Ver una película asiática es siempre diferente. Salvando contadísimas excepciones, el 99% de las actrices y actores son completamente desconocidos para cualquiera. No hay chances de verlas sin subtítulos por no conocer el idioma, e incluso uno termina teniendo ese pensamiento al estilo de “Ah, mira. No sabía que allá se hacía eso”, con respecto a algún comportamiento o costumbre. Todas y cada una de esas diferencias funcionan como ventajas. Cuando uno no conoce a ninguno de los actores, sus actuaciones y performances se vuelven mucho más fáciles de comprar. A lo de las actuaciones también ayuda el no conocer el idioma, pero eso, sumado a lo alienígena de la cultura y costumbres, hacen que haya poco cuestionamiento al guion o a la historia. Muchos films se benefician mucho de esto, pero por suerte hay algunos que no lo necesitan. “Después de la tormenta” es una íntima historia familiar, con un desarrollo lento que apuesta por atraparte con las relaciones interpersonales de un golpeado protagonista que resulta tan simpático como reprochable. Un escritor haciendo las veces de detective como parte de su “investigación” para la próxima novela, que reparte sus ratos entre apostar su sueldo y espiar la vida de su antigua familia. Entre observar de lejos los partidos de béisbol de su hijo y las salidas con el nuevo novio de su ex esposa, apenas le queda tiempo para pasarse por la casa de su madre para ver qué puede empeñar luego de la muerte de su padre. La película está dirigida, escrita y editada por el japonés Hirokazu Koreeda, varias veces premiado en varios festivales incluyendo Venecia, Cannes e incluso nuestro propio BAFICI en 1998. Prácticamente todos sus proyectos tocan el tema de los lazos familiares, y con casi una decena de trabajos en su haber, que han sido aplaudidos y premiados alrededor del mundo, no quedan dudas de que estamos ante el trabajo de un maestro. Los personajes se sienten mucho más naturales y terrenales (“normales” hablando mal y pronto) que en otras películas asiáticas. Un humor y drama poco exagerados, bien realistas, ayudan a que la audiencia se sienta más que a gusto explorando el día a día del protagonista. Es este ambiente tan familiar como minimalista que ayuda a que seguramente todos pasen de largo por una trama en donde suceden pocas cosas, siendo más el viaje de su protagonista que otra cosa. Entre muchos detalles sobresale el protagonista no solo como hijo, padre, amigo, persona, hermano y exesposo, sino también como artista; sus dudas de “rendirse” en su carrera como novelista y aceptar trabajos comerciales de manga es uno de los tantos reproches que uno puede hacerle durante las casi dos horas de película, pero que resultan más que entendibles desde la perspectiva adecuada. El realismo del mundo creado por Koreeda refleja nuestra realidad en la que no existen los caminos fáciles de recorrer. Esta es una de esas historias sin principios ni finales. No hay un evento que arranque el film, más bien es una vuelta a la normalidad tras la pérdida del patriarca familiar, y al final la tormenta no es más que el marco en donde las cosas suceden. Aquellos esperando una experiencia desenlace y punto final seguramente no salgan satisfechos, pero quienes se sientan cómodos con otro tipo de historias y tengan ganas de perderse en una ajena vida simpática y compleja de la que no hay salidas fáciles: “Después de la Tormenta” es uno de los mejores planes que pueda pasárseles por alto en estos días. Puntaje: 3,5/5
Cuando pase el tifón Resultaría poco serio y hasta injusto para el realizador japonés Hirokazu Kore-eda circunscribir su filmografía únicamente hacía el terreno de los melodramas familiares, aunque Después de la tormenta -su opus más reciente, llamativamente excluido de la competencia oficial en el Festival de Cannes- haga foco en la familia del protagonista como un mosaico que se desintegra, y que no es otra cosa que el pretexto del director de Still Walking para hablar de la sociedad japonesa frente a la modernidad, con un atisbo de cierta melancolía detrás de este film minimalista e intimista de enorme belleza. Lo primero que puede rescatarse de esta apuesta al minimalismo implica por un lado que estamos en presencia de un gran narrador de pequeñas historias a partir de los personajes, sus relaciones con los objetos y la economía de recursos para la puesta en escena. Aquí, además se debe agregar un elemento dramático extra y condicionante del relato, relacionado con la importancia del tiempo reducido en que transcurre la historia de Ryota (Hiroshi Abe), padre divorciado y con el mote desde la mirada ajena de perdedor frente a su pequeño hijo, más allá de la complaciente mirada de su anciana madre (Kiki Kirin), viuda meses atrás y que lo recibe en su departamento en una visita con un doble objetivo: encontrar objetos pertenecientes a su padre que pueda empeñar para hacerse cargo de deudas personales y por otra parte reconectarse con un pasado de infancia, etapa donde se sentía exitoso y protegido ante los embates de la vida. La relación entre padres e hijos es un tema recurrente en Kore-eda con películas puntuales como es el caso de De tal padre, tal hijo, pero en este caso opera como el reflejo distorsionado entre Ryota y su padre ausente en primer lugar y en segundo término desde el vínculo interrumpido con su propio hijo tras el divorcio y sus constantes exhibiciones de inmadurez y falta de responsabilidad durante la crianza, puntal de lanza para la crítica de su ex esposa en el reclamo de la manutención del muchacho, así como de la necesidad que Ryota se aleje de la órbita del hijo. La construcción del protagonista es clave para que la historia familiar no contamine las intenciones reales del film, donde sin lugar a dudas el peso de los afectos y la nostalgia se encuentran en estado de latente alerta y desde la alegoría climática del tifón que puede llegar en cualquier momento y arrasar con lo poco que queda en esa familia disgregada. Después de la tormenta prolonga el encuentro entre el espectador y ese cine que invita a reflexionar a través de los detalles, pero no cae en especulaciones simbólicas o desafíos a la razón más que aquellas que necesitan de la sensibilidad para comprenderse e identificarse en la búsqueda de cada personaje y las contradicciones que generan los tifones de la emoción, la nostalgia y el sabor agridulce de que todo tiene un final.
Deja que entre el sol Nuevamente el director de After Life examina una familia, en este caso, disgregada, centrándose en el padre. “Me pregunto por qué los hombres no pueden amar el presente”, le dice la madre a Ryota. “O siguen persiguiendo lo que sea que perdieron, o sueñan más allá de lo que pueden alcanzar. ¿Cómo puedes disfrutar la vida si haces eso continuamente?”. Es una síntesis perfecta y preciosa de Después de la tormenta. Son buenos momentos, espaciados, los que hacen que el filme de Hirokazu Kore-eda linkee ya no en el alma, al menos en algo parecido a la conciencia. Kore-eda tuvo una gran época como cineasta (arrancando con After Life, premiada en el Bafici en 1999) y luego comenzó como a estandarizarse. Algo similar a otro director asiático que también empezó a perder rigurosidad y a dedicarse a fábulas (el surcoreano Kim Ki-duk). Ryota (Hiroshi Abe, el George Clooney del cine japonés) acaba de perder a su padre, con quien no se llevaba bien. Recién separado, ve poco y nada a su hijo, no puede ganarse la vida de lo que quiere (escribió una novela que fue éxito hace años... y ahora es investigador privado, siguiendo infidelidades), su ex no lo quiere ver, se gasta lo que gana en apuestas, y su madre... Su madre es la que tiene las cosas más claras. “Más amigos a mi edad sólo significa más funerales”, le tira al comienzo. Hay personajes que maduran bien, y otros que llegan a la adultez y siguen siendo adolescentes. Bueno, no sólo personajes en el cine. Pero Kore-eda no pinta a Ryota como un perdedor, un looser. Lo pincela con bastante humor, a veces lo deja como un egoísta, otras como un oportunista, pero -siempre- muestra el lado tierno de su buen corazón. Como todos en esa familia disgregada. “No puedes encontrar la felicidad hasta que dejas ir algo”, sentencia la madre, que ve en una mariposa azul que viene a visitarla a su marido muerto. La línea entre lo naif y lo poético, entre lo real y la fábula es la que Kore-eda cruza una y otra vez. Será como dice la ex de Ryota -Kore-eda sabe de lo que habla, y deja que hablen las mujeres, las que siempre tienen razón-: “Los adultos no sólo viven de amor”.
