Hijos de Odín La nueva película de Robert Eggers, la extraordinaria e hiper nihilista El Hombre del Norte (The Northman, 2022), no sólo constituye una lección magistral de cine, una de esas que ya prácticamente no existen en el mainstream lobotomizado y conformista de nuestros días, sino que además por un lado se aparta bastante de sus dos obras previas, La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015) y El Faro (The Lighthouse, 2019), porque cambia el contexto de aislamiento y claustrofobia de antaño, eje de la trágica convivencia entre los antihéroes de ambas realizaciones señaladas, por los espacios abiertos de una Irlanda, sede crucial del rodaje, que pasa por una Islandia plagada de mesetas verdes y con una generosa actividad volcánica, y por el otro lado se mantiene cerca de aquellas en lo que atañe a la fascinación insistente del director y guionista para con la antropología social, el folklore de tiempos más o menos remotos, sus dialectos específicos, las costumbres animistas hoy ya desaparecidas, un paganismo de impronta siempre arrolladora e iconoclasta, la doble faceta -esclavizadora y liberadora altisonante- del mismo y por supuesto esa mitología que abarca a divinidades, personajes, figuras y entidades que también se mueven en la línea divisoria entre lo maléfico y lo benigno porque Eggers le escapa a ese maniqueísmo barato típico de Hollywood y en su cine de género furiosamente artístico y preciosista hallamos criaturas paradójicas como aquellos Thomasin (Anya Taylor-Joy) y Black Phillip (Wahab Chaudhry) de La Bruja, moldeados a partir de la larga tradición de la hechicería femenina y de Pan, el Dios de los pastores, la fertilidad y la sexualidad masculina en la mitología griega, y como aquellos Thomas Howard (Robert Pattinson) y Thomas Wake (Willem Dafoe) de El Faro, construidos respectivamente a partir de Prometeo, el titán amigo de los mortales que robó el fuego para entregarlo a la humanidad, y Proteo, Dios del mar que podía predecir el futuro aunque evitaba hacerlo cambiando constantemente de forma/ aspecto para no ser atrapado. Aquí el “patrón simbólico” a seguir es la leyenda medieval escandinava de Amleth, relato popular que llegaría a difundirse en todo el globo cuando William Shakespeare lo adaptase de manera literal en Hamlet (1603), celebre tragedia que recuperó muchos latiguillos del mito original, basado en un poema islandés perdido del Siglo X e inmortalizado en textos como Chronicon Lethrense (Siglo XII), de autor anónimo, y Gesta Danorum (Siglo XIII), de Saxo Grammaticus, como la premisa de base homologada al periplo de venganza del Príncipe Amleth durante la Edad del Hierro luego de que su tío, Feng, asesinase a su padre, Horvendill, bajo el mandato de la maquiavélica esposa de este último, Gerutha, quien no se consideraba querida por el finado, amén de detalles adicionales como una locura fingida, estratagemas para aislarlo, controlarlo o asesinarlo por parte del flamante soberano de los jutos y la muerte en batalla del protagonista, alegoría sobre el alto precio de la venganza. En esta oportunidad Amleth (Oscar Novak de niño, Alexander Skarsgård ya como adulto) se transforma en heredero de su padre, Aurvandill (el gran Ethan Hawke en esta cita del acervo cultural germánico), gracias a la intervención del brujo Heimir (Dafoe), no obstante atestigua cómo su tío, Fjölnir (Claes Bang), el único hermano de su progenitor, lo asesina sin piedad y manda a matar a su vástago, lo que lo obliga a huir y a transformarse con los años en un guerrero nórdico salvaje que asedia y esclaviza a las tribus más débiles junto con otros vikingos amantes del saqueo y la violencia en Europa y la futura Rusia. Cuando se entera de que Fjölnir, llamado El Deshermanado, perdió su reino a manos de otro jerarca y mutó en señor feudal que cría ganado en Islandia, se hace pasar por esclavo para llegar a sus dominios y comenzar su revancha, sin embargo encuentra a su madre, la Reina Gudrún (Nicole Kidman), casada con el villano y se enamora de una hermosa esclava, la hechicera Olga (Taylor-Joy), quien lo ayuda a llevar a cabo un plan brutal de ajuste tardío de cuentas. Si bien se puede seguir diciendo que el corazoncito de Eggers está volcado al horror, ya que de hecho es el único género que se sumerge sin culpa en el arte de la desmembración y la evisceración por una honestidad expresiva absoluta en materia del pesimismo o desprecio hacia una criatura por demás vil, delirante y traicionera como el ser humano, El Hombre del Norte juega claramente con los recursos paradigmáticos de las épicas de aventuras y de los thrillers de desquite del mismo modo en que La Bruja y El Faro lo hicieron con las efigies, el puritanismo, los rituales, las compulsiones y las fantasías más truculentas de Nueva Inglaterra, la primera dentro del enclave del terror sobrenatural satánico de emancipación femenina y la segunda en el terreno del drama de descenso hacia la demencia con chispazos de homoerotismo y de una relación de maestro/ discípulo que se iba al demonio. Mediante el personaje de Dafoe, otro semejante de Ingvar Sigurdsson y aquella vidente tenebrosa en la piel de Björk Guðmundsdóttir alias simplemente Björk, por cierto colaboradora habitual del coguionista de turno de Eggers, Sigurjón Birgir Sigurðsson alias Sjón, poeta y novelista que firmó muchas letras para la archiconocida cantante y compositora islandesa y que viene de trabajar con Valdimar Jóhannsson en la desquiciada Cordero (Lamb, 2021), el film que nos ocupa va introduciendo una imaginería surrealista exquisita que representa no sólo las visiones pomposas de Amleth, preso como lo somos todos de la idiosincrasia y la cultura de su tiempo, sino asimismo la riqueza de la mitología nórdica en su conjunto y el sentir social de todos estos “hijos de Odín”, en suma una cosmovisión apasionante que el cineasta recrea en imágenes tan bellas y adictivas como espantosas que a su vez ponen en primer plano cuánto se puede conseguir cuando se utiliza al aparato hollywoodense en función del arte y no de la estupidez clasicista lavacerebros para el público más ignorante, de allí el desenlace moralmente abierto -en las puertas del Valhalla- que no sanciona o celebra esta carnicería. En su tercer opus Eggers acelera el ritmo narrativo para acercarse a un relato de acción a toda pompa pero sin jamás descuidar o traicionar sus marcas autorales, como por ejemplo el gustito por los travellings elegantes, una puesta en escena inmaculada, una fotografía que está siempre al servicio de la narración y los personajes, metáforas frondosas que en parte remiten a Darren Aronofsky y Ken Russell, la aculturación a la fuerza de los antihéroes, enfrentamientos furtivos y en verdad demoledores, una crueldad lírica sólo equiparable a la animadversión de fondo, la presencia de lo prohibido erótico empardado al tabú -aquí la abiertamente incestuosa y filicida Gudrún- y finalmente una idea general de adaptar todo lo anterior a las necesidades de nuestra faena, por ello el realizador eligió como protagonistas fundamentales a Taylor-Joy, una genia que ya demostró con amplitud su valía como actriz desde, precisamente, La Bruja, y a Skarsgård, intérprete sueco cuya trayectoria hasta este momento parece haber sido una larga preparación para componer a Amleth, en este sentido basta con recordar que sus rasgos más importantes, léase su semblante de buen mozo y su cuerpo/ físico prominente, lo habían encasillado en muchas propuestas olvidables de acción y aventuras o en epopeyas románticas/ melodramáticas/ de suspenso, aquí más que nunca demostrando que puede llevar sus mejores trabajos a la fecha, aquellos televisivos de The Little Drummer Girl (2018) y Big Little Lies (2017-2019), hacia el siguiente nivel, el de la excelencia innegable. De la mano de aportes prodigiosos como el diseño de producción de Craig Lathrop, la fotografía de Jarin Blaschke, la edición de Louise Ford y la música de Robin Carolan y Sebastian Gainsborough, casi todos colaboradores reincidentes de Eggers, éste redondea una odisea de una intensidad y un desparpajo espeluznantes que erigen la mejor y definitiva gesta vikinga del cine y ponen en vergüenza a la legión de autómatas sin alma ni ideas ni cojones que se dicen directores y se la pasan rodando bodrios hoy en día…
Muchas veces acusado de ser un director elitista, Robert Eggers hace su película más sencilla y líneal, sin perder su esencia y su talento; encontrando un equilibrio perfecto entre una obra de autor y una película para la industria, donde se mezclan la mitología escandinava con violencia, épica, romance y terror psicológico.
El jueves 21 de abril llega a los cines argentinos el nuevo film de Robert Eggers, y aquí te adelantamos nuestra crítica sobre esta epopeya protagonizada por Alexander Skarsgård y Anya Taylor-Joy.
En la recuperación de la leyenda que inspiró a William Shakespeare para la escritura de Hamlet nos encontramos ante una potente y épica fábula de venganza en donde Robert Eggers hace brillar a su elenco, particularmente a Alexander Skarsgard, un atormentado Amleth en busca de saciar el dolor que la traición y muerte signaron sus días.
Devenir Animal Robert Eggers se reveló como un precoz productor de fantasmas en sus dos primeras películas. The Witch (2015) y The Lighthouse (2019) son dos monumentos al terror psicológico, de una belleza retorcida, que encontraban su condición de misterio en una espacio opresivo -el bosque, una isla desierta- habitado por personajes sometidos a sus obsesiones -la religión, los secretos que esconde un faro-. The Northman (El Hombre del Norte) continúa esa línea de exploración por las zonas oscuras de la psique humana, pero no lo hace desde lo abstracto sino desde lo físico: la obsesión de Amleth (Alexander Skarsgård) es la venganza, y para realizarla ha dejado de ser un hombre y se ha convertido en un animal. Ya no hay miedos originarios o locura existencial: lo que queda es un trauma inaugural. Amleth es un niño-príncipe feliz por el regreso de su padre de la guerra después de una temporada ausente. El rey Aurvandill (Ethan Hawke) vuelve victorioso pero mal herido. Es cariñoso con su hijo y distante con la reina Gudrún (Nicole Kidman). Es un monarca que intuye su final y solo quiere dos cosas: nombrar a Amleth su sucesor y volver a la batalla. En el prólogo de la película Eggers muestra su marca registrada: una estética de lo siniestro, un vocabulario de ideas, imágenes y ritmos que traducen el primitivismo en fuerza visual y los rituales antiguos en una fiesta macabra. Un espacio de personajes-sombras iluminados por el fuego. Aurvandill es un animal mutilado de voz cavernosa, que inicia a su hijo en esa lógica territorial basada en la fuerza y la violencia. Un rite de passage en el que el sacerdote Heimir (un perturbador Willem Dafoe) hace que Amleth pierda su forma humana: que coma en cuatro patas, que aúlle como un lobo hambriento, que desee como una bestia salvaje. El rey necesita una última batalla que sea la definitiva, la que le permita morir con honor bajo la espada enemiga. El favor llegará en forma de traición: no hay combate sino una emboscada en el bosque, la espada enemiga será la de su hermano Fjölnir (Claes Bang), y el honor guerrero se convertirá en la dignidad del indefenso que mira la muerte de frente. Amleth es testigo de la escena, pero logra escapar mientras su tío pide su cabeza. Después de ver el saqueo del reino y el secuestro de su madre, se va del feudo que ya no será suyo, repitiendo un mantra: “Te vengaré padre. Te salvaré madre. Te mataré Fjölnir”. Tras una elipsis de muchos años, vemos a un Amleth adulto que pertenece a una horda de vikingos vestidos con pieles de oso, que está a punto de vandalizar, violar y matar a casi toda una aldea. El director de fotografía Jaris Blaschke -colaborador habitual de Eggers- hace de esta escena una poesía violenta, como si la cámara participara de una danza brutal, un recorrido en travelling a corta distancia que forma una coreografía de la muerte. Eggers y el guionista y poeta islandés Sjón (Lamb, Valdimar Jóhannsson, 2021) hacen de esta leyenda nórdica- que inspiró a Shakespeare para escribir Hamlet– un tour de force hacia los abismos de la naturaleza humana, allí donde la herencia animal palpita con más fuerza que cualquier rastro de sensibilidad y razón. Alexander Skarsgård es una presencia primitiva de una fuerza indomesticada, una especie de zombie prehistórico con una idea fija, un ser que vive en la muerte esperando su momento de revancha. En el camino conocerá la ternura de una hechicera, Olga (Anya Taylor-Joy) -“tú le quiebras los huesos a los hombres, yo les quiebro la mente”- que tiene sus propios motivos para vengarse de Fjölnir. En el medio, Islandia como una geografía mental y monocromática de su protagonista, un territorio áspero, duro y gris, por el que deambula un cuerpo que ya ha dejado este mundo para estar en contacto con los espíritus que lo guían hacia la redención del honor patriarcal. Eggers hace del folklore antiguo un teatro de la crueldad. Su debut en el mainstream (con un presupuesto cuatro veces más grande que su dos películas anteriores juntas) tiene un estilo autoral que sostiene el film. Una persecución y consciencia de la imagen que le da el marco adecuado a una historia que nunca se siente nueva. Lo que hace que la película sea emocionante es la puesta en escena, la fisicidad de Skarsgård, la banda de sonido de Robin Carolan y Sebastian Gainsborough, una fuerza percusiva que hace del pathos vikingo una partitura épica hecha de tambores que rugen. Si en The Witch y en The Lighthouse lo sobrenatural dictaba las leyes de una realidad que se volvía cada vez más inconsistente, aquí es a la inversa: lo místico está atado a la inexorabilidad de un futuro que se vuelve cada vez más palpable. Eggers cambia enigma por dureza argumental para marcar un itinerario que es menos espiritual que corporal, un trayecto unidireccional hacia lo que ya conocemos, que hace de The Northman un manifiesto sobre el destino y la fatalidad, un retrato oscuro de la violencia como mandato, como síntoma de una masculinidad alienada que anula la tensión entre lo humano y su piel animal.
