Frente a un cine americano acostumbrado a ofrecernos películas en las que se refuerzan a más no poder las aristas dramáticas, Sólo ellos se muestra como un pequeño exponente, cuyo interés progresa en la medida en que toma distancia del espesor dramático que la origina. Scott Hicks, el director de dramas consagrados (Shine), y cintas destinadas a la taquilla fácil (Sin reservas), regresa a su Australia natal, aunque con factura americana, producción de Miramax, y protagónico a cargo de Clive Owen, para narrarnos el drama de un hombre que, a partir de su prematura viudez, debe reelaborar el vínculo con sus hijos. Si obviamos el breve trayecto golpebajista de los primeros minutos del film, cuando asistimos a la agonía de la mujer de Joe, el resto transita por los carriles de un drama escrito sin estridencias y con mucha capacidad de reflexión, atada a la progresión narrativa clásica, pero centrándose en un relato genuino y honesto sobre la construcción de la paternidad, cuando este rol debe hacer frente a la crisis que deviene de una tragedia capaz de desmoronar la idea de familia sostenida hasta ese momento. Joe no sólo debe lidiar con su pequeño hijo, que recibe el duro golpe de perder a su madre, sino que encuentra en esa etapa crítica de su vida, el momento ideal para reconciliarse con el hijo mayor, fruto de un matrimonio anterior que se destruyó cuando Joe decidió mudarse de país, cambiar de vida y formar una nueva familia, producto del embarazo de su amante. Es natural que se plantee cierta celosía de Harry, el hijo mayor, para con Artie, el menor, porque el nacimiento del segundo determinó que el padre abandonara al primero. Afortunadamente, la película no intenta potenciar la eventual disputa entre ambos. Uno puede encontrar claros indicios de ese enfrentamiento, pero el cariño que Artie le demuestra de entrada a su hermano, permite que este conflicto evolucione dignamente, hasta desembocar en la aceptación, el mutuo afecto y el surgimiento de un nuevo esquema familiar. Clive Owen encuentra en su personaje la manera de exponernos una faceta casi desconocida de su ductilidad interpretativa. El padre que compone no posee más subrayados emotivos que los necesarios, y le aporta la justa dosis de drama para que resulte creíble desde el minuto uno, sorprendiendo a un público acostumbrado a verlo en su perfil de héroe americano. Naturalmente, podemos enumerar varios elementos o concesiones innecesarias del film, como la interacción permanente de Joe con su mujer, como si estuviera viva, uno de los mayores clichés de este tipo de películas. Otro aspecto es el desenlace excesivamente previsible, que contrasta con la naturalidad de la evolución dramática del film. Si bien el desarrollo se dirige a ese desenlace, podría haberse planteado de otro modo, de manera que no resulte tan obvio. En este apartado también podríamos mencionar el apunte romántico, que aparece sólo para articular un pequeño conflicto adicional entre Joe y sus hijos, y termina disolviéndose rápidamente (aunque la naturaleza del vínculo se plantea de manera original y el final poco feliz ayuda a que Joe se replantee su erróneo accionar). Pero estos elementos no opacan un drama correcto, genuino en el planteo de los conflictos que atraviesa el protagonista, y en ese sentido, mucho más honesto que muchos dramas familiares americanos. Luego de Sin reservas, un drama con sucesión de golpes bajos y desarrollo romántico superficial, Scott Hicks, sin ser un director de renombre o con una filmografía con signos autorales, ha vuelto a tomar el rumbo de los buenos dramas, lo que no es poco.
Esta es la vuelta del director Scott Hicks al cine australiano, lugar donde años atrás dirigió su mejor película, "Shine" con Geoffrey Rush. En el último tiempo pasó por Hollywood, donde realizó flojos films como "No Reservations" y "Heart in Atlantis". Aquí vuelve a dirigir un drama, a la par del gran trabajo que había logrado con "Shine". Basado en la vida de Simon Carr, presenta la historia de un padre que debe asumir el cuidado de sus hijos tras la muerte de su esposa. Arranca muy triste, mostrando la enfermedad y muerte de su segunda esposa a causa de un cáncer. Pero luego, en vez de caer en un típico melodrama, muestra un lado más alentador y positivo, a través de los desafíos que debe asumir un padre inexperto al tener que cuidar un hijo de 6 años, a quien le cuesta asimilar la muerte de su madre. A esto se suma la llegada de su otro hijo, de un primer matrimonio, quien intenta reestablecer la relación con su padre ausente. El papá elije criarlos sin reglas firmes, algo que no siempre da resultado. Este desarrollo la convierte en una linda historia, con momentos de humor y emoción. Ambientada en Australia, tiene una excelente fotografía que resalta el paisaje campestre que rodea la casa en la que viven. Clive Owen obtiene una de sus mejores actuaciones, demostrando un talento versátil tanto para roles dramáticos como de acción. Su interpretación del padre viudo es excelente y la química que logra con los dos chicos hace que parezca una familia real. Otra muy buena muestra del cine australiano.
Una muy buena historia donde todo el tiempo están los sentimientos a flor de piel, con un interesante enfoque psicológico de cómo afecta el fallecimiento y el divorcio, tanto a los hijos como...
Reivindicación de la nueva masculinidad En plena reivindicación de la nueva masculinidad, o de una nueva imagen del hombre en el siglo XXI, una historia de un padre que trata de sacar adelante su casa con dos hijos varones, sin ninguna mujer, era en principio bienvenida. La vida de Joe da un vuelco cuando su bella y adorada esposa se enferma de cáncer y muere dejándolo solo con un hijo de 6 años. El es un periodista deportivo inglés que se liberado de su familia en su gris y lluvioso país para irse a una siempre soleada Australia, tras esa joven amazona de quien se enamoró y a la que embarazó. Tras su muerte, Joe no está dispuesto a dejar que ninguna mujer se introduzca en la casa y lucha por criar solo a ese chico. El film está basado en la historia real del periodista Simon Carr, y lo dirige Scott Hicks, el mismo de la sobrevalorada Claroscuro (Shine). Como en esta última, despliega un arsenal de obviedades y golpes bajos, sobre todo en su primera parte. Cuando el hijo mayor de Joe decide ir a visitarlos, la cosa se pone un poco más interesante. Es rescatable la claridad de Joe para no caer en ninguna de las maniobras de las mujeres bien intencionadas que tiene a su alrededor -su suegra, una posible novia- y no claudica en su decisión de hacerse cargo de su casa y su familia. La ley del padre aquí es que no haya leyes, y que a los hijos hay que darles libertad -el lema de la casa es “sólo di que sí”- aunque eso signifique el caos o a veces exponerlos al peligro, algo que Joe prefiere pasar por alto. Pero no hay que temer porque -para colmo- el fantasma de su mujer se empecina en aparecer en todo momento para darle consejos, que Joe sigue aplicadamente. Clive Owen sostiene con su habitual profesionalismo una historia débil, qure por sí sola no podría salir adelante. Después de haberlo visto últimamente en películas de acción o intriga como Duplicidad, Niños del hombre o Agente internacional parecía ajeno a este registro cercano al melodrama y, sin embargo, logra darle una carnadura realista que resulta lo más logrado del film. A su lado, un debutante George MacKay convence en su lugar de adolescente en conflicto con sus padres, buscando su lugar en el mundo. Pero poco profundiza el film en temas dolorosos que hacen a la relación familiar: la orfandad, la pérdida del ser querido, la necesidad del afecto paterno. Para apreciar las relaciones en una familia de hombres, y un mejor cine, basta recomendar la mexicana Alamar, vista y premiada en el último BAFICI.
