Contexto. Esta vez la proyección no tenía el clima habitual. En la puerta del Teatro Colón de Mar del Plata muchos flashes y cronistas trataban de tener la palabra o la imagen de la protagonista real de esta historia. Y Estela de Carlotto, Estela a secas, no es un nombre más. Es un emblema, es la bandera de una lucha, porque representa a todas las Abuelas de Plaza de Mayo y porque lo que ellas buscan es tan esperanzador como siniestro el origen de la búsqueda: los niños apropiados a sus hijos por parte de los genocidas de la última dictadura militar de la Argentina. Una vez dentro del recinto el aplauso cerrado, la ovación de pié habla por sí misma. Su heroína, la de la realidad, está allí y yo que me siento justo delante de ella no sé cómo ver este film que está teñido de todos los sentimientos que mi generación y otras tienen sobre la dictadura. Cada tanto giro la cabeza para mirarla, una curiosidad me impulsa a ver cómo soporta su propia historia si yo no puedo, si perdí el objetivo desbordada de angustia, pero ella seca disimuladamente las lágrimas que brotan porque a escasos centímetros hay otras Abuelas que la admiran y saben de su coraje porque no sólo busco a su hija sino que además de enterrar a Laura tuvo el coraje de exhumarla para saber cómo había muerto y allí tuvo la confirmación más sublime de todas: era abuela y debía comenzar una búsqueda que lleva más de 3 décadas. La película. Una Susú Pecoraro, notablemente parecida a Estela, cuando joven y ahora, inicia entre luces tenues un juego repetido, Laura la mayor de las hijas, se esconde y Estela la busca hasta hallarla. El juego cotidiano representa lo que era su familia, su esposo, el tano querido, padre de sus cuatro hijos y desde allí todo es cuesta arriba. Porque Pecoraro hace un trabajo brillante entre el pasado y el futuro, porque Alejandro Awada como el tano, es un padre que resiste la tortura y lleva en la mirada un saber que el resto no tiene, la cosa se pone brava en la Argentina de los genocidas, porque Inés Efrón siempre tan efectiva es Laura, aquella que fue detenida, asesinada y a cuyo hijo, Guido, busca su abuela desde hace muchos años. Efrón compone a una chica tan 70’ que me recuerda a mí, a mis amigas... nos lleva allí, aunque ese sea un tiempo de cólera. Gil Lavedra es un joven cineasta que semeja un avezado realizador porque usa su cámara con la pericia de un cineasta avezado y maduro. No recurre jamás al melodrama, no es necesario, el drama mayúsculo llena los sueltos de diarios, revistas y libros. No registra gestos ampulosos, sólo lo preciso para contar los tiempos previos al infierno y los que siguieron. Casi como un cronista de indias maneja a sus criaturas y los hace seres orgánicos, creíbles, miméticos con esos que padecieron la desaparición de sus familiares y el robo de sus nietos. Idéntico a lo que uno imagina que, debe ser, el calvario de padres y hermanos entre la búsqueda y el miedo, entre la esperanza y la angustia, abriéndose paso entre los caballos de la montada con el corazón latiendo hasta salirse de cauce y con el amor sosteniendo esos latidos para que no estalle. Las noticias sobre que Laura aún vive y está embarazada, el mensaje que dice: busquen a mi hijo que se llamará Guido en la Casa Cuna hacia fines de junio de 1978 y la corroboración de que efectivamente fue madre, son los pilares sobre los que se edifica este personaje que Pecoraro encarna en espejo con la real. Días previos, desaparición, búsqueda y hallazgo son una cadena en la que su actriz principal se mueve como pez en el agua y logra plasmar en cámara eso tan difícil de lograr cuando hay un icono con quien contrastar, logra el cambio. La mujer que se pondrá el pañuelo, la que corrobore que tiene un nieto que debe buscar ya no será nunca más la maestra de escuela salvo por la ternura y su compañero tampoco, pues se irá apagando con sutileza como se apagan las luces de la ciudades enormes conforme amanece. Pero en esta historia de búsquedas, no amanece fácil y el tiempo, medida de todo dolor, pasa para que vayan apareciendo 100 de los 500 niños apropiados durante el cautiverio de sus padres. Nicolás Gil Lavedra hizo un gran trabajo mixturando presente, pasado y futuro, dando las señales justas para que una de nuestras máximas actrices se parezca a Estela de un modo estremecedor pero no por la mimesis, sino por el rictus, el gesto y el modo orgánico de plasmarla en la pantalla. Y porque el resto del elenco acompaña de manera formidable y Carlos Portaluppi juega una escena que difícilmente olvidaremos. Datos, fechas, entrevistas, son parte de una totalidad que repone la Historia no el cine. En ella hay que buscar lo que Lavedra deja como indicio. Epílogo. Al finalizar el film, Estela, la real, narró su resistencia a que su vida sea filmada, no quería dijo, ser "la Abuela", porque todas son insoslayables y buscan sin descanso y sin venganza al fruto de sus hijos. Confesó estar deshecha pero consciente de que al cabo de un rato estaría mejor, y mañana mejor y dentro de unos días como siempre. La mujer que escuchó las peores atrocidades de boca de los captores de su hija, de la voz de los ladrones de su nieto, seguirá andando y este film que merece ser visto por su estética y la labor de guión y de actuación de todos sus actores, le gritará a los Guidos que andan por allí que si tienen todavía alguna duda, la despejen porque estas abuelas que todos querríamos tener cuando ya pasamos la mitad de nuestra vida, han dedicado la mitad de la de ellas a buscarlos, no para apropiarlos, sino para entregarles una verdad. Vamos pibe, pasaste los 30 años, un sólo gesto resignificaría el sentido que le dieron a su vida las Abuelas más conocidas del mundo, esa asociación lícita del amor. Si tenés la más mínima duda, acercarte y conocé quién sos, después podés regresar pero dejalas mirarte y ver en tu rostro, algunas de las huellas de los rostros de sus hijos.
Una vida de película La biopic (película biográfica) es uno de los géneros más transitados por el cine norteamericano. Aquí, ha tenido un desarrollo limitado, y generalmente centrado en personajes ya fallecidos. Por eso, en lo que constituye una verdadera rareza, Verdades verdaderas... reconstruye la historia de Estela de Carlotto (interpretada en la ficción por Susú Pecoraro), desde que era una simple ama de casa, madre y docente en La Plata hasta convertirse en presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, en el marco de la incansable búsqueda de su nieto Guido por juzgados, hospitales, comisarías y cuarteles. Con un elenco pletórico de figuras (además de Pecoraro, aparecen Alejandro Awada, Inés Efron, Carlos Portaluppi, Fernán Mirás, Laura Novoa y varias más) y una cuidada producción y reconstrucción de época, se trata de una narración clásica -correcta y cuidada, pero al mismo tiempo sin grandes hallazgos ni audacias- en la que la verdadera Carlotto aparece sólo en la imagen final. La narración va y viene en el tiempo (1975, 1979, 2009), con un buen trabajo de ambientación y maquillaje, pero no resultan tan convincentes ciertos elementos (artificiales y hasta altura casi demodé) como la inclusión de testimonios a cámara de los distintos personajes con monólogos "emotivos". Más allá de lo que pueda opinarse respecto de estas u otras decisiones narrativas, Verdades verdaderas... es un film más que atendible y un merecido homenaje/reconocimiento a Carlotto.
