Sobre el derecho a la memoria colectiva. Con el transcurso del tiempo ha quedado más que claro que los exploitations que originó el éxito de Los Juegos del Hambre (The Hunger Games, 2012) han sido -y vienen siendo- más interesantes que sus homólogos inspirados por la franquicia vampírica que comenzó con Crepúsculo (Twilight, 2008). Desde ya que cada exponente de esta suerte de subgénero de distopías para adolescentes enfatiza y/ o trabaja determinados rasgos de la “película base” con vistas a balancear con astucia las alusiones ocasionales y las mínimas novedades involucradas. En la misma línea de Divergente (Divergent, 2014) y The Maze Runner (2014), hoy llega El Dador de Recuerdos (The Giver, 2014), una nueva epopeya futurista. Luego de otro de esos cataclismos que quedan bajo un manto de misterio, los líderes de mayor edad de la sociedad sobreviviente decidieron borrar la memoria colectiva de los seres humanos y construir un seudo paraíso en el que priman la igualdad y la armonía, a costo de mantener anestesiada a la población para que sus “emociones” no salgan a la luz. Cuando Jonas (Brenton Thwaites) es seleccionado como el siguiente “receptor” del catálogo de los sucesos pasados, el joven ve con buenos ojos el derecho a preguntar y la posibilidad de adquirir conocimientos, privilegios otorgados por el statu quo para convertirlo en un consejero vía las lecciones del “dador” del título (el gran Jeff Bridges). Por supuesto que lo que aparenta ser una transmisión perenne e idílica de saber pronto deriva hacia un triste despertar vinculado con los cimientos reales de la comunidad en cuestión. La película está basada en la novela homónima de Lois Lowry, un trabajo que de por sí ya se nutría ampliamente de ingredientes varios de Un Mundo Feliz (Aldous Huxley), La Fuga de Logan (William F. Nolan y George Clayton Johnson) y hasta de Matadero Cinco (Kurt Vonnegut). Aquí reaparece la manipulación de la fotografía como recurso alegórico, todo un leitmotiv de la ciencia ficción y la fantasía ontológicas: tenemos blanco y negro para la etapa de esclavitud y el color para el quiebre de una uniformidad aletargada. Quizás lo más curioso del convite sea el hecho de que el propio Bridges fue el máximo responsable de su materialización ya que deseaba adaptar el opus de Lowry desde hacía tiempo, circunstancia que debe haber influido en la elección del también veterano Phillip Noyce para la silla del director. Precisamente es la presencia del australiano la que garantiza una ejecución meticulosa y dinámica, carente de los artificios con los que el mainstream suele atosigarnos. Si bien las metáforas y la terminología de los diálogos son un tanto cursis y no llegan a deslumbrar, la sutileza del film y sus buenas intenciones apuntalan un producto digno que privilegia al humanismo por sobre la levedad y la apatía…
El dador de recuerdos parte de una buena idea pero lamentablemente no logra convencer del todo. La premisa está buena, pero todo queda allí, girando sobre lo mismo, sin sorpresas ni nuevos conflictos y el desenlace no deja con muchas ganas de ver una nueva entrega. El elenco juvenil realiza un muy buen trabajo, y Meryl Streep y Jeff Bridges se cargan el filme...
Más sociedades distópicas para adolescentes. Luego del fin de la saga Harry Potter (que acompañó a algunos adultos), los niños y preadolescentes que crecieron con ella a lo largo de ocho años encontraron un estadio siguiente de la oferta literaria, el cual parece ser el de las sociedades distópicas en las que los adolescentes son los protagonistas, como una forma de extender ese mundo ya acabado de la serie del joven mago. El Dador de Recuerdos, a diferencia de Divergente, Maze Runner y Los Juegos del Hambre (la madre de todos estos hijos), subraya su fortaleza en las relaciones humanas en un futuro impreciso, en el cual no existen los recuerdos de una civilización, ni tampoco el amor ni el odio. Simplemente hay una sociedad que vive en casas idénticas sin distinción de clases, como una suerte de escenario ideal para todos los humanos. Los oficios y las profesiones son designados (al final de una graduación) por un consejo de ancianos, liderados por la concejera en jefe (Meryl Streep en el más profundo piloto automático). En ese punto comienza la historia de Jonas (Brenton Thwaites), escogido para ser el próximo “receptor” de recuerdos, los cuales posee solo The Giver (Jeff Bridges), un ermitaño que vive al borde de los límites permitidos de esta comunidad. Así como en películas como Matrix -por nombrar solo una- el protagonista encuentra en una etapa de su vida el despertar hacia una realidad que le era vedada, una especie de hombre de las cavernas de Platón que quiere salir a gritarle al mundo sus revelaciones, en el caso de El Dador de Recuerdos tenemos una verdad escondida sobre el pasado de la humanidad. La simbiosis entre el joven “receptor” y el viejo “dador” es lo que mejor desarrolla el australiano Phillip Noyce (en un nuevo trabajo por encargo) junto a la austeridad visual, en completa oposición al tono ofrecido por directores más jóvenes (o más prestos al Hollywood más ramplón de estos tiempos), los responsables de las películas de este subgénero en auge, en el que sobresalen los movimientos espasmódicos de cámara y los montajes acelerados que cortan centenares de planos por minuto, sin poder escapar de diálogos edulcorados ni tampoco de un desarrollo pobre de acontecimientos. Más allá de los esfuerzos de los veteranos Bridges (quien figura también como productor) y Noyce, El Dador de Recuerdos se disipa en la mirada casi religiosa sobre la memoria colectiva. No hay decepción frente a una película de la que poco se esperaba, pero es inevitable pensar que un film que reúne a Jeff Bridges y a Meryl Streep no puede ser al menos correcto.
Lois Lowry es una de las escritoras norteamericanas más importantes que surgieron en la literatura infantil y juvenil en las últimas décadas. A fines de los años ´70 se hizo famosa por sus excelentes libros con el personaje de Anastasia Krupnik que brindaron historias muy divertidas. Una artista que elevó el contenido de las propuestas literarias juveniles al tratar temas delicados como el Holocausto, las enfermedades terminales y el racismo. En 1993 dejó los relatos humorísiticos con el personaje de Anastasia para incursionar en la ciencia ficción con una propuesta más seria que estaba dirigida a lectores adolescentes. "El dador" (así era el título original) era una novela que se ambientaba en un sociedad utópica, donde un gobierno había logrado erradicar el dolor y las emociones profundas en los seres humanos. La novela fue muy polémica en su momento porque trataba cuestiones como la eutanasia y el suicidio que eran temas que no solían aparecer en la literatura juvenil de aquellos días. El trabajo de Lois Lowry fue bien recibido por los lectores y la autora brindó otras dos continuaciones con Gathering Blue (2000) y The Messenger (2004). El comediante Bill Cosby fue el primer artista que intentó adaptar la primera entrega de la trilogía en el cine a mediados de los años ´90. Sin embargo, el proyecto no se pudo concretar debido a que los estudios de Hollywood en ese momento no estaban interesados en hacer películas basadas en libros juveniles. Hoy la situación es completamente distinta y se adapta cualquier cosa que se venda bien en las librerías. Finalmente la película de "El dador" se concretó este año. El director Phillip Noyce (Juego de patriotas, Peligro inminente) incursionó en un género diferente con este proyecto que reunió en el reparto a Jeff Bridges y Meryl Streep. La película sigue con bastante fidelidad la trama orginal con la particularidad que se trabajó con un enfoque más light. En otras palabras, no se la jugaron. Tópicos importantes de este conflicto como el suicido y la eutanasia acá se abordaron con mucha sutileza como si los productores hubieran tenido miedo de meterse con esos temas. Es una lástima porque "El dador" presentaba un conflicto mucho más interesante que otras propuestas futuristas que vimos hace poco como Divergente, The Maze Runner y Los Juegos del hambre, sin embargo no lograron encontrarle la vuelta a la película para hacerla más atractiva. La trama orginal fue muy resumida y esto generó que cueste conectarse con los personajes porque todo se resuelve demasiado rápido. Creo que al intentar convertir la película en un blockbuster taquillero descuidaron el conflicto principal que era mucho más apasionante en la versión literaria. Lo mejor de este estreno pasa por el trabajo del reparto que es muy bueno y la manera en que el director Noyce utilizó los colores de la fotografía para retratar la transformación personal que vive el protagonista. El dador de recuerdos no es para nada nada una mala película pero tampoco consigue entusiasmarte como para esperar las continuaciones que completan esta trilogía.
