El director de "El cuervo", Alex Proyas, vuelve con un film de aventuras donde tira toda la carne al asador pero no despierta adrenalina ni emoción. El actor Gerard Butler aparece desdibujado como si todavía estuviera en "300". El director de El cuervo y Dark City,Alex Proyas, vuelve con una superproducción recargada de efectos especiales e inspirada en la mitología clásica de Egipto que pone en juego la supervivencia de la humanidad a través del enfrentamiento de dioses, monstruos y un reino de pirámides.Dioses de Egipto parece salida del ciclo "Sábados de super acción", lo que no estaría nada mal si colocara al espectador al borde de la butaca, pero la película sólo muestra un diestro manejo de los recursos tecnológicos colocados en primer plano para una historia que no desarrolla demasiado los personajes ni logra emocionar. El film no tiene adrenalina y todo se percibe como plástico, como si se tratase de Transformers con combates a orillas del Nilo, y con un desfile de Gerard Butler por la pantalla grande que todavía parece estar filmando 300. Acá encarna a Set, el dios implacable de las tinieblas -un oscuro ser alado- que usurpó el trono de Egipto sumiendo al reino en el caos. En la historia se suman un joven ladrón -Brenton Thwaiters- que consigue el respaldo de Horus -Nikolaj Coster-Waldau- formando una alianza para enfrentar al Mal Supremo y conseguir así a el verdadero amor.Con un gran despliegue de fondos y chisporroteo visual, Proyas no logra los climas alcanzados en sus anteriores trabajos y sólo pone el acento en héroes, antagonistas redimidos y en enfrentamientos con espadas realizados con ralentis. Los anacronismos y toda la carne que se echa al asador no contribuye para equilibrar al film hacia el lado positivo. Siempre hay más y más para ver, desde caídas de cascadas, ataques de serpientes gigantes -la mejor secuencia del film-, juego de tamaños y escalas entre los personajes -como en El señor de los Anillos-, además de cameos del actor fetiche de Proyas, Rufus Sewell , y una incomprensible y fugaz participación del australiano de Claroscuro, Geoffrey Rush.
En Dioses de Egipto nos encontramos con una producción que refleja la decadencia de un director que alguna vez llegó a ser una promesa del cine hollywoodense.A mediados de los años ´90 Alex Proyas logró llamar la atención con muy buenas películas como Dark City y El Cuervo que presentaron una estética visual innovadora frente a las cosas que se hacían en ese momento.Luego tuvo problemas con el estudio Fox en Yo, robot, donde no pudo presentar su visión de la historia e intentó levantar el nivel de su filmografía con Cuenta regresiva, una propuesta de ciencia ficción con Nicolas Cage que no estaba mal.Su nueva labor representa el peor trabajo de su carrera.Una producción de aventuras y fantasía que trabaja una temática atractiva como es la mitología egipcia y se vio afectada por el gran cáncer que padece actualmente parte del cine hollywoodense.Me refiero al abuso extremo y obsceno de la animación computada que hace imposible conectarse con la historia por el artificio exagerado de las imágenes.Este es un grave problema que vimos hace poco en filmes como R.I.P.D (Jeff Bridges), Hércules: El origen de la leyenda y la última entrega de la trilogía de El Hobbit.Los efectos especiales de Dioses de Egipto son tan truchos que parecen haber sido realizados hace 20 años en el cine clase B.Todas las ambientaciones se ven artificiales y las secuencias de acción son horrendas porque la animación CGI es de muy mala calidad.Hay una escena patética donde Gerard Butler arenga un ejército que es penosa de ver. Los soldados de la primera fila son extras de verdad y el resto de los personajes fueron hechos por computadora donde se nota que los guerreros son falsos.Lo mismo ocurre con otro momento donde Set se desplaza en el aire con una carroza que es un puñal a los ojos por la calidad berreta de las imágenes. Ya ni siquiera se acude a los dobles de riesgo para filmar secuencias de acción porque trabajan todo con las herramientas digitales que generan que los personajes se vean como monigotes animados.Películas como Dioses de Egipto son un insulto al género de aventuras.El trabajo del director Proyas apenas desarrolla un conflicto, sino que presenta una historia que tiene la estructura de un video juego, donde los personajes principales van cumpliendo etapas hasta que llegan a la final y se enfrentan al villano.Tampoco ayudó que el guión presente una interpretación bastante tonta y machista de los dioses egipcios, donde los roles femeninos fueron relegados al papel de damiselas débiles sin personalidad que no aportan nada en el conflicto.Un detalle que refleja la ignorancia de los guionistas cuadrados que abordaron este tema. Una mitología tan rica con deidades femeninas complejas e interesantes, como Isis y Sekhmet, acá fue completamente bastardeada con un tratamiento bobo y superficial.La verdad que tampoco se podía esperar demasiado de los mismos guionistas que brindaron otros filmes mediocres como El último cazador de brujas (Vin Diesel) y Drácula: La leyenda jamás contada. Lo único destacable de esta producción pasa por el trabajo de los actores, donde figuras como Gerard Butler, Nikolaj Coster-Waldau (Juego de tronos) y Geoffrey Rush logran presentar actuaciones decentes pese al material pobre con el que contaban.Salvo que te de lo mismo ver una buena película de aventuras que la final de Bailando por un sueño, Dioses de Egipto es una propuesta mediocre con la que no vale la pena perder el tiempo.
Egipto era tan dorado?. Inspirada vagamente en la mitología egipcia, llega esta historia de dioses, reyes, humanos valientes, monstruos arenosos y pirámides tramposas.Una simple historia en la que el Dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau) debe recuperar el trono que el malvado Dios Set (Gerard Butler) le ha arrebatado. Así se plantea el escenario de batallas, aventuras, y toda clase de luchas coreográficas, una atrás de la otra para que el espectador no se aburra; algo así como un "tirarle con de todo".Si hay algo que no falta en esta película son efectos especiales, una catarata de efectos estruendosos, técnicamente bastante correctos pero sin ningún criterio estético; un abuso espantoso de CGI y color dorado; los monstruos, las alas, los dioses gigantes marean al espectador, y por momentos parece que estuviéramos viendo un filme de acción de los ochentas como "Flash Gordon" o "Furia de titanes".Los actores hacen lo que pueden con una historia llena de clichés y con algunos diálogos que rozan lo ridículo. Gerard Butlerhace casi lo mismo que en "300", pero con un guión peor y Nikolaj Coster-Waldau está muy lejos de su buena interpretación de Jaime Lannister en "Game of Thrones". Geoffrey Rush le da un poco de altura interpretativa a la película pero, aunque sale airoso, las escenas que debe interpretar son bastante pobres.En la búsqueda de un tanque, Alex Proyas -correcto director de "El Cuervo", "Yo, Robot" y "Dark City"- dirige este filme de acción y aventuras extremadamente pochoclero que entretiene, pero también subestima bastante al espectador.
