Cuando creíamos que ya nada se podía contar sobre el nazismo y sus consecuencias, llega esta propuesta sobre una pesquisa y un vínculo entre dos personas para demostrar lo contrario. Un intérprete y el hijo de un ex subcomandante nazi en busca de respuestas en una lograda roadmovie que nunca pierde su norte ni su objetivo.
Hijos No es habitual que a las películas que giran en torno a la exploración del pasado nazi se las intente exonerar de la pesada herencia de las atrocidades cometidas durante la shoah. Tampoco que los protagonistas se encuentren en un fuera de campo como parte de un relato que hace de los recuerdos y el material de archivo su primera herramienta para que el público no olvide que se trata en definitiva del Holocausto; de los campos de concentración; de las complicidades de países aliados al régimen nazi y un sin número de elementos característicos. Sin embargo, El intérprete toma como punto de partida el encuentro de dos hijos atravesados por la historia de sus padres. Uno desde el lugar directo de víctima del nazismo, Ali Ungár de 80 años (Jiri Menzel) y el otro, Georg Graubner (Peter Simonischek) un jubilado de 70 años, maestro, cuyo padre era ex oficial de las SS presuntamente involucrado en la muerte de los padres de Ali. Uno de los tantos jerarcas, a quien el paso del tiempo y la desmemoria parecen haber salvado de una condena moral. El detonante de la historia es un libro escrito por el ex oficial de las SS y la búsqueda de este sujeto a cargo de Ali, en un viaje solitario con escala en Viena donde conoce a Georg Graubner, quien lo anoticia sobre el fallecimiento de su padre. Como miles de judíos, sobrevivientes o ligados a los judíos asesinados, Ali desconoce el lugar donde fueron a parar los restos de su familia y la pesquisa entonces cobra una doble intención: la reconstrucción de un posible derrotero histórico con la certeza de la autoría de los crímenes a cargo del autor del libro y por otro lado la resignificación de la memoria colectiva para que el hijo comprenda las atrocidades llevadas a cabo por su padre. A grandes rasgos, el vínculo entre ambos no tiene demasiado sentido una vez que Georg dice que su padre ya no vive, salvo por la propuesta que hace a Ali. Viajar juntos por los lugares claves que figuran en el libro con el propósito de conocer con más profundidad aquel pasado negado o al menos desplazado y así consolidar un vínculo con el desconocido anciano de 80 años que además actuará como intérprete ante las dificultades idiomáticas de Georg. La apuesta del realizador Martin Sulik avanza por terrenos sinuosos al mezclar géneros para quitarle solemnidad al relato y así concentrarse en los rasgos humanos de los personajes. Y si se trata de humanos, las contradicciones afloran y en la coexistencia durante el viaje que arranca en Austria para pasar por Eslovaquia a modo de road movie llegan a marcar las enormes diferencias de carácter, lugar común de toda buddy movie también, a la que se suman la inevitable galería de secundarios, con absoluta intención humorística y en plan frescura para amortiguar los golpes emocionales que genera el repaso de testimonios sobre el destino de las víctimas judías. Así las cosas, podría dividirse esta coproducción europea en una mitad cristalina, transparente, liviana, sin equipaje, para construir una historia de amistad entre dos ancianos que en el umbral de su vejez comparten un viaje revisionista, mientras que la segunda mitad se vuelve en términos dramáticos mucho más grave y ese equipaje liviano del comienzo se transforma en una inmensa carga por la Historia, la culpa y la necesidad perentoria de enterrar tanto la os muertos del pasado como a los vivos que parecen mucho más muertos.
Extraña apuesta la del director eslovaco Martin Sulik al mixturar (con resultados desiguales) varios géneros como el drama de denuncia sobre los abusos del nazismo, la comedia de enredos, la road-movie con múltiples peripecias en el camino y hasta la buddy-movie con dos ancianos decididamente opuestos entre sí concretando una búsqueda que jamás pensaron que compartirían. Los protagonistas son Ali Ungár (nueva incursión en la actuación del mítico director checo Jirí Menzel de films como Trenes rigurosamente vigilados, Alondras en un hilo y Mi dulce pueblito), un traductor judío ya retirado de 80 años que descubre un libro escrito por un ex oficial de las SS que podría ser el responsable de las muertes de sus padres; y Georg Graubner (el austríaco Peter Simonischek, protagonista de la notable Toni Erdmann), hijo de ese jerarca nazi que a los 70 años es un maestro jubilado que lleva una vida licenciosa y ha tratado de olvidarse por completo de las atrocidades cometidas por su padre. El primer encuentro entre ambos en Viena es tenso, cortante, incómodo, pero a los pocos minutos llegan a un acuerdo para iniciar un largo viaje en auto con la idea de investigar la historia del padre de Georg, de sus víctimas y de los eventuales sobrevivientes. La búsqueda inicial de la venganza por parte de Ali va mutando hacia una postura menos radical, mientras que la negación y el cinismo de Georg va dando lugar a una mirada más humanista y compasiva. Ali es serio y minucioso; Georg es divertido y desatado. Juntos conformarán una de esas parejas desparejas de las que el cine ha sacado buen provecho. El problema es que no todas las situaciones que atraviesan funcionan, ya que por momentos (como los juegos de seducción y los infortunios de Georg) el film está demasiado cerca del patetismo y el costumbrismo de vuelo bajo. Por suerte, la película va ganando con el correr del relato en intensidad y profundidad emocional (apela incluso a material de archivo de la época nazi) para constituirse, en definitiva, en un más que aceptable ensayo sobre la culpa, la vejez, las segundas oportunidades, la memoria colectiva y la redención.
