Iraní que viaja a París para reencontrar a ex pareja para firmar los papeles de divorcio. Bérénice Bejo interpreta a la nueva concubina de Tahar Rahim (el actor francés de Un Profeta), a quien venimos viendo en cuanta realización cinematográfica se presente en competencias (también en Grand Central). La unión se ve marcada por un sospechoso intento de suicidio por parte de la esposa de este último, elemento sobre el cual el filma gira constantemente. Bérénice esta vez habla y grita (bastante), a diferencia de El Artista, donde apenas alcanzaba a hacer muecas gentiles y bailar. El cine de Asghar Farhadi, con su anterior La Separación, plantea similitudes en cuanto a los relatos familiares y conflictos maritales, familias que se vuelven disfuncionales aunque, en este caso, no hay connotaciones geográficas o étnicas. Sumados a la presencia de una hija conflictiva que tiene algo que confesar, la trama va y viene entre dos polos, y nunca terminamos de comprender el real interés de continuar una relación, tapar cierto vacío o comenzar una relación nueva. A años luz de La Separación, El Pasado se centra en un personaje que entra en acción para no hacer casi nada durante todo el film...
Un cáliz de amor. Las disrupciones familiares y los pequeños cataclismos hogareños han estado presentes en el cine de Asghar Farhadi desde sus inicios. En una jugada profesional muy inteligente, el iraní comenzó su carrera recurriendo a la “estrategia Akira Kurosawa” en pos de occidentalizar su producción, por lo que se apartó de las bazofias insustanciales con las que su país inundó -durante la década de los 90- el mercado festivalero facilista y el ámbito internacional de propensión arty. El director decidió combinar el naturalismo descarnado y los clanes conflictivos de John Cassavetes con cierta estructura y/ o detalles del suspenso más sutil, en su versión Nouvelle Vague (por lo general encontramos dosis iguales de verborragia a la Claude Chabrol y una minuciosidad humanista símil François Truffaut). Su regreso, luego de haber ganado el Oscar a mejor película extranjera con la extraordinaria La Separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011), lo encuentra reincidiendo en sus tópicos habituales aunque volcando la balanza hacia el drama minimalista, en lo que podríamos leer como una necesidad de mantenerse en su “zona de confort” pero con la intención de profundizar sobre algunas aristas específicas. Si bien El Pasado (Le Passé, 2013) continúa en la línea conceptual centrada en una serie de realidades paralelas que amenazan con derivar en una convergencia con destino de colapso, en esta oportunidad el misterio por detrás del accionar de los protagonistas no lo es tanto y el relato está más focalizado en el desarrollo de personajes y sus determinaciones ante el entorno paradójico que les toca vivir. Cuando Ahmad (Ali Mosaffa) llega a París para firmar su divorcio con Marie (Bérénice Bejo), casi de inmediato termina en medio de un huracán psicológico en el que sus hijastras no ven con buenos ojos la relación de la mujer con Samir (Tahar Rahim), un hombre cuya esposa se encuentra en coma a raíz de un intento de suicidio. Una vez más el cineasta brinda información relevante con cuentagotas y se preocupa por el trasfondo de cada uno de los miembros de la familia: el trabajo, la educación, el cariño y las eventualidades de antaño construyen una cosmovisión particular que choca con la del prójimo. De hecho, aquí la posibilidad del olvido funciona como un cáliz de amor por el que pugnan seres multidimensionales en plena búsqueda de una “solución negociada” a sus rompecabezas. Como si se tratase de una exégesis terrenal del existencialismo barroco de Michelangelo Antonioni, Farhadi redondea un drama de cámara cargado de una enorme riqueza sensorial, capaz de alejarse del contexto profundamente iraní de A Propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009) con vistas a universalizar aún más un planteo interesante en el que se cuestiona la responsabilidad individual, los límites del afecto, la irreversibilidad del tiempo, el vínculo concreto que nos une al resto y las consecuencias varias de una dialéctica de las pasiones por demás compleja. Por debajo de la máscara de la disolución social o romántica, cruza un río sereno en el que el perdón está empardado con el respeto y la gratitud: a pesar de que el realizador no llega a superar su opus anterior, hoy nos ofrece una obra bella y muy lúcida…
Acento extranjero. El pasado no es una taxonomía temporal para definir lo acontecido sino la carga de sentimientos y vivencias que nos asolan como fantasmas inquiriendo sobre las decisiones y las experiencias que nos forjan como sujetos sociales. Asghar Farhadi, el director iraní de La Separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011), regresa exitosamente con una historia sobre la desintegración de los sentimientos y los dramas familiares a través de un grupo de inmigrantes iraníes en Francia. Tras una dolorosa separación, Ahmad (Ali Mosaffa) decide volver a Francia después de mucho tiempo para completar el proceso judicial de divorcio iniciado en su ausencia por Marie (Bérénice Bejo). La necesidad de terminar legalmente la relación contrasta con la complicidad entre la ex pareja y el drama que va desarrollándose sin tregua entre Marie y su nuevo compañero, Samir (Tahar Rahim), cuya esposa está en coma tras un intento de suicidio y cuyo hijo da claras señales agresivas de descontento. El regreso de Ahmad y la hostilidad de la hija mayor de Marie, Lucie (Pauline Burlet) complican aún más la relación con Samir en una tragedia que solo parece conducir a la desdicha y la infelicidad. Farhadi narra con maestría un pasado del que no se quiere hablar pero que siempre está presente y no permite avanzar a los personajes. Atrapados en sus fracasos, los protagonistas son incapaces de ver el presente o vislumbrar un posible futuro. La obra transita en todo momento la tensión entre la crudeza de las consecuencias de la desidia y los rencores del pasado y la necesidad de olvidar y perdonar para poder sobrellevar una vida que recorre los caminos del odio y la reconciliación, en un diálogo cuya búsqueda de la verdad puede liberar de la culpa o desatar un infierno de sentimientos encontrados, desgarradores e insoportables.
Secretos y mentiras Asghar Farhadi filma en Francia. A pesar del cambio radical de idioma, actores y territorios, la película permanece fiel a su filmografía, con un guion de múltiples capas y una magistral dirección de actores. El pasado inscribe al noir sentimental característico de su obra en una tradición realista francesa cercana al universo de Claude Sautet y Maurice Pialat. Luego de varios años de separación, Ahmad llega a París desde Teherán para regularizar su divorcio con Marie. Instalado en la casa de Marie, el visitante descubre las relaciones explosivas entre ella, su hija mayor y el hijo de su nueva pareja. Ahmad intenta apaciguar la cadena volcánica de conflictos desde su lugar de observador venido del exterior (bien podría ser el propio director contemplando su país de adopción). Como en sus anteriores películas, Farhadi arma pacientemente una historia con varios fondos en los que cada protagonista revela inesperadas facetas de su personalidad. El cineasta construye un enredado campo de tensión entre el malestar porla cohabitación de los dos hombres y la incómoda posición de Marieen en el medio de ambos. Los secretos y mentiras flotan en el aire y el espectador debe componer y recomponer una realidad llena de falsas apariencias en la que el principio de la verdad se diluye. La tensión crece de a poco, la pasión guía a cada uno de los personajes, los gritos y los llantos rompen el silencio. La película nos conduce a través de pistas falsas con una inteligencia extraordinaria hasta llegar al final en un torbellino de emociones y suspenso. Algunos volverán a reprochar que Farhadi sobrescribe sus historias o que está muy atado a un guión con efectos, máscaras y giros psicológicos. Tal vez tengan razón. De cualquier modo, es un placer dejarse manipular por un cineasta que posee tanto talento para el folletín como intensidad para la tragedia.
Con un modo muy sutil, entendemos desde la primera escena, la incomunicación que existe entre los personajes. Ahmad, viaja de Teherán hacia París para divorciarse de Marie. Ella, vive en los suburbios con sus dos hijas (de una relación anterior) junto a su actual pareja y su hijo. Mientras todos conviven por un tiempo bajo el mismo techo, los secretos dejarán de permanecer en las sombras para volverse más confusos y laberínticos. El director iraní Asghar Farhadi en esta nueva producción optó por rodar fuera de su país con los actores Tahar Rahim (El Profeta), la actriz Bérénice Bejó (El Artista) y, nuevamente, Ali Mosaffa (La Separación). En esta película, El Pasado (Le Passé), retoma los conflictos y relaciones en el núcleo familiar. En su anterior cinta, La Separación, una serie de situaciones comunes se convertían en problemas complejos y sin salida aparente, en el matrimonio compuesto por Nader y Simin, pronto a divorciarse. Asghar Farhadi retoma, en El Pasado, el núcleo familiar y su crisis interna. En la película A Propósito de Elly, también refleja un conflicto en una relación de pareja pero donde un grupo de amigos figuran como representación familiar. En este film, Ahmad es el pasado, su irrupción en el presente de Marie solo trae conflicto y verdades así no sea su objetivo. Ahmad, en su voluntad de poner paños fríos, solo empeora las relaciones en ese intento de familia. Porque desde un principio, esa pequeña comunidad que conforman no se sostiene sobre sólidas bases. Y la casa que reúne a los personajes tiene el mismo aspecto de quienes la habitan. Todo está en estado de desmoronamiento, fragilidad y delicadeza pero no soportará una nueva tormenta.
