Desfalco e impunidad Crimen en El Cairo (The Nile Hilton Incident, 2017) es una de esas propuestas que pueden ser pensadas tanto en términos del género trabajado, en esta oportunidad los policiales hardcore, como en lo que atañe a los hechos históricos de fondo y/ o la sociedad en la que transcurre la acción: esta maravillosa película de Tarik Saleh por un lado retoma los engranajes paradigmáticos del film noir, especialmente la dinámica de la redención que se abre camino entre la podredumbre de todo el aparato estatal y sus socios de siempre del empresariado, y por otro lado examina de manera adyacente los últimos días del entramado dictatorial de Hosni Mubarak en Egipto, quien gobernó al país durante casi 30 años y fue expulsado del poder por la Revolución Egipcia de enero y febrero de 2011, en la que murieron cientos de ciudadanos debido al accionar represivo de los esbirros del régimen. Aquí el centro del relato es Noredin Mostafa (Fares Fares), un comandante de policía extremadamente corrupto que se la pasa recibiendo sobornos, robando dinero de diversas fuentes y despreocupado ante metodologías “infaltables” como la tortura y el asesinato por encargo que se extienden por El Cairo y específicamente por el departamento policial que encabeza su tío, Kammal (Yasser Ali Maher), un general dentro de la jerarquía militar de Egipto de la fuerza. Todo se complica cuando aparece muerta en un hotel Lalena (Rebecca Simonsson), una cantante/ prostituta en cuyo monedero encuentra un recibo para retirar unas fotos. Mostafa obtiene los negativos y descubre que la chica estaba en un negocio con un tunecino, Nagui (Hichem Yacoubi), orientado al chantaje de hombres poderosos, siendo su última víctima Hatem Shafiq (Ahmed Selim), un oligarca e integrante del parlamento. Por supuesto que a Noredin le ordenan archivar el caso como “suicidio” bajo órdenes del fiscal a cargo, por más que la fallecida tenía abierto el cuello de punta a punta, y la cosa se enreda aún más con la desaparición de la única testigo del homicidio, Salwa (Mari Malek), una mucama sudanesa que fue la que descubrió el cadáver en el hotel de turno, propiedad del empresario. Pronto la chica en cuestión, en complicidad con otras dos personas, se decide a chantajear asimismo a Shafiq amenazándole con hacer pública su relación con Lalena y ubicarlo en la escena del crimen, circunstancia que lleva al hombre a pedirle a Mostafa que consiga los negativos y atrape al asesino real mientras el susodicho, un sicario misterioso e implacable, comienza a cargarse sin piedad a todos los involucrados en el caso, el cual trepa a lo más alto porque Shafiq es amigo de nada menos que el hijo de Mubarak. La película analiza con suma honestidad la aceptación consuetudinaria de la corrupción en todos los estratos del gobierno, el alcance de la pobreza y la marginación en una sociedad repleta de privaciones como la egipcia y en esencia las redes mafiosas de un capitalismo que saquea los recursos del país, mantiene en la ignorancia a su pueblo, crea estructuras de poder autoritarias y maneja a discreción los ardides legales para autolegitimarse, salvarse o condenar a inocentes a la muerte. Como decíamos con anterioridad, el guión del propio Saleh respeta los grandes ejes del policial negro introduciendo una femme fatale, en esta ocasión Gina (Hania Amar), una compañera de Lalena y Nagui de la que se enamora Noredin, y construyendo el viaje moral del protagonista desde la vileza del inicio hacia una suerte de conciencia implícita de que no todo se puede comprar u ocultar bajo la alfombra. En cierto sentido la obra recuerda a los thrillers surcoreanos recientes por el sustrato de descomposición social típico de las naciones tercermundistas y esa idea detrás destinada a retratar la inoperancia y perversión de una fuerza policial que sólo sirve para reprimir cobardemente al pueblo y que en casos importantes termina demostrando su infantilismo y mega idiotez, en oposición al “eficientismo” mentiroso y asesino de los servicios de inteligencia y sus homólogos en general de los países del Primer Mundo, quienes siempre les brindan asesoría y equipamiento. La putrefacción del régimen de Mubarak constituye un perfecto telón de fondo ya que pone en interrelación el devenir de los personajes con el comportamiento de un gobierno absolutista y demencial que junto a sus amigos oligarcas controlaron a toda una nación desde la soberbia, el desfalco y la impunidad más grasienta…
Crónica de una revolución anunciada El tercer largometraje del realizador sueco Tarik Saleh es un thriller policial sobre los alcances de la corrupción en Egipto. El film está inspirado en la historia del asesinato de la popular cantante libanesa Suzanne Tamin en Dubai. Saleh sitúa la acción en El Cairo durante las jornadas revolucionarias de enero de 2011, conocida como la Primavera Árabe, que marcó el inicio de cambios políticos profundos en los países del norte de África, camino iniciado por los ciudadanos tunecinos durante 2010 con una serie de manifestaciones multitudinarias contra el autoritarismo neoliberal imperante desde la década del ochenta en ambos países. En Crimen en El Cairo (The Nile Hilton Incident, 2017) el asesinato de una cantante tunecina en el exclusivo Hotel Hilton de la capital egipcia pone al descubierto una trama de corrupción que involucra a todas las esferas sociales, pero especialmente a las fuerzas de seguridad, verdaderos vertederos infectos donde la ley no tiene lugar y todo es posible menos el respecto por la integridad y los derechos humanos. La imprecisa investigación del comandante Noredin Mostafa (Fares Fares) lo lleva a descubrir la implicancia de un eminente empresario inmobiliario y miembro del Parlamento -amigo además del hijo del Presidente Mubarak- en la muerte de la joven cantante, Lalena (Rebecca Simonsson). A la vez que no logra dar con la única testigo, una mucama sudanesa, el policía descubre una trama de extorsión que involucra a Lalena y a su amiga Gina (Hania Amar), otra aspirante a cantante que trabaja en un club de citas para hombres de negocios, con la cual se involucra sentimentalmente. Noredin destapa así a su pesar ollas de pestilencia para darse cuenta de que la investigación y el asesinato son parte del enfrentamiento entre distintas facciones del putrefacto sistema de represión del Estado, grupos solo interesados en acumular más poder y dinero, y que están dispuestos a sacar del camino a cualquiera que se interponga. Saleh crea aquí una gran narración sobre la corrupción policial y las consecuencias de las políticas neoliberales en el norte de África con excelentes actuaciones de un elenco formidable y una fotografía que pone énfasis en las contradicciones alrededor de la pobreza y la riqueza a partir del trabajo de Pierre Aïm, responsable de la fotografía de films como El Odio (La Haine, 1995) y Bienvenidos al País de la Locura (Bienvenue chez les Ch’tis, 2008). Con un buen guión del propio director, Crimen en El Cairo logra construir un policial negro que atrapa al espectador y lo arrincona en la demencial acción del relato, conducido a su vez por la música electrónica atronadora del compositor sueco Krister Linder. El film reconstruye de esta manera -capa tras capa- los entramados de un nivel de corrupción inusitado que atraviesa a todos los sujetos contraponiendo a esa red invisible el estallido rebelde ciudadano que causó la caída del presidente represor y asesino Hosni Mubarak y el inicio de su periplo judicial. Caótica, al igual que la superpoblada capital de Egipto, Crimen en El Cairo contrapone la investigación policial con las historias de los inmigrantes que viajan a Egipto por un futuro mejor, los sueños truncados por las perversas condiciones de explotación y abuso, las obscenas diferencias de clase, la pobreza como constante social y la ebullición de las protestas que crecen hasta convertirse en una verdadera rebelión contra la dictadura que gobernó casi treinta años a fuerza de represión y corrupción.
