La adolescencia es un período complicado de la vida. Algunas veces, ciertas inquietudes derivan en comportamientos oscuros. El cine supo dar una buena cantidad de jóvenes tenebrosos. Michael Haneke se preocupó por el tema en Benny’s Video (1992) y Horas de Terror (Funny Games, 1997). ¿Y cómo olvidar a Brad Renfro en El Aprendiz (Apt Pupil, 1998)? Más acá en el tiempo, con distintos enfoques, Donnie Darko (2002) y Tenemos que Hablar de Kevin (We need to talk about Kevin, 2011), y podríamos seguir. El Corral (2017) sigue a esa manada. Formosa, 1998. Esteban (Patricio Penna) es un muchacho tímido, víctima del abuso por parte de sus compañeros, ignorado por su familia, que trata de evadirse escribiendo poesía. Su vida cambia cuando llega al colegio Gastón (Felipe Ramusio Mora), un compañero rebelde, audaz y sensual para las chicas. Ambos formarán una inesperada amistad, en la que Gastón toma la iniciativa. Y la iniciativa se relaciona con cometer hechos vandálicos contra el colegio y algunos profesores, a fin de desahogarse, de inquietar un poco a esas ovejas de corral. Sin embargo, la escalada de actos prohibidos irá en aumento, y Esteban empezará a cuestionarse los comportamientos de su amigo y de sí mismo. En La Inocencia de la Araña (2011), su ópera prima, el director Sebastián Caulier ya había presentado a dos chicas obsesivas incursionando en episodios violentos. Aquí sigue en esa dirección, y le agrega más elementos sexuales y sangrientos. La relación entre Esteban y Gastón remite a dos episodios reales que, a su vez, dieron pie a libros y películas muy exitosos. Por un lado, el caso de Leopold y Loeb, universitarios que en 1924 cometieron el denominado “crimen del siglo”: secuestraron y asesinaron a un muchacho sólo para demostrar que podían hacerlo y quedar impunes. Por otro lado, Dick Hickock y Perry Smith, responsables de matar a una familia en Kansas, allá por 1959; este hecho se volvió popular gracias a la novela A Sangre Fría, de Truman Capote. La elección de los hasta ahora desconocidos Patricio Penna, Felipe Ramusio Mora para los roles protagónicos es uno de los puntos fuertes de la película, además de ciertos climas donde se mezcla la cotidianeidad con lo siniestro. Y aunque en determinado punto la historia se vuelve predecible, nunca pierde interés. Mitad thriller, mitad historia de madurez, El Corral no deja de ser un film diferente dentro del cine argentino. Caulier confesó que es parte de una trilogía que comenzó con La Inocencia…, de manera que queda esperar un nuevo opus con psicópatas sub17.
La etapa de la adolescencia es muy difícil y existe una gran cantidad de películas y series que dan reflejo de ello. Pero en su mayoría, esta transición siempre está representada con un sello norteamericano. “El Corral” le pone su impronta argentina y mucho más que eso. “El Corral” cuenta la historia de dos adolescentes marginados por distintas razones que se hacen amigos en el colegio. Sus frustraciones y enojos deben ser plasmados de alguna manera y es por eso que deciden hacer una serie de bromas a sus compañeros para cobrarse venganza. Pero la apuesta se irá subiendo hasta un punto de no retorno. El film del director Sebastián Caulier es un coming of age argentino, que muestra cómo nuestro protagonista que no tiene amigos y vive siguiendo estrictamente las reglas crece rápidamente con la llegada de un nuevo compañero. Tendrá que pasar por situaciones que elige y otras que se le imponen, haciéndolo responsable de sus propios actos y dándole la oportunidad de tomar ciertas decisiones. Pero además, el thriller se apodera de este “simple” crecimiento, aportándonos más entretenimiento a los espectadores. El ritmo de “El Corral” va a tono con la historia. A medida que se desarrolla el argumento, sentimos más tensión y desenfreno, subiendo cada vez más de nivel, hasta convertirse en un juego perverso. En ningún momento la trama se estanca ni se siente pesada, sino que todo fluye descontroladamente. Asimismo, existe una voz en off, cuyas intervenciones son necesarias para darle un marco contextual a la historia. Aparece pocas veces, como si los pensamientos del protagonista cobraran vida o para aclarar cómo quedaron ciertas situaciones. Los protagonistas, interpretados por Patricio Penna y Felipe Ramusio, resultan ser dos revelaciones, que se encuentran al nivel de este juego entre la inocencia y la perversión, el traspaso de los límites y la venganza. Por otro lado, es interesante ver cómo se trata el tema del abuso escolar, el rol de los profesores/directivos y el papel de los padres, que como siempre les cuesta lograr que sus hijos se abran con ellos y puedan contarles todo lo que ocurre. En síntesis, “El Corral” es una mezcla entre un coming of age y un thriller, cuyo resultado es más que satisfactorio. Logra atrapar a los espectadores desde un primer momento y, con el correr de la cinta, cada vez se enganchan más. Un film que entretiene y que deja reflexionando acerca de la complejidad de la adolescencia y el abuso escolar. Puntaje: 4,5/5
Bullying a la criolla. Para aquel público cansado de asistir al espectáculo triste de parias norteamericanos o víctimas de bullying en colegios que nada tienen que ver con la realidad argentina, El corral significará tal vez una buena excusa para aproximarse a un fenómeno creciente y preocupante en la adolescencia, que no se circunscribe necesariamente a un tipo de clase social, sino que con distintas características se manifiesta en diversos grupos donde el denominador común es la intolerancia hacia aquel que no se ajusta a la moda dominante; a los códigos impuestos desde la sociedad de consumo o la propia idiosincracia que necesita de chivos expiatorios constantes para mantener un modelo sistemático de ganadores y perdedores, populares y anti populares, lindos y feos, pobres y ricos. Si bien la trama nos sitúa en 1998, en un colegio privado de Formosa, lo que acontece -tanto dentro como fuera del establecimiento- no es más que la dialéctica entre víctimas y victimarios, o en su costado metafórico las ovejas dóciles del corral y el lobo que se disfraza para no quedar pegado bajo el mote de oveja negra. En ese sentido, todo se relaciona con el vínculo tóxico que entablan Esteban y Gastón. El primero es el típico paria de turno, miope y poeta, incomprendido por su familia y por sus docentes, atacado sistemáticamente por el resto de sus compañeros de clase. Hasta que llega Gastón, el pibe nuevo, canchero y rebelde, quien exhibe desde su impostura rasgos de superioridad y de incipiente resistencia a la autoridad. En un parpadeo, la dupla de compinches encastra perfecto en una sociedad para el vandalismo, siempre bajo la influencia del oscuro chico nuevo y la resignada participación de Esteban para sentirse parte de algo, donde la premisa es sembrar el caos en un modelo en el que toda persona es sacrificable por pertenecer al rebaño. A pesar de transitar por lugares comunes con la historia que se narra más que por pereza en el guión, el director Sebastián Caulier inserta al trillado tema algunas aristas interesantes sin subrayados y que hacen al entorno y a los efectos de temáticas acuciantes, donde existe ceguera desde varios sectores y en el que el reduccionismo mediático opera con mayor eficacia. Por eso, en las cenas familiares de Esteban se recoge el guante de la indiferencia mientras que en la televisión se procura dar marco a un caos injustificable con mentiras que tapan otro tipo de realidades. El corral funciona como película reflejo de problemáticas adolescentes, pero no está únicamente dirigida a esta franja etaria, sino que su universalidad la excede y puede encontrar por méritos propios públicos cautivos no necesariamente locales, elemento que la hace incluso rentable para mercados foráneos.
