Lo admito, vi Ghosts y Triángulo, y a pesar de las benevolentes reseñas internacionales, ninguna me convenció. De hecho, la nueva escuela de cine alemán no me termina por enamorar. No critico que tienen un modo de narrar peculiar, una estética más transparente de lo usual y personajes creíbles, con grandes actuaciones, pero hay algo frío que me genera rechazo y depresión...
Dura y a la vez conmovedora historia sobre el "telón de acero" que, con una actuación protagónica con mucha fuerza, con una narración pausada, que se toma su tiempo para desarrollarse, que presenta una profundidad muy interesante sobre la psicología de las personas, y con historias secundarias que complementan a la perfección el conflicto, se convierte en una intensa representación de los problemas personales y sociales de la época.
Aunque el ambiente que construye dentro del clima vivido en la Alemania de la Guerra Fría (más particularmente dentro de Alemania Oriental) parece remitir directamente al logrado por otro gran film alemán como fue "La vida de los Otros", en el nuevo trabajo de Christian Petzold, "Bárbara" esta temática es abordada desde un plano más íntimo y personal. Todo ese clima de tensión de la época, se filtra de acuerdo a la mirada y las vivencias de su protagonista, casi excluyente dentro del relato. Y ya desde el título "Bárbara" centraliza toda su narración en el papel encarnado por Nina Hoss, de la que iremos tomando algunos datos a medida que avance el relato, de forma tal de ir completando un complejo rompecabezas en tanto y en cuanto vayan surgiendo elementos en la trama, que nos den la posibilidad de ir reconstruyendo su pasado mientras somos testigos activos de lo que pasa en su presente. Corre el Verano del '78 y de Bárbara, sabemos que es médica y que en algún momento ha estado presa en Berlín Occidental. También sabemos por su trabajo actual, que una vez que ha salido de prisión ha sido enviada a un hospital de un pueblo pequeño y distante de la parte Oriental. Petzold -quien pertenece al movimiento cinematográfico de la Escuela de Berlín, comparabale desde alún punto a la nouvelle vague francesa- muestra a través de diversos elementos en el laboratorio y en el hospital, de la vida de los médicos y del equipamiento casi obsoleto, el sistema imperante en la Alemania del Este. Barbara comenzará a entablar una relación con el médico y jefe de la clínica, André (Ronald Zehfeld) quien en alguna de sus charlas termina por confesarle el motivo por el cual él también está cumpliendo sus funciones en ese mismo hospital. Lo interesante de los dos planos narrativos que plantea "Bárbara" es la tensión y el alerta permanente en la que ella tiene que vivir, lidiando con su presente y en cierto modo, atrapada todavía en su pasado, con todo lo que esto significa en el contexto político e histórico en el que se encuentra planteada la historia. Barbara tiene sus movimientos casi calculados, se encuentra fuertemente controlada y deberá resistir inspecciones periódicas de rutina practicadas por la policía secreta, completamente vejatorias -tanto de la forma en que revisan su departamento como en que la revisan a ella misma- y esto tampoco Petzold lo pinta sin ningún tipo de subrayado, sino simplemente dejando correr la cámara con total naturalidad. Todo el panorama se va reconstituyendo a partir de pequeñas pinceladas, situaciones que van indicando como es el universo en donde la protagonista debe moverse y Petzold elige una manera de narrar dejando solamente algunas señales, alguna marcas en las acciones que Bárbara va desarrollando. De esta forma, nunca contamos con absolutamente toda la información y progresivamente, podemos ir teniendo datos de la doble vida que ella lleva. Mientras se desarrolla la historia central, dos subtramas a partir de situaciones vividas por pacientes que ingresan al hospital van creando lazos entre Barbara y André y se constituyen en otras herramientas de las que se vale el director para presentar elementos del escenario político de ese momento. Logran además, agregar misterio y tensión al relato y mostrar la postura de nuestra heroína ante determinadas situaciones que aparecen en su vida profesional. Así se presentan los casos de Stella (Jasna Fritzi Bauer), una jóven embarazada en campos de prisioneros que es perseguida por la policía y Mario, un jóven suicida. Pero el eje de la historia es la posibilidad que aparece junto con André de darle a su vida una nueva dirección. Sin embargo, hay algo en Barbara que no la permite sentirse tranquila, el mismo clima de duda y de exposición que pretende mostrar el director sobre la vida de Alemania en aquel momento. Nina Hoss es una presencia casi omnipresente en pantalla, una elección perfecta para un rol protagónico complejo, pliegues que logra transmitir a través de sus miradas, sus gestos contenidos, sus expresiones de alarma constante y algunos pequeños momentos en donde ella puede sentirse relajada, liberada (prácticamente relegados a los encuentros furtivos con su amante). Sus trabajos anteriores con el director hacen que Petzold conozca claramente las posibilidades para hacer brillar a estar gran actriz y ambos explotan al máxima cada una de esas posibilidades. "Barbara" redituó a Petzold el Oso de Plata al Mejor Director en el Berlinale de ese año, y también fue seleccionada para representar a Alemania en los Premios Oscar a Mejor Película en Lengua Extranjera. Un film que retrata toda una época a través de los ojos de su protagonista y que siendo filmado en la actualidad remite a una tierra dividida aún cuando en general, se piensa que en la Alemania de hoy las divisiones ya se han esfumado. Tal como ha dicho el director en una entrevista, esa división no está aún en el pasado y sobre el particular declara "Dicen que si no tenemos una sóla identidad, estamos como esquizoides" y agrega "Pero pienso que cuando te sentís esquizoide es un buen momento para el arte". Y quizás así se resuma todo.
Delicado drama del cine alemán Bárbara nos sitúa a finales de los ´70, en Alemania Oriental. Allí transcurre la historia de la protagonista en cuestión, encarnada minuciosamente por Nina Hoss, en el papel de una doctora que estuvo presa en Berlín Occidental y, en la actualidad del film, tras su libertad, es removida a un hospital de un pequeño pueblo. Christian Petzold, responsable de esta fina película de andar sumamente manso y pausado, nos sumerge de una forma tan natural como poco ofensiva en la realidad de la época, a la vez que deja volar y potenciar a esta gran actriz que se muestra en su papel como una mujer fría, retraída y fuerte a la vez. El director sabe cómo enseñarnos hechos duros sin ahondar o rozar siquiera los más mínimos excesos, y esto lo logra con eficientes cortes de escenas y planos inteligentemente utilizados. Incluso perezosa y de a ratos soporífera por su falta de dinámica, la cinta provoca una suerte de concentración meticulosa en el espectador, teniendo que ver probablemente esto con la calidad técnica y visual de la proyección. De trasfondo una historia de amor que parece ir construyéndose lentamente a base de miradas y de una particular química entre los personajes principales, que si bien no emociona genera algún tipo de movilización o sensación de inquietud en el público. Difícil de puntuar, Bárbara resulta aceptable especialmente para todo aquel que tenga una buena paciencia para un género al cual suele faltarle ritmo en todo momento. LO MEJOR: la actuación sobria de Nina Hoss. La calidad del film y la forma de narrar los hechos. LO PEOR: no parece cambiar de marcha nunca. Da la sensación de que le falta algo para enlazar un poco más al espectador. PUNTAJE: 6
Los amores de una rubia Petzold interroga el pasado comunista de Alemania sin caer en los lugares comunes, el academicismo y los golpes bajos habituales en las producciones del Oeste. Lejos de los relatos de sacrificios rutilantes, el cineasta explora los límites invisibles de la política abordando el tema de la separación entre Alemania oriental y occidental con una delicadeza y un pudor poco comunes. El clima de desconfianza generalizada despeja cualquier duda sobre un elogio nostálgico del comunismo, pero la puesta en escena asume su derecho de mostrar aspectos positivos utilizando colores vivos que valorizan los paisajes y los rostros de los personajes. La principal virtud de la película es el notable equilibrio entre las dos fuerzas que la atraviesan: el amor y la política. La acción se desarrolla durante los ochenta en la República Democrática Alemana. Bárbara es una enfermera taciturna que desembarca en una pequeña ciudad y choca rápidamente con la mayoría de los habitantes que sospechan del aura de misterio que rodea su repentina llegada. La protagonista, encarnada por la belleza hierática de Nina Hoss, tiene un amante en el Oeste con el cual está organizando su propio paso hacia la “libertad”. Pero pronto el jefe médico del hospital manifiesta señales de interés por la bella y oscura enfermera, una simpatía que toma otra dimensión a medida que la amabilidad se vuelve sospechosa. La película revela progresivamente lo que Bárbara disimula detrás de su aparente aplicación al trabajo, con una sucesión de escenas, al principio misteriosas, que tornan comprensibles las vacilaciones de la protagonista y su percepción de un mundo mucho más complejo del que declaman los ideólogos. Petzold instala la atmósfera de sospecha que regula las relaciones sociales con un sentido de la economía notable, un uso deliberado de la repetición y una reconstrucción de época a la vez meticulosa y despojada. El clima cotidiano es más inquietante porque el cineasta no borra las bellezas que lo rodean, el encanto bucólico, la gama cálida y otoñal de la naturaleza. La película encuentra su forma justa en la inteligente relación entre el decorado y la trama, entre los personajes y el contexto social, y en la notable capacidad del cineasta para entender la historia contemporánea alemana a través de la dimensión política del espacio. Bárbara marca una ruptura en la filmografía de Petzold. El relato no se desarrolla en el presente y la puesta en escena utiliza por primera vez el plano y contra plano; un cambio pertinente para mostrar lo que pasa entre los personajes desde la mirada de cada uno. La orfebrería del trabajo sonoro envuelve a la película con el clima de paranoia signo de aquellos tiempos. En cada susurro, en cada silencio, en cada interferencia al soplo impasible del viento, parece tronar un peligro. La imagen está parasitada por el sonido y el retrato de mujer sacudido por cortocircuitos incesantes y por la irrupción de intrigas concurrentes. Un motivo trágico se dibuja entre la tentación de la fuga y la responsabilidad moral de la resistencia, entre la escapatoria individual y el nacimiento de un amor. La protagonista se encuentra ante un dilema: elegir entre dos opciones contradictorias que coinciden con el vaivén de sus sentimientos. La respuesta será espléndida, valiente, sincera, emocionante.
La chica de la bicicleta Una mujer de rasgos duros y pocas sonrisas comienza a trabajar en un hospital ubicado en algún pueblito de Alemania. Ella es Bárbara. No le interesa hacerse de amigos y menos relacionarse con su entorno laboral. Ese escudo con el que vive todos los días es un límite que impone debido a su pasado y a la opresión en la que viven. Muy poco se sabe de ella pero a través de sus comportamientos y actitudes se irá revelando cual será su destino que elegirá. Contextualizada a finales de la década de los ´70 o comienzos de los ´80 en la República Democrática Alemana, Bárbara sale de la cárcel y es enviada a modo de castigo a trabajar a la Alemania Oriental bajo las órdenes del Doctor André y las inspecciones espontáneas por parte de sus custodios. Mientras ella planea fugarse con su amante, el amor y el cariño a sus jóvenes pacientes la perturban para replantear su situación. La actriz Nina Hoss es quién lleva a delante el título del film que tan pesado y asfixiante se torna a medida que avanza. La ausencia de respuestas o las malas contestaciones de Bárbara hace que el espectador se acostumbre a esperar, a limitarse solo a esa mínima respuesta y a ayudarla a pedalear mientras se escucha de fondo el viento proveniente del mar, que podrá ser su próxima vía de escape. Christian Petzold se consagró con el Oso de Plata en el Festival de Berlín el año pasado como Mejor Director, ya que logró con Bárbara una película opresiva y silenciosa mostrando la realidad del sistema en un lugar no urbanizado. De esta manera, expone la vida de una mujer tan rígida y minuciosa -como el rodete perfecto que peina- en contraposición con la fotografía utilizada y los colores naturales de los ambientes.