Los sobornados. Nos hallamos ante un excelente ejemplo de cine negro que funciona como fiel reflejo de amargas consideraciones políticas. El director sueco de origen egipcio Tarik Saleh, autor ecléctico que ha firmado desde películas de animación (Metropia, 2009), dos documentales con Erik Gandini, (Sacrificio: Who Betrayed Che Guevara, -2001-, y Gitmo -2005-) además de un thriller (Tommy, 2014)- se inspiró en un caso del 2008 , ocurrido en Dubai, insertándolo en el contexto inmediatamente anterior a la "primavera" de la Plaza Tarhir, lugar emblemático donde el 25 de enero de 2011 se convocó aquella manifestación que cambiaría para siempre el nombre del que hasta entonces era el Día Nacional de la Policía en Egipto. Tanto el guión del mismo Saleh como la puesta en escena elegante y perfectamente coherente con el sentido de la narración son muy llamativos. El director utiliza algunos estilos bien establecidos de este tipo para contar una realidad de corrupción absoluta y sistémica, en la que la justicia no existe, nada sucede sin la supervisión del poder imperante y todo lo que escapa al control está incluido en menos de tiempo. El protagonista Noredin (el actor sueco de ascendència egipcia Fares Fares, visto en Zero Dark Thirty, Safe House, La Comune) es un policía cínico y podrido, bien adaptado al sistema, que recuerda a muchos de sus "colegas" del cine y la literatura americana con el cigarrillo encendido a perpetuidad, una actitud arrogante con el débil y complaciente con el fuerte, y por supuesto dispuesto en todo momento a aceptar cualquier tipo de soborno que se le cruce en el camino. En esta trayectoria trufada de pasos en falso, ni él ni el espectador tienen una visión coherente y completa hasta el final. Saleh, y nosotros con él, mueve sus ojos en un espacio confinado con poca o ninguna percepción del todo. La imagen que el director proyecta de la capital es la de una ciudad magmática, anormal, totalmente fragmentada... imposible de descifrar. Allí, decodificadas, sólo encontramos las áreas individuales, tales como la vivienda (la del protagonista), el barrio en el que viven los inmigrantes, la residencia de lujo del parlamentario implicado en el asesinato, las habitaciones en la estación de policía, el club donde la cantante finada trabajaba. Todos ellos lugares que tienen sus propias reglas y producen realidades disociadas, al igual que los vecindarios definen mundos irreconciliables. Gran parte de la acción tiene lugar en corredores y túneles donde la cámara penetra sin posibilidad de que podamos disfrutar de una panorámica total de los mismos. Todo está a la vista pero permanece oculto, secreto, y nada es realmente visible. La fragmentación es absorbida de manera efectiva incluso en el uso de los espejos - detrás de los cuales misteriosos delincuentes toman fotografías, y en cuyo reflejo también se pueden observar los crímenes. Es gracias a estas acertadas elecciones estilísticas que se logra precisar de manera expresiva incluso la trama más profunda de la historia, que sin duda es la que se refiere al destino de su protagonista (centrada en un Egipto situado a años luz de su belleza monumental indudable). Una base individual que de manera más ambiciosa se refiere a su vez al destino de una revolución nacida para ir cayendo de forma acelerada en los mecanismos salvajes de la lucha entre poderes, sobre todo en lo que respecta al Estado, estructurado para no cambiar nunca. Así el desarrollo argumental se detiene el 25 de enero de 2011, el día en que miles de personas salieron a las calles de El Cairo para pedir reformas al gobierno. Al igual que Noradin, aquellos que estaban animados por un auténtico deseo de libertad y justicia están destinados a quedar atrapados una vez más. Y como Noradin (cuya televisión emite imágenes de manera propagandística las virtudes de un Egipto en crecimiento, aún no funciona correctamente), también los espectadores europeos, aquellos que solíamos ver el relato de los hechos a través del espejo, teníamos una percepción parcial e incompleta. Crimen en El Cairo es un thriller que tiene la elegancia de un noir pero que también recuerda muy mucho a las películas políticas y policiales de los años 70, films caracterizados por su crudeza a la hora de explicarnos una verdad oculta (Francesco Rosi, Elio Petri, Costa Gavras... Y por encima de todo un pedazo de actor como Fares Fares, quien puede codearse sin problemas con un Gian Maria Volontè o un Lino Ventura de la época. Y es que su soberbia composición mantiene una contradicción y una ambigüedad que hacen de su rostro una máscara profundamente humana.
Noredin (Fares Fares), protagonista absoluto del film, es un detective de El Cairo que, por conexiones familiares y políticas, tiene un promisorio futuro dentro de la policía local. Duro en sus modos, implacable en su accionar, este (anti)héroe acepta formar parte de una fuerza corrupta en todos sus niveles y estamentos, que además vive sometida a los dictados de los poderosos de turno y del control de los organismos de inteligencia. Cuando le toca investigar el asesinato de una hermosa joven en el hotel Nile Hilton al que alude el título original (un caso que tendrá múltiples alcances y ramificaciones), sus aparentes seguridades, certezas y convicciones empezarán a tambalear. La aparición de una seductora cantante con la que tendrá una relación íntima, las presiones de sus superiores y el enfrentamiento con un poderoso empresario y político lo llevarán a convivir con un riesgo impensado hasta entonces. El film -que remite por momentos a Barrio Chino, de Roman Polanski- maneja códigos, personajes, elementos visuales y conflictos propios del film-noir clásico, pero Saleh va todavía más allá e intenta conectar (no siempre con igual eficacia y en algunos pasajes incluso de manera forzada) los hechos -inspirados muy libremente en un caso real ocurrido en 2008- con el trasfondo social de las fuertes protestas y masivas movilizaciones de la Primavera Arabe de 2011. De todas maneras, el director construye una narración sólida y atrapante, con una acumulación de situaciones que llevan a una confabulación cada vez más grande y un tono paranoico que lo convierte en un más que valioso exponente de género. Así, su estreno comercial constituye una auténtica rareza para el mercado local.