Del director Hirokazu Koreda (“De tal padre, tal hijo”) que nos regala una mirada profunda y humanista sobre la distancia imposible de soslayar entre los sueños, los “querer ser” y una realidad inapelable. Pero el melancólico resultado tiene mucho de sabiduría, de certezas sopesadas por los años, de comprobadas realidades que ya no podrán ser modificadas, de observación inteligente y enorme comprensión de nuestra naturaleza. Un diálogo entre una madre y una hija nos cuenta, en tono frívolo pero después más al hueso, de los dos hombres de la familia: el padre muerto y el hermano separado. Cerca el eco de uno en el otro. El hijo será el protagonista del relato. Se gana la vida como detective privado, en una agencia donde se discuten los casos de seguimiento, y el margen que les queda a los detectives para extorsionar a sus víctimas y ponerse a su servicio, cuando el jefe no los sorprende. Pero además de ese oficio, este hombre sueña con seguir su carrera de escritor, ya algo ha publicado, para cumplir los sueños de época de estudiante cuando era el “brillante” de la clase. Su problema es la adicción al juego y por eso nunca le alcanza ni para vivir ni para cumplir con la cuota alimentaria de su hijo, ni para hacerle regalos. El film se alimenta de la relación con ese hijo, con la mujer a la que ama y que lo ha dejado, con su madre y con su hermana. Una tormenta, una larga noche permite reflexiones, ilusiones, verdades. Una lluvia violenta que lo lava todo para que reluzca la verdad.
Publicada en edición impresa.
Pocas veces un director japonés tiene tanta participación en el mercado argentino como en el caso de Hirokazu Kore-eda. Este año vuelve a nuestras pantallas con el maravilloso film Después de la tormenta, nuevamente con la familia como tema central. Encuentros, desencuentros y muchos toques de humor, la receta perfecta para un film cautivante y emotivo. El padre de Ryota falleció y él y su hermana sienten la necesidad de congregarse alrededor de la madre. Ella, por su parte, parece casi aliviada de haberse librado de ese hombre que no le permitió ser. Ryota se siente confuso en los sentimientos hacia su padre, por un lado recuerda al compañero que fue durante su niñez, pero por otro reniega del hombre que lo descuidó a causa de su adicción al juego. El gran problema es que, sin darse cuenta, Ryota repite la historia y pierde a su mujer y la custodia de su hijo, en medio de deudas, adicción al juego y una carrera de escritor que se fue a pique por la falta de claridad del personaje. Es así que en plena temporada de tifones, la familia Shinoda tiene que reencontrarse para poder, entre todos, unir las distancias que los separan, para que padre e hijo puedan así establecer su vínculo, tan necesario en la formación emocional del chico. Si bien las situaciones que nos muestra el director en Después de la tormenta están delineadas a la perfección, con un sólido guion plagado de momentos graciosos -particularmente a cargo del personaje de la madre viuda-, son los personajes los que vuelven muy querible a este film. Carismáticos, bien delineados y que no caen en lugares comunes, son humanos ante todo y se muestran así. Incluso la hermana de Ryota tiene participaciones a partir de las cuales, -funcionando casi como un antagonista del personaje-, nos ayuda, cada vez más, a delinear los conflictos de esa familia. El personaje de Ryota existe en un mundo en el que parece no caber. Todo en él está fuera de lugar, hasta es tan alto que no pasa por las puertas. Devenido en detective privado, pasa sus días entre el trabajo, las apuestas y espiar a su ex esposa que está rehaciendo su vida. Hiroshi Abe, actor carismático poco visto en nuestro país, crea a este personaje que está lleno de “lo que pudo haber sido” pero que nunca fue nada. Sus días fluyen con un único objetivo aparente: volver a estar presente en la vida de su hijo a quien sólo ve una vez por mes. Pero en medio de ese objetivo, sus intentos se mezclan con sus debilidades y lo que observamos es una lucha constante del personaje por ser quien no es, al mismo tiempo que encuentra en la mirada de su hijo la decepción que el propio Ryota siente por sí mismo.
Oleo de la dinámica familiar. En su opus 11, Hirokazu Kore-eda plantea una suerte de combinación entre Un día en familia con De tal padre, tal hijo, con un protagonista que actúa mal pero tiene buenos sentimientos. Todo en un tono muy a la japonesa: calmo, gentil, reacio a todo énfasis dramático. Ryota, el protagonista de Después de la tormenta, está empantanado, ciego, frenado y confundido. Ryota, el protagonista de Después de la tormenta, está empantanado, ciego, frenado y confundido. Después de la tormenta es una combinación de Un día en familia con De tal padre, tal hijo: en ella se superponen –como las pinturas al óleo de las que se habla en algún momento– la dinámica familiar y el estudio de la relación padre-hijo, con un toque más de negro (para continuar con la asociación pictórica) que la primera de aquellas, y una culpa del padre algo más diluida que en la segunda. El opus 11 de Hirokazu Kore-eda, presentado en la sección Un Certain Regard de Cannes 2016, se abre en un franco tono de comedia ligera (música casi de calesita, diálogos risueños, alguna que otra morisqueta circense) de modo bastante engañoso, ya que de allí en más expondrá un mundo de hombres débiles, mujeres planificadoras y familias rotas. Todo en un tono muy a la japonesa: calmo, gentil, reacio a todo énfasis dramático. Lo que no excluye algunos cruces dialógicos cortantes como seppukus y un final tan poco resolutivo como un haiku. Aquí, nada de A + B = C. Todo lo que Un día en familia tenía de abierto, primaveral y luminoso, Después de la tormenta lo tiene de encerrado, húmedo y brumoso. Encierro del pequeño departamento de mamá Yoshiko (Kirin Kiki, que cumplía en aquella el mismo rol, con el mismo nombre), que viene de enviudar y no parece lamentarlo demasiado: su marido vivía endeudado. “Deberías buscarte amigos nuevos”, le recomienda la hija. “A mi edad, eso es garantizarte más funerales”, contesta mamá, como si fuera una Larry David nipona. Humedad y bruma de un verano tórrido que no termina de dar paso al invierno, y que hace que el rostro de su hijo Ryota (Hiroshi Abe, otro que cumplía allá el mismo papel y con el mismo nombre) luzca permanentemente transpirado, a lo cual no ayuda la barba a medio afeitar. Por esas cuestiones del linaje, Ryota también pide plata. Y cuando no la pide, se la saca a la madre de algún cajón. Salvo cuando el sobre que parece contener dinero termina siendo una trampa de la hermana, que lleva su burla y su firma. Ryota es un caso clásico: después de una primera novela premiada no volvió a escribir más nada. Actualmente trabaja en una agencia de detectives, según dice como investigación para una próxima novela, y lo que gana suele írsele en lo que juega. La película está centrada en él, a diferencia del protagonista de De tal padre, tal hijo, y su problema no es ser abandónico por adicción al estatus, sino por falta de él: Ryota visita raramente a su hijo Shingo (Taiyo Yoshikawa) porque no suele disponer del dinero para los gastos de manutención. También a diferencia de aquel, Ryota no necesita construir una relación de afecto con el hijo: está claro que eso no le falta. Lo que le falta es la madurez personal y emocional como para poder asumir plenamente ese rol, tal como se lo hace saber su sensatísima ex, Kyoko (Yoko Maki), después de frenar un intento de avance totalmente fuera de lugar, una noche en la que la suegra funciona como Cupido tardía. Previamente, en una típica reacción de macho abandonado, Ryota se ocupó de investigar (en su carácter de detective privado) el presente sentimental de Kyoko. No sea cosa que tenga una vida al margen de la suya. “Los hombres sólo se dan cuenta de que están enamorados cuando pierden a su mujer”, dice alguien por allí. Glup. Lo de Kore-eda es la salsa agridulce: por más que Ryota le robe plata a la mamá, en un momento extorsione a un cliente, espíe a su exesposa, se pelee con la hermana y no pueda gestionar los gastos de mantenimiento para su hijo, no le parece un mal tipo al espectador. ¿Por qué? Tal vez porque a pesar de ser tan malo es bueno: hace cosas que están mal, pero no tiene malos sentimientos. Está empantanado, ciego, frenado, confundido, en un país en el que hay que ser muy fuerte para salir adelante, con veinticuatro tifones al año y algún que otro tsunami cada tanto.