Del dolor a la esperanza Verdades verdaderas. La vida de Estela (2011) no es exactamente una biopic de Estela de Carlotto. El film, de manera inteligente, expone los dolorosos hechos que sufrió la referente principal de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo sin golpes bajos ni maniqueísmos, para adentrarse de lleno en la lucha actual por la recuperación de los nietos. Estela (gran actuación de Susú Pecoraro) vivencia los crímenes de lesa humanidad que sufre su hija Laura (Inés Efron) en tiempos de dictadura militar. El acoso constante del régimen, la obliga a hacerse fuerte y unirse a otras madres en similar situación, para juntas buscar a sus hijos y nietos desaparecidos. Si bien el film podría optar por el camino de la construcción del símbolo en la figura de Estela, camino más cómodo y seguro, felizmente elige el costado más humano, el de la madre impulsada por el dolor de perder a su hija y nieto. No hay maniqueísmos del estilo: secuestrados-buenos y militares-malos. La película de Nicolás Gil Lavedra se centra en Estela como ser humano acorralado en una situación terrible y, desde allí, busca la identificación con el espectador y construye su grandeza. En este punto, el film hace honor a su figura pública, siempre alejada de la confrontación y el odio. Hay grandes actuaciones de Susú Pecoraro y Alejandro Awada, como su marido, y del resto del elenco. Las actuaciones transmiten el dolor y la tensión que viven los protagonistas. Gracias a ellos, la película evita mostrar los hechos, evadiendo el golpe bajo y las imágenes predecibles e innecesarias. Promediando la mitad de proyección, Verdades verdaderas. La vida de Estela da un giro satisfactorio hacia la recuperación de los nietos desaparecidos. Este giro es fundamental, pues privilegia la lucha de Estela por sobre su propia persona, algo que también rinde honor a Estela de Carlotto como persona. Una película difícil por el tema que trata pero necesaria por la lucha que representa. Dolorosa por los motivos de público conocimiento pero con una luz de esperanza sobre el final. Esa esperanza que tanto Estela como el resto de Las Abuelas de Plaza de Mayo jamás perdieron.
Retrato de Carlotto limpiamente emotivo La señora Estela de Carlotto ya había sido protagonista de un buen film, digno de mayor circulación, «Estela», documental de Silvia di Florio, 2008, en una de cuyas mejores partes se la ve rodeada de ex alumnos en los festejos del centenario de la escuelita de Brandsen donde fue directora. Por extraña razón, ese documental resulta más emotivo que la película que ahora vemos. Y eso que es emotiva. Cabe decir algo más: emociona con limpieza, sin golpes de efecto, sin buscar la retórica en los diálogos, que apenas bajan alguna línea cada tanto, ni en las escenas más fuertes, que discreta, respetuosamente, evocan algunos momentos tremendamente graves de su vida. Jorge Maestro y la escritora María Laura Gargarella hicieron un guión equilibrado, que, junto a los largos momentos de calvario y lucha, ilustra también sus momentos de felicidad hogareña y las alegrías de los triunfos actuales, que no son alegrías completas, ya se sabe, pero alimentan el alma para seguir adelante. No podía ser de otra manera, cuando una de las mayores virtudes de Carlotto es, precisamente, su carácter equilibrado. Susú Pecoraro la representa de modo exacto, en uno de los trabajos más comprometidos de su carrera. Junto a ella, Alejandro Awada, en el difícil papel del marido ferretero a punto de caer destruido detrás del mostrador. Buen elenco, en líneas generales, y señalable reconstrucción de época, bajo vigilancia de Silvio Rodríguez Molina. Director, con buena mano, Nicolás Gil Lavedra, autor del documental «Identidad perdida», sobre el trabajo de Abuelas. Se le puede reprochar cierto nivel de telefilm, pero no es mayor reproche. En todo caso, sería un recomendable telefilm.
Una vida de lucha Emotiva y correcta biografía de Estela Barnes de Carlotto. La apuesta del debutante Nicolás Gil Lavedra era arriesgada. Llevar al cine a un personaje histórico, vivo, vigente, gravitante, de constante aparición en los medios. Pero este peligro, la posible distracción de la comparación, queda desvirtuado desde el comienzo de Verdades verdaderas... , cuando Susú Pecoraro demuestra su extraordinario talento para una interpretación casi mimética de Estela de Carlotto. Las actuaciones y la dirección de actores son claros aciertos de la película. Luego, una virtud que es, al mismo tiempo, limitación: el irrestricto respeto de Gil Lavedra por la figura de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Obviamente, hablamos en términos cinematográficos. En esta conmovedora biografía, vemos, a partir del secuestro y asesinato de su hija Laura, la transformación de un ama de casa y docente en un ícono de la lucha por los derechos humanos. Pero otros abordajes, intimistas, secundarios, como la tensión de pareja entre Carlotto y su marido por la total entrega de ella a la búsqueda de bebés apropiados durante la dictadura, están apenas esbozados. La película, de producción cuidada y corrección narrativa, se articula en tres tiempos. Predomina un “presente histórico”, que abarca la dictadura y principios de la democracia, en el que vemos a Carlotto con su esposo (notable Alejandro Awada) y sus cuatro hijos (Inés Efron encarna a Laura). Se intercalan, además, bellos y alegóricos flashbacks de Carlotto con su hija cuando era niña; y un presente realista, hecho de militancia, búsqueda incansable y emotividad, como los monólogos de Fernán Mirás y Laura Novoa (hacen de hermanos de Laura), destinado a un archivo por y para jóvenes que aún ignoran sus identidades. La dupla Pecoraro-Awada logra secuencias de enorme intensidad, con menos apelaciones a la retórica que a la sutil gestualidad, como corresponde en cine. Así transmiten la infinita angustia de no saber dónde está su hija; el efímero alivio de enterarse, por una compañera de cautiverio, que sigue viva; la durísima (y catártica) indignación al reconocer el cuerpo; la esperanza renovada de hallar al nieto. Sabemos el final (abierto) de esta historia: Carlotto sigue buscando. Para compensar la amargura, que ella sobrelleva con acción y dignidad, la película muestra, a modo de coda, a la verdadera Carlotto y distintos “finales felices”: los de jóvenes que se reencontraron con sus familias biológicas.
Una lucha en favor de la identidad y una vida dedicada a la búsqueda de su nieto De ser una señora de clase media que compartía su tiempo entre su familia y la docencia a ser una madre que vio modificada su vida luego del asesinato de su hija Laura, Estela de Carlotto decidió no dejarse vencer por la angustia y, con enorme esfuerzo, dedicó días, meses y años a tratar de hallar a su nieto, nacido mientras Laura estaba secuestrada durante los años más trágicos de la represión. Así nacieron las Abuelas de Plaza de Mayo, un grupo de madres y abuelas que, al igual que ella, habían perdido a sus seres más queridos en medio de la tumultuosa época de muertes, desapariciones y torturas. El novel director Nicolás Gil Lavedra tomó como base de este film la odisea de Estela y la trasformó en una cálida historia en la que, dejando de lado todo resquicio político, transita por los vericuetos más hondos del alma de esa mujer (o de esas mujeres) que nunca se dejó vencer. La trayectoria de la protagonista, a la que Susú Pecoraro le impone una notable sobriedad, una enorme calidez y una angustia que, no obstante, nunca es derrota, transita desde 1976, año de la desaparición y muerte de Laura, hasta nuestros días, en los que Estela, sin bajar los brazos, prosigue con su incansable búsqueda de ese nieto que imagina como un ser mágico que algún día volverá a sus brazos. Sin golpes bajos ni melodrama, confluyen miles de otras historias de esas mujeres argentinas anónimas que se levantan cada día para ir a trabajar, para cuidar a sus hijos y para llevar adelante una casa sin decaer en ningún momento en ese ferviente deseo de que aquellos nietos nacidos en cautiverio sigan vivos y, alguna vez, vuelvan a ellas. El realizador logró un relato que habla de nuestro pasado histórico más reciente. Al excelente trabajo de Susú Pecoraro se une un elenco que no halla fisuras en ninguno de sus intérpretes y ello, sumado a una notable recreación de época, a una impecable fotografía y a una música que combina lo más dramático con lo más optimista, surge un film que habla a la memoria, a esa memoria que no pide olvido ni perdón.