El sublime y estilizado film de Robert Eggers Robert Eggers, escritor y director de “La bruja” y “El faro”, anota un triplete increíble con “El hombre del norte”. Su nueva película es épica, masiva y ostentosa, pero lo que ha perdido en intimidad y ambigüedad lo compensa con una dirección sublime y estilizada. El hombre del norte (The Northman, 2022) es una magnífica ópera visual. Su trama, un relato de venganza relativamente primitivo, no esconde grandes sorpresas. Pero hay una indudable cualidad hipnótica en la composición del film: es a la vez bello y horripilante, violento y esotérico, elevado por su cosmogonía y rebajado por el melodrama. Hay un balance delicadísimo de antinomias en juego y Eggers lo ejecuta con la destreza de un maestro de su propio arte. La película adapta la leyenda nórdica que inspiró el Hamlet de Shakespeare, acerca de un príncipe vikingo y su violenta venganza contra el asesino de su padre y captor de su madre. Amleth (Alexander Skarsgard), un guerrero dedicado a arrasar aldeas poseído por un frenesí sanguinario, es un héroe menos psicológicamente refinado que su contraparte teatral. No hay lugar para la duda o la introspección. La historia es sencilla porque la perspectiva del héroe es sencilla, simplificada por un juramento repetitivo y arengada por visiones fantásticas. Si hay un hilo conector entre las tres películas del director - que habita pasados históricos con la comodidad y verosimilitud de un viajero del tiempo - es este: sus personajes tienden a ofuscar su entendimiento del mundo (y de sí mismos) invocando supersticiones que los terminan destruyendo o trascendiendo, si es que pueden distinguir entre ambos. La bruja (The Witch, 2015) se sirve del folclore puritano para contar su historia de paranoia corruptora. El faro (The Lighthouse, 2019) cita a la mitología griega para contar una críptica fábula de anhelo y represión. Arraigada en un Medioevo brutal en el que una muerte cruel es parte de cualquier buen desayuno o deporte amistoso, El hombre del norte admite a la mitología nórdica en clave de visiones espectaculares, desde criaturas fantásticas hasta la mítica Valhalla y un gigantesco árbol genealógico, tan literal como abominable, similar al Yggdrasil. Todas vienen a justificar la violencia, en definitiva. El camino del héroe es glorificado a la vieja usanza de las sagas pero también es cuestionado, sino por el propio héroe, por quienes lo rodean. Aquí el impulso masculino es acomplejado por la intrusión del escrutinio femenino, en particular Olga (Anya Taylor-Joy) y Gudrun (Nicole Kidman), quienes se guardan los mejores monólogos de la película. Hay ritos de sobra dentro de la trama, pero la propia película cobra una dimensión ritual al emular a través del simple accionar de los personajes el ritmo, el ánimo y la mentalidad de una época en particular (excursos mágicos inclusive). En manos de otro director ésta sería una película de venganza más, otro film de acción disfrazado de algo que no es. Robert Eggers y su equipo capturan un mito y lo elevan como sólo podría haberlo hecho el cine.
Para no andar con vueltas lo primero que hay que decir de El hombre del norte es que es una película deslumbrante. Hay en cada plano el sello de un autor con ideas visuales que escapan de las fórmulas, una puesta en escena poco convencional y en muchos aspectos arriesgada. Sin embargo, lo segundo que hay que establecer es que el tercer largometraje de este cineasta de 38 años es que carece de la capacidad de sorpresa y subversión de La bruja (2015) y The Lighthouse / El faro (2019). Es que, más allá de su brillantez formal y del universo que construye, estamos ante un típico relato de venganza, de revancha, dentro de una familia y de la mitología nórdica (desde apelaciones al dios Odín hasta el Valhalla). La historia arranca en el año 915 desde el punto de vista del príncipe Amleth (Oscar Novak), un niño de diez años que vive con su madre, la reina Gudrún (Nicole Kidman), y su padre, el rey y guerrero Aurvandil War-Raven (Ethan Hawke). Su vida (y la del resto) cambia por completo cuando es testigo del asesinato de su padre por parte de su tío Fjölnir the Brotherless (Claes Bang), quien se queda con el trono y con Gudrún. El pequeño logra escapar y, luego de pasar varios años con sanguinarios vikingos (hay una escena en la que arrasan un pueblo que es un auténtico baño de sangre), se convierte en un furioso luchador. Llegado el momento, se hace pasar por un esclavo y termina en Islandia (aunque buena parte del rodaje se realizó en Irlanda), adonde se ha refugiado tras varias derrotas su tío y todavía rey. Es el inicio de un camino de venganza que incluirá una historia de amor con otra esclava llamada Olga e interpretada por “nuestra” Anya Taylor-Joy (recordemos, protagonista de La bruja). Entre viajes en barco, volcanes en erupción, escenas de batalla no exentas de gore e irrupciones fantásticas para narrar escenas oníricas y mitológicas, Eggers va construyendo un universo que en principio no deja de subyugar. Sin embargo, en determinado momento la película queda presa de su grandilocuencia y solemnidad, de un regodeo estilístico que se impone sobre la profundidad psicológica y, así, dentro de ese envoltorio tan vistoso, descubrimos un entramado dramático bastante limitado y hasta en ciertos pasajes un poco hueco. Hay en esta hiperestilización, en este triunfo de la forma sobre el contenido, algo similar a lo que ocurre con algunas películas del danés Nicolas Winding Refn, otro refinado, virtuoso y talentoso esteticista que tiene predilección por las historias de venganza. Como guionista (aquí en sociedad con el celebrado poeta islandés Sjón, el mismo de Bailarina en la oscuridad y la reciente Cordero / Lamb) el resultado es menos convincente en lo que resulta una nueva variación de Hamlet, el clásico de clásicos de William Shakespeare que a su vez estaba basada en la leyenda escandinava Amleth. Y, si recién citamos a Bailarina en la oscuridad, El hombre del norte significó también el regreso a la actuación de Björk en una breve aparición como la bruja Seeress. La multifacética artista islandesa es una de los tantas figuras que desfilan (por allí aparece Willem Dafoe, uno de los protagonistas de El faro) en un film testosterónico y nihilista que, aunque no sea del todo convincente en ciertos terrenos, merece ser visto en la pantalla más grande posible porque en términos coreográficos, de espectáculo eminentemente audiovisual, el disfrute está garantizado.
Focus Features (filial de Universal Pictures) se encargó de financiar la nueva, y más cara, obra cinematográfica del director de culto Robert Eggers. Tras «The Witch» (2015) y «The Lighthouse» (2019), esta semana llega la tercera película del cineasta: la aventura vikinga titulada «The Northman». La cinta, protagonizada por un elenco estelar integrado por Alexander Skarsgård, Anya Taylor Joy, Nicole Kidman, Ethan Hawke y Willem Dafoe, logra un equilibrio casi perfecto entre la mística del autor y el toque maistream que le exige su presupuesto. La historia tiene base en un relato vikingo antiguo que, según comenta el mito, inspiró a Shakespeare en la escritura del clásico «Hamlet». Su breve sinopsis adelanta: En pleno siglo X, un príncipe nórdico busca venganza a toda costa por la muerte de su padre. La idea se puso en marcha luego del encuentro de Eggers con la cantante Bjork y el guionista Sjón en un viaje a Islandia. La combinación de estos tres, el trabajo de Skarsgård, la producción de Lars Knudsen («The Witch», «Midsommar») y la asombrosa inversión de 90 millones de dólares, logran que una típica historia de venganza derive en una asombrosa epopeya plagada de folk horror, misticismo escandinavo y onirismo. El abismal salto económico del cineasta, le supuso un desafío que hasta el momento no había vivenciado. Poseer tanto dinero a disposición no es algo sencillo. Podríamos definirlo como: cuanta más libertad financiera, menos libertad creativa. Es un detalle no menor para un autor acostumbrado a realizar cine personal y sin restricciones. El estudio tuvo ciertas exigencias que le obligó a recortar escenas y hacer modificaciones de montaje. Sin embargo, en una entrevista con The Guardian el director admitió que, a pesar de haber sido difícil, logró crear un corte que lo dejó satisfecho. Desde Cinéfilo Serial, afirmamos que la película destila el sello Eggers por donde se la mire. El autor supo imponerse por sobre los requisitos comerciales. El largometraje alcanza una experiencia totalmente inmersiva que, gracias al detallismo de su imagen y la envolvente banda sonora, sumerge al espectador en un viaje alrededor de las agrestes tierras nórdicas. La fotografía, fiel a las dos cintas antecesoras, se cierne en ambientes fríos y grises. En las montañas, en la llanura, en el medio del agua, con niebla o con nieve, los maravillosos paisajes de la región se lucen en todo momento. El realismo que conlleva ese tipo de imagen se ve contrastado con las secuencias surrealistas que interrumpen con el estilo práctico que mantiene el film. En dichos momentos, el cineasta saca a relucir sus cualidades como creador de climas oscuros, aterradores y llenos de locura. Origina desquiciados montajes que se dedican a poner incómodo al público dentro de la sala y de alguna manera hacerlo sentir dentro de un ritual de esas características. No podemos dejar de mencionar que para la elaboración del guion se realizó una minuciosa investigación sobre las costumbres y tradiciones de aquel entonces. En algunos sitios web hasta se atreven a decir que estamos frente a la representación más fidedigna jamás hecha en el cine. Al pensar en esta película, es imposible que no se nos venga a la mente la cantidad de testosterona que invade cada recoveco del largometraje. Alexander Skarsgård, parece haber nacido para interpretar personajes monosilábicos que desbordan masculinidad. Ya lo hizo anteriormente en «Tarzán» (2017) y «Mute» (2018) donde literalmente interpreta a un mudo. En una entrevista con Indie Wire admitió: «Nunca he estado más agotado que después de esos seis meses de rodaje». Esa dedicación surgió efecto porque entregó uno de los trabajos más destacados de su carrera. A pesar de que el actor es el pilar del desarrollo argumental y deja la vida en cada grito de guerra, las mujeres tienen un papel determinante en el argumento. La mágica Anya Taylor Joy y la enigmática Nicole Kidman ofrecen performances destacables. Cada una, desde su lugar, deja a la vista la importancia de sus personajes y cómo influyen en las decisiones de los personajes masculinos. Bien pregona Taylor Joy en un fragmento del tráiler: «Tu fuerza (la de los hombres) quiebra los huesos, yo tengo la astucia para romper mentes». Otro elemento a destacar del film es su utilización de la violencia. En los momentos de lucha se hace uso de tomas largas, sin abundancia de cortes. La cámara jamás se queda quieta y juega un papel fundamental en la coreografía de cada combate. Esta forma de representar la acción es muy favorable ya que el espectador puede apreciar cada envestida de los contrincantes. Tampoco hay un gran uso de CGI o incansables enfrentamientos donde los rivales no sufren ningún rasguño. Estos personajes se agotan, sangran y mueren con la facilidad de cualquier ciudadano común. Otro aspecto importante de esa violencia que mencionamos es la presencia del gore como elemento recurrente, una gran victoria del cineasta por sobre el estudio. Nos reservamos un párrafo para destacar las labores de la multifacética Bjork, que volvió a la actuación luego de 17 años de retiro, y del legendario Willem Dafoe que ya brilló anteriormente en «The Lighthouse». Ambos demuestran su asombroso talento con tan solo unos minutos en pantalla. Son una de las tantas joyas que nos regala la cinta y que nos deja con ganas de más. «The Northman» es una obra particular. La crudeza y meticulosidad audiovisual que nos brinda, la vuelve una de las opciones más interesantes de los últimos tiempos. A pesar de su apariencia superficial de corte comercial, Robert Eggers logra imponer su visión y nos regala un complejo popurrí de simbolismos, misticismo nórdico, surrealismo indie y mucho hombre gritando en modo asesino. Si hablamos de cine poco convencional, acá tenemos a un próximo referente.