Volver a empezar Volver a empezar y remediar los errores del pasado son las difíciles misiones que tiene que afrontar el periodista deportivo Joe (Clive Owen, visto en Duplicidad) cuando su mujer muere inesperadamente y debe hacerse cargo de sus hijos. Por primera vez, deberá plantearse cuáles son las necesidades del más chico y malcriado Artie (Nicholas McAnulty) y de Harry (George MacKay), el hijo adolescente de un matrimonio anterior que también se va vivir con él. Del director de Sin reservas y Claroscuro, Scott Hicks, llega este rompecabezas familiar que comienza mejor de lo que termina. "El mapa del cuerpo puede ser atrapante, pero el de un niño es confuso" se aventura a decir el padre. El film se desarrolla sin sorpresas y si se trata de reestablecer vínculos la historia se agota en la mitad. La trama incluye a una suegra (Julia Blake) que desea controlar el destino de la familia; a Laura (Emma Both) la madre de un compañero y a su ex-esposa. En el relato las mujeres no tienen demasiado espacio. La escena en la que su esposa "reaparece" no es muy feliz dentro de este contexto. El rompecabezas familiar está servido y el protagonista debe armarlo, pero el descuido también forma parte de la historia. Basada en la obra autobiográfica,The Boys are Back In Town, de Simon Carr, De vuelta a la vida es un film sobre las relaciones familiares. Y de cómo volver a empezar en medio de una idílica casa cercana al mar. Un hogar sin mujeres, donde reina el descontrol y la ropa sucia se acumula. De vuelta a la vida es un film menor en la carrera del realizador.
Nacido en Uganda pero criado en Australia, Scott Hicks es uno de esos directores capaces de tomar una historia en apariencia convencional y convertirla en una joyita. Si bien ya había dirigido películas desde los ‘70, su consagración vino en 1996 con Claroscuro, la historia de un eximio pianista (Geoffrey Rush, en el papel que le valió el Oscar) con varios trauma personales. Luego de recibir no pocos premios internacionales, Hicks filmó Mientras nieva sobre los cedros, basada en la novela de David Guterson, un drama ambientado en estados Unidos luego del ataque a Pearl Harbour, protagonizado por Ethan Hawke, Sam Sheppard y Max Von Sidow. Si siguiente film también estuvo basada en un libro, pero de Stephen King: Nostalgia del pasado, estelarizado por Anthony Hopkins y un todavía pequeño Anton Yelchin. Tras unos años dedicado a realizar publicidades, regresó a los largometrajes con Sin reservas. En todas sus películas, Hicks muestra personas, no personajes. Seres humanos que, a pesar de sus imperfecciones, tratan de salir adelante. Además, el director hace un manejo del drama con un estilo realista, nada artificial. Esto se debe a su vasta experiencia como documentalista; lo suyo es poner la cámara y captar lo que sucede delante de ella, sin forzar las cosas (De hecho, Hicks confesó que prefiere no ensayar con los actores, para lograr más espontaneidad en el set). Esta metodología de trabajo sin dudas lo ayudó mucho a la hora de encarar De vuelta a la vida. Joe Warr (Clive Owen), un periodista deportivo inglés que reside en Australia, queda viudo cuando su esposa (Laura Fraser) muere de cáncer. Entonces deberá hacerse cargo de la crianza de Artie (Nicholas McAnulty), el hijo de ambos. Claro que no tiene idea de cómo hacerlo, así que lo suyo será una suerte de búsqueda, un prueba-y-error. Al poco tiempo aparece Harry (George MacKay, muy parecido a Ruper Grint), el hijo de un matrimonio anterior; un hijo con el que nunca tuvo relación. Joe deberá aprender a ser un padre responsable para sus dos vástagos, tarea nada sencilla. Si bien suena como un producto televisivo digno del canal Hallmark, Scott Hicks escapa a los tópicos de esos productos sensibleros y nos presenta una historia muy humana, muy palpable, sobre personas que aprenden a relacionarse entre sí para seguir adelante con sus vidas. Hay escenas duras y tristes, es verdad, pero están manejadas de manera inteligente, sin transitar los lugares comunes del género, sin recurrir a frases hechas. Curiosamente Hicks viene de dirigir Sin reservas, que tenía un argumento similar, ya que en aquella película, el personaje de Catherine Zeta Jones debe aprender a criar a la hija de una amiga muerta. Clive Owen continua demostrando que es un actos muy versátil. Así como le quedan muy bien los roles de acción, sus trabajos en films intimistas permiten mostrar su talento a la hora de lograr una gran actuación con un mínimo de recursos, sin nunca exagerar. El resto de elenco está a su altura... pero quien se roba la película es el jovencísimo Nicholas McAnulty. En las películas, los chicos tan chicos no actúan: juegan, son libres de hacer lo que quieren. Y eso es lo que sucede en el film, porque el director estuvo pendiente de cada uno de sus movimientos y reacciones para registrarlos con la cámara. Un desafío tanto para Hicks como para el elenco. El resultado es de una inmediatez y una espontaneidad que no siempre son fáciles de conseguir. Junto con James L. Brooks y Juan José Campanella, Scott Hicks es uno de los directores contemporáneos que mejor se mueve en el terreno de la comedia dramática. Esperemos que muy pronto nos conmueva con otra de sus creaciones, que siempre vienen bien en medio de tanto blockbuster.
