7 días en La Habana es una muy buena opción en la cartelera de cine para ver un film con muy buenas actuaciones y con siete miradas más que desiguales sobre dicha ciudad. Los cuentos son bien diferentes dando como resultado una película bien desigual, aunque justamente en esto radica su encanto, ya que si un relato no te gustó mucho, seguramente...
Historias de vida Un retrato plural y ecléctico, diferente, moderno y desprejuiciado a cargo de algunos de los directores más interesantes de la actualidad, como es el caso de Gaspar Noé (Irreversible), el acostumbrado a temas sociales Laurent Cantet (La clase), el actor y el debutante detrás de la cámara Benicio del Toro, el israelí Elia Suleiman (Intervención divina), el argentino Pablo Trapero (Elefante Blanco), el español Julio Medem (Lucía y el sexo) y el más veterano de la lista, el cubano Juan Carlos Tabío (Fresa y chocolate). Las historias van de lunes a domingo y transcurren en la hermosa y controvertida ciudad de La Habana. Todo comienza con el joven actor Josh Hutcherson, en el papel Teddy Atkins, un actor hollywoodense que pasa una noche acompañado de un taxista y termina de la forma menos pensado. La acción sigue con el corto de director Emir Kusturica, el realizador de Maradona By Kusturica o El Sueño de Arizona, que llega a recibir un premio en El Festival Internacional de La Habana, pero, antes y después del evento, prefiere salir y conocer los arrabales y la mismísima esencia del lugar. Es así que los cortos llevarán al espectador por relatos sumamente variados. También se podrá disfrutar de la mirada melancólica del israelí Elia Suleiman, que con su observación va descubriendo a manera de "foto postales" la ciudad, acompañado del sonido vibrante del mar y los largos discursos del Comandante Fidel castro. Entre los actores se pueden reconocer algunos grandes rostros como el ya mencionado Josh (Mi familia, Los Juegos del Hambre) y el alemán Daniel Brühl (Bastardos Sin Gloria) como un empresario musical.. Estos relatos pasan por noches de baile, rituales para exorcizar a una joven por ser lesbiana (quizás la menos lograda es la del realizador Gaspar Noé), escapes y promesas en el extranjero, mensajes divinos y hasta la búsqueda de huevos por los barrios para realizar un merengue. Algunas más cómicas, otras más melodramáticas y otras fuertemente nostálgicas que van pincelando esta ciudad de una manera muy peculiar. Siete días en La Habana son el tiempo justo para recorrer, sentir y conocer una Cuba que pide a gritos libertad.
Un mosaico que si bien sabe cuándo eludir lo turístico, pierde interés a mitad de camino ¡¡¡AZUCAAA!!! Perdón, tenía que hacerlo. Cuando el editor-en-jefe me pasó la invitación de prensa de esta película, inmediatamente pensé que me estaba por comer un folleto turístico de 129 minutos sobre la belleza de Cuba. Afortunadamente, el título en cuestión elige meterse menos en lo turístico y más en lo autóctono. Ya que es un compilado de cortos, reseñaré cada uno individualmente: EL YUMA de Benicio del Toro ¿De qué la va?: Un actor visita Cuba para estudiar cine, y al trabar amistad con su chofer se adentra en la noche cubana con el objetivo de conquistar mujeres. ¿Y qué tal?: Benicio del Toro se las ingenia bastante bien detrás de la cámara. No para decir “A la mierda, dirige tan bien como actúa”, pero creo que con unos cortos más va a estar listo. Sabe mantener el pulso, se vale de sus truquitos visuales y aunque tiene un final satisfactorio a medias, la vuelta de tuerca que lleva al mismo es interesante. JAM SESSION de Pablo Trapero ¿De qué la va?: Emir Kusturica visita Cuba con motivo de un festival de cine, pero decide saltearse el cocktail y acompaña a su chofer a ver la banda de Jazz donde éste último toca. ¿Y qué tal?: No ponen ningún cartel que lo indique, pero te das cuenta al toque que este es el corto de Trapero. Tiene sendos planos secuencia; hasta hay uno que está filmado de la misma manera que el final de Carancho. En la mezcla de sonido hay mucha atención al detalle; por más fuerte que oigas la trompeta, llegas a oír claramente el ruido de la digitación del instrumento. No hay mucho conflicto, pero lo que garpa el corto es la actuación de Kusturica, que se ríe de sí mismo de una manera descomunal, y la relación que establece con su chofer. LA TENTACION DE CECILIA de Julio Medem ¿De qué la va?: Un joven empresario español se enamora de una cantante de lounge cubana y se la quiere llevar para su país. El problema es el noviazgo de la mencionada cantante con un beisbolista venido a menos. ¿Y qué tal?: De todos los cortos, es lejos el mejor; a nivel guión, actuación y dirección; todo esto por no decir un montaje exquisito. El único de todos con un conflicto concreto, sostenido y un desarrollo satisfactorio. DIARIO DE UN PRINCIPIANTE de Elia Suleiman ¿De qué la va?: Un turista palestino espera que su embajada le concrete una entrevista. ¿Y qué tal?: EM-BO-LAN-TE. A partir de acá la peli, como un todo, se empieza a ir a pique. Este segmento no es otra cosa que el mencionado Suleiman caminando de aquí para acá, mirando a cámara con cara de culo, contraplanos de lo que está viendo que no tienen ninguna relevancia, y estar parado en un cuarto de hotel, como mosca en un bizcocho, viendo un discurso de Fidel Castro. No pasa nada. Nada de nada, nada de nada de nada. Es más, hay tanta nada, que no te sorprendas si de repente empezas a pensar en el traste de Ned Flanders (y su correspondiente reacción “Estúpido y Sensual Flanders”). RITUAL de Gaspar Noé ¿De qué la va?: Una chica empieza un affaire lésbico. Sus padres la agarran en la cama con su nueva amante, y deciden practicarle un complejo ritual de exorcismo. ¿Y qué tal?: Otro corto en el que te das cuenta al toque quien lo hizo, la música fuerte y el uso de cortar a negro entre planos hacen acordar a la estética de Irreversible. Pero del corto en concreto, se puede decir que la forma en la que Noé presenta el romance y el cómo los padres de la protagonista descubren el mismo son excelentes ejercicios de cómo narrar únicamente con imágenes. Ahora si, a partir de ahí, el corto cae en picada para volverse lento, monótono y aburrido casi al punto de ser un somnífero para el espectador. DULCE AMARGO de Juan Carlos Tabío ¿De qué la va?: Una psicóloga, que a pesar de que tiene un espacio en la televisión sobre el desarrollo personal, tiene un pequeño negocio de repostería. El corto no solo circunda sobre las dificultades que enfrenta al tratar de cumplir con un pedido grande, sino también con el hecho de que su hija quiere dejar Cuba en una Balsa. ¿Y qué tal?: Aunque sus personajes son pintorescos, y tira alguna que otra humorada al retratar una historia sencilla, su trama no logra suscitar ni sostener el interés del espectador. LA FUENTE de Laurent Cantet ¿De qué la va?: Una anciana tiene un sueño en el cual una Virgen le pide construir una fuente en su honor. El problema es que vive en un apartamento, y construir la fuente dentro del mismo significa un dolor de cabeza para su familia y sus vecinos; sobre todo por las detallistas y extravagantes exigencias de la anciana. ¿Y qué tal?: Ídem Dulce Amargo. Conclusión Aunque hay talento en los directores invitados, el film como un todo pierde fuerza e interés a mitad de camino. El producto alega sostener una continuidad dramática ––cosa que solo se ve en dos de los cortos–– cuando no podrían ser, narrativa y estéticamente hablando, mas diferentes entre sí. Las tres primeras propuestas están perfectas; las otras, entre el tedio y la confusión, no se salvan en los más mínimo. La suma de diferentes estilos narrativos es una propuesta interesante, pero el orden de presentación elegido no fue precisamente el mejor.
Como todo film colectivo, éste tiene momentos buenos, momentos regulares, momentos malos, momentos inútiles. Y más allá de que hay grandes directores (Laurent Cantet, Julio Medem, Elia Suleiman) pocos atraviesan el lugar común fotográfico, eso de ver sin entender otro mundo. Solo el episodio dirigido por Pablo Trapero, con Emir Kusturica, que juega en la frontera entre el documental y la ficción, logra darle vida a un film demasiado fotográfico.
Cuba 7.0 Siete directores internacionales filman, fieles a sus respectivos estilos, siete historias muy distintas. ¿El punto en común? Todas ocurren en La Habana, Cuba. Benicio Del Toro, Pablo Trapero, Julio Medem, Elia Suleiman, Gaspar Noé, Juan Carlos Tabío y Laurent Cantet son los encargados de retratar el vaivén contemporáneo en el que pendula la capital cubana. Así se cuelan taxistas ingenieros, choferes trompetistas, una Habana vista desde los ojos de quien visita el zoológico, Fidel Castro, el reggaeton, el sol del Caribe, la religión, el ron y el mar por todas partes. Mucha música cubana, la trova, el merengue y hasta Emir Kusturika vomitando en la entrega de premios del Festival de Cine de la Habana. Ceremonias de sanación, el drama de los balseros y la aparición de la virgen junto a sus pedidos exóticos. Todo junto pero no revuelto retratando a veces con picardía, un poco de humor y algo de romanticismo el caótico mundo de una ciudad compleja en su constitución social y ecléctica en sus usos y costumbres. Leonardo Padura fue el escritor cubano encargado de la coordinación autoral de los siete guiones. Parte de su mérito está en que si bien los cortos son muy diferentes entre sí, como totalidad consiguen una armonía estructural y hasta se dan el lujo de permitirse guiños que el espectador atento fácilmente detectará. La película entonces, no resulta una recopilación sin hilo conductor de puntos de vista sobre Cuba, sino que logra presentarse como una invitación a la reflexión sobre la compleja realidad cubana, y sobre los ojos extranjeros y prejuiciosos con los que a veces se la mira. 7 días en La Habana (2012) es llevadera y entretenida. Ofrece un amplio abanico de miradas y estilos que le aportan dinamismo y frescura. Sin embargo vuelve sobre algunos tópicos. Por ejemplo muestra esa sensación de ansiedad que persigue a muchos isleños y como un mantra repite "Acá se está bien, pero afuera dicen que todo es mejor". El clásico cubano querer quedarse, queriendo irse. Entonces, la melancolía del exilio que no fue sobrevuela la película entera e interpela al espectador (conocedor virtual y real de la realidad internacional) sobre su ese anhelo. ¿Es necesario huir de Cuba? Queda por destacar la inmensa capacidad autoral que se percibe en dos de los cortos. Es notable que en tan poco tiempo cinematográfico Suleiman y sobre todo Noé consigan, destreza y síntesis mediante, evocar no sólo una mirada sobre Cuba, sino sobre la condición humana misma.
