Intento juntar a ambos films debido a los tantos puntos en común que encontré entre ellos, incluso la calificación personal que les puse. Ambas cuentan con un cast de renombradas estrellas hollywoodenses: John Cusack, Viggo Mortensen, Nicole Kidman, Matthew McConaughey y los jóvenes Zach Efron (High School Musical), Kristen Stewart (Adventureland, Crepúsculo) y Garret Hedlund (Tron: El Legado). El primero, dirigido por el brasilero Walter Salles, considerado de un talento enorme por estos lugares. El segundo, dirigido por el señor Lee Daniels, de quien conocimos otra obra horrible denominada Preciosa. La repercusión de un film tan banal como resultó ser Preciosa, por más que haya logrado ser un éxito de taquilla y obtener premios internacionales, lleva a figuras como John Cusack y Nicole Kidman a confiar en productos como The Paperboy, actores que al menos salen ilesos de esta olvidable experiencia. Hay incluso una escena escatológica en la que Kidman orina sobre la cara de Efron. El film trata sobre un convicto (Cusack), de quien se quiere probar su inocencia; en el medio está Charlotte (Kidman) como objeto de deseo entre el convicto y Jack (Efron). Una vez resuelto el primer conflicto del film se pasa instantáneamente a un segundo conflicto, que termina por definir, en un recuento de pocos minutos, lo que en casi dos horas no se pudo....
Walter Salles se embarca en la delicada y arriesgada tarea de llevar al cine la gran novela beat del gran Jack Kerouac: On the road. Con un elenco bien juvenil, como es de esperar, muchos esperábamos con ansias la versión fílmica de esta novela que ha sido una marca generacional y que sirvió como manifiesto del movimiento beat. On the road (Walter Salles, 2012) tiene muchos condimentos beatnik pero muchos que contradicen este espíritu. No sé si es posible hablar de un argumento cuando hablamos de Kerouac y en especial de On the road; básicamente la historia relatada es el camino recorrido durante los años ’40 y principio de los ‘50 por el mismo Kerouac, que en el film es nombrado como Sal (Sam Rilley, quien ya había tomado la piel de Ian Curtis en Control), acompañado de sus amigos Neal Cassady (representado por Garret Hedlund con el nombre de Dean), LuAnne Henderson (nombrada como Marylou e interpretada por la bella Kirsten Stewart), el célebre escritor William S. Burroughs (Ed Harris bajo el nombre de Old Bull Lee), su compañero Allen Ginsberg (nombrado como Carlo Marx e interpretado por Tom Sturridge), entre otros. Todos estos integrantes y productores de la mítica generación beat en Norteamérica se encuentran y desencuentran en el camino, ponderando la poesía, la sexualidad y la liberación juvenil como sus máximos valores. Esta generación se caracterizó por crear una literatura alternativa y más que todo anecdótica donde se narraban las experiencias de estos jóvenes que vivían a la deriva y experimentando todo. La libre sexualidad y el uso experimental de drogas son algunas de las características que se dejan ver. Cabe notar la oda a la vida que realizan estos personajes, ya que simplemente viven el momento pero también está siempre la muerte como posibilidad. On the road poster 366x500 On the Road: Una aventura (casi) beat cine En relación a esto la película se muestra fiel al libro y al clima generacional y por otro lado lo traiciona. Aparece como fiel por las caracterizaciones (ropa, modales, vocabulario, lecturas, música, etc.) y porque de verdad vivenciamos el frenesí de la época junto a los personajes en la búsqueda de ese algo en la vida, y es sólo la esfera que viven ellos la que se muestra en el film, no hay un panorama general de época. Por otro lado, el film cae muchas veces en escenas sensibleras y moralistas; pareciera como si esa vida libertina terminara por condenarse como inmoral y triunfaran los cánones tradicionalmente burgueses de vida (familia, trabajo, asentamiento económico, etc.). También choca que un historia del under, una novela beat sea llevada al cine desde el paradigma mainstream, resulta un poco traicionero y contradictorio. Las actuaciones se muestran interesantes, sobre todo la breve pero estelar aparición de Ed Harris; excepto por el personaje de Dean que es fundamental en el film pero aparece como acartonado y poco creíble. En fin, para los amantes de la generación beat es un film que nos hace rememorar la increíble historia y se disfruta, pero por otro lado muchas veces se pierde la esencia. Si bien asistimos al espectáculo de drogas, sexo libertino, de vivir a la deriva y a la marca generacional de juvenilismo exacerbado, al final parece que tuviera un mensaje burgués y pedagógico. Para quienes desconocen el contexto o la obra, la película pasa como una road movie más con algunas osadas escenas.
En el camino es una propuesta rutinaria y una gran oportunidad perdida para haber realizado una vibrante adaptación de la obra de Jack Kerouac. La narración es muy plana y llena de clichés, siendo más bien una sucesión repetida de escenas de excesos, viajes y encuentros. El guión no logra atrapar al espectador en...
Una odisea densa pero no menos pintoresca. En toda obra se encuentran las vivencias de quien la concibe. Este necesario entender este concepto para apreciar la nueva película de Walter Salles, director de Diarios de Motocicleta, que adapta (a través de un guion de José Rivera, escriba de esa película) la obra de Jack Kerouac, nombre clave si los hay en la generación beat. El titulo a ser reseñado es denso y exigente con la paciencia del espectador, pero no sin motivos. ¿Cómo está en el papel? Hay dos maneras de ver el argumento de esta película. Por un lado sería la historia de un joven escritor, y como cambia su vida cuando se embarca en un viaje con el nuevo amigo que conoce y su mujer. Por otro, sería la historia de un joven escritor que desea escribir un libro y toda la película son las vivencias que experimenta para poder escribir ese libro. Aunque ninguna de las dos perspectivas están erradas, la primera trata de contestar el de que se trata la película en pocas palabras, aunque en realidad es solo una de las historias. La segunda perspectiva es el modo más acertado de definir de qué se trata esta película, pero a primera vista eso puede llegar a sonar muy esotérico. El desarrollo de la historia es bastante denso, plantándose como un gran desafío a la paciencia del espectador. Los personajes experimentan conflictos episódicos sin seguir un conflicto general y enganchan al espectador, más que nada, por las reflexiones y las complejas interrelaciones que existen entre ellos. Se trae, muy de vez en cuando, el tema del libro que está siendo escrito como tratando de recordar que esta desorganización tiene un por que, pero la falta de un hilo narrativo concreto se siente y contribuye a la lentitud del relato. No obstante, el guion ofrece un rico tratamiento de personaje. El espectador llega a conocer sus tics, sus alegrías, inquietudes y desgracias. ¿Cuánto tendrán que ver con los escritores en los que se inspiran? Ese es un detalle que se lo reservo a aquellos mas versados con la historia y la literatura beat. ¿Cómo está en la pantalla? La película tiene un tratamiento casi documental en sus puestas de cámaras, con bellas composiciones que parecen una postal de cada parada que toma el personaje en su viaje. La iluminación, que hace énfasis en los colores cálidos, está tratada con razonable realismo, al punto que uno llega a pensar que casi ni se uso iluminación artificial. Por el costado actoral está muy bien. Sam Riley, como el escritor protagonista, entrega un trabajo muy digno. Pero el que se roba la película es Garrett Hedlund, quien hace un despliegue actoral lo suficientemente destacable para que se lo deje de ver como el pibe de Tron: Legacy. Para Kristen Stewart no tengo criticas; es mas, me quedo demostrado que la querida Pokerface encaja mejor con este tipo de películas. Se la ve fresca, natural, sincera, pertenece en esta historia. Párrafo aparte merece la memorable participación especial de Viggo Mortensen, en el rol de un escritor inhalador de veneno para insectos, obviamente inspirado en William S. Burroughs. Conclusión Una pintoresca película, brillantemente actuada, pero que plantea un desafío a la paciencia del espectador por su inusual –aunque justificado– mecanismo narrativo.