Una familia para desarmar Las familias ensambladas son el hilo conductor que atraviesa el universo de El pasado, tercer opus del realizador iraní Asghar Farhadi (La separación, 2011) y nuevamente la inocencia infantil y la mirada de los niños marca el pulso dramático de esta historia de descomposición que tiene por protagonista a Marie (Bérénice Bejó), quien pide a su actual esposo Ahmad (Ali Mosaffa) que viaje de Teherán hacia París para firmar formalmente el divorcio debido a que ella busca recomponer su familia con una nueva pareja, Samir (Tahar Rahim), un joven dueño de una tintorería cuya esposa se encuentra en estado vegetativo. Samir tiene un hijo, el pequeño Fouad (Elyes Aguis) que vive con Marie y sus dos hermanastras, una adolescente llamada Lucie (Pauline Burlet) y la más chica Léa (Jeanne Jestin). Ambas soportan las convulsiones afectivas de su madre y sus intrincados escarceos con los hombres sin conocer en realidad qué lugar representan en ese escenario de guerra permanente más allá del rol de hijos tanto biológicos como no biológicos. Lo cierto es que en el instante que Marie decidió darle una oportunidad a Samir en su vida, el pasado de sus anteriores fracasos de pareja parece golpear a su puerta y hacerse presente con la llegada de Ahmad, víctima en cierta forma de las decisiones extremas de Marie que lo involucra en el ojo de la tormenta cuando comienzan a desmoronarse todas las coartadas afectivas o extorsiones a partir de la culpa y salen a la luz secretos que la comprometen y que cambian el punto de vista de Ahmad frente al panorama de desintegración familiar del que es testigo. El guión de El pasado despliega varias capas narrativas y funciona como un mecanismo de relojería cuasi perfecto, en el que cada pieza encaja en un verosímil dramático de gran intensidad sin golpes efectistas y ceñidos a las emociones humanas por sobre todas las cosas. El realizador iraní, al igual que en su anterior film La separación, no apela al juicio moral de sus personajes a partir de sus actos sino que pretende comprender sensiblemente la espesura de la existencia humana cuando está en juego nada menos que la búsqueda justificada de la propia felicidad a expensas del dolor ajeno. Más allá de tratarse de un cuadro social que hace foco en las nuevas composiciones de familias, surcadas por la urgencia de los adultos de construir núcleos sólidos tomando lo que se tiene a mano cuando en realidad nada se tiene tan a mano, la idea rectora de la película consiste en las resonancias conflictivas sobre los entornos y en las grietas que esos trastornos generan en los eslabones más débiles de la cadena. El punto de vista de los niños, sumado al del extraño que llega a París, permite al director iraní marcar la distancia necesaria para no contaminar su relato y aparecer bajo una mirada menos sesgada desde el punto de vista sociológico. La sensación de desamparo la transmite el rostro compungido del pequeño Fouad, quien muchas veces es tratado por Marie como un adulto cuando se trata nada más que de un niño; la falta de madurez de una madre como ella la refleja la combativa y rebelde Lucie, quien sacude las apariencias simplemente porque no soporta las hipocresías y mucho menos la culpa por ser frontal con sus sentimientos. De sentimientos rotos y de las estrategias para recomponerlos o al menos transformarlos se trata El pasado, un relato de corte realista, crudo y sin recetas mágicas, que seguramente deje abierto el debate en un contexto donde cada vez es más habitual encontrarse con familias ensambladas como esta.
Hay quienes afirman que la base de nuestra personalidad se fija y se afirma durante los primero años de vida. Todas las experiencias vividas, tanto negativas como positivas, van construyendo un complejo entramado que luego determinará cómo somos en nuestro presente y futuro. El pasado es aquel lugar al que se acude para poder comprender algo de la realidad y del presente. Aunque a veces lo efímero de los recuerdos y lo inasible de viejas historias hacen que uno más que rememorar sólo recree algo y con cierta “selectividad”. A los personajes de la película “El pasado” (Francia, 2013) les pasa algo con sus vidas o les pasó y con un presente agobiante y desesperante, el director Asghar Farhadi (“Una separación”) comienza a bucear en los personajes para tratar de comprender más que su personalidad sus intencionalidades (actuales y pasadas). Así el premiado filme inicia con una Marie (Bérénice Bejo) a punto de divorciarse del recién llegado a París Ahmad (Ali Mosaffa), en una casa corroída por el tiempo, con señales del paso de los años y que más allá de los intentos por reconstruirla nada bueno se ha logrado con ella, ni nada bueno se alberga dentro de ella. Marie, una farmacéutica que convivió en muchas oportunidades con diferentes hombres (más allá de Ahmad) tiene dos hijos propios, Lucie (Pauline Burlet) y Léa (Jeanne Jestin), y también criar a Fouad (Elyes Aguis), hijo de Samir (Tahar Rahim), su actual pareja (que a su vez está casado con una mujer otrora depresiva y que actualmente se encuentra en estado de coma). La llegada de Ahmad a París y a la casa, que vuelvo a señalar, se encuentra en condiciones inhóspitas, brindarán el hermético escenario en el que las pasiones y resentimientos comenzarán a reflotar algunos fantasmas del pasado y develará algunos oscuros secretos que repercutirán de manera directa sobre todos los habitantes del hogar. La construcción de los personajes, algo que Farhadi sabe realizar con maestría, se despliega a lo largo de la duración del metraje de la película, que con un ritmo lento y pausado se detiene en detalles y pormenores que quizás pueden parecer banales en una primera lectura (los arreglos de la vivienda, por ejemplo), pero que hablan y cuentan a gritos algunas verdades necesarias para comprender el presente de Marie y su relación con los hombres y con Lucie, su hija adolescente. Justamente con ella, con una personalidad contrastante y desafiante, es con quien verá impedida su capacidad de relacionarse desde el amor maternal, generando discusiones y roces que sólo sabremos al comenzar el avance de la acción del verdadero motivo de las disputas. Farhadi logra no sólo conmover con una historia que habla del multiculturalismo y las relaciones sociales en la actualidad, sino que puede lograr hacernos entrar en esa casa familiar hasta el punto de ser uno más en su cotidianeidad y peleas. Este es el mayor logro de “El pasado”. La puesta en escena y la elección de planos para narrar los acontecimientos también es acertada, aunque se puede criticar cierto regodeo y prolongación en la muestra de situaciones que bien podrían plasmarse de otra manera, pero que también suman a la angustia que genera el filme en general. Intensa, íntima, agobiante, honesta, “El pasado” es un filme que no da tregua y que sustenta su verosimilitud en las excelentes actuaciones de Bejo, Aguis y Mosaffa, el trío “maduro” del filme.
En su tercer largometraje, el iraní Asghar Farhadi, célebre a partir de la recordada La separación, vuelve a ubicar a la pareja y a la familia como centro del relato y como máscara para más de una analogía. Otra vez la visión de los niños/hijos como el equilibrio de puja, y cierto desamparo de los adultos abogados a sus propios asuntos sentimentales, que en definitiva también los atañen. La problemática esta vez parecen ser las familias (mal) ensambladas. Ahmad (Ali Mossafa) debe viajar de Teheran a París a pedido de su (ex) esposa para firmar los papeles del divorcio que le permitan a ella, Marie (Bérénice Bejó) formar una nueva familia con Samir (Tahar Rahim). Al llegar a este nuevo país, Ahmad deberá quedarse unos días en casa de Marie, sirviendo la última gota a un vaso que ya estaba rebalsado. El hombre observa desde el afuera (y no tanto), que el mundo de su ex pareja hace eclosión entre tratar con las dos hijas que tiene con él, y el hijo que Samir tuvo con su esposa actualmente en estado comatoso. El pasado parece basarse en las miradas ajenas, en el tercer punto. Ahmed observa la frágil relación de una familia que ya no es la suya, y los hijos (en especial una de las hijas) ven el extraño comportamiento de Marie para con Ahmed y Samir, creando aún más conflictos. El Pasado es el primer film de Farhadi realizado fuera de su país, en Francia, y eso pareciera reflejarse en el resultado. Ahmed es un israelí que viaja a Francia y observa el comportamiento de ese país desde el afuera, un país con comportamientos al que pareciese no poder/querer amoldarse. Como ya se hizo costumbre en su cine Farhadi compone varias capas de relato, manipula al espectador, lo lleva y lo trae, y lo va metiendo de este modo cada vez más en el relato. Tenemos un típico drama francés en la relación de Marie con los jóvenes, y una historia más intimista (el que predominó en los anteriores films del director) en el personaje de Ahmed que funciona como un espejo, como si quisiese hablar de sí mismo. Esa composición de varios elementos que complementan Farhadi la realiza armoniosamente y sale más que airoso; es un mecanismo de caja china, de emociones muy potentes, que encaja perfectamente sin fisuras. Pero el film se reciente en sus 130 minutos de idas y vueltas, tanta manipulación y compromiso que se le solicita al espectador termina agobiándolo y en un punto, sobre el final, el interés tiende a dispersarse. Farhadi parece haber tenido alguna dificultad en encontrarle un nudo resolutivo a todo lo que quiso contar; no obstante, si bien llevará tiempo, todo cerrará sin aberturas. El pasado es un film irregularmente perfecto, con grandes hallazgos narrativos e interpretativos, con un soberbio manejo de imagen. Pero como en toda familia ensamblada, por más que las piezas se acoplen y se integren, no dejan de pertenecer a orígenes diferentes, llegar al cause común no es tarea sencilla, Asghar Farhadi da muestra de ello.