Esto. Es. Egipto! Dijo Indiana Jones: “Improviso mientras avanzo”. La improvisación es uno de los paradigmas fundamentales de la historia de aventuras, el “Pienso luego existo” del género. Pero hay que distinguir entre las improvisaciones del héroe y las del escritor. Sino el resultado es una historia incoherente y poco cohesiva como Dioses de Egipto (Gods of Egypt, 2016). Cada escena parece haber sido escrita el mismo día en que fue filmada. El vicio con el que la película introduce restricciones y luego las deshace es increíble. Por ejemplo: el dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau) no puede transformarse y volar a menos que posea sus dos ojos – la fuente de su poder – y su tío Set (Gerard Butler) se los ha arrancado luego de matar a su padre Osiris. Pero al rato Horus vuela, bendecido por Ra. Más tarde vuelve a volar. ¿Y ahora cómo? “El poder siempre estuvo en mí,” aclara Horus después del hecho. Y a otra cosa. ¿Cómo vengar a su padre y detener a Set, cuya tiranía ha sumido a Egipto en la desgracia? Se recalca cualquier cantidad de veces que sólo hay un objeto que logrará todo esto. Pero ni bien las cosas se vuelven demasiado complicadas, esta condición también desaparece. El guion resuelve sus propios conflictos sin que los personajes tengan que mover un dedo la mayor parte del tiempo. Horus tiene un acompañante en su aventura, el mortal Bek (Brenton Thwaites). A cambio de devolverle a Horus uno de sus ojos, el dios promete devolver a la vida a su amada, Zaya (Courtney Eaton, cuyo escote es el punto focal de todas sus escenas). Si Horus tiene o no ese poder es motivo de contienda entre Bek y Horus. Valga decir que la película tampoco se pone de acuerdo consigo misma sobre qué es posible y qué es imposible. Hacia el final todos los conflictos han sido desbaratados como quien no quiere pensar demasiado en el asunto. A lo largo de su travesía luchan contra serpientes gigantes, esfinges gigantes y dioses gigantes. Cada nuevo desafío viene acompañado por algún chiste incidental de Bek, ninguno muy gracioso. Los efectos especiales no son muy buenos, lo cual es raro para una película con un presupuesto de $140 millones de dólares. Tantas imágenes digitales terminan aislando a los dos o tres actores en escena, que claramente están haciendo pantomima frente a una pantalla verde. Matt Sazama y Burk Sharpless es el dúo responsable por el guión. Antes escribieron Drácula: La Historia Jamás Contada (Dracula Untold, 2014) y El último cazador de brujas (The Last Witch Hunter, 2015). Dioses de Egipto es su tercer guión y se ubica en el mismo escalón intelectual. Si tan solo dejaran de tomarse a sí mismos tan en serio y abrazaran con más picardía la estupidez de sus mundos podrían escribir comedias muy graciosas; en vez de eso han producido un híbrido de acción, aventura, comedia y romance que entretiene a medias pero no pega una. La película es una experiencia cándida, tiene ese sabor de la vieja escuela. No hay rastros de ironía en ella. Y es divertido explorar la mitología egipcia en vez de la griega o la nórdica, para variar. Pero los dioses merecían algo mejor.
Si existiera un libro titulado “Historia egipcia para dummies” seguramente “Dioses de Egipto” (USA, 2016) hubiese basado su trama, ya que todo el tiempo se intenta hablar del período histórico con una simpleza didáctica que no parece poder superar los propios planteos iniciales que el guión muestra. En “Dioses de Egipto” se asistirá a la pelea entre dos de los dioses más importantes de la época Set (Gerard Butler) y Osiris (Bryan Brown) y en el intento del primero por apropiarse del trono tras el asesinato del segundo. Decidido a imponer un imperio autoritario, además, Set, dejará sin visión a Horus (Nikolaj Coster-Waldau), hijo de Osiris y heredero de la corona, cosa que impedirá para poder así quedarse con el poder. Mientras un joven ladrón llamado Bek (Brenton Thwaites) asiste al sangriento espectáculo, y ve también cómo el déspota Set comienza con su gobierno de muerte y violencia, cercenando las posibilidades y libertades más básicas, decidirá ayudar al caído Horus a recuperar su lugar. Pero Bek también deberá hacerlo por la propia necesidad de poder devolverle la vida a su amada Zaya (Courtney Eaton), a quien su amo (Rufus Sewell), tras descubrir su traición decide matarla. “Dioses de Egipto” se plantea como una nueva puesta al día de un género, el épico, que siempre tuvo adeptos, pero que en los últimos tiempos, le ha sido imposible encontrar el tono y la historia precisa para el regreso con gloria. Alex Proyas (“El Cuervo”, “Yo, Robot”, “Dark City”) en vez de aprovechar su experiencia en géneros mucho más inverosímiles y que apelaban a la tecnología como posibilidad creadora de escenarios y contingencias narrativas, aquí la utiliza para crear todo y no sustentar la narración. Por momentos “Dioses de Egipto” se asemeja a un largo episodio de series televisivas de los años ochenta y principios de los noventa, en las que se intentaban condensar clásicos literarios para cadenas importantes (“Gulliver”, “Hércules”, etc.), con una puesta eficiente y algunos pocos efectos especiales. Pero aquí todo es digital, y las grotescas y evidentes manipulaciones con las que se intenta colocar en el mismo plano a los dioses y los hombres, no hacen otra cosa que advertir acerca de la artificialidad con la que toda la película fue realizada. El nivel actoral, además, no aporta la solidez y la potencia necesaria para poder superar la inverosímil trama y el pastiche que Proyas ha pensado como el ancestral Egipto, cuna de la civilización aquí ridiculizada y bastardeada. Gerard Butler exagera su interpretación del déspota Set, al igual que algunas participaciones de actores de renombre como Geofrey Rush, que personifica a Ra, padre de los hermanos en conflicto, presentado como un anciano al borde de la locura más que el dios supremo. “Dioses de Egipto” pierde su oportunidad de erigirse como la vuelta al cine épico histórico, decidiendo desandar el camino del ridículo y la risa ante la inevitable e imposible posibilidad de ser tomada en serio.
Hay películas que nacen mal desde su mero anuncio. Ya cuando meses, se corrió el rumor en Hollywood de la intención de realizar una aventura épica protagonizada por dioses egipcios; deben haber sido muy pocos quienes se entusiasmaron. La confirmación de Alex Proyas (El Cuervo, Ciudad en Tinieblas) levantó las esperanzas que la llegada de los trailers terminó por desterrar. Nada, ninguna baja expectativa, ninguna intención mordaz, podría imaginarse ser tan “superada” por el resultado. Sobre el punto más controversial, tenemos un producto que posee cero rigor histórico en todo sentido. Los personajes tienen actitudes y llevan una vida bastante similar a la actual, el léxico tampoco es muy diferente, los actores son un cúmulo de “no estadounidenses” de varias partes del mundo, ninguno de procedencia persa o árabe. Aun así, esta falta de compromiso veraz se convierte en un punto menor en el desarrollo. Dioses de Egipto nos presenta un mundo en el que humanos y dioses conviven. En el que los segundos forman una suerte de linaje de realeza y asumen el rol de monarcas. En este contexto, se nos ubica en la asunción de Horus (Nikolaj Coster-Waldau) como nuevo rey; cuando en medio de la ceremonia irrumpe Set (Gerard Butler), el despiadado hermano de Horus, condenado a vagar por el desierto por su abuelo Ra (Geoffrey Rush). Set asesina a su padre, quita ambos ojos de Horus (su supuesta fuente de poder) y lo condena al ostracismo asumiendo él en su lugar. Del lado de los humanos nos encontramos con los heroicos y plebeyos Bek (Brenton Thwaiters) y Zaya (Courtney Eaton), una parejita que ingenia un plan para robar los mencionados ojos y restituirlos a su dueño. Tragedia mediante, Bek y Horus formaran un dúo de buddy movie para recuperar lo que les pertenece a cada uno. Los guionistas Matt Sazama y Burk Sharpless crearon una historia de intrigas palaciegas bastante reiterada, en medio de un universo en el que los dioses/realeza se comportan y son como una suerte de superhéroes y supervillanos. Cada uno tiene uno o más poderes especiales distintivos, se transforman en algún monstruo o animal, y hacen aparecer unas armaduras muy, demasiado, similares a la de los recordados Caballeros del Zodíaco. El tipo de batallas que se libran corren por el mismo carril, lejos de ser épicas con centenares, miles de soldados participando; son peleas cuerpo a cuerpo, donde ambos dioses se miden y destruyen todo lo que tienen a su alrededor. Los diálogos tampoco ayudan, enfatizados por una partitura compuesta por el todoterreno Marco Beltrami que mezcla unos monótonos acordes de épica junto a otros más propios de gags humorísticos; de la boca de los personajes salen frases que pretenden ser graciosas, cancheras, o carismáticas; cualquiera de los tres adjetivos no llegan a lograrse. Si por algo se lo conocía a Alex Proyas (aunque últimamente ya venía cuesta abajo) era el cuidado en sus puestas en escena. El juego de colores, la expresividad de las imágenes, los conceptos claros en tonalidades. Dioses de Egipto nunca se define, abundan los dorados (la sangre de los dioses es oro líquido) y el lente rojo. Luce sobrecargada pero jamás impactante. Hay imágenes en el espacio, ríos flotantes, naves conducidas por pajaritos, dioses alados, universos subterráneos, arenas voladoras, y los mencionados monstruos y armaduras estrafalarias, quizás todo puesto en un mismo plano; pero nada de eso causa un impacto visual, empalaga y se nota que abusaron de efectos digitales de un nivel más bien bajo. El rubro interpretativo es el típico de este tipo de propuestas, los actores son obligados a pronunciar líneas indecibles y no se esfuerzan en hacerlas creíbles. La creación de personajes es nula, son unidimensionales y con el sólo propósito de cumplir el objetivo que la historia puntual les depara. Realmente cuesta, pero no hay nada a destacar dentro de Dioses de Egipto. Lo peor, su falta de timing y ritmo de aventura, sumado a su extensa duración, hacen que se transforme en un bache aburrido que ni siquiera llega a completar el divertido círculo del “tan mala que es buena”. Las expectativas pueden ser bajas, pero películas como esta siempre nos demuestran que se puede esperar menos y menos.