Libertad y exuberancia Para aquellos que no lo sepan, vale aclarar que la adaptación cinematográfica de En el Camino viene demorándose desde prácticamente su publicación, en 1957. Mientras que la obra se convertía de a poco en uno de los principales manifiestos de la contracultura de la década posterior, el propio Jack Kerouac solicitaba a Marlon Brando como protagonista y se ofuscaba cuando su representante condenaba el proyecto al ostracismo por pedir “mucho dinero” por los derechos. En 1979 éstos últimos quedaron en manos de Francis Ford Coppola y desde ese instante comenzó el martirio orientado a reunir el elenco y los fondos necesarios para una película de época, un proceso tedioso que hoy por fin dio un resultado. El sabor agridulce en nuestro paladar es innegable: estamos ante un film muy correcto desde el punto de vista formal pero carente de esa furia existencial que encontrábamos en las páginas de la novela. Si bien la propuesta incluye todos los “detalles sórdidos” que causaron impacto por aquellos años (las orgias, las drogas, los robos y demás avatares), aquí se extrañan la libertad, la exuberancia y esa suerte de felicidad lúdica -y por momentos caótica- que caracterizaban al original. Tampoco podemos afirmar que el guión de José Rivera sea anodino ni mucho menos, el problema pasa por no haber podido aprovechar las capas retóricas intervinientes para construir una epopeya verdaderamente arrolladora. En ello juega un papel fundamental la determinación de enfocarse en los aspectos más miserables de la historia, como si detrás de cada acción de los protagonistas encontrásemos más angustia sublimada que celebración de la vida. Esta road movie de tono ocre reproduce la consabida estructura del libro: centrándose en la amistad entre Sal Paradise/ Kerouac y Dean Moriarty/ Neal Cassady, somos testigos de una serie de viajes hedonistas encarados por un grupo de amigos adictos al jazz y la literatura, con vistas a huir de la monotonía diaria. Sam Riley, el Ian Curtis de Control (2007), y Garrett Hedlund, de la interesante Tron: El Legado (Tron: Legacy, 2010), encarnan con solvencia a los antihéroes de turno. Una extraña decisión de casting fue la de elegir actrices de renombre para roles secundarios que necesitaban un mayor desarrollo, así nos topamos con Kirsten Dunst, Amy Adams y Kristen Stewart (la excepción masculina es Viggo Mortensen como Old Bull Lee/ William S. Burroughs). Definitivamente Coppola le pidió a Walter Salles que combine el pulso narrativo de Diarios de Motocicleta (2004) con el humanismo minimalista de Estación Central (Central do Brasil, 1998), y si bien supera lo hecho en Agua Turbia (Dark Water, 2005), su otra realización en inglés, el brasileño en esencia entrega una película digna que descuida un poco la intensidad dramática y no percibe el potencial de personajes míticos…
La intrascendencia desnuda Lo primero que habría que decir es que En el Camino, de Jack Kerouac, es una novela sobrevalorada, y si bien no carece de momentos interesantes, estos apenas aparecen como destellos en sus páginas, mientras que la mayoría del relato es un compendio de situaciones tediosas, repetitivas en su sentido superficial y -yendo a lo fundamental- carentes de una posición o mirada más compleja que las aglutine y les dé un sentido último más profundo o trascendente. Es seguramente una novela que refleja un momento de la cultura y que, como suele repetirse, ha sido influyente. Sin embargo, esas características no la convierten por sí solas en una gran novela. Pero estas carencias, a la hora de pensar una posible adaptación cinematográfica, tal vez puedan ser entendidas como una ventaja, ya que justamente aquello que falta -esa mirada, ese punto de vista, ese centro- puede ser aportado por el responsable de la adaptación al hacer una relectura de la novela y tomar algunos de sus elementos y ponerlos en escena bajo otra luz. Porque una adaptación puede ser un riesgo, pero también una esperanza. Claro que, como en el fútbol, en el cine casi siempre todo depende de los nombres propios, y así, para desgracia de todos, el nombre sobre el que cayó la tarea de filmar la novela de Kerouac es el vidrierista internacionalizado Walter Salles, por lo que toda posible esperanza se ve abortada. Resulta imposible imaginar una película de Salles que escape de la mediocridad, del preciosismo fotográfico vacío, de la superficialidad, de la intrascendencia en definitiva. De sus intentos fílmicos ni siquiera puede decirse que sean entretenidos o superficialmente bellos, y su versión de En el Camino es una confirmación de todo esto. Durante algo más de dos horas nos presenta una serie de personajes en sus viajes por las carreteras de los Estados Unidos hacia fines de los cuarenta, en sus reuniones y fiestas, en algún bar escuchando jazz, o consumiendo drogas y explorando la sexualidad en una aparente forma libertina (además de supuestas reflexiones sobre literatura y otras cuestiones existenciales muy difíciles de clasificar…). El problema es que se trata de una serie de secuencias intercambiables entre sí, carentes de valor y que poco dicen, que nada representan, y que tampoco logran transmitir tensión, incomodidad o erotismo. ¡Ni hablar de algo cercano al humor! Ya no se trata de que la puesta en escena no funciona en su nivel más importante, el simbólico (alguien como Salles jamás logrará moverse en ese plano), sino que tampoco logra ser atractiva en su aspecto más elemental: en el de ser una ilustración atractiva de la novela.
Los reyes de la carretera Dirigida por Walter Salles (Diarios de motocicleta, 2004) y basada en la novela de Jack Kerouac que lleva el mismo nombre, En el camino (On the Road, 2012) fue una de las películas más esperadas de la 65ª edición del festival de Cannes, donde estuvo nominada a la Palma de Oro. Luego de la muerte de su padre, Sal Paradise (Sam Riley) se encuentra con su amigo Dean (Garret Hedlund), un ex convicto que dedica su vida entera a la búsqueda de placer. Juntos realizan un viaje en el que recorren distintos estados de Norteamérica. En cada lugar los espera una nueva experiencia, cada vez más sexual y liberal que la anterior. A través de su encanto y su poder de seducción, Dean atrae mujeres y hombres y los convence de embarcar cualquier tipo de aventura. Mary Lou, Kirsten Dunst y Kristen Stewart, son las protagonistas femeninas de la historia, enamoradas de este personaje que jamás podrá dejar la carretera y sentar cabeza. Una y otra vez ambas mujeres, a pesar de ser tan distintas entre sí, caen bajo sus falsas promesas que se desvanecen con rapidez. El film nos muestra la renuncia de los vínculos afectivos de Dean y su amigo Sal, a través de un viaje a fines de los años cuarenta en donde recorren distintos estados, entre ellos, Nueva Orleans y Dallas. Pero este recorrido solo representa una parte de la Road movie, ya que sus protagonistas forman parte del mismo concepto, en especial el de Dean: Un pasajero permanente cuyos intentos de establecerse en un solo lugar le traen infelicidad. También veremos a una Kristen Stewart mucho más madura, en un personaje erótico e irreconocible después de haberla visto en interpretaciones mucho más débiles (Crepúsculo, Blancanieves y el cazador), en donde sus ya famosos tics se esconden detrás de una mujer que busca el sexo como escape para compensar sus propias frustraciones. Esta Road Movie gira en torno a lo generado por Dean en cada lugar que visita y del impacto que deja en cada persona que conoce, a través de la voz en off del escritor, quien retrata cada experiencia en su diario personal. Una búsqueda de placer como consecuencia de los ideales de la generación beat que surgió en esta década retratando el rechazo a los valores Estadounidenses clásicos. Es cierto que la reiteración de escenas sexuales, diversión en los clubs de Jazz, las secuencias en la ruta, y la creación de un clima denso generan una sensación de Déja vu inevitable en el espectador, pero todo forma parte del retrato de dos hombres en un viaje eterno pero que, como todo viaje, en algún momento debe terminar.
Después de 55 años de intentos frustrados finalmente el director Walter Salles resultó el encargado de trabajar en el cine este ícono de la literatura norteamericana. Su nuevo trabajo es una adaptación de una de las obras más importantes que surgieron en el último siglo y que derivó en el surgimiento de todo un movimento social como fue la generación Beatnik de los años ´60. "En el camino" de Jack Kerouac, es una de esas novelas emblemáticas que como "Rayuela"de Julio Cortázar, tenés que conocer en algún momento de la vida. No importa cuando lo hagas pero es un libro que tenés que leer. De otro modo, desde un punto de vista cultural, pasaste por esta vida como un zombie y te perdiste una experiencia literaria única y diferente. Así de grosa es esta obra. Como me gustá decir a mí, Jack Kerouac con este trabajo prendió la mecha de todos los cambios sociales que se vivieron en los años ´60 y que además tuvieron repercusiones importantísimas en distintas ramas del arte. Desde 1957 que en Hollywood intentaban adaptar este libro y todo terminaba siempre en proyectos frustrados. Francis Ford Coppola, que tenía los derechos de la novela desde 1979, en los ´90 casi llegó a concretar la película con Ethan Hawke y Brad Pitt en los roles protagónicos pero luego quedó todo en la nada. Luego de ver Diarios de motocicleta le confió la dirección a Walter Salles, quien no fue para nada una mala elección porque es un buen director. Sin embargo, lamentablemente esta versión terminó siendo una gran oportunidad perdida. Esta producción falló miserablemente a la hora de capturar el espíritu de la obra de Kerouac y en esto tuvo una gran responsabilidad el guionista José Rivera (Diarios de motocicleta) que no supo trasladar las virtudes del libro y retratar la esencia de la historia. Una persona que nunca leyó la novela de Kerouac jamás podría llegar a comprender la importancia que tuvo este relato mirando este film que es bastante denso y olvidable pese a sus virtudes técnicas. Todo el espíritu de rebeldía y libertad que expresaba la obra original en la película brilla por su ausencia. El problema de esta producción es que fue hecha sin pasión y se centra en las drogas y el sexo quedándose con la cáscara de lo que era una obra mucho más rica y profunda. Me quedó la sensación que Salles no abordó esta propuesta con el mismo interés que encaró la historia de la juventud del Che Guevara. La experiencia y el viaje de autodescubrimiento personal que retrató Kerouac en su libro iba más allá de los excesos de los protagonistas y por eso como adaptación esta producción es bastante pobre. Muchas escenas fueron inventadas para este film y algunos de los momentos más memorables del libro quedaron inexplicablemente afuera. No deja de ser loco que lo que debió ser la gran road movie del cine terminara teniendo la mayoría de sus escenas en interiores. Es una lástima porque el trabajo del reparto en general es bueno y se reunió gente talentosa, pero estuvieron desaprovechados en un film que desde la narración no va a ninguna parte y sólo genera aburrimiento. Incluido las escenas de sexo. Todo es tedioso en este trabajo de Salles. En defensa de los realizadores también se puede alegar que adaptar "En el camino" era una tarea muy complicada porque la magia de esa obra se centraba en las palabras de Keroac y eso es complicado de trasladar en imágenes. Esa experiencia tan especial que ofrece la lectura del libro evidentemente no se puede retratar de la misma manera en una película. En un punto este film prueba que la emblemática novela tal vez nunca fue concebida para ser adaptada en el cine y por eso esta interpretación de Salles terminó siendo tan olvidable. En el camino tiene una linda fotografía y banda sonora pero su único acierto fue el de convertir una obra literaria apasionante en un notable bodrio cinematográfico.
