pero si El Vengador del Futuro modelo 2012 no tenía nada que presentar más que una actualización de efectos especiales, no se puede decir lo mismo del trabajo de Jose Padilha. En principio hay una diferencia pequeña pero fundamental, que lleva a las dos películas en caminos separados. En la original, Alex Murphy muere en la línea del deber. En este relanzamiento, el oficial queda críticamente herido. Es decir, en la primera se pierde al hombre cuando se gana la máquina, pero en esta nueva versión, cuerpo y robot se funden en uno. De este modo, la familia del policía cumple un rol preponderante. La de Verhoeven tiene una notable economía de personajes que no se da en este reboot, que ya desde el primer minuto presenta a uno tras otro de los involucrados. El hecho de que Alex siga vivo, ya de por sí, permite explorar una faceta novedosa, que es el cómo se siente él respecto a ser convertido en una máquina. Del mismo modo, la presencia de Clara y David es plena y no circunstancial como en la del '87 –esposa e hijo solo existían para mostrar a Peter Weller como hombre de familia-. Explotar el costado psicológico del personaje, el lado humano del robot, ya le da al director brasileño un plus de distinción en materia de nuevas versiones. La RoboCop del 2014 pierde en comparación con la original, pero tiene los suficientes puntos a favor como para sostenerse y no resultar lo peor que le ha pasado a la franquicia. Michael Keaton y Gary Oldman ofrecen interpretaciones destacadas y la existencia de varios sujetos nuevos –a quienes un grupo de figuras muy importante le pone el cuerpo- ayudan a apuntalar a un Joel Kinnaman que, si bien sale bien parado, necesita tener un equipo sólido que lo acompañe. El guión del debutante Joshua Zetumer parte de una base demasiado rica como para que su reposición sea fallida. Dicho esto, se permite jugar con algunas referencias a la original y plantea ciertas temáticas ausentes en ella, más allá de que lo haga con una falta de sutileza que preocupa –lo obtuso del Pat Novak de Samuel L. Jackson como ejemplo del poder mediático llama la atención-. Este descargo con brocha gorda en aquellos tópicos –la corrupción policial se retrata de la forma más obvia posible-, restan notablemente frente a una película original de fuerte crítica social y satirización del consumo de masas, entre otros temas candentes. Esta RoboCop amplía su espectro y, guste o no, es una producción que aspira a ser diferente. No se han jugado con el traje -que por fuera del hecho de ser negro no presenta serios cambios respecto al gris con el que todos crecimos-, modifica completamente el tono para hacerla una producción apta para todo público, prioriza el CGI por encima de los efectos prácticos y se ha mantenido dentro de ciertos parámetros que ya establecía la primera, como el hecho de que Murphy vaya detrás de su propio crimen. Aún así, dado que los reboots son un mal de la industria actual, es bueno ver que Padilha fue capaz de tomar cierta distancia y seguir detrás de algunas búsquedas propias. Compro esto por un dólar.
El hombre o la máquina Era de esperar que la puesta al día del clásico ROBOCOP (USA, 2014) se concentrara más en la ontología o filosofía de las máquinas y su relación con el entorno que en la acción. Hace años el imaginario sobre los robots exigía innovación "visual" más que análisis sobre las relaciones entre máquinas y hombres. El realizador brasilero Jose Padilha (Tropa de Elite) fue el encargado de adaptar la película de Verhoeven y dotarla de un verosímil científico que convence y mantiene en vilo durante las casi dos horas de duración y que gracias a las actuaciones de Michael Keaton (Raymond Sellars) y Gary Oldman (Dr. Hubert Dreyfuss), más Samuel Jackson (Pat Novak, un cínico y vendido presentador de televisión ) y Abby Cornish (la mujer del "robocop"), han virado las peleas por un duelo crítico sobre la humanidad muy interesante. Alex Murphy (Joel Kinnamann) es el policía bueno que ayuda y acompaña y que envuelto en un caso de corrupción en el que participan miembros de su cuartel es expuesto a una bomba y casi pierde su vida. Omnicorp, empresa de Sellars (Keaton) estaba en busca de un ejemplo de honestidad y bondad en las fuerzas que estando al borde de la muerte pueda ser transformado en un ser mitad policía mitad robot, para de esta manera poder vetar una ley antirobots (su empresa se dedica a eso) que le permita introducir sus máquinas asesinas(ED-209, EM-208) irrestictamente en el país. La mujer de Murphy (Cornish), acepta con muchas dudas que su marido sea conejillo de indias, pero antes que perderlo, mejor robot. Vale aclarar que en "Robocop" no hay malos "MALOS" ni tampoco buenos "BUENOS" (excepto Murphy, claro está), sólo hay seres humanos intentando sobrevivir y quedarse con lo que más les interesa. Murphy se transforma en el "objeto" del momento, pero su concienca (definida por Dreyfuss como "el proceso de la información") comienza a interferir con los intereses de Omnicorp, por lo que es retirada de su cerebro, convirtiendolo en un zombie de metal y carne. "Ahora es una máquina que cree que es un hombre" se regodean en la empresa, sin saber que algún día ese robot volverá a sentir y luchar por poder ser el padre de familia que era antes. Cosmología sobre la geopolítica, reflexión acerca de la corruptibilidad de los seres humanos, y el rescate de valores sobre la familia, la pareja y la vocación, destacan en una película que, si bien tiene pocas escenas de acción, potencia su costado reflexivo acerca de las relaciones entre los hombres y las máquinas (pronto en "Her" de Jonze hablaremos de este ítem) para dar una respuesta tibia y que da miedo. PUNTAJE: 7/10
¿Amor después del amor? Te volvés a encontrar veinte años después. Es mucho tiempo, vos cambiaste, ya no sos igual. Has experimentado diversas situaciones y conocido a muchas otras personas. Pero ha vuelto y, si bien observás y evaluás con cierta desconfianza, sabés bien que tarde o temprano aquello que alguna vez fue, hoy podría volver a ser. No, no es la descripción de un reencuentro con tu primer gran amor, sino del regreso de Alex Murphy, de RoboCop. Para los más jóvenes ver a un ciberpolicía en las carteleras puede resultar toda una novedad. Pero para aquellos que en su momento disfrutaron del original, una remake significa mucho más: es todo un desafío. Este RoboCop es bien distinto por sus pequeñas diferencias. Los ejes temáticos varían lo suficiente para modificar la premisa motor de la historia: la violencia, la sangre y la delincuencia ya no son el núcleo de esta nueva versión del director José Padilha. En esta oportunidad el elemento humano por sobre la técnica, los valores como el amor, la ética y la responsabilidad, acompañados por la dicotomía política-empresa, son los tópicos que se ponen en primer plano durante toda la obra. El color negro con el que Omnicorp decide “pintar” al protagonista, en lugar del tradicional plateado, lleva consigo gran parte del devenir de la trama. En el año 2028 los robots controlan la seguridad en el mundo y han logrado sorprendentes resultados, ganando incluso guerras contra el “terrorismo”. Así lo muestra la primera secuencia de la película. Raymond Sellars (Michael Keaton), CEO de la firma, busca convencer a la opinión pública y -en especial- al poder político de que Estados Unidos necesita vigilancia robótica, algo prohibido por esos días. Así las cosas y en pos de imponer sus criterios, surge el proyecto RoboCop de mano del doctor Robert Norton (Gary Oldman). Por supuesto que el atentado ocasional contra Alex Murphy (Joel Kinnaman) lo hace encuadrar perfectamente con el perfil buscado. Para conseguir una rápida aprobación del público, una estratégica decisión de marketing pinta al héroe completamente de oscuro. ¿Un gran golpe al orgullo de los seguidores de la exitosa saga iniciada por Paul Verhoeven? Definitivamente… Todo entra en una zona confusa y problemática para Omnicorp cuando descubren que, por detrás del esqueleto metálico, Alex conserva su naturaleza humana intacta. La primera media hora atrapa y promete. Pero luego la historia cae en vacíos narrativos, pierde movimiento e interés. Estas situaciones son subsanadas por dos factores. Primero, la excelente interpretación de Gary Oldman, luchando contra situaciones que lo colocan en contradicción con su ética profesional y a su vez siendo inevitable cómplice de Omnicorp. Segundo, el rol de los medios, simbolizados en las picarescas apariciones del excéntrico Pat Novak (Samuel L. Jackson), personaje que intenta -en buena forma y con dosis de humor- guiar al espectador a través de otro de los conflictos presentes en la trama: el sector empresario en oposición al poder político. Esta reencarnación de RoboCop, luego de 21 años de su última aparición en salas cinematográficas, era un proyecto riesgoso y podría haber caído en la indiferencia. Pero también tenía mucho para ganar: un par de generaciones que saben poco y nada del personaje central. Precisamente con esta poderosa carta juega el director José Padilha, la cual nos sirve para comprender determinadas diferencias para con la versión de Verhoeven: de género (drama pausado en vez de acción violenta), en detalles del diseño de producción (una moto en lugar de un auto de policía), y en personajes (la ausencia más notable es la de Anne Lewis, compañera de trabajo del cyborg durante toda la saga). El sorpresivo final deja la esperanza de que en una próxima entrega los fanáticos de la franquicia puedan sentirse más cómplices con la propuesta en cuestión…