Espectacular peplum del siglo XXI El cine de aventuras del siglo XXI toma extrañas formas que pueden ir desde el oscuro y extraño western nominado al Oscar "El renacido" a este rarísimo e imaginativo péplum psicodélico del director de "El cuervo", Alex Proyas. "Dioses de Egipto" aplica la fórmula de los superclásicos films de aventuras sobre mitología griega con efectos de Ray Harryhausen como "Jason y los argonautas" y "Furia de titanes", pero aplicando la mitología egipcia. Esto permite imágenes y situaciones absolutamente alucinantes, empezando por la eterna lucha del dios Ra (Geoffrey Rush) para evitar que el caos reptante, una especie de cometa monstruoso, devore el mundo tal como lo concebían los egipcios. Obviamente, como no hay un conocimiento más que general de las creencias egipcias, el director Alex Proyas puede hacer cualquier cosa con estos personajes, como el dios Horus, a quien su tio Seth le roba el trono y sus ojos lumínicos luego de asesinar a su padre, el rey Osiris. Por otro lado, las fuentes que usa el director también se remontan al cine mudo, en especial a "La muerte cansada", de Fritz Lang, la película que cambió la manera de filmar y potenció todo lo que tuviera que ver con efectos especiales al punto de generar el clásico hollywoodense "El ladrón de Bagdad", de Raoul Walsh, que inmortalizó a Douglas Fairbanks. No por nada en "Dioses de Egipto" el protagonista es un mortal, un ladrón que hará lo que sea por sacar a su amada muerta del inframundo, aun si tiene que hacer cosas imposibles como robar los tesoros más preciados y bien guardados de los dioses, asociándose con Horus para acabar con el violento reinado de Seth. "Dioses de Egipto" no sólo es entretenidísima, sino que explota en lo visual en una escalada de delirios realizados con una batería gigante de efectos digitales, con una dirección de arte formidable, un vestuario lujosísimo y una fotografía antológica a cargo de Peter Menzies jr. Hay muy buenas actuaciones como la de Rush o la del malísimo Seth que encarna Gerard Butler. Y también en medio de tanto delirio mitológico, hay mucho sentido del humor que termina convirtiendo a esta película en un gran entretenimiento para todas las edades.
Ay diosito... Un remedo de 300 con mucho despliegue y escasos hallazgos. La lista de películas que durante la última década replicaron formas y contenidos de 300 es tan larga y conocida que ya ni merece enunciarse. Dioses de Egipto es la última de ellas. Del film de Zack Snyder toma una geografía deliberadamente artificiosa, su estilización formal e incluso a un Gerard Butler desaforado como pocas veces antes, para luego mixturarlo con una dosis de fantasía que bordea el ridículo. Y lo bordea desde aquel lado, no de éste. El film de Alex Proyas (Yo, robot) arranca con el dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau, de Game of Thrones) a punto de ser nombrado Rey de Egipto cuando regresa su tío Set (Butler) dispuesto a quedarse con el trono que según él le pertenece por legítimo derecho. Una pelea entre ellos dejará al primero sin ojos y con la obligación de un exilio, y al segundo asumiendo el poder para someter a sus súbditos a un régimen esclavista. Entre ellos está Bek (Brenton Thwaites), quien luego de una serie de situaciones irá en busca del rey auténtico para destronar a su malvado tío. Dioses de Egipto ofrecerá un sinfín de situaciones entre delirantes y fantasiosas, cada cual más grande y ruidosa que la anterior (peleas entre seres mitológicos, rituales con cerebros azules y un Geoffrey Rush pelado interpretando a Ra desde una suerte plataforma espacial). El problema es que esa acumulación nunca termina de amalgamarse en un todo homogéneo y entretenido. El resultado es, entonces, apenas la replicación de una fórmula exitosa.
Una de las cosas que me empezó a preocupar con el abaratamiento de los efectos especiales, es que Hollywood empezara hacer películas cada vez más grandiosas y al mismo tiempo más vacías. Bueno, Dioses del Egipto es un claro ejemplo de que mis preocupaciones era bien fundadas y se hicieron realidad. Usando la idea a la Transformer, cuanto más explosiones y efectos especiales mejor, el director Alex Proya (El Cuervo, Dark City, Yo, Robot), no consigue imprimir ni un poco de emoción a los millones de efectos especiales de la película. La película inspirada en la mitología clásica de Egipto, cuenta la historia de cuando los dioses estaban entre nosotros, y el dios Set (Gerard Butler) usurpa el trono a Horus (Nikolaj Coster-Waldau) y lleva al imperio antes pacifico, a una realidad de conflicto y caos. En ese medio surge un mortal que puede ser la última esperanza de la humanidad. El guión muy predecible y lleno de clichés no sorprende y está escrito con la clara intención de crear escenas grandiosas para que los efectos especiales puedan lucirse, lo que tampoco consigue grandes cosas. Con todas las acciones cada vez más grandiosas y más delirantes posibles, la película salta de una escena de acción a otra, con algunos momentos para el típico romance entre mortales y entre dioses, clásicas y llenas de este tipo de recursos ya tradicional en películas de este genero. Al ver el tráiler me acuerdo que hablando con un amigo comente que esta película va demostrar cómo una película de los Caballeros del Zodiaco en live action nunca debería ser hecha, tanto las armaduras como las escenas de acción se nota demasiado la artificialidad, en ningún momento se siente real o mismo creíbles. Como película predecible termina siendo aburrida, pero si te gusta las películas a la Michael Bay y apagás tu cerebro algunas horas, talvez puedas aprovechar algo de ella
Llega el estreno de Dioses de Egipto, última película de Alex Proyas (El Cuervo, Yo Robot). En estos tiempos de mercado cinematográfico donde abundan superhéroes de cómics, Hollywood sigue ampliando horizontes (y pretendiendo multiplicar ganancias) pero bajo la misma mirada. Gastados los mitos griegos y romanos y revisada la historia bíblica, apareció en estas películas el mundo egipcio. Poco revisitado bajo esta matriz dominante era hora de que la mitología egipcia comenzara a reversionarse. Ra, Osiris , Set y Horus y los otros dioses menores llegan a la pantalla grande con una cinta que podemos describir, en pocas palabras, como cada apertura anual de ShowMatch: larga, pretenciosa y grasa. Una aventura con visos de comedia, romance y superacción donde todo se toma tan en serio que nada funciona. Los dioses (que se diferencian en altura de los hombres y, por lo tanto mediante un horrible truco, se ven enormes) y los mortales deberán unirse para vencer al malo que pretende conquistar el mundo tal como se conoce hasta entonces: Horus y Bek son la pareja despareja de las buddy movie que apenas resulta de a ratos. Tragedias familiares (padres e hijos y complicados vínculos filiales que se trasladan a revanchas entre tío y sobrino al mejor estilo Shakespeare), amores humanos que son capaces de vencer hasta la muerte, celos e iras de dioses que son incomparables y enormes en su furia y sus pasiones se desarrollan en una trama que está plagada de lugares comunes, frases imposibles, y actuaciones estereotipadas. Todo intervenido con acción berretísima (cromas evidentes que gritan su digitalización mal resuelta, efectos que no llegan ni a las producciones de clase B) y que ni siquiera genera placer culposo. Montaje rápido, elipsis apuradas que denotan poco interés en lo que se cuenta o mala elección sobre lo que sería importante contar y desarrollar.