Caer por el peso de un guión excesivo A diferencia de La separación, esta película del ganador de un Oso de Oro en Berlín y el Oscar a la película extranjera opera con una acumulación de hechos que, más que atraer, se convierte en un rompecabezas al que le terminan sobrando piezas. Con La separación (2011), el iraní Asghar Farhadi (Isfahan, 1972) conoció su consagración internacional. La película –que no era la primera suya, sino la quinta– empezó ganando el Oso de Oro en Berlín, a fines de año aparecía en casi todas las listas de las mejores de la temporada y en marzo siguiente ganó el Oscar al Mejor Film Extranjero. Organizado según la figura del espiral, ese film arborescente planteaba al espectador una serie de dilemas, que no dejaban de reproducirse. Y que eran, a la larga, irresolubles: eso hacía de ella, en algún punto, una película-límite. En términos de tema y, en cierta medida, de estructura y planteo de problemas, El pasado –siguiente film de Farhadi, presentado en Cannes 2013– guarda lazos inocultables con La separación. Pero ahora no se le ofrece al espectador un rompecabezas ético para armar o desarmar, sino uno que ya viene armado y empaquetado. Y en el que aparecen piezas que al comienzo no estaban. El disparador es, otra vez, el divorcio de una pareja. Marie (la argentina-francesa Bérénice Bejo, ganadora de la Palma de Oro a Mejor Actriz por este papel) ha pedido a su ex marido, el iraní Ahmad (Ali Mosaffa), que se venga a París, para firmar los papeles de divorcio. Aunque para evitar problemas Ahmad amaga ir a un hotel, Marie lo convence de que, tratándose de unos días, no hay drama con que se quede en su casa. “No hay drama”, suena más que irónico, teniendo en cuenta lo que sucederá de allí en más. Marie vive no sólo con las dos hijas de su primer matrimonio (Ahmad es su segundo marido), sino con su nueva pareja y el pequeño hijo de éste. Hechos de los cuales el recién llegado se desayuna de golpe. Bastante forzada (por el guión) resulta ya la convivencia entre quienes se están por divorciar, que además debe sumársele la previsible batalla de machos entre Ahmad y Samir (Tahad Rahim, protagonista de Un profeta) y la existencia de dos hijos problemáticos, a falta de uno (Fouad, el de Samir, parece dispuesto a tirar la casa abajo; la adolescente Lucie vive desapareciendo). Last but not least, la anterior pareja de Samir está en coma, tras un intento de suicidio, motivado según parece por el hecho de que aquél la dejó por Marie. Cartón más que lleno. Debe reconocerse que Farhadi narra este superculebrón con contención, cierto distanciamiento y un tempo pausado. Tanto que no lo parece. Funciona un poco como el propio Ahmad, que asumiendo el rol de mediador se la pasa tratando de que las cosas no desborden. Marie es, en cambio, un personaje mucho más complejo e indiscernible. Se abruma ante un cuadro familiar que la supera. Como queda a la vista en la escena en la que persigue por toda la casa a los dos más chicos, a los que, totalmente sacada, zamarrea violentamente. Pero Marie también esconde secretos, sentimientos de culpa, alguna que otra posible manipulación. ¿Como Farhadi? No puede dejar de apuntarse que Bérénice Bejo, que en El artista parecía poco más que un bonito muñequito móvil, se entrega a su personaje con técnica y corazón, exhibiendo un rango dramático amplísimo. Ahora bien, lo que en La separación se resolvía cinematográficamente, con una carga de verdad que la hacía parecer casi un documental, aquí cae, en más de una ocasión, en el teatro filmado. Teatro filmado, no tanto por el encierro entre cuatro paredes ni la preeminencia de la palabra –aspectos que perfectamente pueden trabajarse desde lo cinematográfico–, sino al peso de lo escrito en el guión. Que no sólo lleva a poner acciones y sentimientos en palabras, sino que además impone soluciones forzadas a la puesta. Véase, por ejemplo, la escena en que Ahmad reprocha a Marie una organización maquiavélica de los acontecimientos. Faceta de Marie que guarda muy poca relación con lo visto, con lo cual el espectador queda en ascuas. Ni qué hablar cuando a puro golpe de guión, en el tercer acto se devela El Gran Secreto, que pone el tablero entero patas arriba, con total arbitrariedad. Otro “golpe de guión”: el remate de la película. Que no sólo quiere resolver todo lo planteado en más de dos horas con una última baraja salida de la manga, sino que además esa baraja –que se juega semitapada, o tapada del todo– no define en verdad el juego, como se quiere hacer creer, sino apenas una mano. Si es que la resuelve.
El director iraní de “La separación” vuelve con otra pareja en proceso de agonía. Con La separación, el iraní Asghar Farhadi demostró una veta distinta a la que el cine de su país, con Abbas Kiarostami, Jafar Panahi y Mohsen y Samira Makhmalbaf a la cabeza, nos tenía acostumbrado. Su película era claramente más “occidental”, y hasta ganó el Oscar a la mejor película hablada en idioma extranjero. Otra separación, ahora, lo regresa a la cartelera argentina. Ya no hay un trasfondo político, nada transcurre en Irán sino en Francia, pero hay otra pareja en proceso de agonía. Aquí, Marie (la argentina Bérénice Bejo, de El artista, y ganadora del premio a la mejor actriz en Cannes por este filme) pide a Ahmad (Ali Mosaffa) que viaje desde Irán para terminar con los papeles de divorcio. Su ex marido llega y ella en vez de conseguirle alojamiento en un hotel, le dice que se quede a dormir en su casa. Vive con dos hijas de otras dos distintas ex parejas, y -aquí la extrañeza de él- con otro hombre y su pequeño hijo. Esto desconcierta un poco a Ahmad. También el hecho de que la hija mayor se quiera ir del hogar. Y habrá más sorpresas en la trama que no conviene adelantar. Las barreras culturales eran un tema que, se intuía, iban a estar presentes en el filme. Farhadi sigue demostrando que la dirección de intérpretes y los diálogos son un fuerte en su haber. Tal vez todo un costado telenovelesco le juegue un tanto en contra, pero cuando los personajes principales -todos- exploten, el asunto no se le irá de las manos. Los conflictos que no se resolvieron en su momento, y la sensación de que se pudo salvar lo que no se salvó, y el remanido asunto de “qué hubiera pasado si...” campean por la trama, a la que el realizador parece abrir en demasiados frentes. Esto es notorio cuando en el tramo final, y no vamos a contar nada, el eje principal gira y Farhadi se olvida de una historia para interesarse por otra. La película abre con casi una alegoría. Marie y Ahmad se reencuentran e intentan, en vano, comunicarse, a través de un cristal en el aeropuerto. Aún no sabemos que están separados, creemos que son marido y mujer. Es que Marie, Ahmad, Lucie, la hija mayor (gran performance de Pauline Burlet) y Samir (la nueva pareja, interpretado por Tahar Rahim, de El profeta) están como al borde de un colapso sentimental. Y si no todo tiempo pasado del título fue mejor, es ese pasado el que limita y delimita a los protagonistas de esta historia sensible, por momentos sensiblera, pero atrapante de principio a fin.
Aguda mirada sobre los sentimientos Antes de comenzar a leer estas líneas, conviene señalar lo redundante: estamos ante un film de profundo rigor formal. En su mixtura entre clasicismo y modernidad; entre el sólido mundo del cine-arte francés, con su acicalado estilo, y la original sensibilidad del cine iraní, aquí con una singular mirada, es desde donde se edifica este melodrama que, empero, puede ser visto como una suerte de novela de suspenso en virtud de las diversas aristas del relato que se van develando lenta y sutilmente ante el espectador. Por ello, aspectos centrales del film se explican al final de la presente reseña, dejando al lector la decisión de conocerlos de antemano o no. EL DIVORCIO Y LO SOCIAL El director Asghar Farhadi se hizo mundialmente famoso por La separación, con aquellos inolvidables Nader y Simin dirimiendo, en duros términos, el fin de su matrimonio. Aquí, como en aquella película, vuelve a la escena doméstica del vínculo filial roto, pero ampliándolo hasta encontrar infinitas resonancias, no sólo en la problemática de la pareja, sino también en el cada vez más difuso ideal de familia de buena parte de la sociedad contemporánea. Así, el problema marital envuelve con furia a los hijos, víctimas a su vez de anteriores divorcios, lo que aumenta la firma de una separación a seis personajes y a varios puntos de vista. Todos, a su modo, tocados por el drama. El ejercicio intelectual intenso que plantea el guión de El pasado no omite su sensibilidad gracias a la precisa capacidad de observación de su director. Farhadi construye la trama desde la tragedia colectiva, pero también desde el desasosiego que experimenta cada uno de los personajes. En la cotidianidad irresuelta de la vida no hay paladines justicieros ni atormentados absolutos, sino una cadena de sinsabores que incluso afecta a sus hacedores, desnudando en la pantalla la naturaleza ciega de sus actos. LA INCOMUNICACIÓN Desde el minuto uno, Farhadi funda su film desde la incomunicación. La meramente formal o aparente, con un hombre que deambula por el sector de retiro de equipaje mientras del otro lado del vidrio que los separa una mujer lo espera con una poca disimulada ansiedad e intentando, en vano, que él la escuche. Mucho tiempo después de transcurrida la trama de El pasado, se confirmarán dos intuiciones, tales como el vínculo que los une y la pérdida de la maleta en ese arribo. Uno de estos elementos parece fundamental en la historia, y el otro no. Pero, poco a poco, hasta el más ínfimo de los componentes del relato tendrá su justificación. Esa valija rota deberá ser cambiada por otra, y en la segunda aparecerán los ecos de una vida dejada atrás. También aparecerá la incomunicación desde su aspecto simbólico, de forma que en cada mínimo acto se instala nuevamente la disyuntiva de quedarse junto a ese pasado o encaminarse al mañana, a través del abordaje o la insinuación de todos los compromisos tras el gran conflicto: el amor pasado, el amor futuro, los hijos, los amigos, el imperio de la ley, la inmigración y los códigos culturales. Cada actor social pareciera aportar una cuota al conflicto, aunque, en rigor, el principal problema sea que cada personaje oculta algo en relación con el otro. En lo atormentado surge un profundo análisis de conciencia. CUIDADA LABOR ARTÍSTICA Este auténtico crucigrama filial Farhadi lo hilvana desde un guión preciso que, aunque pierda un poco de brío y emoción hacia el final, en otras manos hubiera podido ser sólo una trama impura de corte lacrimógeno y melodramático. Uno de sus grandes aciertos es que todo el pasado está en presente, sin flashbacks. Pero la densidad trágica que el director consigue extraer de la historia descansa en dos rubros de excepción: su inteligente puesta de cámara (obra de Mahmoud Kalari, quien cumplió igual tarea en fundamentales obras de su connacional Abbas Kiarostami) y un elenco preciso en el que prevalece Bérénice Bejo como el vértice donde confluyen la mujer romántica y la esposa resentida. Aunque no tenga la atractiva especificidad cultural, política y religiosa de La separación, esta nueva labor de Farhadi mantiene su aguda y reflexiva mirada a los sentimientos. Para quien no desea ser sorprendido por los recodos de la trama: Ahmad (Ali Mosaffa) llega a París desde Teherán para poner fin a su matrimonio con Marie (Bejo) luego de cuatro años de distancia. Allí conocerá a la nueva pareja de ella, Samir (Tahar Rahim), y se enterará de que está embarazada de él. Asimismo, Samir tiene a su esposa en coma tras un intento de suicidio. Ahmad también conocerá la conflictiva relación de Marie con su hija Lucie, uno de sus dos hijos de matrimonios diferentes, y con el pequeño hijo de Samir.
