Lo domesticado versus lo salvaje Es sabido cómo se desarrollan a lo largo del tiempo todas las franquicias posmodernas de Hollywood dentro del rubro nostálgico/ masivo/ condescendiente y la saga boxística que nos ocupa no es precisamente la excepción: primero tenemos una película bastante decente que oficia de reboot y aprovecha para sorprender a un público que no esperaba el regreso y celebra el embate de idiosincrasia retro, hablamos por supuesto de Creed (2015), film de Ryan Coogler que reemplazó la impronta algo mucho forzada del eslabón anterior, Rocky Balboa (2006), del propio Sylvester Stallone, con una buena dosis de naturalismo de vieja escuela y “golpes bajos” dramáticos para la platea de espectadores veteranos, no obstante el asunto casi siempre deriva en una secuela apenas correcta que ya empieza a dar signos de cansancio porque la fórmula de siempre queda más en primer plano, en este caso aquella Creed II (2018), obra de Steven Caple Jr. que caía un escalón por debajo con respecto al opus de Coogler y en gran medida funcionaba como una remake camuflada de Rocky IV (1985), también de Stallone, para finalmente llegar al temido tercer capítulo de esta nueva etapa melancólica de la franquicia en cuestión y terminar de dejar a la vista de todos los hilos narrativos más burdos, el sustrato redundante de la propuesta y la pérdida de la magia de antaño, características de cabecera de esta mediocre a más no poder Creed III (2023), ópera prima como director del actor protagónico, un Michael B. Jordan que compone a Adonis Creed, el hijo ilegítimo de Apollo Creed (Carl Weathers), fallecido en Rocky IV. El por demás extenso guión de Zach Baylin y Keenan Coogler, éste el hermano de Ryan, sigue el ABC del esquema retórico de la franquicia y retoma mucho de Rocky III (1982), de Stallone, al punto de parecer una remake muy poco disimulada, nos referimos a la odisea tontuela acerca de la rivalidad con el ex convicto James “Clubber” Lang (Laurence Tureaud alias Mr. T) en medio de la muerte de Mickey Goldmill (Burgess Meredith) y la flamante amistad con Apollo una vez que acepta entrenar al Balboa de Sylvester: Adonis se retira del boxeo luego de los eventos de Creed II y disfruta de un tiempito de paz con su esposa, la productora discográfica Bianca (Tessa Thompson), y su pequeña hija sorda, Amara (Mila Davis-Kent), hasta que reaparece un amigo de su infancia y adolescencia, Damian “Dame” Anderson (Jonathan Majors), boxeador amateur que pasó 18 años en la cárcel después de que un Adonis de 15 años (Thaddeus J. Mixson) golpease al que fuese el padre adoptivo de ambos, un sujeto violento llamado León (Aaron Alexander), y aquel Damian del pasado (Spence Moore II) sacase un arma para detener una pelea en puerta con los colegas del abusón, lo que derivó en ese arresto y esa condena que se fue alargando al extremo de casi dos décadas, por ello el personaje de Jordan, ahora dueño de un gimnasio administrado por Tony “Little Duke” Evers (Wood Harris), siente culpa y le consigue una contienda con su pupilo y actual campeón del mundo, Félix Chávez (José Benavídez), parte de un plan del reo para vengarse de Adonis por haberse borrado durante la reclusión de su otrora amigo. Aquel melodrama improvisado e hiper nostálgico de Creed II alrededor de la pugna con Viktor Drago (Florian Munteanu), el vástago también boxeador de Iván Drago (Dolph Lundgren) y Ludmilla Vobet Drago (Brigitte Nielsen), es sustituido en Creed III por los dos principales latiguillos de Rocky III, léase primero el fallecimiento de la figura paterna/ formativa, hoy nada menos que la progenitora de Adonis, Mary-Anne (Phylicia Rashad), y segundo el ascenso de un ex presidiario que hace las veces del desconocido que irrumpe en la escena del negocio millonario del boxeo mainstream de alta performance, este Damian de un Majors que se hizo conocido con El Último Hombre Negro en San Francisco (The Last Black Man in San Francisco, 2019), interesante propuesta de Joe Talbot, y Lovecraft Country (2020), la serie de Misha Green para HBO, y que honestamente opaca a Jordan en cada una de sus intervenciones, ambos a su vez muy supeditados al leitmotiv de fondo del “luchador domesticado/ negro emblanquecido, Creed, versus el peleador salvaje/ originario, Anderson”. En el planteo de turno Adonis se transforma en un cobarde que salió huyendo de aquella batalla callejera con León por la llegada de la policía y Damian resulta mucho más empático porque, de hecho, es el que sufrió la pesadilla detrás de los barrotes y el que atraviesa una metamorfosis identitaria a lo largo del relato, pensemos en este sentido que empieza dando lástima para ganarse la confianza de Adonis y aspirar al título, a posteriori muta en un villano símil el Lang de Mr. T y durante el final deriva en un antihéroe querible. Hay que reconocer que a pesar de su grasitud melosa innegable, el rol decorativo, necio e innecesario de la esposa y la hija del protagonista y la nula imaginación dramática del film o su tendencia a refritar viejos recursos del arsenal que patentó Stallone en la cada día más lejana e insuperable Rocky (1976), de John G. Avildsen, por cierto todos robados de El Estigma del Arroyo (Somebody Up There Likes Me, 1956), de Robert Wise, Réquiem para un Peso Pesado (Requiem for a Heavyweight, 1962), de Ralph Nelson, y Ciudad Dorada (Fat City, 1972), de John Huston, Creed III no llega a ser una mala película pero tampoco una buena en serio porque Adonis por sí solo no sostiene la experiencia cinematográfica, lo que sin duda equivale a decir que lo que rescataba a Creed II de la condición de bodrio era la presencia de “Sly” Stallone y del clan Drago en su conjunto, puñetazo a las tripas de la melancolía para que los espectadores recuerden tiempos mejores ya que hasta una epopeya ultra estúpida como Rocky IV -típico engendro hollywoodense de las postrimerías de la Guerra Fría- supera con creces a las tres partes de esta Creed. Se agradece, como decíamos con anterioridad, el desempeño del perfecto Majors aunque la previsibilidad de la trama, la prolijidad desabrida de Jordan y sus floreos fuera de lugar detrás de cámaras, por momentos copiando en los combates al anime más berretón y a la maravillosa “heroic bloodshed” de John Woo y Ringo Lam, subrayan la ausencia del aquí únicamente productor Sylvester, hoy en día luciéndose en Tulsa King (2022), serie de Paramount+ a cargo de Taylor Sheridan…
Michael B. Jordan delante y detrás de las cámaras logra continuar con emocionarnos con la dinastía Creed además de filmar las escenas de las contiendas pugilísticas con un logrado y diferente estilo. Cumple con lo prometido. Eso sí, Jonathan Majors insoportable como el contrincante de Adonis.
Una franquicia que devuelve golpe por golpe. Es una de las secuelas más esperadas del año y también la que más expectativas me generó desde su anuncio. No sólo porque era el debut como director de su protagonista Michael B. Jordan, sino también porque sería la primera en la que no veríamos al semental italiano, el querido Rocky Balboa. Confieso que temía en que se engolosinaran con el factor nostalgia y nos trajeran un hijo de Clubber Lang (Mr. T en Rocky III), pero no fue así. Jonathan Majors nos brinda uno de los mejores antagonistas de la saga en donde podemos conocerlo mejor, con una historia de origen y llegar a empatizar con él. Una muy buena racha de este actor donde al menos queda mejor parado que en la olvidable Ant-Man and The Wasp: Quantumania. El agregado de ser viejo conocido de Adonis y a posteriori rival compensa por las muchas ausencias conque nos sacudió la franquicia. No sólo por la secuencia de entrenamiento, que es el momento más flojo de la saga, sino por el encuentro final que lejos de ser algo influenciado por Dragon Ball (en materia de golpes, lo más logrado que podríamos ver en materia live action del anime) no termina de darle esa carga épica que habíamos visto en los filmes previos. En cuanto a la historia tenemos a Adonis ya retirado, dedicándose a su familia y entrenando boxeadores. Algo que nos remite a Rocky V, la más floja de la saga para la mayoría de los fans, pero con una mejor ejecución. Y hablando de Rocky, realmente no sentí la ausencia de Stallone, ya había tenido un cierre más que satisfactorio en la entrega anterior. Por lo que fue el golpe que faltaba para que Adonis tome vuelo propio y se distinga de su mentor. ¿Si hay futuro en la saga? Por supuesto que sí, Jordan tuvo un gran debut y salió airoso pese a la presión que tenía. Me intriga saber en qué dirección se llevaría una hipotética Creed IV aunque no es muy difícil de intuir teniendo a los Drago para explotar como spin-off. Habrá que ver cómo reciben los fans esta nueva entrega antes de seguir con las especulaciones. El fan base tendrá la última palabra sin olvidar al espectador común que se acerca al cine a disfrutar de un simple drama deportivo.
