España sin fundamentos… Uno como espectador hasta hace un esfuerzo para encontrarle el costado exótico -y por ende, positivo- al hecho de que llegue a la cartelera argentina un representante del cine costumbrista/ popular ibérico, pero resulta innegable que 8 Apellidos Catalanes (2015), la secuela de la película española más taquillera de su país, en comparación transforma a la original en un producto ameno y un poco mejor de lo que realmente fue. Ahora bien, si nos sinceramos y llamamos a las cosas por su nombre, 8 Apellidos Vascos (2014) no pasaba de ser una comedia mediocre aunque relativamente simpática que se mofaba de muchos de los estereotipos en torno a la idiosincrasia de los andaluces y los vascos, todo a través de un engranaje de base romántica y sketchs símil propuesta de enredos. Su continuación no sólo dilapida el encanto de la por hoy saga sino que además no consigue abrir nuevos territorios. Los problemas principales del film los hallamos a nivel de sus responsables máximos, para colmo los mismos del opus del 2014: hablamos del realizador Emilio Martínez Lázaro y los guionistas Borja Cobeaga y Diego San José. Mientras que el director impone un ritmo de sonámbulo a la narración, como si los personajes fueran apenas marionetas automatizadas o hubiesen olvidado el vigor de antaño, el guión por su parte abusa de dos de los recursos típicos de los corolarios cinematográficos, léase el reflotar los chistes de la primera e introducir una nueva camada de secundarios. Para ponerlo en otras palabras, la propuesta es increíblemente lenta, está sobrecargada de momentos incómodos -por lo fallido de la intencionalidad cómica- y encima deambula perdida en una mixtura que nunca termina de convencer, combinando el éxtasis del corazón con un planteo a la Good Bye Lenin! (2003). Como no podía ser de otra manera, la historia retoma los acontecimientos y antihéroes de 8 Apellidos Vascos pero tratando de “sorprender”: ahora descubrimos que Rafa (Dani Rovira) se separó de Amaia (Clara Lago) por miedo al compromiso y volvió a Sevilla, lo que no impide que Koldo (Karra Elejalde), el padre de ella y alma de la obra original, se presente en tierra andaluza para comunicarle que Amaia está a punto de casarse con Pau (Berto Romero), una suerte de hipster catalán que a su vez está obsesionado con satisfacer los deseos de su abuela Roser (Rosa María Sardá), a quien le ha hecho creer que Cataluña se ha independizado de España. Adoptando como latiguillos los intentos de Rafa por recuperar a Amaia, y los de Koldo por reconquistar a su amor Merche (Carmen Machi), otro personaje refritado/ desperdiciado de la primera parte, la trama ofrece una secuencia anodina tras otra. El humor y la coherencia son los grandes ausentes de 8 Apellidos Catalanes, un producto que no se decide entre el absurdo, la ironía cultural, el esquema romántico, la autoparodia o los vaivenes familiares, fallando miserablemente en cada uno de estos apartados a fuerza de convertir a los personajes en piezas de una monotonía generalizada, en la cual los protagonistas más que aportar al influjo cómico de fondo lo único que hacen es repetir una frasecita asignada de manera arbitraria por el guión. No obstante la labor del elenco es en verdad muy buena y pone en perspectiva la amplitud del oficio actoral, incluso cuando el material de base es tan pobre como el presente. Resulta paradójico que aquí Martínez Lázaro haya conseguido pulir su performance visual a costa de sacrificar la frescura y el pulso de 8 Apellidos Vascos, hoy casi un espectro que vemos moverse a la distancia…
Decepcionante secuela Segunda parte del mayor éxito comercial del cine español de todos los tiempos: "Ocho apellidos vascos", un auténtico boom de público que ha pasado a ser uno de los misterios más inexplicables de la reciente historia de la cinematografía hispana. El boca a boca y una campaña mediática inusual dieron como resultado que una comedia aparentemente menor arrasara en taquilla, aunque los críticos ya hicieran constar su desagrado ante una propuesta de pretensiones cómicas que se dejaba ver y poco más. El éxito de la película también se tradujo en la consecuente fama para su protagonista, Dani Rovira, un monologuista televisivo que de la noche a la mañana se vio encumbrado a un altar que no hubiera imaginado ni en sus mejores sueños…o pesadillas, porque desde entonces se ha dedicado a proclamar al mundo que está harto de su reconocimiento y que le gustaría volver al anterior anonimato sobre todas las cosas. Pero vayamos a esta secuela, que es lo que nos interesa. En España no estamos muy acostumbrados a que ninguna producción patria alcance las cifras que Ocho apellidos vascos aglutinó. Esta locura colectiva de espectadores que acudieron en masa a los cines a ver el producto de moda pilló por sorpresa a todos los que habían participado en el proyecto, quienes habían cobrado unos sueldos muy inferiores a los beneficios finales obtenidos. Así que todos se pusieron manos a la obra y decidieron aprovechar la corriente favorable y de prisa y corriendo preparar la segunda parte. En esta ocasión, se trataba de repetir la fórmula con la independencia de Cataluña como tema central. Hasta ahí todo puede parecer más o menos lógico. Pero nadie podía llegar a imaginarse que la continuación iba a resultar tan bochornosa, y que se iba a notar tanto el descuido y la poca gracia de una comedia que produce sonrojo ajeno y que no hace reír en ningún momento. La historia resulta ya un tanto forzada desde el principio llevando el extremo desde Andalucía a Cataluña con una novia que se ha separado de Rafa y que está a punto de casarse con un catalán (Berto Romero) que quiere dar a su madre (Rosa María Sardá) una boda en una presunta República catalana independiente. Pero a esta secuela le falta todo: le falta la música (me enganchó la banda sonora de la primera); le falta el ritmo; le falta guión... es más, parece un batiburrillo de cosas mal pegadas. Lo que antes pretendía ser ingenioso, ahora es totalmente desastroso. No funciona nada. Ni una pizca, ni un atisbo de la frescura y simpatía de la aceptable película original, que conocía bien sus modestas ambiciones y sus limitaciones y resultaba un agradable entretenimiento para el gran público teniendo más calidad que otras películas de su género. En la secuela todo es infinitamente inferior. No hay ni un solo momento que arranque no ya una risa, sino una simple sonrisa. Todo suena forzado, falso y carente de buenas ideas. El pretendido choque cultural entre las distintas autonomías tan solo funciona como simple excusa para proponer una peripecia de enredo sentimental vista una y mil veces. El chico se entera que la chica se va a casar con otro y corre raudo al rescate de la amada. Cuatro tópicos, una colección importante de chistes malos y situaciones improvisadas y muy atropelladas componen el esqueleto de una pseudopelícula que debería avergonzar a todos los que han tenido que ver en su ejecución. Hace pocas semanas llegó a los cines argentinos Los exiliados románticos, la maravillosa película dirigida por Jonás Trueba que en los cines españoles duró nada y menos en cartel. Si quieren ver algo de cine español, y tienen que elegir entre ésta u Ocho Apellidos Catalanes, no se lo piensen dos veces y vayan a ver la primera. En España todo el mundo fue a ver la segunda, así nos va…
Cuando se estrenó Ocho Apellidos Vascos, nadie pudo prever que se convertiría en el film más taquillero de España, superando a tanques de Hollywood. La secuela no se hizo esperar y repitió el éxito. Ocho Apellidos Catalanes retoma a los personajes principales de la anterior: Rafa (Dani Rovira) y Amaia (Clara Lago), quienes ya no están juntos. Rafa sigue su vida como camarero en Sevilla, pero volverá a preocuparse por su ex cuando Koldo (Karra Elejalde), otrora suegro, le avisa que la muchacha está por casarse en Barcelona. Viajan a esa ciudad para impedir el casamiento, pero se topan con una situación más compleja. Pau (Berto Romero), hipster y futuro marido de Amaia, armó en su pueblo una farsa para hacerle creer a su abuela, Roser (Rosa María Sardá), que Cataluña se independizó y que es potencia mundial, y supuestamente la boda será la primera a realizarse en la naciente patria. Rafa, Koldo y la recién llegada Merche (Carmen Machi) se suman al engaño, mientras nuestro antihéroe romántico buscará reconquistar a su gran amor. En la línea de la primera parte, el tono de comedia blanca esconde una mirada ácida sobre la España actual y la tensión entre regiones. Hay enredos por doquier y gags imparables, aunque el guión se pone demasiado rebuscado y la estructura básica termina siendo similar a la de la anterior. Sin embargo, el carisma de los protagonistas -principalmente, el de Dani Rovira- alcanza para llevar adelante la película. Aún sin ser muy inspirada, Ocho Apellidos Catalanes sigue siendo divertida y ayuda a consolidar una saga. ¿De dónde provendrán los próximos ocho apellidos?
