La invención de la impostura. Tras la caída del régimen fascista, el Partido Comunista Italiano (PCI) fue el segundo partido más votado de Italia, detrás de la Democracia Cristiana. En la década del setenta, Enrico Berlinguer, el Secretario General del PCI, llamó a un compromiso histórico a todos los partidos para enfrentar la crisis. Esta unidad nacional, los compromisos políticos y la falta de atractivo de un partido demasiado ortodoxo para los nuevos valores posmodernos que se avecinaban terminaron destruyendo al PCI, uno de los partidos comunistas más importantes de Europa. La caída del PCI facilitó el fortalecimiento del Partido Socialista, que de la mano de Bettino Craxi llegó al poder en 1983 para instaurar una red de corrupción obscena aliada con la democracia cristiana. Esta situación generó una sensación de falta de oposición en un país que se jactaba de sus intelectuales de izquierda. Viva la Libertad viene a ser una toma de posición extraordinaria sobre este acontecimiento y sus consecuencias en la política actual. Enrico Oliveri (Toni Servillo) es el Secretario General del principal partido de la oposición en Italia. De ideas progresistas, pragmático, moderado, falto de carisma y conservador, Oliveri es cuestionado por sectores radicalizados de su partido que de la mano de su liderazgo va camino a perder las elecciones presidenciales y legislativas según las encuestas. La presión lleva a Enrico a tomar una decisión inesperada y parte sin aviso hacía Francia para visitar a una antigua novia de su juventud sin dejar rastro. Su principal asesor, Andrea (Marcelo Mastrandrea), y su esposa -preocupados- comienzan a buscarlo por todas partes cautelosamente sin éxito, pero un suceso imprevisto lleva a Andrea a tomar una decisión arriesgada. Enrico tiene un hermano, Giovanni, que fue internado en un hospital psiquiátrico debido a un brote psicótico hace muchos años. Cuando Andrea lo encuentra descubre que Giovanni es idéntico a Enrico, salvo por sus cabellos más grises, su agudeza discursiva y una clara inclinación intelectual, herencia de su pasado docente. Giovanni es lo contrario de Enrico: sincero, cálido, carismático, intelectual y un poco loco. Andrea decide suplantar a Enrico con su hermano Giovanni aterrado ante la probabilidad de una catástrofe electoral tras anunciar la desaparición del Secretario General y candidato a presidente. Las apariciones públicas y polémicas de Giovanni causan un gran revuelo y los ciudadanos italianos comienzan a entusiasmarse con el substancial cambio de personalidad y temperamento del renovado líder político. El pragmatismo de las ideas de los partidos políticos de izquierda y el abandono de sus banderas ideológicas y programáticas han causado una crisis de aquiescencia en la actualidad. Como si fueran arenas movedizas, cada movimiento y nuevo posicionamiento los van hundiendo un poco más. La película de Roberto Andò abre el juego a ese problema político a partir de la introducción de un elemento por fuera de la estructura partidaria, el olvidado intelectual como respuesta a los problemas de una época de aceptación de la acumulación del capital y sujeción a los intereses del gran capital multinacional. Ingenua pero comprometida, Viva la Libertad es un manifiesto preciso sobre el cine político actual que pone en cuestión el compromiso ciudadano y la necesidad de reinvención de la política progresista.
El doble discurso Sin lugar a dudas, una de las maneras más efectivas, en los últimos tiempos, de hacer cine político es mediante el empleo del recurso dialéctico de la ironía y el juego de los contrastes de caracteres a partir de una intencionada puesta a punto de exageraciones de cara a los estereotipos más reconocibles. Por eso la idea de atacar desde la crítica con inteligencia a las contradicciones del doble discurso del Partido Comunista Italiano a través de la exposición del equívoco que se explota desde las características físicas de dos hermanos gemelos, interpretados por el genial Toni Servillo, resulta más que atractiva en este film de Roberto Andó bajo el sugestivo y paradójico título Viva la libertad y que por fortuna encuentra un espacio en la cartelera cooptada por la mediocridad mainstream. De aquellos resabios de la izquierda italiana, que encontraron expresión en las banderas acuñadas por el Partido Comunista Italiano (PCI), antes de vivir en carne propia la derrota por parte de la Democracia Cristiana Italiana (DCI) que llegó al poder en la década de los 80, la figura del intelectual era considerada como uno de los mayores baluartes del PCI. Sin embargo, la decadencia política entre otros fenómenos que hicieron mella en esa Italia convulsionada no dejaron indemnes a las mayores filas o cuadros del PCI, que se volcaron hacia el mal habido pragmatismo traicionando ideales que hoy forman parte de los debates más acalorados de la izquierda, no sólo en Europa sino por estos confines del mundo también. Las contradicciones políticas entonces aparecen como el principal conflicto para el Secretario del partido, quien cansado de las incongruencias de su propia gente y contagiado por ese pragmatismo peligroso que reemplaza aquellas ideas revolucionarias de antaño, huye sin aviso en busca de una antigua novia y tal vez esa fuga hacia adelante se transforma en un intento de recuperar un pasado donde el entusiasmo por la política afloraba con la misma efervescencia de los discursos cuando las palabras aún tenían un valor. En pleno clima de campaña y con el agregado de la ausencia del máximo referente, la solución también surge desde el pragmatismo al conocerse la existencia de un hermano idéntico, universitario que se encuentra internado en un psiquiátrico por sus desvaríos de vehemencia pero que a los ojos de los medios, la oposición y la opinión pública podría ocupar el liderazgo sin levantar siquiera sospechas, como aquel hombre del jardín que alguna vez fuera interpretado por el inigualable Peter Sellers. Algo que no está en los planes de asesores ni allegados es que el buen hombre se encuentra políticamente en las antípodas del discurso dominante y su honestidad a la hora de responder lo vuelve un fenómeno político que apela a la honestidad y al sentido común en pos de la política entendida como acción para mejorar el bienestar general. Claro que el cine no va a cambiar nunca al mundo pero al menos en ese instante donde el verosímil cinematográfico desnuda nuestras propias hipocresías, contradicciones y virtudes con relatos sencillos parece un bálsamo que alimenta el alma y sacude la pereza intelectual para vaciar la cáscara de la retórica chata que encuentra su mayor expresión en todas las clases políticas.