TERCIA PARTE Casi como en el propio devenir de su protagonista, Creed III lleva la carga del espejo que supone debe ser el recorrido de la saga, a imagen y semejanza (podríamos agregar carga) del universo Rocky Balboa. En la primera película se contaba el grado cero de Adonis, un hijo extramatrimonial del gran boxeador Apollo Creed y el fin de su recorrido por las peleas clandestinas para encaminarse en la chance de demostrar el nivel de grandeza en sangre, por legado familiar. Mientras que la segunda parte lo encontraba ya en una cúspide con un objetivo de mantenerse en lo más alto; el condimento era la presentación de su rival de turno: el hijo de Ivan Drago. En este racconto se puede advertir el entretejido entre las dos sagas, sin Rocky no hay Creed. Por tal motivo resulta difícil de digerir la ausencia casi total de Rocky Balboa; desde una simple mención de su nombre hasta alguna explicación, al menos por diálogo, de lo sucedido con el “semental italiano”, factótum de todo su propio universo y también del spin-off. Sin Ryan Coogler en la dirección, Michael B. Jordan se pone detrás de cámara, como lo había hecho Sylvester Stallone en Rocky III, aunque ya había probado ese rol en la primera secuela. Hay un prólogo esperanzador, en el cual se reconstruye una historia de Adonis, su pasado como adolescente y primer acercamiento al boxeo. Lo mejor de este inicio es la presentación de un lado oscuro o, por lo menos, gris de este héroe hecho desde abajo. Luego del título de la película regresamos a la actualidad que recorta el final de la carrera boxística del protagonista, para inmediatamente pasar a su vida como manager y promotor de peleas desde su gimnasio en Los Ángeles. Allí aparece Damian “Dame” Anderson (Jonathan Majors), el “Creed que no la pegó” y antiguo amigo de la adolescencia que estuvo 18 años preso. Luego de un momento embarazoso en el reencuentro, Damian le pide a Adonis que le organice una pelea por el título del mundo, a pesar de no contar con experiencia en el boxeo profesional. Lo que sigue a continuación está escrito. Más allá de la trama principal y de una pelea previsible, se cuecen habas en subtramas relacionadas a Bianca (la mujer de Adonis), su hija y la abuela Creed. Sí, vale la reiteración, no hay nada sobre Rocky. Dentro de estas historias secundarias surge la idea sobre la imposibilidad de concretar los deseos, el paso del tiempo y las chances que deben aprovecharse. Que el guion toque todos los puntos esperables es casi parte de un subgénero (el de la superación y la redención). Ahora, que una película perteneciente al mundo Rocky avance sin emoción, es imperdonable. Aquí las peleas se recubren con un virtuosismo más propio de una serie; por ejemplo, en un round donde Adonis y Damian están peleando sin público y con unas rejas que hacen de cuadrilátero. Ni hablar de los clips infaltables con un montaje paralelo de los entrenamientos de los púgiles, o de la escala del héroe al final de la secuencia. Aquí ya no es la escalinata clásica de Filadelfia, por supuesto. La oscuridad del principio nunca se explora y resulta más bien una implosión para el personaje. Justo en esa arista Jordan evade la parte más grasa, sentimental y telenovelesca de Rocky, quien verdaderamente superó una montaña rusa de situaciones: de ser un matón para unos mafiosos locales a convertirse en un héroe de la clase trabajadora, para nuevamente regresar a la pobreza más dolorosa, como se veía en Rocky V. Incluso esa picazón de regresar al ring ya se había explorado en Rocky Balboa (la mejor de la saga después de la primera parte), con un personaje abatido por la viudez y motorizado a duras penas gracias a la reconstrucción oral de su vida para comensales ocasionales de su restorán. Urgido, principalmente, por la necesidad de retomar un vínculo fracturado con su hijo. Adonis, en cambio, no atraviesa más que el dolor de un honor puesto en discusión; incluso en la única muerte tiene su redención de manera instantánea, porque en la tercera parte Rocky se quedaba huérfano en un mundo que desconocía, y por ende, necesitaba reiniciar su boxeo con la ayuda de Apollo. Creed III parece más una obligación, una necesidad de cumplir el “no hay dos sin tres”. Quizás el hecho de llamar a uno de los guionistas de Space Jam 2: Una nueva era no resultó una buena idea.
Creed III” encuentra a Adonis Creed (Michael B. Jordan) en Los Angeles, retirado del boxeo siendo Campeón Mundial de peso pesado, pero cerca de la actividad. Promueve el deporte y supervisa su gimnasio junto a Tony “Little Duck” Burton (Wood Harris). Vive en una mansión con su mujer Bianca (Tess Thompson) ex cantante y ahora compositora/productora, y su hija, Amara (Mila Davis-Kent) ambas con discapacidad auditiva de distinto grado. Cuando su vida está tranquila, aparece su antiguo amigo de la adolescencia, Damian "Dame" Anderson (Jonathan Majors), quien acaba de salir de la cárcel después de 18 años y pretende volver al ring para cumplir su sueño postergado. Algo reticente pero también sintiéndose culpable por haber desaparecido de su vida, Adonis lo acepta en el gimnasio porque los años que cumplió Dame adentro, lo involucran. Mediante flashbacks, este drama deportivo con guion de Keenan y Ryan Coogler y Zach Baylin nos sumerge en la época en que las actividades de ambos estaban invertidas: el que tenía un gran futuro y ganaba todas las peleas era Dame y Adonis, además de ser su amigo y admirador, lo asistía. Una noche, después de un desagradable encuentro con un hombre que lo había maltratado en la infancia, Dame lo defiende. Adonis, con 15 años, (Thaddeus James Mixson Jr.) escapa luego de atacar a Leon y al primero le toca pagar con el encierro. Cuando se reinserta en la sociedad, Dame ve todo lo que él ansiaba para su vida en su ex amigo...Eso va a reavivar una relación tormentosa donde también está involucrada la madre de Creed, Mary Anne (Phylicia Rashad), reticente a la vuelta del ex-convicto, que, hambriento de gloria, pasa a ser el villano con aires de revancha, mezcla de orgullo y resentimiento, desafiando a Creed para que también vuelva a pelear. Michael B. Jordan hace un digno debut como director mostrando dinamismo en las peleas que se ven muy reales. La película es entretenida, aunque abarca demasiados temas. En cuanto a las actuaciones, se puede decir que son buenas, especialmente la química que se genera entre ambos protagonistas, pero...resulta predecible, como todas las del género. Sólo para fanáticos.
En su debut como realizador Michael B. Jordan consigue salir muy bien parado del enorme reto que representaba esta nueva entrega de Creed. A toda la presión que acompaña la producción de una ópera prima, donde encima el director es el principal protagonista, hay que añadirle la ausencia de Sylvester Stallone en el reparto y los desafíos que suele acarrear el tercer capítulo de una serie. La película debe atar todos los cabos sueltos de las propuestas previas y además cautivar al público con un argumento superior. Jordan cumple estos objetivos en un film que desarrolla el rol de Adonis Creed con una mayor independencia y madurez. Su narración opta por darle más espacio a los personajes establecidos para ahondar en los vínculos personales, al mismo tiempo que elabora de un modo impecable el arco argumental del nuevo antagonista, interpretado por un gran Jonathan Majors. En esta cuestión sobresale una de las mayores fortalezas del film. El rol de Damian Anderson toma algunos elementos de otros villanos previos de la saga Balboa como Tommy Gunn (Rocky 5), Clubber Lang (Rocky 3) y el primer Mike Tyson de los años ´80. Sin embargo la interpretación de Majors le añade una variedad de matices que le aporta su propia personalidad y evita que se convierta en una clon de los personajes del pasado. Durante el transcurso de la historia el público llega a comprender de donde proviene su resentimiento y las acciones sucias que emprende. Un tema donde jugó un papel clave el guión de Keenan Coogler y Zack Baylin (Rey Richard) que trabaja la historia de vida del villano con una dedicación que no tuvieron ninguno de los rivales previos de Rocky. Todo el conflicto entre Adonis y Damian está muy bien elaborado y Jordan desde la dirección consigue que la ausencia de Stallone no se extrañe tanto, ya que la tensión que se genera entre estos dos personajes sostiene con solidez el espectáculo. Una de las grandes sorpresas de esta película se centra en el retrato de la acción y las peleas de boxeo donde el director toma el riesgo de proponer algo diferente en lugar de copiar las labores previas de Ryan Coogler y Steven Caple Jr. Jordan opta por retratar los combates con una influencia de la animación japonesa que cuenta con una extensa lista de propuestas dedicadas a este deporte. No obstante, el referente más notable que cobra peso en la realización de Creed 3 es Hajime no Ippo (Espíritu de lucha), una de las obras maestras de este subgénero que fue muy popular en los comienzos del siglo 21. El vínculo con este animé lo encontramos en el retrato de la violencia y la edición que escoge el director para narrar las peleas que plantean una experiencia más inmersiva al ubicar al espectador dentro de la cabeza de los pugilistas. Esta elección de Jordan tiene un enorme valor ya que resalta su esfuerzo por intentar hacer algo diferente en una saga que lleva nueve películas. Las secuencias de entrenamiento son menos llamativas, aunque ese tema primó en toda la serie Creed, donde los cineastas se dieron cuenta que jamás podrían superar los antecedentes de Stallone con los montajes y se limitaron a presentar una material decente. Si bien no hay mucho más por hacer con la carrera deportiva de Adonis queda la puerta abierta para una futura entrega que podría ser bastante peculiar si toma el rumbo que se da a entender en esta historia. Tenía mis dudas con esta película porque me parecía innecesaria y al final resultó una grata sorpresa que recomiendo disfrutar en una pantalla de cine.