El concepto Robocop De las maneras en que uno puede encarar el análisis de una remake, ejercer la comparación con la original me parece la menos acertada y la más perezosa. Pero muchas veces, casi que nos vemos obligados a remitirnos al material original, por lo menos para ver cómo dialoga mínimamente con la nueva versión. En el caso de Robocop me resulta ineludible. La película de 1987 dirigida por Verhoeven contiene una gran lista de aciertos. En principio es una mezcla de policial violento y película que cuenta el origen de un héroe. El realizador aprovechaba todo los recursos genéricos y de producción que tenía a su alcance, desde los aceptables efectos especiales a los tópicos del policial de acción y hasta se apropiaba de un tema cronembergiano por excelencia como es la exploración de las consecuencias de la relación carne-máquina o naturaleza-tecnología. De pasada nos dejaba en claro que Robocop sólo era posible en Estados unidos y más específicamente en Detroit, esa ciudad pujante de las corporaciones automotrices que iba camino al desastre, y que dicho sea de paso, en 2013 se declaró en bancarrota y es considerada la primera necrópolis norteamericana. El concepto El primer error de esta remake es hacer discutir a los personajes, durante mucho tiempo, el concepto Robocop y sus implicaciones morales, científicas, económicas, bélicas, tecnológicas, políticas legislativas, etcétera. Aparece Gary Oldman interpretando al científico creador que está arrepentido desde el principio cargando la culpa de su problemática creación. Michael Keaton es el CEO cool posmoderno y canchero que claramente piensa que la ética está tan pasada de moda que lo único que hace es agarrar su teléfono y desparramar cinismo por toda la película, obviamente Robocop es su producto y lo manipula a su antojo. Jay Baruchel, que interpreta al publicista encargado de manejar la imagen del producto, es el único capaz de aportar algún buen chiste, pero está tan solo que lo hace con un poco de vergüenza. Jackie Earle Haley es el brazo duro de OmniCorp, un ser despreciable que odia a Robocop y al mundo, le gustan los robots lisos y llanos y no híbridos con dudas y conciencia. Samuel Jackson es el periodista funcional de la derecha de turno y sólo aparece para hacer su pequeño y lavado acto paródico. Todos lugares comunes sobreactuados y artificiales. El director José Padilha se equivoca por completo y filma dos horas de gente discutiendo acerca de este concepto de policía humano robotizado. Lo que en la película de Verhoeven se vislumbra, o se extrae en medio de la avalancha de violencia y acción aquí es explícito y aburrido. Encima las pocas escenas de acción, aunque correctas pero escasas y del montón, no terminan de agilizar un guión pobre y repleto de lugares comunes. Cronemberg Como decíamos, en la película de 1987 Verhoeven tomaba prestada la problemática de Cronemberg acerca de los cuerpos y la tecnología. En su película, Alex Murphy queda reducido a su mínima expresión, y de hecho parte importante de la trama se trata de cómo lo humano intenta tomar posesión del cuerpo robótico y así reconstruir su identidad, algo que Padilha sólo entiende a medias: su Robocop es tan solo Joel Kinnaman (y su escaso carisma) con un traje negro extravagante, al que tienen que mantener dopado, lógicamente, porque no soporta su nuevo yo. Es decir, Murphy está demasiado vivo como para considerar verosímil haber sido convertido en un hibrido mitad hombre mitad robot. Finalmente, el realizador deja pasar el tema, que se va volviendo tan confuso como el resto de las subtramas. Peter Weller es más que Joel Kinnaman aunque no hacía falta decirlo. La ciudad En el mundo planteado en esta nueva Robocop, nuestro héroe es utilizado con la vieja lógica de hacer creer al público que necesita algo que realmente no necesita. Un producto meramente marketinero que sólo sirve para presionar políticamente mediante la opinión pública. Entonces, es lógico que apenas sea retratado el estado de la ciudad que lo vio crecer. La Detroit de la película no parece una ciudad violenta desgarrada por el narcotráfico, el desempleo y la pobreza, con lo que Padilha deja escapar al vuelo otro tema que le podría haber dado la carga dramática que pretende alcanzar mediante los diálogos de personajes excesivamente solemnes. Encima la Detroit de esta película no sólo está mejor que la de la película de 1987, sino que también está bastante mejor que la Detroit actual. Es decir, un despropósito considerable. La nueva versión de Robocop hace que queramos volver a ver el clásico ochentero de Paul Verhoeven, que con 26 años de antigüedad es mucho más actual y entretenido que este artefacto poco feliz de Padilha, que sencillamente se queda a medias en todo.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Luchando por el metal Es inevitable la comparación de la remake de Robocop de José Padihla con la original de Paul Verhoeven: aquella supuraba y se regodeaba en la truculencia y la sordidez propias del director holandés (Total Recall, Basic Instinct, entre otras) logrando crear un clásico de culto instantáneo que se destaca aún hoy en día por su mordacidad y ferocidad. Pero, oh sorpresa, esta nueva versión brilla con luz propia gracias a la redirección de las críticas políticas implícitas del relato original. Padihla y su pulso narrativo, que apunta a lo social (recordar Ônibus 174 y Tropa de Elite, por ejemplo), logra que esta remake tan resistida salga bien parada gracias a pequeños (pero precisos) apuntes. Por supuesto que en los tiempos que corren ya no se le puede pedir a un mega-tanque-hollywoodense que haga uso y abuso, como sucedía en la original, de imágenes explícitas, casi gore (la famosa y aún escandalosa escena del asesinato del oficial Alex Murphy), sexuales (las prostitutas de lujo o la falta de sexualidad) o violentas (consumo de drogas sin juicios morales). Pero en su momento a Verhoeven le dieron luz verde para avanzar con un proyecto menor que no estaba destinado a convertirse en clásico. No es lo que sucede con esta remake, que necesita eliminar todos estos elementos para poder ampliar su alcance. Pero Padihla, astuto, logró imponerse y mantener algunos componentes (casi esenciales, diríamos) y resignificarlos, o actualizarlos, al menos. A lo largo del relato se verán algunos fragmentos de un falso programa político (que a su vez funcionan como separadores entre escenas y momentos clave) conducido por Pat Novak (Samuel L. Jackson), un rabioso presentador televisivo republicano que aboga por la derogación de la Ley Dreyfuss, que prohíbe el uso de robots, o drones, como les llaman, en territorio norteamericano, por su falta de humanidad y sensibilidad a la hora de resolver conflictos (no así en el extranjero, en medio oriente, por ejemplo, donde una operación militar estándar desemboca en masacre). Esto motivará que el CEO de Omnicorp (la empresa fabricante de drones), Raymond Sellars (un pasado de rosca y divertidísimo Michael Keaton), desarrolle una estrategia de marketing que revertirá la opinión pública en favor de sus productos, esto es, introduciendo a un humano dentro de uno de sus robots. Aquí la película dejará de lado, por un momento, las notas políticas para centrarse en la vieja discusión cartesiana: la dicotomía entre mente y cuerpo. ¿La mente gobierna al cuerpo o el cuerpo gobierna a la mente? ¿Puede un cuerpo subsistir sin mente? ¿O viceversa? La escena más aterradora y ejemplificadora de esto es aquella donde el Dr. Dennet Norton (Gary Oldman) le muestra lo que quedó de su cuerpo, luego de una terrible explosión, a Alex Murphy (Joel Kinnaman): una cara, una mano, dos pulmones y un poco de cerebro. En este punto, Murphy, el futuro Robocop, sólo es mente, recuerdos y emociones sin vehículo, entidad pura, no física. Pero, su propia entidad, mantenida con vida gracias a la tecnología, también es endeble a la manipulación de la ciencia; y aquí entra en juego otro dilema filosófico: el libre albedrío (“the illusion of free will”). Murphy es un humano dentro de una máquina pero sus emociones no lo hacen tan efectivo como un dron, por lo que el Dr. Norton suprimirá lentamente cualquier atisbo de humanidad en pos de obtener un mejor rendimiento del robo-policía. Estos conflictos morales y filosóficos, sin embargo, encontrarán una solución ramplona y edificante (la familia, madre de todas las instituciones, será el lugar donde todas las dudas quedarán despejadas). Pero la crítica política prevalecerá, porque la empresa Omnicorp, a pesar de la muerte de su CEO en un polémico tiroteo, habrá instalado la idea o la necesidad de un héroe mitad hombre, mitad máquina en la sociedad. Es así que Padihla logra filtrar una resolución incómoda al deslizar la idea de que las corporaciones tienen más peso que el estado y que los medios forman la opinión popular. Y, sin llegar a la altura de la original (es probable que en unos pocos meses nos olvidemos de esta película), esta remake, que no deja de ser un blockbuster, al menos tiene una opinión política formada y eso, en el pobre panorama actual del maistream hollywoodense, es algo para agradecer y valorar.
