Sobre las reyertas fratricidas La fórmula que utiliza el director y guionista Ziad Doueiri en El Insulto (L’Insulte, 2017) es tan antigua como la humanidad, léase la de los vecinos o hermanos que comienzan una guerra por una disputa banal, aunque la intención de fondo del libanés es trasladarla a los mil problemas étnicos/ religiosos/ culturales/ políticos que atraviesan todos los estados de Medio Oriente, una estrategia que por cierto ya fue empleada en otras oportunidades pero pocas veces con la eficacia de la presente obra. Dicho de otro modo, el cineasta le saca lustre a una premisa antiquísima y la encauza hacia una entonación localista, inspirándose a su vez en un incidente personal similar al que provoca la batahola de acontecimientos de la película, uno que él mismo protagonizó con otro hombre por un desagüe de un balcón que evacuaba en la vereda y que mojó su ropa de repente, generando una acalorada discusión. Por lo general el rubro de las reyertas fratricidas y contiendas semejantes se concentra en los pantallazos cinematográficos contemplativos, no obstante el opus en cuestión abraza de lleno las herramientas retóricas de Hollywood (un montaje muy dinámico, tomas cortas, utilización de música incidental melosa para enfatizar momentos específicos del relato, preeminencia casi total de los rostros de los actores, etc.). Esta semblanza descriptiva de lo que ocurre en el Líbano, y por extrapolación en el resto de la región, deja en claro que la nación puede ser homologada a un polvorín… justo como la Argentina, aunque por razones distintas vinculadas en nuestro caso a la mediocridad de la dirigencia política y la mega ignorancia del pueblo que la vota. Cualquier detalle trivial puede originar -y de hecho, ser utilizado- para exacerbar un sinfín de conflictos enquistados desde hace muchísimos años. El eje pasa por ese agravio al que hace referencia el título, uno que se desencadena a raíz de una situación insignificante cuyos extremos son Tony (Adel Karam), un mecánico libanés que milita en el Partido Cristiano de Beirut y tiene una esposa embarazada, y Yasser (Kamel El Basha), un palestino que se dedica a la construcción y vive en un campo de refugiados de la misma ciudad. Un día le cae agua en la cara a Yasser y así descubre que un desagüe del balcón de un departamento da en el medio de la vereda, algo prohibido por ley. Cuando se queja ante el dueño, Tony, éste le cierra la puerta de manera cortante y Yasser comienza a reformarle el desagüe “de prepo”, a lo que el otro hombre responde rompiendo las modificaciones. El asunto provoca el mencionado insulto de Yasser a Tony, punto de partida de un pleito judicial cuyas esquirlas incendiarán a las familias y trabajos de ambos. Doueiri, uno de los camarógrafos del Quentin Tarantino de la década del 90 (dicho sea de paso, el único que vale la pena), va magnificando la ambición a medida que transcurren los minutos y el conflicto se convierte en una batalla épica con resonancias en los medios de comunicación a nivel nacional, lo que nos deja con una primera mitad excelente de planteo macro y una segunda parte digna que cae en algunos clichés de los courtroom dramas, pero siempre manteniendo el interés del espectador vía una atrapante disputa dialéctica en pos de alzarse con el cetro de la “víctima suprema” de la región y condenar al otro al rol del “verdugo homicida y demente”. Si bien el realizador inclina ligeramente la balanza hacia el lado palestino, y por supuesto que no se lo puede culpar considerando las penurias cíclicas del pueblo en cuestión, su epopeya es muy atractiva porque sirve para ilustrar la bola de nieve de venganzas recíprocas de Medio Oriente y los diferentes actores sociales/ económicos/ corporativos que se benefician con su crecimiento escalonado y sin freno… con los políticos, los grupos de choque y los abogados como los parásitos más horrendos.
Medio Oriente es una zona que se encuentra en conflicto desde que tenemos memoria. Y muchas veces, al estar tan alejados de aquel lugar, se nos hace difícil poder interiorizarnos sobre esta temática de forma profunda y objetiva. En la década del ’70 en el Líbano vivían alrededor de 400.000 refugiados palestinos, que convivían con los locales cristianos y los drusos. Sin embargo, esta relación no era pacífica. La OLP (Organización Para la Liberación de Palestina), única fuerza legítima representante del pueblo palestino, comenzó a formar milicias entre los recién llegados para crear una base de ataque contra Israel, su objetivo principal (luego se le sumó también la instauración de un Estado Palestino). Esto trajo enfrentamientos con el ejército libanés y con los cristianos que empezaron a armarse, organizando grupos militarizados dentro del ambiente político y religioso. Con un gobierno debilitado, se inició una guerra civil que se desarrolló desde 1975 hasta 1990, con la intervención de Siria e Israel. De todas maneras, no existe en la actualidad una estabilidad dentro del país, sino que está en constante conflicto interno o externo. En este contexto se sitúa “El Insulto”, film que representó al Líbano en los Oscar como Mejor Película Extranjera, pero que cayó ante la chilena “Una Mujer Fantástica”, que finalmente se llevó el máximo galardón. La película nos cuenta la historia de Toni, un cristiano libanés, que riega las plantas de su balcón, pero un poco de agua se derrama sobre la cabeza de Yasser, un capataz de obra palestino. Si bien el trabajador tiene la intención de arreglar el desagüe de la casa (que encima estaba instalado de forma ilegal), Toni no lo acepta y comienza una disputa. Yasser insulta al libanés y éste, ofendido, llevará este enfrentamiento ante la justicia. Un proceso que dividirá las aguas entre los palestinos y los cristianos libaneses. “El Insulto” toma una situación un tanto absurda, pequeña e íntima enmarcada en una disputa de a dos para mostrar la complejidad de la constante lucha de Medio Oriente, y en particular cómo se vive en el Líbano y la herencia de un pasado también conflictivo. Desde el inicio del film queda en claro que lo que se verá es la mirada subjetiva del realizador, cuya ópera prima abordó una temática similar con “West Beirut” (1998), donde trató el comienzo de la Guerra Civil Libanesa a partir de sus propias experiencias. Asimismo, a través de la historia podemos observar las costumbres tanto de los cristianos libaneses como de los palestinos, presentando la forma en la que se desempeña la justicia y cómo se lleva a cabo un juicio. Se mantiene un ritmo tenso a lo largo de la cinta, cuya intensidad va aumentando a medida que avanza el relato. Sin embargo, al llegar al desenlace su fuerza decae un poco, justamente donde más potencia debería tener, dejándonos la sensación de un final un tanto brusco o soso. Los personajes están bien construidos, con una introspectiva interesante sobre dos extremos muy opuestos. Si bien el director expresa su opinión sobre el conflicto, presenta a ambos roles como víctimas y victimarios al mismo tiempo, dándole un mayor realismo y humanidad a los protagonistas. Esto también se obtiene gracias a la labor de los actores, Kamel El Basha y Adel Karam. En síntesis, “El Insulto” es una película que va escalando de menor a mayor, mostrando una pequeña discusión que desemboca en una situación de conflicto entre dos grupos sociales dentro del Líbano, los cristianos libaneses y los refugiados palestinos. Un film que nos acerca a una realidad no tan conocida, a través de personajes con los que es fácil empatizar, poniendo al espectador en el medio de la disputa para decidir quién tiene razón.