No es común ver en la cartelera de cine producciones ambientadas en África. Este es el turno de “Crimen en el Cairo”, una película del director sueco de origen egipcio Tarik Saleh, que viene con una notable crítica internacional, como un 88% en Rotten Tomatoes o 70 puntos en Metacritic. Es destacable por parte de las distribuidoras que aparezca en cartel un film que no se corresponda con los grandes estudios hollywoodenses y, así, dar lugar a una oferta más variada de cintas en las salas. El film contiene una gran carga de crítica sociopolítica y está contextualizado en el estallido de la primavera árabe en Egipto. Primavera árabe se denomina al proceso que va desde 2010 a 2013, donde en la mayoría de los Estados árabes se dieron grandes manifestaciones populares, algunos financiadas por potencias de occidente, en pos de la democracia y los derechos humanos que culminaron con los entonces regímenes políticos; el caso que acompaña a la trama de esta película es el de la caída de Mubarak en el país egipcio. “Crimen en el Cairo” es un thriller policial que comienza con el asesinato de una joven en una habitación del hotel Hilton de El Cairo. El protagonista es el detective de la policía, Noredin, el cual con su investigación empieza a desvelar una red de corrupción que abarca a todos los estratos sociales, tanto económicos como políticos, en el cual nos vamos adentrando cada vez más a medida que avanza el film. Es interesante como está tratada la trama. A medida que la investigación se desarrolla, vamos conociendo más sobre diversos personajes oscuros y el procedimiento del caso; a través del montaje, los realizadores nos muestran un paralelismo con cómo fue avanzando la protesta y la crisis política en Egipto. La combinación entre el guión y la dirección de arte en este film da como resultado un relato de una índole bastante oscura y sólida a la vez. La película nunca pierde su ritmo inicial y, si bien no evoluciona con mucha tensión, sí lo hace con misterio. La música del film está en una concordancia muy destacable con la historia y logra transmitirnos esa sensación de clima de crisis e intriga que las imágenes nos ofrecen. Así como la producción de la película es muy buena, acompañan actuaciones que también lo son. Sin embargo, a mi parecer, el protagonista interpretado por Fares Fares no consigue generar en el espectador lo mismo que la trama o el arte, aunque esto no tiene por qué responder a una mala actuación, sino que puede estar más ligado a una cuestión de decisión en la construcción de su personaje como alguien sobrio y poco expresivo. En síntesis, “Crimen en el Cairo” es una película intrigante y oscura que no se destaca por generar mucha tensión en el espectador, lo cual no opaca que esté muy bien realizada. Su punto más fuerte se encuentra en lo bien reflejado que está el contexto de la Primavera Árabe en el film. También hay que resaltar la cuestión de que aparezcan cintas de este estilo en una cartelera inundada de mega producciones de Disney o Marvel.
Crimen en el Cairo: Un noir egipcio con sabor argentino. Basada en hechos reales, una deliciosa ficción que coloca a un corrupto oficial encargado de resolver un misterioso asesinato mientras el país se encamina a las protestas civiles más importantes de su historia reciente. Crimen en el Cairo ya resulta una experiencia ajena a nosotros al tratarse de una colaboración entre Suecia y Egipto, pero aunque los símbolos de los créditos introductorios nos indiquen lo realmente lejana que resulta la cultura egipcia, inmediatamente esta ficción basada en hechos reales encontrará muchas maneras de resultar demasiado familiares para nosotros en Argentina. Es complicado de transmitir de forma simple, especialmente si uno cuida los ejemplos para mantener íntegros muchos de los detalles que forman algo tan especial, pero este es un trabajo con bastantes paralelos al cine nacional en su mejor forma. Sacando que trata hechos históricos estrictamente egipcios, llegaría al punto de decir que para hacer una remake argentina bastarían cambios mínimos. Para ver esto claramente basta con sentarse a verla, y afortunadamente vale la pena hacerlo. Una joven es asesinada en la habitación de un lujoso hotel, y pronto el oficial a cargo del caso se irá dando cuenta que poco les interesa a sus superiores que el mismo sea resuelto. Usando como disparador un crimen real y utilizando el marco de la protestas revolucionarias que tuvieron lugar en Egipto durante el 2011, es una historia ficcional que se asegura de retratar fielmente un país a punto de hacer ebullición utilizando una trama neo-noir que de a poco va mostrando la extensión de sus secretos. Es un mundo sin demasiada cualidad cinematográfica o hollywoodense, aunque tenga su apropiada porción de calidad técnica. Se trata de un relato que se siente brusco, sucio en el mejor sentido y cuya producción logró imbuir con una personalidad muy fuerte. Distintivamente literaria, como directo de una novela de detectives poco escrupulosos. Pero es mucho más que eso, un mundo con todas las bondades de una ficción con la profundidad necesaria para llegar a disfrutar incluso de los pequeños detalles pero que refleja fielmente un momento en la historia reciente de un país con heridas que nunca terminan de sanar. Se nota un esfuerzo consciente del guion y la dirección de mantener toda secuencia lejos de lo estático. Aún cuando nuestro protagonista llega a su casa para cenar solo esta acompañado de una televisión cuyas noticias nos adentra más en la realidad de Egipto en 2011. Ni siquiera los planos desde el interior de un vehículo se salvan de algún tipo de detalle que sirva para desarrollar (aunque sea mismamente) el mundo de la cinta, por ejemplo es raro ver uno de ellos que no muestre a personas cruzando mal la calle o con algún incidente casual que ocurre en la vereda. Los pequeños detalles abundan, y aunque en ningún momento descanse demasiado en ello, el film tiene un cuidado visual acorde con el trabajo en animación que venia realizando hasta ahora su director Tarik Saleh. Cada escena busca transmitir un mundo que se encuentra vivo y constantemente en movimiento, contrastandose con muchos trabajos de un noir más clásico dónde muchas secuencias se contentan en llenar largos momentos de silencio con su protagonista acompañando la soledad de su oficina solo con el humo de su cigarrillo. Aunque el protagonista en este caso este tan decidido a destrozar sus pulmones como todo detective clásico, sabe acompañarlo con un poco de todo. Lo más destacable de esta trama no tan especial es que fue construida alrededor de eventos reales pero cuenta también con suficientes condimentos como para interesar incluso a los menos interiorizados con el género, aún cuando los fanáticos del mismo sepan encontrarle algo más de gusto al film. El actor Fares Fares posee una postura fotogénica envidiable que crea inmediatamente un protagonista digno del género, con pocas palabras que dicen muchas cosas. Aunque sin dudas es este protagonista lo que convierte al film en un trabajo definitivamente noir, la historia esta repleta de elementos que, con su debido giro exótico, se encargan de cumplir excepcionalmente todos los requisitos necesarios: femme fatales, jóvencitas en aprietos, traiciones, poderosos que sirven como obstáculo, cigarrillos en la oscuridad e incluso un trasfondo de complejidad sociopolitica que le da a todo una textura por demás rica en detalles. Por demás curioso es que el extraño humor que de a poco se va tornando más oscuro y menos gracioso mediante avance la cinta, junto a la dinámica social retratada, dota a la realidad presentada con un carácter ineludiblemente similar a lo que idealmente encontramos en el cine nacional. Crimen en el Cairo es una producción egipto-sueca que tiene mucho más que ver con Argentina que con Suecia. Un mérito fascinante que termina de cerrar una fuerte recomendación, sustentada definitivamente por tratarse de un sólido policial que realiza exitosamente la difícil tarea de servir como un recuento histórico y un ejemplo perfecto del cine neo-noir.
Película de género. Un policial que absorbe el contexto político y social de la primavera egipcia de 2011 que derrocó a Mubarak. Un oficial deberá resolver un crimen y si bien algunos elementos del guion no pueden resolver algunas lagunas que se presentan en la narración, el diferencial es el origen y la potencia de convertirse casi en un documental de la revolución. Tarik Saleh construye una película verosímil, que descansa en el protagonismo absoluto de Fares Fares, un actor todo terreno que sabe que la cámara lo ama y hace de esto un beneficio para el relato.