Cuando el dolor se transforma en esperanza “A veces me preguntan cómo se puede querer tanto a alguien sin conocerlo”, dice la protagonista de Verdades verdaderas. La vida de Estela, en el comienzo de la ópera prima de Nicolás Gil Lavedra. Y la respuesta está en la propia vida de Estela de Carlotto, que la película del hijo del ex camarista del Juicio a las Juntas refleja con un respeto sublime y con una intensidad dramática tan potente que, por momentos, uno llega a olvidarse que está frente a una pantalla. Y esa vida dedicada a la lucha por la restitución de los nietos apropiados durante la dictadura provoca empatía con una mujer que trabajó sin descanso, doblegando el esfuerzo, aprendiendo lo que desconocía, en busca de memoria, verdad y justicia. Por eso, la pregunta que se formula Estela (Susú Pecoraro) tiene su propia respuesta en ella misma: se puede querer a alguien sin conocerlo físicamente porque es fruto del amor de su hija ausente, aunque constantemente presente en el recuerdo que acompaña su vida. Si la televisión ya se había ocupado del tema de la apropiación de bebés durante la dictadura militar y de la restitución de los nietos en Montecristo y en Televisión por la Identidad, el cine había ofrecido los notables documentales Nietos (Identidad y Memoria), de Benjamín Avila, y Botín de guerra, de David Blaustein. El tema en la ficción lo inauguró La historia oficial, de Luis Puenzo. Y Verdades verdaderas... trae la novedad del enfoque en la vida del mayor símbolo de la lucha por el derecho a la identidad. Pero lo hace desde una esfera íntima: no parte del personaje público que todos conocen y muchos admiran, sino desde la madre que busca a su hija, después que los asesinos con botas largas se la arrebataron; desde la esposa de un hombre con quien comparte alegrías y tristezas, y sobre todo el dolor por la pérdida; desde la docente que debe simular los llamados telefónicos de su hija en la clandestinidad, y desde la abuela que comienza a buscar a su nieto cuando se entera por una joven que su hija Laura estaba embarazada antes de ser asesinada por los genocidas. El modo de construcción del relato de Verdades verdaderas... es ambicioso: la narración no es completamente lineal, sino que Gil Lavedra, junto a los guionistas Jorge Maestro y María Laura Gargarella, diseñaron una compleja estructura que transita por distintas épocas. Arranca en el fin del año 2009, con la familia Carlotto celebrando y, a la vez, recordando las pérdidas, pero con la esperanza renovada de poder encontrar a Guido, el nieto que la Estela real aún hoy sigue buscando. Luego, la historia se sitúa poco tiempo antes de la dictadura, donde se ve a los hijos militando en una agrupación política. Y posteriormente, todo lo que ocupó la vida de Estela: la clandestinidad de Laura (Inés Efron) perseguida por los militares; el secuestro de Guido, el marido de Estela (Alejandro Awada); la búsqueda de su hija por sitios oficiales y por los juzgados, la noticia del asesinato de Laura (al que los militares quisieron disfrazar de “enfrentamiento”), el encuentro con otras madres, la primera vuelta a la Pirámide de Mayo, la confirmación del nacimiento de su nieto Guido y la necesidad de que otros de sus hijos se exilien. Y entre cada uno de estos sucesos, algunos hermanos de Laura (Fernán Mirás, Laura Novoa) le hablan imaginariamente a su sobrino Guido, frente a una cámara, en la actualidad, construyendo una suerte de memoria familiar. Y el final vuelve a situar la historia en tiempo presente, con el personaje de Carlos Portaluppi –un hombre que tiene a su compañera desaparecida– viviendo en la sede de Abuelas una situación inolvidable que dejará una marca indeleble en su alma. Si las actuaciones de Portaluppi y de Alejandro Awada no sólo son creíbles, sino también muy precisas, la interpretación de Susú Pecoraro es de un nivel supremo: contagia emoción a grandes dimensiones, construye con naturalidad la personalidad de una mujer que se quiebra pero que sigue buscando la verdad, compone con soltura a una persona que en la actualidad puede asegurarse que es de las más respetadas no sólo en la Argentina sino también en el mundo, pero que sobre todo es amada por muchos argentinos que valoran su temple para transformar el dolor en esperanza. Y encarna su coraje. Porque valiente no es quien no tiene miedo, sino quien, a pesar del miedo, sigue adelante. Todas esas características de Estela de Carlotto están condensadas en el rostro, el cuerpo y los sentimientos que tan brillantemente transmite Susú Pecoraro.
Conmovedora de principio a fin, Verdades Verdaderas - La vida de Estela, se propone ser, y lo logra, una intensa radiografía del itinerario vital de la representante de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto. Pero esta auspiciosa pieza inicial del realizador Nicolás Gil Lavedra no sólo focaliza en la vida de esta extraordinaria mujer, sino también de sus afectos fundamentales, su entorno y el doloroso contexto de los tiempos del gobierno de facto detentado por militares y civiles. Por lo cual termina siendo un insoslayable homenaje a esa entidad esencial, a los nietos recuperados y a la búsqueda de los nietos apropiados. El film que va bastante más allá de la mera biografía cinematográfica y por momentos alcanza la estatura de una obra abarcadora de toda una época de la Argentina, de sus tragedias y resurrecciones. A través de un interesante libro cinematográfico de Jorge Maestro y María Laura Gargarella, que quizás debió trabajar aún más los diálogos, la película abarca un extenso período que se adelanta a los hechos más significativos de la historia, haciendo incluso una breve referencia a la represión incipiente del gobierno de la otra Estela, Martínez de Perón. Gil Lavedra, con cierto aire de veteranía para un joven nacido con la vuelta de la democracia, se muestra riguroso con los hechos históricos, dándose el gusto de incluir detalles expresivos y visuales que escapan a lo convencional, sin emplear elementos enfáticos, melodramáticos o discursivos innecesarios. Quizás por ello mismo, el film logra sacudir con escenas de fuerte impacto emocional que se suceden sin frenesí pero a la vez sin pausas. Con un párrafo especial para la música de Nicolás Sorín, las actuaciones son un pilar inmejorable, empezando por una entrañable y encendida Susú Pecoraro, acompañada por un excepcional Alejandro Awada, a la cabeza de un compenetrado elenco.
La lucha eterna Estela Barnes de Carlotto era una ciudadana común de La Plata hasta que estalló el Golpe de Estado en Argentina en 1976, su hija Laura fue asesinada y su nieto Guido desaparecido; esto la llevó a convertirse en una ferviente defensora de los derechos humanos y presidenta histórica de la Fundación Abuelas de Plaza de Mayo...
La historia íntima de una luchadora Con inteligencia y sensibilidad, el director Nicolás Gil Lavedra aborda la vida de Estela de Carlotto a partir de los momentos íntimo de una familia. Extraordinaria Susú Pecoraro, en un elenco que completan Efrón y Awada. Abordar la figura de Estela de Carlotto, por lo que significa su lucha por los Derechos Humanos al frente de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, sin ninguna duda no es una tarea sencilla. Carlotto representa a miles de personas que fueron obligadas a cambiar su vida a partir de la pérdida de uno o varios seres queridos asesinados por el terrorismo de Estado de la última dictadura y aun así, en medio de la tragedia, siguieron luchando para que se haga justicia y para recuperar la identidad de decenas de chicos apropiados por la represión. Ahora bien, Nicolás Gil Lavedra podría haber optado por el camino de la biopic para plasmar en pantalla la vida de Estela de Carlotto y hasta darle un tono épico al relato. Sin embargo, el realizador decidió contar una vida a partir de los momentos íntimos de una familia de clase media, y en particular, de la que sería la presidenta de las Abuelas pero que en los años ’70 era una simple docente y ama de casa de la ciudad de La Plata, para nada comprometida con el explosivo clima político de la época, que sufre el secuestro de Laura y que por testimonios de algunas compañeras de cautiverio de su hija se entera que estaba embarazada, una noticia que después fue corroborada por el en ese entonces novedoso análisis de ADN . Con una reconstrucción de época que logra captar usos, costumbre y sobre todo el clima de esos años, la película va avanzando sobre la historia familiar, que resume la de tantas, con pinceladas de reuniones festivas, la militancia de Laura (Inés Efron), el pase a la clandestinidad y, luego, la búsqueda desesperada de Estela (extraordinaria Susú Pecoraro) en las siniestras oficinas del Comando en Jefe del Ejército, el derrumbe psicológico de su esposo Guido (Alejandro Awada), la recorrida por la Casa Cuna para encontrar a su nieto, los pasillos de Tribunales, las reuniones con otros familiares, las primeras rondas en Plaza de Mayo y la descarnada noticia del asesinato de la joven. Con inteligencia y sensibilidad, el film aborda entonces la tarea de Estela desde la asociación para recuperar a todos los nietos desaparecidos, dejando en claro que tragedia personal sólo es tolerable desde la lucha colectiva. Para el final, Verdades Verdaderas reserva un momento luminoso, donde la causa de las Abuelas adquiere sentido, con nombres, apellidos y rostros sonrientes y claro, la propia Estela de Carlotto en pantalla, testimonio viviente de que la búsqueda continúa.
