Duelo en los suburbios Vivimos en una época en la que gran parte del cine de género industrial -y para qué negarlo, también su homólogo indie- se mueve en un terreno que va de lo flojo anodino a lo correcto olvidable, con un montón de películas cayendo para colmo en un punto intermedio que por un lado suma todavía más indiferencia a la ecuación y por el otro solidifica la obsesión de los productores contemporáneos con caerle bien a todo el mundo (lo que implica que se construyen films para nadie en especial, sin personalidad definida) y/ o con seguir con los mismos estereotipos de siempre en un ciclo de refritos ad infinitum (ya si siquiera utilizan la licuadora caótica del pasado, ahora predomina un “cortar y pegar” a partir de un purismo que deja a cada retazo narrativo sin modificaciones significativas, presto a una nueva réplica con vistas a que el público menudo se reconozca en el cliché). El Robo Perfecto (Den of Thieves, 2018) es otro ejemplo de este estado de cosas aunque por suerte se inclina hacia el costado más positivo de la escala, regalándonos una obra entretenida y no mucho más que por lo menos logra aprovechar los resortes paradigmáticos del enclave en cuestión, las heist movies, subgénero del policial negro. Esta ópera prima como director del hasta ahora guionista Christian Gudegast no se anda con vueltas y en esencia funciona como una remake encubierta -y mucho más sencilla- de Fuego contra Fuego (Heat, 1995), el neoclásico de Michael Mann con Al Pacino y Robert De Niro: en esta oportunidad el líder de los ladrones de bancos es Merrimen (Pablo Schreiber) y la cara visible de los policías Nick Flanagan (Gerard Butler), con un nexo central entre ambos que se va desdibujando con los minutos, Donnie (O'Shea Jackson), el chofer de los bandidos. La propuesta es simple a más no poder aunque al mismo tiempo disfrutable porque sabe exactamente hacia dónde se dirige y va preparando con paciencia su nicho: luego de un muy buen comienzo con el “robo adelanto” de turno y la muerte de uniformados, tenemos alrededor de una hora de desarrollo de personajes en la que conocemos la vida de Flanagan -padre de dos niñas, un tanto violentito en su trabajo y adicto a las strippers- y vemos cómo secuestra y presiona/ amenaza a Donnie para que se transforme en un informante sobre ese gran atraco que todos estamos esperando, el de la sede de Los Ángeles de la Reserva Federal. Es precisamente esa última hora de un metraje que llega a los 140 minutos la que termina de volcar el asunto al cine satisfactorio de acción, gracias a una andanada de secuencias apuntaladas en el nerviosismo, alguna sorpresa y muchos tiros entrecruzados. Por supuesto que Butler continúa siendo el mismo payaso de siempre, algo así como una caricatura de los héroes berretas de la testosterona de las décadas del 80 y 90 (asimismo parodias demacradas/ hilarantes de derecha de los verdaderos antihéroes de los 60 y 70, aquellas glorias de izquierda), sin embargo aquí está bastante bien y se beneficia mucho de la serenidad de Schreiber, su contraparte (Jackson tampoco está mal pero no ocupa un lugar preponderante hasta el remate final). Entre el “código de caballeros” del suburbio y cierto aire a western crepuscular durante la segunda mitad del relato, El Robo Perfecto ofrece un duelo agradable que apuesta inteligentemente a la ambigüedad ética entre los supuestos buenos y los supuestos malos, tomando nota de lo que ocurre en nuestra realidad, en la que la policía suele ser más peligrosa que los criminales por su triste sensación de impunidad…
Acción en Los Angeles La distribución del cine comercial pasa por un momento especial. Ciertas películas estrenadas en los últimos años, con una línea argumental destinada a un público adulto, aparecen como rarezas dentro de un panorama dominado por los superhéroes. En otros momentos, no obstante, constituían una oferta cotidiana de las salas de cine. Lo cierto también es que esas películas conservan un público (hoy en día más reducido) sencillamente porque están ancladas en la comodidad noble que proporcionan los géneros, y aquí el cine de acción se eleva como uno de los más populares. El Robo Perfecto pertenece a ese séquito marginal de historias pensadas para públicos de otras épocas. Tal afirmación no siempre implica algo positivo. Si bien no resulta suficiente con adscribir a un género, esta ópera prima de Christian Gudegast (guionista de Londres Bajo Fuego) hace esfuerzos necesarios por recuperar los mecanismos autorales, en este caso, del cine de robos (o heist movies, como les gusta etiquetar a los anglosajones). El comienzo augura lo peor. Un robo de madrugada a un camión blindado en pleno Los Angeles por parte de ladrones profesionales termina con varios oficiales abatidos que el director filma con poca inventiva y un exceso de duración en los tiroteos. La llegada de un equipo de crímenes mayores, liderado por un policía más parecido a un sindicalista argentino (Gerard Butler con unas libras de más), invita a revolver en la góndola de la cinefilia reciente para descubrir que las referencias a Fuego Contra Fuego (1995) no son azarosas. Con limitaciones de presupuesto y de recursos actorales, Gudegast trata de emular ese clásico moderno de Michael Mann al encuadrar algunos planos contemplativos con el uso del gran angular, colocar un leitmotiv basado en sintetizadores como el de Kronos Quartet, y también en la utilización de otras recurrencias narrativas, a saber, la del cazador cazado en las escenas de los delincuentes fotografiando a los policías que los persiguen. No faltan tampoco los encuentros entre los líderes de ambos bandos en circunstancias sociales; sin embargo, a diferencia de la célebre escena del bar entre Pacino y De Niro (cargada de diálogos para ilustrar un duelo verbal que luego devendría literal), aquí casi no hay diálogos, tan solo un juego de miradas que construyen una agradable tensión. Gudegast, como casi todos los guionistas devenidos en directores, exhibe limitaciones en el tratamiento visual de sus películas (¿será Paul Schrader la única excepción?). Tal falencia se cubre con un manto de verosímil bien tenso, al enmarañar la trama de un robo imposible que desemboca en una vuelta de tuerca débil, llena de agujeros dramáticos. Se observa, además, una escasa preocupación por los personajes, que en su mayoría son unidimensionales (solo el de Butler exhibe una subtrama familiar). Curioso: en los créditos figura Joel Cox (el brillante montajista de gran parte de la obra de Clint Eastwood), a quien sería muy tentador atribuirle el ritmo de esta película de 140 minutos. En otras palabras, el mérito para nada menor de no aburrir.