¿Dónde estás, hermano? Enrico Oliveri (Toni Servillo, el mismo de La grande bellezza) llega a la convención del partido de izquierda que lidera y vacila durante varios segundos sobre si ir o no al baño antes de subir al estrado. La duda será el preludio de una performance desastrosa, síntoma de una crisis política interna generada a su vez por otra externa. Los primeros minutos de Viva la libertà atisban un fresco crudo sobre una sociedad en crisis y desencantada, con el director Roberto Andò retratando con sequedad y distancia los resquebrajamientos de los mecanismos del poder. El resultado de las repercusiones de la convención será la desaparición repentina de Enrico. Ante esto, su asistente recurrirá a su hermano gemelo recientemente dado de alta de un neurosiquiátrico para que lo reemplace. Hermano que, como es de esperarse, representa el opuesto perfecto del político ¿Acaso se tratará de una comedia? Algo de eso habrá, ya que el Enrico apócrifo hará de las suyas dando entrevistas y escupiendo bilis sobre el sistema. La cuestión será que el “verdadero” Enrico busca hospedaje en la casa de una ex novia francesa (Valerie Bruni-Tedeschi) ahora casada con un prestigioso realizador cinematográfico ¿Cuál es la pasión oculta de Enrico? Bingo: el cine. A partir del planteamiento de la contraposición entre ambos protagonistas, Viva la libertà seguirá ambas historias, esfumando la crudeza política de su inicio para convertirse en un relato acerca de autodescubrimiento y las auténticas pasiones atemperadas por el tiempo. El comienzo y sus primeros minutos presagiaban algo distinto… y mejor.
Toni Servillo se ha convertido rápidamente en el actor del momento para la industria italiana. Bella Addormentata y La Grande Bellezza, fueron dos producciones que lo llevaron a la gloria y ahora es el turno en Viva la Libertá. En esta oportunidad juega un doble papel: un político engreído y un loco lindo. Estos dos personajes son hermanos, el primero, Enrico, que se encuentra en primera plana de todos los medios ya que es el candidato opositor para las próximas elecciones; el otro, su gemelo Andrea, vive tranquilo en su departamento, ocupando su tiempo en la lectura y en el disfrute de la vida. Cuando Enrico, cansado de tantas presiones decide ausentarse sin aviso, es Andrea quién ocupará su lugar y dará un giro sorprendente a la carrera política de su hermano que venía en decadencia. El detalle principal radica que Andrea sufre de bipolaridad, lo cual sus comportamientos llamarán la atención entre sus compañeros de partido, sus discursos al pueblo italiano y su falta de respeto al protocolo. Poco a poco, las disparatadas palabras de su gemelo comienzan a favorecer en las encuestas al partido. Mientras que Enrico visita a una antigua novia que se encuentra en pleno rodaje en Francia y descansa entre puestas en escenas y decorados; Andrea es pura risa y morisquetas frente a un pueblo desconfiado. ¿Puede un loco comandar un país? Roberto Andó, director de la película adaptó su propio libro El trono vacío para llevarlo a la gran pantalla. Magistralmente, Andó juguetea con el clásico cuento de cambio de roles -como se ha visto en De príncipe mendigo-, para contar la situación política y económica de Italiana. De manera ingeniosa, el realizador expone con este cambio de roles, que ambos personajes se encuentran ejecutando una libre representación de la realidad.
Cambiando roles Muchas veces se utiliza la expresión “patear el tablero” frente a la situación en la que una persona decide hacer un cambio drástico sobre su vida de un día para otro. En Viva la libertá (Italia, 2013) de Roberto Andò, Enrico Oliveri (Toni Servillo), un político que ve como su carrera en completa decadencia podría llevar a su partido a una derrota histórica por su candidatura, se "escapa" de sus obligaciones durante unos días sin dejar rastro alguno. Su asistente (Valerio Mastandrea) comienza una búsqueda desesperada en la que nada parece acercarlo al paradero de su jefe, de quien creía saber todos sus detalles y anhelos más profundos, pero de quien descubre no saber nada. Cuando la organización del partido comienza a impacientarse y a pensar en un reemplazo de Enrico frente a la cercana fecha de elecciones, aparece Giovanni Ernani, hermano mellizo del desaparecido (recién salido de una institución psiquiátrica) y en el que vislumbraran la posibilidad, aunque sea momentáneamente, de mantener tranquilas a las hordas de simpatizantes y detractores políticos. Y mientras en Italia Giovanni logra subir en las encuestas y reposicionar al partido en los primeros lugares de intención de voto, Enrico se debate en una disyuntiva en la que la posibilidad de regresar y ocupar su rol podría alejarlo del reencuentro con una vieja novia suya (Valeria Bruni Tedeschi) que lo alberga en su hogar y que además lo conecta nuevamente con el mundo real. Película de contrastes, entre los que hacen y no hacen, de búsqueda personal, Viva la libertá alardea sobre una necesidad de lograr un equilibrio entre la vida personal y laboral, aun cuando esta última sea casi imposible si se trata de un político a punto de tocar fondo en su carrera. El enojo con la clase política y el rechazo a discursos armados, muestra un pueblo que ya no compra fórmulas repetidas, provenientes de épocas en las que la bonanza económica iba acompañada de un saqueo de las arcas del Estado acompañado de la retracción de la esfera pública. En la desestructuración de la vida y el descubrimiento de la posibilidad de rehacer una historia que al momento parecía ya destinada y sin posibilidad a un giro, es en donde Viva la libertá se afirma con honestidad más allá de cualquier comparación con discursos New Age. Una suerte de puesta al día de Príncipe y Mendigo, involuntario, en la que el mundo de la política, el cinismo y la displicencia fundamentan su guion, universalizando su alegato y llevando al máximo la propuesta de película basada en el cambio de roles y la transformación de los protagonistas.
D’Alema, di’ una cosa di sinistra! Como un síntoma de la inercia política europea, el comienzo de la película recuerda a la maravillosa Aprile: un partido de izquierda moderada, con pocas ideas y representado por un líder sin carisma, ve como se desmoronan los números de las encuestas para las próximas elecciones. Nada parece haber cambiado en el panorama político italiano desde la caída del muro. Pero la ficción de Roberto Andò se permite un giro sorprendente (e inverosímil) que deja a los protagonistas bien lejos de los políticos reales a los que Nanni Moretti les pide al menos una reacción. De un día para el otro, luego de dejarse insultar rotundamente por una mujer en una reunión política, el líder Enrico Oliveri se fuga a París en busca de un antiguo amor. Entonces, en un ambiente de confusión y pánico, su mujer y su fiel consejero deciden acudir a Giovanni, el hermano gemelo del político, para reemplazarlo y mantener viva la ilusión del regreso. El hermano, un filósofo excéntrico que acaba de salir de un hospital psiquiátrico, acepta y cumple su misión más allá de las expectativas. Giovanni habla claro y dispara sorprendentes digresiones sobre el significado del compromiso, el mal o la pasión política. El filósofo utiliza un lenguaje que la izquierda ha olvidado durante décadas. El impostor incomoda, estimula, es gracioso, hace soñar y logra cambiar la tendencia electoral. Paralelamente a este ascenso meteórico, seguimos la dulce convalecencia del verdadero Oliveri en Francia, alojado en la casa de su ex amante. A través de este programa doble el director reclama sencillez y honestidad a quienes nos gobiernan. Pero sus loables intenciones quedan expuestas con ingenuidad: el crudo discurso del filósofo no es un sustituto creíble para el lenguaje moderado de la política. De todos modos, la confrontación da lugar a los momentos más hilarantes de la película, gracias a la interpretación inspirada del gran Toni Servillo que encarna con soltura a los dos gemelos. El actor es la columna vertebral de una película alegre, cándida y levemente irónica. Un discreto elogio de la locura.