Estrenada en la última edición del Festival de Berlín y elegida por Eslovaquia para la competencia inicial por el Oscar destinado a la mejor película de habla no inglesa, El intérprete narra el incómodo encuentro entre dos disímiles personajes con una angustiante historia común: uno es hijo de un matrimonio de judíos asesinados por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y el otro, de un despiadado oficial austríaco de las SS que, justamente, estuvo involucrado en ese crimen. Planteado como una road movie que intenta combinar la gravedad de todo el asunto con la aparición intermitente de pasajes de cierta ligereza, el film termina sufriendo notoriamente el peso de una solemnidad que una banda sonora densa, insistente y melodramática agiganta sin descanso. Sus mayores fortalezas se apoyan, sin dudas, en las interpretaciones -sobre todo en la de Peter Simonischek, veterano actor austríaco conocido internacionalmente por su muy buena performance en la excepcional Toni Erdmann, película de la alemana Maren Ade- y en la manifestación expresa de las fricciones naturales entre los dos veteranos protagonistas, una prueba contundente, y quizás hasta un poco involuntaria, de la banalidad de ese razonamiento tan extendido que postula que el paso del tiempo suele curar las heridas.
“Sólo perseguía ladrones, asesinos y judíos”. Eso le decían a Georg cuando era pequeño sobre qué hacía su padre, un oficial de la Gestapo. Ha pasado mucho tiempo, así que cuando Ali Ungár golpea su puerta en el presente, buscando a su padre, Georg presiente, sabe a lo que este buen hombre, ya mayor, viene. El intérprete es un filme sobre el Holocausto, sí, pero desde una perspectiva distinta. Trata sobre cómo las generaciones que siguieron a las víctimas y victimarios recuerdan o, mejor dicho, cómo esos hechos nefastos repercuten en sus vidas desde niños. Ali (interpretado por Jiří Menzel, un director que supo brillar con Trenes rigurosamente vigilados y Mi dulce pueblito) está tras el rastro del padre de Georg. En verdad, quiere reconstruir el pasado de sus padres, asesinados presumiblemente por él. Georg (“no soy antisemita”, le aclara) le dice que su padre ha fallecido, y lo que surge entre ambos puede parecer curioso. Y lo es. Acuerdan viajar de Viena, donde Georg vive, a Eslovaquia, allí donde el jerarca nazi operó y mató durante la Segunda Guerra Mundial. Pero Ali, que es intérprete, le exige el pago de cien euros por día. “Trabajo diez horas por día, y luego quedo libre”, le dice. Y hacia allí parten, con las cartas que el oficial escribió, e intentarán encontrar a sobrevivientes y delinear un pasado que, aunque borroso, los ha impactado por igual. El tono que maneja el director Martin Sulík no es esencialmente dramático, ya que El intérprete tiene pasos casi de comedia -los encuentros con un par de mujeres jóvenes, masajistas; otro en un bar del hotel, durante una boda-. No es que se minimice o empequeñece el drama o el sentido del filme, sino que a través de ciertos momentos como de relax se permite aflojar las tensiones. Se supone que ese viaje va a iluminar, o al menos poner bajo la luz varios secretos que se han mantenido en la oscuridad. ¿Puede forjarse una amistad entre el hijo de un asesino y el hijo de aquellos a los que masacró? Peter Simonischek, el actor austríaco que protagonizó esa maravilla que se llamó Toni Erdmann, de Maren Ade, compone a Georg hasta con candidez. La vuelta de tuerca del final no desconcierta, pero abre nuevas interpretaciones a todo lo que se ha visto en esta buena realización, que es más conciliadora que muchas sobre los efectos actuales de lo que se padeció en la Segunda Guerra Mundial.
