La estética, el ritmo un tanto lento, la narración de fondo, el humor negro (aunque a veces no muy eficaz), los diálogos reiterativos, pueden resultar interesantes, pero en un sector bastante reducido de público. La gran mayoría de los amantes del cine comercial o más digerible pueden...
El ego insaciable. El realizador Alex Ross Perry se hizo conocido en el ámbito cinematográfico internacional gracias a sus dos últimas películas, Queen of Earth (2015), una suerte de drama psicológico con elementos de thriller, y la que hoy nos ocupa, Analizando a Philip (Listen Up Philip, 2014), una comedia muy negra sobre el mundillo tragicómico de la burguesía intelectual neoyorquina. Ambas obras comparten el tema principal de fondo, léase la depresión, y las estrategias formales empleadas para retratar los vínculos entre los personajes, en esencia una fotografía de textura arenosa, primeros planos constantes y mucha cámara en mano. Hasta allí llegan las semejanzas porque los films se ubican en veredas opuestas en lo que atañe a su aproximación: Queen of Earth se centra en una óptica femenina cercana a la histeria y Analizando a Philip hace lo propio para con una neurosis altisonante y masculina. Asimismo, este juego de espejos invertidos se extiende hasta el abanico de referencias de las propuestas, debido a la precisión de Queen of Earth y el carácter mucho más vago de Analizando a Philip. Mientras que la primera es una reinterpretación directa de Repulsion (1965) de Roman Polanski, Persona (1966) de Ingmar Bergman y Let’s Scare Jessica to Death (1971), aquel clásico de culto de John D. Hancock; la segunda en cambio incluye detalles varios de la carrera de cineastas como John Cassavetes, Robert Altman, Woody Allen, Wes Anderson y Todd Solondz, sin llegar al nivel cualitativo de ninguno de ellos aunque sorprendiendo -para bien- con su osadía y desparpajo. El título puede ser un tanto engañoso porque Philip Lewis Friedman (Jason Schwartzman), un novelista en una espiral de autoindulgencia y aislamiento, es en efecto el eje central de la película pero no el único. Pasada la mitad del metraje, la historia se explaya largo y tendido acerca de la colección de padecimientos de sus dos satélites primordiales, su novia/ ex novia Ashley Kane (Elisabeth Moss), una fotógrafa con una personalidad frágil y dependiente de los caprichos del protagonista, y Ike Zimmerman (Jonathan Pryce), un escritor veterano que funciona como “mentor” de Philip, en especial en lo que respecta a su disposición nihilista, soberbia e insaciable. El mayor mérito del guión, firmado por el propio Perry, pasa por trabajar con astucia la delgada línea entre la misantropía fundamentalista -y casi caricaturesca- y la imposibilidad concreta, enraizada en el acervo emocional de cada personaje, de conectarse con los demás seres humanos. De hecho, el verosímil que construye el director está muy bien logrado porque pone el acento sobre las secuelas a largo plazo del desapego afectivo. Lamentablemente la propuesta no va más allá de los estereotipos del cine indie de décadas pasadas, cayendo en la paradoja de saber aprovechar a actores maravillosos y maleables como Schwartzman, Moss y Pryce, y al mismo tiempo no innovar demasiado en materia de diálogos, los cuales en esta ocasión parecen exacerbar la dimensión taciturna/ desilusionada de sus homólogos de los opus de -por ejemplo- Peter Bogdanovich o de cualquiera de los realizadores anteriormente nombrados. Incluso así, Analizando a Philip es un intento más que digno en pos de recuperar aquel cine de los márgenes que disparaba verdades en torno a la burguesía académica y artística. Dicho de otro modo, Perry se luce en eso de exponer la vulnerabilidad e idiotez detrás de las carcasas más imperturbables, redondeando un film correcto que se enriquece gracias a la intervención de un narrador omnisciente y conciso…
Acaso la película sobre el personaje más narcisista de la historia del cine, LISTEN UP PHILIP es también una de las creaciones más originales del cine independiente norteamericano de los últimos años. Admitiendo no haber sido un fan de su anterior filme, THE COLOR WHEEL, y ni siquiera caerme del todo simpáticas las películas misantrópicas sobre tipos insoportables, el tercer filme de Alex Ross Perry es una comedia tan negra como extraordinaria, cuyo nivel está a la altura (acaso un escaloncito más abajo pero no mucho) de joyas como RUSHMORE, de Wes Anderson, HISTORIAS DE FAMILIA, de Noah Baumbach, o de buena parte del gran cine norteamericano de los ’70. La comparación con RUSHMORE no es casual. Ambas tienen como protagonistas a Jason Schwartzman como una persona tan desubicada como talentosa en relación con una “figura paterna” de dudosa empatía con el mundo (Bill Murray allá, Jonathan Pryce, aquí). Imaginen ese universo pero bajo el prisma judío-neoyorquino de Woody Allen en su mejor momento y tal vez les dé algo parecido a LISTEN UP PHILIP. En realidad, lo mejor que pueden hacer para embeberse del mundo de este filme de Perry es leer cualquiera de las novelas –las de antes y las de ahora– de Philip Roth, cuya obra y persona esta gran película convoca inmediatamente. Philip Friedman (Schwartzman) es un arrogante escritor a punto de publicar su segunda novela y tan creído de sí mismo (y a la vez inseguro) que no hace más que enrostrar su supuesto suceso en las caras de todos los que lo rodean: colegas, ex novias, editores y hasta novias actuales que, por motivos difíciles de entender, lo soportan. Schwartzman tiene la capacidad y el talento cómico como para que este odioso personaje nos resulte intrigante en una vida cotidiana que no es más que una cadena de potenciales combustiones espontáneas. Maltratador serial (verbal), arrogante al punto de lo insólito, nervioso, ansioso y egoísta, Philip se encuentra ante una situación desconocida: su admirado ídolo literario, Ike Zimerman (Jonathan Pryce en un personaje también inspirado en Roth, como si ambos fueran versiones con tres décadas de diferencia de la misma persona), no sólo lo recibe en su despacho y dice que le encanta su novela, sino que lo invita a irse a pasar una temporada en su casa de campo para poder escribir fuera del ruido de la gran ciudad. Para eso Philip tiene que dejar a su novia Ashley, una fotógrafa encarnada por la extraordinaria Elisabeth Moss, cosa que hace sin ningún titubeo, y adentrarse en las fauces y en el mundo de este viejo lobo solitario que tiene la fama y el prestigio con los que él sueña, pero también ha hecho trizas su vida familiar y hoy es un refinado y alcohólico solitario con una pésima relación con su hija (Krysten Ritter). Ike recomienda a Philip para dar clases en una universidad y allí Perry da una vuelta de tuerca de tono literario a su filme y la historia pasa a ser la de Ashley, ya separada de hecho de Philip y tratando de reorganizar su vida. Es un giro narrativo arriesgado que funciona a la perfección: no solo porque Ashley es lo más parecido a alguien humano y con corazón que tiene el filme (las emociones que es capaz de sacar a la luz Moss en sus primeros planos son impresionantes) sino que demasiado de la dupla Ike & Philip (o Roth y Zuckerman, para los lectores del otro Philip) pueden aniquilar a cualquier espectador por más que la película sea sobre misántropos y no necesariamente misantrópica. Filmada en 16mm y con cámara en mano, mucho primer plano y montaje furioso y hasta caótico, con una narración en off y una estructura episódica que la vuelve aún más literaria de lo que es en su tema, LISTEN UP PHILIP parece un objeto fílmico sacado de los ’70 (es actual pero todos usan máquinas de escribir y