Han vuelto los niños De vuelta a la vida (The boys are back, 2009) está basada en las memorias de Simon Carr quien enviudó con dos hijos en su haber y escribió acerca del periodo de reevaluación e introspección que sucedió a la tragedia, su “vuelta a la vida”. Clive Owen le interpreta como a un ser inmaduro pero bienintencionado que deberá aprender a tratar y conectar con su pequeño hijo Artie, y con Harry, el mayor, fruto de un viejo divorcio anclado en Inglaterra. La película es de un ritmo narrativo moroso, usualmente al son de los lamentos de la banda islándica Sigur Rós y largos planos del viento meciendo pasturas mientras cae el sol. El tono predominante es de melancolía subsanada -Joe habla en voice over, desde un presente mejor, aparentemente- pero ésta queda intercalada con las idas y vueltas de los hijos de Joe, sobre quienes pivota la mayor parte de la acción. Artie derrocha energía y vivacidad como el menor. No es excesivamente tierno ni agradable, ni provee a su padre de sabios consejos como otros pequeños hechos de celuloide. Habla en código niño: sin filtro, con inocencia perturbadora. Su padre le dice que mamá va a dormir el sueño eterno. Arthur se encoge de hombros y sale a jugar con la tirolesa del jardín. Más tarde va a despertar a la abuela con un muy casual “Mamá ya se murió”, como quien esperaba lluvia. Harry es más grande y ya capaz de resentir y recriminar. Joe les dejó a él y a su madre para “jugar a la familia feliz” en Australia. Se muda allá a media película, como para facilitarle los problemas a su padre, que se le han duplicado las responsabilidades y ya le cuesta mantener la casa, el trabajo y a Laura (Emma Booth), mamá de jardín y romance en potencia. Sería muy fácil resbalar y caer en el sensiblero lugar común de lágrimas e historias reconfortantes acerca de dramas familiares y los giros de vida que suscitan (esas “películas Hallmark”, como alguna vez se las llamó peyorativamente), pero en mayor o menor medida la película sortea estos vaivenes. El triunfo se lo llevan por un lado Scott Hicks (director) y su diestro manejo del dúo infantil, y por otro, Clive Owen (que también produce). Owen es un actor infravalorado, típicamente encasillado como espía, superagente, hombre de acción o maestro criminal (en parte por su acento bretón, en parte por esa mirada gélida). Últimamente ha desplegado un abanico de talento con papeles más demandantes, y aquí se esmera dando vida a Carr/Warr, un hombre buscando balance por donde debe pero no como debe. La película está basada en una historia real. Quedamos pues advertidos de la tristeza, la frustración, la nostalgia, la dificultad y la amargura de lo que se viene, moteado aquí y allí con un poco de risa, un poco de esperanza, algo de amor. Sólo dos cosas faltan: la sorpresa y el aburrimiento.
Papá, ¿es un ídolo? Clive Owen cria a sus hijos al quedarse viudo en su primer melodrama. Increíblemente inteligente, luchadora, sensual, enérgica”. Difícil ganarle a la descripción que Joe Warr hace de su segunda esposa, Katie. Si eso es difícil, más aún será reemplazarla -en cualquier sentido que se le ocurra- cuando Katie muera y lo deje a él, periodista deportivo, solo en su casa en el campo australiano con su pequeño Artie para criar. Joe no cree tener aptitudes para criar niños. En la puerta de la heladera alguien ha formado las palabras “Di que sí”, que ha pasado a ser una de las pocas reglas que Joe intenta no claudicar, ya que lograr que Artie se lave los dientes o el pelo es algo que logra una o dos veces. Por año. Y de hecho, cuando dejó a su primer mujer en su Inglaterra natal, también se fue dejando a su hijo Harry, cuando embarazó a la amazona australiana Katie y partió a la tierra de los canguros. Que es donde se desarrolla casi íntegramente De vuelta a la vida , la nueva película del ugandés radicado en Australia Scott Hicks, el de Claroscuro . Tal vez sea, no llamémosle desarraigo, el vivir en tierra ajena hasta sentirla como su lugar en el mundo lo que llevó a Hicks a adaptar la novela autobiográfica del periodista Simon Carr. Porque De vuelta a la vida es un filme de interiores más que de tomas en exteriores que no sean un viñedo, un camino de tierra, un jardín por donde corretea una gallina y el océano. Casi todo transcurre puertas adentro de esa casa ahora tan desordenada en la que Joe no permite que ni su ex suegra ni una potencial novia (Emma Booth, una Renée Zel-weger a la australiana) interfieran en la crianza de Artie o de Harry, cuando el hijo mayor decida visitar a papi. Ahora, si por tener que viajar para cubrir el Abierto de Australia a Melbourne, Joe tiene que dejar a sus hijos a cuidado de ellas, no dudará en intentarlo. Así le irá. La película tiene un click cuando resta media hora de metraje, en el que, por más que se base en una historia verídica, lo que sucede suena a desmedido y resta verosimilitud. Pero el error que le cabe a Hicks es optar porque sus personajes hablen de más. Verifíquelo: cuando en la escena final –y no adelantamos nada- se decide por mostrar en imágenes el estado de ánimo de sus personajes en vez de hacerlos hablar, la emoción nace genuina. Aún no dijimos que Joe es interpretado por Clive Owen, cuyo rostro enjuto, poceado y viril ha sido la máscara correcta para filmes de otros géneros, sea Closer o Niños del hombre . En su primer melodrama hecho y derecho el actor de Sin City no desentona y, es más, da perfecto en el papel del padre que siente que debe rehacer todo para ayudar a sus hijos. Es mirar para afuera antes que al ombligo. El director de casting le puso a dos pequeños grandes intérpretes como el londinense George MacKay (Harry) y el más extrovertido Nicholas McAnulty a su lado, y a una Emma Booth que es 18 años menor que él (tiene 45) como posible interés romántico. Todo bien, ya que si de algo puede jactarse De vuelta a la vida es de ser una película de actuación.