¡Mis dioses! Mito más, mito menos, hay acción, pero falta historia y personajes bien construidos. Algo le pasa a Hollywood con un geénero que en su momento se popularizó, a mediados de los años ‘50 y ‘60: el cine péplum. Eran películas que conjugaban el cine histórico y el de aventuras, por lo general grecorromanas. Acercándonos a esa variedad o categoría, hace poco tuvimos un Hércules, con Dwayne Johnson, tuvimos un Pompeya: la furia del volcán y ahora tenemos Dioses de Egipto, otra superproducción que supera el centenar de millones de dólares, distribuidos en actores (Gerard Butler, Nikolaj Coster-Waldau, Geoffrey Rush, Rufus Sewell -que no escarmienta, ya había estado en Hércules- y algún que otro disfrazado de dios o de mortal, que seguramente no trabajan por el pancho y la Coca) y muchos, demasiados efectos de diseño y visuales para hacernos creer lo que los guionistas no logran. Tal vez allí habría que poner un par de dólares la próxima vez. Si hay una próxima. La historia está contada desde elpunto de vista de Bek, un mortal, enamorado de Zaya, cuando el dios Set asesina a su hermano antes de que éste corone a su hijo Horus, como rey de Egipto. Set le saca los ojos a Horus, pero como los dioses tienen tres características (ser más altos que los mortales; poder convertirse en otra cosa; y corre oro por dentro, en vez de sangre), lo que salpica es oro. No todo lo que brilla es oro, y aquí lo que brilla es la falta de historia, de personajes bien construidos. Acción hay todo el tiempo. Y lo que sigue, mito más, mito menos, es la pelea cuasi eterna entre los dioses, con los mortales -salvo el bandido de Bek- como meros testigos, invitados de piedra, estén corriendo en la pantalla o sentados en la sala.
El ridículo abrazado con firmeza Desde su estreno en 2006, 300 se convirtió en un repentino tío millonario al que le vienen brotando sobrinos hasta debajo de las piedras. Conan el bárbaro, Príncipe de Persia, Furia de Titanes, Inmortales y las series Spartacus y Roma son algunos de los al menos quince títulos que no dudaron en tomar la geografía artificiosa, la estilización formal, la cámara lenta, la ubicuidad de la testosterona, los bíceps digitalizados y/o la cultura del aguante del film de Zack Snyder para, variaciones de distinto grado mediante, convertirlas en sus cartas de presentación. El homenaje –o liso y llano choreo, según se prefiera– de Dioses de Egipto llega hasta la apropiación de un Gerard Butler con los ojos desorbitados y la voz gutural de su recordado Leónidas, como si el tipo hubiera desayunado nafta súper en lugar de café con leche durante toda la década.El tono de esa actuación se corresponde con un film que no sólo no le teme al ridículo, sino que elige abrazarlo con firmeza y decisión. Lo que no está necesariamente mal, por cierto, ya que si hay algo con lo que este tipo de producciones suelen enlodarse es su tendencia a caer en él aun cuando no sea el camino voluntariamente elegido. El problema es que no hay nada más allá de eso. Sólo así se entiende que en apenas veinte, veinticinco minutos pase de todo. “Todo” nunca aplicado tan literalmente como aquí. A saber: el dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau, de Game of Thrones) está a punto de ser nombrado Rey por su padre cuando, en medio de una gran fanfarria, llega el tío díscolo Set (Butler) dispuesto a quedarse con el trono. La pelea sucede con ambos transformados en Caballeros del zodíaco y concluye con el sobrino desterrado y sin ojos.Por ahí anda también un punga medio picarón y felizmente enamorado de su novia devenida en esclava durante el régimen de Set. Años y una serie de sucesos después –siete minutos por reloj–, él va en busca del rey sin corona para que ocupe el lugar que legítimamente le pertenece. Atolondrada y absolutamente despreocupada por cualquier cosa que huela a coherencia, Dioses de Egipto también incluye el trasplante de un cerebro azul, una pulsera de oro mágica, peleas en el mundo de los muertos, víboras gigantes que escupen fuego (no, no son dragones), hipnosis mediante ojos bicolores, seres mitológicos con músculos tamaño Vin Diesel y, la cerecita del postre, un Geoffrey Rush peladísimo interpretando a Ra desde una nave Enterprise pre-cristiana.
Entre la historia y la histeria. La rocambolesca propuesta de Proyas naufraga con todo éxito debido a una serie de malas decisiones que abarcan casi todos los rubros posibles: desde el tono del relato, cantidad y cualidad de los materiales narrativos seleccionados, el delineamiento de los personajes y la lógica interna de la diégesis.
En otros tiempos Egipto era la cuna de la vida, un verdadero paraíso terrenal donde los dioses y los hombres vivían en paz. Los mortales veneraban a los dioses, seres de mayor altura física, cuya sangre era dorada y tenían extraordinarios poderes que los hacía casi inmortales aunque en realidad no lo eran. Ra, el dios del sol y la luz, había tenido dos hijos varones: Osiris y Seth. A Osiris le dio la región fértil del Nilo y se convirtió en el Rey de Egipto, pero a Seth le asignó las regiones áridas y se conviertió en el dios del desierto. Osiris se casó con Isis, la diosa madre y tuvieron un hijo: Horus, el señor del aire, cuyo poder radicaba en sus ojos. Seth se casó con Netfis pero no tuvieron hijos, ese hecho y el reparto de poder de parte de Ra provocaron los celos y la envidia de Seth hacia su hermano. Llega el día de la coronación de Horus como rey de Egipto y sucesor de Osiris, y todos los dioses están presentes, Seth es el último en llegar trayendo un regalo para su sobrino, un cuerno de caza, pero cuando Horus lo hace sonar un gran ejército vestido de rojo y con aspecto amenazador aparece, son los sirvientes de Seth que han llegado para apoyarlo. Usando la vara que le había dado su padre Seth asesina a su hermano por haberse negado a luchar con el, se proclama rey de todo Egipto amenazando a todo aquel que se le oponga; a partir de ese momento los mortales deberán adorar a Seth o se convertirán en esclavos, y el Mas allá ya no será un regalo para los difuntos sino que deberán pagar para acceder al cielo. Seth y Horus se enfrentan en una pelea pero Seth le quita los ojos y logra vencerlo. Hathor, diosa del amor y hasta el momento pareja de Horus, le pide a Seth que le perdone la vida. Horus ahora ciego y solo es desterrado por su tio al desierto. Durante los años siguientes otros dioses se enfrentan a Seth pereciendo en sus manos, mientras que los humanos son esclavizados y Hathor se convierte en la pareja de Seth siendo su prisionera. Por otro lado un joven esclavo llamado Bek continúa viendo en secreto a su novia Zaya cuyo amo es Urshu, el constructor que trabaja para Seth. Zaya le propone a Bek robarle a Seth los ojos de Horus e ir en su búsqueda para que lo enfrente y recupere el trono de Egipto para que los humanos vuelvan a ser libres. Ella aún cree en Horus, Bek por el contrario piensa que a los dioses nunca le han importado los humanos, pero de todos modos decide seguir el plan de Zaya y así logra robar del tesoro de Seth uno de los ojos de Horus. Urshu los descubre y ellos logran escapar pero Zaya es herida durante el viaje y antes de morir le dice a Bek “la muerte no es el fin”, esto se relaciona con la creencia egipcia en el Más