Entre la represión y el deseo Ciertas características de thriller psicológico y drama intimista atraviesan el pequeño, pero bien construido, mundo de este opus alemán del director Christian Petzold (Jerichow, 2008), uno de los referentes a la hora de hablar de una nueva corriente en el cine alemán. El contexto de Bárbara, título que además da nombre a la protagonista interpretada nuevamente por la sensual Nina Hoss, es nada menos que la Alemania post nazismo y en vías de la futura aniquilación del Muro de Berlín, que separaba a la parte Oriental de la Occidental marcando divisiones muy fuertes entre los ciudadanos, que iban más allá de las ideologías políticas. Así las cosas, tras cumplir una condena carcelaria por motivos que el film no devela, la médica Bárbara acepta trabajar en un hospital provincial junto al doctor André (Ronald Zehrfeld), quien llega a ese lugar más que como elección personal por un problema en el pasado que lo conmina a quedarse allí. Si bien la mujer se dedica sencillamente a su trabajo con diferentes pacientes, entre ellos, una joven prisionera llamada Stella (Jasna Fritzi Bauer), quien encuentra en las internaciones el escape ideal y un joven con tendencias suicidas, comienza a surgir entre ambos colegas una sutil atracción, producto de compartir horas de trabajo. Sin embargo, los planes de Bárbara más allá de su vocación médica incorporan a un tercero en discordia, un novio con quien planea fugarse de Alemania a Dinamarca y que aporta un vértice importante en esta suerte de triángulo amoroso, aunque este detalle no ocupa el centro de la trama sino la periferia porque la historia se focaliza principalmente en los conflictos internos de la protagonista, quien se debate entre el deber ser para con la profesión y el deseo por querer modificar su mundo y empezar de cero. Hay cierta disparidad en lo que se refiere al progresivo avance del relato y su correspondencia desde el punto de vista visual con un fuerte trabajo de la imagen que acuña un estilo plástico compuesto por colores intensos (rojos, azules) para ilustrar escenas y quitarle una pátina de absoluto realismo y naturalismo a un film que abraza el clasicismo en cada uno de sus intentos por desarrollar la historia. El realizador alemán contó con la ayuda de otro director conocido, Harun Farocki, para escribir el guión que apela a la sutileza y a la escasa información para que las piezas del rompecabezas se vayan acomodando, pausada pero ininterrumpidamente. Bárbara es un film también sobre el mundo femenino, la represión del deseo y desde su costado más político un interesante modo de reflejar el estado de paranoia social cuando el Estado opera entre las sombras o simplemente actúa sin esconderse.
Algún lugar encontraré El director Christian Petzold sitúa su film en Alemania en 1980 para darle cauce a una historia de persecución política. Casi sin quererlo el espectador es sumergido en la historia de Bárbara: una médica extraña, y aparentemente fría. Sin embargo, la conexión con ella es inmediata: ¿quién es?, ¿qué hace allí?, ¿por qué se comporta de esa manera?, son todas preguntas que nunca terminarán de responderse por completo y eso hace aun más atractivo al film. Bárbara (Nina Hoss) es una médica que es enviada por el Estado Alemán Oriental desde Berlín a un pueblo alejado. Llega a una sala donde se unirá a un equipo de jóvenes médicos, entre ellos André (Ronald Zehrfeld), quien estará especialmente atraído hacia ella. Sin embargo, Bárbara se comporta misteriosa y distante con él y el resto de sus compañeros. Es que ella tiene un plan junto a su amante para escapar de Alemania clandestinamente. La policía alemana está tras sus pasos y cada movimiento o persona que conoce puede poner en riesgo su plan. Su vida, sin embargo, empieza a tener un sentido en ese lugar, aunque ella apenas lo entienda. Petzold desarrolla con fuerza las relaciones entre sus protagonistas, provocando un vaivén entre el suspenso generado por la historia de Bárbara y la posibilidad de un romance con André. Si bien nunca están realmente separadas estas dos vertientes. La imposibilidad de Bárbara de abrirse ante André se ve sublimada en el quiebre emocional que le produce conocer a Stella, una adolescente que llega al hospital en grave estado y a quien ella salva. La joven trabaja en los campos de la Alemania Oriental donde es continuamente maltratada y explotada. Al parecer Bárbara siente más que compasión por ella: de alguna forma está identificada con la joven. Aunque es siempre tentador, la película no usa el momento histórico para darle potencia a las situaciones, porque justamente ese contexto es también su historia. Esa fusión que consigue entre lo general y lo particular logra aportar fuerza dramática a la narración y le permite al director dar cauce a una mirada crítica sobre los hechos que ocurrían en la Alemania Comunista. Esta mirada pasa desde la más insoportable crueldad infligida hacia Bárbara cuando es revisada en su casa, hasta el extremo maltrato sufrido por las jóvenes. Frente a este abuso, lo que consigue Petzold es una película que rescata y enaltece la valentía de aquellos que pudieron hacer valer su humanidad y no se dejaron avasallar por un Estado omnipotente y violento. Un film que maneja la sutilidad, las emociones y las imágenes de una manera armoniosa y elocuente.
Ese misterio llamado mujer Otra compleja película del gran director alemán en la que vuelve a apostar por un cine rabiosamente cinéfilo y enmarcado en cruces de género insospechados y originales, con una trama donde lo sociopolítico está también en primer plano. En Yella y Triángulo (Jerichow) proponía algo similar: historias sobre los inmigrantes o la corrupción económica siempre enmarcadas en relatos de suspenso, estilizados, que generan una suerte de distanciamiento (a la manera de Rainer Werner Fassbinder, si se quiere hacer una comparación) y, a la vez, apelan a las emociones más ocultas y menos evidentes. Barbara es la clase de film sobre la Alemania Oriental que les gustará a quienes no les interesó mucho, digamos, La vida de los otros. En lugar de apostar por la identificación más obvia y previsible, casi sin grises, entre los héroes y villanos de la trama, Petzold hace que nunca sepamos demasiado bien qué está sucediendo y qué cartas se esconden en esta trama que involucra a dos médicos, Barbara y Andre (su actriz-fetiche Nina Hoss y Ronald Zehrfeld), que se conocen en un hospital y que empiezan a relacionarse en un clima en el que reina la sospecha. Habrá varias subtramas -acaso demasiadas, algo usual en Petzold, que le gusta llevar sus películas por caminos en exceso sinuosos- ligadas a pacientes, ex parejas, un pasado probablemente oscuro de ambos, ocultamiento y manejo de dinero, tráfico de un lado al otro de la “Cortina de Hierro” en los años '80, pero el eje estará siempre puesto en esa relación ambigua entre los dos personajes, especialmente en la seca y misteriosa Bárbara, que sólo piensa en escaparse, y a la que este hombre empieza a buscar con intenciones que no son del todo claras. Una película ambiciosa y fascinante.
Del sueño de libertad al compromiso Bárbara es solitaria, distante. Es médica en Alemania Oriental, a fines de la década del ´70. Desconfía de todos los que la rodean en este pequeño pueblo al que llegó tras haber estado encarcelada por pedir una visa para exiliarse. Y no por nada: tiene vigilancia permanente, y, si se ausenta por un par de horas más de lo calculado, la someten a exhaustivas requisas. Es una gran profesional, y se dedica a sus pacientes, aunque mientras tanto esté pensando un plan de fuga con su amante de Alemania occidental. El personaje de Bárbara, interpretado convincentemente por Nina Hoss, será el eje que el director Christian Petzold utilice para contar esta historia de persecución política. Lo interesante es ver cómo evoluciona el personaje, los encuentros, las nuevas relaciones que forja y que van a determinar sus decisiones, especialmente aquella con su jefe en la clínica, André (Ronald Zehrfeld). El ritmo de la narración es muy lento, y esto puede resultar algo tedioso en algunos momentos, sin embargo la historia se sostiene con las actuaciones y la coherencia del relato y el contexto en el que está presentada. A pesar de transcurrir en espacios muy abiertos, en un ámbito rural, el filme logra transmitir el clima de opresión que se vivía en la Alemania de plena Guerra Fría. Una película intimista y reflexiva, sobre uno de los períodos más conflictivos de la historia germana.
Christian Petzold tiene sus motivos personales para seguir explorando en su cine cómo era la vida cotidiana en los días de la República Democrática Alemana. Sólo después de la caída del muro de Berlín, y como si de repente hubieran recuperado la memoria, sus padres comenzaron a contarles a él y a sus hermanos episodios del pasado, vividos en aquel asfixiante y ominoso reino de sospechas que no querían recordar y del que habían podido fugarse en 1959, pocos meses antes del nacimiento de Christian. Fue entonces cuando el futuro cineasta comprendió que en aquella atmósfera irrespirable ellos habían perdido su juventud. Ésa es la atmósfera que Petzold busca recrear en Bárbara . Y sobre todo descubrir las heridas que la continua exposición a ese clima enfermizo devenido rutina deja en el espíritu humano. La acción transcurre en la Alemania dividida de 1980, pero la observación vale para cualquier régimen totalitario. El personaje central es una médica pediatra que se ha vuelto sospechosa tras haber solicitado una visa para salir del país y ha sido transferida de una importante clínica de Berlín a una remota localidad del Báltico para trabajar en el hospital del lugar. Allí se le ha asignado un diminuto y rudimentario departamento regido por una casera hostil y donde recibe frecuentes y humillantes visitas de oficiales de la Stasi. En su exilio, Bárbara, envuelta en intrigas que hace muy poco por disipar, es objeto de una vigilancia constante ¿Por qué no habría de ser otro agente el médico jefe que con insistencia ha querido acercarse y mostrarse amable desde el principio? Ella se mantiene lejana y silenciosa, y aunque a veces muestra algo más que curiosidad por esa figura afectuosa y sensible, aparentemente sólo se interesa por sus pacientes, entre ellos una adolescente que se ha fugado de un correccional y padece meningitis y un muchacho que ha intentado suicidarse. Son personajes que -como todos los elementos puestos en juego por el realizador- tienen su razón de ser y cumplen su función en el bien construido entramado narrativo. Con una intriga y una tensión dignas de un thriller, Petzold demora en entregar la información, que viene en dosis breves y siempre como parte del sostenido desarrollo dramático. La relación de Bárbara con el médico (un carismático y cálido Ronald Zehrfeld) está estrechamente ligada con el avance de la acción y con la inteligentísima descripción del ambiente (físico y moral) a la que mucho contribuye el admirable trabajo del fotógrafo Hans Romm, y por supuesto la rigurosa economía expresiva de Petzold (los últimos quince o veinte minutos, cuando Bárbara debe elegir entre la salvación individual y el deber moral de la resistencia, son bien ilustrativos de ese rigor). A esa altura ya está claro que el director alemán sabe cómo mantener su relato sobre el constante balanceo entre la duda y la sospecha. En pantalla durante casi todo el film, Nina Hoss -actriz predilecta del cineasta- es bastante más que una bella presencia de raro magnetismo. Pocos papeles exigen tanta transparencia como el de esta mujer misteriosa obligada a controlar cualquier manifestación reveladora de su interioridad y al mismo tiempo hacerla perceptible a la mirada del espectador. Ella, sin embargo, lo consigue.
