Acción y corrupción política Algunas producciones nacionales siguen explorando el cine de género, hecho saludable que brinda variedad -más allá de los resultados- en los estrenos de los últimos años. Ahora el director Gustavo Cova (quien hizo dupla con Horacio Maldonado en Alguien te está mirando y que luego filmara Gaturro y Boogie el aceitoso) elige la acción y la intriga como móviles de una historia vertiginosa. Rouge amargo tiene influencias del cine de acción y del policial norteamericano y plasma a través de un montaje ágil las situaciones que enfrentan sus protagonistas, seres que buscan salvarse. El estreno llega en un momento oportuno en el que las denuncias periodísticas sobre corrupción están a la orden del día. En la trama políticos quedan involucrados al narcotráfico en un chip que tiene información y esto cruza los caminos de un ex presidiario (Luciano Cáceres) y de una prostituta (Emme) cuando un controvertido candidato a diputado es asesinado en un viejo hotel. Perseguidos por la policía (con Rubén Stella a la cabeza) y por un frío asesino, la trama avanza con la aparición de Rita (Gustavo Moro), una travesti que decide brindarle refugio a su amiga y un periodista (Nicolás Pauls) que quiere conseguir informacíon sobre la corrupta cúpula política. La película retoma el tópico del hombre inocente señalado como culpable y de la mujer desprotegida que quiere dejar el oficio más antiguo del mundo pero que se ven desbordados por las vueltas del destino. Entre flahbacks, algunos tiros en el mercado de Frutos de Tigre y persecuciones automovilísticas, se construye un relato entretenido que nunca pisa el freno. Y los intérpretes acompañan el clima del film, sobre todo el rol protagónico asignado a Gustavo Moro.
Lugares comunes Gustavo Cova se arriesga al género policial a través de un relato demasiado artificial y con vicios que se repiten una y otra vez. Aunque busca una estética unificadora que enmarque el relato, no consigue credibilidad en las escenas o personajes, ni autenticidad en la búsqueda de algún tipo de emoción. Un guión con muy poco sustento que tampoco colabora a permitir algo de vuelo a un film fallido. Julián (Luciano Cáceres) es un ex convicto recién salido de la cárcel. En su primera noche libre, en la habitación de un hotel alojamiento rescata y conoce a Cintya (Emme), una prostituta que presencia el asesinato de su cliente, un candidato a diputado nacional. Poderosos políticos están implicados en el homicidio de este hombre, quien guardaba valiosa y comprometedora información. Buscados por un asesino a sueldo y por la policía Julián y Cintya permanecen prófugos, pero le piden alojamiento a Rita (Gustavo Moro), la amiga travesti de ella, quien los ayuda y encubre. En el medio de esta persecución nuevas pistas van completando la trama que devela las verdaderas intenciones de cada personaje. Se entiende que Cova propone un policial urbano, donde la marginalidad aparece en primera plana como marco adecuado para la historia que desea contar (calles con prostitutas, boliches de travestis, pools vacíos, bares inmersos en la oscuridad). Pero todo en la película está armado en base a clichés y estereotipos que se vuelven irrisorios: los agentes de la policía maltratadores y homofóbicos, los políticos corruptos, la prostituta que tiene nobleza, el ex preso que busca el amor y la redención; por nombrar sólo algunos. Semejante combo de simplificaciones hacen demasiado ruido en un film que de original tiene muy poco. El comienzo de Rouge Amargo (2013) pretende marcar un rumbo misterioso, pues se suceden una serie de escenas e imágenes en dónde ningún personaje habla. Todo el tiempo se hace evidente que todos esconden algo pero el film se guarda los ases para entrado el final de la película. Este retraso en presentar algunas pistas interesantes aletarga el film y le resta interés. Una película que supuestamente apuesta a una trama se regodea por demás en aburridas y reiterativas escenas de persecución contadas de un modo ágil pero que apenas logran algo de suspenso. Entre una serie de fallas, la principal son los personajes, pero también los actores. No es que estos últimos tengan responsabilidad en la interpretación, los personajes son sosos aún sin pensar en las actuaciones. Pero como si esto fuera poco, los actores del film no son para nada convocantes y solo algunos de ellos convencen en sus papeles (no es el caso de los dos protagonistas que ni en las escenas hot consiguen algo de chispa). Por otro lado, las escenas donde aparece Rita, la amiga travesti de Cintya, no solo que abundan sin necesidad sino que perturban bastante un producto que ya es de por sí bastante bizarro y absurdo. Adoptar un estilo y clima local no está mal pero si se hace con autenticidad y un poco de novedad. Además, Cova deja al descubierto los hilos del guión, obstaculizando así la inmersión del espectador en la trama, y haciendo evidente cada giro argumentativo de forma bastante obvia y ridícula.
¿Se acuerdan de aquel cine grasa de los 80 y 90? Argumentos pobrísimos, actuaciones deplorables, copias mediocres de seriales estadounidenses y situaciones que bordean lo risible para situarse en el plano de lo bizarro. Esta estética se mantuvo en diversos trabajos durante los años 80 y parte de los 90, hasta que la nueva ola de cine argentino hizo olvidar -para bien o para mal- a la anterior, que buscaba la provocación pero a través de una mirada superficial y decididamente alejada del entretenimiento. Lo que hace Gustavo Cova en Rouge Amargo, es rememorar lo peor del cine noir nacional (con participación mal aprovechada de un ícono de los policiales de los 80 y 90 como es Ruben Stella) con una película que pareciera atrasar al menos unos veinte años en la industria cinematográfica argentina. Al principio, uno podría pensar que Cova está traslando un cómic al cine, porque los encuadres torcidos, la lluvia...