Muchas dudas y mucha expectativa sobre esta tercera entrega de la gran saga spinoff de Rocky. Desde el vamos supimos dos cuestiones fundamentales: es la primera vez que Sylvester Stallone no participa en ninguna capacidad y Michael B Jordan debuta como director. Analicemos estos dos ítems. Hace poco más de un año nos enteramos de que el mismísimo Semental Italiano, creador de Rocky y su universo, está muy peleado -en el medio de una batalla legal- contra Irwin Winkler, quien fuera el productor de la primera Rocky (1976), sus secuelas, Creed y cualquier derivado ya que es dueño del personaje desde la firma del contrato con el actor, guionista y director. Aún así Stallone logró que se necesite su propia autorización para cierto tipo de contenidos. Pero lo mismo va desde otro lado. Es por ello que el proyecto de Rocky VII y la serie precuela (que iba a salir por Amazon) se encuentra todo frenado y/o muerto. Y en lo que refiere a este film, se siente mucho su ausencia y da bronca que se lo mencione solo al pasar. Es un insulto al espectador ya que no se justifica desde lo argumental la falta de alguien tan importante en la vida (y la carrera) de Adonis Creed en sus últimos años. Ojalá que cuando llegue la -ya anunciada- cuarta parte se hayan resuelto las cosas... Y en cuanto a Jordan como realizador, juega un rol más que digno -y muy deudor- de las dos entregas anteriores y casi todas las Rocky. Y es lógico que así sea, pero da la sensación de que se queda corto en algunas secuencias en cuanto a la puesta para lograr cierta épica. Es un delito el poco énfasis que tiene el montaje de entrenamiento si nos ponemos a comparar. En su rol de protagonista, Jordan vuelve a romperla y es grandioso ver cómo sigue creciendo en el papel. Lo mismo sucede con Tessa Thompson. Ahora bien, la situación de Jonathan Majors es diferente. Por un lado, se encuentra en gran ascenso este año y en los próximos por ser el nuevo gran villano de Marvel y otros entrenos en su haber. No obstante, y pese a la back-story que le dan, queda medio desdibujado como "villano". Es una especie de Tommy Gunn (Rocky V, 1990), un poco más trash pero que genera menos desde lo emocional. Ojo que nada de estas cuestiones que estoy señalando hacen que el film sea malo porque no lo es. Pasa que la vara (y la leyenda) está muy alta. Creed III es una buena película, suma a la franquicia, pero no resalta. Sabemos que va a repuntar.
Creed III finaliza con Michael B. Jordan como director y volviendo a destacar a sus retadores tanto en el ring, como durante su preparación antes de la pelea estelar. Dirigida y producida por Michael B. Jordan. El reparto está compuesto por Michael B. Jordan, Jonathan Majors, Tessa Thompson, Wood Harris, Florian Munteanu, Phylicia Rashad y Mila Davis Kent. Cinco años luego de los sucesos de Creed II, después de dominar el mundo del boxeo, Adonis “Donnie” Creed ha prosperado tanto en su carrera como en su vida familiar. Cuando un amigo de la infancia y ex boxeador prodigio, Damian “Dame” Anderson, reaparece después de cumplir una larga condena en prisión, está ansioso para demostrar que merece su oportunidad en el ring. El enfrentamiento entre antiguos amigos es más que una simple pelea. Para ajustar cuentas, Donnie debe arriesgar su futuro para luchar contra Dame, un luchador que no tiene nada que perder y como suele decir su amigo y mentor Rocky Balboa: “Cuando un boxeador no tiene nada que perder se convierte en alguien peligroso”. En esta tercera entrega, Michael B. Jordan llega en solitario para hacer boxear nuevamente a Adonis Creed, ya sin Rocky en ella, Donnie deja de estar bajo el ala de su mentor y se le da mucho más valor, debido a que tiene una cuenta pendiente personal que saldar, ya que su pasado lo persigue. Adonis Creed vuelve al ring para luchar contra un retador sumamente peligroso, el cual estuvo en su vida durante su infancia, por lo que la pelea entre estos dos personajes trae sentimientos encontrados entre sí, provocando que sea una lucha muchísimo más dura y las peligrosa en la vida de Adonis. Creed III tiene el gran condimento de mostrar el desarrollo de los entrenamientos previo a la gran pelea, lo que hace que la emoción suba cada vez más, pero no llega a cautivar del todo cuando ya se encuentran en el ring. Es cierto que no es fácil hacer una película de boxeo y mucho menos hacerle justicia a este increíble deporte, pero es algo que viene sucediendo en esta trilogía desde su primera entrega. Esto no quiere decir que las peleas sean malas, solo que el dinamismo podría mejorar, y eso puede llegar a pasar con el tiempo. Ya que la presión previo a la pelea final es increíble y fascinante, con todo lo visto, el espectador queda con la vara muy alta y puede que quiera ver más en el ring. Lo mejor de Creed siempre fue el tiempo en pantalla de los antagonistas y lo que hace Jonathan Majors es sublime. La trilogía siempre le abrió la puerta a grandes villanos, porque más allá de las motivaciones de Adonis, se necesitan tipos malos que quieran romperlo y este vuelve a ser el caso en Creed III. Con un personaje que no tiene nada que perder y que sus motivaciones lo llevan más allá de sus propios límites para demostrar que es el mejor. No es una película revolucionaria en el cine de boxeo y tampoco quiere decir que bajó el nivel por el lado boxístico, ya que esta tercera parte es muy interesante y el debut de Michael B. Jordan como director es fantástico. El cine deportivo es complicado, pero Creed se suelta de muy buena forma sin Rocky, abriéndole paso a Adonis y a otro cualquier retador que llegue a su gimnasio o a su vida.
Lo primero que llama la atención de Creed III es la ausencia de Rocky. No solo no está en escena; ni siquiera hay mención alguna hacia el mentor del boxeador Adonis Creed y amigo –luego de ser rival– de su padre Apollo. Stallone había avisado en julio que no iba a estar porque “no sabía si habría un papel” para él, ya que el actor y protagonista Michael B. Jordan y el productor Irwin Winkler buscaban nuevos rumbos para el relato. Rocky es el ausente más presente durante las dos horas de una película que se cuida de no incluir ni una referencia sobre él. Podría suponerse que murió, en tanto su salud estaba en una espiral de deterioro al final de Creed II. Pero ni una punta para saber su destino. Creed III parece por momentos un asado sin carne, una reunión familiar sin el pater familias en la cabecera de la mesa. La película podría haberse llamado “Boxeando por la gloria” o de cualquier otra manera, porque su filiación ya no es tanto con la mitología del universo de Rocky como con el cine deportivo en general y el pugilístico en particular. Pero si Stallone imprimía a sus films un aire luminoso aun ante la muerte de sus amigos y esposa, aquí el pasado adquieren un peso notable. Rocky peleaba por su gente; Creed lo hace contra sus fantasmas. Contra “el” fantasma, mejor dicho. La primera escena transcurre un par de décadas antes del presente y tiene a un Adonis adolescente acompañando a un amigo unos años mayor a una pelea en un antro angelino. Su amigo muele a palos a su rival y, de regreso, paran en un mercado. Allí Adonis se cruza con un tal León, a quien trompea por razones que en principios se desconocen. El hecho termina con su amigo preso y él huyendo despavorido. Aquel amigo ahora es un adulto con los brazos forjados al calor de los ejercicios carcelarios. Apenas recupera la libertad, Damian Anderson (Jonathan Majors, el villano de Ant-Man and the Wasp: Quantumania) va en busca del ex campeón, quien desde su retiro comanda una escuela de boxeo y se dedica a la vida familiar con su esposa Bianca (Tessa Thompson) y su pequeña hija. Una visita con el objetivo de cobrarse un favor: quiere ser campeón mundial. Las cosas entre ambos irán tensionándose hasta el punto de que es necesario poner las cosas en su lugar. Y en una saga de boxeo, eso significa dirimir las cosas sobre un ring. Si se la piensa por fuera de la saga de Rocky, Creed III tiene las dosis justas de cursilería y emotividad deportiva propia del género. Jordan se presenta como un director atildado, que evita el frenetismo habitual de Hollywood para preocuparse mayormente por la carnadura de los personajes antes que por las situaciones que enfrentan. Consciente del nuevo comienzo para la saga, incluye durante las peleas fragmentos de ensoñaciones metafóricas de Adonis sobre el ring, un intento de correrse del estilo previo. El resultado es una película correcta aunque algo insegura a la hora del desenlace, pero ante la que imposible sentir que le falta algo. El mayor desafío de la tercera entrega de Creed era suplir el peso simbólico y creativo de Stallone. Difícil lograrlo sin siquiera tener los huevos para nombrarlo.