Mirada superficial a un clásico En el camino era -al momento de estrenarse en la competencia oficial del Festival de Cannes de 2012- uno de los films más esperados tanto por cinéfilos como por expertos en literatura, ya que se trataba de un proyecto que Francis Ford Coppola (dueño de los derechos del mítico libro de Jack Kerouac ) había intentado concretar -sin suerte- durante mucho tiempo y que finalmente rodó el brasileño Walter Salles con el aporte de un amplio elenco internacional. Pero la película no funcionó comercialmente en casi ningún mercado y, de hecho, aquí llega con más de un año y medio de retraso. Esta road-movie del director de Estación Central sobre los viajes iniciáticos de dos aspirantes a escritores (Garrett Hedlund y Sam Riley) durante fines de los años 40 y principios de los 50 contó con guión de José Rivera (quien ya había trabajado con Salles en un proyecto con varios elementos en común con éste, como Diarios de motocicleta) y -como curiosidad- con varias escenas de nieve filmadas en la zona de Bariloche. El film tarda en "arrancar", ya que Salles se toma varios (quizá demasiados) minutos en presentar a estos jóvenes intelectuales fascinados por Proust, por el jazz y la cultura afroamericana, por el sexo, el alcohol, las drogas y los tugurios de la bohemia neoyorquina. Luego, sí, llega el turno de los viajes por esa Norteamérica profunda, a toda velocidad, sin límites, a puro desenfreno. En este sentido, una de las mayores "audacias" de la película son los desnudos de Kristen Stewart, famosa por su recatado papel en la popular saga Crepúsculo. Con una narración muy cuidada, una excelente reconstrucción de época e impecables aportes del argentino Gustavo Santaolalla en la música y del francés Eric Gautier en la exquisita fotografía, En el camino alterna secuencias inspiradas con varios otros pasajes algo anodinos que conspiran en definitiva contra la solidez y fluidez del relato. Nada desentona demasiado en esa película bella, cool y distanciada, pero es precisamente esa prolijidad la que hace "ruido" en oposición al original literario, que hacía culto de lo opuesto: visceralidad, sordidez, intimidad, realismo, intensidad. Así, esta versión cinematográfica de En el camino puede verse como una mirada bastante superficial, simplificada (pasteurizada) sobre aquellas experiencias de Kerouac y compañía que conmovieron al mundo. La generación beat para? la generación Wikipedia.
Apenas un calco, que se quedó en la ruta Hay libros que son pesados. No por tediosos, sino porque poseen un valor simbólico que casi (o sin casi) los convierte en una suerte de Santo Grial. Libros que marcan épocas porque marcan a generaciones enteras, incluso más allá del universo exclusivo de sus lectores. Walter Salles, director de películas como Estación Central y Diarios de Motocicleta, declaró cada vez que pudo cuánto lo había deslumbrado en su adolescencia la lectura de En el camino y cuánto lo conmueve todavía. Justamente la novela de Jack Kerouac, obra capital de la Generación Beat que el autor comparte sobre todo con Allen Ginsberg y William Burroughs, y en parte responsable de haber cambiado la historia cultural del siglo XX, es uno de esos libros. Desde que se publicó en 1957, varios se propusieron filmar En el camino, pero el proyecto siempre fue abandonado a mitad del recorrido. Es cierto que Salles al fin lo consiguió, pero, a pesar de que su adaptación de los días motoqueros del Che Guevara permitía ilusionarse con un genuino relato rutero, la que esta vez se quedó a medio camino fue la película. Y no por falta de fidelidad, que no es necesariamente un problema a la hora del traspaso de la literatura al cine, ni por falencias técnicas. Tampoco por problemas de elenco: Salles reunió a un pequeño seleccionado con varios de los mejores actores y algunas estrellitas del cine actual (la notable Amy Adams y el “cuervo” feliz de Viggo Mortensen integran la primera categoría, y los jóvenes Sam Riley y Kristen Stewart la segunda). Lo que lastra, en el estricto sentido de la palabra, a este último trabajo del director brasileño, con el que compitió por la Palma de Oro en Cannes 2012, es una dificultad mucho más sutil que deriva de aquel peso del original. El primer indicio se encuentra en la superficie misma del relato, en la decisión de incluir un narrador omnipresente de excesiva intención literaria, que parece venir a certificar que lo que se está viendo no es una película cualquiera, sino la adaptación de un gran libro. Pero no es la figura del narrador el verdadero problema, sino la subrayada intención poética de su constante irrupción. Y cuando en el cine la poesía debe ser dicha todo el tiempo, es porque de algún modo se ha fracasado en su traducción al lenguaje cinematográfico. Del mismo modo, los viajes que realizan los protagonistas por las rutas de los Estados Unidos nunca consiguen transmitir del todo esa sensación de un devenir vital que desbordaban en el libro, sino que más se parecen a un ir y venir encaprichado. En el camino también exhibe dificultades para representar de manera vívida el carácter transgresor que el relato de Kerouac tuvo para su época. Pero no se trata sólo de que ese y otros detalles estén o no presentes, sino de que por delante, como un filtro que lo aligera todo, está el excesivo respeto de Salles por la novela. Como si su admiración por la pesada obra de Kerouac no le hubiera permitido trascenderla, sino apenas calcarla.
En busca de experiencias límite La película de Walter Salles, basada en la novela de Jack Kerouac, cuenta la historia de un ex convicto que junto a un amigo recorre Estados Unidos y vive, en su travesía, distintas experiencias. Con música de Gustavo Santaolalla. Desde hace años En el camino es uno de esos libros malditos que se resisten a ser trasladados al cine, un sueño de muchos directores que finalmente pudo lleva a cabo el brasileño Walter Salles, director de Diarios de motocicleta y Estación Central. El manuscrito de Jack Kerouac, junto a El almuerzo desnudo de William S. Burroughs y Aullido de Allen Ginsberg, prácticamente fundaron y fueron el sustento de la llamada Generación Beat allá por la década del 50 del siglo XX, que incursionó en la libertad sexual, la experimentación con drogas, desde una mirada sobre el mundo que estaba influenciada por el existencialismo atravesado por una buena dosis de nihilismo. El libro, escrito en un papel sin fin, para no perder el ritmo del dictado febril de los recuerdos y de la imaginación de Kerouac, es una sucesión de momentos en la ruta intervenidos por instantes elegíacos y a la vez exaltados sobre la libertad y el hambre de vivir de un grupo de jóvenes. Así, Sal Paradise (Sam Riley interpretando al alter ego de Kerouac) se hace amigo de Dean Moriarty (Garret Hedlund), un ex convicto, con el que junto a Carlo Marx (Tom Sturridge alla Allen Ginsberg), recorren Estados Unidos en busca de experiencias límite. Dean es un poderoso seductor que atrae a hombres y mujeres por igual y está dispuesto a vivir todos los formatos del placer, mientras que Sal está allí, un poco dejándose llevar, "viviendo la experiencia" –trabaja en un campo de algodón, tiene una aventura con una latina, comparte un viaje en camión con jornaleros golondrina– y otro poco como historiador de ese personaje, que representará desde el texto que está a punto de escribir, una juventud disconforme, que no está dispuesta a vivir como sus mayores. Si bien es cierto que Hedlund carga con el magnetismo de su personaje y lo traslada a todo el film, las sospechas previas acerca de lo difícil de adaptar la novela original al cine se confirman con un relato deshilachado, sin un rumbo claro, con una multitud de intérpretes valiosos que salvo Kristen Stewart, parecen incluidos con el propósito de que se hable de un elenco excepcional, tal es el caso de los casi cameos de Garrett Hedlund, Amy Adams, Kirsten Dunst, Viggo Mortensen, Steve Buscemi o Alice Braga, que junto a la música de Gustavo Santaolalla y el preciosismo de la fotografía de Eric Gautier, no consiguen levantar la puntería de una película que termina siendo la oportunidad perdida de retratar un momento único de libertad y apertura de pensamiento de toda una generación.