La búsqueda interminable “Cómo querer tanto a alguien sin conocerlo”, dice la voz en off mientras la cámara corre sobre las hojas de los árboles en el suelo. La frase es la clave de Verdades verdaderas, la película de Nicolás Gil Lavedra que cuenta la historia de Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. El director, que nació el año de la recuperación de la democracia, logra una historia sencilla, con algunos quiebres de la linealidad, flashbacks y saltos temporales que le dan ritmo a la crónica de una tragedia familiar. La misma de cientos de familias argentinas víctimas del terrorismo de estado entre 1976 y 1983. Susú Pecoraro pone corazón y lágrimas al personaje de Estela, acompañada por un elenco de primeros actores: Alejandro Awada?, conmovedor en el rol de Guido, el marido de Estela; Inés Efrón, siempre poderosa, como Laura, la hija asesinada, madre en cautiverio; Laura Novoa, Claudia, la otra hija de Estela; Carlos Portaluppi, breve y contundente en medio del universo mágico de las Abuelas. Verdades verdaderas, título poco convincente, enfoca el tema de la búsqueda de los nietos apropiados, la batalla de las ancianas que no bajan los brazos porque plantean la memoria como un derecho. Estela era una mujer de clase media, igual a muchas, ama de casa, directora de escuela primaria, una señora que veía crecer a sus hijos y no quería que se metieran en nada raro. La actriz va oscureciendo la mirada sin perder el toque de ingenuidad que la salva de la locura. Cuando esto va a ocurrir, con todo desmoronándose, aparecen las otras mujeres que tampoco pudieron ver crecer a sus hijos e hijas. Rita Cortese aporta lo suyo en el inicio de las marchas de los jueves en la Plaza de Mayo, cuando eran apenas un puñado de mujeres custodiadas por los militares. La película, bien fotografiada, con buena reconstrucción de época en ambientes y vestuario, visita cada estación del recorrido doloroso. No hay información nueva ni reflexiones, sólo la cámara que muestra cómo surgió la institución y la lucidez de ellas al crear el Archivo Biográfico Familiar, cajas con los tesoros que heredan los nietos cuando recuperan su identidad. El tono de la película es emotivo y dramático, emoción que depende del vínculo del espectador con el tema. Por eso molesta la música subrayando las escenas, un estorbo en el escenario de la tragedia. Verdades verdaderas se plantea como un legado, tal como el registro que Estela graba para su nieto Guido. “Alguna vez será”, dice soñando con el futuro.
El tesón que vence el horror La figura de Estela de Carlotto fue elegida por Nicolás Gil Lavedra como protagonista de su primer largometraje. Su figura oficia como testimonio de tantas mujeres no militantes a las que la injusticia presiona en el surgimiento de una actitud militante. Actualmente es Presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, entidad de la que fuera una de sus fundadoras. Docente en La Plata, madre de cuatro hijos, tres de ellos militantes, su hija Claudia, estudiante de historia fue secuestrada en el "77, embarazada y el niño que habría nacido en julio de 1978 en cautividad, permanece desaparecido. Su entrevista con un importante militar durante la época del Proceso, confirmó la muerte de la joven y su cadáver le fue entregado en agosto de 1978 cuando ya Estela de Carlotto, dedicada a la familia y a su hogar hasta ese momento, había comenzado a participar de las actividades de Madres de Plaza de Mayo. LA EPOCA El filme está construido en forma biográfica y abarca un período que va de 1975 hasta nuestros días, no en forma cronológica, con ciertos momentos anteriores referidos a la infancia de la joven desaparecida y sus hermanos. Tradicional en su línea, con fuerte subrayado en la emotividad, la película tiene una correcta reconstrucción de época que se remite a un sector barrial, donde sucede la acción y ciertas instituciones, en las que se gestiona la búsqueda de Claudia Carlotto. Un final con la presencia del personaje real, la constancia de la recuperación de quinientos nietos por la Asociación, la creación del Banco Nacional de Datos (1987), primero en el mundo y de un Archivo Biográfico Familiar, que apuntala la memoria, testimonian importantes logros sociales. Susú Pecoraro, en una madura y emocional interpretación, rodeada de un excelente grupo actoral, encabeza esta producción de buen equilibrio dramático y algún pequeño desborde en la utilización de la continuidad musical.
Un aprendizaje Las cosas están un poco revueltas en el cine nacional. Por un lado, un INCAA que maneja su política de subsidios de una forma poco clara (además de haber perdido la línea acerca de qué cine quiere y qué cine no quiere, eso se puede ver en el Festival, por ejemplo, donde los discursos dicen una cosa y las acciones celebran otras) y un Gobierno que está metiendo demasiada mano en la producción audiovisual, confundiendo un cine político con cine partidario: ahí están Juan y Eva y Eva de la Argentina como muestra de un cine kirchnerista, militante, que para colmo de males ni siquiera son expresiones defendibles desde un punto de vista cinematográfico. Pero por otra parte tenemos un grupo amplio de la prensa/crítica, que ante el mínimo gesto lee manipulación, propaganda, exagerando el gesto adusto y haciéndonos creer que nunca se comieron ningún sapo (muchachos, después son aplaudidores profesionales en cuanto festival de cine los invitan, les dan hotel, cenas, beneficios y wi-fi gratis; seamos serios). Convengamos que lo de “comerse sapos” no fue muy académico, pero es un poco más elegante que decir que han convertido esta práctica amable de la crítica cinematográfica en algo parecido a un puterío: el reciente affaire Minghetti es una demostración cabal de todo esto, con acusaciones de un bando y del otro. En el medio, entonces, el cine, como rehén involuntario. Entonces, películas como Verdades verdaderas. La vida de Estela. Debo reconocer que de no haber visto anteriormente el corto Identidad perdida, de Nicolás Gil Lavedra, también hubiera tenido algo de temor ante la película. No sólo por la forma en que el tema pudiera ser abordado y utilizado, sino también por aspectos formales que el cine nacional no ha podido pulir cuando se acerca a las biografías, a la historia, a sus personajes emblemáticos: solemnidad, una seriedad de mármol, temor y una manipulación espantosa de los personajes en pos de las tesis que se deseen sostener. Y encima -sepa disculpar el prejuicio- un director debutante. Pero como dijimos, Gil Lavedra había abordado en aquel corto el mismo tema, el de las identidades robadas durante la última dictadura, con una sutileza poco frecuente, con una madurez envidiable para alguien que hacía sus primeras herramientas en el arte del cine y que no se dejaba llevar por las pasiones sin por eso demostrarse desapasionado. Verdades verdaderas. La vida de Estela es un film riguroso en su construcción, cristalino en sus objetivos y ambicioso en la forma: ir y venir en el tiempo para contar el aprendizaje de una mujer, Estela de Carlotto, desde que es una docente alejada de la política hasta que se convierte en una mujer comprometida con una causa. Y es en ese camino, que es el del aprendizaje, donde Gil Lavedra reconfirma viejos logros, y más, al mantener una moderación y contención absoluta para retratar una historia tan increíble que parece parida por la ficción. El director toma la distancia justa, la precisa, esa que se hace necesaria para no dejarse llevar por el personaje y concentrarse en contar el cuento con sapiencia y con un horizonte preciso: quienes están allí son Estela de Carlotto y Guido Carlotto (estupendos Susú Pecoraro y Alejandro Awada), pero el film lo que hace es ser el reflejo de una causa, incluso más allá de las personas y los personajes. Estamos ante un film político que despartidiza el discurso permitiendo que el tema se universalice, que es la única manera posible de entender el dolor, de comprenderlo en su justa medida, y resignificarlo. Film ambicioso desde lo narrativo, con sus saltos temporales y su ir y venir del pasado al presente más o menos cercano, Gil Lavedra ya había demostrado cierta osadía al elegir para su opera prima un tema y un personaje tan fuerte. Pero película que no se consuma en su tesis ni en su tema al fin, hay algunos momentos formales bellos como cuando Estela baja una escalera bajo la lluvia torrencial o ese en el que recibe, finalmente, el cuerpo de su hija. También un acertado traveling sobre el final, donde una caja con testimonios destinados a Guido Carlotto (el nieto) se mezcla con otras en una estantería, y las voces en off se funden y confunden haciendo de la causa algo general, sacando el conflicto de lo particular hacia lo universal. Que las mejores escenas de una película en la que el director es debutante y donde el tema ha sido real sean aquellas más duras, habla de un gran manejo del realizador para trabajar en una cuerda sensible, que no se excede en sentimentalismos. Incluso, es interesante ver que no hay actuaciones fuera de registro, sorprendente si en el elenco está Carlos Portaluppi, que tiene como una tendencia a irse un par de tonos más arriba. Uno podría achacarle a Verdades verdaderas. La vida de Estela cierta falta de ritmo en su segunda parte, incluso que por su evidente contención sobre el drama, se pueda poner algo llana en cuanto a las emociones y su costado melodramático, sin explotar nunca, demasiado maniatada. También suenan un poco extemporáneos esos inserts finales, donde aparecen los verdaderos nietos recuperados por Abuelas de Plaza de Mayo, que se acercan más a un spot publicitario que a un elemento cinematográfico en completa cohesión con el resto del relato, y que le quitan esa atemporalidad saludable que había mantenido hasta entonces. Son detalles, seguramente. Lo importante es que Verdades verdaderas… logra correrse de lo expuesto en el primer párrafo y que justifica su existencia con herramientas nobles y saludables.