LA PIEZA FALTANTE Tengo una duda. Habiendo visto nuevas versiones como EL ENIGMA DE OTRO MUNDO (THE THING, 1982), CABO DE MIEDO (CAPE FEAR, 1991), EL AMANECER DE LOS MUERTOS (DAWN OF THE DEAD, 2004), CARACORTADA (SCARFACE, 1983) e incluso la más reciente POSESIÓN INFERNAL (EVIL DEAD, 2013), ¿por qué somos tan remakeofóbicos? ¿Por qué tememos y odiamos los reboots incluso antes de verlos? ¿Por qué estamos en contra de las reinterpretaciones de una u otra clásica obra cinematográfica? ¿Por qué defendemos el pasado? Obviamente, una de las razones (¿O la única?) es porque realmente hay más remakes malos que buenos. Jason, Freddy, Douglas Quaid, Carrie, Gort. Ninguno pudo salvarse cuando la ola de productores llegó hasta ellos, con ganas de hacer mucha plata con pocas ideas. Los resultados fueron films visualmente interesantes o impactantes, pero vacios y repetitivos. Y como no es de nuestro agrado observar personajes que amamos siendo usados solamente para vender entradas, cada vez que se acerca uno de estos proyectos, el miedo nos invade. Pero, ¿es solo por eso que somos remakeofóbicos? O tal vez nos aferramos tanto al pasado que nublamos nuestro criterio. Preferimos esa época que siempre será un nostálgico refugio de nuestra infancia, mientras que el futuro (lo nuevo) es completamente desconocido para nosotros. Con esas sensaciones de cautela y disgusto, me acerqué a ROBOCOP (2014), el remake del clásico de culto ochentoso de Paul Verhoeven. Al salir, esas sensaciones habían sido reemplazadas. En Detroit de 2028, cuando Alex Murphy (Joel Kinnaman) –esposo, padre y policía– queda al borde de la muerte por culpa de unos criminales, la empresa robótica OmniCorp aprovecha la oportunidad para convertirlo en una infalible arma de lucha contra el crimen, mitad humano, mitad máquina. De eso trata la nueva ROBOCOP. A simple vista, no suena muy diferente a la primera película. Sin embargo, el director José Padilha (TROPA DE ELITE) decidió llevarla por rumbos diferentes: Rumbos aptos para mayores de trece años. Convertida ahora en una aventura sci-fi para toda la familia, esta ROBOCOP carece del carácter subversivo, desquiciado y ultra violento con el que lo conocimos en 1987, aunque aún mantiene viva una pizca de su espíritu burlón. Si bien la nacionalidad brasilera del nuevo director le sirvió (al igual que al neerlandés Verhoeven) para exponer de manera satírica la política extranjera de Estados Unidos y ciertas posturas derechistas –usando en su mayor medida al personaje de Samuel L. Jackson (Pat Novak, un magnate de los medios pro-robots)–, Padilha se dejó llevar y presenta críticas demasiado directas o exageradas (al punto de volverse casi ridículas), que no siempre encajan con la trama principal de Murphy y están allí solo para hacer que el remake parezca mucho más serio o importante de lo que es (en realidad es solo política para principiantes). En lo que sí acierta es en su crítica a la influencia de los medios masivos y al poder de las corporaciones. Padilha también llama la atención al arriesgarse y ocupar la mayor parte del film centrándose en los orígenes y dilemas filosóficos de Murphy (¿Hombre o máquina?), ya que el protagonista despierta siendo psuedo-humano y no 99% robot, como la versión de Verhoeven. Algunos opinarán que estas ideas frescas y conflictos nuevos ayudan a redescubrir al personaje, en lugar de ir a la acción al palo como lo hacía el RoboCop de los ochenta. Personalmente, creo que esto sobrecarga una historia que ya era rica por sí sola, y colabora en la construcción (junto con los personajes de la madre y el hijo) de un melodrama familiar de lugares comunes y situaciones melosas dignas de Virginia Lagos. Y con tantos elementos dando vueltas alrededor de su trama, el RoboCop de 2014 se queda sin tiempo para encontrar un villano de verdad o una escena de acción que valga la pena recordar. Sinceramente, no puedo diferenciar un tiroteo del otro –por más bien filmado que esté–. Aunque es (casi siempre) entretenida, rara y visualmente impactante, esta nueva versión decidió ponerse más seria (más táctica, “Let’s go with black”) para llegar a las masas y no ser acusada de ridícula o absurda (lo que cualquier pibe actual diría del robocana ochentoso). Con esto logró alcanzar una nueva dimensión de conflictos, un libreto no tan predecible que a veces se aleja del relato clásico, actores de peso (Gary Oldman y Michael Keaton son fabulosos en cada escena) y efectos especiales de primera categoría, pero sacrificó lo más importante: El Rated R (Apto para Mayores de 18 años). Y si hay algo que una nueva versión nunca, NUNCA debe dejar de lado es la clase de espectador que amó el film original. La primera ROBOCOP no era zarpada y sangrienta solo por querer ser transgresora o para atraer jóvenes a la salas. Lo era porque lo burlesco y grotesco de su declaración podía sostenerse solo con un absurdo nivel de violencia que lo acompañara. Y al optar por un PG-13 (Apto para Mayores de 13 años) y no contar con ese tono violento, las posturas políticas del nuevo film se vuelven extremas, casi caricaturescas, y no terminan acoplarse a esta versión mucho más filosófica (también filosofía para principiantes) y edulcorada. Apunta a ser más seria, moderna y generadora de debates post-salida del cine, pero nunca llega a alcanzar el espíritu agitador de su fuente. Aquí, la armadura metálica de Murphy está mucho más pulida que antes, pero lo que cuesta encontrar es su corazón, la pieza más importante y aquella que los remakes fallidos siempre se olvidan de agregar. Sé que está por ahí, en alguna parte, oculto bajo todo ese drama familiar y poco trabajo policial. Si aman la versión clásica, esta nueva ROBOCOP les resultará entretenida pero olvidable, a veces fría y otras decepcionante (o insultante, sin son hardcore fans). Pero no hay dudas de que supera a varios remakes actuales (EL VENGADOR DEL FUTURO, entre otras), y que logra divertir y mantenerse de pie por sí sola a pesar de las obvias comparaciones con la original. Tal vez no sea lo suficientemente emocionante, pero tampoco hay dudas de que cuenta con un guión redondo y un tono propio que llamarán la atención de cualquier espectador actual. El elenco es una máquina bien ajustada –incluso con Kinnaman como protagonista, que rara vez convence (ya sea en papel de humano o de robot)– y hay momentos que de verdad te quitan el aliento (el explosivo comienzo en Irán, la brutal revelación del verdadero aspecto de Murphy, etc.). Pero las comparaciones con su predecesora son lamentablemente necesarias al momento de analizarla, ya que ROBOCOP de 1987 es la que nos muestra cómo debería contarse esta historia. En una escena, cuando OmniCorp prueba los distintos diseños para el protagonista metálico, el personaje de Keaton le dice a su encargado de marketing (Ah, ¿era Jay Baruchel?) que el público no sabe lo que quiere ¿Acaso Hollywood nos estaba hablando a nosotros a través de Keaton? Si es así, le respondo: Sí sé lo que quiero. No soy un fanboy quejándome solo por el nuevo diseño del traje (que, a decir verdad, ni me molesta). Soy un cinéfilo que no se conforma solo con escenas dramáticas de manual, secuencias de tiros con estética trash, chispitas y buenos efectos especiales. Soy un espectador que no se deja sorprender por comentarios políticos más obvios que punzantes. Soy una amante de la versión de los ‘80 al que no lo compran una o dos simpáticas referencias y la banda sonora original remasterizada. Soy, como muchos otros, un remakeofóbico que simplemente quiere que NO le arranquen el corazón a uno de los héroes de su infancia. No hay nada que de más miedo que eso.
Policía con pocas ironías Desde el vamos, hay algo que este RoboCop asume mejor que Tropas de Elite: el modelo narrativo. En aquel film, su realizador -el brasileño José Padilha- se adentraba a través de un grupo de tareas parapolicial en territorio de favelas. Un periplo sórdido, de violencia terrible, que no terminaba por sensibilizar sobre el descalabro cruel que retrataba. Por eso, su Robocop es más adecuada. En tanto remake, la virtud de la puesta al día de Padilha está en el diálogo que establece con muchas de las alertas presentes en el film original (1987), de Paul Verhoeven. Se habla de drones así como de una inminente vigilancia robótica urbana. Lo notable es cómo lo expuesto guarda diferencias mínimas con el acontecer actual, con cámaras de vigilancia ciudadana, cuyas imágenes digitales son fuente de datos primordial para el accionar de este nuevo poli-robot, muy semejante a Juez Dredd, el otro poli-juez -también norteamericano- de la historieta inglesa. Este RoboCop anuda varias cuestiones ligadas al crimen y castigo: gobierno, policía, empresas. El más importante de estos actores: los medios. Con un showman/periodista que es síntesis perfecta de tantos. Que sea negro (Samuel Jackson) no deja de ser un guiño irónico a los tiempos de Obama. Peor aún cuando lo que exprese sea la mirada más reaccionaria. Pero en este entramado hay una intención que culmina por ser didáctica. Algo de ello tendrá que ver con su calificación atenuada -mayores de 13 años-, lo que obligaría, por un lado, a un ejercicio de violencia contenido y, por otro, a explicar en demasía de lo que se habla. Mientras Verhoeven fuera tan visceral como para provocar escándalos todavía presentes. La violencia del film es, por momentos, de hipnosis. Aceleración digital, precisión de tiro, luz estroboscópica, tomas subjetivas, muertes por cantidad. Si son máquinas o humanos poco importa; es éste otro de los aciertos del film, al tocar una fibra sensible a estos tiempos, donde la diversión de algunos video-juegos consiste en disparar a cuerpos -soldados, zombies, lo que sea- a los que prolongar su agonía. Hay algunos buenos momentos. En particular, el consistente en el atentado al policía con la bomba en el automóvil, a la puerta de la casa familiar. Reminiscente de Glenn Ford en Los sobornados (1953), de Fritz Lang. En ambos casos, antihéroes que deberán hacer un camino propio para sortear la corrupción inserta en la misma policía. Algo noir, en última instancia, anida en este nuevo RoboCop.
