El amor es lo único interesante. Lejos quedaron los primeros opus de Hanif Kureishi, uno de los guionistas más célebres de Gran Bretaña, especialmente en lo referido a aquel retrato del multiculturalismo y la crisis económica del régimen thatcherista, ítems condensados en Ropa Limpia, Negocios Sucios (My Beautiful Laundrette, 1985) y Sammy y Rosie Van a la Cama (Sammy and Rosie Get Laid, 1987), ambas dirigidas por Stephen Frears. Tampoco podemos olvidar la miniserie para televisión The Buddha of Suburbia (1993), recordada con mucho cariño por los melómanos por la canción y el álbum homónimo de David Bowie. De hecho, esta última obra -una suerte de traslación aggiornada de las problemáticas inmigratorias trabajadas en el pasado- constituyó la primera colaboración de Kureishi con el realizador Roger Michell. Hoy estamos ante la cuarta faena en conjunto entre el guionista y el sudafricano, un film que toma prestada la fórmula y el naturalismo descarnado de la trilogía de Richard Linklater en torno a Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy), aunque en esta ocasión elevando la edad de los protagonistas y profundizando la relación a niveles insospechados, siempre con vistas a reemplazar aquellas conversaciones interminables (esa especie de mixtura maltrecha entre Woody Allen y Billy Wilder, en modalidad somnolienta e improvisada) por segmentos de una mordacidad muy hilarante (ahora la poesía desaparece dando paso a las compulsiones y las discordias que regala el transcurso del tiempo). Así las cosas, la verborragia de la tercera edad se reduce a dardos afilados y una angustia sin filtro. Como su título lo indica, Un Fin de Semana en París (Le Week-End, 2013) se centra en el viaje a la capital francesa de Nick (Jim Broadbent) y Meg (Lindsay Duncan), una pareja de Birmingham que en su trigésimo aniversario de casamiento decide limar asperezas y replantear sus opciones ahora que los hijos han partido del hogar. La película coquetea con todos los puntos intermedios entre la posibilidad de refundar la relación y la alternativa del divorcio, a su vez condimentando la acción con las “complicaciones” derivadas del hecho de no contar con el dinero suficiente para un periplo turístico de esta índole. Mientras Nick y Meg recorren la Basílica del Sagrado Corazón o el Cementerio de Montparnasse y se escapan sin pagar de distintos restaurantes, el péndulo anímico va de la alegría a la tristeza. Aquí el cineasta vuelve a demostrar su maestría en lo que respecta a la dirección de actores ya que consigue interpretaciones muy medidas y precisas por parte de Broadbent y Duncan, quienes todo el tiempo juegan con una dialéctica del roce basada en la sensualidad, las frustraciones y una distancia afectiva negociada, por momentos hasta bajando la guardia y entregándose a la jocosidad más impredecible (también suma mucho la breve intervención de Jeff Goldblum como un antiguo compañero de universidad de Nick). La propuesta combina la severidad de The Mother (2003) y el sarcasmo de Venus (2006), las dos colaboraciones anteriores de Kureishi y Michell, para terminar construyendo otro análisis sincero y apasionante alrededor del amor en general y sus “manifestaciones” en la vejez…
¿Siempre nos quedará París? Un Fin de Semana en París (Le Week-End, 2013) es una comedia romántica, con algún dejo de drama, dirigida por Roger Michell. Tal vez el nombre del director no suene conocido pero muchos recordarán una de sus buenas películas, Un Lugar Llamado Notting Hill (Notting Hill, 1999). Teniendo dicha propuesta en su filmografía, podemos esperar o ansiar los mismos resultados para esta ocasión, pero la realidad es que nos quedamos con un sabor amargo al encenderse las luces de la sala. La trama se centra en una pareja mayor, Nick y Meg, interpretados por los geniales Jim Broadbent y Lindsay Duncan, dos versátiles actores a los cuales la historia parece quedarles chica. Componen un matrimonio en crisis, razón por la cual deciden ir el fin de semana de su aniversario a París, ciudad idílica donde pasaron su luna de miel muchos años atrás. Con los hijos ya fuera de casa, en parte, estos dos profesores británicos tratarán de encontrar la manera de salir de la rutina, de volver a encontrar lo que amaban uno del otro, y por qué no, lo que odiaban del otro y de ellos mismos. En algún momento podemos pensar que las escenas atestadas de diálogos son similares a las protagonizadas por aquella pareja joven, en Viena, que nos regaló Richard Linklater en Antes del Amanecer (Before Sunrise, 1995), donde los diálogos eran protagonistas del argumento y nos mantenían cautivos. Aquí no es tan así; y si bien las palabras están bien pensadas, las escenas se suceden de manera elegante -con un sentido del humor sutil- y es en general todo correcto, pareciera que nada termina de convencernos en esta historia de amor maduro. Existe entre los actores algún tipo de química que sostiene la historia. Lamentablemente Jeff Goldblum, quien interpreta a un viejo compañero de Facultad de Nic, está -en un rol secundario- demasiado alterado para el ritmo que lleva esta película, y en vez de equilibrar, desentona aún más. Si de comedias románticas se trata, perdonamos al director por esta tibia película y le seguimos agradeciendo una y otra vez aquella historia donde Julia Roberts y Hugh Grant nos enamoraban a todos.