La venganza de los raros El formoseño Sebastián Caulier vuelve a inmiscuirse en la educación pública para desarrollar varios tópicos que parecen obsesionarlo. Tanto en su ópera prima, La inocencia de la araña (2011), como en El corral (2017) trabaja una historia realista, de suma actualidad, pero desde un lugar diferente. En ambos casos lo que empezaba como una comedia negra se transforma en una historia dominada por el suspenso, con toques de terror inclusive. 1998. Esteban (Patricio Penna) es un adolescente que sufre de bullying (aunque en esa época todavía no exístía esa denominación como aclara el personaje al principio mediante un flashback) por parte de sus compañeros de secundaria. Pero un día se incorpora a su división Gastón (Felipe Ramusio Mora), un muchacho proveniente de Rosario, algo desgarbado, desprolijo, cancherito y al que da la sensación de que nada parece importarle. Entre ambos pronto nacerá una fuerte amistad que devendrá en una venganza desmedida contra aquellos que los provocan. Lo que empieza como un juego se les irá de las manos hasta convertirse en verdaderos criminales. Caulier regresa con su segunda película a Formosa, a un colegio secundario y a colocar a un dúo protagónico de actores adolescentes desconocidos como desencadenantes de una serie de sucesos dramáticos que irán en un crescendo que no podrán dominar. Pero también vuelve a trabajar sobre el cine de género, y más precisamente sobre los cambios de género a través impensados giros narrativos. Todo indica que El corral podría ser una previsible Elephant (Gus Van Sant, 2003) nacional, pero no. El director trabaja un dispositivo de atmosferas y tensiones donde las piezas del rompecabezas se van articulando lentamente para pasar del drama a la comedia negra, y del thriller psicológico al terror, pero lo más llamativo es la capacidad para no perder el realismo ante hechos que parecen surrealistas. Los actos vandálicos que cometen con total impunidad bien podrían haber ocurrido, aunque cueste creerlo, sobre todo tratándose de un país como Argentina a finales del siglo pasado. Con referencias a cineastas clásicos de la talla de Alfred Hitchcock y a películas modernas como Just Jim (2015), del actor y director Craig Roberts, El corral posiciona a Caulier como un gran narrador de historias simples que él, con destreza y personalidad, convierte en extraordinarias, algo no muy usual entre las nuevas camadas de cineastas argentinos. Además de un descubridor de futuros talentos actorales.
Una sorprendente película argentina, con guión y direcció de Sebastian Caulier que se adentra en el mundo adolescente, de un chico hostigado por sus compañeros cuando la palabra “bullying” no era conocida y como su alianza con un nuevo compañero transformara su realidad y por sobre todo, el mundo que lo rodea. Lo que se inicia con una amistad profunda entre dos chicos despreciados, el “poeta” y el recién llegado se transforma con habilidad, tensión y con un lenguaje narrativo muy logrado en una película de bordes peligrosos. Al principio parece una “Elephant” formoseña pero de a poco se transforma en una relación de “amo y esclavo” para desencadenar un suspenso por momentos insoportable. Y luego internarse en el terror liso y llano. Todos los géneros se mezclan con fluidez y eficacia, con un final sorprendente. Un mundo cerrado que se aferra a su aparente “normalidad” como modo de vida, barriendo todas la evidencias debajo de la alfombra. Otro mérito del director es la elección de sus actores Patricio Penna y Felipe Ramusio Mora a los que sigue con insistencia exigiéndoles al máximo y con muy buenos resultados. No se pierda esta película.