Cuando hace casi treinta años se estrenó la primera “Robocop” con sus habilidades tecnológicas, parecía el primo rico de “El hombre biónico”. Hoy, cuando la policía de Nueva York ya está experimentando con los Google Glass para chequear en segundos información sobre sospechosos, los drones deambulan por los cielos de medio mundo, la robótica tiene su propia feria y es una de las industrias más prósperas, el híbrido Robocop parecía que no tendría mucho para sorprender. Y sin embargo lo logra. Lo hace en base a un enfoque renovado, más político y humano, con planteos éticos versus los instrumentales, y con un ritmo implacable, paralelo a la acción y a un despliegue de recursos digitales. El eje de la remake es una historia similar a la original: Alex Murphy, un policía honesto y eficiente es víctima de un atentado que deja a salvo solo algunos órganos vitales. La disyuntiva de los médicos es dejarlo morir o transformarlo en algo parecido a un robot. Mientras el plan de la compañía que logra esa sobrevida es programar sus aptitudes para que se desempeñe con eficiencia en la lucha contra el crimen, y de paso venderlo a la sociedad como una herramienta amable, el científico a cargo no tiene en cuenta que lo que queda de humano en Murphy puede arruinar sus planes. Y de paso dejar la puerta abierta para una nueva saga renovada.
No hay como "Robocop", la original, pero sinceramente, esta nueva versión no se queda atrás y es totalmente disfrutable, y sobre todo, pochoclera. Buenas actuaciones por parte de Joel Kinnaman, Gary Oldman, Michael Keaton y Samuel L. Jackson, que hacen que de entrada, nos quedemos viendo que va a pasar... Por otro lado, la dirección a cargo de José Padilha está genial, y con buenos momentos de cámara en pleno caos de robots. La historia ya la conocemos, pero tiene algún que otro detalle aggiornado que está muy bien... Los efectos especiales son tremendos, perfectos. Si sos fan de la primera versión, ok, no hay como esa, pero esta nueva entrega abre la puerta a que haya algunas cuantas más Robocop en el camino, ¡¡¡y eso está buenísimo!!!
Cuando en 1987 se estrenó “Robocop” casi ninguna película de este estilo había logrado semejante efectividad en las combinaciones de humor negro, crítica social, y acción con dosis de violencia impactantes para la época (recuerden el despiadado tiroteo sobre el protagonista, incluyendo volarle la mano derecha con un tiro de Itaca a centímetros). Era plena época del gobierno de Reagan. Mientras los Rambo y los Rocky se envolvían con la bandera estadounidense, Paul Verhoeven planteaba una Detroit dividida en criminales cada vez más impunes, un cuerpo de policía en huelga por falta de recursos y, en el medio, una sociedad sumida en una temerosa resignación con el fantasma de la corrupción corporativa deseosa de proveer al Estado una solución a la falta de personal. Por fuera de este contexto socio-político-económico, pero construida como una segunda columna vertebral de la trama original, la vida del oficial Murphy (Peter Weller), muerto en acción, pasaba de policía de carne y hueso a propiedad de Omnicorp en su último atisbo de vida con el objeto de reconstruirlo adosándole maquinaria al cuerpo (le borraban la memoria y los sentimientos), para convertirlo en un oficial programado para combatir efectivamente al crimen. Pero algo falla, quedan atisbos de memoria haciendo peligrar el proyecto. El director quería dejar muy claro no sólo que los empresarios eran dueños de las fuerzas del orden, a partir de un sistema que estaba dejando afuera al ser humano, sino también del potencial ejercicio del poder sobre la opinión pública. A los espectadores identificados con este resumen, o parte de él, les espera una buena remake. Si se tratara sólo de cambiar algunos detalles insignificantes, por ejemplo Lewis (Michael Williams), el partenaire del personaje principal es hombre y negro en lugar de Nancy Allen como en la original, “Robocop” caería en un simple disfraz aggiornado por los efectos especiales y el uso indiscriminado del CGI. Por el contrario, José Padilha, el director de “Tropa de Elite” (2007), propone una visión irónica, crítica, y hasta incisiva, sobre la sociedad norteamericana, los factores de poder y los medios de comunicación, en especial de los comunicadores y formadores de opinión. La introducción tiene a Pat Novak (Samuel Jackson) como conductor del que se adivina el programa de política y opinión más importante de la tele. Desde su lugar impulsa el veto a una ley que impide la utilización de robots para hacer cumplirla. El botón de muestra es una transmisión con imágenes en vivo de Teherán en la cual varios de estos bichos dan cuenta de media docena de terroristas, y un daño colateral al llenar de plomo a un nene con un cuchillo (idea que después no progresa). Pat es, en definitiva, el mejor lobbysta que Omnicorp, fabricante de los robots de elite, pudiera desear. Claro, el discurso se instala a partir de mostrar que USA aplica estos métodos en otros países pero no en el propio (gran incorrección política del guión). El CEO de la compañía (gran regreso de Michael Keaton) persigue la idea llenarse de plata proveyendo a la gilada, o sea a los votantes, un héroe con nombre y apellido. Para ello cuenta con su propio Frankenstein, el científico Dr. Norton (Gary Oldman, el mejor de todo el elenco). Sólo falta el candidato ideal. Como en la de 1987, Murphy (Joel Kinnaman) es herido de muerte. Cuando llega el momento de tomar la decisión de reconstruir al oficial el realizador carioca resalta el costado humano de su realización con largos pasajes dedicados a vincular al protagonista (más por la idea de familia que del vínculo con su esposa) con el espectador, así el peso sentimental que justifica la puesta en marcha del proyecto Robocop recae en la decisión de la esposa en primera instancia, momento en el cual el guionista debutante hace una breve recorrida para ocuparse de explorar un rato los rincones de la ética y la moral. Estas son algunas de las diferencias esenciales entre la original y esta de 2014. Tal vez la más importante sea el abandono del humor en pos de la observación crítica, aunque hay algunos guiños para los nostálgicos que recuerden un par de muletillas (“no lo compraría por un dólar”, “gracias por su cooperación”, etc). A la sapiencia de Paul Verhoeven para contar una historia con herramientas más sólidas, ante alguna carencia de ellas el responsable de esta “Robocop” la reemplaza con ritmo y velocidad, sin por ello descuidar la narración. Probablemente el clásico siga permaneciendo en la memoria más que su remake. En todo caso dependerá de las nuevas generaciones comparar virtudes, por lo demás el entretenimiento es más que válido.
