Memoria democrática En Santiago, Italia (2018), el realizador italiano Nanni Moretti regresa al registro documental para investigar la forzada inmigración chilena en Italia producto del Golpe de Estado contra Salvador Allende en 1973. A partir de entrevistas a refugiados de la dictadura de Augusto Pinochet, el director de Caro Diario (1993) recrea la historia de una esperanza truncada por la intervención norteamericana, la psicopatía militar y la complicidad de los medios de comunicación y de una burguesía totalitaria incapaz de respetar la democracia y al que piensa distinto. Moretti entrevista al reconocido documentalista chileno Patricio Guzmán, director de La Batalla de Chile (1975), y a otros directores y expatriados chilenos que narran sus años de militancia tras el triunfo de Salvador Allende y las persecuciones sufridas tras su asesinato por parte de los militares. En estas entrevistas surgen emotivas historias de militancia en pos de un socialismo popular, humanista y democrático, verdadera pesadilla del totalitarismo estadounidense. Moretti indaga en la campaña de desprestigio interna e internacional desplegada por los medios masivos bajo la dirección del gobierno norteamericano para impedir que la experiencia de un gobierno de izquierda democrática de coalición sea exportada a otros países con mayor presencia de las fuerzas socialistas, especialmente en Europa. Los entrevistados le confirman a Moretti la información desclasifica sobre la participación de Estados Unidos en las campañas de los opositores de Allende y en la financiación y apoyo logístico del Golpe, así como su apoyo a los ignominiosos lock-out patronales, los actos de sabotaje y la creación de un mercado negro de productos básicos. El director de Mia Madre (2015) también entrevista a dos militares que aún defienden el Golpe de Estado con los mismos argumentos falaces de discurso único que desplegaba la junta de genocidas chilenos en una demostración de disciplina discursiva patética. Ya sea en las entrevistas sobre los centros clandestinos de tortura o en los relatos de la huida hacia la Embajada de Italia en Santiago de Chile, Moretti rescata la integración de los chilenos a la sociedad italiana e indaga en una época de claroscuros en la que el Embajador italiano demostró una gran hidalguía al ofrecer refugio a los chilenos perseguidos por los macabros militares, títeres fascistas de la burguesía local. A través de Santiago, Italia no solo se puede trazar un paralelismo de dos lugares y de sus personas, sino que el protagonista aquí es la militancia y las esperanzas de los partidarios del Frente Popular chileno, que permiten mirar con una lente distinta el individualismo y el consumismo frenético que asola a una sociedad que aún no despierta de la pesadilla consumista, que se desliga de la historia y que pregona un absurdo presente hedonista permanente y sin futuro.
Solidarietà La película de clausura del [21] BAFICI es un reflexivo documental del italiano Nanni Moretti (Habemus Papa) sobre el golpe de estado de Pinochet en 1973. Santiago, Italia (2018) es un documental de cabezas parlantes. Entrevistados cuentan a cámara sus experiencias tras el golpe de estado de Augusto Pinochet que derrocó el 11 de septiembre de 1973 al presidente electo Salvador Allende. El clima de esperanza enarbolado por el gobierno constitucional de izquierda fue derribado por el manto de oscuridad propiciado por el gobierno de facto. Pero Moretti se centra en la luz de esperanza vislumbrada en aquellos años nefastos por la embajada italiana en Chile. La solidaridad trazó un puente que sirvió de refugio para miles de ciudadanos opositores al régimen de Pinochet. Moretti narra los acontecimientos desde el golpe entrevistando a protagonistas desconocidos y conocidos (los cineastas Miguel Littin y Patricio Guzmán por ejemplo) que cuentan a cámara sus relatos de sufrimiento en esos sombríos momentos. También, Moretti da palabra al “otro bando” que trata de justificar su accionar. Las argumentaciones son desgarradoras por insólitas e irracionales e indignan tanto como los relatos de víctimas de secuestro y tortura. El fin de este trabajo es hacer foco en el puente de apoyo entre personas de ambos países, dejando de lado nacionalidades y partidos políticos para encontrarse en el humanismo y un sentido de legalidad según establecen normas y tratados internacionales. Pero a la vez, busca trazar un paralelo con la Italia contemporánea, esa nación cuya política inmigratoria actual se encuentra en las antípodas de la patria solidaria de los años setenta. Santiago, Italia hecha luz sobre aquellos momentos de penumbra, conmemorando y recordando los dolorosos e indignantes sucesos pero homenajeando a aquellas personas que en momentos traumáticos tuvieron la compasión de tender un brazo de sostén que para muchos significó la salvación.
“Santiago, Italia” es el regreso del director italiano Nanni Moretti al documental con una historia potente y conmovedora. El mismo se centra en el papel que cumplió la Embajada Italiana en Santiago de Chile durante la dictadura militar de Augusto Pinochet. Una historia no tan conocida dentro de un contexto abordado en varias oportunidades. Pero no solamente analiza esta cuestión puntual, sino que también reconstruye el período previo del gobierno de Salvador Allende y el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. A través de imágenes de archivo de la época que impactan (sobre todo aquellas de las detenciones y secuestros) y entrevistas registradas durante 12 días en el año 2017 a distintas personalidades como periodistas, militantes, diplomáticos, médicos, directores de cine, entre otros, podemos conocer el contexto que se vivía en Chile durante el gobierno socialista (cómo ciertos sectores de derecha buscaban boicotear el mandato de Allende y las medidas que tomó el Presidente, principalmente en cuanto a los aspectos sociales de los trabajadores), cómo se vivió el Golpe de Estado, la dictadura militar, con las consecuencias de las desapariciones, las persecuciones, los secuestros y las torturas, y el exilio en Italia. Es interesante, también, cómo algunas de las personas mantienen su idioma español, mientras que otras prefieren hablar en italiano, país que le dio una segunda oportunidad y les abrió las puertas como si siempre hubiera sido su casa. La mayoría de los testimonios van en consonancia con una misma realidad, algunos de ellos presentan una carga emotiva fuerte (sobre todo durante los relatos en los campos de detención con detalles de las atrocidades que les cometieron), mientras que otros aportan anécdotas más llevaderas y divertidas sobre los días que vivieron en la Embajada Italiana y sus actividades para pasar el tiempo allí. Es por eso que el mismo espectador transitará distintas emociones a lo largo del documental. Y como suele suceder en este tipo de películas, las entrevistas realizadas a dos personas que se desempeñaban como militares en ese entonces son las que más revuelo presentan y cuyas palabras más van a resonar en el público, despertando distintos sentimientos y opiniones, sobre todo teniendo en cuenta que el propio realizador señala que “no es imparcial”, haciendo notar la clara tendencia que sigue el film. Por otro lado, también se aborda, aunque de una forma no tan profunda, el rol de la Iglesia en ese momento, a través de la imagen de un cardenal que tomó una postura de ayuda a los perseguidos. “Santiago, Italia” es un documental potente, que pone en contexto lo sucedido durante el gobierno socialista de Allende y el militar de Pinochet, haciendo hincapié en el rol de la Embajada Italiana en la ayuda a los refugiados. A través de imágenes de archivo poderosas y entrevistas a distintos personajes de la sociedad, Nani Moretti construye un relato conmovedor y esperanzador.