El pasado que está entre nosotros El intérprete (The interpreter, 2018) es una película que regresa sobre un “fantasma” de la Segunda Guerra Mundial, una herida incurable en aquellos países de Europa Central que sufrieron los embates del nazismo. Bajo una mirada particular, el film relata una historia que mezcla el drama y tintes de comedia negra -para enternecer y a la vez dar un impacto humanista- sobre la búsqueda de la verdad en un viaje al pasado más oscuro, donde el mal nunca se termina. Ali Ungár (Jiri Menzel), de origen eslovaco, es un intérprete de 80 años. Viudo hace más de 10 años, está en el ocaso de su vida. Pero busca vengarse, porque a partir de la traducción de un libro escrito por un ex oficial de la SS que estuvo en Eslovaquia durante la Segunda Guerra Mundial, ha descubierto que éste mandó a ejecutar a sus padres. Como habla alemán, Ali viaja a visitarlo con el fin de matarlo, sin embargo, al llegar se encuentra con que ya había muerto. Lo recibe el hijo, Georg (Peter Simonischek), un maestro jubilado de 70 años, que puede brindarle información sobre dónde fueron enterrados sus padres. Al mismo tiempo, Georg encuentra en Ali, alguien que puede llevarlo a Eslovaquia para saber sobre las actividades de su padre durante la Guerra. Entonces hacen un acuerdo: será su intérprete y emprenderán un viaje en busca del pasado, se meterán en el centro mismo del horror, en el relato a través de cartas y sobrevivientes sobre un hombre que mató a cientos de personas y que, detrás de su uniforme nazi, también era un ser humano. Sin duda que el personaje de Ali, siempre acompañado por un leit-motiv musical que lo sigue todo el tiempo y que luego se convierte en la bandera de todo el relato, logra que uno quede envuelto en todo este drama. Después Georg con su estilo más bruto y sin algún desasosiego aparente, le da el toque necesario para que se conviertan en un buen dueto. La película así se llena de emoción incluso, cuando lo hace desde una alegría mostrada con gran melancolía. La idea del pasado está en todo el relato y es lo más interesante. Desde el inicio, está la parte humanista de los octogenarios que suelen obsesionarse con las reminiscencias y no quieren llegar a la muerte sin dar un vistazo hacia atrás, y menos con aquello que nunca se debeló. Aquí es el impulso para ambos personajes, pero también están movidos por la voz de un muerto. La alusión a la figura literaria del “fantasma” que guía, hace que la película sea aún más atractiva. Con un final de impacto, El intérprete se divide en dos partes: Una inicial que es una suerte de comedia al estilo de los Hermanos Coen y a lo Jim Jarmusch, por su simplicidad para evocar el drama, mientras que la segunda ya es el drama en sí. Lo más áspero y denso con los testimonios de los sobrevivientes. Pero sin duda estamos rozando Apocalypse Now (1979), salvando las diferencias, aunque se entenderá por su desenlace el porqué de citar la película de Francis Ford Coppola. No obstante, aquí también hay un coronel Kurtz del cual solo se sabe noticias, se tienen fotos y testimonios, y la duda entre un ser humano común y un ser malvado. El final es lo más fuerte de todo. Una vuelta de tuerca que da a todo un matiz adicional. Sin buscar grandezas ni grandes pretextos épicos, termina con la misma naturalidad con la que empieza, tal vez si languidece un poco, pero deja pensamientos y sensaciones necesarias. Como abrir la puerta para ver lo que hay detrás y, aunque nos resistimos para no ver el horror del otro lado, sabemos que el monstruo está ahí, expectante.
Los protagonistas Georg Graubner (Peter Simonischek, “Toni Erdmann”) y Ali Ungár (Jirí Menzel), este último es viudo y su rostro está teñido de tristeza, inician un viaje por carretera a Eslovaquia, van conociendo otros personajes, surgen distintos contratiempos, situaciones divertidas y otras agridulces. Este recorrido emocionante por las vidas de estas personas es una roadmovie, que pese al dolor que pueden ocasionar algunas escenas, cuenta con una impresionante fotografía, actuaciones excelentes y su música acompaña generando buenos climas. Contiene material de archivo en blanco y negro, con imágenes duras, dentro de sus relatos nos encontramos con cuestiones de culpa, olvido, recuerdos, venganza, reparación y perdón, todo con un ritmo pausado, algunas secuencias tienen diálogos poco efectivos pero con final bien logrado.
¿Es más fácil afrontar el pasado para el hijo de un asesino que para el hijo de la víctima? ¿Es posible hacer una comedia dramática con esta pregunta? Más aún: ¿es posible imaginar un viaje conjunto entre el hijo de un matrimonio judío asesinado por los nazis y el hijo del funcionario nazi que ordenó esas muertes? Uno busca la tumba de sus padres. El otro quiere conocer los lugares que el funcionario recorrió en aquellos tiempos. "Mi madre los recordaba como los mejores años de su vida", comenta. Y, sí, el paisaje de Banska Bystrica, allá por Eslovaquia, es lindo. Los hijos ya son casi octogenarios, se conocen de casualidad y la vida les ofrece esta extraña experiencia. El primer diálogo entre ambos remata con sutil ironía. La música suena intrigante y melancólica por partes iguales. Al comienzo el viaje tiene su gracia, en particular cuando el más animoso de los viejos levanta a un par de señoritas masajistas bastante divertidas. Por ahí la más linda recuerda una anécdota de trabajo muy triste, pero se siguen divirtiendo. No ocurrirá lo mismo cuando se encuentren con dos viejos miembros de la Guardia de Hlinka, esto es, los paramilitares eslovacos que hacían el trabajo sucio. La infancia lejana, la crianza de los respectivos hijos (y el resultado), la infancia actual de una parte de Europa, el reconocimiento de culpas o la indiferencia, son asuntos que surgen sin discurso alguno, basta con verlos, a lo largo de la película. Que es buena, y pudo ser aún más incisiva. Actores, el austríaco Peter Simonischek, de la comedia "Toni Erdmann", y el checo Jiri Menzel, el mismo que dirigió "Trenes rigurosamente vigilados", "Mi dulce pueblito" y otras joyas del cine. Realizador, Martin Sulik, inicialmente inspirado en el libro "El muerto en el bunker", de Martín Pollack, sobre su padre miembro de la Gestapo.