El Insulto: La violencia diaria generada por un país dividido. Se ganó una nominación al Oscar por Mejor Film Extranjero por mostrar como el odio pasado, si bien cultivado, puede infectar tiempos modernos. Algo tan pequeño como un insulto provocará un juicio que va a paralizar una nación ya dividida. Muchos se han enterado de la existencia de este film gracias a su nominación a los Oscars como Mejor Película Extranjera. A pesar de merecer todas las críticas que recibe un sistema que solo termina reconociendo la labor de un puñado de títulos en las industrias fuera de los Estados Unidos. Mientras se mantengan las cosas al menos servirá para que unos cuantos terminen descubriendo uno o dos films de culturas ajenas. Que se pueda hacer mejor no significa que no sea valioso. Además de esta valiosa nominación, la película del Líbano logro sus galardones: uno de sus protagonistas, Kamel El Basha, fue destacado como Mejor Actor en el Festival de Venecia, un premio que logra representar la gran labor de un elenco en mayor medida desconocido para el público mundial. Las buenas actuaciones siempre sirven para mejorar cualquier film, y la nominación en los Oscars definitivamente es una muestra de que El Insulto logro mostrar el valor de una historia con un disparador tan mundano como un par de palabras dichas en el calor del momento. Un mecánico vive el día a día intentando proveer a los empleados de su taller con trabajo al igual que planificando la vida que comenzara una vez su esposa de a luz. Durante una jornada complicada, trabajadores que están operando por toda la zona reparando las calles terminan por sacarlo de quicio. Su exabrupto al borde de lo violento genera en el capataz de la construcción una fuerte respuesta: termina insultándolo mientras se retira junto a sus colegas. El mecánico en cuestión terminara yendo a reclamar a los superiores de la construcción que el empleado se disculpe. La situación continuará escalando hasta culminar en un juicio que paralizara la nación, sirviendo como reflejo de una sociedad dividida en la violencia y discriminación. La audiencia irá conociendo más sobre los dos protagonistas y seguramente termine por turnar su simpatía entre dos hombres muy similares. Un mecánico libanés y un obrero palestino, se encontraran enfrentados por cicatrices del pasado que nunca pudieron borrarse. En ocasiones melodramático, se trata de un drama muy personal que muestra las dos caras de un enfrentamiento en todo sentido de la palabra. Dos hombres similares entre los cuales hay un latente odio, sensación que la audiencia percibirá inmediatamente y que el film se encargara de desarrollar con el paso de los minutos. Aun teniendo un conocimiento superficial (o incluso nulo) del conflicto Israel-Libano-Palestino, la cinta hace un muy buen trabajo colocando una particular trama dentro de este polémico contexto y logrando que el mismo se sienta parte de la historia, no como un recurso aprovechado sino como una temática trabajada con toda labor y el respeto necesarios para entregar una ficción que hace justicia al conflicto al mismo tiempo que logra entretener. Es un termino, el melodrama, que podrá usarse casi siempre para denotar un valor negativo, pero no tiene porque serlo, y esta es una película que sabe como manejarlo: el melodrama esta ahí, y aunque termine por jugarle el contra para algunos en la audiencia seguramente termine por favorecer más que perjudicar. Por supuesto, termina incluso teniendo algún tipo de moraleja o cierre lleno de lecciones aprendidas, es ese tipo de historia y esta muy bien que lo sea. Sin momentos de especial sentimentalidad, se trata de un relato imbuido completamente de emociones a flor de piel. Un drama sin rastro alguno de romance, pero repleto de una pasión digna del mejor de los mismos. Aunque pueda ser superficialmente sobre un enfrentamiento entre dos hombres, es un film acerca de como un contexto histórico (nacional o internacional) terminan por afectar a su población en el día a día, y como el roce de facciones enfrentadas terminara condenando a una sociedad y sus futuras generaciones. El guion va revelando el pasado de ambos protagonistas mientras desarrolla un enfrentamiento judicial que aunque prominente nunca termina por devorarse al film. Como ya dijimos antes, el elenco realiza una muy buena labor, trabajando con los personajes y el tono preciso que el film busca. Mientras que el apartado técnico termina siendo poco más que decente, una producción apropiada que hace lo necesario para llevar esta historia a la pantalla. Aunque el cine suela enamorar por otro tipo de cintas, nunca faltan los films como este que proponen poco más que una historia para contar. Una buena historia es más que suficiente para darle valor a dos horas de tu vida. El Insulto es una fábula cinematográfica, en la forma de un crudo pero emotivo relato que combina el realismo con un gran nivel actoral gracias a un guion que logra atrapar no con intrigas sino generando en el espectador el tan simple y difícil interés por saber hacia donde irán estos personajes.
En el Beirut actual, un insulto que toma dimensiones desproporcionadas lleva a Toni, un libanés cristiano, y a Yasser, un refugiado palestino, a dirimir el asunto en la corte. Desde silenciosas heridas hasta revelaciones traumáticas, el circo mediático que rodea el caso expone al Líbano a una explosión social, forzando a Toni y a Yasser a reconsiderar sus vidas y prejuicios. La última película de Ziad Doueirinos muestra un Líbano dividido, ya no por la guerra civil, sino por la intolerancia de los partidarios del partido conservador cristiano frente a los refugiados palestinos que intentan sobrevivir en un ambiente que es a medias acogedor y a medias hostil. Uno de los partidarios es Toni (Adel Karam), un libanés cristiano, quien no tolera a los refugiados en su barrio, donde además de vivir, es dueño de un taller de reparaciones de autos. Un día, aparece Yasser (Kamel El Basha), maestro mayor de obras a quien su jefe le pide que repare una instalación ilegal de desagüe en el balcón de la casa de Toni. Al ver la reparación, Toni destroza con una maza la nueva cañería. A raíz de esto, Yasser insulta a Toni, lo que da comienzo a la trama de la película. Doueiri nos muestra de una manera muy cruda y desprejuiciada el poder que tienen las palabras y cómo, apropiadas por gente poderosa y sin escrúpulos, puede desatar una guerra civil. El tono de la película se vuelve más serio a medida que la trama nos va llevando de una situación a otra, escalando en gravedad a medida que se nos revelan motivos y prejuicios de uno y otro lado. Tanto el guión como la dirección de la película son excelentes. Doueiri no pierde tiempo en pavadas a la hora de contarnos la historia y a pesar de ser una película sencilla desde el punto de vista técnico y visual, es muy rica en emociones. El guión es sucinto, sin excesos ni demasiados embrollos a la hora de llevar adelante la trama. No voy a mentirles: El Insulto es un drama que muestra lo mejor y lo peor de la raza humana; y cómo el odio y los prejuicios pueden llevar a la ruina incluso a las personas mejor intencionadas. Un film que, en la época que vivimos, nos fuerza a replantear nuestra posición frente al mundo. Y está muy bien.