Testimonios del Horror y la Desesperación. Crítica de “Santiago, Italia” de Nanni Moretti.InicioDocumentalesTestimonos del Horror y la Desesperación. Crítica de “Santiago, Italia” de Nanni Moretti. 13 agosto, 2019 Bruno Calabrese Existe una historia poco conocida sobre el papel de Italia durante un momento crucial en la historia chilena, en concreto tras el derrocamiento del gobierno democrático de Salvador Allende en septiembre de 1973. Entremezclando imágenes de archivo de los años 70 con entrevistas registradas durante 12 días en el año 2017, el documental reconstruye el papel de la embajada italiana en Santiago de Chile en los meses siguientes al golpe de Estado de 1973, en particular como asilo para cientos de refugiados opositores a la dictadura militar de Augusto Pinochet, ofreciéndoles la posibilidad de ayudarlos a abandonar el país. Por Bruno Calabrese. El golpe de estado de 1973 en Chile marcó el comienzo de décadas de dictadura militar. “Santiago, Italia”, escrita y dirigida por Nanni Moretti, (ganador de la Palma de Oro en Cannes por “La Habitación del Hijo”) aborda el tema desde un ángulo poco convencional. En este caso, es el apoyo que la embajada italiana en Santiago brindó a cientos de opositores al régimen. Durante los peores años de la dictadura, el personal de la embajada ofreció asilo a ciudadanos chilenos perseguidos que saltaro por encima de sus paredes de seis pies y sin duda salvó muchas vidas. Profesores, periodistas, artesanos, traductores, diplomáticos, directores: Moretti construye la película con una variedad de relatos, que se mezclan con materiales de archivo y se mezclan en una sola historia, que aún permanece viva. Sobre un tiempo en el que los ciudadanos chilenos experimentaron algo que había sido impensable hasta entonces: soldados arrojando bombas sobre sus propios edificios del gobierno, que albergaban a su amado presidente elegido democráticamente. La embajada italiana entra en escena a mitad de la película, una de las pocas que permaneció abierta en Santiago después del golpe. Cuando comienza el relato sobre los desesperados cientos de chilenos aterrorizados que buscan saltar el muro y encontrar asilo. Una pared de dos metros de altura, con ladrillos removidos aquí y allá para crear una especie de escalera, mucha gente camina alrededor de la embajada esperando el momento adecuado para saltar, niños envueltos en pañales por encima de las cabezas porque, tarde o temprano, alguien del interior se extenderá y tómalos, estos son los tipos de imágenes que vemos. Cientos de refugiados políticos chilenos fueron recibidos en Italia, donde encontraron la calidez y el apoyo de los partidos políticos y la gente común y se les dio dinero y empleos, especialmente en la llamada Emilia “Roja”, donde el 70% de los ciudadanos votaron por el PCI (Partido Comunista Italiano). “En el 73, Italia era un país maravilloso”, dice Rodrigo Vergara, un traductor. “Llegué a un país que era muy similar a lo que Allende soñaba con crear en ese momento”, confirma el empresario Erik Merino, “estos días Italia se está volviendo cada vez más como Chile, de la peor manera posible”. A manera de thriller en el que el gran giro llega en la última toma, la moraleja de la historia se hace explícita en la entrevista final. Un hombre que ha vivido el infierno de la persecución política describe cómo Italia lo recibió de manera generosa. Hoy, señala tristemente, la ideología política italiana de la década de 1970, con su sueño de crear un mundo mejor y más solidario, ha degenerado en una sociedad tan egoístamente individualista como Chile en su peor momento. Puntaje: 80/100.
Caro onore. La caída de Salvador Allende, el bombardeo a la Casa de la Moneda y un puñado de imágenes documentales que de alguna u otra manera han llegado a la memoria colectiva de pueblos latinoamericanos vuelve a impactar en el documental de Nanni Moretti Santiago, Italia, básicamente porque para quienes pudieron conocer el pensamiento del director italiano a partir de cada una de sus películas queda establecido el compromiso ideológico detrás de la idea de recuperar testimonios de aquellos sobrevivientes a la dictadura pinochetista. La formalidad de cabezas parlantes en este caso específico no es un signo de flaqueza intelectual o pereza a la hora de pensar en la construcción de un trabajo documental porque es el peso de la historia de aquellos que encontraron en la utopía una causa para transitar etapas de audacia y enorme peligro, además del espacio para recordar a partir de las preguntas más difíciles que el director de Aprile dispara al corazón sin herirlo de muerte. Es la muerte, la tortura y la locura, la que predomina en cada relato e inclusive en esos quiebres que en silencio generan atmósferas de honda verdad para que la cámara solamente registre -como ese oyente silente- que acompaña sin juzgar. La coherencia del film no se percibe desde la base de la imparcialidad con las dos campanas en equilibrio discursivo, y es ese detalle no menor el que expone Nanni Moretti al enfrentar a uno de los militares que se jacta de inocencia a pesar de la justicia que lo condenó por criminal y que increpa a Nanni diciéndole que no veía en la entrevista un trato imparcial ante la fría respuesta afirmativa por parte del creador de Habemus Papa. El doble viaje de Italia a Santiago y viceversa es un doble espejo del pasado y el presente, donde Nanni Moretti se busca en la utopía de aquellos refugiados en la embajada de Italia, quienes luego encontraron en el exilio a escondidas la solidaridad de un país que sabía de totalitarismos y también del peligro de la teoría de los dos demonios cuando de defender una causa trascendental se trataba, a pesar de las bombas, de los muertos y la soledad de los héroes con honor.
A contramano de lo que sugiere el afiche de Santiago, Italia, Nanni Moretti aparece poco en escena y su voz se cuela rara vez, a modo de repregunta pertinente. En realidad el póster remite al inicio del documental, cuando el realizador observa la capital chilena a una altura considerable, de espaldas a la cámara. Ese plano general le abre paso al registro de una manifestación callejera en la misma ciudad y, se presume, en el marco de un aniversario del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. El largometraje concluye con los integrantes de una banda de música popular chilena mientras ejecutan sus instrumentos al aire libre, en algún rincón del país trasandino. Entre esas dos porciones de presente, Moretti nos traslada, primero, al Chile entusiasmado con la victoria electoral y las primeras medidas gubernamentales de Salvador Allende, luego, al Chile copado por el ejército nacional que derrocó al Presidente constitucional. Son dos los vehículos de este viaje al pasado: un material de archivo sobre todo televisivo, y los testimonios de una docena de víctimas, de dos verdugos de la dictadura comandada por Augusto Pinochet y de dos diplomáticos italianos que intervinieron en las gestiones de asilo político. El autor de La cosa, Palombella rossa, Caro diario, Abril, La habitación del hijo, El caimán, Habemus Papam, Mia madre dosifica con tino el tiempo que le dedica al contexto histórico del objeto que le interesa abordar: la solidaridad italiana con los chilenos perseguidos a muerte por los perpetradores del golpe de Estado. La decisión de circunscribir este repaso histórico a Santiago corre el riesgo de ser criticada porque omite información que enriquecería la descripción de la empatía política señalada. A algunos espectadores nos resulta coherente con la intención de Moretti de dirigirse especialmente a sus compatriotas; desde esta perspectiva no parece necesario siquiera aludir a la Italia gobernada por Giovanni Leone y Alessandro Sandro Pertini. En varias ocasiones, Nanni explicó el doble propósito de este trabajo. Por un lado, señalar el cambio de conducta del Estado y los ciudadanos italianos en el transcurso de las últimas cuatro décadas. Por otro lado, invitar a analizar qué sucedió con la sensibilidad y solidaridad de antaño, cómo se llegó a un presente signado por la hostilidad hacia las víctimas de otros regímenes asesinos. Es posible que esta interpelación le pase inadvertida al público que desconoce aquellas declaraciones. En ese caso, Santiago, Italia cumple con otros dos objetivos fundamentales: dar cuenta de la envergadura del daño que el terrorismo de Estado provoca en sus víctimas, y denunciar una insensibilidad generalizada o globalizada, por lo tanto irreductible al país de Moretti.
Es el retorno al documental de Nanni Moretti, después de 30 años. Aquí se ocupa de los refugiados en la Embajada de Italia, en los meses siguientes al golpe de Pinochet en Chile. En total entre niños y adultos se refugiaron 250 personas. Este trabajo tiene una premisa muy clara: en la mitad del testimonio de un militar preso, que justifica el golpe y dice que no se cometieron crimines de lesa humanidad, el realizador le aclara que “no es imparcial”. Una declaración de principios y honestidad. Los testigos y protagonistas tienen su oportunidad para el recuerdo pavoroso, para la interpretación, el dolor. Tres colegas aparecen en este trabajo: Patricio Guzmán (“El primer año”), Carmen Castillo (viuda de uno de los fundadores del MIR) y Miguel Littin (“Actas de Marusia”, “Alsino y el cóndor”). Ellos se involucraron especialmente en la esperanza que encarnó Allende. La imagen del presidente se ve junto a Pablo Neruda, en el momento triunfal del comienzo de su gobierno. Hay quien justifica la delación bajo tortura y quienes tienen anécdotas personales del bombardeo del Palacio de la Moneda. Testimonios escalofriantes, opiniones divergentes. El formato es tradicional.
