El ángel exterminador Una mujer regresa a su pueblo para un funeral. También habrá una fiesta. Y una guerra. Ruido y furia, música y gritos, sangre y polvo. Seres míticos surgidos del pasado y de los sueños que fluyen con bellos fundidos encadenados. Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles evocan la incandescencia del cinema novo de los años sesenta con la reinvención del cangaceiro y un artificio deliberado. Los cineastas se apropian del spaghetti western para sumergirlo en las raíces brasileras a través de la historia de una pequeña comunidad olvidada en las profundidades del nordeste sobre la que se cierne una amenaza fascista: un grupo de turistas armados y excitados reunidos en un safari especial que elige el Sertão como terreno de caza. Bacurau es una fábula política, una alegoría brutal atravesada por un espíritu lúdico, una oda a la resistencia, al coraje y a la libertad de un pueblo cuyo exterminio ha sido programado. La película se toma el tiempo necesario para descubrir a sus habitantes, observando a la médica y a la prostituta con igual nobleza, e introducir sutilmente el tema del agua cuyo acceso ha sido restringido por una autoridad lejana. La irrupción del intendente da lugar a una escena maravillosa que condensa la desconexión entre los dos mundos. Bacurau es una extraordinaria ficción política cuya vitalidad inquebrantable funciona como un antídoto contra la monstruosidad real de la extrema derecha contemporánea: un relato fuera de tiempo que logra traducir la tensión social que hoy vive Brasil. Un grito primario y coral, una explosión gráfica, una rabia caótica que invoca los códigos populares para conjurar al espectro. La libertad formal de los cineastas se traduce en una descarga de energía que vibra en el espacio y en los movimientos, en los cuerpos y las historias, en la sensualidad y la muerte.
Hora de cortar cabezas Bacurau (2019) es una de las películas más sorprendentes y ambiciosas que haya dado el cine latinoamericano en mucho tiempo, una especie de weird western que retoma la violencia alegórica de Alejandro Jodorowsky y Nicolas Winding Refn y sobre todo la estructura de Los Siete Samuráis (Shichinin no Samurai, 1954), de Akira Kurosawa, con el objetivo manifiesto de repensar el accionar de la basura política neoliberal actual -tan devastadora como gatopardista, siempre tendiente a modificar dos o tres pavadas para que todo siga igual o empeore paulatinamente- en sus dos vertientes principales, la mafiosa clásica adepta a los negociados símil Jair Bolsonaro o el macrismo argentino y su homóloga caudillista cleptocrática en sintonía con algunos payasos del Partido de los Trabajadores o las mil caras del peronismo y/ o kirchnerismo. Esta fábula acerca de la desigualdad siempre creciente en las sociedades del cono sur, aquí empardada literalmente a un exterminio, se centra en el pueblito del título, una comarca inhóspita y agreste del sertón brasileño que luego de la muerte de la nonagenaria matriarca del lugar, Carmelita (Lia de Itamaracá), ve cómo desaparece el mismo poblado de los mapas, se dan cita unos misteriosos drones sobrevolando el cielo y comienza a recorrer la zona un par de motociclistas asesinos en atuendos ultra coloridos, João (Antonio Saboia) y Maria (Karine Teles), quienes masacran a toda una familia y hasta a los testigos de ocasión que encontraron el tendal de cadáveres. A partir de este catalizador narrativo, asimismo vinculado a la visita del execrable alcalde del Municipio de Serra Verde, Tony Junior (Thardelly Lima), un engendro maquiavélico en plena campaña de reelección que deja en el suelo de Bacurau en calidad de “donaciones” un montón de libros usados, ataúdes y comida y medicamentos vencidos desde hace meses, incluso siendo el máximo responsable de que la comarca no cuente con agua potable por autorizar el bloqueo de las compuertas de una represa que obliga a los locales a recorrer seis kilómetros todos los días hasta un río cercano con un camión cisterna, el film edifica un relato coral que en primera instancia gira alrededor de determinadas figuras del poblado, como por ejemplo Teresa (Bárbara Colen), la encargada de traer suministros desde lejos como vacunas, Pacote (Thomas Aquino), un gánster reformado y novio de la anterior que aparece fusilando a diversos palurdos en un video viral, Domingas (Sônia Braga), la única médica del lugar y una alcohólica de carácter agitado, y Plinio (Wilson Rabelo), el maestro del colegio que descubre la invisibilización del caserío. El foco de la trama a posteriori pasa a expandirse mediante la presencia en primer plano del grupo de mercenarios al que responden João y Maria, un colectivo soberbio, racista y psicopático que está encabezado por Michael (Udo Kier), quien controla a este grupito de norteamericanos adeptos al gatillo fácil y con la evidente misión de eventualmente eliminar a todos los habitantes de Bacurau. Siempre recibiendo enigmáticas órdenes a través de audífonos blancos, los sicarios castigan con la muerte a sus dos colegas brasileros aparentemente por haber revelado el accionar del pelotón con los asesinatos y se lanzan a una cruzada que tendrá su respuesta por parte de los locales, los cuales a su vez recurrirán para protegerse al tremendo Lunga (Silvero Pereira), el jefe de una banda de marginados que se encuentra escondido por haber atacado a los guardias que controlan la represa de los amigos del capitalismo confiscatorio de Tony Junior. Con detalles adicionales como la aparición de agujeros de bala en el camión cisterna y el bloqueo masivo de celulares para redondear el aislamiento en relación al exterior social, la historia nos presenta el enfrentamiento entre las fuerzas imperialistas y sus socios vernáculos por un lado y unos nativos que tratan de sobrevivir como pueden por el otro, planteo que remite tanto a la mancomunión solidaria/ defensiva del film de Kurosawa como a la proverbial cacería humana de El Malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, 1932), amén de cierta presencia conceptual de las matanzas de indígenas del western crepuscular cortesía de aquellos “representantes institucionales” -tan blanquitos y uniformados como brutales y etnocentristas- de Cuando es Preciso ser Hombre (Soldier Blue, 1970), Pequeño Gran Hombre (Little Big Man, 1970) y Un Hombre Llamado Caballo (A Man Called Horse, 1970), sin duda la trilogía por antonomasia de las arremetidas colonialistas estatales. La película fue dirigida y escrita por Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, el primero responsable además de las interesantes Sonidos Vecinos (O Som ao Redor, 2012) y Aquarius (2016), dos opus que también exploraban la cultura de la alienación, el miedo y la corrupción generalizada de Brasil y América Latina en su conjunto, un esquema que aquí se vuelca todavía más hacia un realismo psicodélico enmarcado en las imprecisiones en cuanto al período en el que transcurre la trama -sólo sabemos que es en un futuro cercano- y las peculiares costumbres de los aldeanos, como por ejemplo sus ritos funerarios y el hecho de drogarse una y otra vez con diminutas delicias del reino vegetal. Sin llegar a ser perfecta, especialmente debido a una duración excesiva que podría haberse reducido un poco, Bacurau examina los mecanismos del sometimiento interno/ externo haciendo hincapié en los fetiches del poder hiper concentrado contemporáneo como la crueldad, la vigilancia, el acecho progresivo, el sicariato, el hambre general, la aislación y el olvido social/ económico/ cultural, las masacres semi al azar y como “prueba” de dominio, la explotación del medio ambiente, el delirio paranoico, la psicopatía militar y paramilitar, las mentiras de los políticos de derecha, el racismo de siempre y la colección de barbaridades que los asalariados de turno son capaces de cometer con tal de satisfacer el capricho voraz de los conglomerados económicos y financieros que controlan a las patéticas democracias de nuestros días, eternamente presas de los medios de comunicación y el marketing más fraudulento y ridículo. Lo mejor del opus que nos ocupa, más allá del glorioso entramado retórico y la inconmensurable participación de luminarias del séptimo arte como Sônia Braga y Udo Kier, es la solución que propone entre esa generosa dosis de gore y cuerpos desnudos, léase el cortar las cabezas de todos los usurpadores y represores cuanto antes…
Bacurau de Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, de próximo estreno vibrante western de denuncia social con múltiples alegorías a la realidad social del hermano país brasilero y nuevamente con Sonia Braga como su adlátere.
Elogio de la resistencia: La disputa por los recursos naturales probablemente sea el desafio que la humanidad tenga que enfrentar en el futuro. Es en este contexto que situan su película Bacurau los realizadores brasileños Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho; el film llega precedido por su premio en el útimo Festival de Cannes. Se trata de una obra singular que hibrida el cine criminal y el cine político en clave de western y ciencia ficción, con ciertas dosis de gore. El relato abre con una vista de la tierra desde el espacio exterior, donde se desplaza un satélite. El modo zoom in de Google Maps nos conduce hacia el pequeño pueblo de Bacurau en el estado de Pernanbuco (nordeste de Brasil), en un futuro cercano. Es un pequeño pueblo enclavado en el sertón, que está a punto de desaparecer. Muchos de sus habitantes han emigrado hacia otras partes y quienes permanecen ven limitada su subsistencia diaria a causa de la escasez del agua. Bacurau llora desconsoladamente la muerte de Carmelita, anciana matrona y pionera. Se constituyen entonces como líderes del poblado su hijo Plinio (Wilson Rabelo), maestro de la escuela, y Domingas (Sonia Braga), la médica, visiblemente afectada por la pérdida. Hasta el pueblo llega un día el intendente, con promesas de prosperidad y en plena campaña por su reelección. La relación de este con el pueblo de Bacurau es tirante pues lo ubican como responsable de la escasez del agua y además desprecian sus actos de mezquino asistencialismo, donde suele entregarles comida y medicamentos vencidos. Paralelamente llegan al pueblo dos extranjeros, brasileños del sur de Brasil, montados en modernas motos y enfundados en vistosos trajes de motociclistas, que lucen extravagantes ante la mirada desconfiada del pueblo. A partir de aquí comienzan a ocurrir extraños sucesos: el pueblo desaparece del mapa de Internet, se avistan extraños objetos voladores, son hallados muertos los habitantes de la hacienda vecina y se corta la comunicación por celular. Bacurau, al mando de Domingas, se prepara entonces para resistir al potencial enemigo extraño e invasor. Detrás de estos acontecimientos se encuentra una psicopática y racista organización criminal norteamericana, formada por mano de obra desocupada de los servicios de seguridad y por los dos brasileños blancos del Sur. El líder es el implacable Michael (Udo Kier). Uno de los aspectos interesantes del film es el tratamiento que combina lo anacrónico con lo futurista. La clásica iconografía del western (el salón, los forasteros, el pueblo fantasmal, los sombreros y botas tejanas, las armas de fuego antiguas) se combina con elementos tradicionales como los mitos y costumbres de los habitantes originarios, la improvisada radio local, la capoeira; estos conviven con elementos futuristas como el teléfono celular, Internet, los drones que se asemejan a platillos voladores, etc. De esta manera los directores logran plasmar desde la puesta en escena la idea de que el futuro distópico de lucha por la supervivencia se convierte en un territorio sin ley, repitiendo lo que fueron los orígenes fundadores de Bacurau y sus luchas de resistencia. Al mismo tiempo, hay un paralelo interesante entre la toma de la mujer por la fuerza y el poder de su función, que realiza el intendente, y el saqueo codicioso de los recursos naturales. Dominar y poseer la tierra como a una mujer, sin atender ningún tipo de respeto o límite ético, está al servicio de ostentar una virilidad de macho que se realiza a fuerza de matar el deseo y la vida de aquello que se presenta como otro y como enigma. Si en la antecesora Acquarius (2016) se trataba de la lucha del individuo aislado contra la corporación inmobiliaria local, aquí los directores dan un paso más, y su propuesta deviene más ambiciosa. Uno de los mecanismos que emplea el capitalismo en su fase global para hacer maleables a los individuos es precisamente transformar al sujeto en consumidor, el cual se caracteriza por la uniformidad y el vaciamiento de cualquier marca histórica e identificatoria. Bacurau puede leerse entonces como una alegoría política del avance de las corporaciones del capitalismo global (asociadas con gobiernos de corte neoliberal o pasibles de corrupción a nivel local), por sobre los recursos naturales de Latinoamérica. De esta manera, los directores nos anticipan no solo el panorama de lo que viene; también dan cuenta de la importancia de recuperar el arraigo a nuestra historia y tradición como marca de resistencia y de la estratégica necesidad de organizarnos colectivamente (algo sobre lo cual los mendocinos han dado cátedra recientemente) para evitar la catástrofe de la lucha por la supervivencia. La universalidad del tema propuesto (donde Bacurau puede pensarse como cualquier pueblito de Latinoamérica), la atractiva mixtura de temporalidades en la puesta en escena (algo en lo cual ya había incursionado Petzold en Transit, 2018) y ciertas reminiscencias a They Live (Carpenter, 1988), hacen de Bacurau una película sumamente interesante.
