Una red subterránea de hongos La nueva propuesta de Mike Mills, C’mon C’mon (2021), no ofrece nada particularmente nuevo o siquiera original que no haya sido visto en las anteriores Thumbsucker (2005), Beginners (2010) y 20th Century Women (2016), todas películas apenas correctas, bastante lánguidas, amigas de la frontera entre la comedia y la tragedia y repletas de elementos autobiográficos y estereotipos de la emotividad delicada que podrían haber causado una “mejor impresión” en la escena cinematográfica indie de aquellos años 80 y 90, aunque interpretadas desde nuestro presente se le ven todos los hilos y esa pose cínica camuflada vía una catarata de sentimentalismo introspectivo que además la va de nostálgico y sincero en términos de una idiosincrasia metropolitana agitada. Para comprender esta melancolía autoconsciente de fondo hay que entender quién es Mills, en esencia un adalid simpático pero muy rutinario de la Generación X y un director de videoclips y diseñador gráfico especializado en afiches y en el arte de tapa y el packaging discográfico que trabajó para The Jon Spencer Blues Explosion, Air, Pulp, Everything but the Girl, Moby, The Divine Comedy, Beth Orton, Yoko Ono, Blonde Redhead, The National, Beck, Sonic Youth, Beastie Boys y Martin Gore de Depeche Mode, amén de haber formado parte a mediados de la década del 90 de la banda de rock alternativo Butter 08 con gente de The Jon Spencer Blues Explosion, Cibo Matto y Skeleton Key al extremo de editar un álbum homónimo en 1996 en la compañía discográfica de los Beastie Boys, la hoy desaparecida Grand Royal. Mezcla de géneros que suelen ir juntos como el drama familiar, la road movie existencial y la gesta de pugna simbólica intergeneracional más o menos implícita, C’mon C’mon es muy sencilla y gira en torno a la relación entre un niño retraído de Los Ángeles en la piel del actor británico Woody Norman, Jesse, y un periodista radial que recorre Estados Unidos entrevistando a purretes sobre la sociedad del nuevo milenio y el futuro en general, el tío del muchacho que responde al nombre de Johnny y está interpretado por el gran Joaquin Phoenix, quien viene de ganar el Oscar a Mejor Actor por Joker (2019), de Todd Phillips, y continúa eligiendo con sumo cuidado las contadas películas en las que interviene como lo demuestran las variopintas The Sisters Brothers (2018), de Jacques Audiard, Don’t Worry, He Won’t Get Far on Foot (2018), de Gus Van Sant, You Were Never Really Here (2017), de Lynne Ramsay, Irrational Man (2015), de Woody Allen, Inherent Vice (2014), de Paul Thomas Anderson, y Her (2013), del tremendo Spike Jonze. La madre de Jesse, Viv (Gaby Hoffmann), estuvo peleada un año con Johnny por las diferentes perspectivas a la hora de cuidar a la progenitora demente de ambos, Carol (Deborah Strang), la cual ya falleció y ahora la mujer debe volver a lidiar con el asunto en ocasión de su esposo y el padre del niño de nueve años, Paul (Scoot McNairy), quien sufre delirios paranoicos y vive en Oakland por una separación. Mientras Viv se encarga de internar en un neuropsiquiátrico a su ex, Johnny cuida del mocoso y lo lleva en un viaje a Nueva York y después a Nueva Orleans. Como si se tratase de una realización de Alexander Payne pero mucho menos astuta e incisiva, o una de Allen aunque sin ser particularmente graciosa o irónica en serio, o hasta quizás una faena cuasi documental símil Reds (1981), de Warren Beatty, adepta a mechar todo el tiempo entrevistas con personas reales que complementan y enriquecen lo narrado pero sin que haya grandes descubrimientos discursivos/ retóricos/ narrativos en ese campo, el film de Mills está apuntalado en la excelente química actoral entre Norman y Phoenix, el estupendo desempeño de Robbie Ryan en materia de una altisonante fotografía en blanco y negro y una banda sonora en verdad atractiva que incluye composiciones o interpretaciones muy diversas de Wolfgang Amadeus Mozart, Dieterich Buxtehude, Claude Debussy y Emahoy Tsegué-Maryam Guèbrou pero también de The Primitives, Wire y Lee “Scratch” Perry, entre otros. Como siempre acontece en las propuestas del director y guionista, el desarrollo de personajes es más o menos convincente y nunca llega a molestar por pavadas de índole banal o boba hollywoodense porque todo el tiempo se preocupa por mantener un verosímil estable en el que Johnny, como tantos adultos, se niega a hablar de su pasado y Jesse, como tantos nenes, se muestra obsesionado con tratar de descubrir mayores detalles sobre los secretos del clan porque sabe que allí se ocultan los traumas detrás de relaciones dañadas y conflictos siempre persistentes, planteo al que se suma la actitud optimista pero precavida de los jóvenes entrevistados por el tío para un ignoto especial radial del futuro. El problema principal de C’mon C’mon, el cual por cierto es el mismo de muchas de estas odiseas artys del Siglo XXI que pretenden recuperar el acervo honesto y descarnado del indie de finales del milenio previo sin la convicción y las herramientas formales de antaño, se condensa en una prolijidad excesiva y marketinera que le resta honestidad dramática al asunto y pone en primer plano el hecho de que la realización, pretendiendo abrazar el documentalismo y la inteligencia de otros tiempos, no sólo no consigue su objetivo sino que se convierte en un ejemplo involuntario de la pobreza discursiva del cine internacional actual y su propensión hacia el psicologismo barato y los manuales de autoayuda para lelos de la posmodernidad, panorama que por supuesto asimismo implica que Mills no es Peter Bogdanovich o Paul Mazursky y que estos inconvenientes de la burguesía masoquista del Primer Mundo resultan algo mucho patéticos y autobuscados vistos desde nuestra periferia empobrecida. Así como buena parte de los diálogos se basan en el latiguillo actual de la expresividad sin frenos y la comunicación ultra fetichizada como panacea para todos los problemas vinculares humanos, algo representado en pantalla en una escena en la que Jesse les comenta a los adultos que los árboles están conectados por una vasta red subterránea de hongos a lo amalgama cultural diacrónica y sincrónica, el núcleo de C’mon C’mon, donde realmente sale victoriosa, reside en el análisis del contrapunto entre el egoísmo histérico habitual de los niños y la autoindulgencia improvisada y muy decadente de los mayores…
Pocas veces tengo la oportunidad de ir al cine por la mañana. Generalmente en algún festival de cine, donde la programación abunda y los horarios también. Creo que el cine matutino debería ser una opción siempre. La experiencia de despertar, tomar un café y arrancar el día entrando a una sala de cine puede ser completamente transformadora. Así lo fue para mi, tras poder asistir a una función temprana de la película “C’mon C’mon”. Esta película dirigida por Mike Mills fue el tesoro de una mañana que me dejó flotando por el resto del día. Salí del cine agradecido, con ganas de jugar, bailar, llorar, reír, conectar con mi niño interior. Y es que las infancias son para mi las protagonistas de este film. En “C’mon C’mon” Johnny (Joaquín Phoenix) es un hombre adulto y soltero, periodista radial, que se encuentra entrevistando a niños y niñas de todo tipo, en distintas ciudades de los Estados Unidos. En paralelo, Johnny retoma el vínculo con su hermana, la cual le pide a modo de favor que cuide a su hijo por unos días, mientras ella resuelve un asunto familiar en el que se ve envuelta. Es que el padre del niño en cuestión se encuentra en un estado demencial, y requiere de toda su atención y contención. Jesse, interpretado por el niño actor Woddy Norman, no es un niño cualquiera, y hará que su tío descubra lo difícil y a la vez encantadora que puede ser la paternidad. Las actuaciones del film son todas encantadoras. Principalmente las más jóvenes que demuestran un profesionalismo y un compromiso envidiable para cualquier actor experimentado. Y eso envuelve la actuación de un Joaquín Phoenix, en esta oportunidad, un Joaquín sumamente empático, tierno y vulnerable. La fotografía es claramente otra protagonista, y se lleva todos los galardones. Una preciosura por donde se la mire. El blanco y negro otorga una fineza y una sencillez que reflejan la propuesta de esta historia. Una trama simple, pero profundamente conmovedora, donde el miedo al futuro, la salud mental, la incomprensión y el amor se entremezclan para dejarnos con el sonido de las voces de las infancias, casi como una luz de guía hacia donde poner nuestra atención para tratar de salir de la constante tormenta que resulta ser a veces la encrucijada vida adulta.
Este filme se presenta como pretencioso desde un principio, la elección de la paleta cromática, o la ausencia de ella sinceramente, digamos que el uso del blanco y negro no esta justificado en ningún momento. Solo parece haberse elegido en función del impacto que pueda generar en relación a la calificación que le otorgarían los especialistas. Pues en tanto construcción de relato, guión y desarrollo de los personajes no termina por estar bien definido, como que algo se quedo a mitad de camino entre el papel y el audiovisual. Johnny (Joaquin Phoenix), es un reportero de radio en Nueva York. Su última historia lo encuentra entrevistando a niños (sin guión) sobre lo que podría depararles el futuro, como ven el mundo hoy, "¿Qué te preocupa?" “¿Cómo crees que se verán las ciudades?” “¿Qué te gustaría decirles a los adultos?” El resultado es un poco más trivial de lo usual. Si las películas de Mike Mills normalmente aluden a la confluencia donde colisionan lo personal y lo universal, esta puede ser in-específico de una manera que se desvía hacia una clara perífrasis. La mayor parte del metraje se centra en la relación de un tío con su sobrino al que no ve asiduamente, que por pedido de su hermana se hace cargo por un tiempo. Recuerdo a la ganadora del Oscar a mejor película extranjera en 1996 “Kolja”, en la cual un hombre debe hacerse cargo de un niño de 6 o 7 años, cuando la madre desaparece. Pero las comparaciones son odiosas. Ante el llamado de su hermana Viv (Gaby Hoffmann) para que se haga cargo de Jesse (Woody Norman), Johnny concurre ya que algo de esa relación se vio afectada por la muerte de la madre de ambos y esta sería una buena oportunidad de sanar la relación. Sin excusa aparente, ella debe ir a ayudar a Paul (Scott McNary) su ex esposo y padre de Jesse, que ha sido internado por sufrir otra descompensación psíquica. Jesse no es un niño común y corriente, para definirlo con pocas palabras, sería algo así como una Mafalda (salvando las distancias, claro), en versión varón y yankee. Juntos emprenderan un viaje casi iniciatico, del desconocimiento entre ambos, a la desconfianza, llegando a la conjunción sostenida por el afecto. El filme no es otra cosa, así de sencillo, pero esa grandilocuente pretenciosidad también se siente desde la banda de sonido, dos veces se escucha de manera extra diegetica, el “Requiem” de Mozart y “Claro de Luna” de Claude Debussy, piezas musicales de una belleza extraordinaria, pero que solo están expuestas de manera empática, con el solo fin de generar sensaciones en el espectador. Estas son las dos que pude reconocer, el resto de la banda musical, genera esa misma sensación. El filme no aburre, eso debido principalmente al poder de seducción, bien entendida, de sus protagonistas, otra gran actuación del ganador del Oscar y una prometedora performance actoral del joven Woody Norman. En realidad esta bien contada, pero de original tiene nada la idea, me viene a la mente “El Pibe” (1921) de Charles Chaplin, también en blanco y negro.