Santiago, Italia comienza como tantos documentales sobre el breve (1970-1973) pero intenso período de gobierno de la Unidad Popular y el golpe militar que terminó con el bombardeo al Palacio de la Moneda y la muerte de Allende el 11 de septiembre. Más allá del buen uso de materiales de archivo, el sentido didáctico y los atinados testimonios (incluidos los de cineastas como Miguel Littín, Patricio Guzmán y Carmen Castillo), esos primeros minutos no van más allá de un correcto ensayo de corte casi periodístico. Sin embargo, tras algunas imágenes e historias conmovedoras sobre los detenidos en el Estadio Nacional, la película empieza a dar un giro, un vuelco para encontrar su corazón narrativo y emocional en el activo y decisivo papel que jugó el gobierno italiano para refugiar en su embajada de Santiago a más de 250 perseguidos políticos en momentos en que otros países ya habían dejado de ayudarlos. Varios activistas que fueron recibidos en la residencia diplomática (en muchos casos saltando una cerca a pesar de la fuerte vigilancia militar montada en las inmediaciones) y luego obtuvieron los salvoconductos para viajar a Italia cuentan sus experiencias en aquel lugar y cómo después fueron recibidos con cariño en su nueva tierra, donde unos cuantos se radicaron, se integraron y aún hoy prosiguen allí sus vidas. Moretti aparece muy poco en cámara, pero lo hace en momentos decisivos: por ejemplo, cuando enfrenta a un represor al que entrevista en la cárcel y le dice: “Yo no soy imparcial” (ante una bravuconada provocadora del militar). En otros pasajes, se lo escucha haciendo las preguntas justas o tratando de contener a varios de los entrevistados que se quiebran con lágrimas en los ojos al recordar aquellos tiempos de sueños, ideales, represión y exilio. Con una estructura clásica y sencilla (el eje son los testimonios a una cámara fija), Santiago, Italia va creciendo en su dimensión emocional en la acumulación, diversidad y riqueza de todas esas voces. Una construcción colectiva que permite acceder a una historia no tan conocida (el papel de la Vicaría de la Solidaridad del cardenal Raúl Silva Henríquez tuvo mucho más visibilidad), pero de tintes heroicos en medio de una dictadura que perseguía a sus enemigos a sangre y fuego.
Con Santiago, Italia, Nanni Moretti vuelve al cine político, aquí, con un documental rodado, como indica el filme, en Santiago y en Italia. Pero también y primordialmente, el título hace referencia a la afinidad creada entre sobrevivientes del golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 y la Embajada de Italia en Santiago de Chile. Y que les dio más que refugio: los salvó de la muerte, permitiéndoles luego ingresar a Italia, donde muchos encontraron trabajo, vivienda y donde aún hoy viven -por momentos, salvando distancias, cuando se cuenta cómo salieron de la Embajada en un micro y tomaron un avión, remeda a Argo, de Ben Affleck, también basada en hechos reales-. Por un lado, el documental del director de Caro diario y La habitación del hijo es del tipo “cabezas parlantes”. Chilenos, y varios diplomáticos italianos que estaban en la Embajada cuando derrocaron al presidente marxista, elegido por la legitimidad del voto popular, cuentan aspectos increíbles y curiosos de cómo fue que saltaron el muro de la Embajada para salvar sus vidas. También, Moretti -que reconoce a un ex militar chileno que su mirada, la del director, no es imparcial- es didáctico y permite que unos y otros expliquen el porqué del Golpe (el cobre, como razón económica, el apoyo del gobierno de los Estados Unidos -el éxito de una presidencia socialista podría ser un pésimo ejemplo si se imitara en Francia o Italia) y cómo el poder económico y militar, y los medios de comunicación complotaron contra Allende y su gente. Eran 250 refugiados, y muchas de las historias que se cuentan, entre ellos la del cineasta Patricio Guzmán, atestiguan y demuestran la locura desatada por los militares bajo el mando del dictador Augusto Pinochet. Hay imágenes documentales del Estadio Nacional, suerte de campo de concentración donde miles de ciudadanos chilenos y extranjeros fueron primeramente privados de su libertad, de la embajada y del bombardeo a la Moneda, el palacio presidencial. Si a ojos argentinos mucho de lo visto nos recuerda a nuestra historia, el valor del testimonio grabado reviste una fuerza portentosa. Santiago, Italia tiene una corta duración, pero todo lo que perdurará en la mente de sus espectadores no puede medirse con la vara del tiempo.
Luego del golpe de Estado de Augusto Pinochet del 11 de septiembre de 1973, la embajada italiana en Santiago de Chile cumplió un rol notable, histórico. Y hacia ese hecho, hacia esa multiplicidad de relatos individuales, se dirige con decisión Nanni Moretti para hacer -una vez más- cine político, de ese que puede observar y pensar más allá de los relatos personales, pero -como siempre en el cine del director de Palombella rossa- sin descartarlos, volviéndolos imprescindibles, insoslayables para intentar comprender. Con los protagonistas -los refugiados pero también otros, como algunos héroes y algún villano- contando sus historias y sus perspectivas, Moretti regresa al largometraje documental, a casi 30 años de La cosa (sobre el PCI, el Partido Comunista Italiano). Santiago, Italia arranca con el recuerdo del gobierno de Salvador Allende y de su figura. Y a partir de ese punto de partida conmovedor y ya conocido nos adentramos en caminos menos explorados, y se suceden los relatos de diversos testigos: historias de exilios, tensiones, cambios, canalladas, crímenes y también altruismos. Santiago, Italia, a partir de una fluidez expositiva notable, se revela progresivamente como un relato múltiple nada laxo, incluso hasta tenso. Y Moretti entrevista con empatía y por momentos con temblores provenientes de sus ideas. Y narra y escucha, y narra y piensa, y narra y conmueve con algunas de las armas más nobles y perdurables del cine.
Dolorosa, necesaria, cuando una crítica suma adjetivos la capacidad del crítico revela la ausencia de la capacidad de fundamentar ideas sobre aquello que vio, pero en este caso, el documental de Nani Moretti, que refuerza la idea de libertad en cada testimonio de aquellos que padecieron y aún padecen la dictadura de Pinochet, es una lograda combinación de entrevista, observación, y, principalmente, reflexión, ideal para los oscuros tiempos que corren.