Poné al travesti El problema es siempre la forma. Están los que piensan que lo importante en el cine son los actores, la historia que se cuenta, los parlamentos, la fotografía, el mensaje que le queda al espectador, el diseño de arte o vaya a saber uno qué. Pero no, en cine lo que importa es la forma, cómo se cuenta lo que se quiere contar. En sus primeros minutos Rouge Amargo recuerda vagamente a Matar o morir, aquella película protagonizada por Clive Owen y Monica Bellucci: un asesino profesional misterioso y una prostituta se cruzan por azar y de pronto se encuentran perseguidos por el mundo entero. Pero donde en aquella hay velocidad, juego irresponsable y placer cinético, en Rouge amargo tenemos una narración torpe (mucho más allá de la obvia diferencia de presupuestos), atmósferas graves y una puesta en escena confusa. No se trata, por supuesto, de que todo cine deba aspirar a ser como el de Hollywood (aunque por momentos Rouge... parece intentarlo), sino simplemente de que esta película no logra encontrar su propio tono. Rouge Amargo cree todo el tiempo que es mucho más seria de lo que en realidad es. Y eso es fatal. Por ejemplo, es llamativamente inútil la subtrama protagonizada por Nicolás Pauls: una historia paralela que se nos presenta desde el comienzo y que se va estirando con episodios esporádicos a lo largo de toda la película, como para recordarnos que la historia en la que básicamente no pasa nada todavía está en juego. ¿Para qué existe ese periodista interpretado por Pauls? Para que recién al final podamos tener acceso a la edificante moraleja de esta película. Más allá del montaje que quiere generar ritmo ahí donde no lo hay y de la cámara en mano agotadora, Rouge Amargo queda atrapada en el vértice de una alternativa: no se juega por el placer hueco (hay un político asesinado, prostitutas, narcotráfico, violencia de género, una mugre generalizada en los ambientes y en la puesta en escena que hace pensar en algo sórdido cuando en realidad lo más que tenemos son escenas de noche), pero tampoco cuenta verdaderamente una historia. La prostituta y el asesino tal vez sean los protagonistas de la película, pero no sabemos nada de ellos, no tienen una verdadera personalidad más allá de alguna que otra cara de piedra. Lo que queda está a mitad de camino entre el lugar común (no explotado a conciencia) y el policial moralizante, cuyo contenido político es tan genérico que más allá de llenarle de plomo los zapatos a esta historia, no podría asustar a nadie. En el medio de todo esto aparece un personaje secundario que va creciendo con el correr de la película hasta comérsela entera: Rita, la travesti interpretada por Gustavo Moro. Cada vez que Rita aparece en el cuadro, llena la pantalla a diferencia de lo que pasa con Luciano Cáceres y Emme, cada uno con mayor o menor fotogenia pero siempre mal filmados, incluso en las dos escenas de desnudo de Emme. Aunque este personaje también está levantado en torno a lugares comunes (los sufrimientos infinitos de esta mártir de la calle hacen que por momentos Rouge Amargo parezca el calvario de una travesti a la que le sale todo mal), la suma total de estos pocos rasgos termina generando una idea de personaje, una personalidad, una entidad que sufre y ama, a la que le pasan cosas, con la cual nos podemos relacionar. Hacia el final de la película, para cuando la trama policial ya realmente dejó de importarnos y las últimas vueltas de tuerca no desvelan a nadie, todo lo que estamos deseando en las butacas es que vuelva a aparecer la travesti en cámara.
Un film noir demasiado estereotipado El director Gustavo Cova (el mismo de la legendaria Alguien te está mirando) deja las adaptaciones animadas (Boogie, el aceitoso y Gaturro, la película) para volver a los personajes de carne y hueso en el policial Rouge Amargo. Los resultados, sin embargo, dejan mucho que desear, ya que el film no supera la medianía de un producto televisivo, tanto en forma como en contenido. Julián (Walter Cáceres, muy por debajo de su nivel habitual) es un flamante ex convicto que llega a un albergue transitorio. Lo llamativo es que no lo hace acompañado, esfumando así la potencial intención de celebrar su primera noche en libertad. En medio de los pasillos se cruza con una prostituta (Emme) perseguida por un misterioso asesino, quien segundos antes baleó a su ocasional compañero de cuarto. Compañero de cuarto que no era otro que un diputado nacional que encabezaba una investigación sobre la corrupción del gobierno. Ni lento ni perezoso, Julián pone manos a la obra para proteger a la chica, iniciando así un tour de force por la ciudad. Hasta aquí, entonces, una premisa reconocible, pero que hubiera podido llegar a buen puerto. Pero no. El principal problema del largometraje es su filiación televisiva. Cova filma a puro plano y contraplano, y decide montar frenéticamente las escenas de peleas cuerpo a cuerpo, generando confusión y tedio ante la imposibilidad de saber quién le pega a quién. Intento de film noir con la geografía bonaerense como principal escenario, Rouge amargo, cuyo guión fue escrito a ¡diez! manos, es lo más cercano a una versión estirada en el tiempo del unitario Tiempo final. Esto dicho no por la unidad espacial del relato, característica nodal del producto televisivo de Telefé, sino por la tipificación de sus personajes (el ministro corrupto, la travesti de buen corazón, el hitman perseguidor, el periodista de ética inquebrantable que investiga el caso, etcétera) y la sensación de que el asunto podría haberse resuelto con mayor justeza e interés en menos de una hora.