Un mundo de sensaciones Basada en la novela juvenil creada por Lois Lowry, El dador de recuerdos (The Giver, 2014) tiene una atractiva propuesta, por momentos novedosa, pero cuyo punto fuerte es su ágil narración en manos de Phillip Noyce (Juego de Patriotas, El coleccionista de huesos, Agente Salt), que le da ritmo y tensión a este relato futurista donde la sociedad no tiene memoria colectiva. Jonas (Brenton Thwaites) vive en una sociedad sumamente controlada, donde abunda el color grisáceo: Las personas no tienen sentimientos, ni de odio, ni de envidia, pero tampoco de amor o alegría. Para eso reciben unas inyecciones diarias y son observados por la jueza que interpreta Meryl Streep. Entre los adultos, que fundaron esta sociedad perfecta sin diferencias de clases, se encuentra el dador de recuerdos Jeff Bridges, que almacena la memoria de la humanidad, tanto los malos recuerdos como los buenos que promueven sensaciones conflictivas, según ellos. Jasón es el adolescente elegido para ser discípulo de recuerdos, y se torna rebelde contra el sistema al sentir emociones humanas. Hay claramente un lugar común en las fantasías adolescentes que El dador de recuerdos no evita: el universo estricto y asfixiante al que rebelarse, y las grandes estrellas, Jeff Bridges y Meryl Streep en este caso, ocupando espacios de saber. Lo que hacen los actores además de darle credibilidad al relato, es sumarle frescura y un halo de misterio. El rol de Bridges es fundamental en su aporte, un loco traumado con ansias de un futuro mejor pero sin las fuerzas para llevarlo a cabo. Parece un viejo revolucionario de izquierda ante los golpes del neoliberalismo. Como toda fantasía ficcional, sigue sus propias reglas y nomenclaturas de elementos. Aquí se reitera la palabra “liberar” que en la lógica del relato significa matar a un personaje, teniendo así más connotaciones con el concepto de liberalismo que con el de libertad. La película recuerda a El nombre de la rosa (The name of rose, 1987), en su propuesta e incluso el personaje de Bridges parece el mítico maestro interpretado por Sean Connery. La sociedad de control que evitaba la lectura de libros porque implicaban la liberación de la risa, sensación subversiva para los valores de los franciscanos, en El dador de recuerdos, serán las imágenes visuales (supeditados a las imágenes emblemáticas de los sucesos históricos contemporáneos) las que promuevan la liberación de la mente. Un claro cambio de época, leer por ver, donde las sensaciones son ahora el motor funcional para cambiar el mundo. Sin ser nunca una genialidad El dador de recuerdos recupera el sentido revolucionario de tantas otras sagas adolescentes de moda, sólo que esta vez mediante un uso particular del color, que va del apagado blanco y negro al color efusivo, para graficar de manera estética las distintas sensaciones humanas.
Ciencia ficción de la vieja escuela Nuevamente la ciencia-ficción pisa el universo cinematográfico y se basa en la exitosa novela homónima de Lois Lowry, bajo la batuta de Philip Noyce, quien en otros tiempos eligió la acción y la intriga polìtica en Juego de patriotas. Acá el futuro encuentra a una sociedad dócil que vive tranquila y manejada por gente adulta que borró los recuerdos de la humanidad. El joven Jonás (Brenton Thwaites, de Maléfica), es elegido para recibir las memorias, sentimientos y se convierte en el nuevo eslabón que se opone a un sistema del que comienza a sospechar. Con ecos de Fuga en el siglo XXI y con el recurso visual que mezcla blanco y negro con color para mostrar los cambios de un mundo manejado según las conveniencias, la pelìcula de Noyce está concebida a la antigua, despojada de efectos digitales, pero sin el nervio narrativo (salvo en el tramo final) o la atmósfera que tuvieron otros trabajos del realizador. Entre experimentos y maniobras oscuras, el joven héroe inicia un camino lleno de obstáculos con un bebé en brazos que pone esperanza en un horizonte que aún vislumbra varios peligros. En ese contexto, asoma una Meryl Streep de cabellos largos y grises, como la jefa de la sociedad, mientras que Jeff Bridges encarna al Dador de recuerdos. Ni siquiera la presencia de estos intérpretes equilibra la balanza en una trama que combina frases de manual de autoayuda, con humanismo y heroìsmo.
El libro dedicado a los adolescentes de Lois Lowry, que fue un best seller, dio origen a esta primera película con final abierto, que augura secuelas. Un mundo organizado sin emociones ni necesidades, sin sentimientos y sin conflictos, frío, con un hombre dueño de todos los recuerdos, una represora y un joven que será el heredero del conocimiento. No son ideas nuevas, está bien hecho y cuenta con un elenco de famosos.
Un futuro monocromático Siguiendo la linea de "Los juegos del Hambre" y "Divergente", este filme se sitúa también en un futuro no muy feliz. Luego de guerras, colapsos ecológicos y otros desastres, la humanidad ha encontrado el equilibrio en una sociedad extremadamente ordenada, donde todos son iguales y cada uno tiene una misión que es otorgada por los ancianos, ya que son ellos quienes luego de observar el desarrollo de cada niño, le otorgan el oficio o profesión donde creen que será mas útil. No hay lugar para los sentimientos y las emociones, dado que creen que estas han sido las causantes de los males que ha sufrido la humanidad, y al suprimirlas solo habrá lugar para una sociedad sistematizada y próspera. Jonas (Brenton Thwaites) ha cumplido 18 años y llegó el día en que en una ceremonia especial los ancianos le otorgarán el oficio que desarrollará durante el resto de su vida; mientras a sus amigos les otorgan tareas como ser pilotos o enfermeras, Jonas recibe una mucho más delicada. Cada año se elige a un chico para que reciba de un anciano sabio los recuerdos de cómo era la humanidad, cómo era ese mundo que han elegido suprimir, y así al mantener vivo ese testimonio sabrán por qué es mejor continuar como están. Pero la información y las emociones que Jonas recibe de el dador, (de allí el nombre original de la película: "The Giver") no causan el efecto que los ancianos esperaban, sino que despiertan su curiosidad, y comienza a sospechar que ese mundo tan prolijo, donde todos están tan correctamente adiestrados, está muy lejos de ser un lugar perfecto, y mucho menos justo. Es imposible no recordar "Un Mundo Feliz", aquel extraordinario libro de Aldous Huxley, al ver los primeros minutos de este filme, especialmente al ver a esos niños que nacen en un laboratorio y que no son propiedad de nadie, todos reciben la misma educación y son engranajes de una sociedad que pretende ser perfecta. Pero no hace falta ver demasiado para saber que es otra película más de esas basadas en libros de ciencia ficción efectivos y no muy complejos, y absolutamente orientados a adolescentes. Por lo que los protagonistas parecen modelos publicitarios, la trama es accesible, la estrucutura lineal y las alusiones a la esperanza, los sueños y el amor abundan durante todo el relato. Algo interesante de esta película es que no ha recurrido a un estética efectista, o recargada (como en el caso de "Los Juegos del Hambre") sino que con recursos más simples ha logrado mejores resultados, como por ejemplo el cambio de blanco y negro a color ha medida que el protagonista descubre las emociones, o los objetos minimalistas que representan a esa sociedad tan pulcra y ordenada. La película cuenta con un interesante as en la manga que son las actuaciones de Meryl Streep y Jeff Bridges, que con interpretaciones que no parecen haber significado un gran desafío para ellos, le otorgan un poco más de calidad al filme.