Clive Owen, un papá en muy serios problemas Tribulaciones de un viudo prematuro y sus hijos De este relato sobre un periodista que enviuda tempranamente y debe sobrellevar el duelo mientras aprende a hacerse cargo de las obligaciones del hogar y de la crianza de dos hijos varones, podía esperarse que examinara con alguna lucidez el mundo masculino en la intimidad doméstica, las carencias, tensiones y desequilibrios que genera en la dinámica familiar la ausencia de una figura femenina o las dificultades que afronta un hombre forzado a definir su nuevo rol. El guión de Alan Cubitt -sobre el libro de memorias de un cronista político inglés- y la dirección de Scott Hicks, en cambio, eligen casi siempre el camino más fácil. Sólo enhebran una serie de viñetas muy próximas al lugar común sobre un hogar en manos masculinas y alternan azucarados apuntes sentimentales y/o lacrimógenos con situaciones presuntamente hilarantes parecidas a las que protagonizaba el incontenible perrito de Marley y yo . En tales condiciones es casi un desperdicio que Clive Owen y los dos chicos (Nicholas McAnulty, George MacKay) doten de tanta naturalidad a sus personajes. Owen es, claro, el periodista (en este caso, deportivo), que ve derrumbarse su mundo cuando, en un momento de felicidad plena (así suele suceder en el cine) se manifiesta la fulminante enfermedad de su segunda esposa, la mujer que lo llevó a instalarse en Australia. McAnulty, el chico que a los 7 años queda huérfano de madre, no sabe cómo asimilar la ausencia y cuenta con un padre que cree compensarla dándole diversión, placeres y regalos y practicando un laissez faire que sólo aumenta su desconcierto. McKay, el fruto de un matrimonio anterior, decide, quizás en el momento menos oportuno, dejar su hogar en Londres y mudarse con el padre cuyo abandono nunca pudo superar. En fin, una suma de situaciones complejas sobre las que el film echa una mirada superficial, ocupado como está en describir el caos en que se convierte la vida cotidiana con un padre que sólo sabe decir sí; en explotar la ternura y/o la emoción que inspira la conducta infantil concebida según el estereotipo, y en intercalar algo de romance. La fórmula, con su correspondiente remate edificante (ser padre impone responsabilidades) suele tener su clientela. Acá, al menos, los actores le confieren algún calor humano.
Un cuento de hadas con moraleja Con típica prosa engolosinada, reza la gacetilla de prensa que el británico Clive Owen se interesó por el libro autobiográfico del periodista Simon Carr, The Boys Are Back, al leer apenas cuatro páginas del guión que se transformaría finalmente en De vuelta a la vida. Precisamente, en los primeros minutos del film se disponen claramente todos sus elementos constitutivos. Allí conocemos al protagonista, Joe Warr, un exitoso periodista deportivo afincado en el sur de Australia, cuya esposa muere súbitamente, dejándolo al cuidado no sólo de su hijo en común, un niño de siete años, sino también –al menos temporalmente– del hijo mayor de su primer matrimonio, quien volará desde tierras británicas para pasar una temporada en la tierra de los canguros. De esa forma, al dolor de la temprana muerte se le sumarán las complicaciones cotidianas de comenzar una nueva vida, que alterna las obligaciones laborales con los recientemente adquiridos deberes de padre responsable, ciertamente penosos para un tipo un tanto descuidado como él (la primera imagen de la película lo muestra paseando a su hijito en el capó de un automóvil, con riesgo de accidente mortal a cada metro recorrido). Prejuicios críticos de por medio, era de temer que la conjunción de una estrella de cine produciendo para su lucimiento un film de “hondo contenido humano”, a su vez basado en hechos reales, produjera uno de esos monumentos al golpe bajo sentimental y a las bajadas de línea respecto de cómo la vida debería ser vivida. A ello habría que sumarle un par de datos más: la utilización dramática de cierta enfermedad terminal como trampolín de lanzamiento del relato y el nombre de Scott Hicks detrás de la cámara, director multiuso que cuenta en su filmografía con títulos tan variados como Nostalgia del pasado, Claroscuro y la remake norteamericana del film alemán Bella Martha, Sin reservas. Y si bien los prejuicios artísticos no son más que eso, juicios emitidos antes de tomar contacto con la obra, De vuelta a la vida confirma en sus primeros cuarenta minutos todos y cada uno de los temores ya expuestos. La cuidada fotografía, la música incidental que se acerca por momentos a la de una publicidad de pólizas de seguro y las actuaciones “correctas” no hacen más que acentuar la medianía de un guión atascado en toda clase de convenciones. Particularmente molesto resulta el recurso del fantasma (en el sentido más francés de la palabra) de la esposa muerta, quien aparece repetidas veces como una suerte de Pepe Grillo especializado en etiqueta parental. De hecho, hay algo irritante en la manera en la cual la historia presenta a los personajes femeninos, siempre conscientes y cuidadosos, por contraposición a los masculinos, tendientes al descuido y la anarquía. Irónicamente, los mejores momentos del film llegan en su parte central, cuando la casa de Joe y sus dos hijos se transforma en un verdadero caos cotidiano, donde un pollo puede flotar en la bañera como poco ortodoxo método de descongelamiento y las pilas de platos sucios se suceden como torres de una ciudad al borde de la catástrofe. No es casual que el libro favorito del pequeño sea Peter Pan, gran metáfora sobre el crecimiento y el difícil paso de la niñez a la adultez. Que Joe intente explicar tamaño despelote con teorías sobre el libre albedrío y el poder liberador de la diversión no lo excusa en lo más mínimo, y De vuelta a la vida no puede evitar cierta moralina, poniendo en el horizonte catarsis familiares, reencuentros e, inevitablemente, enseñanzas de vida que convierten el relato en otra fábula acerca de cómo la tragedia puede trocar finalmente en algo parecido al cuento de hadas moderno. Es esa tendencia, esa imposibilidad de conjurar algo diferente a lo ya probado miles de veces, lo que hace de De vuelta a la vida otro manual de instrucciones disfrazado de película.