Excelente drama con actuaciones notables Bastaría con decir que esta película es de Asghar Farhadi, el autor de "Nadir y Simin, una separación". Excelente observador de la naturaleza humana, de las complejidades de cualquier relación, observador también de la capacidad de comprensión, empatía y reflexión del público, puestista minucioso, enorme director de actores. Pero eso no basta. Ahora corresponde agregar que no sólo hace piezas buenas en terreno propio, sino también en tierra ajena. La mayoría del elenco es de origen iraní como él, eso es cierto, pero Berenice Bejo es franco-argentina y la nena Jeanne Jestin y la adolescente Pauline Burlet son francesas, él no sabe su idioma ni ellas entienden farsi, y sin embargo las dirigió de tal modo que las hace brillar en cada escena, y Bejo hasta se ganó el premio a mejor actriz en Cannes con esta película. Que encima tiene una fuerte carga emocional y unas cuantas vueltas argumentales. Empieza fácil, despacio, y de a poco, inexorablemente, se va complicando. Un hombre vuelve al país de su ex mujer, para cumplir con el pedido de divorcio. Están de acuerdo. Pero hay algo raro, porque en vez de reservarle un hotel ella lo lleva de nuevo a la casa que fuera de ambos. ¿Qué quiere mostrarle? No precisamente el paraíso, porque ella ya tiene otro y el hijo de ese otro es un chico realmente sacado, insoportable. ¿Por qué está así? La hija adolescente, la mayor, no quiere saber nada con los nuevos, y explica sus razones: el tipo sigue casado, su mujer sigue viva. Pero en coma. Por intento de divorcio. Al enterarse de los amoríos del marido. Esas son sus razones. Pero atención: cada uno de los otros también tiene las suyas, y si la mujer se enteró es porque alguien se lo dijo. ¿Con qué finalidad? Se dice que en el fracaso de una relación nunca hay un solo culpable. Y en esta historia cada uno de los adultos, o semiadultos, carga con sus responsabilidades. Farhadi no dicta sentencia, sólo muestra cómo funciona a veces el corazón humano. O parte del cerebro, digamos. El enredo dramático está bien hecho, aunque por ahí se estira un poquito con nuevos aportes (como en la anterior, cuando todo parece encarrilado, el personal en situación de dependencia suele agregar complicaciones). Caracteres y situaciones son realmente creíbles. Y las actuaciones son notables. Aparte de Bejo, en un papel algo antipático, se destacan particularmente el niño Elyes Aguis, debutante, y la chica Burlet. Los varones son Alí Mosaffa, en rol de recién llegado, y Tahar Rahim, el franco-iraní protagonista del drama carcelario "Un profeta". Y el director de fotografía es conocido nuestro: Mahmoud Kalari, ganador de Mar del Plata 1997 como realizador del lírico cuento de ancianos "La nube y el sol radiante", y frustrado director de "Danza con los sueños", coproducción argento-iraní que empezó a filmar aquí en 2001 con todo entusiasmo hasta que alguien le esfumó el argento. Pero ésa es otra historia.
Todo concluye al fin La película comienza en el aeropuerto, donde Marie (Bérénice Bejo), espera ansiosa la llegada de su ex esposo Ahmad, quien llega a París desde Teherán, luego de cuatro años, para finalmente firmar los papeles de divorcio, lo que a ella le permitirá volver a casarse y continuar con su vida. Extrañamente, le pide que se quede esos días en su casa, no le ha reservado un hotel. Al llegar, el escenario de sus vidas parece concentrado en un solo lugar. Todos se encuentran allí: Marie, Ahmad, la hija de ambos Léa (Jeanne Jestin), Lucie (Pauline Burlet) la hija de su matrimonio anterior, su nueva pareja Samir (Tahar Rahim), y su hijo Fouad (Elyes Aguis) . Pasado, presente y futuro, conviviendo en un mismo espacio. Como es de esperar pronto comienzan los rencores, los secretos y los pases de factura, de a poco se revelan errores del pasado, frustraciones, y el sacar todo eso a la luz, lejos de ayudarlos a construir el presente, parece empañarles el futuro. Asghar Farhadi luego de "La Separación", nos trae un nuevo drama de rupturas, parejas y familias desarmadas, sin el contexto religioso y cultural del filme anterior. Por momentos, tanta aflicción familiar en un mismo espacio parece ahogarnos, como si se regodearan en el drama. Hay tantas miradas sobre la situación como personajes en la trama. Los niños parecen por momentos ser los más honestos y lúcidos, sin dejarse empañar por rencores del pasado. De a poco los conflictos y secretos se van revelando y cada uno de ellos tiene un punta del ovillo para comenzar a desenredar. La película analiza los lazos de una familia disfuncional, donde el deseo y las frustraciones de los mayores arrastra a los más chicos quienes deben adaptarse a los cambios, y a quienes muchas veces no se les dan suficientes explicaciones. El filme tiene una particular y profunda mirada sobre las consecuencias de ese volver a empezar de los adultos, con excelentes actuaciones y una estética que le da un clima tan intimo como realista.
El mismo director laureado de “La separacion”, Asghar Farhadi”, en su primera película realizada en Francia. Es una complicada trama de un hombre que llega a París para firmar los papeles de divorcio y se encuentra con su exesposa embarazada, a punto de casarse con un hombre que tiene a su esposa en coma, conflicto con sus hijos y ese pasado que rige las pasiones del presente con secretos, ansias, revelaciones, deseos y dudas sobre si quedar atrapado o seguir adelante. Un poco enrevesada al final pero valiosa, vibrante e inteligente.
¿Debo irme o debo quedarme? Tras ganar el Oscar al mejor film extranjero con La separación, el iraní Asghar Farhadi se arriesgó a rodar en Francia (y en francés) El pasado, película protagonizada por la argentina Bérénice Bejo (El artista) y Tahar Rahim (Un profeta). Más allá de un desenlace que no es del todo convincente, el resultado de esta incursión europea de Farhadi (como la que ya había hecho su compatriota Abbas Kiarostami en Copia certificada) lo mantiene como uno de los directores más inteligentes, precisos y profundos del panorama actual. Como en La separación, el eje de El pasado es un proceso de divorcio con varios enigmas por resolver, aunque en un contexto muy diferente. Ahmad (Ali Mosaffa) llega a París desde Teherán para sellar ante un juez el fin de su matrimonio con Marie (Bejo, mejor actriz en Cannes 2013 por este trabajo), a quien no ve desde hace cuatro años. Al poco tiempo, se enterará de que ella está en pareja con y embarazada de Samir (Rahim), quien a su vez tiene a su esposa en un coma irreversible tras un intento de suicidio ¿Más complicaciones? Marie vive con dos hijas de diferentes padres (una de ellas una adolescente muy conflictuada) y con el pequeño y díscolo hijo de Samir. En la interacción entre estos seis personajes, Farhadi construye un rompecabezas emocional no exento de sorpresivas revelaciones que llevan a cada uno de ellos a tomar todo el tiempo decisiones muy difíciles ligadas al dilema central: ser fieles al pasado o abandonar esa lucha y moverse hacia el futuro. Aunque por momentos (sobre todo, al final) la película para demasiado “escrita” y “calculada” (y en la última media hora pierde bastante el eje al acumular demasiados elementos), el melodrama familiar está trabajado con esa capacidad de observación, esa sensibilidad y esa agudeza tan infrecuentes en el cine de hoy y que constituyen la marca de fábrica del creador de About Elly. Como pocas veces, el espectador puede entender la historia desde el punto de vista de cada uno de los protagonistas y empatizar con todos ellos. Los intérpretes (incluso los niños) están impecablemente dirigidos por un director que, aún cuando no alcance la cumbre de su obra, siempre entrega mucho material para el análisis y el disfrute cinéfilo.
La imposibilidad de no mirar atrás Asghar Farhadi, director de La separación (A Separation, 2011), vuelve a profundizar en El pasado (Le passé, 2013) su mirada sobre los vínculos maritales. Su nuevo film conserva el tono áspero e intimista del anterior. Ahmad (Ali Mosaffa) llega a París por pedido de su ex mujer. Marie (Bérénice Bejo), para quien es crucial firmar el divorcio. Sin embargo, más allá de esta necesidad, es evidente que algo no está funcionando; lejos de sentirte más tranquila, persiste en ella una sensación de urgencia y nerviosismo. Los reproches a su ex pareja no tardarán en llegar, al mismo tiempo que se hacen evidentes las tensiones de su nueva vida junto a Samir (Tahar Rahim). Ahmad se convierte en testigo de ese vínculo aún no del todo definido, de la conflictiva relación que ella mantiene con el hijo de su nueva pareja y sus propios hijos (los dos de padres diferentes), en especial con la adolescente Lucie. Más allá de este panorama tenso, hay un pasado oculto vinculado a la ex mujer de Samir, quien vive en un permanente estado de coma y posiblemente no pueda despertar nunca más. Farhadi confirma con su nuevo opus su capacidad a la hora de detenerse en lo vincular, de trazar una red simbólica en la que los gestos y los comentarios en apariencia intrascendentes cobran un sentido mayor en una nueva secuencia. Aquí redobla la apuesta, dado que hay más personajes y el drama interno de cada uno de ellos está imbricado en una intriga sobre la que el film gira en la segunda mitad. Si al comienzo se insinúa una persistente molestia en Marie, ese malestar se deslizará poco a poco hacia Samir, a quien la presencia del ex marido perturba no sólo como un si se tratara de un fantasma displicente, sino como el contrapunto que lo enfrenta a su propio hijo. Ahmad viene de Teherán, y algo de ese “exotismo” sirve para desestructurar el universo cotidiano en donde todo parece destinado a la rutina. Otra cualidad del film es el trabajo con los espacios principales, que son la casa de Marie en donde conviven hijos de tres padres distintos; la lavandería de Samir, en donde ella lo conoció cuando él aún vivía junto a su esposa; y la farmacia en donde Marie trabaja. Los tres espacios están abordados como espacios de tránsito, sólo Ahmad pareciera instalarse con mayor comodidad en la casa de su ex mujer. Paradojalmente, él es el extranjero y el destino que le cuaja es el de instaurar o promover un orden que parece ser cada vez más utópico. La segunda parte, como hemos dicho, es la que está más centrada en la intriga. A partir de allí, lo más enriquecedor del relato se vincula con la forma en la que éste alterna puntos de vista; los espectadores saben lo mismo que los personajes, hasta que uno de ellos revela algo hasta el momento ignorado. Tamaño punto de giro que nos lleva a un nuevo panorama. En suma, Farhadi consigue una vez más una película que aborda temas trascendentales (sin por eso ser una historia de aspiraciones “importantes”) y con diversos niveles de sentido. No es una obra mayor, pero su solidez narrativa y actoral introducirá al espectador en un estado de bienvenido desconcierto.