Paris Reborn love París, París… Ciudad simbólica para la cultura occidental por muchos motivos. Imposible condensar toda una ciudad en una sola característica, pero si se sabe que supuestamente el amor tiene una oficina central y especial allí. El amor, que en teoría no tiene edad, se encuentra asociado a la juventud y su nacimiento como la etapa más excitante, luego crece y las chispas que generan sus diferencias lo hacen menos atractivo para contar historias. Este no es el caso de Fin de semana en Paris, ya que el film trata de una historia de amor en búsqueda del renacimiento, al acudir a ese lugar mágico para recordar y reremorar la antigua juventud romántica de una pareja en una escapada al lugar de su luna de miel. Nick (Jim Broadbent) y Meg (Lindsay Duncan) nos cuentan mucho de sus vidas en detalles, sin decirlos explícitamente. Ambos son profesores en distintas materias – biología y filosofía –, sus personalidades son opuestas y su vivencia del amor también lo es, así como la dependencia que tiene uno del otro. Le Weekend Directed by Roger Michell Starring Lindsay Duncan and Jim Broadbent Ambos personajes son profundos, y no necesitan diálogos tan elaborados para saberlo, el guión en ese sentido es filoso para saber utilizar las múltiples referencias sutilmente –Jean Luc Godard, Bob Dylan, Nick Drake, Wittgenstein, entre otros-. Ambos personajes se encuentran bien interpretados por los actores, y tal como ocurría con la famosa trilogía de Richard Linklater (Before Sunrise, Before Sunset y Before Midnight), es fácil encariñarse con los personajes. Sin embargo, a diferencia de la obra del norteamericano, Fin de semana en Paris no tiene intenciones de quedar en nuestra memoria y hacernos recordar frases o reflexiones sobre la vida. Quizás sea la química de los dos actores principales lo que más quede en nuestra memoria. Se trata de una historia simple, un viaje problemático e inesperado en muchos sentidos, donde los profesores buscan recuperar el amor que tienen entre sí. La historia por momentos cae en intensidad y en nuestro interés, pero de alguna forma volvemos en ella. La aparición del insoportable personaje de Jeff Goldblum le dio un cierto aire para mantenerse y no quedar en una historia intrascendente. Más allá de ciertos cuestionamientos con el argumento del film, Fin de semana en Paris es una película de un amor adorable pero agudo, con una gran dirección de actores que logra llegar a cualquier espectador. Por Germán Morales
La vida útil Una tragicomedia geriátrica que, gracias a sus intérpretes, se ubica por encima de la media de este ahora muy transitado subgénero. Nick (Jim Broadbent) y Meg (Lindsay Duncan) son dos profesores de Birmingham (él de Filosofía, ella de Biología) que llevan 30 años juntos. Los hijos se han ido del hogar y el síndrome del nido vacío aflora en toda su dimensión. Ellos viajan a pasar el fin de semana del título a París, pero en vez de celebrar el aniversario de boda lo primero que surgen son rencores, resentimientos, reproches y frustraciones con ese cinismo cruel, demasiado al borde del sadismo, que sólo los británicos son capaces de sostener como si fuera lo más natural del mundo. Las desventuras en París se suceden (se escapan sin pagar de un restaurante de lujo, por ejemplo) y las tentaciones también (hace mucho tiempo que no tienen sexo). Pero, como en todo exponente de este subgénero sobre “segunda oportunidades” o “nunca es tarde para...” aflorará muy de a poco esa sensibilidad, ese cariño, esa ternura, ese afecto que estaban dormidos (sepultados) tras tantos años de rutina y desprecios mutuos. El director de Un lugar llamado Notting Hill explora con dignidad el tema de la vida útil (la sensación de que una vez que se ha criado a los hijos y se ha realizado una carrera profesional sin grandes logros ya no queda mucho por hacer) y expone esa caída de la autoestima tan propia de la llegada de la vejez (las referencias a Bob Dylan, Jean-Luc Godard y los escritores existencialistas funcionan como reivindicaciones efímeras a los héroes de la otrora contestataria y hoy derrotada generación del '60). Puede que al lector este conflicto le suene ya demasiado trillado y algo de eso hay en la fórmula, pero allí están los dos protagonistas y un tercer personaje (un muy divertido Jeff Glodblum, como un discípulo de Nick que goza de un amplio éxito editorial y de una nueva y joven pareja) para que al final el cuentito resulte encantador y poco menos que irresistible.
París, escenario de tantos enamorados, pero esta vez con protagonistas adultos mayores que viven un fin de semana en París para salvar una unión que se hunde. Grandes actores: Jim Broadbent y Lindsay Duncan. Dirige Roger Michell, el de “Notting Hill”.
Escenas de la vida conyugal Muy buenas actuaciones y la lucidez de la pluma de Hanif Kureishi en algunos pasajes del guión. Hay quienes sostienen que el matrimonio y la monogamia son instituciones en vías de extinción que dentro de cien años serán recordadas como una curiosidad inconcebible. La gran pregunta, entonces, será: ¿cómo era posible convivir y mantener relaciones sexuales con una misma y única persona durante décadas? Un planteo que, en realidad, es tan antiguo como el matrimonio mismo, y al que vuelve Un fin de semana en París. Una pareja de docentes ingleses viaja a la capital francesa a festejar sus 30 años de matrimonio. Quieren revivir el viaje que hicieron cuando recién se habían conocido; desoyen el poético consejo “no vuelvas a los lugares donde fuiste feliz” y esos tres días se transforman en una suerte de memoria y balance de su relación. Esta es la cuarta colaboración entre el director Roger Michell (Un lugar llamado Notting Hill) y el escritor Hanif Kureishi, un vínculo que empezó en los ‘90, cuando Michell convirtió en miniserie El buda de los suburbios, novela emblemática de Kureishi. Después, crearon juntos tres películas con un punto temático en común, desafiante de un tabú social: el amor y la sexualidad en la tercera edad. Algunos críticos sostuvieron que Un fin de semana en París podría ser la cuarta parte de la trilogía Antes del…, de Richard Linklater, pero con los protagonistas ya viejos y aburridos. También hay ecos de la dupla Woody Allen-Diane Keaton. En cualquier caso, es una película agridulce con muy buenas actuaciones (Jim Broadbent y Lindsay Duncan en los protagónicos, y Jeff Goldblum en un rol secundario), que funciona mucho mejor en sus porciones amargas que en las edulcoradas. Los personajes son, quizá, demasiado autoconscientes, pero en algunas de sus reflexiones se nota la lucidez de Kureishi, como cuando el hombre sintetiza: “En la escuela era el mejor, y en la universidad tuve momentos destacados; estoy sorprendido de lo mediocre que terminé siendo”.