8 apellidos fachos La cartelera cinematográfica argentina le resulta esquiva por alguna razón inexplicable a las producciones de origen hispano. Pero como en toda regla hay excepciones, esa excepción la cumple una de las peores representantes de la cinematografía española reciente: la nefasta 8 apellidos catalanes (2015). Secuela del éxito de taquilla 8 apellidos vascos (2014), la trama ubica a los mismos protagonistas cuando luego de romper la relación que mantenía con Rafa (Dani Rovira), Amaia (Clara Lago) se apresta a contraer matrimonio con un catalán. El padre de esta, apabullado por la noticia, decide poner rumbo a Sevilla para convencer a Rafa de que lo acompañe a Cataluña para rescatar a Amaia de la apresurada decisión que acaba de tomar. Si su antecesora era una comedia banal, sostenida por el carisma de sus protagonistas más que por la historia, 8 apellidos catalanes es un derrape de intencionalidades nefastas. El cine, como todas las artes, siempre tiene una lectura por encima de lo que a simple vista muestra. Se puede recurrir a metáforas o alegorías como lo hiciera Adolfo Aristarain con Tiempo de revancha (1982) para hablar de la dictadura cuando ésta aún se encontraba ejerciendo en el poder o tomar partido en contra de la independencia de Catalunya, ridiculizándola, tal como lo hace la película de Emilio Martínez Lázaro (especie de Emilio Vieyra local). Martínez Lázaro recurre a la parodia permanente, la burla de los catalanes, y una serie de metáforas increíbles como la caída de la bandera de Catalunya y su transformación en la de España. Elementos que dejan de manera clara cuál es la línea ideológica de la película y su funcionalidad propagandística. Además hay que sumarle una banda sonora que hace referencia a canciones republicanas y un sin fin de alegorías. Pero más allá de esta clara línea ideológica, el otro problema de 8 apellidos catalanes, que al lado de esta es mucho menor, es que en ella todo atrasa 30 años. Una puesta en escena demasiado chata y donde el cine está ausente, diálogos con remates con los que más que reírse dan ganas de llorar y una serie de actuaciones que rozan lo patético. Da pena ver a Rosa María Sardá, Carmen Machi y hasta el mismo Dani Rovira haciendo semejante papelón sin necesidad alguna. 8 apellidos catalanes es una película nociva tanto por lo que dice y cómo lo muestra. Además, de pertenecer a un cine añejo, que ni siquiera puede considerarse bizarro, con una intencionalidad política tan obvia que hace recordar a lo peor del cine de propaganda fascista.
Dos años Después del rotundo éxito español de 8 apellidos vascos, llega la secuela, 8 apellidos catalanes que como su nombre bien lo indica, va a prescindir de todo disimulo cuando se trate de copiar la fórmula de su predecesora. Nuevamente encontramos a Rafael, sevillano él, pasando de cama en cama, de mujer en mujer y de fiesta en fiesta. El y Amaia ya no son pareja y Rafael aprovecha la ocasión para volver a disfrutar de la soltería, aunque todo cambia cuando el padre de Amaia llega para decirle que ella se está por casar con otro hombre, y Rafael comienza entonces un viaje para reencontrarse con su amada y así impedir el casamiento. Suena el argumento conocido? Sin dudas, hemos visto esta historia repetida hasta el hartazgo en el cine, con resultados desparejos. 8 apellidos catalanes está muy abajo en la lista de esas comedias románticas, no sólo por intentar copiar fórmulas usadas hasta el hartazgo y hacerlo mal, sino por no poder siquiera despegarse de la película original. Los chistes se repiten, las situaciones picarescas se repiten, y en el medio, los actores no parecen saber muy bien a qué juegan. Demasiado apoyada en Dani Rovira (el actor que interpreta a Rafa) la cámara abusa de su gestualidad, como si fuese una especie de Jim Carrey español. El resto del elenco, con algunos aciertos, realmente no parece tener mucha idea de cuáles son las características de sus personajes. Y los chistes… Los chistes realmente no son nada graciosos. El guión es errático y no parece poder decidirse entre la comedia física y el chiste verbal, y como suele pasar en esos casos, ni uno ni otro termina saliendo bien. 8 apellidos catalanes es una película poco graciosa, que dividirá al público de acuerdo a qué tan bien le caiga el personaje de Rafa, pero que carece de los elementos necesarios para hacerla una buena comedia aún para pasar el rato.
La españolidad al palo Una secuela que se ubica bastante por debajo de la muy popular comedia original. Secuela de la exitosa comedia –comercialmente hablando- Ocho apellidos vascos, ambas dirigidas por Emilio Martínez-Lázaro, esta película repite una fórmula que tuvo éxito, y confirma la ley de segundas partes nunca fueron buenas. Ocho apellidos catalanes retoma a los personajes del film anterior, después de que la pareja protagónica se ha separado. Si el noviazgo de su hija con un andaluz lo había alterado bastante, su nueva relación -ahora con un catalán- pone al vasco Koldo (el simpático Karra Elejalde, lo mejor del film) en pie de guerra. La acción se traslada a un pueblo catalán, en plena euforia independentista (en la ficción y en la realidad). Se desata entonces una farsa que es menos de lo mismo, esto es: una serie ininterrumpida de chistes sobre las distintas nacionalidades españolas, y los conflictos de familia, y tampoco la Guardia Civil queda libre del ridículo. Vascos estereotipados se burlan de los catalanes ídem y éstos de los andaluces mientras se produce una serie de enredos en esta parodia del nacionalismo que tal vez cause gracia a algún público. De hecho, ambas películas hicieron saltar la taquilla en España: la primera batió todos los récords y la segunda fue elegida sin merecerlo para cerrar el reciente Festival Pantalla Pinamar, supuestamente para complacer al público masivo. La bella Clara Lago no cumple con su rol como lo hiciera en la primera parte, las parejas no expresan la simpatía y la química que mostraron entonces, y Rosa María Sardà es la única que parece cómoda en su rol de matriarca a la que convencen de que Cataluña es ahora una nación independiente. El guión apresurado se apoya en los gags que, por repetidos, terminan por hartar hasta a los mejor dispuestos. No cuenten conmigo, no me hace gracia este tipo de humor, que resulta obvio y fácil, con chistes burdos, como que todas las rivalidades y fanatismos se suspenden ante un buen jamón con vino. Puede ser una cuestión de gusto personal, pero por favor, no más apellidos nacionales.
