Una receta conocida, pero con nobles ingredientes Gabriel (Diego Peretti) es un eterno “casi arquitecto” que está separado desde hace cuatro años. Maneja un negocio familiar dedicado a la venta de instrumentos musicales, pero su vida está dedicada casi exclusivamente a Sofía (Guadalupe Manent, actriz sin experiencia previa y toda una revelación), su querible pero bastante tiránica hija de ocho años que lo maneja como quiere. Mientras su ex esposa (Marina Bellati) ya tiene nueva pareja (Pablo Rago) y está a punto de dar a luz, nuestro perfecto antihéroe parece haber bajado definitivamente la persiana a las relaciones afectivas (hay al comienzo una cita a ciegas organizada por su mejor amigo que termina en previsible desastre). Pero Gabriel no contaba con la aparición de Vicky (Maribel Verdú, esplendorosa a sus 44 años), un amor platónico de la adolescencia que está de regreso en Buenos Aires. Inesperadamente, todo es perfecto con ella, salvo que… odia a los niños con una fobia digna de un análisis freudiano. Así arranca esta comedia romántico-familiar dirigida con muy buen pulso y timing por Ariel Winograd, un “autor” de “encargos” y “fórmulas”. Es cierto que el guión de Mariano Vera, basado en una idea original de Pablo Solarz es, en el mejor de los casos, eficaz y no demasiado original (imagínense cosas del estilo Un gran chico, con Hugh Grant), pero el realizador de Mi primera boda y Vino para robar convierte una película “de concepto” en un entretenimiento sumamente disfrutable. ¿Comedia blanca? ¿Estereotipos y clichés diseminados por toda la trama? Puede ser, pero el film tiene una puesta en escena cuidada, prolija y funcional, dos protagonistas con química, buenos secundarios, diálogos y remates dignos de una sitcom (y no es un demérito). ¿Que es demasiado derivativa de las comedias familiares de Hollywood? ¿Que tiene algunas ridiculeces en la trama por exigencias de la coproducción con España? ¿Que Winograd está ya para hacer comedias un poco más incorrectas, desatadas y arriesgadas? De acuerdo en todo, pero eso no quita que -en el contexto del cine industrial argentino actual- productos como Sin hijos sigan siendo una buena noticia.
De padres solteros Sin Hijos (2015) instala de lleno tres temas actuales en el cine argentino mainstream: el padre soltero, las repercusiones en su hija pre-adolescente y, sobre todo, la adolescentización de los adultos. Temas tratados superficialmente y en clave de comedia familiar romántica, pero tratados al fin. Gabriel (Diego Peretti) quería de joven ser rockero, salir con la chica hippie que se va de viaje al norte y gozar de la vida relajada. Pero ya de adulto es el responsable padre de una niña de nueve años (Guadalupe Manent), a quién dedica su vida. Todo cambia cuando Vicky (Maribel Verdú), la misma mujer de su adolescencia aparece nuevamente como una suerte de mágica segunda oportunidad. Se enamoran perdidamente aunque no todo será color de rosa: Vicky odia a los niños. Ante la presión Gabriel decide esconder a su hija de Vicky y a Vicky de su hija. La comedia de enredos se presenta en clave de comedia familiar, haciendo de la problemática un tema superador. Los vínculos rotos funcionan como el eje de la trama (también se desarrolla en segundo plano la relación de Gabriel con su padre interpretado por Horacio Fontova), mientras que la estructura del género –conservador- reinstala el valor de la familia tradicional. Si bien es cierto que el tema podría haber sido tratado con mayor profundidad, planteando una solución posible y no mágica a las ordenes del genero, son este tipo de films mainstream los que instalan la cuestión en el imaginario de la gente y no otros mas profundos pero poco masivos. Técnicamente la película es correcta, su estructura narrativa funciona mediante un guion ágil que no deja cabos sueltos, y la elección del equipo artístico es la indicada. La producción de Patagonik detrás, explica un poco el cuidado de la imagen, aunque también la posibilidad de contratar al director adecuado para el genero, Ariel Winograd, responsable de Mi primera boda (2010) y Vino Para Robar (2013), o a la dupla protagonista que componen Peretti y Verdú. También los actores secundarios suman puntos a la hora de la cuota humorística: Martín Piroyansky, Marina Bellati, Guillermo Arengo y Pablo Rago, refuerzan el timming de la trama. Un párrafo aparte merece la niña Guadalupe Manent (qué hace su presentación con este film), que se roba la película con su encanto y carisma, aportando los mejores momentos tanto emotivos como humorísticos.
No apta para menores Gabriel (Diego Peretti) anda por los cuarenta, está separado y trabaja en la casa de instrumentos musicales que heredó de su familia, la que amplió y en la que le va muy bien. Pero por sobre todas las cosas Gabriel es padre, tiene una hija que es el centro de su vida, una gordita simpática, muy despierta y algo malcriada llamada Sofia (Guadalupe Manent). Su mujer se volvió a casar y está por tener un hijo, pero en el plano amoroso a él no le va muy bien, arruina todas las citas hablando de su hija y parece haber perdido contacto con el sexo opuesto. Hasta que reaparece Vicky (Maribel Verdú), un viejo amor de la adolescencia, de esos que nunca llegaron a concretarse. Vicky es una mujer hermosa e independiente, que da vuelta su vida desde el momento en que aparece, Diego queda enamoradísimo y todo va muy bien, hasta que descubre una pequeña fobia de su nuevo amor: Vicky detesta a los niños, no solo que no quiere tener propios sino que también detesta a los ajenos. Con tal de mantenerla a su lado, Gabriel miente y niega por completo la existencia de su hija, pero a medida que la relación avanza cada vez es más difícil mantenerla en el anonimato y Gabriel entre otras cosas arma y desarma su casa, dependiendo cual de sus chicas se quede a dormir esa noche. Así se construye una comedia romántica, efectiva, ágil, con muy buenos diálogos y muchos elementos de sitcom, como buenos remates y excelentes roles secundarios que aportan muchisimo humor a la trama. Si bien no es tratado con demasiada profundidad, el planteo de la protagonista es interesante, una mujer que elige vivir solo para ella, que no cede a la presiones sociales, y que prefiere viajar tranquila por el mundo en vez de cambiar pañales. Con un final un tanto meloso y previsible, pero que no la hace menos graciosa ni efectiva, es una comedia que tiene mucho de esas típicas comedias románticas estadounidenses de fórmula; muy prolija, bien armada, visualmente muy agradable, con muy buena química entre sus protagonistas, y sobre todo con muy buenas actuaciones, entre las que se destacan no solo las de pareja principal sino también las de Guillermo Arengo, Marina Bellati y Martín Piroyansky en papeles secundarios, en tanto la pequeña Guadalupe Manent realiza un muy buen trabajo en su primer película.
Gran momento para el cine nacional, con diversas propuestas para todos los gustos ya sean más tradicionales o tirando hacia el lado del género. En esta ola de buen cine ubicamos a Sin hijos, cuyo sello de su director ya es perceptible desde los títulos iniciales. Ariel Winograd sabe hacer comedia como nadie en el país, tal vez es el mejor y si uno entra en sintonía con sus películas descubrirá muchos guiños propios de un obsesivo y perfeccionista creando de esta manera un estilo inconfundible. No importa quién escriba sus largometrajes porque cuando él agarra el guión se adueña del mismo y le implanta su persona por todos lados, ya sea en los chistes de ghetto, en los absurdos o en las situaciones ridículas e inverosímiles, pero por sobre todo en los personajes. Ahí nos encontramos con un Diego Peretti sin desperdicios que se mete de lleno en ese gran padre que interpreta. Algo que después tiene que esconder por la eternamente sexy Maribel Verdú, que tal vez es lo más flojo de la película. Pese a estas dos grandes y reconocidas figuras, la que se lleva todos los aplausos es la pequeña Guadalupe Manent. Los intercambios que tiene con Peretti no solo son geniales y graciosos sino que también hacen relucir el gran vínculo generado. Un verdadero hallazgo, de esos que dan ganas de seguirle la carrera. El resto del elenco lo completan los sospechosos de siempre de Winograd tales como Pablo Rago (sólido como es su costumbre) y Martín Piroyansky, su actor fetiche que suele llevarse los mejores momentos y/o subplots memorables tal como en este estreno. La fotografía es propia de una comedia de Hollywood pero argentinizada y digo eso como un gran halago. No hay ni pretensiones ni grandilocuencias. Por su parte la música cuenta con temas muy bien empleados al ritmo de un montaje rápido que hacen que el film sea vertiginoso aún para este género. Sin hijos es una comedia para disfrutar, mejor que la gran mayoría que suelen estrenarse, y eso no es poco.
Una fobia solucionada por el problema que la origina Con el sello de un cine industrial, que garantiza calidad en la manufactura y entretenimiento seguro, "Sin hijos" alcanza su objetivo de la mano de una dupla protagonista con mucha química, sumada al carisma y la gracia de una niña que aporta los mejores momentos del film. Ariel Winograd, responsable de Mi primera boda -2010- y Vino para Robar -2013-, dirige esta comedia de enredos producida por Patagonik que, sin ser original y con todos los estereotipos, clichés y ridiculeces propias del género, funciona de manera ágil, sin dejar cabos sueltos y con una cuidada y eficaz puesta en escena que entretiene hasta el final. La trama tiene como protagonistas a Gabriel -Diego Peretti-, separado hace cuatro años, que vive con su hija Sofía de ocho años -interpretada por Guadalupe Manent, quien debuta cinematográficamente siendo toda una revelación- a la cual dedica su vida y cuya idílica relación le impide intentar una nueva relación amorosa. Pero la aparición de Vicky -Maribel Verdú-, un amor platónico de la adolescencia, abre nuevamente el corazón de Gabriel, transformando su vida en un tormento cuando Vicky le exponga su especie de fobia o condición para llevar adelante un romance. La buena química entre Peretti - Verdú y la revelación actoral de Manent es bien secundada por Martín Piroyansky, Marina Bellati, Guillermo Arengo y Pablo Rago, que aportan su cuota de humor a un relato ágil y superficial, haciendo que ésta clásica comedia romántica y de enredos familiares se disfrute sin más pretensiones que el mero entretenimiento. Párrafo aparte para un dato curioso que resulta interesante destacar vinculado sobre todo a la puesta en escena.La elección de locaciones como la fábrica abandonada y el bosque, la fotografía utilizada y la puesta de cámara elegida para narrar las escenas que allí ocurren, propias del género de suspenso y terror, llevan a pensar que el director Ariel Winograd bien podría incursionar dichos géneros y salir victorioso.