Anarquía y descontrol Una de las grandes cuestiones del cine contemporáneo y de la narrativa actual radica en cómo reformular aquello que la producción sistemática de relatos a lo largo de los años convirtió en cliché o en lugares comunes y devolverles la frescura que tuvieron. Eso es lo que consigue Sebastián Caulier con su segunda película, El corral, historia, de algún modo, típica del chico impopular en un colegio secundario dominado por las chetas y los deportistas de la clase. La acción nos ubica en Formosa a fines de los 90 y la presentación del protagonista ya lo pintará de cuerpo entero. “Los dorados años de la adolescencia, ¿quién no quisiera volver a esa época?”, dice irónicamente su voz en off, que da pie a la primera escena de la película, en la que un grotesco profesor de gimnasia de un colegio secundario se burla de un chico indefenso parado en el arco de una cancha de fútbol a punto de recibir varios pelotazos de sus compañeros. El joven en cuestión es Esteban Ayala, quien se define a sí mismo al comienzo como “antisocial, malo en los deportes, miope y poeta. Una irresistible invitación al bullying”. Sus días pasan sin mayores sobresaltos mientras escribe poemas que nadie sabe apreciar, hasta que aparece el chico nuevo. Gastón Pereyra llega desde Rosario para deslumbrar a todos con su actitud insolente, sobre todo a Esteban, en quien encontrará algo parecido a un amigo a través de un objetivo en común: sembrar el caos en el colegio. “Estamos solos en un enorme corral de ovejas”, le dice Gastón a su futuro cómplice, mientras se sientan a observar a sus compañeros en el recreo. El director de La inocencia de la araña demuestra una capacidad de observación poco habitual para los detalles, sobre todo en las miradas de los personajes, ya sean captadas en planos abiertos o en primerísimos primeros planos –en uno de ellos, memorable, se ve fuego reflejado en los anteojos del protagonista–, y en la construcción de climas. El sonido acompaña el notable trabajo visual y ese viraje progresivo cada vez más marcado hacia lo siniestro que coquetea con el gore y con el terror: las miradas, que en un principio eran inocentes, se convierten en voyeurismo –vean la escena en la que Esteban se masturba detrás de la puerta de una habitación mientras observa a Gastón, que le devuelve la mirada, teniendo sexo con una chica–; y la picardía, en un juego perverso. Entre los hallazgos del film se encuentran las interpretaciones de sus dos protagonistas, Patricio Penna y Felipe Ramusio Mora, auténticas revelaciones a las que no habrá que perderles pisada. Estamos ante una película libre, que fluye sin juzgar a sus personajes, y demuestra un notable manejo del suspenso en una escena puramente hitchcockiana que incluye un acto escolar, una bomba y un reloj. Resulta casi ineludible la reminiscencia a los niños cantando aquella repetitiva canción en Los pájaros, mientras Melanie (Tippi Hedren) fuma sentada en el patio y el director se toma su tiempo antes de mostrarnos el ataque que se avecina. Caulier comprende a la perfección la concepción del suspense del maestro inglés y lo dosifica hasta llegar a una explosión de violencia que funciona como una suerte de acto catártico. Lo que hace de El corral una película muy potente, a contramano del minimalismo que suele predominar en los relatos coming of age de nuestras latitudes, es encontrar el tono justo capaz de seducir al espectador a través de las convenciones del género en el que se inscribe la historia con una precisión cinematográfica y una sensibilidad particular para capturar la esencia de esos momentos fugaces e inasibles de la vida que ya no volverán. ¡Que viva el coming of age!
El corral, de Sebastián Caulier Por Ricardo Ottone A esta altura sabemos de sobra que la niñez y adolescencia no son ni un lecho de rosas ni un paraíso perdido, por más que algún despistado pretenda recordarlas con nostalgia como el último refugio de la inocencia y la pureza. En la breve filmografía del formoseño Sebastián Caulier esta idea es justamente la que se pone en cuestión. Así en el corto Los extraños, realizado para Historias Breves 5 (2009), una niña canta y observa fascinada como su hermana mayor y sus amigas van desapareciendo misteriosamente en una tarde de sol infernal. Mientras en su primer largo, con el irónico título de La inocencia de la araña (2011), dos chicas de escuela primaria, enamoradas de su profesor y celosas de su otra maestra, están dispuestas a llevar demasiado lejos su deseo de exclusividad. En el mismo sentido se plantea El corral, donde el agobio de la adolescencia puede generar monstruos. Esteban (Patricio Penna) transita esta etapa de la manera más penosa. Típico perdedor de manual, nerd inconfundible, tímido, inseguro y malo en los deportes, lo tiene todo para ser el descastado del colegio y el blanco de todas las burlas. Su situación parece aliviarse un poco con la llegada del chico nuevo al pueblo y al aula. Gastón (Felipe Ramusio Mora) no puede ser más opuesto a Esteban: seguro de sí mismo, desprolijo e insolente. Sin embargo la condición de freaks en ese ambiente chato y el compartir una cierta sensibilidad (Gastón dibuja y Esteban escribe poesía) en un lugar donde esta escasea y hasta está mal vista, les asegura a ambos una afinidad a la que aferrarse y una actitud de Nosotros contra el mundo. En esa línea Gastón introduce a Esteban en su filosofía nihilista y lo convence de realizar anónimos actos de vandalismo para sembrar el caos y el miedo entre aquellos a los que compara con ovejas en un corral. Esteban accede un poco por su deseo de congraciarse con su único amigo pero también porque tiene su propia carga de resentimiento. Los atentados van creciendo en intensidad y gravedad hasta un punto de en que el juego se empieza a poner peligroso. Esta situación no puede terminar bien y el espectador se da cuenta apenas es planteada. Esta previsibilidad sin embargo no le quita interés a la historia. Por el contrario el relato atrapa desde el principio y la inminencia de la catástrofe es más bien un incentivo para seguir mirando. Caulier, que es también autor del guión, maneja hábilmente el suspenso y la tensión. Logra además un interesante juego de afinidades e identificaciones. En principio uno no puede sino empatizar con el pobre y vapuleado Esteban, aunque tampoco evitar cierta aprensión o incomodidad en algunas situaciones. Con Gastón la cuestión es más compleja en tanto hay al principio una simpatía con su actitud desafiante y su ideario que al principio parece muy lógico y justiciero, pero a medida que avanza el plan se da un progresivo distanciamiento entre el espectador y el personaje en tanto se empieza a advertir que sus planteos de un elitismo en apariencia ingenuo llevan a una posición mesiánica y hasta a un germen de fascismo. El resto de los alumnos / pueblerinos, las ovejas del corral, pasan alegremente de victimarios embrutecidos a víctimas injustificadas cuando los amigos se dejan ganar por la violencia y el exceso. El Corral es un film entretenido, bien contado y que no pierde el tiempo. Es también muestra de un hecho auspicioso que es la posibilidad de contar con eficacia historias poco habituales en el cine argentino y hacerlo además en el interior del país (toda la filmografía de Caulier transcurre en Formosa), una geografía que suele ser escenario de otro tipo de films. Caulier maneja cierto costumbrismo pero le escapa al grotesco. Descubre además la oscuridad bajo ese sol aplastante combinando el ámbito cruel y despiadado de la adolescencia con el infierno grande del pueblo chico. EL CORRAL El Corral. Argentina, 2017. Dirección: Sebastián Caulier. Intérpretes: Patricio Penna, Felipe Ramusio Mora, Camila Rabinovich, Valeria Lois, Diego de Paula, José Mehrez. Guión: Sebastián Caulier. Fototgrafía: Nicolás Gorla. Música: Maxi Prietto. Edición: Federico Rotstein. Duración: 83 minutos.