Una bella historia italiana En el comienzo, Nanni Moretti pone en escena su propia mirada. La imagen muestra al cineasta de espaldas con vistas a Santiago: el cielo, la cima de un macizo montañoso y la bruma que cubre una parte de la cuidad. El plano siguiente prolonga la mirada hacia la traza de un camino que separa, en el medio de la imagen, un barrio popular de otro más confortable. El título de la película también aparece en la pantalla dividido en dos: “Santiago, Italia”. Desde la coma que separa el nombre de la capital de Chile con el de su país, Moretti esboza una reflexión política sobre las divisiones y las fronteras. A partir de este momento, la película exhibe una claridad histórica inédita en el cine de su autor, resumiendo la política de Salvador Allende y el posterior golpe de estado de Pinochet con un montaje vivo y conciso entre testimonios e imágenes de archivo provenientes en su mayoría de La batalla de Chile, de Patricio Guzmán. Los extractos de entrevistas intercalados con otras imágenes ensayan una forma de narrativa común. La profunda melancolía que trasmite la película desde el tono gris del plano de apertura se resume en las últimas palabras del presidente chileno. La mirada retrospectiva provoca un efecto dominó que se despliega en la segunda parte de la película cuando Moretti cuenta “una bella historia italiana”. En aquel momento terrible, cientos de hombres, mujeres y niños se salvaron del horror gracias al asilo de la embajada de Italia que ofreció su hospitalidad a pesar de la vigilancia y la presión de la policía y de los militares en el poder. Un muro lo suficientemente bajo como para ser saltado por una persona separaba a las calles de Santiago de este primer paso hacia un exilio político en Europa. De los archivos de este episodio poco conocido, Moretti extrae imágenes en blanco y negro que muestran los edificios y los jardines de la embajada poblados por chilenos milagrosamente rescatados. Las filmaciones amateur son simples y perturbadoras, preservadas de una tiranía que parece lejana en el tiempo, pero sobre la cual el cineasta dibuja una ventana a la Italia de hoy. El contraste es demoledor. Algunos podrán cuestionarle cierta idealización del pasado, pero Nanni Moretti asume completamente su subjetividad en una escena maravillosa en la que aparece en pantalla junto a un militar encarcelado, precisamente para afirmar: “Yo no soy imparcial”. El giro que le permite asociar cinematográficamente el Chile de 1973 con la Italia de 2019 es la licencia política y poética, nostálgica e insolente, de un humanista orgulloso.
Nanni Moretti es uno de los cineastas más originales e interesantes de las últimas décadas del cine italiano. Este nuevo estreno es un documental que cuenta la historia del golpe de estado que derrocó al gobierno de Salvador Allende en Chile, en septiembre de 1973. Existe una historia poco conocida sobre el papel de Italia durante aquel período de la vida chilena. El documental reconstruye el papel de la embajada italiana en Santiago de Chile en los meses siguientes al golpe, en particular como asilo para cientos de refugiados opositores a la dictadura militar de Augusto Pinochet, ofreciéndoles la posibilidad de ayudarlos a abandonar el país. Nanni Moretti intercala imágenes de archivo entre las cuales se destacan por mucho las del interior de la embajada, tal vez mucho menos conocidas que todo lo que se ha visto sobre aquellos años del gobierno de Augusto Pinochet. Luego realiza entrevistas a los sobrevivientes de aquellos años, incluyendo a los militares, algo no tan habitual en los documentales sobre las dictaduras sudamericanas. Aunque el montaje es exacto y los testimonios conmueven, no alcanza con esta nueva historia sobre un tema conocido. Santiago, Italia no es un documental que se destaque del promedio de documentales dignos en su factura que se han hecho a lo largo de los años. Moretti en persona aparece en un momento de la película discutiendo con un entrevistado y diciéndole “No, yo no soy imparcial”. Es verdad que no hay dos campanas para todos temas, pero algo de la simplificación que se ve en la película queda expuesto en ese momento. La habilidad narrativa de Moretti y la fuerza del tema salvan el film.
Nanni Moretti, el director de “Caro diario” y “La habitación del hijo”, hace pocos documentales, pero buenos, como “La cosa”, sobre la decadencia del Partido Comunista Italiano; “El último cliente”, sobre una vieja farmacia, y este “Santiago, Italia”, quizás el mejor, enteramente hecho sobre la base de breves testimonios del gobierno de Salvador Allende, el cruento golpe militar de Pinochet, y el papel de la Embajada Italiana y de los italianos de aquel entonces. Sorprenden los recuerdos de Patricio Guzmán (“gente que aplaudía desde los balcones el paso de la Fuerza Aérea para bombardear La Moneda”) y de varios chilenos que lograron saltar la tapia de la Embajada, vivieron allí largo tiempo y hoy pueden sonreír evocando esa estancia, como uno que entonces era niño y con otros niños jugaba inocentemente “a carabineros y asilados”. También, la terquedad del general Raúl Eduardo Iturriaga, hombre fuerte del Servicio de Inteligencia que todavía niega los cargos por los que está preso en Punta Peuco. La película no los detalla, pero son decenas, entre ellos el asesinato del comandante retirado Carlos Prats y su esposa en Buenos Aires, el atentado contra el democristiano Bernardo Leighton en Roma (por el cual Italia lo condenó en ausencia a 18 años) y un largo etcétera. Tribunales de Francia y España todavía lo reclaman. Surge de pronto la imagen de Monseñor Silva Henríquez, luchador contra la dictadura pinochetista. Se emociona el traductor Rodrigo Vergara al evocarlo. “Soy ateo”, dice, “pero cuando una persona merece respeto, tú debes dárselo”. Y ahí vemos a los héroes: el embajador Piero De Masi, que actuó “sin instrucciones”, y los secretarios Roberto Toscano (“el Estadio Nacional parecía una película de nazis clase C”) y Enrico Calamai, que también estuvo a la altura de las circunstancias cuando fue embajador en la Argentina. Paulatinamente, los refugiados chilenos fueron embarcados para Italia. Allí los recibieron con los brazos abiertos, solidarios, generosos, y enseguida les dieron trabajo. Es hermoso cómo recuerdan agradecidos tanto sentimiento fraterno. Muchos se quedaron en la península. Son historias de otro tiempo, de otra gente, hace notar Moretti a través del último chileno que aparece. Italia hoy es distinta. Para peor.
Con la muerte en los talones Santiago, Italia tiene dos partes diferentes que bien podrían pasar por dos películas, cada una con su mundo, con una idea del cine, cada una hablándole a un espectador distinto. La primera parte cuenta el ascenso de Allende al poder en Chile, los primeros años de gobierno, los problemas económicos, el golpe de Estado y la dictadura. Los entrevistados hablan del período alternando lo personal con lo colectivo. A Moretti se lo ve cómodo, sin probar nada, satisfecho con un abordaje de ese proceso hecho hasta el cansancio. En este segmento el director no ofrece nada nuevo: mucho material de archivo visto una y mil veces, mucha información conocida sin demasiado, ningún resquicio para cosas inéditas. Es como si todo fuera un run for cover con Moretti refugiándose en la eficacia probada de una tradición documental. Ante la seguidilla de testimonios se tiene la impresión de que la película se dirige a un público que no sabe nada del asunto o bien que quiere revivir una historia sabida. Los entrevistados hablan de frente a la cámara sin ninguna clase de artificio: la película se despoja de cualquier elemento que pudiera distraer la atención de lo que se cuenta. No hay, sin embargo, nada parecido a la neutralidad, como lo anuncia el inicio, cuando se lo ve a Moretti observando Santiago desde una terraza. El cineasta asume un punto de vista claro y lo hace de manera explícita; el plano de la terraza, de hecho, funciona bastante mejor que otro posterior en el que Moretti, después de darle la palabra a un militar preso, aparece compartiendo el encuadre con el entrevistado y diciéndole: “Yo no soy imparcial”. Un subrayado inútil que machaca una postura que ya era explícita desde el comienzo. Casi no hay una crítica de la película que no se muestre visiblemente fascinada con ese plano, aunque el momento no aporte nada y sea apenas una veleidad inconducente que se permite el director y que espera (exige) de parte del público una simpatía automática, complaciente. El cine de Nanni Moretti fue siempre reconocible por la fluidez con la que se integraba la política con formas de contar que nada tenían que ver con el panfleto o el proselitismo: basta con ver sus primeras películas, donde el desencanto y la apatía general de los protagonistas sirve para efectuar comentarios políticos y críticas, muchas veces lanzadas contra el propio PCI y la izquierda en general. El punto más alto de esta trayectoria llega, claro, con Palombella Rosa. Había ahí una lucidez que permitía imaginar otras formas de la política por fuera de lo que habitualmente se llama cine político: lo político desbordaba el contenido y se volvía un asunto de formas, un vehículo para la inteligencia que se alimentaba del humor y de la agilidad del cuerpo. El plano junto al militar de Santiago, Italia, con su tribunerismo inmediato, solemne, es un gesto inconcebible, ajeno a ese sistema. En la segunda parte, sin abandonar la puesta de la primera mitad, Moretti se reencuentra con su mejor versión. La presentación lineal y sumaria de las atrocidades del régimen militar estalla y deja paso a la extraordinaria historia de la embajada italiana y de su papel en el rescate y asilo de chilenos perseguidos. Seguimos en el escenario de una dictadura atroz, pero la película, liberada de los rigores expositivos previos, cambia de registro: ahora los entrevistados narran el trabajo titánico del embajador y de sus empleados; las peripecias (y las piruetas) necesarias para meterse en la embajada; la vida reensamblada, casi surrealista, de los más de doscientos refugiados en el interior del edificio. En sus mejores momentos, Santiago, Italia se transforma en algo así como una película de espionaje lúdica que no vemos pero que podemos imaginar a partir de lo que escuchamos a los entrevistados. Moretti afina el oído y abre la película a la escucha de algo nuevo que nada tienen que ver con las certezas casi escolares que se dicen en la primera mitad. Cerca del final la película encauza los testimonios hacia la solidaridad italiana y el agradecimiento de los chilenos: Moretti se instala de nuevo nuevamente a las seguridades del documental expositivo y busca un cierre emotivo. Pero el efecto producido por todo el relato anterior no se disipa: queda, como flotando, el nervio físico de los chilenos que ponen a prueba sus destrezas para saltar una pared y caer como puedan en suelo italiano; la extrañeza de la organización al interior de la embajada, que incluye raros sistemas de repartición del trabajo y de la vida en común (uno de los asilados es echado de su agrupación política por negarse a pelar papas como todos; todo esto pasa adentro del lugar); cuando se narra el hallazgo horripilante del cuerpo de una militante famosa en el patio de la embajada, una brutalidad inhumana que lleva la firma reconocible de los militares, el director construye el momento casi como si se tratara de una película de terror (imaginamos a Moretti explicando que el salvajismo del acto no puede alcanzar a pensarse desde los códigos del documental y demanda la sobreabundancia del género de horror y de sus convenciones). Tenemos, una vez más, felizmente, al mejor Moretti, el que puede hacer brotar el cine de cualquier parte sin importar si se trata solamente de una persona hablando a cámara, el director capaz de restituirle a lo político las potencias del cine y transformarlo en un lugar de pensamiento ágil, móvil, que hace crecer las ideas siguiendo el pulso del cine y del cuerpo.