C’mon C’mon trata muchos temas que se entrelazan dentro de la historia entre Johnny y Jessie, una historia que nos sumerge en problemas existenciales y nos deja reflexionando sobre el peso de la decisiones, lo fugaz de los recuerdos y la importancia de mantenerlos vivos para poder hacer frente al paso del tiempo.
Escrita y dirigida por Mike Mills, "C'mon C'mon" invita, con suma sensibilidad, a la reflexión. Johnny (Joaquin Phoenix) visita a su hermana Viv (Gaby Hoffmann) en Los Angeles luego de un tiempo distanciados tras la muerte de su madre (Deborah Strang). Su trabajo es documentar mediante entrevistas a niños y pre-adolescentes quienes expresan sus pensamientos y sentimientos sobre el futuro. Se va acabando el tiempo de su estadía y Paul (Scoot McNairy), el padre de su sobrino Jesse (Woody Norman) sufre una recaída en su enfermedad y Viv le pide a su hermano que se haga cargo del enérgico niño por un tiempo, por lo que ambos emprenden un viaje a Nueva York. Durante esos días Johnny descubrirá en Jesse, de 9 años, una personalidad inteligente e imaginativa que lo sorprende y lo hace transitar una relación paternal con todo lo que esto implica, altos y bajos. El film, rodado en blanco y negro, (la excelente fotografía es de Robbie Ryan) es de una belleza extraordinaria, desde la alocada L.A. hasta N.Y y New Orleans, adonde finalmente llegan, por cuestiones laborales. Pero su belleza no se limita a las ciudades que se muestran. Lo extraordinario es la construcción de la relación tío-sobrino, que pasan, del casi desconocimiento a la ternura absoluta. Jesse es una caja de sorpresas, con inagotable curiosidad, sus preguntas y respuestas, son sorprendentes. En Johnny se despierta la necesidad de proteger, educar y acompañar. Las actuaciones del trío principal (Phoenix, Hoffmann y Norman) son de una naturalidad deslumbrante. Puro disfrute, que invita a verla otra vez.
¿Qué va a pasar con nuestras vidas y qué está realmente bajo nuestro dominio? ¿Qué esperamos del futuro? Tan abarcativa y tan existencial, tan inasible y tan concreta, a la vez, la inquietud impacta en nosotros con la precisión de un teledirigido. Nuevo hallazgo fílmico de la ascendente productora A24, mixtura de ficción y cine documental, “C’mon, C’mon, Siempre Adelante” fluye bajo la lente de Mike Mills como una singularísima propuesta. El director de “Beginners” (2010) y “20th Century Woman” (2016) construye una relación símil paterno filial entre protagonistas, encarnado en la dupla actoral que conforman Joaquin Phoenix y Woody Norman. Una película reflexiva, poética, cuya identidad visual se recrea entre voces en off y una recurrencia hacia el fuera de campo. ¿Justifica el blanco y negro por sí solo su injerencia? Nos llama poderosamente la atención en el presente film dicha elección estética; una propuesta que, a lo largo de la última década, se ha vuelto frecuente en retrato de cine de autor como “El Artista” (2010), “Mank” (2020), «Roma” (2018) y “Belfast” (2021). El atractivo excede la gama cromática, entre distintas tonalidades de grises que con también prismas a través de los cuales cotejar posibilidades de ver la vida. Recurre a una narrativa paralela, cuyo nivel metafórico, a modo de viaje introspectivo, se permite intercalar textos clásicos de la literatura, abrevando en la sensibilidad y la sabiduría de “El Mago de Oz” (L. Frank Baum), “La Familia Bipolar” (Ernesto Lammoglia), “Madres” (Jacqueline Rose) y “El Niño Estrella” (Claire Nivola). Los seres humanos somos un universo fragmentado e insondable y las heridas por curar nos recuerdan que toda cicatriz es también una elección para mañana y una huella del camino transitado.
El director de «20th Century Women» (2016) y «Beginners» (2010) nos vuelve a sumergir en un relato movilizante, emotivo y logrado sobre las relaciones familiares, las preguntas sin respuestas sencillas y los vínculos que nos unen a lo largo del tiempo. Mike Mills consigue conectar al espectador tanto con las emociones como con los conflictos más comunes y complejos que tenemos los seres humanos. Cuestiones tan universales como el amor, la identidad y la familia son tropos comunes que atraviesan su filmografía y que no solo trabaja con una sencillez y un sentido del realismo verdaderamente envidiable, sino que sus personajes parecen moldeados desde su propia intimidad haciendo que la sensación de «vida real» rodee a la historia. «C’mon C’mon» es su quinto largometraje, el cual fue producido y distribuido por la gloriosa compañía A24, que últimamente (y en lo particular, este mismo 2021) nos ha brindado una gran cantidad de historias que no parecen tener lugar en otros estudios o casas productoras. En esta oportunidad, la película nos presenta a la familia de Johnny (un descomunal Joaquin Phoenix), un periodista con un programa radial, donde produce una serie de entrevistas o testimonios que le hace con sus colegas a distintos niños a lo largo y ancho de EEUU donde les pregunta sobre sus visiones sobre el futuro, sus opiniones sobre temáticas sociales modernas y diversos marcos influidos por la coyuntura, donde se da lugar a percepciones únicas y muy enriquecedoras sobre cómo los niños ven la vida cotidiana. En medio de su rutina laboral, su hermana Viv (Gaby Hoffmann) lo llama para ver si puede cuidar a su sobrino un par de días mientras ella atiende algunos problemas con su esposo. Así es como Johnny y el pequeño Jesse (Woody Norman) iniciarán un viaje por EEUU donde irán reconectando y trazando una relación más fuerte de la que tenían previamente. Mills nos va introduciendo sus personajes de forma gradual y convincente, delineando sus actitudes y sus vínculos con el resto de los personajes, no solo de forma empática y objetiva, sino que le imprime al relato un realismo formidable. Incluso parece tomar ciertos recursos del documental para conectar las percepciones de los adultos contrastadas con la de los niños y para explotar ese registro testimonial que posee el trabajo del protagonista. Phoenix, cuyo talento interpretativo no resulta sorprendente a esta altura, redondea un performance contenida y matizada, donde su personaje parece querer combatir contra el dolor y el duelo que rodearon a su vida pasada, así como también la necesidad de recomponer la relación con su hermana de la cual se había distanciado. La sinceridad con la que son abordadas las distintas temáticas que trata el film, así como también esa exquisita fotografía de Robbie Ryan («American Honey», «The Favourite», «Marriage Story») le dan un toque melancólico y un carácter al relato, embelleciendo la experiencia y, a su vez, dotándola de cierta autenticidad. Por otro lado, el trabajo del pequeño Woody Norman resulta una verdadera revelación, componiendo al excéntrico y peculiar Jesse, trabajando de igual a igual con Phoenix y construyendo una dupla maravillosa y arrolladora para encarar esta propuesta. «C’mon C’mon» se posiciona entre las grandes propuestas cinematográficas del 2021 por su honestidad, su inteligencia narrativa y la osada (y a su vez extraordinaria) mirada de Mills como director. Una película de contradicciones y complejidades evidenciadas en la exteriorización de la mente humana, que reflexiona y nos lleva junto con sus personajes en un viaje introspectivo cargado de emociones.
El tiempo pasa, pero los miedos, las esperanzas y las expectativas siempre parecen ser las mismas de generación en generación, más allá que las épocas sean diversas en muchos sentidos. Ahí es donde todo ser humano se conecta con los otros y se encuentra ese lugar en común. A partir del entendimiento al otro se basa el film C’mon C’mon: Siempre Adelante, dirigida por Mike Mills (Beginners, Mujeres del Siglo XX). Joaquin Phoenix es Johnny, un periodista de radio que hace entrevistas a jóvenes a lo largo y ancho de los Estados Unidos. Un día, recibe el llamado de su hermana (Gaby Hoffmann), quien le pide cuidar a su hijo, Jesse (Woody Norman), mientras ella no está. Johnny se verá metido en un mundo de imaginación, creatividad y reflexión interna que cambiará su propia perspectiva de vida. Desde que interpretó a Cómodo en Gladiador (2000) que es imposible sacarle los ojos a un actor como Phoenix, y esta no es la excepción. Al contrario, tres años después de verlo en Joker (2019), en este film se ve su lado más naturalista, más humano, donde sólo tiene que ser; y qué mejor forma de hacerlo que al lado de alguien como Woody Norman. El pequeño inglés de 11 años se roba la película y logra un feedback, un vínculo que se sostiene durante toda la cinta. Ellos dos conforman el centro de su propia galaxia. Mike Mills decide sacarle por completo el color a C’mon C’mon, lo que consigue un enfoque más orientado hacia los sonidos y los diálogos que hacia cualquier otra cosa. El film también incluye la citación de varios ensayos literarios que se relacionan a su argumento e incitan una continua reflexión sobre la vida y el futuro. Durante las casi 2 horas de película, el espectador se perderá en los recovecos de una historia que nos permitirá conectarnos, no sólo a quienes vinieron antes, sino también a nuestras generaciones futuras; tan desconocidas como esperanzadoras.
La vuelta al cine de Joaquín Phoenix es con esta gran propuesta en la que en el encuentro entre un tío ermitaño y dolorido, y un sobrino con todas las ganas de vivir, se genera uno de los más entrañables relatos de resiliencia y amor.
¿Cómo ves tu futuro? Una pregunta que da miedo pero revela mucho Las lecturas de ciertas películas pueden realizarse desde una visión completa y abarcando todos los puntos, desde lo técnico hasta lo narrativo, pero es posible brindarle análisis desde una mirada humana. C’mon C’mon, la película de 2021 escrita y dirigida por Mike Mills, cuenta en su reparto con Joaquin Phoenix, Gaby Hoffmann, Scoot McNairy, Molly Webster, Jaboukie Young-White y Woody Norman. El film ofrece un Phoenix increíble pero medido en el cuerpo de Johny, un periodista radial que realiza una serie de entrevistas a niños y adolescentes con una pregunta que provoca miles de disparadores: ¿Cómo ves tu futuro? El despliegue que entrega nada tiene que ver con gestos ampulosos ni grandilocuencia, y pone de relieve lo que en verdad es un gran actor pleno de potencialidades y generoso en su búsqueda a la hora de aceptar un rol (y trabajar para él). Las emociones que se despliegan no son gratuitas ni snobs, tampoco clichés, sobre todo considerando el vínculo que ofrece el protagonista adulto en cuanto a Woody Norman, quien interpreta a Jesse, el pequeño intérprete que deslumbra por su frescura y naturalidad en el desarrollo de su papel, y que sin duda alguna tiene un gran futuro actoral. Mike Mills implementa una inclusión del camino documental (dentro de una historia de ficción) adentrando al espectador en el interés y la curiosidad de la mirada infantil sobre el mundo y la sociedad. Mirada que a pesar de no perder cierta inocencia tiene toques de profundidad y hasta, en determinados pasajes, cierta ironía punzante. No sorprende. Los niños hoy saben cosas que los de hace 10 o 20 años no tenían a su alcance. Aunque la herramienta del blanco y negro pueda parecer exageradamente pretenciosa (el caso se presenta mucho en el último tiempo), la validez y el peso a C’mon C’mon se lo otorgan los contenidos, la emoción, la empatía transmitida. En ese caso la nueva producción de Mills gana por goleada.