Estela era una docente común y corriente de La Plata, con las fortalezas y debilidades de cualquier maestra argentina. Hasta que un mal día, en noviembre de 1977, las fuerzas paramilitares le secuestran a Laura, una de sus hijas. “Verdades verdaderas/La vida de Estela”, prolijamente dirigida por Nicolás Gil Lavedra, relata el derrotero de esa maestra que por una consecuencia natural se convirtió en la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Uno de los puntos altos del filme, ópera prima del hijo del diputado y juez Ricardo Gil Lavedra, fue que evitó el panfleto. Ese lugar común, estereotipado y maniqueísta, en el que caen este tipo de realizaciones encolumnadas en lo que se conoce como películas comprometidas. Susú Pecoraro y la emotiva participación de Carlos Portaluppi son la frutilla del postre de una película simplemente imprescindible.
El coraje que vence al miedo
Cuando uno ve las generaciones que no vivieron en carne propia el golpe militar de 1976 en nuestro país, siente siempre la necesidad de transmitirles lo que sucedió, de manera vívida y concreta, para funcionar como memoria activa de un hecho que no debemos dejar que se repita. Los pueblos, dicen todos, deben recordar quienes lastimaron su trama social y obrar en consecuencia para protegerse. Las palabras son útiles, los relatos orales también,... Pero a veces la contundencia de una narración fílmica se impone como medio para transmitir memoria, esa que no debemos perder y en la que hay que trabajar mucho. Dicho esto, no es fácil abordar la crítica de una película sobre la vida de Estela Carlotto, Presidenta de Madres de Plaza de Mayo. Es una figura central en la historia argentina moderna. Reconocida mundialmente por su lucha, esta asociación se ha destacado por haberse enfrentado a lo más nefasto de su tiempo y haberse impuesto en su tenaz contienda. Para los más jóvenes, Carlotto junto a otras madres (y abuelas), hicieron caminatas enfrente mismo de la Casa de Gobierno donde los genocidas residían para clamar por justicia y conocer el destino de sus hijos desaparecidos. 30000 fueron y Carlotto perdió en esa triste etapa a una hija físicamente y a su nieto, a quien sigue buscando desde esos años. La película de Nicolás Gil Lavedra es simple, esquemática y no presenta mucha sorpresa. Evita el manejo de archivo y se centra en mostrar la transformación, lenta pero sostenida, de Estela (Susú Percoraro) de directora de escuela y madraza en líder de los derechos humanos en nuestro país. Cuando la película arranca, Estela y su familia viven los meses previos al Golpe de Estado en estado febril: una de sus hijas, Laura (Inés Efrón), milita activamente en el peronismo de izquierda y su activismo la hace señalada por los servicios. Su padre, el "tano" (Alejandro Awada), la cuida como puede, pero sabe que la situación va a complicarse aunque intenta extremar las medidas necesarias para su seguridad. Todo es en vano, como ya todos sabemos, su hija será una desaparecida más. Pero no solo eso, la hija de Carlotto estaba embarazada en el momento de su detención (clandestina), por lo que los militares esperaron que tuviera su hijo para arrebatárselo, y luego matarla, como tantos otros casos de robos de bebés enmarcados en ese sistemático y maquiavélico plan. El film, decíamos, empieza con esos años y continúa hasta nuestros días, aunque lo más jugoso (en términos cinematográficos e históricos, diría), se encuentra en la lucha de esa familia por sostenerse en pie y cuidarse en aquellos oscuros días de nuestra patria. Es tan fuerte lo que uno ve (sobre todo para quienes lo vivimos), que es difícil despegar esta cinta de lo que significa para el espectador. Es la historia de una madre buscando justicia, pero también es el relato de un pueblo que no quiere olvidar, no debe olvidar el tiempo en que le arrebataron sus sueños de progreso y le mataron una generación rica en ideas y convicciones. Eso moviliza. Desde la butaca, se siente la atmósfera espesa y se evoca mentalmente, cada segmento desde lo cronológico y factual con dureza: esto es un golpe al corazón, pero hay que verlo. El guión es quizás el punto más flaco de la película, siendo que hay aspectos centrales en la vida de Estela que quedan dejados de lado. Esta bien, siempre serán un recorte, pero en esta ocasión, se busca darle vuelo a la figura humana de la líder y no a sus actividades como defensora de los derechos humanos, visión que a veces se centra demasiado en lo doméstico (más de lo necesario) y pierde de vista la interaccion con sus compañeras de lucha, que aparece poco y con muchos saltos narrativos. Los secundarios se lucen en sus roles, (Laura Novoa entre las más desatacadas) pero como producto final, uno tiene que decir que el film muestra un lado flaco: es una tendencia a no terminar de construir el perfil público de Estela, cuestión que al público le interesa y mucho. Es decir, promediando la cinta ya tenemos claro que clase de persona ella es, (Susú Percoraro hace una enorme composición) pero su obra trascendente, el cómo nació Madres de Plaza de Mayo como institución pionera en este tipo de lucha contra los crimenes de Lesa Humanidad, está incompleta y nos parece necesaria, para dar un marco más rico al relato que se expone. Más allá de eso, "Verdades verdaderas" es de esas películas que deben ser vista por alumnos en todos los establecimientos educativos del país. Su labor, su mensaje, vas más allá del producto fílmico, sino que es memoria activa de una tramo vital para entender nuestra historia moderna. Desde ese punto de vista, es de visión obligada
Elegir la esperanza Que un joven realizador elija para su ópera prima un tema anclado en el contexto de la última dictadura militar; adopte el poco frecuente formato biográfico (biopic) y además situado sobre el eje de un personaje no fallecido, crea una serie de prejuicios respecto de la forma de abordaje. Porque asecha siempre el riesgo de caer en defectos frecuentes del cine nacional reciente, como el acartonamiento y la manipulación. Algo que afortunadamente no ocurre en la asombrosa película de Nicolás Gil Lavedra, quien con sutileza poco frecuente y madurez supera el riesgo de trabajar con una historia dolorosa y delicada. “Verdades verdaderas...” reconstruye la vida de Estela de Carlotto, desde que era una simple ama de casa, madre y docente en la ciudad de La Plata hasta convertirse en presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Lo hace apelando a una narración clásica, que no enfatiza el costado épico del relato, sino que busca contar una trayectoria paradigmática a partir de los momentos íntimos de una familia de clase media; en particular, de quien en los años setenta era una mujer para nada comprometida con el explosivo clima político de la época, hasta que sufre el secuestro de su hija Laura, de quien se entera que estaba embarazada y dio a luz en cautiverio. Un