Siempre tendremos París Como su título de estreno local explica, este film propone un fin de semana en París. Los viajeros son Nick y Meg, matrimonio de sexagenarios ingleses de Birmingham (Jim Broadbent y Lindsay Duncan, resplandecientes de sabiduría actoral). Esta comedia dramática con diversos componentes amargos, o este drama matrimonial con varios componentes luminosos, empieza directamente en medio del viaje, en el tren. El ritmo es veloz, a veces incluso precipitado. La cámara y la mirada emocional son cercanas a los personajes, a este matrimonio gastado por el tiempo: se suceden peleas, reconciliaciones, rodeos, retrocesos, heridas, alegrías, pero no están dispuestos de forma estanca, sino que se juegan a veces en una frase acertada o errada, en una mirada a tiempo o tardía, o en el éxito o fracaso de una cena. Del amor al odio en la inflexión de una palabra. De la euforia a sentimientos amargos en apenas instantes. Nos acercamos a Meg y Nick de forma no frontal, lo que se nos revela de su vida se hace desde ángulos no esquemáticos. En ese sentido, Un fin de semana en París nos mete en un torbellino emocional -que tiene la sabiduría de no negar el dolor- de forma vibrante, deseante, en movimiento. Con guión de Hanif Kureishi (Ropa limpia, negocios sucios, Intimidad), Un fin de semana en París es también una película generacional. Sobre quienes fueron jóvenes en los años sesenta y setenta, una generación objeto tal vez de demasiadas películas, entre ellas la plañidera Las invasiones bárbaras. Afortunadamente, Un fin de semana en París es sutilmente generacional, y lo es progresivamente en capas que se van sumando. Estamos ante un relato que nos lleva con seguridad hacia un tercio final con diversos riesgos que la película sortea más que airosa, incluso fortalecida, luego de una cena a la que se llega a partir de un reencuentro y la irrupción de un tercer protagonista (Jeff Goldblum magistral, como es habitual). Hay precipicios catárticos fuertes, y no hay huida ni caída. En ese punto el montaje, con una elipsis fundamental, revela la mano segura y la sapiencia narrativa del director Roger Michell (Un lugar llamado Notting Hill, Un despertar glorioso). El seleccionado de canciones de la película emociona y lanza conexiones significativas, hasta llegar a la cita directa de los gloriosos años sesenta de Jean-Luc Godard, estación Bande à part. Y en ese instante feliz, o ya antes, entendemos que Un fin de semana en París es también una evocación lúcida de la nouvelle vague, en las discusiones y los acercamientos románticos veloces, en la importancia de las calles de París y de sus mesas, en la rebeldía de mantenerse no solamente vivos, sino vitales.
Comedia ácida con dos buenos actores que se sacan chispas Jim Broadbent y Lindsay Duncan protagonizan esta comedia ácida originalmente llamada "Le Week End", así, en cocoliche anglofrancés. Al veterano lo vimos en "Brazil", "Ricardo III", "Moulin Rouge", "Topsy-Turvy", etc.; es el padre de Bridget Jones y el profesor Horace Slughorn en las de "Harry Potter", y se ganó un Oscar por "Iris: recuerdos imborrables", que hoy pocos recuerdan. Entretanto, ella se restringió casi totalmente a la televisión inglesa, pero aparece como la madre en "Una cuestión de tiempo" y eso ya basta para recordarla. Es la clase de mujer que uno lamenta no haberla conocido cuando joven. Aquí ambos se sacan chispas componiendo dos profesores sesentones. Los hijos no les dan motivo de orgullo, tampoco ellos tienen de qué vanagloriarse, y la sombra de la jubilación los acecha a la vuelta de la esquina. Así que de buenas a primeras se van a festejar sus cosas a Paris. El Paris de su juventud más o menos se conserva. Ellos se conservan menos que más. Y el amor entre ellos, bueno, eso está por verse. Viejo matrimonio apenas unido por el cariño y el fastidio mutuo, durante ese week end alternarán sonrisas y enojos, afectos y recriminaciones, gestos elegantes y expresiones procaces. La convivencia los ha dañado, pero también tiene partes lindas. Por ejemplo, la complicidad. Se supone que son personas maduras, responsables, bien educadas. Pero ahí en Francia estos dos ingleses se mandan unas buenas macanas. Se entiende, cada cual tiene su manera de sentirse joven. Para respaldarlos aparece un ex discípulo que supo ganar plata y que por razones equívocas admira al viejo profesor como un modelo de libertad, representativo de los grandes tiempos contestarios. Jeff Goldblum es el ex discípulo. "Bande a part", de Godard, la película cuyo baile toman para brindar por la confusa pero vital filosofía que los une. Hanif Kureishi, siempre incisivo, es el guionista, que ya había escrito para el mismo director "The Mother", "Venus" y la serie "El Buda de los suburbios". El director es Roger Michell, conocido por la comedia romántica "Nothing Hill". Pero ésa era con otro guionista, otro espíritu, y gente en otra etapa de la vida.