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Nueva franquicia para adolescentes El film, basado en la novela de hace dos décadas de Lois Lowry, narra una historia de amor que tiene como escenario un universo sin colores, donde en apariencia no existe el dolor. Con Jeff Bridges y Meryl Streep. Finalizada la saga Harry Potter, retirados los vampiros almibarados de Crepúsculo y con Jennifer Lawrence ya bien crecida tal como se la observa en las páginas de Internet, el negocio del cine para adolescentes parecía estar en un punto muerto. Sin embargo, Hollywood barajó de nuevo, afiló otra vez sus colmillos y volvió a proponer otra serie de combinaciones entre la literatura y el cine. Este año ya se conocieron Ladrona de libros, Un cuento de invierno y Bajo la misma estrella, tres ejemplos diferentes en cuanto a propuestas temáticas pero que apuntan a ese sector del mercado, aquel que más consume cine dentro del cine. El nuevo estímulo para el púber cinéfilo es El dador de recuerdos, basada en la novela de hace dos décadas de Lois Lowry, que repara en una distopía sobre un mundo posible, constituido por el conformismo y las agradables apariencias donde no existe el dolor, la violencia o cualquier otro mal que altere a una comunidad que vive para el confort y la autosatisfacción. Jonas (el joven Thawaites), quien reside en un universo sin colores, armónico y sin conflictos, con ropa y vivienda similar a la del resto, será el designado por la Jefa Mayor (Streep, en plan de preguntarse cuándo le depositan el dinero en el banco) y así heredar la labor de The Giver (Bridges, también productor del film) para absorber los recuerdos que fueron eliminados por esa comunidad distópica donde no existe el lado oscuro de la vida. Por allí, ya que se trata de una historia de amor en medio de un relato en el que hay que dar a conocer la falsedad de un mundo, aparecerá la joven Fiona (Odeya Rush), quien le quita al sueño al elegido, el traumado Jonas. Pasan muchas más cosas que este mero esqueleto argumental, pero eso no es lo más importante, sino la forma que se transmite el discurso, hacia quienes está dirigido y el criterio de puesta en escena que el menos que discreto director Phillip Noyce (Juego de patriotas; El coleccionista de huesos) elige para construir una ficción donde se presenta un futuro utópico. Entre conversaciones plenas de aforismos y frases de afiches de enamorados, charlas sobre una herencia que Jonas no desea apesar de los requerimientos del viejo y cansado The Giver (algún que otro momento se puede rescatar allí), un riguroso diseño de producción que incluye una luz que abruma por su carácter gélido y mortuorio y una extraña atmósfera que homenajea a Orwell y su 1984 pero en versión infanto-juvenil, transcurre la hora y media de El dador de los recuerdos, un nuevo ejemplo de una manera de pensar al cine que parece no tener intenciones de tomarse ni un mínimo descanso.
La moda de los films juveniles basados en best sellers (si son saga mejor) ad hoc parece no tener fin. Año a año son más los títulos que se suman en cantidad en un corto plazo. Los hay de todo tipo, todos son vehículos para promocionar estrellas pre veinteañeras y cuentan con alguna estrella establecida en un rol secundario, algunas son propicias para probar directores noveles, y otras recaen en directores con cierto renombre que a esta altura filman casi de compromiso. Esto es lo que sucede en El dador de recuerdo, basada en la novela de Lois Lowry, dirigida por el polifacético Phillip Noyce, hábil director para manejarse en las aguas de la acción mechada con buenas dosis de dramas. Capaz de hacer las dos mejores entregas de la saga Jack Ryan, Terror a bordo, y las subvaloradas Cerca de la libertad, El coleccionista de huesos y Furia Ciega; pero capaz también de hacer El Santo y Agente Salt, films en puro piloto automático. Ese automatismo vuelve a encenderse para filmar la historia de Jonas (Brenton Thwaites), que vive en un mundo posmoderno en el cual los sentimientos y los recuerdos han sido eliminados en pos de una convivencia armónica. Si no hay sentimientos no hay odio, ni venganza, ni morbosidad, pero tampoco hay amor, pasión, que pueden ser los vehículos que lleven a los otros sentimientos; no hay dolor pero tampoco hay alegría. Esta sociedad está regida por la jueza Elder (Meryl Streep, en plan no voy a ganar un Oscar pero voy a pagar las cuentas) rígida mujer que lo vigila todo y controla que se suministren correctamente unas drogas inyectables supresoras. Por otro lado está El dador de recuerdos (Jeff Bridges, ídem Streep), ser utópico, fundador visionario que intentó hacer las cosas bien para que no hubiesen más conflictos pero al que las cosas se le fueron de las manos. El hombre atesora los recuerdos, lo que provoca sentimientos. Jonas es escogido para ser el discípulo de El dador de recuerdos, tiene el destino marcado… y si a estas alturas sigue leyendo esto es porque todavía no cayó en lo obvio, Jonas empezará a sentir sensaciones humanas y se revelará, comenzando una revolución en ese mundo del orden. El dador de recuerdos no ofrece específicamente originalidad, este tipo de argumentos en el mundo de la Ciencia Ficción se vieron desde Farenheit 451 hasta La Huesped, y este film claramente está mucho más cerca de la segunda. El film luce correcto, tiene cierto ritmo y puede seguirse con cierto interés (y algo de monotonía), pero precisamente, parece salido de la misma sociedad que presenta. Noyce dirige bien porque ya lo hace de taquito, no hay (notorios) errores, pero tampoco momentos destacables. En el elenco, los jóvenes (sumemos participaciones menores de Katie Holmes, Alexander Skarsgård, y Odeya Rush como la causante de sentimientos) quedan irremediablemente tapados por Streep y Bridges que aunque actúen casi mirando la puerta de salida del set, les alcanza con la sola experiencia para seducir a la cámara. Mezcla de autoayuda, drama y aventura, El dador de recuerdos puede entregar un poco más que otros films a los que se le parece, pero con eso solo no alcanza para redondear algo que con esa premisa pudo ser mucho mejor. Con algo más de pasión, de vigor, hablaríamos de otra cosa.