Las tribulaciones de un político opositor en fuga Pasa en Italia, pero algunas cositas bien pueden pasar entre nosotros. Enrico Oliveri es el secretario general del mayor partido de oposición del país. El presidente de la nación lo estima mucho, no así los votantes, ni los demás miembros directivos de su propio partido. El secretario general se banca agresiones y menoscabos como un duque. Pero una noche se toma el olivo como un duende. Se esconde en Paris, en casa de una antigua novia, ahora ya casada y con hija. El marido de la antigua novia tiene además la profesión que él hubiera querido tener cuando joven. Entretanto, el asistente del secretario general ("il portaborse", el que figuradamente, le lleva el portafolios) está desesperado. Buscando a su jefe llega hasta la casa del profesor de filosofía Giovanni Oliveri, su hermano. Descubre que son gemelos. Que hace 25 años que no se ven. Y que en viejos tiempos practicaban un juego propio de gemelos: hacerse pasar por el otro. Al asistente se le prende la lamparita. ¿Podrá este hermano cubrir públicamente la ausencia del titular? El tipo es simpático, canchero, no sufre depresiones como el otro. Unico detalle en contra: acaba de salir del manicomio. "Estará loco pero tiene método", se justifica el desesperado. Y el loco se divierte, da réplicas formidables a los políticos y periodistas, suelta haikus de Matsuo Basho en la reunión directiva, un poema de Bertolt Brecht en un discurso público ("A quien duda", que empieza "Dices que nos va mal. La oscuridad/ crece. Las fuerzas flaquean"), tararea por cualquier lado "La forza del destino", hace bailar a su gusto a la canciller alemana, da opiniones terminantes que son del gusto público. Por ejemplo, "En el Congreso, no hay un solo cretino que sepa que lo es", o "Si los políticos roban, es porque sus electores roban o les gustaría robar". ¿Será que los locos siempre dicen la verdad? El asunto es que ahora el partido, gracias a él, crece en las encuestas. Ahora podrá ganar. Pero ciertos profesionales de la oposición tienen miedo de ganar. A cierta altura, las peripecias de los hermanos se muestran en montaje paralelo. Cada uno está logrando algo. "El genio y el engaño coexisten", dice alguien en cuya casa se encuentra el libro "L' illusione di vivere", de un tal Giovanni Ernani. Y un hermano dice que el otro "nunca logró ser él mismo". ¿Los políticos son realmente ellos mismos? También a cierta altura empezaremos a dudar quién es quién. Y a pensar cómo es que la gente ve en los demás lo que quiere ver. Comedia fina, inteligente, sustanciosa, pasa en Italia pero... Autor, Roberto Andó, que empezó como asistente de Francesco Rosi, Giacomo Battiato, Fellini, Cimino y Coppola, hizo ya varias películas interesantes ("Sotto falso nome", "Il cineasta e il labirinto", etc.) y también puestas teatrales y novelas. "Viva la libertad" adapta su propia novela "Il trono vuotto", vacío. Y está protagonizada por un grande que llena toda la pantalla haciendo los dos papeles: Toni Servillo, el elegante sesentón de "La grande bellezza". Ejemplar, su rostro mientras espía a la antigua novia en baby doll. No es un rostro de lascivia. Es el de quien se está diciendo, resignada, melancólicamente, "Mirá vos qué tonto, lo que me perdí. Ese personaje está encarnado por Valeria Bruni Tedeschi, lo que alcanza para darle la razón. También hay, en otra parte más risueña, un bonus inesperado: "Arrabal amargo", de Gardel y Lepera, por Leopoldo Federico. Claro que vale la pena.
Juego de pasión y miedos Una pausa ante la catástrofe, un escape. La huida. Enrico Oliveri (Toni Servillo) es el secretario del principal núcleo opositor de Italia, su futuro político está al borde del abismo y sus seguidores lo culpan de la debacle partidaria. “La vergüenza te paralizará”, le gritan en plena asamblea nacional. Dentro de esa quietud forzada navega Viva la libertà, ya que Enrico desea sumergirse en ámbar, invisibilizarse ante el ojo público. ¿Cómo? Se toma una licencia (sin permiso ni aviso previo) para recluirse en la casa familiar de Danielle, una ex amiga y amante, para poder acomodar sus ideas. Ante esta inesperada desaparición, su fiel secretario Andrea (Valerio Mastandrea) lo intenta rastrear por todos lados. Sin resultado alguno. El se excusa ante los colegas partidarios (y medios de comunicación): el funcionario está hospitalizado y no desea contactarse con nadie. Miente. La búsqueda lo llevará a Giovanni Emani, un divertido filósofo bipolar, con quien Enrico no se habla desde hace 25 años. La peculiaridad es que son hermanos gemelos y aquí, como en otras películas, se usufructúan los parecidos para intercambiar roles. Viva la libertà es una película regida por la pasión y el miedo. El entusiasmo por salir del ostracismo de Giovanni, demuestra que una leve insania -controlada con psicofármacos- puede torcer una balanza electoral. Impacta desde su lucidez poética, improvisa en sus discursos y posee un gran carisma en comparación a la opaca imagen que dejaba su hermano. Y también deja un mensaje subliminal: la política no necesita mucha cordura para funcionar. En cambio Enrico se filtra en el mundo de su ex amante, espía (gran gestualidad en la oscuridad), fluye en el amor y así supera los miedos que lo encarcelaban como persona pública. Por algo, el cineasta Mung (pareja de Danielle) dice: “política y cine no están lejos, en ambas el engaño y el genio coexisten. Y a veces no es fácil distinguirlos”. Gran verdad. Ante esta duplicación de papeles, talla la maestría actoral de Toni Servillo (de la ganadora del Oscar a mejor película extranjera La grande bellezza), que sólo resbala en las partes más risueñas del filme como el juego de escondidas en la sala de mapamundis (ante el presidente italiano), o el tango que baila con la primera canciller.
