Guionista de más de un éxito en la taquilla local de la última década (¿Quién dice que es facil?, Un novio para mi mujer, Me casé con un boludo) y director de la no tan popular Juntos para siempre (2010), Pablo Solarz se aparta de la liviandad de aquellas comedias románticas para aventurarse en una búsqueda mucho más compleja (aunque sin abandonar el humor) y con mayor disponibilidad de recursos (filmó en cuatro países y contó con seis compañías productoras). El resultado final, sin embargo, no es del todo convincente.
Abraham es un sastre judío de 88 años, cuyas hijas decidieron mandar a un geriátrico. Pero él, negado frente al paso del tiempo y al hecho de que otros resuelvan su propia vida, se dispone a emprender un viaje. Sin embargo, no es un viaje cualquiera, sino que se embarcará en una aventura para buscar a un viejo amigo que le salvó la vida durante el Holocausto. “El Último Traje” es una película que atrapa desde un primer momento por el tono con el cual se narra el relato. Si bien de fondo se nos presenta una historia profunda y dura sobre la persecución a los judíos durante el régimen nazi, el drama no persiste en todo momento. El film busca el justo equilibrio entre la reflexión, la crítica y la comicidad con la que se retrata a la comunidad judía y a la personalidad particular del protagonista. Es decir, que nos ofrece momentos graciosos, a partir de un guión ingenioso, pero también espacios más serios y angustiantantes, donde el espectador transitará por todas las emociones. También es interesante el tratamiento que se le otorga al pasado del protagonista. No tenemos como en otras películas ese constante vaivén temporal o la división entre dos líneas bien marcadas. Acá los recuerdos vienen en forma de sueños o relatos, en momentos determinados, para darnos un simple y pequeño pantallazo de lo que vivió este hombre y de por qué tomó la decisión de emprender el viaje. Miguel Ángel Solá es quien encarna a Abraham, con una sublime caracterización (hacen pasar a un hombre de 67 años por uno de 88, con las mañas y complicaciones de la edad) y una impronta especial. Desde un inicio podemos empatizar con este personaje que tiene sus objetivos bien claros y que retrata y representa a un grupo de judíos exiliados que continúan marcados por aquella terrible época. Pero el resto de los interlocutores con los cuales se encuentra el protagonista también son atractivos, como el de Martín Piroyansky o Ángela Molina, y muchos de ellos vienen a mostrar una cara más moderna del mundo. No sólo se observa una crítica hacia el nazismo, sino también una autocrítica propia de los alemanes en la actualidad, mostrando que a pesar de que no todos estuvieron ligados a estos hechos (incluso algunos ni habían nacido), es una cuestión latente dentro de la sociedad. Asimismo se tocan otras temáticas a lo largo del largometraje; se hace mucho hincapié sobre la vejez, la memoria y el olvido, la intolerancia, la amistad, la dignidad de la vida, entre otras. Se destaca también el despliegue de producción (con una co-producción Argentina – España detrás), con los viajes y la recreación de distintos lugares, como también los aspectos técnicos, con la típica música judía y una fotografía muy lograda. En síntesis, este road trip catártico donde un personaje al final de sus días decide volver al lugar del cual fue expulsado nos hace recorrer distintas sensaciones gracias a la mezcla de géneros que propone. Con un Miguel Ángel Solá impecable que se pone el film al hombro, el análisis de distintos temas y la buena música y ambientación, “El Último Traje” cumple con todo lo que promete.
El último traje: “Un viejo amigo es mejor que dos nuevos amigos”. “Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse. Por el contrario, la hacen más profunda”. Gustave Flaubert Esta es una historia sobre la memoria; sobre quienes cargan con ella una vida y solo sienten su peso cuando se les atraganta en la vejez, sobre la desdicha del olvido de quienes no saben cuanto puede acarrear tales deshonras. El cierre de un amplio circulo que sujeta la historia de un hombre, la familia, un pueblo. Abraham Bursztein es una vasija rota que pierde de a poco el contenido, mostrando a quienes son testigos del estropicio la cruel naturaleza de las desdichas allí contenidas. Es a ojos del guionista y director, Pablo Solarz, la síntesis de lo que nos está ocurriendo como sociedad, cuando somos capaces de deshacernos de lo viejo sin meditar que en ese objeto hay guardada la historia que nos hace. Sobrevuelan un silente anciano como, y podríamos referenciar buitres o sobrevivientes sobre los despojos, pero no queriendo pecar de dramatismo literario, diremos que como hijos que sopesan la herencia, la física, la tangible, la que en mayor o menor medida dará un poco de sosiego. La otra, esa que guarda hasta celosamente el anciano, queda arrinconada en la quietud y ensimismamiento del hombre. Uno que cumple con el ritual, sumergiéndose en la vorágine como una roca. Una foto, para saberse celebrado, una coima para no perder el toque. Y la idea de que no todo puede terminar así, que no debe simplemente perderse en los pasillos de un geriátrico como fantasma de algo que fue y nadie advirtió. Escapar es la solución lógica, para quien se encuentra acorralado, huir hacia la aventura es también sanjar de entrada que no todo es viejo, quieto, manso. Miguel Ángel Solá, al borde del sujeto teatral, crea un anciano que sabrá ganarse el corazón del espectador, quizás porque también es el emblema de lo que tarde o temprano seremos, porque lo traza con cierta melancolía oculta en la habitual irritabilidad de viejo terco, de sabio de calle, de sobreviviente. Crea un sujeto con aristas, capaz de ser la victima y el que odia, de ser una anécdota andante. El viejo y terminado sastre ahora, en el ocaso, siente que debe pagar una vieja deuda con quien lo salvara. Abraham Bursztein parte en busca de quien lo rescató y para eso la aventura tendrá que tener sus escollos y es cuando la historia parece divagar entre personajes que pudieron pero no les permitieron. Cosas de guion, esas que hacen de los co-protagonistas serviles marionetas para una historia que arrancaba con la fuerza nada menos que de un Abraham en busca de la tumba adecuada. Cuatro son los que facilitarán el reencuentro, un joven y tres mujeres; personajes definidos con cierto encanto del que abrevan seguramente en el viejo simbolismo de la triple diosa. Esas criaturas que son la Doncella, la Madre y la Anciana del hombre. Y serán de alguna manera quienes por fin presten atención a la historia oculta, a la verdad enredada en los erráticos pasos del anciano. Una road movie podría ser en alguna medida, utilizando el transporte como motor de un cuento que no carece de esa vieja y tan viva sintaxis que ocurre en los cuento yiddish; sencillez, tramas asequible y el humor con cierta causticidad sobre la humanidad y sus reveses y razones. La tragedia del holocausto es el disparador para un repaso, también, de lo que hoy se entiende como tal y que gracias a ese anciano cobra dimensión, en cierta manera, de la tragedia humana que carga.