casi ni se ven celulares ni computadoras), más Woody Allen que el propio Woody Allen (aquel, no el de hoy) y tan original como heredera de un mundo literario/cinematográfico que ya conocemos. Perry se centra en la complicada vida de muchos artistas que, llevados por el ego que los ha convertido en celebridades –o “notables promesas”– terminan arruinando casi todo lo humano que tocan en sus vidas. El caso de Philip puede ser extremo, pero su exageración cómica no logra esconder nunca la palpitación nerviosa y la maníaca inseguridad que lo llevan a actuar como actúa, sin piedad por el prójimo en función de lograr un éxito que, a juzgar por la vida de su mentor, tampoco parece ser el final feliz que imagina. Es ese humor cáustico y la humanidad –y belleza de otra época– de Moss lo que vuelven soportable esta batalla de egomaníacos. Además, claro, de las actuaciones de los protagonistas. De Schwartzman, claro, todo un especialista en personajes que parecen estar al borde del autismo emocional, pero más que nada del Zimerman de Pryce, un hombre que es bastante consciente del daño que ha hecho, hace y seguirá haciendo en función de su cada vez más debilitada musa literaria y su errática vida personal. En cierto modo, LISTEN UP PHILIP (el tono “exclamativo” del título parece así decirlo) es casi una advertencia: de un escritor a otro, del director a sus personajes y acaso hasta al propio Roth. La arrogancia y el desprecio por los demás no siempre pueden ser tapadas por el talento. Los lectores agradecerán sus obras en las que esa misantropía está disfrazada o diseccionada, eso es cierto, pero tenerlos cerca puede ser tóxico.
Al estilo Woody Allen Un personaje completamente neurótico, antisocial, un genio indescriptible, un hombre al que le importa sólo su opinión y la del resto es basura. Él siempre tiene la respuesta correcta. Poco expresivo, muy poco demostrativo, egoísta, egocéntrico, sin tacto y que pone su carrera por delante de todos ¿les suena conocido? No es Sheldon Cooper (de la serie The Big Bang Theory), tampoco es Woody Allen, es Phillip Lewis Friedman, personaje inspirado en el genio literario Phillip Milton Roth. Analizando a Philip (2016) es una película de introspección absoluta y con la muestra clara de a dónde conducen el ego y la austeridad.
Nueva y vitriólica visita al Maestro. El opus tres del flamante joven maravilla del cine indie estadounidense parece inspirado en la primera novela del ciclo Zuckerman de Philip Roth, con su descripción del feroz encuentro entre un engreído escritor en cierne y un autor consagrado, ambos perfectos canallas. ¿Todos los escritores son monstruos narcisistas, que se relacionan con quienes los rodean como cosas a las que se puede tirar a la papelera de reciclaje? ¿O sólo algunos de ellos? En la escena inicial de Analizando a Philip (título para consumo local de Listen Up Philip, “Escuchá, Philip”, en una película en la que no aparece ni media referencia al psicoanálisis), el protagonista se encuentra con una ex novia para, créase o no, NO regalarle su nueva novela. Philip Lewis Friedman cruza media New York (ya su forma de andar por la calle, adelantándose al resto de los peatones con molestia, como si el resto del mundo estuviera compuesto de una manga de imbéciles a los que hay que dejar atrás bufando, revela su personalidad por completo) para esperar a la chica en un bar, reprocharle su llegada tarde, dejarle ver la novela como al descuido, echarle en cara que si por ella fuera él jamás la hubiera escrito e irse. Con ustedes, Philip Lewis Friedman, treinta y pico, dos novelas publicadas y parecería que no son malas. Lo malo es todo lo demás. Estrenada a fines de 2014, Listen Up Philip es el opus 3 de Alex Ross Perry, flamante wonder boy del cine indie estadounidense, sector Costa Este (Pensilvania, 1984). Admirador entre otros autores de Thomas Pynchon (su ópera prima, Impolex, 2009, estaba inspirada en El arco iris de la gravedad), la energía predominante hasta ahora en el cine de Perry es de carácter entrópico: azarosa, aleatoria, desordenada (aunque su próximo proyecto es ¡una versión con actores de Winnie Pooh!). Catherine, la protagonista de Queen of Earth, película posterior a ésta (2015, vista en el Bafici), está, por ejemplo, mucho más loca que Philip. Volviendo a Listen Up Philip, después de dejar boquiabierta a su ex (y después también de un maltrato a un discapacitado, digno de algún episodio de “Seinfeld”), el siguiente desplante de Mr. Friedman (Jason Schwartzman, miembro estable de la troupe Wes Anderson y elección inmejorable para el papel) es ir a la editorial que lo publica y avisar que no piensa hacer giras promocionales, ni dar entrevistas, ni ninguna de esas paparruchadas a las que se rebajan los mortales. La gente de prensa de la editorial, que lo conoce, se intercambia miradas, refrenando seguramente la sarta de insultos que tienen para obsequiarle. En eso están cuando Ian Zimmerman (Jonathan Pryce), leyenda viviente de la novela americana, les hace saber que leyó las novelas del muchacho, le gustaron mucho y quiere conocerlo. Hay que abrir un paréntesis para señalar que otro de los autores favoritos de Perry es Philip Roth, y que el protagonista y alter ego de muchas novelas de Roth se llama Zuckerman, la primera de la cuales se titula La visita al Maestro, donde un joven escritor de futuro promisorio es invitado a pasar una noche en la casa de un autor famoso. Zuckerman... Zimmerman: demasiado parecidos para ser casualidad. Algún episodio vinculado con el personaje parece inspirado en el libro de memorias en el que Claire Bloom, ex esposa del autor de El lamento de Portnoy, lo escracha: se separaron muy mal. Hasta aquí el chimenterío literario. Philip y Zimmerman se conocen, simpatizan (¿Simpatizan? Ninguno de los dos es de andar mostrando sentimientos positivos por nadie) y Zimmerman, que tiene publicadas una veintena de novelas pero atraviesa una seria crisis creativa, invita a Philip a su casa en las afueras, donde “tiene una chica” que resulta ser una pariente cercanísima. Así es como él y su inminente protégé se relacionan con los seres queridos. Zimmerman, está claro, es lo que sería Philip si Philip llegara a los 70 y pico, escribiera más de veinte novelas y fuera venerado: la relación entre los dos es egoísmo al cuadrado. Con hombres así, las mujeres son botines de guerra. Para no serlo, a sus mujeres sólo les queda reaccionar con la clase de desprecio que genera el despecho. Como Ashley, la novia más reciente de Philip (la fabulosa Elizabeth Moss, conocida como la secretaria de Don Draper en Mad Men). O salir corriendo, como hace –¡literalmente!– otra ex novia. O tragar veneno y segregarlo en gotas, como la hija de Zimmerman (Krysten Ritter, protagonista de la serie Jessica Jones). El problema con la película de Perry es que no hay contradicción, ambigüedad o matiz: Philip es un pequeño canalla, Zimmerman un gran canalla, y así lo son desde el comienzo hasta… No, no hasta el final. Por algún extraño motivo, después de haber desparramado vitriolo, en última instancia el realizador ha resuelto acudir a la buena y vieja magia, que todo lo sana súbitamente. Un relato off omnisciente, literario, deliberadamente ampuloso refuerza lo que cuentan las imágenes. Tampoco parece la mejor decisión. Hay un detalle raro en la película de Perry. Si bien nada hace suponer que transcurra en una época que no sea ésta, ambos escritores no escriben con PCs sino con máquinas de escribir. O bien es parte de su manía (¿pero manía compartida?), o el relato tiene lugar en el siglo pasado, o en un tiempo impreciso que es éste pero no del todo.