La nueva película de Robert Eggers era una de las más esperadas del año. Se había creado una corriente de genuina y generalizada curiosidad por saber cómo se manejaría el talentoso creador de La bruja y El faro por primera vez con muchísimos recursos a su disposición: una producción de elevada escala, una historia mucho más ambiciosa y un vasto elenco de estrellas. La elección de una historia tan intensa, brutal, impetuosa y feroz como la que se narra en El hombre del Norte completa el cuadro. Ya sabemos que Eggers no se impone límites ni reservas cuando se decide a explorar los vínculos entre lo real y lo fantástico en escenarios en los que prevalecen los rituales arcanos, los temores religiosos y las conductas primitivas. Por eso, no hay palabra mejor que “visceral”, en su más amplio significado, como síntesis compacta de todo lo que ocurre aquí. Abunda aquí la exposición de cuerpos abiertos y desgarrados en unas cuantas batallas muy cruentas y también el carácter simbólico del término: los personajes se dejan llevar todo el tiempo por comportamientos desbordados y hasta inmanejables desde lo emocional. Sobre todo cuando perciben que es imposible torcer el destino que se les asigna. Por eso, aunque la acción transcurra durante el siglo X de nuestra era en algún lugar de los dominios vikingos, el escenario real es el de una verdadera tragedia clásica no demasiado difícil de comprender. Un rey guerrero regresa al hogar tras una larga campaña con la certeza de que será traicionado y, a la vez, deberá apresurarse para pasar el legado de su corona a un hijo todavía adolescente. El heredero, testigo mudo del instante en que la traición se ejecuta con crueldad en el propio seno familiar, debe escaparse para no quedar arrastrado por ella. Muchos años después regresará para cumplir con su venganza, aunque el plan se torna cada vez más arduo con la aparición de detalles inesperados. Como en sus películas anteriores, Eggers parte de la certeza histórica para tomar impulso y moverse una vez más a partir de ellas en las difusas fronteras que separan a la realidad del mito. Se apoya en cuidadas referencias visuales y arqueológicas para mostrar cómo se vivía en ese hostil rincón del mundo azotado todo el tiempo por la crudeza del clima y la ferocidad de sus habitantes. Estamos en medio de un universo sellado a fuego por un espiral de violencia que parece retroalimentarse todo el tiempo y no terminar nunca. Quienes hayan visto El faro y La bruja encontrarán aquí marcas parecidas: ritos tribales y brujerías, conductas primitivas, constantes pulsiones sexuales (que hasta incluyen el fantasma del incesto), ceremonias de iniciación y de camaradería, tendencia al exceso. Lo que no se aprecia del todo en El hombre del Norte es aquello que rápidamente convirtió a Eggers en un creador provocativo, original, capaz de crear una fusión nueva y distinta entre varios géneros: el terror, el cine fantástico, el drama histórico. Con la notable ayuda de sus colaboradores habituales (el director de fotografía Jarin Blaschke, la vestuarista Louise Ford, los directores de arte Craig Lathrop y Robert Cowper) y un rodaje en espléndidos escenarios naturales de Islandia, Eggers logra sostener esa atmósfera a través de una sucesión de planos y secuencias de inquietante, magnética y poderosa belleza. Pero detrás de ellas hay aquí menos misterio y sorpresa que en sus obras anteriores. Por más que se asocien, por ejemplo, ciertas conductas humanas a comportamientos propios del reino animal (cuervos, osos, lobos), El hombre del Norte nos cuenta una historia de venganza no demasiado diferente a otras que hemos visto antes. Mucho más sangrienta, eso sí. En un elenco exigido por un gran compromiso físico y anímico, Alexander Skargard y Claes Bang aportan presencia y entrega absoluta. Anya Taylor-Joy se luce en un breve y enigmático personaje de gélida belleza y acento eslavo. Nicole Kidman viste de elocuente teatralidad su inquietante papel, y Björk, Ethan Hawke y Willem Dafoe apenas tienen tiempo para mostrarse. En cuanto a Eggers, queda claro que a ahora dispone de muchos más recursos para contar historias a su manera, pero todavía no termina de acomodarse a esta nueva realidad. Dijo, por ejemplo, que le hubiese gustado que toda la película se hablara en el nórdico antiguo que escuchamos aquí solo en los momentos ceremoniales. Para el resto debió resignarse al inglés que se utiliza cada vez que un cine con pretensiones quiere instalarse en tiempos antiguos o medievales.
Hamlet debe ser la fuente utilizada con mayor frecuencia a la hora de narrar una venganza familiar y El Rey León tal vez haya sido hasta ahora su ejemplo cinematográfico más extremo. Robert Eggers, el cineasta que ya brilló en La bruja y El faro, decide recorrer el camino inverso para poner patas para arriba un relato remanido al contar la leyenda nórdica de Amleth, esa misma a la que William Shakespeare recurrió como esqueleto de la tragedia de su príncipe más reconocido. Amletth (Alexander Skarsgård) está obstinado en vengar la muerte de su padre (Ethan Hawke) en manos de su tío (Claes Bang), que así se apoderó del trono y de la madre del joven (Nicole Kidman). “Te voy a vengar, papá. Te voy a salvar, mamá. Te voy a matar, tío”, repite cual mantra el príncipe apenas consumado el fratricidio que sirve como pulsión exclusiva del protagonista hasta que se cruza con una esclava llamada Olga (Anya Taylor-Joy), que le ofrece una salida no violenta que el enamorado Amleth igual deja pasar como si fuera preso de su destino trágico. Ella es la única que lo aleja, al menos durante una única escena que le da un respiro, de un violento universo que salpica sangre a borbotones. Brujos, valquirias y cuervos Robert Eggers mantiene el fetiche por las leyendas aterrorizantes y su atención y tensión a partir de cada rito de la vida de antaño en su tercera película, pero esta vez desestima que sus animales mágicos y seres sobrenaturales, como la cabra diabólica y la joven hechicera de La bruja o la gaviota maldita y el tritón de El faro, agarren desprevenidos y sorprendan espectador. Esta historia repleta de brujos, valquirias y una profética bandada de cuervos tiene su final escrito desde el momento en que el espectador se sienta en la butaca y se deja llevar por el espiral de violencia. El hombre del norte es una especie de versión sin concesiones, oscura y violenta de Gladiador, aunque el cineasta prefirió definir a su película como una mezcla de Conan, el bárbaro y Andrei Rublev de Tarkovski. Es imposible mirar la película sin pensar en la megalomanía cinematográfica de Mel Gibson, pero el compromiso audiovisual de Eggers es absoluto y, a diferencia de Gibson, nunca pierde el norte en cuestiones superficiales para el cine como respetar una lengua extinta, por más que uno de sus brujos (Ingvar Sigurðsson) brinde una clase magistral de sonidos guturales que inducen el trance en una de las tantas secuencias atractivas de El hombre del norte. Entre esos desconcertantes seres mágicos que pululan alrededor de Amleth también Willem Dafoe y Björk, en su regreso al cine en compañía de su debutante hija, tienen lugar para darles sus presagios al protagonista. Esas apariciones estelares fugaces son claves para darle aire a la película más violenta de un cineasta que se caracterizó por la construcción de atmósferas incómodas. El solo hecho de cruzar como madre e hijo a Kidman y Skarsgård después de la serie Big Little Lies, donde él interpretó al marido abusivo de ella, ya es inquietante sin necesidad de esperar la compleja resolución del conflicto familiar cerca del final de El hombre del norte. Todo contribuye a crear el clímax para el duelo final en las Puertas del Infierno, con un volcán activo de fondo, en un combate digno de los finales de la saga Star Wars, pero donde sabemos de antemano que solo habrá lugar para vencedores vencidos.
Hoy se estrena en nuestros cines la esperada tercera película de Robert Eggers, El Hombre del Norte, una épica vikinga con un elenco de estrellas compuesto por Alexander Skarsgård, Anya Taylor-Joy, Nicole Kidman, Ethan Hawke, Willem Dafoe y Björk. El Hombre del Norte sigue la historia de Amleth, hijo del rey Aurvandil y la reina Gudrún, quien es testigo del asesinato de su padre y el rapto de su madre por parte de su tío, el bastardo Fjölnir. Logrando escapar, el pequeño Amleth jura una venganza que tardará años en llevar a cabo. Supongo que leyendo esa breve sinopsis o al haber visto el tráiler del film seguramente les recuerde a Hamlet de William Shakespeare, en este caso vale aclarar que estamos ante la misma historia (o al menos en el prototipo de venganza), sin embargo, la leyenda de Amleth es anterior a la obra del dramaturgo británico. Ahora bien, vayamos a lo que nos compete que es hablar de la película. El Hombre del Norte es un gran film y con bastante épica, por eso esperamos que haya una buena recepción en el público argentino. Robert Eggers es un director que tiene un muy buen ojo para la cámara y es un gran narrador visual, si bien El Hombre del Norte es su película más comercial se siente el sello de autor y no defrauda. La historia, como ya he dicho, ya es conocida, aunque con suficientes cambios como para que no se sienta un refrito vikingo. La fotografía y las locaciones naturales son puntos fuertes ya que cada fotograma se siente pensado, tanto en la belleza como en la oscuridad que nos presenta el film. Las actuaciones son todas de alto nivel, incluso en aquellos actores y actrices que tienen poco tiempo en pantalla, pero quien más se hace esperar es Nicole Kidman cuyo personaje es una fisura emocional para el protagonista de esta historia, sobre esto podemos decir que Alexander Skarsgård está a la altura del papel y se siente la buena química entre él y Anya Taylor-Joy. Otro punto interesante son los detallados ritos nórdicos que acompañan cada acto de esta película. Lo criticable del film es que se siente bastante largo para las dos horas y quince minutos que dura y a veces peca de intentar llegar a una grandilocuencia que no siempre sale bien. En fin, El Hombre del Norte es una muy buena opción para ir al cine, más si te gustan las películas de época con varias batallas, pero también con mucho drama. La historia es buena, hay grandes actuaciones y una buena dosis de venganza.