Ni Aúpa, ni olé Finalmente se estrena la ansiada secuela de Ocho apellidos vascos (2014). Como toda segunda parte carga con ser la hija de un gran éxito, con lo cual la tenía difícil… y la prueba, tristemente no fue superada. Nos encontramos luego que Amaia haya viajado al cálido sur a proponerle matrimonio a Rafa. Ahora ella se encuentra en Cataluña organizando su boda con Pau, un catalán de pura cepa. Cuando Koldo, padre de Amaia, se entera, llama a Rafa en busca de ayuda para impedir esa boda. La relación de Amaia y Rafa fracasó, ahora ella se encuentra en Cataluña organizando su boda con Pau, un catalán de pura cepa. Cuando Koldo, padre de Amaia se entera, llama a Rafa en busca de ayuda para impedir esa boda. La película tiene sus momentos divertidos, no se pude negar: aunque son muchos menos que los que tuvo su predecesora. El problema principal del film reside en una trama poco consistente, priorizando los gags antes que la historia a narrar. Ya desde el inicio es difícil entender como Amaia llegó al punto de tener una relación con un personaje como Pau, por lo tanto el final que cualquiera predice, es aún más que evidente desde que conocemos al personaje de Berto Romero. Por otro lado, Ocho apellidos vascos fue una novedad, al mostrar una comedia que ponía estos tópicos sobre la mesa… podríamos pensar que ahora esta temática ya no sorprende. Sin embargo, descarto esto porque después de dicha película, se pudo ver la serie televisiva Allí Abajo (2015-) que siguió permitiendo el disfrute del “Aúpa y olé!”. Los cuatro actores protagonistas mantienen la frescura en sus personajes, aunque tal vez Clara Lago se queda un poco atrás con respecto a Dani Rovira, Carmen Machi y Karra Elejalde. Los nuevos fichajes mucho no sumaron, en parte por la poca consistencia del guión, ya que por ejemplo Rosa María Sardá y Berto Romero suelen lucirse más en otras producciones. Se habló mucho del duro trabajo de los guionistas para esta segunda parte y si bien fue un éxito de taquilla en España, al igual que la primera, las criticas de Ocho Apellidos Catalanes no acompañaron. Si te gustó Ocho apellidos vascos, vas a disfrutar más de su re-visionado que de su secuela.
Cuando una secuela es menos de lo mismo La secuela de la película más taquillera en la historia del cine español es menos de lo mismo. O, en otras palabras, se trata de una versión degradada de un film que, definitivamente, no está entre lo mejor del cine ibérico contemporáneo. Pero si en 8 apellidos vascos la celebración satírica de las diferencias entre euskaras y sevillanos mantenía más o menos a flote su endeble estructura de comedia romántica, en 8 apellidos catalanes, que suma a la ecuación a los secesionistas más empedernidos de España (al menos, en los papeles), la repetición de la fórmula no hace más que agotar conceptos, gags y retruécanos desde el minuto uno. Nuevamente dirigida por el veterano Emilio Martínez Lázaro, la secuela tiene como punto de partida la frustrada ligazón matrimonial de Rafa y Amaia (Dani Rovira y Clara Lago), y encuentra al caballero de vuelta en Andalucía, seduciendo extranjeras y connacionales sin demasiado éxito, y a la señorita a punto de casarse con Koldo (Karra Elejalde), un catalán que hace pasar vergüenza ajena al concepto mismo de hipsterismo. Así las cosas, basta que el padre de la novia se le aparezca al ex futuro yerno, para que juntos emprendan un viaje al pueblito de Cataluña donde está a punto de consumarse el casorio, con la clara misión de abortarlo. Lo que sigue es un refrito de tópicos de la picaresca y la comedia de enredos shakespeariana: gentes que salen y entran por puertas, confusiones de identidades y orígenes, amantes que no son tales colgados de balcones, amores no confesados y otros nunca olvidados. Rosa María Sardá interpreta a la matriarca de la mansión y del pueblo todo, convencida de que la comunidad autónoma ha logrado la independencia absoluta gracias al engaño diseñado por su hijo, allegado y lugareños (si bien el guión no lleva al extremo las similitudes, la idea es, desde luego, sospechosamente similar a la del film alemán Good Bye Lenin!). Previsible hasta el empalagamiento, incluso en detalles ínfimos, lo único verdaderamente llevadero y simpático de 8 apellidos catalanes es la velocidad de algunos de los diálogos y la súbita mezcla de idiomas, que sólo surge en escasos momentos: al fin y al cabo, no deja de ser una película castellano-céntrica. Salvo esas raras instancias, las puteadas bien dichas y algún desnudo al pasar, la película bien podría haber sido producida durante los años de gloria del Generalísimo, a mayor bienaventuranza de España. El resto es un trapo viejo y ajado al que ni la lozanía de los protagonistas ni los colores de las banderas que se despliegan en pantalla logran devolverle algo de vida.
Lo que el separatismo no separó, el oportunismo comercial termina por hundir Secuela súperexitosa en España del súperéxito en España Ocho apellidos vascos, Ocho apellidos catalanes es una de esas películas que, frente a la seguridad de la vaca atada, optan por no dedicarse, por no afinar, por no ajustar. Punto de partida: la vasca Amaia y el andaluz Rafa se separaron y ahora ella se está por casar con un catalán. Entonces Rafa vieja desde Sevilla a Girona para la boda junto Koldo, el recontra vasco padre de Amaia, a tratar de impedir la unión. Ya sabemos que Amaia y el catalán Pau no están hechos el uno para el otro y que Amaia y Rafa sí: lo sabemos de entrada y la película lo establece con claridad paródica. Ocho apellidos catalanes abandona cualquier tipo de tensión argumental y también la apuesta por la comedia del equívoco y los enredos que funcionaba aceptablemente en la entrega vasca. Lo que queda es la explotación de los personajes conocidos, la presentación de los nuevos y la catarata de chistes. Los chistes se suceden sin estructura contenedora, sin crescendo. El humor se expone sin contención, sin tramas, sin reenvíos, como si en lugar de la película estuviéramos ante pruebas, ante borradores, ante ensayos pero sin su probable frescura. Hay algunos momentos de eficacia relacionados con la química entre Amaia (Clara Lago) y Rafa (Dani Rovira), pero lamentablemente están poco tiempo juntos. Y es notable y hasta brillante la caracterización de Pau que hace Berto Romero. Pero no todo el elenco está igualmente enfocado: Karra Elejalde gana protagonismo en esta secuela y no se sale del molesto modo bufón o sentimental exacerbado, y Rosa María Sardá está a media máquina. Hay chistes sobre hipsters y muchos sobre Cataluña, el catalán y los catalanes pero, como todos los elementos en esta película nublada por la desidia, están abandonados a su suerte, a funcionar de forma azarosa, como ese apartado sobre visitar Zaragoza que hace Dani Rovira en uno de los escasos momentos que fluyen, que riman con lo que puede ser una comedia cuando se la hace con horizontes superiores al oportunismo.
