La cuestión destructiva Iba a proceder a destruir cada uno de los apartados de este desastre cinematográfico que implica La leyenda de Hércules, que tiene el dudoso honor de ser una de las peores cosas que vi en los casi siete años que llevo escribiendo crítica y/o comentarios de cine (aparentemente, utilizar algunas palabras para definirse en su labor puede ser problemático), pero me encontré en un dilema: escribir una crítica cínica no aportaría nada más que el regodeo por aquello que es obvio con los primeros 15 minutos. Que las actuaciones son terribles, los efectos digitales son arcaicos, el guión es un desastre, algunos planos son inentendibles y un largo etcétera, pero lo que me sorprendió es cómo puede ser que esto llegue a estrenarse. No se peca de ingenuo, se conocen las políticas de las distribuidoras, pero en el contexto de la cantidad de estrenos que han pasado de largo con atributos superiores a este telefilm que parece digno del SyFy Channel (pero menos divertido), con un 3D manejado toscamente (¡ese travelling introductorio!), uno no puede pasar por alto el reclamo. No hay mucho más que decir de este bodrio que de alguna forma no se haya dicho salvo el siguiente detalle: es una adaptación libre del mito griego de Hércules de proporciones inéditas en la historia. Mirar esta película recuerda lo peor de la prepotencia norteamericana en la industria del entretenimiento: no sólo se banaliza (e incluso cristianiza) el mito original, sino que se subestima al espectador con innumerables muestras de ignorancia y atropellos históricos. Hay momentos hilarantes, como el terrible león digital o una batalla en la que, abandonando el “realismo” (¿?), Hércules lanza rayos con su espada. La lista es extensa pero, como planteé al comienzo de la crítica, me niego a hacer un repertorio cínico de lo terrible que es esta película. Intentando ser constructivo, hay que rescatar la labor de Liam McIntyre, un actor que desconocía pero que en el pantano de esta película es el único asidero sólido: su Sotiris es el único personaje más o menos interesante y la calidad interpretativa está a millas de la mayoría del elenco restante. Finalmente (y ya que me tomé la licencia de utilizar más marcas subjetivas de lo habitual), creo que lo mejor es decirle a quienes lean esto que no se acerquen a ver esta película. Es mala, pero mala en serio, ni siquiera puede dar el placer de algo realizado con la consciencia de hacer algo clase B.
Marionetas del psicoanálisis Probablemente nadie pueda decir que El sueño de Walt sea una película distante o fría. Su mayor virtud es, precisamente, el sentimentalismo que ostenta y retumba, haciéndose eco de las palabras que dirige la autora de Mary Poppins (P.L. Travers, interpretada por Emma Thompson) a Walt Disney (interpretado por Tom Hanks) cuando se refiere al universo de sus creaciones. Es un film cerrado y estructurado cuyo guión se empeña en clausurar cada uno de los cabos que abre, como si los personajes fueran parte de una enorme sesión de terapia. Esto es remarcado por el constante uso del montaje paralelo que nos refiere el doloroso pasado de Travers y la relación con su conflictuado padre (Travers Goff, interpretado por Colin Farrell), recurso sobre el cual se vuelve una y otra vez para generar una instancia climática hacia el desenlace. Esto hace que estemos ante una película irregular que no desentonaría en Hallmark o el ciclo de Virginia Lago, con mensajes subrayados y ENSEÑANZAS, con mayúscula, a pesar de que los puntos altos que tiene le permiten escapar de la mediocridad de estas producciones. El viejo Walt estaba obsesionado con Mary Poppins y lo que representaba en el apogeo de su imperio Disney, allá por 1961, sea por motivos sentimentales (había prometido a sus hijas llevar el libro a la pantalla grande) o el potencial narrativo que tenía. Pero para ello necesitaba los derechos sobre el libro, que sólo se los podía ceder P.L. Travers, una escritora gruñona y algo mal llevada a la que la primera media hora de película maltrata bastante. El sueño de Walt se centra en la turbulenta relación entre la escritora y el estudio, y las disputas constantes entre el talentoso equipo de artistas a la orden de Walt y Travers, quien no se encuentra dispuesta a ceder con facilidad ante el mundo “frívolo” de Disney sus queridos personajes. Pero esa dimensión tan chata del personaje de Travers no se podía quedar en una superficie tan hosca: necesita una explicación, y es