Las afinidades electivas Es notable la manera en que Petzold, por un lado, inscribe su film en una narrativa clásica –con una elegancia que ya quisieran muchos de sus colegas hollywoodenses– y por el otro la subvierte, rompiendo con todos sus estereotipos y clichés. La ex República Democrática Alemana, hacia 1980, cuando nada hacía sospechar que alguna vez caería el Muro de Berlín. Hasta allí se traslada el gran director alemán, Christian Petzold, para narrar Bárbara, la historia de una mujer presa de un sistema político y dispuesta a escaparse, pero no a cualquier precio. Médica eminente del mejor hospital de Berlín, Bárbara (la estupenda Nina Hoss, ganadora del premio a la mejor actriz de la Berlinale 2007 por otro protagónico para Petzold, Yella), ha sido destinada a un pequeño hospital de un pueblito de provincias, para poder ser vigilada sin pudor por la Stasi, la policía secreta del régimen, que sospecha de su escasa adhesión a la causa. Allí, Bárbara se topará con André (Ronald Zehrfeld), otro médico que está en una situación similar a la suya y que busca su atención y su compañía. Pero aunque Bárbara nunca lo expresa abiertamente, se entiende que duda: ¿Y si André fuera también un espía, un delator, aunque más no sea para ganarse los favores del régimen, o simplemente para sobrevivir el terrible día a día, como hacen tantos? Con su maestría habitual para reformular los géneros clásicos y el modo de relato del cine de Hollywood, que ya demostró antes en Yella (donde deconstruía el film fantástico) y en Triángulo (una relectura del film noir), en Bárbara, Petzold va diseccionando junto a sus personajes la idea de melodrama romántico, un poco a la manera en que lo hacía Rainer Werner Fassbinder. No parece una casualidad que, entre un aluvión de citas cinéfilas, Petzold haya mencionado un film clave en la obra de Fassbinder, El frutero de las cuatro estaciones (1972), también ambientado en la asfixiante Alemania del Este. Es notable la manera en que Petzold, por un lado, inscribe su film en una narrativa clásica –con una elegancia y un dominio de las fuentes que ya quisieran muchos de sus colegas estadounidenses– y por el otro la subvierte, rompiendo con todos sus estereotipos y clichés. Si hay (tácita, latente) una historia de amor entre Bárbara y André, jamás está enunciada, como lo estaría en un film de Hollywood. Pocas cosas más obvias, a esta altura del cine, que enfrentar la adversidad de un régimen perverso con la fuerza de una pasión romántica. Pero nada de eso hay en Bárbara. Por el contrario: la lógica desconfianza de ella hacia él impone una distancia, un frío en sus relaciones que vuelve aún más tensa y ambigua cada una de las escenas entre ambos. Film pleno de detalles y sutilezas, Bárbara tiene varias escenas tan enigmáticas como brillantes. Pero hay una en particular que es reveladora no sólo de los códigos que debe manejar la pareja protagónica para hacerse entender en esa sociedad hipervigilada, sino también de las claves con las que el director le dice al espectador cuál es su punto de vista y su posición moral frente a su historia. Después de una discusión, Bárbara se queda pensativa frente a una pequeña reproducción de La lección de anatomía del Doctor Nicolaes Tulp, el famoso cuadro de Rembrandt, que André tiene en su consultorio. El le dice que le gustaría ver el original (lo que implica que él también querría salir del país) y le indica que repare en un error que habría cometido Rembrandt. Un error que según André no es necesariamente tal. El hecho de que todos los discípulos del doctor Tulp estén con la vista fija en el Atlas Médico y no en el cuerpo exangüe de ese hombre que acaba de morir (Aris Kindt, un reo que venía de ser ajusticiado) es revelador tanto para André como para Petzold. Dice André, y parece hablar también en nombre del director: “Rembrandt quiere que nosotros miremos a Kindt; lo que nos dice es que estamos con él, con la víctima, y no con ellos”. También a la manera del viejo cine de Hollywood, en Bárbara el implícito drama romántico está ineluctablemente vinculado con una aventura de espionaje. ¿Quién es ese amante misterioso que Bárbara ve a escondidas y que está dispuesto a escamotearla fuera del país? Y en todo caso, ¿cómo logrará hacerlo? ¿El siniestro oficial que la vigila podrá impedirlo? Esos elementos clásicos de suspenso están allí, en los cimientos del film, como un humus esencial en el que abreva el cineasta, pero con el cual va a ir desarrollando su propia historia, en la que importan, por encima de todo, las elecciones morales de sus personajes. A cada momento Bárbara y André son puestos a prueba –por el autoritarismo del régimen, por las desesperadas demandas de sus pacientes, por sus propios recelos– y siempre terminarán respondiendo de la manera más noble, que suele ser también la más peligrosa.
Los sentimientos bajo control El sexto largometraje de Christian Petzold (1960, Hilden, Alemania) –el primero que se estrena comercialmente en nuestro país– comienza sin vueltas, haciendo partícipe al espectador de la tensión y curiosidad que despierta una misteriosa mujer entre sus flamantes compañeros de trabajo, jóvenes médicos de un hospital en la Alemania de los ‘80. Los datos sobre su personalidad se irán revelando de a poco (y nunca del todo). Entonces se sabrá que Bárbara tiene motivos para ser arisca y desconfiada, aunque fuerte: es una de las víctimas del estado policial en el que se encontraba sumida la ex República Democrática Alemana antes de la Caída del Muro de Berlín. Confinada a un pueblo alejado, controlada de cerca por las autoridades, por precaución se resiste a exteriorizar sus sentimientos, aunque en algún momento se descubrirá que no está tan sola como parece y que conoce alguna tabla de salvación a la que aferrarse (esto dicho no solamente en sentido metafórico). A los muchos matices del personaje central suma magnetismo la actriz Nina Hoss, que aquí no luce inofensiva como en Yella (2007) sino decidida, seduciendo con su belleza madura y sus ojazos de animal herido, respondiendo a sus interlocutores con suspicacia (“Es un campo de exterminio socialista, terminemos con eufemismos”, dice al hablar de las condiciones con las que ha sido tratada una paciente llegada desde Torgau) y amante de la música sin que eso la convierta en una romántica. Con una rigurosa puesta en escena, Petzold convierte ese pueblo en un ámbito superficialmente apacible pero cargado de desasosiego, incluso de tristeza. En la forma con la que encuadra o sigue con su cámara a Bárbara cuando va y viene solitaria, a pie, en bicicleta o en tren, hay una belleza nunca edulcorada, con el viento contribuyendo a la sensación de incomodidad tanto como la frialdad del hospital, los muebles antiguos y las viejas edificaciones. Cuando la mujer se interna en el bosque, canasta en mano, con planes que no conviene develar aquí, Bárbara asume imprevistamente aspecto de cuento (momentos en los que, razonablemente, el film cobra luminosidad, como ella), sin que esa u otras sutilezas resulten pueriles. Sin estridencias ni música extradiegética, con cierta teatralidad en algunas conversaciones y miradas, Bárbara consigue expresar severamente pero sin golpes bajos la atmósfera de una sociedad controlada y con miedo a la delación. Cerrazón todo el tiempo interferida, no obstante, por actitudes de humanidad y solidaridad, como cuando el médico André (Ronald Zehrfeld) dice estar dispuesto a ayudar a “los hijos de puta” si sufren, o cuando Bárbara adopta gestos maternales con la chica embarazada y perseguida. La relación misma de Bárbara con el siempre noble André revela tensión sexual pero también comprensión, al punto de que será estando con él que, superada la desconfianza mutua, ella exhibirá la única sonrisa radiante de toda la película. Por último, y más allá de los méritos señalados, cabe señalar que Bárbara tiene un valor adicional, excepcional en estos tiempos: es un film con personajes adultos destinado a espectadores adultos.
Antes de la caída del muro Una pena que no se estrenen títulos del reciente cine alemán, especialmente, de la llamada escuela berlinesa que tiene a Christian Petzold como uno de sus máximos referentes. Por eso, Bárbara es una oportunidad que no debería desaprovecharse en el marco de la cartelera porteña. La historia transcurre en los inicios de los '80, en un pueblo bucólico y tranquilo de la Alemania Oriental, y tiene como centro a una mujer, obligada a trabajar en un hospital frente a la sospecha y paranoia del resto. En efecto, la trama profundiza en ejes temáticos como la vigilancia y el control hacia Bárbara, que será ayudada, o tal vez custodiada, por el jefe de médicos. Es que el film invita a la ambigüedad antes que a la certeza, a la sutileza pautada a través de los silencios en lugar de las afirmaciones sin vueltas y al esquema básico de personajes buenos y malos. Como si se ubicara en la vereda de enfrente de La vida de los otros, aquel título rutilante que obtuviera el Oscar con su historia de trazo grueso y sin matices. El objetivo de Bárbara será huir de la asfixia de ese mundo que parece caerse a pedazos, en tanto, otras subtramas se suman al relato central (la relación con los enfermos, el control permanente de agentes del gobierno, los encuentros clandestinos con su pareja). En esa acumulación de historias paralelas, la película deja crecer una, a través de silencios y dudosas intenciones: la sugestiva relación que se establece entre la protagonista y su jefe en el hospital. En ese juego de sospechas que Petzold describe desde el extrañamiento y la incertidumbre, aumentado por el impresionante protagónico de Nina Hoss (actriz fetiche del director), Bárbara se convierte en uno de los mejores estrenos del año. Ojalá que no pase desapercibido.