Un maldito policía -corrupto, bebedor, consumidor de drogas- recibe la visita de una femme fatale que le presenta un caso. Y así, este oficial recio, solitario, desencantado de la vida, meterá las narices en un asunto que sus superiores quieren dar por cerrado, y que indudablemente involucra a las altas esferas. Inspirada por un caso real -el asesinato de una cantante libanesa en Dubai, en 2008- Crimen en El Cairo tiene todos los ingredientes de un policial negro, pero incrustado en el marco de la Primavera Árabe y las protestas que derrocaron al gobierno de Mubarak en 2011. Que tuvieron su apogeo un 25 de enero, fecha elegida por los manifestantes por ser conmemorativa del Día del Policía: uno de los reclamos era, justamente, contra la brutalidad policial. Y la película de Tarik Saleh -sueco de nacimiento, egipcio de origen- muestra la podredumbre de las fuerzas de seguridad y la gestación de la revolución que terminará con un régimen de treinta años. Mientras tanto, se desarrolla la investigación por el crimen. Esta es la parte más convencional de la película, pero al estar situada en un contexto diferente, tanto geográfico como lingüístico, las marcas de género escapan al olor a naftalina. Que esté hablada en árabe y El Cairo sea el escenario -simulado, porque la mayor parte se filmó en Marruecos- de las intrigas y persecuciones, hace que los elementos clásicos sean percibidos bajo una luz nueva. A menudo vemos cómo en todo el mundo -ocurre mucho con el cine industrial nacional- el afán de convocar multitudes lleva a copiar esquemas narrativos hollywoodenses: la consecuencia son clones fílmicos sin identidad propia. Crimen en El Cairo es un buen ejemplo de cómo se pueden importar algunos lineamientos, darles un color diferente y conseguir resultados de alta calidad.
El género, y gracias al género. Al policial. Noir, neonoir, con algo del feeling del polar francés. O sea, ya se le agregue el neo o la variante gala, estamos hablando de noir, de policial negro, de un relato con códigos precisos. Y este más que bienvenido policial negro es un exponente egipcio pero sin producción egipcia. Su director nació en Suecia, pero es de familia egipcia y conoce El Cairo, o al menos nos hace creer que conoce la ciudad, y eso es lo que importa: reglas del género aprendidas y exhibidas con convicción. Las calles son transitadas por el protagonista, averiado y progresivamente cascoteado: el detective Noredin se maneja con prestancia, con sus corrupciones de no tan gran escala. Esas escalas mayores están, sobre todo porque así es el policial negro, en los círculos más elevados de poder. Estamos en los días finales de la presidencia de 30 años de Hosni Mubarak, es decir que estamos en los primeros meses de la Primavera Árabe. Y Noredin empieza a investigar un asesinato de una cantante en un hotel lujoso, pero casi nadie quiere que esa investigación avance. El relato, comandado por Tarik Saleh, pone los acentos en los lugares correctos: en el carisma del protagonista, en el clima que lo llevará a diversos dilemas y en muchos otros elementos que ennoblecen sobriamente la cartelera de esta semana.
La caída Crimen en el Cairo (The Nile Hilton Incident, 2017), película de origen sueco dirigida por Tarik Saleh, es una gran propuesta sobre el uso del thriller aprovechando un conflicto social como telón de fondo, en este caso, la caída de un régimen. Marcada por la violencia estamos también en una ciudad apocalíptica, que vive al margen de la destrucción final, con personajes ahogados en un hoyo donde parece todo terminarse y lo único que resta es sobrevivir o huir. Bajo un vaivén de infaltables emociones, esta película da un nuevo aire al inmortal género policial. Noredin (Fares Fares) es un policia-detective en ascenso de la ciudad de El Cairo. Aunque lo que más le interesa es acumular dinero y mejorar su estándar de vida, la cual no pasa de ser un hombre viudo y solitario, que parece no haber perdido su instinto moralista. Un día lo mandan a investigar el asesinato de una joven cantante en un hotel de renombre. Todo apunta a un importante empresario y político egipcio. Noredin al seguir la pista se adentrará en el mundo del poder y, sobre todo, en el de la propia policía marcada por la corrupción y su juego de intereses. Así descubrirá un universo dentro de El Cairo que creía conocer muy bien pero lo sorprenderá pues comenzará a sentirse vulnerable e insignificante frente a una dictadura que va destruyéndose desde adentro. El escritor estadounidense Raymond Chandler, gran símbolo de las novelas policiales, escribió una vez que el policial es un género que no sólo está plagado de policías, detectives y asesinos, sino que también sirve como una radiografía de la sociedad. Una manera de abrir el mundo que se oculta entre las personas que habitan una ciudad. También sirve para sacar a la luz lo que no puede decirse y que de todas formas subyace entre los individuos. Un elemento con el que el espectador se identifica rápidamente. En esta película es inmejorable la forma circular in crescendo que nos va develando cómo funciona el submundo de dicha ciudad, la corrupción y los juegos políticos de fondo. Además porque todo empieza con una investigación rutinaria y, aunque ya se perciba su resolución, el interrogatorio trae la violencia desenfrenada ante la hipocresía y el descubrimiento de verdades ocultas, enriqueciendo de esa manera el relato. Al final es interesante recordar que fue sólo un elemento disparador el que sirvió para conocer todo un mundo oscuro y hostil. No empero, lo más superlativo de este filme es la manera de aprovechar la caída de una dictadura, en este caso de Hosni Mubarak, para enmarcar un relato policial de estilo thriller. Nunca deja atrás la investigación principal y a la vez muestra el contexto social que arrincona al asesino. Además, El Cairo es un personaje más con sus calles angostas, llenas de basura y caminos en zigzag. La capital egipcia se vuelve tenebrosa y mortal a causa del suspenso que viene del entorno de Noredin y de los personajes que viven unos juegos inestables, inmersos en un evento social apocalíptico. Vivir con miedo pensando que una pastilla, como las que toma Noredin antes de dormir, hará olvidar todo. Lo que se consigue es que todo se empañe de un tinte de inquietud, en un relato policial fresco y novedoso.
Hablada en árabe, con un protagonista de estampa gardeliana, el coronel Noredin, y la presencia abrumadora de la caótica capital egipcia, Crimen en el Cairo es un policial negro que inscribe su trama en el levantamiento social de 2011, la Primavera Árabe. Un contexto político agitado, en un paisaje urbano que se cae a pedazos, donde una cantante es asesinada en el hotel Hilton. Hay una testigo, la mucama sudanesa, y un sospechoso, poderoso miembro del parlamento. A través del solitario Noredin, un viudo que fuma porro para dormir y trabaja en la comisaría dirigida por su tío, Crimen en el Cairo cruza los tópicos y el estilo del policial clásico con una pintura social en la que los migrantes africanos subsisten como pueden, la corrupción y la tortura policial no se esconde y el poder tiene impunidad absoluta. Como en las novelas clásicas del género, el héroe no saldrá ileso en su intento de justicia, y su melancolía se imprime en todo el asunto. Una historia oscura y cautivante, en la que los perdedores parecen los únicos que no tienen nada que ocultar.