Un relato de acción y suspenso que marca el debut en la dirección de Christian Gudegast, quien antes trabajó en el guión de Ataque a la Casa blanca, también protagonizada por el actor escocés Gerard Butler. Acostumbrado a moverse en el terreno de la acción, desde 300 y hasta Londres bajo fuego, Butleres el Gran Nick, el policía fumador, violento y alcohólico a cargo de la división de delitos mayores de Los Angeles que evita el papeleo y va directo al grano. Y ahora se lanza tras los pasos de Merrimen -Pablo Schreiber-, el líder de unabanda que planifica el robo de 30 millones de dólares en efectivo que diariamente se sacan de circulación en la Reserva Federal, luego de haber cometido otro sangriento delito contra un camión blindado. El robo perfecto es la típica película de policías y ladrones pero con el interesante agregado de un barman y experto chofer, Donnie -el rapero Curtis “50 Cent” Jackson- que trabaja para Merrimen en un plan meticulosamente orquestado para no dejar detalles librados al azar. El filme funciona gracias a sus estridentes secuencias de acción -sobre todo al comienzo y al final- y persecuciones que colocan a los dos personajes centrales en el ojo de la tormenta, paralizando la tensión y la intriga con el encuentro entre el policía y el villano de turno o desarrollando el costado afectivo y familiar de Nick, cuyo matrimonio se derrumba. Estructurado con el nombre de personajes y lugares donde se desarrolla la acción, El robo perfecto orquesta de manera efectiva el factor distracción - al igual que la banda de ladrones- en una historia con líneas narrativas paralelas que encamina al enfrentamiento final en una suerte de western urbano, en el que los billetes impulsan el accionar del antagonista. Con un giro en los últimos minutos, la película se potencia con la descripción de dos hombres que están en diferentes lados de la ley y borronea los límites entre el policía bueno y el criminal violento, en medio de informantes, strippers y custodios asesinados a balazos.
El robo perfecto, de Christian Gudegast Por Jorge Barnárdez Gerard Butler es hoy la garantía de la acción y la violencia en el cine. Cueva de ladrones es el título original de El robo perfecto y no nos preocupa tanto lo pedestre del título cómo que cumple la función de spoiler. Butler es ‘Big Nick’ O’Brien, un policía duro que comanda una brigada especializada en bandas importantes, lo que acá sería una súper banda comandada por el gordo Valor. Lo que la película narra es la persecución de ese grupo especial sobre una banda que empieza a dar golpes -que claramente tienen una finalidad superior-, delincuentes que roban un camión de caudales y cometen tropelías que van dejando pistas que a Big Nick le dan mala entraña, así que con sus muchachos comienzan a hostigar en los lugares conocidos a los sospechosos de siempre tratando de adelantarse a lo que entienden que será el golpe mayor. Y el golpe que planea la súper banda es efectivamente importante, nada menos que la Reserva Federal, de donde piensan llevarse 120 millones de dólares. La película, por muchas razones trae a la memoria otros relatos de robos, sobre todo Fuego contra fuego en donde el gran Michael Mann reunió a Robert De Niro y Al Pacino. Dicho esto, si bien el elenco de El gran robo no es tan estelar, Butler está acompañado por es el otro protagonista es 50 Cent y las escenas de acción no tienen nada que envidiarle al film de Mann. Para muchos El gran robo les parecerá un enorme cliché, pero la verdad es que tanto el personaje de Butler que está absolutamente pasado de rosca y testosterona, como el clima general de la película, es una gran trampa para narrar una historia que tiene mas vueltas de las que uno se espera y que conviene seguir con atención. Definitivamente es un plan fuerte para aquellos a los que les gustan las películas con tiros y acción, aunque nada es tan simple en esta cueva de ladrones. EL ROBO PERFECTO Den of Thieves. Estados Unidos, 2018. Dirección y Guión: Christian Gudegast. Intérpretes: Gerard Butler, Pablo Schreiber, O’Shea Jackson, Curtis Jackson, Meadow Williams, Maurice Compte, Brian Van Holt, Evan Jones, Kaiwi Lyman, Dawn Olivieri. Producción: Gerard Butler, Mark Canton, Alan Siegel y Tucker Tooley. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 140 minutos.