Cambio de gemelos Los últimos estrenos que vienen de Italia apelan a dos temas: la melancolía sobre un mundo perdido (La grande bellezza) y la mirada crítica a la política (Il divo), en tanto, de vez en cuando, surge algún film de autor como Bella addormentata de Marco Bellocchio. No casualmente Toni Servillo, actor de moda, fue protagonista en las tres, y también de Viva la libertá, donde se conjugan la política actual, la nostalgia por un tiempo que no vuelve y una visión sobre la Italia contemporánea nada sutil de acuerdo a un guión efectista y de esquema más que grueso. Si Servillo encarnó a una especie de Giulio Andreotti en Il divo, ahora interpreta a gemelos: por un lado Enrico, un político de izquierda repudiado por los suyos en vísperas eleccionarias, y por el otro Giovanni, un filósofo que carga con su bipolaridad teñida de frases hechas que caerán bien en el electorado. La historia, entonces, es la clásica sustitución de uno por el otro y los cambios que pueden producirse frente a la inminencia de los votos. El director Andó narra en montaje paralelo la nueva vida del político, ahora más terrenal y con reminiscencias del pasado, en tanto, su hermano gemelo se convierte en un curioso sujeto para sus seguidores y adversarios dando clases sobre democracia y filosofía de segunda mano. El principal problema de Viva la libertá es haber pasado por alto la oportunidad de meter el bisturí en la izquierda italiana, especialmente desde que pactaran la democracia cristiana y el socialismo, omitiendo al maravilloso partido comunista de la posguerra. La película bordea este tema, pero lo deja ahí, en una tibia sonrisa, muy parecida a la del protagonista en el último plano del film.
Una farsa italiana de ánimo consensual El protagonista de La grande belleza encarna aquí no a uno sino a dos personajes: a un político de izquierda descreído que desaparece de escena y a su hermano mellizo, un “loco lindo” y filósofo ítalo-zen que toma alegremente su lugar. Gran ganadora de la última entrega de los David di Donatello (los Oscar italianos), Viva la libertà empieza como Habemus Papa y sigue como Desde el jardín. Estrenada en su país en enero de 2013, la película coescrita y dirigida por el siciliano Roberto Andò, en base a una novela propia, tiene por protagonista al actor del que todo el mundo habla, dentro y fuera de Italia. En Argentina, Toni Servillo es conocido sobre todo por el protagónico de La grande belleza (también pudo vérselo en Gomorra y Bella adormentata). La que no se vio es Il divo, su papel consagratorio, donde hacía del ex primer ministro Giulio Andreotti. Aquí, el napolitano Servillo cumple dos papeles, como los hermanos mellizos Enrico y Giovanni. Uno es el líder del partido opositor de centroizquierda; al otro, filósofo loco, acaban de darle de alta en un centro de salud mental. A la manera de una comedia clásica pero sin terminar de asumirse como tal, de la confusión de roles surge la fábula política, condición a la que el film de Andò aspira. Estar levemente “ido” parecería ser la marca de fábrica de Servillo. Como quien ya no soporta el entorno o perdió contacto con su papel, refugiándose en la fuga. Fuga mental, en La grande belleza e Il divo, o lisa y llana, como sucede aquí. Como el pontífice electo de la película de Moretti, Enrico Oliveri, líder de lo que queda de la izquierda italiana, un día no tolera más las acusaciones de haber llevado el partido a su cuasi extinción, percibe tal vez que no está a la altura de las circunstancias, y lisa y llanamente desaparece de escena. El desaparecido voluntario, el renunciante, el que no quiere seguir: figura emblemática de la contemporaneidad. Tanto en términos ficcionales como reales: ver los retiros de Philip Roth o Steven Soderbergh. Desesperados por la toccata & fuga de su líder, los dirigentes de segunda línea del partido dan con la solución providencial. Enrico tenía un hermano de cuya existencia no había hablado a nadie, avergonzado tal vez de su inestable psiquis. Hermano mellizo, para más datos. Bastaría un par de retoques para que Giovanni pase limpiamente por Enrico. Dueño de todo el entusiasmo que al abrumado mellizo le falta o perdió, a Giovanni (¿rivalidad fraterna?) le encanta la loca idea del reemplazo. Tal como el Chance de Desde el jardín, Giovanni es como un chico. Apelando al sentido común subvertirá la política de su país, renovará la fe de los votantes, dará nuevos bríos a la alicaída sinistra. Hay que recuperar los ideales, debe volverse a las fuentes, las utopías derrumbadas con el Muro de Berlín pueden ponerse otra vez en pie... Al mismo tiempo y de incógnito en París, Enrico se reconstruirá –como podría suceder con Italia toda– desde los cimientos. A ello tal vez lo ayude su viejo amor de juventud, una Valeria Bruni Tedeschi ya no tan fresca como diez o veinte años atrás. No sólo en Habemus Papa sino también en Palombella rosa –en los papeles una fábula igualmente evidente, en la que el ex militante comunista perdía literalmente la memoria–, Moretti dejaba en claro que atrás no se puede volver. La inocencia que se perdió, se perdió. Para el waterpolista rosso de Palombella, para el cardenal borrón de Habemus Papa, sólo queda la incerteza. Lo de Andò es más simple, más elemental, más fiel a los lugares comunes. Sobre todo el que imagina –sin complicarse demasiado la vida con incómodos matices– que niños y locos siempre tienen razón. Los borrachos, acá, al menos, no: demasiado incómodos para un film de ánimo tan consensual. Cómo no simpatizar con Giovanni –que camina de manera tan rara como John Cleese en los Monty Python y saca a bailar el tango a una gran dama de la política– si reúne todos los ideales del adulto pueril. Giovanni es el niño prefreudiano, el “loco lindo”, el filósofo ítalo-zen. Desde el propio título, Viva la libertà está más cerca del simplismo hippón de Rey por inconveniencia que del a veces algo más oscuro Frank Capra.