El cariño que se diversifica La división de las dos Alemanias, la del Este y la del Oeste, dio lugar a numerosas historias cinematográficas, que supieron ilustrar, y muy bien, lo que ocurría durante la Guerra Fría. El director alemán Christian Petzold, ambienta su historia en la Alemania Democrática de 1980 y elige como protagonista a una médica que pide su traslado a Alemania Occidental, donde vive su novio, lo que le es negado y como castigo es destinada a un pueblo. A partir de ese momento comienza esta historia, que tiene como epicentro un solitario pueblo de la Alemania del Este, lugar al que llega Bárbara (Nina Hoss), la médica, para trabajar en un hospital a cargo de André (Ronald Zehrfeld), un cirujano ligado a la policía secreta, la Stasi. La clara disconformidad de Bárbara con el régimen comunista, la convierte en víctima de continuas inspecciones, no sólo en el departamento que le fue asignado, que los Stasi visitan a cualquier hora para inspeccionar cada rincón, sino que además una "inspectora" revisa su cuerpo hasta niveles humillantes. UN CLIMA HOSTIL En medio de ese clima de hostilidad y violencia, Bárbara exhibe una personalidad dura, pero cálida, y es de escasas palabras: sólo las necesarias para comunicarse con los demás, de los que desconfía. La médica despierta en André, una cierta atracción entre romántica y sexual, que él intenta disimular con sutileza. En medio del cotidiano trabajo del hospital pediátrico, ambos aprenden a respetarse y ayudarse mutuamente. Ella es una profesional de gran conocimiento y él dispone de la intuición que le permite resolver los casos más graves con los mínimos recursos con que cuenta. Con el tiempo André se gana la confianza de Bárbara. La atienda, la cuida y le confiesa por qué está en ese por un error profesional que cometió en otro hospital y a partir de ese hecho, la policía lo obligó a elegir entre pasar varios años en la cárcel, o desempeñarse en un pueblo. CALMA APARENTE La bucólica calma en la que se desarrolla la vida de André y Bárbara, comienza a agitarse a partir de la presencia de Jörg (Mark Waschke) el amante de la médica, que ingresa clandestinamente desde la parte Occidental y por la sorpresiva irrupción en el hospital de Stella (Jasna Fritzi Bauer), una adolescente que es llevada por la policía para que sea atendida. La amistad que nace entre Stella y Bárbara y la dedicación que la médica y André le brindan acrecienta el vínculo entre los dos profesionales. Esa situación hará dudar a Bárbara sobre su posibilidad de escapar y reunirse con su amante en Alemania Occidental, o de seguir acompañando a André en su cruzada solidaria de atender a los adolescentes enfermos, víctimas de los trabajos forzados que son obligados a realizar por las autoridades comunistas. Christian Petzold consigue una narración clásica, de una gran rigurosidad y de diálogos precisos, que cuenta con las excelentes actuaciones de Nina Hoss (Bárbara) y Ronald Zehrfeld (André).
Crónicas del otro lado del muro “Bárbara” del director Christian Petzold es una película sobre las vivencias de una aria protagonista perseguida en la República Democrática Alemana –la parte oriental- durante los ´80. Ella, Bárbara, es exiliada a una zona rural para trabajar en el hospital como médica, pero la persecución por parte del gobierno y la paranoia construyen un lugar asfixiante que perjudica no sólo a la protagonista sino a todos los habitantes de ese proto-ghetto. Con el correr de la película se nos irán develando las incógnitas sobre Bárbara, su exilio y sus propósitos. Realismo Germánico Los genios del realismo, junto a los italianos, son los alemanes. Desde los comienzos del cine las escuelas teutonas han provisto al séptimo arte de obras inabarcables que generan seguidores en todo el mundo y se convierten en culto funcionando incluso como uno de los tractores de Hollywood a la hora de modernizar el lenguaje cinematográfico de la industria. Luego de más de una década fructífera con “El Nuevo Cine Alemán” –desde fines de los ´60 hasta principios de los `80- en que nos encontramos con autores como Fassbinder, Wenders y Herzog, hubo un silencio en el cine de ese país hasta mediados de la década pasada cuando surgió la “Escuela de Berlín”, que es donde se encuentra el director de “Barbara”, Christian Petzold. Esta nueva corriente se define por ser estéticamente heterogénea aunque los une que los temas tocados en las películas son contemporáneos, acordes a una Alemania recientemente reunificada (veinte años no es nada, diría Carlitos) que se convirtió una vez más en una de las mayores potencias de Europa. Sin embargo, no todo es tan simple. El que se toquen temáticas actuales no implica que se busca mostrar el medio en el que se mueven los personajes de una forma objetiva sino al contrario, es sumamente subjetiva. En “Bárbara” la protagonista se torna el medio mismo, la Alemania Oriental que vemos es Bárbara porque las exigencias del ambiente la obligaron a ser así. Ella no siente paranoia porque sí, realmente la persiguen. Como dije antes, para hablar de la estética tenemos que corrernos de lo que es esta corriente ya que cada director está en la suya. En el caso de Petzold se busca la simpleza para hacer el relato lo más fluido posible, con una fotografía y un sonido impecable que no necesita estar acompañada de música más que por algunas piezas que toca la protagonista en su piano. Conclusión “Barbara” demuestra como a pesar de tocarse un tema complejo que aún está latente en la Alemania de hoy en día, se puede narrar de una forma simple y llevadera sin perder la profundidad. Contando sobre todo con buenas actuaciones -impecable Nina Hoss como Bárbara- y una prolijidad técnica admirable . Una película que si bien no aporta nada nuevo y utiliza fórmulas ya vistas, está todo tan bien construido que es consistente en todo su relato.
Suspenso latente y detalles sutiles Un pueblo de Alemania Oriental cercano al Mar Báltico, 1980. Tras las cortinas, la gente observa el arribo de una médica transferida desde la capital. No parece una persona muy sociable que digamos. Ni socialista. De a poco iremos sabiendo que llega castigada. Tiene quien la vigile. Y no tiene en quién confiar. Cualquier lugareño podría ser un alcahuete capaz de malinterpretar algún comentario suyo por banal que fuera. También de a poco iremos sabiendo de su amor clandestino, su capacidad como pediatra, la afectuosa dedicación a los enfermos, el plan de fuga. Entretanto, y sin bajar la guardia, empieza a mostrarse de otra forma. Y empezamos a ver otros ángulos de quienes la rodean, sobre todo su jefe médico, el vigilante, y una chica enferma procedente de un campo de castigo para menores. Un nocturno de Chopin (que pensó reunir sus nocturnos bajo el título "En el cementerio"), la lectura de "Huck Finn", una charla entre médicos a propósito del cuadro de Rembrandt "La lección de anatomía", las cambiantes miradas, son datos a tener en cuenta. Drama de suspenso latente y detalles sutiles, donde algunas personas resultan más complejas de lo que se piensa a simple vista, y la cámara nos descubre un paisaje amable aunque inicialmente hostil, "Barbara" avanza paulatina, minuciosamente inexorable hacia una resolución que podrá ser terrible o no, ya lo veremos. La cuidadosa elaboración de climas y personajes, la mano del director Christian Petzold, las excelentes actuaciones, empezando por Nina Hoss y Ronald Zehrfeld, respaldan la riqueza de la historia. Irónicamente, el germen de la misma es la novela corta "Barbara", de Hermann Broch, 1928, donde la médica llega al pueblo castigada por ser comunista. Observación final: "Barbara" no se contrapone a "La vida de los otros", más bien la complementa. "La vida..." describe al régimen comunista desde el centro mismo del control, ésta lo pinta desde uno de sus bordes apacibles.
División de sutilezas En la República Democrática Alemana de 1978 la joven médica Barbara Wolff (Nina Hoss), luego de cumplir una condena carcelaria (jamás se aclara por qué) es enviada desde Berlín a un hospital de un pequeño pueblo. Allí su jefe es André (Ronald Zehrfeld), un cirujano quien también fue deportado por un error profesional del que fue responsable indirecto. La unión, en base a la desgracia, emparenta a estas almas gemelas del nuevo cine alemán donde el director Christian Petzold ensambla una relación profesional basada en silencios, miradas y altas dosis de sutilezas, escapando de los filmes clásicos que retratan la Alemania dividida. Barbara, que por momentos es algo lenta y recurre al factor repetición (viajes en bicicleta, charlas en el nosocomio, trato con los pacientes), jamás pierde intensidad. Su sólido relato se escuda en la paranoia y el rostro pétreo de Wolff, el apesadumbramiento de su colega y un ambiente, entre melancólico y sórdido, con una lograda paleta de colores. Pero entre ellos asoma Jörg, el amante de Barbara, quien vive en el Oeste y le propone a su chica emigrar hacia Dinamarca. Escapar por mar de noche. Allí se abrirá una disyuntiva para la muchacha: ¿se va con su amado o intima con André? Para esto será determinante la aparición de dos personajes secundarios muy bien trabajados por Petzold, por un lado Stella, una chica prisionera que está enferma, es rebelde y desconoce que está embarazada. Ella se apega a Wolff. Por el otro, Mario (aferrado a André), un paciente suicida que sufrió una contusión y no registra sentimiento alguno. Más que colegas, Barbara y André parecen hermanos, se pelean pero en el fondo se cuidan. Y aman en silencio. Pulcra, por momentos perturbada, en otros algo paranoica y meticulosa hasta para esconder dinero (y esquivar así las rigurosas y abusivas inspecciones de la policía secreta germana), Hoss mantiene un gesto tenso, serio, con un cansancio que reprime sus impulsos. Sus largas sesiones frente al piano y multiplicidad de planos con lo que se registra a ella, le brindan mucha riqueza a este jugoso personaje femenino. Petzold -quien dirigió a Nina en Wolfsburg (2003), Yella (2007) y Triángulo (2008)- no ahonda en un guión con datos sino en la incertidumbre de los personajes, donde las dudas construirán la historia. Para destacar las escasas imágenes nocturnas del filme, como la que se ve en la playa frente a un mar embravecido. Metáfora del carácter de una película movilizante, conmovedora. Bárbara.
El inteligente director alemán Christian Petzold cuenta una historia de jóvenes doctores castigados. Por un error, él; por haber solicitado ir a occidente, ella. Todo lo que ocurre es siempre lateral, retaceado, misterioso, con ramificaciones en las historias, persecuciones, ambiciones y lealtades. Bien actuada, intrigante.
Barbara es un misterio. Ha llegado transferida desde Berlín hacia un pequeño pueblo, en castigo por atreverse a ir en contra del gobierno en los turbulentos años '80, en plena crisis de las Dos Alemanias. No habla con nadie, se mantiene reacia a hacer contacto social en su nuevo trabajo, aún con miedo de que alguien la traicione. Con una sutileza que abruma por todo lo que no se dice pero que se expresa a través de miradas y silencios, el director alemán Christian Petzold entrega en Barbara un drama puntilloso, que se vale de un protagónico avasallante y que no necesita grandes artificios para lograr contar una historia profunda. El gran logro de Barbara se debe a la descomunal Nina Hoss, protagonista absoluta del film, capaz de transmitir con un ligero gesto todo el drama que internaliza su personaje y la tensión de un ambiente de represión y amenaza continua. Como la Alemania de esa época -aunque la acción transcurre en 1980, pocos indicios se muestran en pantalla- Barbara se encuentra dividida, una pared separa su interior y no permite que nadie se le acerque. Esa sustracción de la realidad, de su propia realidad, tiene unos matices delicados y tan sólidos como la imagen de este rodete impertérrito que usa la protagonista durante sus horas de trabajo. El viaje de la heroína, entre el individualismo y la solidaridad, es el eje que propone Petzold al demostrar la evolución de Barbara, que oculta cualquier vestigio de acercamiento hasta la inevitable percepción de que no se encuentra sola, principalmente por la calidez que le otorga sin concesiones su colega André -un cálido Ronald Zehrfeld-. El melodrama no se esconde entre las sutiles líneas del film, ya que el episodio final entrecruza las pequeñas líneas secundarias del film y remite a una elección difícil de hacer, pero que se ha construido particularmente para ver el cambio radical de la psiquis de la protagonista. Barbara es tensa pero no densa, sin necesidad de recursos que distraigan de lo importante, de una narrativa precisa y consistente.