Un más que digno segundo largometraje del director de La inocencia de la araña. En su ópera prima, La inocencia de la araña (2012), Sebastián Caulier ya había demostrado una particular sensibilidad para retratar las relaciones y el despertar sexual de los adolescentes en el ámbito escolar de una comunidad de provincia. En El corral, el director formoseño redobla la apuesta y abandona el tono más ligero y por momentos humorístico de aquel relato para adentrarse en cuestiones bastante más sórdidas y provocadoras. Este segundo largometraje tiene como antihéroe perfecto a Esteban Ayala (Patricio Penna), típico nerd: anteojudo, pésimo para los deportes, aspirante a poeta, es la víctima preferida para el bullying por parte de sus compañeros. Cuando -ya iniciado el ciclo lectivo en esa secundaria pública- arriba al colegio Gastón Pereira (Felipe Ramusio Mora), un rosarino rebelde y tan antisocial como él, parece encontrar el compinche que tanto necesitaba. Manipulador y seductor, el recién llegado convence a Esteban de sembrar el caos en ese corral lleno de ovejas. “Juntos vamos a hacer historia”, le asegura. La violencia va in crescendo, la situación empieza a descontrolarse y la fascinación inicial pronto se convierte en culpa y remordimiento. Si bien hay elementos varios que remiten a películas como La ola, Carrie, Elefante, The Dirties y por momentos surgen ciertas situaciones y diálogos que lucen un poco forzados, El corral adquiere vuelo propio en su exploración de la intimidad adolescente y la muchas veces conservadora e ingenua dinámica pueblerina. Un buen segundo paso para Caulier, que sigue desarrollando y profundizando un universo propio.
El corral: espiral de violencia sin fin Esteban es un adolescente que sufre el acoso de sus compañeros de escuela. Su destino cambia con la llegada de Gastón, un joven resentido quien comenzará una amistad. Juntos planificarán una venganza contra profesores y los alumnos que comienza como un juego y los termina sumergiendo en una peligrosa espiral de violencia sin límites. El director Sebastián Caulier logró componer una historia austera que habla de ilusiones perdidas y sostiene el interés hasta llegar a un final trágico e imprevisto. La voz en off del protagonista marca esta trama de complicidad que halló en Patricio Penna y en Felipe Ramusio Mora a sus justos protagonistas.
Los extremos se unen Un adolescente nerd y un rebelde se juntan para vengarse de sus compañeros de colegio. ¿Qué pasa cuando el nerd de la clase se hace íntimo amigo del rebelde del colegio? El corral es una posible respuesta a esa pregunta: al eterno atractivo de las historias de iniciación y de adolescentes perdedores, el formoseño Sebastián Caulier le agrega suspenso y termina consiguiendo una película inquietante. En esa organización social propia que tienen los secundarios, Esteban Ayala (buen trabajo de Patricio Penna) es el clásico paria: pésimo en los deportes, miope, desgarbado, no tiene amigos y sueña con ser poeta. Ni siquiera en su propia familia lo registran. Un día, a su división se incorpora Gastón Pereira, tan marginal como él, pero por otros motivos: les responde mal a los profesores más temidos, no se afeita, no trata de agradar. Su exclusión de la sociedad colegial los une, y ellos deciden vengarse de todos sus compañeros, a quienes ven como ovejas que sólo se limitan a seguir el rebaño. La idea es agitar un poco el corral estudiantil. Más allá de algunas escenas que abrazan el lugar común, Caulier logra retratar con sentido del humor, profundidad y bastante sutileza los vaivenes de esa relación: la fascinación del imberbe por su amigo, más desarrollado y con más mundo que él; la tensión sexual subyacente entre ambos; el manejo psicopático que uno ejerce sobre el otro. Ambientada en Formosa -una provincia ignorada por nuestro cine- en 1998, la película empieza con un tono liviano y poco a poco va oscureciéndose, hasta adentrarse por caminos insospechados. La no muy lograda voz en off de un narrador -el propio director- le resta potencia, pero eso no alcanza para quitarle a El corral el mérito de ser una historia bien contada.
Pacto siniestro en la frontera norte. El modelo de suspenso sobre el cual trabaja el primer largometraje de Caulier es el de Alfred Hitchcock en Strangers on a Train: a un chico introvertido, pero cargado de violencia latente, se le aparece otro dispuesto a materializar esa latencia. Opera prima del realizador formoseño Sebastián Caulier y –si la memoria no le falla a la PC del cronista– primer largometraje producido en esa provincia, El corral trabaja sobre el modelo del doble desarrollado en Pacto siniestro (Strangers on a Train, 1951), de Alfred Hitchcock. Esto es: a un chico introvertidísimo, pero cargado de violencia latente, se le aparece un otro dispuesto a materializar esa latencia. El precio de esa oferta de satisfacción es que el otro resulta ser, claro, un pequeño psicópata, del que luego habrá que buscar la forma de librarse. La influencia de Hitchcock –que, como se verá, se extiende en lo temático a Festín diabólico (The Rope, 1948)– aflora en ocasiones en el terreno formal. Eso es quizás lo más alentador de El corral, ya que estilísticamente Hitchcock, como todo cineasta clásico, ya no se usa. Pero esas asimilaciones son discontinuas. En términos generales, la película de Caulier falla a la hora de construir tensión y personajes, dos cosas que suelen ir juntas. Tímido y de anteojitos, Esteban (Patricio Penna) parece una visión nordestina de Harry Potter y escribe poesía. Razones de más para que sus evolucionadísimos compañeros lo traten de nena y de puto, “bulleándolo” todo lo que pueden. Para Esteban, que narra la primera parte desde un presente en off (el presente narrativo tiene lugar hace veinte años), “el bullying era la vida misma”. En casa las cosas no están mucho mejor. “Todo lo que mis padres sabían de mí era mi nombre, mi edad y que usaba anteojos”. Está bien el comienzo de El corral, porque ese off chorrea veneno y visualmente las escenas iniciales están bien planteadas. En un momento dado entra al cole Gastón (Felipe Ramusio Mora), que gasta aire de maldito y se convierte rápidamente en el primer amigo de Esteban, insistiéndole con que “vos sos de los míos”. Gastón es un rebelde a quien el cole le importa tres pepinos. Más que eso, le propone a Esteban empezar una campaña de terror para asustar a compañeros y autoridades, que el otro acepta con cierta hesitación. Como es de prever, la cosa se irá de las manos y habrá sangre. Como el personaje de John Dall en Festín diabólico (y el de Jimmy Stewart, que era su maestro), más que un simple rebelde Gastón resulta ser un supremacista, un tipo que cree que todos son mediocres salvo él, que se considera un genio, y eventualmente su único amigo. Pero cuanto más avanza Gastón, más timorato se pone Esteban. Este conflicto debería crecer, pero eso sucede sólo en los papeles. La extrema pasividad de Esteban, que pasa largas escenas inmóvil y transpirando, no llega a devenir en la tensión del voyeur, a la manera de tantos personajes de Brian de Palma. Y ellos son los únicos personajes de El corral: ni los compañeros y compañeras de colegio, ni mucho menos los docentes, como tampoco los miembros de la familia de Esteban, llegan a adquirir ese carácter, con lo cual todo posible drama se reduce a ellos. Y con ellos pasa poco.
