LA CLOACA DEL CINE Una vez más, un cineasta ofrece con una irresponsabilidad casi enfermiza una obra pretenciosa y sórdida, intentando vender eso como arte. Lamentablemente, aun sigue convenciendo a algunos. Esperemos –deseamos- que ésta sea la última vez. Es posible que el responsable de Enter the Void haya soñado con provocar furia. Tal vez su máxima aspiración sea la de molestar, espantar a los burgueses, como se dice. Pero seamos sinceros, no todo lo que está hecho para irritar es bueno. De hecho, si la intención es solo esa, su pequeñez es doblemente ofensiva. Cuando yo estudié cine en la Universidad de Buenos Aires recuerdo que cada vez que un ejercicio de algún alumno no le gustaba a nadie, inmediatamente éste se defendía con: “Yo intenté irritar”. Con el correr de las clases, eso se convirtió en un chiste interno. Es decir, ante la mediocridad y la falta de ideas, la puerta de salida más fácil siempre es: “yo quise irritar”. Claro que algunos dedican toda su energía a solamente eso. Y no hablemos de directores como Lars von Trier, cuyas habilidades de cineasta le permiten irritar con efectividad inquietante, aceptemos o no su discurso y sus ideas. Enter the Void está dirigida por alguien que no sabe contar historias, que filma de forma arbitraria, ampulosa pero repetitiva hasta el aburrimiento. Irrita, sí, pero no con el contenido, sino con su forma torpe de hacerse el artista, robando las peores características de Stanley Kubrick o directamente toda la secuencia de títulos a Jean-Luc Godard. Pero no le reclamemos a este individuo sus alegres plagios, ni Kubrick ni Godard habrían filmado jamás una vergüenza cinematográfica como Enter the Void . Sus largos planos secuencia en cenital convierten a Enter the Void en una película que se halla al borde de producir risa. Sin embargo, el aburrimiento se impone casi todo el tiempo. Si bien algunos planos delirantes pueden invitar a reír, la mayoría de las veces se abren paso otros que de tan abyectos eliminan cualquier chance de vivir ligeramente esta experiencia soporífera y bochornosa. Tal vez le produciría mucha emoción al director que enumeráramos la cantidad de momentos sórdidos, shockeantes o explícitos, pero no es necesario perder el tiempo. Un despliegue de maldad insolente e infantil se combina con una maldad estúpida digna de un canalla. Hablamos, exclusivamente, del que dirigió la película, que tal vez no sea así fuera de la pantalla. Dentro de la pantalla, su cine es el enemigo del espectador (y del cine mismo). Esta cloaca cinematográfica es coherente. Su sordidez malsana es acompañada por una puesta en escena digna de un inodoro de bar. Lo único aparentemente rescatable, los títulos del comienzo, están inspirados en Una mujer es una mujer, de Jean-Luc Godard, un recurso ya usado en otras ocasiones. En el festival de Cannes, donde se presentó –¡increíblemente sin haber sido vista antes!- este film, el director no llegó a entregarla con los títulos. Así que no solo sufrieron una versión más larga de este bodrio de 160 minutos, sino que no pudieron disfrutar de su secuencia de títulos robada. Así es cómo se alimenta a estos directores malos en lugar de abandonarlos cuanto antes en un merecido olvido.
Un cuento japonés El hijo del reconocido pintor Luis Felipe Noé es de esos directores que gustan, buscan, viven de la provocación. Alejandro González Iñárritu y Lars Von Trier también forman parte de esta camada de enfants-terribles que hacen de cada una de sus películas un "acontecimiento", que se alimentan de la controversia, del ámelo u ódielo, del tómelo o déjelo. Todos ellos son virtuosos estetas, pero nunca termino de creerles. Sus películas me resultan demasiado pretenciosas, miserables, calculadas, artificiales. Noé estrenó todos sus films en el Festival de Cannes: el mediometraje Carne y los largos Solo contra todos e Irreversible. Con Enter the Void, rodada en Japón, da muestra de su indudable capacidad para la puesta en escena que incluye alardes técnicos pocas veces vistos, pero también de sus excesos, sus desbordes y sus situaciones arbitrarias, decididamente gratuitas. Sexo explícito, un aborto en primer plano, un choque automovilístico que termina con cuerpos destrozados, asesinatos, consumo de drogas químicas que dan lugar a largas escenas lisérgicas y las enseñanzas de El libro tibetano de los muertos son sólo algunos de los elementos que Noé acumula en las casi tres horas de este “melodrama psicodélico” -tal como él mismo lo definió- narrado primero desde el punto de vista de una cámara subjetiva que sigue a un dealer (Nathaniel Brown) por el submundo nocturno de Tokio y, cuando éste es acribillado por la policía, con una cámara “voladora” (el espíritu del muerto) que sigue desde el cielo las desventuras de su hermana (una stripper interpretada por la bella Paz de la Huerta) en complejos planos-secuencia. Semejante explotación de calamidades convierten al relato en un tour-de-force que, en mi caso, se pareció a un (laaaargo) suplicio. Sé que Noé tiene muchos seguidores (es un típico cineasta de culto con ínfulas de profeta), pero no me incluyan en su club de fans. Para este "cuento japonés" revestido de viaje espiritual y con discurso moralizador por favor no cuenten conmingo.
De muchas películas se puede decir que les sobra metraje, que se prolongan por 15 o 20 minutos, pero pocas pueden preciarse de tener una hora de más. No recuerdo otro caso similar al de Enter the Void, un film para el que sus 160 minutos resultan un exceso. No es una cuestión de incapacidad para el corte o de mal manejo de los tiempos, el resultado es precisamente al que Gaspar Noé apunta. El argentino radicado en Francia busca incomodar al espectador, y uno de sus recursos para hacerlo recae en secuencias de extensa duración. La escena más recordada en la filmografía del director, la violenta violación de 10 minutos al personaje de Monica Bellucci en Irreversible, ejemplifica las pretensiones del realizador en este caso, así como el fantasma del film del 2002 le señala el camino y le pide que lo repita. Las similitudes entre ambos trabajos son marcadas, desde los tres personajes centrales hasta su estructura narrativa, no yendo desde el fin hacia el principio, pero con flashbacks de la infancia o flashforwards del futuro. Del mismo modo es que construye sus planos, aquí sumergiendo su cámara en forma recurrente hacia alguna ventana o una lámpara que le permitan entrar al vacío (sutil, ¿no?). A esto se suman los padecimientos que Noé les hace atravesar a sus personajes, a quienes eventualmente rescata del lodo solo para volver a hundirlos con más fuerza. Así es que convierte a su gesto de amor, un espíritu que se niega a dejar la Tierra para no abandonar a su hermana, en la oportunidad de mostrar nuevos sufrimientos y miseria. Un alma que flota por calles cargadas de neón en Tokio es la herramienta perfecta para que, sin paredes como obstáculos, se pueda asistir al espectáculo de un aborto, de una familia que se desangra, de un hijo que se degrada y más. El objetivo de Enter the Void es difuso y por tanto la provocación de su director se consume en sí misma. Zambullir la cámara en un feto abandonado o en una concepción que ni la pornografía más explícita es capaz de mostrar, no constituyen medios para un fin, sino transgresiones que comienzan y terminan en ellas. Hay de todos modos elementos para valorar, partiendo desde sus salvajes créditos iniciales, en otro evidente gesto del director, hasta el alucinógeno estilo visual y el sentido de homenaje a 2001: A Space Odyssey. Sin más que esto, el último film de Gaspar Noé es solo una provocación vacía.