Otra bella historia italiana El autor de Caro diario repasa el albergue que la embajada de su país dio en 1973 a todos los perseguidos por la dictadura pinochetista. ¿Qué llevó a Nanni Moretti a volver sobre una experiencia política cinematográficamente documentada de forma consumada y exhaustiva, como es la presidencia de Salvador Allende y el golpe de Pinochet? Un detalle que había quedado al margen: el albergue que la embajada italiana dio en 1973 a todos los perseguidos por la dictadura pinochetista. A todos a los que pudo dar asilo, al menos. Como siempre que se pone la lupa en un hecho que los generalistas de la Historia supondrán insignificante, en ese pequeño recorte de lo real Moretti encuentra una fuente inagotable de sentidos, de relatos, de anécdotas y emociones. Y la vuelca al espectador. “Descubrí lo que me pareció una bella historia italiana”, dice el autor de Palombella rosa. Una bella historia. ¿En medio del golpe, la cancelación sangrienta de un proceso político virtuoso, las detenciones y secuestros, las torturas y la muerte? Sí, en medio de todo eso Moretti encuentra una bella historia, y es la que narra. Una historia de solidaridad, de generosidad, de protección a los que estaban totalmente desprotegidos, por parte de una delegación diplomática que no tenía por qué hacerlo. A ver: no se trataba de alguna embajada que pudo haber puesto en riesgo las relaciones diplomáticas por defender una causa común, como las de la URSS o Cuba. La embajada argentina, más difícil: en el momento en que se produjo el golpe, el oficialismo venía de descabezar al camporismo (Allende estuvo presente en la asunción del “Tío”) y se dirigía a una derechización que tendría más puntos de contacto con Pinochet que con Allende. La que da asilo a los militantes del Partido Socialista chileno, el PC y el MIR es la embajada italiana, que representaba a uno de esos eternos gobiernos de coalición de la península, con la Democracia Cristiana a la cabeza. Pero ojo: ese moderado gobierno democristiano fue el único en Europa que no reconoció a Pinochet como nuevo jefe de estado. “Yo no soy imparcial”, frena Moretti a un militar encarcelado por violación a los derechos humanos. Santiago, Italia adhiere, en su forma, al canon más tradicional del documental. Entrevistas a cámara, intercaladas con algún material de archivo que no difiere demasiado del ya conocido. La primera parte, que va hasta el 11 de setiembre, parece más que nada un preámbulo para la otra, la que más interesa al realizador. Con ayuda de testimoniantes que incluyen a Patricio Guzmán, Miguel Littin y Carmen Castillo (realizadores de las esenciales La batalla de Chile, Acta general de Chile y Calle Santa Fe), el realizador de Caro Diario da cuenta, más que de la experiencia política y económica que representó el gobierno de la Unidad Popular, del sentimiento de felicidad plena que embargó en 1970 a buena parte de la sociedad chilena. Las imágenes corroboran los testimonios: en marchas, actos y presentaciones a la gente se la ve tan feliz como un día de primavera. Sobreviene luego la oscuridad y el duelo (es particularmente vívido el testimonio de Guzmán, que estuvo unos días secuestrado en el Estadio Nacional), pero pronto el relato deriva hacia una nueva forma de felicidad. Una felicidad más reducida, más personalizada, más peculiar: la del par de centenares de privilegiados que tuvieron la fortuna de ingresar -saltando por encima del muro- en la embajada italiana. Allí el relato roza la novela de aventuras, con gente pegando el salto mientras los carabineros disparan. También la picaresca, promovida por la larga convivencia entre gente de distinto sexo, el cine cómico (alguien demasiado torpe para saltar), el melodrama de la patria perdida, el agradecimiento a la patria que les dio cobijo, la alegría por un nuevo futuro, el final feliz. Santiago, Italia no es una de talking heads, porque no se trata aquí de cabezas parlantes sino de gente reviviendo en cuerpo y alma experiencias cruciales. Moretti no filma discursos. Filma palabras cargadas de vida, cuerpos que reaccionan en consecuencia. Su cámara los hace brillar. El del realizador de Mi madre es en buena medida un cine de renacimientos, y Santiago, Italia no es la excepción.
Si se alude a la íntima relación entre la ideología y el cine no puede dejar de destacarse la presencia del director Nanni Moretti ("Caro Diario", "Aprile", "La habitación del hijo"). Por eso su aparición al frente del proyecto del documental "Santiago, Italia" se manifiesta como una vertiente más de su actitud militante. La película es un verdadero fresco de lo que ocurrió a partir del golpe de Estado de 1973 en Chile, que termina con la presidencia de Salvador Allende y que intentaba, según palabras del propio Moretti, ""un experimento de socialismo democrático"". "Santiago, Italia" es un verdadero caleidoscopio que reúne material de archivo de la época y testimonios de sobrevivientes del drama. Imágenes poco conocidas del bombardeo de la sede de gobierno, la posterior locura del Estadio Nacional con una cifra que rondó los 40.000 detenidos políticos, y las confesiones de las víctimas preceden al núcleo de la narración, el papel de la embajada de Italia en Chile, que salvó a más de 250 presos políticos dándoles asilo en su sede. Si la impresión se mantiene con el material de archivo, la riqueza de los testimonios asombra, porque abarca desde la visión realista de un sobreviviente del estadio como Patricio Guzmán (fragmentos de su película, "El primer año" forman parte del filme), pasando por el testimonio de represores o la de una madre que temió perder su pequeña hija, lanzada (afortunadamente con éxito) hacia el jardín de la Embajada de Italia en Chile en un desesperado intento de refugio final. LOS OPUESTOS El dramatismo de los reportajes (nunca se ve a Moretti preguntando, salvo su breve y filosa aparición con un represor prisionero) abarca el verdaderamente emocionante de un ex prisionero del Estadio Nacional, evocando sin nombrarlo al arzobispo Silva Henríquez, gran defensor de los derechos humanos, que mantuvo una actitud de valentía extrema durante el gobierno de Pinochet e intentó, antes del golpe, todo tipo de conciliación entre los extremos. La profunda emoción que impide a un ateo (el sobreviviente) casi pronunciar palabras por la admiración y respeto por un religioso que cumplió dignamente su misión, habla de las posibilidades de diálogo entre opuestos. Como fondo y trasfondo abruma el escepticismo de Moretti frente a la actual Italia pragmática y lejana a veces a cierta solidaridad, tan diferente a aquella que albergaba seres humanos en desgracia desafiando un exterior político inmanejable. "Santiago, Italia" reaviva la polémica universal que enfrenta una actitud de integración y solidaridad, cada vez más lejana en el mapa internacional con las nuevas contingencias de un milenio conflictivo.