allá. Al llegar al lugar donde se encuentra Horus en medio del desierto Bek le pide ayuda no solo para liberar a Egipto sino también para traer a su amada de vuelta a la vida, pero como no puede lograrlo Horus invoca a Anubis para que se lleve su alma al Inframundo, y le dice a Bek que aún hay tiempo para salvarla porque primero deberá pasar por las nueve puertas y si Horus logra derrotar a Seth y convertirse en rey tendrá el poder suficiente para resucitar a Zaya; dicho esto será Bek quien ayude a Horus con la esperanza de recuperar a su amada. Horus recurrirá a su abuelo Ra por ayuda puesto que no posee el poder suficiente para alcanzar su forma divina con la cual enfrentar a Seth. Ra aparece como el guardián de la creación, estando en su barca, con ella sale de día para alumbrar la tierra con la luz solar, pero por las noches debe enfrentar a Apofis, una serpiente gigante y malvada que podría destruir la armonía universal. Seth desea la inmortalidad y para lograrlo deberá apoderarse no solo del reino de los vivos sino también del reino de los muertos. Y como se ha hecho muy poderoso será casi imposible derrotarlo, pero por más mínima que sea la posibilidad Bek y Horus no descansaran hasta acabar con el mal que se ha apoderado del reino. Horus se embarcará en esta travesía con la idea de vengar la muerte de su padre sin saber que su destino podría ser mucho más que eso, ya que en realidad deberá madurar para convertirse en un verdadero héroe y protector para su pueblo. Un relato donde se mezcla la aventura con la fantasía puesto que estamos hablando de dioses y mitología egipcia, ambientado en palacios imponentes, parajes exóticos y lugares aterradores donde los personajes sobrenaturales se intercalan con los humanos corrientes, para dar lugar a una trama entretenida y ágil que no decae en ritmo en ningún momento. La historia posee un toque de romance, mucha acción, y está bien enmarcada por increíbles efectos visuales y por la música de Marco Beltrami. Si bien parte de aquello que se conoce de la mitología egipcia se toma algunas licencias simplificándola y haciendola más liviana a fin de que el film pueda ser visto por un público más joven, puesto que sino resultaría menos accesible para el espectador, está calificado para mayores de 13 años. El elenco está compuesto por: Gerard Butler como Seth, Nikolaj Coster-Waldau como Horus, Geoffrey Rush como Ra, Brenton Thwaites como Bek, Elodie Yung como Hathor, Courtney Eaton como Zaya, Chadwick Boseman como Thoth, y Rufus Sewell como Urshu. El director es Alex Proyas, quien había dirigido El Cuervo (1994), Dark city (1998), Yo Robot (2004) y Cuenta Regresiva (2009). El guión fue escrito por Matt Sazama y Burk Sharpless. El film se exhibe en versiones 2D y 3D, en inglés subtitulada y doblada al español.
Mitología en buenas manos Dioses de Egipto es una adaptación libre y entretenida de los mitos. Si había alguien indicado para filmar una película como Dioses de Egipto ese era Alex Proyas. Nacido en Alejandría, Egipto, en 1963, Proyas tiene incorporada la mitología de su país en su ADN. Se hizo famoso en la década de 1990 con dos joyas de culto obligatorias para cualquier cinéfilo: El cuervo (1994) y Dark City (1998). La primera es la adaptación de los comics homónimos de James O’Barr, que cobró fama de maldita después de que en pleno rodaje muriera accidentalmente Brandon Lee, el hijo de Bruce Lee. En la segunda nos entrega un filme de ciencia ficción noir en el que demuestra una cabal comprensión de los géneros que pone en juego. Y ahora se mete con las mitologías y leyendas de la antigüedad, un género difícil y siempre maltratado que mezcla aventura con péplum. Antes que nada es necesario hacer un breve árbol genealógico para que se entienda mejor la historia. Ra, dios del Sol, tiene dos hijos: Osiris, dios de la vida; y Seth, dios del desierto. Osiris tiene un hijo, Horus, dios del aire, quien está en pareja con Hathor, diosa del amor. Osiris designa nuevo rey de Egipto a Horus. En la ceremonia de asunción, Seth llega del desierto y mata a su hermano Osiris delante de todos y le saca los ojos a su sobrino Horus. El ambicioso y tirano Seth asume el poder. Los dioses no tienen sangre (por sus venas corre oro líquido) y viven mezclados con los mortales, quienes son sus esclavos. Bek es un joven mortal, ladrón experto, que está de novio con Zaya, su gran amor. Bek y Zaya son los que ayudarán a Horus a recuperar sus ojos para luchar contra Seth. En el medio está la aventura, con escenas de acción potentes y delirantes y personajes a la altura de las circunstancias, como Tot (el dios de la sabiduría, que aquí es negro y superficial), Apofis (el caos), Anubis (el dios funerario) y la Esfinge, entre otros. Proyas hace lo que quiere con la mitología egipcia, a la que por momentos tergiversa introduciendo sutiles cambios. Y que todo esté como explicado para dummies es otro gran acierto. Dioses de Egipto es buena porque es un entretenimiento de más de dos horas que no decae un segundo, porque su director asume una libertad enorme y porque se da cuenta de que la estética empleada, los efectos especiales y los planos no pueden ser de otra forma. Todo tiene que ser inverosímil. Proyas es inteligente y hace coincidir la puesta en escena con la historia que cuenta.
Posiblemente no sea la mejor película para que un adolescente "zafe" de su examen de historia egipcia, aunque el sólo hecho de que Dioses de Egipto no sea la abominación cinematográfica que prometían los trailers, ya de por sí constituye una grata sorpresa. No alcanza, claro, pero al menos ayuda a pasar mejor los exagerados 127 minutos que dura el film. Con algo de nostalgia, Alex Proyas imprime aquí un espíritu peplum, heredero de clásicos de aventuras en sandalias como la saga entera de Hércules, y algo de la psicodelia sci-fi intergalática de Barbarella y Flash Gordon. El pastiche implica tanto absurdo que, contra todo pronóstico, de a ratos entretiene. Los Dioses no se parecen mucho a lo que nos lo pintan los jeroglíficos que estudiamos en el colegio, sino más bien a piezas ornamentales pertenecientes al capó de un Rolls Royce. Se diferencian de los humanos en que son un tanto más grandes que éstos últimos, y a la vez en sus venas en lugar de sangre corre oro (cómo una rebelión humana no busca desangrarlos constantemente es uno de esos misterios que jamás serán resueltos). El débil argumento implica una traición familiar (Seth, Dios del Caos, le quita el trono y los ojos a Horus, heredero natural del mismo) y un par de intereses románticos que desaceleran merecidamente la vertiginosa aventura. Pese a los 140 millones de dólares invertidos en la producción de la película, los efectos especiales y diálogos asombran por su precariedad, y el diseño de vestuario/arte está más cerca de un sobreproducido bar mitzvah que de una épica de Hollywood. Pero no importa, o al menos no demasiado, porque ya nadie se toma en serio a Gerard Butler y aparentemente a Alex Proyas (otrora realizador de El Cuervo y Dark City) le molesta mucho su talento, y por eso se entrega a éste tipo de subproductos. Su pericia como director, sin embargo, impide que el film sea la monstruosidad que prometía, así que si quiere fracasar del todo, evidentemente deberá seguir intentándolo.