El director de Sonidos Vecinos y Aquarius regresa al cine con Bacurau, un western que propone una mirada dolorosa y real sobre la actualidad de la región y en la que la lucha de clases, el avance del neoliberalismo, y el juego de los de arriba presionando a los de abajo, es sólo el puntapié inicial para hablar de los vínculos, de la clase oprimida, con vuelo cinematográfico, en un sangriento relato de desigualdad y violencia.
“Bacurau” de Kleber Mendonca Filho y Juliano Domelles. Crítica. Metáfora social brasilera. Bruno Calabrese Hace 22 horas 0 23 Luego de sorprender al público con “Aquarius”, Kleber Mendonca Filho junto a Juliano Domelles, estrenan un western futurista violento con alegorías sobre la realidad brasilera. Por Bruno Calabrese. El pueblo Bacurau està perdido en medio del desierto pernambucano. Allí regresa Teresa (Barbara Colen) para asistir al funeral de su abuela, la matriarca del pueblo, Carmelita. Poco a poco el pueblo está siendo borrado del mapa y su aislamiento físico es total. El único contacto con el exterior es una pantalla gigante que recorre la ciudad enganchada en una camioneta. Encima sufren la escasez de agua y los únicos alimentos que tienen están vencidos. Pero ese no es el problema real de Bacurau, el problema real son unos motoqueros brasileros que dicen ser turistas y unos norteamericanos armados que se divierten matando gente. Tomando como pretexto el cine de género fantástico y una trama de acción violenta, el film es una expresión política provocadora y oportuna en el cine brasileño actual. A pesar de ser una historia loca y ser filmada pre Bolsonaro, es un manifiesto sobre la realidad social presente en Brasil, donde la exacerbación de un viejo racismo es alentado desde el poder, representado en ese político que les corta el agua y solo aparece para pedirle que lo voten. Pero también es una metáfora sobre las posibles consecuencias por la irrupción de un populismo brutal e intolerante que sufre el país vecino en este momento. El clima de paranoia remite a los viejos relatos de ciencia ficción en el cine fantástico estadounidense, sólo que en lugar de los alienígenas lo que aparece en la región es un grupo de mercenarios anglosajones. Pero también reflexiona sobre la invasión de culturas extranjeras y sus consecuencias, en paralelo con “Wind River” de Taylor Sheridan del año 2017, un intenso thriller con un trasfondo sobre el racismo social y la crítica situación de los pueblos originarios en Estados Unidos. Pero, más allá de mostrarse a “Bacurau” como un héroe colectivo, está lleno de individualidades distinguibles. Quien sobresale por sobre todos es Lunga (Silverio Pereira), una especie de “Che” Guevara implacable, capaz de hacer cualquier cosa por defender el bien más preciado del pueblo, el agua. También la doctora Domingas, interpretada por Sonia Braga, quien en un principio parece enemistada con el pueblo pero que muestra solidaridad y verdadera dedicación a su tarea de sanar a los pueblerinos. Con todos estos condimentos es imposible mirar a “Bacurau” como una simple película de cine fantástico. El film también es una alegoría política, un western que se encarga de exhibir la depredación que sufre el pueblo por parte de la oligarquía nacional y el intervencionismo extranjero, cuyo paralelo con la realidad social actual de Brasil queda de manifiesto. Puntaje: 100/100.
“Bacurau”, la nueva película de Kleber Mendonça Filho (“Aquarius”, “Sonidos Vecinos/O som ao redor”) en este caso codirigida junto a Juliano Dornelles, que se presenta, fiel al estilo de los directores, como una parábola distópica sobre la historia sobre un pueblo perdido en el nordeste de Brasil, que sirve de dura crítica al contexto sociopolítico del país que se extiende, además, como un reflejo de gran parte de la actualidad que vive Latinoamérica. Si bien “Bacurau” no es un pueblo que exista en la realidad, ese pueblo desolado en donde nos sitúa el guion -en un futuro cercano aunque impreciso-, en esa zona ubicada bien al norte del país -más precisamente la denominada sertao, una región semiárida de difícil acceso-, podría ser tan real como cualquier otro del resto del país. Y es así como ese territorio imaginario planteado por los directores y guionistas del filme se presenta como una geografía en donde reinan las diferencias de clase, la inequidad y la deshumanización de las ciudadanos, que son el caldo de cultivo propicio para que se genere esa violencia que busca liberarse en un contexto de desoladora opresión y sin salida. Personajes que luchan cotidianamente contra la escasez de los recursos naturales tan básicos como el agua (se sabe que el Alcalde dentro de sus negociados ha autorizado el bloqueo de la represa) , contra las carencias de todo tipo (en la escena inicial una enfermera lleva vacunas desde la ciudad porque de otra forma nadie tendría acceso a ellas) y fundamentalmente contra la desidia de los políticos de turno, que sólo recuerdan esos lugares alejados del mapa en los momentos previos a las elecciones, en sus campañas electorales. Allí aparecerán las donaciones: camiones que descargan libros como si fueren pilas de cascotes para una construcción, donaciones de remedios y alimentos vencidos hace varios meses, situaciones vergonzosas a las que se sumarán unos extraños negociados con “turistas” extranjeros. Kleber Mendonça y Dornelles inician la historia, presentando no sólo la naturaleza salvaje de la geografía sino que nos presentan este pueblo en un momento muy particular: presenciaremos el día del entierro de Carmelita, una anciana matrona que ha impuesto su figura matriarcal y que fue una de las piezas fundamentales de la lucha contra los avances de un imperialismo voraz. En esta primera parte, la mirada se concentra en los detalles y, en esa procesión al cementerio iremos conociendo a algunos de los diferentes personajes, sus particularidades, sus costumbres, su dolor, sus necesidades: nos vamos sumergiendo dentro de ese pueblo con calles completamente desoladas, que pareciese casi deshabitado, fantasmático. Pero lo que comienza como una película realista, con esa radiografía de un pueblo olvidado en el mapa, muta e irrumpe con una asombrosa mezcla de géneros –y habrá que dejarse llevar por este “experimento” que construyen los directores-. Va desde el cine político (una dura crítica al actual gobierno de Bolsonaro es una lectura casi obligada, entre las tantas otras que propone con su mirada marcadamente social) a la ciencia ficción, del cine negro hasta animarse a jugar con elementos del gore, del drama al western, sin tenerle miedo a apostar al riesgo y visitar los extremos. Esa aparente pasividad del pueblo se rompe por completo en cuanto se presentan extraños sucesos: el pueblo comienza a desaparecer de los mapas, aparecen extranjeros desconocidos montados en opulentas motos, sobrevuelan objetos que parecen una extraña cruza entre ovnis y drones, el pueblo queda completamente incomunicado y la muerte comienza a presentarse en forma mucho más tangible. A la masacre de una granja en los alrededores se suma una extraña proliferación de féretros por las inhóspitas calles del pueblo y estos elementos diversos les permiten a Kleber Mendonça y Dornelles enraízar esa idea de un ataque / invasión exterior, esa amenaza omnipresente del colonialismo, flotando siempre en el aire. “Bacurau” en su formato de western moderno –aunque ya fue apuntado que este eléctrico trabajo imposibilita formalmente la idea de encasillarlo en algún género en particular-, referencia al “cangaço”, un movimiento de bandoleros de finales de siglo XIX y principios de siglo XX que atacaba principalmente a los terratenientes de esa zona y de esta forma, divide a sus personajes en dos grupos bien diferenciados. Por un lado encontramos al actor alemán Udo Kier al mando de un grupo de forasteros invasores armados hasta los dientes, una célula racista y aniquiladora que parece tener como objetivo hacer desaparecer a todo el pueblo. Por el otro, tomando la posta que dejó vacante la pérdida de Carmelita, aparece la Doctora Domingas (otra fuerte e impactante caracterización de Sonia Braga) quien junto con Lunga (Silvero Pereira), jefe de una banda de marginados que se encuentra prófugo, se opondrán ferozmente al avance de este grupo invasor dispuesto a dar rienda suelta a una verdadera cacería humana. La lisérgica “Bacurau” se ha convertido en un verdadero fenómeno cultural a partir de su estreno, casi como un ícono de la resistencia al régimen de Bolsonaro y del proceso que atraviesa actualmente no solamente Brasil sino toda la región. Al alzarse con el Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, no solamente ha reforzado el prestigio que Kleber Mendonça merece y ya había cimentado con “Aquarius” sino que además ha logrado cruzar en su país de origen, la barrera de los 700 mil espectadores, todo un récord para una película de corte independiente. Aún con una extensión que supera la dos horas y que no la favorece, la experiencia de la hibridación de géneros, la profunda mirada de denuncia de los directores sobre las clases sociales, la crueldad de la escoria política y su inmoralidad, el abandono de los ciudadanos sometidos al olvido social y cultural y la mordacidad desplegada en la mirada a los opresores de un pueblo indefenso –que es “vendido” al mejor postor mediante el servilismo político- sumado al fuerte riesgo estético que asumen los directores, hacen que para el inicio de este 2020, “Bacurau” inaugure con la vara muy alta, la temporada de estrenos internacionales. POR QUE SI: “Lo que comienza como una película realista, con esa radiografía de un pueblo olvidado en el mapa, muta e irrumpe con una asombrosa mezcla de géneros”
Explosión creativa en épocas de Bolsonaro Si algunos se habían quedado afuera de la hermosa Aquarius (2016) porque la consideraban demasiado explícita o panfletaria, prepárense para Bacurau (2019) de Kleber Mendonça Filho, ahora codirigiendo con Juliano Dornelles. Cosas que suceden en el mundo del cine, momentos de crisis importantes en un país generan una explosión de creatividad y movimientos que no dejan de sorprendernos. El avance de la ola bolsonarista (que amenaza incluso al sector cinematográfico) ha generado en todo el gran país vecino una cantidad de películas que, muchas veces desde los géneros (sobre todo el terror, recordemos la genial As Boas Maneiras, de Juliana Rojas y Marco Dutra, El club de los caníbales, de Guto Parente o Inferninho, de Guto Parente y Pedro Rojas) se mete de lleno con el difícil presente y el ominoso futuro. Estamos ante una película que no por urgente y quizás hasta fechada, deja de tener unos cuantos aspectos para destacar. En primer término, la manera en que imbrica algo de la historia del cine brasileño que nos remonta al Cine de Liberación y Glauber Rocha, con la utilización de los géneros (en este caso, incluso algo de western) de un modo salvajemente político, un poco a la manera del Carpenter de They live! Un pueblito perdido en del noroeste de Pernambuco (el Bacurau del título) ve cómo a los habituales problemas ligados con la ausencia del Estado se suma la aparición de un grupo de extranjeros (estadounidenses, para más datos) que por alguna razón que no conviene revelar, comienza a atacar a los habitantes de ese caserío que, sugestivamente, desaparece de los mapas y pierde conexión con el mundo exterior. Sí, no es momento de sutilezas: cuerpos desnudos y calientes (porque no consumen los medicamentos en los que, se dice, se contrabandean sustancias que disminuyen la libido en el resto del país), drogas y armas, gore y violencia. La presencia además de Sonia Braga y Udo Kier regalando, una vez más, inolvidables interpretaciones. Imposible no pensar en los contactos y las diferencias con la producción francesa Les Misérables (2019). Si bien ambas películas se refieren a un fenómeno compartido de exclusión y ausencia del Estado, e incluso cuando ambas se propone una especie de utopía que podría parecer a primera vista similar, la carga ideológica es bien distinta. La película francesa asume el punto de vista de la policía; la muestra corrupta e ineficiente. Pero también “humana”, obligada a hacer lo que puede con lo que tiene. Los lazos que ligan al poder del Estado (representado por la policía) con la mafia y la religión institucionalizada son evidentes y subrayados por la narración. En ese sentido, la oposición encabezada por los jóvenes opera como reacción, no sabemos (está fuera de campo) cómo logra algún grado de cohesión; es un exabrupto, un vómito de violencia que hasta podría servir de algún modo para justificar la represión. En el caso de Bacurau la violencia no es menos explícita, sin embargo hay una idea de construcción política, de resistencia, de necesidad del pueblo de armarse para defenderse que la ubica en un lugar muy distinto. Aquí mafias, religión y Estado no hacen sino explotar (y hasta matar) a la población, pero así como el sexo y las drogas juegan un rol distinto (aquí, a diferencia de Les Misérables, poseen un costado de placer y de goce) la organización para resistir no implica igualar los distintos ejercicios de violencia.