aquí que aparecen los montajes paralelos para salvar al personaje. Todo, hasta el más pequeño detalle, tiene algo que ver con la difícil niñez de Travers: al comienzo se la puede ver molesta por recibir como regalo peras y luego entendemos que el rechazo de ella por esta fruta se debe a una experiencia traumática que vemos en los flashbacks. Nada escapa al mensaje y la película parece asfixiarse en frases hechas que nos salen fácilmente: no seas presa de tu pasado, por ejemplo. Sin embargo, al director John Lee Hancock hay que reconocerle que, más allá de lo sosa que pueda ser su puesta en escena, la capacidad para exprimir el talento de sus actores y llevar sus películas algo más allá que la medianía de “las películas con mensaje”. Lo mismo sucedía con su película anterior, Un sueño posible, que también se escudaba en el “basada en hechos reales” y lograba una buena actuación de Sandra Bullock a pesar de todo. En este caso es Emma Thompson en particular la figura que eclipsa incluso a Tom Hanks, que se encuentra encerrado en un manual de magnate orwelliano. Por supuesto, ante semejante guión hay momentos y secuencias que nos dejan un personaje irregular, pero su interpretación se destaca a pesar de esto. Inevitable no citar el momento hacia el final de la película en que se decide la cesión de derechos de Travers a Walt Disney, una charla que se pretende catártica pero termina tornándose absurda y artificiosa en función de los conocimientos psicoanalíticos que saca Walt de la galera, subrayando el complejo de Electra que tiene Travers y su incapacidad para dejar ir el recuerdo de su padre. En el medio de todo naufraga Colin Farrell, que también logra dar momentos de intensidad a su personaje, a pesar del lineamiento previsible en el que está metido. Producto mediocre de buenas intenciones parece una etiqueta demasiado larga y abarcadora, pero aquí se ajusta con facilidad por su torpe sutileza narrativa y la falta de personajes que se definan más allá de la idea que los encierra. Y si, como se plantea en la novela clásica Mary Poppins, hay muchos tipos de jaulas para encerrar a los hombres, la del buen mensaje es una de las peores.
El vampiro cinematográfico Más de treinta años después de su estreno, llega en funciones exclusivas al Bama Cine Arte la película emblemática de Iván Zulueta, Arrebato: antes de este estreno, el film ya tuvo pasadas por festivales nacionales, incluyendo el de Mar del Plata hace un par de años. Sin dudas se trata de un film de culto, una película maldita tanto por los temas que aborda como por la personalidad que está tras las cámaras. Zulueta fue uno de los nombres más creativos del cine español (aunque Arrebato es su único largometraje) y este film, totalmente experimental y altamente lisérgico en la propuesta de remitir al vampirismo por dentro y por fuera del cine, es una experiencia que bien vale recuperar. Se trata de una de las más inteligentes y conscientes reflexiones sobre el cine, sobre todo porque no lo hace desde un lugar donde tome distancia con la historia que cuenta desde sus personajes. Al contrario, sus personajes revuelan por cada plano con la firmeza de lo cotidiano, manteniendo un tono que va del drama al más profundo thriller psicológico, logrando que imagen y tiempo se conjuguen para dar una historia de vampiros y vampirismo tan genuina y sutil como el cuento El almohadón de plumas de Horacio Quiroga. La película es una reflexión sobre las obsesiones del artista, pero también sobre la pérdida del universo infantil como el disparador de una esencia creativa que no vuelve, salvo en esos momentos en los que un arrebato nos puede devolver temporalmente a aquel lugar “más allá del espejo”, por parafrasear al personaje de Pedro. Sin embargo no es sólo eso. Arrebato tiene varios niveles de lectura que se reparten entre viajes lisérgicos y una obra de terror dentro del mismo film que termina de cerrar la alegoría, que resulta sin lugar a dudas autobiográfica -después de todo, tanto José como Pedro son directores de cine-. Arrebato es un film donde el montaje y el extrañamiento que provoca por momentos arroja un vértigo que la hacen una experiencia caótica y saludablemente indescifrable: lo que menos necesita un arrebato es una explicación. Aún si algunas subtramas parecen torpes en su inclusión, se trata de toda una experiencia. Además, pueden ver a una joven Cecilia Roth en un papel donde luce el talento actoral que luego terminaría por confirmarse.
