Encerrados Coproducción colombiano-argentina, Adiós entusiasmo (2017) expone la convivencia de una familia envuelta en un clima opresivo y enrarecido. Margarita pega gritos. Otra no le queda; vive encerrada en un cuarto y solamente gritando podrán escucharla sus cuatro hijos. El más pequeño es Álex (Camilo Castiglione), el único varón, un niño que tiene un rico mundo interior. Tal vez como la respuesta más orgánica a eso que lo rodea. Y lo que lo rodea está alejado de lo “convencional”, pues nadie parece percibir extraño aquello que en verdad lo es. Sus tres hermanas viven en la misma casa y no muestran preocupaciones ni por el trabajo ni por alterar ese orden que, al mismo tiempo, es desorden. Presentada en la Sección Vanguardia y Género del [19] BAFICI, la película del realizador colombiano Vladimir Durán está hecha retazos, momentos que funcionan como una muestra representativa de ese ámbito familiar. Las hermanas (casting perfecto; Laila Maltz, Mariel Fernández y Martina Juncadella) no parecen estar muy atravesadas por el afuera. Ese universo exterior está apuntado en la película por la presencia de dos hombres que pasan casi desapercibidos. Ellos tampoco tendrán una mirada sorprendida sobre la realidad de la madre, como si la casa irradiara una fuerza normalizadora que atraviesa al que entra en ella. Pero Adiós entusiasmo no se repliega sobre su aura de misterio; la presenta y se concentra en el discurrir del tiempo, en el efímero entusiasmo (tal vez por eso, el “adiós”) de los actos que se ensayan para el cumpleaños de Margarita, un evento que terminará de forma no muy feliz. El realizador construye una puesta detenida en el universo sonoro, con una especial capacidad para construir un encuadre que segmenta los personajes y, al mismo tiempo, los inscribe en una secuencia de acciones. Hay en Adiós entusiasmo un interesante arco dramático que no depende tanto de esas acciones sino de los espacios vinculares, en donde también participa la tía (interpretada por la gran Verónica Llinás). Más allá del dolor, en la película también hay felicidad, y –como no podía ser de otro modo- surge de la reunión de los personajes femeninos. Acaso, el universo más indescifrable.
Voces detrás de la puerta Una charla de hermanos donde solamente prevalece el sonido de las palabras se apodera de la atmósfera de Adiós entusiasmo, ópera prima de Vladimir Durán (ver entrevista) que atraviesa con enorme sutileza el mundo invisible de los vínculos familiares. En un departamento donde cohabitan una madre y cuatro hijos, el único varón (Camilo Castiglione) es el menor de los hermanos y además el único que cumple un doble rol: observador y protagonista. La propuesta desde el punto de vista cinematográfico se vale del espacio para la presencia ausencia de esa madre en un fuera de campo constante. Sus gritos, caprichos y órdenes a las hijas (Laila Maltz, Martina Juncadella, Mariel Fernández) dominan la escena. Pero así como lo vínculos atraviesan el campo invisible de las relaciones, las dependencias afectivas entretejen una red de complicidades, que se magnifican en ese encierro auto impuesto por la matriarca del clan. Ninguno se atreve a hablar de eso, ¿enfermedad o locura?, esa es la cuestión a dilucidar pero sin dejar de lado que como dice el dicho al final lo que importa es la familia. Aunque la idea del encierro resulte anómala en la dinámica de la familia de Marga parece algo absolutamente normal. Para las hijas no hay impedimento alguno en tomar contacto con el exterior, salir a la calle e incluso llevar extraños a la casa. No es azaroso que aparezcan hombres en una casa dominada por mujeres, y tampoco que sea otra mujer, en este caso la hermana de Marga (Verónica Llinás) quien derrumbe ese castillo de apariencias en medio del festejo caprichoso de un cumpleaños adelantado. No respetar las fechas de los natalicios parece ser la rebeldía de Marga y otra de sus maneras de volver a ganar la atención como el enfermo del que no se habla. Adiós entusiasmo genera preguntas sobre las emociones oscuras o luminosas y cómo las relaciones terminan afectando a las personas, no juzga el encierro pero tampoco lo idealiza para dejar en la sensibilidad de ese niño creador los vacíos que no se llenan ni siquiera con una felicidad efímera.