Llega a nuestros cines una película que, de forma casi unánime, todos teníamos en las listas de las más esperadas del 2022. La pudimos ver, y ahora vamos a contarles de qué se trata El hombre del norte. La trama sigue a Amleth, el joven heredero del Rey Cuervo Aurvandil; quien es traicionado por su hermanastro Fjolnir. Tras ver como mataban a su padre, Amleth jura venganza para con su tío. Venganza que se va a dar bastantes años en el futuro, cuando Amleth conozca a la joven bruja Olga. Como podrán ver, estamos ante una revisión de Hamlet, pero esta vez ambientada en la cultura vikinga; con alguna que otra aparición divina, pero, sobre todo, mostrando bastante de esta sociedad que hoy en día está tan de moda en el cine, series y videojuegos. Así es como veremos varios rituales donde los guerreros van mostrándose cada vez más salvajes, aferrándose a la deidad en la que creen; mientras intentan vivir en un mundo violento donde la traición, la muerte y el esclavismo son moneda corriente. Y no nos olvidemos la fuerte presencia de la brujería que se tenía, con varios actores casi irreconocibles dando vida a diferentes chamanes que irán guiando a nuestros personajes por las dos horas y cuarto que dura El hombre del norte. Otro punto a destacar es el de las actuaciones. Alexander Skarsgard deja la piel en el rol principal, y no lo decimos solamente por lo musculoso que se puso para el rol; sino que, a base de gritos y caras, logra transmitir la ira y sed de venganza que tiene guardada desde que su personaje era un niño. Y ni hablemos de la química que tiene con Anya Taylor-Joy; quien también da una sólida actuación en el rol de interés amoroso, pero al mismo tiempo ser una brújula moral para Amleth. Pero nada en la vida es perfecto y El hombre del norte tiene dos grandes defectos obvios. El primero es que, al tener una historia tan simple, pese a durar apenas dos horas y cuarto, se sienten un poco estiradas; con más de una ocasión viendo como el protagonista tiene la venganza al alcance de su mano, y por tontear, pierde el tiempo y se alarga la trama. Y el otro problema obvio que tiene la película, es el de la intervención divina. En más de un momento los personajes reciben ayuda sobrenatural, en el claro ejemplo de un deus ex machina en toda regla. El tema es que estas asistencias se dan cuando al guión le conviene, y solo de un bando, haciendo que por momentos no sintamos ningún peligro para con nuestros personajes principales. Pero sacando esto, El hombre del norte es una gran película. Ya con este tercer film, Robert Eggers se establece como uno de los mejores directores del momento y toda una garantía a la hora de traernos historias de otras épocas y culturas. Expectantes quedamos con sus futuros proyectos.
El joven director Robert Eggers que tanto nos sorprendió con esa joya de terror que es “La Bruja” y luego con ese trabajo visual de intensidad expresionista que fue “El faro” ahora nos propone un film también distinto, inmersivo, de una explosión visual diferente y aterradora, donde las leyendas vikingas se remontan a los tiempos en que hombres y bestias se hermanaban con facilidad. Al lado de esta producción las sagas de vikingos televisivas parecen juego de niños. Es que lo que propone el director es desarrollar una leyenda nórdica sobre el príncipe Amleth que inspiró nada menos que a William Shakespeare para escribir su “Hamlet”. Al pequeño heredero le toca ver como su tío asesina a su padre, se queda con su madre y ordena buscarlo para matarlo. El chico escapa y se transforma en un guerrero al que Alexander Skarsgard le da no solo un físico imponente sino un compromiso actoral que impresiona. Una larga muestra que desde lo estético y desde la exacerbación de la violencia, la sangre, la espiral de venganza se transforma en un espectáculo visual creativo, hipnótico y hasta revulsivo por momentos. Un gran elenco acompaña al protagonista como AnnTaylor-Joy, el regreso de Björk a la actuación, Willem Dafoe, Ethan Awke y la rara interpretación, por su acento, de Nicole Kidman. Para verla en cine.
"El hombre del norte": la venganza será terrible Las dos primeras películas de Eggers, "La bruja" y "El faro", eran una mejor que la otra. Pero con esta saga vikinga quedó ahogado por el presupuesto. A priori, la idea de hacer una película de vikingos inspirada en la saga nórdica que habría dado pie al Hamlet de William Shakespeare, parecía ingeniosa, por decir lo menos. Y para ese proyecto, impulsado por el actor sueco Alexander Skarsgard, se fueron sumando nombres propios cada vez de mayor peso, empezando por el veterano productor Arnon Milchan (Martin Scorsese, Terry Gilliam, Ridley Scott, James Gray y David Fincher son solamente algunos de los directores que están en su foja de servicios). Luego se incorporaron a El hombre del norte el guionista islandés Sjón, para darle mayor seriedad al asunto, y el director Robert Eggers, cuyas dos primeras películas eran una mejor que la otra: La bruja (2015) y El faro (2019). Para completar la torta, el elenco: el ascendente Skarsgard como el brutal Amleth (que de noble príncipe no tiene nada), más Nicole Kidman como su madre lúbrica, Ethan Hawke como su padre, Claes Bang como su tío traicionero, Anya Taylor-Joy como su amor imposible, más personajes secundarios –por no decir cameos- a cargo de Willem Dafoe y, obviamente, Björk, que interpretan respectivamente a un brujo y a una hechicera que orientan al protagonista por su camino de tinieblas. El resultado, sin embargo, no pudo haber sido peor, a pesar de los 90 millones de dólares que terminó costando el chiste. O a causa de ellos. Se diría que El hombre del norte es uno de esos casos donde el tremendo peso de la producción termina asfixiando cualquier atisbo de creatividad, empezando por el guion mismo, que es de una elementalidad rampante, como si la decisión final hubiera sido tirar por la borda la idea original, que tenía su jugo, y convertir a The Northman en una vulgar película de venganza como hay tantas. Y donde cada juramento de revancha por parte de unos y otras (y los hay cada 5 minutos en una película que dura más de dos horas) se pronuncia con un grado de solemnidad y circunspección que termina provocando humor involuntario. Tanto en La bruja como en El faro el director estadounidense Robert Eggers había demostrado que con muy pocos recursos económicos era capaz de crear los relatos y las atmósferas más inquietantes. Y no sólo eso: también conseguía una profundidad de sentido que muchas veces le falta al cine de terror o fantástico. Aquí sucede exactamente lo contrario: a diferencia de la concentración dramática y de espacio de sus dos films anteriores, en El hombre del norte todo se dispersa y se pierde en el camino. Sobran personajes, situaciones, locaciones, efectos especiales. Hay demasiados elementos para narrar muy poca cosa. Y lo que se narra es tan básico que trae a la memoria la saga de 300 en su despliegue de testosterona guerrera, toda una contradicción para un director que en La bruja hizo un sutil alegato feminista y en El faro se reía del machismo absurdo de sus dos contendientes. Los actores no salen mejor parados. No importa lo que le suceda, Skarsgard está siempre igual: pétreo, torvo, puro músculo y ninguna emoción. Lo menos que puede decirse de Ethan Hawke –un actor de perfil urbano y contemporáneo- es que así como está, ataviado como un rey vikingo, se trata de un enorme malentendido de casting. Y la escena junto al brujo que compone Willem Dafoe da un poco de vergüenza ajena: gente grande jugando a los disfraces. Anya Taylor-Joy, que tan bien le había rendido a Eggers en La bruja, aquí es apenas un cliché romántico. En todo caso, quien sale mejor parada es Nicole Kidman, que en medio de ese marasmo sabe otorgarle a su reina lujuriosa una dosis de malicia que se siente verdadera, a diferencia de la falsedad digital que impera a su alrededor.
Sintetizando este filme se podría decir que, desde el guión bastante pobre por cierto, es una mala mezcla de Hamlet, de Shakespeare, “Conan el Bárbaro” (1982) con Arnold Schwarzenegger y un toque nada sutil, efímero e innecesario de “La Luna” (1979) de Bernardo Bertolucci. Sin embargo esto solo puede ser esgrimido
En tiempos de exacerbado reciclado de contenidos, tramas, remakes y secuelas que se repiten una y otra vez; existe una fórmula que nunca pasa de moda. Shakespeare sigue siendo hasta el día de hoy la mayor fuente inagotable de adaptaciones con dramas, traiciones familiares y amores tan épicos como trágicos. En esencia, ‘The Northman’ está basada en la leyenda vikinga que inspiró Hamlet, y qué mejor que llevarla al cine con un director como Eggers quien comenzó su carrera como diseñador y director de teatro, y que, con sólo tres filmes ha logrado imponer un estilo sumamente teatral. El terror está cambiando con una generación de directores como Jordan Peele (‘Get Out’, ‘Us’), Ari Aster (‘Midsommar’, ‘Hereditary’) y Robert Eggers con ‘The VVitch’ (2015) y ‘The Lighthouse’ (2019). La filmografía del director estadounidense es (por ahora) muy corta, pero no por eso menos impresionante. Con ‘The Northman’ no hace más que ponerle un sello a su estilo autoral: una atmósfera teatral dentro de un escenario sombrío, frío, visceral, surreal y místico. Otro punto en común que tienen sus tres largometrajes hasta la fecha, es el nivel de trabajo e investigación que hay detrás de cada proyecto. El mismo director explicó recientemente que en esta ocasión contó con la ayuda de arqueólogos, historiadores y expertos de la cultura vikinga como su coguionista, el poeta islandés Sjón, para lograr la mayor autenticidad posible y poder reflejar la complejidad de una cultura. Sin embargo, a diferencia de sus primeras películas, ‘The Northman’ contó con un presupuesto mucho más amplio que le permitió un mayor desarrollo de escenas surrealistas logradas con efectos, un elenco de primera encabezado por Alexander Skarsgård y Nicole Kidman, quienes ya habían participado juntos en la serie de HBO, ‘Big Little Lies’. A su vez, en esta última entrega Eggers deja a un lado su habilidad para el terror característico de sus anteriores trabajos, para dar prioridad a una historia épica, violenta y salvaje. La historia relata la leyenda vikinga del príncipe Amleth (Skarsgård) en su viaje para vengar la muerte de su padre, el rey Horvendill (Hawke)asesinado por su propio hermano Fjölnir (Bang); y para liberar a su madre, la reina Gudrún (Kidman) capturada por su tío. A lo largo de su travesía, el personaje de Amleth marcado por los hilos del destino, comenzará su recorrido atravesado por una constante sed de venganza como único móvil en su vida. Los elementos místicos nunca faltan en los filmes del director: si en ‘The VVitch’ era la cabra negra y los rituales asociados a los aquelarres; en ‘The Lighthouse’ es mediante las imágenes de una sirena y las supersticiones de las gaviotas, en ‘The Northman’ el mito folclórico le permitió explorar estos recursos aún más, utilizando distintas ceremonias y castigos vikingos, cuervos y brujas. Nuevamente la fotografía de Jaris Blaschke, con quien Eggers trabajó en todas sus películas, impacta por sus tonos fríos y grises, en esta ocasión en los paisajes más desolados de Islandia. El éxito de Michael Hirst con la serie ‘Vikings’ y ahora con su secuela oficial producida por Netflix ‘Vikings: Valhalla’ permitió al público adentrarnos en la cultura y mitología nórdica, conocer sus dioses, ritos, costumbres, historias e idiomas. Las estrategias políticas y militares de Ragnar hicieron de éste un héroe complejo. Sin embargo, un punto que tanto Eggers como Skarsgård comparten es en representar a esta cultura de la forma mas fiel posible, de hecho, el mismo director ha sido muy crítico con la serie de Hirst en cuanto a sus imprecisiones históricas, ya que según él la serie no relata los hechos reales, ni retrata a los vikingos como realmente eran. Al ver ‘The Northman’ queda claro que la investigación previa que ha hecho Eggers es mucho más profunda, sobre todo en relación a los ritos, como el que realiza Amleth de niño con su padre y Heimir (Willem Dafoe) al comienzo del filme. Estas escenas cargadas de un aura mágica y primitiva mientras copian los movimientos de los lobos y danzan alrededor del fuego requirieron de un trabajo de estudio inmenso junto con una gran destreza y plasticidad corporal por parte de los actores. Las actuaciones, junto con la música y la fotografía, son lo mejor de la película, Alexander Skarsgård se luce en lo que hasta ahora es su papel más complejo, intenso y físico en su carrera. El actor sueco premiado en ‘Big Little Lies’ y miembro de la familia escandinava más reconocida por su talento actoral, nos permite ver otra faceta mucho mas cruda y oscura en su interpretación de Amleth. A Nicole Kidman la tenían guardada para el final, era raro ver a una actriz como ella con muy poca presencia y diálogos, hasta que se reencuentra con su hijo mayor, en una de las escenas más dramáticas del filme donde la actriz australiana despliega sus matices actorales.