Qué más de lo que suele tener puede presentar una película que se centra en un (ex)boxeador, que ya ha ofrecido no una sino dos sagas. Hablamos de la original, Rocky, y de Creed, que con el estreno de hoy va por su tercera película. Y seguramente habrá más combates en el cine. Bueno, esta Creed III tiene a su protagonista, Michael B. Jordan, también debutando en la dirección. Y a la pregunta del comienzo, qué puede aportar una más a la saga, el artista ha respondido con todo. O, mejor, con mucho, que no es lo mismo. Porque el guion, en el que participa Ryan Coogler, director de la primera Creed y de las dos Pantera Negra, tal vez abarque demasiado. Y no hablamos de las líneas temporales: hay muchos personajes con sus historias a cuentas y Jordan se preocupa en 116 minutos de darle espacio a todas ellas. Una es troncal, y tiene como protagonista a Damian “Dame” Anderson (Jonathan Majors, el nuevo malvado de Marvel, visto en Ant-Man And the Wasp: Quantumania). Amigo desde chico de Adonis Creed, al extremo de que el más pequeño se escapa una noche de su casa para acompañarlo en la pelea en Los Angeles, donde viven, de los Guantes de Oro. Está claro que Damian ansía ir por más, sueña con el título mundial. Los seguidores de la saga saben quién lo obtuvo (Creed, hijo de Apollo Creed, el que le ganaba a Balboa en la primera Rocky) y, sino vieron el trailer, igual pueden oler que correrá sangre en un ring, y será de los dos amigos en un futuro que será el presente. Así como la historia de Damian se va descubriendo de a poco -hubo un confuso episodio esa misma noche, y terminó preso por 18 años-, cuando Damian sale de la cárcel se encuentra con Adonis. Cuentas pendientes ¿Vieron que hay gente que tiene cuentas pendientes? Bueno, va de regalo que Adonis, que se ha retirado el ring, pero entrena una nueva generación, nunca lo fue a visitar a su amigo durante los 18 años que pasó su condena. La película va, como de un round a otro, balanceando (o no logrando esa estabilidad) entre las diferencias de carácter y vida de Creed y Damian. Uno aprendió que el control es básico y fundamental. Otro entiende, y la vida lo ha llevado a eso, que la fuerza lo es todo, o casi. Creed III es tal vez demasiado extensa, o se vuelve demasiada larga, porque abarca más de lo que aprieta. Tiene combates violentos, hay una muy buena coreografía en las peleas y hasta en los entrenamientos con los sparrings, pero también muchos personajes secundarios, que entran y salen, y lo que decíamos al principio: la hija, la esposa (Tessa Thompson) y la madre adoptiva de Adonis (que es hijo ilegítimo de Apollo Creed y su esposa lo adoptaba en la primera película), por ejemplo, tienen su subtrama. Lo mejor es la química entre Adonis y Damian. Aquí hay dos muy buenos intérpretes con consignas precisas.
El tercer filme de esta renovada saga heredera de Rocky, tiene nada de original, es más, tiene mucho puntos de contacto con “Ángeles con Caras Sucias” (1938) de Michel Curtis. Dos jóvenes amigos, ladronzuelos de poca monta, son perseguidos por la policía, uno escapa, el otro es atrapado. Con el tiempo se vuelven a encontrar, el primero es un cura, el segundo es un gángster. Lo cual plantea una especie de confrontación Acá estamos en la misma situación, pero en el mundo del boxeo, uno es el campeón del mundo, el otro que perfilaba para serlo es casi un desclasado. Adonis Creed (Michael B. Jordan), ya no es un pobre desvalido, pero el relato necesita para empatizar con el personaje,
"Creed III", sin Rocky pero con dignidad La novena entrega de la saga iniciada en 1976 exhibe un buen trabajo de dirección y una puesta del boxeo que le da lustre a una estructura dramática ya conocida. Nueva posta de un recorrido que ya acumula nueve paradas y que se ha desarrollado a lo largo de 47 años, sumando los seis episodios de la saga que tiene al boxeador Rocky Balboa como protagonista y los tres de Creed, un spin off subsidiario de aquella otra, Creed III representa un aporte de valor a este universo creado por Sylvester Stallone en 1976, a partir de un guión propio al que él mismo le puso el cuerpo, interpretando a su protagonista. Hasta ahora, porque esta tercera parte de la saga centrada en la figura de Adonis, el hijo de Apollo Creed, gran rival y mejor amigo del famoso “Semental Italiano”, ya no cuenta con la presencia del popular personaje, a partir de un conflicto de intereses que Ezequiel Boetti explicó con lujo de detalles en este mismo espacio. No hay Rocky en Creed III y habrá que ver si eventualmente las partes resuelven sus conflictos, para que el personaje vuelva a aparecer en pantalla en el futuro. Más allá de esos detalles, Creed III logra construir una historia sólida, con una lógica y una dinámica bastante independiente, sin necesidad de colocar a Rocky en un lugar destacado de su narrativa. Ni en un lugar destacado ni en ninguna parte, porque el personaje solo aparece en una fotografía durante unos pocos fotogramas y se lo menciona una vez, en una cita inevitable que funciona como hipervínculo con detalles que son esenciales dentro de este universo con muchísimas reglas propias. Por ejemplo, se puede poner en paralelo esta tercera parte de Creed con la tercera de Rocky y ver que algunos de los conflictos que aquejaron al mentor se repiten ahora en el pupilo. En aquella, Rocky debía pelear contra su propio aburguesamiento para enfrentar a Kluber Lang, interpretado por el recordado Mister T, un boxeador con esa voracidad de éxito que solo tiene el que nace en la miseria. Algo que al protagonista se le había perdido entre las mansiones y los autos de lujo. De manera similar, Adonis se reencuentra con un amigo de la infancia, un promisorio boxeador amateur que ha pasado 18 años preso y que ahora regresa para pedirle que lo ayude a concretar aquel sueño de gloria que se esfumó tras las rejas. Pero el pasado meterá la cola entre los dos amigos y lo que comenzó como la reconstrucción de una amistad perdida terminará convertido en rivalidad. Un poco a la inversa de lo que pasaba en el vínculo entre Rocky y Apollo. Creed III es también el debut como director de Michael B. Jordan, el encargado de interpretar en las tres películas a Adonis, el protagonista, el hijo de un mito que también logra convertirse en leyenda. Debe decirse que el hasta ahora actor consigue pasar la prueba de forma digna, exhibiendo algunas ideas interesantes de puesta en escena. Puede mencionarse a modo de ejemplo una larga secuencia dentro de la pelea final, que transcurre en un ring alegórico y realiza un buen aporte a la representación del boxeo no solo en su faceta física, sino también en el terreno de lo mental. La película también resulta muy solvente en las coreografías de lucha, donde el nivel de realismo llega a ser superlativo. Al punto de que tal vez sea la más verosímil en ese terreno no solo dentro de la saga, sino de todas las que han representado cinematográficamente al boxeo, que no son pocas y muchas son muy buenas. También es cierto que Creed III no se aparta de la lógica interna de la saga, que repite una estructura dramática que ya es bien conocida y que no realiza aportes sustanciales en ese terreno. Pero ese no es un problema per se, ni en este ni en ningún caso. Como ha dicho alguna vez Jorge Luis Borges (palabras más, palabras menos), los argumentos no son lo más importante de un relato, porque las historias que pueden contarse no son tantas. Ahí está el talento del buen narrador, en su capacidad para contar de nuevo la misma historia, haciéndole creer a su público que la está leyendo, escuchando o viendo por primera vez. Y de algún modo, Creed III logra ser, de nuevo, esa primera vez.
¿Se acuerdan cuando anunciaron que iban a seguir exprimiendo la franquicia de Rocky con una nueva entrega, pero sin Stallone como protagonista? Todos nos reímos, pero la sorpresa que nos llevamos fue por demás gratificante; al grado que nos ilusionamos con un Oscar para el veterano actor. Quien hubiera pensado que íbamos a recibir una tercera entrega así… La trama es bastante simple; y es que otra vez volvemos a la vida de Adonis Creed, quien ahora está retirado y regenta el gimnasio donde se formó. Un día reaparece un viejo amigo, que, tras dieciocho años preso, le pide ayuda para volverse un boxeador profesional. Pero este no es el único deseo que tiene el supuesto amigo. Ya sin Stallone en el casting, Michael B. Jordan protagoniza y dirige esta tercera entrega, que luego de haberla visto, debo decir que toma demasiadas cosas prestadas de Rocky lll, estando ante el claro ejemplo de un remake disfrazado de secuela; llamada también rekuela. Esto no tendría nada de malo, si es que a nivel guion Creed lll tiene más problemas, que golpes recibidos por los boxeadores. El primero de ellos es que se busca indagar en el pasado del protagonista, quien esconde un oscuro secreto, y que la propia película se encarga de mostrarnos lo forzada que fue la situación para que Adonis se sienta en deuda con Dame (su amigo). No queda claro porque el comportamiento de ambos, o como la policía no logra resolver varios problemas teniendo las evidencias en las manos de los propios personajes principales. Por suerte para compensar este desastre argumental lo tenemos a Jonathan Majors, quien hace tiempo se viene posicionando como uno de los actores más interesantes para seguir su carrera. Y si bien su personaje es casi un remake del de Mr. T en la ya mencionada Rocky lll, el actor tiene el suficiente carisma como para darle personalidad propia a su rol. Aparte de tener buena química con Jordan en pantalla. Y hablando de este último; su dirección es bastante ambigua. Propone algunas cosas interesantes, aparte de tener buen pulso a la hora de dirigir las peleas; pero al mismo tiempo por momentos dichas secuencias de las mismas se sienten como una coreografía entrenada al son de música o palmas, que una pelea real. Veremos si sigue probando con la dirección o esto fue solo un experimento. En conclusión, Creed lll es una película regular tirando a malilla. Si este es el final de la saga spin off del Semental Italiano, podemos asegurarles que no merecía terminar así.