tono propio El mérito de la película es alcanzar un tono propio desde lo técnico y artístico, distinguiéndose así del abundante corpus de películas sobre temas semejantes. Para esto, cuenta con una sólida narración que va y viene en el tiempo (de los setenta al 2009), con un excelente trabajo de ambientación y maquillaje, para la reconstrucción de época. La dirección cuida en lo posible que lo que ya se mostró sobre el tema, el espectador no lo tenga que volver a ver, resignificando las cosas sin repetir, buscando originalidad en la manera de contar, lo que hace de modo clásico, con necesarios quiebres de la linealidad por los saltos temporales que le dan ritmo a la crónica de una tragedia familiar y de cientos de familias argentinas de esa época. El tono de la película es emotivo y dramático, sustentado en un guión equilibrado para seguir tanto los largos momentos de calvario y lucha, como los fugaces momentos de felicidad hogareña y las pequeñas alegrías que fortalecen el alma para seguir adelante. Párrafo aparte para las estupendas actuaciones, donde Susú Pecoraro inmejorablemente le pone el cuerpo y el corazón al personaje de Estela, acompañada por un elenco memorable de grandes actores, donde se destaca Alejandro Awada, conmovedor en el rol del marido, y la sólida Inés Efron, como Laura, la hija. Enfocar la historia de Estela de Carlotto básicamente como una historia de amor y esperanza es uno de los mayores méritos de la película, que trabaja en una cuerda sensible pero sin excederse en sentimentalismos. Contenida y moderada, puede achacársele cierta falta de ritmo o lo extemporáneo de los inserts finales, donde aparecen personas reales y no personajes, rompiendo la cohesión cinematográfica del resto. Pero más allá de lo que pueda opinarse respecto de estas decisiones narrativas o su poco afortunado título de rima casi infantil, sobran motivos para elogiar esta historia que busca momentos formales muy logrados, acordes con su guión que evoluciona como su protagonista, desde la tragedia personal a la lucha colectiva en un conflicto que va de lo particular hacia lo universal, dejando un emotivo homenaje a las mujeres que se hicieron heroínas sin pretenderlo.
Una apuesta a más finales felices Verdades verdaderas hace justicia a la figura elegida. La actuación de Susú Pecoraro es digna de la gran actriz que es. De qué manera decir tanto, de qué forma abordar lo mucho. Porque el cariño y respeto hacia la tarea de Abuelas de Plaza de Mayo, cuya figura emblema es una mujer extraordinaria, puede ser lugar seductor para una transposición fílmica pero también origen de dudas narrativas. En ese tránsito que se juega desde la Historia con mayúscula hacia el guión de cine el camino a seguir habrá de ser estudiado y pormenorizado, así como guiado por una confianza intuitiva. Se señala esto porque a criterio de quien firma esta nota seguramente deba haber primado el buen impulso de un espíritu confiado, así como descansado en la admiración moral y cívica que despierta la retratada. La ópera prima de Nicolás Gil Lavedra, así como demuestra soltura narrativa, quizás haya seguido algunos de estos parámetros, así como lo que refiere a la tarea de sus guionistas: María Laura Gargarella y Jorge Maestro. En otras palabras, Verdades verdaderas es una muy buena película, atenta con su figura/personaje elegida, rebosante de cariño, ausente de golpes de efecto. La personificación de Susú Pecoraro en el papel de Estela de Carlotto es digna de la gran actriz que es, y mucho más se disfruta cuando espectador y actriz se olvidan del gesto mimético y se asumen como reelaboración; es decir, allí cuando la película toma conciencia de que es un homenaje de cine y de amor hacia quienes hubieron de hacer primar un principio de razón y de estado allí donde no había ni uno ni otro. Si Pecoraro es guía irreemplazable para el film --como si le supusiera una continuidad respecto de esa otra madre admirable que compusiera en Roma (2004), de Adolfo Aristarain?-, lo es también por el soporte exacto que le supone Alejandro Awada, marido y hombre de palabras cada vez más apagadas, así como de principios inquebrantables y momentos límites. Quienes sí se quiebran, por momentos, pero con la paz interior de saberse amparados por abuelas tan bellas, son los mismos espectadores. Es a ellos a quienes los testimonios a cámara van dirigidos, con el nombre de Guido --nieto sin recuperar de Estela de Carlotto?- como palabra digna, de restitución familiar, moral, social. Uno de los momentos más impactantes de Verdades verdaderas estará apuntado por el llanto de felicidad y tristeza con el que Estela recibe la aseveración de que es, efectivamente, abuela. En ese rito de exhumación y renacimiento se juega no sólo la historia de vida de la protagonista, sino el devenir de una sociedad entera. Verdades verdaderas encuentra, también, la mejor manera de hacer entender que el cine no tiene por qué prescindir de un final feliz. Es más, son muchos --y varios más por venir-? los finales felices que la película elige y promete.
La mujer inmensa Es curioso filmar una biografía en vida, aunque a veces suele ocurrir, bienvenida esta que toma la particular historia de Estela de Carlotto, y su realizador Nicolás Gil Lavedra la hace funcional, con verdadero respeto y sin caer en golpes bajos o esteretipos. La figura significativa de una mujer que salió a pelear la vida por la desaparición de su hija secuestrada primero y la recuperación de su nieto nacido en cautiverio después, qué demostró junto a muchas otras abuelas que podía ser posible la recuperación de la identidad de niños apropiados en tiempos de la dictadura argentina. Este filme es honesto y por ello consigue mostrar parte de la historia vivida con una recreación de época correcta, con un guión bien armado por Jorge Maestro y María Laura Gargarella, una eficaz labor actoral tanto de Susú Pecoraro -de notable peso y aproximación perfecta- como de Alejandro Awada que encarna a su marido Guido Carlotto -con economía de palabras, dando un increible capolavoro-, y hay una escena con Carlos Portaluppi que emocionará a la platea en general, y que no rebelaremos aqui. Merecido filme, casi de obligatoria visión para todo aquél que le importe el pasado nacional como el futuro, porque la lucha sigue, siempre, esa mujer inmensa nos enseña, nos da un ejemplo infinito.
Esta hagiografía de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo parece hecha en los 80: viñetas más o menos ilustrativas sobre un personaje y mensaje explícito. Susú Pecoraro está muy bien, pero eso es casi de perogrullo, dado su oficio. El espectador se preguntará qué pasa con el señor Carlotto en el desarrollo del film, y esa pregunta descubre la debilidad del proyecto: es que aquí no debe haber ni una contradicción, ni una duda, ni un gesto que haga de la protagonista algo más que una (pobre) estampita.