Imágenes paganas “El hombre del norte” confirma el talento de Robert Eggers en una fábula vikinga furiosa que indaga en los abismos del cine. El espesor de un tiempo, un lugar y una cultura extremos le permite a Robert Eggers dar un paso más allá en su cine de umbral con El hombre del norte. Todo naturalismo vibra en hechizo audiovisual en el filme, fábula vikinga que irrumpe sin respiro desde el minuto uno con la mención en off a Odín y una continuidad de planos imponentes, mágicos, eufóricos que conjuran el arcaico reino de la imagen en movimiento. La propia historia es rústica y lineal como una espada desenvainada: el niño Amleth (Oscar Novak) atestigua cómo su tío Fjölnir (Claes Bang) asesina a su padre, el rey Aurvandil (Ethan Hawke), para tomar el trono que este comparte con la reina Gudrún (Nicole Kidman), que pasa a ser esposa del traidor. “Te vengaré, padre; te rescataré, madre; te mataré, Fjölnir”, es el mantra que recita el Amleth adulto al que interpreta un fornido Alexander Skarsgard. Lejos de cualquier convención episódica a lo Conan el Bárbaro, Eggers se ampara en el guion del escritor y poeta Sjón, y en el magnánimo paisaje irlandés para abrir un portal hacia lo innombrable con la marca del mito latiendo detrás. Una feroz poética de los elementos cobra ánimo en los zigzagueantes copos de nieve, las olas marítimas y las corrientes de río, la vegetación rocosa, los volcanes en erupción, las llamas crepitantes, la tormenta y el barro, la luz y las tinieblas. En igual medida se recoge un inventario material de la humanidad primitiva, desde los gritos desgarradores de matanzas y rituales hasta la sangre seca impregnada en el cuerpo, risas y eructos, piel y pelos transpirados, texturas de túnicas y ropajes animales. El barroco medieval encuentra su necesario contraste en la suavidad encarnada por la élfica Olga (Anya Taylor-Joy), en cuyos intersticios amatorios con Amleth se despliega un bello y pulcro erotismo. Lo más valioso de El hombre del norte es sin embargo que no se queda en la sensibilidad pictórica, sino que parte en busca de lo desconocido, un vértigo cósmico que araña por momentos a pesar de encuadrarse en una superproducción de Hollywood. Sin superar a La bruja (2015) o El faro (2019), es el filme más ambicioso de Eggers y una promesa renovada de lo que puede deparar su talento. En ese sentido, El hombre del norte conmueve porque supone asimismo un triunfo heroico para la generación del director, que saca al hipsterismo de su cueva lisérgica, se venga de los Nolan y Villeneuve del mundo y entabla un diálogo incestuoso con Paul Thomas Anderson, los hermanos Coen y otros consagrados hombres del norte. Y da muestras de una civilización furiosa en un presente de necedad tribal, troles virtuales, géneros polarizados y estéticas barbarizadas.
Con una corta filmografía, constituida hasta la fecha por La bruja y The Lighthouse (que no pasó por los cines locales), Robert Eggers consiguió llamar la atención entre los realizadores más interesantes que surgieron en Hollywood en los últimos años. En El hombre del norte ofrece una propuesta diferente a sus filmes previos con una historia que se concentra más en género de aventuras y el apasionante folclore de la mitología nórdica. El argumento que escribió junto al compositor Sjón, frecuente colaborador de la cantante Bjork (quien tiene una breve participación como actriz), abraza la narrativa épica para construir un thriller de venganza que convierte a la serie Vikingos en una producción del Disney Channel. Eggers recrea la famosa leyenda del príncipe Amleth que William Shakespeare tomó como inspiración para crear la obra de Hamlet. Los amantes de estos temas probablemente recuerden el antecedente de 1994, Prince of Jutland, donde Chrsitian Bale encarnó al príncipe desterrado dentro de un gran elenco donde además sobresalían Helen Mirren, Gabriel Byrne y Kate Beckinsale. Si bien aquella fue una muy buena película, esta nueva versión la supera por completo por la intensidad que le aporta Eggers al conflicto y el predomino de los elementos esotéricos y fantásticos que se relacionan con la mitología nórdica. Aunque la premisa argumental es la misma en este caso encontramos una puesta en escena que toma elementos de la literatura pulp del Sword and Sorcery e inclusive el cómic. Me costaría mucho creer que Eggers no repasó algún tomo de Thorgal, el supeclásico de la historieta belga de Jean Van Hanne o Northanders, la serie de Brian Wood, a la hora de inspirarse en la estética visual que presenta su obra. Una característica para resaltar de esta producción es que cuenta con un ritmo narrativo mucho más dinámico de lo que fueron los trabajos previos del cineasta. El hombre del norte prácticamente no tiene momentos pausados y enseguida va al grano en la presentación de los personajes y el conflicto. Pese a su duración de 137 minutos no le sobra una escena y ya desde la introducción del origen del protagonista el cuento se vuelve apasionante. Sobre todo por el hecho que Eggers también le aporta su propia identidad a esta recreación de la leyenda. La adaptación no se apega a ninguna versión literaria específica y aunque conozcas la trama hay algunos giros sorpresivos que trabajan de un modo diferente el vínculo de los personajes. Dentro del reparto Alexander Skarsgård es la gran figura de este film con una gran composición del príncipe Amleth y conforma una muy buena dupla junto a Anya Taylor Joy, cuyo personaje aporta la simbología esotérica que contiene esta mitología. En roles secundarios Nicole Kidman e Ethan Hawke también llegan a tener sus escenas destacadas. Eggers además sorprende con muy buenas secuencias de acción que siguen la escuelita de brutalidad extrema de Ridley Scott y retrata muy bien la cultura de violencia asociada al período histórico que se trabaja. Más allá de sus virtudes técnicas y las interpretaciones lo mejor de la esta producción es que ofrece una experiencia audiovisual alucinante que es imposible de emular en otro lugar que no sea una sala de cine. Algo que no encontramos en todos los estrenos semanales, motivo por el cual resalto su recomendación.
Robert Eggers es sin dudas uno de los mejores directores que han surgido en los últimos años y aquí lo vuelve a demostrar. En su debut con The Witch (2015) nos demostró que podía generar atmosferas increíbles, algo que luego llevó a otro nivel en The lighthouse (2019), tal vez el mejor film del año en el cual se estrenó. Aquí está al frente de su primera super producción de Estudio, lo cual no fue fácil según declaró, ya que no tuvo full libertad creativa y fue obligado a recortar bastantes cosas. No obstante, el resultado que vemos en pantalla es fascinante. Motivo por el cual no imagino qué quedó afuera. Olvídense de la serie Vikings y similares. Aquí hay crudeza gore y puro lenguaje cinematográfico. Es una película en serio que logró escabullirse en el mainstream, motivo por el cual será muy disfrutada por los cinéfilos de pura cepa. A lo mejor puede resultar un poco abrumadora y con ritmo raro para cierto público, lo cual celebro porque -como siempre digo- no todo tiene que ser para todos. El hombre del norte es una experiencia, una visión de autor sobre un conjunto de mitos y una cultura que nos es familiar porque hemos consumido producciones con esa temática, pero que logra innovar y llevar a otro nivel la cultura nórdica. Alexander Skarsgård encara el papel de su carrera con varios matices, pero siempre con una dureza digna del personaje que está interpretando. Y “nuestra” Anya Taylor-Joy vuelve a demostrar (una vez más) que se encuentra entre las mejores de su generación. Su versatilidad es increíble. The Northman se perfila como uno de los estrenos del año y es una película que merece ser vista en la pantalla más grande posible. O sea, en el cine.
Ser o no Ser. En el límite entre el cine de autor y el entretenimiento masivo, esta película alcanza la quimera del balance perfecto entre ambas formas de contar. El destino es la fuerza suprema que lo controla todo, en esta brutal historia de venganza y amor concebida por el estadounidense Robert Eggers en clave de tragedia shakesperiana. Con apenas dos largometrajes en su haber y 38 años de edad, ya se consagró como uno de los realizadores hollywoodenses con ideas más interesantes, que separan a sus producciones del resto, tanto a nivel visual como narrativo. El éxito entre la crítica especializada con sus producciones de corte independiente The VVitch (2015) y The Lighthouse (2019) lo catapultaron al Olimpo de los directores con visión, de los auteurs, una especie de resistencia en la era de los estudios masivos y las franquicias interminables. Es precisamente en ese limbo en apariencia infranqueable entre el cine más “artesanal” y la gran maquinaria de una industria formulera con miedo a asumir grandes riesgos, que se ubica El Hombre del Norte (The Northman, 2022). O mejor dicho, es el espacio que atraviesa con la fuerza de una cabalgata valkiria, iluminando todo a su paso de camino al Valhalla. Quizás una metáfora demasiado fácil para aplicar a este caso, tanto que puede resultar floja, y sin embargo es perfectamente funcional a su propósito. No hay una imagen que defina mejor el recorrido de esta épica vikinga, tanto dentro como fuera de la pantalla. De un lado, tenemos a Eggers escribiendo el guion junto al poeta y novelista islandés Sigurjón Birgir Sigurðsson, también conocido por su nombre artístico Sjón, habitual colaborador de la reconocida cantautora Björk. Un cineasta que se forjó al calor del cine independiente, con bajo presupuesto y nombres casi desconocidos al frente de su primera producción, con tan buen tino que eligió como protagonista absoluta a la mismísima Anya Taylor-Joy (it girl del momento a nivel mundial y patrimonio nacional por adopción). Respaldado por la productora indie A24, para su segundo film reclutó nada más y nada menos que a Willem Dafoe y Robert Pattinson, que se lucieron en esta obra de terror opresivo, cargada de simbolismos y bellísima fotografía. El mismo amor por las alegorías, el horror folk, las pasiones refrenadas y desenfrenadas, en el marco de una puesta en escena impecable y una cinematografía exquisita a cargo de asu habitual director de fotografía Jarin Blaschke, están presentes en su nueva película. Junto a todo que hace a la corta filmografía de Robert Eggers, pero de una forma mucho más accesible para el público masivo. La marca de autor y su tensión constante con las reglas del mercado, encuentran su equilibrio perfecto en esta negociación entre director y estudio, entre visión y presupuesto, en la que el relato más clásico y los límites del gusto masivo se conjugan con el particular y celebrado estilo visual del realizador, sus tomas larguísimas e impecables, cargadas de violencia y horror viscerales. Amleth es el príncipe desterrado de su reino, signado por la tragedia y la venganza, que pierde el camino y recupera su propósito justo antes de descender en la locura y el olvido. Es el Hamlet que no esconde sus raíces (el anagrama del nombre no es casual, ya que el bardo basó su famosa obra en la leyenda nórdica), cuya historia fue reinterpretada una y otra vez en la cultura popular, incluso por los mismísimos estudios Disney en clave animada. Es difícil no pensar esta obra como la antítesis de ese modelo, como la resistencia de una forma de hacer cine caída en desuso tras años de franquicias y apuestas seguras a propiedades intelectuales, de remakes y retellings sin mucho para aportar. Y sin embargo, es la reinterpretación de una historia harto conocida, pero desde una perspectiva que resulta difícil encontrar hoy en la pantalla grande. Es casi un milagro que The Northman sea una producción de semejante envergadura, en un panorama como el que atraviesa hoy la industria, con un director prometedor que todavía no fue captado por los grandes estudios y con un elenco de renombre, tanto para el público masivo como para la crítica especializada. Es la conjunción perfecta de todo lo que hace al cine moderno y es casi una utopía que esté disponible en cartelera, ocupando un digno puesto en el podio, junto a dos tanques de superhéroes y otras tantas películas aptas para toda la familia, en una industria en la que el cine de calificación R (películas para mayores de 18 años, o sea, adultos) es considerado una inversión peligrosa. Protagonizada por un irreconocible Alexander Skarsgård, junto a Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy, Ethan Hawke, una breve participación de Willem Dafoe y el regreso de Björk al séptimo arte luego de su infame experiencia bajo la dirección de Lars von Trier en Dancer in the Dark (2000), The Northman tiene todo lo que necesita para atraer al público a las salas. Sin embargo, y a pesar de su campaña publicitaria, los números de taquilla del fin de semana la ubican muy (pero muy) por debajo de Sonic 2 y Fantastic Beasts: The Secrets of Dumbledore. No es que dependa de nosotros como consumidores salvar al cine y mucho menos en esta parte del mundo, pero cada vez son menos las chances de que este tipo de películas se estrenen en la pantalla grande y vayan en cambio directamente a streaming.