La nueva película de Gustavo Cova tiene varios factores atractivos que pueden llevar a la gente a querer ir a verla al cine. La principal, es la de arriesgarse a hacer algo que no suele hacer el cine nacional, a meterse con un género que no es casi ajeno, a jugar con él, a permitirse seguir ciertas reglas y romper otras. En la película en cuestión, es curioso que no hay un detective. Al menos no del modo tradicional. No está el típico juego de una pista que lleva a la otra. Acá lo principal está en seguir a los dos protagonistas (Luciano Cáceres, actor que ya ha demostrado ser muy versátil, tanto para el cine como para tele, tanto para la comedia como para el drama; y Emme, hermosa, sexy e imposible de pasar desapercibida), dos personajes que se cruzan en circunstancias extrañas. Ella es una prostituta que una noche en un hotel junto a un político sale desnuda y asustada del cuarto tras ser él disparado. Él acaba de salir de la cárcel, va a pasar esa noche al mismo hotel y carga un arma. Él le salva la vida. Ella se siente atada a él. Se escapan. Ambos saben más de lo que dicen. Nicolás Pauls interpreta a un periodista que estuvo todo un año trabajando en un caso de narcotráfico pero de repente su jefe le dice que si no tiene nada para dentro de un día, se olvide del reportaje. El problema de su personaje es que es muy pasivo. Lo único que hace es esperar la llamada de este informante que todavía no vamos a saber quién es, que prometió encontrarse con él pero por algún motivo que desconoce nunca llegó. El villano, al menos el más activo, que los persigue, violento, es César Vianco, a quien seguramente muchos recordarán como el gran villano de "Los Simuladores", aquel que regresa de la selva para vengarse de la "jodita" que ellos le hicieron. El elenco principal lo complementa Gustavo Moro en un personaje interesantísimo: el de Rita, la travesti que es como una madre de la protagonista, Cintia (Emme), y que los va a ayudar por más que esté llena de dudas y sepa que el terreno es muy peligroso. La película tiene a favor que no es un policial completamente negro, en realidad no siempre (no lo hace la mayoría de las veces) se toma en serio a sí misma. Lo cual aporta cierta frescura y sorpresa. Vale destacar que tiene un gran trabajo de montaje y edición. Hay secuencias que sorprenden por su calidad, destacándose para mí la que intercala el musical de Rita con la aparición de un personaje a quien el destino le depara una sorpresa... desagradable. De hecho también hay un gran trabajo sonoro. Es cierto que el guión es previsible, hay eventos que parecen suceder sólo porque tienen que suceder y hasta los diálogos muchas veces parecen despojados de ingenio. Hay mucho plano detalle, a veces hasta innecesario (por ejemplo el de la moneda al comienzo de la película, que parecería ser un guiño a la película de Campanella) y todo eso lo define como un producto, que no tiene definido un punto de equilibrio. Y es que el principal objetivo de la película parece ser el de entretener. Ya sea con escenas casi ridículas, como otras de acción mejor trabajadas. Lo discutible es que justamente no se queda con un tono, navega un poco entre ambos mares, sin decidirse, quedando a veces a la deriva, precio por la dirección elegida. Extraña y simpática, no pasará desapercibida en cartelera.
Un thriller intenso y lleno de acción. Un policial nacional que mezcla: corrupción, política y prostitución. Varias producciones nacionales vienen apostando al cine de género, como por ejemplo "La plegaria del vidente” (2011) de Gonzalo Calzada, entre otras, ahora el que se anima es Gustavo Cova, que tuvo su debut cinematográfico junto a Horacio Maldonado en “Alguien te está mirando” (1988) una mezcla de terror y ciencia ficción, llegan otras y luego las películas animadas "Boogie, el aceitoso" (2009) y "Gaturro, la película" (2010). Tomo comienza con una serie de anuncios relacionados a: narcóticos, prostitución, corrupción y sospechas. Un hombre (Luciano Cáceres) se registra en un viejo hotel en la peligrosa zona roja de la ciudad, no sabemos mucho, porque él se encuentra en ese lugar. Y luego es sorprendido por ruidos violentos en los pasillos de dicho lugar, es el primer encuentro con Cyntia (Emme), una joven totalmente desnuda que le pide ayuda. Sin dudarlo este saca su arma, se enfrenta a un hombre violento, un asesino apellidado Báez (Cesar Vianco), ¿Es un sicario? Luchas y forcejeos, ella puede sacar sus cosas del lugar y ambos deben huir de la policía. Pero el fallecido no es un hombre común, se trata del Diputado Nacional Ferrari. La persona designada para investigar es el Inspector Marchetti (Rubén Stella) un experto y alguien que es muy difícil de engañar. Quien sigue el caso es un joven periodista Luis Harili (Nicolás Pauls) que tiene las presiones lógicas por la envergadura del caso. Mientras los sospechosos se refugian en la casa de Rita (Gustavo Moro), una travesti de buen corazón amiga de Cyntia. El espectador a esta altura ya sabe que él es Julián un ex convicto y de ellas observaremos que deben unirse para poder escapar de la justicia. Los destinos de Cyntia y Julián se unen sin saberlo ni desearlo, porque ellos son culpados por el asesinato de un político, deberán escapar de quienes los siguen y descubrir quién está detrás del crimen. Todo queda envuelto en un crimen, un poder corrupto, varios secretos y sospechas, los que se encuentran implicados son un ex presidiario, una prostituta y un travesti ¿quién puede creer en ellos? Los espectadores se encuentran frente a un relato policial, un thriller con mucha acción, con escenas de peleas cuerpo a cuerpo, luchas con cierta coreografía, corridas, tiros y persecuciones, situaciones similares a las que vemos habitualmente en alguna película norteamericana, que pueden resultar logradas o no, y acá el espectador deberá juzgar si está bien o mal. Nos chocamos con estos seres marginales, calles con prostitutas, boliches de travestis, las drogas, la corrupción, los encubrimientos, policías homofóbicos y agresivos, los políticos corruptos, el periodismo y la ética. La trama además tiene misterio, secretos y enigmas, y cerca del final una vuelta de tuerca. Personajes bien delineados en los cuales cada uno se luce o no a su medida. No posee un guión muy potente pero entretiene.