Viaje hacia el pasado. Miguel Ángel Solá, en la que tal vez sea la mejor interpretación de su más que prolífica carrera, le da vida a Abraham, un inmigrante polaco judío que llegó a la Argentina en los cuarenta luego de huir del holocausto nazi. En una película que combina el viaje de una vida con la aventura espiritual de un hombre, El Último Traje ofrece una mirada muy particular, sensible y sobre todo argentina de uno de los capítulos más sombríos de la historia moderna. En su segundo largometraje como director, Pablo Solarz propone una historia que se suma a la extensísima lista compuesta por films de todos los orígenes que de una forma u otra tocan el tema de la segunda guerra mundial y, sobre todo, las consecuencias que esta produjo en sus víctimas. Pero ahí está la cuestión: con tanto filmado, esta no es una más entre ese vasto montón. Primero porque empieza en Argentina. Abraham, polaco de nacionalidad y judío de fe, tiene perfectamente claro que cualquiera de los días que le está tocando enfrentar puede ser el último. Por eso organiza una reunión familiar con vistas a organizar un poco el patrimonio que le heredará a su familia y otro poco para tener una despedida más o menos formal de sus seres más cercanos. Porque ellos tanto como él saben que su partida está cerca. Lo que ignoran es cuánto. Ya desde ese inicio la película logra captar la atención y esto responde a tres elementos principales. En términos narrativos lo que tenemos es a un hombre muy mayor que busca poner sus cosas en orden antes de su partida definitiva pero lo que se percibe es que ese último tren de la vida al que ya parece haber abordado todavía cuanta en su itinerario con una parada previa. Porque ese orden familiar que parece ocupar toda la atención de Abraham está lejos de ser su meta principal. Esto lo empezamos a soslayar con la forma que tiene el personaje de referirse a su pasado, a su Polonia natal en particular y a lo que vivió en los pocos días que pasó en su tierra de origen. Algo hay allí que no está resuelto, algo le falta resolver en Europa. Y cuando Abraham escapa de la bendita reunión familiar y saca el primer pasaje disponible para Madrid, el verdadero viaje comienza. Establecida esa intriga central de forma velada, dejando mucho espacio para que el público elucubre tranquilo, se hace presente en simultáneo el segundo elemento que destaca a la película ya desde el comienzo y que se mantendrá hasta el final. Y este se refiere a las pequeñas escenas. Con diálogos construidos casi de forma independiente en términos de ritmo propio con respecto al largometraje al que pertenecen, resultan muy difíciles de olvidar la escena que Abraham comparte con su bisnieta, el vínculo que establece con el joven al que ayuda en el aeropuerto de Madrid, la relación que rápidamente forja con la dueña del hostal en que se hospeda, el inesperado encuentro en la estación de tren de Berlín con una joven alemana que se atreve a cuestionar sus creencias y la ayuda que recibe de una amorosa enfermera polaca. Todos esos pequeños grandes momentos tienen vida propia a partir de una brillante construcción de personajes -que en prácticamente cinco minutos consiguen conquistarnos- y que en su conjunto le dan vida a ese relato que lleva a Abraham por toda Europa buscando saldar su última cuenta pendiente. Y para el final hay que dejar la tercera pata de este trípode porque es la fundamental. El compromiso actoral de Miguel Ángel Solá para esta producción es tal que estaríamos en presencia de un trabajo consagratorio (si es que a este veterano del arte le cabe ese adjetivo a esta altura) incluso si al actor argentino le tocara interpretar a un argentino que pasó toda su vida en Argentina, habla con acento argentino y no tiene que moverse de Argentina. Sus gestos, su manejo de los silencios, su gracia para hacer reír y su profundidad para emocionar quedan plasmados en todas y cada una de las escenas que protagoniza, que son la mayoría. Y como si eso fuera poco, no le toca hacer de ese argentino lleno de argentinidades. Le toca un polaco judío que vino a Sudamérica de chico escapando de los nazis. El acento, la inflexión de su voz, los términos que usa y la forma que tiene de expresar su forma de pensar en cada frase que pronuncia hacen de este Abraham un personaje tan entrañable como la historia que protagoniza. Y todo eso es mérito de Solá. Con un elenco completado por Martín Piroynski, Ángela Molina, Natalia Verbeke, Julia Beerhold y Olga Boladz, El Último Traje es de esas películas a las que no les falta nada, con enormes actuaciones, grandes personajes, buena música, una historia sólidamente construida y un final conmovedor que además de emocionar también se hace del tiempo para dejarnos una profunda reflexión de vida. Bravo.
Abraham Burstein tiene 88 años. Hace más de 60 sobrevivió uno de los genocidios más atroces de la historia, el Holocausto. En Polonia, logró seguir con vida gracias a la ayuda de un amigo, pese a la opinión de la familia. Es de la generación de los últimos testigos del horror, los protagonistas que por su edad se van yendo. En el Siglo XXI, este anciano testarudo y con una pierna destinada a la amputación vive otra realidad: familia disfuncional, nietos posmodernos, una propuesta para vivir en un hogar de ancianos y la sensación de abandono permanente. Pero en su cabeza hay un recuerdo que data de la década del 40, un gesto humanitario que nunca terminó de saldar. Y así arranca la historia para reencontrarse con su amigo y héroe. Podemos pensar a El Último Traje como una película de viaje. Un abuelo hace, no sin achaques varios, un recorrido eterno hacia Polonia para cerrar una etapa y quizás comenzar el último tramo de su vida. Pasa por Madrid, por París y, antes de llegar a Varsovia, conoce personajes que lo ayudan en el camino, el cual prevé una escala inevitable en Alemania, cuna del nazismo. Se destacan Ángela Molina, dueña de un hotel con la que Burstein tiene química, y Martín Piroyansky, joven músico al que conoce en un avión. En la actualidad, realizar una película sobre el Holocausto implica un riesgo. No por el tema, sino por la gran cantidad de historias que se han contado al respecto. El aspecto singular de la película de Solarz es que se focaliza más en la actualidad que en el pasado. De hecho, cuando se muestran los flashbacks -cortos y que no suman mucho, más allá de la valorable reproducción de época- el film empieza a perder ritmo y los 86 minutos se tornan tediosos como el derrotero del protagonista. Por cierto, el relato no abusa de los guiños costumbristas de la cole judía en el país, sino que propone un retrato más universal. Cabe destacar, a su vez, la efectividad del guion. El director y autor tiene experiencia en éxitos de taquilla y logra abordar un tema de enorme peso histórico para generar empatía sin ahuyentar. Miguel Ángel Solá, finalmente, se roba la historia con una gran caracterización, pese a que el acento polaco tiene altos y bajos. Su performance es el gran atractivo. El Último Traje se desenvuelve como un cuento chico, una aventura con un trasfondo inmenso. Es tierna por momentos, da bronca en otros, pero entretiene mientras nos habla sobre una etapa de la historia que es importante mantener presente.