Hay que tener un corazón de piedra para ver las primeras escenas de El hombre del norte y contener la risa. La apuesta del director es intensa y juega al borde de la comedia, tal vez sin proponérselo. La mitología nórdica funciona muy bien en papel, pero al convertirla en película, un realizador asume riesgos que no siempre tienen los mejores resultados. Una vez superado ese comienzo las cosas se ordenan un poco y uno se acostumbra a la ridiculez. La historia es bastante sencilla e incluso familiar. En el año 895, en Islandia, el rey Aurvandill War-Raven (Ethan Hawke) es asesinado por los hombres de su hermano, Fjölnir (Claes Bang), quien luego de una masacre huye llevándose a la esposa de su hermano muerto, la reina Gudrún (Nicole Kidman). Uno de los hombres de Fjölnir intenta matar al príncipe Amleth, pero este consigue escapar y jura venganza. Ya adulto (interpretado por Alexander Skarsgård) consigue acercarse nuevamente a quien mató a su padre y decide emprender finalmente su tarea al mismo tiempo que busca rescatar a su madre. Amleth es, como se puede adivinar, un predecesor directo de Hamlet, el protagonista de la obra de William Shakespeare. Se trata de una conocida leyenda medieval escandinava que como tal ha tenido muchas versiones. Al cine ha llegado en una película de 1994 con Christian Bale en el rol del príncipe. Pero la película de Robert Eggers termina su parecido con la historia que conocemos en la estructura dramática, el resto es su propio universo visual, plagado de influencias pero lejos del universo de Hamlet como lo conocimos a partir de Shakespeare. Eggers dirigió dos largometrajes previamente a este. La bruja (The Witch, 2015) y El faro (The Lighthouse, 2019) lo colocaron rápidamente entre los directores más valorados del cine actual. El hombre del norte es una película más masiva pero sigue buscando colocar el elemento estético en un primer plano. El faro, hasta hoy su mejor película, era un ejemplo perfecto de porque la experiencia cinematográfica en una buena sala de cine es superior al streaming o cualquier modo de visualización hogareño. No solo la fotografía, sino también el sonido, eran tan intensamente minuciosos que se disfrutaba cada instante de una forma que sólo el cine puede dar. El hombre del norte falla en muchos aspectos, pero la sensación de ver una película de alguien que está intentando hacer un cine deslumbrante no puede ser pasada por alto. Hay planos inolvidables en la película, aunque Eggers no logra dar el gran salto entre su costado pretencioso y el espectáculo cinematográfico en estado puro. Sus planos no consiguen la fluidez narrativa que nos haga creerle todo su universo plástico y asumirlo como parte de la historia. Se ha dicho mucho sobre la colaboración entre Robert Eggers y Sigurjón Birgir Sigurðsson, más conocido como Sjón, un famoso poeta e intelectual nórdico. El motivo es recuperar el idioma y reproducir una forma creíble de hablar para los personajes. Pero su esfuerzo por rescatar el idioma, la cultura y las expresiones se detiene de golpe porque todos los personajes hablan en inglés, algo que en una propuesta como esta es evidente que se trata de una contradicción. ¿Lo hizo por la taquilla? ¿Por el mercado? ¿Por comodidad? Comparemos con Apocalypto (2006) dirigida por Mel Gibson. Una apasionante y entretenida película sobre la cultura maya hablada en el idioma correspondiente, sin estrellas, con respeto por la realidad pero con grandes licencias poéticas donde el cine las pedía. Incluso el máximo éxito de taquilla del 2004, La pasión de Cristo, Gibson la realizó usando diálogos en arameo y latín. Eggers no se arriesga tanto ni está obligado a hacerlo, pero intenta difundir la idea de que sí lo hace. Algunas escenas son muy violentas, otras son deslumbrantes, varias son ridículas y otras consiguen transportarnos a un mundo creado por el director. Parece un lujo criticar a alguien que apuesta más al cine que el resto de sus contemporáneos, pero lo único que se juzga aquí es el resultado. En su momento John Boorman también asumió un gran riesgo cuando hizo la espectacular y a la vez artificial Excalibur (1981), otro título que parece haber inspirado a Robert Eggers. Pero una vez más, la historia allí funcionaba, acá se estanca en una sola idea y se extiende más allá de lo necesario. El protagonista, por otra parte, es lo menos interesante de las dos horas veinte minutos de El hombre del norte, lo que tampoco es una buena noticia.
The Northman es un filme intenso, dramático, arrollador; no es para cualquiera, no es para vender, es un filme de adultos, que puede verse como un aliento de aire fresco dentro de las producciones de alto presupuesto, el filme usa todo ese presupuesto en virtud de contar la historia, y logra impactar con fuerza. Un filme sin anestesia, que vale la pena ser visto en salas de cines. La crítica completa radial abajo en el reproductor.
LA PASIÓN ANTES QUE EL DISTANCIAMIENTO En el cine de Robert Eggers parece estar siempre sobrevolando lo onírico y lo místico, lo ritual y lo sobrenatural, como factores desestabilizantes, pero también definitorios para la identidad de los protagonistas. Sin embargo, en El hombre del norte, el realizador de La bruja (película de la que ahora reniega) y El faro se aleja de lo horroroso -al menos de forma directa- para adentrarse en lo épico. Y los resultados, por suerte, esquivan el distanciamiento para abrazar lo pasional. Basada en una leyenda medieval escandinava (que a su vez inspiró a William Shakespeare para la escritura de su Hamlet), El hombre del norte sigue la historia de Amleth (Alexander Skarsgård), un príncipe vikingo que, siendo todavía un niño, debe huir de su reino cuando su tío Fjölnir (Claes Bang) asesina a su padre, el rey Horvendill (Ethan Hawke). Durante su escape, jura venganza y rescatar a su madre, la reina Gudrun (Nicole Kidman), pero la chance de hacerlo se le presentará muchos años después, de la mano de una serie de visiones que le indican no solo el momento, sino también la forma de tomarse revancha. Sin embargo, ese camino no será precisamente lineal, ya que muchas de sus creencias y preconcepciones serán puestas en crisis, para bien y para mal, en particular en sus vínculos con dos figuras femeninas: su progenitora y una joven esclava, Olga (Anya Taylor-Joy), que terminará siendo su aliada e interés romántico. La primera mitad de El hombre del norte exhibe una serie de tensiones que están dadas esencialmente por la configuración de un mundo propio por parte de Eggers, que aborda un relato con una estructura fácilmente reconocible, pero que despliega una multiplicidad de personajes enmarcados en una cultura plagada de rituales y creencias distintivos. Hay unos cuantos pasajes donde parece prevalecer más una mirada antropológica que narrativa, como si a Eggers le importara más introducir al espectador a una cultura que a un mito particular, a un lenguaje caracterizado por un sistema de relaciones y no tanto a un conflicto personal donde intervienen mandatos sociales, familiares y afectivos. Pero a medida que Amleth se consolida como personaje, no solo desde la enunciación explícita a través de unos diálogos donde pesa el apego a la poética del material original, sino también desde la fisicidad brutal de sus decisiones y acciones, el realizador consigue ensamblar ambas vertientes. Es decir, unir el retrato de un espacio-tiempo crudo y hostil, con el camino del héroe, que no deja de ser también una tragedia donde cada decisión se va ensamblando con la posterior con una lógica implacable. Si la primera hora no puede evitar cierto cálculo y frialdad por más que la puesta en escena evidencia una bienvenida desmesura -prueba de eso es un notable plano secuencia durante un sangriento asalto a un pueblo- y las intrigas afectivas que se suceden después quedan al borde del artificio, los momentos finales abandonan, saludablemente, toda sutileza y contención. Eggers se deja llevar por la poesía de los relatos épicos, se adentra en la interacción entre lo romántico y lo trágico, no teme zambullirse en el horror que implican algunas decisiones terribles y hasta se permite incorporar una estética ligada a narraciones como las de Conan, el bárbaro. De hecho, los últimos minutos son un combo de sangre, fuego, tripas e imágenes entre pictóricas y oníricas tan disparatado como conmovedor. Película totalmente a contramano del cine que se viene realizando en los últimos años, El hombre del norte hace de la megalomanía una virtud y muestra que la épica directa y sin vueltas todavía es posible, aún en estos tiempos cínicos.
Bienvenidos a una historia de venganza, guerra, sangre y religión en el oscuro Norte de Europa, en la alta Edad Media, con un rey muerto por su hermano que captura a su esposa y un niño que jura venganza y recuperar el reino (ok, sí, hay algo hamletiano aquí pero Hamlet se basa en una leyenda danesa). Es el tercer largometraje de Robert Eggers, el de esa joya del horror que es "La Bruja" y de un film en blanco y negro, de terror también, llamado "El faro", que no tuvo estreno aquí. Eggers es un estilista absoluto: aquí inventa formas del cine de acción y busca -como en sus películas anterioresun cuento elemental, primitivo, la raíz de un cuento tradicional. Sabe que esos cuentos han tenido un estadio salvaje, y Es una película salvaje en más de un sentido. Hay acción, hay sangre, hay ritos bien primitivos. En ese punto, incluso si todo es estilizado y tiene una puesta en escena muy elaborada, la película es casi un documental, un acercamiento no solo a las raíces del mito sino a cómo podría haberse registrado, y con qué elementos, si el cine hubiera existido. Aceptadas esas convenciones, es un entretenimiento desenfrenado, en ocasiones excesivo, que rompe el Hollywood adocenado de hoy.