Un hombre que nunca se hizo cargo de nadie debe ocuparse de un niño tan brillante como problemático. La idea de C’mon C’mon: Siempre adelante no parece en primera instancia precisamente innovadora, pero Mike Mills y sus intérpretes la convierten en una experienca llena de sensibilidad, inteligencia y profundidad psicológica. Joaquin Phoenix es Johnny, un periodista que hace investigaciones radiales y se encuentra armando una sobre cómo los niños de distintas zonas de los Estados Unidos ven el mundo y su futuro. Su hermana Viv (Gaby Hoffmann) le pide ayuda porque su marido (Scoot McNairy) está atravesando una produnda crisis nerviosa y no tiene con quién dejar a Jesse (Woody Norman), su hijo de nueve años. Pese a ser un tío hasta entonces frío y distante, Johnny irá desde Detroit hasta Los Angeles y pronto viajará con su sobrino de allí a Nueva York primero y a Nueva Orleans después. En esos trayectos y lugares, Jesse se irá acercando de a poco a ese adulto que intenta acompañarlo como puede en su difícil trance y se irá fascinando además con la grabación de audios (las escenas “documentales” con los testimonios de niños y niñas son las menos convincentes de toda la propuesta). Tras Beginners: Así se siente el amor (película sobre su padre) y 20th Century Women (sobre su madre), C’mon C’mon: Siempre adelante está inspirada en la relación de Mills con sus hijos. El universo de su nuevo trabajo es el de un niño por momentos superdotado y sobreadaptado, pero que va acumulando múltiples capas de dolores, angustias y frustraciones. Y será este un viaje a aprendizaje mutuo: el de un chico que por momentos se comporta como un adulto y el de un adulto que nunca se ha responsabilizado por un chico. Filmada en blanco y negro con una propuesta bastante austera y despojada, C’mon C’mon: Siempre adelante es la película perfecta para Phoenix tras su desatado Guasón. Aquí, su Johnny es un tipo de una emocionalidad y una sensibilidad muy particulares que él construye con convicción y sin regodeos. Así, una película que tenía todo para caer en la manipulación y la demagogia resulta un bello retrato de una relación de dos almas en pena que buscan nuevas oportunidades. Emotiva, agridulce, honesta, por momentos divertida, siempre tierna, C’mon C’mon cumple con una frase clave que se escucha en cierto momento: “Be funny, comma, when you can, period”. “Sé divertido, coma, cuando puedas, punto”.
Lo que se propone Mike Mills con su nuevo largometraje es una tarea, podríamos decir, monumental: responder el interrogante de qué es verdaderamente la autenticidad en el cine. El realizador, quien comparte con su pareja, la escritora y realizadora Miranda July, una mirada empática y sensible sobre el mundo que lo rodea, realizó C’Mon C’Mon, una brillante respuesta cinematográfica a lo que había hecho su esposa con Falsos millonarios, esa producción atravesada ciento por ciento por una óptica casi ingenua del entorno. Desde que Mills y July fueron padres comenzaron a trasladar a sus creaciones, cada uno a su manera, reflexiones alusivas a esa transformación. No es casual que los protagonistas de sus obras, con mayor o menor grado de excentricidad, busquen conectarse con el espectador con diatribas sobre la cotidianidad que se ve irrumpida por un cambio drástico. En el caso de Mills, su abordaje en su flamante película está más ligado a lo documental (el homenaje al cine de Wim Wenders no pasará inadvertido), y es apuntalado en este aspecto por una excelente fotografía en blanco y negro de Robbie Ryan (frecuente colaboradora de la directora Andrea Arnold, desde Fish Tank a American Honey) y por la banda sonora de los hermanos Bryce y Aaron Dessner, integrantes de la banda The National, cuyas composiciones experimentales contribuyen a la espontaneidad de la película. Un enorme Joaquin Phoenix interpreta a Johnny, un periodista radial que viaja por los Estados Unidos para entrevistar a niños y adolescentes partiendo siempre de la misma pregunta: “¿Cómo ves tu futuro?”. Las respuestas, bien disímiles pero todas francas, dialogan con la realidad de sus contextos y la gravedad de sus preocupaciones. En medio de uno de sus viajes, Johnny recibe el llamado de su hermana Viv (Gaby Hoffmann, excelente como siempre), con quien se encuentra distanciado y quien le pide que cuide por unos días a su sobrino Jesse (Woody Norman, la gran revelación del film) mientras ella resuelve un conflicto. El lazo entre ese hombre retraído y algo parco y ese niño de nueve años histriónico y curioso pone de manifiesto cómo Johnny se acostumbró a ser quien hace las preguntas, sin jamás trasladarlas a sí mismo; pero también revela cómo ese pequeño tiene la capacidad de ayudarlo a reconfigurar un pasado opaco que regresa intermitentemente. En Beginners, Mills trabajaba sobre la relación padre-hijo, mientras que en Mujeres del siglo XX ponía a la figura matriarcal en el centro. En C’Mon C’Mon, la dinámica tío-sobrino añade una nueva capa a una filmografía breve y sólida, sobrevolada por el miedo al olvido, la principal inquietud de su protagonista, quien valora los pequeños instantes con su sobrino, pero siendo consciente de que ese niño los olvidará eventualmente. El contraste entre un mundo y el otro, entre cómo las diferentes generaciones procesan las vivencias, es el punto de partida de un largometraje que no tendrá una urgencia dramática o un punto de llegada concreto, pero que es consciente de su objetivo. La belleza de C’Mon C’Mon se desprende de ese pedido de continuar en movimiento, y de cómo se absorbe todo aquello que cabe en esa suerte de tiempo suspendido.
¿Qué papel eligió Joaquin Phoenix tras ser Arthur Fleck en Guasón, y ganarse todos los premios posibles, incluido el Oscar? De los muchos guiones que habrán pasado ante sus ojos, pues escogió el de C’mon C’mon para meterse en la piel de Johnny, un periodista radial que nunca se interesó por nadie, pero que de la noche a la mañana acepta hacerse cargo de su sobrino. Es su hermana la que se lo pide. Su esposo está atravesado un momento delicado, complicado -crisis nerviosa, bipolaridad incluida- y necesita quién se haga cargo de su hijo de 9 años, que hasta juega con el sentirse “huérfano”. Como Johnny está realizando una investigación acerca de cómo los niños ven los Estados Unidos, el medio ambiente, las crisis sociales y el futuro que se les acerca, una vez que viaje de Detroit a Los Angeles para recoger a Jesse (Woody Norman), que lo acompañará por su periplo ya previsto a Nueva York y a Nueva Orleans, parecerá que, con la paciencia que le tiene a los niños, todo irá por un andarivel sereno, amable, moderado. C’mon C’mon es, cómo no, una road movie, por aquello de que lo importante es el recorrido más que llegar a destino, y cómo ese camino es el que cambiará y en el mejor de los casos hará desarrollar a los personajes. ¿A Johnny o a Jesse? Tal vez, a ambos. La transformación Es el crecimiento de uno y de otro -se entiende por lógica pura el del pequeño; el del periodista tendrá que ver con las frustraciones que lleva a cuesta en su mochila de viaje-. Porque Jesse, que es inteligente y verborrágico: un tanto intenso, está lleno de preguntas y Johnny, lleno de inseguridades que querrá disfrazar, pero que a la larga saldrán en primer plano. Y quizá no sea crecimiento, sino transformación. El mundo adulto y el del niño, el pasado y el futuro se comienzan a amalgamar en la película de Mike Mills, que dirigió Beginners sobre su padre, que se declaró gay a los 75 años -un Oscar para Christopher Plummer- y luego 20th Century Women, nunca estrenada en la Argentina, sobre su madre. Así que la muerte no superada de la madre de Johnny (la abuela de Jesse) también tendrá que ver con el alma del realizador. C’mon C’mon la dirigió luego de que creciera su hijo, y el tema de las entrevistas a preadolescentes tienen su raíz en un proyecto que hizo para el MOMA de San Francisco. La fotografía en blanco y negro es un aporte más hacia el costado melancólico del filme, debida al irlandés Robbie Ryan (La favorita, Historia de un matrimonio), un tipo que es claramente tan versátil como el intérprete al que debió iluminar. Porque -y nunca se sabrá si el mérito de esos encuadres son idea suya, con el visto bueno del director- esa delimitación, el poner a los personajes en cierta inmensidad urbana, y luego retratarlos en su intimidad… Es tarea de quien sabe mirar, y filmar.