La procesión va por dentro Aún con la posibilidad de cometer errores, me animaría a decir que las mejores películas con nombres de personajes en los títulos son aquellas que apuestan por las apariencias, la ambigüedad y la sobriedad interpretativa. Si es así, Bárbara se suma a dicha galería. La película de Petzold es fría, adusta y despojada, digna representante de la poética del distanciamiento, lo cual habla bien de ella. La protagonista (excelente Nina Hoss) compone un personaje gélido, para dar vida progresivamente y sin sobresaltos a una médica expulsada de Berlín a un pueblo apartado en la República Alemana Democrática de 1980 por solicitar un pase hacia la parte occidental. Eso le valdrá el control asfixiante de la policía secreta mientras desempeñe sus funciones en el hospital. Allí conocerá al doctor Andre, con un pasado oscuro producto de una negligencia encubierta y con un presente enigmático, ya que juega el doble papel de interesado en Bárbara y sospechoso de colaborar con el régimen. A medida que la trama avance, otras historias se irán sumando sin que ello altere el hilo central del relato. Tras la fachada genérica de un thriller, Petzold se anima a escamotear toda la información que puede. Ciertos detalles en los personajes secundarios ayudan a encontrar algunas dosis discursivas que reivindican la memoria como un aspecto clave para pensar el futuro de un país desbordado por la locura y dividido por un absurdo muro. El director alemán construye su film desde la reticencia, que nunca es sinónimo de descuido. Jamás subraya el contexto ni exacerba sentimientos. En todo caso, confía en el espectador capaz de evitar la empatía inmediata para pensar en aquello que ve en pantalla. No hay lugar para exabruptos ni explosiones emocionales en ese universo cerrado a la prohibición, la paranoia y el acoso. Es una elección verosímil, puesto que el horror que esgrime cualquier régimen totalitario a partir de sus silencios obligados demanda que la procesión vaya por dentro. Eso es lo que se percibe en la protagonista: apenas unos gestos, cigarrillo en mano y una esporádica sonrisa, es decir a unos cuantos años luz de una femme fatale, pese a su cabellera rubia y su interesante porte. Los colores que elige Petzold para sus ambientes son luminosos, vivos, y contrastan con la opacidad de las almas de sus criaturas. Además, no escatima en la búsqueda de belleza en aquellos planos sobre paisajes exteriores y con un uso magistral del sonido. Una de las escenas finales en la playa, acaso sea de lo más bello que se ha visto últimamente en el cine. Gracias a estos momentos, verdaderamente cinematográficos, independientes de la temática y el registro por los que se juegue, Bárbara es un ejemplo estético que con pocos elementos y apariencia mediana, se hace grande.
La vida de los otros El director Christian Petzold, conocido por el público argentino a partir de “Triangulo” (2008), vuelve a aparecer en la cartelera porteña (convengamos que hubiera merecido un mejor mapa de exhibición), con la realización por la cual mereció el premio al mejor director en el Festival de Cine de Berlín en el año 2012. En esta ocasión el guión, de su autoría, se centra principalmente en relatar la vida de la Dra. Barbara Wolff (Nina Hoss) luego de ser castigada por el régimen comunista de la Republica Democrática de Alemania, al osar pedir permiso para irse del país. Luego de la condena, de la que el espectador nada sabe, es enviada a proseguir con sus tareas profesionales en un pueblo perdido al norte, cerca del Mar Báltico. Allí conocerá al Dr. Andre Reiser (Ronald Zehrfeld), su joven jefe, quien quedara subyugado por la belleza, en apariencia gélida, de su colega, la personificación, el derrotero, la evolución del personaje, los lugares ocultos de su personalidad, a la vez que su calidez y calidad humana que lo atrapan, como atraparan también al espectador, sostenido sobre todo por la gran actuación de la actriz alemana a la que pudimos ver en la anteriormente la ya mencionada “Triangulo” y en “Anónima, una mujer de Berlín” , también del 2008. De cómo la sospecha constante sobre su persona, y de la persecución de la que es objeto, termina por transformarse en algo más de lo cotidiano, casi soportable; de cómo éste personaje no sólo pone al servicio su saber, sino de cómo hacer jugar sus afectos, su pensamiento ideológico, y hasta su propio cuerpo como parte de lo intrigante o misterioso. Pero, y esto es lo más interesante de la construcción del texto fílmico, es el lugar de importancia que empiezan a tener a partir del desarrollo de las acciones las subtramas, que si bien no son de resolución vertiginosa, aportan para la creación de climas para el sostenimiento de la intriga, pues el responsable último del filme decide no dar nada por sentado, y en algunos términos sostener lo ignoto de los acontecimientos en pos de lograr un efecto cautivante. En principio, y como una curvatura de la evolución del personaje, vemos como la Barbara se relaciona empaticamente con Stella (Jasna Fritzi Bauer), una joven que se escapo de uno de los campos de adiestramiento-castigo impuesto por el régimen, y que llega al nosocomio donde trabaja la doctora, quien descubre un principio de meningitis en la paciente y su condición de futura madre. La relación con esta niña, a la que le robaron la infancia y la adolescencia, le hará cambiar también su postura engañosamente egoísta frente a las injusticias cometidas. Las otras historias laterales son la relación de amor-necesidad con un médico de Alemania Occidental que la quiere ayudar para que se escape de su país, y en su trabajo el sentirse necesitada por un joven con intentos de suicidio. También juega un rol muy importante la dirección de arte, en relación a la luminosidad del filme, el estilo realista haría puente con la estructura clásica elegida para narrar, a la que se le contrapone los colores vivos, principalmente el rojo y el azul, sobre una estética de tonos pasteles, como para reforzar los estados de animo de todos los personajes. En cuanto a escenografía y vestuario, ambos son utilizado para ubicación más certera desde lo temporal, se sabe, pues algunos indicios el director va entregando paulatinamente, que todo transcurre a finales de la década de 1970 o principios de los ´80. Es asimismo muy interesante el manejo de la banda de sonido por parte del director, no sólo desde lo hablado sino que se lo nombra en la radio a Wilhelm Furtwangler, el gran director de orquesta especialista en Richard Wagner, sobre su interpretación de la Obertura en Mi Mayor, grabación perteneciente a las realizadas por el director de orquesta berlinés, y que estuvieron en poder de la égida comunista hasta 1990, sin olvidar que la versión de la 9ª sinfonía de Beethoven realizada en 1951 es considerada la más lograda. Este estilo musical clásico será el preponderante empaticamente durante casi todo el filme cuando hay música, pero llama la atención que en dos momentos se escuche jazz, en ambas vemos el origen de la música, sendas radios, una en el salón de un puerto internacional, donde llegan turistas extranjeros, y en otro momento, en el hotel donde Bárbara tiene un encuentro furtivo con su “novio” foráneo. Una viable lectura, para nada taxativa, de esto estaría en relación al tema del deseo de libertad, que posiblemente sea el que con más fuerza, aparece en la comunión entre los personajes. Pero toda la reconstrucción de época hace foco no tanto en los espacios por los que transcurre la historia, sino en los objetos que son mostrados, y como estos juegan hasta un papel narrativo, primariamente los autos, las bicicletas, luego el diseño de vestuario de los personajes. Esto reforzaría parte del discurso sociopolítico del filme, que a posteriori se puede pensar como que no es algo particular, característico del sistema gubernamental de esa Alemania Oriental, sino inherente a todos los regimenes totalitarios. Posiblemente, podamos dejar de lado a la resolución, muy condescendiente con el espectador y conciliatorio con el personaje consigo mismo, tanto personal como social, que termina planteando la cinta, no así del conflicto, tanto personal como social, tanto íntimo como general, que termina trazando la película
Historia de una pasión rigurosamente vigilada “Barbara”, sexta película del alemán Christian Petzold, es una sutil y profunda revisión del estado de cosas existente en la República Oriental alemana, diez años antes de la Caída del Muro. Como es una constante con el cine más elaborado y con otras implicancias que el mero entretenimiento, Barbara es la sexta película del alemán Christian Petzold pero la primera en tener un estreno en salas en Argentina. Premiada por partida doble en el Festival de Berlín edición 2012, Barbara es una sutil y profunda revisión del estado de cosas existente en la República Oriental alemana alrededor de diez años antes de la Caída del Muro. También es el nombre de una mujer médica que sufre una suerte de confinamiento en una pequeña ciudad de provincia en la zona del Báltico, un castigo que, se deja entrever, lleva el cometido de desalentar fugas hacia el oeste, hacia la Alemania capitalista de aquel entonces. La sutileza de Barbara –rasgo que atraviesa las películas anteriores de Petzold– reside fundamentalmente en la construcción del guión, del que participa el maestro y amigo del director, el gran realizador germano Harun Farocki, y en una dosificada y potente estructura en la que se van distribuyendo los momentos de la historia, de manera que sólo las acciones sean las que ofrezcan aquella data con la que el espectador arme el relato en su cabeza. La piel de Barbara la calza eficazmente Nina Hoss, actriz fetiche del director, que cuenta con recursos que le permiten el acertado diseño de una mujer contenida y alerta, sensible y deseosa de escapar de ese régimen para el que las personas son sólo piezas funcionales para sostener un orden intimidatorio emanado del Estado. Menos afincada en el rol de la Stasi –como resultaba en La vida de los otros (Florian Henkel Von Donnersmarck, 2006), que se ocupaba de una época y situaciones similares–, Barbara pone fundamentalmente el acento en la relación de la reputada médica –que trabajó en Berlín y a la que los colegas ven con cierto aire de suficiencia– y el médico director –en igual situación que ella–, del hospital donde la protagonista comienza a trabajar. Lo que no significa que la temible policía secreta de la ex RDA no esté allí, entre otros en la figura de un agente con jerarquía que desconfía de Barbara y la acosa con requisas y hasta con miradas fulminantes. Y en esta disposición de piezas, en el contexto de vigilancia y posible reprimenda, en la pintura de la deshumanización del régimen –el hospital donde trabaja Barbara atiende a prisioneros de campos de trabajos forzados–, en el clima de paranoia y desconfianza en el que se mueven los médicos del hospital, Petzold trama una pasión entre los protagonistas que carece de todo aquello que podría esperarse y de cualquier estereotipo con el que muchos realizadores potenciarían o harían el centro del relato; no hay en el cine de Petzold facilidades narrativas; por el contrario, las situaciones están demarcadas por un terreno incierto, más propio de una realidad compleja, acuciante, que modela con imprevistos las acciones cotidianas. De hecho, Barbara vive una riesgosa doble vida encontrándose con un amante –una especie de diplomático de Alemania Occidental– que le promete ayudarla a fugarse y le entrega en cada encuentro dinero y cigarrillos; de igual modo que se arriesga en el trato que dispensa a los pacientes –allí consigna Petzold el sesgo moral de su personaje–, y va más allá, construye en el lazo de la médica con una joven prisionera de un campo lo que medirá su estatura moral y desembocará en un probable final de la historia, algo, como todo lo demás que sucede, apenas enunciado y hasta se diría casi imposible de pensar. Es que aquí reside la fuerza intrínseca de Barbara, en la meticulosa subversión de aquello a lo que las instancias desplegadas como la intriga, cierto misterio, la atracción de los protagonistas, la insidiosa vigilancia –lo que podría verse como partes de un arco que toca el melodrama, el policial, el film de espías–, parecerían marcar, por momentos, como derrotero, como aquello en lo que buena parte del cine pensado comercialmente se apoyaría para deslindar responsabilidades frente al espectador. En las conversaciones y las prácticas en común con el médico jefe –y más por lo que sugiere el modo que adoptan estas escenas que por lo que se expresa– se sustenta el esplendor del relato y crece la atracción que sienten ambos pese a que todo parecería indicar lo contrario. En esto, seguramente –como alguna vez lo señaló el propio Petzold a propósito de cómo trabajaba el guión–, tiene que ver la mirada de Farocki, cuya agudeza lo sitúa entre los cineastas y teóricos más importantes de la actualidad (lo que resulta curioso, ya que es una oportunidad de constatar el punto de vista de un documentalista de su estatura en la ficción plena). De este modo, Barbara puede verse como una convergencia entre personajes acuciados por la violencia implícita de sentirse rigurosamente vigilados y la posibilidad que tienen de rebelarse oponiendo una pasión –en el nacimiento de la relación, en el oficio– a partir de la propia imaginación para desconcertar a los opresores y lograr, aun dentro de ese terreno, alguna forma de emancipación. Tarea nada sencilla, como la que tiene Petzold para describirla pero de la que sale airoso sumando audacia a una estética poderosa.