Mientras en Netflix explota el fenómeno de “La casa de papel”, serie española que condensa lo mejor y lo peor de un género que supo hacer mella en los años setenta y ochenta, pero que así y todo cumple con las leyes que determinan a este tipo de relatos, se estrena “Den of thieves: El robo perfecto” (2018), película protagonizada por Gerard Butler, que no logra consolidar su propuesta a lo largo de 140, extensos, minutos, y que redunda en malos ejemplos sobre lo que no hay que hacer cuando se quiere narrar un robo de banco y su preparación. El puntapié inicial era interesante, un grupo de malvivientes, intentaría planificar el robo de un banco, para en realidad alzarse con un premio mayor, miles y miles de dólares que irían a destrucción en la Reserva Federal. En esa posibilidad de asirse de un dinero que luego sería imposible de localizar, había una presunción interesante sobre la construcción de los personajes que llevarían a cabo el robo. Todo se desvanece rápidamente, porque si bien se le quiere dar un aire “cool” en cuanto a la utilización de una banda sonora y trazos gráficos para subrayar características de los personajes y personalidades, nada nuevo se esconde en la trama. Christian Gudegast (“Londres Bajo Fuego”), su director, prefiere detenerse más en los pectorales de los ladrones, y sumar las historias personales de cada uno de estos, que en desarrollar una historia que mantenga en vilo hasta el último momento al espectador. Todo en “Den of thieves…” suena a trillado y ya visto, incluyendo a su protagonista, que además de caer en lo peor de los estereotipos, no puede superar su espíritu de rebeldía tardía. Butler interpreta al policía “bueno” que realizará la investigación y el paso a paso desandando los planes del grupo de ladrones. Gudegast se toma su tiempo para presentarlo con contradicciones, con su afición por las mujeres y el alcohol, y también como aquel hombre de familia que pierde su chance de ser correcto y de llevar adelante su matrimonio por cada uno de los desaires que a su mujer e hijas realizó. Pese a que este policía “bueno” intenta reformarse, el grupo de investigadores que lo secundan tampoco son trigo limpio, ubicando, entonces, en un mismo bando a ladrones y a policías, configurando también un estado de época, una creencia que hace tiempo en la sociedad se viene estableciendo: nadie puede salvarnos y muchas veces los mismos defensores son los que cometen los crímenes. Allí es en donde “Den of thieves: El robo perfecto” traiciona al género, en su imposibilidad de delinear de manera correcta a los dos bandos que entrarán en conflicto, contradiciendo las leyes de películas de robo y presentándose como “transgresora” cuando en realidad apenas lo es. Es regla en el cine nunca romper con el placer de género de los espectadores, y mucho menos en confundir dentro de un relato aquellas fuerzas que lucharan por romper el status quo y en reestablecer el equilibrio original. En una escena el personaje de Butler discute con otro investigador de alto rango, luchan para saber quién tiene la razón sobre un paso en falso dado durante el atraco, algo que ninguno sabe, y menos el director, que a esta altura suma y suma figuras, pero no puede terminar por consolidar un relato noble y actualizado sobre el eterno juego del “poliladron”, algo que cualquier niño podría haber hecho mejor definiendo de manera simple el bien y el mal y su enfrentamiento.
Una historia sin matices Interpretar el papel de ladrón o policía es cuestión de cómo se reparten las cartas parece ser la premisa de Den Of Thieves: El robo perfecto (Den of thieves, 2018), un divertimento que conforme avanza la proyección derrocha testosterona y acusa una notable falta de sutileza. Lo lindo es que se trata de un juego. Es decir, robar un banco en el cine –aquí el banco de bancos, la Reserva Federal de Estados Unidos- no difiere mucho de aquellos juegos de capturar la bandera donde hay dos o más equipos pero sólo uno –la ley o el desorden-, por la efectividad de su estrategia más que por el despliegue de la fuerza, resulta ganador. Así que en esta película de Christian Gudegast, como en la mayoría del género, el hecho delictivo es apenas una excusa: la riqueza puede residir tanto en la caracterización de los bandos como en la originalidad de su plan maestro. El botín casi siempre tiene un valor económico y a veces detrás suyo algún personaje esconde una motivación profunda. El problema es que todo siempre pertenece a alguien más –y peor aún cuando se trata de dinero. El ladrón pone su deseo en el tesoro y el policía pone su deseo en el ladrón: el molde perfecto para hornear la trama. Ahora bien, entre las miles de opciones que ofrece esta estructura se puede pensar una en la que importe menos el queso que cuánto se parecen el gato y el ratón. Si cada película es testigo de su tiempo, Den Of Thieves: El robo perfecto no tiene por qué ser la excepción. Considerando que los productos que salen de los estudios de Hollywood no dejan nada librado al azar y más de una vez proceden según los gustos del mercado y las tendencias del consumo, sería interesante pensar qué nos puede decir este juego entre presas y cazadores. Nick, el policía que interpreta Gerard Butler, dirige el departamento del Sheriff en Los Ángeles que debe detener a la banda criminal al parecer liderada por Ray Merrimen, un ex marine en la piel de Pablo Schreiber. El pasado de los ladrones evidencia un brillante paso militar al servicio del Estado y el accionar de los policías, como dice el propio Nick enseñando sus tatuajes, se parece más al de una pandilla que otra cosa. La gente de los dos bandos tiene una puntería que asusta lo mismo que la cabeza instruida para ser armas de combate. Tanto es así que las figuritas son intercambiables porque hasta en los asuntos más personales se parecen: el que no sufre un divorcio, ve cómo su hija creció y tiene novio. La película discurre entre comparaciones para hacia el final acordarse de que sí o sí tiene que haber un gran robo: nadie en verdad está muy motivado, ni de un lado ni del otro, porque a los amigos de Merrimen no pareciera que les haga falta el dinero y a los de Nick les gusta más la adrenalina, el alcohol y las prostitutas que seguir un protocolo o hacer averiguaciones. Los planos aéros de la ciudad de noche abundan así como también las infracciones por exceso de velocidad. Ser hermanos significa compartir secretos y los secretos por lo general sólo son desconocidos para las mujeres. Uno puede mentir a la familia pero está mal que la familia te abandone y está muy mal que tu mujer, cansada de recibir mensajes telefónicos destinados a otras mujeres, decida empezar de nuevo y hasta buscar en los brazos de otro lo que en su matrimonio ya no espera. ¿No es común que la policía secuestre a un sospechoso sin orden judicial y lo torture en el cuarto de un hotel? A Nick todos le temen y respetan porque es grosero, porque usa campera de cuero y bebe botellitas de cerveza al estilo de Marlon Brando, porque entra sin permiso a la casa de un pareja amiga que comparte con su ex mujer y la nueva pareja de ella una velada, porque sólo llora a escondidas en su camioneta por la angustia que le provoca estar lejos de sus hijas. Merrimen, por su parte, dispone del cuerpo de su mujer al punto en que es decisión suya que ella se acueste con otra persona. No hay nada malo en que los dos bandos actúen de la misma manera ni en que por tratarse de un juego la representación de los encargados de asegurar el orden olvide remitirse a la ley. Lo que quizá sí decepciona es que no haya matices. Basta recordar Fuego contra Fuego (Heat, 1995) para comprobar que el lado femenino hace al lado masculino, que los hombres, sean ladrones o policías, tienen tantas dudas como contradicciones y que las balas se disfrutan mucho más cuando quien las dispara conoce el miedo y tiene esperanzas puestas en el amor. Den Of Thieves: El robo perfecto cree en las pesas, en los bíceps y pectorales, en el casino. Se demora en preparar el banquete y termina pidiendo comida china a domicilio. ¿Quién falla a día de hoy en planificar el rodaje de un tiroteo y una persecusión? Está hecha para el que prefiera las miradas recias que se encuentran en un polígono de tiro a la demorada construcción de la sutileza. Está claro que ni Al Pacino ni Robert De Niro en aquella película de Michael Mann tenían el physique du rol de un amante del gimnasio pero a fin de cuentas no lo necesitaban: la conmoción en el cine no apunta a los músculos sino al corazón. Todos los actores de Den Of Thieves: El robo perfecto hacen lo que deben: el tema es que no hacen mucho más. El guión se demora y, sin embargo, al principio y después, entrega lo que se vino a buscar: tiro, lío y muerte. Es poco decir que el final explicando lo que en una mílesima de segundo el espectador no capturó es una subestimación: la producción podría haberse ahorrado ese dinero. En definitiva, lo lindo de un juego no es el juego en sí sino quiénes lo juegan.