Siete días en La Habana es una película similar a lo que fueron en el último tiempo otras producciones como New York, I love You y Paris Je T´aime, con la particularidad que el escenario principal de esta obra es Cuba. Estas producciones para mi son como las antologías de cuentos en la literatura, donde te podés encontrar con cualquier cosa. Es decir, podés disfrutar de muy buenos relatos, otros olvidables y otros que no se entienden directamente como llegaron a ser concebidos. Todo es posible. En el caso de esta producción el nivel general es bastante pobre salvo por el trabajo de un par de directores que no se olvidaron que el motivo principal por el que viajaron a La Habana era para narrar un corto. El otro inconveniente es que en la gran mayoría de las historias retratan una visión turística de Cuba más cercano a una promoción de una agencia de viajes que a una producción que explora esa cultura. El corto de Pablo Trapero por ejemplo es bastante malo. Seguramente la pasó bárbaro junto a Emir Kusturica en La Habana pero la verdad que en You Tube hay cortos amateurs con más contenido. Su historia no conduce a ninguna parte y salvo por el solo de trompeta que toca un personaje, que es un lindo momento del film, la historia que narra es completamente olvidable. Lo mismo ocurre con el corto de Benicio del Toro con el que abre la película que presenta un par de personajes interesantes para dejar todo en la nada. De todos modos, hubo directores que hicieron un buen trabajo. El niño caprichoso del cine, Gaspar Noé (Irreversible), acá brindo una buena labor y es uno de los pocos realizadores de esta antología que se preocupó por narrar una historia interesante que se concentra en los personajes, más que en filmar la callecitas de La Habana que también las podes ver en un programa del Sun Channel. Noé cuanta la historia de un matrimonio que deciden exorcizar a su hija cuando descubre que la chica es lesbiana. No es una maravilla pero si un progreso frente a los cortos que uno venía viendo hasta ese momento. Los directores que más se destacaron en este film por afano son el cubano Juan Carlos Tabío y el francés Laurent Cantet (Recursos Humanos, El empleo del tiempo), quienes fueron los únicos que con sus trabajos evitaron los clichés del retrato turístico de Cuba. Las historias de ellos “Dulce Amargo” (Tabío) y “ La fuente” ( Cantent) son dos historias interesantes que sobresalen por haber capturado con mucha precisión la vida cotidiana de la gente que vive en la ciudad donde transcurre el film. Salvo por estos dos cortos, si bien todas los relatos están muy bien realizados, en términos generales esta antología es bastante olvidable porque perdieron la posibilidad de sacarle jugo a una cultura y un país interesante.
Postales caribeñas Como antes Nueva York, París y Tokio ya habían tenido sus películas episódicas, ahora es La Habana la que recibe su tributo cinematográfico con un conjunto de siete cortometrajes dirigidos por directores de la talla de Laurent Cantet, Benicio Del Toro, Elia Suleiman, Gaspar Noé, Julio Medem, Juan Carlos Tabío y Pablo Trapero. Que el resultado iba a ser irregular, se caía de maduro desde el momento en que son historias independientes, cuyo único aspecto en común es que transcurren en la hermosa y decandente zona de La Habana Vieja (hay algunos personajes que también se repiten). Los cortos de Del Toro (El Yuma, a puro pintoresquismo y corrección política para describir el encuentro entre un joven actor estadounidense y un travesti) y de Noé (Ritual, sobre -prescisamente- un ritual que le hacen a una joven porque ha mantenido una relación lésbica) son malos, pero el de Medem (La tentación de Cecilia, sobre una cantante casada con un beisbolista que es tentada por un empresario español para emigrar y tener en Europa una carrera exitosa) es lo peor ya no sólo de este conjunto sino de todo lo que vi en el año. Una vergüenza en todos los sentidos imaginables. El mejor es Diary of a Beginner, con el gran Suleiman jugando a ser Jacques Tati, riéndose con onda de Fidel Castro y Arafat, observando sin decir una palabra pero con punzante ironía las contradicciones de la sociedad cubana. Notable. Y es muy bueno también Jam Session, de Trapero, que describe la llegada de Emir Kusturica para recibir el premio Coral a la trayectoria en el Festival de La Habana y cómo luego se van con su chofer (que resulta ser un eximio trompetista) a una jam session, donde nacerá una fuerte amistad. El corto más compacto y con menos clichés del conjunto. El cierre es con dos propuestas bastante dignas: Dulce amargo, del local Tabio, sobre una psicóloga que da consejos en un show televisivo y se gana la vida haciendo pasteles; y La fuente, de Cantet, sobre una mujer que decide organizar una ceremonia en honor a Oshun con la ayuda de sus vecinos.
Lejos de la Revolución 7 días en la Habana es un film colectivo donde siete directores de diverso origen y estilos cinematográficos intentaron transmitir sus impresiones de la isla desde su condición de extranjeros con una mirada propia y con la intención de alejarse de todo cliché. Así, Benicio del Toro, Pablo Trapero, Julio Medem, Elia Suleiman, Gaspar Noé, Juan Carlos Tabío y Laurent Cantet realizaron respectivamente un cortometraje pero que en el conjunto del film se interconecta con las demás historias. Como suele ocurrir en este tipo de proyectos, el resultado final de la obra es bastante irregular y las diferencias entre directores se plasma en la capacidad narrativa de cada uno, en su creatividad a la hora de narrar sus anécdotas y sobre todas las cosas en sus criterios cinematográficos. Entre los siete relatos podrían buscarse algunos elementos en común como por ejemplo los contrastes sociales en relación a cómo vive y dónde vive la población cubana; la sensación de que en cada rincón de la isla se oculta un talento perdido; los embates de la economía autosustentable que marcan el atraso y por otro lado las postales comunes y ordinarias, así como el color y el brillo acompañado de danza y música acorde a las circunstancias. Sin enumerar detalladamente cada una de las historias es de destacarse Diary of a beginner del palestino Elía Suleiman, quien fiel a su estilo mudo y a la contundencia de su humor asordinado recorre algunos rincones de Cuba con la mirada del extranjero perplejo pero despojado de toda impronta folletinesca o turística en el cortometraje más político al que se le debe agregar el aporte desde el punto de vista rupturista y estético de Gaspar Noé con un relato de exorcismo a una joven que fue descubierta por sus padres en una relación homosexual. La participación del argentino Pablo Trapero resulta apenas simpática, más que nada gracias a la buena predisposición del serbio Emir Kusturica en el segmento llamado Jam Session, donde el director de Gato negro, gato blanco llega a la Habana para recibir un premio por su trayectoria en el cine pero descubre en su chofer a un trompetista excelso y a pesar de no hablar español logra establecer una comunicación a través del lenguaje musical. Los europeos Julio Medem y Laurent Cantet eligieron respectivamente resaltar los contrastes sociales: el primero con un triángulo amoroso entre una cantante, un jugador de beisbol en decadencia y un empresario español mientras que el francés intentó mostrar la cara solidaria y la utopía en un grupo de vecinos que se proponen rendir homenaje a Oshum y construirle una fuente prácticamente sin recursos y contando sólo con su capacidad creativa. La historia menos interesante es la que encabeza el film a cargo de Benicio del Toro, quien demuestra sus enormes limitaciones tanto como director y guionista además de no conseguir una resolución interesante para su planteo previsible, justificable si se tratara de un estudiante de cine pero no de un director convocado para semejante proyecto. Como film colectivo, 7 días en la Habana, deja cierto sabor a poco y la sensación de que fue una oportunidad desaprovechada más allá de la majestuosidad y el magnetismo de ese pequeño país que se hizo grande por su historia y sus epopeyas anticapitalistas del pasado pero que para el presente solamente será un recuerdo o un punto turístico perdido y distante en el mapa del mundo.
Filme coral y dispar En esta película sobre la capital cubana, se destacan los cortos de Pablo Trapero y, especialmente, el de Elia Suleiman. Toda película coral tiene sus puntos altos, sus mesetas y sus partes que uno se preguntan qué están haciendo allí. La mera comparación de los trabajos les juega a favor y en contra a unos con otros. Pero a diferencia de otros, llamémosle ensambles, como NewYork I Love You (2009, 10 cortos y transiciones) o Paris, Je T’aime (2006, 20 cortos), si bien la duración es casi la misma -dos horas que se hacen largas-, el número de cortos bajó, son 7. Lo que tiene sus pros y sus contras. Veamos A los productores de estos trabajos grupales siempre le resulta difícil decidir no sólo a quiénes llamar para dirigir, sino, una vez que tienen los trabajos, ordenarlos, decidir cuál abre, cuál le sigue y cuál cierra. En Historias de Nueva York , Scorsese abría con Lecciones de vida , segmento que no iba a ser superado ni por lejos por Coppola o Allen. Aquí el que abre es El Yuma , debut directorial de Benicio Del Toro. Bien podría seguir dedicándose a lo que mejor sabe hacer. El actor boricua dirige a Josh Hutcherson ( Los juegos del hambre ) como Teddy, un actor que pasa una noche entre alcohol, mujeres, prostitutas y algún otro lugar común. Es que a la mirada turística -pese alguna pincelada como los habituales apagones no puede decirse que se trate de un corto de mirada social- se le puede contrastar con Dulce amargo , del local Juan Carlos Tobías, o La fuente, del francés Laurent Cantet (los dos últimos cortos), donde la raíz cubana está mucho mejor expresada. En el primero, Mirta Ibarra es una psicóloga que debe dejar de atender a sus pacientes para preparar unos dulces, mientras su esposo (un gordísimo Jorge Perugorría) bebe a las escondidas. En el segundo, los habitantes de un edifico semiderruído se solidariza y en un día construyen un altar a la Virgen María , porque a una vecina se le ha aparecido y se lo pidió. Lo que comparten los cortos, además de algunos personajes y guiños, es mucho ron, muchos autos, viejos y no tan viejos, muy buena música y mujeres jóvenes y predispuestas al sexo. Después, cada uno hizo lo que quiso Flojo es el trabajo de Julio Medem ( La tentación de Cecilia ), con un cameo extendido, digamos, de Daniel Brühl, sobre una cantante que se plantea escapar de la isla. Lo mejor llega de la mano de Pablo Trapero, con un Emir Kustirica haciendo de sí mismo -borracho-, que va a recibir un premio en el Festival de La habana, y en Jam Session se cruza con músicos y un chofer de aquéllos. Otro que se interpreta a sí es el gran Elia Suleiman. El realizador palestino sigue con su onda Buster Keaton/Jacques Tati, y logra en Diario de un principiante el mejor de los cortos, bromeando sobre Fidel Castro (tiene un entrevista pactada con él, pero el Comandante está dando uno de sus largos discursos y no lo atiende nunca) y marcando las relaciones de las mujeres cubanas con los turistas. El director de Intervención divina entrega una escena memorable con una estatua de Hemingway. Y está Ritual , que es otra marca registrada de Gaspar Noé, con una joven que luego de que la descubren acostada con otra chica, forma parte del título, con escenas de vudú, un clima inquietante y esos tambores que no dejan de sonar en el fondo.