Ariel Winograd va camino a convertirse en un experto en la dirección de comedias (Cara de queso , Mi primera boda, Vino para robar). Aquí el sentido del ritmo, la progresión graciosa, el momento exacto para las tristezas, los buenos remates y un tema que no es menor: una mujer que no desea tener hijos y lo proclama a viva voz. Divina en el papel de hija del talentoso Diego Peretti, Guadalupe Menent. Pura pasión Maribel Verdu. Un entretenimiento cálido, grato, bien hecho. Hay que verla
Ariel Winograd toma como punto de partida, y radicaliza, un tópico que muchas veces se ha afirmado y discutido con un fervor extremo entre algunos, y que divide las aguas entre aquellos que poseen hijos y quiénes no. Con la habilidad y el timming que lo caracteriza, toma este debate para construir una de las comedias argentinas más sólidas y entretenidas que la pantalla haya ofrecido en los últimos tiempos. Entre los dos polos es que "Sin hijos" (Argentina, 2015) ubica a sus protagonistas, dos amigos de la juventud (Diego Peretti y Maribel Verdú) que se reencuentran luego de varios años (y que como en un raid a lo “Cuando Harry conoció a Sally” se verán varias veces antes de “concretar”) y que se dan cuenta que la pasión que nunca llegaron a concretar sigue vigente. Gabriel (Peretti) es un padre separado que intenta continuar con un negocio familiar (tienda de instrumentos) y mantener el orden en su vida. Haciendo malabares, pecando de obsesivo, logra equilibrar su vida personal y profesional con su hija (Guadalupe Manent), pero sabe que algo le falta. Mientras su exmujer (Marina Belatti) rehízo su vida con un profesor de taekwondo al que le dicen Bruce Lee (Pablo Rago), el aún espera que su “princesa” llegue nuevamente a su vida, y así, sin pensarlo, un día, sucede. Vicky (Verdú) llega al negocio y luego de rememorar el pasado lo invita a una fiesta privada. Cuando él arriba detecta ciertas características de los personajes que la pueblan, un pin con una inscripción que le llama la atención y que luego en palabras de la propia Vicky le resuenan y lo incitan a impulsar la mentira que funda la historia: oculta a su hija. Desde ahí la película nunca para de crecer. En la decisión de Gabriel de negar a su hija para poder finalmente estar con Vicky, la comedia estalla en cada escena, desde la redecoración de su departamento, las mentiras de sus familiares (cómplices) y hasta de la propia Sofía (Manent), lo involucrarán en una especie de “doble vida” en la que los niños son olvidados y negados. Winograd compacta en poco menos de dos horas una serie de gags y de humor físico que acompañan la confusión y la mentira del protagonista disparadora de la trama, generando una narración correcta para la propuesta. Cada uno de los personajes secundarios, además, y más allá del trío protagónico, permiten armar un universo bien particular en el que los niños, para unos, y la negación de estos, para otros, terminan generando el motor de la historia. Es que Gabriel es una persona opuesta a Vicky, pero a pesar de eso, sabe que con ella podrá ser feliz, independientemente que en su vida personal su hija sea lo más importante de todo. El tema se instala de manera superficial, abre el debate sobre la crianza de los hijos y el crecimiento de éstos, permitiendo por lo aceitado del guión, la honestidad de la propuesta, las actuaciones y el gran oficio del director, que se superen trivialidades y logrando que cualquier lugar común y situación previsible se siga disfrutando igual con la misma sonrisa que despierta toda la película.
Comedia argentina al modo de Hollywood El nuevo film del realizador de Cara de queso consigue cumplir efectivamente con varias reglas de las películas de encuentros y desencuentros amorosos. Y a pesar de sus virtudes termina ateniéndose demasiado a esos mismos esquemas. Opus 4 de Ariel Winograd (Cara de queso, Mi primera boda, Vino para robar), Sin hijos es lo más parecido a una comedia de Hollywood que el cine argentino haya dado desde Carlos Schlieper para acá. Schlieper se movía dentro de la screwball comedy, género cuya propia esencia permitía altas dosis de subversividad, permitiendo jugar con infidelidades, roles sexuales y relaciones de poder. Sin hijos es una comedia romántica y en las comedias románticas las convenciones y el ideal quedan más a la vista: flechazo, relación soñada, distanciamiento, consumación. Allí donde Schlieper usaba el género, Sin hijos parece aspirar a él, haciendo de lo que debería ser base de lanzamiento su meta. Todo lo cual la limita, la encierra. Eso sí: quien quiera pasar un rato agradable con una película argentina “que parezca de Hollywood”, acá tiene esa rareza.La escena inicial presenta un encuentro entre los futuros enamorados tan atípico como las tradiciones piden. En una oficina pública, Gabriel (Diego Peretti) y Vicky (Maribel Verdú) se sientan uno al lado del otro para sacarse una foto, como dos perfectos desconocidos, pero de pronto se miran y se saludan efusivamente: se conocen desde la adolescencia. Es obvio que para Gabriel Vicky siempre fue la chica imposible y allí ocurre lo que no suele ocurrir: ella, que parece dispuesta a todo y ya, lo invita a acompañarlo de inmediato en un viaje. No debe revelarse cómo se resuelve la situación, pero tampoco disimular que a la escena siguiente hace su aparición una de las fantasías más de- sagradables del hombre medio porteño. Uno que no aparecía tan crudamente desde las películas de Eliseo Subiela (No te mueras sin decirme adónde vas, por ejemplo), y que por suerte el resto de la trama atenuará.Unos años más tarde, Gabriel está separado y Vicky reaparece, tan arrebatadora como la vez anterior, por lo cual será suficiente con que aquél se deje arrastrar por ese huracán morocho, de ojos grandotes y chisporroteantes. ¿Qué hace una madrileña acá? Trabaja como agente turística, modo elegante de resolver la necesidad impuesta por la coproducción. ¿Qué hace él? Se la pasa diciendo que le faltan tres materias para recibirse de arquitecto, pero administra la casa de música fundada por su padre y no se decide a ser músico de una buena vez. Pero el verdadero problema es Sofía, la mujer que absorbe la vida de Gabriel. Tiene 8 años y a una velocidad mental que triplica a la de su padre le suma una madurez como del doble de su edad, así como un carácter inteligentemente tiránico (es la clase de tirana a la que no se puede dejar de servir). Retirado de las pistas del amor desde su separación, Gabriel es incapaz de estar más de dos minutos con una chica sin hablarle de Sofía (divertidísima la escena en que una pareja amiga le presenta a una candidata). Y sucede que Vicky es una fundamentalista de la militancia anti-hijos. Por lo cual Gabriel deberá intentar lo imposible: no hablar de Sofía. Peor aún, lo imperdonable: negar su existencia.Con rubros técnicos cubiertos por profesionales de primera (de Félix “Chango” Monti en más) y un elenco se diría que ideal (Diego Peretti se confirma como el comediante perfecto del cine argentino; Maribel Verdú brilla por donde se la mire), Sin hijos tiene el timing que tiene que tener, no presenta lagunas rítmicas o narrativas y ofrece cuatro o cinco momentos cómicos muy logrados. Pero no carece de desniveles. Si bien se nota la atención puesta en los personajes secundarios, algunos (el amigo médico interpretado por Guillermo Arengo, con su pragmatismo extremo, que contrapesa la escasa practicidad del protagonista) están mejor desarrollados que otros (el hermano menor de Martín Piroyansky, de quien se conoce poco más que su cuelgue hippón). En el papel de Sofía, la debutante Guadalupe Manent roba escenas a lo loco. En más de un momento, demasiado. Pero el problema de fondo de Sin hijos es su ambición, que parecería terminar allí donde debería empezar: en ajustarse a las reglas de composición del género. Lo logra, a costa de no permitirse ni un pasito que desajuste un poco tanta pauta.
El crecimiento que no fue Uno podría ser lapidario y decir básicamente lo siguiente: Sin hijos es un fuerte retroceso o tropiezo en la carrera de casi todos los involucrados, desde Diego Peretti -quien ha sabido dar trabajos mucho mejores, como Música en espera o No sos vos, soy yo- a Ariel Winograd -quien venía de dirigir una excelente película como Vino para robar-, pasando por Martín Piroyansky, quien con todo el talento que posee -delante y detrás de cámara, como demostró recientemente en Vóley- luce totalmente descolocado en la película. La única que parece haber ganado es la joven Guadalupe Manent, quien será muy pequeña pero apunta a ser una gran actriz. Y sin embargo, precisamente por la calidad y aptitud de los nombres involucrados, hay que intentar hacer un análisis más profundo, buscando las razones de lo que es esencialmente para quien escribe una desilusión. No muy grande, porque el tráiler ya había bajado las expectativas, pero desilusión al fin. Si uno lee la entrevista realizada a Peretti y Winograd acá, podrá ver que hay un concepto que circula en varias preguntas, respuestas y afirmaciones, que es el de crecimiento. Porque claro, Sin hijos, además de una comedia romántica y familiar -o precisamente por eso- es un relato de crecimiento, de personajes que deben salir de determinadas posiciones en las que se encuentran estancados. Para crecer hay que aprender, y el aprendizaje está plagado de errores, con lo cual se supone que tenemos que ver a los personajes aprender y crecer como pueden. En cierto modo, el film debe convertirse en un documento sobre ese camino de aprendizaje y crecimiento. Y sin embargo… Nos cuesta ver ese aprendizaje, ese crecimiento, porque el protagonista, ese centro desde el que parten todos los conflictos, que es Gabriel (Peretti), no termina de estar definido desde su pasado y presente, y esto se extiende a todos los vínculos que entabla con los demás personajes que lo rodean. Hay que hacer un enorme esfuerzo para entender y sentir las razones que producen su instantáneo enamoramiento de Vicky (Maribel Verdú): lo sabemos porque Peretti pone cara de “esta mina me flasheó”, pero más allá de eso, no sabemos por qué. Tampoco por qué antes estaba absolutamente negado a meterse en una nueva relación, a pesar de estar separado desde hace cuatro años y con su hija como único tema del cual hablar. Menos aún qué es lo que lo ha distanciado de su padre (Horacio Fontova) o por qué su hermano (Piroyansky) no ha establecido el mismo vínculo paterno-filial. Incluso el lazo con su hija está mejor trabajado desde el lado de la niña (y a eso ayuda la perfecta actuación de Manent) que desde el lugar del adulto. Eso se traslada, por ejemplo, a Vicky: su aberración por los niños -que es la que lleva a que Gabriel monte toda una serie de farsas para no revelarle que tiene una hija- no pasa de ser un mero chiste y un mecanismo del guión para hacer avanzar la trama y jamás la define como persona. La comedia romántica requiere una magia especial y Sin hijos no la tiene. Eso se puede notar en cómo dosifica la información a través de distintos lenguajes cinematográficos: o explica demasiado, como cuando un amigo de Gabriel le explica por qué la vorágine de su rutina le sirve como alimento; o muy poco, como en los ejemplos mencionados en el párrafo anterior; o directamente mal, como cuando Vicky le dice a Gabriel que se enamoró de él porque necesitaba dejar de huir y establecerse en un lugar (esa no es una razón para enamorarse de alguien, a lo sumo es una expectativa que se pone sobre el otro, pero no puede ser una razón para el amor). En Sin hijos se pueden detectar todos los guiños al cine que Winograd toma como referente, pero no pasan de eso, de guiños, porque no hay una historia sólida que los respalde. Por caso, la secuencia clave donde se referencia a Un gran chico, no tiene la misma potencia que la original porque no hay un camino verosímil que permita entender cómo los distintos personajes llegaron a donde están. Los conflictos se resuelven a las apuradas, arbitrariamente, sin un sustento narrativo y el crecimiento que debería hacer Gabriel como padre, pareja, hijo y hermano es abrupto e inverosímil. Las huellas de esa búsqueda que emprende el realizador para concretar un film donde los resortes dramáticos y cómicos sean cimientos para un aprendizaje y un crecimiento están, pero se quedan en la mera huella, en rastros apenas de lo que no fue. Lo que lleva a una reflexión final, a propósito de una nota de Javier Porta Fouz, que puede leerse acá: el análisis que hace sobre los vínculos entre actores, directores y películas lo lleva a la conclusión de que hay un tipo de comedia argentina totalmente asentada, lo cual, lamentablemente, me parece una afirmación cuando menos apresurada, tanto a nivel cuantitativo como cualitativo. No sólo es un cine compuesto por obras que en su enorme mayoría no han llegado a un público masivo, sino también debe seguir puliendo su calidad. Sin hijos es una prueba de ello: Winograd, Piroyanski e incluso Peretti deben seguir recorriendo un camino crecimiento, y el tropiezo que es este film quizás les pueda servir de aprendizaje a futuro.