Es el entretenimiento típico de un policial, con mucha acción, con muchas vueltas de tuerca, con poca verosimilitud con hechos reales, pero que crea tensión para los amantes del género, aunque es un poco largo, porque se detiene en historias y situaciones laterales que poco tienen que ver con ir al grano con el argumento, que pertenece al director Christian Gudegast. Se trata de un plan arriesgado y único que tiene como objeto asaltar nada menos que al banco de la Reserva Federal en Los Angeles, a la que define como la capital nacional de robo de bancos. Claro que para llegar a ese robo se toma su tiempo. Por un lado esta la banda liderada en la ficción por Pablo Screiber, y como adversario una unidad policiaca comandada por el desmadrado Gerard Butler. Entre ellos una rivalidad de machos alfa, que compiten entre si, más que por la lucha entre delincuentes y policías. Los dos son temibles. Por supuesto que no faltan todas las escenas de acción, los momentos de incertidumbre, suspenso, los tiros a granel., las muertes y el mejor personaje encarnado por O Shea Jackson Jr, que queda en el fuego cruzado de los dos dos bandos de poder. Y que junto a Butler pueden llegar a protagonizar una secuela.
El asalto final Las casualidades de la distribución y exhibición hacen que El robo perfecto suba a la cartelera porteña apenas una semana después que La bóveda. Se trata de dos exponentes inscriptos en el subgénero de las “películas de golpes” (“heist movies”), es decir, relatos con centro narrativo en el robo a una institución con innumerables fajo de billetes verdes en su interior. Pero si el del jueves pasado era un thriller de tintes paranormales que regurgitaba algunas de sus fórmulas básicas sobre el molde de una de terror con fantasmitas deseosos de saldar deudas pendientes, dando como resultado un menjurje de difícil digestión, el de éste es una de robos hecha y derecha, rabiosamente clásica. Una que no se anda con vueltas a la hora de ir directo al núcleo cinético de la historia y de construir una tensión alrededor de la suerte de una banda que intenta sacar 30 millones de dólares de la Reserva Federal de Los Ángeles sin que nadie se dé cuenta. El robo perfecto muestra, otra vez, que Fuego contra fuego es una de las películas más importantes de los últimos 30 años, la referencia ineludible de casi todos los (buenos) policiales contemporáneos, entre ellos los una buena porción de los protagonizados por Liam Neeson, con la enorme Una noche para sobrevivir a la cabeza. Los ecos del film de Michael Mann resuenan desde la primera escena. Allí se ve el asalto a un blindado perpetrado por un grupo de enmascarados armados hasta los dientes con una ejecución redonda tanto delante como –y aquí lo importante– detrás de escena. Hay que prestarle atención a este tal Christian Gudegast, un guionista con apellido de museo y poco trabajo (apenas tres largometrajes escritos en los últimos quince años) pero que como director luce un pulso firme y la seguridad de saber muy bien cómo y dónde poner la cámara para clarificar la acción y que se entienda qué está pasando. Algo simple de enunciar pero que el 99 por ciento de los directores, sobre todo aquellos volcados al gran espectáculo pirotécnico, suele olvidar no bien se sienta en la silla plegable. La cara visible de la policía es un comisario interpretado por Gerard Butler, que desde el Leónidas de 300 viene enhebrando papeles forjados en el molde de la testosterona gutural y acá la pasa bárbaro en la piel del uniformado más orgulloso de su condición de fumador y alcohólico que se haya visto en años. Salvo cuando la mujer se harte de los plantones y haga las valijas, porque hasta los más rudos tienen un lado sensible. Así y todo su Nick Flanagan se divierte: ver sino como boludea de lo lindo a un agente del FBI vegano (¡!) en cada una de sus apariciones. Ambos están de acuerdo en que es raro que una banda ultra profesional pifie en algo tan básico como elegir un camión de caudales sin dinero. ¿Buscaban plata? ¿Para qué querrían llevarse el vehículo vacío? ¿Acaso tienen algo entre manos? Obviamente que sí. El bueno de Nick irá a visitar a Donnie (O’Shea Jackson Jr.) con la sospecha que su trabajo como barman es una fachada del verdadero sustento de vida. Temeroso de la cárcel, el muchacho habla, se autodefine como chofer y salpica a su jefe Merrimen (Pablo Schreiber), pero omite detalles sobre el camión vacío. Recién cuando se establezca este triángulo entre cabecilla, conductor y policía, se hablará por primera vez del robo del título y, con esto, de la necesidad del blindado vacío. El film orbitará durante un buen tiempo entre los preparativos del golpe y la creciente Guerra Fría entre Nick y Merrimen, en un duelo que conjuga con inteligencia la asociación entre masculinidad y armas tan arraigada en el cine de acción durante una secuencia en un campo de tiro en la que los dos cruzan miradas, saben quién es el otro y que el otro sabe quién es él, y exhiben mutuamente su poderío vaciando un cargador en los corazones de los pobres hombrecitos dibujados en el blanco. Desde que llega Nick hasta que se va hay unos cuantos minutos solamente con miradas y gestos entre los archienemigos. Así, con paciencia y acciones antes que palabras, el tal Gudegast había presentado a estos hombres, y así construye su enfrentamiento, inscribiendo su ópera prima en la cada día más angosta nómina de apariciones silenciosas deudoras del clasicismo en la cartelera comercial. Del clasicismo también toma un tempo alejado de la velocidad y el apuro contemporáneo, además de una precisión narrativa que hace que los 140 minutos de metraje se pasen volando. Sobre todo el último tercio, reservado para el robo central, donde todo funciona como un relojito, desde el accionar de la banda hasta un tiroteo en una autopista filmado a puro nervio por un director que hizo lo que había que hacer: volverse invisible y esconder la mano para que sean ellos, los personajes y sus actos, los encargados de dirimir la suerte de un golpe que no será perfecto, pero que sirve para una muy buena película.