Una curiosa película que indaga si es posible una relación entre dos hijos de la guerra, uno cuyo padre fue un alto oficial nazi y otro cuyos padres fueron asesinados por ese jerarca. Una situación puntual los confronta y luego, caprichosamente terminan juntos en un viaje de averiguación, de autoconocimiento, de verdades ocultas y reveladas. El realizador Martín Sulik, también guionista junto a Marek Lescák, en esta producción de capitales de Eslovaquia, Checoslovaquia y Austria, contó con dos grandes actores, Jiri Menzel (quien fuera director de “Trenes rigurosamente vigilados”) y Peter Simonischek (“Toni Erdmann”). El film pretende un delicado equilibrio entre los temas morales y las heridas que dejo el nazismo, el colaboracionismo, las culpas y la necesidad de justicia tan vivas muchos años después, y la necesidad de vivir a pesar de todo. Por un lado contrastan los personajes, el hijo del nazi, con un buen pasar, disfruta de los placeres de la vida. El intérprete es un hombre solitario, que amasó un propósito de venganza y que se encierra en sus costumbres rígidas. Lo que descubren ambos es una realidad que se comprueba todavía está impune: la colaboración local de civiles muchas veces feroz, que actuaban por interés porque se quedaban con los bienes de sus víctimas. Y los nazis que nunca se arrepintieron como el padre de uno de los protagonistas. Pero el paso del tiempo los protege. El compañerismo imposible se logra. Con un ritmo un poco lento, esa mezcla de situaciones triviales con verdades desgarradores esta bastante bien realizada aunque un giro final es definitivamente un paso en falso. Sin embargo la calidad del film no puede ponerse en duda por ese desliz.
Película para dos personajes, describe el encuentro entre un traductor jubilado y octogenario y el hijo de un nazi que pudo haber asesinado a sus padres. El primero quiere soltar su odio, anhela una venganza, el segundo, Georg (interpretado por el extraordinario actor de Toni Erdmann, Peter Simonischek) ha vivido intentando olvidarse del padre que tuvo. Sin embargo, después de la tensión inicial, deciden viajar juntos para investigar ese pasado. Un viaje que los irá transformando, suavizando sus radicalismos, mientras se conocen. Un film que no acierta todo el tiempo pero se crece como una especie de road movie en la que la culpa y la memoria se ponen en juego.
Coproducida entre los países de Eslovaquia, República Checa y Austria, "El intérprete" es un drama con algunos tintes de comedia, una road movie entre dos personajes que a través de un viaje van buceando entre sus historias personales y la de su familia y país. Un traductor judío llega a la casa de quien podría haber sido el oficial de la SS que asesinó a su padre. Fue un libro lo que lo llevó hasta allá y si bien en principio recibe rechazo del hijo del oficial, luego se verán ambos inmersos en un viaje en busca de respuestas. Las personalidades no podrían ser más diferentes. Uno es responsable y serio; el otro aprovecha para pasarla bien, conquistar mujeres y beber. Eso los llevará a tener unos cuantos desencuentros, idas y vueltas. ¿Es más fácil para el hijo de un asesino que para el hijo de la víctima?, misma pregunta que se hace la reciente novela de Joyce Carol Oates, "Un libro de mártires americanos" que si bien narra una historia diferente -el asesinato de un médico abortista que lleva al asesino a la cárcel y lo conduce a la pena de muerte- en cierto momento conecta a dos personajes, dos hijas, la del asesino y la del asesinado. Ungar y Graubner (interpretado por el actor protagonista de Toni Erdmann, Peter Simonischek) a la larga son dos hijos también. Hay una melodía de violonchelos que se repite constantemente en la banda sonora de la película y se siente invasiva, que subraya lo melancólico. Hay otros momentos musicales diferentes y se perciben algo extraños o descolocados, como que irrumpen un tono. Tono, justamente el film apela a un tono muy particular. Estamos ante una historia que podría haber sido un fuerte drama y sin embargo aparecen muchos momentos que descontracturan. En realidad la primera parte, más allá de su inicio incómodo, apela a un tono más relajado y es en la segunda parte que se torna más áspero. Más allá de la temática y la historia, "El intérprete" se desarrolla fuera de los circuitos de los lugares comunes y golpes bajos. La trama no deja de ser dura, pero porque la historia de esos personajes –en el camino irán conociendo diferentes historias a través de testimonios de varios sobrevivientes- lo es. Prolija, con varios buenos momentos, "El intérprete" es un sólido e interesante drama que intenta correrse de historias que fueron contadas muchas veces porque sin duda parece haber una necesidad innata de seguir repasando y reescribiendo quizás las historias que definen de dónde venimos. Aunque el resultado a veces es desparejo, sorprende con un final inesperado. Como dato de color, es la película que Eslovaquia envió a los próximos Oscars 2019.