Risas, amores e independencia Secuela atada a su exitosa antecesora, la película más vista en la historia del cine español, 8 apellidos catalanes es una ocurrente continuidad para aquélla comedia, evidencia de la necesidad urgente de españoles, vascos, andaluces y catalanes de reírse de ellos mismos, juntos o separados. El mismo elenco, reforzado y mudado a Cataluña, encuentra otra trama hilarante para poner en escena a estos personajes estereotipados que ya conforman una galería entrañable y famosa. Es cierto, ayuda y mucho haber visto su antecesora para entrar rápido en el mundo que propone esta secuela, que arranca en un puerto vasco, con reprimendas geográficas y culturales entre la pareja más madura del filme, la de Koldo y Merche, derivada de los personajes jóvenes que encarnan Dani Rovira y Clara Lago. ¿Qué fue de Rafa y Amaia? Están separados. El volvió a Sevilla, perdido, incapacitado para reiniciar una vida amorosa, marcado por su experiencia anterior. “Tu para mí no eres andaluz, eres Rafa”, le dirá Koldo, su casi suegro vasco cuando vaya a buscarlo a Sevilla para pedirle que, juntos, rescaten a su hija de un casamiento horrible en Cataluña, con un artista cool, independentista también, y absolutamente estereotipado. Pero la boda está planeada, y allá van Rafa y Koldo, invitación en mano, para intentar torcer el destino. Allí, la historia de amor se cruza con una parodia de la independencia y con marcas culturales exacerbadas. Pau, el indolente novio, es un joven artista que siempre está en pose, postureo le llaman. “Intolerancia cero es el hashtag de mi vida”, dirá. Judith es la wedding planner, enamorada de su jefe, y la abuela de Pau, la anfitriona, se creyó el cuento de que Cataluña ya es independiente. “Nunca antes que los vascos”, se quejará, amargo, Koldo. Comedia leve, juego intencional con culturas, fronteras y estereotipos. E historias de pareja para entrecruzar esos mundos con amor y gracia.
Cuando una película recaudó 56 millones de euros, hay que hacer una continuación. Eso es comercialmente indudable. "Ocho apellidos vascos" había sido una comedia menor española que en forma meteórica, rompió records de taquilla en la Península. La pregunta es, ¿era merecedora de tal respuesta del público? Seguramente no. Y digo esto, a pesar de haberla visto súper predispuesto. Para mí era un film menor que por extrañas razones (imperceptibles a la distancia) caló hondo en el público de su región. Y nada más. La estructura era la de un chico que se enamoraba de una chica que pertenecía a una geografía particular de España, que los enemistaba a priori. El era de Sevilla, ella era vasca. Y ya conocen el tema de los habitantes de esa región con respecto a la hermana nación: hay una relación espinosa. Conflictiva. Esta segunda parte se iba a estrenar en marzo de 2016 pero se adelantó asi 5 meses por una imperiosa necedidad económica del grupo que la producía. Eso resintió el libro. Quitó meses de trabajo y se terminó notando para quienes seguimos la evolución del proceso.Sin embargo, Emilio Martínez-Lázaro se animó al desafío y planteó un film lo más conservador posible como forma de conducir sin mayores sobresaltos. Poca novedad, cero riesgo. Lo que en la primera parte parecía divertido, ese choque cultural de dos regiones y dos miradas de poblaciones en el medio de una historia romántica, aquí se repite pero con menos gracia y estilo. Es decir, se buscó no innovar demasiado, cambiar la locación y mutar la cuestión de idiosincracia al pueblo catalán, otro que también está interesado en replantear su vínculo con España nación. La trama es bastante simplona (¿una guiño a "La boda de mi mejor amigo"?): Koldo (Karra Elejalde) se pone en alerta cuando se entera de que Amaia (Clara Lago), luego de separarse de su pareja al final de la entrega anterior, Rafa (Dani Rovira), se ha enamorado de un catalán bastante típico, según dicen las malas lenguas. (Berto Romero). De puro comedido Koldo parte para Sevilla con la idea de convencer a Rafa de que lo acompañe a Cataluña para rescatar a Amaia de su próximo marido y que evite el error de su vida: unirse a alguien de esa geografía. Esta producción, a diferencia de "Ocho apellidos vascos", es mucho más coral. Hay un reparto más democrático de las líneas de los secundarios y estos funcionan como pequeños focos que incluso, superan el voltaje de los encuentros entre Amaia y el Rafa. Eso, para que se den cuenta cómo venimos. Los chistes regionales, físicos y sencillos, están a la orden del día. No es que sean muchos, no, no lo son. Pero se repiten para encuadrar la propuesta. La vida en Cataluña no es lo que en el País Vasco ni tampoco se debe parecer al resto de España. Eso aprendí viendo estas dos entregas de "Ocho...". Creo que si la primera les pareció muy buena, no deben dejar de ver esta segunda parte, sólo para acercarse algo más a los personajes centrales. No hay nada demasiado original, y la química entre los protagonistas sigue siendo de los puntos más flojos de la franquicia. Pero ha funcionado en su país y puede que interese si buscás una comedia romántica liviana y regional. Solo así puede tener algo de relieve para el espectador local.
Hay un dicho que dice “segundas partes nunca fueron buenas”. Esta frase se la puede escuchar mucho en el cine, sobre todo cuando una película fue un éxito total en su primera parte y al hacerle la secuela, el fracaso fue algo esperado. Claro, me van a decir que hay excepciones, pero Ocho apellidos catalanes, muy a mi pesar, no fue una de ellas. Tratando de repetir la historia y el éxito de Ocho apellidos vascos, su segunda parte se queda muy atrás. Es verdad que el argumento es excelente, esa pelea entre españoles, vascos y catalanes por ver quien es español o quien es más independiente, es algo maravilloso. Pero cuando los chistes se vuelven algo obvios y los estereotipos se repiten, ya dejan de causar tanta gracia. Su director, Emilio Martinez-Lázaro, contó en una entrevista qué fue lo que hizo para no caer en la repetición de lo que fue Ocho apellidos vascos: “Bueno, pues sencillamente seguir un poco el guion estupendo de Borja Cobeaga y Dego San José. Leyéndole ya se veía que Karra era de otra manera, que había cambiado de carácter y eso ya me daba un pie… Que Dani estaba enfadado con su mujer y por tanto tenía que hacer un esfuerzo, tenía que poner una situación de paroxismo nada más empezar la película para luego ir allí y volver a ser el mismo Dani de antes… Han sido cambios que venían dados por el guion y luego algunos personajes que yo me he centrado un poco más en ellos, el de Berto y el de Belén Cuesta”. También habló de cómo hizo para que las parejas dentro del film no diluyeran la química entre ellas: “Yo creo que tenía una ventaja a mi favor y es la gran calidad de los actores, ya que basta con que se vean un poquito Karra Elejalde y Carmen Machi para que luego la cosa funcione cuando hago una escena más larga con ellos. Funciona gracias a que tienen un carisma brutal para el público. Empiezan a hablar y no hace falta explicar mucho. El que ha visto la película anterior ya sabe de dónde vienen, pero incluso el que no la haya visto y solo sepa que al principio se enfadan, se separan y que luego va a haber pequeñas puyas de ella hacia él cuando luego los ve en el banco en la escena de la gran discusión ya lo va a aceptar”. Actores: Dani Rovira: este actor español es, y vamos a decirlo en criollo, un cago de risa: ya en la primera parte te divierte durante todo el film. En esta segunda parte, a pesar de que los chistes son repetitivos, Rovira mantiene esa gracia que lo caracteriza y que lo puso como conductor de las dos ultimas entregas de los Premios Goya. Clara Lago: a esta actriz española tal vez la hayamos visto hace poco por nuestras carteleras, ya que participó junto a Pablo Echarri y Leonardo Sbaraglia en Al final del túnel. Esta joven actriz mantiene una performance digna y sutilmente graciosa, nada del otro mundo. Berto Romero: este actor español me sorprendió, a pesar de estar estereotipado como un catalán. Se lo ve gracioso y actual, pero algo sobreactuado en su personaje de tipo cool y moderno. Karra Elejalde: este actor vuelve con el mismo personaje de típico vasco cojonudo y malhumorado, pero ahora con un toque sentimental. Elejalde habló con la prensa española y contó cual fue la intención de la película con respecto a los chistes sobre vascos y catalanes: “La gente tiene que saber ver con qué intención está hecha una cosa, y ya en la primera parte se vio claramente que no se trataba de hacer escarnio público de la autonomía vasca ni de la andaluza, y tampoco en este caso. Seguimos en el mismo raccord de intentar hacer películas que tiendan puentes, que sea más bien cauterizadoras y hermanadoras, no se trata de ir a escocerle los huevos a nadie. Yo creo que los catalanes se van a descojonar un montón, y los vascos y andaluces también”.