El nuevo film del libanés Ziad Doueiri (“The attack”, “West Beirut”), “El insulto” (L’ insulte), nominado al Oscar como mejor película de habla no inglesa, y premiado en esa categoría en varios festivales, es un potente e inquietante film, cargado de fuerza y emoción, que permite reflexionar sobre el significado de las palabras, el orgullo y las convicciones. Para entender el entorno social que relata con realismo y crudeza el film, nos trasladamos a Beirut, en donde Yasser Abdallah Salameh (Kamel El Basha), un palestino refugiado que trabaja como capataz de obra, decide reparar una cañería externa de la casa de Tony Hanna (Adel Karam), un libanés católico y militante, que al percibir esto, reacciona de mala manera. A unas palabras ofensivas, le siguen miradas cargadas de bronca. Días más tarde, estos mismos personajes vuelven a cruzarse, y en el marco de una discusión, un insulto: único, ofensivo, que los llevará a Yasser y Tony a la justicia en el marco de un proceso que desatará una gran polémica social, manifestaciones, bandos étnicos encontrados, y personajes secundarios que también se enfrentan en pos de defender aquello en lo que creen. Los que relata con inteligencia el guión de Doueiri y Joelle Touma, nos permiten seguir con detallismo e inquietud, la sucesión de hechos que le acontecen a los personajes desde la primer escena en la que se cruzan, y durante todo el filme. A su vez, se nos revelará, con emoción, pero lejos de recursos lacrimógenos, el pasado de Yasser y Tony, lo que nos permitirá saber de dónde vienen, y, sobre todo, que es lo que piensan y porque lo sostienen. Recurriendo a la crudeza de los hechos históricos, la película se desarrolla casi en su totalidad durante un juicio en donde, la pruebas para justificar “el insulto” nos develarán ideas, cuestiones de honor, y el respeto de la identidad. Los trabajos actorales de Kamel El Basha y Tony Hanna son de una potencia abismal. Ambos, en personajes totalmente diferentes, logran transmitir con convicción no solo dos roles, sino dos historias, igual de fuertes y comprometidas. “El insulto” es uno de esos filmes llenos de aristas por recorrer, con una producción de gran calidad, y sobre todo, con una historia contundente y valiosa muy bien contada.
Hablar hasta ahí nomás En El Insulto (L'insulte, 2017) la promesa de una película nacida entre las turbulencias de un conflicto que parece no tener fin se convierte al tiempo en un canapé que deja al espectador y al director con la conciencia tranquila de haber reparado un ratito en el horror. Quién sabe bien qué sucede en Medio Oriente. Es decir, los medios –hegemónicos- masivos de comunicación se encargaron de que en esta parte del globo –Occidente- poco se conozca en profundidad. Las noticias que llegan a través de la televisón reproducen una violencia ya asordinada: el ojo, como dijo Susan Sontag que le enseñó la fotografía, se acostumbra a la muerte, al crímen y al dolor. Y después deja de ver. Entre tanto ruido blanco uno entiende que hay algo de religión en el conflicto y hay mucho también de interés económico. Es una pena, en todo caso, que la campana audible sea siempre la misma; y una alegría –al menos en principio- que llegue desde el corazón del incendio una voz que conoce el paño. En el balcón de la casa donde Tony Hanna (Adel Karam) vive junto a su mujer embarazada hay una irregularidad: la cañería desagota a la calle, por lo que cuando corre agua llueve en la vereda. Yasser Abdallah Salameh (Kamel El Basha), un obrero de la construcción ocupado en una obra justo enfrente, al mojarse, decide arreglarlo. Intenta hablar con Tony pero como no obtiene la mejor respuesta, arregla él mismo sin permiso el desperfecto. Un insulto lleva a otro y otro insulto lleva a la violencia física, todo debido, según la tesis de la película, a que Tony es cristiano y Yasser, musulmán. Lo que empieza con una denuncia formal deriva juicio de proporciones nacionales: un odio que encuentra en la contienda íntima el cauce ideal. Se entiende que la película de Ziad Doueiri figurase entre las nominadas al Oscar a mejor película extranjera. Echa mano de articulaciones que facilitan –y empobrecen- la lectura: a una emoción, la música incidental –y si el plano puede ser corto, tanto mejor. Lo mismo hace con la estructura cuando introduce flashbacks –al mejor estilo con que Hollywood formó a sus colonos- donde la cámara se mueve rápido y el color perdió saturación para indicar la existencia de un trauma que en algún momento –está claro- debe resurgir –y así también poderse explicar. Para qué leer cuando se puede consumir. Pudiendo elegir una forma distinta –porque el Líbano debe ser necesariamente distinto a cómo lo venden- transpone la fórmula a la escena local. Arrojar fechas de incio y fin de las guerras civiles que asotaron al país o el modo en que las milicias masacraron a sus vecinos es –si no tranquilizar la conciencia- jugar tratando de no ensuciarse los botines. Los pases de comedia dan resultado pero el problema es que el espectador no asiste a una comedia –ojalá hubiese sido así y quizá la posibilidad estuvo hasta que se empeñaron en guiar las emociones del espectador. Concientizar esconde una trampa: si el próposito es la crítica a una visión enfebrecida no se puede proveer nada más que una verdad otra, porque la operación en definitiva termina por dar como resultado lo mismo que al principio había que modificar. Aunque se podría aventurar una hipótesis más arriesgada, como preguntarse por las concepciones que promulgan –y sobre la cual se alzan- las religiones, parece bastar con un “todos sin importar el bando son víctimas de la intolerancia”. En parte sí, y sin embargo hay que decir que el odio tiene un fin, porque si estuviésemos de acuerdo –al menos en aquellas razones necesarias- el mundo sería otro. Lo curioso es que hasta los políticos –fogoneros en la realidad si los habrá- les ruegan que dejen de lado la disputa. Tan sólo hace falta un abrazo, un signo que simbolice el perdón, para que el director se vaya en paz. Puede que la idea de El Insulto sea que alcanza con una media sonrisa. Pero los cambios –se sabe- vienen de poner el cuerpo: al menos un apretón de manos precisa esta vida. La guerra sigue ahí sin que nada ni nadie ponga en marcha los corazones.
Aunque finalmente perdió frente a la chilena Una mujer fantástica, esta película libanesa era una de las favoritas en la disputa del premio Oscar extranjero a partir de una poderosa e inquietante historia sobre las diferencias sociales y sobre todo étnicas y religiosas en la región. Tras su estreno mundial en la Mostra de Venecia (donde ganó el premio a Mejor Actor), esta película libanesa no paró de recibir reconocimientos. Es, más allá de algunas vueltas de tuerca un poco manipulatorias y ciertos excesos discursivos, una desgarradora e implacable mirada a la escalada de odio, resentimiento y fanatismo en Medio Oriente. Un simple insulto dicho en el momento más inoportuno y la reacción visceral de la otra parte lleva a una escalada que termina no solo en el ámbito judicial sino provocando además un conflicto en las calles, los medios y la clase política. Un hombre de origen palestino comanda una cuadrilla que intenta arreglar un desagüe en infracción en un barrio humilde de Beirut. El ocupante de la vivienda -libanés- lo destroza porque no fue consultado. Acción-reacción, ataque-contraataque, ojo por ojo, El insulto sintetiza el por qué las diferencias (incluso mínimas) llevan a la violencia desatada, al enfrentamiento tan encarnizado como en definitiva absurdo. Los protagonistas del nuevo film del realizador de West Beirut y The Attack son, en esencia, buenas personas, trabajadores dedicados a sus familias, gente noble, de principios (quizás demasiado principistas), pero también víctimas de su entorno, de la tensión social, de la manipulación política, de los discursos muchas veces extremistas de uno y otro bando (los palestinos representan algo más del 10% de la población total del Líbano). La película -por momentos un poco recargada- ofrece también en los tribunales un enfrentamiento generacional con un viejo abogado derechista representando al acusador (un mecánico cristiano) y su hija más progresista defendiendo al palestino musulmán que profirió el insulto en cuestión trabajando en una empresa constructora. Una lucha que cada uno levanta en nombre de la dignidad y el respeto, pero que expone en toda su dimensión las profundas heridas y grietas que tantos hechos traumáticos del pasado todavía generan en el presente. Provocadora, incómoda en varios aspectos (los productores fueron obligados a poner un cartel al comienzo en el que se dice que la película nada tiene que ver con las políticas actuales del gobierno libanés), El insulto es cruel e impiadosa por momentos, profundamente humanista y empática en otros. Así, entre tantos matices e incluso contradicciones, se vive en una zona en las que la guerra civil terminó hace ya un par de décadas, pero que sigue siendo de las más explosivas del planeta.