Siete miradas sobre La Habana Un film por cada día de la semana. Siete miradas diferentes sobre un mismo escenario multifacético, colorido y colmado de sugestión: La Habana. Las postales, la música y el color local están asegurados. La variedad de enfoques, también, porque los responsables de estos siete cortometrajes son otros tantos autores reconocidos, la mayoría hijos dilectos de Cannes. Y casi también puede descontarse que, como suele suceder en estas realizaciones colectivas, los altibajos estarán a la orden del día. 7 días en La Habana responde a todas esas expectativas. Si su principal interés proviene de los nombres de los cineastas convocados, la curiosidad reside en averiguar qué camino ha elegido cada uno para responder a la invitación. La apertura le corresponde a Benicio del Toro, que elige el esquema clásico de un recién llegado a la capital cubana que con la guía de un taxista local vive una aventura nocturna que no se aparta demasiado de los lugares comunes: alcohol, sexo, música y eventualmente travestismo. El Yuma es un joven actor norteamericano (Josh Hutcherson) que apenas repara en la superficie de la realidad. Lejos de los estereotipos, Pablo Trapero aprovecha la frescura de Emir Kusturica para hacerlo representarse a sí mismo en un festival de La Habana durante el cual entabla amistad con su ocasional chofer y disfruta de una jam session particular con el trompetista Alexander Abreu. A Julio Medem se debe uno de los tramos menos felices: la melodramática historia de una cantante cubana de muy escaso mérito a quien tientan para ir a trabajar en España y abandonar a su novio beisbolista. De ahí al Diary of a Beginner, de Elia Suleiman, hay un brusco cambio: aquí asoma el humor -un poco Tati, un poco Keaton- del palestino para contar la espera que padece antes de ser recibido en su embajada: una espera tan larga como los clásicos discursos de Fidel Castro. A ese capítulo, uno de los mejores de la película, sigue un atractivo ejercicio visual de Gaspar Noé: Ritual, en torno de una suerte de exorcismo al que someten a una muchacha que ha practicado el lesbianismo. Los dos últimos episodios se acercan más al drama doméstico sobre la realidad cubana de hoy. Uno, Dulce amargo, de Juan Carlos Tabío, expone en un lenguaje algo avejentado, pero con la verdad que le da su familiaridad con el entorno, la breve historia de una psicóloga que difunde sus consejos por televisión, pero se gana la vida como eximia pastelera, papel en el que se luce Mirtha Ibarra al lado de un Jorge Perugorría casi irreconocible. El final es con lo mejor: La fuente, de Laurent Cantet, apunta a las creencias y costumbres populares de los cubanos a través de los preparativos de una fiesta religiosa en la que la Virgen María se mezcla con Oxum.
Muchos nombres famosos Desde hace unos años cunden los films en episodios sobre ciudades, que están entre el turismo (cultural, en el mejor de los casos), el encargo y el “fenómeno” cinematográfico, capaz de llamar la atención con los principales festivales internacionales como vidriera. Todo empezó con París je t’aime (2006), siguió con New York, I Love You (2009) y promete continuar con Berlín, Río de Janeiro y Shanghai (Jerusalén quedó en suspenso, seguramente por temor a los misilazos). Como ellas, 7 días en La Habana reúne nombres consagrados, tanto delante como detrás de cámara. En este caso, sobre todo detrás: algunos de los directores a cargo de los siete episodios son el palestino Elia Suleiman, el francés Laurent Cantet, el vasco Julio Medem y, faltaba más, dos argentinos: Pablo Trapero y Gaspar Noé. Decir que el resultado es desparejo es no decir nada: no hay film en episodios que no lo sea. Decir que la mitad más uno funciona y el resto no es decir algo más. Calma, argentinos, que las de Trapero y Noé están entre las que sí. Siguiendo el orden de presentación, 7 días en La Habana comienza, significativamente, con el episodio filmado por un estadounidense. Aunque es cierto que Benicio del Toro (de él se trata) es puertorriqueño. Habiéndose ganado tal vez el derecho a participar del proyecto tras haber hecho de Fidel en el Che, de Steven Soderbergh, el debut como realizador de Del Toro no está mal, con un joven actor estadounidense (Josh Hutcherson) mareado por el ron y el son, pisando el palito del viejo mito urbano que dice que si una chica muy alta y atractiva te sonríe, más vale andar con pies de plomo. Con guión de sus colaboradores de confianza (Mitre, Fadel y Mauregui), Trapero juega en el límite entre el documental y la ficción, filmando a un Emir Kusturica que hace de sí mismo. Invitado al Festival de Cine de La Habana, el bosnio toma, vomita y huye de ceremonias oficiales, para terminar tocando, de madrugada y en un perdido rincón ribereño, con su chofer y otros exquisitos jazzmen latinos. También hace de sí mismo en su episodio Elia Suleiman que, por más que ahora tenga barba blanca y anteojos, vuelve a componer el mismo personaje de Intervención divina o El tiempo que resta: un tipo perdido entre los laberínticos pasillos del hotel, mientras espera una entrevista con Fidel que se presenta igualmente laberíntica. Mientras la espera se alarga, observa, impasible y desconcertado, la extrañeza tropical que lo rodea. A propósito, uno de los méritos de esta coproducción franco-española-cubana es el de no incurrir en complacencia alguna. Por más que los vecinos sean tan alegres y hospitalarios como indica el lugar común, aunque no falten las mulatas corpulentas, los discursos oficiales son épicos y la vida cotidiana, espartana: autos-cascajo, motos sobrecargadas de pasajeros, cortes de agua y luz, jineteras ansiosas de cups (el peso convertible a dólares) y comerciantes que tratan de hacer su agosto a costa del prójimo. Además, desfilan a través de los episodios balseros que huyen, denuncias y persecución policial a travestis, represión a la homosexualidad, machismo y religiosidad primitiva. El cuarto episodio bueno es el de Gaspar Noé, que vehiculiza dos de sus obsesiones (el sexo y la violencia) con una pertinencia, poder de síntesis y falta de golpes bajos de las que la reciente Enter the Void carecía por completo. Su cuarto de hora de 7 días en La Habana es totalmente mudo, y lo que muestra es altamente provocativo. Al descubrir a su hija adolescente en la cama con una amiga, la madre la deriva a un chamán, que le practica un ritual afro de exorcismo. ¿Religiosidad afro, cincuenta y pico de años después de una revolución atea y marxista? El último episodio, dirigido por Laurent Cantet, dice lo mismo, mostrando el sincretismo religioso que hace que una mujer quiera levantar un monumento a la Virgen María... el día de Oxum, dios africano. Pero lo dice desde un naturalismo craso y sobreactuado, indigno del autor (¿ex autor?) de Recursos humanos, El empleo del tiempo y Entre los muros. En la misma línea, pero más, se inscribe el episodio de Juan Carlos Tabío. Pero a diferencia de Cantet y tratándose del correalizador de Fresa y chocolate y realizador de Guantanamera y Lista de espera, eso no debería sorprender. Otro que hace rato les dijo adiós a sus mejores tiempos es el vasco Julio Medem, que cuenta aquí un melodramita que podría haber firmado cualquiera. Un par de acotaciones finales: varios de los episodios más flojos fueron escritos por el novelista cubano Leonardo Padura y desde ya que la banda de sonido es para disfrutar de punta a punta.
Semana despareja a orillas del Malecón La película consta de siete cortos dirigidos por siete cineastas de distintas partes del mundo. El resultado es algo irregular, aunque permite ver algunas postales de la capital cubana, pasadas por las experiencias de sus autores. Siete miradas para una ciudad es demasiado poco para captar su esencia y por el contrario, cinematográficamente hablando, siete cortometrajes pueden ser demasiados para una película que en el resultado final, inevitablemente va a conformar un mosaico desparejo. El corto de Benicio Del Toro abre la propuesta, con un actor estadounidense que guiado por un taxista-ingeniero –abordando el problema de los profesionales que abandonan su oficio para trabajar en la industria turística– conoce la noche de la ciudad y termina con un travesti. Le sigue el argentino Pablo Trapero, que aborda el micromundo de los festivales de manera tangencial con Emir Kusturica como protagonista, invitado por el Festival de Cine de La Habana para recibir un premio a su trayectoria, un galardón que al director servio le importa poco, obsesionado por participar en una Jam Session junto a, otra vez, un taxista, que también es trompetista. Tal vez el corto más divertido del conjunto. Sin lugar a dudas el trabajo de Julio Medem es el más flojo, con un triángulo amoroso entre una joven cantante tironeada entre la propuesta de un productor español para probar suerte en Europa y su novio beisbolista, que perdió su oportunidad de ser profesional en el exterior. Casi un compendio de todos los clichés posibles. Distintos son los casos de Suleiman y Gaspar Noé, el primero con el propio realizador de Intervención divina como observador mudo de la revolución socialista en la isla, un desconcierto lleno de humor y perplejidad ante una realidad ajena, en tanto Noé, también sin palabras, se interna en un ritual para exorcizar los demonios de una adolescente que tuvo una relación lésbica con una chica extranjera. Juan Carlos Tabío, el único director cubano, habla de la miseria y las estrategias de supervivencia de una psicóloga –y su marido, un ex militar–, que prepara tortas para poder llegar a fin de mes, además de dar consejos en televisión para llevar una vida sin estrés. Para el final, el francés Laurent Cantet aborda con respeto el sincretismo religioso de las clases populares, con una anciana que convence a todo su edificio que la debe ayudar a organizar una fiesta en honor a la Virgen María, que se le presentó en sueños y le pidió que construya un altar en el medio de su living. La reunión de varios realizadores de todas partes del mundo no conforma una oda a la ciudad caribeña, más bien, la ambición desmedida de 7 días en La Habana intenta algo así como descubrir la idiosincrasia cubana pasada por la propia experiencia de cada uno de los cineastas. Y el resultado es irregular.