“El intérprete”, de Martín Šulík Por Marcela Barbaro Luego de su estreno en el Festival de Cine de Berlín, llega a la cartelera argentina El Intérprete del directoreslovaco Martin Šulík (Gypsy; The garden). Inspirada en el libro The Dead Man in the Bunker de Martin Pollack, la película narra la relación de dos hombres mayores, vinculados por una tragedia en relación al nazismo, ante la cual irán en busca del pasado que los acerque a la verdad. Ali Úngar (interpretado por el director checo Jiri Menzel) tiene 80 años, es viudo y traductor. De pequeño perdió a sus padres durante el nazismo en manos de un oficial de la SS, a quien descubre a través de un libro que ha escrito. A pesar de su carácter introspectivo, va en busca de venganza y viaja hasta Viena para encontrarlo. Allí, lo atiende su hijo, Georg Grauber (Peter Simonischek), también solo y mayor, quien parece vivir muy bien de la jubilación como maestro de idiomas. Ante la acusación de Ali, Georg no niega los hechos, sino que se muestra consciente de los crímenes de su padre. Ese primer inicio desconcertante, tenso y dramático, se volverá una oportunidad para los dos cuando emprendan un viaje con el fin de investigar los hechos perpetrados por el padre de Georg. En el camino encontrarán testigos y documentación que verifique lo sucedido. El intérprete se construye, principalmente, como una road movie, donde el viaje es el medio para saldar cuentas pendientes, como una búsqueda interna en relación a lo perdido. La “aventura” de esa travesía se matizará con dosis de humor, que descomprimen la tragedia. Pero también, el relato se inscribe en las típicas “películas de amigos” o buddy films, en la que dos hombres con personalidades opuestas, en éste caso un austríaco simpático y desprejuicioso, y un checo serio y conservador, los junta el destino por un tema en común. Ambos comparten situaciones que los vinculan a partir de las adversidades que enfrentan a lo largo del viaje. Así, va naciendo una camaradería, que parecía imposible al inicio, y a la altura de sus vidas. Como si Sulik no se permitiese del todo tantos desvíos narrativos a la historia, agrega un componente documental en relación al tema histórico: desde una filmación testimonial de una sobreviviente al nazismo, hasta fotos reveladoras de la crueldad sobre la población judía. De fondo, el subrayado musical de un nostálgico leit motive,divide las secuencias. La elección de la dupla de actores, es uno de los grandes aciertos de El Intérprete, como el giro inesperado hacia el final, en el cual termina de revelarse la mirada del director eslovaco sobre la vejez, el peso de la culpa y la memoria. EL INTÉRPRETE The Interpreter. Austria, Eslovaquia y República Checa, 2018. Director: Martin Sulik. Guionista: Marek Lescák , Martin Sulk. Intérpretes: Anita Szvrcsek , Jirí Menzel , Peter Simonischek , Reka Derzsi , Suzana Mavréry. Director de fotografía: Martin Strba /Música: Vladimir Godár/ Montaje: Olina Kaufmanová. Duración: 103 minutos.
El intérprete (Timocnik) es la nueva película del cineasta eslovaco Martín Sulik, realizador de filmes como Neha, El jardín y Gypsy. No obstante, el dato más interesante de esta co-producción entre Eslovaquia, República Checa y Austria que llega a los cines argentinos, es que uno de sus protagonistas es Jirí Menzel, uno de los nombres claves de la Nueva Ola Checoslovaca, director de películas como Trenes rigurosamente vigilados, Un verano caprichoso, Mi dulce pueblito o Yo serví al rey de Inglaterra. La historia de El intérprete comienza cuando Ali Ungar (interpretado por Menzel), un hombre de unos 80 años, decide ir a buscar al responsable de la muerte de sus padres, al darse cuenta mediante un libro escrito por un ex oficial de la SS de que fueron asesinados por orden de este. Una vez llegado al lugar en cuestión, se encontrará con Georg Graubner (Peter Simonischek), hijo del oficial Graubner, quien le informa que este no se encuentra, debido a que está muerto desde hace años, y poco sabe de lo que hizo en vida, aunque no le son ajenas las actividades que realizó su padre durante la Segunda Guerra Mundial. Pese a no iniciar esta relación de la mejor manera, por razones evidentes, Georg decide posteriormente ir al encuentro con Ali y contratarlo, para realizar un viaje e investigar sobre el pasado de su padre. Una vez embarcados en el viaje, las personalidades contrapuestas de ambos no tardarán en hacerse notar; uno más serio, conservador, estructurado; el otro más alegre, liberal y despreocupado. Pese a los problemas que de esto puede devenir, parte de lo planeado lograrán llevarlo a cabo. SI bien en El intérprete Martin Sulik toca un tema muy recurrente, es interesante la propuesta en algún sentido, ya que, sin dejar de lado lo dramático que es propio de una historia como la abordada, en instancias la desvía al plano de la comedia, logrando una interesante cruza de géneros, que coopera en la fluctuación de la cinta durante su primera mitad. Las actuaciones de Menzel y Simonischek es otro de los puntos destacables, jugando desde ese suerte de contrapuestos, cada uno muy acertado en su lugar, así como la utilización de la música, el trabajo de fotografía, y la exposición de ciertos paisajes que ayudan a la hora de imbuirse en la historia. Quizás lo mas cuestionable sea que la extensión algo larga de la cinta se perciba de manera muy marcada por momentos, generando cierta desconexión con la trama, y que no todo lo referido al plano de lo humorístico funcione, siendo algunas situaciones recurrentes y oportunas, mientras que otras resulten poco atractivas. Por lo demás, El intérprete es una propuesta válida de ver.