Algo me hace ruido en el cine de Gaspar Noé. Me gusta la provocación en el cine. Creo que es necesario provocar, pero con inteligencia y no de forma superficial. Lars Von Trier o Jean Luc Godard son provocadores. Provocan desde su ideología política del mundo y desde la estética que eligen para sus obras. A veces, la pifian, porque se concentran más en una u otra y olvidan que están haciendo una película...
Es sabido que hay directores que se destacan por crear sus universos, provocando y modificando las tradicionales reglas de la cinematografía. Sus personales trabajos, en general, son controversiales y muy discutidos por críticos y público en todo el mundo. Ya saben, desde Apichtpong Weerasethakul (quien me provoca sueño, con sólo evocarlo) a Lars Von Trier, hay muchas figuras (se me viene a la cabeza Shinya Tsukamoto inmediatamente) que son considerados directores "de culto" porque su enfoque al rodar es único y alejado de las convenciones. El hombre detrás de "Enter the void", es uno de ellos. Gaspar Noé, hijo de un afamado artista plástico, tiene la destacada habilidad para combinar esa veta que es natural en él (el trabajo con la imagen), para recrearla en historias fuertes en las que los excesos están a la orden del día. El hombre busca conmover, desestructurar y mostrar su percepción de las cosas. Puede gustar o no, pero hay que reconocer que ese "salirse del camino", lo transformó en figura pública y además lo fue acercando a un público más desinhibido y abierto que sigue sus producciones con devoción. En lo particular, me parece que tiene muchas ideas claras en cuanto a cómo encuadrar, lo que quiere contar y bastante más sobre cómo presentar su material para perturbar al espectador. "Enter the void" ("Entrar en el vacío"), es un film oscurísimo, violento, transgresor y sorprendente. A todo nivel, desde su fotografía (original y vistosa, a pesar de parecer borrosa!), la estructura temporal con la que juega (va, viene, se proyecta o desvanece, alucina, etc) y la intensidad de lo que pretende mostrar. Tiene fallas, algunas muy pronunciadas (dura una hora por lo menos más de lo que cualquier puede soportar, hay inconsistencias actorales llamativas -quizás por exceso de improvisación-, la repetición de algunos recursos visuales no lo ayudan) pero convengamos que es un film pensado para la controversia y eso lo cumple con creces. La historia presenta a Oscar (Nathaniel Brown), un joven dealer extranjero.en el imperio del sol naciente... Vive con él su hermana Linda (Paz de la Huerta), quien hace poco arribó al país y trabaja como stripper en un club nocturno. Los dos son huérfanos (sus padres fallecieron en una accidente automovilístico) y crecieron separados el uno del otro, anhelandose verse, por lo que este reencuentro significa mucho para ámbos. La rutina de Oscar es la típica de un traficante, pero en su recorrido habitual cierto día, algo sale mal y cae abatido por la policía en una confusa redada. De ahí en más, su esencia (por decirlo de alguna manera), sobrevolará escenarios (pasamos de estar detrás del protagonista a una cámara cenital demasiado aérea!) y acompañará a Linda en sus actos, evocando imágenes pasadas que se van ensamblando para brindarle al espectador la información necesaria para llenar todos los huecos de la historia de la manera más singular posible. Eso sí, Gaspar Noé lo hace a su manera: hay consumo masivo de drogas (y la representación vívida de su impacto en el cerebro), muerte, metafísica (la evocación al Libro de los Muertos es llamativa), aborto, sexo explícito, prostitución, etc etc... Hasta la hora y media de proyección, el film me gustó. Es más, debo decir que me atrapó la manera en la que el cineasta creó el andamiaje de su trama: si hubiese terminado cuando el reloj rondaba los 90 minutos, hubiese sido una enorme película, sin dudas. Pero no, suponemos que entusiasmado por la paleta que venía logrando, Noé decidió extender la duración y continuar la historia hasta rozar las tres horas de realización, alargando una historia que ya estaba agotada. Encima, elige mostrarse omnipotente (al mejor estilo "The tree of life") en varias secuencias descolocadas (la pesadilla que Linda tiene con la resurrección de Oscar, por ejemplo) y agota al espectador de tal manera que éste anhela los títulos de cierre para huir de la sala. Respeto profundamente la propuesta y reconozco que me impactó positivamente, durante la mitad de la cinta. De ahí en más, la sufrí, a todo nivel. Controversial, áspera, física, exótica y recargada, así es "Enter the void". Está en vos, decidir verla o no. Creo que es una experiencia que vale la pena, con todos sus excesos.
Amado y odiado, Gaspar Noé nunca deja de llamar la atención. Y lo hace con talento.
El director Gaspar Noé es al mundo del cine lo que Pomelo, el personaje de Diego Capusotto, al rock. Son tan burdas sus intenciones de demostrar que es un cineasta profundo y controvertido que sus trabajos terminan siendo obras tediosas y vacías de contenido que a la larga generan risa. No te queda otra que verlas como comedias bizarras. En un punto sus filmes no son tan distintos a lo que suelen ser los trabajos pretensiosos de Lars Von Trier, otro gran generador de pajas pseudo intelectuales, cuyos personajes con vidas ultra sufridas y atormentadas son tan realistas y creíbles como el combate de Arnold Schwarzenegger, solo contra un ejército, en Comando. En el caso de Noé el problema es que su cine es burdo y repetitivo. Es como un nene caprichoso que quiere llamar la atención y entonces realiza esta clase de bodrios con los que se propone generar una provocación en los medios. El tema es que al ser tan burdo todo lo que hace se complica mucho tomarlo en serio y ya directamente terminó por aburrir. Enter the void, de movida, comienza con un plagio burdo al clásico de Jean Luc Godard, Una mujer es una mujer, que en 1961 sorprendió con una secuencia loca de créditos iniciales que fueron “homenajeados” en más de una ocasión. El refrito de Noé es un cartel luminoso donde grita a los cuatros vientos “miren como le rindo tributo a Godard!” Luego viene la historia de un vendedor de drogas que lo mata la policía y su espíritu continúa flotando en las calles de Tokio mientras sigue la vida de su hermana stripper a la que prometió no abandonar. Toda la trama es filmada desde el punto de vista de una cámara subjetiva que representa la mirada del protagonista. En un principio sus experiencias lisérgicas son visualmente atractivas y están muy bien logradas, si bien no brindan nada nuevo que no se haya visto en los clásicos del cine lisérgico de los años ´60 como The Trip, de Roger Corman o Pasaporte a la locura (Psych-Out) con Susan Strasberg, la gran actriz de este subgénero. El problema de este estreno es que te satura con la repetición. Noé es tan burdo en sus intenciones que su trabajo termina resultando hueco. Las mismas experiencias lisérgicas que un comienzo parecían interesantes luego se vuelven molestas por la repetición y la duración que tienen esas escenas. Pese a todo, eso no es lo peor. Si en Irreversible te mostraba una violación de diez minutos entonces acá retrata en primer plano un aborto y luego filma un accidente con cuerpos mutilados. Pero todo esto no le basta y encima le suma a la trama las enseñanzas de “El libro tibetano de los muertos” que le otorga al film un contenido espiritual, que tiene la misma profundidad que un seminario de El Arte de Vivir. Lejos de hacer un film profundo lo que logra con todo esto es generar un gran aburrimiento. Los 160 minutos de duración son realmente una tortura y la historia hueca que intenta venderte como una experiencia visual introspectiva se vuelve insufrible. En Irreversible, con todas las cosas que se le podría criticar por la crudeza de la violencia, al menos narraba un cuento coherente. Enter the Void es puro cotillón. Otro festival de esnobismo que nos regala el Pomelo del cine.