No hace falta ser un analista de política internacional para saber que Oriente Medio es un polvorín y la mínima chispa puede hacer volar todo por los aires. En ese lugar común se apoya El insulto: un nimio incidente callejero deriva en un juicio que termina poniendo al Líbano al borde de una nueva guerra civil. Regando las plantas, un cristiano libanés moja a un palestino musulmán, que lo llama “idiota”. Esto va armando una bola de nieve que termina en los Tribunales: estos dos sujetos personifican a dos de los bandos enfrentados en el conflicto bélico que desangró al Líbano durante décadas. Su pequeño drama individual es una excusa para revisar la gran tragedia colectiva. Así, las divisiones políticas libanesas, las atrocidades de la guerra civil y, en particular, la masacre de Damour (cometida por una facción palestina en 1975) son puestas en escena en un juicio de aires hollywoodenses. Un parentesco que no es casual -el director Ziad Doueiri hizo parte de su carrera allí-, y que se acentúa con ciertos giros efectistas e innecesarios del guión, que no impidieron -tal vez incluso ayudaron- que El insulto compitiera en los Oscar en la categoría mejor película de habla no inglesa. Es frecuente que el cine que últimamente llega de Oriente Medio plantee fascinantes dilemas morales: Asgar Farhadi es uno de los principales exponentes de esta tendencia. Pero aquí ese dilema no es tal: en ningún momento caben dudas de que la razón está del lado del palestino. A todas luces, el cristiano pone en riesgo a su familia por un capricho. Entonces, la supuesta complejidad de la trama se desvanece. Queda demasiado en evidencia que toda la narración existe con el único objetivo de dejar una moraleja: hay heridas que nunca cicatrizan y la reconciliación es una pretensión peregrina mientras no haya justicia.
En el Líbano se producen unas cincuenta películas por año. En la Argentina se sabe poco y nada de ese cine. El último film libanés que tuvo alguna repercusión aquí fue Caramel, de Nadine Labaki (2008). En su país, Caramel había llegado a los 160.000 espectadores, una cifra inusual. Luego de algunos problemas con las autoridades del Líbano, El insulto también se acercó a esa convocatoria, pero además fue programada en los festivales de Venecia y Toronto, y compitió hace unos meses por el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa. Su director, Ziad Doueiri, nació en Beirut, estudió cine en los Estados Unidos y trabajó unos años muy cerca de Quentin Tarantino, una experiencia que tradujo de la manera menos original, transformando un antagonismo histórico, pero no tan divulgado fuera de los límites de su propio país -entre libaneses cristianos y refugiados palestinos- en una historia de fatalidades, miserias, dilemas morales y redenciones contada con trazos gruesos y artificios demasiado conocidos. Independientemente de la postura del director en esa discusión, es su efectista estilo cinematográfico el que termina reduciendo la posibilidad de encuentro con una oportunidad novedosa a otra experiencia vulgar y rutinaria.
El Insulto El insulto, del director de origen libanés Ziad Doueiri, fue una de las nominadas al Oscar en la última entrega como mejor película extranjera, aunque la estatuilla terminó en manos de la chilena Una mujer fantástica. Es el cuarto largometraje de Doueiri, y al igual que sus anteriores films recibió el reconocimiento en importantes festivales. Su ópera prima, West Beirut, fue galardonada con el Premio FIPRESCI del Festival de Toronto, mientras que su siguiente largometraje, El atentado, estrenado en 2012, consiguió la Mención Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián. El insulto estuvo también nominada al León de Oro a Mejor Película en el Festival de Venecia 2017, donde Kamel El Basha se alzó con la Copa Volpi (premio que el jurado concede al mejor actor y a la mejor actriz) por su actuación como Yasser Abdallah Salameh. Según Ziad Doueiri, la idea de realizar la película se originó “de una manera muy tonta”, a través de una situación real hace algunos años cuando el director vivía en Beirut en el lado pro-palestino. Toni (Adel Karam), es un mecánico de autos cristiano de cuarenta y tantos años que vive en Beirut junto a su mujer embarazada. Un día mientras, está regando las plantas, tocan a su puerta: es Yasser (Kamel El Basha), el capataz palestino de un equipo de construcción que trabaja en la calle. Yasser solicita a Toni que arregle una tubería de desagüe en su balcón, pero el mecánico le cierra la puerta en la cara. Los días pasan y la disputa que comenzó con el tubo de desagüe solo empeorará. Yasser llama a Toni “maldito idiota” (el insulto que da título a la película). Pero esto no termina aquí ya que existe un segundo insulto, esta vez de Toni a Yasser: “Ojalá Ariel Sharón los hubiera aniquilado a todos“. Ello lleva a que en poco tiempo ambos estén en la corte; Toni, con un par de costillas rotas, demanda a Yasser por daños y solicita una disculpa formal. Ambos hombres están tan convencidos de tener la razón, que en principio parece imposible se llegue a algún acuerdo. Choque cultural El insulto revela la tensión con la que conviven los habitantes del Líbano y de todo Medio Oriente. Aquí Palestina estará representada por Yasser, y El Líbano por el cristiano Toni. Se trata de un choque entre diferentes culturas y religiones al que solo la tolerancia podrá resolver. Ahora bien, ¿qué sabemos de los habitantes del Líbano y su situación política, social, económica y religiosa? Siendo sinceros, muy poco. Durante 15 años, de 1975 a 1990, han atravesado una cruenta guerra civil en la que intervinieron también Siria e Israel, y se terminó por destruir la convivencia que durante décadas habían alcanzado tanto la población musulmana (mayoritaria) como la cristiana y maronita. Este es el marco en el que hay que situar El insulto: un pueblo malherido, colmado de amargura, que trata de salir adelante tras los estragos causados tanto por tropas extranjeras como por milicias nacionales. Quizás por momentos no terminemos de comprender a que público se está dirigiendo Doueiri. Puede estar tratando de hablar directamente con los fanáticos de la población cristiana de su pequeña y diversa nación, o bien intentar hacer visible la situación en Beirut al resto del mundo. Lo cierto es que, desde aquí, por momentos se siente exagerado. El objetivo de El insulto, según el propio director, no es crear polémica ni promover un debate político, sino simplemente “quería escribir sobre dos personas sumamente agresivas y enfrentadas entre sí, que al final resulta que tienen cosas en común“. Porque llegando al final los dos hombres coinciden más de lo que ellos mismos creen (sobre todo en referencia a la calidad de los productos hechos en China y los de Alemania). Lo que sí queda claro desde el comienzo es que el punto de vista del realizador puede no coincidir con el del gobierno actual de su país, ya que se indica: “Los puntos de vista expresados en esta película no reflejan la posición del Gobierno Libanés”. Filmada con ritmo y tensión aunque con un uso abusivo de fundidos a negro, tanto que por momentos parece una película pensada para televisión (pautando las pausas comerciales). Los actores hacen un buen trabajo, destacando a Kamel El Basha, aunque en lo general las actuaciones resultan algo teatrales. A lo largo de la película hay algunos giros de guion innecesarios, y quizás le sobren algunos minutos. Lo llamativo es que el director tenía disponible un final más abierto pero igual de esperanzador, decidiendo continuar. Allí residen los minutos que sentimos de más. No ofrece una resolución ordenada, solo nos quedamos con un montón de preguntas que igual vale la pena considerar. Conclusión Un thriller judicial (si disfrutás las películas de juicios esta debería ser tu elección) narrando un debate que estalla entre musulmanes y cristianos en Beirut, detonando en una brecha más amplia que termina por resaltar las fallas en la sociedad libanesa actual. El insulto es algo así como una guerra librada en un tribunal. Una pelea mínima que poco a poco va aumentando y acaba siendo un debate nacional. Un insulto como pretexto utilizado para plantear el conflicto entre palestinos y cristianos libaneses: la guerra terminó en 1990, tal vez ya sea hora de pasar la página.