Hoy llegó a la pantalla grande “C’mon C’mon: siempre adelante”, un drama con tintes de comedia (y en blanco y negro) protagonizado por el mismísimo Joaquín Phoenix. Se trata de un creador de contenido digital, Johnny (Phoenix), que graba podcasts, entrevistas, y es una especie de “blogger de radio”. Ante una emergencia, su hermana, debe viajar y le pide cuidar a su hijo Jesse. El locutor accede a pesar de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se habían visto. Situaciones y dificultades muy cotidianas dan origen a conflictos que la única forma de resolver será sanando y perdonándose entre ellos. El niño ayuda al adulto a sanar traumas generacionales, y ambos aprenden más del mundo juntos, retomando una relación de sobrino-tío dejada de lado hace algunos años. Esta película es todo lo que tiene que ser, ni más ni menos, y no intenta presumir o ir más alto de lo que se sabe que puede. A pesar de lo simple que parece el guion, la dirección es alucinante. Los actores principales ofrecen una performance y una química entre ellos pocas veces vista, y logran mostrar aquellos aspectos del libreto que solo están en la mente de quien lo escribió. Es una de las ventajas de Mike Mills, guionista y director: cuenta con aclaraciones o ideas en su mente que no encontraría otro. La decisión de tonalizarla en blanco y negro es entendible, mas no crucial para la sensación de nostalgia que se busca. Resulta interesante, de todas formas, ver toda la película como un recuerdo, donde momentos bellos, ya sea en una gran ciudad o en una playa, cobran un tinte triste por el simple hecho de que se terminan. Por otro lado, asumo que el monocromatismo también viene de la mano de cómo vive todo el protagonista (Phoenix), a través del audio, en donde los sonidos ambientes, dialogos, entrevistas, etcétera, pueden ser grabados, descriptos y escuchados de nuevo para escribir sobre ello, pero no existe información de color, forma o temporalidad. Por eso, toda la estética “atemporal” de la trama, junto con las decisiones sobre la escala de grises, le dan a la pieza audiovisual un jugo adicional que exprimir. El ritmo de “C’mon C’mon” resulta orgánico y apacible, con momentos de tensión y relajación suficientes, y acompaña al espectador, dándole tiempo a recuperarse de sus propias reacciones, y por esto es que la cinta es un encuentro no solo con las temáticas tratadas, ya sea la niñez, trauma, peleas, familia, amor, desacuerdos, sino también un reencuentro con uno mismo. Verla en el cine es una experiencia hermosa debido a la oscuridad en que uno se ve sumido: casi que se siente flotar dentro de la pantalla junto a los personajes. Disfruté sobremanera este film, las actuaciones son increíbles, y a excepción de algunos momentos lentos que son un poquito forzados, no hay argumento en contra de sacar entrada ya mismo. Ampliamente recomendada para ir al cine, relajarse, quizás llorar un poquito… y pensar. Por Carole Sang
"C'mon C'mon: siempre adelante", con Joaquin Phoenix: preguntas sin respuesta Relato de crecimiento donde los adultos necesitan crecer tanto o más que los menores, "C’mon C’mon" se mueve a un ritmo tan sereno como fluido. “Con él hay demasiadas preguntas y pocas respuestas, ¿no?”, pregunta Viv (Gaby Hoffmann) a su hijo de nueve años Jesse (Woody Norman) sobre su tío Johnny (Joaquin Phoenix) luego de que el pequeño estuviera a cargo durante varias semanas de ese hombre al que desconoce. Hay varios motivos para ese desconocimiento. El primero, y más evidente, es que ellos viven en Los Ángeles y él, en Nueva York. Los otros son más subrepticios, pero no menos importantes. Tienen que ver con ciertas actitudes de Johnny que lo distanciaron del resto de su familia y, sobre todo, con el carácter impenetrable e ilegible de quien, soltero a sus cuarenta y tantos años y con el corazón roto a raíz de una separación que nunca pudo superar, trabaja recorriendo los Estados Unidos para entrevistar a adolescentes de todas las clases sociales con el objetivo de construir lo más cercano a una radiografía sobre el pensamiento de esa generación. Las preguntas del protagonista de C’mon C’mon –que suma el subtítulo Siempre adelante para su lanzamiento local, cuestión de dejar bien en claro que la resiliencia opera como elemento fundante de la trama– abarcan un amplio espectro temático, desde cómo ven el futuro y qué les da miedo hasta qué piensan de los adultos y qué cosas de su educación replicarían con sus hijos. Pero el hombre que todo pregunta, que escucha con proverbial paciencia y construye una empatía notable con los jóvenes, no tiene respuesta alguna para su vida. Estrenada en el festival de Telluride, la película del californiano Mike Mills es, como las de Sean Baker (Tangerine, The Florida Project, la aquí inédita Red Rocket), una nueva muestra de un “cine estadounidense con aspiraciones comerciales” que está muy lejos de ser sinónimo de “cine de Hollywood”. Si uno apuesta por el gigantismo despersonalizado y la replicación de franquicias hasta exprimirles su última gota de dinero, el otro recorre sendas narrativas que serían imaginables en un lugar distinto al que transcurren, pues hay algo en la idiosincrasia de los personajes, en la manera de habitar y pararse en el mundo, imposible de transpolar a otra geografía. Personajes que, a excepción del trío protagónico y quienes los rodean, no son tales, sino personas. Como han coincidido en varias entrevistas Mills y un Joaquin Phoenix contenido y minimalista en escena como hacía tiempo no se lo veía, los chicos entrevistados no son actores y sus respuestas, todas espontáneas. Esas secuencias, que se intercalan al relato troncal, le dan a C’mon C’mon una impronta notable de frescura y autenticidad. Cuesta encontrar películas en la cartelera comercial que transpiren verdad (que no realismo). En sus mejores momentos, ésta es una de ellas. Taciturno, misterioso y solitario, Johnny debe hacer las valijas rumbo a Los Ángeles para quedarse con su sobrino ante el imprevisto viaje de su hermana para atender una crisis psiquiatrica de su marido. Menuda sorpresa se lleva cuando descubra su extraña costumbre de “jugar” a que es un huérfano maltratado en un orfanato, como si a través de lo lúdico canalizara la incertidumbre por el estado de ese padre ausente. Un hombre de esas características cruzándose con un chico avispado, locuaz e impredecible: imposible que entre ellos no surja una complementariedad que Mills construye con un ritmo tan sereno como fluido y utilizando las entrevistas de Johnny como espejo de la relación entre ellos. Relato de crecimiento donde los adultos necesitan crecer tanto o más que los menores, C’mon C’mon tiene su acto central en Nueva York, donde tío y sobrino viajan ante la demora del regreso materno. Mills retrata la ciudad alejándose de la postal turística y mediante un blanco y negro que embadurna las imágenes con la nostalgia y tristeza existencial de Johnny, las mismas que se desprenden de los apuntes y reflexiones grabados en la soledad de su habitación a la manera de diario íntimo oral. Los juegos conjuntos de preguntas y respuestas son los síntomas más evidentes de que para ellos es más sencillo comunicarse a través del micrófono, aun cuando lo hagan cara a cara.
C´mon C´mon, siempre adelante es una película protagonizada por el ganador del Oscar Joaquín Phoenix, en la que interpreta a Johnny, un reportero radial que queda al cuidado de su sobrino Jesse, interpretado por Woody Norman, a quien apenas conoce. Está escrita y dirigida por Mike Mills, y completan el elenco Gaby Hoffman, Scoot McNairy y Molly Webster, entre otros. Es imposible no mencionar esta película sin recordar su similitud con Alicia en las ciudades de Wim Wenders, por tomar las mismas decisiones tanto estéticas (está filmada en blanco y negro) como argumentales. Ya que ambas abordan la relación entre un adulto y un niño alejado de sus padres que entablan un vínculo cuando se ven obligados a estar juntos mientras recorren diferentes ciudades. En primer lugar es necesario destacar la espontaneidad y el carisma de Woody Norman, este niño al que le toca atravesar esta crisis familiar reaccionando en una forma acorde a su edad. Siendo acompañado por Joaquín Phoenix, que debe adaptar su trabajo y estilo de vida nómade, transmitiendo una ternura opuesta al Guasón que le hizo ganar el Oscar. Pero también es necesario aclarar que la ausencia de subtramas hace que resulte larga, y por momentos aburrida. Más aún, cuando aparecen entrevistas a los diferentes niño que interrumpen la trama y pueden generar desinterés en el espectador, a pesar de cumplir la función de describir el trabajo de Johnny. En conclusión, C´mon C´mon, siempre adelante es una película que homenajea a los orígenes del cine independiente americano, con una puesta en escena digna de John Cassavettes, para contar otro relato intimista al que se le permite la desprolijidad en su montaje para centrarse en los personajes. Mostrando a fondo la faceta tierna de Joaquin Phoenix y sacando el máximo provecho a la espontaneidad de Woody Norman.
Es un film que aborda de manera refinada, conmovedora y profunda las relaciones de los adultos y los niños. El guionista Mike Mills, asegura que se inspiro en sus padres y que tuvo la necesidad de abordar este tema cuando nació su hijo. Lo cierto es que elaboró un delicado guión donde un niño excepcional, criado para expresar claramente sus sentimientos y curiosidades entabla una relación especial con su tío. Un pedido de auxilio de parte de la madre del chico, moviliza a su hermano, luego se sabrá que por distintas circunstancias, en situaciones límites, estaban distanciados. El papa de ese niño sufre de bipolaridad y aunque estén separados su ex esposa siente que debe viajar para ayudarlo. Por eso llama a su único familiar para que cuide al chico en cuestión. A partir de ahí, entre ese adulto embrollado en su propio laberinto de soledad, y ese pequeño crecerá una relación cada vez mas enriquecedora, fuera de los lugares comunes, del melodrama, cerca de la profundidad. El realizador, en un blanco y negro perfecto, con algunas notas de color, construye peldaño a peldaño un vínculo inesperado. Muchas veces recurre a textos ajenos muy interesantes, que luego se detallan en los títulos finales, para enriquecer diálogos y situaciones. El trabajo de Joaquín Phoenix, luego de su exaltado y premiado Guasón, es minucioso, con capas de entendimiento, contenido, deslumbrante. El niño está encarnado por Woody Norman que tiene la mezcla exacta de fragilidad, inocencia e intensión directa. Una combinación que transforma a esta pequeña película en un hallazgo disfrutable, distinto e imperdible.
Mezcla de documental y ficción intimista C´mon, Cmon, siempre adelante es una singular propuesta de Mike Mills con un Joaquin Phoenix en un registro varios cambios más abajo que en Guasón, para empezar. Johnny (Phoenix) es un periodista y productor que se encuentra desarrollando un documental sobre lo que los adolescentes esperan del futuro de su país y del mundo en general. Los momentos de estos reportajes cuentan con la particularidad de ser reales, es decir que el mismísimo actor hizo esas entrevistas producidas en distintas ciudades de los Estados Unidos. Johnny entonces va de aquí para allá entrevistando hasta que un llamado interrumpe su rutina laboral, su hermana Viv (Gaby Hoffman) necesita que su hermano cuide de su pequeño hijo por un viaje que tiene que hacer. No es que sean una familia muy unida que digamos, por unos flashbaks intensos el espectador se entera que ambos hermanos tuvieron que ocuparse de su madre en una fase terminal de demencia senil y esa parece haber sido la última vez que se vieron. Quiere decir que el periodista acostumbrado a ir por el mundo solo, de repente tiene que ocuparse por unos días de Jesse (Woody Norman) su sobrino. La relación entre ambos no es fluida, de hecho el niño con sus cuestionamientos, movimiento constante y sus preguntas sobre el pasado y los interrogantes sobre por qué no se ven tanto, llegan a poner al frío periodista al límite de la paciencia. De a poco va quedando claro que los dos hermanos en el pasado vivieron situaciones que no fueron particularmente agradables. Johnny acepta el encargo por unos días y lo que iba a ser un encuentro corto se alarga en el tiempo y el tío y el sobrino terminarán viajando a distintas ciudades, mientras la madre del chico se encarga del tema que la ocupa. El viaje de la mujer es para atender a su marido con problemas psiquiátricos que ha tenido un bajón en su tratamiento. El clima de la película, a pesar de lo fuerte que parece así contado, no es para nada sórdido y lo que logran Phoenix y Norman es de gran interés. Filmada en blanco y negro y sostenida en su tono bajo, la película de Mills logra sortear las variables fáciles y se mete en el tema de la paternidad y las relaciones de familia evitando el facilismo y el golpe bajo. No es una apuesta segura y pone al espectador a prueba al sostener el relato unido entre la historia familiar y los reportajes a gente real que dejan sus ideas sobre el futuro. Para los que extrañan el cine adulto y sin CGI, el filme es una buena oportunidad para saber si queda espacio en las pantallas para propuestas de tono más mesurado y sensible. C’MON C’MON: SIEMPRE ADELANTE C’mon C’mon. Estados Unidos, 2021. Guion y dirección: Mike Mills. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Gaby Hoffmann, Woody Norman, Scoot McNairy, Molly Webster, Jaboukie Young-White, Deborah Strang y Sunni Patterson. Fotografía: Robbie Ryan. Edición: Jennifer Vecchiarello. Música: Bryce y Arron Dessner. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 109 minutos. Apta para mayores de 13 años.