EGOÍSMOS, ÉXITOS Y SOLEDAD Se puede decir de este film singular y valioso de Alex Ross Perry, que tiene personajes despiadadamente honestos y terriblemente desagradables. Pero también es cierto que para ellos no hay soluciones fáciles, que son ególatras en un mundo competitivo que puede aceptarlos con facilidad, si pagan el precio de la conveniencia y no están dispuestos. El mundo de dos escritores. Para el joven protagonista, impresionante Jason Schwartzman, llega el éxito con su segunda novela, pero no quiere apoyar el lanzamiento, no dar notas, no firmar ejemplares. Tiene la consagración al alcance de su mano y lo desprecia. Se refugia con un escritor de éxitos pasados, otro gran trabajo de Jonathan Pryce. Y entre los dos practicaran el egoísmo de apartarse de sus afectos con todas las consecuencias. Gran lucimiento para Elizabeth Moss (Mad Men). Humor negrísimo, destino de desolación. Muy interesante.
Se estrena Analizando a Phillip, de Alex Ross Perry, comedia dramática protagonizada por Jason Schwartzman, Elizabeth Moss y Jonathan Pryce, que satiriza el universo de los escritores snobistas. Phillip, un joven novelista, está a punto de publicar su segundo libro, y no tiene mejor idea que refregárselo en el rostro a todos aquellos que no creyeron –al menos, desde su egocéntrico punto de vista- en su capacidad como escritor. Mientras que él está seguro que le espera un futuro de gloria y triunfo snobista, su relación con su novia Ashley se empieza a desgastar, producto de la irrupción de Ike ZImmerman, un escritor ermitaño que se convierte en mentor del protagonista. Comedia de enredos intelectuales, Analizando a Phillip, es a primera vista, un gran homenaje a dos artistas: Phillip Roth y Woody Allen. Es imposible disimular la influencia que Hannah y sus hermanas, o Maridos y esposas, tienen sobre la obra de Ross Perry. Desde el relato en off omnipresente hasta la descripción de personajes y relaciones. El director busca una estética, por momentos, similar a los films indies de los ´70: la cámara en mano y colores ocres, amarillos y algunos pasteles, le imprimen un tono visual que pareciera filmado con una super 8 casera, aumentando la sensación de ser espías o testigos de la cotidianeidad del protagonista, algo que supo explotar muy buen Allen a fines de los 80 y principios de los 90. La puesta es cuidada, pero la estructura narrativa se vuelve un poco reiterativa. Son demasiadas idas y vueltas que tiene el personaje. A la mitad del relato aparece la hija de Ike -desperdiciada está Kristen Rytter- un personaje que podría haber tenido relevancia pero carece de la profundidad que la película necesitaba, volviéndose una figura forzada. Lo mismo sucede con Yvette –Josephine de La Baume- cuya función narrativa pareciera ser darle un desenlace a un relato que parecía no encontrar fin. Además, a Ross Perry le falta todavía oficio para mantener la tensión de diálogos, que se extienden innecesariamente, consiguiendo que el film se vuelva, por momentos, un poco denso. Sin dudas, esa figura de alter ego que compone como ningún otro, Jason Schwartzman –muy parecido a los personajes que hace para Wes Anderson- ayudan a generar empatía por un hombre desagradable, soberbio, imposible de admirar. Opuesto a él, es notable el trabajo fresco de Elizabeth Moss como la novia del protagonista, y de Jonathan Pryce que sorprende en su versión de escritor estadounidense devenido en maldito. Eric Bogossian –actor, director, figura intelectual del circuito independiente- es un perfecto narrador, más cercano a los de los films de Anderson que a los de Allen, y, posiblemente sin pretenderlo, a los Mariano Llinás y Alejo Moguillansky. El humor y la oscuridad son una buena herramienta, que la separan, gracias a cierto cinismo, de las comedias de Woody, que tienden a ser un poco más optimistas. Cuando el film decide separar su punto de vista del de el protagonista, obtiene una visión más personal, pero eso no logra sostenerlo narrativamente porque se agota rápidamente. En cierta forma, el relato termina formando parte de aquel universo snobista que el director pretende satirizar. Se vuelve víctima de su propio ingenio. Todo lo que sucede durante el desarrollo de Analizando a Phillip resulta bastante previsible, sin embargo, las sólidas interpretaciones, y la frescura de ciertas escenas, permiten que sea una obra simpática y, por momentos, disfrutable.