“Crimen en el Cairo”, de Tarik Saleh Por Gustavo Castagna Policial de origen sueco que transcurre en El Cairo. Reglas genéricas procedentes del policial respetadas a rajatabla con la suma de un contexto político y social que se relaciona con aquel caótico y violento Egipto “real” de hace más de un lustro. También, o por ese motivo, Crimen en el Cairo es un thriller político: una ciudad y una sociedad podrida y corrupta, unos personajes que representan a la ley pero que actúan fuera de ella, un paisaje a punto de estallar desde sus entrañas políticas y sociales entremezcladas con el cine de género tomando al policial como reglamento clásico sin necesidad de recurrir a originalidades de puesta en escena ni a virtuosismos de la cámara. Clasicismo puro y concreto. El eje central es Noredin, un detective con aire a Harry Callahan trabajando en la débil frontera dentro de la ley y fuera de ella. El cadáver de una mujer en un hotel, la aparición de una cantante como disparador ajeno a la trama inicial, la figura del antihéroe Noredin –encarnado por un buen actor, Fares Fares (junto a su prominente nariz) -, los superiores del policía que hacen su trabajo, los televisores, diarios y radios que narran los cambios que se producían en aquella sociedad egipcia, un amor típico del género (policía y heroína) y el esquema básico pero siempre atractivo de un film noir (“nada es lo parece ser”, ramificaciones y desvíos inesperados de la historia) conforman un relato que avanza a pasos lógicos y previsibles pero nunca gratuitos. Crimen en el Cairo no tiene la pretensión de re-inventar al género. Todo lo contrario: confía en su narrativa visual, en personajes arquetípicos junto a un par giros dramáticos en donde se combina el género con el contexto “real” ficcionalizado acá por el director de sueco Tarik Saleh. Y, como casi siempre sucede, si se cuenta bien una historia, la Meca te espera y te presenta un destino ajeno al de una cinematografía periférica. Pues claro: el proyecto actual de Salehl se llama “Charlie Johnson in the Flames” con Liam Neeson. Como también (casi) siempre ocurre, bien rapidito Hollywood pone el ojo y coloca la plata en una nueva mesa de negociación… CRIMEN EN EL CAIRO The Nile Hilton Incident. Suecia, 2017. Dirección y guión: Tarik Saleh. Fotografía: Pierre Aïm. Escenografía: Roger Rosenberg. Vestuario: Louize Nissen. Productor: Kristina Åberg. Intérpretes: Fares Fares, Tareq Abdalla, Yasser Ali Maher, Nael Ali, Hania Amar, Slimane Dazi, Ger Duany, Ahmed Abdelhamid Hefny, Ahmed Khairy, Mari Malek, Ahmed Selim, Hichem Yacoubi, Mohamed Yousry. Duración: 106 minutos.
En Crimen en el Cairo, película escrita y dirigida por Tarik Saleh, el protagonista es Noredin Mostafa (Fares Fares), un comandante policial en un contexto social donde el conflicto, las coimas y la violencia son moneda corriente en la ciudad del Cairo del 2011. Es un tipo duro, de poca paciencia, solitario, que acepta las cosas como son y hace lo que tiene que hacer para ascender en su carrera. Nordin se encuentra envuelto en la investigación del asesinato de una cantante pop que se encontró degollada en una habitación del hotel Hilton. Rápidamente descubre que la víctima es la amante de dueño del hotel, Hatem Shafiq, un político y amigo del hijo del residente. La única testigo de lo ocurrido es una mucama sudanesa quien teme por su vida. El encargado del hotel le ofrece dinero como incentivo para que deje de hacer preguntas. Sin embargo, en esta oportunidad Noredin no puede mirar al costado y decide interrogar a Shafiq quien, por supuesto, niega su relación con la cantante asesinada. El jefe del departamento de policía, que también es el tío de Noredin, le dice que se olvide del “incidente” del Hilton ya que el fiscal lo catalogó como un suicidio. Insiste para que abandone el caso y le advierte que no puede protegerlo si continua. Pero, por alguna extraña razón, no puede hacerlo y cada vez se introduce más en su investigación. A medida que va desenterrando las pistas del caso, Noredin se encuentra con una intrincada red de corrupción que llega hasta los estratos más altos del poder. Todo se encubre, todos miran para el otro lado y aceptan el dinero de las coimas, perpetuando la corrupción institucional y la violencia con la que viene acompañada. Crimen en el Cairo es un policial negro con todos los elementos que constituyen al género. Es un film que logra captar al espectador y mantener un clima tenso con misterio y oscuridad en cada escena. Cuenta con un protagonista que va contracorriente, que se encuentra en el camino de recuperar su valores morales y está dispuesto a abrir los ojos al mundo que lo rodea. Sin embargo, se da cuenta que de poco le valió su cambio de actitud ya que es demasiado tarde. Noredin es incapaz de obtener justicia y hacia el final se encuentra impotente frente a la corrupción.
Un policial que se inscribe en las mejores tradiciones del genero, pero que también pone de protagonista a una ciudad seductora como El Cairo, (aunque casi toda la película se filmo en Marruecos, porque el director su equipo fueron echados del país) y fundamentalmente al tiempo de cambio de la primavera árabe, que moverá todo el tablero de poder de tantos años del régimen de Mubarak que habían aceitado al máximo la corrupción política y por ende policial. Todo el film se basa en el devenir de un policía, Noredin Mustafá, su superior Kammal Mostafá, su padrino y su tío. La rutina de este oficial es recaudar las coimas de protección de vendedores ambulantes, planear con su familiar de donde sacar ganancias, sin importar el origen y sacar ventaja de todo lo que ve. Pero un hecho sangriento sacude su rutina y terminará de sacarlo de su eje, de su zona controlada. Pero, como un primo lejano de Philipe Marlowe, algo de su instinto lo obliga a buscar una verdad, una justicia poética que lo pondrá en peligro. Una cantante popular es encontrada degollada, la escena del crimen se contamina sin problemas, el encontrará la punta de un ovillo y en el camino será ascendido, seducido y con graves problemas. Un film intenso, bien realizado, que mantiene el suspenso a la perfección, pero también muestra las entrañas de una corrupción enraizada en una sociedad dispuesta al cambio. El director y guionista Tarik Saleh ( nacido en Estocolmo, de madre suiza y padre egipcio) filma con talento y mete al espectador en esa mezcla de suspenso, zona oscura de peligro sin héroes impolutos, con un entorno que fascina y da miedo, mostrando las entrañas de un mecanismo implacable de inmoralidad. Es un film de género pero sin artificios y una cuota de mirada inteligente del entorno que lo saca del mero entretenimiento y lo transforma, también, en un film político. Grandes actores, buenos climas, una película para no perderse.
Tarik Saleh es un director sueco que viene en ascenso (no por nada ya dirigió un capítulo de la última temporada del hit de HBO, "Westworld") y que con "The Nile Hilton Incident", ya venía haciendo ruido en el medio. Su cinta es un film noir hecho y derecho pero con un marco histórico, particular para Egipto, que potencia su visionado, ya que instala la acción en los momentos previos a la caída del régimen de Hosni Mubarak, en 2011 (la llamada "primavera árabe" de ese año). La historia es la clásica en este tipo de género: un policía arrogante (que fume siempre, como dicen los libros), un sistema corrupto, un crimen atroz, un testigo crucial, con miedo y en fuga (en este caso una mujer) y un sector de poderosos con muchos recursos para terminar en el Nilo, de la peor manera posible (bien muerto). El protagonista, aquí, es Noredin Mostafa (Fares Fares), hábil investigador, miembro de una familia acomodada, con aspiraciones de hacer carrera rápido en la fuerza. Se topa con un llamado que lo lleva a un cuarto de hotel en el Hilton, donde dará con el cadáver de una famosa cantante local (he leído por ahí que esto alude a un crimen real -¿será el de Suzanne Tamin de 2008 en Dubai?) y se dispondrá a tratar de hacer su trabajo. Claro, que eso no es lo que quiere la fuerza. Ni los implicados políticamente en la cuestión. Más bien, todo lo contrario. Noredin lentamente (y esto sucede así de literal) va adentrandose en una trama espesa, llena de corrupción, escenarios sugerentes, coloridos (exóticos para nuestra cultura), en los cuales accede a información que lo va llevando hacia pistas que delinean al hombre detrás del crimen. Dentro de esos rastros, uno fundamental es la chica de la limpieza que dice haber visto cómo la cantante era asesinada. Con el paso firme y mucho estómago, el personaje principal va desarmando capas para destreñar la verdad, mientras en el afuera, se puede ver la ebullición de las masas en el fermento popular que propició el fin de un gobierno, al que se ve, con grandes bolsones y quistes de corrupción. Saleh sigue las reglas convencionales del cine policial negro (todas, realmente) y va delineando una película honesta y densa. Exhibe una mirada potente sobre cómo la trama de encubrimientos funciona en todos los niveles de ejecución, casi sin fisuras. En cierta manera aterrador. Aunque nosotros seguimos discutiendo muertes de gente importante en circunstancias sospechosas... o alguna nación del tercer mundo está exenta de estos actos? Sin adentrarse demasiado en esa línea, "Crimen en El Cairo" es un delicado bocado para paladares acostumbrados a las experiencias poco usuales. Un sueco, con equipo técnico escandinavo, rodando en Egipto. Y salió bien! Sólo por eso, merece ponerla en la lista de pelis para ver esta semana en el cine. Aprobada.