Tal como lo hizo con “The Lighthouse”, Robbert Eggers nos vuelve a atrapar con su nueva entrega titulada “The Northman”. Basando la esencia de la película en el terror folclórico, el director estadounidense se adentra en el género de acción -algo que no habíamos visto en su carrera hasta ahora- para entregarnos una adaptación nórdica de “Macbeth”, obra de Williams Shakespeare. En esta ocasión, presenta la historia del príncipe vikingo Amleth, quien motivado por el asesinato de su padre Aurvndill (Ethan Hawke) y el secuestro de su madre Gudrún (Nicole Kidman), emprende una misión para vengar los crimenes que sufrió su familia. Años después -y una vez crecido-, ve una oportunidad de acercarse a su tío y salvar a su madre, pero esta vez con la ayuda de Olga (Anya Taylor Joy). Si bien su estilo de terror tan característico se encuentra presente durante la película, este se ve opacado por la cantidad de violencia gráfica que contiene el film. No obstante, esta elección está muy bien justificada con el guión y el desarrollo de sus personajes, dejando expuesto un nivel altísimo de producción y presupuesto. De todos modos, un punto negativo es la sobre explicación en los diálogos. Vale destacar el score compuesto por Robin Carolan y Sebastian Gainsborough. Su música forma, tensiona, incómoda y emociona cada vez que se escucha, transmitiendo inmediatamente esa fría violencia tan característica tanto de la época representada como de la mitología nórdica. Aunque “The Tragedy of Macbeth” se haya estrenado 4 meses atrás, este film trae algo fresco a la hora de adaptar la obra de Shakespeare (o la misma leyenda la cual está inspirada Hamlet). Ya sea por su género híbrido entre terror y acción o sus decisiones narrativas, esta película vale totalmente la pena experimentarla en la pantalla grande.
El hombre del Norte es una de las películas más esperadas de este año. Su director Robert Eggers salta con esta producción de películas de bajo presupuesto y elenco reducido a una película manejada por una de las más importantes productoras de Hollywood y algo así como noventa millones de dólares para gastar. Si con La Bruja logró un éxito entre los amantes del cine de terror y luego con El faro sorprendió por sus recursos expresionistas, ahora tuvo durante el rodaje a muchos posibles espectadores preguntándose acerca de que se iba a tratar esa «película de vikingos» que estaba preparando. Ahora llegó y sabemos que es un relato de venganza. Un niño ve a su padre, el Rey Cuervo (nada que ver con Tinelli o San Lorenzo) ser asesinado por su tío. El pibe huye de sus pagos mientras los esbirros del asesino lo buscan, enfrenta una marea embravecida mientras murmura: «Volveré para matar al traidor, vengar a mi padre y rescatar a mi madre». Tras el impactante prólogo, la película da un salto en el tiempo y nos encontramos a Amleth (Alexander Skargard) convertido en un fiero guerrero que asalta aldeas con otros tantos muchachotes y rompen todo lo que encuentran mientras gritan enfurecidos. Más o menos lo que las series y las películas nos han dicho que hacían los vikingos antes de tener fábricas de muebles de diseño y emborracharse mientras hablan de Kierkegaard. Pero entretenido con las ordalías que acomete con sus compinches, el joven Amleth no olvida que tiene una promesa que cumplir que lo corroe por dentro. En todas las películas de venganza sabemos que todo va a terminar mal para el protagonista, salvo que sea Liam Neeson. Así que en una de esas destrucciones masivas que le gusta llevar adelante se topa con una novedad: la que era su tierra ya no le pertenece más al tío, otro sujeto ha invadido el reino y el asesino del padre de Amleth se instaló en un confín del mundo al lado de un volcán con la mujer y dos hijos. A esta altura, el espectador ya sabe que el otro hijo de la madre de Amleth era hijo del traidor pero la familia se agrandó. Sin dudarlo mucho, nuestro protagonista decide que es el momento de vengar lo de su padre y rescatar a la madre, así que se hace pasar por esclavo en venta y se suma a una embarcación que se dirige a ese lugar desolado en que se ha instalado la familia usurpadora del trono que ahora está viviendo de la compra y venta de esclavos y otras cuestiones igualmente edificantes que no se aclaran demasiado. En el viaje se encuentra con nuestra compatriota (ponele) Anya Taylor-Joy que no hace de argentina (porque claro, en la época en que se desarrolla todo esto América no había sido «descubierta»), sino que hace de Olga que es medio bruja y domina ciertos poderes de la mente. Olga y Amleth pegan onda enseguida y todos sabemos que va a llegar el momento en que pasará algo entre los dos, pero todavía falta porque el protagonista está obsesionado con lo de la venganza. Antes de seguir digamos que si les suena el nombre Amleth es porque parece que William Shakespeare se inspiró en las desventuras de este personaje de las leyendas nórdicas para escribir su Hamlet, dicho lo cual hay que decir que la película está claramente inspirada en las obra del británico y eso se va a ver más claramente cuando el vengador se asiente las tierras de el asesino y se relacione con su madre la reina Gudrúm (Nicole Kidman), que le mete intensidad a su personaje y la hace parecerse a Lady Macbeth. Eggers se toma dos horas quince para contar la historia de la venganza de Amleth y hay que rescatar que entre las referencias que dio cuando se empezaba a filmar esta película, el director habló de Conan, el bárbaro, aquella película que dirigió John Millius y que fue uno de los primeros éxitos de Arnold Scharzenegger. Así que tenemos uno de los más sólidos y sorprendentes directores de los últimos tiempos, que mezcla a Conan con Shakespeare, leyendas nórdicas, brujas, Odin y todos los personajes que habitan el Valhalla vikingo. La mezcla salió muy bien. Vayan a las salas a comprobarlo, que es donde se debe ver el cine. EL HOMBRE DEL NORTE The Northman. Estados Unidos, 2022. Dirección: Robert Eggers. Intérpretes: Alexander Skarsgård, Anya Taylor-Joy, Nicole Kidman, Claes Bang, Gustav Lindh, Ethan Hawke, Björk, y Willem Dafoe. Guion: Writers: Robert Eggers y Sjón. Música: Robin Carolan y Sebastian Gainsborough. Fotografía: Jarin Blaschke y Louise Ford. Distribuidora: UIP (Universal). Duración: 136 minutos.
YO QUIERO UN HÉROE Las películas anteriores de Robert Eggers –La bruja (2015) y El faro (2019)- ya exhibían interés por la reconstrucción histórica y los relatos de leyenda. Era cuestión de tiempo para que las ambiciones del director desbordaran la moderada escala de la productora A24 para aventurarse en los inciertos mares de una superproducción. La oportunidad llegó de la mano de Universal: en El hombre del norte, una épica de acción y aventura, Eggers adapta la leyenda escandinava del príncipe Amleth -devenido Hamlet por la pluma shakespereana- en un guion coescrito con el poeta islandés Sjón (autor de Bailarina en la oscuridad y la más reciente Lamb). La resultante es una película inusual para estos tiempos de un cine masivo cada vez más achatado, en donde las marcas previamente establecidas y las -malas– imágenes generadas por computadora saturan la cartelera: un cine cada vez menos audaz, donde el cuerpo pierde terreno frente a un acabado plástico; la incorporeidad antiséptica de imágenes que ya nos generan demasiada desconfianza. En este panorama, El hombre del norte se construye como una contrapropuesta furibunda, sudorosa, desbordante; frente a la cadena de montaje, un carro llevado por valquirias. La historia es una de venganza, reducida a sus elementos constitutivos básicos. Al mismo tiempo, pretende ofrecer una mirada posmoderna sobre la figura del héroe: una suerte de deconstrucción de un arquetipo masculino -brutal, infalible, certero proveedor de justicia-. La primera secuencia narra el regreso del rey Aurvandil (Ethan Hawke) a su hogar, después de una batalla. Lo esperan su reina, Gudrún (Nicole Kidman) y el príncipe heredero, el joven Amleth (Oscar Novak). También lo aguarda su hermano, el adusto Fjölnir (Claes Bang), quien pocos minutos después lo decapitará para quitarle el reino. Despojado de su investidura, el pequeño Amleth se trepa a un bote y escapa, envuelto en la niebla de los mares helados. El montaje adelanta el tiempo con un corte y nos reencuentra con Amleth, ya adulto (Alexander Skarsgård). Este Amleth, que fácilmente podría pasar por el cantante de una banda de heavy metal, rema junto a otros guerreros de su tribu sin dejar de repetir su mantra de la infancia: “Te vengaré, padre; te salvaré, madre; te mataré, Fjölnir”. Por muy presente que la tenga, este Amleth adulto parece muy lejos de consumar su misión. Su vida consiste en ir de pueblo en pueblo, arrasar todo a su paso e incurrir en acciones tan crueles como las de aquel Fjölnir que, tiempo atrás, descabezó a su padre. En ese territorio hostil no parece haber mucho lugar para la hazaña virtuosa: todo es un festival de gritos, miedo y vísceras desparramadas. Una noche, algo cambia: deambulando en las inmediaciones de una cabaña donde su tribu incineró a un grupo de prisioneros -entre ellos, varios niños menso afortunados que el joven Amleth- el protagonista se encuentra con la bruja Seeress (obviamente, Björk). La bruja le recuerda que su destino está escrito y le devuelve un elemento de su infancia: la última lágrima que derramó. Es el reencuentro con esa gota -metonimia de aquel niño que podía permitirse sentimientos, en un mundo de crueldad extrema- el que moviliza al hombre máquina a retomar su cruzada de venganza. A lo largo de la travesía, Amleth encontrará una aliada invaluable: Olga (Anya Taylor-Joy), hechicera y esclava cuya aparición es una nueva invitación a conectarse con las emociones. En este caso una muy primaria, motor fundamental de los conflictos propios de la épica: el amor, por supuesto. Amor que Robert Eggers filma desde lejos, en planos fijos, intimidad gélida entre dos cuerpos que parecieran no tener más remedio que encontrarse. Este desdén a involucrarse en los aspectos pasionales del relato podría extrapolarse a toda la película: si las brutales escenas de acción están orquestadas con destreza notable, es el relato de las emociones que las movilizan el que nos deja gusto a poco. Como si la película necesitara su propia bruja-Björk, trayendo la lágrima como estandarte. Si la estructura sigue férreamente los pasos del camino del héroe -matriz narrativa que Joseph Campbell ya ubicaba en El héroe de las mil caras y Joseph Vogler sintetizaría en El viaje del escritor-, el guion le propina al príncipe Amleth dos duros reveses que ponen en entredicho su estatus de héroe, la nobleza de sus acciones y el sentido mismo de su odisea. Uno se ubica justo antes de que el protagonista de lance a la aventura: uno de sus compañeros guerreros le cuenta que Fjölnir ha perdido el trono a manos de otra tribu y vive retirado en una granja de Islandia, con la ex-reina Gudrún y un hijo de ambos. El reino a recuperar ya no es un reino, apenas una cabaña de madera con algunas ovejas; concrete Amleth o no su venganza su destino no será la gloria, apenas una rencilla doméstica. Si el gesto pretende cuestionar la carnicería que está por desatarse, también le baja la vara a la aventura: si el primer acto nos promete una venganza por todo lo alto, los dos tercios siguientes nos proponen algo mucho más mundano, casi el capricho de un adolescente despechado. El siguiente revés aparece en el tercer acto, cuando Amleth se enfrenta con su madre y descubre que, antes de asumir que necesitaba ser rescatada, debería haberle preguntado: no sólo la ex reina Gudrún está muy a gusto en compañía de Fjölnir, sino que odiaba a su padre y fue la mente detrás de su asesinato. Amleth, que se pensaba a sí mismo como un salvador, que ha abandonado a Olga, el amor de su vida y a su hijo en camino, se enfrenta con el golpe más duro de todos: el de una venganza inútil, el de una vida vaciada de sentido. Ciego de ira, masacra a su madre y a su medio hermano: si existía un camino de amor, lo destruye. Sólo le queda aferrarse a la ilusión de un destino de gloria. ¿Destino, o necedad? El guion no ofrece una respuesta inequívoca, pero nos permite dudar. La batalla final con Fjölnir, un durísimo combate cuerpo a cuerpo al pie de un volcán, tiene todos los elementos para un clímax apasionante pero está envuelto en una humareda de cinismo. La sensación es similar a la que tuve viendo El último duelo, la pésima película de Ridley Scott que salió el año pasado: un combate en el cual es imposible alentar por nadie excepto por la pronta conclusión de la película que permita dar por cerrado el asunto para ir a comer algo para terminar el día con un mejor sabor de boca. Pese a todo, corresponde mencionar que El hombre del norte no está exenta de virtudes que confluyen en una muy grande: el rescate de un cine de gran presupuesto donde el protagonista es el cuerpo en movimiento. Una dimensión física, material, que constituye a El hombre del norte como el opuesto de las películas de Marvel e incluso de los 300 de Zack Snyder. Si el acabado digital nos arreabata el sudor, la roña, la hostilidad del paisaje natural, aquí persiste la ilusión de que aquellos vikingos embadurnados en sangre están, inequívocamente, existiendo. Si en las películas anteriores de Robert Egegrs no había nada que maridara su sensibilidad con un cine de entretenimiento, aquí se esfuerza por lograrlo: abandona los encuadres contemplativos y acomete con una cámara en constante movimiento; el trabajo de montaje luce ajustado, fibroso como el -increíble- cuerpo de Alexander Skarsgård. El acabado tan ajustado tiene sus virtudes y también perjudica otros aspectos de la película: principalmente, el que sufre es el tempo más melindroso de las películas anteriores de Eggers, especialmente en las secuencias en las que el director procura generar una atmósfera alucinada. Estas disonancias entre un relato al cual se le está insuflando todo el tiempo la necesidad de ir hacia adelante, entre la ajenidad a la emocionalidad de un cine masivo y la necesidad de convocarlas, atraviesan a El hombre del norte y la convierten en una propuesta despareja, incluso insatisfactoria. Conforme más realizadores con una búsqueda autoral se han animado a dirigir películas para grandes estudios -con las concesiones que eso implica-, establecer una oposición binaria entre integridad artística vs. espíritu comercial se ha vuelto un lugar común. En El hombre del norte, lo que vemos resulta menos esquemático y bastante más estimulante: no tanto un autor batallando por filtrar sus intereses en una superproducción, sino un realizador intentando plasmar sus obsesiones en un lienzo mucho más grande. No puedo decir que lo haya logrado por completo. Sí puedo decir que en El hombre del norte hay algo que pareciera confinado a una escala de producción mucho menor: un director intentando. Intentando con convicción, una hazaña mucho más heroica que la que cuenta en su película.