El bullying en clave de thriller psicológico Uno de los personajes de este logrado thriller psicológico está obsesionado con una visión de la sociedad en la que todos son ovejas dirigiéndose tranquilamente al matadero. El otro protagonista es simplemente un nerd que en un colegio secundario de Formosa, hacia fines de la década de 1990, sufre la indiferencia o el bullying de todos sus semejantes. El nerd finalmente encuentra un amigo cuando llega de Rosario: es un nuevo estudiante, tan antisocial como él pero de carácter mucho más decidido y un poco violento. Pronto los dos chicos están asociados en actividades raras como matar ovejas para colgarlas en la puerta de la escuela, y a partir de ahí la escalada de violencia no se de tiene. Sebastián Caulier escribió y dirige una historia muy original y bien narrada, donde todo el peso recae sobre las sólidas actuaciones de los dos jóvenes protagonistas, Patricio Penna y Felipe Ramusio Mora, que se lucen en dos trabajos que no son nada fáciles. Por otro otro lado todo el elenco juvenil y todo el ambiente del colegio donde transcurre mayormente la acción es creíble más alla de que el realismo no sea exactamente la intención del director, que por momentos recurre a interesantes climas extraños apoyados por la dinámica música original. "El corral" es un oscuro thriller que con una vuelta más de tensión casi se hubiera acercado al terror, y sin duda habrá que seguir la trayectoria de todos los involucrados.
Su narración se desarrolla en Formosa en 1998, nos metemos en el mundo de Esteban Ayala (Patricio Penna) un poeta miope, malo en el deporte, tímido y que sufre bullying de parte de sus compañeros. Sus padres no le prestan demasiada atención, están más cerca de su hija Tamara que es distinta a Esteban. Pero la vida de este y de todo el colegio cambia cuando aparece un nuevo compañero, Gastón (Felipe Ramusio Mora) que viene de Rosario y es rebelde, desprolijo, liberal, atrevido y se muestra seguro. Ellos se unen y forman algo así como una confraternidad y ante esto la vida de todos en ese lugar sufrirá un giro de 180 grados. Su desarrollo tiene suspenso, tensión, acción, toques de comedia negra y thriller psicológico.
En Formosa, un chico poco popular y maltratado por sus compañeros se deja seducir por el alumno recién llegado, pero la actitud rebelde del chico nuevo llega más lejos de lo esperable. "A veces para asustar hay que lastimar", le dice su nuevo amigo. Podría tener más ritmo, y algunas escenas funcionan peor que otras, pero El Corral, escrita y dirigida por el formoseño Sebastián Caulier es una historia de iniciación bien contada.
Jóvenes brujos. Esteban (Patricio Penna) es un adolescente introvertido, con intenciones de poeta, burla de todos los compañeros de colegio, su propia familia sabe poco de él, y no tiene ni un amigo. Ese 1998 en Formosa las cosas están por cambiar; en la misma división del colegio al que va Esteban llega Gastón (Felipe Ramusio Mora), hijo de un diplomático, rebelde, que va cambiando continuamente de colegio, y de provincia, “actualmente” viene de Rosario. Gastón despierta inmediatamente la atención en Esteban, y no tardará en que los hechos los hagan amigos. Más que amigos, socios. Gastón tiene una sombra encima suyo, hay algo de resentimiento (no tan) solapado, quiere vengarse de la gente del colegio, de la sociedad, y Esteban puede ser su socio y eventual brazo ejecutor. Ambos organizan un plan para realizar actos de vandalismo menor desde el anonimato, a personajes puntuales y así crear un caos generalizado en el ambiente. El plan marcha sobre ruedas, la amistad se va consolidando en la complicidad, hasta que… Sebastián Caulier debutó en el largometraje con un film que comparte varios puntos en común con El Corral, la injustamente infra valorada La inocencia de la araña en la cual dos niñas se obsesionaban con su profesor hasta llegar a un límite extrañamente macabro. Aquí continúa en el ambiente escolar de un colegio privado en el interior del país, una sociedad de clase media establecida, y la juventud vista como un hervidero en el que todo puede suceder con tal de cumplir con las pulsiones florecientes. El cine de género le sienta muy bien a Caulier, lo que ya en su anterior film funcionaba correctamente, ahora fue perfeccionado y permite que El Corral pueda moverse cómodamente entre varios estilos. Manteniendo siempre un ritmo atractivo desde el relato y la acción del montaje; El Corral se presenta como un drama generacional, desarrollando personajes que pueden parecer arquetípicos, pero son fácilmente reconocibles gracias a sus varias capas. Dentro de ese tono casi dramático se permite un juego de comedia que más de una vez cae en una exageración cercana al grotesco aun siempre cumpliendo su efecto. Lentamente se nos irá llevando a una zona turbia en la que el juego dejó de serlo y el peligro es inminente, las cosas se van de las manos y la tensión aumenta a niveles inesperados; estamos dentro de un thriller muy cumplidor. La premisa de El Corral puede no ser tan original, las influencias de dos films como Heathers y The Craft están ahí, al igual que varias similares a estas dos, si hasta en un capítulo de Los Simpson podemos encontrar la historia de dos jóvenes rebeldes que se complotan para realizar actos vandálicos menores que dejan de serlo. Sin embargo, el gran logro de Caulier será trasladar esas historias a nuestra idiosincrasia, a una provincia como Formosa, y a un contexto histórico de hace casi veinte años visto desde los ojos de la actualidad. A todo esto, repetimos, Caulier maneja exactos hilos de suspenso y una creación de personajes muy carismática. Penna y Ramusio Mora tienen química entre sí, logran desplegar esas pulsiones de evidente homoerotismo, con escenas muy provocativas, y a su vez parecen niños grandes, la apuesta al naturalismo en la creación de escenas por parte del director, ayudará a potenciarlos. A ellos dos, se les debe sumar los talentos de Valeria Lois y Diego De Paula como los perdidos padres de Esteban. Con apartados técnicos correctos para una producción independiente, con puntos altos en el montaje rítmico y una banda sonora muy pegadiza, El Corral redondea una propuesta a puro atractivo. Conclusión: En su segundo film Sebastián Caulier demuestra nuevamente su interés por un mundo joven incomprendido y librado a sus impulsos más naturales. El cine de género es una perfecta excusa para contar una historia llena de bríos y dinamismo, que no escapa a ciertos mensajes a los que habría que prestarle atención. El Corral se ubica dentro de las propuestas más frescas y logradas del actual cine argentino joven.