SECUELA SIN BRILLO La fórmula repetida de “8 apellidos vascos”, de enorme éxito en España, igual que esta secuela. Aquí la pareja formada por Clara Lago y Dani Rovira se ha separado. Ella ahora se está por casar con un catalán y su padre, (el simpático Karra Elejalde) soporta mucho menos esta unión y hará todo lo posible, con aliados por impedir la boda. En fin, chistes sobre vascos, catalanes, los separatistas. Muchos de color local lejos de hacernos gracia. La pareja principal se luce menos y perdió la química. El director Emilio Martínez Lázaro aprovechó el éxito, pero perdió efecto.
Segunda parte, sólo para quienes rieron con el primer film Sólo para quienes hayan visto "8 apellidos vascos" viene esta segunda parte, con las limitaciones propias de toda segunda parte, pero también con la alegría de reencontrar personajes queridos y seguirlos en sus nuevas aventuras. Para el caso, el pescador vasco vasquísimo da la vuelta a media península sólo para convencer a su exyerno andaluz de viajar hasta Gerona, donde la hija del primero y exnovia del segundo está a punto de casarse con un catalán ridículo, "uno de esos gafapastas comedores de microplatos de diseny". Y el otro tanto la quiere, pese a todo, que es capaz de interrumpir la boda para declarársele en euskera, euskara o lo que le salga. ¿Contamos algo que no debíamos? Para nada. En esta clase de comedias románticas va de cajón que habrá una escena semejante. Es lo que el público espera, y en ese sentido la película cumple debidamente. El asunto es cómo se llega a dicha escena, y qué pasa después, porque la vasquita tiene su carácter y es imprevisible. Ese costado de la historia emplea viejos y a veces eficaces enredos de vodevil, con visitas nocturnas en vísperas de la boda, enredos, confusiones, fiestas previas y parejas paralelas (por ejemplo, el padre con la viuda del Guardia Civil que conocimos en la primera parte). El otro costado es el de la sátira, que aquí suma algunos especímenes catalanes como el hipster angloparlante y su abuela rica, a la que le han hecho creer que el referéndum dio positivo y su tierra ya es "independent". Pero todo muy amable, sin que la sangre llegue al río, muy lejos de aquella sátira punzante de Vizcaíno Casas y Rafael Gil contra las Autonomías, llamada "Las Autonosuyas". Acá el único palo va contra la policía local, famosa precisamente por dar palo, y se reduce a una sola frase, bien colocada, eso es cierto, aunque difícil de captar, por eso la transcribimos: "Venga, sea buena, déjeme libre. Le dejó que me dé con la porra en la espalda y que luego se haga una selfie con los moretones. Sé que eso le gusta". A destacar, los veteranos Karra Elejalde (grande), Carmen Machi y María Rosa Sardá. De los jóvenes, Clara Lago se luce más en la primera parte y en el thriller "Al final del túnel". Los otros cumplen y punto. Dato para turistas: la masía donde todos se reúnen queda en Llagostera. Y la "plaza Pep Guardiola" es, en verdad, la Plaza Mayor de Monells.
Un año después de la primera entrega llega la secuela que, agregando a unos cuantos personajes y situaciones, promete tantas risas como la anterior. El conflicto entre el País Vasco y España, siendo algo tan lejano a la Argentina, se mantiene desconocido o fuera del interés general. Más allá de las colectividades vascas en el país (al menos un 10% de la población es descendiente), los hechos que durante siglos definieron a su comunidad no son conocidos por todo el mundo. Esto puede hacer difícil la comprensión de una película como 8 Apellidos Vascos (2014) u 8 Apellidos Catalanes (2015). La pugna, al mismo tiempo, entre España y Cataluña, terminó estando más en boca de la gente por el acercamiento que el fútbol generó. Sólo si se tiene una idea de estas dos relaciones, se pueden entender a fondo los intríngulis amorosos que estas películas muestran. Si no, los chistes típicos de comedia romántica serán suficiente. El casamiento al final de 8 Apellidos Vascos no dio resultado. Antes de darle a Amaia, una chica vasca, el sí, Rafa huyó despavorido hacia la vida de soltero que tan bien conoce, en Sevilla. Su tranquilidad termina cuando Koldo, el papá de Amaia, vuelve para contarle que ella se casará el fin de semana con un catalán llamado Pau. Juntos viajarán a Cataluña y conocerán a la futura suegra y la wedding planner, mientras Rafa, arrepentido, intenta recuperar el amor de Amaia. El reparto se mantiene desde la película anterior, con un par de nuevos integrantes. Se sumaron Berto Romero, que interpreta a Pau y Rosa María Sardà en el papel de Roser, su madre, y volvieron a participar Dani Rovira como Rafa, Clara Lago interpretando a Amaia, Karra Elejalde como Koldo y Carmen Machi en el papel de Merche. La dirección estuvo a cargo de Emiliano Martínez-Lázaro, conocido por su trabajo en El Otro Lado de la Cama (2002) y que recibió un Oso de Oro por Las Palabras de Max (1978). Sus guionistas son los mismos que participaron en 8 Apellidos Vascos (2014), Borja Cobeaga y Diego San José, conocidos en Argentina por escribir y dirigir Pagafantas (2009), película española en la que Sabrina Garciarena es protagonista. Las disputas entre familias en la narración son más viejas que Romeo y Julieta (siglo XV) y la figura de los star-crossed lovers (amantes desdichados, cada uno es de un mundo distinto) se repitió hasta el hartazgo. Titanic (1997), The Notebook (2004), Pocahontas (1995), The Curious Case of Benjamin Button (2008), entre muchos otros. Es por esto que cuando un autor tiene la chance de no usar estas herramientas y las usa igual, se siente como un desperdicio. 8 Apellidos Vascos se apoya fuertemente en estos clichés (el amor complicado entre una vasca y un sevillano), pero en la secuela solamente se los usa con fines cómicos. La presencia de la suegra, toda la familia conviviendo en una misma casa antes de la boda, etc. son otros clichés en los que sí cae, pero es cierto que son parte del caldo primigenio de la comedia romántica. Porque no es más que eso.