Voces, afectos, pequeños grandes misterios. El punto de partida podría ser una suerte de trampa para disfrazar de profundidad algo convencional o demagógico: un chico extrovertido forzado a convivir con su tío sensible, quien recorre distintas ciudades preguntándole a pibes de su edad, o ya adolescentes, su opinión sobre los adultos y el futuro, grabando y escuchando esos audios en procura de un testimonio generacional. Sin embargo, C´mon c´mon está más cerca de Alicia en las ciudades (1974, Win Wenders) con ecos de Jean Rouch que de un producto naíf calculado para gustar. En principio, porque el chico en cuestión (encarnado por el sorprendente Woody Norman, con algunos antecedentes previos en cine y TV) es tan brillante y ocurrente como irritante, así como su tío (Joaquin Phoenix en su faceta de muchachón buenazo y solitario, como en Her) y su madre (Gaby Hoffmann) lidian con él –y con problemas familiares y de trabajo– como pueden, con más preguntas que certezas. El aprendizaje de los adultos es informal, constante e implica momentos de desconcierto, de inseguridad y de temor: no es común que en una película estadounidense de las que llegan a las salas comerciales de nuestro país un niño no sea mostrado como angelical criatura receptora de consejos varios, ni (menos aún) que la maternidad y la educación sean expuestas como terreno resbaladizo. Otros rasgos apartan a C´mon c´mon de la medianía: el hecho de atravesar –literalmente– lo que le va ocurriendo a los personajes con frases de libros que leen (desde un ensayo hasta un cuento infantil), estimulando reflexiones que el espectador vinculará seguramente con experiencias propias; la fotografía en blanco y negro que da al periplo (Detroit, Los Angeles, Nueva York, Nueva Orleans) un aire de ensueño, suavizando pintoresquismos y convirtiendo el impostado mundo colorido de la infancia en algo más tenue, con los detalles realistas importando menos que las sensaciones, los afectos y los pensamientos; la fluidez, además, que Mike Mills –de quien algunos recordarán Impulso adolescente (Thumsucker, 2005)– consigue imprimirle a este fresco humano de ligereza infrecuente. Si el film se arriesga por momentos a cierto embellecimiento de los paisajes urbanos, si la música incidental de los hermanos Bryce y Aaron Dessner acentúa demasiado la melancolía, si la irrupción ocasional en la banda sonora de Mozart o Tsegué-Maryam Guèbrou puede parecer efectista, si el personaje del padre inquieto y cómplice que termina con problemas psiquiátricos (Scoot McNairy) era suficientemente interesante como para merecer más espacio en la trama, y si el bagaje argumental es más acumulativo (pequeños incidentes, conversaciones, modestos aforismos al paso) que progresivo, en el balance C´mon, c´mon gana por placentero, compasivo, tristón pero benigno. Un plus nada trivial es el hecho de que los testimonios reales de chicos y chicas se fusionen con la ficción, ya que si en el guion escrito por el propio Mills son adultos los que intentan comprender a un niño, en esos registros documentales son chicos y jóvenes pensando en voz alta sobre el mundo que los rodea. Esas voces, esos afectos en conflicto, esos pequeños grandes misterios que a menudo nos desestabilizan a los seres humanos, dan vitalidad a C´mon, c´mon, título que podría traducirse como Vamos, vamos o –como dice en un momento uno de los personajes– Seguir, seguir, siempre seguir. Por Fernando G. Varea
Si con Beginners (2010) y con 20th Century Women (2016), Mike Mills logró retratos de su infancia y la relación que tuvo con sus padres, con C’mon C’mon nos lleva de recorrido por su visión de la paternidad. Y así, armado con una curiosidad renovada y convencido de que los niños pueden tener mucho que volver a enseñarnos, Mills ha hecho una película que literalmente le pide que imaginen cómo serán sus vidas. Phoenix interpreta a Johnny, un reportero de audio maduro cuya última historia lo encuentra entrevistando a niños (sin guion) sobre lo que podría depararles el futuro.
Johnny (Joaquin Phoenix) es un productor y conductor de radio, que recorre grandes ciudades de Estados Unidos, entrevistando adolescentes para que le cuenten su visión del mundo y del futuro. En plena gira de grabación de su programa, se desata una emergencia familiar y tiene que hacerse cargo por un tiempo de Jesse, su sobrino de 9 años (Woody Norman). C´mon C´mon cuenta los vaivenes de esa relación precaria y vulnerable que tienen que construir en medio de un contexto familiar y social que muestra los claroscuros de la vida cotidiana y los lazos humanos en esta historia conmovedora del guionista y director Mike Mills sobre las relaciones entre adultos y niños, donde el pasado y el futuro confluyen en la postmodernidad. Mike Mills tiene en su historial una película inspirada en su padre (Beginners) y una película inspirada en su madre (Mujeres del siglo XX). En C’mon C’mon, explora, de manera delicada, la riqueza y complejidad en la relación entre los adultos y los niños, inspirada en su propia experiencia como padre. Al mismo tiempo, sondea un tema más universal: la idea del futuro, en nuestras vidas y en la sociedad en general, mezclado con una gran dosis de nostalgia, que se pone de manifiesto en darle protagonismo a la radio, un medio de antaño, casi olvidado en tiempos de redes sociales y podcasts, para hablar del futuro de los jóvenes, además de la elección de filmar en un blanco y negro, con gran belleza, como símbolo de esa pátina gris plateada que recubre los recuerdos de infancia. Ese contraste de escalas también está presente en el tratamiento de tiempo y espacio, ya que el director hace foco en escenas que son flashes de pura cotidianeidad, en espacios reducidos e íntimos como una habitación, una cocina o una bañera, al tiempo que nos lleva a las calles de grandes ciudades como Detroit, Nueva York o Los Ángeles. La vorágine urbana y el mundo del trabajo establecen un contrapunto con la percepción del paso del tiempo desde la vivencia de Jesse, ya que el director se detiene a señalar cómo los niños viven la vida como mirando el minutero y un momento que parece intrascendente puede marcar para ellos un hito en su existencia, mientras que en el recuerdo a los adultos se nos vuelan las hojas del almanaque como en un remolino. Otro punto interesante en la trama es que no se trata de una oda al tío superhéroe que acude al rescate sino que retoma un proverbio africano que dice: “Para criar a un niño hace falta una tribu entera” y aporta una visión que redime el rol de las madres solas (como Vivi, muy bien retratada por Gaby Hoffmann), obligadas a enfrentar un sinfín de escollos y dramas cotidianos en su rol de cuidadoras (familias/islas sin red de contención, el deterioro y la muerte de los padres ancianos, o el padre ausente por problemas de salud mental). Citando a Jaqueline Rose, Mills dice: “La maternidad es el lugar de la cultura donde enterramos nuestros conflictos. Las madres son tomadas como chivo expiatorio de todo lo que está mal, y esperamos que reparen el mundo y lo vuelvan inocente y seguro”. La película tiene ciertos puntos de contacto con Belfast, otro estreno de este año en blanco y negro, que también recorre el camino de la nostalgia por la patria, por aquello de que “La patria es la infancia”, y como en el filme de Kenneth Branagh (ganador del Oscar 2022 al mejor guion), Mills cuenta con un niño extraordinario a cargo de uno de los personajes centrales. La actuación llena de personalidad, encanto y naturalidad que nos regala Woody Norman, quien se para de igual a igual frente al siempre preciso y potente Joaquin Phoenix, le confieren a este filme duro que está lejos del cuentito rosa tipo Familia Ingalls, una enorme cuota de empatía y ternura, gran acierto para este proyecto que capta la relación entre niños y adultos como un retrato vivo, que nos recuerda que los chicos no siempre “son de goma”, como diría Serrat, y que les puede resultar difícil adaptarse a todo y seguir, seguir, seguir, cuando no le encuentran sentido al mundo adulto.
Pequeña gran película con Joaquín Phoenix Ninguneada por la Academia en los premios Oscar, la película de Mike Mills (Beginners) es una pequeña pero magistral producción que conmueve y reflexiona por igual. Después del reconocimiento internacional con Joker (2018) Joaquín Phoenix hace un giro de 360 grados en su carrera con C’mon C’mon: siempre adelante (C’mon C’mon, 2021), una película independiente filmada en blanco y negro y con la producción de A24. Johnny (Phoenix) viaja por los Estados Unidos entrevistando niños para un programa radial. Los chicos sorprenden con sus lúcidas respuestas sobre el medio ambiente, las crisis sociales y el futuro. Johnny tiene la paciencia y el temple para escucharlos mejor que nadie. Por eso cuando su hermana Viv (Gaby Hoffman) le deja a su hijo Jesse (Woody Norman) a su cuidado, parece pan comido para él. Sin embargo, la convivencia con el niño será un verdadero -y difícil- aprendizaje para ambos. El film tiene la fisonomía de una road movie porque son dos personas (Johnny y Jesse en este caso) en un viaje por las grises ciudades de Estados Unidos en el que deben aprender el uno del otro en un determinado lapso de tiempo. Pasarán por momentos de felicidad y episodios traumáticos para convertirse en compañeros de aventuras en el periplo. Pero el film de Mike Mills no se contenta con eso y va más allá para hablar de la necesidad humana de comunicarse. Johnny trata de mostrarse seguro ante las incesantes preguntas de su sobrino de 9 años de edad. Al pequeño las respuestas no siempre le satisfacen motivo que lleva a Johnny a replantearse su profesión, su persona, e incluso su manera de ver el mundo. El chico busca certezas y su tío está inmerso en un mar de dudas. Jesse busca, con su padre enfermo, un referente adulto en su tío todavía en crisis por la muerte de su madre, la abuela del chico. La idea del adulto lleno de seguridades se desvance minuto a minuto. De más está decir que la dinámica entre los actores es impecable. Phoenix trasmite desde la contención ternura y sufrimiento con la misma sensibilidad. Mientras que Woody Norman es tan instintivo y adorable como maduro. Juntos encuentran la química perfecta para fusionar sus almas vulnerables más allá de la diferencia de edad. El futuro, ese lugar lleno de promesas e incertidumbre, es escenificado en la ciudad de Detroit, espacio donde se llevan a cabo las primeras entrevistas de Johnny. La ciudad del progreso industrial y de las innumerables crisis económicas construye varios sentidos desde la mirada de los chicos encuestados. El blanco y negro del film tiene el doble fin de generar un melancólico pasado y a la vez, hablar de un presente en construcción para poder proyectar un auspicioso futuro para los protagonistas. C’mon C’mon: siempre adelante es emotiva, dulce y melancólica pero sobre todo profundamente humana. Una gran película que dice más de lo que muestra sobre el mundo contemporáneo, con la sencillez y la sabiduría de quien reconoce no tener todas las respuestas pero está dispuesto a oir a las nuevas generaciones. Tengan la edad que tengan.