El tema del nazismo mantiene una vigencia notable, pese a haber transcurrido más de setenta años desde el final de la Segunda Guerra. La cantidad de libros anualmente publicados a nivel mundial sobre sus diversas variantes (el conflicto bélico, el Holocausto, etc.) no muestra señales de agotamiento. Otro tanto ocurre con el cine, particularmente en países donde mayor fue la ferocidad nazi (Polonia, Hungría, la ex Checoslovaquia, la propia Alemania). El intérprete es la primera película del realizador eslovaco Martin Sulik que se estrena en Argentina. De sus diez largometrajes de ficción, la mitad la realizó en los 90. Hacia fines de la siguiente década pareció cambiar su orientación hacia el documental. En uno de ellos, conocido como 25 de los ’60. La Nueva Ola checoeslovaca, entrevista durante tres horas a la mayoría de los grandes directores de dicha generación (Milos Forman, Vera Chytilova, Vojtech Jasny, Ivan Passer, etc). También a Jiri Menzel, aquí nombrado separadamente porque tuvo además una importante carrera como actor. A sus 80 años, Menzel vuelve como Ali Ungar, uno de los dos personajes centrales de El intérprete. Valga señalar que se trata de una coproducción entre Eslovaquia, la República Checa y Austria, y que de este último país es Peter Simonischek, el otro protagonista de esta especie de road movie por los tres países señalados. Simonischek es sobre todo un gran actor teatral, aunque su increíble interpretación en Toni Erdmann (Marian Ade), presentada en el Festival de Cannes de 2016, le brindó reconocimiento mundial. Aquí compone a Georg Graubner, hijo de un temible oficial nazi. Un día, Georg recibe la visita de Ali. Portando una pistola para vengar la muerte de sus parientes judíos, el visitante se sorprende cuando el hijo le informa que su padre ha fallecido. Pero no termina allí la relación entre ambos ya que Georg, curioso por conocer más acerca de su padre, le propone a Ali (de profesión intérprete) pagarle para acompañarlo y traducirle la documentación y los relatos de posibles sobrevivientes en los lugares donde aquel sembró el terror. Durante el viaje en el auto de Georg se irán perfilando las casi opuestas personalidades de estos hombres, como cuando los acompañan dos mujeres más jóvenes. Allí el entusiasmo y la avidez del conductor contrastan con la reticencia de Ali, viudo desde hace varios años. Uno de los temas -casi podríamos decir “mitos”- del nazismo es aquí tratado con seriedad y profundidad. Ese tema es la postura de los descendientes de combatientes del Tercer Reich frente a las barbaridades cometidas por sus progenitores. Resultan sobresalientes las performances de ambos actores e incluso de secundarios como Zuzana Maurery (La maestra) y otros que son desconocidos en nuestro país. En el caso de Menzel es imprescindible recordar su prolífica carrera como realizador, empezando por Trenes rigurosamente vigilados, ganadora del Oscar al mejor film extranjero de 1967. Otras de sus obras notables son Alondras en un hilo, Mi dulce pueblito y Aquellos buenos viejos tiempos, todas estrenadas en Argentina. Sorprende la mediana calificación de los principales matutinos, asignándole un puntaje de 3 sobre 5, e incluso la decisión de algunos de ellos de no publicar la crítica el día mismo del estreno. Es interesante finalmente señalar la recurrencia y vigencia del tema central del film, que aparece en otras buenas producciones recientes de países de Europa del Este como 1945, Ida y alguna programada en el actual 5° Festival de Cine Polaco.