Síntesis, simplismo... y Jeff Bridges La novela de Lois Lowry en la que se basa esta película es anterior a las que originaron Divergente y Los juegos del hambre. Y 1984, de George Orwell, y sobre todo Un mundo feliz, de Aldous Huxley, son anteriores a The Giver. Todas estas obras de ciencia ficción presentan un futuro más regulado, más ordenado y siempre más siniestro. El control, la obsesión por manejar la vida privada, la represión con caras aparentemente benevolentes son constantes. El dador de recuerdos es una película sintética, que en un poco menos de 90 minutos (los últimos 9 son de créditos que empiezan con una canción empalagosa) describe in extenso una sociedad con sus reglas, presenta no pocos personajes y cuenta la historia del conocimiento y su acceso por parte de unos privilegiados, los que dan y reciben recuerdos: nada menos que la historia y las emociones humanas, borradas con diversos métodos por esta nueva sociedad del control de forma (casi) perfecta. Quien controla esta sociedad cerrada es la jefa de los mayores, interpretada por Meryl Streep con un poco de exceso brujeril en el aspecto. El veterano sabio es Jeff Bridges, motor de este proyecto de transposición cinematográfica con el que soñaba desde hacía mucho tiempo y que ahora pudo concretar con la dirección de Phillip Noyce. El australiano Noyce se ha destacado por su capacidad para la acción y el suspenso en Terror a Bordo, Peligro inminente y Agente Salt, pero en El dador de recuerdos demuestra mejor predisposición para las partes descriptivas o incluso para las conversaciones (las palabras y la idea de "precisión del lenguaje" son cruciales) que para la acción, y la última parte de la película estira inútilmente la idea de "aventura y peligro", lo que la debilita notoriamente: su acción está en las ideas -por momentos gruesas- sobre este futuro distópico, en la lucha por rebelarse y por dotar de color y calor a un mundo frío y terriblemente cruel (con una escena especialmente chocante). Como ocurría con Pleasantville, de Gary Ross, director de Los juegos del hambre, El dador de recuerdos pasa del blanco y negro al color. El simplismo aqueja a este film a la hora de presentar "los recuerdos" al joven aprendiz: imágenes un poco publicitarias y un poco manipuladoras, quizás así dispuestas para ahorrar tiempo y ganar claridad, pero que chocan demasiado con la inteligencia sintética del diseño de producción. La película está al borde de desbarrancar cada vez que intenta "hablar los grandes temas" (libertad, emociones, amor, vida, muerte, lenguaje...) y por momentos parece hecha de forma un tanto inconsciente, como si se considerara la primera de las películas en contar este tipo de futuro. De estos y otros males la rescata parcialmente la actuación de Jeff Bridges, que no necesita ni siquiera empezar a hablar -ese momento en el que se lo ve sentado incómodo- para demostrar que es uno de los más grandes actores vivos, protagonista -entre otras muchas medallas- de una obra maestra soslayada como Texasville, de Peter Bogdanovich. Respeto.
Brilla Jeff Bridges en una atrapante fábula futurista En un futuro posapocalíptico, la sociedad encontró un orden borrando la memoria de la gente. Nadie tiene apellido, todos toman una medicación cada mañana y las ocupaciones son dadas a cada persona cuando se gradúa. Hay un solo miembro de esta sociedad que tiene una personalidad propia, y es el dador de recuerdos, que debe tomar un discípulo para entrenarlo y que eventualmente pueda reemplazarlo. Basada en un libro de Lois Lowry, la premisa de esta película es una variante bastante original de "Un mundo feliz" de Huxley, y la idea tiene un potencial visual que el experimentado Phillip Noyce supo aprovechar muy bien. Es que desde el principio del film, el director juega con los distintos puntos de vista de los personajes, variando de blanco y negro a tonos de color, que es el primer síntoma de que el candidato a ser entrenado por "el dador" tiene la capacidad de funcionar como banco de memoria viviente de esta sociedad. En este sentido, la fotografía de Roos Emery logra imágenes que no sólo son impactantes, sino totalmente diferentes a las de cualquier film futurista. El conflicto argumental reside en que el dador de recuerdos tiene que ser un personaje funcional a las reglas de la sociedad, mientras que las intenciones del protagonista (un convincente Brenton Thwaites), una vez que entiende todo lo que oculta ese modo de vida, se vuelven directamente en contra de ese orden establecido, decidido a hacer lo necesario para compartir sus recuerdos con el resto de la gente. Si bien puede resultar un tanto ingenua, esta fábula futurista atrapa, además de las imágenes, por las excelentes actuaciones, empezando por la de Jeff Bridges (también productor) como el personaje del título. Bridges hace un trabajo formidable, que justifica por sí solo la película. En cambio Meryl Streep necesariamente luce más apagada dada la naturaleza inexpresiva de su personaje: la líder de esa comunidad donde las emociones no existen. En realidad, hasta el último papel de reparto está bien actuado, y Noyce, un director casi siempre especializado en thrillers, le dio especial importancia al elenco ya que, salvo algunas escenas sobre la fuga del protagonista intentando liberar los recuerdos, éste en un film de ideas y no de acción. Ningún fan del género debe perdérselo.
Qué futuro nos espera En el mundo de El dador de recuerdos no existen la envidia, ni el odio ni la violencia, tampoco las emociones. Sus ciudadanos habitan un futuro postapocalíptico, una distopía encarnada en un sistema totalitario con buenas intenciones y pésimos resultados. Un mundo en blanco y negro, sin recuerdos, sin memoria. Es una historia de ciencia ficción, el desarme intencional de una utopía. La película de Phillip Noyce, adaptación de un best seller noventoso escrito por Lois Lowry, una aclamada novela juvenil, es pariente temático de títulos como Divergente y The Matrix, e incluso de historias como 1984, de George Orwell. Las utopías desarmadas. Una simplificación a lo más elemental de las relaciones humanas, por supuesto, con la ideología solapada en tomas y escenas varias. Aún así, la historia va, porque transporta a un viejo debate, encarado por la ciencia ficción pero también por la política. Y allí, en ese mundo perfectamente anodino, un mundo en blanco y negro, aparece la magia de El dador de recuerdos, que es primero Jeff Bridges, y luego su discípulo con nombre de profeta, Jonas (Brenton Thwaites). Allí está el guiño adolescente de la película. Jonas es un joven con un don, y su mentor empieza a alimentarlo con recuerdos del mundo, belleza y tragedia. Hay, por qué no, una metáfora sobre los descubrimientos adolescentes a los que tanto viene apelando Hollywood, también una historia de amor, sentimiento inexistente en este lugar sin recuerdos, sin libertad, historia ni memoria. El problema, como siempre, es quién nos cuenta esa historia. Recuerdos y emociones que aquí son la llave para salvar al mundo en colores. No por casualidad, y esto lo ha escrito muy bien Nicky Woolf en The Guardian, el Tea Party ha celebrado públicamente algunos conceptos de esta película. Véanla y lo entenderán. Debajo de este título religioso, hay una trama de ciencia ficción bien contada, con algunos clichés tecnócratas y una Meryl Streep que, incluso en holograma, cautiva. No hay futuro sin pasado. Pero el pasado también se construye. No es sólo el hermoso recuerdo de una sonata o un beso.
Nos metemos en el mundo de una saga basada en una novela que viene vendiéndose muy bien alrededor del mundo... es el turno de EL DADOR DE RECUERDOS, que para sorpresa de muchos cuenta con un elenco más que interesante encabezado por Meryl streep, Jeff Bridges, Katie Holmes (sí sí, la ex de Tom Cruise), la cantante Taylor Swift y muchísimos más. La historia es atrapante, las imágenes en blanco y negro son perfectas, y la visión de Jonas - el protagonista - en color, hacen que la peli sea aun más interesante (¿recuerdan Pleasantville? Ok, tiene una pizca de esa peli en el tratado de la imagen-color). Si te gustó Maze Runner, Divergente, Los Juegos del Hambre, etc, está peli no va a defraudarte... A mí gusto le falta un poquito de punchi en algunas escenas, pero igualmente se deja ver y se pasa un momento absolutamente pochoclero.