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Una ciudad, siete directores Con un formato similar al de "Historias de Nueva York", es decir, integrado por varios cortos dirigidos por diferentes directores, este filme elige como marco la ciudad de La Habana, Cuba, para desarrollar microhistorias que se van sucediendo en el transcurso de una semana. Si bien es interesante desde su propuesta, no todas las historias están conectadas entre sí. Algunas comparten guionista, y esas son las que sí lo están, pero otras, como las dirigidas por Pablo Trapero, Elia Suleiman, Laurent Cantet, y Gaspar Noé, sólo respetan la coherencia cronológica. Los otros directores son Benicio del Toro, Julio Medem, y Juan Carlos Tabío. En cuanto a las actuaciones, caben destacarse la presencia de Emir Kusturica, protagonista del corto de Trapero, haciendo de sí mismo en un esbozo de comedia agridulce enmarcada en música; Daniel Brühl, el protagonista de "Goodbye Lenin", esta vez actuando como español, y Elia Suleiman, el único director que protagoniza su propio corto. Con resultados individuales buenos, pero que hacen a un todo algo desparejo, sobre todo por los segmentos más personales como el de Gaspar Noé, “Ritual”, que elige un planteo estrictamente visual y musical, sin que medie una palabra, "7 días en La Habana" propone un recorrido por diversas temáticas, como postales de una ciudad que buscan unirse para armar un único retrato. La música, la cultura, la mezcla de religión católica y rituales africanos, el deporte nacional (paradójicamente el más estadounidense de todos: el béisbol), el exilio, la política, la calidad de vida, las carencias cotidianas, la solidaridad y fortaleza de su gente, son los temas que desfilarán a través de los cortos. Alguno generará risas en el espectador, otro asombro, varios conmoverán, en este surtido de miradas sobre una ciudad que habla por un país entero.
Cuba mirada con ojos críticos A fines de la década de 1950, en los 60 y aún en los 70, estuvieron de moda las películas en episodios, generalmente las preferencias pasaban por las comedias. Títulos como "Rogopag", "Los monstruos", la inolvidable "Bocaccio 70", se conservan en la memoria de los que las vieron. El denominador común de de "7 Días en La Habana", es la zona vieja de la capital cubana, en la que puede pasar de todo. Un estudiante de cine puede vivir una historia de amor de final sorpresivo, Emir Kusturica, el director y músico serbio, llega a Cuba para recibir un premio entre vahos etílicos que no le permiten diferenciar La Habana, de Leningrado, o Shangai, pero sí disfrutar del jazz que un músico devenido chofer ejecuta. LA CIUDAD VIEJA La Habana Vieja también es una postal para analizar por la mirada de un periodista palestino (papel a cargo del director Elías Suleiman), mezcla del recordado monsieur Hulot y Buster Keaton, que esperando entrevistar a Fidel Castro -"decidor" de interminables horas televisivas-, con mirada inteligente, radiografía seres y lugares que mutan, según se observen en distintos momentos del día. Habrá alusiones a las populares barcas migradoras, al disconformismo con la amplitud sexual, a la posibilidad del sincretismo religioso con una Virgen con mucho de "Yemanya", que ordena a su anfitriona mejoras en la vivienda y psicólogas, que como el chofer músico, tienen que vivir más de sus habilidades culinarias que de sus charlas profesionales televisivas. LA NOSTALGIA Filme irregular, un tanto pasado de moda, pero con ciertos atractivos que, a veces, surgen de esa misma nostalgia por lo que se perdió, o de la música y las cadencias del bamboleo de directas raíces africanas. Si el mejor capítulo nos puede parecer el del palestino Elías Suleiman, con sus encuadres perfectos y la ironía de la mirada; el francés Laurent Cantet y "La fuente" nos divierte con las peripecias de la señora de la Virgen y su llamado solidario, evocador de viejas producciones latinoamericanas, como "La estrategia del caracol". "7 Días en La Habana" cuenta con recordables actores como la dupla de "Fresa y chocolate", ahora veteranos, pero siempre activos (Jorge Perugorría y Mirtha Ibarra), el mismo Elías Suleiman, o ese gigantón "marciano" llamado Emir Kusturica, protagonista del episodio "Jam Session" de Pablo Trapero.
Pocos días realmente buenos en La Habana Siete días que reflejen siete facetas del espíritu habanero, mostradas por siete directores de variado estilo y criterio, en otros tantos cortometrajes. La Fundación Havana Club, cara cultural del joint venture franco-cubano fabricante de ron, tuvo la idea. Una productora francesa y otra española se aliaron para concretarla. Un guionista cubano, el escritor Leonardo Padura, escribió y coordinó las historias, salvo en los casos de Gaspar Noé, que es pura improvisación y así le va, Pablo Trapero, que toma vuelo propio a partir de un cuento de Padura (no de un guión), y Elia Suleiman, que hace la suya. Vamos por orden. Lunes. «El Yuma», de Benicio del Toro. Josh Hutcherson como el típico joven americano envuelto en festicholas, tragos y enredos idiomáticos. Previsible pero no está mal. Martes. «Jam Session», de Pablo Trapero. Emir Kusturica en rol de Kusturica curda full time tipo «Toby Dammitt» del Tercer Mundo, pero capaz de lograr emotiva comunicación musical con un artista que se las rebusca como chofer, Alexander Abreu. Bien hecho, vamos mejorando. Miércoles. «La tentación de Cecilia», de Julio Medem. A la miércoles, qué bajo ha caído Medem, desde sus enredos de amor hasta este episodio de chica bonita jugándose la honra en manos de un productor discográfico europeo. Tan malo que dan ganas de irse. Jueves. «Diario de un principiante», de Elia Suleiman. Una joyita. Recién llegado, un palestino triste sale de paseo y sólo ve cubanos tristes mirando el mar, y cada vez que pasa frente a la tele está hablando Fidel. Eso es todo y ahí está todo, en planos bien armados de soledad y callada angustia, en las miradas y el absurdo que parece vivir su personaje, que es él mismo. Este corto se da la mano con la hermosa, acongojante y valiente «Suite Habana» de Fernando Pérez. Este corto nada turístico es, de lejos, lo mejor de la película. Viernes, «Ritual», de Gaspar Noé. Los padres descubren que a la nena le gustan las nenas, y todo deriva en un largo rito afrocubano de reorientación sexual cumplido en medio de la noche oscura. Si el espectador quiere ir al baño puede aprovechar este momento. Sábado. «Dulce amargo», de Juan Carlos Tabío, único autor cubano del grupo, en otro de sus relatos costumbristas sin pelos en la lengua. Para el caso, un héroe de guerra y una psicóloga, gente de edad y respeto, luchando por cumplir los pedidos de delivery con que hoy se ganan la vida. Cine popular, Mirta Ibarra, Jorge Perugorría, citas de «El cuerno de la abundancia», visto años atrás en Mar del Plata, y más amargura que risa. Para tener en cuenta. Y domingo, «La fuente», de Laurent Cantet. Pasatiempo pintoresquista de cubanos felices siguiendo los antojos de una vieja durante los preparativos de una fiesta de la Virgen de la Caridad del Cobre travestida en rito de Oshún. Otro que se viene abajo. Bien podrían decirle extranjero crédulo y paternalista, aunque en su defensa digamos que es medio entretenido. Y eso es todo, así que mejor será que la semana próxima nos agarre en otro lado.
Al entrar a sala, con la gacetilla de prensa en la mano, pensaba que en general era difícil calificar un film donde cada responsable (director) tenía 1/7 de responsabilidad en el balance general de la propuesta. Los números algo dicen, es difícil pensar en algo de unidad cuando tenemos directores tan talentosos y dispares como Benicio del Toro, Julio Medem, Gaspar Noé o Elia Suleiman. Digamos que el mosaico que propone “7 días en La Habana” es colorido, desparejo, intenso y con sabores complejos, según sea la mano detrás de la cámara que rodó el corto respectivo. Sí, esta película es una sucesión de 7 relatos que tienen como marco a la capital de Cuba y su mayor punto a favor es que cada nombre detrás de cámara tiene prestigio suficiente para contar algo interesante con sello propio. Todos los relatos están relacionados con el turismo, la actividad sexual que se da en la isla, la necesidad por escapar de ella y la vida urbana, dentro de lo pintoresca que es la ciudad de La Habana. Arranca la cinta con “El Yuma” y “Jam Session”, de Benicio Del Toro y Pablo Trapero respectivamente. En el primero se cuenta la historia de un joven americano de vacaciones (al que le gusta el alcohol y se deja llevar por lo exótico del lugar), mientras que en el segundo, Emir Kusturica en persona llega al Caribe de visita a un festival internacional de cine a mostrar su desenfado y perfil conflictivo, con mucho humor. El tercero es “La tentación de Cecilia”, ampliamente el destacado de la película: una historia triangular de amor entre una cantante cubana bellísima, un caza talentos español y un beisbolista al que las cosas le van mal. Lejos, el más intenso y el de mejor tratamiento dramático. Luego vienen el resto, (no voy a hablar del de Gaspar Noé porque deberían verlo), siendo el más flojito el de Suleiman (más allá de que tiene identidad propia) y el más jugoso : el que cierra, del maestro Laurent Cantet, “La fuente”, donde una vidente recibe el mensaje de una virgen que conmueve a su medio… La transmisión “psíquica”, le dice a la médium que tiene un día para reformar un sector de la casa donde vive y construir una fuente para homenajearla. Cuando ella presenta la necesidad, la comunidad del edificio donde vive se organiza para hacer realidad el pedido divino y lo que veremos es una deliciosa movida para materializarlo, que se transforma en lo más divertido del film. En líneas generales, el espíritu de la vida en la isla y el impacto que la misma produce en la visión de los extranjeros está muy bien retratada y si no conocen la geografía, la película es pintoresca y su atractivo sube un par de puntos. Se deja degustar, sin dudas.