11 de Enero de 2011. Una cantante muere en El Cairo durante los albores de la Primavera Árabe. Las revueltas sociales empapan las calles, el aire es tenso, espeso. Los primeros 10 minutos alcanzan para que la película de Tarik Saleh exponga estas cuestiones. Un par de secuencias son suficientes para presentarnos a Noredin (Fares Fares), el detective encargado de resolver el crimen. Como buen personaje noir, su moral es una sombra y su futuro navega entre las costas de la corrupción moderada y los lazos familiares como trampolines a un futuro promisorio dentro de la fuerza.
Cosecha roja cerca de las pirámides Con las revueltas populares de Plaza Tahrir de 2011 como telón de fondo, el film noir llega ahora también al contexto árabe. Nacida un día de 1929, cuando el ex detective Dashiell Hammett escribió Cosecha roja, la novela negra es uno de los géneros literarios y cinematográficos más resistentes, con una larga descendencia que se extiende en el tiempo y en el mapa. Se entiende: de lo que habla el género no es de simples investigaciones policiales con unas trompadas por acá y unos tiros por allá, sino de las entrañas más sucias del capitalismo, con su profusión de poderosos moviendo los hilos del crimen. No hay más que observar el fenómeno del policial nórdico –uno de los más destacados de la literatura de la última década– para dar cuenta de la sostenida vigencia del género. En el campo cinematográfico, a partir de la inmediata posguerra el noir cruzó de Estados Unidos a Europa, dando frutos desde ese momento en países como Francia, Alemania, España, y viajó más tarde a América latina –con algunas manifestaciones en los años 50 y otras desde fines de los 70 en adelante– y Asia, tempranamente en Japón y más recientemente en Corea y China. Donde lo negro corroyó poco hasta ahora fue en los países árabes y en África. Como para ir poniéndose al día, de Egipto llega (aunque su director nació en Estocolmo, y no hay capitales egipcios en la producción) Crimen en El Cairo, que relee a los clásicos desde la más estricta contemporaneidad nacional. Que lo haga con mayor o menor fortuna es otra cuestión. En enero de 2011, desde la televisión el presidente Mubarak aconseja que la gente se vaya a sus casas “a cuidar a sus hijos”, pero en cambio de eso tienden a converger sobre la plaza Tahrir. En una habitación del hotel Hilton asesinan a una famosa cantante y el comisario de la repartición a cargo avisa a sus detectives que no se metan, porque es un caso delicado. Poco más tarde el fiscal de distrito dictamina suicidio. Un suicidio peculiar, ya que se trató de un degüello. Al mismo tiempo, en el hotel despiden a una chica de la limpieza, que vio al asesino. Por algún motivo que no está claro, ya que dignidad no le sobra, el detective Noredin Mustafá (Fares Fares) decide sin embargo desobedecer a su jefe, yendo a ver a un poderoso empresario de la construcción al que unas fotos comprometen directamente, y buscando más tarde a Salwa, la inmigrante sudanesa que “sabe demasiado”. Mete tanto las narices que, como es obvio, pronto se convertirá en un personaje molesto. De a ratos, Noredin parece una versión light del maldito policía de Harvey Keitel. Acepta sobornos tanto como cualquiera de sus colegas (la policía de Mubarak está presentada como suele serlo la policía mexicana en Hollywood), sufre de una aguda condición tabáquica y se aferra al porro para olvidar la muerte de su esposa. Como se sabe, el noir y el tango son parientes cercanos. Pero además es inconcebiblemente bobo para tratarse de un detective. Después de que le avisaron con pelos y señales de cierto procedimiento de chantaje y aunque a la femme fatale de turno sólo le falta llevar una remera que diga “Soy la femme fatale”, Noredin va y mete la cabeza justo en la trampa. Más allá de los pespuntes descuidados y su modesta condición de policial medio en tiempos de excelentes series policiales, el principal problema de Crimen en El Cairo es la obviedad con que vincula el mundo del crimen, el del poder y la explotación de los inmigrantes con el régimen de Mubarak, ayudándose con noticieros televisivos y reservando para el final el desemboque de sus agonistas en Plaza Tahrir, justo en el medio de las movilizaciones que derrocarían al régimen.
UN POLICÍA CORRUPTO EN El CAIRO El agente Mostafa goza de un poder prosaico por las calles de El Cairo, recolectando coimas y aprovechándose de las miserias del capitalismo en una ciudad marcada por protestas y movilizaciones: son los últimos días de la presidencia de Hosni Mubarak y la situación está muy caliente en las calles. El director Tarik Saleh aprovecha datos históricos para adosarle a este policial negro en toda regla un nivel mayor de lectura: la corrupción que muestra Crimen en El Cairo no es sólo la corrupción de unos individuos, sino la corrupción de un sistema degradado y degradante. En ese contexto no queda más que hundirse, como le ocurre a Mostafa (Fares Fares) cuando comienza a investigar el crimen de una cantante en el lujoso Hotel Hilton y mete las narices en lugares donde no debe. Crimen en El Cairo es una suerte de noir que cruza tanto la tradición más fiel como sus acercamientos y relecturas. Porque en su construcción hay tanto de novela negra clásica, con los elementos típicos del género, como en sus climas y tensiones mucho de la textura que el polar francés supo adosarle al concepto. Y en su mirada sobre cierta marginalidad una redefinición similar a la que Fabián Bielinski hizo en Nueve reinas: lo que sucede en la película es particular de un espacio y un lugar. De ahí, su cuota de autenticidad y pertenencia cultural. El protagonista, un policía con una vida que se adivina algo difícil, aprovechó conexiones familiares para ocupar el lugar que ocupa. Incluso, si se sigue haciendo el gil ante determinadas situaciones, es probable que ascienda en el cargo. Pero por un motivo que el guión no termina de desarrollar del todo bien, Mostafa se involucra más de la cuenta en una investigación y termina acorralado entre el poder espurio de sus superiores y su inusitada búsqueda de la verdad. Lo que no desarrolla bien el guión es el porqué de su obsesión, habida cuenta que conoce bastante bien el entramado corrupto que lo rodea. Eso vuelve un poco inverosímil el relato, hasta en sus vueltas de tuerca. Lo que hace bien el director Saleh es apelar desde lo narrativo a un ascetismo que controla las emociones, impregnando todo el relato de un tono profundamente trágico. Desde su puesta en escena, no parece haber salida, lo que rebota inmediatamente con el contexto político en el que la historia se imprime. Mostafa avanza en su investigación y la misma termina involucrando, como en Barrio Chino, a sectores que tienen fuerte vinculación con el desarrollo de la región. Se podría decir que Crimen en El Cairo trabaja bien lo argumentativo, construyendo interesantes relaciones de poder entre los personajes y que sus problemas son en verdad formales, especialmente de montaje. Porque en su última parte, cuando tiene que resolver toda su trama policial, se vuelve inconsistente y no puede aplicar la tensión dramática a lo más enfático de los hechos, incluso con algunas elipsis algo molestas que fragmentan demasiado el relato. Crimen en El Cairo diluye así su potencia inicial porque termina ganando más el subrayado político que la posibilidad de sugerir por medio de las nobles herramientas del género.