El mundillo intelectual de Manhattan es el centro de Analizando a Philip Tercer largometraje del elogiado guionista y director de Impolex y The Color Wheel (posteriormente estrenó Queen of Earth), Analizando a Philip es el retrato del Philip Lewis Friedman al que alude el título (Jason Schwartzman), un escritor que acumula las peores miserias de un artista: egocéntrico, pretencioso, cínico, tenso, malhumorado. Un auténtico neurótico que se cree siempre mucho más de lo que es. Con su segunda novela recién publicada, este neoyorquino pretende mantener su "integridad", sin venderse al mercado, al "sistema". Poco dúctil para las convivencias iremos conociendo las sucesivas crisis con sus novias (sobre todo con una fotógrafa interpretada por Elisabeth Moss). Sin embargo, su vida parece cambiar cuando un eminente y veterano autor llamado Ike Zimmerman (Jonathan Pryce) se manifiesta fan de su libro y lo invita a su residencia de verano para que salga de otro de sus habituales bloqueos creativos. La película funciona con bastante fluidez, es simpática en su exploración del mundillo intelectual de Manhattan y en varios pasajes resulta incluso ingeniosa y ocurrente, pero también es cierto que por momentos puede irritar en su exploración de los clichés literarios y en su presentación de un personaje a todas luces insoportable, arrogante y narcisista. Que el protagonista sea un ser insufrible, que casi nunca podamos empatizar con él, es la principal audacia del film, pero también su mayor flaqueza.
Se encuentra bien interpretada, parte de su narración está realizada en off, se encuentra dividida en episodios y tiene ciertos toques wodyallenescos. Tiene ciertos problemas de ritmo que no logra mantener, algunos diálogos reiterativos y su humor a la vez no resulta. Cuando el espectador comienza a mirar mucho el reloj algo pasa.
Philip es un joven escritor con una exitosa y primera novela, tiene una novia con que se lleva mal y una vida con que se lleva peor. Enfrenta a sus editores ya que no quiere caer en la picadora humana que representa una gira promocional de su primer libro. Además, tiene que comenzar a escribir su segunda novela y la situación es extremadamente crítica y estresante. Para superar el momento, surge uno de sus grandes y admirados escritores, Ike Zimmerman, quién le ofrece su casa de campo como refugio para que pueda trabajar. Todo es mentira, ninguno de los clisés para describir escritores, es ni remotamente cierto. Ningún hombre en el mundo es más feliz que un escritor con una novela por delante y mucho menos con una exitosa detrás. Los escritores no son seres más torturados, ni borrachos, ni pedófilos, ni jugadores, ni drogadictos, ni malos padres, que un mecánico, un dentista o un bombero. Pero los guionista son tan obvios que para describirlos deberán hacerlos seres narcisistas e infelices. Desde allí Analizando a Philip, comienza a fallar, si le agregamos que las actuaciones no trasmiten absolutamente nada y la historia es como un perro que se muerde la cola que no avanza hacia ninguna parte, nos da como resultado la nada misma. Ni una cita inteligente, ni un dialogo mínimamente chispeante. En suma o en resta de una ramplonería agobiante y hasta ofensiva. Invierta mejor su tiempo, lea, duerma la siesta o visite a esa vieja tía para la que nunca tiene tiempo. ANALIZANDO A PHILIP Listen Up Philip. Estados Unidos/2014. Guión y dirección: Alex Ross Perry. Intérpretes: Jason Schwartzman, Elisabeth Moss, Krysten Ritter, Joséphine de La Baume, Jonathan Pryce, Jess Weixler, Dree Hemingway y Keith Poulson. Fotografía: Sean Price Williams. Música: Keegan DeWitt. Edición: Robert Greene. Diseño de producción: Scott Kuzio. Duración: 109 minutos.
Alex Ross Perry’s Listen Up, Philip is verbally exuberant, utterly talkative — but never boring POINTS: 8 It’s very hard to like Philip. I mean he’s narcissistic beyond belief, self-centred, misanthropic to the extreme, self-destructive and destructive to others, totally out of touch with his feelings, as grouchy as a vicious old man, and treats others like objects. For that matter, he treats himself like an object too. You don’t want to hang out with him because he’s the sort of person who thinks things are always bad, it’s just that you have different levels of bad. To top of it all, he’s not seductive, or even remotely good looking, or sexy in any sort of way. And don’t get me started on how he dresses. Come to think of it, it’s impossible to like Philip. Which makes you wonder what his girlfriends see in him other than he’s a young published author on the rise. Since he’s also self-loathing, he doesn’t give himself enough credit, but it seems he’s really good and not just a fad. Perhaps he’s the type of guy who at first shows care and affection for his object of desire, treats it accordingly, and once he’s got it for sure, then the abuse begins. Maybe he’s good in bed — people who repress their feelings so deep tend to be sexually voracious — but how long can that pay off? OK, don’t answer that. In any case, he doesn’t look like Casanova. Not by a long shot. Winner of the Special Jury Prize at Locarno, Listen Up, Philip, the third outing by Alex Ross Perry (Impolex, The Color Wheel), features Jason Schwartzman playing Philip to obnoxious perfection together with Elisabeth Moss beautifully playing his photographer girlfriend, who’s cute, caring, and affectionate. There’s also Jonathan Pryce, marvelously filling in the shoes of Ike Zimmerman, an antisocial and revered older writer who digs his work and eventually befriends him. Like Philip, Ike also destroys his own life and those of his loved ones — mainly that of his daughter Melanie, played to aching precision by Krysten Ritter. And there are other women who will pop up along the way, all of them first smitten or disgusted by Philip. Then, they sort of like him. And in the very end, they are just plainly sick of him. Listen Up Philip is verbally exuberant, utterly talkative, but never boring at that. Not in the least. In fact, it’s a feast of carefully chosen words, telling expressions, very snappy one-liners, and rapid fired dialogue that often mirrors the creative writing games of sophisticate authors — add to that an assured, sometimes sardonic voice-over narration by Eric Bogosian. Yes, of course, you’re thinking of Woody Allen and perhaps of Richard Linklater as well. Personally, the dialogue here may have a sense rhythm and musicality akin to that of Linkater’s, but it has none of its sentimental luminosity, melancholy or hope. As for Allen, well, yes, you’d be right and not only in how the dialogue is written and spoken, but also in much of its dark humour and negativism. Furthermore, not even 10 seconds into the film you’ll be reminded of Husband and Wives’ faux cinema verité style, with its hectic hand held camera following the characters up and close to the point of being right under their noses with invasive close-ups. Better said, you have a long and agile string of close ups where the continuous bouncing of shots and reaction shots make you feel you’re watching a ping pong game. Incredibly enough, this goes on, to a larger or lesser degree, for the whole 108 minutes the film lasts, and the pace does not drag at all ever. Talk about great editing. And just like Listen Up, Philip’s cinematographer Sean Price Williams has explicitly acknowledged the influence of Husband and Wives in his own camerawork, Alex Ross Perry himself could say that the likes of Robert Altman, Hal Ashby, and John Cassavetes (think Faces, mainly) have influenced his own personal universe. Which in a sense is true and then it’s not. Because the many narrative games, the twists and turns in the conversations, the scenes that end abruptly and start even more abruptly, or the use of a voice over that stands in for dialogue, are legitimate plays that he uses in similar ways to how these grand filmmakers did, but nonetheless always searching and finding his own path. In short: Listen Up, Philip is not derivative. It’s accumulative, creative, and personal. Production notes Analizando a Philip / Listen Up, Philip (US, 2014) Written and directed by Alex Ross Perry. With Jason Schwartzman, Elisabeth Moss, Jonathan Pryce. Cinematography Sean Price Williams. Production design: Scott Kuzio. Editing: Robert Greene. Music: Keegan DeWitt. Running time: 108 minutes.