Después de la tormenta, de Hirokazu Koreeda Por SIlvina Rival En 1994 los espectadores salían azorados del estreno de Viva el amor, el film en el que Tsai Ming-liang exhibía más que la viveza del enamoramiento, su decadencia, hastío, desilusión. Esto, más los restantes sinónimos que al lector se le presente y que sean socialmente condenados al ser vinculados con lo afectivo. La genialidad -sí, porque Tsai Ming-liang lo tiene casi todo- radicaba en la ocurrencia del título, la paradoja de la incomunicación imperante en toda relación amorosa, real o potencial. No importa la tristeza de la escena, la bajeza, la mediocridad de los personajes, poco importa tampoco que lo que se exhibe no representa el grito del amor al que apela el título del film. ¿Realmente no importa? Eso nos preguntábamos hace más de 20 años a la salida de la sala. ¿Por qué nos miente Tsai Ming-liang? Lo cierto es que la película no mentía, solo narraba la paradoja, exhibía la necesidad de la existencia de la ilusión de que el amor arrasará con todas las penas o que estas son un preámbulo a su llegada. Era un “viva el amor” en potencia e irreal, pero no por ello ausente del todo. ¿Acaso la representación de la desilusión no tiene sentido solo en la confrontación de la existencia de una eventual ilusión que se siempre puede corporizarse? Alguien podría decir que esta lectura es demasiado compleja, que el film dice ser una cosa y después muestra otra, al igual que acontece en Después de la tormenta. Pero, podríamos atrevernos a decir que el que pretende una lectura llana de una ficción, de seguro evitará ir al cine a ver esta película. Hirokazu Koreeda, parece haber entendido la clave de Viva el amor hace rato. El entendimiento no transforma su trabajo en algo genial, pero esa claridad lo posiciona como un excelente realizador. Por todo lo expresado, es claro que la atención está puesta más en el “después de” que en la “tormenta” que se avecina. Su personaje central Ryota, representa de manera acertada lo que se comprende como fracaso. Ryota se emparenta más con esa figura que con la del mediocre en tanto ha dejado morir su prometedora carrera de escritor, luego de haber sido premiado hace catorce años con su ópera prima. Sus pocos recursos, que obtiene trabajando como detective privado en una agencia -de qué puede trabajar un fracasado sino de tomar registros del derrumbe de la vida de otros-, los regala apostando en las carreras, en las máquinas tragamonedas o comprando billetes de lotería. Esto lo lleva a no poder sostener la cuota alimentaria de su hijo y endeudarse con su ex esposa Kyoko, de la cual obviamente nunca quiso separarse. Ryota no es mediocre sino que invierte toda su energía en fracasar y es bastante eficiente en lograr ese objetivo. Pero al igual que en Viva el amor, los deseos no son tan monocromáticos. Ryota hace de su fracaso el potencial peldaño de la buena suerte, como todo ludópata por cierto. Mientras tanto, todos esperan que el famoso tifón anunciado por el servicio meteorológico haga su aparición. El efecto del título de la película tal vez difiera un poco en relación a la provocación de Tsai Ming-liang, pero algo de su enseñanza persiste. Mientras que el director chino apela a metáforas que siempre tienen un efecto más parecido al trabajo de una motosierra, el japonés conserva la intimidad y pureza de la escena tal como se viene trabajando desde Ozu. Ambos realizadores contemporáneos apelan a la paradoja a pesar de que el estilo gráfico y narrativo de sus metáforas los alejan, y por otro lado, no hay duda de que ambos son realizadores que enseñan al espectador a ver. Pedagogía de la imagen, pedagogía de la mirada: una vez más la persistencia del cine moderno se cuela en el cine oriental para volver luego a Occidente por la puerta grande de Cannes. DESPUÉS DE LA TORMENTA After the Storm, Japón, 2016. Dirección, guión y montaje: Hirokazu Koreeda. Producción: Patrick Roy. Fotografía: Yutaka Yamazaki. Música: Hanaregumi. Intérpretes: HIroshi Abe,Kirin Kiki, Yôko Maki, Lily Franky , Isao Hashizume, Sôsuke Ikematsu, Satomi Kobayashi, Taiyô Yoshizawa. Duración: 117 minutos.
A pesar de haber empezado una prometedora carrera de escritor, Ryota va de desilusión en desilusión. Se ha divorciado de Kyoko y gasta todo el dinero que gana como detective privado apostando en las carreras, por lo que finalmente no puede pagar la pensión alimentaria de su hijo de 11 años, Shingo. Ahora Ryota intenta ganarse nuevamente la confianza de sus seres queridos y formar parte de la vida de su hijo. La situación no parece fácil, pero un día un tifón obliga a toda la familia a pasar una noche juntos. El director japonés Hirokazu Koreeda retoma con la familia como eje principal de su historia, temática que ha afrontado prácticamente a lo largo de toda su filmografía. Y en Después de la tormenta pone su atención atención en la relación entre padres e hijos, poniendo como ejemplo el trato que mantenía el protagonista con su padre como el defectuoso nexo que mantiene con su único hijo, resultado de un matrimonio fracasado. Koreeda logra sembrar en cada secuencia la belleza y la melancolía, originando un ambiente atractivo de contemplar por parte del espectador. Además funcionan a la perfección los diálogos con toques de comedia, de forma de ahondar en el conflicto dramático con pequeñas dosis de humor y que no termine por resultar lento. Hiroshi Abe, el protagonista de la historia, enaltece a su personaje con una gran interpretación, donde además tiene la posibilidad de lucirse a partir de un papel que se lo permite. No por nada tiene momentos de total dramatismo y otros de comedia, donde en ambas circunstancias sale favorecido. Esta historia de Koreeda no es extravagante y posiblemente tampoco deje expectante al espectador, pero cuenta con una trama cargada de realismo tan común y usual que es posible identificarse con ella. Habla de personas comunes de carne y hueso, con sus noblezas y miserias. Sin dudas estamos frente a un realizador que ya se encuentra entre los grandes del cine contemporáneo.