La remake de RoboCop está correctamente realizada, pero es un tanto desapasionada, y no logra encontrar cierta libertad, ni fuertes rasgos autorales como si lo hacía la versión (de 1987) dirigida por Paul Verhoven. Para situarnos cabe mencionar que la nueva adaptación del cyborg policía se encuentra en manos del brasileño José Padilha, el mismo que por el año 2007 dirigiera la controversial Tropa de élite. Dado los antecedentes del realizador se podía llegar a inferir que la sobredosis de acción iba a estar asegurada, pero esto no sucede. El RoboCop de Verhoven era acción y violencia pura mezclada con mucha sátira y situaciones de lo más bizarras. Ambientada en una Detroit corrompida y llena de maleantes, el oficial Alex Murphy estaba diseñado para combatir la delincuencia, sea como sea y a cualquier precio. Allí no había lugar para sentimientos como el amor y la nostalgia, el único sentimiento que se le despierta a Alex, y a través de ciertos recuerdos, es el de venganza. Claramente la máquina prevalecía sobre el humano y la convulsión era un elemento primordial. Según palabras del propio director: Con esta película pude dar salida a mi segunda fuente de influencias: El cómic. RoboCop es en gran medida un personaje de historieta. No me importa que lo consideren una creación fascista… El RoboCop de Padilha toma otro punto de vista. Aquí Alex Murphy, en primera instancia, está diseñado más como una estrategia de marketing y para generar dinero, que para combatir el crimen. La Omnicorp, corporación que crea a RoboCop, está dirigida por un hombre sobrado de poder (destacada actuación de Michael Keaton) que quiere monopolizar el negocio de la seguridad. Y lo secunda el doctor Dennett Norton, interpretado por un formidable Gary Oldman, quién desde un flanco más humano y a pesar de sus dudas morales, lleva a cabo el experimento frankestiniano porque su afán es conseguir más financiación para mejorar la calidad de vida de los demás. Por otra parte la familia y los sentimientos tienen vital importancia en la remake. La mujer y el hijo de Murphy están presentes en todas las fases que va atravesando el hombre-máquina, a quién las emociones y los recuerdos se le cuelan en toda oportunidad a pesar que le bajen la dosis adrenalina. Y cuando llega el momento de luchar contra la mega corporación a la mujer no le tiembla la mandíbula para salir a defender a su esposo, siempre utilizando los medios para hacerse escuchar. En consecuencia los medios de comunicación también juegan un papel fundamental, el filme comienza y culmina con el aire de un programa de noticias capitaneado por un conductor de derecha, interpretado por un sobreactuado Samuel Jackson. Quizá la sobreactuación sea adrede, ya que en estos apartados de noticias vislumbramos los únicos rasgos satíricos del filme. La RoboCop de Padilha se toma demasiado en serio a sí misma. Ya desde la primera escena, donde un robot falla y mata sin piedad a un niño, nos damos cuenta. Hay demasiados planteos éticos, morales y sociales en donde las emociones juegan un papel fundamental, y por todos estos factores la acción queda relegada a un segundo plano. No digo que este mal, pero creo que no era el contexto para plantear dichos dilemas. No tenía que dirigir otra Tropa de Elite. Más aún teniendo en cuenta que la versión original exudaba libertad tanto narrativa como estilísticamente, en donde los acontecimientos ocurrían velozmente y abundaban los recursos humorísticos. Un universo que tenía como referente al cómic en el que cualquier cosa podía suceder… y sucedía. Por María Paula Rios redaccion@cineramaplus.com.ar
Después de varias versiones fallidas, la remake de Robocop que filmó el brasileño José Padilha le devuelve todo su esplendor a la historia del policía-máquina y plantea buenos interrogantes sobre la seguridad en las sociedades de hoy. El cine de acción le debe a Paul Veroheven dos películas que llegaron a convertirse en clásicas y de culto al mismo tiempo: Robocop (1987) y El vengador del futuro (1990). Si la remake de El vengador..., de 2012, se ocupó de volverla un bodrio insalvable, y las dos secuelas de Robocop (de 1990 y 1993) fueron perfectamente olvidables, la versión estrenada esta semana del robot-policía con alma humana devuelve al personaje al podio de héroe justiciero en todo su esplendor. Y lo hace tan bien, que va más allá de lo que el realizador holandés (y los directores de las secuelas) hubieran podido plasmar, en todo sentido. En primer lugar, porque comparados con las posibilidades actuales de los efectos visuales, los de hace 27 años parecen venir de la prehistoria y lucen hoy como un futuro demasiado retro, pero además, porque el mundo cambió demasiado en ese cuarto de siglo y estamos mucho más cerca (tecnológica y temporalmente) del año 2028 que supone la historia. José Padilha, el director brasileño de la exitosa Tropa de elite, es el responsable de aggiornar el escenario geopolítico y los dilemas que la creación de un policía infalible propondrían a las sociedades actuales, reservando las dosis de acción justas para que el filme no se convierta en nada más que un buceo por la psiquis de lo que queda del detective Alex Murphy, interpretado impecablemente por Joel Kinnaman (The Killing). Lo que eleva a este Robocop por sobre el resto de sus propias versiones es la decisión de llevar la cuestión moral hasta el límite más extremo: ¿A qué político o dueño de una mega-corporación le convendría en última instancia delegar el tema de la seguridad a un agente imposible de corromper? ¿Cuánto de nuestras libertades individuales estamos dispuestos a sacrificar por el ideal de delito cero? Por fuera de la cuestión de si estamos o no preparados para una justicia de ejecutores incorruptibles, y como un río subterráneo que atraviesa la trama, aparecen tópicos insoslayables y altamente sensibles: la intromisión de Estados Unidos en otros países a partir de sus emprendimientos armamentistas; la (cada vez menos) fantasiosa idea de que estamos siendo monitoreados en cada minuto de nuestras vidas; la actualidad fresca de los drones (robots no tripulados) que ya se prueban en la vida real en misiones de exploración de escenarios de riesgo, y el miedo como síntoma cabal de la decadencia del imperio americano. Los fans de la primera Robocop percibirán que Padilha, no obstante, no descuida la historia original: el policía que vuelve de la muerte convertido en robot para resolver su propio asesinato. Sólo que, inteligentemente, le otorga una relevancia central a un personaje que pasaba desapercibido en 1987: el Dr. Dennett Norton, a cargo aquí del eficientísimo Gary Oldman. Con eso y en poco menos de dos horas que incluyen tomas imposibles logradas de modo altamente realista, el mito queda más que dignamente actualizado. De paso, la justicia también le llega a Veroheven: ahora tiene una remake a su altura. El bonus: los títulos de cierre con The Clash y el rabioso I faught the law como fondo musical.
El dilema está planteado: ¿el hombre o la máquina? Algunos espectadores recordarán aquella “RoboCop” (1987) de Paul Verhoeven con Peter Weller interpretando al Oficial Alex J. Murphy que luego será RoboCop y Nancy Allen como su compañera, la Oficial Anne Lewis; esta nueva versión tiene varios elementos diferentes que se irán descubriendo con el correr de la cinta y aquella nuevas generaciones la van a disfrutar de forma diferente. Está ambientada en Detroit en el año 2028 y el protagonistas es Alex Murphy (Joel Kinnaman, "La última noche de la humanidad") un padre de familia ejemplar ama a su esposa Clara Murphy (Abbie Cornish, "Sucker Punch - Mundo surreal”) y a su pequeño hijo David Murphy (John Paul Ruttan, “¡Esto es guerra!”), tiene un corazón de oro y como policía es un ejemplo, intenta mantener la tranquilidad para todos los ciudadanos eliminando el crimen en general, el narcotráfico y la corrupción de este estado, pero como suele ocurrir tiene enemigos y estos le tienden una trampa mortal. Su cuerpo queda totalmente destruido y la empresa Omnicorp a cargo de Raymond Sellars (Michael Keaton, un personaje creíble y estupendo villano) otro de los malos que es Rick Mattox (Jackie Earle Haley) y el científico el Doctor Dennett Norton (Gary Oldman) encargado de la fabricación de robots lo reconstruyen. De esta forma el Oficial Murphy dentro de una gran armadura volverá a las calles para combatir el mal pero sus conflictos se manifiestan por otro lado. Esta nueva versión es del cineasta, documentalista y productor cinematográfico brasileño José Padilha (46), en ella va mezclando ciencia ficción, humor negro y acción; la historia toca temas: tecnológicos, políticos, sociales, el capitalismo, además invita a que el espectador piense y reflexione insertando toque filosóficos. Este RoboCop es más humano, te hace sentir la asfixia que sufre el personaje, sus emociones, se cuestiona y se muestra la relación con las personas que ama. Además contiene una fuerte crítica a los medios de comunicación, entre otros, lo expresa Samuel L. Jackson en un papel muy divertido e irónico en su personaje de Pat Novak como conductor. La trama es puro entretenimiento, contiene tensión, suspenso y persecuciones, pero llega un punto en el que las actuaciones sobresalen de su narración. Solo nos resta esperar Robocop 2.