Copiar a Woody Allen no es tarea sencilla Éste es el típico ejemplo de esas comedias que podrían llegar a ser realmente divertidas si no pecaran de pretenciosas. El director independiente Alex Ross Perry siempre se ha ocupado de historias inspiradas en ambientes literarios, y en este caso vuelve a estos círculos con la historia de los impulsos autodestructivos del personaje del título, un escritor terriblemente egocéntrico que con su estúpido e irracional comportamiento no sólo pone en riesgo el éxito de su última novela sino también el de su vida sentimental. Jason Schwartzman es Philip, y si su talento actoral se mide por lo insoportable que debía ser su composición del personaje central, entonces debe ser genial, ya que resulta absolutamente insufrible. Pero en el elenco el que realmente se luce es un inesperado Jonathan Pryce, que venía siendo desaprovechado en demasiadas superproducciones hollywoodenses, mientras que aquí, como un escritor venerable y también egocéntrico y autodestructivo que se relaciona con Philip, realmente encuentra un papel a su altura. Es una película interesante pero despareja, bien filmada y actuada pero que intenta abarcar demasiadas cosas y que, por otro lado, funciona como una película de Woody Allen sin Allen, lo que de por sí es algo un poco extraño.
Philip -parece que basado en el escritor Roth- es un misántropo de pura cepa: está tan enamorado de sí mismo y tiene un ego tan insaciable que detesta a todo el género humano. Incluyendo a sus eventuales conquistas amorosas. Con una cámara en mano, muchos primeros planos, un aire retro de película de los setenta, el director sigue a su odioso protagonista -interpretado por Jason Schwartzman, algo así como experto en este tipo de sujetos- con el apoyo de una voz en off casi antropológica, en una serie de encuentros y desencuentros con los otros pocos que lo soportan y sobre todo consigo mismo. Como si la misma película se hartara de Philip, la atención, por suerte, se desvía hacia su pareja -la exquisita Elisabeth Moss, una Ingrid Bergman de nuestros días- y el fallado mentor, otro escritor con problemas de relaciones que interpreta Jonathan Pryce. Analizando a Philip es la película que bien podría haber hecho Woody Allen si hubiera seguido el camino corrosivo y punzante que alguna vez caminó. Una mirada inteligente -y más humana que su protagonista- sobre el talenteo, el ego y sus abismos.
DEMASIADO EGO Con un ojo en la puesta en escena asfixiante y plagada de primeros planos de John Cassavetes y con otro en el abordaje de cierta neurosis intelectual del primer Woody Allen (especialmente el de Annie Hall y Manhattan), el nuevo niño mimado del indie norteamericano Alex Ross Perry impone desde los primeros fotogramas de Analizando a Philip una declaración de principios que es a la vez una suerte de prisión para su película: personajes de una misantropía extrema, una cámara exageradamente nerviosa, una voz en off (Eric Bogosian) morosa y con intenciones didácticas, un trabajo con la imagen que busca vincularse con el cine independiente norteamericano de los 70’s. Es decir, si el espectador no logra relacionarse emocionalmente con Analizando a Philip en los primeros minutos, raramente lo pueda hacer luego. El film no sólo profundizará en sus apuestas, sino que además ingresará en algunas lagunas narrativas que exhiben demasiado la preocupación del director por parecer, antes que por ser. Lo que en Cassavetes o Allen era genuino, aquí resulta pura emulación. Tal vez la arrogancia en el tono se corresponda con el personaje principal, el pedante escritor Philip Lewis Friedman, a quien Jason Schwartzman le presta su habitual talento para este tipo de personajes entre intelectuales, snobs y repudiables. Friedman publicó una exitosa primera novela y ahora se enfrenta al vacío de su segunda obra, a la vez que se cruzan los sentimientos en la insatisfacción que le provocan sus sucesivas relaciones amorosas. Lo que le permite el clic, no sólo a Philip sino también a la película, es el acercamiento de un escritor consagrado (aunque algo improductivo desde hace años), Ike Zimmerman (un notable Jonathan Pryce), quien lo toma como una suerte de protegido y se lo lleva a vivir a su casa de campo. Lo que surge a partir de ese encuentro es una suerte de reflejo en doble circulación: por un lado Ike se ve en el joven Philip, y por el otro Philip se ve en el viejo Ike. Lo curioso (y se agradece) es que el director no elige, a partir de esta situación, la posibilidad del viaje introspectivo sanador, sino que cada personaje se hunde cada vez más en su misantropía y sus particulares modos para hacerle daño a los demás. Y esto es curioso en el film de Perry: si bien los personajes pueden tener repetidamente actitudes cuestionables, hay en su acercamiento no un cariño pero sí al menos una comprensión o un dejo de honestidad, lo que le impide caer por ejemplo en el sadismo intelectual de los peores Coen. El inconveniente con Analizando a Philip es, básicamente, de tono. Aquella voz en off que casi que nos relata un cuento, y que en los primeros minutos inunda la pantalla con una monotonía un poco molesta, se transfiere al orden de lo narrativo. Escasamente la película pueda escapar de ese adoctrinamiento formal que el director impone: a pesar de varios estallidos emocionales en las vivencias de sus personajes, la película no se desmelena nunca, avanza pensándose demasiado desde el look y el aspecto. Es más un tour de force estético, que exhibe a un director seguro en el cómo contar, pero un poco redundante en el qué contar. Lo que sí demuestra Perry es un gran manejo en la dirección de actores: si algo de verdad surge en su película, eso se debe a Schwartzman, Pryce, Krysten Ritter y Elisabeth Moss. Especialmente Moss, una gran actriz que brilló en la serie Mad men pero que no ha tenido en el cine la suerte y la atención que merece. Su personaje es el único que logra evadirse del mundo autoindulgente y arrogante del resto de las criaturas que habitan el film, convirtiéndose de alguna forma en el punto de vista del espectador. Pero además su rostro es el que mejor soporta los primeros planos de Perry, la tensión en sus ojos es la chispa que precisa la película para encenderse de vez en cuando. Chispa que, por otra parte, Perry no se permite hacer estallar del todo y eso hace que su proyecto fracase en un mar de egolatría, más allá de su evidente talento para la construcción de unos diálogos acertadamente irónicos.