C´Mon C´ Mon es un gran cliché cinematográfico que consigue ser llevadero gracias a una cuidada realización y la presencia de Joaquin Phoenix. Si sos fan del actor en esta producción lo vas a disfrutar en una curiosa rareza donde compone al tipo más normal de su filmografía. Tiene sentido que escogiera este proyecto luego de interpretar un rol complejo como el Joker que demandaba un enorme desgaste emocional. En esta producción se relajó con el rol de un periodista afable que produce un programa de radio y se dedica a entrevistar adolescentes a lo largo de los Estados Unidos. A raíz de una crisis personal que enfrenta su hermana el reportero debe hacerse cargo de su sobrino de nueve años, cuya relación se vuelve más estrecha a través de una larga travesía que emprenden de Oakland a Nueva York. El viaje como catalizador de la exploración de la condición humana y las dinámicas de la relaciones representa uno de los clásicos caballitos de batalla del cine independiente y en esta cuestión reside la mayor debilidad del film. El director Mike Mills (responsable de 20th Century Women) no aporta nada nuevo e interesante que no se haya visto en centenares de producciones similares de diversas partes del mundo. Más allá de algunas virtudes técnicas, como la calidad de la fotografía en blanco y negro su labor se siente como un refrito de películas que vimos en el pasado, donde no falta el inevitable momento "siempre recordamos a Terrence Malick". De un modo similar a lo que hizo Chloe Zhao en Nomadland la trillada dirección de Mills abraza también la veta documental durante los fragmentos que el protagonista entrevista a un grupo de adolescentes. Los testimonios de los chicos no son monólogos de ficción sino que comparten sus visiones reales del futuro y los temas que los inquietan. El vínculo que establece Phoenix con el personaje del sobrino es simpático y se desarrolla dentro del universo del drama indi donde todo tiende a ser relevante y profundo. Gabby Hoffman, la recordada hija de Kevin Costner en El campo de los sueños, aporta algunos buenos momentos con lo más cercano a una trama argumental que se puede registar en esta película. El resto es un collage de fragmentos de la vida cotidiana y las tribulaciones humanas con las que lidian los dos protagonistas a lo largo del viaje. Probablemente para Phoenix esto fue un recreo ameno antes de concentrarse en la composición de Napoleón Bonaparte en la biografía que actualmente filma Ridley Scott. C´Mon C´Mon no es para nada una mala película pero volvés a repasar Una historia sencilla, de David Lynch, con el viejito que cruzaba los Estados Unidos en tractor para ver a su hermano, y la pasás mejor aunque conozcas el argumento de memoria.
Un drama visceral que conmueve por su autenticidad Joaquin Phoenix y Woody Norman son un tío y su sobrino en la bellísima C'mon C'mon, nuevo trabajo de Mike Millis que ahonda en las relaciones entre adultos y niños. Después de filmar Beginners: así se siente el amor (2010) -película inspirada en su padre- y 20th Century Women (2016) -película inspirada en su madre- Mike Millis crea otra joya fílmica, esta vez más cerca a su experiencia de vida. En C'mon C'mon explora las relaciones entre los adultos y los niños, el pasado y el futuro, de forma conmovedora y con una búsqueda estética de belleza intachable. Johnny (Joaquin Phoenix) y su joven sobrino (Woody Norman) forjan una relación frágil pero transformadora cuando se ven obligados a estar juntos de manera imprevista, porque la madre del niño debe atender los trastornos nerviosos de su pareja. De pronto, la vida de Johnny -un periodista inmerso en una investigación de campo sobre cómo los niños ven el mundo- cambia por la responsabilidad que le fue asignada. El director propone un viaje de aprendizaje mutuo entre las charlas, los viajes, los desencuentros, las risas y las torpezas que transita el vínculo, ahondando en la riqueza y las capas de complejidad que atraviesan las vidas del tío y el sobrino. Son personajes frágiles, perspicaces y con frustraciones. En este último rasgo brilla Joaquin Phoenix, que deja el registro de 'locura total' del Joker para encarnar un personaje deliciosamente sensible, lleno de humanismo. Si las películas anteriores de Millis se inspiraron en sus progenitores, C'mon C'mon funciona como una metáfora para hablar de la relación que tiene con sus hijos. Es una película sencilla que conecta generaciones en una experiencia visual emocionalmente impactante. A su vez, la decisión de que esté rodada en blanco y negro refuerza el compromiso del autor con lograr una producción de máxima autenticidad. Una gema preciosa de las que no abundan con regularidad en la cartelera de estrenos diaria.
Lo nuevo del director y guionista Mike Mills (Beginners, 20th Century Women) es otra historia que gira alrededor de los vínculos filiales, esta vez con el foco puesto en un solitario hombre y su sobrino al que se acerca tras mucho tiempo sin verse para cuidarlo durante unos días. Mike Mills elige el blanco y negro para viajar a través de algunas diferentes ciudades de Estados Unidos junto a su protagonista Johnny (Joaquin Phoenix), quien trabaja para la radio y se encuentra enfocado en un proyecto de entrevistas a niños y adolescentes a los cuales aborda sobre la temática compleja que es el futuro y todo lo que tiene que ver con él. Es que esas son épocas muy particulares, que nos exponen al mundo sin muchas protecciones ni conocimientos y al mismo tiempo es el momento en que, además de vulnerable, más abierto y receptivo está uno; después se sigue siendo vulnerable pero nos vamos cerrando en corazas cada vez más difíciles de atravesar. Johnny tiene a una hermana, Viv (Gaby Hoffman), a la cual no ve prácticamente desde que murió su madre. A lo largo de la película se profundiza un poco más en qué fue lo que los distanció pero hoy, cuando ella le dice que necesita irse a buscar al padre de su hijo en otra de sus recaídas, él se dispone a cuidar de Jesse (Woody Norman), un niño poco corriente, solitario, imaginativo y con inesperadas reacciones. Aunque su trabajo consista en escucharlos, con su sobrino se dará cuenta que no es tan fácil entenderlos. Lo que al principio parece incluso divertido, tanto para uno como para el otro, en un momento se va tensando: primero porque los días se convierten en semanas y luego por las cosas que no se dicen, por la incertidumbre por lo que vendrá, por el miedo a perder lo que se recupera. Ninguno de los dos tiene muchos amigos y su familia es un lugar tan pequeño que a veces asfixia. Encontrarse es posible pero también desencontrarse, querer salir corriendo y gritar aunque la presión en el pecho nos lo quiera impedir. Más allá de su elegante fotografía en blanco y negro que en otro casso poddría haber resultaado artificial, el film respira mucha autenticidad gracias a recursos como las escenas de entrevistas que rozan lo documental, la banda sonora de los hermanos Dessner y en especial esas naturales interpretaciones, desde la actuación profesional y ya reconocida de un actor enorme y siempre arriesgado como lo es Joaquin Phoenix, hasta la del pequeño Woody Norman, pasando por la de Gaby Hoffmaan, actriz aún no lo suficientemente valorada pero dispuesta siempre a entregarse a sus personajes. Así, C’mon C’mon resulta una película sencilla y encantadora que emociona y nos abre preguntas. Sobre las relaciones, sobre el modo de vincularnos, sobre la manera de salir mundo y también sobre la necesidad de expresar lo que nos pasa, ya sea a través de lo que se escribe en un cuaderno, de lo que se habla frente a un micrófono, de un llanto desconsolado o de un grito hacia el cielo. Con algo de road movie y un claro tono intimista, la conexión con sus personajes se genera con rapidez y se convierten en hermosos compañeros de este viaje. En ese miedo al futuro y esa añoranza por el pasado y el temor a olvidarnos, aprendemos junto a sus protagonistas que planear no garantiza nada y las cosas aunque lleguen a cumplirse lo van a hacer a su propio modo porque todo resulta incierto e impredecible. Así que sólo resta seguir, seguir adelante.
DILEMAS EXISTENCIALES DE ADULTOS Y NIÑOS El cine de Mike Mills (Mujeres del Siglo XX, Beginners, así se siente el amor, Impulso adolescente) no es tan ecléctico genéricamente (con bemoles, son todas historias dramáticas con ligeros toques de humor) como sí lo es en cuanto al tono que elige a la hora de narrar: es que siempre parece encontrar el registro adecuado para el personaje que tiene entre manos. En C’mon C’mon: siempre adelante, por ejemplo, el blanco y negro y el tono pausado, casi monocorde, es el ideal para registrar la experiencia de Johnny, un periodista que recorre ciudades de los Estados Unidos para entrevistar a chicos con el objetivo de preguntarles sobre el futuro, y que atraviesa una crisis personal vinculada con la forma en que se relaciona con los demás. La soledad de los espacios que habita Johnny no se resume a las habitaciones de hoteles y lugares que visita, sino también a las ciudades, cuya geografía es abarcada por la cámara de Mills alejándose de cualquier preciosismo turístico. La Nueva York de C’mon C’mon parece otra ciudad diferente a la que hemos visto miles de veces en películas y series, y aporta un marco ideal a esta historia sensible y emotiva. Esa forma de mostrar distinto lo cotidiano es el principal aporte que hace el director y resume, de alguna forma, la manera en que se desenvuelve la relación entre sus dos protagonistas. El principal giro de C’mon C’mon: siempre adelante llega cuando la hermana de Johnny le dice que cuide a su pequeño hijo, porque tiene que viajar para atender una crisis psiquiátrica de su marido. El film de Mills, por tanto, usará a su favor el prediseño que ofrecen las múltiples películas vistas de adultos irresponsables cuidando a niños, para jugar con las expectativas del espectador mientras lo lleva por este viaje existencial al corazón de un tipo algo extraviado y al de un niño que parece tapar los dramas que atraviesa con una simulada adultez. En lo concreto la película de Mills no inventa nada, algunos giros dramáticos son esperables (cuando Johnny pierde al pequeño Jesse, por ejemplo), pero aquello que distingue a la película son precisamente las fugas que encuentra el director para hablar de temas universales de una manera que elude caer en manipulaciones baratas. Johnny y su hermana tienen una relación tirante, que explotó un año atrás a partir de la deteriorada salud de la madre de ambos, y ese conflicto está narrado con flashbacks muy precisos, que evitan los diálogos elevados y se construye sobre fragmentos de imágenes que sintetizan un mundo. La seguridad con que Johnny entrevista a esos niños para sacarles alguna verdad se desmorona cuando se enfrenta a los berrinches y las reflexiones de su sobrino. Esa distancia que la película exhibe entre la mecánica de la experiencia laboral y la dinámica de la experiencia vital es un acto de honestidad absoluta por parte del director, con el que intenta decir algo sobre la capacidad limitada del cine para imitar la realidad. Y el cine es parte fundamental de la experiencia de los personajes, que se relacionan especialmente a partir de las capturas de audio que el chico hace con el equipo técnico de su tío. Esa caja que atesora una porción del tiempo que la memoria no podrá, revelación trágica que Johnny le hace al pobre y angustiado Jesse en una de las mejores escenas de la película. Film de movimientos sutiles, incluso en sus pasajes más desconcertantes (como el del mareo que sufre Johnny), seguramente el mayor acierto de Mills es el de haber logrado una presencia tan contenida y despojada de todo gesto por parte de Joaquin Phoenix, en la que es la actuación de su vida (y sepan disculpar los amantes del exhibicionismo), sumamente honesta y sentida.