Vamos a la ruta La película está basada en la novela "On the road" de Jack Kerouak, que relata los viajes del escritor y sus amigos a través de los EE.UU., y es un retrato de la generación beat de fines de los ¨40. Sal Paradise (Sam Riley) queda fascinado al conocer a Dean (Garret Hedlund), un exconvicto que vive sin ataduras. Movilizado por la admiración hacia él y la atracción hacia su esposa Mary Lou (Kristen Stewart) emprenden un viaje por las rutas de norteamérica, en el que viven toda clase de experiencias, rechazando los valores de la sociedad de la época, las ataduras y estructuras sociales. La película es una verdadera road movie, y si bien eso refleja el espíritu de la época, también le juega en contra a la historia, ya que se queda en la superficie; vemos las experiencias que viven, las fiestas, las drogas, la música, la gente que conocen, pero poca importancia se le da al diario en el que Sal relata sus experiencias, que no son un viaje por la ruta, sino un viaje interior, no son anécdotas, sino el verdadero espíritu de una generación que rechazó lo establecido, en busca de vivir de otra manera. Sam Riley realiza una gran actuación, y es el único de los personajes que tiene un carácter un poco más reflexivo. Son destacables los pequeños papeles que relizán Steve Buscemi y Viggo Mortensen, quien con otro nombre interpreta nada menos que a William Burroughs. La película termina por convertirse en una seguidilla de postales sobre la búsqueda de placeres, desbordes, la fascinación por personajes seductores, y un cierto toque de provocación. Muy bien filmados, pero nada mas. Así se pierde el espíritu critico y tortuoso que también era parte de esa generación. Con una hermosa fotografía, y buenas actuaciones la película funciona si la separamos del libro y los personajes reales, y la vemos solo como una ficción, con jóvenes muy lindos.
Walter Salles se atrevió, con la producción de Coppola, con un texto mítico, bisagra de una generación. Esa generación beat, que Jack Kerouac definía como seres de ruptura, “que arden cual fabulosos cohetes pirotécnicos”. Y en la película del talentoso director está la más cuidada recostrucción de época, los más cuidados paisajes de la Norteamérica profunda, la buena música, pero todo luce bello, estilizado, sin los golpes contundentes de quienes empujan los límites de una sociedad en crisis. Algo parecido pasa con los buenos actores, que no llegan a la altura de esos personajes conmovedores.
Vi esta película en el Festival de Cannes 2012 y, luego de tantas demoras y atrasos, pensé que ya no se estrenaría en la Argentina. Cuando la vi me pareció un poco anodina y no demasiado creativa, pero no me molestó (como le sucedió a muchos colegas) ni me pareció fascinante (como le pareció a unos pocos). A juzgar por el casi nulo resultado comercial que tuvo en todo el mundo, queda claro que esta versión de EN EL CAMINO no pasará a la historia. De cualquier modo, creo que la película tiene algunos puntos rescatables. Aquí, una versión extendida de la crítica que publiqué aquí mismo durante aquel Cannes de hace casi dos años. on-the-road“Es difícil cerrar opiniones sobre esta película. Muy pocos la consideraron una obra maestra, pero a algunos les gustó mucho. Los más estamos entre los que nos deja más dudas que certezas y los que, directamente, piensan que es mala o muy mala. Salles le imprime a la adaptación de la novela mítica de Jack Kerouac algo similar a lo que hizo con DIARIOS DE MOTOCICLETA. Su estilo es una suerte de “nuevo clasicismo” que toma de los aportes narrativos que hizo al cine mainstream la tradición francesa para lograr este ya no tan nuevo estilo de filmes -un poco como Y TU MAMA TAMBIEN, de Alfonso Cuarón- al que no puede acusarse de banal ni de simplista, pero que tampoco alcanza la crudeza necesaria, la voz personal, para transformarse en algo vivido, sentido, tocante. Se trata de una forma de filmar y narrar “cool”, “estilizada”, “moderna”, pero que también está como removida un paso de lo real, lo urgente y lo personal. Hay destreza y buen gusto, pero nunca parece haber del todo algo verdadero, como si el formato incluyera una distancia emocional insalvable. Porque, es cierto, Salles no escapa a mostrar las partes más duras de la novela, pero de la manera en la que lo hace esa fuerza se difumina, se desarma. Queda la cáscara, el gesto, y la ambición parece tapada por la necesidad de que sea entendida y aceptada por mucha gente. A camino de esos dos mundos -indie y mainstream- anda la película. on-the-road-riley-hedlundPara los que tomen a la novela como un quiebre revolucionario en la historia de la literatura, la película -que retiene buena parte de la historia- les dará esa sensación: que la película es una pasteurización de una gran obra. Para los que pensamos que, a esta altura, tanto el libro como la película forman parte del acervo reusable de la industria cultural, no nos producirá tanta molestia. Nos parecerá otro nuevo episodio en la campaña de conservación de un clásico moderno del canon literario ahora convertido en producto audiovisual de consumo masivo. No errores notables ni el guión, ni en la caracterización ni en las actuaciones. No hay nada que esté necesariamente mal en la película. Pero, a la vez, al verla uno jamás tiene la sensación de que está ante la presencia de un gigantesco monstruo literario. A Salles lo condena la corrección, la prolijidad y las buenas formas. Solo en las escenas en las que los personajes bailan enloquecidamente parece haber algo de la libertad creativa y formal que son esenciales para entender el libro y su éxito. El resto no está a la altura de las circunstancias y uno termina teniendo más ganas de ver el documental que el propio Salles hizo sobre la investigación para el rodaje de la película que la película en sí…”
Adaptaciones, adaptaciones, adaptaciones. Si miramos con detenimiento nuestra cartelera local veremos que, muchas de las películas que más público están llevando a las salas no son ideas originales de Hollywood, sino novelas adaptadas a la gran pantalla. “On the Road” (luego de muchos años de amague) se suma a esta onda ya que el director brasilero Walter Salles (también responsable por “Diarios de Motocicleta”) se animó a darle el “tratamiento Hollywoodense” al libro homónimo de Jack Kerouac . La historia transcurre durante las décadas del 40/50 y cuenta la historia de Sal Paradise (interpretado por Sam Riley), cuya vida se ve completamente afectada cuando conoce a Dean Moriarty (Garrett Hedlund), un joven con un espíritu más que libre, y a su novia Marylou (Kristen Stewart). Los jóvenes alocados emprenden un viaje a lo largo y ancho del territorio norteamericano (e incluso un poco más allá) y se encuentran por el camino con una serie de situaciones y personajes que los marcarán para siempre. Si bien la premisa suena más que tentadora, explorar junto a un grupo de jóvenes el tema universal de la búsqueda del ser propio y la independencia sin dar cuenta de lo que sociedad (padres incluidos) quiera o piense al respecto, la película se queda, justamente como lo dice su título, en el camino. Por momentos engancha pero por otros desencaja completamente. Si alguien va a verla desconociendo (o mismo conociendo) el hecho de que es una adaptación, se va a dar cuenta instantáneamente ya que aparecen un sinfín de personajes exóticos sin razón alguna de ser que, a menos que hayan leído el libro, no se llega a saber de qué manera afectan a los protagonistas y cuya desaparición es casi tan abrupta como su aparición. En ese frenesí de sexo, drogas y jazz, se destaca la banda sonora, la cual remite al espectador automáticamente a la época en la cual los personajes viven esta vida al estilo Hemingwayniano y no sorprende cuando en los títulos aparece como responsable de la misma el gran Gustavo Santaolalla. La producción y la fotografía también son para destacar. En lo que al elenco respecta, las actuaciones de los personajes principales son respetables, aunque ninguna revelación se asoma por la ventanilla. Kristen aparentementehayvidadespuésdeCrepúsculo Stewart intenta despegarse de su poco afortunado personaje adolescente, pero no logra convencer del todo. El género indie tiene de vuelta a su musa por excelencia, la blonda Kirsten Dunst quien, aunque en un papel chico y poco común a sus estándares, ayuda a que la película no caiga estrepitosamente. Entre los personajes medio descolgados que aparecen se pueden contar grandes nombres como Viggo Mortensen y Amy Adams quienes, lamentablemente, no aportan mucho a la trama debido a la poca claridad que sus roles tienen en la historia. “En el Camino” es una de esas películas que despiertan sensaciones encontradas, no termina de convencer como “road pic” ya que por momentos se torna lenta y repetitiva ni tampoco se perfila como una película indie-bomba-cultural (aunque eso es a lo que aparenta aspirar). Es una película olvidable, que se deja ver en un ataque de amor y locura beat pero que no sorprende en ningún momento. Una lástima que después de tantos años de buscar financiación y responsables, su productor, Francis Ford Coppola haya terminado apostando por un producto un tanto mediocre.