Con un par de días era suficiente París, Nueva York, Tokio y ahora La Habana. Las películas en episodios sobre ciudades son un fracaso artístico y comercial pero están de moda. 7 días en La Habana comienza de la peor manera: los tres primeros cortos mezclan lo exótico con un leve paternalismo. Los protagonistas son tres simpáticos occidentales que desean ayudar a tres humildes cubanos, pobres pero llenos de talento. Benicio Del Toro sigue los pasos de un joven actor norteamericano que se deja seducir por una chica sospechosamente alta y robusta: un chiste anacrónico. Trapero filma a Emir Kusturica haciendo de sí mismo en una mezcla de documental y ficción poco original. Kusturica arranca con una borrachera que pretende ser homérica y termina tocando jazz con su chofer particular. Eso sí, la música es muy buena. En el peor de los tres sketch, un productor europeo intenta curar las penas de amor de una bonita cantante local: el corto de Medem no tiene otro mérito que la brevedad. Los segmentos de Juan Carlos Tabío y Laurent Cantet son sainetes costumbristas. Tabío sigue la línea de sus anteriores películas y añade una suerte de denuncia blanda (presente también en otros cortos a través del deterioro de los servicios públicos o de la discriminación a los travestis) que amontona en pocos minutos a balseros y profesionales de prestigio que no pueden evitar la pobreza. Los personajes de Cantet tropiezan con la misma escasez de medios para construir un altar a la virgen María y la resuelven usando la pintura amarilla de un barco o robando los ladrillos de una obra. La astucia y la solidaridad de los cubanos en viñetas tediosas y sobreactuadas. En el otro extremo, el corto de Elia Suleiman es una pequeña obra maestra. El mismo cineasta está de visita en la isla esperando una cita con Fidel Castro concertada por la embajada palestina. Pero como el comandante está dando uno de sus interminables discursos, E. S. tiene tiempo para deambular por las calles, el malecón y las playas de La Habana y perderse en los pasillos del Hotel Nacional. La puesta en escena es magistral y las soluciones formales son admirables. El rigor en la construcción del encuadre permite que en los recovecos de cada plano se intuyan pequeños dramas, minúsculas comedias que resumen el retrato de una ciudad vista a través de los ojos de un Monsieur Hulot contemporáneo. Dejamos para el final una agradable sorpresa. Gaspar Noé confirma su maestría para los cortos (Carne sigue siendo lo mejor de su filmografía). Al igual que Elia Suleiman, Noé ofrece una mirada personal y cinematográfica de La Habana, que es justamente lo que le falta a los otros episodios. El director condensa sus obsesiones en una ceremonia de santería para exorcizar a una adolescente. Sexo y violencia, misterio y sensualidad. Quince minutos concisos en torno a una escena de danza hipnótica. Noé prescinde de los diálogos (y de sus golpes bajos característicos) en pos de una eficacia narrativa y un imaginario visual sorprendentes.
Clase Turista Una semana está compuesta por algunos días buenos, otros mediocres y definitivamente malos. No existen semanas perfectas. Incluso cuando nos vamos de vacaciones. Lo que los productores de esta película nos proponen es un viaje turístico por la Ciudad de La Habana durante (algo más de) 7 días. Para eso trajeron a 7 realizadores diferentes para narrar, mostrar diferentes historias que suceden en la capital cubana. Pero como sucedió e París o Nueva York… la ciudad solo sirve de contexto, de excusa para los realizadores cuenten historias, que bien podrían suceder en cualquier otro lugar. Si bien la mayoría trata de mostrar algo que es típicamente cubano (Del Toro muestra la comida y las mujeres, Trapero la música, Medem vaya uno a saber, Noé se confundió de isla, Suleiman la política, Tabió la gente y la comida, Cantet la gente y la religión), a la película le falta una identidad con el cine cubano en sí, o al menos algo que justifique la unión de estos cortos, más allá de algunos paralelismos que se van encontrando sobre la marcha. El resultado final no llega a ser decepcionante, porque es sabido que estos trabajos son irregulares de por sí. Todos los directores tienen grandes obras (menos Del Toro), así que la selección no desentona. Sí se puede decir que hay algunos que imponen mejor su identidad autoral que otros. Posiblemente el cuentito de Elia Suleiman no solamente es el más estrictamente cinematográfico, sino que además tiene puntos en común con su filmografía: el humor, el plano fijo, la ausencia de diálogos, la construcción de un mensaje en forma indirecta. Pero a la vez también es más alienado, y sin embargo es el único que realmente habla o menciona a Fidel Castro. Simpático y sencillo, posiblemente sea el más honesto, pero que termina al mismo tiempo pasando desapercibido al figurar en la mitad de la película. Si bien el de Benicio del Toro empieza bastante bien (estética y narrativamente) va decayendo. La mirada que se tiene sobre los turistas estadounidenses (el Yuma) es interesante y atina en el tono seudohumorístico. A la vez, Hutcherson es un protagonista creíble, un buena actor. El problema es que en vez de enfocar sobre la relación de él con su guía (un ingeniero que estudió en la URSS pero ahora es taxista) se centra en su inútil búsqueda por una relación sexual, lo que termina banalizando y extendiendo el relato. Una lástima porque hay una escena en bar cubano que realmente es brillante. Trapero logra un digno y divertido trabajo al lado de un borracho Kusturica. La historia es simpática y revaloriza a los músicos cubanos por sobre los artistas extranjeros. Pero al igual que Del Toro y Suleiman termina siendo la visión de alguien ajeno a la isla. Aún así tiene un plano secuencia inicial tan memorable como el que realizó en la subvalorada Elefante Blanco. A nivel visual se trata sin duda del mejor corto. Medem y Tabió hacen los cortos más narrativos y clásicos. Pero si lo de Medem es un melodrama mal actuado, obvio y pretencioso, Tabió inserta una necesaria cuota de humor y personalidad cubana. El problema del segundo es que le da continuidad al flojísimo corto del director de Los Amantes del Círculo Polar, un corto hecho a desgano por un realizador que quiso cumplir con el encargo y nada más. Al menos en el del co director de Fresa y Chocolate hay mejores actuaciones, un tono menos grandilocuente y chistes autoconscientes (“ojalá hubiese tenido esta peluca para el corto de Benicio del Toro”). Por qué en el medio Gaspar Noé metió un ritual para sacarle el lesbianismo del cuerpo a una joven cubana es un misterio. El corto no está mal. No refleja la personalidad del realizador y en parte se agradece. No hay diálogos ni explicaciones tampoco, pero queda la duda si sucede en Cuba, Haití o Trinidad Tobago. Innecesario aunque con climas aplicados. Y sin duda, el mejor y más equilibrado termina siendo el de Cantet, que parece haber sido filmado por un verdadero cubano que trata de rescatar el espíritu de la gente y su relación con la religión sin caer en moraleja, solemnidad ni obviedad, con buen gusto y con conciencia social, La Fuente es divertido y atina en ser el último de la selección. 7 Días en La Habana es un compendio de miradas simpático, sensual, que apenas refleja la realidad política del país ni hace bajada de línea. Se queda en una línea superficial, apenas criticando la homofobia latente en la sociedad y los contrastes culturales. Una película hecha para turistas… y realizada por turistas. ¡Viva Cuba libre!
Postales para la ocasión La idea de reunir varios directores en torno a su percepción e ideas sobre La Habana, resultó un collage desparejo, Siete días en La Habana, que en la mayoría de los casos no supera el cliché. Los realizadores exponen algunas constantes superficiales: ser taxista es una circunstancia tan obvia como el calor; los visitantes suben a los autos que atrasan décadas y se hospedan en hoteles; se toma mucho alcohol, las mujeres son voluptuosas y la música es un personaje ineludible. El mar, que es telón de fondo en la mayoría de los cortometrajes, destaca la mirada y perspectiva del único director que zafa del gran cliché: el palestino Elia Suleiman. Protagonizada por el director que no emite palabra, Diary of a beginner hace foco en el visitante que quiere entrevistar a Fidel Castro. La secuencia del hombre que se confunde de pasillo en el hotel alfombrado se reitera y provoca sonrisas, tal es el desconcierto de la situación. Suleiman se limita a mirar. Mientras espera la cita que no se concreta, observa el malecón, el mar y a las personas mirando el mar, como un fisgón inocente. En tanto el argentino Pablo Trapero logra un registro sencillo y tierno, en Jam Session, con Emir Kusturica, el cineasta serbio, haciendo de él mismo. El taxista de rigor resulta un trompetista extraordinario y Kusturica cumple con el estereotipo del hombre que viene de un mundo cansado y huye del protocolo del Festival de Cine de La Habana. Las siluetas de los hombres en la madrugada, a contraluz, metidos en el agua hasta las rodillas es un momento casi mágico. Por lo demás, Benicio del Toro pone la cámara junto al chico yanqui (El Yuma, del título) que se toma el ritmo de La Habana de un trago y su guión hace hincapié en el contraste cultural. El español Julio Medem se decidió por la historia de amor en La tentación de Cecilia, con elementos de telenovela. La chica canta y recibe una oferta del productor español para dejar la isla. Acentúa el contraste, entre la ducha caliente del hotel lujoso y el departamento descascarado donde ella vive con su pareja. Se destaca Dulce amargo del cubano Juan Carlos Tabío, por el realismo sin subrayados y el valor agregado de lo conocido, además de las actuaciones. Ritual de Gaspar Noé y La fuente, de Laurent Cantet intentan apuntes antropológicos, con resultados muy pobres.