No todo lo que reluce es oro Dioses de Egipto abre con una panorámica de aquella Egipto plagada de mitología. Lo que se ve, en verdad, parece Miami: playas, una luz solar que calcina, artificialidad, una recreación grasa del brillo y el oropel que -nos han enseñado- sobraba en esos tiempos. Pero Dioses de Egipto, el último desastre filmado por Alex Proyas, tiene más de ese dorado que simula el oro: los dioses que protagonizan el relato emiten una luz exagerada en sus transformaciones, y cuando son heridos no sangran, si no que pierden una sustancia dorada que burbujea. Todo ese aspecto, que se reproduce también en la acumulación de escenas de acción que suponen el vértigo de un entretenimiento sólido, es un enchapado, una cubierta falsa que quiere representarse como tanque mainstream. Lejos está todo el film de serlo: es una producción que es más feliz cuando se acerca a la baratija de alguna galería comercial de mala muerte. Es una pena, por tanto, que Proyas y sus guionistas no hayan ido a fondo con este concepto Miami que hubiera provisto de un filtro para asimilar lo que se ve en la pantalla. En algún momento el cine de Hollywood, atado a ciertas necesidades del gran espectáculo y los avances tecnológicos que permitían la reproducción de imágenes mucho más realistas, apeló al péplum (películas ambientadas en la antigüedad, en tiempos de imperios, reyes y guerreros, que escondían detrás un andamiaje shakespereano) como un subgénero que permitía la cuota necesaria de entretenimiento, aunque siempre escudada en una intención revisionista de aquellos hechos históricos. Gladiador fue en cierta medida la película que recuperó el subgénero en la modernidad, pero también lo clausuró: lo que vino luego, en verdad, fue un acercamiento revisionista con un carácter ilusorio. Y así tuvimos las Troya y las Furia de titanes. Claro está, los superhéroes demostraron que el público (masivo, adulto) ya no busca fidelidad historicista, sino que se permite la hipérbole de lo fantástico. Por eso hoy Ben-Hur sería innecesaria, y sí es posible Dioses de Egipto. Pero la película de Proyas cae presa de otro movimiento del cine de entretenimiento actual, y que es la desacralización y la sátira de lo mitológico. Hace dos años lo comprobó con mejores armas Hércules, con Dwayne Johnson, que descubría -sobre la base del cine de aventuras y la reflexión del trabajo en grupo- la realidad aumentada que habita en los mitos. Dioses de Egipto no busca tanto eso, ni piensa la sátira, sino que cree en lo prosaico, en ser ligera y desprovista de solemnidad para abordar el asunto. Así lo demuestran un poco las actuaciones de Nikolaj Coster-Waldau y Gerard Butler (también la aparición deadpan de Geoffrey Rush) como esos dioses en conflicto. Pero Proyas, amén de un par de secuencias de acción bastante bien montadas, carece del timing necesario para hacer de esto algo divertido: por lo tanto Dioses de Egipto traduce lo pastichero, lo ridículo, incluso lo berreta, en un mecanismo aburrido y sin gracia. En definitiva, para ser kitsch no alcanza con sumar baratijas varias, amontonarlas en pantalla y exacerbarlas, sino que se precisa de una consciente toma de posición estética de la que Dioses de Egipto carece. Y no la tiene, básicamente, porque en el fondo quiere jugar en la liga de los entretenimientos masivos. Ese no asumir la clase a la que pertenece es lo que termina matando las posibilidades de un film que podría haber provisto dos buenas horas de divertimento descerebrado.
Una hipérbole en el horizonte. En el campo de las épicas de aventuras, desde hace tiempo Hollywood no se decide entre refritar aquellas megaproducciones del pasado (larguísimas y pomposas a más no poder) o dar nueva vida a los péplums de corazoncito clase B (fundamentalmente de las décadas de los 50, 60 y 70), optando en cambio por una combinación de ambas vertientes que nunca termina de convencer del todo porque el fetiche contemporáneo para con los CGI suele destruir las buenas intenciones de base. Dioses de Egipto (Gods of Egypt, 2016) es otro ejemplo de las paradojas de nuestros días: por un lado rescata el ímpetu de las gestas colosales, lo que hace que su duración resulte desmesurada, y por el otro pretende invocar la levedad narrativa de un porfiar masivo ya extinto, sustentado en un encanto artesanal que hoy aparece licuado gracias a la impersonalización y abulia que impone el artificio digital. Aun así, vale aclarar que el film en cuestión se autodefine de manera consciente como un representante del cine de animación más que como una epopeya hecha y derecha, lo que se deduce de la magnitud del delirio visual que aquí propone su director Alex Proyas, uno de los grandes prodigios de los 90 que de a poco fue asimilado por el mainstream. A decir verdad el realizador jamás volvió al nivel de su díptico inicial, El Cuervo (The Crow, 1994) y Dark City (1998), obras que dieron paso a la simpática Días de Garage (Garage Days, 2002) y a la dupla de “alto perfil” compuesta por Yo, Robot (I, Robot, 2004) y Cuenta Regresiva (Knowing, 2009). Bien lejos del misterio y sutileza de esta última, sin duda el opus más interesante de esta etapa de su carrera, en Dioses de Egipto no deja juguete en su repisa y extrema el diseño de cada escena y criatura, con el exceso como único horizonte. La historia gira a los tumbos alrededor de un Antiguo Egipto hermanado con la fantasía bélica y un pulso de ciencia ficción, utilizando como disparador del relato al asesinato de Osiris (Bryan Brown) a manos de su hijo Seth (Gerard Butler), justo el día de la coronación de su otro vástago, Horus (Nikolaj Coster-Waldau), quien es condenado al exilio. Un punto a favor de la película es que no fuerza la entrada del “componente sobrenatural” porque desde el título se hace explícito el contexto de la trama, circunstancia que a su vez no quita que -nuevamente- nos topemos con el camino del héroe de un simple mortal, destinado por supuesto a salvar a su amada: Bek (Brenton Thwaites) es un muchacho que deseando liberar a Zaya (Courtney Eaton), su pareja esclavizada, termina batallando codo a codo junto a Horus en pos de devolverle la vida a la señorita, otro lindo homicidio de por medio. Ni siquiera la enorme imaginación que despliega Proyas alcanza para tapar una dinámica bastante ajada, que responde a esa intermitencia semi automática entre los momentos de calma y una flamante secuencia de acción. El equipo de guionistas conformado por Matt Sazama y Burk Sharpless continúa explotando la fórmula patentada en Drácula (Dracula Untold, 2014) y El Último Cazador de Brujas (The Last Witch Hunter, 2015), siendo los mayores responsables del hecho de que prácticamente no haya desarrollo de personajes más allá de las one-liners, alguna que otra salida aislada y toda esa inocencia de fondo orientada al “gran espectáculo” más recargado. A la propuesta le sobra mínimo media hora de metraje y pide a gritos que la violencia y el sexo sean más gráficos y menos amigables para con un público criado a base de escapismos soft que se distancian de la praxis cotidiana…
Fallida guerra épica Un fallido enfoque de la mitología egipcia y un director que prometía para mucho y empezó a derrapar. Esa es la síntesis de “Dioses de Egipto”, del experimentado Alex Troyas. Sí, Alex Troyas es el mismo realizador que deslumbró con “El cuervo”, con Brandon Lee, en los 90; que se ganó el respeto de Hollywood con “Yo, robot”, de la mano de Will Smith, y defendió el prestigio con “Cuenta regresiva”, con Nicolas Cage a la cabeza. Pero como todo lo que sube baja, aquí perdió definitivamente la brújula con “Dioses de Egipto”. Con dos tipos pintones en el elenco como Nikolaj Coster-Waldau y Gerard Butler, la película seguramente atrapará a todos los que espiaron el trailer, pero una vez en la sala del cine recibirán una gran decepción. Con el viejo pretexto de salvar la humanidad, Bek tejerá una alianza con el dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau), cuyo poder reside en sus ojos. El gran villano no es otro que su tío Set (Gerard Butler), quien no dudará en cegarlo con tal de lograr sus objetivos. La batalla final, con serpientes gigantescas, esfingies temibles y dioses omnipotentes ofrecerá un sinfín de efectos especiales, para deleite de la tecnología 3 D. Pero los fuegos de artificio generalmente vienen con poca sustancia, y aquí se cumple esa regla. Sólo para los muy fanáticos del género.
Una idea que prometía mucho pero que termina siendo una gran desilusión. La historia es muy tonta, la mitología está retocada a gusto, las batallas no tienen fuerza ni impacto, la técnica es bastante pobre, los personajes son...