"Un Fin De Semana En Paris" supone eso... Pasar un par de días en una de las ciudades más lindas del mundo. Si visitaste Paris, la vas a amar... Si no la conocés, es una buena oportunidad para disfrutar de las calles de este lugar soñado que funciona a la perfección como escenografía de una historia adulta, repleta de altibajos sentimentales, y de las interpretaciones de sus protagonistas que son lo mejor de la película. Roger Michell, su director, logra contar una historia simple, sobre una pareja que decide festejar sus treinta años de casados, con un sinfín de reproches que hacen que la trama suba y baje por lugares que uno ni se imagina. La fotografía, las puestas de cámara, la música y los personajes que van apareciendo en la vida de los protagonistas son la perfección. Haceme caso, no muchas veces nos topamos con una peli como ésta, super bien escrita y que en síntesis es un lujo.
Bastante después de la medianoche ¿Qué pasaría si Jesse y Celine volvieran a París tres décadas después de enamorarse definitivamente en Antes del atardecer, ya cuando los hijos sean grandes y el síndrome del nido vacío los obligue a reencontrarse consigo mismos, descubriendo que ya no son quienes eran? Este crítico no tiene el dato fehacientemente comprobado, pero es más que probable que una pregunta similar circulara por la cabeza del guionista Hanif Kureishi (Ropa limpia, negocios sucios; Intimidad; Venus) a la hora de imaginar y escribir Un fin de semana en París. Dirigido por otro veterano como el sudafricano Roger Michell, el mismo de ese exitazo de la rotación del cable llamado Un lugar en Nothing Hill, el film apuesta por el naturalismo de la trilogía de Richard Linklater, convirtiendo a la pareja de sesentones en plena crisis en potenciales versiones futuristas de los personajes emblemáticos de Julie Delpy y Ethan Hawke. Futuristas pero también más plásticos y atados a los mandatos impuestos por sus creadores. Los que llegan a la Ciudad Luz son los muy british Nick y Meg (Jim Broadbent y Lindsay Duncan), dos profesores casados hace treinta años. Pero hay poco que festejar. Más bien lo contrario. En los recorridos turísticos, en los viajes en subte o taxi, en los almuerzos y cenas, en la intimidad de la habitación de hotel, en todos lados se percibe la erosión del tiempo compartido. Sobre todo de parte de ella, quien oscila entre el acompañamiento, la misericordia y el rechazo físico en una misma escena, todo ante un marido incondicionalmente enamorado. En ese sentido, aquí se está más cerca del punto de vista masculino de Antes de la medianoche que del equidistante de Antes del amanecer y Antes del atardecer. El problema es el mismo que en la última parte de la trilogía, ya que esta decisión termina guiando al espectador a una toma de posición en favor de él por sobre ella, esmerilando además las aristas del entramado emocional de la dinámica de la pareja.Claro que Un fin de semana en París no es una de Bergman. Sus esporádicos pasos humorísticos, amables e inocentes, permiten inscribirla en el subgénero de comedia geriátrica. Subgénero en boga desde hace un lustro y que tiene a El exótico Hotel Marigold y su inexplicable secuela como naves madres. Debe reconocérsele a Kureishi-Michell la voluntad de ir más allá de la revalidación generacional festiva y acrítica que suele campear a lo largo y ancho de estos films, optando por un tono intimista y eminentemente crepuscular que una capital francesa elegíaca aún en sus jornadas más luminosas acentúa con sutileza.
Viaje al continente Una pareja de profesores universitarios sexagenarios viajan del Reino Unido a Paris a festejar su aniversario número treinta. Sus hijos ya grandes se han independizado –o algo así- y la pareja ya mayor tiene todo el tiempo del mundo. El viaje es la excusa para tratar de revitalizar un matrimonio en crisis. Desde el comienzo, la película anuncia que aquella ciudad que ellos añoraban de su juventud, tal vez no sea la misma, al igual que ellos, a quienes el tiempo ha cambiado. La mayor curiosidad de esta película sin demasiado vuelo es que el guión estuvo a cargo del escritor Hanif Kureishi, quien ya trabajó anteriormente con este director en Venus y que ha trabajado intermitente como guionista de cine. El realizador de Un fin de semana en Paris es Roger Michell, responsable de una filmografía algo gris, donde se destaca por mucho Un lugar llamado Notting Hill. Michell, también director de Venus, intenta buscar un tono asordinado y calmado, explorando los sentimientos de la pareja protagónica. El gancho comercial de la película sin duda es la ciudad de Paris, pero de ninguna manera se trata de un retrato turístico o simpático de la ciudad. Más bien lo contrario: Paris como ilusión de amor y no como una realidad. Quienes busquen una visita turística definitivamente no la van a encontrara acá, eso debe quedar claro. Tanto Michell, como Kureishi, alcanzan algunos momentos interesantes y profundos dentro de un relato muy pequeño donde la ciudad es solo un marco. La pareja protagónica interpretada por Jim Broadbent y Lindsay Duncan sostiene con melancolía y ternura la historia de una punta a la otra del relato, como era de esperarse para un film centrado en dos personajes. Sin el simpático romanticismo de Notting Hill y sin tampoco la gravedad u originalidad de otros guiones o adaptaciones de Kureishi, Un fin de semana en Paris consigue en dos o tres pinceladas finales un toque de luminosidad y gracia que la termina convirtiéndola en una experiencia agradable y liviana. La cita a Jean-Luc Godard aunque esté metida en la trama, es forzada y solo hace sospechar el deseo del guionista o el director de manifestarse como gente que ha visto cine. Todos hemos visto cine, no es necesario aclararlo, tan solo hay que demostrarlo.