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Padre separado, hija inteligente El nuevo film de Winogrand se centra en una historia de amor construida por situaciones azarosas y lugares comunes. La comedia blanca se sostiene desde lo actoral y los giros del guión recaen en el personaje de la niña. Podría afirmarse que Sin hijos es una comedia familiar funcional, contada con elegancia y aferrada a los códigos genéricos de esta clase de films. Efectivamente: la nueva película de Ariel Winograd (Cara de queso; Mi primera boda y Vino para robar, su mejor título hasta hoy) jamás oculta sus costuras de historia agradable con personajes simpáticos y un protagónico –excesivo– de una niña de 9 años, motivo más que suficiente para incluir a Sin hijos en el rubro comedia blanca donde los adultos parecen inmaduros frente a la inteligencia de los pequeños. Pura receta y probada fórmula que toman el director y el guión de Mariano Vera provisto por el argumento de Pablo Solarz (realizador de Juntos para siempre, una buena comedia… oscura). El inicio es transparente pero eficaz aun en su poca originalidad: Gabriel (Peretti), separado y con una hija de 9 años (Manent) se cruza con Vicky (Maribel Verdú), obsesión de la adolescencia. La cuestión sigue con el devenir cotidiano de Gabriel (acá aparece Piroyansky con un par de momentos graciosos, encarnando al hermano del protagonista) hasta que se presenta una "cita a ciegas" con una mujer, armada por el mejor amigo del frustrado esposo. La comedia, en ese momento, estalla con altura: Peretti se siente cómodo en ese rol, los diálogos funcionan a la perfección, la cita fracasa. Pero estamos frente a una comedia de situaciones y de características azarosas; por lo tanto, Vicky vuelve a cruzarse en la vida de Gabriel, tienen sexo, se los ve felices pero ella le informa de su problema: odia tanto a los niños que hasta pertenece a una entidad denominada "No Kids". Pese a que otros personajes secundarios comienzan a tener relevancia en la historia (el padre de Gabriel interpretado por Horacio Fontova; su ex esposa, ahora embarazada de su nueva pareja –Pablo Rago– apodado Bruce Lee), el punto de vista cambia de manera violenta. Debido a las maniobras del guión, la niña cobra importancia en el relato, tendrá voz y será el desencadenante de las situaciones, ocultando su filiación familiar a la novia de papá. De ahí en más, será el personaje "inteligente" de la película, el centro del relato, el único motivo por el que la construcción de una historia familiar convierte a una comedia medianamente amable en un modelo de cine conservador donde el padre no cederá nada frente a la "sabiduría" de su hija hasta que la farsa se haga añicos y la azorada Vicky esté obligada a pensar un futuro jamás previsto por ella. Allí, claro está, las costuras narrativas de Sin hijos modifican a los fagocitados remiendos de un film menos que convencional conformado por una avalancha de lugares comunes.
Enredos y desencuentros Comienzo. Gabriel (Peretti) y Vicky (Verdú) coinciden en el trámite del DNI. Coinciden, porque para que se encuentren todavía falta, y ese encuentro y sus dificultades serán la base de la película. Pero en esa coincidencia inicial Sin hijos exhibe sus fortalezas: timing cómico en función de las neurosis y la definición de los personajes, diálogos que se refuerzan con gestos que son exactos, pero que no se enfatizan, situaciones con sentido y solidarias con un armado mayor, una cohesión a la que se llega por claridad conceptual, por la nobleza con la que se entiende el trabajo sobre el género. El remate de la secuencia inicial exhibe un defecto recurrente de la cuarta película de ficción de Ariel Winograd: aparece la esposa de Gabriel embarazada, y la caracterización exagerada desde el aspecto y el maquillaje nos dicen que Sin hijos se preocupará en exceso por hacerse entender. Sin ese defecto estaríamos ante un exponente local de la comedia romántica de una grandeza y excelencia inusuales. Porque Sin hijos no solamente es la mejor película de Winograd, es una comedia romántica que plantea sus conflictos con la seguridad de saber qué está contando, cómo contarlo y en qué tradición se encuadra. Para esta historia de padre divorciado y con hija, que se enamora de mujer fóbica a los niños, Winograd y su guionista Mariano Vera disponen un armado, una red de puntos que hacen sistema. Los personajes principales son lógicos y consistentes sin ser rígidos; los secundarios -especialmente los exactos Piroyansky y la niña Manent- disponen de situaciones y diálogos de especial brillo. Los lugares elegidos resaltan una Buenos Aires bella, pero sin falsedades, e incluso las numerosas publicidades no son arteras. Para construir una ciudad -y un campo- de espacios agradables pero sin disfrazarlos, Sin hijos sabe que tiene que variar, moverse. Ese movimiento y esa variedad se sostienen, otra vez, en la claridad de las situaciones, trabajadas en función de personajes que no se traicionan. Esa claridad, y ese trabajo seguro, convencido, también se relacionan con la solidez de las fuentes: ésta es una película de un director que vio, procesó y aprendió grandes comedias de las últimas décadas. El film remite de forma directa a Un gran chico (2002) de Chris y Paul Weitz, con un final en el que Peretti hasta imita la postura de Hugh Grant. Y, además, en la caracterización de hombre quieto y mujer en movimiento, nos recuerda a Mi novia Polly (2004), película dirigida por John Hamburg en la que Ben Stiller y Jennifer Aniston ponían el cuerpo a una de esas comedias -cuyos posibles defectos se diluyen a alta velocidad- que renuevan constantemente sus credenciales, que permanecen gracias a su decisión de trabajar para honrar un género, como lo hace Sin hijos.
Atrapado entre amores Un padre divorciado que adora a su hijita, se enamora de una española que odia a los chicos. ¿Qué hacer? Toda comedia refleja algún conflicto social o familiar, exagerando sus causas y consecuencias, buscando la risa sobre el melodrama. Sin hijos, la nueva película de Ariel Winograd, sigue a Gabriel (Diego Peretti) un padre divorciado, enamorado de Sofía, su hija de 8 años, con serias dificultades para volver a formar una pareja hasta que aparece Vicky (Maribel Verdú), el amor de su vida, y también una fanática militante anti niños. Si Sofía era la excusa para espantar a cuanta mujer le presentaran, si su casa era un playroom y la niña su único tema de conversación, ahora el mundo se dio vuelta: la sola existencia de Sofía se convierte en una amenaza potencial a su incipiente relación con Vicky, una española hermosa y desenfadada que no se involucraría jamás con un hombre con hijos. Arranca entonces la doble vida de Gabriel. Amante y novio sin hijos para Vicky, padre en problemas con Sofía. Arma y desarma su casa, su vida, según el interlocutor, apelando a maniobras y mentiras que se suceden junto al abuso del videoclip, con Gabriel buscando lo que no tiene: equilibrio. Así, Sofía ejecuta a la perfección el papel de niña madura, mientras su padre es el fiel ejemplo de la abundante raza de adolescentes cuarentones. Vicky no se mueve de su rol, representa a la también creciente raza de cuarentonas que no quiere chicos ni en fotos. Hay manuales para ser padres y también para mantener a los chicos lejos, pero no funcionan. Como tampoco funcionará la mentirita de Gabriel, perseguido por la culpa, por su capacidad de ocultar lo que más ama, otro subtema de esta historia amparada en la comedia. Amparado en la comedia parece estar Winograd, cuyo tono personal es cada vez más neutro, alejándose de su prometedora Cara de queso, para destilar y destinar su cine al entretenimiento, para quedarse en la superficie de los temas que sale a tratar. Pero se ha profesionalizado, y sabe manejar la risa, incluso la ternura y cierta nostalgia que atraviesa este filme de un hombre atrapado entre dos amores. Amores distintos, necesarios y urgentes para él, pero peligrosamente incompatibles. Un buen drama transformado en comedia. Con las limitaciones de ese cruce y las dificultades de los vínculos, la culpa, la libertad. Con o sin hijos.
Una simpatica comedia que se eleva por sobre los obstáculos de su propio guión. ¿Alguien por favor quiere pensar en los niños? Desde Cara de Queso, su genial opera prima, Ariel Winograd demostró que la comedia costumbrista argentina puede complementarse sin problemas con los códigos de la nueva comedia norteamericana. Esto queda bien en claro y alcanza un nuevo techo con su último trabajo, Sin Hijos, una comedia familiar que aunque transita caminos conocidos por todos, sus puntos más altos logran imponerse. Aquí Diego Peretti interpreta a Gabriel, dueño de una casa de música heredada y estudiante de arquitectura nunca recibido. Es padre divorciado desde hace cuatro años y cuida religiosamente de su hija Sofía de ocho (Guadalupe Manent), mientras su ex-esposa y su nuevo novio (Marina Bellati y Pablo Rago) esperan un nuevo bebe. Gabriel nunca había intentado rehacer su vida hasta que aparece en escena Vicky (Maribel Verdú), un viejo amor imposible que, de repente, parece posible. Pero hay un pequeño inconveniente. Vicky no soporta a los niños. No quiere tener propios y mucho menos tener que cuidar de hijos ajenos. Y para que la relación entre ambos sea una realidad, Gabriel decide mentir sobra la existencia de Sofía. Algo que, obviamente, le traerá más de un dolor de cabeza. Sin Hijos es una de esas películas que en apariencia (y juzgando por su engañoso trailer) no se aleja demasiado de otras comedias nacionales que apuntan a un publico familiar. Estas suelen lidiar casi siempre con los mismo temas (los hijos, el divorcio, el amor después de los 40, etc ) y de una forma tan genérica que a veces cuesta recordar donde termina una y donde empieza la otra. Y si Sin Hijos hubiera caído en las manos de un director con menos personalidad y sin el buen ojo de Winograd, probablemente podríamos meterla en la misma bolsa. Pero la película tienen sus momentos, algunas escenas específicas que logran alzarse por sobre su material original, que parece haberse construido sobre la base de películas como Un Gran Chico, con Hugh Grant. Pero al mismo tiempo el director supo rodearse de un elenco que rinde. La capacidad de Peretti para la comedia a esta altura no sorprenderá a nadie y demuestra estar una vez más a la altura de las circunstancias. La española Maribel Verdú sale airosa del desafío de tener que componer un personaje odiable, pero que al mismo tiempo queremos en la vida de Gabriel. En el elenco secundario logran sobresalir Martín Piroyansky y Horacio Fontova, quienes comparten un puñado de escenas muy divertidas. Desgraciadamente no se puede decir lo mismo de Marina Bellati y Pablo Rago, no por falta de mérito o capacidad sino porque el guión pareciera no tener demasiado espacio para ellos, una lastima. Y mención aparte para Guadalupe Manent, quien interpreta a Sofia, y quien es en definitiva la gran revelación de la película. Conclusión La nueva película de Ariel Winograd es tierna y divertida, ágil y bien interpretada. Y aunque recorre lugares comunes y por momentos pareciera buscar inspiración en otras cintas, el resultado final será del agrado de aquellos espectadores que vayan al cine buscando distenderse y pasar un buen rato.