Intrincada, con inteligencia y rigor Tras ganar un Oscar a la mejor película extranjera, el director iraní Asghar Farhadi convocó a la argentina Bérénice Bejo (El artista), que por este trabajo ganó el año pasado el premio a la mejor actriz en Cannes. Cuatro años es un tiempo considerable para que pasen cosas, para que todo cambie o se profundicen ciertas situaciones. Eso es lo que va a averiguar Ahmad (Ali Mosaffa), que llega a París desde Teherán para firmar el divorcio con Marie (Bérénice Bejo), que se supone que recompuso su vida y está en pareja con Samir (Tahar Rahim), un joven dueño de una tintorería cuya esposa se encuentra en estado vegetativo. Marie funciona en el relato como el centro nervioso de una serie de relaciones afectivas en permanente tensión por acciones, decisiones equivocadas, secretos, deseos y malos entendidos. En ese contexto convulsionado se desenvuelven los personajes, primero los dos hombres: Ahmad que trata de desentrañar el mapa emocional de Marie –que para complejizar aún más el panorama está embarazada–, un territorio que comprende a Samir, pero que también y necesariamente incluye a su pequeño hijo Fouad y por supuesto las dos hijas que la protagonista tuvo con diferentes hombres. Adultos, niños y adolescentes en vilo, entonces, ante la nueva aventura afectiva de Marie, que parece recordarle sus fracasos y señalarle el destino que tendrá su nueva relación. Al igual que su compatriota Abbas Kiarostami, que después de una larga y exitosa carrera filmó en Italia Copia certificada, luego de ganar el Oscar a la mejor película extranjera por La separación el iraní Asghar Farhadi filmó en Francia esta intrincada historia con Bejo,la argentina que fue protagonista de El artista y que con este trabajó ganó el premio a la mejor actriz el año pasado en Cannes. Es una película intrincada y compleja, que muchas a veces coquetea con el melodrama más cercano a las telenovelas que al cine, con sorpresivas revelaciones de último momento pero que con inteligencia y rigor, esquiva la trampa de la simplificación para tratar de entender la complejidad de las relaciones humanas en la búsqueda desesperada por encontrar algún equilibrio, arañar algo semejante a la felicidad.
A partir de los 60, resultado de su occidentalización y de la creación de una política de subvención, el cine iraní pasó a adquirir otra relevancia. Bastaría citar La casa está oscura, 1962 el cortometraje realizado en un leprosario, por la poeta y cineasta Forugh Farrokhzas, pasando por la cinematografía de Jafar Panahi, Samira Majmalba y el Abbas Kiarostami, de Diez, donde se atreve por primera vez a incursionar en el mundo de la mujer. O Mohsen Makhmalbaf y Ebrahim Hatamikia … la lista es extensa hasta llegar al Farhadi de La separación (2011) ganadora del Oscar y el Globo de Oro como mejor película de habla no inglesa y el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 2011– Film que obtuvo además el reconocimiento del gran público, y que fue rodado en Francia. Habría que considerar además las condiciones de censura de su país y su condición de exiliado, a la hora de pensar un nuevo trabajo cuya historia gira alrededor de una mujer llamada Marie, ex esposa de un persa, que va a contraer su cuarto matrimonio con un hombre,- cuya esposa esta en un hospital en coma por un intento de suicidio- del cual espera su tercer hijo. Cualquier separación implica dejar atrás un pasado y reconocer alguna clase de equivocación por parte de ambos. Farhadi vuelve a demostrar un conocimiento profundo de la naturaleza humana como hiciese con la historia de La separación construyendo esta vez un relato pleno de ambigüedades y secretos, que comienza con la llegada de Teherán del marido de la protagonista para concretar un divorcio, el cual deviene en un entrecruzamiento de sentimientos pasados y presentes que se sostienen con diálogos imperdibles, donde nada es negro o blanco y donde cada escena produce un viraje en la narración, por momentos como un thriller, cuyo tema es la insospechada y cambiante cotidianidad de dos parejas con sus hijos propios y ajenos. Y donde el pasado parece no haberse resuelto del todo, con un final abierto que da cuenta finalmente de la imposibilidad de aceptar la culpa, la inminente tragedia, o el drama de la realidad cotidiana. El pasado (le passé, Francia-Italia/2013) / Dirección: Asghar Farhadi Estreno en Buenos Aires 20-03-2014
El amor, el pasado y las dudas Asghar Farhadi es el mismo director de esa obra maestra que se llama “La separación”. Y aquí, en su primera incursión en Francia, construye otro filme riguroso, sentido, dolorido, una profunda reflexión sobre los afectos, la incomunicación, la difícil vida hogareña, los secretos y el peso del pasado. Y sobre la verdad, tan decisiva y tan inalcanzable. Después de cuatro años, Ahmad vuelve a Francia para firmar su divorcio. Y encuentra que Marie, su ex, tiene pareja y está embarazada y que una hija de ella no soporta la nueva pareja de la madre. Y desde allí se empieza desplegar la historia. El pasado irrumpe a cada paso y zamarrea a sus personajes. Todos interfieren en la vida de todos. Son seres preocupados en medio de un dramático rompecabezas que crece y se bifurca a medida que surgen los secretos. Un melodrama espeso, duro que recién trastabilla en ese final incierto que sólo pretende sumar nuevos interrogantes esta historia llena de preguntas. Pero da gusto ver a estos seres luchar contra ellos mismos, contra sus dudas y sus interrogantes y poder valorar la intensidad de las actuaciones (gran labor de Bérénice Bejo ) y el peso de las palabras. Todos chocan entre sí en ese laberinto de emociones que sólo hace una pausa para darle lugar a una cotidianeidad que agrega nuevos significados: chicos desobedientes, cañerías tapadas, pinturas que borran manchas del pasado. Cada uno tiene sus razones. Y todos dudan. En esas idas y vueltas el filme demuestra que la vida se va haciendo de pequeñas revelaciones y de secretos, que el amor plantea incesantes dudas y que en ese clima de recriminaciones, ocultamientos y desvelos, la verdad pasa de uno a otro sin anclarse en nadie, ajena al devenir de estos seres, tan tironeados por un ayer confuso, tan buenos y tan desdichados. Se abre con una imagen anticipatoria: ella, Marie está esperando a su ex, Ahmad, en el aeropuerto; le golpea el cristal, pero él no la ve ni la escucha. Y después habrá otra escena de parecido valor alegórico: la valija del recién llegado aparecerá rota y por allí asomarán el pasado, los secretos y también la necesidad de sustituir la valija. De eso se habla este valioso filme: de lo que no se tiene y de lo que se rompe, de los afectos duraderos y de los que hay que sustituir, de proyectos confusos y de pasados rotos.
Síndrome de estiramiento Un melodrama sin lágrimas, árido, seco, y más bien distante. Así se presenta ante la mirada El pasado, la última película de Farhadi. Con un excesivo guión, que tiene la marca Almodóvar, con cruces delirantes y por momentos, inverosímiles: un divorcio entre Ahmad y Marie; ella, embarazada de Samir, su novio actual, y con hijos de diferentes padres; la mujer de Samir, en coma por un intento de suicidio. Todo junto y todos juntos en un mismo espacio, una casa. No obstante, a diferencia del director manchego, lo del iraní pasa por una morosidad en el planteo y en el desarrollo de las situaciones que lo alejan definitivamente de las excentricidades del otro. Esto no impide que se transforme en un film estirado, carente de pulso, recurrente y bastante mecánico en cuanto a sus procedimientos: plano/contraplano para instaurar desde el principio una lógica dialéctica basada en el contrapunto (que había funcionado muy bien en La separación) y calma/grito para un registro monocorde de Bérénice Bejo en sobrevalorada interpretación. Para que nos demos cuenta de que hay una puesta en escena cuidada, nos brinda un espacio interior, asfixiante, donde el desorden significa desorden mental (¡ah, bien!) y para connotar los problemas de comunicación, al principio los personajes hablan a través de un vidrio y no los escuchamos. Con dos pinceladas de obviedad, Farhadi trata de convencernos de que se trata de un territorio importante. La disfuncionalidad familiar está de moda en el cine y vende bien. Sobre todo si es un culebrón enmascarado de seriedad donde los que deben divorciarse conviven como si fueran La familia Ingalls con reservas. Farhadi se cuida de no quedar expuesto con desbordes emocionales pero su distanciamiento le juega en contra y entonces asistimos a un tedio innecesario y para peor, estirado. Jamás se puede disimular el lastre de un guión que se sobrepone por las cualidades cinematográficas; tampoco el hecho de pretender complejidad infructuosamente en algo tan simple. ¿Será que filmar en Francia, con toda una tradición temática similar, condicionó al director para mostrarse importante? No se pueden negar las virtudes de la dirección de actores ni el manejo de ciertos climas pero, si lo que queda de una película son sólo palabras y dignas actuaciones, algo no funciona.