Tras el éxito de taquilla conseguido en España por su antecesora "Ocho apellidos vascos" llega esta secuela que comparte los personajes, con algunos nuevos, y repitiendo la estructura de la anterior en cuanto a burla de costumbres y rasgos propios de una región. Si en la primera veíamos a un sevillano que para conquistar a la única chica que resistió sus encantos la sigue hasta su lugar de origen y se hace pasar por un vasco, ahora el chico andaluz -Dani Rovira- y la chica vasca -Clara Lago- no están mas juntos y ella está a punto de casarse con Pau -Berto Romero-, un artista catalán snob quien trama una boda para cumplirle el sueño a su abuela Roser -Rosa María Sardá-, que vive recluida en una masía convencida de que Cataluña ya es independiente -Anécdota que ya se vio mucho mas locuaz, mejor contextualizada y tan bien elaborada en la película Good Bye, Lenin!, de Wolfgang Becker -2003-, donde Daniel Brühl aislaba a su madre haciéndole creer que el muro de Berlín no había caído-. Así es como vascos y andaluces tratan de boicotear la boda con el catalán, en un relato que repite la formula de la primera pero sin la frescura y el ingenio de aquella para burlarse de los clichés y el regionalismo -tal vez porque los tópicos, lugares comunes y arquetipos sobre los vascos son más graciosos que el de los catalanes-, y por otro lado, toda la transgresión política, la parodia y la desmitificación nacionalista plasmada en la primera pierde aquí ante la historia de amor. En Ocho apellidos catalanes solo resaltan unos pocos gags estimables y algunos chistes demasiado simples alrededor del snobismo y la violencia policial de los Mozos de la Esquadra -"Venga, sea bueno, déjeme libre. Le dejó que me de con la porra en la espalda y que luego se haga un selfi con los moretones. Sé que eso le gusta"-, corriendo la mayor parte de las gracias por cuenta de la fingida independencia de Cataluña. Incluso la química entre los protagonistas Dani Rovira y Clara Lago, que tan bien funcionó en su momento, se diluye conforme avanza la trama. Es Karra Elejalde y Carmen Machi, quienes mantienen erguidos sus carismas y defienden los fragmentos más cómicos del relato, aunque por momentos parecen desaprovechados con giros dramáticos insulsos.
Producir y destruir. En 2014 "Ocho Apellidos Vascos" se convirtió en un absoluto éxito de taquilla en España, por lo que sus productores decidieron explotar el fenómeno con una segunda película a la que llamaron "Ocho Apellidos Catalanes". Lamentablemente la obviedad en el título se traslada al relato. De entrada nos enteramos que Rafa y Amaia no acabaron casados sino separados, cada uno por su lado. Rafa la va de Don Juan en su amada Sevilla cuando un día se le aparece el padre de Amaia para avisarle no solo que ella iba a casarse con otro, sino que ese otro además es catalán. Si en la película anterior había que lidiar con el argot de andaluces y vascos, ahora hay que sumar el de los catalanes. Demasiado para los que somos ajenos a tanta trifulca territorial, cultural y política. Lo que el director logró antes, imponer el relato y su tono por encima de lo regional, acá no lo consigue; se embarra en chistes que solo en España pueden entenderse, lo que no significa que sean efectivos. Para el argentino promedio será muy difícil comprender la mayoría de los diálogos y gags, lo que hace inexplicable su estreno en el país habiendo tanto buen cine español de carácter más universal. Dani Rovira repite sus gracias, y lo hace muy bien, en tanto el resto del elenco cumple satisfactoriamente con lo que el guión pide, pero problema es el guión. En definitiva, estamos ante un ejemplo muy claro para ser utilizado cuando se quiera sentenciar que segundas partes nunca fueron buenas.
Ocho apellidos vascos fue una sorpresa en su país de origen, donde se convirtió en la película más taquillera del 2014. Ocho apellidos catalanes no tardó en llegar un año después, y el resultado de apurar una historia tan simple pero conducida a buen puerto por sus protagonistas no tiene la misma suerte que la primera entrega. Con el mismo equipo técnico detrás de cámaras que la original -director Emilio Martínez Lázaro y guionistas Borja Cobeaga y Diego San José- transcurre esta decepcionante secuela, donde la adorable pareja que encarnaban Dani Rovira y Clara Lago se han separado al final de su preciosa aventura y han seguido su camino. El Rafa de Rovira sigue con las mañas de siempre, pero sin poderse sacar de la cabeza a Amaia, que le robó su corazón, incluso siendo una vasca hecha y derecha. Por otra parte, el recio Koldo de Karra Elejalde también se ha separado de la adorable Merche de Carmen Machi, y toda la historia parece haber tocado el botón de reinicio. Más allá de las relaciones encontradas del cuarteto, el panorama es básicamente el mismo que al comienzo de esta historia. El triste giro del guión acá es el romance y futuro casamiento de Amaia con un pedante y artista zen catalán, el Pau de Berto Romero, situación que llevará a Rafa, Koldo y Merche a unir fuerzas con una angustiada wedding planner -una hermosa y talentosa Belén Cuesta- para frenar la tan temida unión. Hay un giro más, que es la introducción de la abuela de Pau, Roser (Rosa María Sardá) a la cual su nieto pretende hacerle creer que su amada Cataluña se ha independizado. Los enredos están a la orden del día. Por desgracia, los enredos presentes en el guión no tienen la misma chispa que antes y resultan pesados, con poca gracia y menos situaciones de humor. Rovira, Lago, Elejalde y Machi mantienen intacta la química que tanto elevó de su convencionalidad a Ocho apellidos vascos, pero ellos sólo pueden hacer magia hasta cierto punto. De las nuevas incorporaciones, Sardá es la que hace lo mejor con su personaje y Cuesta la sigue, pero el artista de Romero tiene cero química con Lago y la disyuntiva de saber si se casarán o no, no genera peligro alguno en la trama. Rafa y Amaia son únicos, y Pau es un obstáculo muy soso para su reunión pendiente. Otro apartado importante es el idioma. Hay muchísimos más diálogos en español, castellano y catalán que en la primera parte, y saliendo del territorio español es muy difícil comprender algunos pasajes de la película, aún siendo parte de la escena. Este hecho se hace mucho más evidente cuando en una secuencia clave al final de la película a un personaje se lo subtitula. ¿Por qué no se hizo esto durante toda la película? Ocho apellidos catalanes es una secuela hecha a las apuradas, en la cresta de la ola que generó el recibimiento masivo de su predecesora. Se agradece volver a ver a tan entrañables personajes, pero el nuevo giro en la historia está poco pensado y tiene un humor repetitivo y hasta restrictivo para aquellos no familiarizados con las rencillas nacionales españolas. Si hasta la agradable y notoria música instrumental de Fernando Velásquez fue suplantada por una fanfarria nacionalista hecha por Roque Baños, hasta en ese detalle se nota el cambio para peor de la malograda secuela.
Dirigida por Emilio Martínez Lázaro (Las 13 rosas, El otro lado de la cama, La voz de su amo), Ocho apellidos catalanes es la secuela de la exitosa Ocho apellidos vascos. Existe un dicho algo cierto segunda partes no resultan, y esta no es la excepción. Una historia coral, llena de gags, parodias, sus chistes no promueven la risa, no resulta efectiva, en fin: contiene un humor poco convincente.