Sólida versión de un clásico beatnik Algunas de las novelas esenciales de la literatura estadounidense jamas interesaron a Hollywood. Un ejemplo es "Cosecha roja" de Dashiell Hammett , que terminó siendo transformada en "Yojimbo", la obra maestra de samurais de Kurosawa, y luego en "Por un puñado de dólares" de Sergio Leone, pero que hasta el día de hoy no logró un intento de producción en los EE.UU. El último ejemplo de este fenómeno es esta excelente adaptación del clásico por excelencia de la generación beatnik, "On the Road", de Jack Kerouac, uno de los libros más influyentes y revolucionarios en la cultura del siglo XX, que con sus variadas y generosísimas dosis de sexo y drogas al ritmo del jazz avant-garde tenía todo para convertirse en película, pero que finalmente vemos ahora filmada por el cineasta brasileño Walter Salles. El director de "Diarios de motocicleta" logra capturar el clima afiebrado de las andanzas de Kerouac y sus marginados camaradas de juergas interminables a lo largo de los Estados Unidos y eventuamente también México- durante 1950. Garret Hedlund hace un muy trabajo como el alter ego de Kerouac, que luego de encontrar y perder amigos y amores logra encontrar su inspiración para escribir, y Salles hace un inteligente foco en este aspecto para darle tensión dramatica a una historia que, ya en el libro, era tan errática como sus personajes. El film es un buen ejercicio de adaptación literaria, con imágenes fascinantes algunas están filmadas en el sur argentino, curiosa elección que funciona sorprendentemente bien al recrear paisajes desiertos casi surrealistas- y climas que logran que el espectador que haya leído "On the Road" recuerde pasajes esenciales de la novela. Y ni hablar de las innumerables situaciones sexuales, que recrean el erotismo planeado por Kerouac con situacones respetuosas del salvajismo del texto orignal, con grandes momentos a cargo de Kristen Syteart, que es la que se roba el film. Eso cuando no aparece Viggo Mortensen interpretando a un excéntrico persone inspirado en otro escritor de culto, William Burroughs. Y otro actor talentoso que tiene a su cargo un par de escenas increíbles es Steve Buscemi, en un papel hecho a su medida. "En el camino" tiene cambios bruscos de estilo y a veces se hace un poco lenta, con menos jazz de lo que se podría suponer aunque la música de Gustavo Santaollala genera climas interesantes a través del uso de una percusión entre hipnótica y enervante-, y otro motivo para recomendar el film es la dirección de arte, original en su ambientación de época. Y por supuesto, tambien estan esos fabulosos autos de fines de los '40, que recorren con toda la furia estas infinitas carreteras.
Indomables Fiel, en escencia, adaptación del clásico. “Luego seguí como hice toda mi vida, detrás de las personas que me interesaban, porque las únicas personas que me interesan son los locos, los que están locos por vivir, por hablar, los que desean todo al mismo tiempo: las personas que nunca bostezan ni dicen trivialidades, sino que arden, arden, arden…” Carlo/ Allen Ginsberg. En el camino fue el manifiesto de una generación y, escrita con un aliento jazzero, era de una adaptación si no imposible, difícil si no se quería caer en la presuntuosidad. Walter Salles y José Rivera, su guionista de Diarios de motocicleta -otra película sobre un viaje, en la carretera, y de dos jóvenes buscando forjar su destino-, le buscaron una vuelta que puede disparar críticas. Se mantuvo fiel al espíritu de la novela, pero se centró en los momentos que consideró sustanciales para entender a Sal Paradise (el propio Kerouac), Dean Moriarty (el amigo del autor, Neal Cassidy, y centro de la obra) y Marylou (LuAnne Henderson). Tres espíritus libres, pero cada uno con sus características distintivas. Hay que recordar que Keouac al utilizar su “prosa espontánea” es poco menos que detallista. Lo importante es lo que se vive en el camino. Hacia dónde, eso lo precisa cada quién. Si a Sal/Kerouac lo distinguía la inspiración que le venía del jazz, la poesía ajena y las drogas, Dean/Neal es un tipo entre desaprensivo e incapaz de crear un lazo fuerte con... nada ni con nadie. La fascinación de Sal por Dean hace pensar que el narrador es sencillamente eso, alguien obsesionado por el símbolo beat que encarna Dean. Y la película ondula entre dejar llevar al espectador por lo que viven los personajes, triangular en esa relación de amor y sexo de los tres, y la creación en sí misma de Sal. Sal dice “no necesito un hogar” en cuanto toma el primer ómnibus. Ese estilo errante está en toda la película, que Salles opta por mostrar con grandes angulares para que crezca el espacio que rodea a los protagonistas y recortarlos sobre él. Tal vez la cantidad de lugares recorridos -saliendo de Nueva York, pasando por Colorado, California, Virginia, Nueva Jersey, Nueva Orleáns, Arizona, México, etc.- conspira con cierto sentido de unidad, pero así estaba en el libro. Y si la película se sitúa también en la época en que transcurrieron los viajes, bien podría suceder hoy, incluidas las libertades sexuales -Marylou entre Dean y Sal, desnudos sentados en el asiento delantero, masturbándolos-, que para su época causaron controversia. Así como los lineamientos de Dean y Sal son aislados en el filme, también hay personajes sin presentación alguna. Varios secundarios, pero con protagonismo, son encarnados por Viggo Mortensen, Kirsten Dunst, Amy Davis o Steve Buscemi, y la verdad es que una cuota de anonimato estelar les hubiera resultado mejor. Salles ama, no cuestiona a sus personajes. Kristen Stewart está ciertamente mejor que sus compañeros masculinos, y que en la saga de Crepúsculo, porque se le ve la indocilidad a flor de piel. Sam Riley (Sal) y Garrett Hedlund (Dean) completan el triángulo rebelde e insumiso. “Sé que no hay un tesoro a fin al del camino, pero el saberlo me hace un hombre libre”, dice Carlo/Allen Ginsberg. Improbable mejor síntesis de lo que es el filme.
El Brasileño Walter Salles es fiel a la mítica novela de JACK KEROUAC, en esta road movie correctamente rodada, aunque un tanto extensa y fría. Tambien es verdad, que la elección de un registro casi documental en la puesta de cámaras, es un acierto, que dota de verosimilitud esta historia que respira naturalismo en cada fotograma. Ademas, cuenta con un elenco de estrellas en el que se destacan Garrett Hedlund, quien se roba la película con su composición pasional, Kristen Stewart que parece nacida para este tipo de papeles y Viggo Mortensen, en una memorable participación como un escritor inhalador de veneno para insectos. Película de autor con aires de cine industrial.
Walter Salles es uno de mis favoritos, hablando de directores de cine ("Estación Central", "Detrás del Sol", "Diarios de Motocicleta", y varias más), pero en esta oportunidad, a mi parecer, nos entrega una peli a medio camino, o justamente, "en el camino". La música de Gustavo Santaolalla es un 10, las actuaciones están correctas y funcionan para/con la melancolía de la película, y muchas o varias de las tomas, son más que atractivas debido a la fotografía, pero la adaptación de la novela de Jack Kerouac no tiene o le falta el alma de la historia contada en el libro, y quizás ahí reside el error más grave. Ojo, ¡también se deja ver, pero no es pochoclera!
Con gran atino y vertiginosidad en la cámara, Walter Salles logra capturar el espíritu de la generación beatnik, que impactó en los años cincuenta del siglo pasado, en su ambiciosa adaptación para la pantalla grande de “En el Camino”(Brasil, Francia, UK,USA, 2012) de Jack Kerouac. La película narra el viaje iniciático del escritor Sal (Sam Riley), quien luego de la muerte de su padre acepta atravesar los EE.UU junto a Dean Moriarty (Garet Hedlund), un joven amante de la vida al límite y los excesos. Junto a ellos también viajará Marylou (Kristen Stewart que intenta despegarse con su desprejuiciada interpretación de la saga teen “Crepúsculo”), mujer de Dean, una desinhibida y exploradora del mundo y los placeres que rápidamente se convertirá en el objeto de deseo en silencio de Sal. La ruta es el escenario ideal para que este trío conozca a gente y “tendencias” que rápidamente incorporarán a sus propias vidas. Sal (personaje que representa al propio Kerouac) se deja llevar por la irresponsabilidad de Dean (“soy capaz de hacer todo al mismo tiempo”, dice en un momento) pero nunca pierde el objetivo de su vida que es escribir. Así, cualquier hoja que cae en sus manos terminará convirtiéndose en aquel espacio para que nada se escape de la travesía y todo quede registrado para cuando en el futuro decida armar el diario de viaje. El estado de ebullición de esta generación que comenzó a incorporar culturas y ritmos musicales provenientes de otros sectores sociales (como el jazz o el mambo, solo para citar algunos) es destacada por Salles en las caras de asombro cuando por ejemplo el grupo de amigos del trío habla con algún escritor o cuando ingresan a un club nocturno a bailar el clásico “Salt Peanuts”. Hacer el amor al lado de los hijos, trabajar en una plantación de algodón para poder continuar con la vida libre en el camino, hacer dedo, ser pequeños ante la inmensidad del paisaje y la desolación de la ruta, experimentar con peyote en México, enfermarse casi hasta la muerte y disfrutarlo, todo esto y mucho más pasa por la pantalla. Pero el trío no está solo, lo acompañan un grupo de personajes secundarios que se irán sumando y complicando la trama para bien o para mal (Viggo Mortensen, Kirsten Dunst, Amy Adams, Alice Braga, Elisabeth Moss, etc.) desnudando el Estados Unidos profundo y mostrando sus miserias y particularidades. Independientemente que se puede objetar algún exceso en la caracterización de los protagonistas (Sal muy ingenuo hasta que Dean lo inicia en TODO lo que lo pueda iniciar, por ejemplo) el espíritu de la novela està intacto en estos nómadas sin destino deslumbrados por “la pureza del camino y la línea blanca que se aferra” entre ellos, tal como dice Sal en algún momento. La película atrapa por su trabajo sobre la disrupción de la linealidad del relato apoyándose en la B.S.O. creada por su asiduo colaborador Gustavo Santaolalla. Esto también hace que muchas de las secuencias tengan mucho más peso por el impacto musical. Película esencial para comprender una generación que evitó comprar el American Way of Life y los WASP y que afirmó que “que no hay un tesoro al final del arco iris, solo mierda y pis”. “En el camino” se destaca por la pasión y las buenas interpretaciones.