La memoria de la muerte El caso de James Wan puede ser desconcertante. Rodrigo Seijas ya volvió sobre su trayectoria al analizar otro estreno de este año bajo su dirección, El conjuro, mencionando sus numerosos y bruscos cambios a lo largo de su filmografía. Y digo desconcertante porque no deja de resultar llamativo cómo de El juego del miedo, paradigma del torture porn y el gore, se llegó a La noche del demonio, El conjuro y ahora La noche del demonio 2, películas con una estética completamente distinta. Puestas en escena clásicas, con atmósferas y climas sobrecogedores, planos largos y descriptivos y tramas volcadas al desarrollo de una línea argumental, antes que en el golpe de efecto que la subviertan, hacen que quizá estemos ante un sólido referente del cine actual. El “quizá” reside en la irregularidad, aunque en cada uno de sus films -incluso en los peores (y aquí pienso inmediatamente en Sentencia de muerte)-, hay atributos para pensar que Wan ya se ha ganado un lugar entre los cineastas más respetables de la actualidad. Si bien con La noche del demonio 2 no termina de redondear lo mejor que tenía la primera parte o El conjuro, no deja de tener elementos que confirman una prolija línea que provocará más de un susto en el espectador. La noche del demonio 2, o Capítulo 2, es una secuela con todas las letras. No vayan al cine si no vieron la primera, porque mantiene y profundiza los lineamientos de la aquella, continuándola desde el primer minuto en que terminaba, expandiendo su mitología. En el afán de hacerlo, sin embargo, se torna sumamente caótica, en particular cuando se aleja del núcleo protagónico de la primera entrega. Pero no porque los personajes integrados por el simpático dúo de expertos en energía paranormal fallen, sino porque toda la subtrama de búsqueda a una explicación de los hechos acontecidos en la primera entrega es desordenada, confusa, y se termina resolviendo de una forma brusca a partir de una trama detectivesca infantil. Esto no quita alguna puesta en escena elegante y perturbadora que demuestra la habilidad del director: el ingreso al hospital abandonado o la mansión abandonada de Parker tienen momentos aterradores (en particular por la figura de la madre) que nos llevan a cuestionarnos una y otra vez qué sucedió allí. El problema reside en que una vez que tenemos la respuesta, el suspenso no es tan inquietante y este nuevo giro con la trama que se venía desarrollando de la primera película requiere, entre otras cosas, una serie de explicaciones cada vez menos convincentes que debilitan el conflicto central. Sin embargo, y a pesar de un relato más débil que la primera o la superior El conjuro (repitiéndose Patrick Wilson, a esta altura un actor fetiche de Wan junto a su colaborador y amigo Leigh Whannell), hay en los climas de esta entrega una estética más cuidada que tiene mucho de maestros como Darío Argento: la dosificación del rojo, las líneas de fuga en el encuadre hacia puntos de tensión y planos largos que siguen a los personajes hasta perderse en un rincón oscuro, son algunas de las marcas identificables tanto en esta como en la primera parte. Si bien es más endeble que las últimas dos películas de Wan, La noche del demonio 2 es un estreno que deja sin embargo la sensación de ser insólitamente novedoso. ¿Quién iba a decir que la estética de los ´70 podía verse tan renovadora?