En el idioma del amor La película española que toca un tema sensible como el de la nacionalidad. El mérito está en la gracia de algunos comediantes. Las rivalidades regionales de España son el caldo de cultivo para Ocho apellidos catalanes, continuación de Ocho apellidos vascos. Con más enredos que romanticismo, la película de Emilio Martínez-Lázaro ofrece la segunda oportunidad para el amor de Rafa (Dani Rovira) y Amaia (Clara Lago). Koldo (Karra Elejalde), padre de la chica, se enfrenta esta vez a la probable boda de su hija con un catalán rico, refinado, artista plástico y nieto de una independentista acérrima. Con muchos juegos de palabras en los que se entrelazan vascos, andaluces y catalanes, la película, de escaso vuelo e imaginación, apuesta al pasatiempo, tocando un tema sensible en territorio español como es el de la nacionalidad. Para el espectador no español la comedia propone algunos chispazos divertidos y colores autóctonos. Ocurre una vez que se acomoda el oído a los giros y modismos que los personajes se lanzan como saetas. También hay alusiones a costumbres, rituales y fiestas populares, escenarios para los desencuentros entre Amaia y sus dos pretendientes. El mérito está en la gracia de algunos comediantes que hacen algo con nada. Karra Elejalde es el vasco que no pisará jamás suelo madrileño. Junto a Carmen Machi, como Merche, arman una buena pareja de soporte a las peripecias de Rafa. Se lleva las palmas Rosa María Sardà como Roser. La actriz es la abuela poderosa, astuta y sarcástica. Con Merche y Koldo le saca chispas al vocabulario. Ocho apellidos catalanes dedica buena parte a la sátira, con los catalanes como blanco. A la villa de Soronelle llegan los otros españoles que recrean con la excusa del romance el tironeo que tiene a muchos corazones ibéricos divididos. La película sólo propone ese juego, con una artillería lingüística poderosa, que el guion no logra mantener con la historia y los rasgos caricaturescos de los personajes.
Aunque con números más bajos, esta secuela de 8 Apellidos Vascos fue también un éxito comercial. Un fenómeno que, en parte, quizá haya que adjudicar a las catárticas ganas del público español de reírse de sus tensiones autonómicas. Pero la primera película, una comedia romántica de manual, tenía una frescura que aquí parece forzada. La idea central de esta segunda parte es trasladar el mismo esquema argumental de la primera, cambiando la geografía: en lugar del país vasco la Cataluña independentista. Lo que resta es un hilvane de chistes sobre todos los estereotipos comarcales de la península ibérica, seguramente más divertidos para los españoles o los que conocen la actualidad de la madre patria. Un enredo, en fin, que se las arregla menos para entretener que su antecesora y donde vuelve a destacar Karra Elejalde como el afectuoso y bestial padre de la chica –Clara Lago-, el protagonista, Dani Rovira, comediante solvente y la gran Rosa María Sardá, como la abuela catalana a la que le hacen creer que la independencia ya llegó.
Es sabido, casi como verdad de Perogrullo, que segundas partes nunca fueron buenas. Estamos enfrentados a la continuación de la que fue, supuestamente, la película más taquillera de la cinematografía española en su país de origen, situación que no los deja demasiado bien parados a los españoles. La primera contaba con el descubrimiento de Clara Lago, y la química establecida con Dani Rovira, sin sustento desde el arte de la escritura y desarrollo de personajes, conflicto y desenlace, demasiado ´previsible”, sólo con su presencia y sostenidas por las actuaciones de Karra Elejalde y Carmen Machi. En esta, la más que muy forzada secuela, lo poco que tenía la otra desaparece. No sólo hablando de la historia que quieren contar, incluyendo las diferencias y la exageración manifiesta de los arquetipo regionales españoles, que no dan resultado, no hay gracia alguna, produce vergüenza ajena. Tan torpe es todo que hasta podría repetir los argumentos analíticos instalados para “ahora” la primera y encajan perfectamente, digamos que, realmente lo que sucede en la construcción endeble del relato podría definirse en una confusión clásica de muchos de los productos de los últimos años, confunden el argumento con el guión. El primero es el planteamiento, el segundo se constituye en el desarrollo a lo que habría que incluirle los diálogos, y en el filme que nos convoca los monólogos. No hay nada de ningún orden que sea rescatable, ni la banda de sonido, por supuesto que el diseño de arte demuestra el apuro por producirla, bajo los efectos de la primera, ni siquiera la idea de imágenes turísticas despierta interés. La historia nuevamente se centrará en Amaia (Clara Lago) y Rafa (Dani Rovira), que comienza con el final de la anterior. Tienen desavenencias en su relación, así que deciden romper y separarse. Él vuelve a su Sevilla natal, ella decide probar suerte y se traslada a Girona. Cuando Koldo (Karra Elejalde) se entera de que su hija Amaia se ha enamorado de un catalán llamado Pau (Berto Romero), después de romper con Rafa, el vasco entrará en cólera. Ante tal “sacrilegio”, porque el nuevo novio además de catalán, lleva barba tipo Abraham Lincoln sin cuidar, además de ser bastante estúpido e infantil con aires de superado. Todo un combo. Koldo convence a su ex yerno de que deben viajar a Cataluña para rescatar a Amaia de las garras de su nuevo novio catalán. Todo demasiado previsible. ¿Estoy repitiendo algo?