En el camino es una novela icónica. Claro que lo es: es la pieza cumbre de la cultura beat y de todas esa búsqueda que hasta el día de hoy nos llama tanto la atención que queremos contagiarnos. Pero nuestra generación nada tiene que ver con ese hambre de identidad propia y es por eso que a la mitad, nos distanciamos de nuevo. Jack Keroac es el verdadero Sal, que recorrió todas esas rutas de Estados Unidos manifestando que en realidad él no tiene nada que destaque, más allá de que le atrae esta gente loca, con hambre de vivir. Ama con hambre, baila con hambre, habla con hambre. Es una existencia que lo devora todo para no quedarse fuera de nada. Frente a este panorama, que Walter Salles se haga cargo de este proyecto parecía lo ideal. Ya ha sido él quien nos llevó por los Diarios de Motocicletas y su maravillosa fotografía y la pérdida de la inocencia de Estación Central y toda su magia. Para esta película era necesario un casting joven por lo que se pedía de los papeles pero me hubiera gustado que fueran nombres que sonaran menos para que no estuviéramos marcados por “el chico de Tron”, “la de Crepúsculo”, “La de Spiderman”. Aún así ha tenido algunos aciertos. Kristen Dunst como Camille le da ese aura de clase y distancia que tiene que tener el papel que nunca termina de encajar del todo con la historia. La excesiva Marylou está tal vez un poco encorsetada en Stewart, pero por momentos logra ser ese ser pasional (tal vez la mejor escena sea cuando baila con Dean) pero mi favorito ha sido Garreth como Dean. Ha logrado tener ese carisma y esa desesperación en comerse el mundo. Puede ser quien se roba la pantalla por momentos y por otros puede parecer un chico desesperado por amor, por atención, por sentir que no pasa desapercibido por esta vida. Pero a estos jóvenes se unen los actores consagrados que no pueden quedarse afuera de esta historia. Memorable Viggo Mortensen como el viejo Lee, Amy Adams como siempre impecable en breve papel, Terrence Howard hace vibrar al jazz por unos minutos, Steve Buscemi impacta por sus segundos y parece eso: que todos estuvimos esperando tanto tiempo por esta adaptación que no pudimos elegir una sola parte. Lo queremos todo porque también tenemos hambre de esta historia. Si bien creo que es una adaptación ambiciosa, donde los capítulos de gente que conocen terminan superponiéndose a otros y uno llega un punto en el que les pierde el rastro, creo que más allá de definir al gran Dean intenta ser el testimonio de una era. Tengo que hacer una mención aparte de la maravillosa fotografía porque la película es bella a más no poder. Creo que fue un proyecto con buenas intenciones, pero que no llega a ser lo que la historia pedía. Creo que hace concesiones donde no debe hacerlas y que suma personajes sólo porque José se encariñó con los personajes. Me parece que una adaptación es más que la ilustración del libro pero también es complejo meterse en una adaptación semejante. Los que salimos satisfechos con esta película no es porque la adaptación sea buena o porque el verdadero espíritu de la historia esté presente. Los que salimos satisfechos es porque nos damos cuenta de la valentía que requirió hacer esto en su momento (no tenemos que olvidarnos que somos una generación que se quiere parecer a nuestros padres. No estamos haciendo nada por cambiar el mundo. Ni cerca) y que nosotros estamos más cerca de no arrancar nunca que de haber conocido la ruta. Nunca seremos Dean, pero por dos horas podemos jugar a sentirnos como él. Se termina la proyección y volvemos a pagar las cuentas y a trabajar de 10 a 18
Todo nos espera en el camino Hay que huir sin destino porque adelante siempre estará lo mejor. Adaptar al cine este texto de culto de Jack Kerouac, que tanto camino hizo, no era tarea fácil. Y lo de Walter Selles, sin ser magnífico, al menos logra, en ciertos momentos, en ciertos rostros y en ciertas palabras, rescatar parte de esa liturgia hecha de rebeldía y desafío, que sin duda abrió el juego para que después otros jóvenes supieran que los caminos están para poder huir detrás de los sueños. Es poética, a veces juguetona y casi siempre melancólica. Salles (“Viajes en motocicleta”) apela a un narrador para intentar contarnos cómo nació el consagrado relato. Sal es Kerouac; Carlos es Allen Ginsberg y Dean es Neal Cassidy. El filme trae los viajes y las vivencias de dos veinteañeros, aspirantes a escritores, en los finales de los 40 y a comienzos de los 50. Desenfreno, bohemia, droga, sexo, algo de hastío, jazz, Proust, lágrimas, dudas, son las experiencias límites de seres que habían hecho de la amistad y la osadía sus armas predilectas. Hay citas, músicas, humor y viajes sin destino a toda velocidad. No es parejo y no siempre logra dar con el tono apropiado, pero vale, por el gran trabajo de Garrett Hedlund, como un arrollador Dean, por lo que simboliza y por esa desordenada manera de convertir a la distancia en la mejor forma del acercamiento. Un filme quizá demasiado respetuoso del texto, que le falta atreverse a ir más allá, pero que es un testimonio interesante sobre una época y unos personajes que le dieron letra y música a su generación. Unas líneas de Ginsberg definen el rumbo de estas travesías hacia adentro. “Sé que no hay un tesoro al final del camino, pero el saberlo me hace un hombre libre”.
¿Hay lugar para la prolijidad en el universo beat ? La historia de En el Camino relata justamente el camino recorrido en carretera durante los años 40s y principio de los 50s por Sal Paradise (alter ego del propio Kerouac, interpretado aquí por Sam Rilley, a quien vimos hace años como Ian Curtis en Control), acompañado de sus amigos Dean (alter ego de Neal Cassady representado por Garret Hedlund), un alocado ¿hipster? mítico de la generación beat. Del viaje también participan Marylou ( LuAnne Henderson e interpretada por la bella Kirsten Stewart), el célebre escritor William S. Burroughs (Viggo Mortensen bajo el nombre de Old Bull Lee), y su compañero Allen Ginsberg (nombrado como Carlo Marx e interpretado por Tom Sturridge), entre otros. Encuentros y desencuentros entre los máximos exponentes e instigadores de la mítica generación beat en Norteamérica se sucederán en el film mientras estos personajes toman a la poesía, la sexualidad y la liberación juvenil como sus máximos valores a la vez que comenzarán a crear un tipo de literatura anecdótica donde narrarán sus propias experiencias con la música; el jazz en particular, la libre sexualidad y el uso experimental de drogas mientras rechazaban la forma clásica de vida americana y preferían la espontaneidad y la sensación de estar a la deriva. Tan prolija desde lo visual como narrativamente bella, En el camino visual está muy bien en todo, de hecho el guión me pareció que encajaba de forma casi perfecta con este universo que Salles quiso mostrar. Sin embargo el “problema” real es que si al igual que yo, los espectadores buscaban y esperaban fidelidad al relato, no la encontrarán aquí. Kerouac justamente en On The Road, y en toda su obra literaria en general apuntaba a la visceralidad, a la provocación, a la crudeza en su máxima expresión, a generar intensidad, a narrar escenas repletas de salvajismo sexual, que aquí si bien son varias, se manejan al igual que todo lo demás; en un tono entre respetuoso y nuevamente prolijo. get10 Desde lo actoral todo el elenco funciona bien dentro de está película donde todo funciona bien, pero quien más se destaca es la bella Kirsten Stewart con sus desnudos, o bien Viggo Mortensen al interpretar a otro gran escritor, William Borroughs. Pero en mí caso, mi actuación favorita la encarna el genial Steve Buscemi, en un papel que no podría ser interpretado por alguien más. Ya hablamos de lo visual, pero cabe rescatarse que el film cuenta con imágenes fascinantes, algunas de las cuales están filmadas en el sur argentino (Bariloche), una elección que encaja de maravilla a la hora de recrear paisajes desiertos que rozan el surrealismo. Todo funciona adecuadamente en esta película, si, lo repito. Sin embargo el enfoque característico de Walter Salles (que ya vimos en Diarios de Motocicleta y algunas películas más) y su forma excesivamente estilizada de filmar generan un vacío emocional que se percibe durante todo el largometraje y que si bien dio buenos resultados en el pasado, tratándose de una novela de Jack Kerouac da la sensación de alienación: de una voz personal que nunca llega a surgir en el relato, y de esa furia existencial que aquí está ausente pero para quienes no hayan leído la novela, la obra de Salles funcionará tal vez como una excelente primera forma de acercarse luego a la literatura de la generación beat.