Perfecto estudio de cómo un Gobierno utiliza el miedo y la paranoia para destruir a sus ciudadanos, este film de Christian Petzold excede su marco de la Alemania Oriental en los 80 para retratar universales válidos más allá de las ideologías. Extraordinario y sutil el trabajo de su actriz, Nina Hoss como una joven médica que, por querer dejar su país, se ve marginada a un exilio interior que es, también, un viaje de descubrimiento.
A slow, moody transition to reunification Christian Petzold’s Barbara is a masterly study in individual and collective entrapment An eerie sense of permanent surveillance pervades German filmmaker Christian Petzold’s Barbara (2012) from the first frame to the last, starting with the masterly shot scene in which we see, from a distance, Barbara (Nina Hoss) sitting in a clinic’s garden, smoking to while away the minutes before her shift starts. Detachment is the only survival tool Barbara has left after brief incarceration for (we learn later) plotting against a vigilante state. Maybe her only crime was to apply for a visa to travel west, for this is East Berlin and the year is 1980, when countries behind the Iron Curtain lived in isolation from the western world and controlled the widespread malaise and uneasyness by closely monitoring their citizens’ lives, work, relationships and ideas. As shown in Florian Henckel von Donnersmarck’s 2006 The Lives of Others, the job of spying on other people’s lives may become a pathological obsession to the point of obliterating one’s own empty life and filling it with the remnants of other people’s activities. Petzold’s Barbara, winner of the 2012 Silver Bear for Best Director and getting a belated première in Argentina, closely mirrors East Germany’s suffocating atmosphere under the Communist régime, when members of the same society divided themselves between “us” and “them,” “us” standing, of course, for the ones regarding themselves as part of the same side of the divide, and “them” for their adversaries, the allies (victims themselves, too) of a system that equalled civil obedience and oppression with social equality. In the first half of Barbara, we watch the lead character — a female medical doctor banished to a small-town hospital for some misdemeanour — through the eyes of others. In the opening scene, it’s the hospital director giving Dr. André Reiser (Ronald Zehrfeld) the lowdown on every detail of the newly arrived Barbara, so sullen and detached that the two men, watching from behind the curtains in the safety of their office, refer to her as “that woman who, if she were six, we’d call sultry” for her introspective behaviour. Like every citizen in a society in which non-conformists are deemed enemies of the state, Barbara is the subject of close monitoring and surveillance, of regular raids of her humble lodgings, of humiliating physical scrutiny in search of potentially dangerous weapons or tools. If only they could, they would perform a brainscan on her to eradicate any possibility of hazardous behaviour — that is, anything running contrary to the state’s tight lid on people’s bodies and minds. But Barbara knows well that detachment is the key to survival, that anyone is a potential spy willing to report on any suspicious movement. Barbara won’t budge, not even after her boss, André, warns her that she ought to mingle and blend in with her fellow workers. Astutely enough, director Petzold’s Barbara starts out as a thriller, throwing random hints here and there and providing snippets of Barbara’s few moments to herself, when she secretly receives and keeps bank notes in water-proof packages which she then stashes in a chimney. We are also privy to her scattered moments of physical contact and amorous frolicking with her lover, Jörg (Mark Waschkea), a West Berliner with whom she has made plans to seek refuge in the West. Although the film’s focus is on Barbara, Petzold’s mastery of human nature and social mores allows him to expose the overall sense of frustration and existential malaise plaguing everyone in 1980s West Germany, where people are forced to fake a convivial attitude while clandestinely harbouring guilty feelings of self-hatred that manifest themselves as cruelty toward others who are also trapped in a cage with no prospect of ever getting out. It is not until the first 40 minutes or so of Barbara that we move from cold thriller to heart-rending melodrama, when Barbara is split not so much between the easier choice between East and West, but rather between the more personal and searing prospect of sacrificing her own happiness for the sake of someone else, someone she has no moral obligations for. The thrilling game of watching a fugitive try to make it unscathed to the other side now gone, Barbara, the film, switches with surprising ease from panscan to the seemingly inscrutable thoughts of a brooding heroine moving against a greyish land and seascape that reflects and stands for Barbara’s and a whole society’s feelings of angst, pain and distress. Shifting from individual to collective agony, Barbara, with a fabulous performance from the multifaceted Nina Hoss and a tight screenplay and direction by Christian Petzold, inches closer to moving empathy and admirable artistry during every minute of its 105-minute runtime.
Desde ese territorio alemán no nombrado El crítico de Rosario/12, además de vertir sus conceptos, eligió en esta ocasión un comentario "coral", enriquecido por las ideas e interpretaciones de espectadores que vieron la película y después la debatieron en la mesa de un bar. En el Festival de Berlín del 2011, el joven realizador Christian Petzold, cuya obra para nosotros es ciertamente no conocida y data del año 2000, mereció por el film que hoy comentamos, desde un encuentro de voces, el Oso de Plata al Mejor Director. Y su estreno en nuestra ciudad coincide, como rara vez acontece con los films que no provienen de USA, con Capital Federal, a dos meses de su presentación en España donde su director abrió la conferencia de prensa de la siguiente manera: "Vivo en Berlín desde hace treinta años. Estoy rodeado por la historia de la RDA, pero nadie habla sobre los años 80 allí, es como si ese país nunca hubiese existido, como si fuese un cuento de hadas". Esta Alemania de los años ochenta, que transcurre en la ex República Democrática Alemana, antes de la caída del Muro, es el tiempo histórico en el que transcurre este film, que se inicia cuando la doctora Barbara Wolff será trasferida, obligada a dejar su ciudad, para cumplir su labor en un alejado pueblo, sancionada por un hecho cuya causa nosotros, espectadores, no llegaremos a conocer. En ese territorio, que a este cronista se le reveló afín por momentos, al espacio rural marcado por la aridez, la severidad y miradas vigías que estaba representado en el film de Michael Haneke, "La cinta blanca", que como recordamos preanunciaba las conductas del nuevo orden totalitario en esa comarca rural, los guionistas de "Bárbara" han construido una historia que interpela ,desde su carácter reflexivo; que promueve una apuesta a la libertad, que profiere un grito de rebeldía frente al avasallamiento y opresión de la dignidad humana. Este es un comentario a varias voces, y hasta el momento sólo se manifestó la mía. A la salida del cine, en la noche del viernes, éramos trece sentados a la mesa del bar y el diálogo en torno al film se fue encadenando, de manera sensible y amable, junto a otros. Sólo puedo transcribir algunos momentos de estos escritos, ya que el comentario crítico debe tener una máxima extensión ya fijada con anterioridad. Así, Florencia Lo Celso, y en relación con ese clima en el cual transcurre esta historia señala: "Me impactó este tono de denuncia no ya directa, en la vida cotidiana, sino a través de los silencios, de los gestos. Igualmente ese clima me lo llegó a transmitir la iluminación: esa luz marca el agobio, la tristeza. E igualmente aún siento el sonido del viento". La naturaleza, el medio ambiental, cumple no sólo una función paisajística en el film. El mismo director ha expresado que ha tratado de plasmar esa fuerza que la misma tiene en la literatura alemana, en sus mitos, en sus leyendas. Es, entonces, ahora, Tita Caliotti quien continúa: "Junto a esta naturaleza, el sonido del viento, y tantos otros aspectos, como el rugir de las olas; lo que más me impactó fue la personalidad de ella, de la doctora, de Bárbara. Y tanto la mirada de ella como la del Doctor...Sí, sí, nuevamente las miradas. Claro, esas miradas que, en un principio, están veladas por la censura y el dolor. Pero que permiten descubrir emociones, de manera pausada. Desde aquí, Juana Palmili Baker, nos comenta: "Ella, perseguida, acosada, controlada, de manera permanente. Y sus sentimientos y el de los otros, como el de la joven Stella, que representa lo clandestino, lo oculto..." ¿De qué manera se nos va presentando a Bárbara?. ¿Cómo lo va haciendo su director?. Sería algo muy reduccionista afirmar que lo hace de manera naturalista, por la tendencia al retrato. Adela Ramos va más allá: "Y es que el film nos va acercando al personaje en ese paralelo entre sus sentimientos más íntimos, sus vivencias, junto a su labor profesional no separada de su mirada política, de esa proyección ética, que hace que finalmente ella pueda adoptar esa decisión a costa de su propia vida". ¿Se puede pensar en otros films afines a estas problemáticas?. María Eugenia Fiol recuerda a "La vida de los otros". Y particularmente considero que una de las claves de la lectura la proporciona lo que se dice sobre la pintura de Rembrandt". Miguel Angel Coca retoma estos planteos, que no revelaremos,"...y que el film coloca en el espacio de una sociedad que está atravesada por situaciones límites. Admiro esa capacidad para crear esta tensión, este otro suspenso, que están en los rostros, en los gestos, en las miradas..." Para Liliana Favari es "esa bicicleta de esa escena, tantas veces repetida, no sólo un medio, un móvil, sino un símbolo de un estar con ella misma en su propio viaje interior y al mismo tiempo un nexo con lo desconocido, lo misterioso, lo solidario y el puente con esa otra historia de amor". Bárbara deberá enfrentarse a dos opciones desde un mundo, en que como señala Susana Orsetti: " Los otros se van encuadrando desde el susurro, la mirada esquiva, los silencios; en ese espacio en el que se corren los visillos para observar y controlar a los pacientes". En los estertores de un régimen quedan al descubierto los patéticos comportamientos que lo cimentaron. En este mirar atrás, como lo hacía el cine de Fassbinder respecto del llamado "milagro alemán", Francisco José Santana nos afirma: " Y es que el film refleja lo opaco de la vida bajo un sistema degradante sin mañana. Pero al mismo tiempo, en él, y desde algunos personajes, y pese a todo, siempre hay algunas personas que aportan su luz de esperanza, por su entrega, por su compromiso con la vida". No se trata de contar argumentos, sino de transmitir algunas observaciones. Así María Dolores Boja destaca la tensión del film a lo largo de toda su duración, Mauricio Strappini acentúa la problemática del dilema y la cuestión del ideario de libertad, como asimismo el trazado de los personajes y Andrea García Fuentes marca los diferentes momentos del relato en función de los modos en que se manifiesta Bárbara, la protagonista. Usted, seguramente, lectora, lector, esté incorporando su propio punto de vista a esta nota.