De la mano de Ryan Coogler como director y guionista, con el aporte del viejo Rocky de Stallone este spin off logró poner el órbita una secuela que ahora ¿termina? Con una tercera entrega donde el director es el protagonista, donde no aparece Stallone en cámaras, aunque si en la producción junto a Jordan y Coogler que además es el co-guionista. En su debut como director Michel Jordan utilizó, por primera vez en un tema deportivo, las cámaras digitales certificadas por Imax que dan mayor nitidez y además utilizó en la estética de las peleas su amor y admiración por los animes como Naruto y Dragon Ball Z. La historia tiene todos los ingredientes de la saga, que bien vale remarcar, que siempre puso su interés en el desarrollo de sus personajes. Aquí Apolo es un hombre retirado y poderoso, tiene un gimnasio, propicia nuevos valores del deporte y disfruta ser una celebridad. En ese mundo perfecto irrumpe su pasado. Su mejor amigo , casi un hermano de la infancia, que soñaba con la gloria de ser boxeador, pero que vivió sus últimos 18 años en la cárcel envidiando la carrera de Apollo. Vuelve para reclamar y para que se haga la esperada pelea final. Además encarnado por Jonathan Mayors, cobra un valor extra. Debajo de la fama y el glamour la historia nos quiere hacer creer que el personaje central tiene cuestiones emocionales sin resolver y eso, aunque se notan los hilos funciona. La necesaria lucha entre el bien y el mal que fue el combustible de Rocky y persiste en Creed.
Tras las primeras dos películas de esta franquicia (`Creed', 2015, y `Creed II', 2018), Michael B. Jordan se coloca en el doble rol de protagonista y director para relatar la continuación de esta historia que no defrauda a sus seguidores, pero que tampoco aporta ninguna novedad ni logra destacarse en relación a las anteriores entregas. Adonis Creed, consagrado a nivel mundial en el ring, decide retirarse y se coloca como cara visible de un gimnasio que prepara a futuros campeones de boxeo, mientras se dedica a pasar tiempo con su familia. El presente que tanto disfruta se ve modificado con la llegada de Damian Anderson (Jonathan Majors), un antiguo amigo que reaparece después de veinte años. Un hecho en el cual ambos se vieron involucrados resurge en los recuerdos de Adonis y el pasado se hace presente con todo lo que eso implica para él: remordimiento, culpa y secretos guardados que salen a la luz. La película gira en torno a ese encuentro y la relación que se reconstruye entre ambos. Por un lado está presente esa intensa amistad que dejó de ser, y por otro el ahora: dos adultos que compartieron raíces pero que hoy son personas con recorridos totalmente diferentes y objetivos que no son compartidos. ACCION Jordan, en su debut como director, ejecuta una película que encuentra su punto fuerte en las escenas de acción, en las cuales los personajes se ubican arriba del cuadrilátero. En relación a lo que sucede debajo del mismo con los personajes, su pasado y la relación entre ellos, el filme se vuelve predecible, con decisiones desde el guion demasiado forzadas y que recurre a narrativas utilizadas en exceso en este tipo de películas. Es en ese sentido que no hay novedad en `Creed III', la cual, en relación a sus anteriores entregas, se vuelve por momentos repetitiva. El trabajo de Majors (`Da 5 Bloods', `Lovecraft Country') eleva el nivel del elenco, su composición resulta creíble y le aporta al personaje un arco dramático que se sostiene durante la película. `Creed III' cruza lo emotivo con el ring y es allí donde encuentra sus fortalezas y también sus debilidades. Para los adeptos a este tipo de historias, el filme logra momentos entretenidos, con escenas de boxeo bien ejecutadas, que apelan a sensaciones e ideas previsibles pero a la vez efectivas de victoria y derrota, tanto en términos deportivos como personales en relación a los personajes.
Protagonizada y dirigida por Michael B. Jordan, Creed III (2023) representa el cierre de la saga spin-off de Rocky. En esta tercera entrega su protagonista Adonis Creed se encuentra establecido y retirado del ring. Ahora conforme a su experiencia se dedica a entrenar a otros boxeadores y dirigir su gimnasio porque como expresa Creed: “dejé el boxeo, pero el boxeo no me dejó a mí”. Sin embargo, todo cambiará cuando un amigo de su adolescencia, Damian (Jonathan Majors, a quien vimos recientemente como el villano en Ant-Man and the Wasp: Quantumania) regrese a su vida en busca de la consagración deportiva que cree que le corresponde. El problema es que Damian perseguirá más que eso, también propagará una venganza contra Adonis ¿Por qué? Los motivos se esconden en el pasado compartido por ambos y que el relato se encargará de dosificar paulatinamente. Honestamente, Creed III parece ser el largometraje menos logrado de toda la saga (de ambas sagas). La película en cuestión es bastante plana y carece de emoción, algo que siempre caracterizó a este universo diegético que tiene como protagonista el mundo del boxeo y sus resilientes protagonistas. La ópera prima de Jordan tiene un manejo poco sutil de la puesta en escena y de los recursos técnicos, en donde todo resulta resaltada y explicitado hasta el cansancio. En adición, los efectos se ven visualmente groseros y en cuanto al desarrollo argumental algunos elementos son poco verosímiles y forzados, como, por ejemplo, que Damian pelee por primera vez contra un campeón mundial como Chavez. Mientras que Creed II (2018) replicaba exitosamente el esquema narrativo de Rocky IV (1985), sin embargo, esta nueva entrega es conducida en piloto automático sin pasión alguna. En adición, es evidente también que se notan los cambios de dirección, guión y por supuesto la ausencia del entrañable Rocky, interpretado por el popular Sylvester Stallone, quien además escribió conjuntamente el guión de las dos primeras Creed. La omisión de Rocky en la obra en cuestión deja cierta sensación de vacío en el espectador y lo peor es que en casi dos horas del filme ni siquiera es mencionado. Lo cierto es que sin Stallone no hubiese existido un Rocky, y sin Rocky no hubiese existido Creed (ni padre, ni hijo). Cada entrega de Creed fue reduciendo el tiempo en pantalla de Rocky, si bien esto tiene coherencia narrativa, ya que cada una de las entregas de este spin-off se corresponde con un estadio en la vida de Adonis, componiendo en cierto modo tres actos: el aprendizaje, la consagración y la madurez. Si bien Stallone figura como uno de los productores de Creed III, aparentemente su ausencia actoral, se debe a sus disputas con la familia de productores Winkler, debido al reparto de los derechos de Rocky. Stallone escribió el guión de varias películas de la saga iniciada en 1976 y dirigió algunas de ellas, por ende, en cierto modo su reclamo sobre los derechos parece éticamente razonable. En conclusión, si bien Creed III es entretenida no está a la altura de ninguna de las entregas anteriores.
Crítica publicada en Youtube.