Ali Ungar llega a Viena con un propósito, matar a un ex oficial de las SS que asesinó a sus padres durante la guerra en Eslovaquia. Traductor de ya 80 años, un material literario del militar le revela la verdad. Pero la persona que abre la puerta de la casa de Gruber le dice cáusticamente que el hombre murió y que sus víctimas fueron cientos. Ungar sabrá después que quien le abrió la puerta es el hijo del ex oficial nazi, un profesor retirado que no lo conoció demasiado. La llegada del profesor a Bratislava y la invitación que hace al traductor para recorrer lugares de Eslovaquia en los que actuó el militar llaman la atención de Ungar, que es contratado como intérprete en ese extraño viaje a lo desconocido. Lo que se inicia como una decepción ante la imposibilidad de venganza, se convierte, ante una propuesta un tanto inverosímil, en una road movie donde se juntan dos personalidades antagónicas, pero que confluyen en un sufrimiento común. Aunque Georg disimule con su exaltación por la vida y las mujeres la angustia que oculta, la memoria doliente de hijos de víctimas y victimario tienen una raíz común. DESPAREJO DESARROLLO "El intérprete" se convierte, luego de los primeros minutos, en una historia que se desarrolla, en su primera parte, en una línea convencional, donde se apela al humor para contrarrestar el drama latente. La poca fuerza del guion impide una necesaria profundización y la aparición de las masajistas en la ruta o la solitaria señorita del hotel son lugares comunes que derivan la intriga hacia lugares ya conocidos. La segunda parte se compromete más y enfrenta figuras que vivieron parte del pasado en Eslovaquia oficiando de testigos, a los que el dolor y el tiempo los obliga a rodearse de un conveniente silencio. La estupenda actuación de los protagonistas Robert Simonischek ("Toni Erdmann") y Jiri Menzel, y el director checo de brillante trayectoria (premiado con el Oscar por "Trenes rigurosamente vigilados") salvan la película, que amenaza con desbarrancarse con un recurso casi guiñolesco poco antes del final.
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"¿Qué es peor, el hijo de una víctima o el hijo de un asesino?". Esa es una de las líneas de "El intérprete" y la que guía esta película de origen eslovaco estrenada en el pasado Festival de Berlín. Uno de los dos personajes protagónicos es Ali, un hombre de 80 años que descubre un libro escrito por un ex oficial nazi que mató a sus padres durante la ocupación alemana de la ex Checoslovaquia. Decidido a tomar una revancha viaja a Viena a buscarlo, pero allí se encuentra con Georg, hijo del ex nazi, otro hombre ya mayor que está avergonzado del pasado de su padre fallecido. Sin embargo Georg le propone que lo acompañe como intérprete a los lugares en los que su padre cometió sus crímenes. A pesar de las evidentes razones para rechazar a Georg, Ali acepta iniciar ese recorrido. El resto del filme es un viaje entre el presente y el pasado en el que se muestran el daño que provocó el nazismo y que aún sale a la superficie. "¿Sabe qué se siente vivir con miedo de que algo así vuelva a pasar?", le dice la hija de Ali a Georg cuando descubre el pasado de Georg, un hombre al que todos apuntan como el culpable de una tragedia que marcó a dos generaciones y que el director describe en profundidad, sin golpes bajos y con un poco de humor.
DESCIFRAR LO ELÍPTICO “¿Qué queda por hacer cuando ya no eres capaz de vivir?”. Punzante como una brasa que dejó su huella en la piel, la reflexión surge en medio de una charla sobre la vida familiar de Georg desnudando una serie de culpas, dolores y ausencias no sólo suyas, sino de todos los personajes ligados directamente o no con la crueldad de la Segunda Guerra Mundial y, al mismo tiempo, contrarrestándolo con una gran pulsión de vida en un viaje iniciático para descubrir el pasado, la historia y la identidad propia. De hecho, Martín Sulik contrapone estos dos aspectos de forma permanente ya sea en la contrucción narrativa, de las personalidades de ambos y hasta en la música. La primera parte de la película subraya las diferencias de los hombres: uno serio, reservado de su intimidad y más estructurado; el otro jovial, abierto en mayor medida respecto a la vida privada y que busca disfrutar de los placeres del alcohol y de la compañía femenina. Incluso, Alí Ungár sigue trabajando como traductor –le deja en claro que cobra 100 euros por día y que quiere camas separadas– mientras que Georg Graubner es un docente de idiomas jubilado. Sin embargo, comparten la necesidad de recomponer un pasado elíptico paternal, sobre dónde fueron enterrados o dónde estuvo durante la guerra que sólo se atañe en el presente a un libro escrito por el comandante de las SS Kurt Graubner sobre la época que estuvo en Eslovaquia –objeto mediante el cual se conocen– y varias cartas con detalles de ese momento enviadas a Georg y a su madre. La segunda, en cambio, profundiza los sentimientos más recónditos tanto de los protagonistas como del resto de los personajes volviendo a El intérprete un poco más oscura, densa y, por momentos, demasiado solemne. Además, se ahondan otros niveles del vínculo entre