El notable actor de “La grande bellezza” vuelve a lucirse en doble papel El cine italiano ha frecuentado con cierta asiduidad algunos géneros cinematográficos, destacándose entre ellos la comedia y el film político. “Viva la liberta” resulta de la feliz simbiosis entre ambos géneros, potenciada por la presencia de un actor polifacético largamente consagrado en su país natal. Toni Servillo recién se hizo famoso en nuestro país este año cuando “La grande bellezza” de Paolo Sorrentino ganó el Oscar extranjero, apenas tres días después de su estreno en Argentina. Pero lo que muchos ignoran es que la dupla Servillo-Sorrentino nació a principios de este siglo cuando se encontraron por primera vez en 2001 con “L’uomo in piú”, opera prima del realizador napolitano. Volverían a hacerlo tres años más tarde con “Le consequenze dell’amore” y por tercera vez con “Il divo”, ninguna de ellas estrenadas localmente. Esta última ya tocaba un tema político como lo revela su título alternativo: “la spettacolare vita di Giulio Andreotti” en alusión al ex primer ministro recientemente fallecido y personificado por su actor fetiche. El personaje de “Viva la liberta” es Enrico Oliveri, un político de ficción de la izquierda italiana que está pasando por un grave estado depresivo y que lo lleva a titubear a la hora de pronunciar discursos y arengas partidarias. De golpe desaparece ante la desesperación de su joven secretario Andrea (Valerio Mastandrea) y del equipo que lo acompaña. Enrico se va a Paris abandonando a su esposa y escondiéndose en la casa de Danielle (Valeria Bruni Tedeschi), una antigua pareja, ahora casada con Mung (Eric Nguyen) que es director de cine. Y es entonces que Andrea descubre a Giovanni Ernani, profesor de filosofía recién salido de un sanatorio mental y gemelo de Enrico, a quien no ve desde hace 25 años. De allí en más el espectador puede imaginar que será pergeñada la sustitución del político por su bipolar hermano. Dirigió el siciliano Roberto Andó (también autor de la novela) su quinto largometraje y primero estrenado localmente, nacido el mismo año (1959) que su actor principal. Y ya que se menciona a éste conviene señalar que el público argentino ha visto a Servillo en algunas otras producciones (“Gomorra”, “Bella addormentata”), aunque en roles menores. En contraste, aquí su presencia es determinante en la eficacia del relato al “multiplicarse” en dos personajes casi antagónicos. A destacar el sutil final, que no revelaremos, así como un breve extracto de un reportaje a Federico Fellini donde el director de “La dolce vita” reflexiona sobre política y cine, ejes de la trama de esta interesante película.
El libre albedrío Enrico Oliveri es líder de la oposición italiana. Mientras se acercan las elecciones, su coalición de izquierda se ha vuelto una maquinaria obsoleta, sorda e impotente a los cambios que reclama el electorado. Tras ser increpado en un congreso, Enrico (el genial Tony Servillo) hace mea culpa y se refugia en París; visita a una ex novia guionista de cine (Valeria Bruni Tedeschi, que es eso y mucho más en la vida real) mientras su asistente, desesperado por la presión mediática, se apura a reemplazarlo por su hermano gemelo Giovanni, un extraviado profesor de filosofía que es rescatado de un loquero. Una curiosidad: el canoso Giovanni se asemeja bastante a José Manuel de la Sota; azarosa y graciosa coincidencia, porque el personaje apuntará a la destrucción del establishment político. Aparte de jugar a príncipe y mendigo (en una escena prodigiosa, Giovanni baila rock en el loquero mientras Enrico se integra al equipo de filmación en París), la película muestra lo que es y no posible, la realidad y la utopía, en un mundo (o al menos, en una Europa) que ha perdido las ilusiones y está un par de escalones abajo del desencanto. Viva la libertà muestra filigranas de un guión que fue varias veces revisado; cuando parece que príncipe y mendigo harán el enroque definitivo, el director Roberto Andò (joven realizador que debutó como asistente de Fellini, Coppola y Cimino) termina con una sesgada referencia a La naranja mecánica. Es una entre tantas citas al cine de la película que, realizada el mismo año de La grande belleza, termina encumbrando al gran Servillo. Tanto, que parece imposible haber sido hecha sin él.
Cine político de emergencia El actor Toni Servillo protagoniza Viva la libertad, la película de Roberto Andó que cuestiona la impericia de los políticos italianos. El director italiano Roberto Andó expone sus ideas sobre el estado actual de la política italiana, y, por efecto globalizador, lanza dardos a las democracias occidentales. En medio del tembladeral de las elecciones, el secretario del partido opositor, Enrico Oliveri, decide huir de las responsabilidades y del 17 por ciento de las encuestas. En el círculo más íntimo del político surge la idea de reemplazarlo y salvar el partido del desastre ante la opinión pública. Toni Servillo (La gran belleza) se pone a los hombros una película que plantea el valor de la verdad en la construcción política. El actor se desdobla en los roles de Enrico y su hermano Giovanni, cada uno con sus gestos y conceptos de la vida. El trabajo de interpretación muestra la evolución de Enrico mientras Giovanni asume el personaje lúcido y loco. El filósofo, con un universo ampliado por los psicofármacos, cautiva a las audiencias. "Catástrofe" y "miedo" son las palabras que elige el flamante político para derribar la mampostería de un partido amanerado a fuerza de componendas. La tesis de Andó es clara: "El miedo es la música de la democracia". Lo dice Giovanni que más tarde pide al presidente: "No pisotee la dignidad del que no puede defenderse". La película transita por el filo de la tragicomedia. Así como el abismo es la imagen con que los electores se identifican, Enrico se enfrenta con su incapacidad por saber cuál es el destino colectivo que lo involucra. "No ha logrado nunca ser él mismo", afirma Giovanni. También aparece el cine como tema y lenguaje, con una brevísima inclusión de declaraciones de Federico Fellini y el entorno de la película en cuya filmación participa involuntariamente Enrico. Servillo se luce en los momentos de gran comediante melancólico: baila, vence las resistencias del presidente y la canciller, juega. Lo acompaña Mario Mastandrea como el hombre de confianza del secretario del partido. Mastandrea es el testigo en medio del escenario, el nexo entre ese hombre que recita Brecht y baila tango, y la tradición de partidos y contiendas. Andó se permite licencias poéticas, entre ellas, el recurso del doble. El director milita la idea de que el cine puede ser portavoz de una posición política, también, un diálogo entre el espectador y el ciudadano que se expresa a través de la cámara.