Fantasía social cyberpunk Neill Blomkamp sorprendió allá por 2009 con aquella alegoría distópica que fue Sector 9, un film de ciencia ficción que utilizando un rico imaginario daba a entender un problema social que atravesó la historia sudafricana (de donde es originario el director): el Apartheid. Pero el mensaje no se imponía sobre el ritmo narrativo de la película, que avanzaba como una trepidante película de acción con un epílogo explosivo, sin por ello abandonar el concepto. Lo de Blomkamp no era construir un drama profundo y reflexivo, sino más bien utilizar la problemática como el móvil de un relato crudo y violento que no tenía inconvenientes en utilizar la caricatura para garantizar el entretenimiento hasta el último minuto. Con Sector 9, más allá de algunas irregularidades el resultado terminaba siendo redondo, pero con Elysium, su nuevo proyecto, el resultado no es tan satisfactorio. En Elysium el concepto no es tan novedoso: a raíz del caos, la inestabilidad y la escasez de recursos, las clases más acaudaladas decidieron hacer un mundo alejado de la Tierra, viviendo con todos los privilegios posibles mientras quienes habitan el planeta se ven explotados y condenados a una existencia marginal donde Elysium (precisamente, el satélite artificial de los ricos) es una estrella alejada donde las comodidades y servicios garantizan una vida eterna. Este universo de desigualdades sociales en un mundo distópico es una de las cuestiones que atraviesan la literatura de ciencia ficción desde finales del Siglo XIX, y la razón por la cual muchos de los elementos del relato carecen de novedad. Pero Blomkamp hace algo interesante: su universo futurista y marginal respira un aire de suburbio marginal que no parece tan lejano en el espacio o en el tiempo. Hay un imaginario que en la introducción el film explota con singular inteligencia, posándose sobre el personaje de Max (Matt Damon) para mostrar un mundo hostil sin posibilidad de ascenso social o de acceso a los derechos más básicos. Es en la introducción, con sus tonos amarillentos y aire de decadencia, donde la película mejor describe el drama del personaje. Pero también en la introducción comienzan a verse problemas: personajes desdibujados y una alarmante superficialidad desdibujan lo bueno que hacía Blomkamp para describir a la apocalíptica Tierra, transformando a Elysium en un pastiche de ingenuos acaudalados dominados por una mala, muy mala, el personaje más precario, interpretado por Jodie Foster. En el desarrollo los problemas de la introducción se hacen más palpables. Todo lo bueno que había esquematizado el director se vuelve brusco y poco verosímil, llevándonos a aceptar la trama de acción y vértigo a través del sufrido personaje de Max y el perverso mercenario a las órdenes de Elysium, interpretado por el cada vez más convincente Sharlto Copley. Algunos pueden argüir que el registro parece propio de otro tipo de narración, pero desde la presentación cada plano que lo describe parece sacado de un cómic o anime y esto es lo que termina rescatando a la película. Porque quizá Blomkamp puede no dominar la temática y verse absorbido por el concepto, pero al César lo que es del César: es un brillante director de acción y efectos especiales. Sabe hacer de los duelos un momento emotivo que se entiende en cada desplazamiento y hacer de los clímax momentos desesperantes. El problema es que esto está introducido en una estructura mucho más irregular que la de Sector 9, principalmente por el punto de vista: en Sector 9 nunca nos despegábamos del drama del protagonista y su dolorosa transformación (algo en común con Elysium), sin intentar extenderse al resto del mundo más que con su referencia. Aquí hay una endeble trama política en un mundo alejado donde los personajes son chatos y no provocan empatía. Pequeño problema. No se pueden dejar de tener sensaciones encontradas con Elysium: la introducción es interesante, fresca, y las secuencias de acción son, ya se mencionó, brillantes. Pero en el caos narrativo y la llanura de la alegoría política, se hunde hacia la mediocridad. Y sin embargo, no se puede dejar de ver aquí a un realizador que se destaca y que con un guión mejor trabajado puede llegar a sorprendernos.