Crítica emitida por radio.
Una comedia romántica para disfrutar en familia. Vuelve apostar a la comedia el director, guionista y productor de cine argentino Ariel Winograd "Cara de queso", "Mi primera boda" y "Vino para robar”, en esta oportunidad eligió como protagonistas al actor y psiquiatra argentino Diego Peretti (“Música en espera”) y la actriz española Maribel Verdú (“El niño de barro”). Presenta una trama básica en la cual Gabriel (Diego Peretti) se encuentra separado hace 4 años de Leticia (Marina Bellati), quien continuó su vida y se encuentra embarazada de su pareja (Pablo Rago). Lo que los une es una hija de nombre Sofía (Guadalupe Manent), de nueve años y como suele suceder en estos casos comparten el cuidado. Gabriel construye un gran vínculo con su hija, es tan grande el amor que siente que todo pasó a segundo plano y solo se dedica a su amada Sofía. Sus amigos intentan sacarlo de la obsesión de que su vida gire constantemente alrededor de su hija e intente tener una nueva relación amorosa, pero él se niega ya que siempre en su cabeza está Sofía y su trabajo. Pero sus días se van a complicar cuando vuelve a reencontrarse con Vicky (Maribel Verdú) a quien ya conocía pero nunca animó a declararle su amor. Ella es hermosa, independiente y desenfadada. Un día algo sucede, logra conquistarla y ponerse de novio con ella. Pero el conflicto surge cuando Vicky aclara que no se involucraría por nada del mundo con un hombre con hijos, no quiere niños en su vida y él no se atreve a decirle que ya es padre, allí comienza la locura, debe esconder los juguetes, ropa, cuadros y todos los objetos que indique que tiene una hija, se pasa armando y desarmando su casa. Todos sabemos que el problema surge cuando se descubre la paternidad. El director vuelve a repetir el estilo de la comedia familiar en su cuarto largometraje, es previsible, prolija y cuidada, hay enredos, resulta disfrutable, entretenida, con diálogos chispeantes y emotivos. Tiene como protagonistas a: Diego Peretti, Maribel Verdú ambos son buenos actores y se complementan muy bien y la joven actriz Guadalupe Manent (cantó en el 2012 en vivo en un show de Valeria Lynch. Alumna de su escuela), tiene encanto, un buen dominio de las escenas, como se dice vulgarmente se come la película y se destaca como cantante, todo esto se conjuga con buenos diálogos. Los actores secundarios ponen la apostilla donde lo necesita el relato: Horacio Fontova, Martín Piroyansky, Marina Bellati, Guillermo Arengo y Pablo Rago, todos buenos comediantes y tienen su bocadillo, quizás alguno menos aprovechado que otro.
Comedia bien actuada pero sin gracia Diego Peretti está separado, no le resulta fácil rehacer su vida sentimental, y entonces pone todo el foco en su hija de 8 años. Eso hasta que retoma contacto con un viejo amor idílico, Maribel Verdú, que está lista para salir con él, poniendo una condición derivada del hecho de que detesta a los chicos. Así está planteada esta comedia que, en realidad, no es demasiado graciosa, lo que sin lugar a dudas es su principal problema, dado que está bien filmada y actuada. La doble vida del protagonista para mantener vivo su romance no es muy verosímil y resulta más patética que divertida, y la ausencia de auténticos gags no ayuda. Cuando Peretti debe vaciar su casa de juguetes para recibir a su nueva novia, la sensación es más artificial que otra cosa y, evidentemente, el planteo naturalista de la imagen no sirve para derivar el asunto en alguna dirección más delirante que funcione más con un tono de comedia que es finalmente a lo que aspira "Sin hijos". Otro problema del guión es que no hay auténticos fundamentos para que el personaje de Maribel Verdú tenga esa fobia a los niños, lo que por otro lado sirve para que toda la trama tenga resoluciones más bien previsibles. Diego Peretti es un actor lo bastante talentoso como para sostener casi solo el interés del film y de bancarse situaciones tiradas de los pelos, pero no tanto para darle humor a todo el film. Por lo demás, la fotografía es muy solvente y hay buenas actuaciones de reparto de actores como Pablo Rago.
Del rencor al aprendizaje En su cuarta película, el director Ariel Winograd (Cara de queso, 2006) logra algo que es muy difícil: una comedia romántica que no se aparta un ápice de los convencionalismos del género y que ese detalle sea lo menos importante para decir que Sin hijos funciona en todo sentido. En primer término, el elenco sostiene sin esfuerzo ni caprichos una historia que habla de la relación padres e hijos, de la madurez una vez rota la coraza de los rencores y de las irreconciliables diferencias cuando está en juego el ego sin importar el entorno ni el contexto donde lo único que cambia es el paso del tiempo. Con esas tempranas promesas del amor incondicional que surgen en la juventud, Gabriel (Diego Peretti) y Vicky (Maribel Verdú) se distancian y desencuentran por distintas causas que no convienen revelar aquí. Pero luego de muchos años, vidas en paralelo, por el lado de Gabriel significaron un divorcio y la llegada de una hija como Sofía (Guadalupe Manent), aspecto que lo mantiene alejado de toda iniciativa para reencausar su vida amorosa y por quien se siente profundamente absorbido. Al igual que en la primera vez, Vicky avasalla a Gabriel y le confiesa que su arribo a BAires no tiene otro objetivo que el de venir a buscarlo con la propuesta de comenzar una relación para establecerse y no seguir deambulando con sus valijas por el mundo, aunque sin renunciar a su cuota de libertad que implica no tener hijos. Ante el dilema, entonces, Gabriel apela a una serie de estrategias para ocultar a Sofía de los ojos de Vicky, disparador del torrente de situaciones y enredos que sirven a Winograd para mover las clavijas de la comedia y explotar las condiciones tanto de Peretti para el humor como de la pareja con Verdú en el ámbito de la comedia romántica. Pero el contra punto de este film se lo lleva la revelación Guadalupe Manent, quien aporta en los retrueques y en las actitudes para con su padre ocultador, uno de los aspectos más interesantes de Sin hijos. Sin recurrir a un mensaje ni tampoco empañar la película con dosis de moralina culpógena, las diferencias de los aprendizajes entre adultos, que a veces parecen niños, y niños adultos como Sofía, deja plasmado que el rencor imposibilita el camino hacia la madurez y en un segundo plano que la búsqueda del amor, ya sea de pareja o familiar, es una meta alcanzable para la que el tiempo no necesariamente es un obstáculo. Cuando se intenta recurrir a fórmulas aplicadas sin un criterio de identidad lo suficientemente sólido como para dejar una marca en el producto final, no se llega nunca a buenos resultados por carencia de sentido. Con Sin hijos ocurre exactamente lo contrario, en más de una escena Ariel Winograd consigue amalgamar el timing y ese plus que no se explica desde lo genérico, sino desde lo humano, y con eso alcanza y sobra.