Sátira inteligente sobre el engaño y la política “El cine y la política son dos mundos donde el genio y el engaño coexisten… y cuesta distinguirlos”. Le dice un director de cine a Enrico, ese líder de la oposición que un día, en plena campaña, decide irse de Roma, no avisar a nadie y marcharse a París a la casa de una ex. Estupor general por esta desaparición. Pero sus colaboradores cercanos encuentran una salida: el fugado tiene un hermano gemelo, Giovanni, que está medio loco, un tipo culto y extravagante. Otra vez genio y engaño. Encandila al electorado con sus ocurrencias y crece en las encuestas. La gente ignora que es un impostor y el filme pivotea sobre esa idea: el cine y la política necesitan del engaño; y el pueblo cree más en las ocurrencias de los desequilibrados que en las promesas de los dirigentes. Toda su vida estos gemelos se aprovecharon de su condición y compartieron juegos y novias. La ex de Enrico, la parisina, admite que ella anduvo con los dos, que primero le molestó, pero después disfrutó del juego y los acabó amando. Y en Italia, la mujer de Enrico, que sabe del truco, se empieza a enamorar de Giovanni. El filme habla del atractivo del doble, pero va más allá: presenta la política como un juego donde siempre ganan los impostores; y postula que el poder inventa una realidad engañadora. El falso político llena plazas y gana votos con su trampa. ¿A la gente en el fondo le gusta que la engañen? El gemelo lo reemplaza y lo enriquece. Y al final nadie sabe quién es quién. Este juego de sustituciones y mentiras está hecho en tono de comedia. Es una sátira mordaz y agridulce. El autor es Roberto Andó, que fue asistente de Francesco Rosi, Fellini, Cimino y Coppola. “Viva la libertá” adapta su propia novela. Y está protagonizada por Toni Servillo, el magnífico actor de “La grande bellezza” un tipo socarrón, imprevisible, ladino, de mirada profunda, que, desde sus dobleces, nos dice que la verdad ya no cuenta ni en el arte ni en la política. ¿Ni en el amor?
Las dos caras de la política. Es una gran noticia, y muy buena por cierto, que llegue a la cartelera una comedia italiana. Nos muestra a un candidato del principal partido de la oposición, Enrico Oliveri (Toni Servillo, “La gran belleza”) a quien las encuestas le están dando resultados desfavorables, los sondeos sobre las inminentes elecciones lo dan como perdedor, él comienza a sentirse molesto con toda esta situación y una noche decide irse y desaparecer. Ante tal momento su ayudante Andrea Bottini (Valerio Mastandrea, un personaje clave lo hace rendir) y su mujer, Anna (Michela Cescon), continúan dándole vueltas al por qué de la fuga. Su secretario ante este hecho se desespera y elabora un plan: solo unos pocos sabrán la verdad y deciden reemplazarlo por el hermano gemelo del político Giovanni Ernani, un filósofo recién salido del manicomio. De esta forma reaparece en la escena este político, pero el verdadero se encuentra escondido en París, en casa de una ex novia de nombre Danielle (Valeria Bruni Tedeschi en una buena interpretación. Trabajo en “Munich” para más datos) casada con un notable realizador cinematográfico. A lo largo de la historia nos encontramos con enredos, toques de sátira y cinismo político, una burla inteligente a ciertos momentos de la política, los diálogos no son ajenos a lo que puede pasar en cualquier país, con elocuencias fluidas, reflejando una fuerte crítica social y política, todo con mucho humor y que muestra como este loco lindo estimula a todos y tiene un gran carisma. La interpretación de Toni Servillo, en un doble papel, resulta brillante, deslumbrante y una clase de actuación, sabe aprovechar cada plano y la cámara, con sus distintos gestos, caras, posturas, hace dos personajes y los resalta en los distintos momentos, tiene varios momentos divertidos nos solo por lo que se dice sino también en algunas escenas como cuando baila con la canciller alemana, entre otras. Resulta amena, inteligente, deliciosa, perspicaz, para deliberar y a aquellos memoriosos en varios pasajes les va a traer recuerdos de aquellas comedias italianas clásicas.
Un guion solido traído a la vida con similar pulso narrativo e interpretativo. La pasión es tan necesaria en tantos aspectos de nuestra vida, pero es un concepto que no podemos ver con claridad la mayoría de las veces por el peso de las responsabilidades que son inherentes a la vida adulta. Puede intuirse que ese es el mensaje que el realizador Roberto Andó quiere darnos con Viva la Libertad. ¿Cómo está en el papel? Enrico Oliveri, el principal político de un partido de izquierda, no posee una buena imagen en las encuestas, y después de una conferencia nada exitosa, decide largar todo y huir a Paris para reencontrarse con una novia de su juventud. Mientras Enrico huye, los representantes del partido están desesperados porque no saben cómo lidiar públicamente con su desaparición. No obstante, terminan encontrando una solución en la forma de Giovanni, el hermano gemelo de Enrico, un profesor de filosofía retirado, que resulta es un paciente psiquiátrico recientemente liberado. La película tiene sendos momentos cómicos en donde el personaje de Giovanni adopta la identidad política de su hermano. Las verdades que salen de su boca son tanto graciosas, como devastadoras, como veraces. Pero si bien este es el gancho, es en realidad una subtrama de la que es la verdadera historia de la película: la de Enrico, que al reencontrarse con sus dos amores -–el Cine y su antigua novia— se reconcilia con la vida. El tema de Viva la Libertad es bastante claro: el de la pasión. Incluso es mencionado literalmente por el personaje de Giovanni. Ambos tienen un deseo frustrado que a lo largo de la película es cumplido. Enrico deseaba trabajar en el cine, pero la vida lo llevo a ser político. Giovanni deseaba transmitir su conocimiento y su pasión por la vida, pero su enfermedad no lo dejó. La vida les da una oportunidad, aunque sea por el más breve de los momentos, de demostrar como el amar lo que se hace es un gran plus que te convierte en un maestro e inspira lo mejor de aquellos que te rodean. ¿Cómo está en la pantalla? La película esta filmada en un equilibrado Cinemascope, valiéndose de sobrios movimientos de cámara. El montaje es muy puntual y sabe cuando hacer equilibrio entre una historia y la otra. Cabe destacar que también tiene una muy buena utilización de la música que a modo de subrayar cada clima. Pero el aspecto técnico es lo de menos, ya que en Viva la Libertad lo que brilla tanto como su guion son los intérpretes que dan vida a este. Aunque Valeria Bruni-Tedeschi (como la otrora novia) y Valerio Mastandrea (como el secretario de Enrico/Giovanni) entregan dignos trabajos, Toni Servillo (a quien muchos tendrán fresco por La Gran Belleza) es lo mas solido en este apartado, no tanto por la obviedad de lograr con creces el poder interpretar a dos personajes, sino de saber conmover con las idiosincrasias de ambos. Conclusión Viva la Libertad es una historia sobre el cambio de papeles, que como todas las buenas historias brilla por tratarse en realidad de algo más profundo. Cuando una reflexión tan profunda –como la de dar su lugar a nuestras pasiones– esta vehiculizada por una premisa tangible e incluso entretenida, estamos ante una peli que no tiene desperdicio.