Dos personas se trenzan en una discusión tonta. Pero viven en la Beirut actual. Uno es un hombre de extrema derecha cristiano y el otro un inmigrante palestino que trabaja con una cuadrilla de obreros sin ninguna protección legal, “como es usual para ellos”. Ese incidente banal deriva en un juicio donde la avidez mediática le da la característica de circo, con manifestaciones de apoyo para cada parte, y lo que parecía un enfrentamiento menor adquiere proporciones volcánicas. Casi como explicar el porque de una guerra, con profundas heridas para ambas partes que están muy lejos de cicatrizar. Con matanzas y guerra de por medio. Como si esto fuera poco se enfrenta un abogado muy famoso con su propia hija. Esta historia le sirve al director Ziad Douei que co-escribió el guión para mostrar la volátil realidad política de su país y profundizar en la naturaleza humana, con sus fanatismos, intolerancia., sed de venganzas, cegueras sociales. Interesante reflexión para una zona que no conoce la paz y que se acostumbró a vivir en estado de tensión permanente, donde cualquier excusa enciende la chispa de la discordia. Aunque en privado quede abierta una puerta de tolerancia. Muy interesante.
Caso curioso el de “El insulto” (2017), película nominada como mejor obra extranjera en los últimos premios Oscar de la Academia de Hollywood por cuestiones coyunturales más que por originalidad, sentido y valores.. “El insulto” comienza de una manera simple y sencilla, que despierta curiosidad por el hecho que luego se desarrollará en la pantalla, un conflicto que esconde una situación más dolorosa detrás. La habilidad del a propuesta radica en la retracción de fuerzas, dispares, opuestas, que se desprenden básicamente en que ninguno que intenta borrar en una segunda etapa del relato cualquier atisbo de originalidad y conciencia. Así “El insulto”, terminando por conseguir una transgresión al disparador inicial con el que comenzaba todo y transformando sus disparadores en suaves intentos por detener la mirada en un conflicto que divide. Una cañería, una falla, una discusión, un insulto, racista, xenófobo, denigrante, termina en la imposibilidad de dialogar con el otro, aun conociéndose los límites y exageraciones con las que cada uno decidió entablar la vinculación, terminando por resolver las diferencias (o no) en un tribunal. Algo que debería haberse resuelto entre dos, en un ámbito privado, se potencia y configura una escalada de violencia que ya no exige una disculpa y que va más allá de lo moralmente establecido por cada uno desde su parámetro. En “El insulto” el pedido de justicia por ambas partes es una anécdota, y allí el problema del film, que termina escondiéndose de mofas y algunos giros de guion que bien podrían resultar mucho más pertinentes en una cinta cómica que en un drama jurídico como se lo presenta. La imposibilidad de generar la conexión entre las porciones participantes (demandante y demandado) y mucho menos el mínimo entendimiento para ponerse en el lugar del otro, van trazando el plan de trabajo y resolución de la película. Se juzgan valores, palabras, esquemas, universos, pensamientos, para poder dar con el mote justo y la resolución precisa a aquello que se quiere imponer como los nuevos movimientos de manifestación ideológica. Esa etapa de discurso jurídico construye un tempo narrativo ajeno al impacto inicial, descansando sólo en unos pocos la posibilidad de analizar los comportamientos que se desprenden de ese gesto inicial. “El insulto” podría haber sido la gran respuesta cinematográfica a un conflicto político y cultural de antaño, pero prefiere retraerse para cumplir con aquello políticamente correcto, simple y sin más vueltas.
Fábula didáctica sobre la reconciliación Proyectada en la competencia oficial de Venecia 2017 y nominada al Oscar al Mejor Film en Lengua No Inglesa en la última edición de los premios de la Academia, la película libanesa El insulto trata a escala las secuelas de la guerra civil que en los años 70 enfrentó a cristianos libaneses y refugiados palestinos, con el ejército israelí como tercero en discordia y Siria apoyando a los refugiados. Escrita por el propio realizador, Ziad Doueiri, en conjunto con Joelle Touma, El insulto asienta su trama en la actualidad, pero está gatillada por aquel antecedente de magnitud nacional y regional. Lo hace a partir de un incidente de la mayor nimiedad, apelando a una estructura de bola de nieve, que crece sin parar. El formato de film de juicio, cuya representación ocupa la mayor parte del metraje, está pensado para llegar, a partir de las exposiciones de las partes implicadas, a la lección que el film brinda a todos los ciudadanos libaneses: la necesidad de reconciliación. Se trata, en suma, de un film didáctico. Una cuadrilla municipal descubre que de un balcón de la ciudad de Beirut asoma un desagüe cuyo desagote cae directamente sobre los peatones. El capataz toca timbre, le señala al propietario lo que sucede y éste le cierra la puerta en la cara. En lugar de elevar el problema a las autoridades, el capataz opta por serruchar el desagote sin aviso, instalando desde la calle otra vía de desagüe. Cuando lo descubre, el propietario agarra una maza y parte el caño en pedazos. Es sólo el comienzo del conflicto, cuya mecánica recuerda la del famoso corto Vecinos, del canadiense Noman McLaren (1952). Falta un detalle: el dueño de casa es miembro del derechista Partido Cristiano, y el capataz, palestino. Todo está servido para volver a poner en escena el enfrentamiento histórico, y eso sucederá en la Corte. El insulto es un film torpe. Torpe por la obviedad de su planteo, por una toma de partido que quiere disimular sin éxito, por su remate también desbalanceado, que intenta compensar el triunfo de uno con una tímida suavización de la imagen del otro, hasta ese momento demonizado. Al verlo asistir con satisfacción por televisión a viejos discursos del xenófobo líder cristiano Bashir Gemayel, está más que claro que Tony Hanna (Adel Karam) no es lo que se dice un progresista. Para completar el cuadro, trata a su esposa más mal que bien (luce bigote bien de macho, dicho sea de paso) y no la cuida como debería, estando embarazada. Su contraparte, Yasser Salameh (Kamel El Basha) es en cambio un hombre de aspecto noble, que trata adecuadamente a la esposa, tiene tanta ética que reprocha severamente que su abogada recurra a tácticas de ensuciamiento de la imagen del otro. Yasser tiene un único defecto: no domina su ira. Aunque también esto tiene una justificación histórica y política. Para rematarla, en el pico del enfrentamiento el cristiano le dice al palestino: “Ojalá Ariel Sharon [N. de la R.: líder de los halcones israelíes de la época] los hubiera exterminado”. Para qué. Si se pudiera ingresar en la pantalla, al estilo de Buster Keaton en Sherlock Jr., qué espectador no lo haría, para darle unos buenos coscorrones a semejante cerdo. El problema es que después se quiere barnizar esto con un discurso conciliador que no pega con lo que se vio. Quién querría reconciliarse con el facho éste, que el único arrepentimiento que muestra es el de arreglarle el motor del auto a su enemigo, dedicándole finalmente una enigmática semisonrisa a distancia, por debajo del bigote.