Una ciudad llena de historias contemporáneas, que mezclan religiosidad, y rito antiguos con urgencias actuales, avidez de turistas, miradas curiosas, sobre ocupación para sobrevivir. Siete directores (Pablo Trapero, Benicio del Toro,Julio Medem, Elia Suleiman, Gaspar Noe, Juan Carlos Taibo y Laurent Cantet) Vale la pena
Un caleidoscopio llamado La Habana Las ciudades en el cine son y se construyen. Son lo que dicen ser pero también como resultado de un montaje. ¿Cómo es esta Habana? Es inasible, es de raíces negras, de música y cine, es política, pobre, pagana y cristiana. Es un laberinto. Lo que atrae a este cronista, para no recaer en la disparidad usual de propuestas similares -esto es: films corales con un eje que, si bien demarcado, dispara de maneras imprevistas, sin nexo claro entre las distintas unidades, a la manera de un caleidoscopio que puede resultar feliz o descolorido- es la manera de mirar. Es decir, qué sucede cuando esta mirada viene dada desde lugares varios, imprevistos. La plasmación de ciudades cinematográficas es un itinerario que atrapa, que hace perder al espectador por sus calles, que abre ventanas al mundo pero también a la sensibilidad fílmica. En otras palabras: las ciudades en el cine son y se construyen. Son lo que dicen ser pero también como resultado de un montaje, con sus planos cinematográficos dispuestos a la manera de ladrillos de rompecabezas, con edificios, calles y casas, más el ir y venir citadino. Entonces, ¿cómo filmar una ciudad sin, a la vez, construirla? Es más, la mejor película sobre París nunca tocó suelo francés, la filmó Vincente Minnelli en la MGM: Un americano en París (1951). Hay una imbricación confundible, bienvenida. Más todavía si las miradas arquitectónico-fílmicas que participan son variadas, de latitudes distintas. Porque, aquí otro ejemplo, una de las mejores películas sobre/con Buenos Aires -Happy Together (1997)- la hizo un chino: Wong Kar Wai. En cuanto a La Habana y sus siete días con siete realizadores distintos, el caleidoscopio resultante conoce un derrotero que, felizmente, escapa a la tarjeta postal, a las imágenes previsibles. Cada cortometraje un día, pero también un mundo en sí mismo, que dispara hacia poéticas particulares que culminan por enhebrar una Habana imprevista. ¿Y cómo es esta Habana? Es inasible, es de raíces negras, es de música y de cine, es política, es pobre, es pagana y es cristiana, es un laberinto. Hollywood ingresa desde la mención que Benicio del Toro hace en su trabajo, desde el rostro adolescente, de estrella en ascenso, de Josh Hutcherson. La noche cubana lo espera, con sus puros enormes, el sexo latente, o la mezcla entre huevos rotos por un celular con senos perfectos. Una imagen casi absurda, pero que conjuga mucho. Porque lleva a la asociación con otras imágenes más, provistas por los demás cortometrajes. Celular que esconde prostitución, huevos fundamentales para la torta enorme, con el tiempo justo para su elaboración y entrega, que ofrece el trabajo de Juan Carlos Tabío, único cubano de la partida. El grupo familiar que Tabío ofrece transita la exasperación de la falta de huevos para la torta (porque es trabajo, porque es responsabilidad de palabra), pero también la solidaridad vecina, desde un entramado donde participan la falta de energía eléctrica para el merengue, el alcohol disimulado para que la esposa no lo note, la hija, la hijastra, el padre veterano de guerra (ese "error", dice su mujer), la balsa hacia el mar. Balsa donde la hijastra concluye luego de pelear consigo, con él, con el otro él, por su destino de vida. Aquí es donde tiene ocasión justa el trabajo de Julio Medem: dos hombres y ella en el medio, afín al espíritu de simetría cíclica que caracteriza los trabajos del español. Entre la oportunidad del viaje al exterior, con su voz cantora y seductora, y el vínculo con su pareja, de vida sólo cubana. Pero, cuidado, hay otra historia de repercusión casi idéntica en éste. Porque en Medem -tal como el propio apellido denota- lo que es va y viene para, justamente, ser. El agua de mar tendrá también un rol sacramental en el trabajo de Laurent Cantet (Recursos humanos, Entre los muros), circundado por la visión de virgen que dice que un altar habrá de ser levantado en el departamento de la mujer. Ella está obsesionada y comienza a dar directivas generales, particulares, como maestra mayor de obras, en busca del amarillo preciso o de las resoluciones más rápidas: ¿No hay agua? ¡Será agua de mar! Aquí la bendición final, aún cuando ello signifique goteras ininterrumpidas a la vecina del piso de abajo. Pero para esta bendición última, que es conclusión del film, habrá primero de trazarse un laberinto desde donde derivar o en el que tranquilamente desesperar. El primero de los casos viene dado por el trajinar del mismísimo Emir Kusturica, quien interpreta a sí mismo para la cámara de Pablo Trapero. Primero desde un plano secuencia que imbrica espacios distintos, y hace convivir a la noche con el día. Tal el desvarío del director/actor, cuya misión -en verdad, de quienes le rodean- es la de llegar a la entrega del premio a su trayectoria con la mayor compostura. Pero hay llamados telefónicos que dicen desde el idioma que se desconoce. ¿Tendrán que ver con la borrachera de Kusturica? ¿O es ésta su manera "desenfrenada" de ser? El laberinto tranquilo, parsimonioso pero desesperado, es el que descansa en las imágenes del palestino Elias Suleiman. Sus imágenes son de composición precisa, simétricas, reiteradas. Con la mirada del propio Suleiman como protagonista rígido, observador o víctima de un encierro con puertas abiertas. Y por último, si bien eje pendular del trabajo, situado en el medio del largometraje, una ceremonia de magia negra o reaccionaria, provista de todos los temores malsanos que irradian tradiciones que todavía albergan tantos resquicios del planeta, pero aquí con La Habana como escenario. Las imágenes de Gaspar Noé parecen dialogar con Yo caminé con un zombie de Jacques Tourneur, mientras se busca exorcisar el espíritu maligno que obliga al deseo por el mismo sexo, encarnado en una joven tan hermosa como su pareja elegida. Hay misterio, hay miedo, hay estupidez, hay mirada de adulto que juzga, hay una sociedad que se plasma y, justamente, una película desde la cual la misma sociedad se mira. Sea ésta cubana o de cualquier otra parte del mundo.
Suleiman y seis más Está comprobado que, en general, los films colectivos funcionan cuando son regidos por un patrón estético/ideológico (Lejos de Vietnam, RoGoPag) en circunstancias especiales; aquellos que caprichosamente giran en torno a una ciudad como motivo aglutinante suelen ofrecer un valor que no supera la medianía. Además, confirman los defectos y las virtudes de los directores involucrados. Esta película dividida en episodios según los días de la semana no es la excepción: Del Toro, como realizador es un buen actor; Noé y Medem perdieron el rumbo hace tiempo; Trapero, Cantet y Tabío, la fuerza, y Suleiman es un genio. El viaje hacia La Habana no comienza de la mejor manera. El lunes le toca a Benicio Del Toro con la historia de un joven actor gringo extraviado en el “exotismo” cubano, una especie de antihéroe en busca de sexo. Sus intentos infructuosos no estarían nada mal si el director no los arruinara con los colores chillones forzados, propios de una publicidad, y con un final tan convencional como espantoso (ya adivinan ustedes seguramente con quién se topará el protagonista cuando no consiga una “chica”). Trapero elige para el martes a Kusturica en su pose predilecta. El serbio no escatima en alcohol, vive borracho y le provoca dolor de cabeza al ingenuo guía que debe acompañarlo a los actos protocolares y que resulta ser un músico excepcional. El argentino filma mejor pero la historia es muy lavadita (a pesar de que la escribieron cuatro) y cae en el mismo ideologema que el anterior corto y algunos venideros: hay que salvar a los cubanos y llevarlos para otro lado. La visión, por otra parte, no sale de enfatizar signos recurrentes tales como la música, el sexo y el alcohol pero de una forma digerible para espectadores turistas. El miércoles es el peor día. La tentación de Cecilia se llama el bodoque de Medem y eleva a la enésima potencia los defectos destacados. Un empresario español alojado en el lujoso Riviera quiere llevarse a una hermosa negra a triunfar a Madrid (en realidad primero desea acostarse con ella). Todos los lugares comunes del multiculturalismo aparecen en esta especie de bolero escenificado, a la vez que ratifica la mirada etnocentrista una vez más: salvemos al pobre pueblo cubano; los europeos han venido a llevarlos a la meca del capitalismo. Por suerte llega el jueves y las postales ceden el lugar al gran Suleiman y un nuevo homenaje al mudo en su pose de Nosferatu mezclado con Tati. Es el único que no recurre al exotismo y la gracia está dada por la naturaleza del personaje, por su estatismo, su mutismo, entre tanto movimiento y palabras. La mirada es de extrañamiento, de rituales que se repiten en su andar por zonas laterales de La Habana, donde el sujeto (prolongación de la cámara) observa detenidamente a personajes solitarios frente al mar. Mientras todos se van de joda en los otros cortos, éste recorre un zoológico (¡!), se pierde en el hotel y muestra su incomodidad en un lugar que no le pertenece (aunque no le quita una profunda curiosidad) ni del que logra entender la conducta jocosa de los habitantes. Pero más allá de esto, el otro punto interesante es cómo maneja a través de la ironía (y hasta con un ejemplo de montaje intelectual) el aspecto ideológico sin recurrir a palabras: con sólo mirar una estatua de Arafat y escuchar los discursos por televisión de Castro en el cuarto de hotel, Suleiman parece confirmar el carácter icónico de los líderes antes que sus acciones. Sin duda, el episodio vale el tiempo invertido en ver la película. El viernes es el turno de un Noé perezoso, quien no parece estar a gusto con el encargo. Sus visiones infernales, violaciones en tiempo real y rostros reventados por matafuegos no tienen lugar en una ciudad como La Habana, así que el joven se resigna con reemplazar la luminosidad diurna por la noche de los rituales ancestrales a través de una adolescente lesbiana a la que los padres someten a un ritual de purificación. Como propuesta no está nada mal, pero todo se concentra en una escena con el hechicero y su habano (¡!) sacando “los demonios del deseo”. Eso. Nada más. Destacable, eso sí, el montaje de sonido del japonés Ken Yatsumoto. Juan Carlos Tabío se ocupa de establecer un intertexto con el horrible episodio de Medem puesto que aparecen personajes ya vistos, en una modesta historia del peor costumbrismo que concluye con el argumento de la otra y reitera el bolero pegajoso que suena de fondo. El domingo le toca a un Cantet livianito. El director francés se circunscribe a un espacio social más acotado para resaltar el valor comunitario de los vecinos ante el pedido de una anciana quien ha soñado con la virgen. La virtud está en la frescura de los “no actores” sin recurrir a diálogos impostados. Un cierre moderado. Es Italo Calvino el que escribe en Las ciudades invisibles que “no se debe confundir nunca la ciudad con el discurso que la describe”; a pesar de ello, será siempre más potente el relato de quienes estuvieron en esta hermosa ciudad que este mosaico convencional, a menos que se disponga de un rato para mirar algunas buenas postales.