El robo perfecto es una propuesta policial producida por el actor Gerard Butler, quien desarrollo este film clase B en la línea de lo que suelen ser los trabajos de la productora Millennium (Ataque a la casa Blanca, Londres bajo fuego). En este caso fusionaron sin escrúpulos La gran estafa (Steven Soderbergh) con Fuego contra fuego de Michael Mann. La trama resulta muy familiar porque ya vimos trabajada la misma premisa en otros filmes clásicos. No obstante, el director Christian Gudecast, quien fue guionista de Londres bajo fuego, logra que el relato sea bastante ameno. El film no tiene más ambiciones que ofrecer un entretenimiento decente dentro del cine y en ese sentido no defrauda, si bien a la trama le sobran 30 minutos. La historia tiene los giros suficientes para sostener el misterio del conflicto y las secuencias de acción son impecables y no arruinan la película con situaciones exageradas o artificiales generadas con animación computada. El inconveniente con El robo perfecto es que los numerosos elementos que copia de Fuego contra fuego son tan obvios que esta producción carece de identidad propia, ya que el “homenaje” al cine de Michael Mann es permanente. Dentro del reparto las figuras más destacadas son Gerard Butler, quien compone un antihéroe interesante y O´Shea Jackson, el hijo del rapero Ice Cube, quien vuelve a demostrar que tiene condiciones para la actuación. Hace un tiempo se había destacado en la biografía Straight Outta of Compton (que se centraba en los orígenes del rap gángster en los años ´80) y en este film ofrece un buen trabajo. Reitero, es una opción clase B que se puede esperar en los canales de películas del cable pero si elegís verla en el cine y sos aficionado al género no la vas a pasar mal. En Estados Unidos le fue bien en la taquilla y hace unos días se anunció la continuación que será realizada por el mismo director.
Den of thieves, el robo perfecto: demasiados tiros y poca lógica Las historias de robos a bancos requieren dos virtudes: el ritmo en la ejecución, más atado a los engranajes de la acción que a la riqueza de los personajes, y alguna que otra sorpresa en la resolución. Den of thieves, debut del guionista Christian Gudegast, logra ambas a medias: tiene dos secuencias con violentos enfrentamientos y orgiásticos tiroteos, una al inicio y otra al final, que se diluyen en un mar de planes sobreexplicados y tontas escenas sobre la vida privada del tosco policía que interpreta Gerard Butler, mezcla de padre compungido y pésimo marido.
Asaltos y peleas Hay suficiente acción, tiroteos extensos y persecuciones como para entretenerse. Las películas sobre robos a bancos siempre, pero siempre, resultan atractivas. Entre la fascinación y el oculto y secreto placer de ver cómo se le quitan a las corporaciones bancarias fajo de billetes de 100 dólares, el tópico ejerce una seducción ya desde el momento en que se ve cómo planean el atraco. El robo perfecto arranca con una suma de estadísticas que dejan a la ciudad de Los Angeles como la capital preferida de los asaltantes: cada 48 minutos se produciría un robo a un banco. Y como reza el título de la película, con Gerard Butler y el rapero 50 Cent, el que nos ocupa es bien, pero bien grande. Es nada menos que la Reserva Federal. Bueno, eso es lo que cree Nick, un policía que tiene entre las tupidas cejas de Gerard Butler a Merrimen (Pablo Schreiber, visto en varios episodios de Orange is the New Black como George “Pornstache” Mendez), un ex marine que ya estuvo preso y que es tan meticuloso como obsesivo es el agente del orden. Pero Nick tiene problemas de todo tipo y color. En la fuerza, no aguanta a un agente del FBI, y en la casa, la que no lo soporta es su esposa, harta de que le meta los cuernos con strippers. Así, Nick sale a trabajar a cualquier hora, y es capaz de meter la pata donde no le convendría hacerlo. Hay un soplón, hay mucha acción, hay un robo a un camión blindado al comienzo que está rodado con maestría y hay una película que dura dos horas y veinte, todo un exceso hasta ahora para un filme sobre un atraco que no necesita ser tan escarpado. Butler fue el rey Leónidas en 300 y luego sí, se lo vio en unos cuántos fracasos, artísticos y económicos. Pero no es el caso. Sin spoilear absolutamente nada, ya están preparando la secuela de El robo perfecto. Algo puede intuirse en el final, que hasta parece el desenlace de la primera temporada de una serie.