Cine esclavo Sonaba muy bien. El director brasileño José Padilha, autor de las brillantes Tropa de elite 1 y 2, embarcado en una remake de Robocop, podía llegar a ser algo notable. Sobre todo porque el director había integrado a sus películas acción de la más brutal y una interesantísimo planteo sobre la violencia, la represión, el control y el narcotráfico en un contexto de miseria extrema. Padilha lograba trascender los parámetros de género, colocando sobre el tapete una situación social compleja y sin aparente solución. La idea de Robocop, el policía robotizado perfecto e implacable que patrulla las calles de Detroit calzaba perfecto para las inquietudes y las habilidades de Padilha. Pero sucedió lo que, de algún modo, era esperable. Según informó el director Fernando Meirelles, amigo de Padilha, el director de Robocop habría tenido inmensos problemas con los productores hollywoodenses. Al parecer Padilha le dijo a su colega en una conversación telefónica que fue una de las peores experiencias que tuvo en su vida, que de cada diez ideas que se le ocurrían nueve eran desechadas por los productores, y que el desarrollo de la película significó una lucha constante. Aseguró que fue un infierno que no querría repetir nunca más. Las palabras contenidas en la indiscreción de Meirelles asombrarían si no representaran la eterna historia de los directores extranjeros en Hollywood. Los que quiere ganar mucho dinero en la industria tiene que aprender a bajar la cabeza y subordinarse a los grandes estudios. Estos problemas se hacen notar. Sobre todo en un programa televisivo que atraviesa todo el filme y que es presentado por un conductor republicano (Samuel L. Jackson) que clama por seguridad y mano dura. Uno de los puntos más altos de Tropa de Elite 2 era también un programa de televisión retrógrado, conducido por un reaccionario desacatado, verborrágico, hilarante como pocos. Pero en esta película el programa es algo contenido, lavado, sin gracia, sin el toque kitsch sarcástico que habría sido el sello de distinción de Padilha. Y esta insulsa convencionalización se trasplanta a la película toda. Robocop deja asomar puntos de interés que nunca terminan de desarrollarse. Es un cine atado de manos. La película redunda en otro planteo de género más en el que los grupos del poder trasnacional conspiran para oprimir a los protagonistas; otro tanque con apuntes filosóficos de bolsillo, otra tibia crítica a la corrupción policial, otra burda y esquemática referencia a los medios masivos y su influencia en la opinión pública. El problema de exponer temas de este calibre tan esquemáticamente es que se los trivializa y caricaturiza, sin aportar nada que pueda ayudar a pensarlos o discutirlos con profundidad. Publicado en Brecha el 21/2/2014
Un policía a la izquierda Una ley propuesta por el senador Dreyfuss impide que la empresa OmniCorp, contratista de armamentos que vende robots militares para el control de países como Irán, puede usar sus máquinas en el mercado más lucrativo que se le presenta: la seguridad callejera dentro de las fronteras estadounidenses. Pero como la gente no confía mucho en esas máquinas, la ley no se puede voltear con el lobby, así que hay que golpear con otra cosa: un policía robótico pero con parte humana, que al menos parezca tener sentimientos y valoración de la vida. La compañía, liderada por Raymond Sellars (con su onda de empresario piola a lo Steve Jobs) sale a buscar algún ex policía lisiado para que el doctor Dennett Norton, especialista en prostética robotizada financiado por OmniCorp, lo convierta en el hombre dentro de la máquina. Y justo coincide con el intento de asesinato de Alex James Murphy a manos de una red de tráfico de armas con complicidad dentro de la fuerza. Ahí comenzarán los conflictos: el de Murphy con su nueva condición (al contrario del filme original, él nunca perdió su memoria, y sabe que tiene mujer e hijo); el de Norton, presionado por Sellars, para domeñar los impulsos humanos en el cyborg; el de la empresa, con Novak como propagandista, para lograr que con RoboCop como héroe cambie la legislación. En la era de la información, Murphy recibe una carga de datos con prontuarios, videos de crímenes y acceso en directo a cámaras de seguridad. Esa capacidad para reunir datos le permite resolver su propio (casi) homicidio, recuperar su humanidad en el medio, y subir la escala de corrupción hasta niveles inconvenientes. Sus “creadores” empiezan a darse cuenta de lo inconveniente para el sistema de combinar una persona con valores con la incorruptibilidad de la máquina, y ahí el justiciero mecanizado se volverá casi subversivo. No contaremos más, pero el final deja abierta puertas, y que la canción de créditos sea “I fought the law” (“Yo combatí la ley”) de The Clash es toda una declaración de principios. Puesta a punto Si el original de Paul Verhoeven arrancaba con un noticiero (en “RoboCop”, en “Tropas del Espacio” y “El Vengador del Futuro” los noticieros y las publicidades eran recurrentes), la relectura comienza en el estudio de “The Novak Element” (¿chiste con “The O'Reilly Factor”?), conducido por Pat Novak, prototipo del periodista de Fox News (o de republicanos como Rush Limbaugh) pero potenciado: obsecuente con el empresario privado, irrespetuoso con el político que traba un negocio, manipulador de la opinión pública a un nivel emocional. El brasileño José Padilha es una de las nuevas incorporaciones internacionales de Hollywood, convocado seguramente por su lectura del accionar policial en las dos entregas de “Tropa de Elite”. Así, pone al servicio de la historia una cámara movediza, con muchos primeros planos y la fotografía cálida de Lula Carvalho, quien hizo lo propio en aquellos filmes policiales. Es interesante que sea un latinoamericano el que haya rodado el guión del debutante Joshua Zetumer. Porque el filme hace una crítica fuerte de los males combinados de nuestro tiempo: cuando la empresa privada logra (porque siempre trata) ponerse por sobre el Estado; cuando la empresa (armamentista) pacta con el Estado (estadounidense) ejercer el militarismo unilateral por el mundo; y los medios corporativos (empresas privadas también) explicándole a las masas que todo lo antedicho es lo mejor que le puede pasar. Por supuesto, el diseño de producción de Martin Whist está a la altura de las circunstancias, tecnológico pero sin exageraciones (como debería ser un futuro cercano). La música de Pedro Bromfman (otro viejo colaborador de Padilha) aporta tensión y refuerza los momentos justos sin invadir. Póquer de villanos En cuanto al elenco, si Joel Kinnaman está correcto como Murphy en sus momentos de humanidad, serán los empresariales los que más se luzcan. Empezando con Michael Keaton (Sellars, más capitalista con onda que villano de cómic); Samuel L. Jackson (Novak, manipulador entrador y descarado); Gary Oldman (como Norton, una vez más lo eligen como el actor ideal para encarnar a un tipo con principios), Jackie Earle Haley (como Rick Mattox, el mercenario de la empresa, un papel que debe haber disfrutado mucho); Jennifer Ehle (asistente de Sellars, tan livianamente inmoral como él) y Jay Baruchel (jefe de marketing). Abbie Cornish como Clara, la esposa del agente metalizado, tiene sus momentos emotivos. Parece que habrá más RoboCop en el futuro. Y quizás no esté tan mal, en los tiempos que corren, que haya un pie mecánico pateando algunos traseros corporativos.
Robocop es una remake decente para pasar un rato ameno, pero no tanto como para salir del cine esperando con ansias poder ver una secuela. A aquellos que hayan visto la película original en su momento, más que seguro, les va a resultar absolutamente olvidable pues no le van a encontrar nada destacable a esta nueva versión como para que haya valido la pena hacerla, excepto....
"...Robocop es un filme que está bien hecho [...] me gustó, lo disfruté, no es para tirarse de los pelos, no es para decir "me corto las venas si no lo voy a ver al cine", pero la verdad que se deja disfrutar. No es la muerte en camiseta como decían los fans..." Escuchá la crítica radial en el reproductor: (hacé click en el link)
VideoComentario (ver link).
Robocop (2014)Robocop (1987) es ese delicioso clásico dirigido por Paul Verhoeven. Era un fantástico comic ultraviolento, plagado de humor negro y sátira social, que apuntaba sus dardos hacia la cultura corporativa surgida durante el gobierno de Ronald Reagan - de la cual surgió el endiosamiento de Wall Street como fuente rápida de fortuna, la aparición de los yuppies, y la proliferación de depredadores de empresas al estilo de Donald Trump, tipos que adquirían firmas en decadencia, las despedazaban y ganaban fortunas vendiendo sus componentes -. Robocop tomaba cosas de muchos lados - era un pastiche de influencias que iban desde Terminator hasta westerns como Shane, el Desconocido (1953) -, creó un escenario propio (y con mucha personalidad) y terminó convirtiéndose en un favorito de culto. Y aunque logró transformarse en una franquicia, pronto quedó demostrado que ninguno de los sucesores de Verhoeven tuvieron los quilates del holandés para lograr otra entrega tan rotunda como la primera, amén de saber el cómo expandir la premisa inicial sin caer en la repetición. Unicamente la miniserie Robocop: Prime Directives (2000) intentó generar algunas vueltas de tuerca que fueran respetuosas del original, pero la entrega no tuvo demasiado suceso y pronto quedó claro que el tiempo del personaje ya había pasado. Habría que esperar hasta el 2014 para que alguien intentara resucitar al justiciero robótico con cierto grado de éxito. A esta altura uno comienza a sentirse asqueado de la falta de ideas que abunda en Hollywood, tendencia letal que ha llevado a la meca del cine a enviciarse con el reciclado compulsivo de cualquier tipo de franquicia, sin importar la venerabilidad (o siquiera la antigüedad) del filme a remakear. Todo se basa en estudios previos de marketing, en donde se privilegia el conocimiento previo de una marca - sea Halloween, La Hora del Espanto, Carrie, y un larguísimo y vomitivo etcétera -, lo cual ahorra ciertamente costos de propaganda pero, por otra parte, desconoce la creciente repulsión del público al tener que ver una y otra vez historias que ya conoce, amén de que el 90% de las remakes resulta de muchisima inferior calidad a los originales que intentan reciclar. Mientras que Robocop 1987 no es ciertamente el Citizen Kane de los filmes de acción, por otra parte es una película tan sólida y potente que resulta difícil que alguien pueda superarla. Todo esto se ha traducido en un creciente movimiento de rechazo - perceptible en los grupos de fans que abundan en las redes sociales - al escuchar el anuncio de la remake. Las cosas comenzaron a ponerse peor cuando las señales negativas empezaron a venir de parte de los mismos responsables de la nueva versión, ya fuera el poco ceremonioso estreno del filme en febrero - temporada en la que los estudios norteamericanos vomitan todos sus fracasos y proyectos indeseables -, hasta la