Adiós entusiasmo, de Vladimir Durán Por Marcela Barbaro Se oye la voz de una mujer desde su cuarto. En la puerta, cuelga un candado sujeto al picaporte que nos marca un límite. Sus palabras se alojan en la imagen y la vuelven presente. Desde allí, maneja su hogar: se comunica con sus hijos, amigos y familiares, quienes atienden sus reclamos con una naturalidad asombrosa. Adiós entusiasmo fue elegida para exhibirse mañana en la apertura de la Sala Leopoldo Lugones, en su temporada 2018. La ópera prima del actor y director colombiano Vladimir Durán, explora una problemática familiar donde se alteran y complejizan los vínculos afectivos, el juego de roles y la relación espacial entre el mundo interior – exterior. Axel es el menor de la casa. Tiene doce años y debe asumir que su madre Margarita, vive detrás de esas paredes. Le gusta el piano, los mapas, hacer esculturas en arcilla y lo obsesiona el tema de la materia negra. Esa riqueza interior que lo ayuda a canalizar, se ve estimulada por su hermana Alicia, con quien juega y ensayan una canción en portugués, también por Alejandra y Antonia con quienes se relaciona de diferentes maneras. El cuadro familiar se completa con la figura de una tía, interpretada por la talentosa Verónica Llinás, que ayuda a sus sobrinos, como puede. Ambientada en Buenos Aires, y rodada prácticamente en interiores, la película se desarrolla con una puesta en escena donde prima el plano anamórfico, al que se suma la cámara entre los ambientes de la casa captando, de cerca, la cotidianeidad de cada personaje, principalmente en torno a Axel. Esa fusión, genera un clima de agobio y claustrofobia, más allá de la ansiedad en la que se inscribe la historia. Planos cerrados, luz cálida y espacios reducidos fijan los límites de las escenas que se van sucediendo con distintos matices. En ese hogar disfuncional, el baño, por ejemplo, se aleja de su uso habitual, para ser “el sitio” de encuentro con la madre, de la que sólo los separa una pared y una ventana para hablar, pasarle una copa, o una frazada. El sonido fuera de campo, es otro de los elementos narrativos. En términos de Michael Chion, funciona como un sonido acusmático (oímos sin ver la causa de donde proviene). A Margarita nunca la vemos, solo nos llega su voz, lo que aumenta la importancia del personaje y la tensión que provoca dentro del campo diegético. Su presencia es tan fuerte, que logra manipularlos de diferentes maneras como un síntoma. Ese sonido en Antonia, se volverá un zumbido constante en el oído. Estrenada en la sección Forum del Festival de cine de Berlín y ganadora del mejor largometraje en la categoría vanguardia y género el Bafici 2017, entre otros premios, la película de Durán expone los mecanismos de preservación que los miembros de una familia articulan para convivir, como el simulacro de un cumpleaños anticipado, por ejemplo. El espectador no entra en ese juego de complicidades, nadie abre el candado, ni dice. Nuestra mirada permanece como testigo de ese laberinto, con algunas preguntas por hacer.. ADIOS ENTUSIASMO Adios entusiasmo. Argentina/Colombia, 2017. Dirección: Vladimir Durán. Intérpretes: Camilo Castiglione, Laila Maltz, Mariel Fernández, Martina Juncadella, Verónica Llinás, Rosario Bléfari, Valeria Valente, Vladimir Durán, Lucas Besasso. Guion: Sacha Amaral y Valdimir Durán. Fotografía: Julián Ledesma/ Montaje: Ana Godoy y Laura Bierbrauer/ Sonido: Emilio Iglesias y Nahuel Palenque. Duración : 79 minutos.
Se anunció la programación de la Sala Lugones y la cinefilia porteña tiene un motivo para festejar. Dos de los cineastas más relevantes e icónicos del siglo XX tendrán su retrospectiva: el primero, bastante conocido en el ámbito rioplatense, es nada más y nada menos que el sueco Ingmar Bergman; el segundo, menos revisitado en nuestro país pero canonizado por el cinéfilo universal, es el maestro nipón Yasujiro Ozu. Derek Jarman, Takashi Miike, Zelnik y Visconti también tendrán su foco (que en el último caso no abarca su filmografía sino solo dos obras), así como también los musicales de la Edad Dorada hollywoodense. También se proyectarán filmes realizados durante el Mayo francés, acompañados por otras representaciones fílmicas de este acontecimiento. Si la retrospectiva de ambos maestros parece inigualable, no menos estimulante resulta la selección de grandes clásicos italianos, quizás una de las cinematografías más cercanas e influyentes para el universo del cine local. Pero la curaduría de Luciano Monteagudo y la Fundaciòn Cinemateca Argentina no se remite exclusivamente a remover obras pasadas, sino que también se ofrece como espacio de difusión de nuevas producciones vernáculas. En medio de la desaprensión de los exhibidores de cine por los estrenos argentinos, los cuales son relegados a una efímera vuelta por el Gaumont, la Lugones se erige como uno de los pocos reductos donde estas películas pueden permanecer un tiempo en la cartelera y entonces poder sentir la caricia del público que les dedica su tiempo. No suelen ser muchos estrenos, por supuesto, pero también está certificado que ninguno pasa desapercibido. Y en correspondencia con el valor simbólico de la programación y el compromiso cultural que la sala asume, lejos de asegurarse su apertura de la temporada con un film cuyo vínculo con el público ya esté garantizado, inaugurará el 2018 este jueves 15 de marzo con una apuesta radical por lo experimental de su producto. Se trata de Adios entusiasmo, el primer largometraje del colombiano Vladimir Durán. La trama de la película se construye a partir de un punto de fuga naturalizado por los personajes de la historia: tres hermanas, Antonia (Mariel Fernández), Alejandra (Martina Juncadella) y Alicia (Laila Maltz) y su hermano menor Axel (Camilo Castiglione) conviven en un departamento junto con su madre (Rosario Bléfari), quien está encerrada en una habitación y nunca la vemos, pero constantemente la oímos. Su ausencia física está lejos de implicar una orfandad dentro del círculo de hermanos, dado que ella vivirá impartiendo órdenes a sus hijas e hijo, exigiéndoles favores, conversando y discutiendo. Lo que podría entenderse como un componente surrealista que está naturalizado por lo hermético de un círculo familiar (en la misma línea que Canino o Miss violence u Otesanek), queda anulado cuando también lo vemos naturalizado por la presencia de agentes externos como la tía Marta (Verónica Llinás), los amigos o fundamentalmente por el personaje compuesto por el mismo Vladimir Durán, el forastero Bruno. Aparentemente