Pesadilla suburbana Antes de que se plantee el desconcierto frente a las criaturas que se ilustran en Las amigas, de Paulo Pécora, es bueno saber que no tiene nada que ver con el vampirismo, aunque comparta varias cosas en común. En realidad se trata de lamias, personificaciones mitológicas conocidas tanto por su insaciable apetito sexual como de niños. Una vez saldada esa duda, la cuestión de este mediometraje es explorar las posibilidades de que estas criaturas habiten en un espacio urbano moderno. En su línea experimental, uno encuentra ocasionalmente algún hallazgo formal, pero termina limitándose a lo descriptivo y se regodea en ello, sin profundizar en la posibilidad de contar una historia que nos permita acercarnos al horror que se describe. Filmada en 8mm y con un predominio del blanco y negro, visualmente provoca extrañamiento entre planos cerrados y las actuaciones, donde se impone un registro teatral. Esto puede tornarse un problema con el verosímil, ya que gran parte del corto reposa en las actuaciones antes que en las posibilidades visuales del cine. Hay dos excepciones: la primera es la secuencia en la que las lamias van poniendo una a una las herramientas que eventualmente utilizarán sobre una niña (siendo clave el montaje y el sonido) y la segunda ocurre en el perturbador final, donde la iluminación y el color juegan un papel vital. Hipotéticamente, uno puede plantear que el uso del blanco y negro y el color responden a un patrón: en la secuencias en blanco y negro vemos cómo actúan las lamias “hacia afuera” (y por ende veremos cómo seducen y como se alimentan de sus víctimas) mientras que en las secuencias en color vemos cómo actúan “hacia adentro” (y por lo tanto veremos su interacción y sus rituales). Sin embargo, por momentos Las amigas se estanca en sus búsquedas y, a pesar de su brevedad, se extraña un punto de vista que nos meta de lleno en una historia con un punto de vista más sólido y que otorgue mayor suspenso. En todo caso, un ejercicio interesante que no logra salirse de esta definición.
Visita inesperada Tras media hora de transcurrida la película, uno entiende a dónde va La noche de la expiación: las intenciones, la demarcación de los personajes e incluso el giro que se puede dar. Pero la razón de que esto suceda no es sólo porque es previsible, sino porque el concepto y la idea sumergen al guión en acciones que se van haciendo cada vez más forzadas a medida que nos acercamos al final. Aún así, y esta es la cuestión, es necesario, no queda otra, es la excusa para llevar al espectador a reflexionar que la violencia genera más violencia. El problema es que esta excusa termina empantanando el relato y el imaginario de distopía que había construido hábilmente, para terminar siendo un thriller del montón. La noche de la expiación relata cómo durante un acontecimiento anual llamado “la purga”, a una familia que apoyaba la iniciativa y que al mismo tiempo se veía beneficiada por la venta de sistemas de seguridad domésticos para afrontarla, se les da “vuelta la tortilla” inesperadamente. ¿En qué consiste “la purga”?: hay un día del año en el cual está permitido cualquier tipo de crimen, incluso el asesinato. Para garantizar que las consecuencias del crimen sean concretadas no se encuentran disponibles ni la policía ni los centros de salud. La calle se hace un enorme escenario donde el ser humano libera sus oscuros instintos desquitándose con todo lo que tiene a su paso o resolviendo una venganza pendiente hacía tiempo. En el mundo que plantea el film -aunque no se sustenta demasiado bien cómo- esta medida ha garantizado el bienestar social e incluso ha favorecido el sistema económico. Este argumento, que por momentos recuerda al mejor Ray Bradbury, no tarda en diluirse rápidamente para transformarse en un pastiche digno del peor cuento de Robert Silverberg. Sin embargo, si la película logra sobrevivir a los agujeros de la trama (que se explica principalmente en la llana superficialidad con la que todo es aceptado pasivamente) es gracias a la acción y la exposición del imaginario en torno a la purga. Si bien por momentos cae en la tentación de una explicación que nos llega por gentileza del padre estructurado interpretado por Ethan Hawke, el detalle del color de las flores, los informativos y las horas de pánico en la intimidad antes del incidente hacen que este elemento fluya en la narración hasta la media hora, en que la carga moral pone a los personajes en una situación límite que se hace cada vez más forzada hasta el inverosímil final. Con algún destello creativo y actoral, pero un guión disperso, La noche de la expiación demuestra que no siempre una buena idea hace a una gran película.