Esta producción es sólo la suma de directores con su visión particular de la ciudad de La Habana, y como tal conjunción siempre sucede lo mismo, el nivel es exasperadamente desparejo. Siete cortos, uno por cada día de la semana, es lo que termina en su mayoría por ser una mirada turística sobre esa ciudad, la cultura, la política. Sólo se desplazan de ese lugar el corto de Gaspar Noe, que lleva su sello estético y se sale de la media, el de Laurent Cantet que parece ser el único que se metió de lleno con la cotidianeidad habanera. Los demás son un cliché de lo que se cuenta de la vida diaria y de los personajes que circulan por toda Cuba. Lunes: “EL YUMA”, de Benicio del Toro Teddy Atkins es un joven turista norteamericano, actor de profesión, que viaja a La Habana por primera vez. Su chofer, un conductor de taxi cubano de mediana edad, de profesión ingeniero, le ofrecerá un tour de la ciudad que se plantea como poco ortodoxo, pero que cae en el cliché más aberrante de lo que se cree de cómo se vive en Cuba toda. Regular Martes: “JAM SESION”,de Pablo Trapero Emir Kusturica dirigido por uno de los mejores realizadores argentinos de la actualidad, haciendo de si mismo dentro del festival de cine, al que no le da la mínima importancia, sólo quiere escuchar música y tomar mojito, u otra bebida alcohólica. El corto habla más de los “turistas” que de los habaneros. Regular Miércoles: “LA TENTACION DE CECILIA”, de Julio Medem Una joven cantante cubana es “descubierta” por un supuesto cazador de talentos. Ella no sabe si se enamora de él, de la posibilidad de irse de su país o si esta cansada de la vida que conoce con el hombre que siempre amo. Una historia corriente muy universal, podría transcurrir en cualquier país subdesarrollado. Regular Jueves: “DIARY OF A BEGINER”, de Elia Suleiman El director palestino, nacido en Israel, sólo articula lo que siempre hace, ser un testigo de la realidad que lo circunda, y un observador critico de los hechos, pero sin definirse en nada. Regular Viernes: “RITUAL”, de Gaspar Noe La más jugada estéticamente, con una bella y muy bien trabajada fotografía, un gran diseño de sonido y muy buena banda musical, dando rienda suelta a como mostrar con detalle un ritual religioso sin caer en prejuicios. Buena Sábado: “DULCE AMARGO”, de Juan Carlos Tabio El único dirigido por un cubano, con la presencia de Jorge Perrugorria, en el que se muestra las maniobras que deben hacer los cubanos para poder vivir económicamente un poco mejor. Bella radiografía de una familia cubana sobreviviente que supo de peores y mejores momentos, pero que sigue en la lucha por su amor a su lugar y su gente. Buena Domingo: “LA FUENTE”, de Laurent Cantet. El mejor de los cortos. El director francés supo como meterse dentro de la cotidianeidad habanera, de la misma manera en que se introdujo en una escuela en el filme “Entre Los Muros” (2008). Acá los hace con humor y con delicadeza para mostrar una cantidad de personajes queriendo agraciar a la virgen con la construcción de una fuente, y termina siendo una bella pintura de la vida cotidiana no solo de La Habana, sino de toda Cuba. Muy buena. Una lastima, grandes directores con una gran producción y muy buenos actores desperdiciados, pues no se hace querible, y algunos cortos son hasta aburridos,
Varias historias que muestran la cotidianidad y los contrastes de distintos personajes. El film se encuentra dividido tomando en cuenta los siete días de la semana. Cada una de estas historias son diferentes y están dirigidas por siete directores prestigiosos (Pablo Trapero, Gaspar Noé, Elia Suleiman, Laurent Cantet, Julio Medem, debutante Benicio del Toro y el local Juan Carlos Tabío), todo se desarrolla en La Habana, una ciudad grande, con un puerto principal y su centro cultural, el encanto está entre su gente, la música, sus historia, sus construcciones y llena de color, es como una gran postal. Aquí cada uno de los directores tiene asignado un día de la semana. comienzan con el lunes este episodio se titula “El Yuma”, dirigido por el actor y debutante como director portorriqueño Benicio del Toro (Snatch: Cerdos y diamantes, 21 Grams); El martes está a cargo del argentino Pablo Trapero (Leonera, Carancho), con Emir Kusturica (interpretándose a sí mismo); el miércoles es un melodrama, lleno de clichés “La tentación de Cecilia”, dirigido por Julio Medem; el jueves es “Diario de un principiante”, una sátira dirigida por el israelí Elia Suleiman (Intervención divina; Chronicle of a Disappearance); el viernes titulado Ritual, apenas uno ve los primeros minutos rápidamente sabe quién es se trata del director franco-argentino Gaspar Noé (Irreversible), esta es algo surrealista; el sábado es para el cubano Juan Carlos Tabío (El cuerno de la abundancia) “Dulce Amargo”, con una crítica política; y por último el domingo para el director francés Laurent Cantet (Entre los muros, Recursos humanos) “La fuente” se centra en una celebración en honor de la virgen de la Caridad del Cobre, me resultó algo flojo. Las actuaciones y cada uno de los episodios son algunos más logrados que otros al igual que sus historias. En todos los casos se destacan la fotografía y la música; ambientada en distintos barrios, lugares representativos de La Habana, como el Hotel Nacional, el Malecón, entre otros, con humor, ironías, toques sociopolíticos y reflexiones, se encuentran los conocidos Josh Hutcherson (Los Juegos del Hambre) y el alemán Daniel Brühl (Bastardos Sin Gloria, Los educadores); entre otros.
Quien haya tenido oportunidad de ver las ultimas películas de Woody Allen, me refiero a aquellas que se dedican a recorrer ciudades importantes del mundo en plan turístico, tendrá claro, casi sin esforzarse, cómo funciona el asunto: imágenes de distintos lugares claramente reconocibles, finamente fotografiados, en calculados planos fijos, todo ello mechado con la música “a lo Allen” habitual, esos standards tan rendidores. A la luz de los resultados, económicos, los artísticos son variados, Medianoche en Paris probablemente una de las mejores de la ultima camada, diríamos que el asunto da sus réditos. Con un muy buen funcionamiento en taquilla, definitivamente de toda su filmografía, estas ultimas, son las que mas han recaudado y mejor respuesta han tenido del publico, aquí y en el mundo. Las postales venden. Por eso no es de extrañar que la fórmula siga siendo explotada, con éxito, por productores que conocen el negocio; Nueva York, Paris, Tokio y ahora la Habana, todas estas ciudades han tenido sus películas y a importantes directores registrándolas. Y aparentemente el asunto va a seguir con varias ciudades faltantes más. ¿Tendrá Buenos Aires su película? Se imaginan un: ¡Te amo Buenos Aires! Personalmente me cierra mucho más un: Buenos Aires me mata. Una cantidad importante (y no me refiero a calidad) de lugares comunes recorren las historias mas bien pobres (y no me refiero a la realidad social de los Cubanos) que le dan forma (es un decir) a 7 días en la Habana. Benicio del Toro, Trapero, Meden, Gaspar Noe, Tabio y Laurent Cantet son los firmantes y cada día de la semana tiene su historia. Todo lo que ya conocemos y no debería faltar, todo lo que nos contaron o vimos de Cuba y los cubanos esta allí: Su música y bailes siempre presentes, su hospitalidad a pesar de las carencias, varias mulatonas sabrosonas, religión, ritos y santería, gays, travestis y lesbianas, el mar, ingenieros que manejan taxis, balseros en busca de mejor suerte y hasta el cambio oficial de divisas, por si alguno lo necesita: 200 dólares igual a 151 Cup. Solo falta el jabón, según cuentan los viajantes. No siempre los nombres propios garantizan el producto, 7 días… lo evidencia. Puesto a elegir, me quedo con algunos buenos momentos del martes, y no lo digo por hacer patria, en el fragmento: jam session de Pablo Trapero, con uno de sus habituales y virtuosos planos secuencias y una mirada, desde adentro, que cruza, cine, realizadores: Emir Kusturica haciendo de Emir Kusturica y el festival de la Habana con gente común, gente normal, en este caso un chofer y músico que lo acompaña como una especie de ángel festivalero durante su estadía. El lector observador habrá notado que falta un director y por ende un día: el jueves, día de estrenos, y quise dejar lo mejor para el final, para que haga su intervención divina Elia Suleiman con su: Diario de un principiante. Un diario, que mas que diario es un manual de cine. Todo esta ahí, delante de nuestros ojos: la precisión en la puesta, el uso de los espacios: ancho de plano, profundidad de campo, los movimientos mínimos y necesarios de cámara. Los tiempos precisos para generar el humor, un tipo de humor a esta altura patrimonio exclusivo de Suleiman, aunque una pueda precisar sus influencias. A lo mejor Otar Iosseliani se le parezca un poco en ese sentido. Un personaje al que Elia le pone el cuerpo desde que empezó a filmar: ese tipo que no necesita hablar o gesticular para dejarnos ver lo que le pasa, para que entendamos su sufrir, su no lugar. Un tipo afuera de todo, por fuera de todo, pero no por superado. Sólo Suleiman puede estar en Cannes, en la Habana o en la ciudad que fuere, ahora o por venir, y seguir siendo fiel a si mismo, a su punto de vista, a su silenciosa y cinematográfica opinión, sin caer jamás en la tentación de la fotografía postal, recordatorio de lo bien que la estamos pasando como turistas del mundo.