Algunos directores tienen una sonoridad particular en su nombre y apellido. Seguramente uno los pronuncia mal, pero aun así tienen una musicalidad que se queda impregnada a fuerza de intentarlo. Alex Proyas es uno de ellos. Suena a un inglés que vivió en Chipre, o algo así. Y se queda en la memoria de los cinéfilos porque filmó un par de títulos independientes con muchísima personalidad, al punto de convertirse en filmes de culto, tales los casos de “El Cuervo” (1994), brillante western disfrazado de rock and roll y maquillaje de arlequín;, o “Ciudad en tinieblas” (1998). Las dos eran historias de venganza, pero en el último caso la venganza estaba en el contexto visual imaginado como una denuncia al claustro ideológico impartido desde el sistema capitalista, y en este sentido un homenaje velado a Kafka. Luego vendría el costado comercial con “Yo, robot” (2005), donde Alex se aburguesaba un poco, pero no dejaba escapar la rebeldía conceptual abordando el tema de la inteligencia artificial reclamando derechos humanos en un marco futurista, con pinceladas de policial negro. Con estos antecedentes, por qué no entusiasmarse con algo nuevo de él. “Dioses de Egipto” es la propuesta. A priori se adivina mucho sol, desierto y oro. Mucha luz para un director que suele manejarse (y muy bien) en atmósferas oscuras. Es increíble que la falta de ideas haga que hoy, en el siglo XXI, los dioses griegos y escandinavos le den de comer a tanta gente en el cine y la TV. No era de extrañar que llegasen a la tierra de las pirámides tarde o temprano. Es más, la mitología egipcia ofrece un campo prácticamente virgen, y aquí incluimos toda la historia del cine porque en comparación se hizo muy poco. Un arma de doble filo si se quiere, pues el abordaje partiría desde cero y hay que probar el mercado porque cuando se hizo a gran escala el fracaso fue gigante. Sino pregúntenles a los responsables de “Cleopatra” (1963) con Elizabeth Taylor, incluyendo huellas de autos en el set, plantas que no existían en Egipto o personajes que desubicados en la historia. Por otro lado cuando en 1999 se estrenó “La Momia”, de Stephen Sommers, estábamos frente a un guión que trocaba solemnidad y terror por vértigo y aventura a lo Indiana Jones. Ciertamente lograba entretener (salvando las distancias), pero demostraba que Egipto no es nada fácil de abordar y los nombres de dioses usados en aquella saga no pasaban la barrera de una instalación del villano con relativo desarrollo. En comparación con los efectos especiales que se ven hoy, la enorme capacidad creativa de los vestuaristas en el mundo, los grandes actores que pueden meterse en la piel de cualquier personaje, y los equipos de guionistas que a veces con mucha dedicación e investigación logran meter los libretos en la historia, “Dioses de Egipto” es burda y displicente. Esto no quiere decir que no se logre contar el cuento. De hecho estamos frente a una aventura (sólo eso porque para más no le da) en la cual un ladrón, también narrador, llamado Bek (otro espantoso trabajo de Brenton Thwaites, peor que el príncipe de “Maléfica”, estrenada hace dos años) se vuelve co-equiper de Horus (Nikolaj Coster-Waldau), Dios del viento, cuyos ojos son arrebatados por Set in terpretado por Gerard Butler, calcando hasta la forma de caminar de su Leónidas en “300” (2006). Esto sucede cuando Horus estaba por ser coronado por el padre de ambos (Bryan Brown). En medio del tole tole alguien mata a Zaya, la novia de Bek (espantoso trabajo de Courtney Eaton, el segundo después de “Mad Max: furia en el camino”, de 2015, pero George Miller estuvo bien y decidió que casi no hable). Para tener chances de revivirla (atenti que cuando arranca todo nos dicen que los Dioses tienen muchos poderes pero al del amor no hay con qué darle), Bek decide afanarle a Set uno de los ojos de Horus para chantajearlo y de paso que vuelva a pelear con su hermano y recupere el trono. Aparecerá el abuelo Ra (Geoffrey Rush, que vio luz y literalmente subió) quien presta algo de ayuda, pero es más neutral que Suiza. Además sabe que entre los dos hermanos se dirimen el amor de Hathor, perdón que insista pero, espantoso trabajo de Elodie Yung, pues el personaje se supone es la diosa del amor, de la alegría, la danza y la música, pero créame que no toca ni el timbre. La maldición de Tutankamön sobrevino al elenco. Como se ve, hay elementos narrativos como para hacer crecer los conflictos, los personajes y las sub tramas, pero casi nada de ello es aprovechado (sólo en lo formal) por Alex Proyas, a quién al menos se agradece el gesto de no haber solemnizado la cuestión teniendo en cuenta el guión que llegó a sus manos. Toda la riqueza de la mitolgía queda demasiado tamizada con muy poco en la superficie como para enriquecer la posibilidad de una secuela superadora. Mucho de la banda de sonido sobra y aturde, los efectos se notan (estamos malacostumbrados es cierto), la fotografía está descontextualizada entre exteriores versus lo filmado por croma, y se nota demasiado retocada en la post- producción (el color también). Pese a éste estreno, la confianza en el realizador está intacta, simpre y cuando dirija algo que él tenga realmente ganas de hacer. Son escasos los valores rescatables de la película. La intención de la dirección de arte (no todo el resultado) y algunos diseños como los de las serpientes que atacan al dúo de héroes. Eso. Sí, es poco
Dioses y mortales mezclados en una batalla épica, ruidosa y bestial (porque hay muchas bestias, muchos monstruos y poderes raros). Podría pasar por uno de aquellos films clase B de los sábados por la tarde, y se nota en la prolliferación de bichos gigantes una especie de impronta a lo Ray Harryhausen. Podría ser un plomazo, pero como el asunto no deja de estar tomado con humor (un humor de aventuras, no un humor “canchero”), el asunto funciona y divierte.
Interesante largometraje que combina gran cantidad de efectos técnicos con un argumento al estilo de las tragedias griegas. En este caso son Dioses y no se perdonan nada. Tienen forma de humanos gigantes, y si lo desean se transforman en increíbles figuras aladas que tienen enorme poder. Por ejemplo: lanzan fuego o provocan temibles vientos de arena. Si sangran no es color rojo, es color oro. Hay de los Dioses buenos (o no tanto) y Dioses malos (muy malos, ambiciosos, codiciosos, resentidos de su vida… como Dioses). No solo entramos en el mundo de Ellos, también en el mundo de los vivos y el de los muertos. El mal y el bien están presentes siempre. Todo esto ocurre en el valle del Nilo, y el pueblo es de humanos que se ven sometidos a su Rey Dios y a sus peleas entre Dioses. En los pueblerinos se esta gestando una historia de amor. Dos pobres esclavos se enamoran. Ganara el amor ante tanta guerra? Quién puede salvar ese mundo? El verosímil de una película es lo que le permite al espectador creer que lo que esta viendo es “verdad” o tranquilamente puede serlo. Y los primeros diez minutos de todo film son fundamentales para que el espectador “compre” la película y se permita adentrar en ese viaje que le proponen los realizadores. Dioses de Egipto cumple con esas dos premisas. Mucha acción, lucha, aventura, traición, amor, el bien y el mal. Alta combinación para pasar 127 minutos agarrados a la butaca, con historia, con moraleja y con final.