El cine japonés no sólo nos ha dado samuráis y grandes exponentes de la animación, sino que también brindó un sendo repertorio de títulos introspectivos, intimistas incluso. Sólo una lloviznita: Ryota no se encuentra en su mejor momento. Si bien debutó con una novela exitosa, la segunda languidece en una eterna etapa de desarrollo. Mientras tanto, trabaja como detective privado para pagar las cuentas, un sueldo que pierde apostando en las carreras. Esto es lo que le impide pagarle pensión alimenticia a su mujer y, por ende, no puede ver a su hijo tanto como quisiera. La llegada de una tormenta que obliga a toda la familia a quedarte encerrada en el departamento de su madre, puede ser lo que necesita para reencausar su vida y fortalecer aquellos lazos que descuidó. En materia guión, Después de la Tormenta se toma demasiado tiempo para describir sus personajes y su día a día, y se toma todavía más tiempo para abarcar una acción en concreto, cosa que puede parecer un poco desafiante para la paciencia del espectador. No obstante, cuando la película profundiza en la crisis familiar del protagonista es donde se suscita una razonable cuota de interés. De simbolismos y sutilezas: Cabe aclarar que la película está poblada de esos simbolismos tan frecuentes como sutiles en el cine japonés, que apuntan a retratar la falla de carácter que debe superar el protagonista; simbolismos que se presentan, casi siempre, en las conversaciones que este tiene con su madre. Por otro lado, tengo que reconocerle una gran cuota de originalidad, ya que esta es la primera vez que veo una historia de un detective privado que no está inscripta en el policial o la comedia. El mostrar este trabajo como uno más, sin meterse en las convenciones genéricas, es algo que debe destacarse, aunque sea por querer ofrecerle al espectador la opción de caminar por el sendero menos transitado. Por el costado de la técnica, Después de la Tormenta cuenta con una fotografía bastante naturalista, una dirección de arte que evade los preciosismos estéticos, y un montaje (cortesía del propio director) que responde con buen pulso a los aportes del apartado interpretativo. Respecto a este último, la gran mayoría del plantel de actores entrega trabajos prolijos, ilustrando con suficiente credibilidad el pasado de familia que existe entre los personajes que pueblan la historia. Dicho esto, es Hiroshi Abe quien destaca por encima de la media, entregando suficiente carisma para ganarse al espectador con la humanidad que dota al protagonista. Kirin Kiki, que da vida a la madre de este último, tampoco se queda atrás. Conclusión: Después de la Tormenta es una obra intimista y mayoritariamente contemplativa, pero con suficientes pizcas dramáticas que sirven para cortar el tedio. Cabe destacar que no es para cualquier paladar, y quienes han visto similares propuestas japonesas sabrán sacarle mejor provecho.
Este film primero pasó por Cannes y San Sebastián. Ahora llega a las pantallas argentinas de la mano del prestigioso cineasta japonés Hirokazu Kore-eda, (“After Life”, “De tal padre, tal hijo”, “Umimachi Diary”) quien vuelve a trabajar con actores ya conocidos como en el caso de: Hiroshi Abe, Lyly Frankly, entre otros. El director en algún momento comentó que “Después De La Tormenta” es una manera de expresar su propia vida, de lo que ha sido y le gustaría que fuera. Se encuentra bien contada, con una buena presentación de los personajes, mucho se dice con la mirada y los silencios, nos vuelve hablar de los lazos familiares, de las segundas oportunidades, varias situaciones nos llegan al corazón, no todo es tan dramático porque tiene buenos toques de humor, con interesantes matices, le da el color adecuado a cada situación, una gran fotografía y la banda sonora acompañan muy bien.
Crítica publicada en la edición impresa.
Pequeñas heridas Las últimas películas de Hirokazu Kore-eda son delicados dramas familiares que muestran las tensiones entre la tradición y la modernidad, entre el respeto a los vínculos sagrados y los deseos de independencia y libertad. En Después de la tormenta, el cineasta compone con pequeñas pinceladas, sin recurrir al sentimentalismo, el retrato de un padre perdedor abrumado por las circunstancias. El protagonista es un escritor venido a menos que trabaja con un desapego cínico en una agencia de detectives, mientras hace lo imposible para recuperar el afecto de su ex pareja y mantener la complicidad con el hijo que comparten entre ambos. La puesta en escena depurada, apenas encendida por una música discreta, nunca subraya la carga emotiva. Los planos-secuencia alrededor de la mesa familiar no buscan el virtuosismo, sino que se detienen en los detalles sutiles que alimentan un naturalismo deliciosamente auténtico. La narración sobria encuentra, en sus mejores momentos, la gracia de los grandes maestros del cine japonés como Ozu y Naruse. Tiempo y espacio La película se apropia del espacio: la pobre ciudad de suburbio donde transcurre la mayor parte de la historia es recorrida prestando atención a ciertos ángulos de los edificios en bloque y sobre todo a la plaza construida alrededor de un gran tobogán en forma de pulpo. La cámara capta los modestos interiores con una luz suave y clara. Por otro lado, el notable trabajo sobre el tiempo invita a interrogarse sobre lo que significa un duelo, vivir el presente y superar las historias de amor. La presentación de varias generaciones bajo un mismo techo y el regreso del héroe al departamento de su infancia destilan una dulce melancolía. La percepción de los ciclos del tiempo trasciende la película. La presencia recurrente de Hiroshi Abe y Kirin Kiki como intérpretes teje una relación entre las películas de Kore-eda y extiende la sensación del paso del tiempo a toda la obra del cineasta. Hirokazu Kore-eda hace películas intimistas, contenidas y frágiles, que nos dejan una marca furtiva, una pequeña herida que se queda en nosotros para siempre.
Ryota (Hiroshi Abe) alguna vez fue un novelista reconocido, pero su profesión ha virado obligatoriamente a la de detective privado. En la actualidad, la economía no le juega una buena pasada, sobre todo a partir de su divorcio, hecho que lo obliga a tener que destinar parte de su salario para la pensión alimentaria de su hijo -algo con lo que en verdad no se compromete a causa de su adicción por las apuestas- y el alquiler de su departamento de soltero. La salida amoral que encuentra para mejorar su situación es convencer a su joven compañero de trabajo para chantajear a las personas que investigan. De este modo, ganan el dinero de sus clientes y otra suma para que esas fotos e informaciones no salgan a la luz. La facilidad para averiguar acerca de la vida de los demás le posibilita también ponerse al día sobre el presente de Kyoko (Yôko Maki), su ex esposa, quien se niega a hablar con él e, incluso, se las rebusca para que su hijo tampoco lo vea por incumplir con sus responsabilidades como padre.
Crítica emitida en "Cartelera 1030" por Radio Del Plata (AM 1030) Sabados de 20-22hs
Después de la Tormenta: La belleza y la complejidad de lo cotidiano. Desde la lejana tierra de oriente nos llega este relato simple y melancólico sobre las relaciones familiares. Después de la Tormenta es un film de Hirokazu Koreeda (De tal padre, tal hijo -2013-), un gran abonado al mundo de los festivales, ha sido partícipe de grandes competencias como por ejemplo en Venecia y en Cannes. Es más, este film participó en la categoría Un Certain Regard del Festival de Cannes el año pasado. En su más reciente film, nos podemos encontrar con un drama familiar hecho y derecho, donde un hombre que había comenzado una prometedora carrera como escritor, se ve obligado a subsistir en un trabajo temporario como detective, mientras intenta seguir su carrera como novelista. El hombre en cuestión es Ryota, que luego de divorciarse de Kyoto se gasta el dinero de su trabajo y de la manutención de su hijo (Shingo) en apuestas deportivas. En este panorama desalentador nuestro protagonista intentará ganarse nuevamente la confianza de su madre, su hermana, su esposa y su propio hijo. Esta difícil tarea quizás pueda ser alcanzada en un escenario atípico en donde la familia deberá coexistir bajo el mismo techo debido a la presencia de un tifón en la zona urbana en la que residen. Koreeda logra un relato sumamente interesante, a través de unos personajes bien delineados y magníficamente escritos. Cada persona tiene sus motivaciones y verdaderamente podremos empatizar con ellos. Ryota es un individuo bastante cuestionable, pero no podemos dejar de sentir empatía por él, ya que sabemos que en el fondo tiene buenas intenciones. Una vez al mes puede ver a su hijo, lo que también permite que vea a su exesposa de la cual sigue enamorado (de hecho la vigila constantemente entre trabajo y trabajo). Un hombre que busca redimirse y ser un buen padre y un buen hijo a la vez. El realizador consigue transmitirnos con naturalidad la vida cotidiana de los personajes que buscan relacionarse con el otro. Lo interesante es ver cómo estas problemáticas universales son tratadas dentro del marco de una cultura tan rica, distinta y compleja como la japonesa. “No se encuentra la felicidad hasta que no se es capaz de desprenderse de ciertas cosas” Esta frase se la dedica la madre de Ryota a su hijo que todavía no encuentra el rumbo y presenta muchas deudas por su adicción. La cinta en su totalidad es un conjunto de escenas que a primera vista transmiten con simpleza las problemáticas internas de los individuos. No obstante, debajo de esa simpleza radica un cúmulo de complejas reflexiones sobre la existencia. El realizador se hace dueño de un ritmo lento y pausado para presentarnos el desarrollo narrativo. La fortaleza de esta película radica principalmente en que aquellas escenas que parecen de transición o de una fuerte cotidianeidad con diálogos intrascendentes, terminan teniendo una gran importancia cuando se ve la imágen completa. Para toda esta experiencia maravillosa nos acompañará una fotografía sobria y una banda sonora minimalista, con una presencia mayoritaria de instrumentos de cuerdas, que acompaña perfectamente a la sensación de melancolía y de relato intimista que nos da la cinta. “Aún no soy lo que quiero ser” – Ryota Tal como lo muestra la frase precedente, Después de la Tormenta es un film nostálgico, sincero, duro y sencillo a primera vista. Pero detrás de ese manto de normalidad se oculta una narración tremendamente bella y compleja. Es un film de emociones y reflexiones sobre la vida que brindará al espectador, al igual que a su protagonista, la posibilidad de reconciliarse con uno mismo.