Manual de supervivencia para el padre solo Cuando la vida de Katy (Laura Fraser) se apaga rápida y trágicamente a causa del cáncer, su esposo Joe Warr (Clive Owen), atareado periodista y escritor de deportes debe modificar drásticamente sus actividades y su existencia para afrontar el golpe. Al mismo tiempo debe hacerse cargo de la crianza en solitario de su hijo Artie (Nicholas McAnulty), un niño que procesa a su particular manera la ausencia de su madre y esa presencia entre novedosa y molesta de su padre, antes distante. Un poco perdido, Joe transita el duelo con tropiezos. Su primera esposa, además, le envía a su hijo mayor, Harry (George MacKay) a quien no ha visto en años, para unas vacaciones que posiblemente ninguno de los tres olvide. En una casa que se convierte de a poco en un campo de batalla, donde la única disciplina es la diversión y la catarsis, Joe intenta mantener unida a la familia ("somos como Mi Pobre Angelito, sólo que hay tres de nosotros" reflexiona en un momento dado) sin perder la relación cordial que supo cultivar con sus suegros. Al mismo tiempo, intenta un acercamiento entre terapéutico y de aprendizaje con Laura (Emma Booth), madre soltera de la mejor amiga de su hijito. Con tantas variables urgentes en equilibrio, Joe se sentirá muchas veces al borde de un conflicto que, llegado el momento, no sabe si podrá enfrentar. Clive Owen lleva adelante un digno rol principal, no exento de algunos clichés. Los hijos están bien representados por los jóvenes actores Anulthy y MacKay, y lo mismo sucede con el resto de las interpretaciones: suficientes, aunque carentes de verdadera profundidad. El guión no tiene mayores tropiezos, pero tampoco momentos particularmente iluminados; se agradece el cuerpeo de guionista y director a los manierismos propios de las adaptaciones de Nicholas Sparks, que tanto tientan en argumentos como éste. Con todo, por medio de una brillante ambientación y paisajes que por momentos hacen que el espectador olvide de qué viene la cosa, este drama sentimental tiene lo justo y poco más para conmover y gustar, aunque no llegue a encantar.
Mamá a la fuerza Digámoslo con todas las letras: a Joe (correcto desempeño de Clive Owen) , periodista deportivo, la vida no le sonríe precisamente cuando su segunda esposa australiana –la primera quedó hace 7 años en Londres con un hijo adolescente- comienza a deteriorarse a pasos agigantados por el avance de un cáncer. Más allá de la angustia por la precipitada pérdida de su amada esposa y del vacío que genera en el hogar esa ausencia, Joe deberá convertirse en padre y madre de un niño de 7 años, quien lógicamente descarga toda su ira contra él por haber perdido a su madre inexplicablemente. Sin saber mucho qué hacer en cuanto a la crianza, el hombre mantiene una conducta más que permisiva frente al niño y una relación distante y poco amable con su suegra, quien siempre lo reprocha. A eso debe sumársele la llegada poco oportuna del hijo abandonado en Londres -en una franca intención de reclamo hacia su padre- y la posible relación amorosa con una madre de una amiga de su hijo. Si a todos esos lugares comunes el director ugandés, Scott Hicks, les hubiera insuflado ritmo; si hubiese buscado generar emoción genuina explotando las hábiles dotes actorales de Clive Owen en el melodrama, el resultado de De vuelta a la vida -basada en la novela del periodista Simon Carr- seguramente hubiese sido mucho mejor. Lamentablemente pese al buen desempeño del elenco en su conjunto -completan el reparto Emma Booth, Laura Fraser, George MacKay, Nicholas McAnulty- la propuesta derrapa al utilizar los diálogos para enfatizar los estados de ánimo, al desgastar el recurso de la presencia fantasmal de la esposa que ya no está, y lo que es más grave en la poca profundidad con la que se desarrolla una historia que por su peso dramático daba para mucho más.
PAPÁ, POR SIEMPRE... Así como en 1979 Dustin Hoffman debía hacerle frente a la separación de su esposa en "Kramer Vs. Kramer", y quedarse solo con su pequeño hijo, haciendo de padre y madre a la vez, nuestro protagonista pasa por algo parecido, aunque peor. Joe se enfrenta a lo impensable: quedarse viudo de repente y aceptar el reto del destino de tener que criar solo a Artie, su pequeño hijo de 6 años. Estamos en Australia, en una bella casa ubicada en las afueras de la ciudad, cercana a una playa, y Joe, importante periodista deportivo, deberá lidiar con su nueva vida, intentando equilibrar su trabajo y su enorme responsabilidad como padre. Tras la muerte de su mujer, decide reenfocar la vida familiar desde otra perspectiva. Tiene la ayuda de sus suegros, de una madre del colegio de su hijo, de su mejor amigo, y hasta de Harry, su adolescente hijo mayor (de un matrimonio anterior) que viene a visitarlo; sin embargo siente que colapsa, sin encontrar salida. Por momentos, su difunta esposa se le aparece para aconsejarlo, para acompañarlo, para paliar su soledad; y Joe sigue con su vida, pretendiendo lo mejor para sus hijos y para sí mismo. A pesar de que las cosas van mejorando de a poco, siempre está presente la falta de su otra mitad. Coproducción inglesa-australiana, “De vuelta a la vida”, basada en la obra autobiográfica "The Boys are Back In Town" de Simon Carr, resulta una bella película, de ésas que tienen momentos para emocionarse, pero por suerte no abusa de ellos y sale airosa del melodrama lacrimógeno que pudo haber sido. Si bien la locación agreste y natural elegida para insertar la casa del protagonista (una península en una playa australiana, rodeada de preciosos viñedos, hermosos atardeceres y olas rompiendo en las rocas) puede parecer algo manipulador para generar ser más vibrante, el filme se permite cierta poesía y deja fluir una emoción auténtica, dada la golpeada realidad de los protagonistas ante la pérdida. Pero Scott Hicks, director de la recordada "Shine", sabe fusionar también cierta complacencia esperanzadora para con ellos, y el resultado es efectivo, mostrándonos cómo puede ser la vida de un padre soltero que debe educar a dos hijos en un ambiente familiar masculino. La mirada de Hicks no resulta simplona o desabrida, sino inteligente y madura. El nombre detrás de la partitura musical para la película es Hal Lindes, ex guitarrista de una de las mejores bandas de rock de los 80: Dire Straits. Y es por ello que se escucha una guitarra eléctrica y acústica, con algún refuerzo de cuerdas y electrónica. En ese sentido, la partitura se mantiene en un tono sencillo y simple que se adapta magníficamente a la historia intimista que se cuenta. Clive Owen, a pesar de haberse mostrado rudo en muchos de sus anteriores roles, se deja revelar con una sensible interpretación, sincera, noble, en un filme en el que se destaca en las intensas escenas dialogadas con ambos hijos. El joven actor George MacKay le aporta a su Harry la sensación de encanto de alguien que fue herido al alejarse de su padre cuando era niño, pero que puede recuperarlo siendo ahora más grande. Y el más pequeño, Nicholas MacAnulty, da todo su auténtico encanto y alborotada personalidad, en un indispensable rol dentro del guión como lo es su inquieto y salvaje Artie. Los tres componen a una familia genuina hecha de jirones que Joe había desparramado a lo largo de su vida, donde los dos hermanastros empiezan a unir lazos y así Joe puede entender la importancia de unir a su familia nuevamente, en la estela de la pérdida de su esposa. Comenta Hicks a propósito de su obra: "No es un concepto muy elevado, ni una trama rebuscada. Es una historia personal e íntima sobre gente que intenta retomar el contacto y todas las cosas de las que se compone la vida: el amor, el dolor, el humor… Los ingredientes que se combinan para formar nuestro día a día". Mejor resumido, imposible.