Recién salido de la cárcel, Julián se registra en un hotel ubicado en una zona frecuentada por prostitutas. De pronto es sorprendido por violentos ruidos y desesperados gritos de una mujer que ocupa una habitación contigua. Sin dudarlo saca a relucir su revólver y allí se encuentra con una joven que le pide ayuda. Inesperadamente un hombre lo enfrenta y huye, y para sorpresa de Julián, él reconoce a una persona muerta sobre la cama. Se trata de un famoso y controvertido diputado, y frente a esta situación la mujer lo obliga a escaparse juntos. Mientras un periodista y un veterano policía intentarán descifrar el caso de ese asesinato, detrás del cual se esconden siniestros planes políticos, la pareja deberá eludir a unos crueles perseguidores que están involucrados en el crimen. Con una cámara en constante movimiento, el director Gustavo Cova recrea esta peligrosa aventura con indudable calidad estética y logra otorgar al guión, del cual es coautor, un clima dramático que, como en muchos y recordados thrillers de la cinematografía norteamericana, posee una suficiente dosis de suspenso y de violencia, elementos que convierten a Rouge amargo en un film casi atípico dentro de las producciones nacionales. Luciano Cáceres y Emme aportaron a sus personajes todo el vigor que necesitaban para salir indemnes de una sucesión de situaciones en las que la trama los envuelve cada vez con más fuerza y temor. Es un plato fuerte digno de degustarse.
Mientras la ciudad duerme Como aquellas películas de los primeros años del retorno de la democracia, la apuesta policial de Gustavo Cova con Rouge amargo trabaja desde un amplio abanico temático donde confluyen ex presidiarios, prostitutas, políticos corruptos, travestis y periodistas. En ese submundo tantas veces transitado por aquel cine se desarrolla una débil historia de necesaria complicidad entre Julián (Cáceres) y Cynthia (Emme) quienes, por cuestiones del azar, o de las vueltas del guión, se meterán de lleno en la basura de la ciudad, retratada a través de escenas nocturnas, sexo publicitario y algún derroche de sangre. En aquella década Cova (junto a Horacio Maldonado) codirigieron Alguien te está mirando, un film de terror y suspenso con jóvenes con la testosterona a punto de estallar y los rockeros de entonces Stuka y Michel Peyronel en breves apariciones. Aquella película, hoy casi de culto, presentaba una estética "moderna" para la época, en un combo perfecto junto a la "futurista" Lo que vendrá de Gustavo Mosquera, con Charly García como enfermero descontrolado. Rouge amargo parece original pero no lo es por su frágil construcción de personajes estereotipados: el ex preso recién salido de la cárcel que vuelve a tener problemas, el periodista deseoso por la noticia que lo lance a la fama, la prostituta de buen corazón, el entorno político que trata de ocultar su ilegalidad, más algún secundario que parece sacado de otros films de los años '80, como aquellos de Juan Carlos Desanzo (El desquite, En retirada, La búsqueda) debido a su gratuito grado de violencia. En Rouge amargo, mientras se presencia una inválida acumulación de planos procedentes desde la posproducción, y en tanto se subraya el carácter esquemático de la mayoría de los personajes, Gustavo Moro, interpretando a la travesti amiga y protectora de la confundida Cynthia, obtiene un alto índice de autenticidad en un rol que excede al carácter rutinario del guión. Rita, nombre de la travesti, termina convirtiéndose en el único ápice de humanidad cinematográfica de la cinta.
Palermo Rojo Shocking En esta incursión del cine nacional en el género del policial se perciben buenas intenciones. Sin embargo, las intenciones no bastan para hacer una película, y es por eso que Rouge amargo flaquea y no llega a convencer. Un candidato a diputado cuya bandera es la lucha contra el narcotráfico es asesinado en un hotel alojamiento de la zona roja mientras estaba allí con una prostituta (Emme). Cuando ella intenta escapar del lugar sale a su rescate un hombre que había pedido una habitación para estar solo y armado (Luciano Cáceres). Juntos deberán escapar del asesino a sueldo, y de la policía, que en un principio cree que son los autores del crimen. La trama se completa con un periodista (Nicolás Pauls) que espera en vano los datos que una fuente prometió darle para revelar una extensa red de corrupción. Es una lástima que, teniendo cinco guionistas, no se hayan cuidado más los diálogos y muchas situaciones que caen en lo trillado. Los personajes son de manual del policial ochentoso: la prostituta que quiere dejar de serlo, su mejor amiga travesti, el asesino a sueldo sin alma, el político torpemente corrupto, el comisario decente que no puede contra el sistema, el periodista idealista. Lo mismo con ciertas líneas, que de tan escuchadas, o forzadas, dejan de resultar convincentes. En cuanto a las actuaciones, se destaca Luciano Cáceres, un nombre que suena fuerte tanto en cine como en televisión, y que es el único que puede desarrollar su personaje con naturalidad y un histrionismo a prueba de obstáculos. Los demás apenas cumplen sus estereotipados roles, excepto Gustavo Moro, que interpreta al travesti Rita, que no se cree una frase de las que le toca decir, y cuya exagerada afectación recuerda a un niño de cinco años en su primer acto escolar. La atmósfera de sordidez está bien lograda, aunque también cae en lo previsible. El filme tiene un afortunado giro en el guión hacia el final, pero así y todo, no deja de ser un producto mediocre, que no aporta nada nuevo al género, y mucho menos al cine.