Recordar lo vivido para poder seguir Hay veces donde una película decide volver al espectador de maneras imprevistas. Esta relación es personal, no conoce de tiempos preestablecidos y mucho menos se circunscribe a la duración del film. Vale decir, una película continúa en el ánimo de quien la mire, allí encuentra un vínculo íntimo. Algo así sucede con Después de la tormenta, de cuya construcción dramática tanto puede decirse, en función de sus locaciones y decorados contenidos, pulcramente organizados; de la introspección de sus personajes y sus esfuerzos por disimular angustias; de los gestos fugaces que liberan afecto mientras lo esconden. Son muchos pequeños momentos los que desprende el film de Hirokazu Koreeda, como matices sutiles, que dicen de manera casi secreta para que el espectador luego los recuerde como destellos felices. Después de la tormenta es un film de carácter familiar, o de lazos familiares, como nexos que persisten, se estiran, rompen y rehacen. El eje del film es Ryota (Hiroshi Abe), quien debe rondar los cuarenta, está separado, va y viene de la casa de su madre a la oficina de detectives donde trabaja. Alguna vez fue un escritor promisorio, premiado, de él se esperaba mucho o quizás eso era lo que él soñaba. Pero algo pasó, seguramente ligado al matrimonio trunco. Ahora bien, y acá el problema, aun cuando la pareja se haya distanciado, el cariño por ella permanece. Pero Ryota parece apurado, desorganizado en sus maneras, mientras intenta infructuosamente cumplir con la cuota alimentaria. Hay un hijo al que se quiere, desde ya, pero también se dibuja sobre el horizonte la figura de un padre sustituto, en tanto amenaza que podría ser definitiva. Si Ryota es alguien surcado entre quien quiso ser y el ahora, su hijo pequeño transita también una situación dual, repartida entre el padre y la madre como así también de cara a la figura del nuevo padre. Misma crisis que supone la historia quebrada de ella, dividida ahora entre dos hombres. Es decir, todos los personajes del film caminan por una línea de división lábil, cuya escisión final pareciera descansar en la toma de decisión o en la muerte. De esta manera, como ejemplo casi consumado, es la madre de Ryota quien encarna el recuerdo negado hacia su marido, ya fallecido y pensado por ella como una etapa felizmente superada: pero hay pequeñas señales que parecen decir lo contrario, como negaciones sutiles de ese gran capítulo vivido, al que todavía parece recordar para resistir el mentado olvido. Es ella quien oscila entre el diálogo adulto que debiera tener con su hijo y los juegos que recuerdan la niñez; así, el helado que raspan los dos, casi imposible de comer, semeja el ritual gestual de una madre y su hijo. Por eso, qué es lo que dicen las palabras de los personajes de Koreeda no es tan importante como lo que expresan sus cuerpos y gestualidad. Ryota, en este sentido, es el desbocado, quien dilapida el dinero en apuestas y pone en riesgo el acuerdo familiar. El film lo delinea desde un retrato general, en donde su accionar es parte sustancial de quienes le rodean, y viceversa. Tal vez, sea tiempo de tomar algunas decisiones, y con ellas poder mirar de forma distinta. Es en esta instancia dilemática donde se sitúa la propuesta formal de Después de la tormenta, al ensayar una variación entre el drama y pocos pasos de comedia, en tanto simples momentos que vuelven cotidiano lo que se cuenta. Así de cercana resulta ser la película magistral de Koreeda, capaz de buscar un contrapunto constante, que amenice sin disipar el drama o la angustia de sus personajes. Accionar que queda suscripto a la fisonomía de un Japón barrial, detenido en el tiempo, con personajes solos e imágenes bucólicas, hermosas. En donde la mariposa que toma vuelo tras nacer encierra el misterio de esas vidas compartidas, separadas y reunidas con otros. Como corolario, en tanto temperatura que asciende hasta encontrar su meseta y posterior calma, aparece el tifón, como una figura ritual que los habitantes de esta ciudad saben que deben enfrentar. En calma, sólo debe esperársele. Esa noche será suficiente para recordar lo vivido y legar los buenos momentos vividos a quienes siguen.
"Después de la tormenta", relaciones peligrosas La película del japonés Hirokazu Koreeda es un drama que no se priva de ciertos toques cómicos. Ryota vive en el pasado, en sus momentos de gloria como premiado autor. Tras divorciarse, gasta en las carreras todo el dinero que gana como detective privado y no puede pagar la pensión alimenticia de su hijo. En realidad, es un experto en frustraciones, ya sea como escritor, como marido y como padre. Por lo cual, tras la muerte de su progenitor, trata de retomar las riendas de su vida y hacerse un hueco en la de su hijo. Una inesperada tormenta reúne a la familia de nuevo en casa de la madre de Ryota. Un tifón que, por una noche, le dará la oportunidad de encontrar los hilos que vuelvan a unir a los miembros de lo que alguna vez fue su familia. El tema de Koreeda en "Después de la tormenta" es la familia y sus vínculos, sobre todo la relación entre padres e hijos, no siempre sanos y transparentes. Asimismo, todo cristaliza durante la brava tormenta, una especie de refugio no sólo de la tempestad natural sino también de los sentimientos familiares. El plus: un final de antología.