The Giver corre con la ventaja de que su creación data de 1993, año en el que el libro de la autora Lois Lowry fue publicado, mucho antes de que siquiera existiesen esbozos de sagas como The Hunger Games o Divergent, para poner ejemplos actuales. Tampoco esta adaptación está interesada en ser un modelo de acción, sino que va tocando los temas que le conciernen con un ritmo pausado, que va escalando poco a poco, pero cuya finalidad no es ser recordada como un vehículo adrenalínico. La productora The Weinstein Company no tuvo suerte el pasado febrero cuando apostó a otra franquicia literaria, Vampire Academy, y tampoco creo que haya dado en el blanco en esta ocasión. Es comendable sin duda el esfuerzo de producir inicios de franquicia que le escapan un poco a las reglas dictadas por Hollywood, sobre todo por sacar del estancamiento a esta interesante propuesta cuyo génesis se encuentra años atrás en las manos de Jeff Bridges. El libro de Lowry, el primero en una serie de cuatro publicados de 1993 a 2012, estuvo durante mucho tiempo en una tormenta de polémica, con colegios primarios y secundarios de Estados Unidos prohibiendo su lectura mientras que otros lo agregaban a la programa oficial. Al ver el film, uno puede vislumbrar semejante revuelta por los tópicos elegidos dentro de esta sociedad totalitaria que decide deshacerse de las emociones y crear una atmósfera colectiva de igualdad a toda costa. Es una desgracia que estas ideas se pierdan un poco en el trayecto del libro a la pantalla grande, ya que el guión de Michael Mitnick y Robert B. Weide no le hace justicia a la radicalidad de la prosa de Lowry, con un tono bastante conservador y jugando a lo seguro -resta decir que la película tiene una calificación PG-13, anulando cualquier vestigio de polémica al instante-. Dichas ideas perdidas, el potencial de la historia, es lo que también debe haberle llamado la atención a figuras como el mismo Bridges -que también produce-, la gigante Meryl Streep en piloto automático o los menores pero solventes Alexander Skarsgård y Katie Holmes, todos aportándole peso a sus papeles secundarios. Me sigue sorprendiendo además el gran salto que ha pegado el joven Brenton Thwaites, un muchacho casi desconocido que sólo este año ha visto tres películas en la cartelera local -la de horror Oculus, un pequeño papel en Maleficent y la presente- así que le debe agradecer a su agente el buen posicionamiento. Le falta camino, por supuesto, pero pasta de actor tiene. Su protagonista aquí no entrará en ningún panteón cinéfilo, pero cumple su objetivo de generar empatía en su situación actual. La visión de un futuro impoluto, donde las emociones no existen y los colores menos aún, está bien manejada por un director de peso como lo es Phillip Noyce. No hay grandes despliegues de invención futurista, aparte de una comunidad avanzada con un aspecto muy aséptico y bien cuidada, pero los pequeños detalles son los que destacan. A medida que el protagonista va "despertando a la vida" y descubriendo más del pasado, el blanco y negro deja paso a toques de color -no tan certero como en Sin City, pero acorde con esta visión de futuro- y la paleta de la fotografía va cobrando matices más cálidos. Es un recurso bastante utilizado y con mejores resultados anteriormente, pero le da personalidad y define al film, aún cuando el efecto se gaste llegado al final. Veo difícil que The Giver se convierta en una saga, sobre todo porque su escena final tiene un agradable sentido de conclusión, pero uno nunca sabe. Con una duración escueta y pasable, un elenco interesante y un par de ideas bastante particulares, creo que el voto de confianza para esta nueva utopía está más que justificado.
Nuevas estrellas de la joven guardia norteamericana Una versión de la historia infanto-juvenil de Lois Lowry realizó esta vez Phillip Noyce en El dador de recuerdos, su última película. No es la primera vez que el director australiano adapta una obra literaria exitosa. Su carrera alcanzó cierta notoriedad cuando llevó al cine al ex agente de la CIA Jack Ryan, protagonista de las novelas de espionaje de Tom Clancy. O hace algunos años cuando filmó El Americano Impasible, de Graham Green. Su vocación por la adaptación cinematográfica de tanques de venta literarios corre en paralelo con su ostensible voluntad de permanecer siempre fiel al texto que lo antecede. Y así lo que podría resultar la creación personal de una determinada lectura acaba siendo la ejecución mecánica de una transcripción. Una dificultad esencial y nunca del todo resuelta que persigue el quehacer cada vez más profuso de adaptaciones, pero que concierne sobre todo a una problemática todavía mayor, tal vez insoluble: la relación entre el cine y la literatura. El dador de recuerdos (Thegiver,2014) presenta la historia de Jonás, un joven que vive en una sociedad definida por la igualdad y la ausencia de conflictos, pero consolidada a partir del diseño de un sistema implacable de reglamentación social y control científico, y que tiene como principio fundacional la prohibición de la memoria. Del reparto de tareas que deben cumplir los adolescentes luego de su período de formación, a Jonás le toca encargarse de preservar en soledad el conjunto de los recuerdos de la comunidad. El descubrimiento del pasado, la revelación de su secreto –la existencia del amor y de su contraparte, el dolor-, provocará en el protagonista la necesidad de desmantelar el funcionamiento del sistema y de alcanzar su libertad y la de sus queridos. La historia pertenece a un género particular –ficción especulativa distópica- y está dirigida a un público preciso –adolescente-. Es la representación de una sociedad administrada por un grupo de notables que, bajo la promesa de garantizar la armonía absoluta, configura una existencia gris y opresiva (léase:Un mundo feliz, de Aldous Huxley; 1984, de George Orwell). A través de un despliegue dinámico pero superficial de efectos especiales, el film de Noyce no hace sino subrayar pedagógicamente desde el primer fotograma hasta el último el mensaje piadoso que sobrevuela con insistencia la novela de Lowry. La fuerza del amor, lo sabemos, vence cualquier mal. El dador de recuerdos pareciera cumplir entonces con la exigencia anecdótica de un trámite institucional, porque se limita únicamente a decir lo que tiene para decir y en ningún momento se propone contar una historia. Una película sin sustancia ni desarrollo ni riesgos, que termina por convertir un posible relato en el espectáculo pueril de las nuevas estrellas que componen la joven guardia norteamericana.
Infima pero con Bridges Se podría acusar rápidamente a El dador de recuerdos de ser un subproducto de la estela comercial que está dejando Los juegos del hambre y la maquinaria de cine para adolescentes, y de algún modo es así, aunque deberíamos concederle que la novela que le da origen ya cuenta con más de veinte años de existencia. De todas maneras, lo que tiene para contar es también una derivación aguada de algún argumento que George Orwell desechó. Al igual que sus hermanas y primas (Los juegos del hambre y Divergente, respectivamente), El dador de recuerdos nos muestra cómo la civilización ha devenido en comunidades pequeñas súper-controladas, cuyos miembros viven bajo la opresión del gobierno, la aceptan mansamente aludiendo a un pasado catastrófico antes de ese orden. La organización social es simple y de considerable arbitrariedad, basada en unas jerarquías indiscutibles. Agreguémosle a este fascismo con la estética de Apple unos poderosos inhibidores de emociones y recuerdos, que es de lo que viene a hablarnos la película de Philip Noyce (Sliver, El coleccionista de huesos, Agente Salt entre otras). Porque bueno, el prejuicio en el que está basada la sociedad de El dador de recuerdos es que el ser humano suele ser malo e imbécil por culpa de las emociones y los recuerdos traumáticos. Por lo tanto, sólo unos pocos privilegiados atesorarán la sabiduría de la humanidad para utilizarla cuando sea necesario. Lo que salva a El dador de recuerdos es el espacio que le da a la especulación, llevado adelante por el personaje del monumental Jeff Bridges (el dador en cuestión), quien además es productor del film y actúa grandiosamente. Con un presupuesto corto, las secuencias de acción escasean, y Noyce se regodea en hacer hablar al dador con el protagonista Jonas (un correcto Brenton Thwaites), que viene a ser el receptor de esos recuerdos tan mencionados. Claro que aquí se hace filosofía barata y las conclusiones son demasiado obvias, pero se le puede rescatar a este pequeño film la capacidad de entretener y reflexionar (mínimamente, repito) a partir de diálogos y discusiones bien ejecutados. No hay desperdicio al ver a Bridges transmitir su sabiduría con palabras. Y luego, el problema es lo poco que se profundiza, lo mucho que se subraya y la necesidad de un mensaje digerido para adolescentes. Por suerte el protagonista llega a la reveladora conclusión de que mentir y matar sistemáticamente como política de Estado está mal. El dador de recuerdos se inscribe en aquella tradición de la ciencia ficción que pretende especular qué sucedería si se rompieran ciertos límites éticos como la eugenesia o la eutanasia, o transmitir partidos con hinchada visitante. Por supuesto que es parte de la segunda división de ese tipo de ciencia ficción y nos hace sospechar que este mundo necesita de más Bradburys. Por último, queda para decir que si juntamos Tron: el legado, RIPD y El dador de recuerdos ya podemos estar hablando de un subgénero que se podría llamar algo así como “películas intrascendentes con un Jeff Bridges viejo que da cátedra”.