interesado en Antonia, la irrupción de un desconocido al hogar no infunde pavor o rechazo en la familia, aunque sí es de alguna manera ignorado, detonante para que Bruno recorra la casa y sin escrúpulos proyecte videos caseros familiares. Esta arbitrariedad se incorpora al verosímil desde el comienzo y permite, por otra parte, ser el pie a otras arbitrariedades narrativas que se van hilvanando con el correr de los minutos. Adios entusiasmo no se parece a las películas anteriormente citadas porque no se basa en la fórmula de trastocar un código social que detente una anormalidad a partir de la cual la trama se desarrolla lógicamente (en términos gramaticales el condicional: qué pasaría si en una familia la madre viviera encerrada). El camino adoptado en la película, que se estrenará este jueves, conduce un relato que nunca se sube al caballo de la causa-efecto sino que opta por encadenar una serie de desfasajes tanto o más disruptivos que la premisa inicial de la madre encerrada. No se trata de suponer como quedaría el terreno de las relaciones de los personajes tras la fisura que implica el encierro de la madre, sino de ir astillándolo continuamente para ver qué posibilidades expresivas ofrece el desequilibrio inasible que acontece en ese departamento. Como afirma Durán sobre su película, se trata de explorar una “lógica aberrada y corrida, gente que piensa distinto al lugar común”. En la enigmática primer escena el niño distrae a su hermana mientras toca el piano insistiéndole que la materia oscura que nunca vemos está durante cada segundo de nuestra vida atravesando nuestro cuerpo. Acto seguido, sin medias tintas, tras el desinterés de su hermana por su reflexión está cantando junto con ella una canción en portugués. Luego molesta a su mamá cuando golpea insistentemente la puerta de la habitación cerrada. Durante la película dibujará mapas y hará muñecos de plastilina y junto con sus hermanas se dirigirá al baño a conversar con su mamá. Habrá un festejo de cumpleaños adelantado con varios invitados y un juego teatral orquestado por la tía. La ruptura de la causalidad permite, en los breves 78 minutos de duración de la película, desplegar un abanico de acontecimientos que comparten un estribillo sensorial y psicológico. El formato extremadamente apaisado -poco explorado en el cine argentino- colabora en aislar claustrofóbicamente a los personajes (quedando el piso y el techo en fuera de campo) pero que a su vez integra un gran porción espacial a los costados, que están generalmente vacíos. Las contradicciones sensitivas que enuncian este formato (fotografía de Julián Ledesma), como también cierta artificialidad digital en los paneos que unen a un personaje con otro o el sonido metálico de algunas voces (sonido a cargo de Nahuel Palenque), permiten darle oxígeno al divague narrativo y actoral dado que el film termina fomentando un culto a la extrañeza. Para los adalides del relato aristotélicamente cerrado, Adios Entusiasmo será una pérdida de tiempo. Las pretensiones de Durán no son propinar el placer estético que ese tipo de estructuras suele generar. Para quien sea ávido de un tipo de narrativa enigmática donde las respuestas son políticamente omitidas encontrará en esta película un ejercicio estimulante en la exploración sensorial del mundo interno de sus personajes. Durán (según sus palabras) compartió clases de teatro junto a los integrantes del elenco, lo cual generó una relación que tuvo como resultado esta creación colectiva que lo tuvo como director de orquesta. La improvisación y experimentación con sus compañeros dieron lugar, por ejemplo, a la invención del comentario inicial sobre la materia negra por el propio Camilo. La sinceridad de sus actores, especialmente del niño, permiten infiltrar al espectador dentro del íntimo hermetismo en que convive esa familia. La variedad del punto de vista de los personajes proporciona un vaivén perceptivo donde las imágenes y sonidos se emiten de acuerdo al mundo del personaje que esté protagonizando el plano. Para más inri, el mismo Durán: “La idea era desarrollar mucho el lenguaje cinematográfico jugando con los fueras de campo y con un personaje que desde allí generara una deconstrucción del espacio y de la claustrofobia emocional. Quiero eso en mi cine: información sustraída para que ganen los actores, los espacios deconstruidos”. La temporada 2018 en la Sala Lugones está a punto de comenzar. La valoración de su empresa en remover y promover cine de todas las latitudes, épocas y poéticas es incuantificable. Su reapertura tras un prolongado parate por remodelaciones el año pasado fue vital. La sala ubicada en el mítico piso diez seguirá absorbiendo personas al mundo paralelo de luces y sombras, quienes vuelan en el ascensor no como modo de evasión de la realidad sino todo lo contrario: para conectarse atentamente al mundo exterior con mayor concentración y compromiso que cuando el ascensor los devuelva a la planta baja. Ya sea para disfrutar con la belleza inocente de El mago de Oz, deleitarse con el paciente humanismo de Primavera Tardía, viajar introspectivamente con Fresas salvajes, conmoverse con un dramón como Rocco y sus hermanos o asombrarse ante la impredecibilidad de Adios entusiasmo. ¡Que viva la Lugones! Del jueves 15 al miercoles 28 de marzo (no el 24 de marzo) 21:30 hs en la Sala Lugones Corrientes 1530
Es una coproducción con Colombia, del director de ese país pero que estudio y se formó en el nuestro, Vladimir Duran. Es la historia de una familia, registrada con un formato súper panorámico que todavía muestra más el encierro de un núcleo de afectos muy especial. Se trata de un niño brillante de 12 años y sus tres hermanas, pero fundamentalmente de una madre que vive encerrada en un cuarto, bajo llave desde el exterior, a la que le pasan comida o algún abrigo por una ventanita de un baño contiguo. Pero esa madre esta, como la materia oscura que describe su hijo al comienzo del film, manejando continuamente a su familia, con su voz y con sus ruidos. Con el mismo director como personaje que pasa películas familiares de otro tiempo idílico. Una capsula de tensiones y deformidades, de dominios y poder, de ternuras y dictados, de asfixia y permisos que en algún momento explota. Un retrato familiar absolutamente particular, que respira verdades y deformidades. Un gran elenco, donde brilla Verónica LLinas, la voz de Rosario Blefari, con Camilo Castiglione, Laila Maltz, Mariel Fernández, Martina Juncadella. Un film exótico, provocador, que se impone al espectador.