Lo importante es lo que quiero llegar a ser En Después de la tormenta (Umi yori mo nada fukaku, 2016), el realizador Hirokazu Kore-eda presenta temas ya abordados en su prolífica carrera, como la relación entre padre e hijo, la incertidumbre y la insatisfacción. El resultado sigue siendo óptimo. Si bien el japonés Hirokazu Kore-eda transitó el drama familiar en otras películas más logradas como Un día en familia (Aruitemo aruitemo, 2008) y De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni naru, 2013), con Después de la tormenta confirma su talento para generar climas y construir situaciones plenas en verdad. En su más reciente film, el cuarentón Ryota (Hiroshi Abe) regresa a casa. No es un regreso más; su padre murió recientemente y la madre quedó sola en el departamento –hasta entonces- matrimonial. Aunque no parezca que a ella le preocupe demasiado la viudez (lo deja en claro de forma explícita), el hijo está allí para acompañarla y resolver algunos asuntos económicos. Ryota, que en su momento fue una joven promesa de la literatura, dice trabajar en una agencia de detectives para poder escribir una nueva novela. Pero la verdad es que lo urgen las deudas y su vida está sumida en el desencanto. Su hermana lo trata con cierta distancia, su ex esposa comenzó una relación con un hombre acaudalado, apenas puede ver a su hijo cada tanto, y la forma que encuentra para resolver los problemas es mediante el juego o las extorsiones a sus propios clientes. Pese a este cuadro entre patético y deprimente, estamos frente a uno de esos loosers que de tan mal que les va nos termina poniendo de su lado. Si bien el centro gravitacional de los conflictos recae sobre el derrotero del Ryota, la película se detiene en cada personaje secundario; cuáles son sus incertidumbres, temores y esperanzas. Heredero de los problemas con el dinero que tuvo su padre, él encontrará en los diversos encuentros con familiares y compañeros de trabajo un nuevo motivo para profundizar su pesar, que acarrea con el desencanto propio de aquellos que desean mucho más de lo que obtienen. Ese medio tono del personaje “contagia” al film entero, que por momentos deriva hacia la comedia de situaciones, tono que le sienta estupendo. Hirokazu Kore-eda comprende el drama del personaje y lo aborda mediante una puesta en escena sencilla, alejada de toda artificialidad. Su maestría radica en la construcción del campo, cercana al personaje y por momentos un tanto opresiva. Hacia la última parte, como si la película toda respirara el mismo aire que Ryota, llega el tifón anunciado desde el comienzo y Después de la tormenta adquiere una temporalidad chejoviana. La película, entonces, nos ofrece nuevas perspectivas a partir de un tiempo suspendido, en donde las emociones se ponen en primer plano, ofreciéndose como una epifanía de aquello que estaba sugerido antes de que empezara a llover.
Sin la rigurosidad formal de sus mejores películas de décadas pasadas, lo nuevo del realizador de “After Life” y “Nadie sabe” continúa la exploración en las vidas de complicadas familias japonesas, aquí con un padre irresponsable que busca una segunda oportunidad como protagonista. Tras una serie de documentales, Kore-eda Hirokazu hizo su aparición en el panorama internacional ya hace casi veinte años con la premiadísima AFTER LIFE, en la que ya se encontraban esparcidos en sus distintos protagonistas muchos de los temas que seguirían en su obra desde entonces. Pero si bien las temáticas se han mantenido, estilísticamente el director ha ido cada vez más adocenando su lenguaje cinematográfico hacia un registro más convencional, envolviendo a sus humanistas historias sobre problemáticos personajes que intentan encontrar un camino “justo” en la vida en ropajes cada vez más estandarizados, uno podría decir hasta “comerciales” dentro del panorama del cine japonés. Muy buenas películas posteriores como NADIE SABE (2004) o UN DIA EN FAMILIA (2008) fueron dando paso a otras como DE TAL PADRE, TAL HIJO (2013) o OUR LITTLE SISTER (2015) en el que similares temáticas encontraban desarrollos más estructurados, previsibles y hasta convencionales, aún cuando no perdían jamás el interés debido a la preocupación –casi obsesión– del director por el tema de las relaciones familiares. Se puede decir que DESPUES DE LA TORMENTA (2016) continúa en esta línea, aunque tiene algunos elementos de interés que la acercan a sus mejores películas de la década pasada. El filme, al que uno podría imaginar pronto para una remake hollywoodense, se centra en Ryota, un hombre que promedia los 40 y que ha tenido una breve carrera como escritor de éxito pero hoy está bastante perdido en su vida. Divorciado de su mujer, con la que tiene un hijo al que ve una vez por mes, trabaja como investigador privado y suele gastarse todo el dinero que gana en apuestas y alcohol. Cuando muere su padre –con el que no tenía buena relación– llega a la casa de su madre dispuesto a vender o empeñar cosas suyas, pero no encuentra nada de valor, por lo que sigue con deudas, en especial con su ex mujer, a la que no le pasa dinero. Y si bien trata de hacer las cosas correctamente (y su madre, pese a saber sus limitaciones y egoísmo, intenta ayudarlo), siempre se mete en algún inconveniente, cegado por su egoísmo, su pasión por el juego o sus traumas familiares. El filme se centra en su vida y en sus siempre confusos intentos por recuperar la relación con su hijo, al que se acerca de maneras poco convencionales, usando su trabajo como investigador para espiarlo en sus actividades diarias. A la vez, aprovecha su profesión para otras actividades no del todo lícitas. De todos modos, cada uno de sus intentos por ganar dinero terminan en alguna apuesta fallida: lotería, carreras, etc. Hasta que la tormenta a la que hace alusión el título le presente una inesperada oportunidad de recomponer de manera un poco más sana los lazos fracturados de su familia, que incluye a su igualmente egoísta pero más socialmente adaptada hermana. Una de los ángulos más interesantes que la película tiene para ofrecer es su retrato de una familia japonesa de bajos recursos, la manera en la que viven, piensan y administran sus ingresos, y cómo el dinero juega un rol importante a la hora de todos los intercambios personales. El otro, el central, el del promisorio y perdido escritor que busca una segunda oportunidad en su vida es un tanto más gastado y previsible, si bien Kore-eda lo maneja con una delicadeza y economía de recursos poco usuales en el cine occidental. Son esos pequeños apuntes personales –los momentos entre Ryota y su madre, los recuerdos que tiene de su padre– los que le agregan un plus a una película cuyo recorrido dramático se adivina desde los primeros quince minutos. Eso, y la manera de acercarse a esa temática tan cara a la tradición del cine japonés como es el shomin-geki, filmes centrados en las vidas de las clases trabajadoras, hace que DESPUES DE LA TORMENTA emocione aún dentro de su previsibilidad formal y narrativa, algo que se logra especialmente en su última parte, la que sucede durante y después del tifón que da título al filme. Allí es el personaje de su madre el que se vuelve clave y fundamental. Como sucedía en el cine de sus maestros Mikio Naruse y Yasujiro Ozu (el propio Kore-eda se reconoce más en la comparación con el primero que con el segundo, en especial por la clase social de sus personajes, si bien su cine actual no posee la rigurosidad formal ni el virtuosismo de ellos), esos pequeños momentos elegíacos y humanos a la vez son los que lo convierten en un cineasta-faro en su país, por más que sus películas vayan cada vez alejándose más del realismo que pretenden retratar y asemejándose a amables y esperanzadoras fábulas.
Dramática pintura familiar con un sutil tratamiento estético Redimirse de los errores cometidos, curar las heridas del pasado, intentar cambiar algunas cosas, aunque en varios de los aspectos más importantes de la vida decide continuar sin cambios, se encuentra inmerso dentro de ese panorama sombrío en el que, en algún momento, parece colarse un destello de luz, Ryota (Hiroshi Abe) navega sin un rumbo fijo continuamente. El protagonista podría tener todo para sentirse realizado y feliz, pero se auto boicotea. Está separado de Kyoko (Yoko Maki) y tiene un hijo de 11 años llamado Shingo (Taiyô Yoshizawa) que es su debilidad, pero puede verlo sólo una vez por mes. Además, trabaja de detective privado junto a un compañero siguiendo casos de infidelidades, y lo hace sólo por la plata. Porque realmente él es un escritor que hace 15 años publicó una novela exitosa y premiada por la crítica, pero no continuó por esa senda con excusas varias para no seguir escribiendo. Otra de sus debilidades, tal vez la más importante de todas, que no le permite salir a la superficie es su adicción a las apuestas, en su condición de jugador compulsivo, paryticularmente a las carreras y a la lotería herencia hereditaria de su padre, pese a que estaba enemistado con él. La tradición pudo más y eso hace que se sienta perdido en un laberinto del que no puede salir. Siempre está endeudado, no puede estar al día con la cuota alimentaria de su hijo, ni puede ayudar económicamente a su madre Yoshiko (Kirin Kiki), la conciliadora de la familia y su sostén en más de una forma. Con todos estos elementos el director Hirokazu Kareeda traza la pintura de una familia japonesa disgregada, cuyo punto de contacto es la madre, una anciana que vive sola pero con gran energía que no se la puede contagiar a sus hijos. Si este núcleo familiar está en permanente ebullición, afuera, la ciudad está azotada por tifones, que son tan típicos durante el verano. Este relato en paralelo mantiene la tensión constante porque no se sabe si la tormenta los va a afectar de alguna manera, o con lo que tienen ellos, es suficiente. La historia logra momentos de gran profundidad dramática, con pequeñas dosis de humor que suavizan la narración. En los momentos que Ryota está trabajando, los diálogos y las acciones tienen un ritmo más elevado que cuando está con su familia, donde las relaciones y las conversaciones logran una cadencia mucho más tranquila, son más intimistas y melodramáticas. Generalmente cuando se presentan oportunidades, como las que tiene el protagonista, y no las sabe aprovechar, el responsable es uno mismo por no tener la capacidad o la voluntad de corregirlo, y dejar de lado ciertas acciones y actitudes que no lo dejan salir del pantano en el que se encuentra atrapado.