RELACIONES EN CAJAS CHINAS Con un comienzo dudoso en términos de empatía hacia el espectador y algunos problemas en la construcción del verosímil, Sin hijos, la última de Winograd, retoma el viejo tema de la relación padre/hijos en tono de comedia romántica, aquel género predilecto de los americanos del norte. Peretti es Gabo Cabou un cuarentón divorciado que en vías (eternas) de obtener su título de arquitecto maneja la tienda de música que su abandónico padre (Fontova) le legó involuntariamente. Gabo tiene una hija de nueve años, Sofi (Guadalupe Manet), una niña con una astucia poco frecuente en niños de su edad. La relación de ambos es de puro amor y hasta un poco obsesiva por parte del padre, dato primordial en la trama de este filme que habla no sólo de relaciones humanas sino de la capacidad que tenemos los seres humanos de enojarnos con la misma facilidad que nos reconciliamos. Viejas heridas deberán sanar para que en la vida de Gabo aparezca nuevamente el amor de una mujer. Y es allí donde aparece Vicky (Maribel Verdu), espléndida y cosmopolita, pero con un lema impreso en la solapa de su mejor vestuario: “No kids”. Casi como una secta de principios milenarios, la española dice odiar a los niños y éstos a ella. Una especie de rechazo reciproco y sin mucho fundamento. ¿Podrá Gabo iniciar una vida junto a la mujer que lo volvió a enamorar pero que odia a los chicos? Esta es la pregunta disparadora de Sin hijos, que entre actores de primera línea y un texto que los acompaña muy bien, logra momentos de gran comicidad sin recurrir a los lugares comunes. La estructura narrativa se presenta en forma de cajas chinas, en donde cada hilo de la historia remite a un perfecto ensamble en el que deben encajarse y re organizarse varias relaciones parentales, a raíz de la llegada del amor de Gabo. A su vez, y por presentarse de esta forma particular, la historia es la que sirve como esqueleto de todo el filme, que sin abandonar la suspicacia del texto se anima a la experimentación estética dotando a la película de un color y ambiente exacto, justo ese que bien sabe combinar la elegancia con la ternura. De notable fotografía y con un guión que toma vuelo a partir de la mitad del metraje, el filme luego de un giro cómico inesperado, se motoriza a nivel dramático y narrativo al imprimir sobre la historia un ambiente especial para el juego de gags. Así la comedia se corporiza de forma natural y adoptando, no los viejos estereotipos típicos del género, sino aquellos que se pueden construir desde el color local, es decir, de impronta argentina. Un aplauso para Guadalupe Manet y al responsable de que la joven actriz pueda desplegar en la pantalla grande ese ángel carismático que ojalá nunca pierda. Con un gran finale y la presencia medida de la emoción, Sin hijos apunta a la distensión, pero también a la reflexión acerca del paso del tiempo y las inesperadas vueltas del destino. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
EL PADRE Y LA DOBLE VIDA Sin duda, tener un hijo es uno de los eventos más importantes en la vida de una persona, sobre todo cuando llega el primogénito. Olvidate de quién eras cuando estabas solo, de lo que hacías día a día en tu rutina y los grandes sueños que tenías. Ahora, tu vida pasa por el cuidado del presente y futuro de otra persona, fruto de tu propio vientre. Esa sensación es sin duda la que le toca sufrir a Eduardo (Diego Peretti), el protagonista de la nueva co-producción entre Argentina y España: “Sin hijos”. Él es un hombre separado que tiene una hija de 8 años, Sofía (Guadalupe Manent), que prácticamente es el centro de su vida. Sin embargo, esa monotonía en su contexto sufrirá un quiebre cuando aparezca la tercera en discordia: Vicky (Maribel Verdú), un amor platónico que tiene una sensual tonada española. El único pequeño problemita que surge es que ella odia a los niños, así que a partir de ahí deberá ver qué hace para salirse con la suya. A pesar de que superficialmente la historia recae en un problema común, se las ingenia para agregarle sus toques de gracia y originalidad. Chistes hablados, visuales, absurdos, irónicos y bizarros se comen la pantalla, dejando al drama en segundo plano. Uno de los principales responsables de que esto suceda es Martín Piroyansky, de reciente dirección y protagonismo en “Voley”. El Mejor Actor en el BAFICI 2012 por “Araña Vampiro”, ya tiene acostumbrado a su público con su particular humor y es por eso que cuesta determinar su rol en esta historia, porque simplemente su tarea es la de romper el hielo con su inocencia y el extraño amor que siente por la naturaleza. Eso, a su manera, le sale perfecto. La que realmente llama la atención en el reparto es la niña, Guadalupe Manent. Esta alumna de la escuela de Valeria Lynch, que el año pasado canto en lo de Susana Giménez, tiene un carácter bastante particular o al menos eso hace creer con su actuación. Pícara, viva, sagaz y hombrecita son algunos términos que describen a su personaje muy bien logrado. Da la sensación de ser una mini ‘Negra’ Vernaci. No menos destacable es la tarea en dirección del ya conocido Ariel Winograd (“Cara de queso” y “Mi Primera Boda”), y las actuaciones de Diego Peretti (“Los Simuladores”) y Maribel Verdú (“Y tu mamá también” y “El laberinto del Fauno”). Peretti está muy bien, pero es a lo que ya nos tiene acostumbrados. No falla, es taquillero y su ‘napia’ siempre nos causará un cariño particular. Por su parte, la española Verdú, parece ser la justificación de la co-producción, ya que su papel es el más exagerado y es poco creíble. Se nota mucho que viene de afuera. En líneas generales, no se trata de la clásica comedia entre un papá con un hijo, donde hay jaloneos de parte de los padres separados y la criatura se pone triste pero al final terminan todos felices. El relato nos muestra con mucha personalidad caprichos, histeriqueos, gags inteligentes, maldad y amor. Es ahí donde se encuentra el punto fuerte de la película, y sin dudas, los que conocen las costumbres argentinas (porteñas sobre todo) se sentirán más identificados que los otros. Aún así, la película tiene sus baches, ya que si no estaríamos hablando de una gran comedia. Hay momentos de cursilería barata que se terminan reflejando en interpretaciones raras, poco creíbles, que le quitan algo de sentido al film. Es decir, es bien argentina hasta que le aplican algunas pequeñas pizcas de “Disney”. Pero a pesar de eso, no por no ser perfecta signifique que no deban verla. En síntesis, “Sin hijos” es una linda comedia en la que se destacan las presencias de sus actores, la revelación de una niñita, que esperemos que ‘no se suba al pony’, y chistes que traerán carcajadas en toda la sala. Probablemente encuentren a ese que diga que “es pésima”, pero no le hagan caso, vayan igual, aprendan y diviértanse.
Entre dos amores Si tu mayor deseo en el mundo es tener una moto, la compras, y luego aparece la mujer de tu vida pero a ella no le gustan las motos, ¿qué harías? En un dilema existencial de similares características se debate Gabriel, el personaje de Diego Peretti en Sin hijos. La diferencia está en que el objeto de su amor no es una motocicleta sino su hija de ocho años, y la mujer de su vida es aquella a la que no le gustan los niños y prefiere tenerlos lejos. Sobre esa idea gira esta nueva y deliciosa comedia de enredos dirigida por Ariel Winograd (Mi primera boda) que sigue a Gabriel, un divorciado “pelotudo”, según los amigos, que no para de hablar de su retoño en las citas románticas. Cuando aparece Vicky (Maribel Berdú), se descubre, sin embargo, dispuesto a ocultar a Sofía (una extraordinaria Guadalupe Manent) de su enamorada, una mujer moderna y sexy, partidaria militante de un movimiento que brega por alejarse de los pañales. Un plan cuasi absurdo, que le requiere no solo mentirles a ambas, sino también adaptar su departamento dramáticamente para cada visita. Actual, ágil, entretenida, Sin hijos pone sobre la mesa a manera de cliché las ventajas y desventajas de ser padre, y también los conflictos inherentes a la familia y a los vínculos. Y los hace funcionar. Todo ello es activado de manera alegre por una sólida pareja central con buena química, refrescada por una constelación de adorables personajes secundarios que orbitan a su alrededor (además de la gran revelación que es Manent, se destacan los personajes de Martín Piroyansky y Guillermo Marengo como el hermano y el pediatra amigo de Gabriel, respectivamente). Coproducida con España, Sin hijos tiene guiños a entrañables momentos del cine (hay uno para memoriosos que hayan visto Un gran chico) y se nutre acertadamente de la comedia foránea pero sin perder el toque local, con chistes y remates precisos, además de un tratamiento fotográfico austero. Tal es así, que su estilo recuerda mucho al del británico Richard Curtis, reconocido con un simpático y manifiesto homenaje a Notting Hill (esa en donde Hugh Grant se enamora de una actriz interpretada por Julia Roberts) hacia el final. Una buena cita para reír y emocionarse.
Fresca, divertida y con buena química Vale subrayar la persistencia de Ariel Winograd por transitar un género que el cine argentino necesita y puede desarrollar con brillantez. “Sin hijos” es la cuarta comedia de Winograd y la más lograda junto a “Cara de queso”, un escalón por encima de “Vino para robar” y varios más sobre “Mi primera boda”, la más convencional y afectada de sus películas. “Sin hijos” se ajusta a una construcción cien por ciento clásica en su planteo, su desarrollo y su remate. También en el tratamiento de los personajes, en los recursos estéticos, en la construcción de los gags. Winograd no saca los pies del plato; no le pidan un manjar, tampoco esperen intoxicarse. Su cine abreva en zonas de confort, lo que no está mal si está hecho con buen gusto y claridad en el lenguaje. A “Sin hijos” no le interesan las pretensiones estilísticas y ese es uno de sus activos. Imposible que una comedia romántica funcione si no hay química entre los protagonistas. Pues bien, entre Diego Peretti y Maribel Verdú se nota la sintonía de onda. Encajan. Bien por ellos y por el aire que le brindan al desarrollo de los secundarios, roles que aprovechan con todo el oficio Pablo Rago y Horacio Fontova. El componente clave de la historia es Sofía, la hija que Gabriel Cabau intenta esconder a toda costa para no ahuyentar a Vicky. La debutante Guadalupe Manent está muy bien, un acierto teniendo en cuenta lo mucho que les cuesta al cine y a la TV argentinas encontrar niños que luzcan naturales en la pantalla. El final es tan previsible que defrauda un poco, por más que el bocadillo representado por la canción de Luis Alberto Spinetta que entona la pequeña Sofía le aporte color y un toque de nostalgia. La cultura popular argentina se apropió definitivamente de Spinetta. Enhorabuena. “Sin hijos” arranca sonrisas y avanza sin esforzarse demasiado. El guión de Mariano Vera fluye sin sutilezas ni flaquezas. Todo es amable, veloz y sí, entretenido.
Una es fóbica y otra es inmortal, pero el amor al final las cambiará Agradable comedia romántica. Gabriel (Peretti) viene a pérdida pura: su mujer lo dejó, con el padre no se habla y le ha bajado la cortina a todo plan amoroso. No es amargo, pero anda solo y sin ganas. El único vínculo cercano es con su hija. Vive para la nena. Pero bueno, siempre aparece alguien que le hace desandar el camino. Ella es Vicky (Maribel Verdú), una española luminosa y vital. Se conocieron en la adolescencia y 25 años después se reencuentran. Flechazo y a otra cosa. Todo marcha bien, peor Vicky tiene una fobia: odia los chicos. Y Gabriel, con tal de no perderla, le dice que él es un separado sin hijos. A partir de allí se despliegan los enredos que son parte de las buenas comedias románticas. ¿Qué hacemos con esa hija? La tarea no es fácil, entre otras cosas porque la nena de 9 años -una agrandadita piola, típica hija cómplice de cine- jugará su parte. Lo mejor de este trabajo del interesante Winograd (“Cara de queso”, “Mi primera boda”, “Vino para robar”) es que tiene buen gusto, timing y no ridiculiza a sus personajes. L a historia avanza sin grandes hallazgos pero sin tropiezos y es un producto bien terminado que no es meloso ni forzado, que respeta a rajatablas las leyes del género y que muestra que en el terreno de la comedia romántica, simpática y tierna, el cine nacional viene obteniendo más de un logro. Los actores siempre ayudan: Peretti cada vez se afirma más en ese rol de antihéroe algo confundido y melancólico. Y la Verdú está espléndida. El final es otra apuesta a favor del amor: él recupera ilusiones y ella perderá sus fobias. No es poco.
Sin hijos delivers on father-daughter bond but fails on love affair development Gabriel (Diego Peretti) separated from his wife four years ago, and ever since his 8-year-old daughter, Sofía (Guadalupe Manent), has become the centre of his life — a life with no social or sentimental angles. But this seemingly unbreakable bond suffers a rather important crisis when Vicky (Maribel Verdú), and old schoolmate from elementary school, enters the scene. She is now a gorgeous woman with a very independent life and a seductive personality. So no wonder Gabriel falls in love with her almost as soon as he sees her again. But just as their love affair begins to blossom, Vicky tells Gabriel she simply cannot stand children and would never have one. And what makes it worse is that Gabriel never told Vicky about his daughter, and is not planning on doing so, since he knows that it will surely mean losing her. Yet this can only be a temporary solution, as you cannot hide your own daughter forever. So what is to happen when Vicky finds out about Sofía? Sin hijos, the new film by Ariel Winograd (Vino para robar, Mi primera boda, Cara de queso), is a quite an accomplished romantic comedy in some areas — particularly in the depiction of the father-daughter relationship — but fails to meet the expectations it arises in others — mainly as regards the sentimental relationship between Gabriel and Vicky. And it’s not due to Winograd’s directing, but to the screenplay. So on the plus side, father and daughter interact in a realistic and genuine way, even if sometimes Sofía is a bit too witty, which is compensated by newcomer Guadalupe Manent’s fresh performance. Peretti and Manent establish the necessary chemistry, just as they excel individually. But when it comes to Maribel Verdú, things are not that great, as she almost always seems to be rehearsing her performance in front of the camera. She looks great and has the right physique de role, and yet she’s not that convincing. And while the overall sense of humour does pay off and the dialogue is filled with effective one-liners, the way the plot unfolds also feels staged and often not stemming from the story. For instance, Gabriel and Vicky fall in love with very little development of the affair. That is to say, they find each other again after many years and almost instantly click, with no build-up of the affair. The script often executes a series of situations and episodes that don’t grow naturally from the story. And sometimes you can see what’s coming long before it happens, and so some of the surprises just don’t work out. Nonetheless, all in all, Sin hijos is an affable feature that should be praised for its entertainment value more than anything else. Production notes Sin hijos (Argentina, 2015). Directed by Ariel Winograd. Written by Mariano Vera, Pablo Solarz. With Diego Peretti, Maribel Verdú, Guadalupe Manent. Cinematography by Félix Monti. Running time: 100 minutes.