Ambiciosa producción de Pablo Solarz, guionista de varias producciones exitosas del cine nacional y que se lanza en su segunda película a narrar una historia universal sobre el amor, la amistad y la pasión. Miguel Ángel Solá regala una de sus más logradas actuaciones como Abraham, ese hombre que en el ocaso de su vida desea cumplir su último sueño a toda costa. Lo secundan Ángela Molina y Martín Piroyanski en una historia entrañable.
Viaje al pasado El afán por cumplir una promesa que hizo hace más de 70 años motiva al anciano judío Abraham Burzstein (Miguel Ángel Solá) a escapar de Buenos Aires, donde sus hijas planean internarlo en un geriátrico, para buscar a un viejo amigo que le salvó la vida en Polonia mientras el territorio europeo estaba ocupado por los nazis y al que nunca más vio ni escribió. Abraham primero aterriza en Madrid y desde allí deberá buscar la manera de llegar a Polonia, en la capital española tendrá la ayuda de Leonardo (Martin Piroyanski) y María (Ángela Molina), la responsable del hotel donde se aloja. Miguel Ángel Solá deslumbra con su interpretación del octogenario sastre judío que ya no tiene nada que perder y decide embarcarse en una travesía donde parece imposible que tenga éxito. Además está brillantemente bien acompañado por una amplia gama de personajes secundarios que se cruzarán en su camino y con los que tiene una gran química. El principal problema es que la película plantea alguna que otra situación un tanto predecible pero aún así es un relato muy redondo. El guion está a cargo del director Pablo Solarz y plasmó parte de la vida de su abuelo quien había escapado de Polonia hacia la Argentina y consideraba una mala palabra el nombre de su tierra natal, Abraham en la película también señala desprecio por su tierra natal. El último traje es una road movie filmada en cuatro países y que contiene dosis de humor sin dejar atrás la emotividad emotiva y que se solventa en las grandes actuaciones.
La decisión incorrecta Hay películas en las que uno tiene la sensación de que el director tomó todas las decisiones incorrectas hasta llegar al punto de arruinar una obra que a priori tenía todo para al menos ser correcta. En El último traje (2017) sucede algo de esto. Un guion demasiado forzado y efectista que cae en la inverosimilitud y una banda sonora innecesaria para remarcar imágenes que hablan por sí solas logran que una buena idea desencadene una historia fallida. La historia de El último traje narra el regreso a Polonia del nonagenario Abraham (gran trabajo de Miguel Ángel Solá), un judío que huyó de un campo de concentración nazi y se afincó en Argentina donde formó una familia. Abraham hizo una promesa antes de partir de su ciudad natal y que está dispuesto a cumplir sin importar el precio. Con una producción sorprendente, filmada en cuatro países y con flashbacks de la guerra, El último traje está estructurada como una road movie que muestra el derrotero de Abraham en ese viaje conclusivo al final de su vida. Pero la historia se enfrenta a diversos problemas, sobre todo narrativos –algo que sorprende viniendo de un experimentado guionista como Solarz-, que la vuelven inconsistente ante la falta de verosimilitud de todas las subtramas derivadas del conflicto central, situaciones tan forzadas que dan la sensación de que el autor no supo resolver de manera natural y mucho más fluidas. La escena en que Abraham le da el pasaje de ida y vuelta al personaje de Martín Piroyansky es el ejemplo más claro, aunque dentro de esta línea sigue el hotel vacío de Madrid, el robo en la habitación, el encuentro con la hija, el dilema de pisar o no suelo alemán… Otra de las fallas de El último traje es el uso de la banda sonora hasta el hartazgo, se nota una falta de confianza en las imágenes, los diálogos, los silencios y los actores al punto de tener que apelar a un recurso tan obvio para provocar algún tipo de efecto en el espectador. Un error que termina de arruinar la película. Entre los aciertos, aunque menores, hay que destacar la actuación de Miguel Ángel Solá, un personaje que más allá del maquillaje y lo inverosímil de sus diálogos y acciones se vuelve creíble y querible, algunas escenas de la guerra bien resueltas a través flashbacks, y los pasos de comedia que desarticulan las situaciones dramáticas, aunque no mucho más. El último traje tal vez hubiera sido una película interesante, con un tema no muy tratado en el cine argentino, buenos actores, y una producción atípica, pero no fue lo que sucedió. Sino todo lo contrario.
El último traje: entrañable historia con un gran actor Abraham es un sastre jubilado de 88 años que tiene una promesa por cumplir. A fines de la Segunda Guerra Mundial un amigo lo salvó de la muerte y juró volver algún día a reencontrarse con él para narrarle como fue su larga existencia. Siete décadas después, sintiendo que para su familia ya es un estorbo y que su destino será un geriátrico, Abraham decide que es el momento de enfrentarse a sus miedos. Su amigo reside en Polonia y ese sastre se propone una épica aventura: cruzar media Europa con la ayuda de algunos personajes que cambiarán su manera de ver el mundo.
El director de Juntos para siempre regresa con una tragicomedia pensada para emocionar y concientizar, pero que no logra su cometido. No hay nada que esté particularmente mal en El último traje, tragicomedia dirigida por Pablo Solarz. Se trata de una muy cuidada coproducción con Europa, rodada en cuatro países, que narra una historia bienintencionada y protagonizada por un actor de calibre que debe lucir más avejentado de lo que es (Miguel Angel Solá tiene 67 años y su personaje, 88). El problema es que este nuevo film como realizador del guionista estrella de Historias mínimas, ¿Quién dice que es fácil?, Un novio para mi mujer y Me casé con un boludo tiene una misión (conmover y concientizar) y lo hace (lo intenta) con un cine que luce a esta altura un poco anticuado, demasiado subrayado, con una propuesta alegórica obvia, sin demasiados matices ni sutilezas en su exploración del judaísmo, la vejez, las diferencias generacionales y las heridas aún abiertas de la Segunda Guerra Mundial. El antihéroe del film es Abraham Bursztein, un anciano que ya tiene hasta bisnietos al que sus hijas pretenden venderle el departamento y enviarlo a un geriátrico. Típico viejo gruñón, el protagonista desafiará las decisiones de sus familiares y huirá hacia Polonia para reencontrarse con un amigo que supo luchar con él en la Segunda Guerra Mundial y luego lo ayudó a escapar para darle ese último traje al que alude el título. Lo que sigue es -en la superficie- una comedia de enredos con elementos de road-movie que en su corazón esconde temas importantes que Solarz quiere que queden siempre muy en claro (incluso apelando a unos flashbacks que quitan más de lo que agregan). Pese a su constante malhumor y a sus malos tratos, Abraham siempre encontrará alguien dispuesto a ayudarlo, ya sea un argentino como Leo (Martín Piroyansky), una española como María (Angela Molina), una francesa o una alemana como Ingrid (Julia Beerhold). La magia del cine hará incluso que Gosia (Olga Boladz), una joven enfermera que apenas lo conoce, sea capaz de abandonar la clínica en la que trabaja y acompañarlo en un largo periplo a Lodz). Pero, más allá de estos u otros reparos que pueda hacérsele o de algunos planteos que resultan bastante inverosímiles, quizás el mayor pecado de El último traje sea que está formateada para emocionar y no lo hace incluso cuando sobre el final apele a situaciones lacrimógenas.