Fábula del tiempo presente El maestro japonés Hirokazu Kore-eda es uno de los pocos directores actuales que puede resumir la belleza en su solo plano fijo de, por ejemplo, una alacena atiborrada de cacharros o de una mesa pequeña en el que una reciente viuda y su hija toman el té, mientras recuerdan, como al pasar, al difunto. En la pequeña charla también hay un resumen de otro tipo: el de la actitud de los adultos de mediana edad frente al presente, subsumidos en una dinámica en el que el tiempo es mucho más intangible porque no hay una conciencia del pasado ni tampoco de un futuro lejano, “no es el aquí y ahora” sino “el aquí, dentro de un rato”. La anciana también es madre de Ryota (Hiroshi Abe, el más “occidental” de los actores japoneses), un detective privado de medio tiempo que vive de la gloria pasada de haber escrito una novela premiada, la cual no pudo aprovechar como envión para construir una carrera. Su lucha entre su moderada ludopatía y las ofertas para escribir el guión de un manga lo dejan en una encrucijada, consecuencia de su intento por cumplir con la cuota alimentaria, pero en definitiva tratar de ser un mejor padre. En este vaivén de alma perdida discurre la vida de Ryota, quien no es retratado bajo la forma del costumbrismo del perdedor de buen corazón que Hollywood supo configurar sino que Kore-eda, dentro de lo que es el shomin-geki (películas sobre la clase trabajadora japonesa) adosa cuotas de humor, una suerte de infusión de flexibilidad con el protagonista. Algo lejos de la destreza dramática de sus opus magistrales, como After Life (Wandafuru raifu, 1998) y Nadie Sabe (Dare mo shiranai, 2004), Kore-eda realiza una pequeña fábula económica en recursos retóricos pero profunda en su tesis sobre la mirada actual acerca del presente como variable temporal, perfectamente identificable en los personajes, aunque no como estereotipos sino como arquetipos de un momento en la apreciación y conciencia del tiempo, que no está en el radar general, como se pregunta la anciana en el prólogo: “¿Por qué los hombres no pueden amar el presente?”. Hacia el final, el tifón que amenaza durante gran parte de la historia se presenta para sintetizar las ideas (del film y de los personajes), pero también la sensibilidad y lo poesía que atraviesa como esa mariposa azul que la anciana asegura que es la reencarnación de su marido. Kore-eda prolonga su cine de historias cruzadas por la fábula, la poesía y la cotidianeidad social en el interior de Japón pero más cerca del convencionalismo narrativo que, en sus últimas realizaciones, parece aducir cierta comodidad.
Ryota va a visitar a su madre con motivo de la muerte de su padre. El había empezado una prominente carrera como escritor, pero su afición al juego y su falta de creatividad, hace que regrese a la casa de su madre, en busca de una posible herencia. Trabaja de detective privado y todo el dinero que gana lo gasta apostando en las carreras, por lo que no puede pagar la pensión de Shingo, su hijo de 11 años. Se ha divorciado de Kioko e intenta recomponer esa relación y volver a formar parte de la vida de su hijo. Un día un tifón los obliga a pasar la noche juntos. Un drama con un ritmo lento, pero atractivo. En el comienzo se escucha una radio anunciando que se avecina un tifón, el número 23 en lo que va del año. Llega Ryota a casa de su mamá y comenzamos a conocer un poco de este ¨perdedor¨ de la vida. Es su historia, y su relación con su familia, la natural y la que intentó formar. Es una reflexión de lo complicado que es vivir ligado al juego, esa necesidad de contar con dinero para apostar, llevándolo a utilizar muchos recursos para obtenerlo. Y a su vez también nos introduce a las complejidades en la relación de padre e hijo. Un tifón, el que pregonaban al comienzo del film, provocará un cambio en la historia. Un drama familiar relatado con mucha sutileza. Excelente la actuación Kirin Kiki interpretando a la abuela, Hiroshi Abe en el papel de Ryota se lo ve muy convincente y Yoko Maki como Kioko complementa esta terna de buenos actores que llevan adelante este relato Una verdadera joyita asiática retratando las relaciones humanas, con una historia universal.
Una amenaza de tifón que se deja escuchar en la radio se contrapone con la tranquilidad de los encuadres de Kore-eda y con un comienzo familiar donde lo cotidiano gobierna sin ataduras. Madre e hija dialogan y se mueven dentro del plano fijo frontal que las mira en sus pequeños actos domésticos. Luego de establecer el marco, que será un refugio dramático para los personajes, aparecen los trenes (que siempre serán de Yasujiro Ozu) y la tradicional llegada a la estación (imagen fundante si las hay) para que descienda Ryota, el hijo, pero al mismo tiempo un padre problemático, jugador, que solo puede ver a su hijo una vez al mes, que ha escrito una novela pero que debe rebuscársela como detective en una agencia. La dinámica de las relaciones familiares, una especialidad del director nipón, sobre todo en los últimos filmes, aparece en escena pero nunca se exacerba. El inminente arribo del tifón es proporcional al potencial estallido que jamás se desata, como si aguantar los embates climáticos (una costumbre japonesa) fuese tan natural como soportar las llagas de la vida sin quejarse. Kore-eda dispone de material para el drama sentimental, sin embargo, su terreno es otro, el de los instantes fugaces, lo más parecido a la felicidad, aunque el término suene ambicioso. Salvo algunos matices, todas las criaturas del director son buenas. Y en esta postulación de la realidad, que no escatima en el dolor (siempre contenido), se destacan sobre todo los personajes femeninos. Allí está en primer lugar la abuela perceptiva, sabia, reparadora que nunca pudo comprender a su difunto marido. Desde sus primeras ficciones Kore-eda sabe cómo filmar a los ancianos y esta no es la excepción. Cuando la cámara se consagra a una mirada microscópica y destaca los detalles de una existencia signada y comida por el paso del tiempo, asoma la poesía. Basta ver la dedicación que la mujer le consagra a sus plantas, a la comida para su nieto, a observar de qué modo una mariposa la ha seguido, a compartir con un grupo de gente mayor la pasión por Beethoven, de recordar pequeñas anécdotas familiares como olvidar los nombres de actores y actrices americanos. Es la etapa de la liberación y del placer, una vejez plena pese a los inconvenientes del hijo. Por eso será clave el diálogo que sostiene con su ex nuera porque ambas representan a dos generaciones de mujeres cuyos hombres jamás entendieron nada. En esta película las mujeres son las que pueden plantearse cosas como “¿Cómo ha llegado a ser mi vida así?” o “Para bien o para mal es parte de mi vida” sin ruborizarse. El anverso es el patetismo tragicómico de los hombres. Ryota está condenado a repetir los actos del padre. A medida que transcurre la historia vamos sacando su velo y enfrentamos su naturaleza imperfecta, acción que se detendrá solo cuando pueda redimirse, descubrir su legítimo rostro y acaso comenzar de nuevo. Los temas son pesados pero Kore-eda los afronta con liviandad. Se toma todo el tiempo necesario para que los personajes se muevan dentro del plano sin movimientos frenéticos de cámara. Y aún las acciones morales más cuestionables dentro de una lógica convencional son frenadas a tiempo con salidas humorísticas o pertinentes cambios de tono. Finalmente, cuando el tifón se hace presente, el hogar devenido en una especie de rompecabezas surge como refugio y espacio de recomposición familiar momentánea pero eficaz. Alguien podría objetar una cierta cuota de sentimentalismo en la secuencia de cierre, no obstante, me atrevo a decir que en una película que promueve el placer por los detalles habría que dejar la puerta abierta a la duda ya que la felicidad se entrega a cuentagotas. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Dirigida y escrita por el japonés Kore-eda Hirokazu (De tal padre tal hijo), Después de la tormenta es un drama ligero que tiene como eje principal los lazos familiares. Ryota es un escritor que pasó su momento de gloria con una novela que escribió hace ya largos años. Hoy intenta sin mucho éxito llevar el rol de padre, ya separado de su mujer. Sin un buen presente económico, deambulando entre apuestas y empeños además de su trabajo como detective, la vida de Ryota parece no tener rumbo. Estamos en verano y un tifón amenaza con azotar Kiyose, y proponiéndoselo a medias, termina reunido junto a su hijo y su ex mujer en la casa de su madre. Ryota no logra ser padre ni hijo. No pudo darle a su madre lo que esperaba, poder mudarla de ese barrio de donde no pudo salir, ni tomar las riendas de la familia tras la muerte de su padre. Como padre se la pasa aplazando la entrega de la manutención por despilfarrar cada moneda ganada. Tampoco con su hermana logra una relación fuera de la que necesita para pedir dinero. Después de la tormenta está construida de pequeños momentos antes de la tormenta, en contraposición con el título, hasta llegar a ella. De a poco, de manera sutil se va construyendo el personaje principal y sus diferentes relaciones (no sólo cómo se relaciona con su hijo y su ex mujer, sino con su fiel compañero de trabajo en la agencia de detectives, con su oficio de escribir sin escribir, o con esa amable y sabia señora que tiene de madre). A la larga, la tormenta llega para brindar cierto respiro, para arreglar cosas, en lugar de destruirlas, como uno podría suponer. Es ése el significado que el director le brinda al fenómeno. Quizás porque a veces es necesario algo fuerte que amenace con acabar con todo. Eso se percibe antes de que llegue, que en algún momento todo va a explotar, una crisis incipiente, una catarsis. En las dos horas que dura la película, Kore-eda se toma su tiempo para construir estos lazos y es probable que se tarde en lograr conectar con los personajes. Es en la segunda hora donde aflora lo mejor de su cine, especialmente en ese final, que sin ser sobrecargado al mismo tiempo es muy profundo. Bien dirigida, especialmente con los actores, y contada, aunque con una banda sonora algo recargada, este drama ligero con algunos toques de humor es una película personal e intimista, minimalista incluso, que pone en foco la cotidianeidad y consecuencias de los lazos familiares. Dulce y amarga al mismo tiempo, así como la vida.
La nueva película del japonés Hirokazu Koreeda (After Life, 1998) no trae sorpresas y una vez más aborda sus temas predilectos: la clase media y los lazos familiares, la crisis del matrimonio y la vida cotidiana de personajes con familias que bordean la disfuncionalidad. Como en De tal padre, tal hijo (2013), en Después de la tormenta Koreeda vuelve a poner en escena la tríada conformada por el padre, la madre y el hijo. El protagonista es Ryôta (Hiroshi Abe), un escritor entrado en los 40 que tuvo una cierta gloria con su primera novela pero que en la actualidad atraviesa una situación preocupante: el fallecimiento reciente de su padre, el divorcio, la crisis creativa y financiera. Ryôta se pasa los días entre la casa de su madre ya anciana, que vive en un complejo de viviendas, y su trabajo de investigador privado. También tiene la obligación de conseguir el dinero para la alimentación de su hijo, aunque siempre lo malgasta en la lotería y las carreras de bicicleta. Sin embargo, a Ryôta le interesa recuperar a su exmujer y pasar más tiempo con su hijo. Lo que más llama la atención del cine de Koreeda, además de la sensibilidad para retratar la cotidianidad de sus personajes, es la importancia que le da a la comida y cómo se las ingenia para insertarla en el relato sin que nos demos cuenta. Los personajes de Koreeda cocinan, saborean la comida, hablan de ella. En sus películas, el acto de comer tiene la misma importancia que el resto de las acciones. Las relaciones de los personajes siempre están mediadas por lo culinario. Y el talento del director reside en lograr que no parezcan recursos remarcados, sino que sucedan espontáneamente. Quizás lo menos interesante de Después de la tormenta sea su pretendida enseñanza, que roza en todo momento con una filosofía de manual de autoayuda. Es en su intención de dar respuesta a algunas de las preguntas que se hacen los personajes en momentos de crisis, y en esa filosofía del “vive el presente y disfruta de la vida”, donde se encuentra su costado más endeble. Sin dudas, lo mejor de Después de la tormenta está en la relación que Koreeda construye entre los tres protagonistas (el padre, el hijo y la madre), y en cómo muestra a un personaje que no se anima a poner los pies sobre la tierra.
Es un fuerte vendaval Una abuela japonesa le habla a su hija aunque no le preste mucha atención. Más tarde, su hijo escritor, también va a visitar a la pobre vieja. Ryota tampoco parece muy cariñoso con ella. Pero esta abuela solitaria y triste no es en realidad la protagonista sino que lo es su hijo, Ryota. Parece ser escritor aunque también parece ser detective. Él dice que hace las veces de detective con el fin de investigar para sus novelas. Lo cierto es que trabaja de detective y hace mucho que no escribe nada. No se trata de ninguna manera de un detective seductor y valiente que descubre los casos policíacos más importantes de la ciudad. Sino que sólo se encarga de sacarle fotos a esposos y esposas infieles para una pequeña agencia. Todo lo que podría haber soñado de niño Ryota no ha llegado a serlo. Él es, en realidad, nuestro protagonista triste y solitario. Un fracasado al que la sociedad y el país se encargan de castigar. Se acerca el veintitresavo tifón del año y todos se preparan para estar resguardados cuando llegue. Los espectadores esperan ver si esta tormenta cambiará de una buena vez por todas algo en sus vidas tormentosas. Ryota tiene grandes problemas económicos. Lo poco que gana se lo gasta en las carreras y en la lotería. Vive en el futuro, o en el pasado. Sin embargo el presente le reclama a través de un hijo al que nunca llega a cubrirle la cuota alimentaria. Pero el problema más grande es que sigue perdidamente enamorado de su exesposa, y eso empeora todo. Esa persona, que ama con locura, que anhela, que espera hace años, que algún día fue su ilusión, le dirige merecida y constantemente miradas frías, despreciándolo. Por supuesto, con justa razón, ya que Ryota es un mal padre y también un mal hijo. No sabemos exactamente por qué se han separado inicialmente pero siempre está presente el malestar financiero. El tifón hará que su madre, su hijo, su exesposa y él tengan que pasar la noche juntos bajo el mismo techo. Después de la tormenta se espera alguna transformación. De la lluvia siempre se espera que lave, que purifique, pero esta familiar no tiene tiempo para metáforas y no está para redenciones mágicas. Además no es cierto que para que haya cambios positivos tengan que existir necesariamente vendavales destructores. El Fenix, si pudiera elegir, primero elegiría no morir. Esa noche el niño dice a su abuela que ojalá ganen la lotería para poder vivir los 4 juntos por siempre en un gran palacio. La falta de ingresos empieza a filtrarse por todos lados. Se mete en las charlas cotidianas, gotea en las relaciones familiares, ennegrece todo, y finalmente descascara las pasiones. Es un intruso indeseable en la cama.