No está de más decir que Creed III es una película muy norteamericana. El hecho de que esta tercera entrega de la saga ambientada en el universo de Rocky Balboa esté dirigida por Michael B. Jordan, su protagonista, es una señal de que hay algunas cuestiones que resolver puertas adentro, asuntos internos de la comunidad afrodescendiente. Jordan hace una película en la que los negros norteamericanos tratan de lavar culpas del pasado y limar asperezas, en una especie de pase de facturas a ellos mismos para tratar de entender la grieta que se abrió entre quienes se la jugaron por sus compañeros ante la policía y los que salieron corriendo para salvar su pellejo. El director debutante llega a una síntesis justa y optimista: si hay culpables de la violencia que recibieron y de la cárcel que les tocó, ellos (los negros) seguro que no lo son. Jordan sorprende con su pragmatismo como director y entrega, además, el entretenimiento boxístico que todos esperan, con peleas bien rodadas y con una historia clara y emotiva, aunque plagada de los lugares comunes de la saga. La película tiene otro detalle llamativo, aunque en sintonía con su intención principal: Rocky brilla por su ausencia. La decisión de dejar afuera cualquier mención y referencia al astro interpretado por Sylvester Stallone sienta una postura, porque Rocky es blanco, ítalo-americano, y no tiene nada que ver con lo que plantea Creed III. Con un prólogo que se remonta al pasado, la película muestra cuando Adonis (Thaddeus J. Mixson), de 15 años, se escapa de su casa para irse con su amigo Damian Anderson (Spence Moore II), de 18 años, a una pelea de boxeo en un antro de Los Ángeles, en la que Anderson gana porque es una joven promesa del cuadrilátero. Cuando termina la riña se van a una especie de supermercado y Adonis alcanza a ver a un tal León caminando por la vereda, a quien intercepta para moler a golpes. El episodio termina con Damian preso por sacar una pistola y con Adonis escapando despavorido. En pocos minutos, Jordan resume de manera magistral un pasado y un aspecto importante de la historia de su pueblo, ubicada en Los Ángeles. De algún modo, Creed III es también sobre el ascenso social de algunos negros en California a costa de otros negros, coronando la tesis con un plano de Creed arriba del cartel de Hollywood. En la actualidad, Adonis (Michael B. Jordan) colgó los guantes de campeón mundial de peso pesado y se puso el traje para representar a futuros boxeadores y para entrenarlos en su gimnasio exclusivo. Consagrado y con dinero, vive tranquilo y feliz con su mujer (Tessa Thompson) y con Amara, su hija muda (Mila Davis-Kent). Pero el pasado vuelve como un jab en el ojo y Damian (Jonathan Majors) se hace presente tras cumplir una larga condena en la cárcel. Lo que quiere es recuperar el tiempo perdido y pelear por el título, no sin sacarle en cara a Adonis su abandono, demostrando cierta envidia y un resentimiento amenazante. Creed III no sólo plantea las culpas y los resentimientos de los personajes principales, sino que da pie a que en un futuro cambien los roles y quienes se suban al ring ya no sean hombres, sino mujeres. La clave está en la pequeña Amara. Sí, corrección política al mango, pero usada para sumar y seguir expandiendo una saga que siempre sorprende.
ORFANDAD ¿Se puede pensar en Creed sin pensar en Rocky? Dejando afuera los motivos que ya todos conocemos (la disputa legal entre Stallone y el productor Irwin Winkler), al enfrentarnos a Creed III la pregunta se vuelve ineludible. Mal que les pese a muchos, el final de la segunda parte ofrecía una suerte de cierre para el histórico boxeador: al final de la pelea contra Viktor Drago, Rocky le decía a Adonis que ahora le tocaba hacerse cargo y, después, de espaldas, nos regalaba un plano bellísimo que resumía ese cambio de mando. Luego, Rocky se animaba a visitar a su hijo y, finalmente, cruzaba la puerta hacia esa redención familiar. Fin de la historia del Semental Italiano, una de las más grandes de la historia del cine, con un Stallone en estado de gracia durante esos rounds finales. Entonces, Creed III. Cuando se supo que Michael B. Jordan se encargaría de la dirección, el fan promedio tuvo un poco de miedo. Me incluyo. No solo por la inexperiencia del actor detrás de cámaras, sino porque, sin la presencia del dúo Rocky/Stallone, Jordan podría desbordarse con su personaje. Si bien la primera y la segunda son películas notables (sobre todo la primera), lo cierto es que Adonis Creed es una figura sin demasiado contexto más allá de ser el hijo de Apollo y el alumno de Rocky. Su evolución narrativa funciona rebotando contra estos dos linajes. Si ampliamos la visión por fuera de esta dinámica, aparecen las inconsistencias, como por ejemplo: el hecho de que a Adonis no se le conozca ningún amigo. Es algo que no nos importa durante las primeras entregas, pero que se vuelve una preocupación cuando hay que empezar a pensar en Creed sin Rocky. Así aparece Damian “Dame” Anderson, el antagonista de la película. Lo conocemos al principio, en una secuencia destacable en la que un Adonis adolescente lo acompaña a una pelea de los Golden Gloves. Después algo pasa, “Dame” termina preso y los caminos se separan hasta el presente de Creed III, dieciocho años después. Adonis, ya retirado, pasa sus días como promotor de boxeo, disfrutando de las mieles del éxito junto a su esposa Bianca y su hija Amara. Todo parece ir bien, hasta que “Dame” (interpretado por Jonathan Majors) reaparece y se infiltra en la vida de Adonis con un propósito claro: recuperar el tiempo perdido peleando por el título mundial. Desde el vamos y sin ninguna culpa, Jordan decide apartarse del camino instalado por los dos films previos. Construye un conflicto para Adonis que nada tiene que ver con su padre o con su antiguo entrenador, y se permite otorgar cierta oscuridad al personaje, una ambigüedad moral que antes no exhibía. Purismos aparte, la operación reviste cierto interés y también riesgo, aunque ambas cuestiones, lamentablemente, se quedan en los papeles. Si en Creed estaba la promesa y en Creed II la consolidación, acá se intenta elevar la figura de Adonis a un status de leyenda, que es algo que se dice pero nunca se ve. Lo vemos hacer su última pelea en Sudáfrica, escuchamos en boca de periodistas que es uno de los mejores boxeadores de los últimos tiempos, pero esa gloria nunca se vuelve palpable. Quizás envalentonado por su debut, Jordan establece también una diferencia formal respecto de sus predecesoras. El modo en que filma los combates, que surge a partir de una concepción más matemática del boxeo (algo que Adonis no tenía hasta ahora, pero que según la película tuvo siempre), la aleja del realismo de la primera, pero también de la épica de la segunda. Termina por ubicarse en un lugar incómodo, de difícil ingreso para el espectador. Es algo que se extiende a lo largo de un guion que está lleno de diálogos y explicaciones, en la que probablemente sea la película más hablada de Creed. Como ya conocemos a los personajes y en principio nos importan sus conflictos, durante un rato se mantiene el interés. Curiosamente, lo familiar termina por ser lo que mejor trabaja Jordan, sobre todo en lo que se refiere a la relación de Adonis con su hija. Pero cuando tiene que ser una película de boxeo y, más aún, parte de una herencia gigantesca, las cosas se le complican. Sin demasiada opción, volvemos a Rocky. Su sola presencia, y su propia carga histórica y sentimental, bastaban para dotar a las dos primeras Creed de una carnadura emocional que funcionaba siempre. Fuera del vínculo paterno-filial, que ocupa una porción mínima del relato, a Creed III le resulta casi imposible dotar a sus personajes de humanidad. Se mueven por la narración cumpliendo roles para decir esto o aquello (un caso notable es el de Duke), pero son incapaces de impactar o conmover. La épica deportiva, uno de los grandes valores del cine norteamericano, que funciona más allá de Rocky pero probablemente a causa de Rocky, acá nunca consigue tomar cuerpo. Recordando de repente que es una película de boxeo, en determinado momento Creed III apura una secuencia de entrenamiento con montaje paralelo, para entregarse después a la pelea final. Un espectáculo visualmente impactante, pero también sobre explicado y con algunas decisiones formales difíciles de defender. A modo de cierre, voy a decir que como entusiasta tanto de Rocky como de Creed, tenía la esperanza de que esta nueva entrega pudiera decir algo propio. Y lo dice, pero huyendo de un legado del que es imposible escapar, a menos que se decida aceptarlo y transformarlo en materia viva, en algo nuevo que no reniega del pasado. Si esta fuera una película aparte de boxeo, sobre dos amigos separados por la tragedia, que se reencuentran ya adultos y se convierten en rivales, la cosa podría funcionar. Pero es una película de Creed, que es un desprendimiento de Rocky, y esa herencia es inevitable. Con una mano en el corazón, no espero que vuelva Stallone para las siguientes entregas, pero sí que Jordan encuentre un balance entre imagen y guion y, sobre todo, que pueda dotar de emociones genuinas a su personaje. Nos queda esperar.