Escrita y dirigida por Pablo Solarz, "El último traje" cuenta la historia de Abraham cuando ya es un hombre mayor, un judío ahora abuelo y a quien su familia de a poco empieza a despojarlos de su hogar para quedar destinado a pasar sus últimos días en un geriátrico. No obstante no es eso lo que quiere Abraham, al menos no sin cumplir con una tarea que dejó pendiente durante más de cuarenta años. Así, sin avisar a nadie, escapándose de su familia, Abraham viaja a Europa para poder llegar a su destino final, Polonia, el lugar donde nació y país que ni siquiera puede nombrar en voz alta. Un viaje que lo irá cruzando con diferentes personajes a medida que va sorteando cada uno de los destinos previos que deberá cruzar antes de llegar a su destino final. Abraham es una persona graciosa cuando quiere, seductora pero también testaruda y orgullosa. Y si bien tardó varias décadas en decidirse a llevar a cabo esta promesa de viajar a Polonia para llevarle un traje a un amigo que lo ayudó cuando eran jóvenes, cuando le tocó sortear uno de los momentos más duros y difíciles (e inentendibles) de la historia mundial como fue el Holocausto, ahora Abraham no permitirá que su viaje se trunque. Las adversidades son varias: que no lo quieran dejar entrar a España, que una vez que lo lograra le roben todas sus pertenencias y dinero en un hotel barato, un reencuentro casi forzado con su hija cuando se ve obligado a pedirle ayuda, la negación a que el tren que se va a tomar pase por Alemania, aquella tierra que detesta. La primera parte de la película apuesta a un humor tierno acompañando a este peculiar personaje (con su también peculiar misión: simplemente llevar un traje), mientras que después de la mitad la cosa se va poniendo más difícil. Ahí empieza a introducirse demasiado ese pasado nunca pisado y el miedo a que aquello que está yendo a buscar quizás no esté, a que ya sea demasiado tarde. El film se torna mucho más emocional y melancólico hasta llegar a un final conmovedor de esos en los que es muy difícil contener una lagrimita. Miguel Ángel Solá es el alma de esta película. Su Abraham avejentado pero al mismo tiempo lleno de vitalidad y firmeza nos seduce desde el minuto uno. Durante el viaje lo acompañan otros actores como Martín Piroyanski, Natalia Verbeke, Ángel Molina, Julia Beerhold y Olga Boladz. De hecho el film cuenta con una atractiva galería de personajes femeninos que deambulan a su lado y acompañan a Abraham en cada uno de estos encuentros. Este segundo largometraje de Solarz (más reconocido por su faceta como guionista, incluso de éxitos taquilleros) es un viaje íntimo y físico a un lugar y a una parte de la historia que siempre estará vigente. Es también una película que fácilmente podría haber caído en golpes bajos y lugares comunes y sin embargo se la siente más bien sutil y genuina.
Último viaje a Polonia con un magistral Solá En la perfecta caracterización lo ayuda la maquilladora Almudena Fonseca. Esta historia de Pablo Solarz tiene dos prólogos. Primero una idílica fiesta judía ambientada en otros tiempos, donde una nena se luce para orgullo de su feliz familia. Luego una mera reunión familiar en tiempos actuales, donde una nena se sale con la suya para alegría del abuelo casi nonagenario. Seguro que ella sabrá defenderse en la vida. En cuanto a la otra, ya veremos si pudo hacerlo. La cuestión es que quieren poner al geronte en un asilo, y éste huye a Europa, dispuesto a cumplir una promesa antes de morir. Él era polaco. Ya no. Sufrió lo peor en la guerra, y encima cuando pudo volver a su casa la encontró ocupada por el empleado de su padre (algo bastante común en esos tiempos). Enfermo, hecho un paria, sobrevivió solo gracias a un amigo católico. Y ahora quiere verlo. Avanzan los recuerdos a lo largo del viaje. Y avanza también una serie de experiencias nuevas, que abrirán un poco la cabeza de ese viejo admirable pero demasiado terco y resentido, entre otros defectos. A fin de cuentas es un ser humano. Protagonista absoluto, Miguel Angel Solá, que compone su papel con enorme maestría, intensidad y mucho detalle, alternando bromas y dolores. En la perfecta caracterización lo ayuda la maquilladora Almudena Fonseca, y le dan la réplica Natalia Verbeke, Julia Beerhold (dos momentos fuertes), Matías Piroyansky, Angela Molina, Max Berliner, Cristóbal Pinto (el agente de Migración), la bonita Olga Boladz y Jan Mayzel, actor de Kieslowski, para el emotivo final con música de Federico Jusid. Buena película. Pero nos deja una duda: ¿y si Berliner hubiera hecho el protagónico? No precisa maquillaje, es casi centenario, buen actor dramático aunque mayormente haga comedias, y hasta nació en Polonia. Hubiera sido la coronación de su carrera. Pero lo conocemos sólo nosotros. Además, quién sabe cómo anda del reuma.