Un mundo imposible Pocos meses pasaron desde Divergente y el australiano Phillip Noyce (El coleccionista de huesos) presenta otra utopía sobre un mundo feliz, sin desigualdades, pero al mismo tiempo desensibilizado, carente de emoción, entre otras condiciones humanas. Basado en la novela The Giver, de Lois Lowry, el film muestra una sociedad de funcionamiento perfecto. Tras una guerra devastadora, en 2048 los niños nacen bajo selección genética y se entregan a padres con diversas aptitudes, que habitan en blancas viviendas estilo Bauhaus; al crecer, todos reciben un rol. A Jonas (Brenton Thwaites) se le otorga el mayor de los dones: es el recibidor de memoria. Su rol tiene mayor compromiso ya que hereda de un dador (especie de sabio que encarna Jeff Bridges) el recuerdo de la anterior civilización. Pero tanto el dador como el recibidor están incómodos con el funcionamiento de esta sociedad, utópica e inhumana, donde existe una subversión del significado de las palabras (cuando una persona es eliminada, por su inadecuación a las reglas, se la considera “liberada”, y si alguien pronuncia una palabra erradicada es rápidamente reprendido con la frase “precisión del lenguaje”. Visualmente impecable, con escenas dignas de Terrence Malick, quizá lo más interesante de El dador, una alternativa rigurosamente sci-fi a la súper acción pochoclera de Divergente, es mostrarnos que el triunfo de la distopía en que vivimos no es en el fondo tan malo; que las utopías son imposibles, tiranas y hasta menos saludables.
Entre referencias al mundo de la “polis” griega y una fuerte tendencia a la concientización ecológica, The Giver (El dador de recuerdos para Argentina) es una película de ciencia ficción que busca representar cómo sería la vida bajo las estrictas reglas de un super poder dictatorial que garantiza la armonía y perpetua estabilidad de sus habitantes. El sistema de organización de la antigua Grecia no sólo era estrictamente jerarquizado sino también severo y único. Fuera de la seguridad de la polis, el “más allá” era sinónimo de exilio, desprestigio y muerte. Lo mismo sucede en The Giver, donde una comunidad de humanos viven dominados por un sistema de gobierno, cuya jefa es Meryl Streep, en el cual se han afectado varios sentidos. Ubicados en un tiempo y espacio que bien podría ser el futuro, el filme comienza con una imagen aérea que revela la forma de este gran asentamiento apático. Es la forma de una corteza de un árbol lo que delimita el fin del territorio habitable y el principio de la nada. Así, sobre los restos de un gran árbol talado, se erige este pequeño gran mundo controlado. Ideales contra natura para recrear una naturalidad perfecta son la base ideológica de este grupo de gobernantes que vivieron un pasado lleno de dolor (a causa de los sentimientos), y que, con el fin de preservar la especie humana, decretaron de forma deliberada la eliminación de todo vestigio sentimental que pueda existir. ¿Cómo lo lograron? Sedando a toda la población con una inyección matutina diaria que funciona como bloqueador. La teoría de las Ideas de Platón ya advertía acerca de lo peligroso que era confiar en los sentidos, más tarde, y como transición hacia la modernidad, Descartes, lo confirmaba con su método, el cual lo hizo dudar hasta de su propia existencia. ¿Serán entonces los sentidos tan engañosos como para tener que eliminarlos de la humanidad? Una vez planteado el estado de situación, el drama comienza cuando Jonas, el protagonista, se da cuenta que él es diferente al resto y, más allá de que es el único que puede ver en colores, siente que su misión en la aldea tiene que ver con una gran carga de responsabilidad y entrega. Designado por el Tribunal de Ancianos a ser el habitante quien funcionará como portador de las memorias de toda la comunidad, su entrenamiento (a cargo de Jeff Bridges) consiste en acumular recuerdos ajenos para poder transmitirlos al próximo dador de recuerdos, y así hacer perdurar la historia de los orígenes. La tarea es compleja y la instrucción casi un calvario, pero este descubrimiento sensorial será el que lo llevé a intentar quebrar todas las leyes establecidas y devolver a la humanidad aquellos sentidos que si bien tienen un lado muy oscuro, como la muerte y la guerras, también tienen otro costado hermoso que es aquel por el cual surge el amor, la familia y el arte. Evitando la inyección diaria poniendo en lugar de su brazo una manzana (cualquier coincidencia con la historia acerca del pecado original no es mera coincidencia), Jonas parece comenzar a experimentar una extraña sensación: por primera vez toca la mano de una mujer, y al descubrir el encanto de su mirada color verde se da cuenta de lo que es el amor. Inundado de información sensorial, decide traspasar los límites de la Aldea y aventurarse a lo desconocido sólo para alcanzar el portal que re activa los sentidos, y poder regresar la vida natural a todos los habitantes de la comunidad. Con un bebe en brazos y la ayuda de un trineo enterrado en la nieve, Jonas será el responsable de un nuevo despertar. Es Navidad, y entre villancicos, y la ocasión que la festividad conmemora, es el espíritu de renovación y nacimiento lo que The Giver quiere ofrecer como moraleja. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
El comercial del amor El dador de recuerdos es una película cuyas imágenes están diseñadas casi por completo de manera digital y, con su guion, parece un comercial de Benetton auspiciado por Unicef. En el prólogo de El dador de recuerdos, la nueva película de Phillip Noyce, adaptación pop de la novela The Giver, de Lois Lowry, una voz en off introduce una sensibilidad de época. El personaje cuenta el orden de un mundo y sus miedos. Como sucede en Divergente, los jóvenes tienen, tras un breve estudio de sus aptitudes, un lugar asignado en el orden social al que pertenecen. A diferencia de sus amigos, Jonas tiene dudas sobre su destino, y en principio desconoce qué es lo quiere. Su indeterminación vocacional en realidad responde a una peculiar forma de ver las cosas. Él no es como la mayoría. En esta introducción no solamente se busca comunicar las coordenadas simbólicas de este sistema totalitario light en el que se han eliminado el dolor personal y los conflictos sociales, sino que también se materializa visualmente un territorio. Los ciudadanos de este mundo feliz habitan en una planicie flotante en las nubes, una suerte de planeta privado cuyo urbanismo es el característico de un country. El tiempo histórico es desconocido, no menos abstracto que el espacio habitado. Esta sociedad, como la mayoría de las sociedades, se sostiene en un mito fundacional, o reprime algún elemento clave que explicaría su constitución. La madre superiora (Meryl Streep), que regula las disidencias y dictamina la función social de los jóvenes, administra la verdad y la historia comunitaria, pero aun así alguien debe resguardar el pasado colectivo. He aquí el lugar del sabio de esta tribu futurista (el gran Jeff Bridges), que conoce lo que está detrás del mito y tiene la responsabilidad de transmitir a un nuevo dador los recuerdos de una Humanidad que ha dejado de existir. Jonas será el elegido, y no será fácil: por un lado, el saber revelará al rebelde; por el otro, este saber implicará transitar el dolor, aunque lo más importante pasará por descubrir la fuerza del amor, un sentimiento destituido debido a su carácter impredecible. Este filme de Noyce, como la mayoría de este tipo de filmes, es posfotográfico; prácticamente todo lo que vemos es diseño digital, excepto por los cuerpos de los intérpretes. De ahí que el peso de los diálogos sea inevitable, y aunque aquí se insista en la “precisión del lenguaje”, el ingenio discursivo es mínimo. De lo que se trata aquí es de ilustrar una difusa espiritualidad en donde el amor es el valor supremo, lo que conlleva un montaje rápido y publicitario saturado en colores de todas las imágenes que expresen ese lugar común de la Humanidad, no muy lejos de un comercial de Benetton auspiciado por Unicef. El problema no está en las ideas, sino en cómo filmar una idea o una cosmovisión. En este sentido, El dador de recuerdos importa en la medida en que su existencia lleva a preguntarse en qué se ha convertido el cine en esta era posfotográfica, incluso cuando se trata de un comercial sobre el amor de una hora y media, en el que la ilustración de un valor es un imperativo categórico.