Promediando la segunda parte “SANTIAGO, ITALIA”, el último trabajo del multipremiado director italiano Nanni Moretti donde abandona sus narraciones de ficción para adentrarse en el terreno del documental, el propio Moretti confesará abiertamente en una de las pocas veces que aparece frente a la cámara: “No soy imparcial”. Una frase tan corta como fundamental para comprender lo que quiere plasmar en pantalla y admite, hasta con una sonrisa, esa suerte de tendenciosidad sin malicia pero con apasionamiento, que se apodera de la narración. Todo quedará teñido del cristal personal con el que el cineasta decide poner en pantalla uno de los hechos históricos más trascendentes en la historia de América Latina como fue el Golpe de Estado de Septiembre de 1973 en Chile. En “La cosa” (1990), Moretti ya había incursionado en el terreno del documental –género que repite en algunos de sus cortos- mostrando los cambios que se habían producido en el partido comunista de Italia, frente a hechos tan relevantes como por ejemplo, la caída del muro de Berlín. Ahora, en “SANTIAGO, ITALIA” vuelve a ese registro (que en parte también aparece y nutre a todas sus películas autobiográficas pero que desarrolla dentro del terreno de la ficción) narrando el profundo desgarro sufrido por el pueblo chileno ante el derrocamiento de Salvador Allende, un verdadero líder popular que llegó a la presidencia mediante la histórica coalición de los partidos de izquierda mediante la llamada “Unidad Popular”. La victoria de Allende fue motivo de una alegría enorme en el pueblo chileno –y cada uno de los testimonios así lo recuerdan- y abrió una etapa que sigue estando en el presente en los militantes y en el pueblo como un momento soñado e inolvidable en la historia de Chile: “un país enamorado de Allende y de lo que estaba ocurriendo” en las propias palabras de Patricio Guzmán, cineasta chileno que participa del documental de Moretti, como uno de los tantos testimonios que describen ese fresco de la época. Así como apareció esa utopía socialista invadiendo el corazón del pueblo, al mismo tiempo comenzó una época de persecuciones políticas y se instaló la tensión con aquellos intereses que eran contrapuestos a las importantes reformas económicas y sociales con las que Allende apuntaba a transformar el país. Moretti le da voz tanto a trabajadores, periodistas, catedráticos como a militantes, artistas y diplomáticos, para ir construyendo de esta manera, una pintura de ese momento único en la historia en donde los militares, con Pinochet a la cabeza, se instalan en el Gobierno y comenzará una época oscura de torturas, persecuciones y hasta con visos de lo que podría denominarse una guerra civil. Los testimonios que recoge la cámara son potentes, crudos, valiosos y necesarios: los protagonistas aún a más de cuarenta años de sucedidos estos hechos, vuelven a quebrarse de emoción frente a la cámara al recordar las anécdotas y las vivencias de aquel momento. Si bien es importante el contexto histórico en el que “SANTIAGO, ITALIA” se encuentra inmerso, el tema central del documental es el rol trascendental que ha jugado la Embajada de Italia en esta historia, uno de los pocos edificios de Embajadas que sobrevivieron en Santiago después del golpe. Tanto la particularidad de sus muros bajos, como que mediante algunos ladrillos “robados” se había llegado a armar una especie de escalera sobre la pared, le permitió a cientos de chilenos, saltar esa pared e ir en busca de refugio y de su propia libertad. La fuerza contundente de “SANTIAGO, ITALIA” radica en los testimonios en primera persona. Los propios protagonistas que cuentan sus propias vivencias y la posibilidad de una nueva vida en otro continente, huyendo del horror de la dictadura pinochetista. Moretti propone entonces una reflexión que surge espontáneamente contrastando a aquella Italia solidaria y de puertas abiertas de los años ’70 frente a ésta de hoy, con grandes problemas inmigratorios, pero con un pueblo condicionado a un contexto social y político completamente diferente. Atravesado por una melancolía permanente de aquellos buenos viejos tiempos, la crudeza de lo sucedido que aún hoy sigue provocando dolor y tristeza y estos testimonios que dan cuenta de una época de ideales a la que parece difícil poder volver, se va conformando un relato potente y movilizador sobre el que Moretti pone su mirada de autor y sus propias convicciones al servicio de una cámara que no hace mucho más que coleccionar vivencias y testimonios. Quizás hubiese podido hacer mayor gala de su virtuosismo narrativo. Pero sin embargo decide apostar al contundente relato de cada entrevistado y de esa forma va estructurando su documental, con la plena confianza de que la fuerza contenida en cada uno de esos testimonios, es suficientemente fuerte para atrapar a cualquier espectador, aún a quienes no hayan conocido la historia. El collage que logra, más allá de la previsibilidad en la que pueda instalarse, tiene una riqueza y un atractivo que seduce al espectador. Y Moretti como siempre, nos deja pensando, reflexionando, volviendo a revisitar una historia con la que nuestro país tiene profundas semejanzas, una herida abierta en América Latina.
Para todos los cinéfilos Moretti significa comedia y política, con un toque personal, a veces narcisista, que lo lanza al centro protagónico de sus películas. En Santiago, Italia, su presencia en el cuadro es casi inexistente. Al inicio se lo ve contemplando Santiago desde una zona montañosa, su voz en fuera de campo surge en alguna escena y tiene una acertada aparición en un diálogo con un militar de poca relevancia castrense, aún preso, que glosa lo que en Argentina se conceptualizó como “teoría de los dos demonios”. Respetuosamente, Moretti le explica a su entrevistado: “Yo no soy imparcial”.
La Sudamérica convulsionada de los años `70 fue infestada por dictaduras militares apañadas por los EE.UU. El caos, las persecuciones, desapariciones y asesinatos estaban a la orden del día, y dentro de ese ambiente de terror se encontraba Chile que terminó cayendo en la trampa generada por la clase burguesa y militar que no toleraba ser gobernada por un presidente socialista. Éste documental italiano dirigido por Nanni Moretti, recuerda esos tiempos convulsionados en el país trasandino. Allí, la dictadura de Pinochet tomó el poder en 1973 y los que tenían ideas de izquierda fueron su blanco favorito. La película refleja una situación particular que ocurría en la capital chilena. Muchos de los perseguidos lograban colarse a la embajada de Italia y conseguían refugio hasta que los llevaban al país europeo, donde los aceptaban y le daban trabajo. Con una narración clásica, el director obtuvo muchos testimonios de los que sobrevivieron al régimen de Pinochet, y unos pocos también, del lado militar. Algunos, volvieron a vivir a su país cuando regresó la democracia, y otros se quedaron en Italia. La calidad técnica es impecable. Nos sitúa en el comienzo mismo del germen que impulsó la revolución militar. Allí vemos al pueblo entusiasmado con la asunción de Allende, y el clima hostil que se fue generando día tras día. El desarrollo es cronológico. Ante cada explicación histórica del país, o declaración de las personas damnificadas, le siguen los archivos fílmicos que le da un mayor valor al relato. Todo esto sirve para comprender mucho mejor la situación. Nanni Moretti va a fondo. No tiene pruritos en confrontar con quién crea necesario. Maneja los climas adecuadamente. Son pocos los que llegan a emocionarse, la mayoría recuerda esas situaciones de sufrimiento con un buen semblante. La película cumple perfectamente con la intención del realizador de popularizar un hecho dramático que afectó en mayor o menor medida a los países de la región.