Con sus dos películas anteriores, Solo contra todos e Irreversible, el director franco-argentino Gaspar Noé nos demostró que lo suyo no son las sutilezas, ni las medias tintas, que su cine es indivisible de la provocación que generan sus relatos que tarde o temprano probarán los límites de lo tolerable para el espectador. Claro que más allá de la impresión que puedan causar algunas de sus imágenes -aquí un repetitivo pasaje dónde se ve en detalle dos cuerpos destrozados por un accidente automovilístico-, Noé también impresiona por su capacidad para transformar un film en una experiencia sensorial bastante alejada del cine convencional. De hecho, Enter the Void poco tiene de narrativa tradicional, apenas un par de apuntes sobre la historia de Oscar (Nathaniel Brown), un joven dealer que vive en Tokio junto a su hermana Linda (Paz de la Huerta), y con el que el espectador compartirá el punto de vista desde el comienzo de los, por momentos, tortuosos 161 minutos de película. Todo empieza con una escena de títulos fascinante, atractiva hasta lo hipnótico, un bombardeo de imágenes y música que apelan a un estado de consciencia alterado que se derramará por todo el film. Una imaginería alucinante y alucinada creada gracias a unos efectos digitales que separan al film de la media. Lo mismo que la insistencia en la perspectiva subjetiva de la cámara que oculta al protagonista, ese que busca drogas como negocio y para su consumo personal por unas calles de Tokio que parecen -a veces son- maquetas imaginadas por un arquitecto en pleno viaje provocado por los mismos alucinógenos químicos que Oscar codicia. Obsesionado con el Libro de los muertos tibetano, suerte de guía para los muertos en su camino a la reencarnación, el personaje central emprenderá un recorrido en el que el pasado, el presente y los futuros posibles se superpondrán para crear una percepción tan artificial como visualmente atractiva. Los vuelos rasantes de la cámara sobre un Tokio estallado de neón hablan del virtuoso ojo del director que se regodea tanto en ellos como en la
Un mundo lisérgico La tercera película del realizador de Solo contra todos (Seul Contre Tous, 1998) e Irreversible (2002) plantea la posibilidad de ingresar en la mente de un hombre que acaba de morir. Destinada inevitablemente a la polémica, Enter the Void (2009) volverá a dividir las aguas. Oscar (el debutante Nathaniel Brown) vive hace algunos años en Tokio, en donde trabaja como dealer. Su hermana Linda (Paz de la Huerta) reside en la misma ciudad y es streeper. Es decir, ambos transitan la zona más oscura de la ciudad. Pero una vez que Oscar muere en medio de un hecho un tanto confuso, la película ingresa en una zona aún más densa y –si se quiere- espiritual. El hecho de que ese momento funcione como una “bisagra” en el relato, es el puntapié para que los detractores de Noé encuentren más argumentos para detestarlo, mientras que los seguidores reconfirmen su admiración. A partir de allí, la película se centra en las vivencias del muerto, en su tránsito hacia el más allá. Para algunos, una puerta al morbo y a la inconsistencia dramática, pues el punto de vista no sólo deambulará espacial (con tomas aéreas: no olvidemos que seguimos a un espíritu) sino temporalmente. Y allí reconstruiremos los momentos previos al fallecimiento, pero también los inmediatamente posteriores y los muy anteriores, hasta llegar a la base de esta relación tan cercana (casi incestuosa) que definió al amor de Oscar y Linda. En ese tránsito lisérgico (hay drogas de prácticamente todos los colores y texturas) veremos más de una vez el accidente automovilístico en el que murieron los padres de los hermanos, quienes se salvaron de milagro. Pero también la sórdida vida que los esperó en la adultez, en donde es moneda corriente los vicios, el sexo, las traiciones y la violencia. Es indudable que Noé ha hecho de la provocación su programa estético, desmesurado desde donde se lo mire, incluso en cuanto a su duración (160 minutos). Desde este punto de vista, su visión respecto de los dramas que aborda es, cuanto menos, pornográfica. Aquí la exploración es pura y dura, y se traduce en abstracción para reconstruir la percepción del drogadicto, pero también en registro explícito para mostrar un feto recién extraído, por ejemplo. También es indudable que el director opera con virtuosismo: su cámara cautiva e hipnotiza, y roza inevitablemente lo abyecto. Menos convincente es el trasfondo metafísico con el que encauza la historia: el muchacho antes de morir leyó El libro de los muertos tibetanos, lectura premonitoria, por lo visto. Enter the Void es una película que puede ser pensada como la obra de un realizador que ha perfeccionado su imaginería visual hasta irritar. No hay una sola secuencia que no exponga una elaborada dirección de arte. ¿Amerita esta cualidad que la trascendencia que propone el film llegue a la misma vacuidad? Hay quienes dirán que ese vacío es, precisamente, lo que el relato expone de forma honesta. Gaspar Noé caerá muy bien a algunos y muy mal a otros, pero como pocos cineastas ha vuelto a revivir la discusión por la forma y el contenido en el arte. Bienvenido sea.
Perdidos en Tokio Gaspar Noé y un alucinante viaje entre drogas y dolor por la noche. Gaspar Noé hace de la provocación una manera de filmar. O, si se quiere, su manera de filmar es provocativa. Alejándose del esquema narrativo de Solo contra todos , su opera prima, y del relato contado desde el final hacia el comienzo en Irreversible , ahora en Enter the Void vuelve con su cámara giratoria, grúas increíbles y tomas supinas (con la cámara encuadrando desde lo más alto) para contar una historia pequeña en cuanto a la trama, que demanda 160 minutos de la atención del espectador.Como siempre, las relaciones familiares son troncales, sean padre e hija, pareja o, como aquí, hermano y hermana. En una Tokio nocturna, Oscar es un joven dealer, que consigue una cantidad de dinero como para invitar a su hermana, bailarina de caño, a Japón. La cosa no empieza bien, ya que en una entrega frustrada Oscar termina con un balazo en un baño de un nightclub.Y como de niños, cuando sobrevivieron un terrible accidente automovilístico en el que sí murieron sus padres, se prometieron “nunca dejarnos”, “nunca jamás”, el alma de Oscar deambulará y sobrevolará la ciudad, siguiendo a Linda.Lo de la provocación y el efectismo vienen no tanto del despliegue técnico (un soberbio manejo de cámaras e iluminación, extensos planos secuencia, todo creando un ambiente entre ominoso y opresivo) sino de las escenas de sexo ¿real?, la práctica de un aborto con el cuerpito luego en primer plano y el plano de un pene ingresando en una vagina visto “desde adentro”.Entre viajes alucinógenos, producidos por ácidos, DMT y otros químicos, la película es como un tour por el Planetario. Algunos verán un filme visionario; otros, una reflexión sentida sobre un (sub)mundo real, contado sin tapujos en un ritmo trepidante. Y otros huirán despavoridos.Personajes en posición fetal, mucha oscuridad, sexo sin placer y un gusto por lo circular que se aproxima a la obsesión: un cóctel explosivo, pero para pocos.