Apenas una semana después de La bóveda, llega a la cartelera comercial argentina otra película centrada en el robo a una institución monetaria titulada con un genérico El robo perfecto y dirigida por un ilustre desconocido como Christian Gudegast. El resultado, sin embargo, es una muy buena propuesta de acción. Como toda heist movie, la escena inicial presenta a los delincuentes en plena acción; en este caso, asaltando un camión blindado en la puerta de un autoservicio. La investigación recae en el comisario Nick Flanagan (Gerard Butler), quien inicia una larga carrera contra el tiempo para detener a la banda antes del golpe máximo: robar 30 millones de dólares de la Reserva Federal de Estados Unidos. Con ecos visibles de Fuego contra fuego, todo un ícono del policial y de las películas de asaltos modernas, El robo perfecto tiene una duración cuanto menos curiosa de 140 minutos, pero se pasa rapidísimo: mérito de un director que, aunque debutante, sabe manejar sus herramientas para acelerar cuando quiere generar tensión y frenar cuando el relato pide aire. La clásica historia del gato y el ratón tiene como villano a Merrimen (Pablo Schreiber), con quien Nick entabla una guerra fría que alcanza su punto máximo en un campo de tiro donde se cruzan e intercambian miradas sin decirse una palabra. Gudegast filma a prudente distancia, dejando que sean ellos quienes construyan su enfrentamiento con él como mero testigo. El último acto ocupa la porción más importante de la película, y es aquel que narra el robo del título: una de las grandes secuencias de acción del año.
Nos encontramos con una película de persecuciones de todo tipo, mucha acción, tiroteo, a pura adrenalina, persecuciones entre policías y delincuentes. Dentro del elenco están: Evan Jones (Guardianes de la Galaxia 2; 8 Mile), Pablo Schreiber (Vicky, Cristina Barcelona), Gerard Butler (300; Ataque a la casa blanca; PD te amo), entre otros, quienes conocen muy bien el género. Tiene al espectador pegado a la butaca, en esta cinta de tensión, misterio, intriga, asesinatos, con malos muy malos, tiene toques de humor y es puro entretenimiento.
La de Gerard Butler es una carrera curiosa. Una que empezó recién a sus 27 años, cuando resolvió que su título de abogado no iba a darle la fama que pretendía. Y en las dos décadas que lleva frente a cámaras, dio como resultado una filmografía atípica con muchos más fallidos que aciertos, que se divide entre sus vueltas como héroe de acción y sus odas al amor en comedias románticas. Desde hace tiempo que pareciera coquetear con el formato hogareño, no obstante todavía se le da la posibilidad de encabezar costosos tanques de dudosa calidad, como las recientes Geostorm o Gods of Egypt. Pero con Den of Thieves queda expuesto a las claras aquello en lo que es mejor, con una película que ignora lo políticamente correcto y se dedica a explotar un nicho en el que abunda la testosterona, que de paso le da su mejor papel en años.
Revisionando el clásico de Michael Mann de 1995, Heat, Den of Thieves (título original) marca un contrapunto en el estilo de lo que proponía el film de Al Pacino y Robert De Niro. Tenemos a los dos films en el mismo ambiente, no obstante en los noventas reinaban los trajes, martinis y televisión a tubo, 23 años después lo que reina es el dinero, los tatuajes y la cerveza. Dos estilos, un mismo lugar. La historia es simple: una banda de asaltabancos profesionales dirigida por Merrymen (Pablo Schreiber) da un golpe con inesperadas bajas a un camión blindado. Este hecho los pone en el camino de Big Nick (Gerald Butler en su mejor papel en años), desde ahí en más todo los hechos se convierten en un juego de gato y el ratón, en esta ocasión, mucho más personal que en el film de Mann. Merrymen y Big Nick no son dos caras de la misma moneda, son valores opuestos con pocas coincidencias si no se tocan sus egos. El film de Christian Gudegast (A Man Apart, London has Fallen) es una correcta interpretación de los destinos del crimen y la ley, los cuales están marcados por partes iguales en corrupción y traición. Esta película no es un film de acción cerebral, no se tiene que pensar demasiado para poder disfrutar – tenemos inevitables y algo predecibles giros argumentales -; Den of Thieves es solida, hace ruido en todo lo que propone, y lo que propone, lo logra. Una película sin lujos pero inevitablemente atractiva en su estilo. El elenco se muestra confiado y determinante en todo momento del film. Gerald Butler esta en su zona de confort, Pablo Schreiber roba escena tras escena, de sorpresa nos encontramos con un 50 cent correcto en su juego actoral y O’Shea Jackson Jr. traza un nuevo camino el cual se aleja de la posibilidad de convertirse en un One hit Wonder gracias a lo que fue el éxito de Straight out of Compton (Biopic del año 2015 sobre el rise and fall de la banda NWA). El elenco brilla. Den of Thieves es una gran elección para todo fanático del cine de acción. Con una historia atrapante que no para en ningún momento en sus 140 minutos de duración la película de Christian Gudegast se destaca como uno de los grandes estrenos de la semana.