Una película independiente americana. Es decir, con calculada cámara realista, diálogos ingeniosos, aire intelectual, acidez a reglamento. Historia de escritor que no puede escribir y a quien un mentor le ofrece un lugar donde hacerlo. Con Jason Schwartzman. Es decir, muchos lugares comunes de la escena indie, pero funciona porque los actores juegan y uno les cree lo que les pasa. Y porque Jason Schwartzmann y Johnathan Pryce otorgan un placer único cuando aparecen juntos.
Mejor no hablar de ciertas cosas Philip (Jason Schwartzman) es un joven escritor aclamado quien se encuentra a punto de publicar su segunda novela, todo apunta a que su siguiente publicación será un éxito. Pero lamentablemente para este escritor, su vida personal es un completo desastre, su novia (Elizabeth Moss) es una fotógrafa de renombre con la cual tiene una relación bastante decadente. Además, el ego y la soberbia creciente de Philip no le permite dar el brazo a torcer, por lo que no reconoce ningún error y hasta se niega a promocionar su segunda novela. Es entonces cuando Ike Zimmerman (Jonathan Pryce) otro escritor exitoso le ofrecerá escaparse de la triste realidad de Nueva York con el fin de que Philip encuentre y pueda dedicarse a escribir una nueva historia. Dos grandes problemas tiene Analizando a Philip: el primero de ellos es la etiqueta de comedia que lleva la cual le juega totalmente en contra, puesto que la cinta de comedia tiene poco y nada, ni siquiera es un intento fallido de comedia, la cinta no busca ser graciosa. El otro gran problema es el personaje de Schwartzman: el insoportable Philip. El escritor al que personifica el actor californiano es verdaderamente un dolor de cabeza, un protagonista totalmente detestable cuyas intervenciones no hacen más que querer romper todo y salir corriendo al ver al escritor en escena. Philip es probablemente uno de los peores personajes que nos ha dado el cine en los últimos años. Por fortuna, durante el segundo acto, el detestable Philip pasa a un segundo plano y empezamos a conocer a su novia, Ashley (Moss). La fotógrafa encarnada por Moss es muchísimo más interesante que el protagonista de la cinta gracias a los matices del personaje, y las escenas que tienen a Ashley como estrella son las más interesantes y amenas de toda la cinta, y sobre todo, nos dan un descanso de ver a Schwartzman en pantalla. En cuanto a la factura técnica, la cinta es impecable. Analizando a Philip cuenta con una buena banda sonora, una ambientación atemporal en la que no presenciamos ningún dejo de tecnología actual o de la década pasada. La cinta está rodada íntegramente en súper 16mm, lo cual le otorga una belleza visual digna de destacar, y el narrador implementado le brinda unos tintes de documental que cortan con la monotonía de esta historia tan poco interesante. Y es que ese es el principal problema de esta propuesta: la historia no es para nada interesante, su trama y los pésimos diálogos entre personajes intentan ser intelectuales pero no hacen más que aburrir, el ritmo monótono lineal no engancha, y su protagonista es un dolor de cabeza. ¿Algo más? Conclusión: Analizando a Philip no es una comedia, ni un drama. Es una especie de falso documental aburrido en el que viajaremos por la psicología de un personaje detestable, ególatra, soberbio y sobre todo insoportable (y no en el buen sentido). Las mejores escenas son sin Philip en pantalla. Cómo si el hecho de que una película, para abordar de una forma intelectual tópicos sobre psicología, tuviera que ser aburrida. Y no, intelectual no es lo mismo que aburrido. Totalmente no recomendable. En serio.
DECONSTRUYENDO A PHILIP Philip Friedman (Jason Schwartzman) está a punto de lanzar su segunda novela, evento que lo hace entrar en crisis con casi todos los aspectos de su vida. Se desentiende de la promoción de su libro, su ciudad natal le resulta ruidosa y agobiante, tiene monólogos catárquicos con sus ex-parejas y el vínculo con su novia Ashley (Elisabeth Moss) se irá diluyendo en medio de una voragine que tiene más que ver con la cosa que más ama en el mundo: el mismo. En el medio de este proceso se hace amigo de Ike Zimmerman (Jonathan Pryce), un escritor veterano que vive más cerca del prestigio de antaño que de la productividad actual, y es esta relación la que alimentará el grueso del relato y sobre todo ambos egos. Philip de alguna forma ve en Ike su yo del futuro, y Ike disfruta enormemente ver retratado en Philip su yo mas de la juventud pero remarcandole constantemente cuan mejor era él a su edad. Esta relación irá profundizandose cuando el personaje de inmejorable Pryce invite al escritor novato a pasar algunos meses a su casa de campo. Alex Ross Perry basa su Analizando a Philip en elementos del primer Woody Allen (Annie Hall y Manhattan) que tomaba los lugares comunes de la intelectualidad neoyorkina de finales de los ’70 y los verbalizaba en dialogos interminables en un tour de force sobre un judío neurotico y sus relaciones. Perry construye el viaje con una solemnidad y una misantropía mas ingeniosa que graciosa (aprendé Iñarritu), lo cual le da lucidez de dialogo y un aceitadisimo intercambio en lo actoral, que con la puesta en escena, logra por momentos, probablemente sin intención, una impronta mas cercana a lo teatral que a lo audiovisual. Lo que en Seinfeld eran adultos deconstruyendo clichés sociales en el capitalismo postmodernista, en Analizando a Philip son dos personas incapaces de relacionarse sanamente con el resto a causa de miserias irresolutas. Entonces la identificación de los espectadores será totalmente extrema: algunos creerán que es una fabula autoconsciente que se regodea en su propia intelectualidad y que, sobre todo, no es muy diferente del egocentrismo de los personajes que retrata. Otros, como quien escribe, eligirán creer en este cuento con miradas y estilos que confluyen, se retroalimentan y que van cuasi-indefectiblemente de la mano y son enteramente reconocibles, sobre personajes que no aguantan al resto del mundo porque ni siquiera pueden lidiar con la autoindulgencia.