Traición a sangre Una habitación de un hotel en una peligrosa zona roja de la ciudad, la droga, los intereses políticos y el sexo por dinero. Cóctel mortal. Desde el minuto cero, Rouge amargo mete todos los condimentos sobre la mesa para recrear una película que juega en un terreno difícil. Cualquier paso en falso podrá hacerla trastabillar y mandarla a los vestuarios. Pero la muñeca del director Gustavo Cova (Gaturro: la película; Boogie, el aceitoso; Alguien te está mirando) se luce al meter de lleno a Julián (Luciano Cáceres), un ex presidiario también alojado en el mismo hotel de mala muerte, quien oye ruidos extraños en el ambiente contiguo y rescata a Cyntia (Emme), una prostituta que tiene por cliente habitual a la persona equivocada: un candidato a diputado que muere, en manos de un sicario, por hablar de más. Julián intervendrá y, otra vez, volverá a su pasado marginal. Su hábitat son los problemas. Este misterioso crimen es seguido por Luis (Nicolás Pauls), un joven periodista que encabeza este raid de intrigas, persecuciones y violencia en el cual Julián y Cyntia se ampararán en Rita, un travesti caracterizado por Gustavo Moro, de brillante actuación. Este filme se complementa con la tensión de una traicionera cúpula política que se resguarda en la impunidad del poder y el intercambio de información. Cáceres -mucho más asentado y firme en la actuación luego del flojo protagónico en Uno y su papel de El Niño en Carne de neón- demuestra en Rouge amargo su veta más salvaje a fuerza del uso de armas y sus puños. Un papel bien físico donde deberá andar por los techos, trepar rejas y enfrentarse a oscuros personajes como Báez, un ex policía devenido en asesino a sueldo, encarnado por César Vianco, sí, el vengativo estafador Franco Milazzo quien se creía Rambo en Los Simuladores. Con un vertiginoso ritmo televisivo, interesantes planos nocturnos (se impone el color rojo) y las paredes del cementerio que dibujan el fiero trazo de las chicas de la calle, este filme se transforma en un policial negrísimo digno de imitar. Felicitaciones.
La gran contra de Rouge amargo es que semana a semana los potenciales espectadores ven temáticas similares en series de televisión norteamericanas (ni hablar en el cine), y así lo han hecho durante años. Lo único con lo que juega a favor en cuestión argumental es la localía, ese tinte argentino que solo puede ser apreciado por los que consumen cine nacional y se ven identificados en las historias. No obstante ello, algo para celebrar sobre este estreno es que se trata de una película de género. Más allá de lo bien o mal lograda que esté. Pesé a unos clichés, la cinta es entretenida y está bien editada. Se nota que el director Gustavo Cova sabía lo que estaba haciendo en su regreso a la dirección live action -sus últimos films fueron animados: Boogie, el aceitoso (2009) y Gaturro (2010)- al plantear el universo al que invita. Otra cosa para destacar es que la coyuntura le vino bien dado a que el rol del periodismo y el tráfico de información son el tema central de la película junto con la corrupción política. En cuanto a la puesta actoral lo más flojo es el desempeño de Luciano Cáceres y no porque sea alguien que trabaje mal, sino porque el papel del antihéroe no le queda. Caso contrario el de César Vianco que definitivamente nació para interpretar villanos de poca monta. ¿Nicolás Pauls? No suma ni resta, algo que no habla bien de él ni de su personaje. La sorpresa actoral es Emme porque tenía todas las de perder interpretando a la joven prostituta en una sucesión de lugares comunes cinematográficos y a pesar de ello entrega una actuación decente y sensual. Entonces, si hay un buen trabajo de elenco y la dirección funciona ¿Por qué no nos encontramos ante una buena película para recomendar? Seguramente porque no hay sorpresas y por el planteo de algunas escenas claves. Por ello, podemos decir que Rouge amargo no quedará en el podio del cine argentino pero al mismo tiempo hay que remarcar que se trata de una propuesta entretenida de género y que es nacional. Y eso es algo que suma.
Reino del lugar común y el cliché Coproducida, coescrita y dirigida por Gustavo Cova (realizador de Alguien te está mirando y Gaturro, entre otras), el policial Rouge amargo es el reino del lugar común, el cliché, la pura convención. Todo parece “de stock”, desde el guión (del que además de Cova participaron cuatro plumas más, entre ellas la del coproductor Horacio Maldonado) hasta el último objeto del decorado. Para no hablar de la puesta en escena, de cada situación, personaje y diálogo trillado. Es la clase de película en la que lo tosco (la puesta de cámara, la chatura de la iluminación, la música elemental, la errada edición) convive con lo feo (todos y cada uno de los decorados, trátese de un hotel alojamiento, una casa chorizo palermitana o una comisaría) y lo incómodo (los actores, básicamente). Si a algo recuerda Rouge amargo es a los policiales argentinos que en los años ’80 se identificaban como “productos industriales”, antes de que la industria del cine local profesionalizara su estándar medio. Bastaría comparar la película de Cova con, por ejemplo, Sin retorno (M. Cohan, 2010), hecha con un presupuesto apenas mayor, para que el abismo de las diferencias salte a la vista. Un hombre recién salido de prisión (Luciano Cáceres) se aloja, solo, en la habitación de un albergue transitorio, justo al lado de otra donde un asesino a sueldo ejecuta a un ministro, encamado con una puta (Emme). ¿Qué es lo que la chica guardó en su cartera? ¿Era ella parte del asunto? ¿Qué hacía el ex preso allí, justo en ese momento? ¿Quiénes y por qué se llevaron puesto al ministro, uno de esos que denuncian la corrupción mientras la ejercen con ganas? Esas son algunas de las preguntas que, a juzgar por su expresión cansada, a Rubén Stella, en el papel del policía a cargo, parecen interesarle tanto como al espectador. Rouge amargo es de esas películas en las que todo da más o menos lo mismo, porque no hay una lógica que no sea la del arbitrio de un guión que parece escrito por una máquina. Que el protagonista sea héroe, antihéroe o más o menos, que la chica esté o no metida en la conspiracioncita, que el asesino a sueldo acierte o no cuando apunta. Donde seguro no se acierta es con las posiciones de cámara, los cortes, la duración de los planos: todo ello parece presidido por la idea de que un policial tiene que tener ritmo y que el ritmo se logra con muchos cortes. No importa que la acción y posición de los personajes los justifiquen o no. Con música heavy en las peleas o tiroteos y el consabido “enamoramiento” y escenas de cama (todo ello absolutamente de cartón, desde ya) entre Luciano Cáceres y Emme (que, por supuesto, aporta algún que otro desnudo), la caricatura de asesino a sueldo está a cargo de César Vianco, que había hecho exactamente el mismo papel en más de un episodio de Los simuladores, hace más de diez años. Las putas parecen disfrazadas de putas, las travas (Rita, mejor amiga y mamá postiza de la protagonista) de travas, a los malos se los adivina desde la primera escena y no falta el clásico periodista de investigación joven que busca la verdad con tesón y honestidad, papel a cargo de Nicolás Pauls.