El comentario no se presenta fácil, créame. Pero trataremos de llevarlo a buen puerto. ¿Cómo entrar en tema para comentar “En el camino” si el lector no leyó el libro en el que se basa? En principio, aclarando que de no haber leído nada de Jack Kerouac ni de la Generación Beat, lo más probable será sentirse en la butaca como sapo de otro pozo. “En el camino” es un libro escrito a lo largo de unos tres años y pico, entre 1947 y 1951, por un en ese entonces joven Jack Kerouac (entre sus 25 y 29 años). En 1947, viviendo en Nueva York, ya era amigo de Allen Ginsberg, Neal Cassady y William Burroughs, poetas/escritores que luego conformarían la llamada Generacion Beat. Estamos en USA dos años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. La vida que ellos se planteaban vivir estaba lejos de los convencionalismos y las costumbres. Así emprendieron un larguísimo viaje en el cual el “libre albedrío” daba paso a vivir el sexo, las drogas, la música y otras yerbas (término adecuadísimo para este caso), de manera tal de poder romper con todos los esquemas. Explotar la juventud, las ansias de vivir al límite. No dejar una sola neurona en estado pasivo. Se trataba de explorar mente y cuerpo para que los sonidos y las palabras brotaran como un geyser de creatividad. Un desborde expresivo tan sublimado como alejado de la política. Admiraban a esas personas llenas de vida que hablan poco y hacen mucho, los que van al límite de todo y se salen del cuadrado. El escenario para desarrollar todo este cúmulo de sensaciones era todo los Estados Unidos con su gente y sus caminos. Caminar para vivir una Norteamérica de pos guerra, desde Nueva York hasta California pasando por Colorado, Illinois y Texas, Estados con su infraestructura todavía virgen. México fue otro de los destinos por los que transitaron. La cosa era vivir intensamente cada momento marcado por sexo, droga y jazz (el Rock and Roll vendría después con creces). Mientras, Kerouac escribía dejándose invadir por la sensación a flor de piel. Era el nacimiento de la escritura espontánea mediante una libreta que llevaba consigo. Ese inmediato producto de la imaginación era lo que luego se publicaría. Estamos hablando de fines de la década del ‘40 (aunque el libro fue editado en 1957). Cualquier cosa que hiciera un joven era transgresión. Ellos llevaban todo al límite, pero en paz. Años después no había un solo hippie que no hubiera leído “En el camino”. Fue el libro de cabecera e inspirador de todos los movimientos de los jóvenes en el mundo. Así es. La Generación Beat cambió la historia. Fue el germinador y motor impulsor del arte pop en toda su expresión y vigor, de Bob Dylan a Andy Wharhol y de Los Beatles a Lenny Bruce. Hay mucho, pero mucho más, para decir, pero estimo que lo dicho sirve (espero) como introducción. El libro, entonces, no sólo es la crónica de un viaje hecho concepto y poesía, sino también es autobiográfico (sin ser una biografía per sé). Jack Kerouac utilizó seudónimos o alter egos para hablar de los hombres mencionados anteriormente. Respecto del estreno de la producción “En el camino” es bueno saber que, en principio, es la culminación de muchos intentos por llevar éste texto al cine. Varios directores y guionistas quisieron hacerlo, entre ellos Francis Ford Cóppola. El propio Kerouac quiso actuar de sí mismo con Marlon Brando como partenaire. Nunca ocurrió. La historia marca a la dupla Walter Salles / José Rivera, director y guionista respectivamente, que ya habían trabajado juntos en “Diarios de motocicleta” (2004), como los que finalmente lo lograron. La historia comienza en 1947, en Nueva York, con Sal Paradise / Jack Kerouac (Sam Riley), Dean Moriarty / Neal Cassady (Garrett Hedlund) y Carlo Marx / Allen Ginsberg (Tom Sturridge) viviendo la noche de Nueva York y lo que sería el comienzo de éste extenso viaje por los Estados Unidos hacia donde los llevare el viento. A lo largo del relato encontraremos en Sal como a una suerte de cronista de lo que ve, sin dejar de participar activamente en todo lo que sucede. Por su parte Dean es el prototipo del ir-al-frente, como si fuera carne de cañón expuesto a toda clase de drogas con la misma intensidad de sexo en todas sus formas. Las mujeres con sus circunstancias irán apareciendo en la vida de cada uno: Jane / Joan Vollmer (Amy Adams) Camille / Carolyn Cassady (Kirsten Dunst), y en especial Marylou / Lu Anne Henderson (Kristen Stewart), la joven compinche de todas las experimentaciones de la libertad sexual. “En el camino” presenta dificultades (no errores) que se derivan de sus propias virtudes. La adaptación es, en términos de los hechos, literal, pero esto va en desmedro del espíritu del texto, dificultad acrecentada por el elenco protagonista. El registro actoral no logra captar la esencia de lo que estos jóvenes vivían. Actúan como si se aferraran a lo que alguien les contó de los escritores, en lugar de transitarlo por sus medios y con sus herramientas. Así, vemos trabajos donde sin duda se pone el cuerpo para una intensidad que se condice sólo por momentos con el espíritu libre de estos hombres. En algo falló el casting, sobre todo por Garrett Hedlund, acaso el más lejano de todos. Exactamente lo mismo ocurre con parte de la puesta. Dado que el relato del viaje está más relacionado con la poética que con la crónica, es difícil encontrar elementos a los cuales el espectador pueda aferrarse para armar la historia, tal vez afectado al dar mucho por sobreentendido.
Con la marca, no el espíritu Es cierto que hay muchos films -independientemente de sus méritos o deméritos posteriores-, como La saga Crepúsculo, la trilogía de Los juegos del hambre o las diversas entregas de Harry Potter, que se proponen como grandes acontecimientos culturales y mercantiles, aprovechándose de un público cautivo y estableciendo toda una operatoria marketinera donde muchas veces lo que menos importa es la obra fílmica. Al mismo tiempo, arman elencos o convocan guionistas y directores para darle mayor legitimidad al emprendimiento, aunque lo que termina imponiéndose la mayoría de las ocasiones es lo primero: la estructura destinada al negocio, a lo extracinematográfico. El cine va siempre detrás en la carrera, y rara vez consigue llegar primero en la meta. Bueno, lo de las audiencias ganadas de antemano, los films convertidos en plataformas de explotación de otras fuentes, los nombres fuertes respaldando los proyectos, también existe dentro del ámbito “independiente”, de “arte”, y la adaptación cinematográfica de En el camino, la novela de Jack Kerouac, es un buen ejemplo. Tenemos un libro de enorme prestigio (y considerado por muchos como inadaptable), prácticamente legendario, de lectura obligatoria para todo aquel que quiera explorar las perspectivas de un conjunto de mentes que alcanzó ribetes emblemáticos como la Generación Beat. Y a un proyecto que tardó mucho tiempo en concretarse, con un realizador de peso que ha sabido triunfar en el Festival de Berlín, como es Walter Salles. Y a unas cuantas estrellas que circulan por la pantalla, dando su correspondiente aval, como Amy Adams, Kirsten Dunst o Viggo Mortensen, que a su vez respaldan a los protagonistas Sam Riley, Garrett Hedlund y Kirsten Stewart. Y lo cierto es que unos cuantos se quejan, y mucho, de las sagas juveniles creadas casi de la nada por el Hollywood más gigante, y despotrican contra el cálculo, la falta de riesgo, la incapacidad de adquirir vida propia por fuera de la referencia literaria. Pero con productos como En el camino ponen carita seria, se re interesan de repente por la Generación Beat; analizan sesudamente las caracterizaciones de Hedlund, Riley, Stewart, Mortensen o Adams; invocan el legado del libro de Kerouac, su descripción de la América profunda y cómo esto se ve reflejado en el film; y piensan esta película en el marco de la filmografía de Salles, quien ha sabido transitar de manera bastante despareja el género de la road movie, con exponentes recordados por el público como son Estación Central y Diarios de motocicleta, que en el segundo caso también tiene a figuras icónicas que quiebran los límites de la pantalla grande. No digo que no hay que darle importancia a En el camino. Digo que se la piensa con una pertinencia, seriedad y criterio que no se da con otros films -a los cuales se suele subestimar- y que se le perdonan demasiadas cosas por razones que no están en la película; que tiene el mismo entramado, la misma construcción de manual y sistémica que los tanques hollywoodenses. Y en base a eso -y sin pretensión de parecer heroico, sólo dejando bien en claro lo que pienso-, afirmo que todas sus partes están pegadas con cola, tratando de copiar la estructura de su fuente literaria pero sin agregarle nada, sin la fluidez cinematográfica necesaria; que es un conjunto de escenas inconexas con buena fotografía y diálogos pomposos y pretenciosos; que jamás puede salir de la pose, porque se queda con los nombres y no con las almas de los personajes; y que lo único que tiene para dar es su prestigio y polémica ganadas de antemano, antes de siquiera existir. No se trata tampoco de tirar bombas, de ponerse en contrera porque sí, para quedar como un gran rebelde frente a lo establecido. Simplemente se trata de decir lo que se piensa y se ve en un film, con el mayor equilibrio posible, sin subestimar o sobreestimar. Que las poses y modismos de segunda mano la aporten otros.