Un viaje de ida. El que vaya a ver este último film de Gaspar Noé y conozca su obra medianamente ya sabe a que abstenerse, los fuera de plano en escenas cuasi traumáticas, prácticamente para él no existen. Se trata de uno de esos realizadores que con cada nuevo trabajo provoca los interminables debates acerca de lo que es moral y no en el cine.
Raro film que puede fascinar o crispar Lo que para unos puede ser una experiencia fascinante, para muchos otros será, sin duda, un sufrimiento arduo, agotador, que crispa los nervios, saturado de colores fuertes, imágenes desagradables, algo de porno chocante, música penetrante, y que encima no termina nunca. Dura más de 150 minutos. Los primeros diez cansan la vista, entre medio hay una hora de discutible existencia, la cámara suele moverse más de lo tolerable y es enteramente subjetiva, pero alternando con tanta desgracia hay momentos geniales capaces de causar asombro, composiciones visuales absorbentes, de admirable trabajo, una fuerte inmersión en sensaciones intensas que no piden mayor razonamiento, sino solo dejarse llevar por la contemplación y el sentimiento, y la última media hora es de veras atrapante. La historia cabe en pocas líneas. El alma de un pequeño dealer moribundo evoca recuerdos dispersos, sobrevuela la noche de Tokio, se aflige por la hermana que quedará más o menos desamparada, y encuentra en quien reencarnarse. La chica es una stripper casi adolescente sumergida en un lugar malsano, él es apenas un toxicómano joven y medio ingenuo, ambos son huérfanos desde chicos a causa de un accidente automovilístico. Avanzaron en la vida como pudieron, pero juntos. De sus pocas lecturas, él estaba siguiendo una, el «Bardo Thodol», el libro tibetano de los muertos. El alma seguirá el proceso que el moribundo había leído en ese libro. Eso explica las tres clases de cámara subjetiva que se aplican sucesivamente en la historia, a medida que el alma se va despegando del cuerpo, y explica también otras cosas, no precisamente en forma cartesiana. El autor de esta singular experiencia artística es Gaspar Noé, el de la singularísima «Irreversible», que está haciendo en el cine obras tan fuertes y reveladoras como las que su padre, Luis Felipe Noé, ha hecho en la pintura, cada cual a su modo. Y los fotógrafos que en este caso ayudan a Gaspar a entregarnos lo que él mismo define como «un melodrama alucinógeno», son los notables Benoit Debie y, sobre todo, Thorsten Fleisch, por cuyas elaboradas e hipnóticas abstracciones vale la pena soportar ciertos planos chocantes, y ver la película hasta el final en pantalla grande. Pero cuidado, no conviene comer nada antes ni durante la proyección.
Inseparables, más allá de la vida Del argentino Gaspar Noé, radicado desde hace años en Francia, llega este nuevo filme, tan desolador e inquietante como sus anteriores "Solo contra todos" (1991) y la más comercial "Irreversible" (2002). En "Entrar al vacío" Noé se centra en la vida de dos hermanos, que van a probar suerte a Tokio. No se sabe si huyen de algo. Quizás lo hacen por la simple curiosidad de saber cómo es vivir dentro de una cultura distinta. El vende droga y ella trabaja como stripper en un local nocturno. El afecto que une a los dos jóvenes roza el incesto y el muchacho Oscar (Nathaniel Brown), le prometió a Linda (Paz de la Huerta), su hermana, que nunca se iba a separar de ella, aunque estuviese muerto. Más tarde se verá que la promesa logra cumplirse. LOS CONSEJOS Mientras el chico es real, su hermana le aconseja que deje de frecuentar a un amigo mayor que él, porque éste lo va a terminar convirtiendo en un drogadicto. Oscar no es de aceptar consejos y así termina muerto en el baño sucio de un extraño local. A partir de ese momento, el joven se transforma en un espíritu omnipresente que acompaña y observa a Linda desde cierto más allá. Ese aspecto es ilustrado mediante tomas cinematográficas en las que la cámara se ubica en ángulos de visión tan diversos como atractivos. La historia por momentos va y viene entre el pasado y el presente y algunas imágenes muestran lo que fue la vida de Linda y Oscar en su infancia, con padres bastante especiales, a los que el chico espía mientras tienen sexo. LAS IMAGENES "Entrar al vacío" es una película que desconcierta. Por momentos parece perder su ritmo narrativo, para destacar solo extraños juegos lumínicos, o cinéticos, en los que tanto los objetos como los personajes se deforman, se deconstruyen y se vuelven a armar. Esas imágenes le indican al espectador, que eso es lo que está viendo Oscar, el joven protagonista de origen estadounidense. Si bien los personajes principales son dos, puede decirse que la misma ciudad de Tokio, se impone como un tercer protagonista con su estética llena de carteles multicolores, luces de neón y espacios no demasiado amplios. "Entrar al vacío" incluye como en filmes anteriores de Noé, escenas de sexo, drogas, marginalidad y muertes. Lo curioso es que a pesar de esa extraña sensación de destrucción, de hacer sentir al espectador que es testigo del infierno de dos jóvenes, resulta una película cautivante, que ejerce una hipnótica fascinación por su manera de encuadrar las escenas y de "espiar" a sus personajes, en medio de un entorno por momentos asfixiante.