Una linda historia, es lo que concluye siendo esta nueva película del director de "Shine", acertada por momentos, con una intencionalidad muy marcada, bien lograda por otros, pero que cae en muchos de los estereotipos y en los clásicos trucos cinematográficos para poder crear, en todo momento, un drama lagrimoso alrededor de la historia.
La película de Scott Hicks está llena de contrastes que, en vez de aportar matices que la enriquezcan, parecen dar cuenta de un cine perdido, que no sabe bien lo que busca ni cómo encontrarlo. Más que una puesta en crisis de ciertos relatos intimistas, De vuelta a la vida permite ver contradicciones, caracteres de una escritura desprolija y desarticulada que afean a la película, que la vuelven torpe, aburrida, carente de un centro. El director juega a la sofisticación cuando deja fuera de cuadro los sufrimientos de una enferma terminal de cáncer (hay una escena de baño y con un tubo de oxígeno que está sutilmente vedada) pero se atreve a exhibir sin cortes la muerte de ese personaje por asfixia; intenta mostrarnos algunas escenas inflamadas a más no poder de vida y felicidad, pero esas escenas resultan apáticas y acartonadas porque están filmadas como una propaganda de gaseosa (por ejemplo, el recorrido espantoso por la playa con el que abre la película); el protagonista es intimado varias veces por otros personajes para que cambie su forma de vida pero él nunca cede, como si el guión se resistiera a someter a su personaje a un verdadero aprendizaje; la puesta en escena se presenta como realista y cotidiana, pero en varios momentos un de los personajes habla largo y tendido con un fantasma; la voz en off, didáctica y solemne, está claramente desfasada con la reticencia del trío protagonista a seguir los consejos de los otros (resulta imposible conciliar la voz de Joe que escuchamos desde el off con el mismo tipo cabeza dura que se aferra a su credo hasta las últimas consecuencias). ¿De qué nos habla De vuelta a la vida? O mejor, ¿tiene algo para decirnos? Fuera de los pocos momentos donde Hicks se anima a poner en una posición difícil a su protagonista (por ejemplo, cuando se lo muestra como un histérico sin límites o un borracho rápido para las galanterías pero lento cuando tiene que defenderse de un golpe) en los que surge una especie de mirada crítica sobre la historia, De vuelta a la vida se muestra apenas como una puesta en marcha de otro relato simplón y edulcorado que aspira a celebrar el estar vivo más allá de las dificultades de la vida. Pero si algo le falta a las imágenes ahogadas de mala estética publicitaria de Hicks es, justamente, vitalidad.
La producción narra la historia de Joe Warr (Clive Owen), un exitoso periodista deportivo, especializado en tenis, casado con Katy (Laura Frasser), su segunda esposa, madre de uno de sus hijos, Artie (Nicholas Mcanulty), quienes viven en Australia una existencia casi perfecta, de amor y dulzura, conformando una familia plena. Todo esto cambia cuando a Katy le descubren un cáncer, a cuya consecuencia muere en muy poco tiempo. El hecho tan imprevisto le cambia la vida a Joe, quien de pronto se ve obligado a asumir el rol de padre de tiempo completo. A esta circunstancia se suma el arribo repentino desde Inglaterra de Harry (George MacKay), su hijo de 14 años producto del primer matrimonio, radicado en Londres junto a su madre, Su llegada se debe a la vivencia londinense poco feliz, lo que lo impulsó a buscar una respuesta por parte de su padre respecto al por qué lo abandono siendo muy pequeño, dejándolo con su madre para emigrar a Australia donde conformó un nuevo núcleo familiar del que es producto un medio hermano. Para llegar a un equilibrio muy deseado, Joe tendrá que superar numerosos obstáculos y situaciones conflictivas, para finalmente comprender las necesidades afectivas y humanas de Artie y Harry, reestructurar sus vidas, desde la suya propia, a fin de emprender una nueva integración familiar. Un relato dramático, que por momentos bordea el melodrama, trasunta la sensibilidad del guionista y del realizador para abordar con ternura un planteo donde están en juego los problemáticos vínculos y convivencias, siempre latente, entre padres e hijos. Conmovedora y emotiva realización, con apropiados toquecitos de humor que apuntan a distender las persistentes tensiones dramáticas. Un buen plantel de intérpretes cubren apropiadamente los distintos personajes, destacándose el trabajo de Clive Owen. La atinada dirección Scott Hicks se apoyó, además, en muy eficientes equipos técnicos.