A primera vista parece un ejercicio. Pero Vladimir Durán no es un improvisado por lo que coreografía alrededor de Camilo, el protagonista, grandes bailes para terminar hablando de lo que más le gusta: la familia. La técnica puesta al día en la propuesta, además, resuelve de manera concreta aquellos lugares comunes del cine argentino, elevando a los actores y privilegiando la naturalidad de las acciones.
Vladimir Durán es colombiano, pero estudió cine en Buenos Aires (es egresado de la FUC) y esta película es una coproducción con Argentina. Los personajes van apareciendo en la pantalla, extendida horizontalmente en un formato super-panorámico que resulta perfectamente funcional a lo que se narra. En esta imagen apaisada los primeros planos no pueden abarcar los rostros completos, y eso no tiene que ver tanto con el encierro como con un universo cerrado. En ese universo todo parece normal, la relación entre los hermanos combina amores y odios, momentos de paz y pequeñas rencillas, el interés por lo físico, lo banal, el descubrimiento del sexo, del amor. También hay algunas visitas de familiares y amigos (genial el personaje del colombiano persistente al que nadie parece darle demasiada bola). El pequeño detalle es que la madre de la familia nunca aparece en el plano porque vive encerrada en un cuarto y todos se comunican con ella a través de la puerta o por la ventana que une aquella habitación con un baño. Gran observación de costumbres y reconstrucción de coreografías familiares con un toque de humor extrañado en el que todos brillan, pero especialmente lo hacen Verónica Llinás y la genial Laila Maltz (figura en la también notable Kékszakállú, de Gastón Solnicki.
Como si no pasara nada raro La ópera prima de Vladimir Durán plantea una suerte de realidad autónoma en la que es posible que una familia conviva naturalmente con lo disfuncional, en un antiguo caserón barrial en el que reina la endogamia y en el que no se ve a la madre aunque es omnipresente. Los actores son locales, la lengua y los decorados también. Sin embargo, Adiós entusiasmo es una película extranjera. No sólo porque su realizador, Vladimir Durán, nació en Colombia, sino sobre todo porque no se parece a ninguna otra película, argentina o no. Hay algo enrarecido, una suerte de encerrona en la familia protagónica, integrada por cuatro hermanos, un padre del que ni se habla, una madre que está y no está, y una casa en la que esa familia parece vivir desde siempre. Como si esa casa los precediera y los engullera. Adiós entusiasmo es extranjera al 90 por ciento del cine que se hace, deudor de las conductas y la lógica de la realidad externas. Aquí, esa realidad se recompone en otra que la propia película se ocupa de construir, y que se parece y no se parece a ella. La de Adiós entusiasmo es una realidad autónoma. Una en la que es posible que una familia conviva cotidianamente con lo disfuncional, como si eso fuera lo más natural del mundo. Como si fuera un juego. En la ópera prima de Durán, coescrita junto a la brasileña Sacha Amaral, hay algo de Casa tomada. Y algo del mundo de Silvina Ocampo también. A la inversa del cuento de Julio Cortázar, donde dos hermanos endogámicos creían percibir presencias extrañas en la casa, en la de Adiós entusiasmo lo extraño se ha instalado, en una habitación vedada con la que hay contacto a través de la ventana del baño, que se mantiene entreabierta. “La ventanita”, le dicen, con una desconcertante y lógica familiaridad con lo enfermizo. La ventanita es la vía de comunicación que Antonia (Mariel Fernández), Alicia (Laila Maltz), Alejandra (Martina Juncadella) y Alex (Camilo Castiglione) tienen con mamá Margarita (voz de Rosario Bléfari). Se cuentan cosas de uno a otro lado de la casa, charlan, nada parece fuera de lugar. Reina la endogamia en esta película exhibida en el Forum de Berlín el año pasado, ganadora más tarde del Premio a la Mejor Película de la Sección Vanguardia y Género del Bafici. Alicia juega con el pequeño Alex, se tiran sobre la cama, cantan una vieja canción en portugués. Antonia tiene un pretendiente bastante tarambana, al que echa flit. El otro no se entera e insiste. Antonia le cierra la puerta en la cara y entra en la casa, que es como si la chupara. La casa es en verdad un antiguo, bastante descuidado caserón barrial, de esos rodeados de una verja de hierro y con un patio al frente. Como los de las películas de Torre Nilsson, para decirlo en términos de cine argentino. Como en aquellas películas con guiones de Beatriz Guido, todo sucede adentro. Adentro de la casa. Recuérdese, por otra parte, que en La casa del ángel también había una habitación vedada, donde estaba proscripta aquella a la que la familia no quería ver. ¿Por qué el encierro de mamá? No se sabe, y todos se comportan de manera tan “natural” que no hay forma de presumirlo. Como en los relatos de Silvina Ocampo, las habitaciones de la casona sirven para encerrarse y compartir secretos, para hacer juegos entre ingenuos y perversos. Antonia, Alicia y Alejandra (sí, todos los nombres empiezan con A, y el de Alex también) cierran la puerta de una habitación y se tiran, en un momento de distensión, en la cama. El torómbolo pregunta por una de ellas del otro lado de la puerta y Alicia, imitándole el acento y entre las risas de todas, le dice que no están. Mamá decide festejar su cumpleaños tres días antes de la fecha. Se celebra un poco en el baño y otro poco en el pasillo, donde las mesas apenas caben. El happy birthday se canta en portugués. De pronto hay una discusión, alguien se va y Marta (la infalible Verónica Llinás) se trenza con su hermana Margarita (los nombres de los hijos con A, los de las hermanas con M), en una pelea a puteadas, al mejor estilo tribunero. No es una familia bien avenida. Hay una permanente latencia, algo que no funciona y que esconde un gato encerrado que sin embargo no se sabe dónde está. Es como si hubiera un olor acre, olor a pis de gato tal vez, pero ninguno de los presentes lo advirtiera. A diferencia de Nilsson, no hay aquí manierismo, cuidada fotografía, búsqueda expresionista y angulaciones desestabilizadoras. Acorde con el modo en que sus protagonistas lo viven, y acorde también con su carácter de clase media venida a menos (a diferencia de los aristócratas venidos a menos de Nilsson & Guido), todo está fotografiado de modo craso y realista. Como si no pasara nada raro. Y sin embargo está pasando, ahí, delante de todos. Pero nadie hace nada.