Una película así es una especie de bálsamo, y también una ocasión cinéfila. Rarísimo milagro en la cartelera demasiado infantil de nuestra era: se estrena en pantalla grande un documental de Nanni Moretti. Que es como decir que, por fin, tenemos una especie de bálsamo, algo que nos hace un poco bien. Aquí el realizador italiano, el creador de varias obras maestras, vuelve al formato diario íntimo que desplegara en “Caro Diario” y “Aprile” para recorrer Santiago de Chile, y también la relación entre esa ciudad e Italia, rica y fuerte. Especialmente, muy especialmente, la relación que se estableció cuando la caída de Allende y la dictadura de Pinochet, momento en el cual la embajada de Italia se convirtió en un refugio. La voz y la presencia de Moretti, la manera como mira, las imágenes que captura de tal modo que nos integran con él al paisaje y la belleza de cada encuadre hacen de una película así una especie de bálsamo, y también una ocasión cinéfila.
Nanni Moretti ofrece en “Santiado, Italia”, un relato cronológico y no imparcial -así lo afirma el propio director en la única escena en la que aparece adelante de cámara- del golpe de Estado que derrocó al ex presidente chileno Salvador Allende. El director italiano de películas como “Habemus Papam” y “La habitación del hijo”, vuelve a abordar el género documental. Luego de “La cosa”, en el que indagaba en la transformación del Partido Comunista de Italia, Moretti se interna en el Chile de los años 70 para narrar con testimonios e imágenes de archivo el pasado y el presente de hombres y mujeres que huían de la persecución política a través de la hospitalidad que les ofreció la embajada de Italia en Santiago. Discursos de Allende, filmaciones del bombardeo del Palacio de la Moneda e imágenes del toque de queda se alternan con los recuerdos de diplomáticos y algunos de los militantes de entonces que en su mayoría decidieron radicarse definitivamente en Italia. En pantalla aparecen algunos de las más de 250 personas que ingresaron saltando un muro y que permanecieron en la embajada, pero también dos de los militares que fueron testigos de la época, uno de ellos actualmente en prisión.
La solidaridad es el mayor gesto político La reciente película del director de Caro diario y Palombella rossa, documenta el rol de la Embajada italiana durante el golpe de Pinochet. Internacionalista. Podría ensayarse esta palabra tras ver Santiago, Italia, el más reciente trabajo del realizador Nanni Moretti: una de las miradas más lúcidas del cine. Y si de cine se trata, entonces también vale recordar que es este medio el que fuera tempranamente señalado por la vanguardia soviética como manera ideal para la consecución de una comunión sin fronteras. Por encima del analfabetismo, el cine. LEER MÁS Cerró la textil Coteminas | Santiago del Estero LEER MÁS Conte avanza hacia un nuevo gobierno en Italia | Tras el pacto entre el Movimiento Cinco Estrellas y el Partido Democrático No se trata de señalar la película de Moretti como deudora de aquella estética -no es éste un trabajo orientado según preceptos de Vertov o Eisenstein- sino, antes bien, de tener presente que el cine es un lugar de encuentro político, capaz de despertar la mirada. Un encuentro que liga las historias de los otros con las de uno. En ese camino de explicación propia, de inquietud personal, se interna Moretti; en otras palabras, un camino internacional, tras los pasos de aquellos chilenos hoy italianos, que escaparan de la dictadura de Pinochet gracias a la Embajada de Italia. Santiago, Italia es una película memoria, que retrata la tarea de quienes eligieron ayudar y de las personas perseguidas, en medio del golpe homicida sucedido el 11 de septiembre de 1973. Para llegar allí, el director se interna en el recuerdo de aquellos gloriosos días de democracia socialista, cuando Salvador Allende era elegido y sus medidas sacudían el panorama social. Euforia que los entrevistados rememoran. Al respecto, puede practicarse lo siguiente: si se prescindiera de lo que las palabras dicen, es notable cómo los rasgos de las mismas personas comunican de modos suficientes. Cuando se trata de traer a la memoria la celebración de la militancia y de la fiesta en las calles, a diferencia de cuando se trata de permitir que sean los momentos dolorosos los que prevalezcan. Hay un mapa, en este sentido, que se escribe entre los ademanes, los silencios, las palabras que no alcanzan. Quizás sea éste uno de los motivos que justifican la elección formal que prevalece en Santiago, Italia: las entrevistas responden al plano medio clásico, al repaso seleccionado entre las muchas horas de diálogo que la cámara debió registrar; con el realizador por fuera de cuadro, orientando las respuestas y la mirada de quienes hablan. Así, lo que surge también es un relato polifónico, entre todas y todos, protagonistas de una historia compartida, de lazos comunes. Por sí solo, esto basta para señalar la entraña socialista compartida. Es decir, Moretti adhiere a la postura de quienes entrevista. La cámara se sitúa a su altura, los escucha para decir con ellos, en una puesta en escena que bien podría señalarse como políticamente horizontal, sin ángulos de cámara que disientan. Las voces comulgan y junto a ellas sus rostros. Una amalgama que mestiza también al italiano con el castellano, en variaciones sonoras que son captadas tanto como las reacciones que esconden el comportamiento de los cuerpos. Una hibridez que hace germinar fraternidad: toda una declaración política. Ahora bien, hay un momento en donde esta adhesión estética y moral se quiebra, una ruptura que obliga a hacer presente al entrevistador, al director. Aspecto ya referido en varias notas -porque es una marca indeleble, que no admite fisura ni ambigüedad-, Moretti aparece en cámara junto a un militar convicto, quien se dice inocente mientras defiende la teoría de los dos demonios. Es más, aduce haber aceptado participar en la película porque entendía que el punto de vista sería imparcial. Ése es el momento en donde el cineasta se hace presente y (le) aclara: "yo no soy imparcial". la amalgama mestiza al italiano con el castellano, en una hibridez que hace germinar fraternidad, y configura toda una declaración política. Esta vehemencia hace que el film se vuelva aún más potente. Y también: es elocuente que el militar hable desde la cárcel, el lugar que Moretti evidentemente dedica a los golpistas asesinos. Entre ellos, hay otro que habla con gratuidad y comodidad doméstica, desde su hogar, mientras justifica el accionar pinochetista ante el peligro de lo que habría sido "un gobierno totalitario". Un barbarismo que la película puntualiza: es en esos momentos en donde la voz de Moretti se crispa. LEER MÁS Alberto Fernández: "El Gobierno debe estar contando los días" | El candidato de Todos recibió a la Mesa de Enlace A la vez, cuando los testimonios refieren a las detenciones y torturas, lo que sucede es el horror: de modo angustiante, porque toca a quien dice y al espectador de modo íntimo, desde el misterio de no poder encontrar palabras justas ni imágenes suficientes. Un horror al que no le faltan matices y anécdotas, hasta momentos de cierto humor: los aplausos y vítores de mucha ciudadanía mientras el Palacio de la Moneda era bombardeado; el convencimiento del cineasta Miguel Littin de que Allende fue asesinado; las lágrimas con las que un exiliado recuerda a Monseñor Raúl Silva Henríquez: "yo soy ateo", aclara, "pero cuando una persona merece respeto, hay que dárselo"; o las sonrisas de quien ayudara con el tejido de un abrigo para el bebé de su torturadora. Que Moretti elija -entre músicos y periodistas, por ejemplo- entrevistar a cineastas como Littin y Patricio Guzmán dice también sobre el lugar que el cine mismo ha ocupado y ocupa en estos tiempos. Tiempos que, elige subrayar el film, se empañan de un individualismo consumista tenaz, que propicia y avala la derecha. (Así las cosas, ¿dónde está parado hoy el cine?). En este sentido, Santiago, Italia enhebra un canto de gratitud a la solidaridad, actitud política al fin y al cabo. Y la grafica en la tarea de la Embajada de Italia, responsable de refugiar y salvar la vida de 250 personas, cada una de las cuales encontró una manera personal con la que sortear ese muro que las separaba de la seguridad diplomática. Un muro (de dos metros) que saltar, historias que contar. Por encima de este muro, por ejemplo, una abuela lanzó a su nieta. Los asesinos, por su parte, lanzaron el cadáver de una mujer: un hecho que la complicidad mediática dibujó como quiso, en consonancia con los dictámenes de los poderosos. Santiago, Italia registra voces que recuerdan y hace eco con el presente, sea italiano o chileno. Un presente justamente compartido.