Temas y dilemas en una profunda reflexión sobre la libertad “Libertad”, dice el diccionario, es la facultad natural del ser humano para obrar según le parezca, o incluso no obrar, por lo cual es responsable de su actos. “¡Viva la libertà!” es el contacto de dos hombres con esta facultad: uno, la busca, y el otro, la ejerce y en su ejercicio la disfruta. Por estar enmarcada en un contexto político extrapolable a buena parte del mundo denominado occidental, la película se hace universal desde lo concreto y particular. El líder de la oposición entra en crisis total - personal, ideológica, de electores - y la salida que encuentra es la huida y el refugio en la casa de una amiga, antigua amante, en Francia. Pero en Roma la vida sigue, y el aparato político no se detiene porque a un diputado se le ocurra tomarse unas vacaciones clandestinas, así que la mano derecha de Enrico Oliveri se ve loco para dar explicaciones y cubrir al político. Hasta que aparece la solución: el gemelo de Enrico, recién salido del centro psiquiátrico, acepta ser el doble de su hermano. En ese momento las historias se bifurcan en un hermoso doble tratado de la libertad. Si bien la trama del político real, Enrico, en su estancia en Francia resulta algo predecible y consecuentemente aburrida por su falta de interés, la trama del nuevo político, Giovanni, aporta momentos exquisitos en su indagación en los distintos temas que trata. Ahí radica una de las grandezas de éste filme, en la variedad de temas y dilemas que aborda sin necesidad de asignarles una trama a cada uno. La sutileza y la delicadeza de los diálogos, de las situaciones que remiten al pasado, que abren mundos que se intuyen sin necesidad de hacerlos aparecer en pantalla. Aunque esto es una virtud escasa últimamente en el cine, en esta realización quizás se traspasa la frontera y se dejan sin profundizar cuestiones - a las políticas me refiero - que un público ansioso de ver sus deseos en la pantalla hubiese disfrutado en verlas bien diseccionadas. El tema del doble, ya convertido en leit-motiv dentro de la historia del arte, y por ende del cine, está tratado de una forma aunque transversal, hermosa. Dos personas idénticas en lo físico y extremas en personalidad, con las virtudes opuestas y los defectos cambiados, sólo necesitan encontrar su circunstancia favorable, su aquí y ahora preciso y exacto para ejercer su libertad. “¡Viva la libertà!” es una historia de cambio: cambio político, cambio profesional, cambio personal y amoroso, cambio de perspectiva y de objetivos, cambio de rutinas y de exigencias. Es un canto a la libertad de poder elegir, de saltarse los moldes, de romper con lo establecido, con el hábito adormecedor. De atreverse. Atreverse a hacer una película en la cual uno de los personajes, delante de una multitud abrumadora de gente ansiosa de libertad - para elegir su futuro, su vid- grite: “Yo estoy aquí para asegurar que no se diga que los tiempos eran oscuros porque ellos han callado”. Porque en democracia, por mucho que ésta se jacte de que no, también hay censura.
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Entre la soledad y las apariencias A partir de un cambio de identidades, el director de El manuscrito del príncipe nos brinda un drama de nuestro tiempo desde una escenificación pirandelliana que apunta a desenmascarar aspectos indignos de la sociedad, a cargo del sobresaliente Tony Servillo. Si hay un actor italiano que en este momento -al igual que lo fueron a su manera Marcello Mastroianni y Vittorio Gassman- caracteriza a este cine italiano que trasciende fronteras, es sin duda alguna, Tony Servillo. Y con el último de sus personajes, Jep Gambardella, de la tan merecidamente aplaudida y galardonada, La Grande Bellezza, de Paolo Sorrentini, sigue afirmando que puede componer, admirablemente, diferentes máscaras, sin recitar el estereotipo. Baste recordar su personaje del siempre controvertido y sagaz Giulio Andreotti en el film del mismo realizador, Il Divo. Quien lo recuerde en La Grande Bellezza con aquel parlamento, ya en el principio del film, en ese ámbito que desdibuja y ensordece, lo define como esa voz consciente y crítica que, a lo largo de los personajes que viene construyendo, nos alcanza una mirada profunda, que cala en nuestra interioridad, que abre a interrogantes. Como lo es este parlamento de este ya clásico que merece reveerse: "El más grande descubrimiento que he hecho inmediatamente después de haber cumplido sesenta y cinco años es que no puedo perder el tiempo haciendo cosas que no deseo". Y a partir de este momento, la historia se internará en el terreno de una pesadillesca fábula. Estrenadas con diferencias de pocos meses, La Grande Bellezza, en Italia, en mayo del 2013 y el film que hoy se está exhibiendo en una única sala de nuestra ciudad, Viva la libertá, en febrero de ese mismo año, ambas apuntan al desenmascaramiento de los aspectos más innobles e indignos de la sociedad de nuestro tiempo. Si el concepto de la Bellezza se colocaba en un espacio de intereses mezquinos, de feroz narcisismo, de vaciamiento moral, a través de una suerte de viaje interior, en una nocturna y espectral Roma, la mirada del protagonista saldrá al encuentro de uno de sus más entrañables recuerdos, aquel que funde la mirada de una joven mujer a orillas de un mar. Como un gran teatro de situaciones, armado para los nuevos actores que dominan la escena del inmovilismo, de la corrupción y la mentira, La grande belleza entra en diálogo con Viva la libertá de Roberto Andó, no sólo a través de su mismo actor; sino, además, porque aquí se arma otra escena, ahora desde un cambio de identidades que nos lleva a la mismas estrategias del teatro pirandelliano. En este mundo de la política de hoy, de pactos y alianzas según intereses personales y de grupo, que como señala el personaje central, en uno de sus dos roles, "no tiene en cuenta a la conciencia de la gente", transcurre este admirable film, imperdible, que se abre en los fríos pasillos de un burocrático encuentro, en tiempos de campaña electoral. En su doble rol de secretario del Partido más importante de la oposición, que se ubica en la centroizquierda, y en el hermano de este, poeta y filósofo, que estuvo más de veinte años en un asilo psiquiátrico, el film Viva la libertá, guionado a partir de la novela Il trono vuoto del mismo director, quien igualmente fue amigo de Harold Pinter y uno de los admirados de Leonardo Sciascia, opera desde una situación de agobio y desencanto a un acto de sustitución; que abrirá espacios a una nueva manera de pensar una vida cívica y social, que nos trae a la memoria las palabras de los maestros, que coloca a la Pasión y a la Creatividad en el centro de los nuevos tiempos. Desde una mirada de asombro, que recupera una entrevista del gran Federico Fellini al declarar: "He luchado, lo sigo haciendo, para que la indecencia no se acepte como algo natural" y a partir de uno de los leit-motivs verdianos de La Forza del Destino, que corresponde al momento trágico del naufragio en Y la nave va...,del mismo Fellini, el film de Roberto Andó, con las destacadas actuaciones de Valerio Mastandrea, en el rol de un hierático y temeroso secretario privado del magistrado, y a Valeria Bruni Tedeschi, como aquella mujer amada por los dos hermanos, se mueve entre dos espacios, Roma y París, abre puertas, descubre nuevos horizontes, invita al asombro. En esta nueva representación, que cambia el paso y se mueve al ritmo de un tango en el que las huellas se van grabando, nuevamente, en la cálida arena, la realidad se viste con el ropaje de la Poesía y la verdad se grita desde la figura del bufón. Admirable en este sentido es la secuencia que tiene lugar en uno de los salones de la residencia de la casa de gobierno, en el que en un chaplinesco juego a las escondidas, en un ámbito de globos terráqueos dimensionados, nuestro personaje se presenta, se esconde, vuelve a aparecer y desaparece. Un film sorprendente, interpelador, que nos lleva a repensar nuestro universo cotidiano desde una mirada transformadora, con los ojos abiertos!. Y que se hace eco del monólogo de Hamlet.