Después de las aclamadas Sonidos vecinos (2012) y Aquarius (2016), que lo pusieron en el mapa como uno de los cineastas brasileños con mayor proyección internacional, Kleber Mendonça Filho abandona Recife y los personajes de clase media para sorprender con Bacurau, una suerte de western cargado de acción que transcurre en un futuro cercano en un pueblito perdido del nordeste brasileño. Ex crítico cinematográfico, Mendonça Filho -que esta vez codirigió junto a Juliano Dornelles, uno de sus colaboradores en sus dos largometrajes previos- aprovechó para rendir varios homenajes cinéfilos. En especial a las formas narrativas del cine de género de los años ’60 y ’70 y directores como Sam Peckinpah o Sergio Corbucci, con guiños -como zooms bruscos o fundidos encadenados- que Tarantino celebraría. Pero también a Glauber Rocha y sus historias de cangaceiros, los bandoleros rurales que asolaban el sertao. Más allá de la relevancia de algunos ciudadanos ilustres, como la médica (una potente Sonia Braga), el maestro o el delincuente justiciero, este es un cuento coral, con los protagonismos individuales diluidos, a lo Fuenteovejuna, en el colectivo “pueblo”. Olvidados por el Estado, luego de la pérdida de su matriarca -la película empieza con su velorio- los habitantes de Bacurau empiezan a padecer sucesos extraños que se suman a sus penurias habituales. No tardarán en tener que organizarse para defenderse de un enemigo común. En tanto película de género, la ganadora del Premio del Jurado en el último Festival de Cannes cumple con la misión primordial de entretener. Y está cargada de detalles desconcertantes que enriquecen y compensan la previsibilidad general del gran relato. A tal punto, que por momentos camina por la cornisa de lo bizarro, con escenas y actuaciones que son de clase B en el peor sentido del término. Pero lo que termina de ubicarla un par de escalones por debajo de Sonidos vecinos y Aquarius es que aquí la bajada de línea es evidente en exceso. El político corrupto, los imperialistas sanguinarios y el pueblo oprimido tal vez pueden funcionar como metáfora de la situación brasileña actual, pero no dejan de estar delineados con un trazo demasiado grueso.
[REVIEW] Bacurau. Lo único más inesperado que el final de esta película es su trama. Bacurau (2019) es una película brasileña dirigida por Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho que presenta la historia sobre un pueblo al norte de Brasil llamado Bacurau, cuyos problemas con el suministro del agua potable están vinculados al alcalde, quien no dudará en usar métodos poco ortodoxos para deshacerse de sus opositores. Esta película recuerda mucho a la trama de Freaks, pues no tiene un personaje principal como tal, sino un grupo de personas que durante la mayoría del tiempo se verán realizando sus rutinas cotidianas inherentes a la vida de un pueblo pequeño latinoamericano. Claro, recordemos que en Freaks, la cosa se puso buena al final y eso mismo pasa con Bacurau, sus directores nos engañan haciéndonos creer que es otra cinta de crítica social que dura mil años y aburre como un partido de ajedrez por radio pero no, cerca de sus últimos minutos, la trama da un giro abrupto de una forma tan sutil que no lo vemos venir. Como si fuera de la noche a la mañana, lo que creíamos eran unos pueblerinos inocentes, se transforman en combatientes ante un grupo de mercenarios que vienen a liquidarlos. Aunque parezca extraño, era algo que se nos anunciaba desde el principio con tantas «pistas» sobre el pasado de Bacurau y su disposición a alzarse en armas ante un enemigo nacional o extranjero. Está demás decir que como toda película latinoamericana está llena de escenas de sexo como para mantener la atención de los espectadores, pero éstas no opacan a las escenas con carga política, siendo una de este estilo la mejor de toda la película. Durante un diálogo entre mercenarios, se toca el tema del racismo, no desde la perspectiva victimista sino una más incisiva donde deja ver las excepciones y las causas, lo que retrata al racismo como algo más cercano a las jerarquías sociales —o mundiales— que al color de la piel. El más grande acierto en Bacurau, fue la extrema dedicación en lograr los efectos de disparos y de sangre como algo verosímil, cosa que superó a cientos de películas hechas en Hollywood con un apego muy grande hacia el uso de la computadora. Si bien quedó un poco larga, Bacurau (2019) es una buena opción a la hora de buscar algo que haga reflexionar y entretener al mismo tiempo.
Bucarau es una especie de western ubicada en un futuro cercano, con pequeños toques de ciencia ficción distópica y varias ideas tomadas del cine de género de bajo presupuesto. La acción transcurre en un pequeño pueblo donde se suceden hechos cada vez más extraños a medida que una amenaza se cierne sobre sus habitantes. La película arda bastante en finalmente mostrar su juego y cuando lo hace se desata en una película que podría ser de Stallone, Van Damme y emular al clásico The Most Dangerous Game (1932) de Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel. Y ojalá se quedara en esa humildad de los grandes directores de género a los que parece evocar, en particular John Carpenter. Bucarau, dicen, es una perfecta alegoría de la realidad de Brasil, su país de origen. No sabría decirlo, pero parece con estar conformes con ver en todo el cine americano una alegoría política, ahora también le ha llegado al cine brasileño. Como si ser una alegoría fuera en sí mismo un mérito. No lo es, y de hecho la película fluctúa de forma desordenada entre el placer del cine puro y sus intenciones políticas de trazo grueso y sin humor. Accidentalmente, la alegoría política sudamericana con villanos de habla inglesa produce mucha alegría en los festivales de cine europeo. La alegría no es por el cine, sino por la bajada de línea política. Hay docenas de cine de género cien veces mejor que Bucarau y no obtienen el mismo prestigio. Lo que importa es lo que se ve en la pantalla, y acá el vaivén entre lo cinematográfico y lo pretencioso deja a la película a mitad de camino.
Encontrar una película como «Bacurau» en las salas argentinas es tan difícil como encontrarle errores a cualquiera de los filmes que componen La trilogía del dólar, de Sergio Leone. En su tercer largometraje, Kleber Mendonca Filho (en este caso en colaboración con Juliano Dornelles) revive al director italiano y ofrece la posibilidad de que el público vea algo similar a lo que sería un western de Sergio atravesado por los avances tecnológicos que describen esta época. A su vez, el film funciona como una brutal alegoría política de Brasil: cuando pasen los años «Bacurau» no servirá solo para entretener sino que será un checkpoint que apunte con el dedo a los que, al momento de su estreno, eran dueños del poder. La estructura de Bacurau está delimitada por tres grandes porciones heterogéneas y embebidas en un estilo que, como fue mencionado anteriormente, toma ideas leonianas, así como también conceptos de la filmografía de Glauber Rocha y de Aquarius, del propio Mendonca Filho, que supo mostrar a una prodigiosa Sonia Braga (en esta adquiere un registro diferente, cuasi deshumanizado) en una historia, al igual que en «Bacurau», de fuerte contenido metafórico y social. Para no arruinar ninguna de las decenas de sorpresas que tiene la película lo único que se puede adelantar de la trama es que comienza con dos jóvenes llegando a un pueblo que está desapareciendo del mapa -literal- y poco a poco se ve afectado por eventos misteriosos. Si bien el esqueleto del film se mantiene en pie por cuestiones de la estructura clásica, en contadas ocasiones Kleber y Dornelles se atreven a romper los esquemas de sentido y movimiento de los personajes. En varias situaciones puntuales, el narrador aporta inquietud, misterio y abstracción a través de planos repetidos y desubicados en tiempo y espacio; misteriosos personajes y acciones que no explicitan nada concreto y superposiciones, fundidos y sonidos que no parecen no condecir con el mundo real. «Bacurau» es un film crudo, celebratorio, de esos que se valen de cuanto recurso cinematográfico haya para criticar, entretener y funcionar como ejercicio de estilo en partes iguales. Mendonca Filho le canta re-truco a sus dos películas anteriores y regresa de nuevo para molestar y exponer a clásicos reversionados, biopics políticamente correctas y decenas de secuelas, remakes y reboots. En esta película, las voces de la dupla de directores se hacen siempre presentes y su audacia y creatividad no hacen más que confirmar que habrá que tenerlos en cuenta a futuro. POR QUE SI: «El film funciona como una brutal alegoría política de Brasil»
Luego de sorprender al mundo con Sonidos vecinos y Aquarius, Kleber Mendonça Filho filmó Bacurau, película en la que aparece como codirector su habitual colaborador Juliano Dornelles. Se trata de una ambiciosa apuesta que mixtura elementos propios de las tradiciones y leyendas populares brasileñas con otros ligados a la ciencia ficción, el western, elslasher, el gore y una fuerte alegoría política a tono con estos tiempos. El film también combina actores no profesionales de la zona de la región desértica de Rio Grande do Norte con figuras emblemáticas como Sonia Braga y el alemán Udo Kier, quien lidera en la ficción a una banda de sádicos mercenarios extranjeros. Entre el cine de Emir Kusturica y el de John Carpenter, con algunos pasajes que remiten aMad Max (aquí también hay una disputa por el agua) y momentos en la línea del Cinema Novo de Glauber Rocha, Bacurau resulta una película potente en el terreno narrativo y visual (extroardinaria la fotografía de Pedro Sotero), tan provocadora como incómoda en su mirada de la lucha de clases y por el dominio de las tierras, aunque por momentos no demasiado sutil (ver el personaje del alcalde corrupto) y algo afecta al subrayado. De todas formas, Mendonça Filho y Juliano Dornelles nunca pierden la brújula y terminan construyendo una fábula fascinante y demoledora sobre un futuro cercano que, quizás, casi sin darnos cuenta, ya llegó.