Nanni Moretti regresa con un documental que narra el importante papel que cumplió la Embajada de Italia en Chile durante el golpe de Estado que derrocó a Allende y tras el cual asumió Pinochet. El regreso al documental de parte de uno de los directores italianos más interesantes y activos de los últimos años comienza con la imagen de Santiago como una ciudad que se impone ante él. Nanni Moretti conmemora los últimos días de Salvador Allende en el gobierno y pronto narra lo que sucede tras ser derrocado. Luego de un comienzo con imágenes de archivo y a partir de las voces de diferentes protagonistas de aquella época (trabajadores entre los que se encuentran periodistas, artistas, diplomáticos, profesores), va armando un relato que repasa una parte oscura de la historia de Chile y lo hace con el tono que caracteriza a su director, capaz de meterse en terrenos densos con una cuota de humor que por un lado deja a la vista el absurdo y por el otro sirve para brindar un poco de luz. En este sentido es clave el hecho de enfocarse en el rol que la Embajada de Italia asume abriéndole las puertas al chileno que por ser opositor de Pinochet, allí afuera, sólo puede esperar el peor de los destinos. Esto que sucede casi a la mitad de la película es el núcleo del film, lo que terminará de definirlo. Con una estructura clásica de documental, Moretti le cede espacio a las voces de varios protagonistas, no sólo a quienes encontraron refugio en el país del que proviene, sino también a un par de militares que hasta el día de hoy justifican su accionar, hablando con frialdad ante las cámaras y uno enojándose creyendo que el documental iba a ser objetivo. Allí se mete el director, que tiene un par de incursiones pero en general está detrás de cámara escuchando, para aclarar que no, “no soy imparcial”, no puede serlo. Sin embargo durante gran parte del relato seremos testigos, más que nada, de emotivos testimonios sobre sus militancias, surgiendo historias que suceden en centros clandestinos de tortura o trepando las paredes de la Embajada con sus anécdotas tragicómicas. El juego entre pasado y presente le sirve a su director para contrastar dos Italias, la de antes y la de ahora, y al mismo tiempo espejarlas con Chile. Moretti rescata una historia poco conocida en el seno de un hecho que, sobre todo acá, ya conocemos. Santiago, Italia consigue ser una película luminosa y melancólica que, con una estructura clásica, mantiene la mirada de autor. Entretenida, dinámica y reflexiva.
Un documental con buenos imágenes de archivo, testimonios fuertes (hasta de personas torturadas y encarceladas ) y entrevistas con distintos personajes italianos y chilenos, de una época dura, difícil, con momentos de tensión donde se escucha un audio inquietante y contiene una fuerte carga emotiva. También se incluyen anécdotas y hasta toques de humor.
Es curioso ver a Nanni Moretti (Caro Diario, La habitación del hijo), uno de los más carismáticos y originales directores italianos de los últimos treinta años, abocado a un documental histórico de corte clásico, centrado nada menos que en el Chile de inicios de los setenta. El mismo cineasta aclaró en una entrevista que “no sabía bien por qué estaba haciendo el documental hasta que Matteo Salvini fue nombrado ministro del Interior. Entonces comprendí por qué había querido hacer la película”. Salvini, un líder xenófobo de la extrema derecha, es el responsable de la brutal política antiinmigratoria de su país, la cual niega la ayuda a los náufragos rescatados del Mediterráneo y cierra los ya existentes centros de inmigrantes en Italia.
Una película de Nanni Moretti es siempre esperada por el público cinéfilo y especialmente por quien escribe. Pero un documental lo es aún más teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde su última incursión en el género estrenada comercialmente, la podríamos datar en 1998 o 1993 si aceptamos dentro de él películas tan empapadas de lo ficcional como Aprile o Caro Diario o, ya sin ninguna duda, de 1990 cuando estrenó La cosa, sobre la re-estructuración del Partido Comunista Italiano. Santiago, Italia se encuentra claramente en la línea de este último. Como escribí hace unos días en referencia a Lopez Torres: pintor en la llanura, es imposible ver un filme abstraído de toda la historia del cine y, particularmente, de los otros que se hayan realizado sobre la misma temática. En este caso, como sería de esperar, América Latina ha sido tremendamente profusa en relatos sobre las dictaduras que tuvo que sufrir. Desde los principios de los golpes de estado que aquejaron la región entre mediados de los años 60 y finales de los 70 gran número de documentalistas han sentido la urgencia de filmar lo que sucedía a su alrededor. Quizás el ejemplo más cabal de este caso sea el de Patricio Guzmán, quien salió junto a un camarógrafo a filmar el momento en que Pinochet bombardeaba La Moneda y donde ese mismo compañero captaría con su cámara el disparo que lo mataría. Luego vinieron los documentales hechos a posteriori, donde se buscaba ora tratar de explicar lo sucedido ora denunciar las pervivencias de un régimen en teoría acabado. Sobre lo primero contamos con la emblemática La República Perdida. Sobre lo segundo (y sobre casi todo) se encarama todavía hoy como una de las piezas más excelsas de la filmografía mundial Juan, como si nada hubiera sucedido. Finalmente, cuando los hijos de los desaparecidos tuvieron edad de comenzar a filmar, surgió una verdadera ola de documentales en primera persona de los cuales el más destacable quizás sea, por su acidez, su inconformismo y desenfreno, M, de Nicolás Prividera. Con todos estos antecedentes realizados en el continente americano, dura es la tarea del director foráneo que pretenda dar cuenta de nuestra historia o intente incluso una mirada personal sobre ella. Tal es el caso de la nueva película de Nanni Moretti. Este prefacio tiene el propósito de explicar quizás el primer problema con el que se encuentra Santiago, Italia ante el público latinoamericano: nos cuenta, como novedad, una historia que conocemos profusamente. Entendemos, entonces, que el director está pensando en un espectador europeo o, por lo menos, no latinoamericano. En ello transcurre un tercio de la película hasta llegar a lo novedoso, o no tanto, del relato (ver, para el caso, Diario de uma busca de Flavia Castro): la embajada italiana como refugio para los perseguidos políticos. La narración se basa en cabezas parlantes con casi nula presencia del director salvo en las voces over de las preguntas. Allí radica lo mejor del filme, la pericia de Moretti como entrevistador. Sin embargo, quienes gustamos de su cine anhelamos más presencia suya en cámara y no por fetichismo de la figura del director admirado, sino que, con ello, estaría haciendo a este documental único (también podría haber aprovechado más el recurso de la voz en off). Al faltarnos eso, estamos frente a un filme más sobre la dictadura –chilena en este caso. La impronta del director está plasmada mejor hacia el final ya que, luego de escuchar numerosos relatos sobre lo importante que fue Italia para los refugiados políticos y lo bello que era el país y su gente (¿acaso no son lo mismo?) en la década del 70, Moretti clava, al pasar, un estiletazo haciéndonos saber que ese país hermoso de otrora ya no es tal. Santiago, Italia está lejos de ser una película fallida, aunque la inocencia de un autor que habla sobre algo que no conoce en profundidad para un público bien informado transformará este documental (por lo menos para los latinoamericanos) en “una película más”. Por Martín Miguel Pereira