El insulto de Ziad Doueiri Luego de su nominación para los premios Oscar como mejor película extranjera, se estrena el film El insulto que cuenta un drama personal que desnuda las deudas pendientes de una sociedad constantemente abatida por los conflictos en medio oriente. Toni es un libanés afiliado al partido demócrata cristiano que considera que los refugiados palestinos tienen un trato preferencial en su país y eso lo resiente. Un día conoce a Yasser, un palestino que está trabajando en Beirut, y en un acto de odio Toni entorpece su trabajo, a lo cual el palestino responde con un insulto. Escandalizado por el hecho de que un extranjero tenga tal trato para con él, exige al jefe de Yasser una disculpa, pero al negársela, Toni decide elevar el caso a la corte, llevando ese pequeño conflicto doméstico a tener alcance nacional, resaltando así las diferencias dentro de una sociedad en la cual las deudas sociales abundan. La crisis en medio oriente, que ya lleva siglos sin poder resolverse, encuentra en El insulto una nueva y diferente forma de ser contada. La sociedad libanesa que nunca reparó sus heridas ni reivindicó a sus sufridos debe ahora albergar a los palestinos, sin tierra, sin patria y estigmatizados por todos sus vecinos. Y en medio de eso los prejuicios, las culpas y el resentimiento de quienes no cerraron sus heridas y quienes están todavía siendo heridos. La pareja protagónica de El insulto muestra cómo la calidad actoral es muchas veces el secreto para que un relato llegue a buen puerto. Tanto Adel Karam, en el papel del libanés Toni, como Kamel El Basha, quien encarna al refugiado palestino Yasser, logran en pantalla una tensión que excede la de los diálogos que, por momentos, terminan siendo demasiado explicativos, y logran encarnar entre ellos la impronta de un conflicto que les es común y los excede al mismo tiempo. El código del drama legal es, sin embargo, demasiado parecido al de una telenovela y eso le quita credibilidad al relato. Las resoluciones sorpresivas, las verdades ocultas que afloran, el comportamiento irracional de los implicados, de los testigos y hasta de los abogados, contrastan con la seriedad del planteo de la película y terminan yendo en detrimento de una más madura resolución por parte del director.
Entender para perdonar Catorce nominaciones a distintos premios a nivel mundial y siete galardones conseguidos preceden a esta producción libanesa que, en medio de todas esas distinciones, puede jactarse de haber llegado a las cinco finalistas que hace algunas semanas pugnaron por el Oscar a Mejor Película Extranjera y que finalmente terminó obteniendo la chilena Una Mujer Fantástica. Toni, mecánico de una populosa ciudad libanesa, riega sus plantas como lo hace todos los días. Y como también ocurre a diario, parte del agua que cae al piso encuentra destino callejero a través de un caño que sobresale de su balcón. Yasser, palestino de origen que se encuentra en el Líbano para ejercer su profesión de capataz en una obra en construcción de la zona, recibe el agua sobre su cabeza, hecho que lejos de enojarlo lo hace reparar en el detalle de que un caño sobresalido como el que Toni tiene en su balcón va en contra de las regulaciones locales de construcción. Amablemente, pone a disposición de Toni a sus albañiles para reparar esta falla pero sólo encuentra rechazo y enojo por parte de este irritable mecánico. La situación continúa y cuando Yasser se dispone a irse, la discusión pasa a mayores por lo que el capataz termina insultando a Toni verbalmente. Este decide que no tiene ganas de soportar ese agravio y lleva a Yasser ante un tribunal de justicia. La película de Ziad Doueiri, guionista y director en este caso, empieza con una historia muy pequeña para después ir virando hacia donde sus intenciones realmente apuntan. Incluso ese comienzo, conforme la demanda hecha por Toni hacia Yasser va avanzando en las distintas etapas burocráticas hasta alcanzar la del juicio oral, puede encontrar al protagonista hasta algo ridículo en su afán de encontrar justicia voraz ante un insulto que, en última instancia, ni siquiera fue tan grave. Pero esto no hace más que preparar el terreno para los eventos que siguen. Porque mientras tenemos claro que Toni es un hombre de pocas pulgas y carácter irritable, también vamos viendo que Yasser es un trabajador esforzado, humilde y de buenas intenciones que no quiere pleitos con nadie. Pero la verdadera sutileza del guion en este sentido reside en el origen religioso y étnico de cada personaje, que paulatinamente va quedando cada vez más claro ya que de eso se trata realmente la disputa entre Toni, libanés católico, y Yasser, inmigrante palestino. Como consecuencia de este inicio, lo que sigue es un entrelazado de escenas que combinan momentos en que estos dos personajes se encuentran en la intimidad, como el que inicia su tumultuosa relación como enemigos, y otros que los enfrenta en el carácter público que su juicio tiene. Pero lo que nunca se detiene es esa marcha que va hacia adelante, que nos lleva a recorrer un camino sólidamente construido hacia una reflexión total que incluso excede el conflicto cristiano-palestino en el Líbano. Porque a partir de una situación particular como el altercado entre Toni y Yasser, pasando por un conflicto general e histórico como el que ocurre en el país donde transcurre esta historia, la película consigue un mensaje universal sobre las disputas territoriales, religiosas y étnicas que vienen separando a la humanidad desde el origen de los tiempos. Análisis personales, religiosos, coyunturales, históricos, filosóficos, políticos, burocráticos, familiares y humanos encuentran su espacio en esta obra total que da vuelta a sus dos personajes principales como un par de medias a través de una narración dramática inteligente, precisa y sutil para decantar en una reflexión que termina siendo el broche de oro de una película que, al margen de ganar o perder un premio u otro, es imprescindible en estos tiempos.