Bacurau “Humano vs Humano” Crítica: Laura Pacheco Mora Los realizadores consiguen relatar una realidad distópica y en simultáneo, en lo que se constituye como una asombrosa mirada arriesgada del mundo actual. Es inevitable provocar en el espectador una opinión por dos motivos fundamentales: se trata de un cine auténtico que no busca complacernos por un lado, y por otro, funciona como espejo, al enfrentarnos con nuestro propio punto de vista y postura. Es una propuesta para salir de nuestra zona de confort. Una misión compleja, quizás a eso se deba su éxito mundial y para los amantes del cine bien logrado, una pulsión de rever este fantástico film que funciona a muchos niveles y es digno de ser analizado. Kleber Mendonça Filho -Aquarius (2016)-, presenta esta controversial película, junto a Juliano Dornelles en dirección y guión. Con las actuaciones de Sonia Braga interpretando a Domingas, Udo Kier en el papel de Michael, y gran elenco. Fue galardonada con el Premio del Jurado en la competencia oficial del Festival de Cannes y aclamada por la crítica. Bacurau (2019) En un futuro cercano el pueblo de Bacurau al sur de Brasil, llora la muerte de su matriarca Carmelita, que falleció a los 94 años. Algunos días más tarde, los habitantes se dan cuenta de que el pueblo está siendo borrado del mapa y se encuentran incomunicados. Algo impensado está por suceder... Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles consiguen un relato íntegro sin tiempo, bien podría haberse realizado hace diez años, cuando nació la idea de Bacurau o dentro de diez años; es un film que no pasará de moda, dado su estilo tan personal. Fusión de acción, intriga, ciencia ficción, western, con gore, sed de venganza, y, acompañando esta unión una alternancia de múltiples tópicos que nos movilizan, con un impulso dramático vehemente. La dirección es impecable, la paleta de colores funciona como contraste, al igual que las locaciones, la música en su perfecta medida, travellings, primeros planos, planos detalle a lo western y generales. La iluminación y su connotación, juega un papel preponderante, para adentrarnos en una historia que se vale de un guion insuperable, jamás predecible, que logra confundirnos e interactuar con la historia. Son de destacar las excelentes interpretaciones de todo el elenco. Todos los elementos de este film, simbolizan algo más. El detonante es una real muerte, las posteriores son ficticias o no, en tal caso, son fruto de un deseo inconsciente-colectivo, manchado de rabia e impotencia. Infinidad de cuestiones se plantean, que invitan a la reflexión. ¿Quién/es impusieron la famosa grieta y lo que genera? Depende del lado en que nos ubiquemos, Bacurau nos increpa y da cuenta de los límites del ser humano, de lo brutales que podemos ser. En definitiva todos somos guerreros y quien declaró la guerra primero, ya no importa, puesto que estamos destinados a pelear. La guerra está declarada y para que eso pase, es necesario dividir las aguas, enfrentar la dualidad humana: "o estás de un lado, o estás del otro"... Esto provoca el film, una profunda tristeza, el no poder elegir porque y cómo llegamos a vivir "anestesiados" por una supuesta verdad. Lo único real y verdadero, es lo que sucede en la intimidad de tu hogar y en la historia atesorada en un museo y sus paredes. Calificación: 10/10 FICHA TECNICA Título original: Bacurau Guión y Dirección: Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles Música: Mateus Alves, Tomaz Alves de Souza Fotografía: Pedro Sotero Empresas Productoras: CinemaScópio Produções / SBS Films / Símio Filmes / arte France Cinéma Género: Drama Año: 2019 Duración: 132 min. Países: Brasil, Francia Distribuye: MACO Cine
Una película sorprendente en varios sentidos. Kleber Mendoca Filho, el mismo de “Aquarius” esta vez asociado con su habitual productor, Juliano Dornelles, como codirector, realiza un film que puede ser considerado un western, con fuertes influencias de Sergio Leone, pero también de John Carpenter, y que y homenajea a Glauber Rocha con sus dioses, diablos y muertes. Una película más jugada, violenta, directa que su antecesora. Un pueblo perdido, caído del mapa al que regresa una joven para el velorio de una matriarca, junto al proveedor de agua del lugar. El intendente les ha privado del río con una represa. Ellos no tienen nada, no esperan nada y reaccionan fuertemente ante la campaña política del poderoso del lugar. Pero cuando la vida se va poblando de cadáveres, pronto se descubrirá con toques de ciencia ficción que una terrible amenaza les exigirá ponerse en pie de guerra. El film entretiene y se juega con una mirada política, realizado antes del gobierno de Bolsonaro, lo anticipa. Su lenguaje cinematográfico, sus decisiones estéticas, su respeto hacia el cine de clase B, su producción, la lucha de sus personajes hacen de este western político un film atractivo, inquietante, distinto, de mucha impronta latinoamericana y pulso para los géneros, que redondea una producción grande y bien realizada. Sonia Braga es una médica que rechaza remedios utilizados para atontar a la gente, que arenga cuando se debe y muestra sus hilachas. Y un Udo Kier que encarna al mal que viene del lado de los poderosos, exacto en su rol. Aunque es bueno aclarar que se trata de una película coral con muy buenos personajes menores.
"Bacurau": disparos vecinos Con referencias al referencias al spaghetti western, el gore, la ciencia ficción y, como no, a la obra de Glauber Rocha, la nueva película del director de "Aquarius" suma a Sonia Braga a una alegoría más cinéfila que política. El realizador pernambucano Kleber Mendonça Filho tuvo un suceso de estima con su ópera prima, Sonidos vecinos , y un arrasador éxito global con la segunda, Aquarius . Sonidos vecinoshablaba de la paranoia urbana con rigor, haciendo brillante uso de los planos largos, en términos de distancia y duración. Aquarius ya era otra cosa, más calculada para lograr lo que logró. Un conflicto elemental, llamado a halagar las conciencias progresistas grado 1: la compra de los departamentos de un condominio patrimonial por parte de un grupo económico estilo pulpo. Y una última resistente: la crítica de música encarnada por una reaparecida Sonia Braga, sobreactuando sofisticación intelectual, dignidad, sex appeal y cojones. Bingo para Mendonça Filho, con premios en abundancia para la película y para Braga, y una crítica rendida ante la presunta grandeza de este astuto operativo comercial. Tres años más tarde el cineasta de Recife, que no es tonto, acompañado ahora en la codirección por su diseñador de producción, Juliano Dornelles, vuelve a enfrentar a los buenos de un perdido pueblito pernambucano con unos malos que ya se verá. Suma por supuesto a Doña Flor a un film ahora coral, que cuenta con una ventaja: no pretende representar los loables anhelos de ningún espectador bien pensante. Una placa ubica en la realidad, la otra en la irrealidad. “Interior de Pernambuco”, dice la primera. “Dentro de unos años”, la segunda. Es esa tensión la que sostiene a Bacurau, aunque la segunda placa pesa más que la primera. Bacurau, pueblito de ficción, es un poco como el pueblito de un western. Está la escuela y el maestro, como Carroll Baker en El ocaso de los cheyennes. Está la médica del pueblo (Braga), buena y alcohólica. Tanto como cualquier colega en cualquier western de John Ford. Está el intendente, que reside en la vecina Aguas Verdes y quiere comprar a la población con comida y remedios vencidos, para disimular el hecho de que por su culpa el agua no llega a Bacurau. O sea que cumple en verdad la función del terrateniente. Y están los pistoleros, conducidos por el alemán Udo Kier, que quieren masacrar al pueblo no se sabe por qué (¿por puro amor a la muerte, tal vez?). Y que hablan inglés, algo que sería normal en un western y que aquí suena a imperialismo. Pero imperialismo espacial, eso sí: los pistoleros están guiados por un dron en forma de ovni, o un ovni disfrazado de dron. El sentido del humor, la sensibilidad clase-B, la liviandad cinéfila: hete allí las diferencias con el operativo Aquarius. La intertextualidad burbujea. A las referencias al western, que incluyen la “bajada” final de los bad guys al pueblito, se le cruzan otras: el western sangriento à la Sam Peckinpah o el spaghetti western , el gore (un rostro partido como una sandía), la ciencia ficción (un intercomunicador en el oído derecho permite a los alienígenas recibir órdenes de su nave nodriza), y, como no, Glauber Rocha: un pistolero “bueno” llamado Paquete recuerda a los cangaçeiros justicieros de Dios y el Diablo… y Antonio Das Mortes. Es verdad que a Mendonça el sentido del humor no le cae a chorros, pero al menos la despreocupación referencial permite, en el marco de una duración exagerada, que la película pueda verse como una operación de decontracción. Un plano de desusada composición permite recordar que el realizador de Sonidos vecinos no carece de talento para el rubro. En ese plano, recortado sobre el desierto, se ve un fusil asomando por izquierda, y a medida que el arma apunta cada vez más hacia la derecha, el movimiento se ve acompañado por un corto travelling, lo cual le da una gran dinámica. Después de eso no viene nada, lo cual confirma a su vez al realizador de Aquarius como un manierista, para quien la forma puede ser un artículo de lucimiento. Sonia Braga, por su parte, luce un aspecto inusual. A años luz de Doña Flor…, de Aquarius incluso, se la ve rubiona, con raíces canosas y anteojitos de doctora, una versión femenina de Alan Mowbray en Caravana de valientes. Y casi sin un gesto de más.
Primero se ven las estrellas, después la Tierra. La cámara se acerca hasta la superficie de Brasil para mostrar desde arriba la ruta que llega hasta Bacurau, una especie de comunidad fantasma ficticia que no se puede localizar con el GPS. Para el funeral de su abuela, Teresa (Bárbara Colen) regresa a su pueblo natal en un camión cisterna junto a un hombre que lleva agua potable al lugar. En el camino, el vehículo choca con ataúdes que están dispersos por la ruta. "Bacurau" -que incluye la actuación de S™nia Braga y está dirigida por Kleber Mendon�a Filho (el cineasta de "Acuarius") y Juliano Dornelles- se presentó en la última edición del Festival de Cannes donde ganó el premio del Jurado. En Sitges obtuvo los galardones a la Mejor dirección, Premio de la Crítica y Jurado Joven. ADVERSARIOS Los habitantes de Bacurau no reciben agua potable por una disputa con el alcalde Tony Jr. (Thardelly Lima), un político corrupto que busca la reelección. Sin éxito, el funcionario se presenta en el pueblo y, mientras todos se esconden en sus casas, él, para hacer campaña, deja alimentos y remedios vencidos. Tony Jr. no es el único adversario de la gente de Bacurau. A la zona también llega un grupo de estadounidenses con el objetivo de "cazarlos". A diferencia de "Bienvenido, Mr. Marshall", la irónica comedia de Luis García Berlanga en la que un pueblo español se prepara con bombos y platillos para recibir a la delegación del Plan Marshall, en "Bacurau" la comunidad se prepara para defenderse de aquellos extranjeros. La película, además de combinar el western con el gore, recuerda en términos estilísticos al Cinema Novo, en particular al realizador Glauber Rocha. "Bacurau" deja de lado las sutilezas para denunciar políticas capitalistas que bien podrían ser las de Bolsonaro-Trump, y subrayar la solidaridad y unión de un pueblo en defensa de sus tradiciones y cultura.