Un policial algo convencional El filme se centra en la historia de Cinthia, esa chica muy joven que espera a los ‘clientes’ en la zona roja de Buenos Aires con sus colegas de siempre. Y justo ahora aparece ese viejo que no le gusta, muy bien trajeado, pero tan vicioso y pesado que la exaspera. Sin embargo es el que mejor paga. Claro, dicen que es un político. Cinthia no sabe que en horas estará huyendo manchada con la sangre del diputado, aspirante a diputado o lo que sea, al que un extraño le disparó varios tiros en ese hotel del Bajo al que fueron juntos. A partir de ese momento todo cambiará para ella. Aparecerá Julián, un desconocido salido recién de la cárcel, que se jugará por la chica y con quien podrá refugiarse en casa de Rita, una travesti amigo. Pero nada saldrá como lo pensaban, porque esto es una causa de corrupción, gente del poder, drogas y hasta un periodista que sigue la trama desde un diario que espera la primicia. PELICULA DE GENERO ‘Rouge amargo’ es un policial convencional, dentro de las llamadas ‘películas de género’, con una trama obvia, sin sorpresas, con estereotipos en cuanto a personajes, un lenguaje muy televisivo y eso sí estupendo ritmo. Gustavo Cova es el director de la recordada ‘Alguien está mirando’ y la lograda ‘Boogie el Aceitoso’, entre otras y aquí tiene el apoyo de actores como Luciano Cáceres que es Julián, el recién salido de la cárcel, la promisoria Emme (‘El niño pez’) y una revelación para el cine, Gustavo Moro como Rita. Con ellos, el profesionalismo de Rubén Stella, junto al malo muy malo Cesar Vianco y en el papel del periodista, Nicolás Pauls.
Es un policial con todos los lugares comunes del género, desesperados, personajes perdedores, una prostituta que se prepara como una modelo, un hombre misterioso que dice ser un exconvicto, un periodista que investiga, un político de dos caras, el poder dentro del poder. Con eso, con un lenguaje de recuerdo televisivo, la acción avanza con convicción a veces, enrevesada, repetitiva, pero no aburre y genera buenos climas.
Policial amargo Rouge Amargo tiene mucho de policial ochentoso, de esos que en el apogeo del Vhs uno compraba o alquilaba y que de tanto en tanto daban sorpresas. Bueno, este film va por ese lado salvo que no da sorpresas. Su estructura es simple y concreta, a los 10 minutos ya se nos presentó "la chica" y su desnudez (que en este caso es Emme), el antihéroe o personaje que está por la senda de la redención (en este caso Luciano Cáceres), el malo sin medias tintas (Cesar Vianco quien tiene el perfil perfecto del hombre rudo made in 80´s) y el conflicto. Guión Ok. Cuando el malo malo se encuentra por primera vez con el redimido se da el primer enfrentamiento coreografiado como aquel cine nos enseñó. Como es de prever el malo malo en realidad responde a otro que es aún peor que él ya que funciona con una maldad intelectual y no física, o sea, es el que da órdenes y además ocupa un lugar político. Habrá un enigma y habrá también un giro sorpresivo. Guión Ok Ok. Esta simpleza podría haberse trabajado para tener suma claridad desde el comienzo y luego habiendo armado el universo del film explotar recursos argumentales o narrativos que empiecen a torcer ese esquema o aunque sea elevarlo a otros niveles. Eso no sucede. Si bien la película no aburre los lugares comunes se hacen cada vez más... comunes, entonces el submundo que se intenta construir; la corrupción, el narcotráfico, la prostitución, los bares de mala muerte, la política sucia, se desfigura quedando bocetos que no transmiten nada emocionalmente. La decisión estilística consta de un montaje con gran cantidad de elipsis temporales, un manejo de cámara televisivo y una interesante banda sonora. En cuanto a los FX, es llamativo como tanto para los fogonazos, el rebote de las balas como para la sangre se usó un conocido programita de postproducción casi amateur. Este apartado no sólo le saca bastante verosimilitud sino que en más de una ocasión parece un chiste mal contado. Rouge Amargo usa una estructura de manual a la hora de afrontar el género policial, eso de por sí no está mal, el problema es que en esa búsqueda se toma a sí misma demasiado en serio. Por este motivo la estructura maquetada se convierte en sucesión de clichés y se pierde el núcleo emocional de la historia.