L’Insulte es contundente en su sencillez. Una placa previa señala que la película no refleja la postura del Gobierno de Líbano, lo que da cuenta de que la escalada que se va a proponer es absolutamente plausible. Un conflicto mínimo enciende una chispa entre dos hombres en un barrio de Beirut, el duelo se prolonga, trasciende, los excede y toma alcance nacional. Y en su mirada específica se vuelve universal. Se radica en Medio Oriente pero abarca al mundo entero, donde resuena su observación sobre el rencor, los fanatismos políticos y la xenofobia.
Este film estuvo nominado al Oscar como Mejor Film Extranjero, pero la que se llevo la estatuilla fue “Una mujer fantástica” por Chile. Todo gira en torno al enfrentamiento en el Líbano actual entre un cristiano y un palestino, entre ellos hay un problema casero entre las viviendas de ambos, aunque uno presente sus disculpas y quiera solucionar el inconveniente, el otro no acepta nada, Yasser insulta al libanés y todo termina en la corte. A través de este hecho vemos la constante lucha de Medio Oriente, todos los problemas que se viven el Líbano, las divisiones, los conflictos y las costumbres. Su desarrollo tiene un ritmo rígido, hay tensión y una buena construcción de los personajes. El film nos lleva a ver una realidad para muchos no tan conocida y el espectador solo podrá dar su mirada.
Profunda reflexión sobre los que no tienen un lugar en el mundo ¿Qué conoce el mundo occidental de la cultura de Oriente Próximo, y específicamente del Líbano? Se sabe que es heredero de Fenicia y crisol histórico de comunidades cristianas y musulmanas. Ocupado sucesivamente por griegos, arameos, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, mamelucos, y por el Imperio Otomano en el siglo XVI abandonándolo después de la Primera Guerra Mundial. Luego llegaría la II Guerra Mundial y el mandato francés, y por fin la independencia en 1943, estableciendo, al término de la ocupación en 1946 un sistema político único: el “Confesionalismo”, un tipo de pacto social para compartir el poder entre comunidades religiosas. En los años ‘70 la decadencia se apoderó de la que le decían la “Suiza del Mediterráneo”, a causa de la cruenta guerra civil que duró 15 años (1975-1990) en la que intervinieron Siria e Israel. En esos años en el Líbano había alrededor de 400.000 refugiados palestinos que convivían con los cristianos y los drusos. Sin embargo, esta relación no era pacífica. La OLP (Organización Para la Liberación de Palestina), única fuerza legítima representante del pueblo palestino, comenzó a formar milicias entre los recién llegados para crear una base de ataque contra Israel, su objetivo principal (luego se le sumó también la instauración de un Estado Palestino). En la actualidad no existe una estabilidad dentro del país, sino que está en constante conflicto interno o externo. En ese contexto se desarrolla el filme “El Insulto” (“L’insulte”, 2017), una coproducción entre el Líbano, Francia, Estados Unidos, Bélgica y Chipre, realizado por Ziad Doueiri. Precisamente por culpa de la guerra Ziad Doueiri tuvo que emigrar a Estados Unidos, donde estudió cine y llegó a ser primer ayudante de cámara de Quentin Tarantino, con quien colaboró en “Reservoir Dogs”(1992), “Pulp Fiction” (1994) y “Jackie Brown”(1997). Volvió a su país para rodar su primera película como director: “West Beirut” (1998), basado en su propia vida, en la que ya mostraba su preocupación por una sociedad atrapada en conflictos raciales, sociales y religiosos. Después estrenaría, también con críticas elogiosas, “Lila Dice” (2004,de producción francesa) y “El atentado” (2012). “El insulto” es su cuarta película, con la que ha vuelto a ganar el Premio de la Juventud en la SEMINCI de Valladolid. Rodada y ambientada en Líbano, recoge la cultura del país, sus brechas sociales, su situación política, pero le imprime un ritmo y una energía semejante a la del cine producido en Hollywood. También se percibe en “El insulto” la influencia de Tarantino, sobre todo en el uso de la música, del color y en la elección de algunos encuadres. La trama se centra en un barrio de Beirut, Yasser (Kamel El Basha, ganó el premio al mejor actor en el Festival de Venecia) es un exiliado palestino capataz de obra, apátrida, musulmán y residente en un campo para refugiados, que para vivir trabaja en cualquier lugar de la ciudad y trata de no entrar en conflicto para no tener problemas por su situación de refugiado. El miedo a ser deportado es constante. Tony (Adel Karam), es un cristiano militante vecino de la zona. Un desagüe clandestino desencadena la discordia. Todo comienza a partir de la pelea entre estos dos hombres, por el derrame del agua. Las miradas de odio entre ambos pronostican el altercado, pero además revelan el profundo desprecio y resentimiento hacia los refugiados. Yasser repara la tubería, por cuenta propia. Tony la destroza a golpes, por considerar el arreglo una invasión a su propiedad. Yasser insulta a Tony y éste en su rabia considera que los palestinos debieran haber sido exterminados, que Sharon hizo poca cosa, que si de él dependiese hubiese sido cien veces peor que aquél en las matanzas de Shabra y Shatila. “El insulto” es un filme que va de la parte al todo, en un crescendo sostenido mostrando una realidad poco conocida en el mundo occidental, la rivalidad entre los cristianos libaneses y los refugiados palestinos. Los personajes están muy bien construidos y, sobre todo, el director, genera una mirada introspectiva interesante sobre dos seres humanos en extremos opuestos, donde están en juego el honor y el orgullo. Ziad Doueiri permite observar de una manera inteligente y sutil cómo muchas veces los medios de comunicación manipulados llegan a ser los responsables de la cólera entre bandos, ocasionando guerras y conflictos de manera consciente o inconsciente. Por eso coloca a sus personajes en la posición de víctimas y victimarios, al mismo tiempo. Otros de los temas presentes es la corrupción (ese flagelo mundial) que alcanza a todos los estamentos. También destaca en esa rencilla el importante rol de las mujeres que, a pesar de estar relegadas y en las sombras, cumplen un mandato anónimo y ancestral de ser con su firmeza las que ponen paños fríos a las riñas machistas. Ziad Doueiri, a pesar de abordar un tema tan duro, no fatiga en exceso al espectador. Prefiere aligerar la propuesta. Con tal objetivo, rebaja la tensión dramática, introduce mecanismos de suspenso y pinceladas satíricas e irónicas, como la inclusión al principio del filme (por obligación) del permiso para su proyección con un patético aviso de que las opiniones vertidas eran propias de sus autores y no reflejaban la de los poderes públicos. El largometraje, cuya idea surgió de un percance que le ocurrió al propio realizador, cuenta con un guión muy bien construido, ya que en ningún momento toma partido por sus personajes y la cámara se asemeja a un observador que mira los sucesos de manera objetiva, sin juzgar. Ziad Doueiri parte de un conflicto personal entre dos seres de distintas religiones o prejuicios que deben compartir el mismo territorio, un barrio en las afueras de Beirut. La película, en ciertos momentos muy precisos y acertados, hace hincapié en qué sin diálogo no hay convivencia posible. La cámara de Doueiri es rápida, alerta y enfatiza sobre expresiones y gestos de sus protagonistas, como cuando abre una ventana a la sala del Tribunal. Al mirar a través de ella diseccionará los dos lados expuestos en la corte, irreconciliables, sin salir de la tensión inicial entre los dos litigantes pero manteniéndola en la violencia de los tumultos callejeros. El director no toma partido por ninguno de los bandos. Si bien Tony es extremadamente xenófobo y ha precipitado un litigio judicial sin vuelta atrás, Yasser tampoco cede. La arrogancia ha podido con ellos. Al partir de un absurdo litigio por el agua los protagonistas no pueden abandonar su rabia y orgullo por acercarse a la racionalidad y templanza. Ziad Doueiri lanzó en “El insulto” su alerta contra la intolerancia y sobre seres que no encuentran refugio en ninguna parte, que son despreciados y arrinconados donde quieran que vayan, como en la actualidad ocurre con los sirios. Pero a pesar de la complejidad de la constante lucha en Medio Oriente, en particular en el Líbano, Doueiri, deja abierta una puerta a la esperanza de un futuro más solidario hacia un pueblo malherido, cargado de amargura y dolor, que trata de surgir sobre sus cenizas tras tanto destrozo causado por invasiones extranjeras como por guerras propias. En la película lo obvio es “leiv motiv”, porque todo se conoce, pero a pesar de ello regresar a lo conocido permite al director crear con escasos elementos convertir un hecho pequeño, íntimo e intrascendente, en una alegoría profunda, conmovedora e imperecedera.