La acción transcurre en el 2011, nos metemos en un contexto histórico durante los últimos días de Hosni Mubarak, político, militar y dictador egipcio que ocupó el cargo de Presidente de la República Árabe de Egipto, ejerciendo una dictadura que duró casi treinta años. El comandante de la policía Noredin Mostafa y su tío el General de la policía Kammal Mostafa (Yasser Ali Maher), son corruptos, reciben dinero, entre otros beneficios pero todo se complica cuando muere una cantante y prostituta llamada Lalena (Rebecca Simonsson) en el lujoso Hotel Nile Hilton, esta llevaba en su cartera un ticket para retirar una fotos comprometedoras. Cuando se revelan esos negativos surgen una serie de situaciones complejas. Dicen que no existe crimen perfecto, pero hay una testigo de nombre Salwa (Mari Malek), mucama sudanesa del hotel y otros personajes que van surgiendo a medida que se desarrolla la historia. Su narración está muy bien construida, toca varios temas: la red de mafias, el capitalismo, el saqueo a un país, muestra una población sumergida en la pobreza, la marginación, toda la corrupción en la clase política y policial. Este es un policial negro y un thriller político fascinante, bastante entretenido, vemos habitantes de clase media baja, tensión en las calles, protesta de manifestantes, lugares nocturnos y una ciudad de El Cairo muy diferente a aquella que conocemos en su faz turística. La cinta resulta entretenida, se siente una constante amenaza, con buenos giros argumentales y por momentos decae un poco y se siente monótona. Basado en hechos reales, acerca del asesinato de la cantante libanesa Suzanne Tamin, ocurrido en julio de 2008, y filmada en Marruecos. Fue considerada la mejor película internacional del Festival de Sundance 2017, además triunfó en Valladolid (donde se llevó la Espiga de Oro, y los premios ala mejor dirección y mejor guion), en los Guldbagge (los premios de la Academia sueca), donde ganó en las categorías de mejor película, actor, vestuario, sonido y diseño de producción.
El director sueco de origen egipcio Tarik Saleh ofrece en su tercer filme una panorámica de un tema universal como es la corrupción, la impunidad y sus daños colaterales. El realizador eligió el policial negro para narrar una historia que comienza con el crimen de una cantante en un hotel cinco estrellas de El Cairo. El relato de las razones de esa muerte y otras sucesivas acompañan al surgimiento de la Primavera Arabe, hecho que en el filme ocurre en paralelo y que se sugiere desde el inicio, primero con breves indicios, hasta la explosión final. Saleh, que reveló que la inspiración para el filme le llegó a raíz de un hecho real, muestra sin golpes bajos un episodio violento y complejo que involucra a todos los estratos sociales y los espacios de poder, tanto empresarial como gubernamental. Sin embargo, el director se ubica en un punto intermedio y deja que el espectador juzgue las acciones de los personajes. Inclusive el protagonista, Noredin, un detective con varios de los rasgos del género -duro, solitario, parco- es parte de un sistema que el director describe como corrupto y en el que las reglas las dictan el interés de unos pocos. Pero una nueva muerte determina que Noredin cuestione todo lo que consideró normal hasta ese momento y decida enfrentarlo.
Un policial negro sin concesiones virtuosamente filmado Con qué entusiasmo podrán los amantes del cine negro recibir este estreno, y si bien su título original “El incidente en el Hilton Nilo” lo sugiere la (no tan) caprichosa traducción “Crimen en El Cairo” nos conecta directamente con el género. 2011. Egipto. Calles convulsionadas socialmente por protestas contra el dictador Hosni Mubarak en la época en la cual comenzaban las primeras grescas y manifestaciones con violencia por parte de una sociedad absolutamente oprimida y al borde de la desesperación. Hay hambre, hay violencia, no hay trabajo, pero sobre todo hay una tremenda corrupción. Esto se ve en el inicio desde la casa de Noredin Mustafá (Fares Fares), un policía lejos del ideal de hacer cumplir la ley y con una pasmosa avidez por hacerse rico lo más rápido posible. Es “dueño” del barrio en donde patrulla con su partenaire, uno de esos sórdidos vecindarios en donde la miseria, la basura y las coimas son la metáfora perfecta de un porvenir completamente desesperanzado. Eso como contexto socio-político-económico pero, por otro lado, en esos primeros ocho, diez minutos una mucama sudanesa (Mari Malek) del famoso hotel del título es testigo del asesinato de la cantante Lalena (Rebeca Simonsson) del cual participan dos personas. Una de ellas es Hatem Shafiq (Ahmed Selim), un millonario con toda la plata proveniente de mundo de la construcción y que además es miembro del parlamento en el actual gobierno. Como detective Noredin es asignado al caso, aunque no dura mucho su investigación ya que dados los involucrados es cerrado y caratulado como suicidio. Pese a estar inmiscuido y ser absolutamente conocedor y participante del engranaje de corrupción en el cuerpo de policía del cual su tío es el comisario, algo del orden del sentido de lo injusto se despierta en él y se potenciará cuando aparezca Gina (Hania Amar), una bella mujer (no hay género negro sin ellas), modelo, cantante y amiga de la víctima, con deseos de saber qué pasó, o al menos dónde está. El director sueco Talik Sareh se mete de lleno en el género. “Crimen en El Cairo” es un policial negro virtuosamente filmado pero que además tiene una connotación adicional que lo distingue de la famosa y clásica forma de emplazarlo. El contexto social y político está como una especie de personaje omnipresente y remite a los thrillers políticos que el mítico Costa-Gavras supiese plasmar en su época, empezando por “Z” (1969) y “Estado de sitio”! (1972). Son tan bien aprovechados todos estos recursos narrativos para contar la coyuntura, que bien podría considerarse a la corrupción como un personaje metafísico, y a todos los personajes masculinos de esta película como los vehículos para corporizarla. El guión se ocupa de menoscabar de a poco en las capas del poder, pero la habilidad del realizador no sólo reside en su escritura sino en su forma. Desde el manejo de la información visual y verbal, hasta el crecimiento de la tensión a medida que se va destapando la olla y el caso involucra a gente cada vez más poderosa. Párrafo aparte para la compaginación de Theis Schmidt, no sólo por el ritmo que le imprime al relato sino por la intuición para dejar respirar los planos sin agotarlos. De esta manera le saca el jugo al gran trabajo de la dirección de fotografía de Pierre Aïm, en especial por el notable contraste natural entre el día y la noche en los exteriores, sin que por la utilización de los elementos naturales se pierda sordidez, algo que ya habíamos visto el año pasado en “La comunidad de los corazones rotos” (Samuel Benchetrit, 2015) Todo esto, sin dejar de lado en ningún instante el motor impulsor del protagonista (y de la trama) para asumir los riesgos que asume. Noredin, mediante los cuales va descubriendo que no sólo el caso se le puede ir de las manos, sino uqe también se le está escapando su nueva e incipiente forma de ver el mundo, en especial cuando se da cuenta de la razón para no querer estar tan solo. La presencia y solidez de Fares Fares recuerda a las improntas de hombres duros, secos, de pocas palabras y rostros golpeados, que tenían Lino Ventura o Jean Paul Belmondo. Sin dejar de ser un relato de corte clásico y de ritmo narrativo punzante correspondiente a éste siglo, “Crimen en El Cairo” tiene el poder de enganchar al espectador, aun tratándose de una geografía, un idioma y una realidad que parece muy lejana (en su aspecto externo) al mundo occidental, pero donde la impunidad en todas las capas societarias se transmite al espectador en forma de impotencia. Como un callejón sin salida en donde todos estamos condenados porque si bien el lugar en donde ocurre todo esto no parece destinado a lo venturoso, Talik Sareh parece decir que en realidad la negrura del sistema gana y prevalece mientras el alma humana se niegue a querer salir de la ominosa prisión de la codicia.