Un policial con reglas básicas La noche y una parada de prostitutas; un televisor en un bar y alguien que espera el llamado que no llega. Los elementos iniciales de Rouge amargo reproducen el ambiente urbano sórdido. La película de Gustavo Cova también recoge el guante, a su manera, de los temas hiper ventilados en los corrillos mediáticos. El director trabaja sobre varios esquemas que a la manera de maquetas contienen la anécdota y los personajes. En el hotel alojamiento se produce un asesinato. El muerto es un candidato a diputado que recurre a los servicios de Cynthia (Emme). En la corrida queda involucrado un tipo misterioso (Luciano Cáceres) que salva a la chica y tiene que esconderse de los autores intelectuales del crimen.La película presenta las peripecias con ritmo de videoclip. Sin palabras, con música estridente y montaje rápido, Rouge amargo ofrece los clichés de un policial típico, más cercano al telefilme que al cine de autor.Cynthia y su nuevo mejor amigo tienen que escapar. En la trama entra la travesti Rita, papel que interpreta Gustavo Moro con los matices que logra en ese rol. La Moro en ese personaje es un clásico más interesante que el guión de la película. Por su parte, Emme se luce y exhibe recreando los rasgos de una prostituta que subestima el peligro cuando se complica con un cliente de vida pública. La actriz maneja su rol con poca expresividad y movimientos mecánicos. Luciano Cáceres y César Vianco (como Báez, el perseguidor) protagonizan buenas peleas y, si bien transmiten algo de la adrenalina del mundo en el que todo es a matar o morir, no pueden salir de los estrechos límites del formato. Las escenas de acción y las persecuciones ponen adrenalina, así como algunas escenas particularmente violentas, destinadas a ilustrar las vejaciones a la que son sometidas las trabajadoras sexuales, relato que cumple con las reglas básicas del género.La historia incluye un comisario honesto (Rubén Stella) y un periodista joven que investiga la ruta del candidato (Nicolás Pauls), imprescindibles para armar el juego del poder.La película de Cova crea una ficción que relaciona con liviandad el mundo del hampa con los privilegios de la alta política.
Policial bien filmado, el problema es el guión
Los labios pintátelos vos Cuando yo era chico, hace un tiempo demasiado largo, aterrizó en las pantallas argentinas una cosa nada parecida al amor llamada Alguien te está mirando. El aparato se presentaba como una muestra de “cine de terror argentino”, improbable aunque empeñosa categoría, cuyo estatuto de novedad hizo tal vez que por ese entonces se tendiera a pasar por alto la torpeza casi inenarrable de la que el producto de marras hacía gala, siempre con una soltura no del todo digna de mención. El esperpento, codirigido por Gustavo Cova y Horacio Maldonado, pretendía acaso inaugurar la estética de MTV en el cine vernáculo –como si algo semejante hiciera alguna falta, en aquel siglo lejano y en cualquier otro–, para lo cual usaba muchos actores televisivos malos, un guión que recuerdo retorcido y confuso, más el agregado de un par de músicos de rock en el papel de villanos (Michel Peyoronel y Stuka, en plan jocoso pero poco solvente), con la intención de amenizar un poco la velada y quizá para otorgarle al inconmovible adefesio algo que sonara vaporosamente a una ideología joven. Después de incursionar en el cine de animación con Boggie el aceitoso y Gaturro, dos personajes de larga popularidad que, aunque habría que verlo, parecieran en principio ubicarse uno en el extremo del otro en lo que a calidad se refiere –aunque se me ocurre que los dos comparten la ideología de derecha–, Gustavo Cova insiste con el género y elige esta vez el policial. La verdad es que Rouge amargo no deja lugar común por recorrer, sin que esto ni por un minuto redunde en gracia, fluidez o simpatía de ningún tipo que la película pueda usar a su favor, como a veces pasa cuando nos encontramos delante de uno de esos ejemplares frescos e imperfectos que trabajan el cliché con suficiencia y conocimiento emocionado de lo que se está haciendo. El director argentino parece tener una obsesión con la televisión de bajo vuelo, y en general la película luce como un telefilm no demasiado prolijo, cabalgando entre su dedicación a los actores como artífices únicos de todo rastro de emoción dramática –Emme interpreta a una prostituta y Luciano Cáceres a un ex convicto– y una puesta en escena donde abundan de tal modo los cortes abruptos que por momentos no se entiende nada de lo que está pasando. Los protagonistas son dos a quererse, un par de angelotes desgraciados que vienen a representar algo del orden de la piedad en medio del despelote de corrupción y violencia institucionalizada en el que se ven envueltos. El guión elefantiásico que poco aprieta revolea policías, políticos, travestis, asesinos profesionales, sexo distribuido en forma homeopática, y así por el estilo, todos en el mismo barro y bien manoseados. La película confirma algunas verdades de consenso acerca de la maldad en la que se desenvuelve el mundo que nos tocó en suerte, pero no acierta nunca a la hora de hacer con su enunciado un espectáculo más o menos estimable. No es Pecados capitales, digamos. Tampoco es, para no ir muy lejos, La plegaria del vidente, un ejemplo de noir argentino reciente que lograba arrancar algún que otro estremecimiento del espectador más o menos sensible. Lo verdaderamente malo es que Rouge amargo es demasiado solemne incluso para ser risible.
El cine nacional sigue apostando al cine de género En un decadente hotel de la zona roja, Julián se registra para, aparentemente, poder descansar. Cuando unos ruidos lo hacen salir al pasillo se encuentra con una joven desnuda escapando de un hombre armado. Cuando Julián logra hacer huir al asesino ve en la habitación contigua a un controvertido y polémico candidato a diputado opositor, A partir de allí, Julián y Cyntia, la joven prostituta salvada por Julián, serán perseguidos por la policía creyéndolos los asesinos del político, pero también el sicario comenzara a perseguirlos ya que llevan consigo un secreto que llega a los mas altos estamentos gubernamentales. Si Ud., pensó que esta historia ya la vio, es posible que si. Esto no invalida que este film que tiene todos los clichés del genero policial salga mas que airosos por ritmo y dirección. “Rouge Amargo” tienen un ritmo frenético, por momentos enloquecedor donde el espectador sentirá que esta huyendo a toda prisa junto a la pareja protagónica. Gustavo Cova lleva, acompañado por un guión bastante sólido y casi sin fisuras, a un final digno del genero. La fotografía corre a la par del film y es acompañada por una buena música incidental que, por momentos ayuda a crear los climas necesarios. “Rouge Amargo” es otro muy buen intento del cine nacional por volver a realizar cine de genero de excelente calidad.