Gerard Butler es un policía "políticamente incorrecto" que debe impedir que una súper banda de ladrones cometa el robo del siglo En los suburbios de Los Ángeles, un poderoso grupo de atracadores planea robar La Reserva Federal, para eso arman un estudiado plan. Mientras tanto la policía intentará adelantarse y desbaratar el asalto. Christian Gudegast (guionista de filmes de acción como Londres bajo fuego) debuta detrás de cámaras con esta entretenida historia en la línea de películas como Fuego contra fuego de Michael Mann. Gerard Butler es un alguacil de mano dura, que intenta por todos los medios descifrar y anticipar la jugada de una banda demasiado lista. Aquí su clásica sobreactuación funciona como una parodia al héroe de acción ochentoso que tan bien sabe componer. O´Shea Jackson como el hábil chofer de los cacos, se encuentra en el medio de ambos bandos (acosado por la policía para que sea informante y sus secuaces que algo sospechan) deberá moverse con sutileza si no quiere terminar atravesado tanto por las balas policiales como por el fuego amigo. Pablo Schreiber como el líder de los atracadores luce peligroso, es un delincuente con códigos tan o más inteligente que los servidores de la ley. Play El metraje (algo extenso de 140 minutos) avanza sumergiéndonos en el mundillo de los policías encubiertos, la intimidad de los ladrones y la planificación tanto del golpe como del plan para impedirlo. Los personajes están bien delineados y se nos permite conocer ciertos puntos de su intimidad y vida familiar para que podamos empatizar con cada uno de ellos. La elaborada puesta en escena remite al western en clave urbana, con los personajes preparándose para el "duelo final", una serie de secuencias muy bien montadas que nos llevan por un recorrido que incluye persecuciones, balaceras, tensión, y hasta algún momento de redención. Esto sin olvidar un giro argumental (un poco previsible), pero efectivo. El robo perfecto no será una película perfecta pero funciona, entretiene y jamás reniega de su esencia netamente pochoclera.
Un policial con trama ilógica Un grupo de ladrones con rigurosa formación militar se propone robar una fortuna de la Reserva Federal de Los Ángeles, donde diariamente se desechan cientos de millones de billetes usados. Pero, en el medio de sus complejos planes, un durísmo policía políticamente incorrecto los tiene en la mira. El típico juego del gato y el ratón es el centro de esta película que tiene dos protagonistas que no logran generar empatía con el espectador, no tanto por las actuaciones de los correctos Gerard Butler (el policía) y Pablo Schreiber (el ladrón), sino más bien por el guión del director Christian Gudegast, que no logra volver demasiado interesantes a estos personajes, que parecen salidos de alguna versión clase B de los Pacino y De Niro de "Fuego contra fuego" de Michael Mann. "El robo perfecto" empieza con una sólida y fuerte escena de robo a un camión blindado, y luego desperdicia más de la mitad de sus excesivas dos horas y veinte de duración en la absurda relación de sus dos antihéroes. Hay que soportar giros de la trama ilógicos e innecesarios, pero a medida que se concreta el robo las cosas mejoran, culminando en una excelente escena de tiroteo en medio del tráfico de una autopista que casi redime este mediano policial negro.
Den of Thieves: El robo perfecto es testosterona al por mayor en acciones paralelas a ambos lados de la ley. Los Angeles y sus alrededores tienen una población de casi 20 millones de habitantes. Es la ciudad de EE.UU. donde se cometen numerosos asaltos a bancos, más que en ninguna otra de ese país. Una banda de ladrones comete un robo menor en el que algo sale mal y mueren policías. Eso los convierte en los criminales más buscados, especialmente por el grupo de policías liderados por “Big” Nick O’Brien (Gerald Butler), que tiene métodos nada ortodoxos para investigar el caso. Del otro lado de la ley está Ray Merrimen (Pablo Schreiber), un veterano de la guerra en Irak. Los criminales y los policías parecen estar amalgamados y si se entrecruzan los roles es porque, como dice el mismo Big Nick, él y los suyos son como una pandilla pero con placas. Tanto como para advertirles a los ladrones quiénes son los verdaderos chicos malos. El eterno juego del gato y el ratón, dos bandos que se conocen, se miden, se amenazan, se vigilan y están atentos al próximo paso del otro. Christian Gudegast hace su debut como director con Den of Thieves: El robo perfecto y el defecto de su opera prima es poner demasiados elementos para darle espesor a su historia. Su capricho parece ser el querer sumarle peso dramático y conflicto a los personajes principales, en especial al de Butler, para ganar prestigio como realizador. Con una duración demasiado larga (2 horas y 20 minutos) el asunto se hace, por momentos, tedioso. Hay además, una inexplicable obsesión por colocar subtítulos con los barrios en los que suceden las acciones y otros con los nombres de los personajes que no agrega nada a la trama. Sobrevuela en el film cierto aire a Fuego contra fuego (Michael Mann) y una gran carga de misoginia, a tal punto que los personajes femeninos podrían haber sido eliminados y dejar la cosa en un duelo de machos alfa y nada se hubiera resentido. A poco más de un mes de su estreno en USA, ya se ha anunciado su secuela cuyo escenario será Europa. Eso explica, en parte, el giro que toma la última escena.