Provocación sin argumento Con una demora de tres años se estrena el tercer largometraje del director argentino radicado en Francia Gaspar Noé. La película en el año 2009 fue mal recibida en Cannes y se entiende por qué: la narración es muy floja y la película demasiado larga. Introducción, nudo y desenlace. Las reglas del guión tradicional dicen que para que la historia funcione no puede faltar ninguna de las tres partes. Tal vez se les pueda invertir el orden o tal vez el final pueda quedar abierto y aún el guión siga funcionando. Sin embargo si el faltante es el nudo, como ocurre en Enter the Void, la película se hace difícil de sobrellevar y más aún si dura casi tres horas. Oscar(Nathaniel Brown) y Linda(Paz de la Huerta) son dos hermanos que viven en Tokio. Oscar trabaja de dealer y Linda como bailarina erótica. A Oscar lo matan de un tiro en el baño de un bar. Oscar se drogaba con hongos y químicos fuertes y estaba leyendo el libro de los muertos. Un rato después nos enteramos de que los padres de Oscar y Linda murieron en un accidente de tránsito y que los chicos hicieron un pacto para no separarse nunca jamás. Por eso Oscar empezó a trabajar como narcotraficante y consiguió pagarle un pasaje a la hermana para que se vaya a vivir con él a Tokio. Esa es la introducción. Al final, después del minuto 145, llegará el desenlace, en una escena que pretende ser romántica pero resulta sumamente desagradable, Oscar, el muerto toma la decisión que debía tomar según el libro de los muertos. En el medio no pasa nada, no hay intriga, no hay misterio, no hay humor, no hay historia. Solo son escenas inconexas, luces de colores, sexo que no aporta a la historia, más drogas, un aborto, violencia y secuencias provocadoras que el espectador se pregunta si era necesario tener que observar. Oscar muere en el baño de un bar e inicia su viaje. Oscar muere en el baño de un bar e inicia su viaje. Las escenas provocadoras como pueden ser filmar un aborto o una violación(como hizo el mismo Gaspar Noé en Irreversible con Mónica Belucci) tienen un sentido si son filmadas dentro de un contexto y un guión que las sostenga. Quentin Tarantino es un maestro en ese tipo de acciones. Alejandro González Iñárritu(Babel) es un experto en rodar desnudos, violencia, sangre y dolor sin ningún sentido. Lamentablemente Enter the Void se parece mucho más al cine de Iñárritu que al de Tarantino. Enter the Void, viaje de muerte y drogas sin sentido. Enter the Void, viaje de muerte y drogas sin sentido. Tampoco se pueden rescatar las actuaciones. Si bien no son malas, la dirección les redujo todas las virtudes. Por ejemplo al decidir filmar a Oscar casi siempre de espaldas, Noé le quitó toda la expresividad a la cara de Nathaniel Brown. Y Paz de la Huerta, a quien Noé sí decidió filmarla más de frente (aunque principalmente del cuello para abajo) tampoco consiguió mostrar las facetas de su personaje. Dentro de un panorama oscuro, de golpes bajos, de escenas desagradables y de un guión que hace agua por la falta de nudo, apenas se destaca la idea de que la cámara esté en constante movimiento y sea ella quien siga y persiga los personajes para narrar la historia. Sin embargo, esa virtud también termina fallando por la decisión del director de excederse en los planos aéreos. Lo que resulta una pena porque queda claro que Gaspar Noé tiene el ingenio, la originalidad y la desinhibición para filmar más que bien. Sin embargo en Enter the Void ha derrochado todo su talento en escenas inútiles, inconexas, provocadoras y sin sentido.
Gaspar Noe, el mismo de Irreversible, es un cineasta nacido para provocar, que permite odios y amores pero nunca la indiferencia. Y con esta película, extensa, llena de aciertos y momentos vanos, con excesos y belleza, con extremos e inspiraciones, que cuenta la historia de dos hermanos que se prometen estar juntos, y cuando al varón lo matan su alma se niega a abandonar este mundo. Un último viaje, que toma elementos de otros anteriores originados en la droga. Destinada a la polémica, hay que atreverse a verla.
El regreso de la psicodelia Damas y caballeros, ajusten sus cinturones de seguridad y coloquen sus asientos en posición vertical, estamos a punto de despegar, el viaje va a ser largo y en algunos momentos tortuoso, Enter the Void llegó a los cines argentinos. Gaspar Noé es un director que polariza a la audiencia, muy pocas de las personas que han visto Irreversible quedaron indiferentes ante esa obra, muchos la adoran y muchos la odian, lo que resulta claro es que no es un director al que se aborda fácilmente y no porque sus obras sean de un simbolismo laberíntico sino porque el cine de Noé busca desesperadamente desagradar e incomodar hasta que el espectador decida cerrar sus ojos aunque sea un momento para respirar, Noé posee una sinceridad brutal y tanta sinceridad por no ser común resulta demasiado shockeante, Enter the Void, película del 2009 que llega a nuestras salas, no es la excepción. La película nos muestra la historia de Oscar, un adicto al DMT que vive en Tokio junto a su hermana Linda. Oscar toma cuanta droga puede y vive de la reventa de algunas de éstas drogas. Alex, amigo de Oscar, le presta El libro tibetano de los muertos, este libro explica detalles sobre el viaje que hace el alma al abandonar el cuerpo después de la muerte, Oscar se interesa en el tema pero días después de obtener el libro muere asesinado, éste podría ser el final de la película pero es el comienzo, lo que vamos a ver a lo largo de los 160 minutos que dura el film es la migración de esa alma que busca a través del pasado, el presente y el futuro algunas respuestas. Un lector distraído podría encontrar comparaciones con la premisa de Desde mi Cielo de Peter Jackson en donde una niña de 14 años asesinada ve desde el limbo como su familia continúa su vida, déjenme decirles que la filosofía sobre la vida después de la muerte en Desde mi Cielo no tiene nada que ver con la de Enter the Void, en ésta el más allá se vuelve pesadillesco con facilidad. La película tiene una narrativa sublime y una gran maestría técnica, desde el comienzo del film Noé muestra una gran cámara subjetiva como en Lady in the Lake de Robert Montgomery pero redefine la experiencia mostrándonos lo que Oscar ve cuando consume DMT, luego, la cámara flota suavemente por sobre los personajes mostrándonos sus acciones, en ese punto la cámara toma el papel de esa alma que se limita a ver sin poder interceder y todo esto en una ciudad de Tokio sumamente psicodélica. Sin dudas Enter the Void tiene una increíble potencia visual, la animación y la realidad están tan bien fusionadas dentro de su montaje frenético que resulta una experiencia totalmente estimulante, quizás el mayor fallo radica en la exagerada duración pero sobre todo por esta carga visual de movimientos continuos de cámara y colores extremadamente saturados que la acompaña que al repetirse resulta incomoda y hasta desesperante, en este aspecto deja la idea de que el director terminó abusándose de su propio viaje. Es una película totalmente recomendable para el que desee vivir en el cine una experiencia totalmente distinta pero requiere de parte del espectador cierto compromiso y paciencia.
La última película del director argentino radicado en Francia, Gaspar Noé, se basa en un concepto genial: un plano secuencia en primera persona. La secuencia inicial de títulos, es un frenesí de sonidos y colores, que bien podrían ser los utilizados al comenzar una sesión de lavado de cerebro; básicamente una locura. Fiel al estilo del director, nos encontramos con algo fuera de lo común desde el comienzo. Al iniciar el relato, cuesta comprender que está sucediendo y que rol juega la cámara. Luego de unos dos minutos, ya comprendemos el concepto y empezamos a adentrarnos en la historia. La misma cuenta sobre Oscar (Nathaniel Brown) y su hermana Linda (Paz de la Huerta). Ellos son hermanos norteamericanos que actualmente viven en un monoambiente en Tokio, Japón. Linda es bailarina stripper y Oscar un dealer-consumidor de diferentes drogas. Luego del diálogo inicial entre ellos, ella se va a trabajar y él se queda consumiendo una de sus drogas. Este es uno de los primeros momentos geniales de la película. A través de los ojos del protagonista, podemos ver las alucinaciones provocadas por la ingesta, y casi que podemos sentir los efectos en nuestros cuerpos. Este “viaje” es interrumpido por una llamada de uno de sus clientes, quien le pide que se acerque al bar “The Void”, para entregarle su mercancía. Oscar acude al pedido, junto con un amigo que decide esperarlo afuera, debido a que no le gusta ese lugar. Al llegar al bar de mala muerte, Oscar es emboscado por la policía de Tokio y se esconde en un baño. Aquí la película recibe el mayor punto de giro (lo mejor de la película a mi criterio), y comienza una nueva experiencia muy interesante, que se extenderá a lo largo de la película, hasta el final. Durante la misma, se cuenta la vida de los hermanos, desde su infancia donde pierden a sus padres y son llevados a un orfanato (separados), hasta su adolescencia y su estadía en Tokio. En mi humilde opinión, es una gran película, con un gran relato y llena de detalles exquisitos, pero innecesariamente larga. La misma dura dos horas y treinta minutos, los que en un momento se vuelven una agonía insufrible y no puedo evitar pensar “¿cuándo termina?”. No obstante, el final es muy bueno y ayuda a sentir que todo lo tolerado hasta el momento valió la pena. Este tipo de películas son como un alfajor de maicena. Al principio se disfruta mucho, en el medio empieza a costar digerirlo y finalmente terminarlo es casi un reto. Una vez que se digirió, solo resta pensar “qué bueno que estuvo”.