Una piña suave. A pesar de lo que propone el título nacional, Analizando a Philip no es una película psicologista ni tampoco una obra dedicada a seguir la vida de un solo personaje. Si tuviéramos que categorizarla podríamos encuadrarla dentro del cine independiente joven con aspiraciones filosas y filosóficas (lugar de pertenencia del primer Linklater con obras como, por ejemplo, Slacker, aunque hay acá una técnica mucho más pulida). Filosa porque intenta romper con ciertos moldes y lugares comunes del guión buena onda de las comedias románticas más suaves y banales que suelen estar repletas de personajes que buscan una felicidad de supermercado, generalmente a través de la aceptación definitiva de una eventual pareja heterosexual, y en donde no suele haber lugar para la reflexión. Filosófica porque el trabajo de los planos (sobre todo el acercamiento a los rostros desde el movimiento desprolijo de los 16 mm) se conjuga con diálogos cargados de ambición existencialista y una mirada poco amable con la corrección sentimental del actual estereotipo vegano new age trasnochado y las sensibilidades mal entendidas. Philip, el encargado de sacudir el polvo -de sus relaciones afectivas y laborales- es un escritor al que quedar bien lo tiene sin cuidado; neurótico y solitario son dos de las características de este personaje que no busca generar empatía ni dentro de su universo ni con los espectadores de este lado del truco. Los otros dos personajes que completan esta película literaria -el propio director Alex Ross Perry dijo que le gustaría que el espectador salga de la sala sintiendo que leyó una novela- son su novia fotógrafa y un escritor consagrado que podría ser el reflejo futuro del propio Philip, y que además podría representar al escritor Philip Roth, héroe de Perry y su mayor influencia para esta película. Lo mejor de Analizando a Philip lo encontramos en su primera mitad, donde el jazz a la Woody Allen y la estética arty de la costa este estadounidense importan menos que ciertas decisiones formales interesantes; como, por ejemplo, el trabajo del fuera de campo en una escena en la que Philip se pelea de mentira -pero de verdad- con otro escritor y nunca vemos la piña en el estómago que le tira. Esa buena escena define un poco a la película, una buena historia que promete una fuerte trompada de sentido pero que nunca la llegamos a percibir del todo por un devenir que pierde un poco de intensidad; eso sí, el amague está muy bueno, y en una era en que la cartelera nos ofrece una mayoría de obras que incomodan por su subnormalidad, una con ecos de Cassavetes es más que bienvenida.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Philip (Jason Schwartzman), el protagonista hiperquinético, nervioso, megalomano, narcisista y detestable de “Analizando a Philip” (USA, 2014) es uno de esos personajes de tómalo o déjalo, que además, con el correr del metraje va potenciando todos sus exagerados rasgos sin poder lograr empatizar con el público. El filme de Alex Ross Perry (“Queen of Earth”, “The Color Wheel”), recupera cierto cine de los años ’70, generacional, en el que las neurosis y otras obsesiones psicológicas, comenzaron a ser tela para construir filmes en una industria que por ese entonces se revitalizaba con géneros tan disímiles entre si como la ciencia ficción, por un lado, y el explotation, por el otro. Acá, en el siglo XXI, la puesta al día de esas historias, también emparentadas con ciertas películas de Woody Allen, y mas cercano, a filmes de Noah Baumbauch, con el adicional de un registro sucio y frenético apoyado en la notable interpretación estelar de Schwartzman, un actor acostumbrado a roles atormentados y enigmáticos. El Philip del título es un joven escritor, centrado únicamente en sí mismo y sin mirar a su entorno, que tras sufrir un blanco, es apoyado por un célebre autor (Jonathan Pryce) para pasar unos meses en su casa de fuera de la ciudad y así poder retomar el impulso creativo, o al menos eso es lo que cree. Dejando atrás a su novia (Elisabeth Moss), una fotógrafa sensible, compañera, y pasiva, que ha postergado todo por él y sus sueños, y que ve esa salida momentánea de su vida de Philip como una oportunidad para progresar sin ningún tipo de trabas, se encamina a la aventura con poco y nada, porque además también aceptará dar clases sobre el proceso creativo, algo que él ha perdido. Y mientras convive Philip con Ike Zimmerman (Pryce), su hija (Krysten Ritter) y algunos visitantes ocasionales, va redescubriendo la peor parte de él, aquella que todo el mundo más detesta y que en la soledad y el silencio se va potenciando, pero que también posibilitará una incipiente relación con una joven estudiante francesa llamada Yvette (Joséphine de La Baume) que le hará olvidar su amor con Ashley (Moss). La decisión de narrar en off cada paso que Philip de, como así también cada decisión que tome sobre su destino y el de los demás, otorga cierta fluidez a la historia, aunque por momentos cae en ciertos clichés y lugares comunes, principalmente en aquellos puntos en los que obviamente emparenta al ermitaño Zimmerman con la personalidad y perspectiva de Philip. Aún así, cuando “Analizando a Philip” desarrolla una crítica dura sobre la industria editorial, y sobre el snobismo que rodea a ciertos autores, enmarcados en una corriente escogida por cierto tipo de lectores, además, brinda una particular mirada sobre un negocio que mueve, a pesar de ciertos pronósticos pesimistas, miles de millones de dólares todos los años. Cierto jazz en la BSO, planos desprolijos, movimientos de cámaras frenéticos, posibilitan ese acercamiento con el cine de los años setenta, aggiornandolo, y apostando además a una experimentación que reflexiona sobre la mirada de los otros sobre las personas y cómo éstas terminan por configurar espacios simbólicos de contienda que se van perdiendo desde el momento que las personas se desarrollan como seres sociales y culturales.
Crítica emitida por radio.
Cuando uno está frente a una obra que provoca sensaciones encontradas hacia su forma y contenido, como el caso de “Analizando a Philip”, tiende a sospechar si vio una obra maestra o si simplemente la habilidad del director lo llevó a esa conclusión sin darse cuenta. Justamente en este punto se encuentra el equilibrio entre la comedia y el drama en éste estreno, pero esa indefinición provoca salir corriendo del cine y hablar con alguien de las sensaciones vividas. Si esto no es una gran razón para pagar una entrada al cine, entonces habrá que aceptar a los superhéroes y listo. Por suerte no es así. Por suerte el cine tiene todavía mucho para contar y en este caso, también para interpelar a los cachetazos. La secuencia inicial podría ser una buena muestra del legado de Woody Allen para esta generación a partir de un análisis crudo de una parte del comportamiento humano. Una lectura casi perfecta del ciudadano misógino, neurótico controlado y egocéntrico, pero sin caer en la victimización procaz y facilista. Por el contrario, es como si el director se hubiese metido a fondo en la mente del protagonista para entenderlo, abrazarlo y desnudarlo (nos) a la vez. “No te sientas más miserable de lo que necesitas. Eso dejáselo a ellas. Para eso están.” Serán algunas de las verdades absolutas que profieren estos personajes alrededor de los cuales “gira el mundo”. “Analizando a Philip” es ante todo una secuencia de retratos en los cuales la sobre-explicación y el subrayado tienen la deliberada intención de no correr al espectador de su lugar de juicio. La narración en off aporta mucho y resta en la misma proporción. Por un lado, porque narrar el estado psicológico de los protagonistas, como si se tratase de leer los apuntes de un practicante de psicología, juega un doble papel entre lo contextual y el humor. Esto es a favor. Pero por otro lado, hay una razón deliberada, pero no del todo explicada, por la cual la misma narración se ocupa de describir muy puntualmente como se siente X, personaje en desmedro de lo que se puede ver en el trabajo actoral. Como si este fuese relegado a un segundo plano a partir de un registro, en donde los actores están en estado neutro en contraste con las actrices que sí tienen más libertad para trabajar las facetas emocionales. Sin dudas es una propuesta estética en donde la teoría sobre las libertades intelectuales, y no hablamos de censura frente al hecho de ser escritores, sino del uso de la inteligencia, la razón y el poder de decisión en la vida en general, se pone a prueba constantemente. Tal vez el hecho de que Alex Ross Perry como director se haya inclinado por gigantescas toneladas de textos, casi neutrales en el decir y el accionar, tenga que ver con el inextricable balance que existe entre el ser humano discursivamente misógino y la incontrastable realidad de los hechos como consecuencia de sus propias acciones. En este punto, los dos hombres principales de la historia Philip (Jason Schwartzman) y Ike Zimmerman (Jonathan Pryce) son ácidamente queribles y detestables a la vez. Uno, escritor joven con futuro por delante, el otro, escritor de reconocimiento transitorio venido a menos que le transmite al primero el vacío de ese futuro. Por carácter transitivo, el ego exacerbado e indiferente de ellos pone a los personajes femeninos en un lugar poco frecuente cuando se trata de contrastar los géneros. Elisabeth Moss y Dree Hemingway ofrecen notables trabajos para que la cosa funcione. De todos modos, el análisis microscópico de los múltiples temas abordados nublan por largos pasajes, el hecho de estar frente a un relato disruptivo que se propone contar una historia con la deliberada intención de no dejar que el espectador salga del callejón. Difícil saber si esta decisión artística deja fluir el relato o lo vuelve monótono. He allí el desafío. Las cartas están sobre la mesa. Habrá que jugar o irse al mazo.