Cómo esconder a tu hija y no morir en el intento Al hacer mención de Ariel Winograd como director, ¿cómo no acordarse de los dos ladrones que uno termina queriendo en medio del robo del siglo, o la historia de los chicos judíos maltratados en tono de comedia, o de lo desastrosa que puede resultar una primera boda?
Listo, tenemos comedia en la Argentina. Ariel Winograd construye con su cuarto largometraje una historia de timing perfecto: él se enamora de ella, ella no quiere ni gusta de los chicos, él tiene una hija. Y la comedia se trata de tomar este tema quizás casi trágico y transformarlo en la épica de conquistar la felicidad. O sea, una película feliz en sentido amplísimo. Diego Peretti es uno de los pocos actores argentinos que conoce las herramientas de la comedia, su tempo justo. Y cuando un director que no mira cine para admirarse sino para aprender colabora con él, no puede fallar. Y aquí no lo hace. De paso tenemos a la bella Maribel Verdú que también conoce esos mecanismos (¿Quién la olvidó en Belle Epoque? ¿La olvidaron allí? ¡Herejes!) y el mayor peligro del cine tornado virtud: una niña (Guadalupe Manent) que juega el mismo juego con una habilidad extraordinaria. El film tiene toda clase de humor y el personaje principal tiene algo del mejor Ben Stiller, lo que implica lección aprendida e integrada al cuerpo. Como Vóley hace un tiempo, confirma que nuestro cine sabe hacer reír sin dejar de ser cine.
La fórmula Ya todos (o muchos) lo sabemos muy bien, y resulta un poco cansador tener que repetirlo siempre, pero uno intenta hacer lo que puede para que las cosas cambien de una vez por todas: la crítica en general, y la crítica local en particular, no se toma las comedias en serio. Salvo algunas excepciones, la crítica local trató a Sin hijos con un nivel de pereza bastante lamentable, repitiendo lugares comunes y horribles del tipo “para disfrutar en familia” y “una simpática comedia” que no hacen más que minimizarla por el sólo hecho de ser lo que es. Incluso se ha llegado al extremo de decir que la película “no tiene un solo punto flojo” y que la calificación que corresponde a esa crítica sea un “buena”. Porque parece que este tipo de películas, por más sólidas y logradas que sean, no pueden ser más que un “tres estrellas”, como si los puntajes más altos estuvieran reservados para películas que la crítica, con ese mismo nivel de pereza, considera “de verdad”, o “serias”. Ya el hecho de ser (o de aparentar ser) una película “de fórmula” pareciera hacer que algo como Sin hijos merezca ser tomado con la misma liviandad con la que cierta crítica (y cierto público) trata al cine mainstream hollywoodense -o “cine pochoclero”, como varios se empeñan en llamar-. Y lo peor -y lo más peligroso- es que muchos de esos críticos que le ponen tres estrellas a Sin hijos también le ponen ese mismo puntaje a otras comedias argentinas “para disfrutar en familia” que son infinitamente peores, que tienen todos y cada uno de los vicios del cine argentino más vetusto y que no tienen ni un gramo del oficio que se nota desde el vamos en una película como Sin hijos. Por suerte, como mencioné antes, hay algunas excepciones a esta tendencia. Y no siempre se trata de notas a favor: en este mismo sitio, Rodrigo Seijas escribió una crítica de Sin hijos desde la decepción, pero con argumentos sólidos que nada tienen que ver con el “es comedia, es de fórmula, ergo, nunca podría ser buena”. Porque a pesar de estar claramente equivocado en su valoración (guiño, guiño), el amigo Seijas bien sabe que a) el hecho de ser “de fórmula” no es ni bueno ni malo sino sólo una cualidad, y b) es más que difícil lograr que una película “de fórmula” salga bien. Y más aquí, donde hace muchísimos, demasiados años que no tenemos una tradición de comedias industriales de calidad. Sin hijos es la quinta película de Winograd (sí, me van a decir que son cuatro, pero eso es porque se olvidan de que en 2004 Winograd presentó en el Bafici un documental llamado Fanáticos que, posteriormente, tuvo una distribución nula), y es la mejor de su filmografía. Sí, Vino para robar era un poco más consistente; “cerraba” más, pero si bien Sin hijos arranca un poco a los tropezones -aunque tiene una secuencia de títulos memorable en su rompantodismo-, cuando se plantea bien el conflicto todo adquiere una fluidez, una frescura, una velocidad y un timing que no se habían visto hasta ahora en su cine: tiene más de una hora de película excelente, de película en estado de gracia donde todo cuaja a la perfección, donde encuentra la comedia en todos lados y no falla nunca. Es como si la película naciera cruda y se fuera construyendo hasta estallar en la mejor comedia posible. Los personajes crecen y crecen y eso ayuda también por el lado de la empatía: sobre el final, en aquella gran escena que remite a otra de otra gran película y donde suena la mejor canción de la historia del pop local, Sin hijos logra emociones realmente genuinas -aunque el amigo Seijas diga todo lo contrario, pero bien sabemos que el cine es subjetivo (y que Seijas está equivocado)-, porque supo construir unos personajes enormes pero también entiende -porque lo aprendió de las comedias que le gustan- de emociones musicales; sabe que la canción justa en el momento indicado es capaz de emocionar más que cualquier discurso almibarado, lo cual también puede verse en aquel brillante momento en que el personaje de Martín Piroyansky le rapea sus sentimientos a Peretti. Winograd no desaprovecha ninguna oportunidad para hacer comedia: en una escena, Peretti intenta llamar al personaje de Guillermo Arengo para salir de un aprieto y atiende siempre el contestador. Y Winograd construye un gag perfecto con el mensaje de bienvenida de ese contestador, donde se lo escucha a Arengo con voz de absoluta resignación, sin siquiera un ápice de aquello que llaman “alegría de vivir”, pidiendo que dejen un mensaje: un detalle nimio que no sólo sirve como disparador para la comedia sino que además le permite ahondar en las insatisfacciones del personaje de Arengo que, como el resto de los personajes secundarios de la película, está construido en base a una acumulación de detalles pequeños que lo convierten en un personaje inolvidable. También es interesante lo que Winograd hace con sus personajes principales: si bien se supone que Sin hijos es una comedia romántica, Winograd decide no ahondar demasiado en la relación entre Peretti y Maribel Verdú sino usarla de McGuffin para explorar las dos relaciones verdaderamente importantes en la película: aquella entre Sofía, la hija de Peretti (Guadalupe Manent, comediante extraordinaria) y su padre y la de Sofía con Vicky (Verdú). Es aquí donde nos damos cuenta de que ni siquiera es tan “de fórmula” como pareciera ser a simple vista; que eso de la comedia romántica no es más que un disfraz para otra cosa. En fin, que Sin hijos es mucho más que lo que buena parte de la crítica local dice que es. Y que además, desde el mero gesto de no caer en ningún tipo de moralina, de no bajar ningún tipo de línea “familiera” -la última, brillante escena de Sin hijos es toda una declaración de principios -, está en las antípodas del cine local “para disfrutar en familia” al que la quieren hacer pertenecer.
Atrapado entre dos amores Desde que en 2006 irrumpió en el cine nacional con su ópera prima, la sorprendente “Cara de Queso”, las comedias de Ariel Winograd son portadoras de bienvenidas renovaciones que se despegan del costumbrismo anterior para aggiornarse y complementarse con otros códigos cinematográficos. En “Sin Hijos” demuestra que el cine familiar goza de buena salud, aun en situaciones diferentes y se mueve con solvencia en territorios de la comedia, con vida propia pero sin temor a muchas similitudes con exponentes del cine clásico estadounidense. Diego Peretti interpreta a Gabriel, dueño de una casa de música heredada y estudiante de arquitectura nunca recibido. Es padre divorciado desde hace cuatro años y ha bajado la persiana a la renovación de su vida afectiva, refugiándose en el trabajo y en el cuidado de su hija Sofía, de nueve años (Guadalupe Manent), una pequeña tirana, que lo maneja como quiere. La niña es a tal punto el centro de su vida, que es también su único tema de conversación. Así, cuando algún amigo intenta presentarle una eventual nueva pareja se vuelve monotemático y provoca el rápido desinterés de la posible candidata que encuentra el lugar afectivo ocupado. Este padre solitario, al que nada parece motivar más allá de su vínculo filial, sacudirá la rutina programada de sus días con la aparición de Vicky, una amiga de la adolescencia, viajera, hermosa e independiente. El reencuentro esta vez se presenta propicio y la afinidad entre ambos ideal, salvo que esta mujer no quiere saber nada con niños, ni propios ni ajenos. Entonces, para que ella lo acepte, Gabriel decide mentir sobra la existencia de la pequeña Sofía. Algo que desatará todos los enredos que dan pie a varias escenas cargadas de comicidad. También, al desarrollo del subtema de “ocultar lo que más se ama”, otra constante de esta historia amparada en la comedia. Como en la canción de Sabina, las mentiras piadosas funcionan. Profesionalismo y entretenimiento Apuntando a lo seguro, con un tono personal cada vez más neutro, Winograd encamina su cine al espectáculo de entretenimiento y se queda más que nunca en la superficie de los temas que trata. Pero se mueve con profesionalismo; sabe manejar la risa y los sentimientos. “Sin Hijos” es una de esas películas que en apariencia no se aleja demasiado de otras comedias locales que apuntan a un público familiar con temas similares (como el de las familias ensambladas, los conflictos de hijos con padres divorciados, los adultos que se vuelven a enamorar, etcétera), pero no cae en la misma bolsa. Y mucho se debe a la puesta en escena y a la capacidad del director para rodearse de un elenco efectivo, donde Peretti demuestra una vez más estar a la altura de las circunstancias y la española Maribel Verdú sale airosa con el rol de Vicky, que le implica el desafío de componer un personaje en principio antipático pero sin embargo seductor y finalmente querible. En el elenco secundario, sobresalen Martín Piroyansky y Horacio Fontova, quienes comparten un puñado de escenas muy divertidas. Pero la mención especial es para la niña Guadalupe Manent, quien interpreta a Sofia, la gran revelación actoral de la película. No hay en la trama un camino verosímil que permita entender cómo los distintos personajes llegaron a donde están. Los conflictos se resuelven a las apuradas, arbitrariamente, sin un sustento narrativo y el crecimiento que debería hacer Gabriel como padre, pareja, hijo y hermano. Más allá de esto y sin ser una comedia arriesgada, Winograd (también realizador de “Mi primera boda” (2011) y “Vino para robar” ( 2013) construye, con menos pretensiones que en su filmografía anterior, un entretenimiento sumamente disfrutable, prolijo y funcional, con protagonistas sólidos, buenos secundarios, diálogos y remates como para no envidiar a una sitcom made in Hollywood. No es su mejor película pero le alcanza para aportar un hito a la poco prolífica historia local de la comedia romántica, donde supera los tradicionales arquetipos refractarios a la renovación.