Este policial negro nacional con toques del Juan Carlos Desanzo de los ’80, marca el retorno de Gustavo Cova a un film con actores, ya que sus últimos dos trabajos habían sido de animación; el notable Booggie el aceitoso y el dinámico y colorido film infantil Gaturro. Y hace más de veinte años atrás había realizado junto a Horacio Maldonado Alguien te está mirando, una pieza de ciencia-ficción vernácula que, a la distancia, parece haber inspirado a varias piezas estadounidenses recientes, como La cabaña del terror. Precisamente se vuelve a formar aquí la dupla Maldonado-Cova, ya que el primero oficia de productor y coguionista. Luego de unos atrayentes títulos que denotan el aliento a cómic que le quiso imprimir el realizador a su película, el arranque es ciertamente cinematográfico, con varias situaciones violentas e imágenes sugerentes despojadas de diálogos. El crimen de un político candidateado en un raído hospedaje-burdel da el puntapié inicial a una historia que progresa a buen ritmo y de manera intensa. Los movimientos constantes de cámara y una edición frenética colaboran en las saludables intenciones expresivas de Cova. Si bien algún pasaje aparece forzado o demasiado arquetípico, la idea del film es centrar el nudo más en la acción que en la trama, dando lugar a varias escenas de enfrentamientos y persecuciones. El tema de la corrupción política y el periodista que denuncia puede resultar oportuno en el contexto actual, en una pieza arriesgada y entretenida que además es de género, premisa al que nuestro cine debería recurrir con mayor asiduidad. Dentro de un correcto elenco se destaca claramente la composición de Gustavo Moro como el travesti, pero asimismo la participación de Rubén Stella en un rol de inspector que maneja bien, el inquietante rol de Adrian Venagli, el aporte verosímil de Nicolás Pauls, el despliegue físico de Luciano Cáceres y la apropiada belleza y presencia, para el estilo noir del film, de Emme.
Un guion decente echado a perder por una dirección “moderna” Oliver Stone decía “Se puede hacer una mala película de un buen guion, pero nunca se va a poder hacer una buena película de un mal guion”. En lo que a la cinematografía local se refiere, conozco varios ejemplos de lo segundo, pero pocos a ninguno de lo primero. El presente título es una verdadera rareza: Un guion adecuado, que se desaprovecha con una dirección demasiado estilizada para su bien. ¿Cómo está en el papel? Julián es un ex-convicto que auxilia a Cynthia, una prostituta, de morir a manos de un asesino a sueldo que acaba de ejecutar a su ultimo cliente, un candidato a senador. Huyendo de la policía, que los cree culpables, se ocultan en el departamento de un travesti amigo de Cynthia, mientras Julián trata de dilucidar por qué paso lo que paso. Esto es la trama de Rouge Amargo, una trama que es muy bife con papas pero por lo menos tiene claro que está contando. No pretenden reinventar la pólvora, pero apuntan a usarla para entretener a través de personajes desarrollados decentemente y con escenas de acción bien concebidas y bien ubicadas. Tiene un punto a favor: un giro de guion que, honestamente, no se lo ve venir. El punto en contra es que hay ciertas cosas que hacen un poco de ruido en el desarrollo de la trama. Nada grave, pero uno siente que con una sola pulidita más al argumento les hubiera quedado algo mucho más redondo (por ejemplo lo mal que suena la palabra “corazonada”; es demasiado artificiosa para el cine nacional). Pero el saldo definitivo es que es un guion correcto; lo que es decir mucho de una película argentina que fue escrita a ocho manos. ¿Cómo está en la pantalla? En el aspecto actoral tenemos una interpretación correcta de Luciano Cáceres, aunque uno tiene la noción de que no termina de encontrar su lugar en la trama. Emme entrega una interpretación creíble, pero decae en aquellas escenas que requieren un poco más de emoción. Cesar Vianco (Milazzo de Los Simuladores) ofrece una interpretación temible de su asesino a sueldo, entregando lo suficiente para que el espectador lo vea como un antagonista creíble. Nicolás Pauls entrega una decente interpretación; nada para criticar, pero tampoco mucho para admirar. Lo mejor de la película a nivel interpretativo es Gustavo Moro y el travesti a quien da vida. Es uno de esos secundarios, que cuando no memorables, sostienen y muchas veces salvan una escena. Para tenerlo en cuenta. Cuando se tiene un guion clásico y lo suficientemente bien armado como el de esta película, una dirección igual de clásica te entrega una película pasable, que cumple con la intención de entretener a la que apuntaba. Este título tristemente no lo consigue por una cámara en mano demasiado movida y un montaje, que cuando no hace abuso de las disolvencias, es demasiado ansioso para cortar; muchas veces la duración de los planos no llega a ser la suficiente para que el espectador entienda y procese la información. Conclusión Un título que lo tenía todo, no para ser una obra maestra, pero si para no ser una más del montón, y que lo echa a perder por una dirección demasiado efectista para su bien.
En este film, tres marginales se ven envueltos en el asesinato de un político. Como ya lo hizo en otras ocasiones, Gustavo Cova intenta traducir “al argentino” los géneros americanos, en este caso el policial negro. Si no lo logra es porque aparece la sombra de la política -en general- como fuente de todos los males, y así algunos buenos momentos o la idea argumental de base, bien válida, se diluyen en el intento.
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