Los directores cuestionan el lugar común Este filme se suma a los proyectos colectivos conocidos titulados París, je t'aime (2006) y New York, I love you (2009). Y parece que esta manía de reunir a directores de distintos países para ofrecer su visión de grandes ciudades va a seguir con Berlín, Londres, Río de Janeiro y otras. Siete días en La Habana está integrado por siete episodios y al igual que lo ocurrido con las experiencias anteriores, el resultado es muy irregular. Y lo que muestran los siete cortometrajes no es la cara turística de La Habana, sino quizás la menos conocida. Abre con El yuma, un poco auspicioso debut en la dirección del puertorriqueño Benicio Del Toro, con la interpretación de Josh Hutcherson en el papel de un actor norteamericano que de paso por La Habana con destino a una escuela de cine, vive diversas aventuras nocturnas con la ayuda de un ingeniero/taxista. Jam session es el episodio realizado por el argentino Pablo Trapero, con Emir Kusturica interpretándose a sí mismo, que llega a La Habana para participar de un festival de cine, recibir un premio a su trayectoria, acabar con las reservas de ron de la isla, y concluye integrado a un grupo de músicos conducido por el trompetista Alexander Albreu. El vasco Julio Medem dirigió La tentación de Cecilia, sobre una cantante cubana casada con un beisbolista, que es tentada por un productor para actuar en España. El personaje reaparece en Dulce amargo, del cubano Juan Carlos Tabío, autor de Lista de espera y Guantanamera . La protagonista, interpretada por Mirtha Ibarra, es una psicóloga que participa de un programa de televisión, pero se gana la vida como pastelera. El ritual es obra del provocador Gaspar Noé, otro argentino pero radicado en Francia. Su propuesta, sin diálogos, se circunscribe a una sesión de exorcismo realizado por un chamán a una joven, a quien sus padres hallaron compartiendo su cama con una muchacha de la misma edad. En Diario de un principiante, Elia Suleiman (Intervención divina) también protagoniza el episodio, como un cineasta que llega a La Habana para entrevistar a Fidel Castro, y mientras espera que el líder cubano concluya su discurso, le sobra tiempo para recorrer la ciudad, pero sin llegar a entender lo que ve, pues todo le resulta extraño y un poco surrealista. La fuente es del francés Laurent Cantet (Recursos humanos, Entre los muros ) y se ocupa de una mujer mayor que dice ver y hablar con la Virgen María y moviliza a todos los habitantes de un antiguo edificio de departamentos para construir en el suyo una fuente donde entronizar la estatua objeto de su veneración. Los episodios más logrados son los de Trapero y Suleiman, mientras que lo mejor de esta propuesta colectiva es la banda musical. De una u otra forma, todos los directores cuestionan el lugar común que habla de habitantes sumamente alegres y hospitalarios. Por los visto, la realidad no es tan así.
Instantánea de un lugar enigmático Benicio del Toro, Julio Medem y Elia Suleiman, NO, Trapero y Juan Carlos Tabío, BUENO, Gaspar Noé y Laurent Cantet, UN GRAN SÍ. "7 días en la Habana" es un film colectivo en el que 7 cineastas conocidos (menos Benicio que es más conocido como actor) brindan su mirada acerca de aquella enigmática capital cubana. Cada director se acapara 1 día en la Habana y cuenta una historia particular imprimiendo su sello característico. Comenzando con los mejores, el francés Laurent Cantet ("La Clase", "L'emploi du temps") y el argentino Gaspar Noé ("Irreversible", "Enter the Void"), logran desarrollar una mirada más comprometida e interesante acerca de los cubanos. Un ritual brujo para curar el lesbianismo de una adolescente y la celebración de una festividad para la virgen cubierta de simbolismos. Proponen cine inteligente y que mueve los sentidos, con una fotografía distinta y un uso de la simbología que llega a transmitir las sensaciones que viven los personajes. Dos miradas muy distintas, pero que logran el objetivo con creces. Por otra parte, el también argentino Pablo Trapero ("Elefante Blanco", "Carancho") y el cubano Juan Carlos Tabío ("Lista de Espera", "Fresa y Chocolate"), ofrecen historias entretenidas pero que no lograron resaltar sus dotes cinematográficas. Son pequeños momentos que no logran involucrar demasiado al espectador, ni lo sorprenden. Las historias no son malas, pero tampoco llegan a ofrecer cortos realmente orginales como Cantet y Noé. Por último, lo más flojito según mi criterio, fueron la ¿comedia? de Benicio del Toro, el melodrama de Medem y la mudita de Suleiman. Lo de del Toro me quedó con mucho gusto a poco... dasgarbada, sin un sentido relevante. Es la mirada del norteamericano menos sofisticado que piensa que La Habana son sólo prostitutas, cigarros y playas. Lo de Medem es en cierta manera un entretenimiento culposo, como esos culebrones de la tarde con historias amorosas en dónde el galán viene a salvar a la dama de la miseria, le ofrece el oro y el moro, pero ella lo rechaza por amor y se queda en su relación actual luchándola. A los más románticos, quizás les pueda llegar a gustar. Por último, lo del cineasta israelí Elia Suleiman, debo decir que me aburrió bastante. Entiendo el sentido del letargo que le imprime a su historia para transmitir las sensaciones del protagonista, pero aún así creo que desentonó con el ritmo que traían los demás cortos y terminó haciéndome bostezar. Más allá de que no todas las historias resultaron de mi agrado, "7 días en la Habana" es una propuesta interesante para zambullirse en una cultura controversial y admirada por muchos, además de que permite disfrutar de diferentes tipos de narración y pericia cinematográfica.
Una pintura de un modo de ser Benicio del Toro, Pablo Trapero, Julio Medem, Elia Suleiman, Gaspar Noé, Juan Carlos Tabío y Laurent Cantet. En ese orden, estos directores son los responsables de “7 días en La Habana”, el relato coral que tiene a la capital de Cuba como escenario. Se trata de siete cortos que ensamblan en una suerte de diario que va de lunes a domingo, casi como los siete días que, según el relato bíblico, le llevó a Dios crear el mundo. Se sabe que el número siete es cabalístico, simbólico y portador de algún poder especial. Este experimento cinematográfico, sin embargo y a pesar de tantas sugerencias, no supera la mediocridad y aparece como la versión (de Cannes) de lo que podría considerarse un remedo de aquellas películas que últimamente se han puesto bastante de moda, que toman a una ciudad capital importante (como Nueva York o París) para contar historias relatadas por narradores diferentes reunidas en un largometraje. La Habana no podía quedar excluida de ese colectivo, habrán pensado, y le dieron su oportunidad. Entre otras curiosidades, el primer capítulo no solamente inaugura el periplo por la mítica ciudad caribeña sino también es el debut, modesto, de Benicio del Toro como director. Las historias que cuenta cada uno son diferentes entre sí, aunque por ahí aparece algún hilo que permite hilvanar una con otra, pero no de manera secuencial. En general, tratan de explorar aquellos lugares que tienen una fuerte carga simbólica para el pueblo cubano y que tienen un valor turístico pero también histórico, mientras se intenta ofrecer una pintura de un modo de ser. Y la constante que se puede observar es la confluencia de diferentes culturas en un mismo escenario y cómo interactúan y se influyen unas a otras para lograr eso que algunos llaman fusión, una nueva composición de la realidad, que va desde el realismo, pasa por el melodrama y sobrevuela el esteticismo. Un mosaico En ese mosaico se habla de sentimientos, sueños, creencias, arte, trabajo, pasado, presente y futuro. Por allí aparece un estudiante de cine estadounidense que tiene una experiencia de alto voltaje en la noche de La Habana, con mucho alcohol, erotismo y sorpresas hot. Por otro lado, una psicóloga que tiene un micro en televisión, en la realidad, se gana la vida como pastelera y tiene una hija, de su primer marido, que es cantante y es tentada a abandonar todo para probar suerte en España, aunque optará por una tercera opción más arriesgada. También hay capítulos que exploran un poco el mundo de los ritos africanos y su mixtura con la religión católica y la omnipresente figura de la Virgen. No se puede obviar, tratándose de La Habana, de la constante musical tan característica, destacándose especialmente el encuentro entre Emir Kusturica, en el corto dirigido por Pablo Trapero, donde se representa a sí mismo en un festival de cine, oportunidad en que entabla amistad con el trompetista Alexander Abreu. Y la joya de esta despareja colección es el capítulo dirigido e interpretado por el palestino Elia Suleiman, que apela al humor, mediante una narración casi muda, que muestra a La Habana desde una perspectiva diferente, con planos fijos, muy pictóricos, mientras el protagonista espera indefinidamente tener una entrevista con Fidel Castro, que no para de hablar en uno de sus tradicionales discursos públicos transmitidos por televisión.
Siete directores de distintas nacionalidades se reúnen y aportan su mirada sobre la mítica ciudad cubana, La Habana: Laurent Cantet, Benicio Del Toro, Julio Medem, Gaspar Noé, Elia Suleiman, Juan Carlos Tabío, Pablo Trapero. Es tal la riqueza de perspectivas que se logra al tocar siete aspectos diversos y constitutivos de esta ciudad, que el espectador, al finalizar el film, no puede desear más que palpar (aún más) esa heteróclita realidad. Y digo aún más porque el trabajo de los directores es impecable: logran mostrar con belleza y arte el mítico mundo de esta ciudad latina. La Habana es lo rituálico, la religiosidad arraigada, el extranjero desorientado, las mujeres curvosas, el poder implacable y embriagador del ron y de su gente, la seductora música en sus caribeños callejones, las fiestas con abundante comida típica, y también es sentir el encarcelamiento, el anhelo de algo distinto. Por eso hablamos de diversidad de miradas y enfoques. Cada “narrador” elige un aspecto de la ciudad cubana para reflejar en su fragmento, y logran, así, entregarnos con entereza un cuadro panorámico de la cultura y sociedad habanera. Uno siente que viaja, que palpa, que degusta, que recorre. De lunes a domingo ocurren pequeñas cosas cotidianas que van armando un panorama de la ciudad, sus habitantes, costumbres, cultura y paisajes. 7 dias en la habana Dentro de la diversidad que implica la variedad de perspectivas también entran los diferentes enfoques estéticos que hacen también a la riqueza antes mencionada. Encontramos segmentos prácticamente sin diálogos y oscuros (como el de Gaspar Noé), otros totalmente dinámicos, coloridos y llenos de comicidad (como lo es “La Fuente” de Laurent Cantet). Y un segmento particularmente llamativo e interesante es el del argentino Pablo Trapero quien incluye como actor nada menos que a Emir Kusturica interpretándose a sí mismo, recorriendo la exquisita movida musical de la ciudad. Así mismo encontramos lo desesperante de aquellos cubanos que sueñan con el escape en las míticas (pero reales) balsas, el desconcierto (bastante cómico) de los yanquis en un ámbito que los desencaja. Más allá de lo hipnótico de la película, su belleza y entretenimiento, vale preguntarse: hasta qué punto no es un producto “for export”, creado para extranjeros, a pesar de los bemoles que presenta. Pero es sólo una reflexión que queda de lado cuando nos embelesamos con las bellas imágenes. En sí, 7 días en La Habana es una acertadísima creación colectiva, que nunca aburre, que te mantiene expectante por lo que vendrá y por cómo concluirá. Es como si descubriéramos la ciudad por capas, de a poco, saboreando sus dulces y amargos gustos. Una experiencia cinematográfica y artística que crea reflexión y choque cultural; es que el film se presenta como un banquete, como la cultura cubana súper expuesta, lista para ser degustada.