Ser padre (¿hoy?) Con De vuelta a la vida, otra de esas traducciones ridículas que llegan a nuestras carteleras (el original es The boys are back, es decir, Los chicos están de vuelta), se sabe lo que se tiene entre manos partiendo desde la primera línea de la sinopsis en cualquier medio gráfico. Sabemos que va a ser convencional como drama y que cada uno de los elementos está sobre el tablero encontrando una fórmula lineal que los va a someter a inevitables y previsibles puntos de giro. No nos extrañará el falso suspenso del desenlace o alguna que otra resolución aparentemente forzada porque, a pesar de las deficiencias, la película fluye de situación en situación, casi a los tumbos, pero fluye. Pero queda un factor: la actuación. Cada uno de los actores entrega un nivel que le da relieve a semejante llanura visual y naturalizan lo que por momentos cae en el más absoluto artificio melodramático. Por lo tanto, lo que tenemos es una película convencional, previsible, con algún tópico interesante, algo ahogada por la falta de un director menos efectista y con grandes actuaciones. Nada más y nada menos: lo de Scott Hicks está más cerca de una novela televisiva que del cine, pero logra momentos cargados de emotividad que logran distinguirse entre la melancólica música de Sigur Ros. Veamos: padre divorciado del primer matrimonio vive junto a su segunda esposa, Katy (Laura Fraser), y su segundo hijo, Artie (Nicolas McAnulty), en Australia. Entonces, lo que parece un idilio tiene su oscuro contraste inmediatamente: Katy muere por un cáncer y la familia se desmorona, con Joe (Clive Owen) intentando sobrellevar su nueva situación como padre, al mismo tiempo que ve cómo balancear sus nuevas tareas domésticas con su oficio como periodista deportivo. En el medio de este doloroso duelo que afecta la relación de Joe con Artie, entre problemas comunicativos y frustraciones personales, se le informa que su hijo del primer matrimonio, Harry (George MacKay), irá a visitarlo unos días. En base a ese triángulo conflictivo, entre hogares quebrados, se intenta buscar un nuevo tipo de subsistencia bajo un nuevo formato de familia. Como se imaginarán, la relación de Joe con Harry tiene algo guardado en el pasado que le pasará factura y la de Joe con Artie está vulnerada por la reciente muerte de Katy. De eso trata, y en base a la tensión y la (aparente) resolución de ese conflicto es que se sustenta la película. El problema está en que el director confía en fragmentos donde se expone una situación, sin dar demasiado tiempo a que lo que se cuenta se desarrolle. Inmediatamente hay corte y nos pone en otra situación de tensión, entre diálogos y climas calculados. Esta falta de aire y, hasta podríamos decir, saturación del melodrama lo hace un relato artificioso. El guión termina dejando cabos sueltos con personajes periféricos que nunca tienen verdadero peso y se concentra en el triángulo Joe-Artie- Harry. Esto es inteligente, sobre todo en un drama, pero entonces resulta innecesario desarrollar, por ejemplo algunas cualidades de Laura (Emma Booth) ya que lo que se veía como un personaje que podía resultar complejo en la introducción queda en un retrato tan unidimensional como, por ejemplo, la madre de Katy. Es en la interacción del trío donde reside el corazón del film, particularmente cuando la cámara captura algún gesto que parece escapar a las líneas y le da un sustento propio a la actuación de Clive Owen cuando, en uno de esos momentos, intercambia miradas con McAnulty cuando su hijo le dice que ya no quiere vivir junto a él. El problema desde lo visual reside en lo poco interesante y creativo que resulta Hicks, sin aportar nada a lo narrado, y cuando aporta resulta efectista antes que efectivo. En una de las secuencias estupendamente actuadas vemos a Artie en el pórtico de su casa luego del funeral de su madre, en silencio, Joe se le acerca para consolarlo y Artie (este es un ejemplo de cómo una línea no anula una buena actuación) dice que quiere morir. Luego de preguntarle por qué y el niño aclarar que es porque desea estar con su madre la cámara, en lugar de quedarse con los personajes centrales, nos sitúa en el rostro del Padre de Katy (Chris Haywood), quien se larga a llorar y se va de la secuencia. Esta interrupción lacrimógena es efectista porque nos pone en el lugar de otro personaje que no tenía nada que ver con la secuencia, para potenciar la carga emotiva, como si no fuera suficiente con el abrazo silencioso que se dan Joe y Artie. Cortes y cambios de puntos de vista así, disruptivos y torpes, se dan a lo largo de toda la película, demostrando la poca solvencia del director para resolver un guión que ya de por sí está cargado. Por eso también se agigantan las actuaciones: porque en un espacio acotado logran una expresividad natural, si no vean el momento en que Joe habla por teléfono con su hijo Harry diciéndole que Katy ha muerto. Es intenso y triste, sin parecerse a una novela vespertina. Es cine. La cuestión de fondo en el film es la nueva paternidad como una posibilidad, rebatiendo el modelo tradicional de familia y los prejuicios sociales al respecto, pero sin subrayados: se acepta naturalmente en el marco de las dificultades que se le van presentando a Joe frente a determinadas instituciones como, por ejemplo, el colegio. A pesar de las falencias, hay que mencionar que Hicks logra desarrollar esta cuestión. Por lo demás, es un drama convencional, a veces remarcado como melodrama, pero lo suficientemente digno desde las actuaciones como para sostenerse como una buena película. Al menos, es mejor que el bodrio de Sin reservas.
De vuelta a la vida no supera la mediocridad del cine industrial de estos tiempos. ¿Cuánto tiempo es el que transcurre entre el torneo de Wimbledon y el abierto de Australia de tenis? Siendo generosos, 7 meses. Este es el tiempo en que Joe Warr, periodista deportivo residente en Australia, se entera que su adorada mujer tiene cáncer, enviuda, se hace cargo de su pequeño hijo, reanuda la relación con un hijo que abandonó en Inglaterra, casi se enamora de nuevo y reconstruye la relación con sus hijos, a partir de reconocer(se) su condición de padre que no pretende emular a la madre, ni olvidarse de sus deberes como tal. Para haber sido un egoísta ensimismado dependiente de una mujer adorable, parece bastante rápido. La película es un melodrama que recorre uno a uno los clichés del género, sin desperdiciar la oportunidad de hacer un racconto generoso de la agonía de Kathy. Fuera de estas convenciones previsibles, no puede hallarse gesto alguno de creatividad u originalidad. La película evoluciona como es esperado, hacia donde es esperado, incluyendo un final con resolución de último minuto. Clive Owen, un actor sin dudas talentoso, hace lo que puede, acompañando muy bien por dos jóvenes actores, que interpretan a sus hijos. A veces para reír, a veces para llorar, De vuelta a la vida no supera la mediocridad del cine industrial de estos tiempos.
Con una verosímil y sensible interpretación de Clive Owen, De vuelta a la vida ofrece una historia mínima pero convincente que de alguna manera señala la reposición familiar del varón en la era contemporánea. Esta comedia dramática que ofrece una mirada acerca de las nuevas relaciones familiares, no niega la existencia previa de una Kramer vs. Kramer, pero el hecho de estar basada en la autobiografía de un periodista deportivo británico y fundamentalmente la sólida realización, le otorgan al film condimentos extras. El protagonista, tras la dolorosa y prematura muerte de su mujer, deberá lidiar con la crianza de un niño sin descuidar los grand slam de tenis, a lo que sumará el reencuentro con su hijo mayor, fruto de una relación anterior. Aún siendo desparejo, Scott Hicks es un director que siempre ha privilegiado historias interesantes en su filmografía, plenas de hallazgos y valores. Aquí retoma su buen paso luego de una olvidable remake (Sin reservas) y logra capturar momentos de cierta hondura, indudablemente emotivos, especialmente a partir de la aparición del hijo adolescente. Luego de haber protagonizado en los últimos tiempos films de acción o intriga, Owen cambia el registro para desplegar matices interpretativos intimistas y conmovedores, muy bien acompañado por los pequeños y talentosos actores George Mac Kay y Nicolas Mc Anulty.