Alexander Skaarsgard, Nicole Kidman, Bjork, Willem Dafoe y Ethan Hawke encabezan el reparto del nuevo film de Robert Eggers, talentoso director responsable de interesantes títulos como “La Bruja” (2015) y “El Faro” (2019). El talentoso Sigurjón Birgir Sigurðsson, coguionista de “Lamb” (2021), se adentra en la liturgia vikinga que trae a nuestra memoria títulos como “The Vikings” (1958), “Conan” (1984) y “El Guerrero Número Trece” (1999). Adaptando la leyenda medieval escandinava que -según cierta corriente historiadora- inspiró a William Shakespeare, “El Hombre del Norte” prolifera en momentos oníricos, violencia salvaje y descarnada elegancia. Haciendo una épica de tan malsana poética, el metraje va cobrando forma de macabra y nihilista visión. Pareciera un destino de ira y rencor corroer la esencia de un personaje que experimenta la sed de venganza más incontenible. La promesa de llevar drásticas acciones a cabo, con el fin de ajusticiar su descendencia, desnuda el lado más primal del ser humano; el hilo del destino es indestructible. A medida que la tragedia se cierne, sofisticados diálogos se intercalan en potentes instantáneas que ponen a prueba nuestra sensibilidad siguiendo el eco de las palabras del maestro Andrei Tarkovski: “la finalidad del arte consiste en preparar al hombre para la muerte”. Un paisaje dantesco alumbra la fría estepa islandesa. La vastedad alberga luchas cuerpo a cuerpo de sanguinario y brutal saldo. Funcionando en gran nivel metafórico, apreciamos una fotografía que resalta la oscuridad tonal. La cámara de Eggers se mueve y los cuerpos se apilan alrededor. Un empleo de efectos especiales para artificio de hirviente magma contribuye a una atmósfera corrompida que nos permite apreciar el cuidadoso tratamiento estético, entrelazando la fantasía y la realidad. Es la precisa artesanía visual de Eggers en la ejecución de la forma, convencido de las imágenes que crea, sazonando una propuesta que bebe de las fuentes de “The Green Night” de David Lowery.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
Reseña emitida al aire en la radio.
La nueva película del director de «La bruja» y «El faro» es una violenta saga de revancha en el mundo de los vikingos basada en la leyenda nórdica que inspiró la obra «Hamlet». Con Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy, Willem Dafoe, Björk, Claes Bangs y Ethan Hawke. Tras dos películas en las que patentó un estilo oscuro y realista, violento y misterioso, cinematográficamente tan potente como agitado, a Eggers le llegó el turno de hacer una película grande, de trasladar esa energía y fiereza a una escala mayor, más cercana a la del cine de acción. Y el resultado es THE NORTHMAN, una película que respeta su estilo, es fiel a su manera de entender el cine, pero pierde algo de originalidad al ser trasladado ese universo a un sistema narrativo bastante más convencional. Así y todo, si uno la compara con las grandes producciones de acción contemporánea, esta violenta saga vikinga marca una clara diferencia. Se puede compartir o no, pero detrás de ella hay una visión, una firma. EL HOMBRE DEL NORTE se basa en la historia o leyenda en la que, supuestamente, se inspiró William Shakespeare para crear Hamlet. Es cierto que sus imágenes remiten más a una mezcla entre JUEGO DE TRONOS, CONAN, EL SEÑOR DE LOS ANILLOS y cualquier saga nórdica que uno haya visto en Netflix y en la que se incluyan palabras como «Valhalla», «valkiria» u «Odin», pero el corazón de su historia es fácilmente identificable como la de aquel príncipe de Dinamarca o, para los más chicos, como la de EL REY LEON. Aquí el personaje se llama Amleth. Interpretado, en su edad adulta, por Alexander Skarsgård, tiene ese mismo deseo de venganza por el asesinato de su padre pero no posee las dudas existenciales que al respecto tenía su casi homónimo. Todo comienza en un mundo tan frío y desangelado que invita a los espectadores a ir al cine abrigados. Allí, el todavía pequeño e inocente Amleth recibe feliz a su padre, el Rey Aurvandill (Ethan Hawke), que regresa victorioso de la guerra. Su madre, la Reina Gudrún (Nicole Kidman), lo acompaña en la ceremonia de bienvenida y allí también aparece, ligeramente amenazante, su tío Fjölnir (Claes Bang). Todo parece tranquilo en el reino, pero acaso no es tan así. El rey está herido y decide que su pequeño hijo debe aprender las tradiciones locales y volverse un hombre aún teniendo solo 10 años. Eso implica una serie de asquerosos rituales que organiza Heimir (William Dafoe), iluminado bufón del pueblo. Pero el paso a la adultez llega más rápido que lo pensado. Apenas salen de la ceremonia, el Rey es asesinado nada menos que por su hermano, que también quiere liquidar al pequeño y quedarse con Gudrún. Amleth logra esconderse y escaparse en un barco mientras grita, cual mantra: «te vengaré, padre; te salvaré, madre; te mataré, Fjölnir«. Y eso es, también, un buen resumen de toda la trama. Ya de grande Amleth es un guerrero enorme en tamaño y salvaje, casi feral, en actitud; un Mel Gibson vikingo y violento que avanza con su pack de desaforados colegas destrozando pueblos y aldeas, brutales escenas que Eggers filma con destreza y, en un caso, mediante un complejísimo plano secuencia. El objetivo siempre es el mismo: ir a buscar al tío y arrasar con todo. El tipo se entera qué fue de la vida del hombre, quien está congelándose las medias en Islandia, y marcha cual perro de caza a cumplir su cometido. Fjölnir cree que su sobrino está muerto, así que no se preocupa en absoluto. De allí en adelante nos encontraremos con un espectáculo violento y brutal, una serie de batallas, desencuentros, peleas, engaños y hasta un partido de algún raro deporte nórdico en las que Amleth (que es tomado como esclavo y es irreconocible para su madre, su tío y los otros hijos de ellos) irá acercándose sigilosamente a su objetivo, haciéndose el «amigue» pero liquidando a medio pueblo en el camino. Su compañera de aventuras será Olga (Anya Taylor-Joy), a quien conoce en el viaje en barco y con la que desarrolla una sensación extraña para los tipos de su clase, sensación que algunos conocen como «sentimientos». EL HOMBRE DEL NORTE tiene una trama básica que recién se complejiza sobre el final, a partir de algunas revelaciones y novedades que obligan a Amleth a recalibrar algunos de sus pasos. Pero lo importante aquí tiene que ver con cómo Eggers cuenta su historia. Al director de EL FARO se lo ve muy respetuoso de las tradiciones nórdicas clásicas (el uso del alfabeto rúnico para separar episodios, ciertas mitologías que incluyen carruajes voladores, hasta las célebres espadas de enorme poder que envidiaría el mismísimo Thor) y esa atmósfera brutal, violenta e irrespirable domina buena parte de las acciones: todo aquí es gritado, desaforado, perturbador y muy sangriento. El sol no aparece ni en los sueños del protagonista. Algunas elecciones formales son curiosas. El uso del inglés fuertemente acentuado provoca momentos casi risibles (salvo cuando aparece Björk, en un breve pero contundente papel) y por momentos la brutalidad de los procedimientos acercan al film más al universo de 300 que de un drama con ciertas complejidades psicológicas. Es que Amleth es un tipo tan poseído por su deseo de venganza que no parece registrar demasiado cualquier otra cosa que pudiera afectarlo, ni siquiera las ligadas a su madre o a Olga. Ante la alternativa entre una escena de desgarro psicológico y una con dos vikingos peleando casi en bolas en medio de un volcán, Eggers claramente elegirá la segunda. EL HOMBRE DEL NORTE no tiene la gracia ni la creatividad lisérgica de THE GREEN KNIGHT, por citar otro film de autor basado en leyendas antiquísimas. Con 90 millones de dólares a su disposición, Eggers se enfrentó a hacer un film accesible (o más o menos accesible, dependiendo del estómago para la carnicería a cielo abierto de cada espectador) y eso volvió a su propuesta un tanto más mecánica y convencional. Es cierto que en un panorama de cine de gran espectáculo dominado por intercambiables sagas de superhéroes rodeados de efectos digitales, una película como esta parece un milagro, un regalo de otros tiempos. Es que se trata de un film que se embarra las manos, con escenas que parecen extraídas de las pinturas clásicas más violentas imaginables, casi un flashback a cierto cine de acción de los ’80. Su brutalidad –su machismo disfrazado de sacrificio, en plan Will Smith en los Oscars– puede llegar a ser un tanto indigesta para los cánones actuales, pero es respetuosa de lo que, uno imagina, pueden haber sido los comportamientos vikingos en el siglo X en el que transcurre la historia. EL HOMBRE DEL NORTE no es sutil, pero abraza su brutalidad con una pasión tal que se vuelve convincente.
Robert Eggers en modo shakesperiano. Una historia de venganza nórdica que se balancea entre lo fantástico y la violencia mitológica. Tiene grandes escenas y actuaciones pero el desarrollo se hace demasiado denso.