Pacto de venganza en el colegio El corral, película argentina de suspenso, sorprende por su planeto y cumple con todas las expectativas del género. Ciudad de Formosa, 1998. Esteban está terminando el secundario, es tímido, poeta, no tiene amigos pero sí muchos enemigos. Víctima del bullying, no encaja donde debería y desde todos los costados se encargan de hacérselo sentir. Un día llega Gastón, otro outcast pero, como lo define una de sus compañeras, “un raro de los interesantes”. Y estos raros pasan de ser extraños, primero, a amigos después y cómplices más tarde. Extremadamente diferentes en un principio, con el correr del filme las diferencias van quedando borrosas. Bajo la premisa de que todos podemos quedar encerrados en el corral y ser una oveja más del rebaño (si ya no lo somos) Gastón propone generar el caos. Para esto plantea diferentes acciones cada vez más violentas como manera contrarrestar la chatez de la ciudad y vengarse, en cierto sentido, de los patoteros. El corral es una película inusual. Filmada en su ciudad, Formosa, el joven director sorprende con un filme muy bien dirigido, pensado y actuado. Uno de suspenso con todos los elementos presentes que hablan de un director que conoce y maneja el género. Caulier trata el periodo de la adolescencia en tono de thriller que incluye los conflictos, los peligros y las novedades de esta etapa de la vida en escenas de sexo, de acción y de tensión bien planteadas y resueltas. Gran decisión es ubicar la trama en la década de los años ‘90 y quitar de la ecuación a la tecnología (aun complicada y difícil de incluir en la ficción) lo que, a su vez, acentúa el aislamiento de los habitantes de la ciudad y la extrañez que genera Gastón. De manera precisa y no forzada, la película adentra al espectador en una historia que va escalando en violencia y peligro. La escasa profundidad de campo que presenta solo en foco a los protagonistas, el zoom y los primeros planos que llevan sí o sí la atención del espectador a lo que el director quiere mostrar, o la banda sonora que acentúa las emociones, podrían estar más medidos. Pero funcionan dentro de un relato de suspenso como es El Corral.
Sebastián Caulier (La inocencia de la araña) vuelve a involucrarse en el mundo de la adolescencia con su nueva película El Corral. La historia se ubica en 1998 en Formosa. Esteban es un chico de anteojos que escribe poesía y recibe constante maltrato por parte de sus compañeros. En su casa la familia no le presta atención, o incluso hablan sobre él como si no estuviera. Su vida cambia cuando llega al colegio Gastón, un joven rebelde que no tiene miedo de decir lo que piensa. Entre ambos entablan una extraña amistad que comienza a escalar a niveles peligrosos. Caulier presenta un relato que, con astucia, ubica al espectador en varios géneros cinematográficos, saliendo de lo convencional. Mientras que al principio el film mantiene un tono de comedia negra, apoyado por la narración en pasado del protagonista y las pequeñas “travesuras” que cometen los adolescentes, a medida que avanza la historia el conflicto cambia y, a su vez, el género. El Corral pasa a ser un thriller de suspenso o un drama. Los personajes, a pesar de estar bastante estereotipados, salen de lo convencional especialmente el de Esteban. A diferencia de películas o series modernas que tratan el bullying con un arco argumental en donde al final algo cambia en la vida de los protagonistas, aquí se da a entender que todo sigue igual, que no hay un cambio abrupto en el personaje después de lo que ha vivido. Convirtiendo la historia en un relato cíclico. Finalmente hay un manejo muy logrado del verosímil. Mientras que las situaciones que aborda El Corral parecen extremas o surrealistas, en ningún momento el espectador pierde la credibilidad de que estos eventos pueden pasar: tomando ejemplos como Elephant de Gus Van Sant o, la recientemente estrenada en el BAFICI, Dark Night de Tim Sutton.
Momentos claves en la adolescencia a través de un muy cuidado tratamiento fílmico Todos sabemos que la adolescencia es un momento clave de cualquier ser humano, una época de crisis, cambios, tanto internos como externos, donde las personalidades se van amoldando para lograr ser aceptados por los demás y así poder pertenecer a un grupo. Pero no siempre la gente consigue el beneplácito de los demás, en todos los rebaños hay una oveja negra a la que se lo toma de punto, y se lo castiga de todas las formas posibles. El director Sebastián Caulier, nos traslada a la provincia de Formosa en el año 1998, cuando la palabra bullying no se usaba, para describir el acoso y maltrato escolar entre compañeros de colegio. Esteban Ayala (Patricio Penna) es un adolescente retraído, miope, poco apto para los deportes, con una típica apariencia de nerd, que lo único que le interesa es escribir poesía. Sus padres lo consideran prácticamente un ente, y como si eso no fuera todo, es el objeto de burla y hostigamiento por parte de los otros chicos. La parsimonia y el aburrimiento predomina en esa población, el colegio es privado y sus alumnos son de clase media que no sufren privaciones y sólo se tienen que preocupar por asistir al establecimiento educativo y estudiar. Un día se incorpora a la división de Esteban un alumno llegado de Rosario, Gastón (Felipe Ramusio Mora), con un aspecto despreocupado, canchero y relajado, que también se aísla de los demás dedicándose a dibujar en un block de papel. Enseguida se harán amigos estos protagonistas, donde sus almas solitarias se aunarán para sembrar el caos escolar. El rosarino, porque tiene padres ausentes, vive en un estado de abandono y detesta a la sociedad, y en el formoseño encontró más que a un amigo, a un cómplice con un carácter débil y manejable, para ejecutar sus ideas y el deseo de tomar venganza de quienes lo maltratan. La tensión de la película va en aumento, el espiral de violencia se acrecienta, desde una primera venganza inocente, hasta hechos muchos más graves. La historia está muy bien contada, donde los personajes tienen su personalidad definida y, con el aporte actoral, la hacen creíble. La utilización de la información que nos brinda previamente el guión posteriormente se justifica en la sucesión de las acciones. Ambos se encuentran fuera del sistema, uno porque lo apartan sus pares, y el otro porque se aparta por su propia voluntad. La rebeldía y osadía de Gastón lo llevará a elevar la vara cada vez más, contraponiéndose con las dudas y la culpa que carcome a Esteban, en un duelo de temperamentos bien distintos pero que, en el fondo, lo saben y lo sienten que no encajan en ningún sitio y no pueden ser uno más dentro del corral.