El cine en la mirada de un niño La película que protagoniza Joaquin Phoenix ofrece una historia de afecto y descubrimientos entre un adulto y un niño solitarios, desde un blanco y negro sublime. Luego de pensar por qué C’mon C’mon persiste de un modo intenso, pueden ensayarse varias consideraciones, algunas de ellas en los párrafos que siguen. Pero al momento de cifrar dónde estaría ese punto preciso, que conjugue todo, aparece al fin la relación fílmica, la más clara, y por evidente hasta casi esquiva. En su relación entre el niño y el adulto, C’mon C’mon podría ser una remake de The Kid, de Charles Chaplin. Tal vez lo sea. En el film de Chaplin, a partir del vínculo entre el padre y su hijo (nacido de la calle, abandonado y criado por un vagabundo); en C’mon C’mon, entre el tío y su sobrino (un tío que podría ser un padre postizo). Pero hay más: la ternura de las miradas, las sorpresas compartidas y la incomprensión mutua, el afecto que se construye. The Kid y C’mon C’mon coinciden en el miedo de que ese niño –en quien se inscribe la propia vida– pueda dejar de estar, sea porque alguna institución oscura (en The Kid) se arrogue su cuidado, sea porque un descuido lo pierda entre la multitud. La angustia es consustancial a la puesta en escena de estas películas, y no puede ser de otro modo, porque es con ella y por ella cómo puede y debe sentirse tamaña responsabilidad existencial. Ni más ni menos. Más allá del (sub)título torpe que aquí se le añadió al film (“Siempre Adelante”, parecido a un slogan político de autoayuda), C’mon C’mon expresa un juego de palabras que también es el de un “bla, bla, bla”, al cual apelan en sus diálogos el tío y su sobrino. Los dos comparten varios días a raíz de la situación difícil por la que atraviesa el padre de Jesse, que obliga a la madre a asistirlo en otra de sus recaídas. No importa aquí dar cuenta de cuál es la dolencia, pero sí señalar sobre la delicada telaraña sobre la que a veces se asientan los vínculos, supeditados a cuestiones que hacen que, por ejemplo, la madre deba relegar el cuidado hacia el más pequeño para atender al más “grande”. En su lugar, entonces, aparece Johnny (Joaquin Phoenix), este padre improvisado que asistirá al niño, primero en la casa de éste, luego en la suya propia, en New York. De este modo, la película encuentra la simetría justa, ante lo descolocado y desafiante que significa el asunto para los dos. Puede, y con razón, señalarse que el punto de vista del film que dirige Mike Mills (Beginners, Mujeres del siglo XX) está en Johnny, pero basta con dejar que la narración fluya para comprender que se trata de una mirada compartida. Mientras desempeña su tarea periodística, Johnny recopila en su grabador preguntas y respuestas a niñas y niños de ciudades diferentes: “¿qué pensás de los adultos?”, “¿cómo ves el futuro?”. Las respuestas aparecen espontáneas, en una niñez que adquiere rostros y voces repartidos, sin impostación. La película se vuelve, por así decir, “documental” en el logro de esos registros, donde Johnny es quien pregunta y graba, mientras la cámara (la de la película, ninguna otra) es el testigo de lo que acontece. En su equilibrio, la construcción narrativa expresa necesidades mutuas, de carácter recíproco entre el niño/los niños y el adulto. Jesse, como corresponde, tiene momentos explosivos, otros más íntimos; el tío lo mira asombrado cuando recibe preguntas inesperadas (ahora el interpelado, y de modo espejado, dada su profesión, es él). ¿Cómo responder? Al revés de lo supuesto, el que más llama a la madre del niño no es el niño, sino el tío: no sabe cómo proceder ante tanto requerimiento, teme equivocarse, y de hecho, sabe que se equivoca. La preocupación lo asalta y la palabra calma de su hermana lo tranquiliza. Como si el film mostrara, también y muy astuto, la “sorpresa” que depara a ciertos hombres (a veces padres) asumir un cuidado que, las más de las veces, depositan en las mujeres. A simple vista, puede decirse que C’mon C’mon articula en su relato dos instancias –las entrevistas de Johnny, el cuidado de Jesse–, pero hay más. A través de pequeñas referencias visuales, como evocaciones bellas y dolorosas, aparecen el vínculo de Johnny con su hermana y el fallecimiento todavía reciente de la madre. También la relación de Jesse con su padre, señalada en posibles recuerdos (el término “evocación” sigue siendo más preciso), así como lo sugerido en los diálogos, tendientes a dar pistas sobre la vida solitaria de Johnny. Todo oficia de manera convergente en los días compartidos entre tío y sobrino. Y lo que es importante, a través de una de las más bellas direcciones fotográficas del cine de los últimos tiempos: el blanco y negro que logra el DF Robbie Ryan (el mismo de Yo, Daniel Blake; La favorita; Historia de un matrimonio) dialoga con la maestría de Gordon Willis en Manhattan, de Woody Allen. Las ciudades norteamericanas son sorprendidas de un modo poético, detenidas en su rapidez lumínica y de movimientos, como si la cámara de cine asumiera las funciones de un retrato. El efecto es encantador, y los escenarios se ofrecen dispuestos a ser desplegados, habitados. Casi como si de un libro troquelado se tratase; y la referencia no es gratuita, ya que entre las páginas/imágenes de C’mon C’mon circulan títulos y extractos de los libros que Johnny consulta. Un niño al que cuidar en el centro de la historia. A propósito, ¿qué decir del actor inmenso que es Joaquin Phoenix? Puede citarse una escena, la del baile en las calles de New Orleans, mientras carga con el niño sobre sus hombros. La cámara los acompaña, de pronto su rostro trasluce algo que no está bien; finalmente, el cuerpo falla. Ese momento es sublime, por todo lo que atañe, por lo preocupado que el niño se muestra ante la recaída del tío. Pero a no confundir, no hay planos cerrados ni música premeditada que subraye emociones. Apenas se trata de dar cuenta de una situación cuya resolución bien podría haber sido otra (si el cuerpo del tío también falla, ¿al cuidado de quién quedaría el niño?). Un pudor que la película exhibe en todo momento, como lo suponen el reencuentro de Jesse con su madre o la despedida del niño con el tío: retratados con el mayor de los cuidados, sin estridencias ni efectismo. Hay intimidades inmensas a las que se debe respeto. El buen cine sabe cómo expresarlo.
Pequeñas esperanzas Un periodista de radio viaja con su sobrino pequeño por unos Estados Unidos en blanco y negro en “C’mon C’mon”. Dejar hablar al otro, al afuera, al porvenir, para descifrar así una silueta, una singularidad en el reflejo. Es la noble tarea que emprende Mike Mills en C’mon C’mon, filme de tabique débil entre ficción y documental en el que el director inglés invoca una paternidad oblicua en el vínculo entre tío y sobrino, que encarnan Joaquin Phoenix y Woody Norman. En el papel del periodista radiofónico Johnny, Phoenix recaba testimonios reales de niños por distintas ciudades estadounidenses mientras arrastra al pequeño Jesse en la tarea. Ambos establecen un vínculo basado en la convivencia de hotel, los paseos y las charlas íntimas, a la vez que interrogan a futuras generaciones sobre ecología, familia, urbanismo y pareceres profundos. Aunque no faltan momentos de ternura, en su pasaje de época en blanco y negro C’mon C’mon acarrea un aura pesada, taciturna, evidente en los problemas de Johnny: duelo materno, separación reciente, incluso una profesión que se percibe avejentada en el presente de conexión instantánea. Él comparte asimismo afligidos diálogos telefónicos con su hermana Viv (Gaby Hoffmann), que le endilgó a su hijo porque ella debe hacerse cargo de un marido bipolar (Scoot McNairy). "C´mon, C´mon", con Joaquin Phoenix. Se estrena “C’mon C’mon”, con Joaquin Phoenix: preguntas difíciles sobre la familia No es difícil comprender que el clan oficia de espejo planetario con sus fobias, incertidumbres y abismos comunicacionales. El duelo de Johnny es tanto por el pasado como por el futuro agónico, y que el largometraje haya sido rodado unos meses antes de la pandemia recrudece el tono premonitorio. Lo atractivo del filme (y que puede resultar irritante para algunos) es que no prueba superar estos conflictos, sino que los emula con su lógica. En vez de levantar un típico drama lacrimógeno o de plantear un documental de intervenciones potentes, Mills lo disuelve todo en improvisaciones, fragmentos, seudopersonajes, cuestionarios intercambiables y postales paisajísticas. El loop colectivo que impide que haya hoy en el mundo experiencia, iniciación, crecimiento –Jesse no es más que un Johhny niño, y viceversa– es el melancólico impulso de C’mon C’mon a evadirse en planos rápidos, repeticiones (Jesse se pierde varias veces ante la desesperación del tío) y sinsentidos: los protagonistas son honestos cuando se dicen “bla, bla, bla” o cuando Jesse tira del labio balbuceante de Johnny. “Ni siquiera te conozco. ¿Por qué mi madre me hizo venir contigo?”, llega a señalar el niño. Esa inocencia perturbadora de gestos leves es lo que permite cicatrizar, andar, sembrar un presente en el pasado y el futuro marchitos.