Podemos pasar un tiempo extremadamente largo intentando descular con entusiasmo las virtudes técnicas de casi todas las escenas de Enter The Void, pero lamentablemente no podemos dedicarle la misma cantidad de tiempo a hablar de su relato, de su cuento, de su historieta. A las películas de Noé se las recuerda por sus letanías más crudas: 1) "La de la patada en el vientre a la gorda embarazada" 2) "La de la violación de 10 minutos a Mónica Belucci" Ahora corremos el riegso de que Enter The Void sea mencionada en las charlas del futuro como "La del garche filmado desde adentro", ó "La del plano secuencia del aborto", dependiendo del insoportable círculo donde se desarrolle la verbena. Cabe destacar lo de la secuencia de sexo interno, y no por que se trate de una auténtica proeza de prótesis plásticas -que cinco ó seis boludos intentarán destruir con intrascendentes vermouths de especialista- si no mas bien por que la cámara está ubicada en el hipotético útero de Paz de la Huerta, una actriz preciosa con unas tetas imposibles que aquí oficia de hermana del muchacho dealer que se muere y la vigila desde arriba, observando todos sus movimientos. Los movimientos de Paz -lamentablemente- son en su mayoría tristes, de mal rollo, de purificación a través del dolor (concepto que de tan recurrente en el cine serio europeo ya empieza a resultarnos figurita repetida), de boliches nefastos llenos de nada y de dioramas fluo-fluo que en lugar de hacernos sentir niños nos hacen sentir gusanos con anfetamina. No hay nada de malo con el dolor y con lo sórdido, mucho menos con la paja eterna. Lo que puede llegar a incomodarte no radica en el aborto en primer plano si no en la falta de palanca que lo sustente. La historia no camina. Flota, como el muchacho en pena que sobrevuela a su hermana descontrolada. El problema es que si te aburrís no podés agitar tus alas de angelito hacia otra dirección: Estás condenado a ser el mirón privilegiado de una noche fea en la que tu hermana transcurre un rosario de momentos desafortunados. Si ese plan te convence, adelante. A Manohla Dargis le encantó. Además vas a recibir una dosis formidable de diseño sonoro japonés a cargo del bestia Ken Yasumoto. La película es una delicia de frecuencias, de arriba a abajo. Inusual este trato tan privilegiado a los hertz. Íbamos a decir que la secuencia de créditos es linda y efervescente, pero la verdad es que se la robó a Godard. Íbamos a legitimar Enter The Void comentando que se estrenó en Cannes, pero TODAS las películas de Noé se estrenaron en Cannes. El tipo hace una película y la estrena en Cannes, así sin más. Y probablemente desayune croissants con Lucile Hadzihalilovic. Beneficios de radicarte en Francia y transgredir. Si Gaspar dirigiera films aquí, estrenaría en el Gaumont. Es la única conclusión sincera que podemos realizar a esta altura.
Gaspar Noé, más que un simple cineasta, es un artista integral, un creador en estado puro, capaz de proponer un volumen expresivo y estético que acaso excedan el formato del cine. La extraordinaria, trascendente y perturbadora Irreversible es un hito cinematográfico y ahora con Enter the Void alcanza nuevos logros creativos, extrañamente emparentados con la obra maestra de Wenders Las alas del deseo y quizás también con el Kubrick de 2001. Unos títulos de apertura frenéticos, alucinógenos, psicodélicos, nipones, dan la pauta de una inminente y fuera de lo común vivencia cinematográfica. El arranque juega con dos carteles de neón, uno perteneciente a un aviso (Enter) y otro al nombre de una disco-café (The Void), pantalla de otros negocios, a pocas cuadras la casa del protagonista. Entre esas dos expresiones tintineantes deambula el noctámbulo Oscar, iniciático e inexperto dealer, incapaz de reconocer su propia condición de adicto. Su peregrinar será registrado en forma subjetiva y omnisciente, un ingrediente extremo que se mantendrá aún luego de su prematura muerte, donde la cámara ya no serán sus ojos -que en rigor ya no existen- sino su espalda, como cuando se cambia la perspectiva de un jugador de video game. Ambientada en una deslumbrante y a la vez inhóspita Tokyo, Enter the Void se introduce en un espíritu dolido, que indaga en su pasado y hurga en el presente de sus afectos, que dependían de él más de lo que se imaginaba. El segmento final, imbuido de erotismo, aporta conceptos energéticos y lumínicos (la luz que en todas sus formas serán parte esencial de ese viaje astral de Oscar). Inclasificable, desmesurada, virtuosa, genial, en Enter the Void el espectador será parte de un viaje audiovisual pocas veces visto. Y que quizás no vuelva a experimentar en mucho tiempo.
El Hongo de la Vida "Enter the Void" es lo último del director argentino radicado en Francia, Gaspar Noé. Película difícil de ver por el cruce de conceptos sobre lo que uno considera cine y lo que pone en pantalla el director. Una de la 1ras escenas es parecida a la del Big Bang de "El Árbol de la Vida" pero versión drogona y morbosa, cuestión que creo yo, describe en pocas imágenes lo que Noé está tratando de hacernos ver. Me encanta que me provoquen en el cine, que me hagan pensar, incluso sentirme incómodo si es necesario para ver un punto de vista distinto, pero esa provocación que busco debe ser desde lo intelectual y lo visual, ambas herramientas como disparadores de la mente. Noé se olvida de la cabeza y trata de horrorizar con lo visual, maravillosamente filmado, pero con una mala leche increíble que provoca mucho rechazo, no por lo fuerte, sino por el intento de menospreciar la inteligencia del espectador. Me hace acordar a aquel capítulo de Los Simpsons en el que Homero comienza a dedicarse al arte, habiendo creado accidentalmente una obra que en realidad era un asador mal armado. Llega una fulana snob y de repente lo convierte en el artista del momento por algo que en realidad es absolutamente torpe. Con "Enter the Void" parece suceder algo muy parecido, como mostrar una pareja haciendo el "perrito" mientras su hijo de 8 años observa pensando que es artístico, o filmar una escena de conversación entre 2 drogadictos como si fuera un ensayo filosófico fundamental sobre la vida. Para mí no es arte, es torpeza. Que el tipo es un prodigioso de la cámara no hay dudas, que provoca y se sale de la línea habitual del cine tampoco, pero a veces esto no basta para ser un buen cineasta. No me vengan con el tema de "Irreversible", sí, fue una muy buena película de Noé, pero eso no basta para ganarse el título de genio del cine, para eso hace falta constancia y muchos más éxitos de los que ha cosechado hasta el momento. La vida es una mierda total, una pesadilla, eso nos quiere inculcar Noé a lo largo de todo el metraje, cuestión bien incoherente viniendo de alguien que disfruta de ella como pocos privilegiados tienen la suerte.