Re-enamorándose Re de retro, de pasado que no vuelve, re de re pensar todo una vez más y así podría llenarse la lista para el derrotero de esta pareja que en su trigésimo aniversario deciden darse una chance o segundas oportunidades nada menos que en París, símbolo de la idea eterna del amor y escenario ideal para las historias de romanticismo y de re composición de lazos. Sin embargo, los protagonistas son tan opuestos como complementarios y en ellos encaja perfectamente el término pareja más que el de marido y mujer, que para los papeles representa algo pero transcurrida tanta agua bajo el puente de la rutina y las frustraciones no significa absolutamente nada. Él es pensante a la hora de actuar y decir, consciente de que su cuarto de hora ya pasó y resuelve cada ataque de ella de una manera sarcástica, fiel al estilo inglés, como pareja de Birmingham que son. Profesor de filosofía, el hombre, con conflictos en la universidad, donde ya ni siquiera encuentra aquella pasión por querer moldear las mentes de sus estudiantes o ese espíritu contestatario de los 60, que también se traducía en la impulsividad de un cuerpo sin límites y que en la actualidad no se llega ni siquiera a la esquina de cualquier calle de Paris sin acusar agitación y pronostico dudoso de vitalidad. Ella fiel a su rol de profesora de biología, desencantada parece asimilar mucho mejor la edad, en lo que hace al cuerpo, al físico para desear, a pesar de las arrugas de la piel o esas pequeñas irregularidades que antes eran imperceptibles. En cada sentencia acusa aburrimiento y un malhumor que detona la necesidad imperiosa de cambiar cualquier esquema convencional y así el replanteo más difícil ante su interlocutor estalla en una de las tantas peleas que se obsequian cuando el silencio es demasiado pesado y las miradas penetrantes ya ni siquiera se pueden disimular. Así transcurre Un fin de semana en París, donde el director Roger Michell (aquel de Un lugar llamado Notting Hill) coquetea con ese subgénero de moda que tiene por protagonistas a personajes de la tercera edad y que muchos han denominado como el arribo de la gerontología al cine, pero que en realidad, para ser justos no se concentra en los problemas de la vejez, sino en rescatar de esa etapa de la vida la novedad de todo lo que viene cuando se sentó cabeza, por ejemplo en la crianza de los hijos o en la carrera profesional. El film si buscara un diálogo con otras películas seguramente lo encontraría con la trilogía Antes del amanecer, de Richard Linklatter, en lo que hace a la puesta en escena por los elementos que se juegan en pantalla y estructurar el relato: los paseos, las charlas, las disputas y las reflexiones sobre la vida y tantas otras cosas que se van diluyendo con las ilusiones de la juventud. El punto más destacable no es otro que la sólida actuación del reparto en general, con especial hincapié claro está en la pareja protagónica a cargo de Jim Broadbent y Lindsay Duncan, con una más que simpática performance de Jeff Goldblum como contrapunto y por momentos alivio cómico en las escenas de hondo dramatismo que atraviesan el universo de Un fin de semana en París. Quizás la tragicomedia sea la palabra que más justicia hace a esta nueva película del sudafricano Roger Michell.
Llega el nuevo film de Roger Michell, uno de sus éxitos “Un lugar llamado Nothing Hill” (1999). Una interesante estructura narrativa y el planteo de un matrimonio después de varios años de casados ya su hijo hizo su vida y ellos tienen que volver a reencontrarse como pareja, por eso decide pasar unos días en Paris la ciudad del amor. Contiene muy buenos diálogos, momentos muy divertidos y tiernos, se tocan varios temas: sale a la luz crisis por paso de los años, la sexualidad en la tercera edad, entre otros, cuenta con las maravillosas actuaciones de los protagonistas. Con cierta similitud a la trilogía “Antes del anochecer “de Richard Linklater, 2013.
TRAVESURAS GASTADAS Una más de parejas de la tercera edad. No tienen mucho para festejar. Sus hijos andan a los tumbos, ellos están a punto de jubilarse, la plata escasea, se conocen de memoria, con sus mañas y sus dudas. Como todo film otoñal, hay lugar para la alegría y la melancolía. Pero un día deciden volver a ese Paris que alguna vez los vio recién casados. Y allá desfilarán lindos paisajes y lugares comunes. Poco que ver con la vida real. Como Elsa y Fred, la mayor travesura es escapar de un restaurante sin pagar. Quejosos, juguetones y a veces ridículos, se dejan llevar por reproches, recuerdos y algún pase de factura. Las escenas de intimidada amorosa, decepcionan. También el final. Dos buenos actores, algunos parlamentos rescatables y una mezcla de escenas románticas con tragos amargos, matizan esta comedia condescendiente, remanida y un poco cursi. Por suerte esta París, que cada tanto refresca los ojos y el ánimo.
La edad de ser libres Un fin de semana en París retrata en clave de comedia a un matrimonio de mayores que repasan una vida en común. La tercera edad es un tema que aparece de manera cada vez más frecuente en el cine en los últimos tiempos y no hay que ser un experto en demografía para vincularlo con el aumento de la población mayor de 60 años en el mundo. En una lista lo suficientemente variada en tono, géneros yd calidad debería incluirse El gran Torino, las dos partes de Red, Alguien tiene que ceder, El señor Schmidt o Pasante de moda. También habría que distinguirlas de sus hermanas mayores de la cuarta edad (personas mayores de 80 años), como Elsa y Fred, Amour o El gran hotel Marigold. En términos muy generales, puede decirse que esas películas son manifestaciones de una reconfiguración imaginaria de la sociedad posindustrial. Aquellos jóvenes que en la década de 1960 condenaron a sus mayores al ostracismo de las cosas obsoletas, ahora, cuando ellos mismos tienen la edad de sus abuelos, tratan de encontrar una manera de incluirse en una cultura donde la juventud es la única religión. Pocos intelectuales más conscientes de esa forma de hipocresía generacional que Hanif Kureishi, el novelista inglés (autor de Un buda de los suburbios e Intimidad) quien firma el guion de Un fin de semana en París. Sin embargo, en su más desesperada que elegante búsqueda de una solución para el dilema, termina apostando a una especie de anarquismo íntimo, como si el sólo hecho de haber cumplido más de 60 años fuera suficiente para que una persona se sienta liberada moral y psíquicamente de sus compromisos con la sociedad. Esta meditación ideológica en clave de comedia se filtra a través del supuesto tema principal de la historia: la convivencia entre un hombre y una mujer de más 60 años que cumplen 30 de casados y deciden festejar ese aniversario en la capital francesa, con todas las alegrías, decepciones y pases de facturas. La elección de Jim Broadbent como uno de los protagonistas puede parecer, al principio, como tendeciosa, ya que sus rasgos toscos y su aspecto descuidado parecen delatar a un típico fracasado. Y eso se nota mucho más por el contraste que hace con la bella y distiguida Lindsay Duncan. Pero Broadbent es una actor tan talentoso que consigue despegarse de su propio cuerpo, para decirlo de algún modo, y pasar de lo patético a lo sublime con la cara que le tocó en suerte en el reparto universal. Si bien Un fin de semana en París es una película fácil de ver, digna en sus momentos cómicos y en sus momentos dramáticos, falla cuando los personajes dejan de ser personas posibles y se convierten en mensajeros de las ideas sociológicas y filosóficas del guionista y del director, quienes creen que la tercera edad sólo puede ser redimida por una libertad a prueba de tarjetas de crédito.