Filme tan necesario como emocionante, suma además en su excelente dirección de actores. No existen palabras que permitan expresar en su justa medida todo lo que, a través de una lucha que lleva casi 35 años, las Abuelas de Plaza de Mayo han hecho por la justicia, la verdad y la dignidad de todos los argentinos. Y entre ellas, entre todas nuestras abuelas está la presidente de la organización, Estela de Carlotto, una mujer que es uno de los mayores ejemplos morales de nuestro país y que a partir de su lucha que no cesa, siempre transmite convencimiento y serenidad. La estatura y el conocimiento público que existe sobre ella hacen que la idea de Nicolás Gil Lavedra de debutar en el cine con un biopic sobre esta notable mujer pareciera temeraria. Pero Verdades verdaderas, la vida de Estela es una película tan sensible como inteligente que capta la esencia del personaje en cuestión a la vez que esquiva los problemas que podría acarrear acercarse a la figura de una persona tan presente. Verdades verdaderas... arranca allá por mediados de la década de los 70 retratando el día a día de los Carlotto, una familia como cualquier otra. Estela, una docente que prefiere que su familia no participe de la política, su marido Guido, o simplemente "el tano", una persona con ideas claras y conciencia política, y cuatro hijos de los cuales tres (Claudia, Kibo y Laura) pertenecieron a la Juventud Universitaria Peronista. El núcleo familiar básico se completa con Remo, el hijo no militante. El retrato familiar es de una sensibilidad sorprendente, Gil Lavedra logra transmitir la cotidianeidad de los Carlotto generando una cercanía pocas veces vista. Claro que para generar esa proximidad fue fundamental un buen casting y una excelente dirección de actores. Susú Pecoraro vuelve a ofrecer una actuación memorable, con la frescura y perfección de su trabajo durante todo el metraje, Susú es Estela. Alejandro Awada ofrece una composición con el mismo nivel de excelencia y naturalidad interpretando a un Guido que emociona por su fortaleza y su convicción. Incluso Ines Efrón, una actriz cuyos defensores debemos admitir que lleva consigo cierta puerilidad que transmite a casi todos sus personajes, logra darle carnadura a Laura Carlotto, una mujer joven desbordante de energía y fervor militante. Justamente el rol de Laura es central, ya que ella es la hija de Estela que en cautiverio dio a luz al nieto apropiado que Abuelas de Plaza de Mayo buscan desde hace más de tres décadas. A la hora de cerrar el relato Nicolás Gil Lavedra comete algunos pequeños pecados de juventud al provocar la sensación de falsos finales. Pero todo ello tiene justificaciones posibles (la nevada remite a un diálogo entre Estela y Laura cuando esta era niña y los “finales felices” le ponen imagen y proximidad a los fríos números que intentan mensurar la tarea de las abuelas) mientras que la aparición en la pantalla de la verdadera Estela de Carlotto disimula esos fallos y le agrega emoción.
El medido tratamiento narrativo y su calidad técnica destacan a esta ópera prima Lo primero que surge como apreciación de esta obra es que no incurre en lo panfletario. Eso es muy atinado, porque los que piensan diferente no se van a sentir ofendidos. Esta producción resume la historia de Estela de Carlotto y su marido. Aquí están ellos, sus hijos, su familia, sus amigos. Los afectos y desarraigos. El miedo y la lucha. Narra lo que nos pasó. Aquí no hay mentiras y, lo que es aún mejor, está presentado en forma muy medida. La actuación de Susú Pecoraro como Estela, impacta. En su composición fueron respetaron los tiempos transcurridos en el relato y el maquillaje respectivo, cosa que muchas veces no es común en nuestras producciones. Otro tanto ocurre con Alejandro Awada, Fernán Mirás, Inés Efrón y Carlos Portaluppi. “Verdades verdaderas. La vida de Estela” está muy bien contada. Es una historia de vida que no confunde. Al contrario, Nicolás Gil Lavedra en su debut cinematográfico cuidó todos los detalles y los puso al servicio de los demás técnicos. Digno de destacar es el tratamiento del sonido por parte de Alexis Stavropulos, quien supo ajustar los planos sonoros requeridos por las escenas, donde todos los diálogos, aun los más íntimos, se entienden plenamente, aspecto digno de ser puesto de relieve, pues una de las fallas técnicas más notorias en las actuales producciones nacionales es el muy deficiente tratamiento sonoro, lo que contribuye al alejamiento del espectador de nuestras realizaciones. Estas cosas que aquí se destacan con tanta pasión tendrían que ser normales, pero eso no es lo que sucede con frecuencia en nuestra cinematografía. Por los aciertos puntualizados esta realización es una de las más destacadas del año. Muchos son los motivos: En primer lugar, contribuye a recordarle a las nuevas generaciones que siempre hay que luchar y nunca dejarse avasallar; en segundo término, las actuaciones son impecables; finalmente, la parte técnica cumple al cien por ciento con su cometido, lo cual indica que nuestros cineastas disponen ,en este aspecto, del equipamiento apropiado, por lo tanto, las notorias deficiencias que en tal sentido se observan en nuestros productos audiovisuales con llegada al público se deben fundamentalmente a impericias de los responsables de activar el equipamiento
El film dirigido por Nicolás Gil Lavedra, con un destacado elenco, encabezado por Susú Pecoraro en el papel de Estela B. de Carlotto, Alejandro Awada, Laura Novoa, Fernán Mirás, Inés Efrón, Carlos Portaluppi, Nicolás Condito, Guadalupe Docampo, Guido Botto Fiora, Rita Cortese, Elcida Villagra, Elvira Onetto y Elvira Villarino. El libro cinematográfico de Jorge Maestro y María Laura Gargarella abarca el período de la vida de Estela Barnes de Carlotto, comienza en 1976 hasta la actualidad; va mostrando las distintas etapas de su vida, una esposa de clase media divide su tiempo como muchas otras mujeres, entre la familia y la docencia, pero su vida no resulta ser común cuando sus hijos crecen y todo se ve perturbado cuando su hija Laura (interpretada por Inés Efrón) primero es secuestrada en noviembre de 1977, pasando a ser una desaparecida (en tiempos de dictadura) para luego ser asesinada. Esta mujer debió tomar valor y comenzó a buscar a su hija incesantemente por todos los lugares posibles, debiendo soportar ofensas, dolor y humillación, nunca se quedo quieta, en ese transitar se fue encontrando con otras madres que padecían la misma situación, y de esta forma nace Abuelas de Plaza de Mayo. A medida que vamos viendo su desarrollo, debemos destacar el brillante trabajo que realiza Susú Pecoraro, entre el pasado y el futuro, en esto además debemos resaltar el trabajo del equipo de vestuario, decorado y maquillaje; matiza muy bien Alejandro Awada como el tano, padre de cuatro hijos (Laura Estela, Claudia, Guido Miguel y Remo), quien debe contenerse pese a que comienza a saber de las torturas, su mirada ya no es la misma que la de una parte de los ciudadanos, porque descubre que en Argentina la situación cada día se pone más tensa y que existen los genocidas. Laura (Inés Efrón) una de sus hijas es detenida, secuestrada y asesinada; pero esto no es todo, al tiempo se entera que está embarazada. La angustia crece más cuando una mujer les cuenta casi en secreto que Laura aún vive y el mensaje es que busquen al bebe y que le den como nombre el de Guido, que investiguen en la Casa Cuna hacia fines de junio de 1978. La historia llega hasta el presente, porque Estela sigue buscando a su nieto Guido, no se da por vencida, y gracias a esto ella encuentra a otros 105 nietos perdidos a quienes ayudo a recuperar su verdadera historia. El relato no contiene golpes bajos, muchos somos los que sabemos de la desaparición de familiares, amigos y el robo de sus nietos, en épocas duras de la Argentina, (también existió en otros países), porque eso se encuentra reflejado en los: diarios, revistas y libros. El realizador logra que mantenga el ritmo, muy bien delineados los personajes y la recreación de época, desde los 70 hasta la actualidad, maravillosa la música acorde a las circunstancias y la fotografía y a muchos de los espectadores los hará vibrar emocionalmente, a descubrir a una mujer que nunca se rindió y volver a decir una y mil veces “nunca más”.