El vacío que te habita Entre la vida y la muerte hay un lugar que las religiones han definido de manera diversa. En ese lugar está destinado a habitar por tiempo indefinido el joven Oscar, drogadicto y dealer insignificante, portador de una traumática infancia y obsesionado con proteger a su hermana Linda, de quien estuvo separado gran parte de su corta vida. De la forma más absurda, Oscar muere en el baño de un antro llamado The Void y, de alguna manera, esta muerte signa su camino al próximo plano. A través de un viaje delirante, onírico y pesadillesco, el pasado remoto e inmediato de Oscar se mezclan con el presente donde él ya no está, con su hermana definitivamente huérfana de toda familia, con los conflictos de sus amigos y conocidos. Y él, testigo enmudecido, no parece capaz siquiera de controlar el devenir de ese viaje alucinado. Sólo hay un lugar donde semejante delirio psicodélico podía transcurrir: la Tokyo nocturna, llena de leds y luces fluorescentes, con el ritmo vertiginoso de un videoclip. Sólo allí el espíritu de Oscar puede sobrevolar entre dimensiones de tiempo y espacio, meterse en la cabeza del hombre que fornica con su propia hermana y revivir un pasado enterrado en lo profundo de su inconsciente. Y sólo allí encuentra Gaspar Noé el terreno para explayar su fantasía visual, espiritual y onírica, si bien la exploración siempre apunta más a lo sensorial que a lo metafísico. Noé muestra en esta nueva película por qué se toma su tiempo entre producción y producción. Su afán estético es tan inmenso que se apodera no sólo de la pantalla sino de los sentidos del espectador: es un provocador visual, sensitivo, que explora sus temas predilectos desde cada ángulo posble. Así, el sexo, la violencia, las complejas relaciones familiares, los recuerdos y los sueños truncos de una juventud que podría ser bella y feliz (en "Irreversible" ya planteaba con mucha madurez algunos de estos tópicos) se cruzan en medio de un complicado background de luz, color, sonidos, por momentos monótono y tedioso. Si bien la trama es interesante y las actuaciones cumplen, el ritmo y la sobrecarga visual atentan contra espectadores dispersos o aficionados a una narrativa más clásica. Pero ya se sabe: el cine de autores como Noé no es para cualquier público.
El viaje lisérgico de la muerte Entrar al vacío o al mundo de Noé. Vértigo circular que acierta objetos con movimientos de cámara. Ciclo que, a su vez, comunica inicio y desenlace, lo que deriva en un cine concebido como bucle a reiterarse. La vida, entonces, como muerte. Final y principio. Algo siempre presente en el cine de Gaspar Noé, así como de manera puntual en Irreversible (2002). Nada hay que pueda evitar lo que deba suceder. Así, el final irremediable de la película. Atrocidades que atravesar para alcanzar la calma primera. Una vez allí, parece que nada fue (o será) tan grave. Ahora bien, difícilmente pueda el espectador olvidar las atrocidades. Entonces, Gaspar Noé parece obligar a un viaje que promete momentos horribles. Explícitos. Tan gráficos como el sexo. Atracción y repulsión como motor de su cámara circular. Vueltas y vueltas de violencia y de paz. Una y otra, caras reversibles. El choque y la muerte luego del momento de gracia. Los padres mueren y los niños no. La nena grita de horror, el chico sólo mira. La cámara, situada en su nuca (el espectador también, por eso sufre de igual manera el choque). Sangre que se verá muchas veces más, con otros ángulos de toma. La sensibilidad puesta al borde de su quiebre. ¿Violencia gratuita? Quizás, y mejor, una estética de la misma. Si no se tiene la voluntad suficiente, mejor no verla. Pero lo cierto, y aquí el acierto ineludible del cine de Noé, es que tal violencia existe. Rojo sangre, rojo pasión. Muerte, aborto, resurrección. Sexo, erotismo, pasión, procreación. Y muerte. Entrar al vacío es la historia de dos hermanos. Los niños sobrevivientes al accidente de tránsito. Ya grandes y en Tokio. Él trafica droga y ella es bailarina profesional. La droga como viaje será prólogo al mayor y último de ellos: la muerte. Con el Libro Tibetano de los Muertos como guía de fe. La muerte como experiencia lisérgica o la droga como viaje mortuorio. Cualquiera de ellos como sinónimo de orgasmo. Atracción y repulsión. Amor e incesto. Con el rostro del personaje de manera negada a la visión del espectador. Así, el espectador es protagonista. Como hermano de esa hermana que es tan sexual (Paz de la Huerta). Cuyo cuerpo desenvuelto hará cualquiera de las fechorías de libido que a Noé se le ocurran. (Cuerpo, el de de la Huerta, que hace transpirar la pantalla, que no recela de sí, que no tiene nada que ocultar; despojado y descarnado. Paz de la Huerta, muñequita de lujo.) El desenlace, el alcance del abismo, será demasiado parecido al que ocurriera también en Irreversible. En otras palabras, Entre the Void como variación de una misma preocupación temática y estética. Película por momentos algo aletargada, como si fuese víctima de una búsqueda que ya no es, convertida ahora en mero ejercicio visual. Un poco disfrutable. Un poco desagradable. No demasiado intensa, o a veces. Como si fuese marca de fábrica ya conocida, de rasgos presagiados. El impacto que provoca se siente. Si bien se desvanece algo rápido. A veces sustentado desde un mostrar que, a algunos o muchos, pueda indignar.