filtración de una conversación telefónica entre el director José Padilha y su par brasileño Fernando Mereilles, en donde el primero hablaba pestes de Hollywood y de la interferencia de los estudios con su visión, quejándose de que los ejecutivos cercenaron casi todas sus sugerencias y terminaron metiendo mano en la cinta para bajar el nivel de violencia, cosa de obtener una calificación Apta Todo Público que le permitiera recuperar rápidamente costos - lo que daba cuenta de una versión tan desnatada que atentaba contra la naturaleza del personaje -. Así como muchos éxitos nacen en una masiva recomendación boca a boca, el mismo movimiento - pero con una carga negativa - puede servir para torpedear un filme en la taquilla, lo cual terminó sucediendo con esta versión 2014 de Robocop, al menos en suelo norteamericano. La buena nueva es que Robocop 2014 no es el desastre que uno hubiera anticipado. Es un filme inteligente y bastante sólido, pero se encuentra a años luz de la intensidad del clásico de 1987. Y mientras que la orgía de violencia que caracterizaba a la entrega de Verhoeven brilla por su ausencia, por otra parte se dedica a una exploración bastante intensiva de temas y personajes que la vuelven en una aventura de ciencia ficción pensante. El Acto II - en donde el filme desarrolla la incompatibilidad entre hombre y máquina, el rediseño constante del Robocop para satisfacer necesidades de mercado, y la necesidad de que sea mas un producto que un individuo con carácter propio - es excelente. El problema es que los Actos I y III (prólogo y final) carecen de potencia. Vale decir, uno ha perdido la ácida sátira a los medios (y el eminente tono facistoide) del filme de Verhoeven, y han sido reemplazados por una discreta crítica a la cultura marketinera que prospera en los ámbitos corporativos. El combativo periodista que encarna Samuel L. Jackson no se acerca ni a los talones de los breves e incisivos flashes informativos que abundaban (y deleitaban) en el original. Por otra parte OmniCorp ya no es una corporación maligna desbordante de cretinos deseosos de serrucharse el piso los unos a los otros, sino que es mas una entidad amoral, enviciada con los resultados financieros de Wall Street y las encuestas de mercado, y dispuesta a utilizar cualquier tipo de medios - aún aquellos que estén reñidos con la éitca - con tal de poder aumentar sus ganancias. El gran problema con Robocop 2014 es que el tono de la tragedia ha perdido fuerza, y ha sido mutado por el desarrollo de una galería de temas que, si bien son interesantes y ayudan a entender mejor la evolución del personaje, por otro lado le quitan todo el punch emocional al argumento. (alerta: spoilers) El filme de Paul Verhoeven era, ante todo, un western en donde un tipo dado por muerto regresaba para vengarse de sus victimarios. En aquella película los mismos coincidían con los detestables y corruptos funcionarios de la corporación - lo que daba un único grupo de villanos -, mientras que aquí la cosa pasa por dos carriles distintos y eso le quita efectividad al desenlace - la revancha de Murphy sobre sus asesinos llega 20 minutos antes del final y, lo que le queda, es la resolución del conflicto paralelo que mantiene con las autoridades de OmniCorp -. En todo caso aquí el drama consiste en un producto negándose a ser cancelado debido a una decisión ilegal tomada por sus superiores. El climax es tan minimalista que termina siendo terriblemente soso. (fin de spoilers) Robocop 2014 tiene su cuota de méritos. El protagonista ahora es un androide ágil capaz de proezas sobrehumanas - lo cual corrige la escasa movilidad del Robocop original , un detalle que (a mi juicio) siempre atentó contra las posibilidades de desarrollo y expansión de la franquicia -. La relación entre Alex Murphy y el científico que lo crea (un excelente Gary Oldman) está marcada por fidelidades y ambigüedades, la cual resulta interesante. Este Robocop no ha perdido la memoria y mantiene aún contacto con su familia, lo cual crea una relación disfuncional que el guión no termina de desarrollar. A su vez Alex Murphy es un individuo normal y consciente atrapado en una máquina, con el único detalle que su voluntad es alterada - sea química u electrónicamente - de acuerdo a los designios de sus dueños. Por otra parte hay todo un comentario político escondido en la historia - la proliferación de fuerzas armadas robotizadas, la ocupación de territorios en el extranjero (incluso el inicio del filme tiene que ver con una Irán invadida al estilo de la actual Iraq) - que el libreto nunca termina de explayar mas allá de su presencia anecdótica. Pero todas estas cosas parecen detalles aislados en una trama que carece de resonancia. Yo creo que el director Jose Padilha pudo explayarse con cierta libertad en el proceso de formación de Robocop, pero no pudo lidiar ni con el prólogo ni con el climax debido a la férrea decisión del estudio de obligarlo a apegarse a un libreto ya aprobado. A final de cuentas los filmes de Tropa de Elite (dirigidos por Padilha) manejan temas de corrupción y ultraviolencia y montan un ambiente opresivo recargado de conspiraciones y traiciones inminentes, puntos que precisaba desesperadamente este Robocop 2014 en vez de insulsos criminales callejeros y ejecutivos trasnochados que sólo piensan en la cotización que su empresa tendrá a la mañana siguiente en Wall Street. La acción está ok, las perfomances son muy buenas, la historia es sólida; pero Robocop 2014 no deja de ser una aventura de ciencia ficción pasable, que tiene sus méritos pero que no le alcanza para ser memorable, y que por siempre vivirá a la sombra del feroz original creado por Paul Verhoeven en 1987.
El brasileño José Padilha realizó hace tiempo un gran documental llamado “Ónibus 174”. Después realizó un film fascista de acción, “Tropa de elite”, cuyo mayor problema no era el fascismo sino su falta de pericia para narrar acción. “Robocop”, remake del clásico satírico del gran Paul Verhoeven, es su primer film en los EE.UU. Lo bueno es que se ve más o menos bien y algunos actores -especialmente Samuel Jackson- entienden de qué va la historia original. Lo malo es que se trata de una película inútil. Si Verhoeven, con un pesimismo absoluto, pintaba en 1987 cómo sería el mundo hoy y extrapolaba lo peor de la era Reagan sin ser aleccionador, Padilha hace lo contrario. El humor y la sátira van por un camino (para que sepamos que se trata de “Robocop”) y lo político y sentimental van por otro, con un peso didáctico enorme. En ocasiones, Padilha quiere innovar en las escenas de acción y mostrar algo de estilo. Lo que logra es un batiburillo que mezcla ángulos o procedimientos “creativos” con la ramplonería más lisa y llana. Poco queda de la fuerza expresiva del film original o de la diversión a mansalva de sus menos logradas pero estimables secuelas. En última instancia, habría que preguntarse por qué estos films vuelven a hacerse de manera anónima: las remakes solo funcionan cuando un artista usa la historia original como vehículo para su propio mundo, y el de Padilha es muy poco interesante, solo es violento.
Robocop versión 2014 no es un fracaso porque sea una remake (más) completamente innecesaria, ni porque palidece en comparación al clásico de acción de los ochentas que la inspiró (de no haber existido la anterior película, éste film seguiría siendo igualmente mediocre) . Robocop Siglo XXI es una mala película porque comete un gravísimo pecado: ser completamente estúpida creyéndose increiblemente inteligente. Tan sólo la primer escena es una muestra clara de ello: en el personaje peor escrito de todos, un presentador de TV interpretado por Samuel Jackson, el director José Padilha imita el cinismo de la película de Verhoven con resultados patéticos. Tras varias escenas montadas sin mucho nexo con el resto del argumento, este personaje tiene líneas como "¡América necesita garantizar la protección!" "¡Es por eso que somos el mejor país del mundo!" y, especialmente, la conclusión inevitable (parafraseando) "¡Por culpa de periodistas amarillistas que inciden en la opinión pública suceden estas cosas!". Seguramente el guión original agregue un diálogo adicional que exclama a los gritos "¡¡¡Y estoy siendo irónico!!!", pero el director decidió que quizás era demasiado. Podría haberlo dejado en la película: hubiese sido exactamente lo mismo. Esta actualización del policía que vuelve a la vida (contradicción cuasi-ATP: aquí, en verdad, nunca muere clínicamente, por lo cual no es un robot sino un hombre con injertos cyborg) peca de grandilocuencia con ideas diminutas, y comete el más común de los pecados del género: no entiende eso de que un héroe -más cercano al superhéroe factoría Marvel en este caso- se mide por la magnitud de sus rivales, y tanto es así que en toda la película no hay un villano con peso, y cuando aparece uno casi al final de la misma, ya es demasiado tarde. El líder de la banda de criminales que manda a asesinar a Alex Murphy, nuestro querido y suponemos que buen-tipo protagonista, casi no tiene interacción con el resto del argumento y apenas si sabemos a qué se dedica. ¿Será traficante de cosas feas y malas? ¿Se portará mal y no encajará en la sociedad? Pobre hombre: quizás hasta sea inocente. La falta de caracterización jamás nos permitirá saberlo. Y brilla ahí mismo por su ausencia la otrora gran protagonista de la historia: la ciudad de Detroit. Esa ciudad que la primer película, en un chiste visionario, declaró en quiebra veinte y cuatro años antes de que en la realidad esto sucediera, y que aquí nos aseguran desde la producción de esta remake que sigue siendo un desastre y por ello NECESITA un héroe, pese a que los vistosos paneos por los alrededores de la misma describen una vecindad tranquila, donde por momentos daría gusto tener una casa. Al menos una como la de Murphy, el sufridísimo policía que casi muere pero afortunadamente no pierde nada, más allá del aspecto físico, puesto que su hermosa familia lo acoge de vuelta en el nido y su mujer le asegura "vamos a salir adelante". No sea cosa que alguien piense que detrás de este argumento podría haber una tragedia. Es bueno saber, de todos modos, que aunque los medios hablen de inseguridad, en la vieja y querida Detroit aún cuando asoman nubes termina siempre saliendo el sol. Pero no es culpa de los actores que Robocop 2013 carezca completamente de emoción, ni del diseño de producción mezcla de Tron/Iron-Man/Power-Rangers/Animé genérico, ni mucho menos de la correcta fotografía o los efectos especiales que pueden impresionar a cualquier persona que haya pasado los últimos años de su vida encerrada en casa sin conocer deshechos fílmicos como la saga Transformers e incontables (y últimamente insufribles) películas de superhéroes. No. La culpa es del director, José Padilha, que realmente cree estar a la altura de la ironía ácida de Paul Verhoven (es su error al no haberse distanciado de la competencia) cuando, en verdad, apenas si llega al nivel satírico-fascista-ridículo de un Eduardo Feinmann o Baby Etchecopar.