El Último traje (2017) es el segundo largometraje del director y guionista Pablo Solarz basado en la búsqueda de la felicidad e historias de familia. La génesis replica la forma de “Historias Mínimas” la película dramática que aborda historias familiares y cruces entre vecinos de un pueblo delineado a la perfección como parado en el tiempo con la composición musical a cargo de Nicolás Sorín, o bien “Juntos para siempre” (2012). En esta ocasión, Solarz parte de anécdotas familiares para construir el relato de esta road movie y retratar el viaje de un sastre judío de 88 años, nacido en la Polonia de la invasión nazi, llamado Abraham Burzstein (Miguel Ángel Solá) que vive exiliado en Argentina en una enorme casa que a su edad avanzada le trae más problemas que soluciones. Burzstein en sus últimos años de vida se tornó algo arisco, reacio y poco demostrativo. Por tal motivo, un buen día toma el coraje de alejarse de su rutina y apartarse de su familia -para quienes sabe que es un estorbo; quieren vender su inmueble e internarlo en un geriátrico-. Escapa a Polonia a encontrar al hombre que le salvó la vida durante la Segunda Guerra Mundial en pleno exterminio nazi. Sus ansias de cumplir la promesa que le quita el sueño hace más de siete décadas lo hará enfrentar sus miedos al pasado incierto, y a la verdad del después del holocausto ¿Habrá sobrevivido su amigo? ¿Podrán encontrarse y llevarle el último traje que confeccionó para él? Bajo este clima de suspenso comienza el viaje de Abraham. En su marcha pivotea con situaciones cómicas que moldean su carácter testarudo, ortodoxo e inflexible para sobrevivir en el país. Debe superar su prejuicio de polacos y alemanes ya que serán ellos, que pululan como plagas, quienes lo ayudaran a moldear y sortear situaciones cotidianas para sobrevivir allí y cumplir su meta. En el camino irá conociendo en Madrid a la española María (Ángela Molina), un argentino Leo (Martín Piroyansky) y una alemana Ingrid (Julia Beerhold) que intentarán convencerlo que en Alemania y Europa ha pasado tiempo y las aguas han calmado. En este sentido el guión, a cargo de Solarz, encripta un mensaje de positivismo entre una Polonia que refleja artísticamente la imagen que sus familiares replicaron cuando su abuelo escapó de allí y la bautizó “mala palabra”. Así, la narración avanza para desencriptar de la mano de Abraham aquella percepción ortodoxa y contaminada del país que brindó ayuda durante el exterminio nazi. Abraham intentará en un acto de amor, superación y coraje regresar a ese suelo para abrazar a su amigo. Párrafo aparte para el elenco encabezado por el multifacético actor Miguel Ángel Solá, cuyos dotes de actor teatral en la industria hispano-argentina le permite lucirse con gran soltura sobre el arco solemne buscado. A sus 67 años consigue interpretar a la perfección un octogenario atravesado emocionalmente por el Holocausto. Sin embargo, su contrapunto: la puesta, vista en películas como El Pianista (2002) de Roman Polanski, es el claro ejemplo que un largometraje no puede sostenerse únicamente por un actor convincente y el trasfondo del Holocausto. Tampoco por intentar hacer foco en hacer emocionar, hasta el hartazgo, al espectador a partir de flashbacks convincentes para enmarcar la situación de guerra, los sobrevivientes y los tantos que quedaron en ése pasado trunco. No obstante la idea de concientizar y poner el eje en la sociedad vigente que esta exilada en el país y honrar su memoria no peca de ingenua ni pasa desapercibida. Mucho menos si se trata de una coproducción con Europa que acompaña eficazmente los pasajes, las locaciones de cuatro países. En este sentido, hubiese sido interesante que Solarz retome la impronta de “Historias Mínimas” y juegue un poco más con los personajes secundarios que conforman subtramas impregnadas de comedia, alejándose del drama. Tales como el debate si pisar, o no, suelo alemán en medio de una estación crucial. Este punto remite la película “Una historia verdadera” de David Lynch, por ejemplo. El último traje rememora un pasado que intentó ser borrado. Muestra el paso del tiempo y que el cambio es posible. Honra las generaciones judías exiliadas en el país y a la vez, sirve como instrumento para darle voz a aquellos que la solicitan y sobre todo, una enseñanza porque hasta el último día de la vida mientras la intención esté se puede hacer algo para que nada esté perdido. Y sobre todo, poner un punto final a la intolerancia y discriminación entre clases.
Una frase hecha dicta que el destino no importa, sino el viaje que se hace para llegar a él. Casi siempre esto es dicho en el contexto del aprendizaje, la maduración que uno tiene gracias a la experiencia. El Último Traje se desvía de esta premisa como una oportunidad de conocer mejor a un personaje. El espacio como detonante del recuerdo y como desafío. De punta en blanco Abraham es un sastre jubilado cuyos hijos vendieron su casa y deciden enviarlo a un geriátrico. Concretando los detalles de la mudanza, él se cruza con un traje que está todavía en su funda. Con la intención de hacerle llegar el traje a su dueño, Abraham emprenderá un largo viaje desde la Argentina hasta Polonia. Por el costado del guión, El Último Traje es una narración bien armada que consigue sostener el interés del espectador, y eso se debe a un segundo acto prolijo y de sendos obstáculos, tanto a nivel externo como interno. Un espectador paga una entrada para ver a un protagonista enfrentarse a diversos abismos, y observar cómo su personalidad responde al desafío de cerrarlos, lo que está dispuesto a hacer o no. En definitiva: que el espectador se pregunte “¿Y ahora cómo va a hacer?” Por obvio que pueda sonar, esto es algo que la película se propone en cada secuencia y lo logra. No obstante, si hay una desventaja a señalar es que, entrado su desenlace, incurre en algunas contradicciones con la lógica propuesta y situaciones forzadas que le quitan más lustre del que pudo haber tenido. Otro punto a destacar es cómo se abarca el rol del Holocausto en la vida del protagonista, una cuestión que la película desarrolla paulatinamente. Empiezan como gestos físicos, luego como anécdotas y terminan en el flashback hecho y derecho. En materia actoral, Miguel Ángel Solá entrega una interpretación notable de este anciano sobreviviente del holocausto. Una cara conocida que desaparece bajo la de su personaje, con la ayuda de la voz y los movimientos que le aporta. Entre los secundarios, tenemos labores funcionales a las necesidades del protagonista, pero quien verdaderamente destaca esAngela Molina con su carismática interpretación de la tierna dueña de un hotel aunque sin pelos en la lengua. En materia técnica, la fotografía y el montaje responden netamente a las necesidades interpretativas. Estas son apoyadas por una sobria labor de dirección de arte y un sutil pero detallista diseño de vestuario, que toma fuertemente en cuenta el pasado de sastre del personaje. A todo esto, no podemos olvidar la notable labor de efectos prostéticos: elemento crucial para hacer creíble a Solá como un hombre de 80 y pico de años. Conclusión A pesar de un desenlace que pudo ser mejor, El Último Traje consigue llegar a buen puerto como un todo, gracias a un segundo acto funcional en su desarrollo y a la labor consumada de su protagonista. Se propone ser un cuento bien contado dentro de sus posibilidades, y lo logra.
Pablo Solarz, el famoso guionista, escribió para su propio film, construyendo un personaje central atractivo y complejo que viaja por el mundo para saldar una deuda de gratitud que contrajo hacia el final de la guerra. Ese hombre de 88 años, ya repartió su herencia, se cansó de mendigar cariño, siente que es un estorbo para su familia y decide un día antes de que lo internen en un geriátrico, iniciar un viaje a Europa en búsqueda de u amigo. Y en esta road movie encontrará problemas pero especialmente a quienes lo ayudan: un músico argentino (Martín Piroyansky), la dueña de un hotel barato en Madrid (Ángela Molina), a una viajera alemana que le hará entender que no todos son nazis en su país y una enfermera polaca que lo hará considerar eso de poner como sinónimo de Polonia la definición de mala palabra. La agudeza y la inteligencia creativa de Solarz hace que con humor, ingenio, ironías se toquen temas tan fuertes como el holocausto judío, el olvido, las vitales cuentas pendientes, la fuerza de los últimos deseos. Encuentra en Miguel Ángel Sola a un intérprete tan talentoso, que se permite envejecer con una dignidad única, que rodea su composición de tales sutilezas y lujos que da un enorme placer verlo. Y que le otorga a su personaje un brillo malicioso, y un agudo sentido del humor. Además de una emotividad profunda.