Rodada en formato IMAX, tenemos aquí un correcto balance entre film emocional y entretenimiento que garantiza el paladar de todo fanático del boxeo. La anticipada y última entrega de “Creed” nos trae a un protagonista acechado por un remordimiento íntimo que involucra un trauma del pasado. Dirigida por Michael B. Jordan, en su debut tras de cámaras, perviven en la gran pantalla, a casi medio siglo de su creación, secuelas de nuestro amado mundo “Rocky”. Cabe aclarar, y es llamativo, sin la presencia activa de Sylvester Stallone, quien pasa absolutamente desapercibido, con excepción de una línea de diálogo, y solo permanece como productor, y por primera vez alejado de los sets de rodaje, para una película en donde el esquema cultural, estético y social afroamericano toma el comando por completo de la franquicia. Gladiadora, épica y brutal, la nueva entrega cuenta con la participación de los hermanos Ryan y Keenan Coogler, quienes se dividen los créditos de redacción del guion. La nueva encarnación de “Creed” construye su expandido universo de ficción alrededor del fornido Adonis, otorgando nueva vida a un producto que busca dominar más allá del ámbito deportivo. El objetivo es primero la taquilla, y luego el cinturón más codiciado: el de los pesos pesados. La más corta de las entregas de “Creed”, con un total de ciento dieciséis minutos, ofrece una perspectiva a partir de la cual ciertos paralelismos pueden trazarse entre la presente y “Rocky V”. ¿Digna inspiración o no lo suficiente? Disputas por las regalías de una creación en entero del propio Stallone, y de la cual al hoy día no posee control alguno, podrían hacernos dudar, levemente siquiera, de la autenticidad de la reciente apuesta. La verdad aguarda en el banquillo y el reloj se coloca en cero. Sangre, sudor y lágrimas quedarán inscriptos en la lona. Luego de que ciertos acontecimientos trágicos propicien un auténtico choque de titanes, la trama favorece el inevitable enfrentamiento entre dos antiguos amigos rivalizando por una pugna que excede la ambición deportiva y cala hondo en la responsabilidad de ciertos actos delictivos cometidos en el pasado. Las apuestas escalan cifras exorbitantes, pero Los Ángeles solo conoce un rey. Las reglas del combate se fraguan en una sala atestada de trofeos y sobre cuya pared cuelgan enmarcadas las inmortales jerseys de Shaq y Kobe; un guiño que todo amante del deporte sabrá apreciar. A diferencia de anteriores entregas -y una licencia que era característica propia de la saga- resultan exiguas aquí las participaciones de auténticas estrellas del deporte, dentro y fuera del cuadrilátero. Apenas se reconoce la aparición del boxeador Tony Bellew, del periodista Stephen A. Smith y del referí Tony Weeks. Hay un cameo de Canelo Álvarez, pero pasa ciertamente desapercibido. Cada uno hace lo que mejor sabe, pero tiene gusto a poco. Como plato fuerte de “Creed III”, sobre el cuadrilátero se dirimirá la primacía entre el veterano campeón apuntándose un comeback improbable y el frustrado aspirante que llega por sus fueros a querer dominar la categoría. Aunque, como era de esperar, más que una simple pelea para entronar al auténtico monarca pesado, la oportunidad abreva en la redención moral y en ajustar viejas cuentas. Tambalea la otora hermandad negra. Sus presentes son contrastantes, debatiendo la empatía del espectador entre la sed de revancha y la opulencia del confort y la riqueza material. Sentimental, el pasado vuelve para atormentar con previsible resultado. Michael B. Jordan (“Un Diario para Jordan”, “Black Panther: Wakanda”) y Jonathan Majors (“Lovecraft Country”, “Más Dura Será la Caída”) protagonizan un antológico duelo, correctamente secundados por Tessa Thompson y Woods Harris. Como era posible anticipar, el aspecto técnico del film se convierte en elemento fundamental para visibilizar al boxeo y su espectacularidad como núcleo central de la propuesta. Los combates están rodados de modo virulento; los superhéroes se amarran a las cuerdas. Existe una recargada intención de acelerar o ralentizar el cuerpo a cuerpo, instrumento indispensable para colocarnos en clima de pelea, con la guardia alta y simulando un efecto de videojuego que no siempre favorece al realismo perseguido. Por momentosFuera del cuadrilátero, la destreza y capacidad de resistencia también resultará colosal y desmedida, a lo largo de exigentes e interminables jornadas de entrenamiento. El drama emotivo pasará a un segundo plano, aunque no accesorio, centrándose en cierta parte del metraje en hurgar en las motivaciones del mismo, como quiebre irremediable en la intimidad familiar y su efecto dominó en la trayectoria del semi retirado Adonis. Las secuencias resultan tanto dolorosas para quien recibe golpes como grandilocuentes visualmente para la platea cinéfila. “Creed III” no necesita revolucionar el cine de corte deportivo -un ámbito de profusa historia- para volverse un espécimen digno y disfrutable. Sobre el ring se defenderá un legado en raigambre de superhéroe escrito en letras doradas dos antiguos conocidos. La fascinación eterna que despierta este deporte, y que lo ha convertido en un subgénero con total entidad dentro de la historia del cine, concreta su enésimo resurgir dentro del cuadrilátero. Michael B. Jordan sale airoso de su opera prima, mientras nos preguntamos si la trilogía clausura el éxito creativo emprendido en 2015.
Creed III: largando las rueditas de la bicicleta Los caminos de la vida no son lo que yo esperaba… Parecía algo impensado: tener entre nosotros una tercera parte de un spin-off que buscaba seguir juntando los dólares que dejaba un ya avejentado Rocky Balboa. Y viene cargado de varias novedades: ni un ápice de presencia de Sly Stallone, y la dirección de su protagonista. Hoy nos toca hablar de Creed III. ¿De qué va? Después de dominar el mundo del boxeo, Adonis Creed ha progresado tanto en su carrera como en su vida familiar. Cuando Damian (Jonathan Majors), un amigo de la infancia y antiguo prodigio del boxeo, reaparece después de cumplir una larga condena en prisión, Adonis Creed quiere demostrar que merece una oportunidad en el ring. El enfrentamiento entre estos antiguos amigos es algo más que una simple pelea. Para ajustar cuentas, Adonis debe arriesgar su futuro para enfrentarse a Damian, un boxeador que no tiene nada que perder. Hay algo en la figura del héroe imposible que ante una situación de vulnerabilidad logra sobreponerse y dar un paso al frente, los yanquis -a los que les gusta ponerle nombre cool a todo- lo llaman el underdog. Y uno de los que primero vienen a la mente es el Italian Stallion Rocky Balboa, un personaje que tiene mucho de su protagonista (no olvidemos que el guion de la primera lo escribió Stallone y ganó un Oscar), mucho de la historia de protagonistas del deporte (como el caso de Chuck Wepner), pero sobre todas las cosas: de lo que generó el público con el personaje que llevaron a más de SEIS secuelas. Pero llegó Creed en 2015 -seis años despues del estreno de Rocky Balboa– para intentar seguir coleccionando millones de dólares, apalancándose en la figura del héroe original (un Sly mega querible) e intentando forjar a una nueva generación en la piel de Adonis Creed, hijo del gran Apollo. Esto se llevó al paroxismo en Creed II (2018) que termina siendo una suerte de secuela directa de Rocky IV (por quien suscribe: la mejor de todas) y que enfrenta al nuevo héroe con el hijo de Iván Drago. Pero todo tiene un final, y todo termina… y para la tercera parte Stallone no está. Y llegamos hasta este punto sin hablar de Michael B. Jordan, protagonista y en este caso director… porque acá es cuando comienzan los golpes. Dirigir y actuar no es una tarea sencilla, Stallone la llevo adelante en muchísimas de las secuelas, pero siempre demostrando que el amor que tenía por su historia lo llevaba a conocer al dedillo cómo se puede contar. Jordan se metió en una complicada: no sólo en soltarle las rueditas a la bici, sino en hacerlo sin un Sly que te vaya llevando y te suelte cuando ya tenés envión. Con muchas reminiscencias al anime (del que se declara fanático), el director sumó niveles de dificultad al grabar cosas con cámaras de IMAX. O sea: primera vez como director, siendo también protagonista, sin mentor y con tecnología complicada… hay que subirse al ring así. Pero todos y todas sabemos que un héroe está definido por sobre todas las cosas por su antagonista, y en este caso es uno de los puntos álgidos de la película: el Damian Anderson (Dame para los amigos) de Jonathan Majors. El actor nos tiene acostumbrados y acostumbradas a encontrar tridimensionalidad a través de la mirada, los silencios y su postura corporal; encontrar entonces un personaje oscuro que venga del mundo pugilístico es casi un regalo divino… y lo sabe aprovechar. El contrincante es sin duda lo mejor de la película: nos hace odiarlo y amarlo, y nos demuestra cuan grises pueden ser las situaciones cuando se trata de insertar a personas que estuvieron dentro de una cárcel. Las costumbras, las malas amistades, la inserción laboral… aunque todo esté puesto en dosis pequeñas, está ahí en la mirada y los momentos de Major. El mundo familiar del protagonista es dejado en segundo plano, aunque cuando aparecen su esposa e hija todo se vuelve mucho más humano y “real”. Y volvemos al meollo de la cuestión: es posible que a Jordan la tarea le haya quedado muy grande. Con un primer acto muy bien llevado todo hace augurar cosas buenas, pero luego de la presentación de Dame todo se viene abajo con lugares comunes y una repetición de fórmulas sin mucha vida. El director parece haber estudiado la estructura tan conocida de las últimas seis Rocky e intentó imitarlas, sin la experiencia o la pasión de su antecesor. Eso se traduce en una suerte de ánima incorpórea que tira golpes al aire. Es imperdonable que estemos ante la secuencia de montaje de entrenamiento más pobre de la franquicia, y que el tema de fondo del abuso no se haya llevado a donde todos imaginamos que fue. Sin embargo, con buenas escenas de golpes y una historia que nos gusta que nos la cuenten una y otra vez hasta el hartazgo, Creed III es de esas películas que si las enganchas un finde en el televisor, te la quedás mirando hasta el final.