¡Dejen a Verhoeven en paz! Otra remake que decepciona y van... A esta altura del partido, los cinéfilos deberíamos darnos cuenta que rehacer un clásico de la gran pantalla en el contexto comercial actual de Hollywood, es prácticamente un suicidio artístico, que seguramente reportará buenos números a los dueños de los estudios y productoras por la manipulación de un ícono del séptimo arte, pero que al espectador que va a encontrarse con su héroe de la infancia, le significará una rotura de corazón, de esas que dejan marca. Y es culpa nuestra, en gran parte, porque nos dejamos engañar y vamos con los ojos cerrados a ver la nueva versión de algo que nos encantó en el pasado sabiendo que difícilmente llegue a superarse. Una excepción a la regla fue por ejemplo la remake de "Dredd" dirigida por Pete Travis. Fue fabulosa y superó ampliamente a su predecesora en cuanto a calidad interpretativa, guión y aspectos técnicos, pero en la taquilla se hundió más rápido que el Titanic tras chocar con el iceberg. Esto no fue culpa de los productores, sino de nosotros los espectadores que cada vez queremos más productos lights y poco trascendentes. Con este nuevo "Robocop" sucede algo muy similar a lo que pasó con la nueva versión de "El vengador del futuro", también de Verhoeven, que fue reciclada por Len Wiseman en 2012. Los aspectos técnicos están mejorados, tanto lo visual como el sonido, pero se la limita tanto en el sentido artístico que termina siendo otro paquetito más, estándar y aburrido, de esos que nos suele entregar cada año Hollywood para seguir llenando las arcas de unos pocos. La "Robocop" original no era para menores de edad, no trataba de "entretener" en la línea de lo que la Motion Picture Association of America considera que es apropiado para jóvenes mayores de 13 años, por el contrario, era un producto revolucionario y transgresor para su época. En esta nueva versión, lo que la hacía distinta, lo que la daba una personalidad distinguida, lo que la hacía entretenida, fue reprimido y se cambió la dinámica por una de manual, sin creatividad ni corazón. Hay algunas cuestiones rescatables, como por ejemplo las visuales. La participación de dos grandes como Gary Oldman y Michael Keaton también ayudaron a que el film no fuera un desastre. Lo demás es sólo relleno, incluso la interpretación del protagonista Joel Kinnaman que no logra conectar con el espectador. Otro clásico que ve manchado su prestigio por la ambición de algunos empresarios más interesados en la creación de expectativas falsas que en la producción de un buen entretenimiento.
Humano, después de todo. Considerando la avalancha de negatividad dirigida en su dirección, tiene sentido que el director José Padilha ni siquiera espere al león de MGM para tratar de dejar su marca. Sí, el felino abre la boca, pero lo que se escucha no es el icónico rugido del estudio, sino que se trata de las gárgaras de Pat Novak (Samuel L. Jackson), quien se prepara para soltar su infierno demagógico. Su programa, The Novak Element (imaginen una versión futurística del barullo que sale en Fox News), va a abrir y cerrar esta historia ya conocida: RoboCop (2014). Pasaron 27 años, pero la historia es parecida. En su clásico ochentoso, el neerlandés Paul Verhoeven usó su debut en las grandes ligas de Hollywood para transformar lo que parecía otra premisa de estilo sobre sustancia en una sátira de la violenta privatización mundial patentada por Ronald Reagan, usando el baño de sangre y fuego como remate a un perverso y brillante chiste. Hoy, tras el olvido generado por la inmensa cantidad de merchandising en contra de su mensaje básico, es el turno de otro extranjero para tomar la batuta con el relato del cyborg. No es difícil entender por qué eligieron al brasileño Padilha: sus filmografía, sea el documental Bus 174 o los dos thrillers de acción de Tropa de Élite, pintaba en sus favelas disparadoras de corrupción el tipo de imagen, quizás el discutible estereotipo latinoamericano, que buscaban los productores estadounidenses para su mirada de la (aún más) decaída Detroit del futuro. robocop3 Sin embargo, el impulso de la elección es detenido por la más básica contradicción de la meca estelar. La sensación se nota desde el punto de partida del film, que inicia con un prometedor reporte de The Novak Element explicando el mundo de Padilha y el guionista Joshua Zetumer. De Teherán a Buenos Aires, casi todo el mundo está asegurado por los drones de la empresa robótica OmniCorp. Y por “asegurado”, uno quiere decir que es una pesadilla distópica de control total, donde los otrora no comerciales ED-209 marchan por las calles para inspeccionar y atacar a toda la población. Mientras Jackson (de nuevo, levantando lo más posible sus decibeles y pupilas) canta sus alabanzas al sponsor con las imágenes de su ataque a terroristas, un chico que por alguna razón decide llevar un cuchillo frente a las bestias de metal es acribillado. El polvo y las cámaras esconden la masacre, pero lo que aparenta ser un fuerte mensaje de manipulación mediática y la inhumanidad del daño colateral en realidad termina pareciendo un cobarde recurso fácil para parecer profundo y no arriesgar la audiencia juvenil. En su manía por esconder, la seguridad sacó el elemento fundamental del film de Verhoeven: la crítica. “Estados Unidos es una potencia aplastadora” no es una primicia, ni aunque lo repitas desde un pedestal. robocop-samuel-l-jackson Pero al menos eso concuerda con uno de los temas centrales del film, como vemos cuando OmniCorp trata de resolver su mayor predicamento. Verán, en este futuro indeterminado, Estados Unidos es la única nación del mundo que no tiene máquinas patrullando las ciudades, debido a la inseguridad del público con la idea de un robot sin sentimientos a cargo de la justicia. Entre el brainstorming del CEO Raymond Sellards (Michael Keaton, mezclando a Bill Gates con su Bruce Wayne) para apelar al lobby, sale la idea de meter a un hombre en la máquina. Y ahí es donde entra en escena Alex Murphy (Joel Kinnaman), un policía honesto que persigue un caso de corrupción, quedando víctima de un feroz atentado. Incinerado totalmente y sin alternativa, el padre de familia es el candidato perfecto para los planes de la compañía. Centrando la mayor parte del film en la historia de la construcción del híbrido, el film se tira al costado humanista y decide preguntar en que punto inicia el hombre y acaba la máquina. En las escenas donde Murphy se tiene que enfrentar a su nueva naturaleza (sea ver sus pocos restos vitales en toda su luz, o dejar que su familia no lo reconozca fuera de la piel), Kinnaman muestra su valor, dando un verdadero rostro a su dilema y justificando el giro al respecto de la anterior producción: en el ‘87, el organismo se dirigía a lo humano, en 2014, se arriesga al virtualismo. De todas maneras, aunque el actor sueco exprime más su rol que Peter Weller (quien, enfrentemoslo, era más bien indicado para la monotoneidad de RoboCop) y consigue buenas interacciones con su éticamente confundido doctor (interpretado por el gran Gary Oldman), el núcleo del film se queda corto. Miremos lo que pasa con la otra supuesta subtrama personal, que es la de su esposa (una desperdiciada Abbie Cornish), cuyo arco se limita a llorar, arrastrar a su hijo (otra estatua de consternación) y ser un objeto de afecto en lugar de un sujeto con vida. 2014-Robocop-still-4 Esa falta de compromiso es algo que se traslada a los temas generales del film, que se martillan una y otra vez pero no se arriesgan a ningún costado fuera de lo obvio; una lástima, porque por cada escena ingeniosa, como las discusiones en las oficinas de OmniCorp sobre como cambiar la opinión pública o los dilemas de Murphy con su rol como monstruo de Frankenstein patentado, hay otros dos pasajes que amenazan con tirar todo atrás, sean referencias al film original (¿cuándo aprenderán que eso casi siempre es una firma involuntaria a la sentencia de muerte para los que reconozcan los guiños?), cansados clichés policíacos (el film no está tan interesado con el “Cop” en RoboCop) o su giro del tercer acto, donde todos los mensajes y personajes se van a la borda para rellenar el desenlace con los obligatorios tiroteos y explosiones que no abundaron antes. Lo curioso (aparte de como, excepto por un inventivo tiroteo en la oscuridad, la escasa acción no sorprende demasiado) es que la película no requiere tanto de ese último elemento. Claro, es la premisa, pero uno puede ver a Padilha queriendo alejarse e irse al costado ideológico, biológico, así como se puede ver al estudio arrastrándolo al seguro terreno del conformismo referencial y comercial (ni siquiera el look del Detroit normal del mañana llama mucho la atención, aparte de un par de botones). Así y todo, el RoboCop 2.0 queda en un punto medio, que a esta altura puede parecer un logro si uno lo compara con las recientes reversiones fallidas (ejem, El Vengador del Futuro), pero que a la vez lo destina al seguro olvido. robocopBanner Varias veces, un personaje se refiere al reconfigurado Murphy como un “Hombre de Hojalata”, e incluso le pasa un tema de la banda sonora de El Mago de Oz. Uno podría describir así al film, del cual pensamos que pasaría “si tan sólo tuviera un corazón…” y algo de sangre en sus venas.