Una difícil adaptación literaria, con atractivo extra para los argentinos En el camino es una novela escrita por Jack Kerouac en su mayor parte en 1948 y 1949, terminada en 1951 y publicada por primera vez en 1957 en la editorial estadounidense Viking Press. En parte autobiográfica escrita como un monólogo interior , está basada en los viajes que Kerouac y sus amigos hicieron por Estados Unidos y México entre 1947 y 1950 y contribuyó a la mitificación de la ruta 66. Está considerada como la obra definitiva de la generación beat y recibe su inspiración del jazz, la poesía y las drogas, describiendo un modo romántico y bohemio de vida, además de ser uno de los clásicos más influyentes del siglo XX del cual aún se reeditan 100 mil ejemplares. Hasta allí, la fuente de inspiración de esta cinta de Walter Salles, director de Diarios de motocicleta. Del mismo modo que aquella describía el viaje iniciático de Ernesto Guevara hacia su renacer como "el Che", este relato expone con seudónimos el recorrido de Neal Cassady, ídolo de la generación que iconizó el uso de drogas y el amor libre. Con imágenes de nuestro país, música de Gustavo Santaolalla y un Viggo Mortensen que los argentinos adoptamos como "un poco nuestro", ésta es un película que inquieta con una extra al público cinéfilo local. Pero nobleza obliga a decir que hay que estar dispuesto a experimentar una sensación en ocasiones de excitación, cuando no de fastidio, y por momentos de tedio, en la observación que el autor -- Sal Paradise en la ficción--, realiza de la elección de vida de Dean Moriarty (seudónimo de Cassady), Marylou (Luanne, esposa y luego amante de Cassady en la realidad); Camille; Old Bull Lee y Carlo Marx. La adaptación, en otras ocasiones intentada sin logro alguno, resulta correcta en lo guionado y con la belleza de la paleta de Salles en la pantalla. Pero no produce una mirada laxa, que por momentos deja al espectador con una incómoda sensación de quietud.
Carretera perdida Tras años de dilaciones, el brasileño Walter Salles (Diarios de motocicleta) fue el elegido de Francis Ford Coppola para llevar al cine En el camino, la novela icónica de Jack Kerouac. Coppola compró los derechos en 1979 y, tras frustrados intentos, vio al precoz Che itinerante de Diarios y creyó que Salles era su hombre. Lo equivocado que estaba. Como con toda la narrativa beat, el desafío es adaptar textos esencialmente díscolos al orden que requiere un guión. Sin llegar al pandemonio de Naked Lunch, de William Burroughs (decentemente recreada por David Cronenberg), los párrafos salvajes e incontenibles de En el camino daban lugar a dos opciones: una adaptación experimental o un corsé para la verborragia de Kerouac. Salles optó por la segunda, con un respeto que hubiera molestado mucho al autor del libro. Sal Paradise y Dean Moriarty (los alter egos de Kerouac y su compinche Neal Cassidy, en su imparable orgía de rutas, sexo, drogas y be-bop) son, en la piel de Sam Riley y Gareth Hedlund, dos individuos carentes de peligro, excitados por una rebeldía ingenua que ni siquiera escandalizaría a miembros del Tea Party. Cierto, buena parte de la novela puede leerse hoy con ingenuidad, pero ubicada en su contexto fue un verdadero cachetazo a los cánones de la época, y nada de eso puede apreciarse en la visión de Salles. Con imágenes bellas pero innecesariamente pulcras, estériles, las apariciones de Kirsten Dunst, Steve Buscemi y, sobre todo, Viggo Mortensen (como el alter ego de Burroughs, Bull Lee) son la única chispa de esta adaptación inverosímil y anémica.
La ruta del tedio "On the Road" es una película rara, de esas que podrían haber sido mucho más trascendentes e interesantes de lo que realmente terminaron siendo. La primera sensación que me dio cuando la terminé de ver fue de fatiga. Se supone que el largo desarrollo de los pensamientos y sensaciones de los personajes debían resultar atrapantes, pero en realidad me produjeron un poco de sueño y tedio. Admito que no leí la novela de Jack Kerouac, pero supongo que la interacción personaje - lector debe haber sido mucho más cercana en la lectura de lo que fue en la gran pantalla, de otra manera el libro habría resultado un fracaso de ventas. En la película, con el único que podemos conectarnos realmente es con el personaje que interpreta Garrett Hedlund, Dean Moriarty, que resulta carismático, atrapante, seductor y complejo. Los demás están bastante pintados al óleo, sobretodo Sam Riley como Sal Paradise, personaje que debía ser el más importante del film y conectar más con el público. Lo de Kristen Stewart tampoco me pareció muy bueno, de hecho lo único que hizo fue poner valientemente su cuerpo para escenas de alto voltaje sexual. En cuestiones de interpretación... quedó media floja e inexpresiva. La historia es buena, polémica, alocada, pero lamentablemente se le dio un tratamiento narrativo que en lugar de resaltar estos pilares, los empañó. El ritmo es tan lineal y parco que cuando se producen los momentos de máxima tensión y sensaciones, encuentran al espectador tan atontado que no llega a reaccionar al golpe. Cae varios minutos después de acabada la secuencia. No la recomiendo. Quizás los espectadores más fanáticos de Kristen se encuentren tentados a verla sólo por ella, pero su participación no es muy estelar. Si se decidieran a verla por un actor, háganlo por Garrett Hedlund que la verdad se come a sus colegas en pantalla y demuestra que está para producciones de más alto vuelo.
En el Camino: retrato superficial de una generación rebelde El libro más famoso del "Rey de los Beats" Jack Kerouac En el Camino es considerado un manifiesto de los ideales de la Generación Beat, y una de las mejores obras de habla inglesa del siglo XX. Es por eso que la adaptación de Walter Salles- estrenada mundialmente el año pasado pero que llegó a la Argentina recién esta semana- parece casi un insulto hacia uno de los movimientos más trascendentes e influyente de la juventud literaria estadounidense de los '50. "Con la aparición de Dean Moriarty comenzó la parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera". El film trata sobre la amistad –o más bien la obsesión- del joven escritor Sal Paradise (Sam Riley) con el psicótico e impredecible Dean Moriarty (Garrett Hedlund) -pseudónimo de Neal Cassidy-, y la serie de viajes que emprenden por las rutas de Estados Unidos, desde New York, Chicago y Denver hasta San Francisco, y más tarde a México. Así, entre jazz, sexo y drogas, comienza una aventura de auto descubrimiento y emociones al límite. Al brasileño Walter Salles parecen interesarle especialmente los épicos viajes de jóvenes rebeldes. Director de la aclamada Diarios de Motocicleta (2004), Salles no se esfuerza mucho para mantener el mismo nivel de intensidad y realismo en esta película. En el Camino parece más una oda a la banalidad de las drogas y el sexo que a la búsqueda inalcanzable de la liberación espiritual. Pero Garrett Hedlund crea a un Moriarty irresistible y carismático que, aunque por momentos algo surrealista, lo transforma en un personaje mítico. No se puede decir lo mismo del resto del elenco. Kristen Stewart demuestra una vez más su poca versatilidad, que nunca la dejará escapar de la sombra de Crepúsculo. Sam Riley, brillante como Ian Curtis en Control, no logra darle a Sal la suficiente substancia para considerarlo inolvidable. Hasta Viggo Mortensen hace que Old Bull Lee (William S. Burroughs) no se vuelva memorable. Por sí sola la película parecería simplemente una historia de jóvenes rebeldes en una época en la que sus acciones los convertirían en bichos raros, sin ninguna trascendencia en especial. Pero el film es cómico cuando no lo intenta ser, y llega a lo ridículo. De esta manera, En el Camino se convierte en la película de road trip más insulsa y superficial de los últimos tiempos, y no alcanza la madurez y la sensibilidad del libro más emblemático de una generación entera de renegados y espíritus libres.