Kleber Mendonça Filho continúa la línea que inició con su ópera prima, "Aquarius", ofreciendo una potente reflexión sobre cómo la globalización y la grieta, entre gente con dinero y poder y personas con menos recursos va generando problemas en este Brasil que la gente identifica con el perfil ideológico de la gestión Bolsonaro. "Bacurau" (premio especial del jurado en Cannes en 2019) es un film con muchas facetas. Mendonça Filho vuelve a acertar un pleno con una historia ambientada en un futuro cercano, distópico, implacable. En el norte de Brasil, se encuentra un pueblo perdido en el medio de la montaña, que le da nombre al film. Allí, la vida está alejada de los problemas de las grandes urbes. Pero algunas cuestiones, de las que hoy discutimos mucho, se ven como prioritarias también en este lugar. Bacurau está alejado de la cabeza del municipio, y no es de fácil acceso. Tienen algo de tecnología, pero viven otro tipo de vida, lejos de la problemática citadina. Su comunidad se lleva realmente bien, son solidarios y presentes, y viven su realidad con genuino compromiso por el otro. Tienen un problema serio con el agua, las vacunas y los alimentos. Casi nada. Y el alcade de la zona, resta: es un político de pura cepa. Falso, cínico y sin conciencia de su responsabilidad con sus ciudadanos. Nada en definitiva que no se viva en cualquier ciudad rural de América Latina. El tema aquí es que los habitantes del pueblo comienzan a ser asediados por una banda de tipos con armas de guerra, que vienen a depurar el vicio de matar, porque sienten que su vida necesita más emociones. Esto de asesinar pobres se puede poner de moda en cualquier momento, y será un gran problema. O ya lo es. Así es que estos hitmen ponen a Bacurau en el centro de su ataque y generan una especie de asedio que irá volviendose un círculo mortal: los visitantes tienen poder de fuego y atacan por sorpresa, los locales no logran entender el porque de estas acciones... hasta que entienden (cuando los ataudes van aumentando en forma exponencial) que algo debe hacerse. Es entonces cuando este drama de pueblo aislado rural, estalla como un thriller amargo y crudo, y no elude definiciones políticas en su mensaje. Se vuelve violento, no sólo por la cantidad de sangre que se derrama, sino por las razones de esa matanza y el sentido planteado de las muertes. Mendonça Filho vuelve a confiar en Sonia Braga (Domingas) otra vez, aquí jugando el rol de la médica del pueblo. Suman su aporte, Thomas Aquino (Pacote), Teresa (Bárbara Colen) y el líder de los malos, Udo Kier (Michael), todos en roles bien construidos y a tono con sus líneas. "Bacurau" ofrece momentos únicos (el inicio con el funeral de Carmelita, las reuniones de los vecinos y el humor por los recursos recibidos, las emboscadas a los extranjeros y más...), que le dan un relieve a su temática, de altísimo nivel. Hay que leer esta cinta, como una señal ruidosa de advertencia, sobre hechos que hoy parecen aislados, pero pueden llegar a propagarse en un futuro muy cercano. Excelente comienzo de año, imperdible para este finde. No dudes.
LA POLÍTICA DE LOS GÉNEROS Lo primero es el espacio. Oeste de Pernambuco, en pleno sertâo brasileño. Lo segundo, una disputa, una pelea que, si bien aparece planteada en un marco despojado de una iconografía cientificista, remite a un futuro donde la exacerbación de problemas corrientes (la desigualdad, el vampirismo capitalista, el oportunismo político y la violencia) encontrará a dos bandos enfrentados: una comunidad que resiste con principios socialistas ante los embates de unos gringos sueltos por ahí dispuestos a quedarse con todo. Las elecciones estéticas que gobiernan la paleta expresiva de Bacurau aluden a un patrón digerible y que gusta en general a los circuitos de festivales europeos, cada vez más voraces por consumir un tipo de cine complaciente con moldes cercanos al realismo mágico o al exotismo misterioso. Lejos estamos de las propuestas radicales que en otras décadas sacudían los debates a nivel mundial. Sin embargo, un punto a favor de la película es permitirse jugar con los géneros, implosionarlos y dejar que el contenido alegórico apenas bordee la cuestión, sin interferir en esa libertad que destilan algunos desbordes saludables. Uno entiende que la historia invita a leer el presente, sin embargo, mejor se percibe una lógica cuyo imaginario rastrea en el western de modo descontracturado y sacude chispas visuales propias de un Walking Dead. A diferencia de Aquarius (2016), con mejor puntería, Kleber Mendonca Filho (uno de los dos realizadores) cambia la gruesa metáfora de las termitas por un colectivo de personajes que resisten (con drogas psicotrópicas incluidas) ante unos fanáticos americanos, excitados con matar, ocupar y apropiarse de las tierras. Cada facción tendrá sus líderes. Lunga (Silvero Pereira) es convocado por la comunidad y materializa la tradición de los cangaceiros; Michael (Udo Kier) es el líder de una facción despersonalizada. Si en un lugar los rituales otorgan sentido a una existencia, en el otro, el acto de vigilar con drones y de matar como si se tratara de un juego confirma el goce de los que tienen el poder. Más allá del esquema binario, hay elementos que enriquecen y enrarecen la elementalidad dramática de la propuesta. Un signo (pongamos por caso un ataúd) es un objeto que establece una conexión con los spaghetti western y no faltarán cadáveres para llenarlos, pero también es una imagen que acompaña una situación actual donde la muerte es la moneda corriente. Quedarse con la primera asociación siempre es más enriquecedor y los directores refuerzan, en todo caso, esa materialidad, más ligada al cine que a la interpretación sociológica. De allí que existan dentro de esta estructura arrítmica secuencias imperdibles como la de la pareja desnuda reventando a balazos a los intrusos, con toda la rabia y la fuerza que pide la situación, sin enmascaramientos de la escuela de la buena conducta. Otros disloques se producen cuando el plano sonoro establece una relación diferente con el visual: unos sintetizadores acompañan un momento de capoeira rompiendo cualquier pretensión costumbrista. En otras palabras, se trata del triunfo de la ficción, de la exageración y la desmesura por sobre la corrección política. Se puede hablar sobre la derecha del mundo sin resignar un ápice de placer maldito. Por último, si bien el western o la guerra parece ser cosa de hombres, Bacurau tiene a sus mujeres fuertes en ambos lados. De hecho, hay un punto de vista que desde el comienzo se clava desde la mirada de Teresa (Bárbara Colen), quien regresa a la comunidad. Allí también se encuentra Domingas (Sônia Braga) una médica determinante para el grupo. O Carmelita, la abuela emblema a quien dedican un funeral al principio y que se sentirá como espectro. Del otro lado, más lateral y deshumanizadamente, una mujer será capaz de matar y excitarse al punto de pedirle al compañero que cojan. Son parte activa de la cuestión y se plantan sin inhibiciones. ¿Es una excusa el sertâo para explotar el género o es el disparador para captar su inconmensurable paisaje de dolor y de pobreza? Lo bueno de la película es que parece haber respuesta posible para ambas opciones. Allí conviven los duelos con el reposo de imágenes procedentes de un espacio que parece ser soñado y que incluye hasta una lluvia (¡!). Allí se encuentra también una lectura política del presente pero cuya principal ofensa es el cine mismo.
¡No se dejen seducir! No admitan la explotación. ¿Qué miedo los va a conmover? Morirán como las bestias. ¡Y después no hay nada más! Bertolt Brecht Ataúdes de extraña procedencia invaden la ruta mientras un camión intenta, en vano, esquivarlos. En medio de zigzagueos, la cámara llega hasta un pueblo, dando una señal acerca de una de los tópicos centrales de Bacurau: la muerte; de una mujer, de los habitantes de este lugar pero también de un territorio periférico que comienza a desaparecer del mapa. La mujer es Carmelita, una antigua pobladora, y figura que justifica la presentación llevada a cabo por Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho acerca de un grupo de vecinos. A través de sus cánticos, despedidas y rituales, de sus pérdidas y fortalezas; estos moradores se guían por sus costumbres y una organización comunitaria que suple los servicios básicos que sus gobernantes no les aseguran.
La metáfora más cruel de Brasil Bacurau, la película de Kleber Mendonca Filho y Juliano Dornelles, es una locura salvaje y por momentos confusa en la que un pueblo despojado de casi todo se enfrenta, por un lado, a una estructura política malvada, corrupta y violenta (y a su representante, por momentos casi una caricatura) y por el otro a un grupo misterioso de hombres (y mujeres armados encabezados por el personaje interpretado por Udo Kier. El tono gore se vuelve intenso, luego crítica social y política, también western distópico y luego comedia lisérgica, de manera alternativa (no necesariamente en ese orden) volviendo a iniciar el ciclo cada vez hasta el final. Esa confusión que sacude por momentos, en la montaña rusa de emociones tanto como de géneros superpuestos es la que hace que la claridad de lo que se narra se esfume y nuble la vista a la hora de la visualización, pero sin embargo rinde a la hora de la evaluación general de la película. El mensaje sobre el cuidado del medioambiente, de mayor interés en las noticias (y en los cuidados discursivos de ocasión de las celebridades) en estos días por las situaciones acaecidas en Australia, también tiene lugar en esta creación border que no olvida impresionar a quienes estén interesados en la propuesta estilística que la cabeza creativa ofrece e interpreta. Las alegorías rituales y la mirada “alegre” de la muerte es otro de los puntos que puede considerarse valiosas en la propuesta y decisión narrativa de los directores para con Bacurau y la mirada de la sociedad y la vida que ambos desean ofrecer al público, además de la exquisita participación de la excelente actriz Sonia Braga. En suma, Bacurau es una película que permite ideas y visiones tan mágicas como sangrientas de la realidad, con una especie de mensaje en una botella que se descubrirá al final. Que al fin y al cabo es lo que vemos diariamente en la vida cotidiana, detalles más o menos.