SECRETOS Y SILENCIOS Lo personal y lo político -incluso la medicina como espacio de la práctica política rebelde- son con el mismo nivel de interés y trascendencia, los ámbitos de los que se vale esta notable película de Christian Petzold para relatar la represión vivida por los habitantes de la República Democrática de Alemania (la Alemania soviética), durante los años ’80. Bárbara, una inmejorable Nina Hoss, ha pedido autorización para exilarse y como respuesta ha recibido el traslado de un hospital berlinés a un pobre nosocomio en el campo. Ese traslado es desde lo institucional una suerte de castigo, de destierro, de enajenación de Bárbara en relación a su lugar de pertenencia y a su prestigio como médica. Y también parece serlo desde la perspectiva de la doctora que de algún modo desprecia el lugar y a sus colegas, como espacio interesante para la práctica de la profesión. Allí no solo deberá enfrentar la mirada de los otros -punto nodal en lo narrativo y lo cinematográfico- sino la persecución concreta de la policía secreta y la duda permanente sobre los demás. El silencio profundo con el que Bárbara se relaciona con los demás es clave. No decir nada nunca a nadie es el modo de sobrevivir, de evitar el peligro permanente de la violencia estatal. Pero también es el modo de evitar que aquellos con quienes se relaciona puedan penetrar el secreto de su mundo personal y sus deseos. Sin embargo la realidad del pueblo, su principal colega y los pacientes, estarán constantemente en colisión con esa muralla insoslayable que parece ser el rostro inexpresivo y el silencio inexpugnable. Petzold muestra con solvencia, ascetismo narrativo y sin apelar jamás al melodrama, la noción de totalitarismo político en tanto es lo absoluto en estado concreto. No hay espacio vital que escape al régimen totalitario, como si incluso fuera capaz de imponerse ante la propia pulsión vital. De como Bárbara resuelve la contradicción a la que se enfrenta, y de cómo lo que hubiera sido meloso, doloroso y exagerado resulta real y sintético, todo ello se explica por el talento del realizador, que no apela sino a gestos, secretos, silencios y sospechas. De ese modo articula una película atrapante e inteligente, que no reitera viejas fórmulas hollywoodenses -como algún antecedente demasiado aplaudido sin merecerlo tanto- sino que respeta la mejor tradición cinematográfica de su país.
Libertad vigilada y bajo sospecha Los alemanes tienen dos estigmas muy fuertes en su historia, uno es el nazismo y el otro, la división del país como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Estos dos estigmas, relacionados uno con el otro, han marcado de manera indeleble el espíritu de ese pueblo durante la última mitad del siglo XX. Como es comprensible, esas dos experiencias tan dramáticas y tan desgarradoras están presentes en prácticamente todas las manifestaciones culturales. Son un tema insoslayable. En este caso, el director nacido en Alemania Occidental, Christian Petzold, aborda en “Barbara” una historia ambientada en la Alemania Oriental, ubicándola a principios de la década de los ‘80, lo que sería en las vísperas de la caída del Muro de Berlín. El film es un producto inconfundiblemente alemán, es metódico, prolijo, denso, sugerente, oscuro. De formas clásicas y austeras. “Barbara” pretende ser un mini retrato social de una época y un lugar. La protagonista es una médica joven, una destacada profesional en un importante hospital de Berlín, quien sin embargo, es confinada a un pueblito perdido por haber solicitado una visa para dejar el país. Ella quería reunirse con su novio, que está del otro lado del muro, pero la Stasi se lo prohíbe, la encarcela y además, la castiga con el traslado. En su nuevo destino, Barbara es sometida a una vigilancia permanente y constantes controles. Un médico, Andrew, en situación algo semejante a la de ella, insiste en acercarse amistosamente, pero ella sospecha de él. Piensa que es un agente del régimen cumpliendo su trabajo. El relato asume un sesgo despojado y por momentos, unos acordes musicales le ponen un tono dramático a las situaciones cotidianas rutinarias. La médica reparte su tiempo entre su trabajo en el hospital y algunas escapadas a ciertos lugares, dando a entender al espectador que tiene un plan secreto. Seguramente, piensa fugarse con la ayuda de su novio. Sin embargo, la atención de los pacientes concentra su interés y la acerca más a Andrew. Ellos, en definitiva, aman su profesión y no solamente quieren curar enfermos y salvar vidas, se encuentran con casos conflictivos relacionados con el clima de opresión que se vive en la región. Especialmente se sienten conmovidos por una muchachita que está recluida en una institución y cada tanto se escapa, poniendo en riesgo su vida, y el de un adolescente que tuvo que ser asistido luego de un dramático intento de suicidio. Tristeza y sufrimiento Barbara y Andrew se sienten escindidos entre sus deseos personales, sus obligaciones y sus principios éticos. Una conjunción de contradicciones que los llevará a tomar decisiones drásticas, pero que consideran oportunas. El tono general de la película es de tristeza y sufrimiento. En ese pequeño mundo nadie es feliz, no hay alegría, no hay espontaneidad y todo es sospecha, sometimiento y castigo. Sólo pequeños destellos de afecto pueden surgir entre los personajes, casi en la clandestinidad. Y pese a todo, serán capaces de tener algún gesto de grandeza que hará que la vida cobre sentido. Petzold cuenta esta historia mínima sin ahondar demasiado en el pasado de los personajes y abre mucha incertidumbre respecto del futuro. La existencia, para ellos, es el día a día, en un sendero de márgenes muy estrechos. Y el clima general de la obra está inspirado en los preceptos del realismo socialista y del distanciamiento brechtiano, por lo que resulta un poco fría y deficiente al momento de transmitir emociones.
Detrás del muro Bárbara es una película austera que habla sobre decisiones, una mujer de espaldas a su pasado y de frente al futuro que tiene que elegir hacia dónde dirigirse. La historia está situada a principios de los años ochenta en una Alemania dividida. Ella es una médica de La Charité (prestigiosa clínica de Berlín del este) que es obligada a mudarse a una pequeña provincia, luego que se le denegara un pedido para salir del país. Ahí trabajará en un hospital, pero sin dejar de ser vigilada constantemente. Poco sabemos de su pasado, sólo que hay un hombre en su vida que la esperará en Dinamarca y que ambos tienen un plan para escapar. Tampoco podemos deducir su futuro, pero todo indicaría que será lejos de Alemania. El director Christian Petzold elige no decirnos demasiado, y lo bien que hace, es uno de esos autores que nos obligan a construir nuestra propia percepción del personaje y de quienes lo rodean. Bárbara es una mujer fuerte, distante y ajena a su nuevo entorno. Le aconsejan que no “se separe demasiado” porque la gente del pueblo es muy susceptible y tiende a sentirse de “segunda clase”, pero a ella poco le importa los complejos de inferioridad de sus nuevos compañeros. La vemos fumando casi todo el tiempo, esos “cigarrillos occidentales” que guarda en su maletín rojo, que la anclan a su antigua vida, el humo que la aleja todavía más de los demás, como una especia de niebla en la que se esconde cada vez que alguien intenta acercarse. Pero es entendible, es difícil encajar en un lugar en donde uno no quiere estar. A lo largo de toda la película hay una constante dicotomía, la contradicción entre Berlín Occidental y Oriental que está representada en Bárbara y la gente del pueblo. Pero también ésta oposición la vemos en ella a medida que avanza la película: sus silenciosos planteos sobre su pareja, su profesión, su idea de la libertad y progreso que parecen estancarse en medio de las calles de tierra de ese pueblo, a simple vista, chato. Por otro lado, esta ambivalencia está presente en todos los personajes, ellos oscilan entre la sensibilidad y la frialdad, entre la confianza y la desconfianza, entre el poder y la sumisión, entre la verdad y la mentira. Nadie tiene una sola cara y eso los hace humanos y creíbles. La película nos muestra una situación política y social contada desde la mirada intimista de una mujer. Los personajes a su alrededor tampoco están en mejores condiciones. André, su jefe y compañero, para silenciar un error en su profesión acepta la propuesta de trasladarse al pueblo y encargarse de dirigir el hospital de la zona. Stella, una chica que trabaja en “campos de exterminio, pero socialistas”, como tan duramente lo define Bárbara, que de manera recurrente vuelve al hospital fingiendo estar enferma, hasta que un día realmente lo está, y no sólo eso, sino también embarazada. Mario, un adolescente que intenta suicidarse tirándose del tercer piso por creer que su novia lo engaña, llegando al hospital casi al borde de la muerte. Y hasta el funcionario que vigila y persigue a Bárbara carga con una densa historia familiar, más allá de su antipática personalidad. Todos de alguna manera están atrapados. Y finalmente Bárbara tiene que elegir. Llega el momento y la hora indicada (el segundero del reloj exacerbado como una banda sonora) en donde el camino a seguir está marcado. Entonces deja de tocar el piano, sale del departamento, sube a su bicicleta y pedalea hasta la playa, pero con una pequeña variante en su plan: no está sola. Lo demás lo verán con sus propios ojos, si es que les interesa hacerlo, porque este final es un nuevo comienzo y no sólo para ella… La decisión fue tomada y todo lo que queda detrás, es historia.