Los dioses deben estar locos La década de los noventa tuvo en Alex Proyas uno de sus directores más interesantes. Con películas como El Cuervo y Ciudad en Tinieblas, el realizador nacido en Egipto pero radicado en Australia fácilmente se posicionó como una figura a tener cuenta dentro del cine fantástico. Recordada por algunos como la cinta maldita que rodaba Brandon Lee al momento de morir, El Cuervo se encuentra entre las mejores adaptaciones de comics de aquel entonces, cuando el género todavía estaba en pañales, e incluso se mantiene vigente hasta hoy, ya convertida en un clásico de culto. Pero si de clásicos de culto hablamos, no podemos dejar de lado al segundo opus de Proyas, una visualmente ambiciosa y narrativamente estimulante historia de ciencia ficción que explora un tema tan delicado como la conciencia humana. Ciudad en Tinieblas es una obra monumental que resultó un fracaso al momento de su estreno, siendo re-editada por el estudio antes de su lanzamiento, aunque más adelante el propio director lograría un nuevo corte mucho más cercano a su idea original, en las posteriores ediciones de DVD y Blu-Ray. De todas maneras el film fue ganando adeptos con los años, llegan incluso a inspirar a los hermanos Wachowski durante la realización de The Matrix, película que le debe más de una idea a lo filmado de Proyas. El comienzo del nuevo milenio lo encontró en Australia, donde realizó la frenética comedia punk Garage Days que sirvió para revivir aquellos días en los que filmaba video-clips para bandas como Alphaville, Yes o INXS. Su regreso a Hollywood sería en el 2004 con Yo, Robot, una bien recibida mezcla de acción y ciencia ficción que apenas se basada en la obra de Isaac Asimov. Y finalmente en el 2009 estrenaría Knowing, con Nicolas Cage, una cinta apocalíptica de corte new age, que si bien tenía el poderío visual que acompaña a todas las realizaciones de Proyas, flaqueaba un poco en lo que a guión respecta. Dioses de Egipto es el sexto film del realizador en 22 años, un número con sabor a poco si se tiene en cuenta el tiempo que lleva en actividad. Por lo menos para quien les escribe, el estreno de una cinta con el sello de Proyas suele ser todo un evento, muy a pesar de que la calidad fue disminuyendo películas tras película y año tras año. Knowing tiene una gran cantidad de detractores, entre los cuales no me incluyo. Pero defender una obra como Dioses de Egipto tal como lo hacía con la cinta de Nic Cage sería una tarea casi imposible de lograr y todo por un sencilla razón: Dioses de Egipto es indefendible. No caben dudas que Proyas siempre fue un director sumamente visual, y Dioses de Egipto da cuenta de eso. Probablemente, en lo que efectos especiales y diseños de producción respecta, sea su película más ambiciosa hasta hoy. Pero a pesar de que podemos encontrar el nombre de Proyas en los créditos, nunca lo sentimos en las imágenes. Filmada casi en su totalidad en una pantalla verde y completada durante la post producción, apenas se nota la mano de un director que solía optar por lo artesanal, y que era sumamente cuidadoso con lo que mostraba y hasta con lo que decidía ocultar. Dioses de Egipto es más bien un collage hecho por algún nene de jardín que usa todos y cada uno de los colores y las herramientas que tiene a mano para trabajar. Es una película que se siente visualmente sobrecargada y, para hacer las cosas peor, con efectos visuales de baja calidad. Aunque en algunos los escenarios, las criaturas (más de una nos hará pensar en la fallida Furia de Titanes) y el diseño de los dioses se pueden encontrar algunas buenas idea, están en su mayoría mal aprovechadas. Si Proyas falla de manera estrepitosa en el aspecto visual que tuvo bajo su control durante toda su carrera, podrán imaginar lo que sucede con el guión. Uno de los más incompetentes de los que tenga memoria en lo que a súper-producciones del último tiempo respecta. Que para que se hagan una mejor idea, nos llega de los mismos sujetos responsable de otros bodrios como El Último Cazador de Brujas y Drácula: La Historia Jamás Contada. Dejemos de lado que Egipto tal como lo muestra el film nunca existió (tampoco es su intención ser históricamente exacta), y que ninguno de los personajes ni siquiera se asemeja a uno de origen egipcio, siendo una de las actrices de padres camboyanos la que más cerca se encuentra. Todos y cada uno de los personajes de esta historia están mal escritos desde el comienzo. Algunos, como el del ladronzuelo interpretado por Brenton Thwaites, volviéndose por momentos irritable. Todos los conflictos quedan planteados desde los diálogos o una espantosa voz en off, como la repentina y casi hilarante escena en que se nos introduce a Gerard Butler en el villano de esta historia. Butler no hace un papel muy diferente al que supo interpretar en 300, aunque siendo generosos con él tampoco tiene demasiado material para distanciarse. Lo mismo sucede con Nikolaj Coster-Waldau, un dios de moral ambigua y con una discapacidad física que tampoco hace demasiado por alejarse de su rol como Jaime Lannister de Game of Thrones. Por favor, fanáticos de Marvel, no dejen de prestarle atención a la interpretación de Chadwick Boseman, el futuro Black Panther, ya que si yo estuviera en vuestro lugar tendría mucho, mucho miedo (nobleza obliga, hace muy buenos trabajos en 42 y Get on Up). A quien sí podemos encontrar dentro de lo aceptable es a Geoffrey Rush, que con más cintura y oficio que mérito del propio guión, es el único que logra no pasar vergüenza en las más de dos horas de aburrimiento que propone la cinta. Conclusión Dioses de Egipto es la peor cara del cine pochoclero. Y es una decepción todavía más grande viniendo de un director como Alex Proyas, que en su momento supo filmar memorables películas dentro del género fantástico. Honestamente hay poco y nada para rescatar, siendo las interpretaciones y su guión por demás de flojos. Quizas algunos encuentren consuelo dentro del pastiche visual que armó el director, donde, aun sobrecargado de colores, imágenes y diseños, se pueden valorar algunas buenas ideas. La película se ve y se siente como un videojuego. De esos que van directo a la acción y no pierden tiempo en intentar contarnos una historia. Lamentablemente para nosotros, este es uno sobre el cual no tenemos control alguno y nos toca ver como otros se divierten. Mientras tanto, nosotros seguimos esperando nuestro turno sentados en la butaca… el cual nunca va a llegar.
Se toma a la mitología egipcia, se cuenta con un gran presupuesto para efectos especiales y se agita. Se pone en conflicto a hermanos padres, tíos, todos divinos y en su mayoría blancos y algunos humanos que parecen enanos frente a las deidades coléricas, malvadas, transformables en monstruos y otras yerbas. Algunos nombres famosos, argumento elemental y festival de efectos especiales.
El spin-off berreta de La Momia El director de esta película, Alex Proyas, cuando la crítica comenzó a defenestrarla y los resultados de recaudación no ayudaron, salió furioso a disparar contra todos ellos diciendo que era su culpa de que el film no haya tenido buena aceptación del público, que debido a las malas críticas intencionadas, la gente no había ido al cine a verla o se había decepcionado del resultado final. Alex... con una mano en el corazón... vos que filmaste películas como "El Cuervo" o "Dark City", ¿realmente pensás que esta es una buena película? El trailer ya te introduce en una trama artificial y aparatosa en la que los protagonistas egipcios están interpretados por actores europeos, en su mayoría británicos. Entiendo el tema de que no hay actores egipcios de fama mundial que atraigan espectadores, pero hasta "La Momia" que fue una franquicia bastante mediocre utilizó a un actor con rasgos menos occidentales para su villano egipcio. Por otro lado, se utilizó una estética mayormente dorada que quedó poco natural, con efectos especiales que van de maravillosos a malos en las mismas secuencias. Por ejemplo hay monstruos como las cobras gigantes que están bien diseñadas y manipuladas para que parezcan más reales, pero inmediatamente no hacen un supuesto acercamiento a su jineta y toda la calidad se va al diablo. Ni hablar de el fuego y la tierra y los protagonistas saltando en medio de ambos. Muy berreta por momentos. No hacía falta meter situaciones ridículas de acción a lo Michael Bay. En cuanto a la historia, el trasfondo me pareció bueno. La historia de traición y poder enmarcada en la cultura egipcia, era algo que me resultaba muy atractivo ver en pantalla. El problema es que Proyas y sus guionistas le quisieron dar esa onda de película de aventuras, comedia y acción que no está mal en realidad, el tema es que tomaron como referencia films como "La Momia" o "El rey Escorpión", dos productos que claramente resultaban artificiales y seamos sinceros, ya no funcionan en esta nueva era. Quizás a comienzos del 2000, sí, pero ya acercándonos al 2020 resultan poco efectivos y hasta retro. Para los más fanáticos de la acción y la aventura, hay algunos buenos momentos de peleas en el aire con trajes estilo Transformers y algunos monstruos llamativos. Lo demás, tiene un aura clase B berreta que le baja muchos puntos.