Un policía corrupto, un crimen en un hotel, el contexto de las protestas sociales en el Egipto de 2011. Un policía corrupto, un crimen en un hotel, el contexto de las protestas sociales en el Egipto de 2011: estos elementos juegan una danza interesante para pintar un paisaje oscuro que lleva a dilemas morales que trascienden el contexto. Aunque tiene algunas taras y clichés del género, el film tiene un personaje interesante al que el espectador no puede dejar de comprender incluso si no lo aprueba. Un buen ejemplo de cómo narrar un cuento y, al mismo tiempo, una época.
Fares Fares es un actor de origen libanés que dio sus primeros pasos en el cine sueco y saltó a los primeros planos de la mano del director Daniel Espinosa. Suele protagonizar thrillers y policiales de muy buena factura, entre los que se destacan la saga Easy Money (2010 y 2012), El guardián de las causas perdidas (2013) y El ausente (2014). No es de extrañar que Crimen en El Cairo, un nuevo film de acción, no sólo lo tenga como cabeza de un elenco internacional sino también como productor. El “crimen” al que alude el título es el de una modelo en una lujosa habitación del hotel Hilton de la capital egipcia, en el convulsionado enero de 2011. Por la televisión se ven imágenes del atentado ocurrido en una iglesia de Alejandría en la víspera de Año Nuevo. Más adelante se difunden réplicas de la primavera árabe en Túnez; actos del presidente Mubarak mientras que en las calles se suman las protestas callejeras de los estudiantes. En un ambiente político caldeado, el coronel de la policía Noredin Mostafa (Fares Fares) se mueve en un entorno de corrupción, extorsión e ilegalidad. Ningún poder público está exento, en un país donde la autoridad está al servicio de los más poderosos. Por ende, nadie se esfuerza en esclarecer el homicidio ya que un adinerado empresario de la construcción es el principal sospechoso. Solo Mostafa, pese a sus vicios y defectos, intentará llegar hasta la raíz del caso desoyendo las advertencias de sus superiores. El protagonista compone un policía que parece surgir de una novela negra de Mickey Spillane. Viudo solitario vive en un oscuro y desordenado departamento, fuma incontables cigarrillos, recibe todo tipo de golpizas; la muerte le es esquiva y tiene sexo con una suerte de “femme fatale”. Tiene un viejo televisor al cual sacude para ver las imágenes que aparecen borrosas, distorsionadas y tambaleantes como el gobierno existente próximo a caer. El otro personaje relevante es una empleada de Sudán, encargada de la limpieza, rol compuesto por Mari Malek, una refugiada de ese país que en la vida real triunfó como modelo en New York. Es la testigo que cae en desgracia por el solo hecho de haber estado en el lugar inadecuado. Despedida del hotel, acechada por los asesinos, encarcelada, sin la documentación en regla, recibe una precaria protección policial para terminar huyendo del país. El caos arrastra a los protagonistas sobre todo a Mostafá, un antihéroe cansado de ser cómplice de los embrollos de sus jefes. El final lo encuentra envuelto y a merced de las manifestaciones que convergen en la Plaza Tahrir. Inspirada en un hecho real, la atmósfera sombría y el clima revolucionario, consecuencia la caída de un gobierno de treinta años, están muy bien recreadas. Un film que maneja bien la tensión a la par de entretener.
Uno podría considerar a Crimen en El Cairo como un policial correcto, conciente de los elementos que hacen atractivo al género, efectivo en el manejo de su misterio y hasta prolijo en sus baches de guión. Pero el filme cuenta con un valor agregado que lo posiciona por encima de la media: su trasfondo histórico. La trama se desarrolla durante los días previos al levantamiento egipcio del 2011, una serie de manifestaciones en contra de los abusos policiales y que tuvieron como finalidad derrocar al presidente Hosni Mubarak, quien llevaba 30 años en el poder. Lo que busca el director Tarik Saleh es hacer del relato no sólo un compuesto efervescente que acabe fundiéndose con el clímax político, sino su propia metáfora. El camino que transita el protagonista, un policía de métodos dudosos con un despertar ético, será el mismo que transite Egipto en sus días claves. La propuesta es irresistble pero a Tarik Saleh, así como le sobra destreza en el manejo del policial, le falta soltura poética para hacer contundente el paralelismo. Tenemos a un protagonista contaminado por el ecosistema estatal, un policía que acepta coimas, extorsiona y descuida una investigación por presiones del poder. Este policía está interpretado a la perfección por el actor Fares Fares, triste, apocado, viudo y con un cigarrillo en cada fotograma del filme. La atmósfera política funciona como una mecha encendida y la resolución del misterio coincide con la revuelta social. ¿Cuál es la falla entonces? El director busca naturalismo en el retrato de El Cairo, una ciudad abyecta, alejada de cualquier postal turística. Claro que lo consigue: todo destila decadencia y opresión. Pero a este naturalismo se le superponen los clichés caricaturescos del cine noir: políticos poderosos, femme fatal, sicarios implacables, buenos que terminan siendo malos o viceversa y líneas de diálogo tan obvias que escuchadas en español provocarían vergüenza. Cada compuesto que favorece la estructura del policial desfavorece la impronta naturalista. Dos fuerzas que se saben necesarias para hacer de esta película una alternativa destacable pero que nunca terminan de amigarse.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El despotismo y sus consecuencias Esta película está ambientada en El Cairo del año 2011, durante los inicios de la “primavera árabe” y sobre los días finales de una dictadura que duró 30 años. Como en todo buen policial, la trama gira en torno a un crimen: una famosa cantante es degollada en una habitación del hotel Hilton. Tras examinar muy superficialmente la escena del crimen, el comisario a cargo de la división especializada advierte a sus subalternos que se trata de un caso cerrado y que no corresponde investigar. Más tarde, desafiando toda lógica, el fiscal de distrito dictamina que fue un suicidio. Pero el protagonista, un detective testarudo, decide seguir con la investigación por su cuenta.