Volvieron los chicos Lacrimógeno – Melodrama Si al terminarla película, la gran mayoría de los espectadores están con pañuelos de papel en la mano, y en muchos momentos es difícil tragar saliva, es señal de que algo conmovió mas allá del gusto de cada uno por el drama, algo se movilizo. Pues bien eso es lo que el director Scott Hicks (Claroscuro- Nostalgia del Pasado) especialista en manejar el drama, con un estilo bastante realista, logra en “De Vuelta a la Vida”. Joe Warr (Clive Owen), es un periodista de deportes ingles radicado en Australia, el cual al fallecer su esposa (Laura Fraser) de un terrible cáncer, queda a cargo de el hijo que tienen en común Artie (Nicholas McAnulty). El hombre se da cuenta que muy pocas cosas lo unen a su hijo ya que permanentemente se encontraba viajando en la cobertura de espectáculos deportivos. Sumado a la dura crianza de Artie aparece en escena su otro hijo Harry (George MacKay) fruto de su anterior matrimonio, el cual vivía con su madre en Inglaterra. Toda esta mezcla de llanto, por la muerte, y risas por las pocas reglas que el padre pone en la vida de sus hijos, forman un coctel que por momentos semeja a una película televisiva, pero con la diferencia fundamental en las actuaciones, las cuales tienen mucha espontaneidad, y realismo. Se resalta el trabajo que el director realizo durante el rodaje, en la relación de Owen con el niño McAnulty, la química lograda se nota en la peli. La fotografía es discreta, y los paisajes que rodean el rancho donde viven la familia completa la historia. Lleve a su novia, mujer o amante a ver esta peli, la comentaran los primeros 15 minutos al salir del cine,... una historia mas de vida.
Padre, también hay uno solo Scott Hicks es un cineasta australiano de prestigio, en parte desde que su película independiente Claroscuro (1996) obtuvo siete nominaciones al Oscar y ganó una a la interpretación líder de Geoffrey Rush. Hacía desde entonces que Hicks no filmaba en su país natal, y volvió con De vuelta a la vida. El título en inglés The boys are back dice mucho más. Puede traducirse como “Los niños están de vuelta”, y alude a la refundación de los lazos existentes entre un hombre y sus hijos, luego de la muerte de su pareja víctima de un cáncer. Joe Warr, periodista estrella de la sección Deportes de un periódico australiano, empieza a reinventarse cuando elige hacerse cargo de la crianza de su pequeño niño, dejando de lado sus compromisos laborales e incluso la oferta de ayuda de su suegra, y ese es un tema enorme para una película. Pero si esta historia puede resultar conmovedora -y hasta curiosa para quienes no hayan advertido los cambios sociales en el ámbito familiar, todavía debe guardarse espacio para una sorpresa más. Joe tiene otro hijo, adolescente, de su primera pareja, que en el verano que muestra el filme viaja desde Londres hasta Sidney para pasar una temporada indefinida con el padre y el “medio hermano”. De vuelta a la vida está basada en la novela autobiográfica de Simon Carr, quien declaró que el rol del padre, en la perspectiva de aquellos que optan por criar solos a sus hijos, o de llevar las riendas del asunto, aún no ha recibido la atención suficiente por parte del cine o la literatura. No se equivoca, ¿no? En términos cinematográficos, Hicks ha mantenido el gusto por el cine artesanal, y en esta cinta lo aplica con especial habilidad en el tratamiento de la fotografía y en la construcción de escenas, por caso las que suceden dentro de una casona de madera que la producción construyó exclusivamente para filmar dentro de ella. Un lujo que separa al cine de la realidad de millones de personas sin hogar propio, pero que se justifica cuando ese poderío es usado para hacer películas que contribuyan en algo en la sociedad.
No es bueno que un viudo esté solo... "The boys are back - De vuelta a la vida" está basada en la novela autobiográfica de Simon Carr, periodista deportivo radicado en Australia, que tiene que continuar con su día a día profesional, mantener su hogar y criar a su hijo de 6 años, tras la pérdida de su segunda esposa por una enfermedad terminal. Para sumarse a un cuadro algo caótico, al poco tiempo, vuelve de Inglaterra su hijo mayor -hijo de su primer matrimonio- con quien tiene varios asuntos pendientes que resolver. Scott Hicks ya había dado pruebas de poder manejar estos dramas basados en hechos reales con "Crepúsculo" una pelicula muy interesante que contaba con la extraordinaria actuación protagónica de Geoffrey Rush para que sobresaliese del promedio. En este caso, el peso del protagónico recae sobre Clive Owen quien brinda una actuación completamente alejada de los papeles que suele interpretar y en este caso, está muy bien secundado por sus hijos en la ficción que ayudan a que este melodrama gane en credibilidad. Los vínculos con la familia de su segunda mujer -fundamentalmente la dificil relación con su ex suegra-, los asuntos pendientes que afloran sobre su primer matrimonio, la adaptación a su prematura viudez y el desarrollo de un nuevo lazo con sus dos hijos-, son algunos de los temas que el guión aborda sin poder anclar en ninguno de ellos con la profundidad necesaria. Esto se convierte en la principal dificultad con la que se encuentra la película sin llegar a encontrar un tono confesional e intimista adecuado, sobrevolando el drama familiar con un formato mayoritariamente de película de televisión, de una forma superficial aunque no decaiga en interés en ningún momento. La buena dirección de Hicks, acompañada de una hermosa fotografía de paisajes de Australia y una correcta banda sonora, hacen que "The boys are back" sea un producto sólido aún cuando al finalizar, deje un resultado demasiado liviano y sobre todo, algunas debilidades del guión que hacen que algunos planteos presentados, no se terminen de definir. Quizás trabajando con un guión más sólido en el desarrollo de los personajes, Hicks hubiese podido ganar en profundidad. Sin embargo, el guión queda en muchas situaciones a mitad de camino, y cabe preguntarse finalmente cuál es el aspecto saliente de la historia por el cual decidieron llevarla a la pantalla. Owen brinda una faceta actoral diferente y logra sostener el protagónico absoluto en un film que peca por visitar demasiados lugares comunes sin que logre levantar demasiado vuelo, permitiendo de todos modos que brillen los actores -George Mac. Kay como el hijo adolescente también brinda una muy buena actuación-.