Hacer mucho con poco, una constante dentro del cine nacional. Más allá de la calidad del resultado, no puede negarse la capacidad de numerosos talentos -no hablemos solo de Argentina, extendamos el alcance hasta el cine latinoamericano- para exprimir al máximo los contados recursos con los que se poseen. El caso de Adiós Entusiasmo no es la excepción pero, a diferencia de muchas obras que corren por estos tiempos dentro del país, el film del colombiano Vladimir Durán apunta más hacia lo experimental, lo teatral, lo metarreflexivo, con lo que su visionado no deja indiferente, ya sea que guste o no.
Los retratos intimistas sobre familias disfuncionales son moneda corriente del cine independiente en cualquier parte del mundo, a tal extremo que el molde estándar de estas historias (habitualmente desacuerdos generacionales) se puede notar a millas de distancia. Ante esto, es un intento muy noble querer jugar con las mismas fichas pero en un tablero distinto al que se acostumbra. Esta es la búsqueda que se propone Adiós Entusiasmo y lo hace con un afán demasiado excesivo para su bien. Un asunto de familia Axel, un niño de diez años, vive con su madre y hermanas en un departamento. Esta convivencia tiene un detalle peculiar: su abuela vive encerrada en una habitación como parte de un tratamiento, y se rehúsa a salir en todo momento. Esta interacción generará no pocas fricciones entre los miembros de la familia. En materia guion tenemos personajes bien establecidos, cada uno con un conflicto personal a superar. No obstante, la falta de un hilo narrativo concreto es lo que le impide a estos personajes tener un desarrollo que alcance su plenitud. Lo único que se asemeja a un conflicto concreto es cómo los protagonistas intentan persuadir a la abuela a salir de su encierro. La película no da motivos de por qué se metió en el cuarto o por qué se rehúsa a salir, sino que se inclina a ilustrar cómo dicha situación afecta a los miembros de su familia. Cuando este conflicto es dejado de lado, dicho lugar lo ocupan una serie de secuencias aleatorias entre las que destacan un juego de roleplaying y una cena que transcurre en un pasillo. En materia actoral, tenemos trabajos interpretativos decentes; no hay mucho para admirar o para elogiar. Pero quien consigue destacar es Veronica Llinás: va de la calma a la furia con mucha naturalidad, como es esperable de una actriz de su trayectoria. Por el costado técnico Adiós Entusiasmo goza de una fotografía y una dirección de arte sobrias. También debe señalarse que tiene una relación de aspecto muy ancha para su propio bien. Se entiende que se buscaba hacer del lugar cerrado un lugar más grande, pero se tiene la sensación de estar viendo la totalidad de la historia a través de una rendija. Por otro lado, si lo que buscaban era meter al espectador en el papel de un voyeur puede decirse que lo lograron, pero de nuevo es solo una suposición. Conclusión Ir a contracorriente de lo que se suele mirar es una movida siempre bienvenida, pero sin importar cuál sea el camino a seguir (ser distinto o igual al resto), la meta debe ser siempre la historia y los personajes. Aunque esta historia no carece de dichos componentes, el camino que elige no logra que el espectador conecte con ellos. Adiós Entusiasmo es un drama familiar diferente, pero con un deseo tan grande de serlo que no consigue que el espectador siga el hilo de su historia. Es una película que va a dejar preguntas. Lo que el tiempo dirá es si el espectador se las seguirá haciendo más allá de la sala.
En el Teatro San Martín, un director colombiano egresado de la escuela de cine argentina, abre con esta película la temporada de la sala Lugones, recientemente renovada. Un film curioso y original, incluso en el formato, apaisado y estrecho, que deja fuera de cuadro, en los primeros planos, buena parte de la cara y la expresión de sus actores. Parece algo caprichoso, pero sólo al principio. Adiós entusiasmo tiene la capacidad para llevar al espectador al universo de esos personajes, que van llegando al relato, entre juegos de hermanos, coqueteos sexuales y una relación con una madre que siempre está pero nunca se ve. En esa especie de mosaico brillan algunos personajes y algunas escenas, de un absurdo y una comicidad con raíces en lo cotidiano. Y así, junto a su muy buen elenco, naturaliza una excentricidad que podría ser algo vacua.