HACIENDO MEMORIA Estamos en el futuro. La civilización, desprovista de recuerdos, sobrevive sin emociones. El odio y el amor desaparecieron y el portador de la memoria es un ser cuidadosamente seleccionado. La que manda es una mujer, allí también, que se ve y no se ve, que decide y elige. La humanidad ha quedado en el camino. El film arranca cuando un muchachito (el héroe de siempre) debe hacerse cargo de los recuerdos. El film nos habla –otra vez- de un porvenir inquietante, confortable y frío. Pero la historia no atrapa. Y el cóctel de mensajes de auto ayuda, filosofía de bolsillo y conceptos sabidos, hacen tedioso una propuesta que recién al final gana un poco de de color y calor. Es una pena que actores como Jeff Bridges y Meryl Streep se sumen a este artificio de aliento salvacionista que nos anuncia un mañana con menos lágrimas pero también con menos corazón y sueños. Frasecitas, personajes preocupados y mensajes resabidos (el bebe que abre un tiempo de esperanzas; el miedo a la deshumanización) se disuelven entre palabras edificantes y gastadas.
Esa inaudita búsqueda de la perfección. “Un mundo ideal… Un mundo en el que tú y to, podamos decidir, cómo vivir…” Eso cantaba Aladdin junto a la Princesa Jasmine. Pero seguro nunca imaginaron que ese lugar se vería tan gris y conservador… Más frío que un témpano. Una comunidad que ha impuesto en sus ciudadanos una serie de reglas extremadamente estrictas de las cuáles nadie cuestiona absolutamente nada. Sucede que todas las personas carecen de recuerdos; esas piezas de rompecabezas tan fundamentales en la vida de todo ser humano. Quizás no está mal borrar los que son tristes o duros, porque de ellos se aprenden muchas lecciones. Ni que hablar de las memorias felices. Pero como les decía, acá está todo puntillosamente elaborado como para que nadie sufra los males típicos que nos aquejan; desde enfermedades, hasta desamores, pasando por las decisiones más difíciles, las cuales son tomadas por un “jurado” de ancianos experimentados quienes además se quedan con la infancia de los niños y los convierten en adultos trabajadores. No hace falta decir que los puestos laborales no los elige cada infante a gusto y piacere, sino que se les asignan labores según las mejores aptitudes que han desarrollado en tan corto lapso temporal. cuerpo En medio de esa maqueta aparentemente perfecta, aparece un joven llamado Jonas (Brenton Thwaites), quien comienza a dudar (obvio) de ese incorruptible sistema que su sociedad le plantea. Para completar el cuadro, Jonas posee el don requerido para convertirse en aprendiz del más sabio y memorioso ciudadano, a quien todos llaman The Giver (Jeff Bridges). Ahí nomás vendrá el drama, porque recordar todo de golpe se vuelve insoportable e imposible de mantener en secreto, como dictan las conservadoras leyes de los gerontes a cargo. cuerpo2 La película, a mi parecer, peca de predecible y dudo que sea más interesante que la novela en que se basa, escrita por Lois Lowry. El rol secundario de Meryl Streep tampoco es un plus irremplazable; ni el de Alexander Skarsgård, ni el de Katie Holmes, o la participación especial de la cantante Taylor Swift. En todo caso, los roles juveniles son el fuerte de un film Sci-Fi bastante pobre, que no logra transmitir emociones y/o sentimientos significativos como el amor, el placer, el dolor, la necesidad y demás. En resumen, “cositas” propias del mundo real. Hay sí una buena labor de dirección artística, que se hace notar en los repentinos cambios del blanco y negro al color. Así como también los pintorescos elementos futuristas que vuelven todo tan pulcro, seguro, salubre y sumamente confiable. Pero el precio que se paga por una vida perfecta, es despojarnos de toda esa verdad, que amarga o dulce, es por la cual luchamos para encontrar la felicidad. La respuesta correcta puede hallarse en un recuerdo palpable cual trineo “Rosebud” y todas sus implicancias. O simplemente en el increíble espectro cromático que el propio mundo nos obsequia y que tanto nos cuesta ver con claridad.
El Dador de Recuerdos (The Giver) es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Lois Ann Hammersberg (Honolulu, 20 de marzo de 1937). La premisa. Jonas, un muchacho que vive en una comunidad perfectamente diseñada y controlada en donde ha sido eliminado el dolor y las diferencias, es elegido para conservar los recuerdos de toda la humanidad. Profesión imprescindible para el funcionamiento de esta sociedad utópica, dirigida por un grupo colegiado de personas sabias, pues si se encontrase ante un problema sin solución, acudirían al dador y a la sabiduría de sus consejos. Esta producción cuenta con un elenco envidiable, encabezado por Jeff Bridges (el dador) y Meryl Streep (presidente del colegio), Brenton Thwaites (Jonas), Taylor Swift (Rosemary) y Katie Holmes (como la madre de Jonas), entre otros. Nada mal para haber contado con un presupuesto de solo 25 millones de dólares. Ahora bien, empezamos con lo malo. Como toda adaptación, El Dador de Recuerdos, peca por no conseguir reflejar la complejidad de la obra original. A lo largo de sus casi 100 minutos de duración notaremos que tuvieron que retocar la trama para poder contar una historia hecha a medida a la pantalla plateada. Al mismo tiempo, evidenciaremos varios sinsentidos por la velocidad con la que se narran los hechos. Es posible que genere controversias por semejanzas con las creencias que profesan muchas ramas del cristianismo (Testigos de Jehová, Mormones, etc). El desenlace es innecesariamente prolongado, lo que es una lástima porque con un poquitín menos hubiese sido perfecto. El Dador de Recuerdos, peca por no conseguir reflejar la complejidad de la obra original. Nobleza obliga, vamos con lo bueno. Toca temas polémicos. De forma explícita, la eutanasia y el control de población. De forma implícita, hace una fuerte crítica a sociedades totalitarias y represoras (en este caso con dulces y caramelos) que tienen como objetivo dirigir la vida de las personas, basadas en ideales contrarios a la libertad y al libre albedrío. Su comienzo, como diría Morris, es todo gris y sin sentido, pero a medida que avanza el film es un gran acierto sumar de forma gradual colores en representación de la libertad recuperada. Si bien en esta oportunidad, Brenton Thwaites y Meryl Streep no tienen grandes interpretaciones, el bueno de Jeff junto con una angelical Taylor Swift, ponen el pecho y se cargan la película al hombro. En resumen, El Dador de Recuerdos es una propuesta más que interesante, con ideas muy destacables, para ver algo distinto a lo que estamos acostumbrados en el cine. Gustó.