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Una trama bien abordada puede ser muchas veces disparadas por algo tan grande y tan pequeño como un insulto. En algunas culturas donde las posiciones ideológicas hoy están radicalizadas, una agresión verbal se puede transformar en una bomba de tiempo. Este filme del realizador libanés Ziad Doueieri, recordado por su película West Beirut (1998), se posicionó entre las cinco nominadas al Premio Óscar a la Mejor película extranjera en la pasada entrega de febrero. La narración de la película está centrada en la disputa extrema que se dispara como una dinamita entre Toni, un palestino refugiado, y Yasser, un cristiano libanés, a partir de una frase descalificante (el insulto) tantas veces dicha por tantas personas, pero en este caso tan fuertemente significada que todo se sostiene desde ese balazo verbal. Toni y Yasser empujan el conflicto de la trama de manera constante, en su modelo ataque contra ataque/ casusa-efecto-consecuencia, pues sus posiciones opuestas e irreconciliables alimentan un argumento de conflicto progresivo que crece con solvencia en el tercer acto. De ese agravio, del que jamás llega una disculpa, pasamos a sus fatales consecuencias por ejemplo en las instancias legales del caso. Los tribunales, la justicia, las ideologías religiosas, las luchas de poder, el racismo, la violencia y la falta de acuerdo constante hacen que “la palabra” se transforme en un arma más que en un potencial lazo de encuentro entre los hombres. En una tensionada batalla de posiciones intransigentes, tanto un personaje como otro quedan en los polos opuestos y la falta de conciliación. La aceptación de otro y la pacificación ante todo, está fuera de la órbita de estos personajes. Una recargada escritura de algunos pasajes de diálogos la hacen engorrosa y sobre escrita en muchos momentos, lo que no es el camino ideal para estos casos donde en los textos hay tanta carga dramática que la catarsis ideologista de algunos personajes, en especial en varios fragmentos del juicio, le juegan un mal paso a la trama total. La realización en su factura visual es de un claro narrador que ordena tiempo y espacio en cada encuadre de manera solvente, atractiva a los ojos y focalizada en los personajes que tensionan cada escena con sus miradas, sus palabras y sus gestos. Puede ser que para algunos espectadores, la temática del Medio Oriente y sus posiciones fanatizadas les resulte algo ya planteado en muchos otros filmes, de diferente propuesta narrativa pero de cierto mismo leit motiv temático. Sin duda alguna el uso narrativo de un disparador que abre conflictos en cadena trae remembranzas de películas como La separación (Asghar Farhadi, Irán – 2011) que obviamente toma otras vertientes muy diferentes pero que surge de algo pequeño que va creciendo como una bola de nieve. Pintada en blancos y negros, El insulto se pierde a veces de algunos matices por tocar de manera constante los extremos. Tal vez la idea de trabajar sobre los extremos todo el tiempo es el reflejo de una sociedad que en la actualidad no negocia ni dialoga sino que apunta a combatir a otro en sus diferencias y sin piedad. Por Victoria Leven @VictoriaLeven
La más reciente producción de Ziad Doueiri, cineasta de origen libanés radicado en Francia, se centra en las derivaciones sociales de un enfrentamiento entre dos habitantes de Beirut: por un lado se encuentra Tony (Adel Karam), un libanés cristiano seguidor de un líder político y religioso extremista y por el otro, Yasser (Kamel El Basha), un refugiado palestino que trabaja como capataz de construcción. Después de negarse a aceptar la reparación del desagüe ilegal de su balcón, Tony es insultado por Yasser, lo que funciona como detonante de un drama judicial clásico en el que se exponen los argumentos de las partes en conflicto. Pero el desarrollo de la trama evidencia heridas y rencores que exceden la disputa personal (Tony muestra sin disimulo su desprecio por los palestinos y Yasser lo golpea, fracturándole dos costillas), haciendo que el enfrentamiento movilice a una sociedad dividida que convierte al litigio en una cuestión nacional, donde entran en juego la religión, la política y la historia reciente del país. El filme pone de relieve las secuelas aún visibles de una guerra civil que tuvo lugar entre 1975 y 1990 y enfrentó a musulmanes contra cristianos, sumado a la intervención militar de Israel, complicando aún más el panorama, en un hecho cuyo comienzo el realizador vivió en primera persona y ya había retratado en su ópera prima West Beirut. Pero alejándose de una posición ideológica partidaria, el director explora el terreno de la pugna por una verdad que a la luz de los acontecimientos resulta, si no inalcanzable, difusa. A pesar de contar con algunos pasajes sobre-explicativos que rozan lo didáctico, el filme se sostiene por un sólido guion que hace de los diálogos el motor de un drama potente por sus implicaciones morales, el cual adquiere mayor sofisticación cuando se aleja del ámbito legal para inmiscuirse en la psicología de los protagonistas y las consecuencias del caso en su vida privada. Es gracias a un notable trabajo de fotografía, en especial en cuanto a la correlación entre la posición de cámara y el estado psicológico de los personajes (Doueiri trabajó como asistente de cámara en varias películas de Tarantino) que el realizador nos transporta al centro de una disputa que, como espectadores, nunca sabemos hacia donde puede derivar. Lo inquietante y paradójico del filme es que a medida que los personajes comienzan a dudar de sus prejuicios religiosos y sociales, más extremas se vuelven las posturas del entorno, que encuentra en el caso la justificación y reafirmación de sus creencias políticas, sumándole a la narración una dosis interesante de realismo y suspenso. Sin embargo, sobre el final del relato, el filme se vuelve incapaz de encauzar el drama hacia una conclusión lógica y orgánica, priorizando dejar una imagen de alivio y conciliación que se percibe artificial y busca caer bien en el espectador.