Pablo Solarz construye en El último traje un drama humanista que apela a las emociones a partir del viaje de un hombre que regresa a su patria a cumplir una promesa. Abraham (Miguel Ángel Solá) ve cómo su vida deja de estar en sus manos. Sus hijas se reparten o le venden sus cosas y lo destinan a un geriátrico. Para el afuera, ese último día en la casa lo transita como resignado y aceptando las decisiones tomadas, pero en verdad es el impulso para abandonar todo y animarse a cumplir una vieja promesa: volver a Polonia y entregarle el último traje a un amigo. Viaje que será una odisea sin Penélope pero con final feliz como se espera de estos muestrarios de positivismo. Como toda road movie, la que llevará a cabo el protagonista (un personaje un tanto antipático y cerrado que rápidamente se volverá comprensivo, justificado en sus negativas morales y empático), será tanto exterior y espacial, partiendo de Argentina y atravesando Europa (España, Francia, Alemania, Polonia), cuanto interior, removiendo recuerdos y sacudiendo su vida. La película está plagada de personajes secundarios, desdibujados e inverosímiles, que aparecen en el camino sólo por su funcionalidad para avanzar en el recorrido fijado y como símbolo más que como carnadura compleja de una personalidad en la que los cambios abruptos subestiman al espectador: los vínculos forjados con Ángela Molina y Martín Piroyansky son forzados. Y ni qué hablar de la breve irrupción de la hija con la que se ha roto la relación y aparece sólo para decir lo que el guion no ha sabido mostrar en imágenes ni contar sin moralina. Así podemos continuar con la mujer alemana y la enfermera polaca. Y hasta con el mismo protagonista cuyo oficio (central en la referencia del título), por ejemplo, es apenas una puntada sin hilo en un parlamento casi final. Siendo Solarz un guionista reconocido puede resultar extraño que la trama desarrollada ofrezca esos agujeros en la construcción, pero repasando algunos títulos que llevan su firma (¿Quién dice que es fácil?, Un novio para mi mujer, Sin hijos, Me casé con un boludo), se puede entender mejor. Alejándose de cierta liviandad, que se supone intrínseca de las comedias románticas, El último traje se funda y se funde en los crímenes perpetrados por los nazis, por lo que la emoción está a la mano y se abreva en la Historia para conseguirla. Pero si bien las cuidadas imágenes de época acompañan para entrelazar el misterio que se irá develando poco a poco a partir de los flashbacks del protagonista durante el viaje, cómo avalar, por ejemplo, que se nos una la identificación de un personaje (la niña que recita un poema en una fiesta y su relación con el protagonista) a partir de una foto que los personajes manipulan más para la cámara (y para “explicar”) que para ellos mismos. Estos mecanismos son repetidos para “solucionar” lo que un guion calculado no puede. Y cuando se consigue plantear preguntas y cuestiones interesantes: ¿Cómo una víctima del nazismo puede pisar suelo alemán sin sentir que traiciona a sus muertos y a su dolor? ¿Es sólo el testigo presencial el sostén histórico válido para testimoniar sobre las atrocidades cometidas?, se anula su potencia reflexiva con resoluciones dramáticas fáciles y obvias. Miguel Ángel Solá se entrega en cuerpo y alma para dar vida a Abraham y lo logra en varios pasajes (especialmente con gestos, silencios y miradas), pero kilos de maquillaje para la caracterización no alcanzan para dar carnadura a una pura abstracción ideal (como molde para hablar de un humanismo de cartón) ni para ir y venir en un acento fabricado ni una postura o un caminar que sostengan el verosímil de un judío polaco de casi 90 años.
Este roadmovie cuenta con una bella historia fruto de la inspiración del director que se baso en la historia de su abuelo y de muchos sobrevivientes del holocausto. El protagonista es Miguel Ángel Solá, que interpreta a un anciano gruñón, intuitivo, inteligente, hábil en los negocios, que sabe halagar a una mujer, de buen corazón y algo testarudo, con una enorme caracterización, nos ofrece una clase magistral de actuación. Se encuentra muy utilizado el recurso del flashbacks entregando al espectador más detalles de lo que vivió el personaje. El elenco secundario otorga una buena dosis con toques emotivos, dramáticos y de humor, encuentros y desencuentros, una amistad que traspasa todo, la música acompaña bien en cada escena, resulta previsible y la interpretación del protagonista supera a la trama.
La aventura no tiene edad Abraham, a sus 88 años, emprende un último viaje para cumplir la promesa que un día le hizo a un viejo amigo que lo salvó de la muerte en Polonia hace más de siete décadas en pleno holocausto. El último traje (2017) de Pablo Solarz (Juntos para siempre) está protagonizada por Miguel Ángel Solá, Ángela Molina, Martín Piroyansky y Natalia Verbeke. El último traje es una historia que se enfoca en las historias de aquellos judíos que fueron torturados por el holocauso y lograron escapar hacia otros rumbos para salvarse y empezar de nuevo. Aquí, Miguel Ángel Solá cumple de manera rutilante con la personificación de Abraham, una persona mayor con mucho carácter, perspicacia pero también muy emocional. Sientiéndose un estorbo para su familia, Abraham emprende una aventura a Europa para encontrar al amigo que lo salvó durante el holocausto en el final de la ocupación Nazi. A medida que la aventura se desarrolla por la intervención de otros personajes, parte de la historia de Abraham empieza a tomar consistencia y comprensión en torno a su personalidad. Enfocado y sostenido por el caracter de Solá, El último traje narra una historia sólida y comprometida apoyada por los demás personajes que ayudan a brillar al actor principal. Por otro lado, las distintas locaciones europeas presentan un escenario pintoresco y a la vez muy emotivo debido al recuerdo y la emoción que envuelven a Abraham con su juventud. En este último viaje, la película emprende una aventura dotada de prejuicios, cuestionamientos, reflexiones y compresión. En El último traje, Pablo Solar concreta una buena perfomance como realizador desde la dirección como en el guion, en un producto muy auténtico que ya desde el comienzo, en su prólogo, expone de forma intensa las miserias familiares. A pesar del tono dramático, el film tiene momentos jocosos de la mano del propio Solá, asimilando de manera más natural a su personaje con el peso que lleva sobre los hombros hace varias décadas. Sin embargo, pese a su corta duración de 86 minutos, el film en algunos momentos pierde fluidez y atención aunque logra retomarlo gracias a Solá. Aunque la película cae en puestas en escenas y diálogos más teatrales que cinematográficos, El último traje es un film entrañable y sensible gracias al gran trabajo técnico propuesto por Solarz, y la interpretación llevada a cabo a la perfección por Solá, sostén y amplitud de la película.