El último refugio “Le Week-End” se filmó en 2013 y se sumó a la lista de realizaciones que tienen a la capital francesa como escenario, en una cita de implicancias simbólicas, ya que esa ciudad europea se ha convertido, a lo largo del tiempo, en un ícono de la cultura europea. El director de “Le Week-End” es un estadounidense nacido en Sudáfrica, Roger Michell, pero este film es una producción del Reino Unido, con guionista y actores británicos. Traducida aquí como “Un fin de semana en París”, la película describe el viaje que hace una pareja de ingleses sexagenarios a esa ciudad, que tiene un valor especial para ellos relacionado con la historia de su relación. Están cumpliendo treinta años de casados y atravesando una crisis existencial que implica el despegarse de los hijos, ya crecidos, el fin de la carrera laboral, la jubilación en ciernes y el ocaso del ciclo vital, que se traduce en achaques varios. Como suele ocurrir, los viajes obligan a una intimidad que en la vida diaria se suele eludir recurriendo a pretextos o bien por aburrimiento o necesidad de hacerse algún espacio propio. Todos esos síntomas aparecen de algún modo en la relación de Nick y Meg, dos profesores de Birmingham que hacen una escapada de fin semana, con la intención de recuperar el espíritu que los unió en matrimonio y la atmósfera propicia para el amor y la ilusión que la ciudad de París representa para ellos. En especial para ella, que demuestra una gran admiración a medida que recorren sus calles. “Un fin de semana en París” se inscribe entonces no solamente en la agenda de los ritos devocionales a la Ciudad Luz sino que además abona el subgénero de lo que se podría definir como historias que tienen a la tercera edad como tema. No parece casualidad que los cineastas europeos, desde un tiempo a esta parte, estén haciendo películas que tienen como protagonistas a personas mayores, ya sean dramas o comedias. Es una realidad que la población del viejo mundo está envejeciendo y mientras tanto el entorno social va cambiando vertiginosamente, al punto que a veces los mayores se sienten extraños en su propio universo. El guión de Hanif Kureishi, un británico hijo de padre pakistaní y madre inglesa, tiene un marcado tono expresionista en lo que refiere a la descripción de los personajes, aunque en el plano formal, es rigurosamente naturalista. Kureishi muestra a un matrimonio compuesto por personas cultas e inteligentes, con muchos ticks muy característicos de las parejas que llevan una larga convivencia y se conocen mucho. Pero les da un toque de angustia y melancolía, que a pesar de los roces, los mantiene unidos. Hay en ellos un sentimiento de pánico embozado y parecen aferrarse uno a otro de una manera un poco feroz. A veces se tratan con agresividad o alguna pizca de sadismo, aunque son aliados al momento de enfrentar los convencionalismos de la sociedad, llegando incluso a hacer algunas travesuras un tanto disparatadas, en una especie de brote adolescente que los pone en una situación de conflicto de final abierto. Aparecen como temas, entonces, la vejez, el miedo, la locura, el escapismo, la enfermedad, el vacío existencial y el sentimiento de fracaso profesional, manifestaciones de un estado mental interior que se expresa de manera un tanto extravagante y extrema. Pero “casualmente”, en una salida, tropiezan con Morgan, un viejo conocido de Nick. Morgan es un académico que ostenta un brillante éxito en el mercado editorial, donde se destaca con publicaciones muy bien acogidas por el público. Este personaje, a diferencia de Nick, ha roto con su matrimonio anterior y formó pareja con una mujer más joven, se ha reinventado a sí mismo y ha iniciado una nueva vida llena de bríos. Una energía que se arroja al futuro con optimismo, en contraste con el pesimismo que invade a la pareja protagónica. Este amigo, que mantiene una vieja deuda moral con su antiguo compañero de la universidad, será la tabla de salvación a la que se tratarán de aferrar Nick y Meg para darle un nuevo e inesperado giro a sus vidas. En “Un fin de semana en París” hay mucho humor y bastante exageración, predominando un tono sarcástico y ácido, que trasunta más amargura que alegría, dejando una sensación de tensión y displacer en el espectador, ya que las decisiones que toman los protagonistas hacen pensar en una huida hacia adelante de pronóstico reservado.