Entrar al vacío (literalmente) Para un agnóstico como yo, el cine de tipos como Gaspar Noé (o Alejandro González Iñárritu, o Lars Von Trier) es como tener que soportar un día entero a pura misa. No me malinterpreten: puedo no compartir los preceptos de las diversas religiones, pero no dejan de ser puntos de vista sobre la existencia humana. Las que realmente me alteran son las instituciones, de esas que se ponen nombres con mayúscula, como la Iglesia. Me sacan de quicio porque pretenden invadir la privacidad de todos los individuos, porque creen que su opinión es la única que vale y te condenan si pensás distinto. Encima, hay que admitir que en muchos casos tienen la fuerza del lobby y el marketing de su lado: políticos, publicistas, periodistas, comunicadores de todo tipo los ayudan a expandirse, y no tienen pruritos en recurrir a las peores tácticas para lograr sus propósitos. Pues bien, el realizador de Sólo contra todos e Irreversible, con sus aires de profeta sabelotodo, tiene una prepotencia cinematográfica (en el peor sentido del término) sostenida por un gigante como es el Festival de Cannes (donde presentó toda su obra), una entidad que, al igual que los Oscar, ha sabido crear e inflar a cineastas que poco han hecho para merecerse tanto prestigio. Encima, Noé es al cine como la Iglesia a la religión: invasivo, arbitrario, manipulador y con una mirada asquerosa, casi repulsiva sobre el mundo en que vivimos. Uno por momentos tiene ganas de decirle “che, ya sé que el mundo no es un lugar pleno de felicidad, pero tampoco para tanto”. Lo llamativo es que indudablemente posee talento y sabe cómo manejar las herramientas fílmicas: en sus films se pueden apreciar toda clase de manierismos en la puesta en escena (los largos y complejos planos secuencia son unos de sus recursos favoritos) y el montaje (que se percibe extremadamente planificado). El problema es que todo ese conocimiento y habilidad formal están puestos al servicio de una nada absoluta, que sólo busca provocar y generar polémica, aunque no haya una verdadera discusión de fondo. Lamentablemente, Enter the void sigue la misma tónica: una premisa supuestamente ambiciosa, con un joven dealer en Tokio que fallece en un tiroteo, para que luego su espíritu decida permanecer en este mundo, observando las desventuras de su hermana y rememorando los distintos acontecimientos que marcaron su vida, con referencias al Libro Tibetano de los Muertos, imágenes lisérgicas de todo tipo, grandes planos secuencia flotantes y pasajes con cámara subjetiva incluidos. Pero claro, también tenemos las crueldades gratuitas de turno (un aborto en primer plano, por ejemplo), bajadas de línea supuestamente sabias pero que dicen las mismas tonterías de siempre y la utilización de los personajes como títeres en pos de un mensaje. El relato termina siendo como la traducción de su título: una entrada al vacío. Pretencioso sin lograr sus objetivos, queriendo ser un melodrama contemporáneo pero mostrándose incapaz de conmover, Enter the void (y, obviamente, su autor, Gaspar Noé) quiere impactar en el corazón, pero sólo lo hace en la cabeza. Es que, después de sus 160 minutos, el espectador termina con un dolor de cabeza que ni les cuento. Un Migral, ahí.
Si hay un auténtico vine adolescente, es el de Gaspar Noé. Después de dos películas interesantes (Carne y Solo contra todos) donde mostraba su interés por lo sórdido y la preocupación sin por eso renegar de sus personajes, a partir del impresentable Irreversible (un alarde gratuito de violencia que tenía su pico en una secuencia de violación puesta para “provocar”, del mismo modo en que “provoca” un nene de quince años pintando un sexo en la puerta de un baño) produjo este film que es la historia de un joven dealer que muere y mira desde el cielo lo que le pasa a parientes, amigos y enemigos. Un enorme y complejo aparato cinematográfico que hace del “trip” final de 2001 -Noé es admirador de Kubrick- un pequeño gag. De paso, decide incluir cosas como un aborto explícito, sexo explícito, accidentes explícitos y toda posibilidad de ver cómo uno o varios cuerpos son apenas cosas que no pertenecen a los seres vivos y, por lo tanto, se los puede manipular y romper a gusto y placer del cineasta. Allá él, está en su derecho. Pero su provocación es vieja e inútil, y cae en el vacío que menta, más explicitud, el título del film.
Mal viaje Cinco palabras: inquietante, deprimente, intensa, perturbante y honesta. No es mi intención elevar a partir de estos vocablos definición alguna, sino dar una aproximación de las sensaciones que pude experimentar ante una película deliberadamente psicodélica. Dos jóvenes hermanos norteamericanos, Oscar y Linda, viven en la ciudad de Tokio. Él trabaja vendiendo drogas (a la vez que consumiéndolas) y ella se desnuda en un club nocturno. Pero una noche, Oscar es víctima de una emboscada y muere al intentar escapar de la policía. Antes de abandonar este mundo, su espíritu decide deambular por distintos lugares de la ciudad (procurando cumplir la promesa que de niño le hiciera a su hermana de nunca abandonarla), y las visiones de esos recorridos se trasmutan en las más intensas alucinaciones. Siguiendo la impronta de “Irreversible”(2002), su más conocida y cuestionada película (e inolvidable, sin importar los motivos), Gaspar Noé nos invita con “Enter the Void” a una suerte de mal viaje en sentido literal. El director pareciera plasmar con toda intensidad su imaginario sobre la muerte. Pero hablar de muerte es también hablar de vida, y es esa dicotomía la que sirve a Noé para recrear un mundo que aunque asfixiante y perturbador, logra incitarnos a su vez a un irremediable afán por vivir. “Enter the Void” es sin duda una obra meditada y muy pensada, no por nada el guión de la misma tardó 15 años en escribirse. Filmada en parte en Japón y en EEUU- y postproducida en Francia- tardó otros 5 años en completar su realización. Mucho color, fuera de focos, panorámicas aéreas, banda sonora intensa (histérica), planos secuencias, subjetivas, flashbacks, locaciones luminosas (Tokio como ciudad y protagonista), primerísimos primeros planos (y planos detalles), reconstrucciones microscópicas de procesos físicos, y un montaje (sonoro y visual) abrumador, son algunos de los elementos que ayudan a trasmitir la atmósfera lisérgica de la historia. Pero no todo se trata de malos viajes y prácticas narcóticas. Hay también lugar en esta obra para las reflexiones existenciales, los vacíos afectivos, el sexo explícito, la violencia, los recuerdos, distintas instancias oníricas y poéticas, y el amor. Formas de amores inusuales tal vez, pero amor al fin. Una advertencia: quien decida ver esta película deberá contar con bastante espacio en su agenda, ya que tiene una duración de 161 minutos. Pero tranquilos, aún con esos 15 ó 20 minutos de más que se advierten hacia el final, tiene un buen ritmo narrativo que hace que uno permanezca atrapado a su asiento sin percatarse del tiempo.
Para bien o para mal las películas de Gaspar Noé son inolvidables. Pasó con “Irreversible” y ahora ocurre con “Enter the void”. Oscar y Linda son dos hermanos huérfanos que sobreviven en Tokio como pueden: él es un yonki convertido en dealer y ella trabaja como striper. Tras uno de sus "viajes de ácido" el chico sale a la calle y muere de un balazo policial. Desde hace algunos días estaba leyendo “El libro tibetano de los muertos”. Tras la muerte, el espíritu, alma o lo que sea de Oscar deambulará por las alturas de una Tokio psicodélica, como siguiendo las páginas del libro que estaba leyendo. A partir de una narrativa cinematográfica tan espectacular como original, Noé creó en este filme no sólo un lenguaje visual fuera de lo común sino una experiencia mística controvertida y osada. Es decir, esta vez no sólo se trata de fetichismo y cine presuntuoso; Noé se puso sensible además de provocador, explorando el mundo espiritual, la muerte, las pérdidas, además de los viajes alucinógenos —del plano terrenal al “vacío”, del color intenso a la nada— que, al mismo tiempo, pueden ser vistos como viajes astrales, una especie de periplo desde la muerte a otro tipo de vida. La narración —vemos todo lo que sucede a través de los ojos del protagonista durante algo más de dos horas y media de película, movimiento de párpados incluido— puede resultar desagradable a más de un espectador pero "Enter the void" es ciento por ciento cine, de eso no caben dudas.