Dirigida y escrita por Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho, Bacurau es una película distópica sobre un pueblo olvidado en Brasil que se enfrenta a la última fase de su inminente desaparición. En esta película dirigida por Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho, la historia sucede “dentro de unos años”. En ese futuro cercano, al norte de Brasil, hay un pequeño pueblo, casi olvidado, cuyos habitantes mantienen a flote entre ellos. El intendente sólo se acerca en época de elecciones pero con alimentos vencidos, medicamentos que atontan y ataúdes. Estos últimos son lo único que utilizarán cuando lo necesiten. Los problemas mayores surgirán cuando se den cuenta de que, literalmente, los borraron del mapa. Bacurau ya no existe excepto para sus habitantes que, además, acaban de sufrir la pérdida de una especie de matrona, tal vez una de las más viejas habitantes del pueblo. En esta película que tiene mucho de western (paisajes desérticos, enfrentamientos y hasta fundidos encadenados) y un poco de ciencia ficción, a los cincuenta minutos de película se le suma Udo Kier con un personaje que termina de definir la línea narrativa y que además confirma que el protagonista principal es el pueblo. Hay personajes con mayor relevancia pero pueden desaparecer de nuestra vista, durante largo tiempo, sin que eso descoloque. En esa estructura coral, por ejemplo, está Sonia Braga en un papel muy distinto a Aquarius (película anterior de Kleber Mendonça Filho), que aunque también es muy diferente funcionaba como crítica y denuncia. Braga acá es una médica que cuando se emborracha puede resultar desagradable. Hay detalles que fortalecen la historia, aun desde pequeñeces. En una escena, unos extranjeros pasan por Bacurau y la mujer pregunta: “¿Cómo se le dice a la gente que es de Bacurau?”, esperando el gentilicio adecuado como respuesta, y un niño desde su ingenuidad responde de manera inmediata: “personas”. Sin embargo, los habitantes de Bacurau son marginados. Bacurau está narrada con una crudeza necesaria para la historia que se quiere contar. Quizás, en algún momento, entre las escenas sangrientas hay alguna que descoloca por ser más exagerada y llamativa que el resto pero, en general, se consigue mantener todo el tiempo un nivel de incomodidad latente. Es que la violencia aumenta a medida que se sucede el relato y esos dos muertos que una de las protagonistas ve en un mismo día, en el comienzo, no serán más que un adelanto de lo que está por venir. El tono del film también va mutando, desde uno más realista hasta una mezcla de géneros e influencias cinéfilas.
Si buscan algo original, con un relato fuera de lo común, donde las explicaciones y justificaciones del accionar de los malos brillan por su ausencia, amigos lectores, vayan a verla. Porque el relato tiene un entramado complejo y pretencioso, como es el de imaginar un futuro bastante cercano situado en el norte brasileño. Pero no es algo maravilloso, sino todo lo contrario. Lo presentan apocalíptico, reiterando una idea vista infinidad de veces en libros, películas y series. Esta realización codirigida por Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles no escapa a esa regla básica de presentar una historia en un lugar determinado, con problemas edilicios, mal cuidados, o destruidos, un gobernador corrupto, un variopinto conjunto de vecinos y los malos, que van a alterar la vida de los habitantes locales. La historia ocurre en un pueblo perdido en el mapa, Bacurau. Tan perdido se encuentra que lo borraron de los mapas satelitales, no existe más. Aunque hasta allí se dirige un grupo de paramilitares estadounidenses, incluidas dos mujeres, que se dedican a acosar, asediar y asesinar a todas las personas que viven ahí. ¿Cuáles son los motivos?, no se sabe. Pero son despiadados. Utilizan el pueblito con un coto de caza. Esta estructura narrativa es muy similar a los recordados westerns y el espectador espera el momento en que las víctimas se defiendan, como puedan, de la pandilla de pistoleros. La película tiene un elenco coral, destacándose Domingas (Sonia Braga), una médica alcohólica y resentida. La comunidad está de luto por la muerte de una mujer de 94 años, por ella es que permanece unida esos días y, aún más, cuando están en peligro. Pese a los sucesos dramáticos, la poca música que suena actúa como un contrapeso, en vez de acentuar las escenas. En este punto ocurre una importante diferencia con los westerns, porque ellos sí utilizan la música para resaltar la épica y el heroísmo. Lo novedoso de la narración, es haber trasladado a Sudamérica una idea de esas características, pero, lo que frena el entusiasmo es el intrincado guión, con sus personajes que no terminan de definirse, porque hay muchos y cada uno actúa un poco y luego le deja el paso a otro y, por ende, al espectador no se le permite identificarse con ninguno. Además, ante la falta de una explicación sobre la motivación que tienen los parapoliciales para actuar así, deja una sensación extraña de insatisfacción luego de la visualización del film. Es por eso el atrevimiento de advertirles al comienzo de esta crónica, después no me digan que no les avisé.
Una película notable Elementos del cine social se unen al fantástico, el terror y la ciencia ficción para contar un futuro distópico en un pueblo perdido de Brasil Después de la bella Aquarius, Mendonca Filho suma elementos del cine social al fantástico, el terror y la ciencia ficción para contar un futuro distópico en un pueblo perdido de Brasil. Lo bueno de la película es que puede ser que ocurra, también, en cualquier lugar del planeta. El género cinematográfico utilizado como herramienta de universalidad en una película notable.
Bacurau está concebida como un western europeo de los 70 (y en esto la presencia de Udo Kier como el líder de los extranjeros es paradigmática), y como tal apoya sus resortes narrativos en zonas transitadas del género: los buenos y los malos propenden lúdicamente a la caricatura, las escenas violentas desbordan la verosimilitud del realismo, los personajes se definen rápidamente y todo el relato puede ser leído como una alegoría. Que esté concebida no significa que esté ejecutada a imagen y semejanza; Mendonça Filho y Juliano Dornelleses son lo suficientemente cultos en la materia para trabajar sobre apropiaciones precisas y exógenas.
«Si vienes, es en paz», reza el cartel de ingreso a Bacurau, un apartado condado ubicado en el nordeste del Pernambuco que acarrea serios inconvenientes como la escasez de agua potable, o la poca disponibilidad de alimentos y medicamentos. Al mismo tiempo, el presente de la narración nos indica que Carmelita (Lia de Itamaracá), la matriarca y principal figura política del pueblo, acaba de fallecer a sus 94 años. Estos factores que tornan adverso el contexto con el que deben lidiar los habitantes, guardan un vínculo directo con la confrontación con la política nacional -representada en el personaje del candidato a alcalde conocido como Tony Jr (Thardelly Lima)-. Los residentes mantienen una relación de discrepancia y hostil con el dirigente. No solo lo acusan de ser el responsable de la falta de agua, sino que además manifiestan hartazgo frente a su falso y repelente asistencialismo -basado, entre otras cosas, en la entrega de comida y remedios vencidos-. La situación se vuelve aun más compleja a partir del avistamiento de algunos drones de espionaje en las áreas circundantes a Bacurau, y de la llegada de una extraña pareja de motoqueros al poblado -quienes, como sabremos a la brevedad, trabajan para un grupo de sicarios estadounidenses comandados por un ex militar conocido como Michael (Udo Kier)-.
La nueva película de Kleber Mendonça Filho, codirigida junto a Juliano Dornaelles, no solo confirma a uno de los cineastas más singulares del cine contemporáneo, sino que pone de relieve una certeza del cine brasileño: ninguna coyuntura política o social detendrá el compromiso de sus cineastas de interpretar y establecer un vínculo directo o, como en este caso, alegórico del propio presente de su país. Siempre ha sido así y en la actualidad, aunque existan varios referentes como Adirley Queirós, Affonso Uchoa, Juliana Antunes o André Novais Olivera, el director de Sonidos vecinos (2012) es el principal exponente del cine de su país y uno de los críticos más acérrimos de Bolsonaro, o en su momento, Michel Temer. - Publicidad - Aunque Aquarius, la obra previa de estos directores, había logrado reunir el beneplácito de la crítica y de los espectadores, con Bacurau se lanzan a un propuesta mucho más compleja, arriesgada, exótica y desenfadada: un western cangaceiro, no exento de fantasía y sucesos paranormales, con altas dosis de acción e intriga, reminiscencias al gran Glauber Rocha para apropiarse de un género y reformularlo con sus propias palabras, y un culto a la resistencia organizada de un pueblo contra enemigos foráneos, lo que en su propio contexto la vuelve deliberadamente política. Bacurau es un pueblo remoto y pequeño del sertao brasileño. Tras la muerte de la matriarca local, cuyo funeral moviliza a toda la gente y en donde se ofrece una descripción precisa de sus referentes principales, comienzan a desencadenarse una serie de eventos extraños. Hechos sutiles como la desaparición de su nombre en los mapas o la pérdida de señal en sus teléfonos móviles, se siguen de ataques deliberados como unos tiros al camión que lleva el tanque de agua al pueblo o la masacre a una familia que vivía en un rancho en las afueras. Lejos de construir un relato basado en el misterio que podría causar el desconocimiento de los perpetradores de estos hechos, no se tardará mucho en poner en escena a estos sujetos. La búsqueda de la película, entonces, pasa por otros afluentes: esbozar la planificación y ejecución de una contrarespuesta por parte de los lugareños hacia los bandidos. Lo que un principio se exhibe como un drama rural, poco a poco parece mudarse a un thriller con ribetes de ciencia ficción para finalmente volverse un western o película de venganza. En no hay tanto espacio para las sutilezas, sus directores optan por la desmesura, como si se tratase de un agite panfletario, dentro de su código ficcional y alegórico. En este cóctel de elementos dispersos y de un protagonismo coral de los pobladores también hay lugar para la cínica figura de un funcionario local, que es rechazado por sus coetáneos, drogas con efectos desconocidos, probablemente psicotrópicas, un grupo de marginales o guerrilleros que están guarecidos en un dique cerca de Bacurau, la presencia constante de la tecnología o incluso llega a coquetear con el terror, producido por la incertidumbre de la oscuridad, durante una escena protagonizada por niños. Por supuesto, la película apunta a un enfrentamiento final, cuyo ritmo y suspenso lo vuelven magistral, así como también los espacios simbólicos en donde tiene lugar. La sangre que quedó en las paredes no se limpiará para que quede como huella de resistencia. Ambientada en un futuro incierto, que bien podría ser muy pronto en el tiempo, Bacurau fue filmada previamente a la asunción de Bolsonaro, mucho antes de que exista la oportunidad concreta de que sea presidente. Destacan en su elenco Sonia Braga, que había desplegado toda su magia en Aquarius , y el alemán Udo Kier.
Ensalada de géneros a la brasileña Dejemos volar la imaginación y no encasillemos. A veces hay películas que nos piden eso. Éste es el caso de “Bacurau”, la película de Kleber Mendonça Filho, quien ya había sorprendido con cintas como “Sonidos vecinos” y “Aquarius”, junto a su colaborador Juliano Dornelles. Mezcla de thriller, western y con algunos toques de ciencia ficción y cine clase B, la película nos sitúa en un futuro cercano y se centra en Bacurau, un pequeño pueblo brasileño cerca de Pernambuco donde sus habitantes comienzan a notar acontecimientos extraños tras la muerte de la matriarca del lugar. Los directores buscan llevar un mensaje político potente y crudo, no sólo por los abusos de los gobernantes, que sólo se preocupan por la gente cuando tienen que hacer campaña, si no también por el respeto a las poblaciones originarias, el anti-colonialismo y la importancia de la educación. En un pueblo como Bacurau -al que parecen querer borrar del mapa- la muerte planea desde el inicio del film en todo momento, y son los lugares como la escuela y el museo donde las personas encuentran refugio, de manera literal. Aunque la película es irregular en su ritmo, entretiene y sorprende. Avanza poco a poco y pasa de un género a otro fluidamente. No es una propuesta para todos los paladares pero es una buena película para descubrir, en especial para aquellos que buscan algo diferente. Puntuación: 7/10 Federico Perez Vecchio
El director de Aquarius, Kleber Mendonça Filho, dirige junto a Juliano Dornelles esta muy extraña película. Que arranca como un relato folclórico-antropológico, en torno de los funerales de la abuela Carmelita en el minúsculo pueblo de Bacurau. Querida por muchos, acusada de bruja por la médica del pueblo (Sonia Braga). Pero lo que parece una comedia de costumbres pintoresca, con ecos de Jorge Amado, toma un desvío inesperado, con la llegada de unos americanos comandados por un alemán en la piel de Udo Kier, todo un símbolo de cierto tipo de cine. Van armados hasta los dientes, observan todo a través de un dron con forma de platillo volador. Y matan. Ni la gente de Bacurau ni el espectador tiene tiempo de entender por qué, ni quiénes son, ni de qué se trata. Lo único que parece claro, después de unos cuantos cadáveres, es que la violencia se desata y no hay quien la pare. Con sus personajes acechándose entre caminos polvorientos, y el pueblo que parece siempre en la hora de la siesta, Bacurau es un western pernambucano que crece en sus resonancias políticas. Y mientras el pueblo debe unirse, salvando sus diferencias internas, frente al enemigo externo, va quedando cada vez más claro que la sangría es gratuita. Que Bacurau, un lugar borrado literalmente del mapa, donde no hay conexión y no habrá luz, es coto de caza para un grupo de pistoleros. Hombres y mujeres ansiosos porque empiece el videojuego sangriento hecho con personas de carne y hueso, de la edad que sea. Jugando también los directores, con los géneros, incluido el baño de sangre y el generoso gore. Para una película tan desconcertante e inclasificable como estimulante y llena de sorpresas.