La insoportable levedad de envejecer El criterio alucinado que manejan los distribuidores hace posible que esta comedia insípida sobre la vejez del año 2013 se estrene ahora. Estimo que su aparición tendrá que ver con el tipo de espectador (siempre subestimado) que modelan estas sabias decisiones para poblar los jueves de estrenos cada vez más intrascendentes. Probablemente, en la época de los eslogans, el futuro televisivo de Un fin de semana en París sea un domingo con la clásica etiqueta de “comedia para mayores” o en su defecto será bocado perfecto para la lisérgica presentación de Virginia Lago en uno de esos ciclos espantosos. Y es que la película se presta a ello. Con la excusa argumental de una pareja madura que vuelve a París para revivir su matrimonio, Michell comete el peor de los pecados para una comedia: coloca una dupla protagónica que nunca funciona ni genera empatía. Cada una de las torpes acciones que llevan a cabo forman parte de una idea ridícula de vejez, del soporífero y trillado muestrario del vacío conyugal, que no conmueve en absoluto ni moviliza a la risa (los chistes no funcionan y caen en algunos casos en el grotesco). Como si fuera poco, al tono de afectación actoral, se le suma la insoportable interpretación de Jeff Goldblum, como un amigo con el que se reencuentran. Pero claro, como Roger Michell y su guionista son dos tipos cancheros recurren a la tarjeta postal parisina y a las referencias cool para que se note que es una película seria. Entonces en un momento Nick escuchará Like a rolling stone para que sepamos lo que se siente ser un completo perdedor. También habrá una embarazosa coreografía emulando una escena antológica de Bande à part (1964) de Jean Luc Godard para que nos demos cuenta de las filiaciones cinematográficas serias de Michell como de la cultura que poseen los protagonistas. Hay un tercer aspecto que hace más abominable a este tipo de historias y es que no se juegan por nada más que un itinerario bonito plagado de sentencias implícitas para que todos la repitan (“uh, el paso del tiempo y cómo repercute en una pareja que alcanza la tercera edad”, “la erosión de los años en el matrimonio”) y encima usan la fachada genérica de la comedia en una apropiación desganada, ñoña y sin vida. Ni siquiera la amenaza de lo crepuscular y lo intimista apacigua a este film de la nada misma.
Un matrimonio de la tercera edad decide hacerse una escapada y pasar un fin de semana en París, mientras enfrentan problemas personales y de pareja. Los problemas no se quedaron en casa Meg y Nick tienen lo que todas las parejas de su edad quieren tener: buenos trabajos, hijos y un buen pasar económico. Mientras deciden pasar un fin de semana en París como aniversario de su luna de miel, empiezan a salir a la luz sus problemas. Y no solo laborales, también de su en apariencia idílico matrimonio, que está llegando a su fin, además de deudas económicas y problemas con sus hijos. Historia ya vista Un viaje a Paris, mucha gente que parece tener un máster en filosofía, psicología, “opinología” y experiencia de vida. Si, seguramente ya se aburrieron o pensaron que ya vieron esta trama cientos de veces y razón no les falta, porque pese a no ser una mala película, el mayor problema de Un fin de Semana en París es lo poco arriesgada y original que es. Tampoco ayuda que el guion empiece a mostrar de forma tan obvia los problemas conyugales que tienen Meg y Nick; no porque no sean creíbles, si no por el grado de violencia verbal que tienen entre ellos, haciéndonos ¿pensar como se soportaron tantos años si se agreden tan fácilmente?. Pero todo se torna creíble y verosímil gracias a las enormes actuaciones de Lindsay Duncan y Jim Broadbent como Meg y Nick respectivamente. Tanto la agresión verbal y en cierto punto física que vemos entre ellos, en manos de actores mediocres podría haber quedado hasta ridículo, pero al verlos nos creemos de inmediato que llevan décadas de un matrimonio desgastado pese a que constantemente, ante terceros, se juran amor. Es una pena que el personaje interpretado por Jeff Goldblum tarde tanto en aparecer en la historia. No por lo que representa como personaje en sí, si no porque con el vienen varias situaciones que por lejos son lo mejor de la película y nos permite ver a Nick y Meg interactuar con otras personas y mostrarse tal cual son fuera de la mirada del otro. También hay lugar para los homenajes. Si estamos en París, no podían faltar las referencias al cine clásico francés, y el director Roger Michell no pierde la oportunidad de hacer más de un guiño (a veces bastante obvio, otros geniales) a la Nouvelle vague; que seguramente el espectador al que apunta esta película va a notar y apreciar. Conclusión Un fin de Semana en París es una película que apunta a un público muy específico, y que suelen amar esta clase de propuestas. Para el espectador común, seguramente no se aburrirá pero sentirá que está ante una cinta poco arriesgada y que recorre todos los clichés de las películas en París. Como todo film de nicho, tendrá sus amantes y detractores, pero claramente no es mala y eso no se podrá discutir.