El mundo de hoy se ve aquejado por pobreza, violencia y desigualdad. Pero, ¿qué pasaría si esto se revirtiera de alguna forma, si la sociedad de repente cambiara y se transformara en una sociedad justa y equitativa para todos? ¿Cómo cambiaría la convivencia entre los humanos si todos tuviéramos acceso a los servicios básicos, si nadie pasara hambre ni le faltara salud o educación? Suena perfecto, ¿verdad? Pero la verdadera pregunta es: ¿Qué estarían dispuestos a sacrificar por esta “vida ideal”? El Dador de Recuerdos aborda este tema a través de los ojos de Jonás (Brenton Thwaites), quien vive en una sociedad cuasi-idílica, donde todos los habitantes gozan de las mismas condiciones de vida. Todos los niños asisten al colegio hasta los dieciocho años, cuando los “elders” o los mayores de la Comunidad los asignan a las tareas que deberán realizar por el resto de sus vidas. La historia comienza cuando Jonás es asignado como “Recibidor de los recuerdos” lo que significa que tendrá que pasar sus tardes con el “Dador de Recuerdos” (Jeff Bridges), una posición de privilegio en la Comunidad. Su trabajo consistirá en recibir todos los recuerdos y experiencias ocurridas anteriores a la Comunidad que los Mayores han decidido olvidar. Éstos incluyen toda clase de recuerdos: desde un paseo en la nieve hasta guerras y sufrimiento, y el más importante, amor. Todas sensaciones que hacen que Jonás se empiece a dar cuenta todo lo que los humanos han sacrificado para tener igualdad. Allí es cuando nota que quizás su sociedad no es tan idílica como pensaba. Basada en la novela homónima de Lois Lowry editada en el año 1993 (parte de una trilogía) y dirigida por Phillip Noyce (El Coleccionista de Huesos), la película El Dador de Recuerdos termina dejando gusto a poco. El libro es bastante simple, la verdad es que sólo se centra en una pelea interna que tiene Jonás y su relación con el Dador. Pero en la película, el guión fue adaptado de tal forma que (quiero creer) resultara más dinámico, se agregó una historia de amor con Fiona (Odeya Rush) y la figura de Meryl Streep como la Chief Elder (la jefa de los mayores) que hace las veces de personaje antagónico. Pero así y todo, una vez que termina la película, el espectador puede quedarse vacío. Como que perdió casi una hora y media de su vida en una historia banal y hasta aburrida. Si bien el libro toca algunos temas interesantes, como la eutanasia y el derecho o la posibilidad de la muerte digna, la película no se atreve a profundizarlos. Una lástima, porque comprometerse con un tema tan delicado la hubiera separado de todas las “sagas adolescentes” que han estado copando las taquillas. En lo positivo podemos resaltar que el trabajo de fotografía (llevado a cabo por Ross Emery) es impecable y llama la atención, porque en un principio, vemos todo en blanco y negro. Esto es, claro, hasta que Jonás empieza a “recordar” y su mundo comienza a llenarse de color de a poco. En conclusión, aunque no es una película muy jugada, si la miran la van a pasar bien, pero al final quizás salgan pensando que podrían haberse comprometido un poco más. Veremos que nos depararán las siguientes dos películas. Si es que deciden producirlas, claro. Por Mariana Van der Groef
Gran historia se convierte en basura "The Giver" o "El dador de recuerdos" es una película basada en la famosa novela de la escritora Lois Lowry, una historia para lectores juveniles que se publicó bastante antes de "Los juegos del hambre", "Divergente" o "The Maze Runner". No he leído la novela confieso, pero por comentarios que me han llegado y otros que he leído en la web, es un muy buen libro que aborda de manera valiente temas sociales, políticos y tabúes. Para el año en que fue publicada, 1993, los temas polémicos como la eutanasia, no eran muy tratados en novelas para jóvenes lectores. Todo esto podría haber representado una ventaja total para la concepción del film y podría haberse producido de una manera que llegara para patear el tablero de las sagas juveniles en el cine, pero en lugar de esto se dejaron manipular por los cánones de lo que supuestamente debe mostrar una obra de este tipo en pantalla y nos ofrecieron una adaptación tonta y aburrida, donde las temáticas interesantes quedan totalmente desabridas y dan rienda suelta a la cursilería al mejor estilo "Crepúsculo". Es increíble como la mentalidad comercial errónea de algunas personas en la cúspide de grandes estudios cinematográficos puede llevar una buena historia al fracaso absoluto. Se pretendía que fuera la nueva Juegos del Hambre, pero en cambio han conseguido que peligre al continuidad de la saga. El presupuesto que destinaron a la producción fue de unos 25 millones de dólares, muy poco si se tiene en cuenta que su reparto incluye nombres como Jeff Bridges y Meryl Streep. Así y todo, no supieron aprovechar la oportunidad y ambos actores cumplen con sus roles pero quedan deslucidos ante un guión básico que se concentra más en las sensaciones del personaje protagonista que en la trascendencia de la crítica social que hace el relato. Poca acción, poco suspenso, poca aventura, mucho momento meloso, sobre todo entre la pareja protagonista compuesta por Brenton Thwaites ("Oculus") y Odeya Rush ("We are what we are"), cuyo carisma fue muy débil. Una película chata, con pocas pretensiones que deja la sensación de haber perdido dinero en la entrada al cine. No la recomiendo.
Experimentando sensaciones Últimamente están muy de moda las películas de ciencia ficción que se basan en una sociedad distópica, en la cual en la superficie parecería ser prefecta o justa, pero que en la profundidad se encuentran ciertas fisuras. Acá es donde entran los protagonistas, rebeldes, despiertos, distintos, que buscan revertir esta situación. Ejemplo de ello tenemos “Los juegos del hambre” o “Divergente”, películas que también fueron adaptadas de best-sellers. En este contexto se enmarca “The Giver” (“El dador de recuerdos”), que se centra en una comunidad a la cual se le eliminaron los recuerdos del pasado para hacer a sus ciudadanos todos iguales, dejando de lado la envidia, el sufrimiento y las diferencias para evitar males mayores. Sin embargo, existe una sola persona que sí conserva todos estos recuerdos y sentimientos, el “receptor de la memoria” (Jeff Bridges), por si las personas a cargo, los ancianos, necesitan esta experiencia como consejo. Hasta que Jonas (Brenton Thwaites), luego de su graduación, es designado a esta tarea y el receptor, quien se convierte en el “dador”, le enseña a experimentar lo que nadie en la sociedad conoce. Si bien es una historia que repite las estructuras de base de las películas de ciencia ficción anteriormente nombradas, y como también pudimos ver en la literatura a “1984” de George Orwell o “Un mundo feliz” de Aldous Huxley (al libro homónimo de Lois Lowry también se lo relacionó con estas sociedades futuristas), el tratamiento que se le da está bien logrado. El ritmo que propone “The Giver” es llevadero y las actuaciones son muy correctas, sobre todo las de Jeff Bridges y Meryl Streep (quien interpreta a la autoridad de los ancianos). Un recurso a destacar es el uso de la fotografía. Ciertos recuerdos se presentan de una forma particular y juegan mucho con el blanco y negro y los colores para marcar los distintos momentos de la historia. Además, es interesante observar cómo una persona que no conoce ciertos sentimientos, tanto positivos como negativos, comienza a experimentar esas primeras sensaciones; cómo se puede descubrir lo que para nosotros es algo cotidiano. Y cómo las diferencias entre las personas nos hacen únicos en el mundo. Como crítica, se pueden encontrar algunas fisuras en el guion; ciertas reglas que se plantean en un principio, luego se rompen, pero también puede ser interpretado como parte de su estilo. Si te gustan este tipo de historias de ciencia ficción no te vas a decepcionar. Es una película que cumple con las reglas futuristas, entretiene y nos permite experimentar ciertas sensaciones como si fuera la primera vez, criticando también a la sociedad actual.
VideoComentario (ver link).
Publicada en la edición digital #267 de la revista.