Una de piñas y patadas Con El hombre de los puños de hierro pasa algo muy parecido a lo que ocurre con El ataque. Son películas algo desparejas pero uno tiene que concederles que, dentro de la lógica cerrada de un género, consiguen entretener en base a fórmulas clásicas. Mientras que El ataque se ataba a las convenciones del cine de acción, aquí se hace hincapié en el cine de artes marciales (con una fuerte impronta del wuxia) aunque no se ata a un formato clásico. Lo hace con los rasgos de quien presenta la película, Quentin Tarantino, tomando elementos de un género clásico pero con una disposición barroca donde la estética toma influencias del cómic o los videojuegos, por ejemplo. Esto es lo mejor y al mismo tiempo lo peor del film de RZA, el legendario rapero de Wu-Tang Clan devenido en actor hace ya varios años que con esta película inicia su carrera como director. Hay algo que no se le puede negar a RZA: evidentemente conoce al género al que referencia y tiene un enorme afecto por lo que hace. Las secuencias de acción, donde más se luce la película, son creativas y deslumbran con toda su brutalidad caricaturesca segmentada a lo largo de todo el relato, a pesar de por momentos ser confusas para seguir. Pero el problema central no está en las secuencias de acción. La cuestión más bien pasa porque la trama que justifica su aparición es endeble y confusa a tal punto que hacia el desenlace poco importan las motivaciones de los personajes. Una vez definidos los estereotipos, buenos y malos se recuestan sobre su identidad y se enfrentan en peleas interminables. Pero la película no fue pensada así, hay una serie de subtramas confusas que nunca terminan de cerrar en los personajes, salvo el flashback del herrero al que referencia el nombre de la película. Esto es lo que por momentos da la impresión de un envase vacío de diálogos al cual le sobran historias, con secuencias de acción aisladas en el guión. Pero definir al film como piñas y patadas con diálogos ocasionales es parcialmente injusto. RZA luce en algunas secuencias en el burdel de la madama interpretada por Lucy Liu, particularmente en un plano largo donde vemos “entreteniéndose” a varios hombres del clan Lobo o en el mencionado flashback. Lo que sucede es que la película adquiere una consistencia líquida donde las interminables peleas son el punto de mayor solidez y donde más entretiene, prácticamente como si se tratara de un desvergonzado dibujo animado del cual hay que olvidar varios elementos accesorios que en lugar de ser complementarios son un estorbo. Y de eso se trata. Más allá de su desprolijidad técnica o sus lagunas en el relato, es una película que no aburre. Entre tanto cine que siquiera logra enganchar, esto no deja de ser un mérito.
Otra fantasía yanqui Difícil pensar a El ataque sin pensar en otros dos estrenos de este año: el primero fue Ataque a la Casa Blanca y el otro Amenaza roja. En los dos casos los norcoreanos, con o sin aliados, invaden Estados Unidos con planes poco menos que inverosímiles, como una incursión “relámpago” o el uso de un arma fantasiosa que parece sacada de alguna serie de ciencia ficción. Dos películas olvidables que fallaban tanto en plantear una historia interesante como en hilvanar secuencias de acción, en algunos casos destacables y en otros innecesarias. ¿Qué tiene que ver todo esto con El ataque? Bueno, no es novedoso lo de la carencia de ideas de Hollywood, pero se trata de otra película que implica un ataque a la Casa Blanca. Sin embargo el resultado es mucho más redondo y entretenido. Hasta se permite unos saludables toques de humor. El ataque no tiene nada que no tengan otros representantes del cine de acción. Pero lo hace de forma genuina, sin preocuparse por retomar clichés o planteando la trama desde una notable ingenuidad, evitando el trasfondo dramático tan severo que se pretendía en los otros dos estrenos mencionados (que es lo que les daba el tono propagandista). Otra diferencia es que ya no se trata de norcoreanos con planes extraños. Al contrario, son grupos paramilitares bastante disconformes con las políticas “pacifistas” del presidente vigente en EE.UU., quien parece dispuesto a realizar un tratado en Medio Oriente que pondría fin a las guerras e intervenciones militares. El golpe es entonces solventado por el lobby armamentista y grupos de extrema derecha decididos a llamar la atención, además de un alto funcionario con una venganza personal en