C’mon C’mon. Siempre adelante (C'mon C'mon, 2021) es una historia conmovedora protagonizada por el versátil Joaquin Phoenix. El actor interpreta a Johnny, un periodista radial especializado en problemáticas sociales, quien por pedido de su hermana tiene que cuidar, por un periodo acotado, a su peculiar sobrino Jesse (Woody Norman). A su vez, Johnny debe realizar varias entrevistas en distintas ciudades para su empleo, por lo cual decide que, debido a los infortunios de su hermana quien debe asistir al padre de su hijo que padece problemas mentales, el niño lo acompañe en los viajes. La película se divide estructuralmente en cuatro apartados que coinciden con las distintas ciudades norteamericanas que Johnny y Jesse (nótese que ambos nombres inician con la letra J) visitan: Detroit, Los Angeles, New York y New Orleans. En cada una de ellas, vivirán experiencias distintas y el vínculo familiar se afianzará cada vez más. Porque esa es una de las cuestiones sobre las que reflexiona el largometraje, sobre cómo son construidos y cultivados los vínculos en la actualidad, lo cual es representado mediante diálogos profundos y cotidianos, pero sobre todo con emoción. Allí donde un tío/un adulto le enseña a su sobrino/un niño, que la vida es sobre el aprendizaje, pero también sobre los sentimientos, ya sean de tristeza, alegría, decepción o asombro. En este viaje en blanco y negro -puesto que por decisión estética de su director y guionista Mike Mills la película es en su totalidad monocromática, como si se tratase poéticamente de un archivo para el futuro- Johnny y Jesse se conocerán mutuamente y a sí mismos, afianzando esa relación que no solo reflexiona sobre el pasado y presente, sino también sobre cómo los jóvenes ven el futuro. “Mike Mills había realizado antes una película inspirada en su padre (Beginners, 2010) y una película inspirada en su madre (XX Century Women, 2016). En C’mon C’mon, cuenta una historia que, en cierto modo, está más cerca de su experiencia de vida: una historia que ahonda en la riqueza, que casi nunca se explora, y en la complejidad de la relación entre los adultos y los niños. Al mismo tiempo, sondea un tema más global: la idea de que el futuro—de nuestra vida y el de la sociedad en general—depende de cómo nos comunicamos.” En conclusión, C’mon C’mon es una película que con simpleza y sensibilidad reflexiona profundamente sobre los vínculos humanos y familiares (y su recomposición), las personalidades, los roles sociales, y sobre gran aprendizaje que puede obtenerse escuchando a otros.
C’mon C’mon (2021) puede parecer una sorpresa para aquellos que conocen a Joaquin Phoenix solo por su rol ganador de un Oscar en Joker (2019). Sin embargo, su extensa carrera incluye roles muy diversos en los más variados tonos y estilos. Así que bienvenido sea este regreso de Phoenix a roles menos histriónicos. Hay que insistir en que no es el primer rol de esta clase, sólo el papel con el que vuelve al mundo luego de su papel de villano de Batman. En esta película filmada en blanco y negro, el actor interpreta a Johnny, un periodista de radio que está realizando una investigación haciéndole una serie de preguntas a niños de todo el país. Pero cuando su hermana Viv (Gaby Hoffmann) le pide de forma sorpresiva que cuide a su hijo Jesse (Woody Norman), tío y sobrino se encontrarán frente a frente, tratando de resolver, incluso sin proponérselo, sus conflictos personales y angustias. En dos escalas distintas, claro está. Qué la película esté filmada en blanco y negro sirve también para bajarle el tono, así como Phoenix está contenido, lo mismo pasa con la imagen de la película. El blanco y negro concentra más la atención, simplifica la imagen, aun cuando fotografiar en blanco y negro en el año 2021 es una verdadera proeza que requiere gente técnicamente preparada. La sobriedad naturalista de la película también necesita talento para alcanzarla. Es muy complejo dar la impresión de ser simple. Un largometraje con humor, sentimientos, conectada con emociones y situaciones más cotidianas, aunque estén construidas de forma minuciosa. Si bien se nota una interacción con algo de improvisación, basta mencionar que el joven actor que interpreta al pequeño sobrino es británico y durante toda la película finge acento americano. El blanco y negro, curiosamente, vuelve más real el mundo retratado por la película. Lejos de los premios y el impacto a gran escala, C’mon C’mon nos recuerda, incluyendo a su protagonista, que hay vida más allá de las superproducciones y las historias grandilocuentes.
El nuevo film del director de «20th Century Women» se centra en la relación entre un hombre soltero con su particular sobrino que emprende un viaje junto a él. Con excelentes actuaciones de Joaquin Phoenix y el pequeño Woody Norman. En FUTURA, un documental italiano estrenado en 2021 en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, tres cineastas recorrían Italia preguntándole a adolescentes cómo se veían en el futuro, qué imaginaban que iba a pasar con sus vidas. Las respuestas eran eclécticas: algunas muy correctas y profesionales, otras más excéntricas y enrarecidas. Y si bien los realizadores no eran parte de la trama, uno puede suponer que la experiencia de conectar y conversar con niños sobre su futuro debe haberles permitido ver algo acerca de ellos mismos. Algo así sucede en C’MON C’MON, la bella, encantadora y también un tanto triste película del realizador de BEGINNERS en la que Joaquin Phoenix encarna a Johnny, un periodista radial de Nueva York que recorre los Estados Unidos hablando con niños de distintas edades, razas, experiencias y clases sociales y preguntándoles, entre otras cosas, cómo imaginan su futuro. La ironía del caso es que él, que ronda los cuarentaypico, parece no tener muy en claro el suyo. Johnny –que no tiene hijos y, dirá luego, tuvo una experiencia romántica fuerte que terminó mal– no tiene aspecto de estar «aprendiendo» demasiado de esas conversaciones. Al contrario, su andar tristón y «pachorro» hacen pensar en un tipo ligeramente deprimido que funciona casi en piloto automático, especialmente en su trabajo. Como buen drama que pretende ser, C’MON C’MON tendrá que tener un disparador. Y eso llega cuando su hermana Viv (la extraordinaria Gaby Hoffmann, que se destaca aún cuando su personaje se exprese casi todo el tiempo por teléfono), que vive en California y con la que tiene una relación un tanto tensa –hace un año que no se ven, tras la muerte de la madre de ambos–, le dice que tiene que viajar a Oakland a encargarse de unos asuntos y le pregunta si puede quedarse unos días en su casa cuidando a su hijo Jesse (Woody Norman). El acepta y viaja encantado a Los Angeles. Al llegar uno puede notar que la situación es bastante compleja. Viv tiene que viajar a ayudar a su marido Paul (Scoot McNairy), que parece estar atravesando un episodio maníaco y actúa de un modo incontrolable. Y el pequeño Jesse, a quien hace mucho no ve, es una criatura de nueve años bastante particular. Muy inteligente y parlanchín, elocuente y a la vez extraño en sus ideas y referencias, está viviendo toda esa complicada situación familiar de una manera muy personal, a tal punto que tiene un juego recurrente en el que se imagina que es un huérfano, además de algunos arranques y comportamientos que por momentos son un tanto indescifrables. Johnny cree que podrá arreglárselas con él, pero no será tan así. Por un lado, porque a Viv, previsiblemente, ocuparse de Paul le toma más tiempo que lo pensado. Por otro, porque el tipo tiene que volver a trabajar y no puede hacerlo teniendo que ocuparse del chico. Pero, fundamentalmente, porque Jesse es complicado, desafía sus límites y su paciencia, saca a la luz sus miedos, su historia personal y familiar, y lo confunde emocionalmente. Por momentos cree que su compañía es lo mejor que le podía haber pasado y, por otros, está convencido que es lo peor. Todo se acelerará cuando a Johnny no le quede otra opción que retomar sus viajes y sus entrevistas, y se lleve al chico a la rastra por varias ciudades de los Estados Unidos. Esa es la aventura que en sus sencillos pero emocionalmente potentes 110 minutos cuenta Mills. Rodada en un hermoso y expresivo blanco y negro por el DF Robbie Ryan (habitual colaborador de la realizadora británica Andrea Arnold) en locaciones urbanas de Detroit, Nueva York, Los Angeles y Nueva Orléans, C’MON C’MON combina la historia de esta «pareja despareja» de tío y sobrino lidiando con problemas prácticos y personales con material del tipo documental que surge de las entrevistas que Johnny hace para su especial de radio. Jesse lo acompaña en muchos de esos recorridos (carga con el equipo de sonido y le gusta captar el ambiente), pero la relación entre ellos se vuelve tensa, enrarecida y, por momentos, problemática. Interpretado de manera muy natural por el pequeño Norman (que es británico, así que los que imaginan que el chico no actúa nada y solo «es así» seguramente se quedan cortos), Jesse es de esos niños que pueden ser encantadores un rato e imposibles al siguiente, con un lenguaje refinado y una actitud que nos hace suponer que es más adulto de lo que realmente es. En la película no se dice, pero da la impresión de que Johnny cree que quizás pueda haber heredado la condición de su padre (o de su abuela, que al final de su vida sufría demencia), cuando en realidad se trata de un chico que tapa con su verborragia y sus curiosas decisiones la compleja situación que su familia atraviesa. Pero el centro aquí es Johnny (un Phoenix más contenido y tal vez por eso hasta más efectivo que en otras actuaciones más salvajes), quien debe aprender gracias a esa experiencia que los chicos son más que las frases que les dejan sus entrevistados y que, de algún modo, hacerse cargo de su sobrino en un momento así no solo es complicado sino que saca afuera zonas suyas que él odia o reprime. Caprichos, peleas, los demoledores momentos en los que lo pierde de vista, la inteligencia del chico para conseguir lo que quiere y la manera en la que Johnny hace lo posible para evitar enojarse con él o gritarle (sabe que no tiene que hacerlo pero a veces no puede contener su fastidio) van formando este drama de dos personajes que tiene algo de LUNA DE PAPEL, de Peter Bogdanovich, pero pasado por un filtro enrarecido e indie, como el de los anteriores films de Mills o de cineastas como Miranda July, quien –quizás no casualmente– es su pareja. C’MON C’MON funciona también como una suerte de ensayo, con los personajes a veces leyendo en voz alta párrafos enteros de libros, ensayos o poemas (como este, de la documentalista Kirsten Johnston, muy revelador de la ética del propio film, o este otro que comenta algunos sus temas) que se citan en pantalla. Entre esos textos y las entrevistas, Mills va construyendo un inteligente retrato paralelo de una generación de chicos y adolescentes que atraviesan complicadas etapas de sus vidas y tratan de lidiar lo mejor que pueden con sus conflictivas emociones. Es cierto que, por momentos, esa construcción puede ser un tanto preciosista, como si la película estuviera muy preocupada todo el tiempo por ser «delicada». Pero logra atravesar esas dudas gracias a la creciente potencia emocional que evoca. No es una película sobre la relación entre tíos y sobrinos. Quizás no lo sea, siquiera, sobre adultos y niños. A su modo, es una película sobre el miedo al paso del tiempo, sobre la sensación de que el futuro es siempre incierto e impredecible y que no hay forma de controlarlo todo. Cuando Johnny le dice a Jesse que seguramente cuando sea grande no recordará nada de lo que vivieron juntos, el chico en sus modos resguardados se conmueve. Johnny ya pasó por eso y cree hablar desde la experiencia. Pero también es cierto que el futuro se arma desde el presente. Y que quizás estas extravagantes, por momentos divertidas y en muchos otros complicadas aventuras con su sobrino, sirvan para redireccionar el recorrido de su vida.