Alex es un adolescente (Camilo Castiglione) que vive con su madre, quien se encuentra encerrada por su propia voluntad (nunca sabremos por qué) y nunca la veremos, pero la voz es de Rosario Bléfari. En la casa también viven sus tres hermanas (Leila Maltz, Mariel Fernández y Martina Juncadella) y es una casa enorme. A Axel le gusta tocar el piano y cantar con una de sus hermanas. En ese clima opresivo que propone esa situación familiar los hermanos tratan de vivir la situación lo mejor posible, ante una madre demandante, que algunos días pide salir, luego se arrepiente, y así...Hasta que llega el día de su cumpleaños, lo festejan antescon algunos amigos y aparece en acción la gran Verónica Llinás, capaz de convertir cualquier escena en oro puro, con verdad y compromiso. Del colombiano Vladimir Durán, es una película experimental, que relata conflictos familiares mostrando un drama diferente, pero hay ciertas fallas en el guión. No pasa demasiado, más que el problema de esa madre que no termina de resolverse y del que no terminamos sabiendo nada. Estrenada en la Sección Fórum del Festival de Berlín y Ganadora del Mejor Largometraje en la Sección Vanguardia, “Adiós Entusiasmo” no es una película para todos los públicos. Nuestra Opinión: Regular Pato Pritzker para Chapeau Argentina ----> https://www.youtube.com/watch?v=ewQz0Up0r_A Erica Denmon
Esta es una coproducción entre Argentina y Colombia dirigida por el colombiano Vladimir Durán, rodada en Argentina que obtuvo el premio de mejor director y mejor película colombiana en el Festival de Cine de Cartagena de Indias 2017 (FICCI). En esta historia coral la cámara sigue a cada uno de los personajes en su mundo, una madre Margarita que vive encerrada voluntariamente en su cuarto, habla tras la puerta a sus cuatro hijos (Antonia, Alejandra, Alicia y Axel), entre el agujero de la cerradura y una ventanita del baño, da consejos, indicaciones, mima a su hijos, y recibe su comida, medicamentos, una frazada, libros, vídeos de películas, hasta celebran su cumpleaños 3 días antes de la fecha, en ese lugar que habita y el resto de la familia está cerca de esa puerta. Sus hijos discuten, se pelean como lo hacen a veces los hermanos, sienten cierto fastidio ante tal situación pero la terminan aceptando. Los hijos llevan gente a su casa, compañeros, una tía (Verónica Llinás, levanta el film, siempre dinámica y en una buena interpretación) y amigos, existe ciertos enraizamientos psicológicos en esa madre y sus hijos, también tiene cierto toque teatral, pero el cineasta Duran aprovechar los recursos del cine, captando cada gesto, planos y sonidos. El filme tiene cierta rareza, se relaciona con las enfermedades mentales, no existe la figura paterna, habla sobre los amores filiales, tiene momentos claustrofóbicos, transcurre en interiores opacos como sus vidas, ante la situación se transmite la angustia, la soledad, la tristeza, también hay enojos y broncas y el título está relacionado con la pérdida del entusiasmo.
Estrenada en la sección Forum del Festival de Berlín y ganadora de la competencia Vanguardia y Género del último Bafici, esta ópera prima del director colombiano -formado y radicado en la Argentina- Vladimir Durán propone una mirada tragicómica a las desventuras de una familia disfuncional. Los elementos visuales y narrativos que hacen de Adiós entusiasmo una experiencia poco convencional son múltiples: desde una pantalla inusualmente ancha con encuadres en los que ningún rostro en primer plano aparece completo hasta un personaje central al que se escucha, pero nunca se lo ve. La trama del film (concentrada en una bella y decadente casona del barrio de Montserrat durante el lapso de diez horas) gira en torno de Margarita (la voz de Rosario Bléfari), madre de cuatro hermanos que vive encerrada en una habitación. Sus hijos Alex (Camilo Castiglione), Antonia (Mariel Fernández), Alicia (Laila Maltz) y Alejandra (Martina Juncadella) se comunican con ella a través de "la ventanita" que da al baño. Por la casa aparecerán también pretendientes (uno de ellos interpretado por el propio Durán), familiares y amigos, habrá un festejo anticipado de cumpleaños y hasta una suerte de sesión de psicodrama. Lúdica y angustiante a la vez, en Adiós entusiasmo hay lugar para el canto y las rencillas, para la ingenuidad y el patetismo. Heredero del cine de John Cassavetes y Wes Anderson y, en el ámbito local, de Leopoldo Torre Nilsson y Lucrecia Martel, Durán construye un film excéntrico y experimental y, al mismo tiempo, íntimo y reconocible. Una auténtica (y bienvenida) rareza.