Una historia de desarraigo en aquella Alemania dividida mucho más que por un muro. Este film llega de la mano de Christian Petzold (Jerichow, 2008; Yella, 2007), uno de los más importantes directores alemanes de la actualidad. Nació en Hilden en 1960 y se crió en Haan. Su primera película fue “Pilotinnen”, que dirigió durante su graduación en 1995. Está película fue nominada en el 62 º Festival Internacional de Cine de Berlín, y Petzold ganó el Oso de Plata al Mejor Director. Además fue elegida por Alemania para ser seleccionada a los Premios de la Academia 85a a la mejor película en lengua extranjera, pero no fue parte de la lista final. Todo comienza con un inquietante movimiento de cámara, vemos a una joven mujer bajar de un autobús, sentarse en un banco , quedarse pensando y fumando un cigarrillo por unos instantes y dos médicos desde una ventana la observan y dialogan sobre ella, ( no sabemos mucho de estos personajes). Le prestan mayor atención porque es la nueva que viene desde Berlín. En todo momento se nota que se encuentra molesta, fastidiada, distante y malhumorada. Está médica se desarrolla en el departamento de pediatría a las órdenes del cirujano André (Ronald Zehrfeld), cuando finalizan las tareas de ambos él se ofrece a llevarla pero ella lo rechaza, si observamos solo es más considerada y cariñosa con sus pacientes. Con el correr de los minutos sabemos que transcurre durante el verano de 1980 en la República Democrática Alemana, esta joven médica Bárbara Wolff (Nina Hoss, ya trabajo con este cineasta en: Jerichow y Yella), trabajó en el prestigioso hospital Charité, de Berlín. Cuando ella solicita una autorización para marcharse definitivamente a Occidente (la “Alemania capitalista“), para casarse con su novio Jörg (Mark Waschke), las autoridades como castigo, la destierran enviándola a este pequeño pueblo para trabajar en este hospital ubicado en la costa del mar Báltico. Pese a este destierro, Ella no deja de pensar en su fuga, de manera secreta prepara su huída, esconde su dinero (en marcos de la República Federal de Alemania) ya que sufre constantes revisaciones en su departamento y también en su cuerpo, momento bastante doloroso ver tanta humillación (es sentirse violado constantemente), hasta se ve obligada al encuentro con su novio a escondidas. Su vida se va complicando cuando llega al hospital una jovencita llamada Stella (Jasna Fritzi Bauer) embarazada (quien intento varias huidas), otro de los mártires de este sistema es Mario (Jannik Schümann) un joven suicida, y quien lo acompaña Angie (Alicia Von Rittberg) quien sufre ante tal drama. Bárbara aunque no quiere verse involucrada lo está, desde el sentimiento viendo jóvenes privados de su libertad, decidir sus ellos sus propias vidas. Y nos vamos acercando a la huida de Bárbara en busca de su felicidad que se encuentra en Dinamarca, llegan los momentos de tomar decisiones. También surgen varios interrogantes sobre la actitud de André ¿Está enamorado?, ¿En realidad la está vigilando? ¿Qué relación tiene con el agente Klaus (Rainer Bock)? (este es quien controla su vida); esto son uno de los tantos interrogantes que surgen durante su desarrollo. Durante toda su narración lo que sobresale es la sutileza, todo se va reflejando a través de su fotografía, con esos tonos grises captando tristeza, los colores dentro su paisaje, se resalta el viento, entre otros ruidos. Cuenta con grandes actuaciones, no solo de los protagonistas, sino también de los secundarios: Angelo (Deniz Petzold); Gerhard (Peter Benedict); y María (Serlin Petzold). Sus personajes van aportando con sus gestos y sus silencios. Es fundamental el ritmo por momentos pausado que va llevando a los personajes como a los espectadores a esa atmósfera asfixiante que existía en la Alemania del Este. Algunos espectadores recordarán otras interesantes historias como. “La vida de los otros” (2006), de Florian Henckel von Donnersmarck; la comedia dramática, “Good bye, Lenin!” (2003), de Wolfgang Becker. Esta película es recomendable para todos los amantes del cine.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
A un pueblo de Alemania en una época no muy bien determinada (pero que iremos reconociendo) llega Bárbara. Ella es doctora. Desde los primeros segundos percibimos que es una mujer enigmática y hosca. Oculta una historia oscura pero no es la única; André, un médico que será su compañero laboral, mucho más simpático que ella, parece acompañarla en cuanto a historias del pasado. El alemán Christian Petzold (conocido por la trilogía El estado en el que estoy, Fantasmas y Yella) dirigió y escribió Bárbara y para ello se baso en su propio recorrido familiar. Bárbara es una historia como muchas pero al mismo tiempo única ya que gracias al arte de narrar, que pocos saben hoy en día manejar, sorprende y emociona. Su encanto radica definitivamente en la sutileza que destila en cada fotograma, la cual se agradece en tiempos de lo que algunos han llamado “pornografía narrativa”, es decir aquella que no deja nada librado a la imaginación sino que recalca de modo grotesco cada alusión y metáfora. Bárbara, que fuma sin cesar y que no es de lágrima fácil, se enternece y compromete con Stella, una paciente con serios problemas a la que le leerá Las Aventuras de Hucleberry Finn y André con el caso de Mario; y así, entre pequeñas charlas de pasillo, noches sin dormir y recorridos en bicicleta ambos irán descubriéndose; situación que hará que Bárbara pueda pensar que quizás hay alguien en quien confiar. Uno de los momentos más fascinantes de la película es sin duda aquel en el que André le consulta a Bárbara acerca de qué piensa del cuadro La lección de anatomía del Doctor Nicolaes Tulp de Rembrandt que se halla colgado en la pared del consultorio ya que se revela la postura que el director ha tomado respecto de lo que cuenta. Nina Hoss, actriz fetiche de Petzold (actuó en cinco de sus películas), interpreta increíblemente a Bárbara convirtiéndose así en la gran responsable de los aciertos de la cinta ya que se carga la historia sobre sus espaldas llenándola de profundidad. Bárbara, a pesar del fondo lúgubre que la recorre, invierte lo acostumbrado en este tipo de films colmando de color y belleza las imágenes. El bosque, se convierte en el lugar perfecto para intercambios secretos; el mar, en un puerto de esperanza; los caminos en sitios aptos para la buena compañía (aunque no siempre). La excepción: el hogar de la protagonista, que se transforma en una prisión. Bárbara, a través de sus dolientes y solitarios personajes, invita a redescubrir la Historia alemana reciente para seguir curando heridas y no olvidar.
Viaje a un continente perdido A diferencia de varias películas alemanas recientes, el último filme de Christian Petzold, el miembro más reconocido de la Escuela de Berlín, no reconstruye la pretérita Alemania del Este en términos de nostalgia. Los viejos tiempos, cuando un muro físico separaba dos estilos de vida, no son en la mirada de Petzold un pasado mítico donde la falta de libertad se compensaba por un orden menos injusto. Su visión es sensiblemente ambivalente, como todo lo que sucede en el filme. Desde el comienzo, la vieja Alemania se define aquí por dos acciones "invisibles": vigilar y sospechar. La vida de los otros es una preocupación de todos, y ya en la primera escena Petzold propone una perspectiva: Bárbara, que viene de Berlín y ha estado presa unos años, llega unos minutos antes al hospital en el que retomará su profesión de médica. De un plano medio del hermoso y adusto rostro de Nina Hoss (un axioma en el cine del director) a un plano general que reproduce el punto de observación de un miembro de la policía secreta que la presenta al jefe del hospital, la película transmite una experiencia social dominante. Bárbara es circunspecta y distante; su enemistad con el régimen socialista es ostensible, pero las razones de su malestar y de su desconfianza nunca se revelan del todo. Siente cierta simpatía por André, el joven doctor a cargo, y un gran compromiso con los pacientes, en especial con una adolescente que proviene de un "campo de concentración" y un joven que ha intentado suicidarse. Su vocación médica no es incompatible con su disidencia ideológica. Aunque la Stasi la vigila siempre y revisa desde su casa hasta sus genitales, no renuncia a sus actividades "ilegales": conseguir visas y papeles para que otros pasen del otro lado del muro. Bárbara es un filme asombroso: la indeterminación de su posición ideológica hace que no haya buenos y malos, y es por eso que la experiencia socialista, a pesar de ser examinada sin condescendencia, no es condenada del todo. Petzold plantea una especie de fenomenología de la mentalidad de aquella época y descubre que el compromiso y la sospecha son signos precisos del alma colectiva. El filme de Petzold es un viaje hipnótico a un continente perdido, un territorio simbólico que Jim Hoberman llamó "la Atlántida Roja". Un viaje a un lugar y un tiempo no tan lejanos que, vistos desde hoy, son casi del orden de lo impensable.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
Una atmósfera tensa y ominosa Christian Petzold es miembro de la Escuela de Berlín y con apenas cuatro títulos en su haber, se ha convertido en un referente del último cine alemán. Con esta película ganó el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín de 2012. El guión lo escribió con su maestro y colaborador Harun Farocki y recrea la novela homónima de Herman Broch. La historia está ambientada en 1980 en un pueblo situado en el norte de la República Democrática Alemana, una denominación que fue siempre una ironía macabra. Un dato importante para abordar esta historia es recordar que los padres de Petzold son originarios de la ex Alemania Oriental, de donde lograron escapar en 1960, unos meses antes de su nacimiento. La protagonista es Barbara Wolff, médica pediatra que ejercía en el Hospital Charté de Berlín y se volvió sospechosa tras solicitar una visa para salir del país. Su intención era reunirse con su amante, que reside en Dinamarca. Por ese motivo y a manera de castigo, es transferida a un hospital rural cerca del Mar Báltico, donde le asignan un departamento pequeño y miserable, y recibe frecuentes visitas de los agentes secretos de la Stasi, que la vigilan a sol y a sombra y la humillan en cada ocasión. El jefe de Barbara en el hospital es el doctor André Reiser, quien se muestra insistentemente amable, aunque ella presume que puede ser otro miembro de ese Estado espía y represor. André la invita a pasear en bicicleta y le obsequia un ejemplar del libro Memorias de un cazador, de Iván Turguénev. Pero ella se mantiene distante y silenciosa, interesada sólo en sus pacientes. Entre ellos, un muchacho que intentó suicidarse y una joven recluida en un campo de trabajos forzados. Pero su idea fija de huir hacia el sector occidental. Petzold exhibe una notable precisión y austeridad narrativa, valoriza los silencios y las miradas de los personajes y demuestra una enorme capacidad para recrear la atmósfera ominosa, tensa, de contenida paranoia que entonces se vivía en ese país. Y lo hace apelando a colores vivos, sin los clásicos grises u oscuros de películas que abordaron temas similares. Por caso, La vida de los otros. Otra baza de Petzold es su talento para construir personajes creíbles, que resisten ese clima de falta de libertad a fuerza de tenacidad e inteligencia. Y el director procura compartir ese clima con el espectador, que no puede eludir sentirse afectado por esa asfixia moral y existencial que vive la protagonista.
Áridos ’80 A los 52 años, no sería correcto decir que Christian Petzold es uno de los nuevos niños mimados de la crítica, pero una serie de hitos recientes (como su contribución a la trilogía Dreileben) lo posicionan como uno de los directores más representativos del nuevo cine alemán. Y sin embargo, Bárbara, firme candidata a representar a su país en la próxima entrega del Oscar al cine extranjero, prueba que los galardones llegan casi siempre a destiempo. En su quinto trabajo conjunto, Nina Hoss presta su áspera belleza para el rol de una médica deportada a la ex República Democrática Alemana. Forzada a vivir fuera de Berlín, Bárbara tiene un trato distante con sus colegas de una clínica de pueblo; recibe crónicas inspecciones de la Stasi y sospecha que su supervisor André pueda ser agente de la misma, mientras tiene encuentros clandestinos con su novio, que desde Berlín prepara su fuga. No hay duda de que este es un film difícil; es un film de época, pero de una época relativamente cercana (principios de los ochenta), y Petzold, como realizador estrictamente contemporáneo, erradica las marcas del tiempo. Ese es su mayor mérito: Bárbara pudo haberse hecho en 1982 y aun resultaría moderna. Quizá sea culpa de ese rigor, que lo privó de cometer licencias, pero la aridez de Bárbara, aun cuando su protagonista se amiga con el entorno, está emparentada con una suerte de neorrealismo que no cuaja bien. Lejos de las ambigüedades de Yella, su magistral obra, las diáfanas escenas de exteriores y las actuaciones hacen que Bárbara sea un auténtico (aunque laxo) Petzold.
Publicada en la edición digital #252 de la revista.