DUELO DE MACHOS PROFESIONALES Aunque está lejos de calificar como clásico –de hecho, es un film bastante discutido-, Fuego contra fuego es un film definitivamente emblemático de los noventa y creador de un paradigma en lo que se refiere al realismo en la acción. La ambición de Michael Mann lo llevó a expandir el relato original del piloto para televisión L.A. takedown, construyendo una saga policial y criminal algo despareja en el desarrollo de los personajes, pero cautivante desde los aspectos audiovisuales: pocas veces Los Ángeles había sido tan fascinante como espacio urbano y la obsesión por el profesionalismo se trasladaba incluso al sonido, con el impactante tiroteo a la salida de un asalto bancario como máxima expresión. Para bien y para mal, Fuego contra fuego se convirtió en un punto de referencia para el cine de acción posterior, a la vez que Mann terminaba de consolidar un estilo propio y lo seguiría profundizando en películas posteriores como Colateral: lugar y tiempo equivocado, Miami Vice, Enemigos públicos y Blackhat: amenaza en la red. El diálogo con Fuego contra fuego es explícito en El robo perfecto, que actualiza (y hasta casi repite) el duelo profesional entre policías y ladrones, esta vez centrándose en el enfrentamiento entre el Teniente que encabeza la División de Crímenes Mayores de Los Ángeles (Gerald Butler) y el líder de una exitosa banda de ladrones de bancos (Pablo Schreiber). Pero también con otras expresiones más recientes que abordan la violencia urbana y los códigos de los sujetos a ambos lados de la ley, como Día de entrenamiento y Atracción peligrosa. Y lo que va quedando es un híbrido, un poco a mitad de camino entre el cuento básico de L.A. takedown y las ambiciones un tanto épicas de Fuego contra fuego, atravesadas por elementos propios del cine del presente. En un punto, la ópera prima del director y guionista Christian Gudegast (quien venía de co-escribir Londres bajo fuego y Un hombre diferente) muestra a un realizador que pareciera haber aprendido unas cuantas lecciones de sus referentes pero solo las básicas y no todas como para terminar de diseñar un estilo propio bien definido. Por ejemplo, no terminan de cimentarse las distintas dinámicas grupales; de hecho, el único personaje que tiene un mayor desarrollo personal es el de Butler, cuya subtrama familiar –que incluye todo un proceso de divorcio- es tan superficial como redundante. Gudegast, evidentemente, quiere decir algo sobre cómo lo laboral termina alterando lo afectivo, pero no pasa de cederle espacio a Butler para que muestre su lado más desagradable, construyendo un personaje con más de una similitud con el de Denzel Washington en Día de entrenamiento. En cambio, Gudegast muestra mayores aciertos cuando sus personajes se callan para pasar a expresarse desde lo corporal: las miradas, gestos, incluso los tatuajes que pueblan sus físicos, dicen mucho más sobre los protagonistas de El robo perfecto que sus palabras. Por caso, hay una escena en un polígono de tiro donde no pareciera suceder nada, pero en verdad dice mucho sobre los códigos machistas que atraviesan a dos bandos supuestamente opuestos, pero que comparten más de una característica. Y eso queda mucho más explícito en los dos tiroteos principales –uno al principio del film, el otro casi al final-, en los que se fusionan la conducta profesional con la conciencia grupal. Allí es donde la frialdad que afecta a buena parte del relato adquiere connotaciones positivas desde el vigor y la fisicidad de la puesta en escena. Claro que, como dijimos antes, Gudegast no puede evitar anclarse en ejes contemporáneos, propios del cine actual, y ahí es donde aparece la necesidad casi patológica de construir una franquicia. El giro del final, pretendidamente astuto y que deja las puertas abiertas para una secuela, es cuando menos forzado, poco verosímil y hasta va a contramano con el tono que se pretendió hilvanar durante casi toda la película. Aún con sus factores de interés –sustentados en cómo delinea el duelo entre machista y profesional entre los protagonistas-, El robo perfecto no deja de ser una copia carbono de muchas cosas ya vistas.
Atraco En la pantalla aparece una estadística: “2400 veces al año. 44 veces por semana. 9 veces por día. Cada 48 minutos roban un banco en Los Ángeles”. Con esas cifras catastróficas de delincuencia comienza El robo perfecto de Christian Gudegast. Vamos a decir la verdad, desde el minuto cero parece otra película más sobre un robo bien planeado que va a salir mal. Tiene todos los condimentos para eso: un robo a un blindado, uno de los malhechores muertos, policías varios heridos, persecuciones, etc, etc. Pero siempre hay un “pero”. Otra de las verdades de este largometraje es que termina siendo entretenido, dinámico y bien hecho. Los giros argumentales no son del todo esperables y ello lleva a que sea una grata sorpresa. Mas allá de que cuenta con un experto en este género como es Gerard Butler, quienes lo acompañan en pantalla como sus antagonistas generan empatía con el espectador. Estamos hablando del rapero 50 Cent, Pablo Schreiber y O’Shea Jackson Jr, hijo de Ice Cube. En resumen, El robo perfecto parece y tiene todos los aspectos de una película típica sobre robo de bancos, pero no lo es. La forma en que se narra es la clave, es distinta lo ordinario, eso se demuestra en que sus dos horas de duración parecen mucho menos.
Cine norteamericano, cine de acción, Los Ángeles, robo a bancos. Este es el contexto, y la tradición, donde hay que ubicar a El robo perfecto, dirigida por Christian Gudegast y protagonizada por Gerard Butler. El filme se inscribe en esa tradición de películas de bajo perfil pero con innegables aspiraciones mainstream y repletas de actores secundarios, cuyo destino final es la televisión por cable o el colectivo de larga distancia. La historia presenta a dos bandos. Uno está integrado por policías; el otro por ladrones de bancos. Los primeros tienen que atrapar a los segundos. Mientras tanto se estudian, se observan, se persiguen, se amenazan, se desafían. Lo importante no es tanto la consumación del atraco como los momentos previos y cuando estalla la balacera y el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. El robo perfecto parece pertenecer a otra época, y no sólo del cine sino de la Historia, ya que en todo momento esquiva la corrección política reinante en el Hollywood actual. El director logra así un filme con el espíritu y el look de las películas analógicas de acción de las décadas de 1980 y 1990. Christian Gudegast hace una oda a esos tipos de películas de robos a bancos con personajes duros. Y es también un homenaje a Los Ángeles, ciudad que atraviesa cada plano con su particular luz, con sus puestas de sol únicas, con su color crepuscular característico, sus calles y edificios inconfundibles. Los Ángeles es la gran ciudad del cine norteamericano de género. Quizás peque de excesivamente larga, pero la duración no se siente tanto gracias a su ritmo y a su buen manejo de la tensión. Lo malo es que la música de Cliff Martinez está un poco desaprovechada. Tampoco cuenta con una escena memorable. Sin embargo, el resultado es un aceptable ejercicio de un cine en extinción.
Todos aquellos que sólo van al cine a buscar un momento entretenido y distendido, sin grandes pretensiones, viendo una película de robos bien pensados y tiros por doquier, lo van a pasar muy bien. El ritmo es bueno y muy constante, el relato es...