Alex Ross Perry, rey neoyorquino del mumblecore en su faceta más arty, se aventura en su primera producción destinada a recorrer las salas del mundo –y así lo tenemos por primera vez en nuestro país–. El elenco (y sus criaturas adosadas) es cosa seria. Jason Schwartzman (Rushmore y casi todas las de Wes Anderson) es el ultraneurótico y pedante Philip Lewis Friedman, un escritor con bloqueo permanente; Jonathan Pryce (Brazil) es el consagrado y megalómano Ike Zimmerman, consejero de Philip, a quien intentará, por todos los medios, desestabilizar aún más; Elizabeth Moss (Mad Men) es la batalladora fotógrafa Ashley Kane, novia de Philip, y una de sus víctimas. Completando el cuadro, Eric Bogosian (La radio ataca) pone su superlativa voz de barítono en off para contextualizar la vida de Philip mediante súper literarias y mordaces observaciones escritas por el propio Ross Perry. El director quiso contar el típico cuento de intelectual judío marca NYC con la imperturbable flema del stiff upper lip británico. Y lo logró. O sea, Ross habrá logrado su definitiva entrada al mainstream siempre y cuando uno quiera seguirlo por el amable pero intoxicante circuito ombliguista de su personaje. Con apenas una novela publicada, pero convencido de que esa novela no es para cualquiera, Philip enfrenta su bloqueo de escritor, que lo obstaculiza para el tan necesario segundo opus, y se lleva puestos a todos en el camino. Sólo Zimmerman, su envejecida alma mater, podrá ayudarle a abrirse camino, mientras Ross, voz en off mediante, con todas las señas de conocer demasiado al personaje, despliega comentarios a veces graciosos y a veces redundantes (aunque en la redundancia hay algo de gracia, también). Schwartzman repite como el pedante de Rushmore; de hecho, es el mismo personaje crecido. En suma, un clásico instantáneo para fans del cine de Anderson y Noah Baumbach.
Una película sobre el narcisismo que no es narcisista: no es frecuente. Una película sobre escritores de Nueva York, uno consagrado, el otro apenas una promesa, que no es necesariamente para intelectuales. La asociación es inevitable: Analizando a Philip parece un filme de Woody Allen (de la década de 1980), pero no del todo: es más amable con sus personajes y les dispensa a todos ellos algún momento de dignidad, más allá de sus reprochables conductas, que tampoco se juzgan. La historia se sitúa en el momento en que el personaje de Jazon Schwartzman tiene que presentar su segundo libro publicado, que empieza a circular por las librerías del país. Nada satisface a Philip: ni el reconocimiento de su obra, ni el cariño de su novia (y de sus exnovias), ni habitar en la ciudad. La excesiva preocupación sobre sí mitiga cualquier circunstancia edificante. Uno de sus editores le contará que a un escritor consagrado, un tal Ike Zimmerman (Jonathan Pryce), quien hace un par de años no publica, le ha gustado la novela. Se conocerán y por un tiempo el joven Philip se irá a pasar un tiempo a una cabaña que tiene el novelista lejos de la ciudad. Abandonará a la novia, y más tarde conocerá a una profesora de literatura de una universidad cercana a su nuevo lugar de residencia en la que dictará un curso por un tiempo. Hay escenas notables en la tercera película de Alex Ross Perry. Lo que sucede con el personaje de Elisabeth Moss, que interpreta a la fotógrafa que vive con Philip, en el momento en el que este la abandona, es una síntesis de la inteligencia sensible del filme; un punto de vista narcisista no repararía en un personaje secundario. Es que los detalles vinculares son aquí la materia del relato y la forma de espiar la compleja psicología de los personajes. Hay otros ejemplos que competen a Ike y su hija, y al propio Philip. La pregunta que sobrevuela el filme consiste en cómo examinar la misteriosa relación de la vida anímica con los signos que devienen en literatura, una transacción que, según Ross Perry, se puede pagar caro cuando el novelista cree sin darse cuenta que resignando la calidez de entregarse a otros es como obtiene la cáustica precisión de una lucidez sustraída al desengaño.
Un narrador omnisciente abre la historia cuyo personaje principal es una verdadera pesadilla. Philip Lewis Friedman (Jason Schwartzman) es un escritor con un complejo de superioridad notable y un apartamiento social consecuente a este sentimiento. Las personas aparecen en su vida como un decorado, apenas para tener una excusa más para hablar de Obidant, su novela a punto de publicarse. Esa que seguramente no le de los resultados esperados, pero que lo posiciona como parte de la lista de 35 escritores menores de 35, y le permitirá conocer a su ídolo Ike Zimmerman (Jonathan Pryce), un novelista que acaba de terminar de leer su último material. Entre monologueos, Friedman aprovecha los minutos de atención de su entorno para hacer una catarsis continua sobre su vida y resaltarles a los demás sus defectos. Las mujeres -sus ex parejas, las posibles, su actual novia- son mal-tratadas, al igual que al resto de las personas: con una apatía y arrogancia descomunal donde el amor propio parece ser de tal magnitud que no le queda margen para querer a nadie más.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030