BASTA DE APELLIDOS SIN CONTENIDOS ¿Qué misterio inenarrable provocará que un mismo equipo de creativos al poco tiempo de ser partícipes de un éxito memorable en su propio país y de destacado suceso en el resto del mundo, produzca algo tan inferior y diferente a la obra original? Porque Ocho apellidos vascos -primera parte de esta historia- tampoco es una comedia que derrocha virtuosismo pero logra destacar. De hecho es de las que podemos asociar a muchas otras por su exacta parodia a la situación típica de Montescos y Capuletos. De esas historias de amor que envuelven a una pareja de tórtolos que buscan vencer diferencias y rivalidades irreconciliables en su entorno y en el camino provocan tanta risa y empatía en el espectador que lo dejan satisfecho y con la mandíbula floja. Algo que no pasa, ni con la mayor predisposición, al ver Ocho apellidos catalanes, que retoma el hilo argumental, agrega personajes, nos lleva a otros escenarios más pintorescos pero sin embargo, no logra conectar. Al momento de verla decidí hacerlo con mínima información y sin acudir antes a la original -que sería lo recomendable desde el sentido común-. Cuando iba el cuarto de hora y no lograba arrancarme una sonrisa me reproché el no haber hecho al revés, porque quizás el secreto de la secuela fuese el juego cómplice y los guiños a quienes ya hubieran adoptado a los personajes por la primera parte. Pero no tardé mucho en darme cuenta de que ese no era el problema, la realidad es que Ocho apellidos catalanes no conmueve, no divierte ni genera otro sentimiento que no sea el aburrimiento y la decepción. Y lo logra por sí misma. Todo comienza cuando Rafa (Dani Rovira), separado de Amaia (Clara Lago) y gozando de una soltería descontrolada, es visitado por su ex-suegro Koldo (Karra Elejalde) quien le pide que lo acompañe a evitar la boda de su hija con un artista a quien obviamente no quiere de yerno. Rafa accede y viaja a Cataluña sólo para enredarse en la trampa del nuevo novio (Berto Romero), que ha creado toda una fantasía en torno a su boda a la cual pretende convertir en la primera celebrada en una Cataluña presuntamente independizada -al menos para su abuela Rosé (Rosa Maria Sardà), depositaria de la farsa-. A partir de allí los enredos se suscitan -de manera bastante forzada- mientras el desconsolado pero no resignado andaluz intenta recuperar el amor de la vasca Amaia en tierra cataluña. El problema no pasa sólo por el inverosímil del planteo -algo que fluye como cascada en la versión anterior- sino en parte en la deformación del perfil de cada personaje y los desaciertos en los gags que antes funcionaban con la exactitud de un reloj y ahora no le pegan al ritmo del segundero. El punto de vista elegido para la narración otra vez es el de Rafa a quien se ha exacerbado tanto en sus gesticulaciones que parece estar todo el tiempo bajo la influencia de alguna sustancia. Algo similar pasa con Koldo, que si bien mantiene el perfil, de su boca no sale nada que cause gracia y se convierte en un gruñón pasteurizado y poco útil. Curiosamente las nuevas incorporaciones -el novio Pau y la abuela Rose-, son los que tienen las líneas y gags más efectivos aunque terminan repitiéndose hasta el hartazgo y es finalmente Amaia quien pone el ancla a los desbordes y por esa misma razón termina aburriendo. Desaprovechado en su totalidad queda, por último, el personaje de Merche (Carmen Machi), cuya presencia apenas se justifica en ese contexto bizarro. Los enfrentamientos entre colectividades que serían el real motor de la historia, caen en el ridículo y se limitan a una rivalidad pseudo-futbolística. Probablemente se les escapen detalles a quienes no sean de las regiones citadas o no conozcan sus costumbres, pero teniendo de referencia lo bien que funciona, una vez más, Ocho apellidos vascos, se puede deducir que no es más que una gran falla en la construcción del esquema humorístico y una percepción muy errada por parte de los autores de lo que dio resultado también antes y no pudieron recrear ahora. La semana pasada me tocó hablar de Mi gran boda griega 2, otro fiasco salvado apenas por la magia de la recreación nostálgica de un producto concebido quince años atrás y el morbo de querer saber en qué condiciones han llegado sus protagonistas a la actualidad. Hoy es otra boda la que marca un nuevo descenso a los infiernos de las comedias románticas costumbristas que insisten en perpetuarse. Mi deseo es que tanto griegos como españoles -de la provincia que sean-, no sigan destruyendo sus propios logros cuando aggiornan comedias norteamericanas a su idiosincrasia, creyendo que tienen mucha más tela para cortar en secuelas infumables cuando sólo les queda una pelusa.
“8 Apellidos Catalanes” (España, 2015), de Emilio Martínez Lázaro es la secuela del mega éxito “8 apellidos Vascos”, película que con una estilo fresco pudo hablar de una diferencia ancestral en la España actual y además aggiornarla y ponerla al día. Dani Rovira y Clara Lago vuelven a repetir papeles, pero en esta oportunidad un extraño plan para evitar que Amaia (Lago) se case con otro, lo pondrán a Rafa (Rovira) a hacer algunas cuestiones inexplicables. En esta nueva incursión en el universo de la pareja, Martínez Lázaro se pierde y a su vez hace que el filme se sienta forzado. Una lamentable secuela de aquella agradable sorpresa que se convirtió en una de las películas españolas más taquilleras de su la historia del país ibérico.
Emilio Martínez-Lázaro nos trae la secuela de la comedia española más vista de su historia: Ocho Apellidos Vascos. El director vuelve a comandar al carismático elenco compuesto por Clara Lago, Dani Rovira, Carmen Machi y Karra Elejalde. Con los mismos ingredientes de la primera parte, es momento de ver si la receta logrará tener el mismo sabor que su primera parte. Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley Ocho Apellidos Vascos fue una excelente comedia de enredos, altamente divertida y entretenida que se sostenía gracias a su genial historia, su elenco y la química que había entre Dani Rovira y Clara Lago (Al Final del Túnel). Pero su éxito en su país de origen fue directamente proporcional a la polémica que desató, sobre todo por usar como fuente de comedia a la organización terrorista vasca ETA y todo lo relacionado a ella, pero como siempre ocurre con temas de esa índole, los ofendidos siempre levantarán la mano diciendo «presente». Ocho Apellidos Catalanes toma todos los elementos que hicieron que la primera entrega se erija con el título de la película mas vista de la historia española, y los aplica de igual manera. Soslayando las locaciones, la única diferencia entre ambas cintas es su duración: mientras que la primera parte apenas si alcanzaba la hora y media, la secuela roza por poco más de diez minutos las dos horas, algo que llega a sentirse, y bastante. Nuevamente las mejores escenas están protagonizadas por el genial Dani Rovira quien interpreta a Rafa, quien adoptará el seudónimo de Oriol cuando intente hacerse pasar por catalán, así como lo hizo en la primera parte bajo el nombre de Antxon. Lo genial de Rovira es que logra una amalgama entre lo gracioso –como la escena del poema– y lo tierno, logrando esa ambivalencia única que resulta bastante entrañable. El resto del elenco de Ocho Apellidos Catalanes acompaña de forma genial a Rovira, tal como sucedió en la primera parte, Clara Lago vuelve a hacer de una Amaia sanguínea y fácilmente irritable que destila inquina por los poros, Koldo vuelve a ser interpretado por Karra Elejalde, logrando unas escenas delirantes junto a Rovira y Carmen Machi quien repite el papel de Merche, mientras que la gran incorporación en esta cinta es Berto Romero, quien encarna a Pau Serra, el futuro esposo de Amaia. Su composición de artista hipster es tan genial como graciosa e irritante y logra sacar varias risas. Una de las principales virtudes de Ocho Apellidos Catalanes es que sabe que es una comedia de enredos y no busca ser más que eso. El sinsentido de su historia, la entropía y las acciones que trascurren en ella le sientan espectacularmente bien. Obviamente están presentes tópicos como los prejuicios entre los vascos, catalanes y andaluces, las costumbres tan distintas y se aborda el tema del amor y la amistad. Pero quienes buscan algo más profundo no lo encontrarán, y es que es una comedia, no un documental. Al igual que su primera parte, esta secuela cae durante el tercer acto y pierde la gracia mientras la historia llega a su desenlace. En esta segunda entrega se nota aún más esta falencia debido a que la duración se alarga casi veinte minutos más, por lo que llega a resultar un poco densa, no porque sea una historia plúmbea, sino porque pierde la gracia. Algo que para algunos puede asolar todo lo hecho por la película en los dos primeros actos. Conclusión Una definición sucinta y acertada de Ocho Apellidos Catalanes que podemos detallar es que es un calco de su primera entrega, pero con un metraje más extenso. Las actuaciones graciosas, los paisajes preciosos, la música autóctona de cada región, los enredos y el sinsentido están presentes. Quizás a algunos les resulte algo larga, y más de lo mismo respecto a la primera entrega, pero ese más de lo mismo resulta altamente divertido, y quien tenga unas horas de solaz puede aprovecharlas en disfrutar con esta cinta que no la pasará mal.
Ay, el costumbrismo provincial... Después de 8 apellidos vascos, llegamos a los catalanes (y quién dice que no vengan ocho apellidos gallegos, 8 asturianos, 8 granadinos...). Comedia romántica sobre las diferencias a las que el amor y la familia terminan disolviendo, amplifica algunos gags de la primera película, intenta otros y aburre con una fórmula a la que, de entrada, le faltaba brillo. Pero parece que en la Madre Patria funciona.