Simpleza narrativa que invita a develar vericuetos de los comportamientos humanos Salvo por una excepción la filmografía de Asghar Farhadi (incluida su carrera como guionista) está atravesada por una temática exclusiva: el divorcio o parejas separadas. Esta es la inquietud motivadora que eventualmente lo llevó a ganar el Oscar por “La separación” (2011) en el 2012, acaso su opus más logrado. Para los desconocedores de su obra podríamos decir que “El pasado” viene a ser como un resumen concreto, no sólo de casi todas las historias contadas anteriormente, sino también de los personajes retratados, sus conflictos, orígenes, limitaciones, etc. Algo así como un “grandes éxitos” porque, de paso, el estreno de esta semana abarca una compilación de las formas que el iraní tiene y usa para hacer cine. Más allá de las virtudes de esta obra se puede arribar a una conclusión válida: es difícil no caer en la repetición. Para no perder tiempo, la primera escena pinta de cuajo la situación. Nos introduce en el universo ya conocido. Detrás de un vidrio grueso Marie (Berenice Bejo) espera a alguien en un aeropuerto. Llega Ahmad (Ali Mosaffa). Pese a las señas y movimientos ella no logra que éste note su presencia sino a través de otro pasajero. Ambos se acercan. El vidrio los separa. Por eso se ven pero no se escuchan hasta que, claro, se dan cuenta. Toda una declaración de principios sobre la vida en pareja cuando cada integrante sólo se ocupa de mantener su posición. Inevitablemente la comunicación se rompe, se desconecta, se silencia. Luego de esa maravillosa simpleza para contar, la cosa se irá develando. Marie le pidió a su marido que viaje de Teherán a Paris para firmar los papeles de divorcio. Habiendo “tenido problemas” para reservarle un hotel, Marie pretende instalar a su ex en la casa donde vive con Léa (Jeanne Jestin) y Lucie (Pauline Burlet), sus dos hijas producto de un matrimonio anterior, y con Fouad (Elyes Aguid), el hijo de su actual pareja. El objetivo de semejante idea, pese a la lógica reticencia del recién llegado, es cerrar un capítulo. Mirar hacia adelante y de paso, permitir a sus hijas una despedida más cálida de alguien por quien ellas han desarrollado mucho cariño, en especial Lucie que guarda un par de secretos a ser descubiertos a medida que la narración avanza. Se siente la tensión cuando en el desayuno aparece Samir (Tahar Rahim), la actual pareja de ella, quien tampoco desea ser parte de ese momento y decide no estar en la casa durante la estadía del futuro ex quien actuará (para el guión) como una suerte de observador de lo cotidiano, mientras se resuelve la parte legal. Así el espectador irá desentramando los intrincados vericuetos del comportamiento humano, cuando lo que debería ser simple, se retuerce, se complica y termina afectando todo el entorno. De lejos, “El pasado” parece un cuadro de situación en el cual vemos la intención del realizador de mostrar la imposibilidad de formar una familia (aún en la disputa constante), cuando los integrantes parecen un rejunte de piezas de distintos rompecabezas. Apoyado como siempre en los trabajos actorales, el guión no otorga muchas concesiones a personajes movidos (o estancados) por la responsabilidad transformada en culpa, la intención devenida en frustración, y la capacidad devenida en fracaso. Los trabajos de todo el elenco (estupenda Berenice Bejo), .o que se debe a una gran dirección de los intérpretes, transmiten en dosis justas todos los estados emocionales que hacen rebotar al espectador de un razonamiento a otro para lograr entender la posición de cada personaje sin caer en el juzgamiento. Como si su cosmovisión del mundo de los matrimonios superara fronteras (culturales, idiomáticas, religiosas), el realizador emplaza su relato en París pero nunca la ciudad será determinante. Podría ocurrir en Toronto o en Santiago de Chile, ya que los personajes se mueven y desarrollan en general en planos cortos dentro de cuatro paredes o exteriores despojados de una intención paisajista. Como si quisiera restarle importancia a la geografía en la cual los seres humanos en pareja se mueven (cada pareja es un mundo). “El pasado” busca mostrar eso: el camino recorrido por cada criatura para llegar al sólido e ineludible presente, y acaso reconocerse en ese camino como para tener chances de (re)construirlo hacia el futuro. Que Asghar Farhadi se repita en fórmula o temática será relevante sólo para los que hayan visto todo lo que hizo, por lo demás estamos frente a una gran película.
La dura fragancia del recuerdo Con El pasado se produce una réplica inevitable con La separación (2011), anterior film del iraní Asghar Farhadi. Nuevamente la problemática de pareja, ahora desde el nexo y desunión entre París e Irán, entre Marie (Bérénice Bejo) y Ahmad (Ali Mosaffa). Ella le solicita venir para el divorcio. Le hospeda en su casa -no le reserva habitación de hotel-, donde Ahmad descubre la nueva pareja -e hijo putativo- de Marie, junto a un tiempo que ha transcurrido y alterado la convivencia entre ella y su hija mayor. Ese lapso sucedido, hiato desde el cual el film elige iniciar y eclipsar, esconde demasiado. No sólo entre ellos, sino también desde lo supuesto entre Marie y su nuevo prometido, Samir (Tahar Rahim, mismo actor de la formidable Un profeta). Lo que se antoja como demasiado complejo, entre tantos personajes, historias compartidas y desunidas, entre hijos cuyos padres y madres oscilan, de a poco sintetiza en algo mucho más profundo, que rebotará una y otra vez en lo sucedido, en lo pasado. Cada una de las acciones, en cualquiera de los personajes, permite su contradicción. Marie aloja absurdamente a su ex en su casa, las peleas tiñen en risas de melancolía, los amores encontrados no pueden jactarse de auténticos, los padres y madres cambiantes tampoco. Si cada uno de ellos queda atrapado en una espiral sin fin, entre todos ofrecerán imágenes de referencia mutua. Marie entre Samir y Ahmad, tironeada. Pero también Samir entre Marie y su esposa, en coma, luego de un intento de suicidio. Cada una de las piezas esconde subtramas, todas tan importantes porque ninguno de los detalles es, por pequeño, menor, sino decisivo sobre lo que sucedió y, sobre todo, habrá posiblemente de ocurrir. Ahmad se encuentra en una telaraña mucho más compleja que la solución supuesta por el trámite de divorcio. Ningún papel termina definitivamente con nada. Y él, de todos modos, tampoco renunciará a pasar unos pocos días en una casa donde supiera vivir, donde ahora mora otro. Será padre de quien no lo es. Será pareja de quien ya no lo es. Será confidente y consejero. Y cuando sea momento tal vez oportuno de abrir un poquito aquel pasado, mejor cerrar la posibilidad, dejarlo allí. Como si fuese asunto concluido, mientras todo demuestra lo contrario. En este sentido, el desenlace que el film elige es notable. De ninguna manera debe leérselo como nota literal sino, antes bien, como nota poética. El gesto último del film no es tanto lo que muestra, es lo que sugiere. El perfume de una fragancia puede ser más fuerte que cualquier otro remedio. Puede sanar pero, aludida la contradicción, también enfermar. El recuerdo, justamente, es también un perfume. El pasado, una tenaza.
El cine de Asghar Farhadi es complicado y engañoso. Por un lado, deja traslucir su humanidad y su manera generosa de tratar a sus personajes, dándoles a todos ellos sus razones para actuar como actúan. Hay algo maravilloso en su forma de entender al cine y es que uno siempre le puede dar la razón a varios personajes a la vez. O a todos. En las películas del director de LA SEPARACION se pueden cometer errores y los personajes pueden equivocarse, pero siempre encuentran la manera de justificarse y explicar porqué hacen lo que hacen. Pueden ser convincentes o no, pero son humanos y actúan de acuerdo a sus ideas, a su visión del mundo, a su forma de pensar. Pero por otro lado, el cine de Farhadi es excesivamente expositivo: todos los personajes dicen todo el tiempo lo que les pasa o lo que creen que les pasa y el drama procede fundamentalmente a partir de estas confesiones/conversaciones. Es como si las películas estuvieran integradas por interrogatorios y entrevistas, lo que las hace más parecidas a policiales que a dramas. Esa curiosa mezcla de géneros puede ser agradable y curiosa –EL PASADO es una especie de investigación detectivesca sobre un hecho del cual todos parecen tener versiones contradictorias–, pero también algo agotadora: en el mundo de los “sentimientos” la investigación siempre debería ser menos importante que, bueno, que esos sentimientos que se investigan… thepast2En LA SEPARACION sucedía algo parecido: definir el conflicto entre el dueño de casa y la empleada doméstica implicaba una investigación similar, pero ahí había un caso legal que resolver de por medio y eso la justificaba dramáticamente. Aquí, no. Aquí se trata de dilucidar un episodio que disparó comportamientos muy fuertes por parte de los miembros de una familia ensamblada y que, da la impresión, no fue como casi ninguno de los personajes creen que fue. La película, finalmente, dirá que no es tan importante lo que pasó o dejó de pasar, pero para eso nos tiene una hora convertidos en detectives, como jugando a dos puntas… Ahmad (Ali Mosaffa), un hombre iraní, llega a Francia a firmar su divorcio de su ex esposa, Marie (Berenice Bejo), que ya está viviendo con Samir (Tahar Rahim). Al llegar allí se da cuenta que la vida de su ex es bastante complicada. Se lleva muy mal con Lucie (Pauline Burlet), su hija adolescente (de un matrimonio anterior al de ellos dos), y el pequeño hijo de su nueva pareja la tratan muy mal. Sólo la pequeña del medio (del mismo matrimonio que la adolescente: ninguno de los tres chicos es hijo del iraní) parece tranquila. La situación que incomoda a todo el mundo tiene que ver con que Marie y Samir empezaron a salir mientras él estaba todavía casado y su mujer, depresiva, intentó suicidarse y todavía está en coma. lepasse2Lucie culpa a su madre y a su novio del hecho, y vive escapándose de la casa. El pequeño vive enojado con todo y con todos por la situación de su madre. Samir no parece saber bien qué hacer. Y menos Marie, atribulada por la situación. Sólo Ahmad, que viene de afuera y puede analizar con un poco más de distancia la situación, parece capaz de desentrañar esa cadena de acusaciones y culpas no habladas. Y cuando Marie le pide que la ayude a manejar lo que le pasa a Lucie (con quien él tiene mejor relación) lo hace, funcionando en la historia como el detective. El planteo de la complicada trama de relaciones es riquísimo, ya que pone en juego una serie de conexiones entre miembros de las familias –y amigos y empleados– inesperadas y ambiguas, sacando a la luz una serie de verdades ocultas acerca de los personajes y tensiones discretamente escondidas. Farhadi filma las conversaciones, las peleas y las situaciones familiares consiguiendo una gran intimidad y naturalidad: la casa parece una casa habitada y no una diseñada por decoradores, lo mismo que los comportamientos contradictorios de los personajes, más cercanos a lo “humano” que a lo “escrito”. Es cierto que todo se habla y se expone, pero la situación en un sentido lo amerita. Sin embargo, a partir de los 80 minutos de esta película de 130 de duración, EL PASADO se empantana en su propia trama, dejándose de preocupar tanto por los personajes y tratando de determinar, como una suerte de RASHOMON de las relaciones personales, qué llevó a la ex mujer de Samir a intentar suicidarse, ya que hay varias posibilidades, culpas, acusaciones y sospechas, pero la mujer no puede aportar lo suyo ya que está en coma. Ahí la película se vuelve demasiado detectivesca (unos emails enviados o no, leídos o no, pasan a ser clave) y se descentra. Al final, cuando quiere decirnos que realmente no importa lo que pasó y cómo pasó, la sensación que se tiene es de una “estafa”: si no importa, ¿para qué insistir en saberlo durante más de media hora? lepasseEs una pena, ya que la película es muy lograda hasta entonces, transformando un material casi de telenovela en un drama realista, humano y creíble. Sí, es cierto, hay trama para una telenovela (o al menos una miniserie), pero recién al final se nota la necesidad y el apuro por resolver todos los hilos y cerrar todas las puertas que se han abierto. Hay otro problema con la película, al menos en mi opinión: la siento llamativamente misógina. Si bien Farhadi es comprensivo respecto a las actitudes de los personajes, deja en claro que las mujeres de la trama son las que enredan y complican la madeja, las que actúan mal o no saben cómo actuar, mientras que son los hombres los que tratan de desenredarla usando su sentido común. Y el protagonista, iraní, es en ese sentido el héroe de la película: si bien se nos cuenta de que tuvo un pasado depresivo y algunos problemas, funciona en EL PASADO como el personaje que parece tener todo claro, el extranjero que viene de afuera y ayuda a resolver los problemas que estos franceses no saben cómo manejar…
Niños de mirada triste El nuevo filme del iraní Farhadi se llama “El pasado”, aunque podría haberse titulado “La culpa”. O “Los secretos”. Es que la película del director de “La separación” pinta un cuadro de ambigüedades disfrazadas de malentedidos. Un minucioso retrato sobre el estado obsoleto de la familia tal cual la conocemos en Occidente, o casi un manual sobre familias disfuncionales. Tras 4 años de separación, Ahmad regresa a París desde Teherán, a petición de Marie, su esposa francesa, para empezar con los trámites de su divorcio. Durante su breve estancia, Ahmad descubre la relación conflictiva que Marie tiene con su hija Lucie. Ahmad intentará mejorar esta relación pero también conocerá el secreto guardado por la chica, que incluye un hecho trágico que dará al filme ciertas formas de thriller en medio del drama familiar. “El pasado”, aunque esté rodada en tierras francesas, forma parte de ese cine iraní obsesionado por retratar con una mirada pausada e hiper-realista la vida cotidiana actual, hilando, siempre, muy fino en los resquicios que hay en el inestable estadio instalado entre el pasado y el presente, y, también, una vez más desanda el camino de sus personajes entre el Oriente Medio y Europa.