Previously screened at this year’s edition of Cinema Made in Italy and now commercially released, Italian filmmaker Roberto Ando’s Viva la libertá tackles the story of Enrico Oliveri (Tony Servillo), the leader of Italy’s opposition who abandons his duties in the midst of a severe crisis. Not only is he being heavily criticized, but he also fears an imminent defeat. So he hides in France at the house of former girlfriend, Danielle (Valeria Bruni Tedeschi), now married to a famed film director and raising a young daughter. Meanwhile, he’s replaced by his twin brother, Giovanni Ernani (Tony Servillo) a slightly schizoid philosopher who’s just out of a psychiatric hospital. The manoeuvre is meant to be only temporary and to play by the book, with Giovanni posing as Enrico and emulating his statements. He also becomes a lovable companion to Anna (Michela Cescon), Enrico’s unhappy and lonely wife (no sex included, though). But consider he’s a bit of a nutcase and a man with his own ideas too, so he soon discards all previously written speeches and starts his own discourse. This “new” leader of the opposition not only criticizes the mistakes his own party has made, but also calls for a strong alliance with the people, not with other parties. He becomes a modest revolutionary, if you will. And now people support him and the party may even win the elections. Having such a predictable, simplistic storyline for a dramatic comedy is not necessarily a downer. There may be some solutions. There can always be gradations and unexpected twists and turns in the formula, smart and sarcastic takes on the political class and its misery, new dramatic insights about opposing personalities, and perhaps the magic of great ensemble acting. There was also the challenge of choosing a consummate actor to play both Enrico and Giovanni. Tough, but not impossible to pull off. Unfortunately, none of these possibilities are found in Viva la libertá, which instead is too rudimentary and basic even for its formula (let alone having any innovations). It’s one of those films that feels old (not “classic”) as soon as you start watching it. And it gets older as it goes on. Granted, you have Tony Servillo, who excelled in Paolo Sorrentino’s wondrous La grande belleza, but in Andò’s feature he’s misused. He’s asked to do what any actor could do: play the politician as a cold and dull guy with somber expressions and a taciturn voice, as opposed to the easygoing and affective nutcase with great charm and an everlasting smile on his face. Clichéd as it sounds, this is exactly what it is. The rest of the roles are so underwritten that any hope of ensemble acting must be forgotten. So if the ideas are nothing new (and they are overexplained), the mechanics of the screenplay are unsurprising, the one great actor is misused, and so are the other formal values, from cinematography to sound design. Then, what’s left to see?
Viva la libertá, comedia y crítica política La película cuenta la historia del político italiano Enrico Olivieri –secretario del partido de oposición, identificado como una centro-izquierda en decadencia– que en medio de la campaña electoral abandona sus compromisos y responsabilidades para fugarse a la casa de una antiguo amor en Francia. Ante esta situación, sus asesores intentan salir del apuro sustituyéndolo por su hermano gemelo, un enfermo bipolar recién salido del psiquiátrico. El cambio resulta favorable, el "doble" de Enrico radicaliza el discurso y logra recuperar la confianza del electorado. Como en muchas oportunidades en la historia del cine italiano, la crítica social y política está presente, esta vez en tono de comedia e ironía. El cuestionamiento al poder político, sea de oficialismo u oposición, tiene su lugar en una gran cantidad de películas, desde los más importantes directores del neorrealismo italiano de posguerra hasta las reconocidas El Caimán y Aprile, de Nanni Moretti, donde es cuestionada la derecha de Berlusconi y la tibieza de la oposición con la famosa escena en que el director grita al televisor: ¡D’Alema, dí algo de izquierdas! Viva la libertá da cuenta, con sentido del humor, de una situación de descrédito político. Muestra también la dependencia y colaboración entre los distintos partidos tradicionales. Ante el repudio popular, oficialismo y oposición pactan acuerdos y se necesitan mutuamente. En la actual crisis económica que recorre Europa se encuentran impulsores de los planes de austeridad en todos los bandos y crece el descrédito de los representantes políticos encargados de aplicarlos. La política italiana es parte de esta realidad, el régimen se demuestra al servicio de los intereses de los poderosos. En los últimos tiempos un nuevo "actor" de la política y la televisión italiana, Beppe Grillo, es quien viene sacando rédito de esta situación, pero lejos de ser progresivo, con un discurso "antipolítica" ataca tanto a la derecha como a los sindicatos y los trabajadores. En la película, la alternativa que emerge no es un personaje del espectáculo sino un filósofo loco. Sus intervenciones apuntan a decir algunas verdades como denunciar la censura de la prensa y la corrupción, y así logra conquistar a las masas, quienes no salen del lugar de espectadores. La narración se estructura a través de un montaje paralelo entre las acciones de los hermanos Olivieri: mientras Enrico se refugia en sus recuerdos personales, Giovanni prueba que su supuesta locura logra empalmar con la necesidad de un discurso transparente y directo. Se destaca la actuación de Toni Servillo (actor de La gran belleza), que interpreta por partida doble a los hermanos gemelos Enrico y Giovani Olivieri. Valeria Bruni Tedeschi participa el papel de Danielle, el antiguo amor de ambos hermanos.También aparece el cine como tema y lenguaje, con el entorno de Danielle en Paris, y una breve inclusión acerca de declaraciones de Federico Fellini. Para seguir conociendo el cine italiano, esta semana se sumará otra opción a la cartelera local con el estreno de la película Qué extraño llamarse Federico, homenaje que Ettore Scola le dedicó a Fellini.