Lo primero que le debe quedar claro a cualquier espectador desprevenido que se acerque a UN FIN DE SEMANA EN PARIS esperando una comedia dramática y/o romántica agradable sobre una pareja de veteranos ingleses que van a pasar unos días a la capital francesa a festejar su trigésimo aniversario de casados es que lo que van a ver es eso y no lo es. En lo narrativo, Nick (Jim Broadbent) y Megan (Lindsay Duncan) respetan ese esqueleto argumental, pero el tono del filme –durante la mayor parte de su metraje, al menos– no tiene nada que ver con lo que podría ofrecer un similar filme con una pareja estadounidense. Para empezar, por un motivo más que evidente desde el principio: Nick y Megan se llevan pésimo. Ella no lo soporta y él trata de sostener la relación pero más por miedo a quedarse solo que por otra cosa. Todo parece salirles mal desde que llegan: el hotel no es como se lo habían prometido, no hay lugares donde quedarse y el fastidio y las recriminaciones mutuas crecen y crecen hasta incomodar al propio espectador. Hasta que Megan decide “tomar el toro por las astas” y mandarse a un carísimo hotel que seguramente no pueden pagar y seguir el viaje “tarjeteando” sin fondos, yéndose de restaurantes sin pagar y divirtiéndose en el proceso. Nick parece no disfrutar del todo esas excentricidades –ya veremos porqué– y ella a veces parece hacerlo solo para fastidiarlo. Es una pareja complicada, gastada, amarga, pero que todavía encuentra espacios, situaciones y momentos para recapturar esa magia en apariencia perdida. El encuentro casual con un viejo compañero de universidad de Nick (encarnado magníficamente por Jeff Goldblum) los lleva a confrontar su situación mientras que sus andanzas impagas por la Ciudad de la Luz parecen empezar a volverse en su contra. LEWEEKEND3Dirigida por Roger Michell (PERSUASION, UN LUGAR LLAMADO NOTTING HILL), UN FIN DE SEMANA EN PARIS es una película honesta, humana y bastante franca acerca de las relaciones de pareja, pero una que en algún momento determinado tuerce el rumbo para dar marcha atrás sobre sus pasos, como si no se atreviera a llevar esa crisis hasta sus últimas consecuencias y eligiera caer en la tentación de volver a mostrar el cliche de París como la ciudad del amor. Ese “jugar a dos puntas” no termina de ser convincente ya que no está del todo bien llevado. Escrita por Hanif Kureishi e interpretada extraordinariamente por Broadbent y Duncan, la película de Michell es además una suerte de repaso generacional en el que aquellos que crecieron en los ’60 se ven reflejados en lo que fueron y lo que son, con las consecuencias (más positivas que negativas) evidentes del caso. Sí, se ven escenas de películas de Godard (el famoso bailecito de BANDE A PART), se escuchan canciones de Bob Dylan (la, ejem, poco escuchada “Like a Rolling Stone” para dejar en claro lo perdido que está el personaje de Nick “with no direction home”), se menciona a Pink Floyd, bares, happenings, autores y filósofos y se los confronta con lo que hoy se han convertido los personajes que vivieron esa revolución. El balance, digamos, parece entre triste y patético, pero París permite pensar que esa energía vital se puede volver a recuperar. le_week-end_2698189bUN FIN DE SEMANA EN PARIS es, decía, una película que juega a dos puntas y no siempre lo hace bien, pero tiene suficientes escenas y momentos (especialmente en su parte media, ya que su arranque y su cierre no están a la altura) realmente muy buenos. Algunos duros y desagradables –peleas y situaciones muy incómodas entre ambos– y otros, puramente placenteros –irse de un lugar sin pagar, la visita al cementerio de Pere Lachaise, el placer de saborear grandes platos de comida–, pero que juntos construyen el corazón de la historia. La resolución ya pertenece al género puro, con escenas difíciles de aceptar (no me creo lo de una pareja de británicos confesando sus problemas maritales en público y ante extraños y menos lo que sucede en el hotel cuando se enteran que la tarjeta de crédito no alcanza para pagar), pero Michell allí ya ha tomado la decisión de comprar París por su mito y leyenda, a Godard por una de sus escenas más icónicas y a Nick Drake, por, bueno, su tema más conocido de todos. Lo cual no está mal, necesariamente, pero traiciona la mirada única, diferente y brutalmente honesta que la película llevaba hasta ahí para darle un “feel-good ending” a la audiencia que no se siente del todo ganado en buena ley sino más bien adosado a la película con muy visibles alambres.
El director británico Roger Michell es un especialista en comedias románticas, recordemos “Nottin hill” (1999), y en cierta medida, aunque en el contexto de comedia dramática, vuelve a poner de manifiesta su preferencia por estas temáticas. En “Un fin de semana en Paris” instala la historia de Meg (Lindsay Duncan) y Nick (Jim Broadbent), una pareja de británicos maduros, ambos profesionales, quienes deciden celebrar el aniversario de matrimonio pasado un fin de semana en la capital francesa, recorriendo los lugares que disfrutaron en su viaje de bodas tres décadas atrás. Llevan una vida resuelta, aparentemente feliz, con los hijos independizados, pero inmersos en la rutina que termina por estallar en una crisis matrimonial contenida que los asfixia en la relación cotidiana encaminada hacia el distanciamiento y la soledad. El viaje es un intento por superar tensiones y recuperar el amor, la comprensión y el diálogo. Nick pretende revivir aquellos momentos guardados en sus recuerdo, pero al arribar el hotel en el cual se alejaron felices entonces, ahora el estgablecimiento está en decadencia, en paralelo a sus propias existencias Meg no lo soporta, descalifica a su marido y lo lleva a instalarse en un establecimiento moderno, lujoso, en una suite con balcón que permite una bellisima vista de la ciudad de las luces. Nada sale como estaba planeado. Van resolviendo los problemas a medida en que se les van presentando, descubriendo que la relación se encuentra en un pozo negro más profundo de los que podían suponer: él la contempla con amor, en tanto ella lo pone constantemente a prueba lastimando aún más la relación. El encuentro casual con Morgan (Jeff Goldblum), amigo de juventud de Nick, que lo admira a través del tiempo sin que esté muy seguro del por qué, operará como detonante en el conflicto de la pareja al aceptar ésta ir a comer a la casa del viejo amigo, pues en su transcurso quedan a flor de piel la crisis individual y conjunta de los protagonistas, con particular acento en el diálogo que Nick sostiene con el hijo del dueño de casa, el que no tiene desperdicio y es clave para comprender todo el contexto. Si bien el entramado de la narración presenta notorios altibajos, la historia resulta interesante, particularmente para los espectadores maduros, por la temática planteada, la atmósfera que logra imprimirle el realizador a muchas de las escenas, los toques de humor y glamour que se traduce en buenos momentos de los diálogos, las muy buenas actuaciones de Lindsay Duncan, JIm Broadbent y Jeff Goldblum, y, demás está decirlo, las imágenes de un Paris… que siempre es Paris… aún para lo que nunca recorrieron sus calles…más allá de las imágenes cinematográficas.