Autopsia familiar En cinco ocasiones diferentes, cinco personajes diferentes, deciden volver sobre sus pasos para tomar una decisión diferente. Se trata de una adolescente atribulada, un hombre atrapado en medio de un conflicto interfamiliar, una madre llena de incógnitas y una empleada inmigrante que está dispuesta a todo por mantener su (precaria) condición laboral. Detrás de todo ese enredo, Asghar Farhadi, ese genio que nos brindó una de los dramas familiares más humanos del cine contemporáneo con la brillante Nader y Simin: Una separación (2011), atando cabos y manejando a su antojo a los miembros de un melodrama digno de una telenovela de la tarde pero impregnado de tanto lenguaje cinematográfico que hasta parece un milagro. Asghar Farhadi se dispone a involucrarnos en una trama de enredos, bien circular, con hilos tensados que aprietan, que agobian y marean. Nos lanza en el epicentro de un lavarropas en pleno centrifugado. El centro es ella, la mujer, la pachamama, la criadora de hijos, la salvadora, el eje de la familia, la que tiene la valentía para sobreponerse a las pérdidas. Marie, María, la Madre. A su alrededor, los hombres y los hijos, suyos y ajenos. Todos a su cargo, esperando algo de ella: que actúe bien, que reserve el hotel, que tenga moral, que sea paciente, que limpie. Y ella que cada vez se parece más a un león enjaulado pidiendo que la quieran pero siendo incapaz de dar un beso o una caricia. ¿En qué la convirtió la vida? Tan ocupada que es incapaz de dar afecto. De todas formas, no sólo a ella, sino a todos los personajes del film les cuesta querer o demostrar afecto. Todos están atrapados en esta red del presente que está demasiado remojada en pasado. Pero, ¿qué es el pasado? Aparece en forma de culpa, de remordimiento, de añoranza y sobre todo de malentendido. Porque finalmente lo que hace avanzar la trama en esta película -por eso decíamos antes que es una trama de enredos-, es el malentendido. Tal vez, uno de los grandes malentendidos que plantea la película es, justamente, ¿qué entendimos mal sobre qué es una familia? En este sentido, El Pasado retrata acertadamente un momento de crisis en una familia que no es “mamá, papá, nena, nene”, sino más bien mamás y papás que se suceden y hermanitos momentáneos, circunstanciales. Un anclaje real y necesario para un cine contemporáneo. Pero, precisamente, volvamos sobre nuestros pasos. Esos cinco personajes mencionados al principio no son nada casual en una obra que precisamente lleva por nombre y por estigma El Pasado. Las sutilezas no le sientan bien a Farhadi, porque él prefiere tirarnos contra la cara el más crudo de los relatos con la simpleza y la contundencia de la vida misma. En El pasado no hay sutilezas. Esos cinco personajes están atrapados en una pesadilla sin resolver, de esas que existen realmente pero por lo general son demasiado intrincadas para creerlas posibles. Y no son los únicos atrapados allí: no hay ni un solo personaje del relativamente corto reparto (no más de siete personajes que llevan adelante toda la historia) que no sufra una incógnita. Y eso los hace retroceder, los mantiene dubitativos y estancados. Y es en esta pesadilla donde se enreda también la verdad y la mentira, volviéndose ambas la misma cosa. Y ahí aparece el absurdo de las relaciones humanas que se basan en lo que uno cree que el otro dijo pero que finalmente no dijo, en causas con obvios efectos, que son, en realidad, subjetivos; en todo lo que termina pudriendo las relaciones, haciendo que den olor, que nos saquen las ganas de estar en el presente. Y justamente El Pasado habita tan intensamente el presente que aunque desde el título y desde el discurso de los personajes se quiera estar en el pasado, la realidad se impone y, tal como dice un postulado Hegeliano, “la prisión del presente sólo permite huídas ilusorias”. Y la cosa no se queda ahí, porque son muchísimas las dudas que nos deja este melodrama francés. ¿En qué convirtió la vida a estos personajes? ¿El pasado es el motivador de un futuro incierto o es un presente no resuelto? ¿De qué somos capaces cuando nuestra vida no es más que una duda detrás de otra? Quizás sea una película bastante menos pulida y precisa que la anterior del director, pero allí está el iraní nuevamente, dejándonos una historia familiar casi perfectamente contada, grabada a fuego en nuestra mente por muchas horas, días y hasta semanas después del visionado. Farhadi pasó a ser el analista imprescindible de lo humano en el cine contemporáneo.
Autopsia familiar En cinco ocasiones diferentes, cinco personajes diferentes, deciden volver sobre sus pasos para tomar una decisión diferente. Se trata de una adolescente atribulada, un hombre atrapado en medio de un conflicto interfamiliar, una madre llena de incógnitas y una empleada inmigrante que está dispuesta a todo por mantener su (precaria) condición laboral. Detrás de todo ese enredo, Asghar Farhadi, ese genio que nos brindó una de los dramas familiares más humanos del cine contemporáneo con la brillante Nader y Simin: Una separación (2011), atando cabos y manejando a su antojo a los miembros de un melodrama digno de una telenovela de la tarde pero impregnado de tanto lenguaje cinematográfico que hasta parece un milagro. Asghar Farhadi se dispone a involucrarnos en una trama de enredos, bien circular, con hilos tensados que aprietan, que agobian y marean. Nos lanza en el epicentro de un lavarropas en pleno centrifugado. El centro es ella, la mujer, la pachamama, la criadora de hijos, la salvadora, el eje de la familia, la que tiene la valentía para sobreponerse a las pérdidas. Marie, María, la Madre. A su alrededor, los hombres y los hijos, suyos y ajenos. Todos a su cargo, esperando algo de ella: que actúe bien, que reserve el hotel, que tenga moral, que sea paciente, que limpie. Y ella que cada vez se parece más a un león enjaulado pidiendo que la quieran pero siendo incapaz de dar un beso o una caricia. ¿En qué la convirtió la vida? Tan ocupada que es incapaz de dar afecto. De todas formas, no sólo a ella, sino a todos los personajes del film les cuesta querer o demostrar afecto. Todos están atrapados en esta red del presente que está demasiado remojada en pasado. Pero, ¿qué es el pasado? Aparece en forma de culpa, de remordimiento, de añoranza y sobre todo de malentendido. Porque finalmente lo que hace avanzar la trama en esta película -por eso decíamos antes que es una trama de enredos-, es el malentendido. Tal vez, uno de los grandes malentendidos que plantea la película es, justamente, ¿qué entendimos mal sobre qué es una familia? En este sentido, El Pasado retrata acertadamente un momento de crisis en una familia que no es “mamá, papá, nena, nene”, sino más bien mamás y papás que se suceden y hermanitos momentáneos, circunstanciales. Un anclaje real y necesario para un cine contemporáneo. Pero, precisamente, volvamos sobre nuestros pasos. Esos cinco personajes mencionados al principio no son nada casual en una obra que precisamente lleva por nombre y por estigma El Pasado. Las sutilezas no le sientan bien a Farhadi, porque él prefiere tirarnos contra la cara el más crudo de los relatos con la simpleza y la contundencia de la vida misma. En El pasado no hay sutilezas. Esos cinco personajes están atrapados en una pesadilla sin resolver, de esas que existen realmente pero por lo general son demasiado intrincadas para creerlas posibles. Y no son los únicos atrapados allí: no hay ni un solo personaje del relativamente corto reparto (no más de siete personajes que llevan adelante toda la historia) que no sufra una incógnita. Y eso los hace retroceder, los mantiene dubitativos y estancados. Y es en esta pesadilla donde se enreda también la verdad y la mentira, volviéndose ambas la misma cosa. Y ahí aparece el absurdo de las relaciones humanas que se basan en lo que uno cree que el otro dijo pero que finalmente no dijo, en causas con obvios efectos, que son, en realidad, subjetivos; en todo lo que termina pudriendo las relaciones, haciendo que den olor, que nos saquen las ganas de estar en el presente. Y justamente El Pasado habita tan intensamente el presente que aunque desde el título y desde el discurso de los personajes se quiera estar en el pasado, la realidad se impone y, tal como dice un postulado Hegeliano, “la prisión del presente sólo permite huídas ilusorias”. Y la cosa no se queda ahí, porque son muchísimas las dudas que nos deja este melodrama francés. ¿En qué convirtió la vida a estos personajes? ¿El pasado es el motivador de un futuro incierto o es un presente no resuelto? ¿De qué somos capaces cuando nuestra vida no es más que una duda detrás de otra? Quizás sea una película bastante menos pulida y precisa que la anterior del director, pero allí está el iraní nuevamente, dejándonos una historia familiar casi perfectamente contada, grabada a fuego en nuestra mente por muchas horas, días y hasta semanas después del visionado. Farhadi pasó a ser el analista imprescindible de lo humano en el cine contemporáneo.