Opera prima del colombiana Vladimir Durán, "Adios entusiasmo" fue presentada en la prestigiosa sección Forum de la Berlinale hace poco tiemo. Ese reconocimento profesional denota la calidad del trabajo, ya a los pocos minutos de proyección. Además, fue ganador de la competencia "Vanguardia y Género" en el pasado BAFICI. Durán va a hablarnos de una familia. Y del encierro. Sin dejar de descuidar los mundos internos de los protagonistas, por supuesto. "Adios entusiasmo" es una película sobre qué sucede cuando tenemos que crecer, desde un espacio tabicado. Con límites. Hasta que punto uno puede desarrollar estrategias para sobrevivir, imaginando cómo es el mundo real, con el que uno no tiene contacto. Durán preserva la razón de este confinamiento y descansa su materialización, en las órdenes que imparte Margarita (la voz de Rosario Bléfari), quien aquejada por un tema aparentemente de salud, decide un confinamiento completo para sus hijos. Así es que viven todos juntos, aislados de lo que sucede fuera, y vinculandose sin casi intimidad, explorando sus emociones y tratando de ser felices, con lo que hay. Todo esto hasta que se arma el festejo de un cumpleaños y en él, comienzan a surgir los reproches por el modo de vida que desarrollan. Allí aparecerá una tía jugada por Verónica Llinás, que se las trae). De hecho, incluso cómo arman el lugar para prepararlo es una muestra del estado de delirio en el que viven. No hay una amenaza química en el afuera, pero ellos siguen todos, guardados. Los hermanos (brillantes Laila Maltz, Mariel Fernandez, Martina Juncadella con un párarfo especial para el Alex que compone Camilo Castiglione), no renuncian a su vida. Generan movimiento. Olas. No renuncian a expresarse. Tampoco al amor. La cuestión es disfrutar de esa visión y entender ese puente invisible entre el mundo adulto, que establece regulaciones y prohibiciones, y la energía de los jóvenes y niños, que busca canales para expresarse. "Adios entusiasmo" es una realización inteligente, medida, que explota el carisma de Castiglione y que sorprende por la madurez de su perspectiva. No deja de formar parte del cine "indie" que no es el que naturalmente arraiga en nuestro público local pero aún así es una película atrayente, de alguna particular manera. Sus rubros técnicos son ajustados (el sonido me encantó) y la naturalidad con la que se desplazan los protagonistas es destacable. El guión de Durán y Sacha Amaral ofrece todos los matices para que sus personajes nutran la trama vincular de manera orgánica. Y sucede. Un enorme debut y un film acorde a la celebración que es volver a tener cine, en nuestra amada sala Leopoldo Lugones. Todos los días (excepto los miércoles), a las 21:30 y hasta el 31 de marzo.
Ópera prima del colombiano Vladimir Durán, Adiós entusiasmo resultó la película ganadora de la Competencia de Vanguardia y Género de la pasada edición del BAFICI. Coescrita junto a Sacha Amaral, nos encontramos ante un retrato familiar que, más allá de su curiosa premisa, resulta muy cercana. En la casa de Margarita las cosas, las relaciones, la dinámica, se parecen a las de cualquier familia. Un niño y tres mujeres son los hijos de Margarita, una madre que juega su papel como puede (a la larga, no hay una escuela que enseñe a ser padres): Axel, el más pequeño de la familia, curioso, aspirante a artista que se divierte haciendo esculturas; Antonia, la hermana mayor, que recientemente terminó una relación e intenta escaparse de una incipiente; Alejandra, relajada y con un estilo muy personal y Alicia, la más chica de las mujeres, probablemente por eso la que mejor se relaciona con Axel. Las discusiones y los choques que se suceden dentro de esa casa se parecen demasiado a los que se pueden dar dentro de cualquier familia. Pero esa familia no es tan parecida al resto. Pues la madre está encerrada en un cuarto y el único modo en que se conecta con el resto de las personas es a través de una ventanita donde le pasan comida, alguna manta o lo que necesite. Margarita es esa madre que está y no está. No la vemos, pues tiene prohibido salir de su cuarto y, sin embargo, su presencia es siempre muy fuerte, se hace notar todo el tiempo. Su personalidad inestable se evidencia a través de ejemplos claros, como el rápido paso de algo intermedio entre un cumplido y una intencional palabra de aliento, al enojo y gritos desesperados de quien no tiene la atención que espera y cree merecerse. Esta película colombiana, rodada en Argentina, se sucede prácticamente toda dentro de esa casa. En algún momento, para un festejo, llegarán amigos y una tía (la siempre cumplidora Verónica Llinás), adoptando cada uno una postura muy normal y natural ante la, para nosotros, excéntrica situación en que está esa madre. Una reunión que termina como cualquier reunión entre familiares que se relacionan sólo por obligación: con reproches, gritos y palabras hirientes. Más allá de lo caótico e insoportable que, a veces, ese ambiente claustrofóbico parece y nos resulta, lo cierto es que el film adopta mayormente el punto de vista de Alex (Camilo Castiglione) y eso le imprime un tono más ameno. Así, Adiós entusiasmo es un film por momentos divertido y tierno, en otros más tenso. Y si bien todo suena (y podría funcionar, es verdad) de un modo muy teatral, Durán sabe aprovechar los recursos del cine: desde el formato apaisado a los primeros planos que captan hasta los gestos más mínimos.