Un pueblo perdido en el nordeste brasileño, en la zona de Pernambuco, está aislado de todo. Sin agua potable, tampoco alimentos y encima tiene que soportar que a veces venga un candidato político a asegurarles que pronto llegarán las soluciones, cuando todos saben que es otra mentira más. Kleber Mendonça Filho, el mismo director de la brillante “Aquarius”, vuelve ahora en compañía de Juliano Dornelles para hacer un retrato distópico de un Brasil futurista, con cierto aroma apocalíptico, donde los villanos están muy estigmatizados y los nativos se retratan con traje de héroes. Quizá ese trazo grueso es el único pifie del realizador, que así como en “Aquarius” la tuvo a Sonia Braga como nave insignia, aquí volvió a convocar a la actriz de “Doña Flor y sus dos maridos” y no falló. Ella es una médica, que está en pareja con una mujer, y es una referente del pueblo y de la resistencia, por eso no le temblará el pulso para hacerle frente a un temible líder filonazi (sólido rol de Udo Kier). La película muestra a un pueblo que perdió las esperanzas y también las reglas, donde la vida vale poco, el sexo vale mucho y la muerte está a la vuelta de la esquina. Los directores aseguran que no quisieron hacer alusión a la política represiva de Jair Bolsonaro, porque el filme fue pensado mucho antes, pero es imposible evitar la metáfora hacia la realidad actual de Brasil. En la última parte del filme hay un giro hacia el género gore, con cabezas explotadas y arrancadas del cuerpo, y antes se verá un cierto aire al Cinema Novo y a la estética de John Carpenter. Es una historia futurista, pero no tan lejana.
El tercer largometraje ficcional del cineasta pernambucano Kleber Mendonça Filho (Sonidos vecinos, Aquarius), en este caso en codirección con Juliano Dornelles, transcurre en una ciudad imaginaria y en un futuro muy próximo (algo así como la serie Max Headroom que transcurría “20 minutos en el futuro”). La cinta comienza con la llegada de la joven Teresa a Bacurau. Ella realiza el largo viaje para asistir al velorio de su abuela, un personaje muy querido por su pueblo, pero también para acercar medicinas y otras provisiones que el perverso jefe de gobierno local no deja ingresar. A favor del filme podría decirse que resulta muy interesante la participación de las mujeres en la defensa de la ciudad. Desde la ya mencionada Teresa hasta Domingas, el complejo personaje interpretado por Sônia Braga, pasando por otros personajes con roles menos destacados pero igualmente determinantes. Resultan igualmente atractivos la construcción del personaje de Lunga, un forajido de la justicia que regresa a su ciudad para dirigir la resistencia, y la manera en la que Mendonça presenta la problemática. Del otro lado de la balanza hay que señalar que la cosmovisión completamente binaria del mundo (bien divididos entre el pueblo y los malvados angloparlantes aliados al caricaturesco líder del gobierno) afecta al resultado final. Los únicos personajes que expresan algún nivel de contradicción son Domingas, posiblemente la más compleja y lograda, y los delincuentes Lunga y Pacote. El cineasta aprovecha la estentórea profundidad del sertão y la localización temporal de su relato para embeber al filme con elementos del western y del cine de género fantástico. Seguramente la principal virtud de Kleber Mendonça Filho sea cierto talento para narrar. Al igual que sus filmes anteriores, Bacurau fluye armoniosamente y atrapa al espectador cómplice desde el comienzo hasta el último frame. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
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La acción se desarrolla en un pequeño pueblo, llamado por los habitantes Bacurau (imaginario del norte de Brasil), y que se encuentra aislado del mundo, ni figura en los mapas, viven sin agua potable, no tienen ninguna ayuda del estado, están olvidados en el medio de la nada y sobreviven por sus propios medios. Todo comienza cuando llega a su pueblo natal Teresa (Bárbara Colen, “Aquarius”) con una heladera portátil llena de vacunas y medicamentos que son repartidos en el lugar, justo la matriarca de 94 años que es su abuela Carmelita (Lia de Itamaracá), acaba de morir y los pobladores la despiden entre ritos y ceremonias. Los pobladores viven en un total desamparo y todo lo que sucede en el pueblo es invisible ante la mirada de los poderosos. Los habitantes de Bacurau comienzan a alarmarse cuando son perseguidos por un grupo de cazadores armados que hacen destrozos en el lugar, balean el camión que les trae agua y todo se transforma en una verdadera guerra por la supervivencia. Se complementa mostrando a un candidato político Tony Junior (Thardelly Lima), un ser despreciable que en plena campaña de reelección vuelca en el suelo a través de un camión varios libros usados, también dona medicamentos, ataúdes y comida vencida. Por otra parte cerró la represa, por lo tanto no les llega agua. Cuenta con las excelentes actuaciones de Sonia Braga («Extraordinario», «Aquarius») y Udo Kier (“La fiera y la fiesta”) y entre los actores secundarios se destacan: Thomas Aquino y Silvero Pereira, entre otros. La cinta tiene toques de western, terror, gore y ciencia ficción. A medida que transcurre la trama va generando buenos climas, tensión, dramatismo, con momentos muy violentos, mostrando las diferencias sociales, la resistencia, la defensa al colonialismo y todo se va transformando en un film de denuncia. Además cuenta con la extraordinaria fotografía de Pedro Sotero («Rojo», «Aquarius») y una estupenda dirección de arte.
Mezcla de película de ciencia ficción y western, este thriller del director brasileño de «Aquarius» se centra en un pequeño y perdido pueblo de Pernambuco en el que empiezan a suceder cosas extrañas. Una potente película que combina género y política en partes iguales e igualmente efectivas. El pueblo de Bacurau ni aparece en los mapas. Está perdido, en las profundidades de Pernambuco, y tiene apenas unos pocos habitantes. De todos modos, problemas no le faltan. No hay agua potable y las peleas con el gobernador del estado son más que evidentes, especialmente ahora que el hombre se candidatea para la reelección y quiere, de algún modo, “compensar” por sus desastres previos en la función. Pero hay otros problemas en Bacurau, como la muerte de Carmelita, quien es una suerte de matrona del pueblo, con muchos familiares que la aman pero algunos vecinos –especialmente una doctora que encarna Sonia Braga– que le tiene un odio jurado de por vida. Cuando todo parece indicar que vamos a ver algún drama con conflictos familiares/políticos en un pequeño pueblo del nordeste brasileño, las cosas cambian radicalmente. Algunos indicios se advierten de entrada, cuando vemos feretros vacíos al costado de la ruta y otras cosas extrañas que suceden como al pasar. Pero pronto advertiremos que las cosas son aún más raras de lo que parecen y que involucran algún tipo de suceso sobrenatural que puede estar sucediendo en Bacurau. ¿Hay alguna presencia extraterrestre? ¿Son puras casualidades, producto del consumo de ciertos estupefacientes que parecen ser populares allí? ¿Quién está matando a la “buena” gente del lugar? Estos elementos convierten a BACURAU en una película muy distinta, formalmente, a las anteriores del director de AQUARIUS. Es una especie de western futurista de clase B que bebe claramente del cine de John Carpenter y, en especial, de películas como THEY LIVE en la que lo fantástico, el clima y las peleas de western y el contexto político parecen ir de la mano. Revelar más sería adentrarse en los secretos de esta muy buena película brasileña. De todos modos, cabe aclarar que Mendonca Filho toma una decisión algo radical –aunque muchas veces usada y un clásico en el cine de Hitchcock– que es revelar bastante tempranamente a qué se deben los hechos misteriosos que suceden. Son los habitantes de Bacurau los que no lo saben y a partir de esa tensión –además de saber uno con más especificidad los motivos y las consecuencias de lo que está pasando– es que avanza BACURAU, jugando en los límites de varios géneros y con una mirada que combina ideas del cine latinoamericano político con el western norteamericano, especialmente los films cuyo eje pasa por seguir a los personajes de un pueblo dividido que tiene que unirse para resistir a una extraña y posible invasión. La lectura política del film es más que clara y si bien su origen precede la llegada del presidente Jair Bolsonaro al poder (se escribió y filmó antes de su ascenso), el director de O SOM AO REDOR ya era casi un enemigo público de la derecha política brasileña tras denunciar en la red carpet de Cannes que, cuando Michel Temer tomó el poder de manos de Dilma Rousseff, lo que se estaba produciendo en Brasil era un literal golpe de Estado. No se lo perdonaron y siguen sin perdonárselo (hoy le hacen literalmente la vida imposible en muchos aspectos) y seguramente esta historia no acabará aquí tras el pase de la película en Cannes. Pero Kleber combate, tanto desde lo personal (es interesante seguir su batalla pública por redes sociales) y especialmente en películas como BACURAU, donde deja en claro que –más allá de los misterios y el juego con la ciencia ficción– los verdaderos problemas de Brasil vienen por el lado de los abusos de la política y de los corruptos a cargo. Un western de izquierda, diríamos para simplificar. O un film de suspenso y ciencia ficción sobre una realidad tan presente como abrumadora. Carpenter debería estar orgulloso.
Interesante exponente del weird western que plantea un relato desolador sobre la matanza de los pueblos originarios. Simula proyectar un escenario distópico con aires a Jodorowsky y Kusturica pero es más realista de lo que imaginamos.