ellos asemejándolos gracias a la combinación del peso de la historia, la forma de cada uno de relacionarse con el mundo y la vejez. Por tal motivo, las escenas que antes rompían con la carga temática adquieren tonalidades crudas hacia el final. Por ejemplo, al comienzo Georg lleva en el auto a dos chicas masajistas de un spa. Durante el viaje –que conduce una de ellas– salen a la luz algunas situaciones difíciles pero se prioriza la comicidad y el juego, incluso, él acepta la invitación para meterse a la pileta y Ungár se queda a un costado observándolo en el agua y cuando le hacen masajes. Mientras que el encuentro del docente en la barra del hotel con una joven a la que siempre dejan revela un punto de inflexión de su manera de desenvolverse. Esta misma lógica se replica en el empleo musical compuesto con un leitmotiv de violines que refuerza, a veces, exageradamente, los tintes dramáticos solo interrumpidos por los registros de testimonios de algunos sobrevivientes o por melodías breves que buscan resignificar las diferentes sensaciones de culpa de cada caso como el cd en el auto, la música del casamiento en el hotel o el parlante del hombre en bicicleta en una ciudad dormida. Las pulsiones de vida y de muerte no dejan de entrecruzarse en la búsqueda constante de respuestas para completar pasados ausentes e identidades fragmentadas que inicia como un trabajo pero que, con el correr del tiempo modifica su curso porque ellos ya no son los mismos y logran pararse de otra manera frente a las emociones y a los nexos con los demás. Un legado familiar que empieza a trastocar los muros, los idiomas, las distancias y todo distanciamiento anterior para enfrentar los tormentos propios y liberarse. Porque, a final de cuentas, el hijo de un asesino y de las víctimas atraviesan fantasmas comunes: el desconocimiento y el hambre de justicia. Por Brenda Caletti @117Brenn
Pasaron muchos años ya, pero las esquirlas que dejó la Segunda Guerra Mundial todavía lastiman en el recuerdo de quienes la sufrieron, directa o indirectamente. De sanarlas o curarlas un poco, acaso, es el tema de esta película coproducida por Eslovaquia, República Checa y Austria. El realizador Martín Sulik se propone reflexionar sobre el conflicto bélico desde un punto de vista muy especial, priorizando la memoria, los sentimientos y la comprensión. Aunque, justamente para llegar a ese instante se debe transitar por diferentes momentos, básicamente tristes. Algunos más y otros menos dolorosos. Para descubrir y analizar desde otro ángulo ese nefasto suceso ocurrido en Europa, el director recurre a una historia simple, desde el planteo estructural del guión cinematográfico, pero, durante el desarrollo del film alterna momentos distendidos para oxigenar un poco la historia, con otros de una importante crudeza y profundidad desde la concepción filosófica. Ali (Jiri Menzel) es un hombre de ochenta años, trabajó de intérprete y, en un libro, leyó que un ex-oficial de las SS alemanas, estuvo de operaciones militares en Eslovaquia. Entre esas actividades asesinó a sus padres. A raíz de esa revelación necesita vengarse. Decidido llega al domicilio del nazi, pero en vez de encontrarlo a él lo recibe su hijo Georg (Peter Simonischek), jubilado docente de setenta años, diciéndole que su padre murió hace mucho tiempo. Ali precisaba conocer la verdad y enfrentar al victimario de sus progenitores. Inesperadamente Georg quiere ayudarlo en su búsqueda porque alega no haberlo conocido lo suficiente, y ambos siguen las pistas de las fotos y cartas que tiene guardadas el profesor. En esa aventura, relatada como una road movie, se embarcan dos hombres mayores, uno serio, concentrado, metódico y taciturno, y el otro alegre, díscolo, distendido y extrovertido. Los separa la religión, el carácter y, fundamentalmente, el pasado familiar, pero los une un ex-agente de la Gestapo. Durante el viaje en auto, mientras reconstruyen el recorrido del ex-militar, recogen testimonios de los propios testigos o personas involucradas de algún modo, en esos lugares y tiempos difíciles. Martín Sulik maneja con precisión los climas, diálogos, secuencias, etc. de manera clásica, sin sorpresas. Pero a la narración le sobran unos minutos, gracias a la reiteración de algunas escenas, para remarcar la capacidad de diversión y lo bien que la está pasando Georg en distintas situaciones. Esto le quita agilidad y dinamismo al film. Hay veces que saber sintetizar es más valioso que describir cada detalle pormenorizadamente. De recorrida andan ellos para saber la verdad, y para conocerla tienen que estar preparados psicológicamente. Resta saber si alguno de ellos lo está y lo soportará sin sufrir las consecuencias.
Un anciano busca venganza contra un jerarca nazi; se encuentra con el hijo del verdugo, también anciano y que siempre eludió al padre. Ambos tratan de reconstruir una historia y se transforman en amigos en el camino. La película habla de un hecho terrible, pero también -y esto es lo más valioso- del sentido humano del paso del tiempo. Los actores (ahí está el también director Jiri Menzel) le otorgan al film una simpatía notable que nos permite acompañar el cuento.