juego. Si Amenaza roja o Ataque a la Casa Blanca planteaban un mapa sociopolítico de la derecha más recalcitrante, aunque atado de los pelos, aquí se tiene una película “progre” bastante ingenua donde todo, hasta el ridículo giro del final, parece puesto como la excusa de una película de acción. Sin embargo, con todo lo fantasiosa que puede resultar El ataque, no deja de ser más verosímil que las otras dos propuestas. Pero además, El ataque es una película con personajes que, dentro de los estereotipos que representan, son sólidos. Si bien el agente oportunista de ChanningTatum no es igual de efectivo que Bruce Willis o el mismo Gerard Butler (que vieron en Ataque a la Casa Blanca), sostiene la película lo suficiente como para que no notemos la brecha actoral; además de aprovechar un timing de comedia que brilló en la gran Comando especial. Pero además el film tiene un elenco sólido que dentro de las limitaciones del material entrega una serie de antagonistas carismáticos y secundarios (como Richard Jenkins o Maggie Gyllenhal) cumplidores que no se pierden en las lagunas de la, por momentos, confusa trama. Y este es uno de los puntos más flojos de la película de Emmerich. A la longitud un tanto extensa de las tramas y subtramas, hay que sumarle giros cada vez más absurdos que se condicen con, por ejemplo, la atención a detalles como el cuadro de la Casa Blanca incendiándose o la secuencia que introduce al antagonista interpretado por James Woods, que se revalorizan a menudo avanza la película. Por otro lado Emmerich, un director acostumbrado a efectos mastodónticos, demuestra su solvencia para filmar secuencias de acción que, si bien no son sutiles o mínimas en función del generoso presupuesto, resultan memorables sin ser tan desproporcionadas como la persecución de la limusina presidencial en el jardín de la Casa Blanca. Sin estar a la altura de joyas como Duro de matar, El ataque no se va a destacar por ser una película memorable cuando termine el año, pero la recordarán por hacerles pasar un buen momento, cosa que pocos estrenos de acción han logrado el último año.
El retorno de los comunistas nazis norcoreanos Seré breve con este insulto cinematográfico de poco más de una hora y media que hace parecer al bodrio de Invasión a la Casa Blanca como una película atendible. Amenaza roja (la remake de una producción ochentosa tan mala como esta) cuenta con algunas secuencias de acción más o menos bien resueltas (exceptuando las terribles persecuciones) pero sepultadas bajo escombros y escombros de podredumbre que vamos a identificar como: terribles diálogos, un mapa sociopolítico absurdo, personajes inverosímiles en todas sus facetas, actuaciones risibles, líneas de diálogos que se balancean entre lo propagandístico y la comedia involuntaria, una subtrama familiar olvidable (de la que incluso parecen olvidarse sus propios personajes) y una terrible dosis de patrioterismo que no hay forma de disociar del relato. Pero, ¿en qué consiste Amenaza roja? Bueno, suponte que un día te levantas, escuchas explosiones miras al cielo y ¡hay norcoreanos cayendo del cielo desde aviones de guerra! Así de simple, se trata de una invasión relámpago que, rápida e inexplicablemente, da lugar a ejércitos de colaboracionistas, campos de concentración y un régimen dictatorial distópico. Ah, la película también nos dice (para no olvidar la película original) que los rusos también han tomado parte en el asunto. Y bueno, un grupo de chicos, después de hacer un curso acelerado de supervivencia con un marine (¿de cuánto? ¿Un día? ¿Una semana?) se transforman en un grupo de contrainsurgencia para resistir al dominio extranjero. Y esa es la película, hay unos hermanos -uno es el marine- que son el eje, un par de muchachitos simpáticos que se transforman en máquinas de matar, bombas sexys con rifles-cortesía de Isabel Lucas y AdriannePalicki, y un malo, muy malo, interpretado por un tal Will Yun Lee. Cuanto más progresa la película más abajo se hunde, hasta un giro hacia el final que, en lugar de martirizar al protagonista, nos martiriza a nosotros con una lógica de guion que también pone a un marine asiático sobre el desenlace (claro, no todos los asiáticos son malos), como si a esa altura también importara la corrección política. Prepotente y olvidable, no puedo imaginar el público al que le pueda interesar semejante bodrio. Cualquier película bélica serie B es mejor que esto o, al menos, más entretenida.