Sobrevivir sin Rocky Balboa Estamos ante la tercera entrega de la franquicia de Adonis Creed, hijo de Apollo y discípulo del propio Rocky Balboa. Centrándose la historia en su personaje, vemos como se retira de su carrera pugilística para dirigir una escuela de boxeo y dedicarle mas tiempo a su familia. Todo parece machar sobre rieles, hasta que se presenta a su puerta Damian Anderson. En un flashback, retornamos al pasado en donde Adonis y Damian eran adolescentes y amigos. Damian tenía un futuro promisorio como boxeador, y Adonis era su fiel ayudante. Ante un hecho desgraciado con un tal León, a Damian lo meten preso… por varios años. Una vez que sale de la cárcel decide ir a buscarlo para pedirle un favor muy especial: quiere que Adonis lo ayude a pelear por el titulo mundial de peso pesado. Quiere concretar su sueño. A pesar de no ser profesional y su edad, Adonis se siente en deuda y le consigue la anhelada pelea. La misma sucede de manera un tanto sucia, Damian gana y saca a relucir todo el rencor acumulado. La única manera de detener este torbellino es en el ring, por lo que Adonis recoge nuevamente los guantes y reta a su antiguo amigo. Es sin dudas un relato clásico, emotivo y deportivo. El culebrón se vislumbra, al igual que la premisa de que todo se logra con humildad, esfuerzo y tesón. Un cliché dinámico que retrata el mundo del boxeo, en donde adrenalina se combina con la pasión y el sudor. Un debut bastante digno de Michael B. Jordan como director, quien intenta mantener viva la franquicia sin la existencia física (y simbólica) de Rocky Balboa.
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El boxeo siempre tuvo un vínculo fuerte con el ámbito cinematográfico. De hecho, es uno de los espectáculos preferidos para ser abordados dentro del ámbito de los dramas deportivos. En este particular subgénero, quizás la película (luego convertida en saga) más famosa sea «Rocky» (1976) dirigida John G. Avildsen y protagonizada por Sylvester Stallone. Además de ser la película que catapultó a Stallone al estrellato, el relato sirvió de base para confirmar/reestablecer ciertas reglas básicas del subgénero y moldear las secuencias de entrenamiento que hoy por hoy damos como algo tan corriente como específico de este tipo de films. Tal fue el éxito del relato original que dio origen a una saga compuesta por 6 entregas y un spin-off en 2015 titulado «Creed», que seguiría la historia del hijo de Apollo Creed (Carl Weathers), fallecido en la «Rocky IV» (1985) tras el mítico combate con Iván Drago (Dolph Ludgreen). Adonis Creed (Michael B. Jordan) contra todo pronóstico dio origen a una nueva saga que en este momento se convirtió en trilogía, gracias a este nuevo opus que además representa el debut de Jordan tras las cámaras. Al parecer y pese al no ser del todo necesario que se siga explorando la saga, los guionistas y directores que se fueron involucrando en la misma fueron encontrando nuevas historias para contar al mismo tiempo que buscan la forma de profundizar en personajes nuevos y añadirle más dimensión a los ya existentes. Si «Creed» funcionaba a modo de una especie de «soft reboot» y «legacy sequel» de la película original (un reinicio que además de ser un nuevo comienzo para la saga, busca personajes nuevos y honra a los originales) resultando en una especie de revisión no oficial de la película del ’76, y «Creed II» comenzaba a ser una especie de remake de «Rocky IV» de la misma forma, «Creed III» intenta separarse un poco de la saga original a tal punto que el personaje de Stallone no aparece en el film, esta tercera parte termina teniendo algunos puntos de contacto con «Rocky III» (1982) pero llevándolo todo a un terreno algo más oscuro y personal. El largometraje nos muestra a un Adonis Creed (Jordan) retirado, que intenta adaptarse tanto a su vida como padre como a su nuevo trabajo patrocinando combates y formando a una nueva generación de boxeadores. En ese contexto aparece Damian (Jonathan Majors), un amigo de la infancia y antiguo prodigio del boxeo, que acaba de finalizar una larga condena en prisión. Creed se siente en deuda con su amigo e intenta darle una segunda oportunidad para que pueda rehacer su vida. No obstante, nada sale como Adonis espera y un enfrentamiento entre estos antiguos amigos parece inevitable. El problema es que Damian no tiene nada que perder mientras que Creed tiene todo en juego. «Creed III» está tan empecinada en alejarse de la saga y sustentarse por sí misma, que en el medio termina olvidándose de ciertas cuestiones y termina convirtiéndose en algo obvia y poco sutil. La dirección de Michael B. Jordan le da cierto carácter distintivo a los combates y las secuencias de entrenamiento, pero también le termina bajando un poco la épica en ciertos momentos clave. Que no se malinterprete, para ser la 9na parte (o tercera de este reboot) de la saga, la película es muy entretenida y aborda algunas cuestiones interesantes como todo el comienzo donde se exploran los orígenes de Creed y de una oscuridad que acechaba sobre su cabeza. Incluso la introducción de Jonathan Majors como oponente suma bastante y da paso a un duelo interpretativo que favorece al film. Quizás el personaje de Damian resulte incluso más atractivo que el de Creed con todas sus fallas y con un arco dramático con muchos matices desde su aparición hasta su escena final. El problema quizás está en que la película presenta algunas subtramas en las cuales no termina de profundizar y sobrecarga a la película en general. No obstante, «Creed III» resulta ser una película que, pese a sus fallas, tiene un número igual de aciertos en lo que respecta a la dimensión humana, a las formas de abordar la familia, la amistad, las historias de superación y la posible redención de cualquiera que se lo proponga. Si a eso le sumamos una puesta en escena correcta y una visión diferente en lo que respecta a los combates y las luchas internas de los personajes, es en esos momentos en los que la ópera prima de Jordan vuela sobre el cuadrilátero y nos da un golpe directo al corazón que nos hace olvidar de todo lo demás.
Es imposible remontar el hecho de que en Creed III hayan dejado completamente fuera a Sylvester Stallone. Es algo más que una falta de respeto, es un acto de egocentrismo que en el mundo de Rocky se paga con un fracaso. Y Creed III fracasa estrepitosamente como película. Por primera vez desde Rocky (1976) Stallone no forma parte de una película de la saga. Sí, es cierto que no es la saga central, sino un spin off, pero Creed (2015) no hubiera tenido la más mínima repercusión de no haber sido por la presencia de Stallone, quien además fue nominado al Oscar por su papel de Rocky Balboa en este rol secundario y también ganó, entre otros premios, el Globo de Oro. Los primeros dos films de Creed eran una lograda combinación de nostalgia y renovación, donde los veteranos y los jóvenes aportaban lo suyo por igual. Acá Michael B. Jordan, también director, se apodera de todo y el resultado es una curiosa combinación de aburrimiento, solemnidad y muy mal gusto estético. Juega con elementos de todos los films de Rocky, pero los mueve en direcciones que resultan menos atractivas. Adonis Creed (Michael B. Jordan) lo ha conseguido todo y lleva una buena vida familiar. Pero un amigo de su infancia con gran talento para el boxeo, Damian (Jonathan Majors, insufrible) aparece nuevamente en su vida luego de cumplir una larga condena en prisión. Damian tiene cuentas pendientes con Adonis y la culpa de este último hace que le abra las puertas de su casa y del gimnasio. Damian quiere ser campeón mundial, teniendo como único motor el resentimiento, sin importarle nada de lo que haga en el camino. Más tarde o más temprano, ambos quedarán cara a cara en un ring. La idea del que tiene todo para perder contra aquel que no tiene nada es un punto de partida que encaja perfecto en esta clase de películas. Sin embargo, todo el recorrido que la trama hace para llegar a su clímax no resulta tan atractivo como en todos los títulos anteriores. Hasta las canciones son notoriamente peores. Tiene sus picos dramáticos que conocemos y que se vuelven a utilizar. Pero simplemente no tiene ese ángel especial que lograba darle Sylvester Stallone. Es bueno recordar que Stallone fue el creador de un proyecto en el que nadie creía y terminó siendo uno de los más grandes clásicos de la historia del cine. El propio actor, guionista y director lo explotó todo lo que pudo, pero ahora que él ya no es parte del camino, no hay nada interesante para ver.
La saga derivada de Rocky (incluso con altibajos una de las mejores series cinematográficas de la historia, ad maiorem gloriam Stallone) suma otro capítulo ahora dirigido por su estrella. Una historia de barrio (ex amigos que se encuentran en el ring, con peligro para uno de ellos, con viejos rencores detrás y contextos sociales diversos) que termina con pelea espectacular, la fórmula funciona. Pero hay elementos que molestan un poco. Primero, que Sylvester haya dicho “no, esta vez dejá, hacela vos”. Segundo, que aquella sabiduría ingenua de la serie original donde la bajada de línea o era tan simplona que no molestaba (Rocky IV) o tan sutil que llevaba a la obra maestra (Rocky Balboa) aquí es un imperativo atado a la insoportable agenda woke. Y tercero, estamos esperando las trompadas y se nota la artificialidad de cada trompada. Tiene momentos donde el cine, ese arte del movimiento, impone sus reglas. Aunque por puntos, no por knock-out.
Reseña emitida al aire en la radio.