SER O NO SER UNA OVEJA Una provincia: Formosa, año 1998. Una escuela secundaria y el típico estudiante antipopular: Esteban. Miope, poeta a escondidas, mal arquero, tímido y obediente, se comporta como “el hijo y el alumno ejemplar” pero es ignorado por su familia y burlado por sus compañeros. No tiene amigos y se siente un outsider. Hasta que un día conoce a su lado B, su alter ego, todo lo que Esteban querría ser, su nuevo compañero de curso: Gastón y su actitud irreverente de “váyanse todos a la mierda”. Rápidamente forjan una amistad marcada por un fuerte resentimiento juvenil hacia el mundo que los rodea y una idea clave: “no querer ser una oveja más del corral”. ¿Pero cómo lograrlo? Gastón plantea que solo es posible diferenciarse sembrando el caos, un caos que vendrá de la mano de la violencia. Ansiando ser otro y sin saber hasta dónde llegará todo, Esteban acepta ser parte de este juego peligroso. A partir de allí, noche tras noche, los amigos se dedicarán a cometer actos cuasi vandálicos vengándose de aquellos que los maltratan. Pero la violencia de sus operativos justicieros irá creciendo sin medida y este juego peligroso llegará al límite de la tragedia. En su segundo largometraje el formoseño Sebastián Caulier aborda una temática muy contemporánea: la identidad como conflicto, la idea de no pertenencia social, la crueldad juvenil y las fantasías de cambio. Todos estos tópicos son de fuerte presencia en el cine de autor actual, donde aparecen tanto en las películas del genio austríaco Michael Haneke (Funny games, Benny`s video), como en relatos americanos del estilo Heathers (1988) o de la magistral Elephant (2003), de Gus Van Sant. Y si nos remontamos décadas atrás podemos ver preocupaciones similares, pero transpoladas a la infancia, en films como Cero en conducta (1933), de Jean Vigo o Los cuatroscientos golpes (1959), de Truffaut. La sustancial diferencia entre los relatos juveniles contemporáneos y aquellos de la infancia del cine de autor, es que cambia la mirada sobre la sociedad y se actualiza de manera más cruel y sarcástica, ya que hoy tiene una ironía que en aquellos primigenios films estaba más solapada. Lo que no cabe duda es que un relato profundo sobre estos temas no deja de contener una reflexión existencial, algo que el film de Caulier no logra proponer con solvencia. El film queda más cerca de una excusa temática que pareciera servirle para poner en juego herramientas del cine de género, crear ambientes de extrañamiento, intentar secuencias de tensión y trabajar la subjetividad en la narración, ya que todo el relato se nos abre desde los ojos de Esteban y sus sensaciones, pensamientos y experiencias a lo largo de este proceso pseudo revelador. El elenco protagonizado por el dueto novel de Patricio Penna y Felipe Mora oscila entre atractivos momentos de sinergia actoral y otros un tanto estereotipados por una construcción de personajes con fisuras en los diálogos y sobre-marcaciones. Entre la cámara, el montaje, la fotografía y el uso del sonido, Caulier logra algunas escenas de perturbación construidas desde la mutación de la percepción de Esteban, tanto en una borrachera o como cuando vive una despersonalización momentánea, excelente excusa para trastocar en estos casos la percepción temporo espacial desde la manipulación sonora y visual. Al inicio el film me convocó a la juventud y sus temores, y se me presentó el recuerdo de una lectura paradigmática de la adolescencia: Demian, de Herman Hesse. Demian, ese “ángel negro” parecía venir de la mano del personaje de Gastón irrumpiendo en la vida chata y oprimida de Esteban, el “ángel blanco”. Pero la asociación no prosperó por mucho tiempo ya que el film se diluye en las apariencias. El Corral es una propuesta atractiva en sus intenciones temáticas y subtextuales, pero finalmente se queda atrapada en la superficie, detenida en las meras apariencias. Por Victoria Leven @victorialeven
Con una escena que remite directamente a The Wall (Alan Parker, 1982) se nos introduce a la vida de Esteban (Patricio Penna) un adolescente víctima del bullying (cuando el término no existía, como dice la película). Es Formosa, en 1998 y ante la llegada al colegio de Gastón (Felipe Ramusio Mora), el mundo de Esteban y el del pueblo cambiará. Con un pulso intenso y parejo la película va abandonando de a poco cualquier intención de hacer un comentario sobre la educación y la sociedad para ir definitivamente por el thriller. El resultado es convincente y pone al director como un gran promesa para el cine industrial de nuestro país.
Espíritu adolescente Sebastián Caulier continúa luego de su última película, La inocencia de la araña, con en el ambiente escolar como escenario. Tenemos una sociedad de clase media establecida y la adolescencia a punto de ebullición. El director logra desenvolverse con soltura entre varios estilos, más allá que el cine de género particularmente lo deja bien parado. En El corral el relato nos lleva desde la comedia negra hasta un drama generacional, donde avanzamos a un ritmo que resulta atractivo para el espectador y más allá de lo estereotipados que puedan resultar los personajes, resultan salir de lo convencional. El trabajo de los actores Patricio Penna y Felipe Ramusio Mora es notorio, quienes manifiestan una interesante química que traspasa la pantalla, con escenas muy naturales y a la vez provocativas, acompañados por una interesante banda de sonido que logra pegársenos en la cabeza. El Corral es una muy buena propuesta de un director que se está abriendo camino, para mostrarnos esa parte de la realidad que solemos estar alejados y por tal puede resultarnos inverosímil, pero que puede suceder.