Se trata de la única cinta latinoamericana de la competencia 2019 del Festival de Cannes. “Bacurau” es la historia ficticia que pone de relieve las tensiones de regiones existentes en un país inmenso, graficando el sentimiento de resistencia que suele ocurrir entre sectores sociales escindidos. Aspecto que nos lleva a pensar en aquella gloriosa época del cine brasileño, como fuera el Cinema Novo. Corriente surgida de la búsqueda de un lenguaje cinematográfico propio, capaz de reflejar los fuertes problemas sociales y humanos que el país sufría. En la búsqueda por afirmar un cine verdaderamente nacional y popular se criticaba la representación que se hacía del pueblo en los films de la histórica productora Vera Cruz. En el Cinema Novo la realidad surgía de la crítica, bajo la forma de alegorías. Este es el tema esencial que rescata un film como “Bacurau”, dirigido por Kleber Mendonca Filho (el mismo de la magnífica “Acuarius”) y protagonizada por la inmensa Sonia Braga. En un futuro cercano, los habitantes se dan cuenta de que el pueblo está siendo borrado del mapa y empiezan a llegar desconocidos a la región. Pronto, los drones sobrevuelan el paraje. Es el anuncio de que algo siniestro está por ocurrir. Esta alegoría traza un tema clave que atravesó durante décadas la formación social del país: las posiciones de poder creadas artificialmente. Y nos habla de dicotomías: El noreste, aislado del resto del país, versus el sudeste, que ostenta una posición de poder. Lo cual nos lleva, nuevamente, hacia aquel prodigioso Cinema Novo. Estas historias suelen referirse de alguna manera a la situación general del país. De esta manera, en la primera etapa del movimiento, el nordeste es tomado como un espacio al que se trasladan problemáticas generales del país. Films como “Vidas Secas”, de Nelson Pereira Do Santos, mostraban una visión desmoralizante y pesimista del pueblo, un pretendido cosmopolitismo, que graficaba el desprecio por la realidad en la que se vivía; se trataba de un cine simpático a la política imperialista. Por aquel entonces existía un distanciamiento entre pueblo y cultura al momento de pensar la construcción de un cine nacional. Y Glauber Rocha (autor del manifiesto “La Estética del Hambre”) decía que durante muchos años el cine brasilero vivió en una condición de marginalismo intelectual, en el sentido de ser un cine desvinculado de la cultura brasilera. Culturalmente, esa división nos habla de cierta idiosincrasia que distingue formas de comportarse y hablar, también de la imposición del poder económico. “Bacurau” nos retrata el país donde el habitante de una sociedad, que valorizó su propia historia y cultura, tienen esa visión ensimismada (un mundo interior aislado de toda conexión con el afuera) que lucha por sobrevivir, al tiempo que visibiliza la resistencia. Este potente drama político nos lleva a trazar un paralelismo con el cine social que visibilizara, durante comienzos del nuevo milenio, films como “Ciudad de Dios” o “Carandirú”. En épocas de grandes cambios y revoluciones el Cinema Novo fue la piedra angular de un movimiento estético, social y político que cambiaría el rumbo cinematográfico de su país, quien por entonces se disputaba el trono de potencia latinoamericana junto a México y Argentina. La identificación hasta el punto de la estigmatización, generó una imagen de Brasil proyectada al mundo y fuertemente anclada en la miseria y la violencia. El cine, como manifestación popular de referencia, no podía obviar ser el canal de estas preocupaciones y reflejar la gravedad de estos problemas.“Bacurau” rescata estos valores, sintetizándolos en la coyuntura socio-política actual. Si por décadas la imagen de Brasil fue el colorido samba y el fútbol del jogo bonito y el carnaval, este subgénero de films amenaza con convertir a la pobreza en un factor exótico para la mirada extranjera. Producciones incluidas dntro de la llamada “cosmética del hambre” (la estética de la miseria), las ganancias que éstos producen atraen el interés del público, conformando un singular entramado social que concibe el acontecimiento industrial para generar conciencia exhibiendo el resquebrajado tejido social del país carioca.
Kleber Mendonça Filho, que venía de sorprender a la crítica con sus dos trabajos anteriores, «Sonidos Vecinos» (2012) y «Aquarius» (2016), esta vez une fuerzas con Juliano Donelles para traernos «Bacurau», un peculiar e interesante film que busca reflejar la demagogia reinante en la política brasilera (o incluso Latinoamericana) y la desigualdad social presente en la región. El resultado es más que logrado y no sorprende que haya obtenido el premio del jurado en el pasado Festival de Cannes. El largometraje nos cuenta la historia del pequeño poblado del título que en un futuro cercano (no se nos da ninguna referencia del año, pero por la tecnología se supone que no estamos muy adelante en el tiempo) pierde a su figura matriarcal, llamada Carmelita. Mientras que los lugareños lloran su pérdida, en los días siguientes comienzan a darse cuenta de que el pueblo desaparece de los mapas locales, que el camión cisterna que les traía agua es vandalizado, que un par de extraños drones sobrevuelan la zona y que una familia es asesinada en su hogar. Al mismo tiempo, Tony Junior (Thardelly Lima), el alcalde de Serra Verde, la zona a la que pertenece Bacurau, llega al pueblo para hacer campaña y buscar la reelección. Esta figura corrupta e inescrupulosa fue la que anteriormente construyó una represa que dejó al vecindario sin agua, razón por la cual el camión cisterna tiene que hacer 6 km todos los días para transportarla. Tony llega con un camión repleto de libros usados que descarga en el suelo (como una alusión directa al desprecio de la cultura) en modo de donación, así como también varios alimentos y bebidas para la gente, con el agregado de unos medicamentos que según Domingas (Sonia Braga), la única doctora de la zona, es un peligroso fármaco que aletarga a las personas y no las deja pensar con claridad (¿alguien dijo controlar a las masas?). Al poco tiempo de irse, llegan unos extraños forasteros que parecen tener malas intenciones, pero lo que no saben es que el pueblo de Bacurau está listo para pelear. La obra de Kleber Mendonça Filho se presenta como una mezcla atractiva de géneros con elementos de la ciencia ficción, del western e incluso algunos toques del terror o el cine de explotación. Un film que apela tanto a la reflexión como al entretenimiento y que pone bajo la lupa a las promesas vacías de la política latinoamericana. Esa mixtura entre género y denuncia es uno de los aspectos más logrados del guion escrito por los mismos directores. Incluso también está muy bien trabajado la edificación del suspenso en torno a qué es lo que está pasando en el pueblo para ir avanzando hacia un clásico enfrentamiento final de proporciones épicas. Quizás, uno de los problemas del film es que busca seguir a un enorme grupo de personajes y por momentos no logra hacernos conectar con todos o incluso comprender sus trasfondos y/o motivaciones. No obstante, con el correr del relato esa cuestión comienza a superarse al agruparlos como un todo frente a la amenaza externa. «Bacurau» es un relato novedoso dentro de la cinematografía brasilera y probablemente latinoamericana en general, que se nutre de un cúmulo de buenas ideas, de un compromiso total de sus intérpretes y de un trabajo de guion sólido que compensa algún que otro desajuste o confusión momentánea. Un film relevante que se aleja un poco de los films anteriores de Kleber Mendonça Filho pero que nos deja con ganas de seguir viendo más películas de este director.
La película Bacurau está dirigida y escrita por el dueto compuesto por Klener Mendonça Filho (Aquarius) y Juliano Dornelles (director de arte de dos películas de Mendonça Filho). El título del filme en cuestión, refiere al lugar en donde transcurre la acción, el cual es un pueblo de Brasil, que se encuentra prácticamente en estado de abandono. De esos paisajes desérticos en cuyo camino hasta llegar allí, a través de una escuela abandonada, entenderemos que es el microcosmos de "los olvidados". En el primer tercio del relato se presenta el lugar, comenzando con la muerte de una de las matriarcas del pueblo, Carmelita, a quien sucede la doctora del lugar Domingas (interpretada por la siempre convincente Sonia Braga). Sus habitantes carecen de toda clase de recursos básicos, especialmente del agua a causa de la corrupción política, y son víctimas de la descomunicacion y ausencia de la región en el mapa, como metáfora de la crueldad del sistema capitalista y la globalización. Con un demagogo político que solo aparece allí haciendo promesas en épocas electorales pero que ha sacado ventaja de la gente humilde. En el segundo tercio de BACURAU da un giro que posee elementos de los géneros del western y de la ciencia ficción. Allí aparece un dron con forma de ovni y un grupo de cazadores humanos compuesto por extranjeros imperialistas, que sólo quieren divertirse a costa de las vidas tercer mundistas, que para ellos no tienen valor. ¿Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia? Aunque aquí no entendamos al comienzo hacia dónde va la narración, les aseguro que en el desenlace, en el tercer acto todo tendrá sentido y la aumenta la potencia alegórica de la tesis social. Mientras que en el acto segundo nos incomodaba, ahora nos invita a la reflexión mediante la poderosa revolución silenciosa.
El premiado director brasilero Kleber Mendonca Filho (“Aquarius”), pieza clave del Nuevo cine brasilero, unió fuerzas con Juliano Dornelles para crear “Bacurau”, una rareza total dentro de Latinoamérica. Por estos lares, no son muchos los directores que se meten a jugar en el terreno de lo fantástico, sobre todo por una cuestión presupuestaria, pero también por una escasa tradición y formación dentro del género. Entonces, en ese sentido, lo de “Bacurau” es milagroso y valiente. El film se sitúa en un futuro cercano (sin anclaje temporal concreto), en Bacurau, un pueblo ficticio de Brasil. Los lugareños lloran la muerte de Carmelita, una sabia mujer de 94 años. A partir de acá, los habitantes comienzan a percatarse de que Bacurau está desapareciendo del mapa, y que hay unas cámaras que sobrevuelan el cielo de este pueblo. “Bacurau” abre con un plano del planeta Tierra y un satélite, clara línea que va a trabajar el film: el ser vigilados constantemente por agentes externos. La cámara se acerca a la Tierra y se localiza en Bacurau, donde transcurre la acción. Hay un aura de muerte alrededor del pueblo y para peor, no hay ninguna desmarca tranquilizadora que nos contextualice en un lugar muy distinto al de cualquier pueblo latinoamericano de hoy en día. Los habitantes de Bacurau sufren hambruna, no tienen acceso al agua y son acechados por un político (similar hoy en día a Jair Bolsonaro) que viene con un camión de provisiones y libros (que tira al suelo), con tal de obtener un par de votos en las próximas elecciones. Se lleva a las mujeres de Bacurau como modo de pago sexual. Para peor, posee el apoyo económico de Estados Unidos. Pero eso es solo una capa de las tantas que “Bacurau” ofrece. La extrañeza se va adueñando del relato ya en los primeros minutos, cuando el camión va arrollando una multitud de féretros. ¿Por qué tantos? Ese es el primer indicio de lo que luego terminara siendo un festival de muertes y sangre, porque “Bacurau” no escatima en nada. La aparente tranquilidad de la trama se empieza a quebrar con la aparición de dos motoqueros, y el ingreso del gran Udo Kier fortalecerá la apuesta fantástica de la cinta. El filme es, por un lado, un spaghetti western, “Mad Max”, una película que podría dirigir John Carpenter, y más aún, el regreso a la tradición del Cinema Novo de Glauber Rocha, con esa especie de realismo mágico, segmentos musicales, y toda una mixtura parecida a la de otro exponente extraordinario como “As Boas Maneiras” (2017). Hay un camino fascinante que está tomando el cine brasilero, y como todo riesgo, a veces puede no funcionar de forma sólida, pero lo que triunfa es la valentía. En “Bacurau” existe un problema relacionado al punto de vista. No hay un personaje en el que la trama ponga todo su peso. Los protagonistas son los habitantes del pueblo, y eso está bien, porque la fauna de lugareños es fascinante, pero nos dificulta establecer una identificación, un lazo que haga que nos preocupemos por ellos. Ese es un típico problema que deben afrontar las cintas que apuestan por la pluralidad de puntos de vista. También el manejo de información es extraño, sabemos todo lo que ocurre, tenemos información que ninguno de los lugareños tiene, y allí el punto de vista corre con gran parte de la responsabilidad, porque vuelve a desplazarse, pero ahora del lado de los “villanos” del film. “Bacurau” nunca tiene muy en claro de qué lado posicionarse, o, mejor dicho, sabe perfectamente donde hacerlo, pero se preocupa porque todo quede lo suficientemente claro. Con aciertos y errores, es una pieza interesante. Esperemos que el cine brasilero funcione como disparador para el resto de Latinoamérica. Se pueden hacer cosas relevantes si apostamos por el fantástico