La nueva película de Ariel Winograd, Sin Hijos, es una comedia romántica protagonizada por Diego Peretti y la española Maribel Verdú. Es cierto que probablemente a todas las mujeres después de cierta edad se les haga recurrentemente la pregunta sobre los hijos. Si tienen, si no tienen, que por qué no. Y también es cierto que no todas se sienten preparadas o desean ser madre en sus vidas. La nueva película del director de “Mi primera boda” y “Vino para robar” parte de esa idea. En ella, la mujer que desea el protagonista es una mujer libre, que se la pasa viajando y que prácticamente grita a los cuatro vientos que no quiere tener hijos. Él ya está separado, siempre es casi arquitecto, y tiene una hija de 9 años que es prácticamente todo en su vida, su tema recurrente de conversación y su principal preocupación. Pero ya dejó pasar allá hace nueve años una oportunidad que luego vuelve a presentarse en la puerta de su local. Y se reencuentra con aquella joven que le ofreció de un día para el otro irse de viaje y él no lo hizo por tener a su mujer embarazada. Tras sus recientes citas fracasadas, muchas por culpa de sus monotemáticas charlas sobre su hija, se la juega y comienza una relación, llena de pasión, con esta española. El problema es que rápidamente ella da a conocer su postura, o su fobia para con los niños y él, asustado de perderla otra vez, decide esconder a su hija. Sin hijos funciona principalmente como comedia, ya que tiene gags muy efectivos que se suceden todo el tiempo. A nivel actoral cada actor entrega lo suyo pero sin dudas la sorpresa es la presentación de la joven Guadalupe Manent, más allá de que algunas líneas de su personaje terminan sintiéndose bastante forzadas para una niña de su edad. Lamentablemente, más allá de cierto homenaje a varias y fácilmente identificables comedias norteamericanas, el film no termina nunca de ahondar en el tema que funciona como principal problemática de la pareja, la decisión de una persona de tener o no tener hijos, además de estar la posición de la protagonista muy subrayada todo el tiempo. El tema está tratado de manera más bien superficial y si bien la película no juzga ni cuestiona, los personajes tampoco parecen en ningún momento tomarse muy en serio esa cuestión.
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Cambio de planes Ariel Winograd estrena Sin Hijos, su cuarta comedia al hilo, destacando que esta es su mejor película hasta ahora. Winograd había demostrado buenas intenciones en sus anteriores obras, de hecho en Mi Primera Boda había bocha de situaciones cómicas dilapidadas, pero siempre perduraba una sensación de no terminar de exprimir las situaciones generadas. Con Sin Hijos, en cambio, hay un aprovechamiento máximo de los escenarios que desarrolla el film a lo largo de su metraje. Gabriel (Diego Peretti) está separado hace varios años. Más allá de sus ocupaciones laborales, todo el resto de su vida gira en torno a Sofía (Guadalupe Manent), su hija de 9 años. No tiene aspiraciones amorosas y cada cita que se le presenta se encarga de demostrar nulo interés por la conquista. Hasta que un día el amor toca la puerta de su negocio (?) y se encuentra con Vicky (Maribel Verdú), un amor inconcluso y desencontrado de la adolescencia. El flechazo es instantáneo y la relación comienza a fluir rápidamente. Nada parece socavar el creciente enamoramiento, solamente el “pequeño detalle” que Vicky no tolera a los bajitos (Xuxa dixit) y Gabriel en respuesta a esta “fobia” decide cambiar de planes y ocultar a su pequeña hija de ella. Winograd y Mariano Vera (guionista de esta comedia romántica/familiar) proponen un esqueleto de situaciones consecuentes que son explotadas en grande. Toma el escenario adverso de la historia y lo transforma en un compendio de circunstancias hilarantes que van construyendo un hermoso camino hacía la felicidad. Las situaciones van desde una particular cena donde Peretti realiza una especie de monologo sobre las actividades de su hija, pasando por el primer encuentro sexual con Verdú donde niega la existencia de la pequeña Manent y finalizando en ese emocionante y totalmente autoconsciente cierre a lo Hugh Grant en Un Gran Chico (About a Boy, de Chris y Paul Weitz). Todo encaja perfecto en Sin Hijos. Todo tiene que ver con todo y ese todo indivisible conforma una trama. Si alguna escena es quitada de la película, esa armazón se desajustaría y automáticamente perdería coherencia o lógica narrativa. Las grandes películas de cine clásico presentan ese encantador atractivo y Sin Hijos se encuadra en esa tradición. El ejemplo más claro de la bella usanza clásica presentada es como la apertura del film es encuadrada e introducida en la escena crucial hacía el final de la película. Eso es el cine clásico, que lindo es la puta madre. Y es justamente en ese citado patrón donde se demuestra algo formidable: la seguridad narrativa de Winograd y el consistente guión de Vera, más allá de la destreza mostrada por ambos en las incontables secuencias cómicas que funcionan en la película. Si alguna escena es quitada de Sin Hijos, la película perdería automáticamente coherencia y lógica narrativa. Diego Peretti es sin dudas uno de los pocos actores de la escena nacional capaz de generar carcajadas sentado en una cama y repitiendo “No hablar de Sofía” una y otra vez. Peretti es una estrella, un crack de la actuación que vuelve a exponer otra vez sus caudalosos ríos de carisma al servicio del cine. Y qué decir de Maribel Verdú, la bella actriz española deambula por la pantalla a sus 44 años con una presencia y un magnetismo asombroso. La no traición de su personaje, demostrada con el gag lucido y consecuente de la pelota escondida sobre el final, es otro argumento a favor de la claridad de Winograd. Otro de los principales atractivos de Sin Hijos son las apariciones secundarias de la debutante Guadalupe Manent y el ya instalado Martín Piroyansky. Podemos dormir (o sonreír) tranquilos, el cine mainstream argentino tiene en Ariel Winograd (o también en Piroyansky por nombrar de nuevo al actor/realizador mencionado arriba) un director que entiende muy bien a la comedia y principalmente que sabe cómo contarla. Si bien sus anteriores películas no estuvieron a la altura de la que aquí nos ocupa, hay en Sin Hijos una evolución de su cine que no hace más que pronosticarle el mejor de los futuros. Y no hay nada mejor que ese futuro nos encuentre nuevamente, con sonrisas de por medio, en una sala de cine.
Una buena comedia para toda la familia Una comedia nacional que podría calificarse con la frase “para toda la familia”, no brinda una buena carta de presentación. Pero créanme que “Sin hijos” es una excepción para esos prejuicios, porque al tratarse de una película que se puede denominar costumbrista, al dramatizar los problemas del cuarentón con hijos, es fresca en muchos aspectos. Gabriel Cabau (Diego Peretti) está separado hace cuatro años, y desde ese momento su hija de ocho años, Sofía (Guadalupe Manent) se ubicó en el centro de su vida, al nivel de convertir su casa en un salón de juegos exclusivo para ella. Para Gabriel no existe otra cosa, no desea siquiera intentar construir otra relación. Entre su hija y la tienda de instrumentos musicales que heredó se encuentra toda su energía. Ni siquiera la ayuda de sus amigos impulsa al protagonista a buscar algo nuevo, hasta que Vicky (Maribel Verdú), amor platónico de su adolescencia, vuelve a entrar a su vida para cambiar todo de un saque. El enredo de Sin Hijos se desarrolla cuando Vicky, una mujer independiente y moderna, muestra abiertamente su desprecio por los niños, haciendo de la no-maternidad una militancia filosófica. En ese momento, empiezan los miedos de perder un nuevo romance y Gabriel hace malabares para ocultar a su hija y las responsabilidades que la tarea conlleva. Técnicamente, la película cumple; pero lo importante es que el ritmo de la comedia y los gags son naturales y se sostienen, los personajes están bien consolidados y son efectivos con las intenciones del film. Peretti lleva muy bien su papel, no es el único, los personajes secundarios como Keko (Martín Piroyansky) suman al drama, pero es Sofía el personaje que se lleva buena parte de las risas en los intercambios con su padre, y gana en la empatía con el espectador. Los únicos que se puede decir que no estuvieron bien explotados fue la expareja de Cabau (Marina Bellati) con “Bruce Lee” (Pablo Rago), más por lugar en el guión que por el tipo de personaje. Como punto negativo, aunque puede ser considerado como una virtud por algunos, es que sigue muchas de las bases de las comedias internacionales relacionadas con esta temática, con About a Boy como referencia más fuerte. Sin embargo, el film cumple su tarea de entretener, divertir y de contar una historia que le llegue al espectador. Ariel Winograd se consolida en un género en el que es difícil destacarse, y si bien no hace falta romper esquemas o ser siempre original, lo importante es ser efectivo y sólido en la historia que se cuenta. “Sin Hijos” lo logra. Por Germán Morales
Otra vez y para siempre, porque es fundamental, saludable y necesario. Una película que utiliza una canción de rock nacional del modo en que lo hace esta, en medio de una escena climática (por clímax, ¿no?) y cabal de lo que todos entendemos como ‘comedia romántica’, es una película con la sabiduría y el riesgo de aunar lo nuestro con lo universal. Si Hollywood tiene este tipo de códigos en sus “rom coms” y nosotros lo tomamos como referencia cultural consolidada es porque se originaron allí, donde se inscribe la Ley del Cine. No es universal Spinetta para ellos como lo puede ser Roberta Flack para nosotros. No saben quién es y, aunque nos salga el argento y queramos decir, "deberían", viendo "Sin hijos" seguramente salgan de la sala con la necesidad de averiguarlo...aún cuando se trata de una versión distante de la original. Revelo que camuflé innecesariamente una referencia a “Un gran chico”, película con la cual “Sin hijos” comparte ideas, tipologías de personaje, incluso escenas; pero también Winograd se vale de la herencia de Richard Curtis, y hay aquí dosis de "Realmente Amor" y hasta de "Letra y Música", que no es de Curtis pero están Hugh Grant (fetiche de Curtis) y Drew Barrymore. O sea, ABC de la Comedia Romántica. No voy a gastar texto en trazar el mapa de la comedia romántica de afuera: aquella que nutrió y seguirá nutriendo los grandes exponentes nacionales del género en la actualidad. Pero las conexiones son infinitas. En Argentina también. Si precisan detalles lo leen a Javier Porta Fouz, que se tomó el tiempo de echar luz sobre un fenómeno no menor. Todo esto para decir que la importancia de un film como "Sin hijos" no será debidamente registrada. Al igual que "Música en espera" hace algunos años: irá mucha gente, habrá