Desde la vuelta de la democracia, el cine ha reflejado los hechos ocurridos durante la última dictadura militar de diversas formas. Como en otras tragedias colectivas, la memoria no es siempre igual a sí misma, sino que se transforma con el paso del tiempo. Los cambios en las representaciones artísticas tienen que ver con cuestiones estéticas, pero también con la percepción social de los hechos. Por eso no sorprende que, en el contexto actual, cuando el tema de los bebés robados durante la dictadura cobró una visibilidad pública que nunca antes había tenido, aparezca una biopic sobre la Presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo. De La historia oficial (Luis Puenzo, 1985) a Verdades verdaderas. La vida de Estela -la película de Nicolás Gil Lavedra presentada en el reciente Festival de Cine de Mar del Plata, que se estrena el jueves 17- muchas cosas cambiaron. La ópera prima del hijo de uno de los jueces del Juicio a las Juntas -el radical Ricardo Gil Lavedra- cuenta cómo se transforma una directora de escuela y madre de familia –Estela de Carlotto- luego del secuestro y asesinato de Laura, su hija embarazada. A partir de entrevistas a Carlotto y su familia, María Laura Gargarella y Jorge Maestro escribieron nueve versiones distintas del guión hasta llegar al definitivo, con estructura marcada por la alternancia entre varios momentos históricos: la década del 60, 1975, los momentos posteriores al golpe y la actualidad. Más allá de algunos altibajos, la película cuenta con excelentes interpretaciones a cargo de figuras como Susú Pecoraro, Alejandro Awada, Rita Cortese, Inés Efrón, Carlos Portaluppi y Laura Novoa; que encarnan con franqueza la historia de esta familia platense de clase media atravesada por la brutalidad militar. En diálogo con El Guardián durante el Festival, Carlotto comenta la experiencia de verse retratada en la pantalla grande: “Yo no la puedo ver como una espectadora que evalúa una película, la veo en carne propia, me siento identificada con Susú, encuentro a mi marido en Alejandro Awada, veo a mis hijos en los gestos cotidianos. Son golpes de emotividad que a mí me conmueven muchísimo”. Y no es para menos, porque el trabajo de Pecoraro es realmente impecable. Carlotto cuenta que antes de la película no se conocían personalmente con la actriz, pero empezaron a reunirse y a charlar para preparar el papel y fue como si se conocieran desde siempre. “Susú me dijo ‘mirá, Estela, yo voy a hacer de vos pero no te voy a imitar, te voy a personificar, y quiero conocer cómo sos para personificarte bien’. Y los ademanes de ella, los gestos, las palabras, las pausas, todo eso a mí me mata cuando veo la película”, cuenta Carlotto, que en Mar del Plata la vio por tercera vez, con público, luego de haberla visto dos veces en privado. Pero Verdades verdaderas. La vida de Estela no es sólo una película. Para Carlotto, y también para el director, se trata de una herramienta para encontrar a los nietos que faltan, entre los que está Guido, el hijo de Laura nacido en cautiverio en 1978. Hace seis años, Gil Lavedra filmó un corto sobre lo que le pasaba a un joven cuando se enteraba de que podía ser hijo de desaparecidos, y lo donó a Abuelas para que lo utilizaran como un medio más de difusión. “A partir de ahí –cuenta el director- empecé a conocer a Estela y a compartir momentos con ella, y me fui enterando de aspectos de su vida. Ella me contaba cosas y a mí se me representaban en la cabeza como escenas de una película”. Pero a Carlotto no la convencía la idea de hacer una película sobre su vida: “No quería porque me siento una mujer común: yo barro la vereda. Y cómo van a hacer una película de una mujer común. Sé que lo que hago no es común, pero cualquier otra mujer en mi lugar haría lo mismo. El mazazo fundamental para que aceptara fue que podía servir como herramienta para encontrar más nietos y que esto se difunda en Argentina y en el mundo”. Y en ese sentido, la película tiene un potencial enorme. El trabajo de los actores, pero sobre todo el de Pecoraro, logra llegar al espectador como ningún discurso podría hacerlo: desde la emoción. “Al mostrar a la mamá, a la mujer, a la abuela, hace que otras personas se puedan identificar con Estela y no tomar distancia con respecto a la figura pública”, señala Gil Lavedra. Tan potente es la historia que, durante la proyección, hay momentos en que ficción y realidad casi se confunden. Algo de eso pasó durante la función del Festival presentada por Carlotto y Gil Lavedra. “Cuando Abel, el padre que trabaja con nosotros (interpretado por Portaluppi) encuentra a su hijo robado y llora desconsoladamente y se abrazan; en esa escena, la gente empezó a aplaudir. Estaban festejando un triunfo”, señala Carlotto. Varios triunfos, en realidad (105 al día de hoy), que no pertenecen al campo de la ficción sino que son el fruto de 34 años de trabajo. La película es, claramente, un producto de su tiempo. Tanto Carlotto como el director coinciden en que, en cada momento histórico, el cine se acercó al tema de la dictadura y de los bebés robados de manera distinta, a tono con lo que la sociedad necesitaba y podía ver. Gil Lavedra –que nació en el 83- comenta que, cuando se estrenó La historia oficial, la gente tenía miedo de ir a verla al cine: “En Argentina fue un fracaso comercial hasta que ganó el Oscar”. Carlotto, por su parte, reflexiona: “La historia oficial fue muy buena pero era tibia en lo que mostraba. En ese momento era lo ideal y lo posible, y después vinieron muchas otras: Garage Olimpo, Botín de guerra. Mostraban sobre todo los casos, que era lo que había que mostrar”. Pero luego de varias películas y, sobre todo, de la reapertura de los juicios por la verdad, señala Gil Lavedra, la sociedad ya ha visto y oído sobre los crímenes de la dictadura: “La gente lo vio y lo entendió. Cada película cumple su función. Hoy que ya no hay que discutir si pasó o no pasó, podemos hablar del drama humano, de cómo fue atravesar eso para una mujer común. Hoy podemos ver esto y dentro de un par de años seguramente vamos a poder conocer algo más”.
Abuela Estela La película cuenta la vida de Estela de Carlotto, presidenta de la asociación de las Abuelas de la plaza de Mayo desde que su hija desapareciera. Su lucha permanente nos cuenta su historia y la de su familia, reflejo de miles de casos similares que buscan desde hace 30 años a sus desaparecidos. Cuando uno se encuentra frente a un biopic (película biográfica) puede caer en la tentación de crear grandes figuras y enaltecer aspectos de esa persona con el fin de “endiosarlo”. Muchos directores pecaron de fanáticos, y muchos más rompieron la mística que rodeaba al personaje con el mero fin de narrar su historia. Este no es el caso. Si no conociéramos la historia de Estela de Carlotto, podemos decir que Verdades Verdaderas es una película dramática más sobre la época de la dictadura. ¿Qué quiero decir con esto? Este filme narra la historia de una mujer común, una directora de escuela, una mujer de clase media con una familia tipo y valores muy arraigados que se ve golpeada por el secuestro, muerte y desaparición de su hija y de su nieto. Pero, al conocer la lucha, los años de constante militancia y búsqueda, no podemos más que emocionarnos al reconocer en el rostro de Susú Pecoraro la historia de la Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. En estos rasgos, el director logra llegar al corazón a través de la emotividad y de lo intenso de algunas escenas (netamente actorales) y no a través de clichés o imágenes triviales de ese momento histórico. Es por eso que la narración del terror de la dictadura no se vive en las calles, o en las escenas de torturas y secuestros, sino que entra más profundamente al hogar y al trabajo de Estela, modificándola por completo así como a su entorno. Las actuaciones son brillantes, y el papel de Susú Pecoraro interpretando a Estela (nada fácil) es realmente admirable. Se puede conocer así a una mujer con un carácter que se va forjando a lo largo del filme, con una mirada benévola y un semblante que transmite paz (a pesar de todo lo terrible que le estaba aconteciendo). A ella se suman Alejandro Awada en un impecable y compañero marido: “El Tano”; Laura Novoa, Fernán Mirás e Inés Efron como los hijos y Carlos Portaluppi interpretando una de las escenas más fuertes y emotivas de la película. En cuanto a la narración, el director utiliza inteligentemente el salto temporal, entrelazando continuamente entre el presente y el pasado, para lograr buenos climas y permitiendo al espectador acomodarse correctamente entre las fechas. Algo más para destacar es la cantidad de datos que aporta sobre el trabajo de Abuelas y el continuo hincapié en los archivos documentales que fueron recabando a los largo de estos 33 años y que permite a cada uno de los Nietos recuperados reencontrarse con su historia. Verdades Verdaderas: La Vida de Estela, es una película que vale la pena ver, que nos deja un mensaje de esperanza y de lucha por la vida. Emotiva hasta las lágrimas explica porque estas abuelas no han cesado su búsqueda en todos estos años.