UN TRAJE BIEN PLANCHADO Más o menos desde mediados de los 90’s, cuando el cine argentino vivió una suerte de revolución interna que renovó el lenguaje audiovisual y potenció tanto la presencia de autores como la esperanza de un cine industrial que pudiera seducir a las masas, han aparecido sistemáticamente películas que buscan congraciarse con el gran público siguiendo un modelo de cine industrial europeo exitoso. Ese modelo, que tal vez se recuesta en un tipo de cine de hace tres o cuatro décadas, se observa en la producción de directores como Marcos Carnevale, por ejemplo, o en las películas de Adrián Suar. Es un tipo de producto prolijo, logrado técnicamente, narrado con un poco de pericia y que toca muchas cuerdas sensibles y reconocibles para el gran público, simulando profundidad pero quedándose en la superficie con una mirada ramplona. Si se compara con el cine industrial argentino de los 80’s, es sin dudas un avance en la forma y en el nivel de profesionalismo que exhibe; pero no por eso deja de verse avejentado y excesivamente calculado. El último traje, la nueva película del habitual guionista Pablo Solarz, es una muestra más de esto que decimos. El protagonista de El último traje es un anciano que sobrevivió al Holocausto y que, ante un presente complicado con las miserias de su familia expuestas a simple vista, decide emprender un viaje a Polonia para reencontrarse con un viejo amigo. Estamos ante una suerte de road movie geriátrica, con Abraham Bursztein (Miguel Angel Solá con un maquillaje que no le hace justicia a su gran actuación) cruzándose con varios personajes que lo asisten en el viaje y una película que incorpora acertadamente el ritmo pausado de su nonagenario protagonista al andar narrativo. Y que exhibe, paso a paso, una estructura que mezcla la comedia dramática italiana con esa mirada más neurótica propia de cierto cine judío norteamericano. Esto es, casi, como Estamos todos bien de Giuseppe Tornatore aunque más como la remake Están todos bien que filmó Kirk Jones. Si El último traje indaga en los sentimientos de un anciano que asiste a la demolición de su mundo de valores, la distancia que impone el director y guionista Solarz con lo que podría ser una comedia dramática italiana está vinculada con la forma asordinada en que la emoción se filtra en cuentagotas. Tal vez sea una decisión la de no ahondar en lo lacrimógeno o tal vez sea una falla de la película, que no pude tocar acertadamente algunas de las teclas emotivas que evidentemente merodea. Pero la respuesta se puede encontrar, posiblemente, en lo demasiado explícito del cálculo. Siendo el director un guionista experimentado, llama la atención cómo se notan demasiado los hilos, que para colmo de males la road movie evidencian con su necesaria estructura de personajes secundarios y funcionales que ingresan y salen. El último acto es la demostración final de que algo no funciona del todo: Abraham logra su cometido, llega a destino, pero lo que allí sucede es meramente ilustrativo, sin entidad ni peso dramático. Como de un plan seguido a reglamento que se cumple sin mayor emoción. Hay en El último traje algunos asuntos interesantes, como la forma en que el polaco Abraham enfrenta la posibilidad de pisar suelo alemán y lo infructuoso de lograr algún tipo de acuerdo con un pasado tortuoso o con nuestro verdugo. Son ideas que quedan flotando, que por suerte no se resuelven por el lado del aforismo berreta, pero sobre las que tampoco se profundiza demasiado. En definitiva El último traje es una película en exceso correcta y profesional, pero carente de la vibración que habilita el cine, aunque sea como para enojarse. El traje se entrega bien planchado, sin una sola arruga.
¿Quién diría que el relato de un anciano que comienza un viaje para llegar a devolverle un traje a su viejo amigo puede mover tantas emociones? Con una premisa así de simple, El Último Traje es el segundo trabajo de Pablo Solarz (Juntos para Siempre) como director -más conocido como guionista de Me Casé con un Boludo, Sin Hijos y ¿Quién Dice que es Fácil?-, en donde nos deja una conmovedora historia y una suerte de road movie desdibujada, que resulta en un drama cargado de sentimiento. Con mucha sencillez en lo que desarrolla, la película va tocando diversos temas que se complementan entre sí, por lo que en ningún momento se pierde la cohesión ni se desorbita.
La segunda incursión de Pablo Solarz en la dirección de un largometraje, reconocido guionista de más de una docena de filmes, tiene como puntos muy altos la emotividad que le imprime al texto. En segundo lugar la sobresaliente actuación de su protagonista, en tercer termino y a pesar de las emociones que despliega, en ningún momento cae en el facilismo del golpe bajo. Puede endilgársele la cantidad de lugares comunes a los que recurre, algunos cliché son de manual, pero pierden relevancia a partir de la historia que narra, como si fuese un compendio de personajes que pudieron haber vivido situaciones similares. No todas juntas. Lo mismo ocurre con el diseño de la banda de sonido, especialmente la música, a cargo de Federico Jusid, que aparece como redundante sin embargo es extremadamente diegetica, pues impone los climas necesarios a la historia y es parte importante del personaje. Casi configurando en la construcción y desarrollo del mismo Paralelamente, la dirección de arte en general, el vestuario delineado por Montse Sancho y la fotografía a cargo de Juan Carlos Gomez, en particular, son de un nivel poco común, sobre todo en las producciones nacionales, aunque esta sea una co-producción con muchos otros países Estructurada como una road movie, el filme nos va llevando en ese camino “iniciático” al punto de partida del personaje, casi como un retorno al pasado hasta ahora reprimido, más por dolor, por las perdidas, que por cualquier otra razón. Abraham Bursztein (Miguel Ángel Solá) es casi un nonagenario de religión judía, sastre de profesión, la misma que heredo de su familia primaria cuando vivía en la ciudad de Lodz, Polonia, antes de la Segunda Guerra Mundial. Presentado como un viejo gruñón, intolerante, cansado, desilusionado o defraudado por sus propias hijas, pero ante todo de buen corazón. Lugar común si lo hay, pero Solá le da la carnadura necesaria para que nada se sienta como fuera de lugar. Todo convive en un solo cuerpo. Ahora aparece como una carga para sus hijas, que deciden internarlo en un geriátrico, esa primera secuencia del despojo de lo que le es propio se resignificará a lo largo de todo el filme. Antes de verse guardado como un mueble, decide que es tiempo de cerrar las historias pasadas, la principal: encontrar a un viejo amigo que lo cuido cuando retornó del infierno del holocausto, único sobreviviente de su familia. Pero esto sucedió hace más de siete décadas, la quimera del viaje no es sólo el saber si logrará llegar a tiempo, nada supo de su amigo en todos esos años, pero había hecho una promesa. En ese viaje de Buenos Aires a Lodz encontrará ayuda y asistencia de muchísimas personas, muchas de manera inesperada, casi emulando a “Una historia sencilla” (1000), de David Lynch. Así encontrara a María (Angela Molina), una solitaria dueña de un hotel en España, Leo (Martin Piroyansky), un argentino viviendo ilegalmente en España que sabe reconocer cuando esta en deuda y además saldarla, o Gosia (Olga Boladz), una enfermera polaca que todavía siente vergüenza de su pueblo por los actos del pasado y no tiene reservas en ayudar a un viejo extraño y extraviado. Si la actuación de Miguel Ángel solá es la que sostiene todo el relato, la performance de los secundarios está a la altura de los requerimientos, destacándose Ángela Molina y Olga Boladz. Un filme versa sobre el dolor, la amistad, los afectos, la deuda, el olvido protector, la memoria necesaria y la mirada más cruda sobre la vejez. Sin embargo y a partir de un guión bien escrito, con toques de humo.r sobre el drama expuesto, en todo momento da la sensación que todo es apoyado en la interpretación.