buena crítica, pero quedará como una más; tapada pronto por una nueva "Dos mas Dos" o el corazón de un león. Y no tiene que ver con películas mejores o peores, sino con entender a todas luces de qué se trata esto del género. Ahí es donde se debería pisar fuerte y eso (la canción de Spinetta y su uso como dispositivo "de genero") es quizá lo que no se ve. Tampoco se trata de celebrar el género. Eso es salida fácil. Ejemplos de cine que toman el género pero no terminan de ser redondos hay varios: “Séptimo”, “Betibú”, “Todos tenemos un plan”, “Muerte en Buenos Aires”. Todas grandes producciones, todos nombres importantes, todas con mucha calle, armas y misterios que resolver; eso que parece que se nos da fácil, que nos sale bien pero se ve tapado por algún divismo –intencional o no-, el mal manejo de un excesivo presupuesto o una dirección que no termina de agarrarse del género. Para bien o para mal, el género no traiciona. A Winograd le tardó cuatro películas, pero dos cosas son ciertas. Una, que el camino pudo preverse. La comedia estuvo siempre y lo que ha hecho es afilar las referencias, universalizándolas un poco más; preparar mejor el contexto para que le sirva más a la trama, puntualizando más los espacios y reduciendo la cantidad de personajes; afinar el trabajo de guión (mérito aquí de Mariano Vega), buscando una historia que avance más rápido, sin perder tiempo en nimiedades y cumpliendo con las citas obligadas del género. El romance ha estado en todas sus películas, pero “Sin Hijos” es, sin duda alguna, una Comedia Romántica hecha y derecha, y una –y aquí nuestra segunda certeza- que hace todo bien. ¿Qué es todo? Si lo ya expuesto no alcanza, podemos hablar del protagonista. Un perdedor que no es un perdedor; un galán que no es un galán: una tipología de personaje para la cual es perfecto el perfil de Diego Peretti. Un actor que es estrella pero nunca parece creérselo; que es canchero pero no se esfuerza; que podemos percibir que se las sabe todas y siempre hace lo mismo y lo compramos igual. Es parecido a Daniel Hendler, el actor fetiche de Winograd, y está bien que esta vez Ariel no haya convocado a Hendler. Peretti es más histriónico, un poco más físico. Podemos hablar de la importancia –doble- de los actores infantiles en el cine nacional. No es la primera vez que señalo que hay que darles bola, que en las películas que nadie los está dirigiendo, se nota. Si se los guía bien, nos podemos encontrar con gente como Guadalupe Manent. La importancia es doble porque en la Comedia Romántica los chicos suelen ser fundamentales. Es carta de género. Por último, hago mención a la generosidad para con los personajes secundarios. Esto es, su cuidadoso registro, su recurrencia y su aparición siempre en pos del avance de la trama y no como mero recurso cómico o excusa. Son inolvidables, no un accesorio, como sucede en los mejores exponentes del género. Y aquí son interpretados por actores que están ‘al servicio’. Dejando afuera a Martín Piroyansky, que todo lo entiende: Pablo Rago, Guillermo Arengo, Horacio Fontova, Jorgelina Aruzzi, Marina Bellati…los hemos visto en otras películas siendo estrellas o queriendo parecerlo pero aquí no es necesario. Eso no es mérito de los actores, sino del director y su claridad.
Odiando Chicos El director Ariel Winograd tiene una absoluta coherencia fílmica: sabe rescatar el género de la comedia, sus obras anteriores: Cara de Queso (2006), Mi Primera Boda (2011)y Vino para Robar (2013), no son más que genuinas muestras de conocer como brindar al público una propuesta divertida a veces, no exenta de dicho encanto. Aquí con muy buen guión de Mariano Vera sobre idea de Pablo Solarz, cuenta la historia de un padre separado, que con su hija de 8 años, a la cual dedica toda su energía, tiempo y voluntad, se ve ante la llegada a su vida de Vicky, algo así como un amor no-correspondido, algo platónico desde su adolescencia, a la posibilidad de tener que ocultar a su descendencia, puesto que la hermosa mujer no soporta a los niños. Ni quiere tener propios y mucho menos tener que cuidar de hijos ajenos. Así el tipo deberá exprimir su sesera para zafar de situaciones azarosas y equívocas, lo cual como en cualquier comedia blanca da para la carcajada y hasta momentos conmovedores (la hija cantando esa belleza de tema de Spinetta con su padre en el festival de rock). De a ratos parece sugerir tambien que los enanos chicos (figurativamente digamos) suelen ser más inteligentes que los mayores, o al menos pueden elaborar mejores razonamientos que los adultos. Bien fotografiada -ese gigante de Félix Monti-, tiene su acertado ritmo y agilidad que la comedia precisa para sostenerse y no ser un bodrio aburrido, y es funcional a los archi-conocidos lugares comunes típicos del género. Pero el filme destaca tanto como las actuaciones de un Peretti siempre insuperable, una Maribel Verdú bella y deseable, los divertidos secundarios que juegan Martín Piroyanski, Fontova, Guillermo Arengo y Pablo Rago, y un debut mayúsculo de la terrible y encantadora pequeña Guadalupe Manent, que literalmente se afana la película.
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Este invierno el cine nacional ha invadido las salas con películas más que taquilleras, algunas de gran interés, otras solo para entretener. En el segundo grupo entra Sin hijos, una comedia “familiar” protagonizada por el multifacético Diego Peretti; sin dudas, una de las mejores elecciones dentro del film. La película cuenta la historia de Gabriel, un padre soltero devoto de su hija, completamente dedicado a ella, sin interés de formar una nueva relación. Hasta que (re)aparece Vicky, una atractiva española, libertina y con un pequeño gran defecto: odia a los niños. Para conservar su relación con esta chica, Gabriel debe recurrir a todo tipo de artilugios para mantener en secreto la existencia de su hija. Desde el planteo principal ya podemos anticipar los hechos, desde el tráiler ya está todo contado. El formato de comedia yanqui se palpa en casi toda la trama. Esto no quiere decir que el film sea malo, todo lo contrario: al utilizar fórmulas completamente probadas la hace una comedia tremendamente exitosa, cómica de principio a fin, que se permite los momentos de emoción (como lo es el cover de “Seguir viviendo sin tu amor”, escena que nos recuerda a Hugh Grant en About a Boy). Imposible resulta despegarse de la pantalla, porque la historia está entramada a la perfección y los personajes nos conquistan desde el primer momento. Peretti, que ya ha forjado esa figura de galán exótico y excelente comediante, forma una dupla perfecta con Guadalupe Manent, una niña con varios arranques de adultez que siempre nos resultan simpáticos, sumado a una declarada ternura. Por supuesto, funciona la estrategia de poner en boca de la niña pensamientos adultos que el padre no es capaz de ver, y al mismo tiempo, las actitudes infantiles que empiezan a apoderarse de Gabriel. Por su parte, Maribel Verdú (Vicky) representa un personaje estereotipado, a veces de más: una eterna adolescente; por lo tanto llega a aburrir, su permanente encanto sexual, sus alusiones a la vida sin ataduras y la rebeldía ante las imposiciones de la burguesía adulta. En la película se despliegan algunas reflexiones sobre la vida adulta en todos sus niveles y el cambio que significa la llegada de un hijo; cómo parece anularse la vida sexual e individual de los padres. De hecho, la narración recorre los avatares de este padre para poder conciliar dos amores de distinta índole, sin quedarse sin el pan y sin la torta. Por otro lado, se presenta una imagen de padre soltero super comprometido con su hija que rompe con los prejuicios y estereotipos del “padre borrado”. Y sin bien la cinta está teñida de un espíritu sensiblero, logra tocar temáticas universales y hacer reír a una sala entera, casi sin parar. Este mérito de hacer reír, aunque sea desde fórmulas ya testeadas y harto reproducidas, se conserva intacto y nos ofrece un film logrado con entereza y cumpliendo los objetivos del cine para entretener.
Liviana comedia par disfrute familiar "Sin hijos" es la nueva comedia de Ariel Winograd ("Mi primera boda", "Vino para robar") que tuvo gran éxito en Argentina este año. La verdad es que divierte, tiene buena calidad de realización y es un exponente digno del nuevo cine argentino que cada vez demuestra más que está a la altura de las realizaciones más mainstream del globo. Dicho esto, me parece que se la infló un poco de más y se la quiso hacer pasar como la comedia del año, algo con lo que no estoy de acuerdo. Tiene buenos momentos de humor a cargo de ese todo terreno que es Diego Peretti ("Tiempo de valientes", "Un amor"), la presencia de Maribel Verdú ("Y tu mamá también", "El laberinto del fauno") que le da vuelo internacional y la revelación de una futura buena actriz, Guadalupe Manent ("Signos"), pero todo esto no alcanza para tapar varias falencias en la narración y algunas exageraciones que le restan puntos a la propuesta. Para empezar, hacer que la pequeña Sofía (Manent) de 9 años hable y razone como una adulta, por momentos insufrible, se pasa de rosca. Sí, a veces es divertido verla cambiar de roles con el personaje de Peretti y convertirse prácticamente en la madre del protagonista, pero por otros queda muy forzado e inverosímil. Ni hablar cuando por ejemplo lo trata de pelotudo al padre... literalmente. No resulta divertido, sino de mal gusto. Por otro lado, hay cuestiones de la narración que resultan torpes. Las secuencias que tiene Gabo (Peretti) con su padre (Horacio Fontova) y hermano (Martín Piroyansky), con los que tiene conflictos, sobre todo con su padre que los abandonó de chicos, están como inconclusas y entran y salen de la trama principal bruscamente. Lo mismo sucede con el timing de lagunas secuencias entre Peretti y Verdú. Con esto pareciera que la estoy sepultando a la película, pero no, lejos de eso. Sólo quería dejar en claro que no es tan fabulosa como nos habían contado. Es buena, es divertida y emotiva, por momentos muy inteligente en cómo seducir al espectador, pero no es una comedia a la altura de otros exponentes más grandes como "Relatos Salvajes", "Un cuento chino" o "Vino para robar" del mismo Winograd. En cuanto a los aspectos técnicos, todo está muy cuidado y se nota que se lo puso atención a cada detalle que figura en pantalla. Acá la única crítica puede ser el tema de que se muestra una ciudad de Buenos Aires demasiado pulcra y limpia, algo que sabemos no es real. Buenos Aires está linda, pero no en el nivel de prolijidad que el director mostró en esta comedia. Una comedia liviana y divertida, por algunos breves momentos emotiva, que se las ingenia para mantener enganchado al espectador. El balance, más allá de presentar algunos baches y clichés del género, es positivo.