La ley del deseo A pedido de Marie, Ahmad retorna a Francia para firmar el divorcio. Marie (la argentina Bérénice Bejo, de fama internacional por El artista) lo recoge en el aeropuerto y lo aloja en su casa, donde vive junto a Fouad, pequeño hijo de su actual pareja, y sus hijas Lucie y Léa. Ninguna es hija de Ahmad. Marie es la fuerza activa de la familia, pero Ahmad (un extraordinario y querible Ali Mosaffa) es quien apaga los incendios, desde arreglar la canilla de la cocina hasta mediar entre Marie y Lucie, que creció junto a Ahmad y resiente la llegada de Samir, el nuevo novio de su madre. Pero el conflicto entre las dos mujeres destapa temas irresueltos que involucran a todos. Después de La separación, el iraní Asghar Farhadi se enfrenta al no menos complejo proceso de readaptación y los espejismos proustianos de la memoria, la huella de un deseo que no deja de estar presente. Farhadi ganó su prestigio por mostrar la vida real sin condimentos, y si bien el gag como respiro no es su estilo, se resiente cierto dramatismo ausente en el film anterior. Fuera de eso, este es otro gran film iraní que examina culpas, revanchas, malentendidos y, sobre todo, la imposibilidad de cerrar el pasado.
Una película intrincada, con muchos giros y con un relato muy bien escrito. Una nueva muestra del talento de un director poético y decidido. Con un soberbio final y con excelentes actuaciones, una propuesta para debatir y sentirse movilizado. Otra joya de Asghar Farhadi.
Enredo afectivo teñido de malentendidos Marie (Bérénice Bejo) es una mujer muy atractiva. Tan atractiva como compleja, envuelta en misterios y repliegues difíciles de sondear. Marie aguarda en un aeropuerto la llegada de alguien, Ahmad (Ali Mosaffa). Muestra ansiedad, pero el espectador no sabe cuál es el vínculo que une a los dos personajes. La acción transcurre en una ciudad de Francia. El viajero viene de Teherán, su lugar de residencia. A medida que avanza “El pasado”, film dirigido por el iraní Asghar Farhadi (“La separación”), los velos de la trama irán cayendo uno a uno hasta desnudar el drama que viven estos personajes, en el presente, y cómo tienen que lidiar con un ayer que todavía cargan sobre sus hombros sin saber muy bien qué hacer con él. Resulta que Marie y Ahmad fueron marido y mujer en algún momento y desde hace cuatro años están separados. Ahora, Marie quiere reconstruir su vida y le ha solicitado a su ex que se presente en Francia para firmar el divorcio. Ella es madre de dos niñas, una adolescente y otra preadolescente. En su casa, conviven con otro niño de ocho años, que es hijo de la actual pareja de la madre. La casa es el antiguo hogar de Marie y Ahmad, cuando eran marido y mujer, y ahora, él es recibido como un huésped. Las hijas de Marie no le dicen “papá”, lo llaman por su nombre, primer indicio que advierte que hay más secretos por descubrir. Y sí, como se lo puede imaginar el espectador, la protagonista de esta película es una reincidente. Ha tenido varias parejas en su vida y ni las dos niñas son hijas de Ahmad, ni tampoco son hijas de un mismo padre. El relato está centrado en esta visita obligada del hombre para poner un final formal a una relación que en los hechos terminó hace rato. Sin embargo, parece que el fuego entre ellos no está del todo apagado, y las cosas se van enmarañando a medida que afloran las emociones, los sentimientos contenidos y las novedades que presentan los nuevos integrantes de este conglomerado afectivo de diverso origen. Samir (Tahar Rahim), el padre del niño y nuevo novio de Marie, vive un poco en esa casa y otro poco en su departamento, y se reparte entre su negocio de lavandería y el hospital, donde tiene internada a su ex mujer con un cuadro grave y de mal pronóstico. En este clima denso, los primeros que acusan los efectos de las tensiones son los niños. A través de sus provocaciones emergentes, el espectador irá tomando nota de la complejidad de los conflictos que se entrecruzan en esta pequeña comunidad atravesada por una sensación de desamparo. El rasgo dominante es la tendencia a tomar decisiones irreflexivas, a veces explosivas, que llevan a los personajes a complicaciones cada vez más enrevesadas, y en su afán por liberarse de una situación opresiva, terminan metiéndose en algo peor, al no tener la capacidad de medir las consecuencias de sus actos. El otro rasgo que también comparten todos los personajes es la angustia y la infelicidad. Todos sufren y no saben qué hacer con su sufrimiento. Casi no hay momentos de distensión en el relato y a medida que se van develando los grandes secretos que se cuecen en sordina, va aumentando la sensación de encierro, al advertir que cada uno de ellos, a su manera, con sus decisiones, va construyendo su propio aciago destino, siguiendo un modelo que sólo tiende a acumular frustraciones, las que se agravan con cada salida falsa, que no hace más que llevar a otro encierro, a otra caída. Si bien la fuerza del afecto trata de imponerse y de alguna manera los personajes intentan superar los conflictos mediante el diálogo y la solidaridad, el relato está totalmente impregnado de tristeza y embargado de una sensación de fracaso. Aun así, es una historia verosímil, una suerte de retrato colectivo de algunos de los males sociales de nuestros tiempos, presentado con rigor formal, con un buen manejo de los tiempos y del suspenso, manteniendo el interés del espectador ante cada nuevo giro que va tomando la trama.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El estrés potenciado Hay quienes dicen que las defunciones, los divorcios y las mudanzas son las tres mayores fuentes de estrés. Ahora bien, ¿qué sucede cuando dos de ellas suceden en un mismo momento, o caen justo en una situación ya de por sí conflictiva? Lo más seguro es que los factores de estrés se conjuguen, y que tengamos entonces un estrés potenciado. Para colmo, estas circunstancias de acumulación de conflictos no son excepcionales, sino que hasta puede decirse que es normal que sucedan. En cualquier caso, colocan a la gente en crisis de las que muchas veces es difícil salir ileso, o sin causarle daños a alguien más. El gran Asghar Farhadi (A propósito de Elly, La separación) es un director que se ocupa principalmente de este tipo de situaciones. Su material son las crisis personales, pero más particularmente las que son una crisis, sobre otra crisis, sobre otra crisis. Su foco está colocado en los humanos que las atraviesan y que deben poner el cuerpo y apañárselas para resolver esos cataclismos de alguna manera. En la insuperable La separación teníamos un divorcio que, sumado a la ya de por sí conflictiva vida en Irán, se sumaba a un episodio de violencia y a un juicio en un tribunal. Así, se exploraban dos cuadros familiares en una situación límite, de los que se podía extraer una multiplicidad de apuntes sobre la psicología de los personajes y la coyuntura social presentada. En esta nueva película la acción tiene lugar en París –el director tuvo suficientes problemas con las autoridades iraníes como para haber decidido no seguir filmando en su país–, hace 4 años que Ahmad (Ali Mosaffa) y Marie (la imponente Bérénice Bejo) están separados, y se trata de esos divorcios que, además, fueron acompañados de una distancia real, ya que Ahmad regresó a su Irán natal. Pero ahora Ahmad accede a viajar a Francia y pasar unos días en su antigua casa, para finalizar los trámites de divorcio y, de paso, ayudar a Marie a apaciguar ciertos conflictos con Lucie (Pauline Burlet), su hija mayor. Pero como es de suponer, las cosas no serán sencillas. De a poco comienzan a surgir las recriminaciones, verdades silenciadas y conflictos mayores, con los sentimientos siempre a flor de piel y un cuadro humano especialmente susceptible, como resultado de una tragedia reciente. El guión pareciera construido como un policial clásico, con un misterio a resolver y varios personajes sospechosos, pero a medida que avanza la acción el protagonista comienza a darse cuenta de que todos tienen su implicancia en el problema, todos ocultan información, y que él mismo tiene su cuota de responsabilidad en el drama. Cada diálogo agrega datos para que el espectador vaya completando un complejo rompecabezas, aumentando la tensión in crescendo hasta niveles exhorbitantes. El estilo de Farhadi se encuentra muy alejado del cine iraní que acostumbramos ver, sus propuestas son siempre ágiles, intensas, con sorprendentes giros de guión que encauzan o resignifican la narración, sin tiempos muertos y con diálogos incómodos y punzantes que obligan al espectador a tomar posición y establecer un juicio. Todo esto con una dirección de actores sorprendente, con profundidad, riqueza de matices y una sensibilidad extraordinaria. Tener una de sus películas en carteleras es una oportunidad que no conviene desaprovechar.