Crítica emitida en Cartelera 1030 por Radio Del Plata "El último traje" es una profunda relfexión sobre la vida y su circularidad, pero principalmente sobre las secuelas del trauma de la guerra, su protagonista Abraham (Miguel Ángel Solá) es un judío sobreviviente del Holocausto. Ya en la vejez, después de toda una vida de trabajo dedicada a la sastrería en Argentina, sus hijas desean internarlo en un geriátrico. En consecuencia, decide regresar al pasado y enfrentarse con el dolor más grande de su vida, una angustía que sólo desea y puede enfrentar porque es mayor la voluntad de cumplir una vieja promesa, que es una gran cuenta pendiente para él: entregar ese último traje, el cual esconde un significado especial. El espectador va conociendo de a poco el pasado y la cruda infancia en Polonia de Abraham, a través del recurso de los flashbakcs que funcionan aquí en términos de Deleuze como "imágenes-recuerdo", es decir actualizaciones de esos recuerdos puros. A través de los cuales podemos comprender la obstinada personalidad del protagonista y ver lo mucho que ha sufrido. Una vez que viaja emprenderá una gran aventura y entenderá que no todo es como parece, y que no conoce tanto a la hija con la que está distanciado como cree, que las apariencias engañan. "El último traje" mediante la excelente interpretación de Miguel Ángel Solá, a pesar de algunos elementos forzados dle guión, permite hacer que el espectador vínculado a los temas que aquí se esbozan se identifique y logra además algo poco frecuente en el cine actual nacional que es conmover consternadamente a todo público. Aunque la segunda guerra mundial es el tema más utilizado en la historia del cine, el filme nos entrega otra historia distinta con otras aristas que merecen ser valoradas.
Siete décadas después, un hombre que se ha salvado del Holocausto busca al amigo que le salvó la vida para darle las gracias. No es una tarea sencilla y el film hace de la aventura interior, también, algo exterior, con notable honestidad y eludiendo la mayoría de los golpes bajos. Miguel Ángel Solá co0mpone al protagonista sin ninguna fisura, y el resto del elenco está a la altura de su trabajo.
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Un exorcismo poético Una palabra no dicha, un abrazo no dado, una charla postergada, un destino perdido. Un corazón fragmentado, una vida truncada por el espanto. Un sueño roto, una mirada desesperanzada, un cuerpo deteriorado. El filme de Pablo Solarz, basado en su propia historia familiar, resulta un exquisito exorcismo poético en el cual el nazismo y sus consecuencias cobran vida. Protagonizada por el argentino Miguel Angel Solá, que lleva a cabo una performance impecable, este filme indaga en la catástrofe más terrible de la historia. Abraham es un judío que huye de su familia argentina en busca de su pasado en su tierra natal, Polonia. Allí perdió todo: su familia, su casa y su mejor amigo. Es un hombre muy fuerte que logra sobrevivir al maltrato, la tortura, el hambre y el horror. Odia a todos los polacos, salvo al amigo que lo salvó, y piensa que todos los alemanes son nazis, sin excepción. Pero a partir del viaje que emprende a los 90 años se cruzará con personas que poco a poco, le harán cambiar la visión del mundo. La película se rodó en Las Palmas de Gran Canaria, tras pasar por Buenos Aires, Madrid, París y Lodz (Polonia). El director logra un relato conmovedor, con toques sutiles de humor que logra tocar las fibras íntimas del espectador. Un abrazo puede compensar mil años de espera.
CULTURA, ARTE Y EVENTOS Por Patricia Chaina Motor Cine: El último traje Una historia emotiva con buenas dosis de humor hilvanan esta película hecha a la medida de su protagonista: Miguel Ángel Sola se luce como un anciano sastre judío dispuesto a cumplir con la promesa que salvó su vida. (Por Patricia Chaina (Especial para Motor Económico)) Este relato hace pie en historias reales, repetidas entre las familias judías refugiadas en la Argentina bajo la marca de la Segunda Guerra Mundial, y en una audacia: la de un hombre que lucha por su dignidad, cuando todo indica que el fin de su camino será frio, solitario y vacío. Así, El último traje se impone con una historia simple pero emotiva donde lo heroico se combina con lo cotidiano. Y donde las decisiones de vida; al final de una vida; dejan de lado la apariencia para aferrarse a la esencia, a lo que se quiere a toda costa, a lo que no se quiere renunciar. Por ese eje transita la película que parece estar hecha a la medida de su protagonista, porque la caracterización de Miguel Angel Sola trashumado en un anciano duro, huraño y gruñon pero con buen sentido del humor, es el corazón del filme. Abraham Brusztein, es un sastre judío que a los 88 años y ante la decisión de sus hijas de recluirlo en un geriátrico y además, someterlo a una cirugía en la que amputarán su pierna derecha, se fuga. Se va. Y toma un avión a Europa con la intención de hacer la última entrega de un traje, un último traje, el que confeccionó hace años para el amigo que en Polonia lo ayudó a escapar y a encontrar refugio en la Argentina. “Soy argentino”, sostiene en un alto del periplo que lo lleva desde Buenos Ares a Madrid, y desde ahí a Polonia, no sin antes atravesar en tren, lo que para él es el fatídico suelo alemán. En esta travesía a modo de road movie, la película reconstruye la vida de Abraham. Y son las personas que encuentra en su camino quienes le permitirán atravesar el odio y el dolor al tiempo que atraviesa Europa: un joven músico argentino radicado en España, ilegalmente (Martín Piroyansky), la dueña de un hotelito madrileño de tercera categoría (la siempre a tono, Ángela Molina), una antropóloga alemana (Julia Beerhold) y una enfermera polaca (Olga Boladz). Ellos dispondrán las piezas de la vida de manera tal que le permitan a Abraham llegar a la ciudad de Lodz. Así, la nueva película de Pablo Solarz (director de Juntos para siempre, y guionista de títulos taquilleros como Me case con un boludo ó Un novio para mi mujer, aunque también de la emblemática Historias mínimas) se sostiene en lo verosímil de una historia donde la tragedia no opaca la dignidad, sino que la sostiene. El humor a su vez sostiene el ritmo ágil en un relato cargado de desdichas. Y la osadía se convierte en una llave maestra: abre las puertas de lo que nunca fue dicho y cierra algunas dolorosas cicatrices. el ultimo traje flyer.jpg **FICHA: **El último traje (argentina-españa/2017) / Producción Argentina: HADDOK FILM y PATAGONIK/ Dirección y Guion: Pablo Solarz / Música: Federico Jusid / Elenco: Miguel Ángel Solá, Ángela Molina, Martín Piroyansky, Natalia Verbeke, Julia Beerhold, Olga Boladz/ Duración: 87 minutos / Calificación: apta para todo público.