EL CORRAL DEL QUE NO ESCAPAMOS Es posible vincular a El corral con temáticas como el bullying, pero es otro el aspecto que nos interesa resaltar: el maltrato entre los adolescentes forma parte de ese “corral”. Si bien este concepto puede ser emparentado con las ideas desmedidas de un joven también está haciendo referencia al orden establecido. Por esta razón, es posible pensar que el film apela a filosofar desde un hecho particular. Esteban es un chico que tiene todas las características estereotipadas del excluido de la escuela. Ante esto sufre de la exclusión y el agravio de sus pares. La aparición de un nuevo compañero, Gastón, le da la esperanza de poder tener un amigo y vengar el malestar que le han hecho pasar hasta el momento. Pero los planes conspirativos de un momento a otro dejan de ser ideas inocentes de dos adolescentes para tomar un sentido macabro. La figura del chico nuevo toma así un tinte de lunático. “Muerte al corral” invoca Gastón. Esta idea parece hacer referencia a dar por terminadas las prácticas de reproducción de mecanismos heredados en el ámbito escolar. Sin embargo, aparecen varias concepciones de corral. Una de ellas es la nombrada. Otra de las interpretaciones es el propio corral que Gastón le va construyendo a Esteban. Y, por último, el tercer corral es aquel que los integra a todos, incluso a Federico y a Gastón. Por muy lejos que quieran situarse estos adolescentes forman parte de mecanismos ya establecidos, aun sin darse cuenta. Esto es posible verlo en las conversaciones que establecen. El guión y las actuaciones contribuyen a dejar expuesto el corral en el que se encuentran todos. Desde los diálogos se puede observar cómo se apela a discursos repetidos y conservados por generaciones. Es posible predecir qué dirán los personajes o hacerse una idea. Se utiliza como recurso hacer visibles los clichés sociales e inclusive fílmicos. Esto da lugar a observar cómo repetimos hasta al hartazgo frases y no sólo las naturalizamos, sino que creemos que realmente son propias. El discurso de los medios de comunicación también está presente, mostrando cómo, vergonzosamente, lejos de fomentar la discusión caen en la repetición de guiones. Las actuaciones refuerzan la repetición de frases hechas. Las miradas forzadas, las caras sobreactuadas y los movimientos exagerados dan lugar a interpretar cómo las personas terminan actuando como robots. Y aunque los adolescentes creen poder escapar, no logran ver que también repiten algunas prácticas habituales. La idea que plantea Sebastián Caulier es interesante. Sin embargo, la película no es del todo atractiva. Se puede interpretar, como dijimos antes, que las actuaciones sean hiperbólicas para mostrar cómo funcionan las personas dentro del corral. Pero esta razón no logra sacar la sensación de situaciones forzadas y actores poco aceitados.
El segundo largometraje de Sebastián Caulier es un viaje iniciático hacia la adolescencia en un lugar y momento preciso. 1989, Formosa, una escuela privada es el contexto para que dos jóvenes comiencen una relación particular que podría llegar a terminar en algo más que una amistad. El planteo de Caulier es simple, en ese colegio con estructuras y tribus bien sectorizadas (los chetos, los nerds, etc.), Esteban (Patricio Penna) ve como sus días transcurren entre la soledad de su habitación y el acoso por parte de sus compañeros de clase. Al llegar un joven de otra ciudad llamado Gastón (Felipe Ramusio Mora), Esteban se ve hipnotizado por la personalidad de éste, dejándose llevar por algunas ideas “alocadas” que le impone y de las cuales será cómplice y parte. Mientras la amistad avanza, el colegio pasa a ser tan sólo el espacio en el que juntos comenzarán a desplegar sus ideas, las que, teñidas de una concepción anarquista, con el concepto de “corral” como rebaño sin sentido ni dirección, Gastón desea ejemplificar el verdadero motivo de su apatía dentro y fuera de las aulas. Ambos comenzarán con una serie de actividades que no sólo los acercarán íntimamente, sino que, principalmente, pondrán en evidencia la dependencia y dominio de uno sobre el otro, algo que Caulier, con su hábil guion, deja expuesto desde el primer plano y la narración en off. Más allá de esto, la película deambula por atmósferas bien diferenciadas entre sí, y juega al policial, al thriller, en la mejor línea de Gus Van Sant o la reciente película “Just Jim”, en la que se muestra a jóvenes atribulados al borde del abismo, conscientes de sus presentes, pero con ganas de cambiar la historia. La elección del entorno, la fecha, y el lugar, ayudan a que la narración sea hipnótica, un laberinto de emociones en los que rápidamente se puede empatizar con Esteban desde el momento cero, y, principalmente, cuando parece que todo se le va de las manos al involucrarse sentimentalmente con Gastón. Caulier acierta al escoger a los debutantes Penna y Ramusio Mora como la pareja protagónica, y los introduce en el espacio temático de la adolescencia, tomando al bullying casi como disparador nomás (de hecho durante el corte temporal que elige no se utilizaba esa palabra), privilegiando la transformación de los personajes más allá d el acoso. Si por momentos el relato pierde fuerza, es tal vez porque se elige caer en algunos lugares comunes, como la educación sexual que Esteban le da a Gastón, o el trazo grueso con el que se presenta a los padres de éste último, seres más preocupados por mirar hacia afuera que adentro de su hogar. Así y todo “El Corral” es un interesante ejercicio de género, buscando un camino propio y autóctono, con una densa dosis de verdad y de mirada específica sobre el comportamiento humano, en este caso juvenil, y que requeriría algún tipo de intervención adulta... Pero que tal como está planteado el juego, claramente, esa observación queda supeditada a una extraña y siniestra simbiosis, la que, con un logrado mecanismo de dirección de actores, de escenarios naturales, de juego con la música, el off y el fuera de campo, terminan por consolidar una de las propuestas más interesantes del cine nacional de los últimos tiempos.