Una de las propuestas más extrañas y originales del cine latinoamericano reciente es esta opera prima del colombiano Durán, realizador y actor que vive en Buenos Aires hace ya muchos años (hizo aquí también cortometrajes). Salvo por un personaje del filme que es de ese origen (encarnado por el propio director), si uno no sabe que el cineasta es colombiano tranquilamente podría estar hablando de una película cien por ciento argentina. El filme tiene una estructura y un tono muy curiosos, y transcurre durante gran parte del tiempo en una casa en la que vive una madre con sus cuatro hijos: tres chicas más grandes y un niño más pequeño. Formalmente la película se construye, casi, como un ejercicio de teatro del absurdo, donde los jóvenes van conversando, interpretando canciones y jugando, lúdicamente, a lo largo del acotado espacio de la casa, como si todo el filme fuera un registro de la convivencia durante unas horas de un grupo un tanto intenso de personas. La curiosidad de la situación está dada porque en la casa vive también la madre de los chicos, pero ella está encerrada por algún tipo de enfermedad en un cuarto de difícil acceso por lo que solo se escucha su voz (es la de Rosario Blefari). Con ella se comunican –y le pasan objetos y le dan de comer– por un hueco entre cuartos, al punto que uno puede pensar que la madre bien es un personaje imaginario o acaso ya no está con ellos. Pero Durán jamás aclara o explica la bizarra situación. Y hace bien en no hacerlo. En ese espacio tiene lugar su festejo de cumpleaños, al que ella “asiste” solo auditivamente, mientras sus hijos, familiares (su hermana, encarnada por Verónica Llinás) y amigos se reúnen en la casa, cantan canciones, saltan, bailan y hablan de sus particulares obsesiones. Como relato, ADIOS ENTUSIASMO se plantea como una suerte de experiencia de convivencia, donde esos juegos y conversaciones priman sobre cualquier formato argumental convencional, como si Durán hubiera dejado a los actores experimentar situaciones de manera libre para luego hacer su recorte dramático, emparejando familia creativa con familia real. Y si bien la necesidad de los protagonistas (interpretados por Martina Juncadella, Laila Maltz, Camilo Castiglione y Mariel Fernández) de “actuar” permanentemente –para su madre o para la cámara, que funcionan como sinónimos– puede resultar por momentos un tanto agotadora no deja de exhibir la particular forma de funcionamiento de una familia, a su manera, más funcional que la mayoría.
Una puerta con múltiples candados divide una casa en dos territorios. De un lado está una mujer que pide salir de la habitación donde fue encerrada, del otro, sus hijos le explican una y otra vez que no pueden liberarla. Axel (Camilo Castiglione), el más chico de la familia, escucha a su madre de manera atenta, creyendo en sus palabras. Fiel a lo que Margarita le dice, el niño se instala largos ratos a interactuar con ella, madera por medio, oyendo los requerimientos, maldiciones y manipulaciones que su madre dispara sin pausa. Mientras tanto, Antonia (Mariel Fernández), Alejandra (Martina Juncadella) y Alicia (Laila Maltz) van y vienen, turnándose para hacerse cargo de la situación mientras buscan algún punto de fuga -sea la música, la ropa o los hombres- para poder olvidar por un rato lo que ocurre del otro lado de la puerta.
“Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.” Así comienza uno de los cuentos más conocidos de Julio Cortázar, cuyo desarrollo hace estallar la demarcación entre lo literal y lo metafórico. Podría pensarse este procedimiento en la relación que establecen palabras e imágenes en el enrarecido mundo familiar que propone Vladimir Durán en Adiós entusiasmo, dentro de una casa donde un grupo de personajes permanece en medio de ritos y juegos mientras la madre se encuentra encerrada en un ambiente contiguo y solo escuchamos su voz de vez en cuando, aunque sentimos la presencia de manera constante. La hermana (Verónica Llinás) le dirá en algún pasaje que “siempre fue una madre ausente” y uno nunca terminará de entender cómo hay que interpretar esa sentencia. De esto se trata, de poner en crisis la relación entre palabra e imagen. Pero también el funcionamiento del habla. La alternancia entre el lenguaje escrito y el coloquial subvierte el dispositivo oral. Por eso el comienzo. Se escucha: “¿Vos sabés qué es la materia oscura?” pregunta Axelito, el pequeño del hogar, mientras un fundido en negro se mantiene unos cuantos segundos y allí queda establecido el pacto con el espectador: la aceptación de un universo cerrado, cotidiano, donde se retuercen progresivamente los resortes de la verosimilitud en torno a lo que oímos (erosionando el lenguaje mismo) y lo que vemos (un formato panorámico exagerado con angulaciones varias, planos cercanos, desencuadres y variaciones focales). De modo tal que si en medio de ese cuadro familiar camina un tigre con naturalidad (como en Bestiario del mismo Cortázar) o un niño teje maniobras siniestras (como en varios relatos de Silvina Ocampo), nada debe sorprendernos. En todo caso, podemos recurrir a un tubo de oxígeno para salvarnos de la asfixia claustrofóbica de esta familia. Pero más allá de las referencias que uno pueda establecer, hay un sólido trabajo de cámara y de montaje tendiente a descentrar permanentemente los hechos, a construir un rompecabezas cuyas piezas nunca van a encajar del todo. Y fundamentalmente a mantener la intriga a partir de personajes poco entusiastas (una maniobra que refuerza un particular sentido del humor como una atmósfera de extrañamiento) y de una madre fuera de campo a la que escuchamos demandar, protestar y pedir para que la saquen. Su voz parece sumergirnos en una especie de Psicosis vernácula. Nunca sabremos por qué está ahí, como jamás podremos determinar la naturaleza del núcleo familiar. Solo algunos indicios diseminados nos harán caer en las trampas de la interpretación forzada. El afuera apenas se cuela en algunos planos aislados, y así el interior mismo deviene en una opresión constante, siempre a punto de estallar y poniendo una barrera con el espectador en tanto y en cuanto es muy difícil tener empatía con los personajes. Lo saludable de la propuesta es la forma en que solapadamente Durán traza el dibujo de la disfuncionalidad familiar desde una estética que remite al absurdo y al escamoteo de emociones, sin escandalizar. Esto supone un riesgo, el de la frialdad y la indiferencia, sin embargo, quienes estén dispuestos a perderse en esta tierra de incertidumbres y de extrañas costumbres, disfrutarán de la belleza de lo indeterminado. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant