El monstruo sigue vivo Hace sesenta años se estrenaba en Japón el film Gojira, dirigida por Ishiro Honda. Para el mundo, el nombre de ese monstruo que le daba título al film sería Godzilla. En aquellos años Japón vivía el máximo momento de esplendor cinematográfico de su historia y a la vez, mantenía fresca la memoria de Hiroshima. Al mismo tiempo que Ishiro Honda filmaba este clásico de todos los tiempos, los maestros del cine japonés como Ozu, Naruse, Mizoguchi y Kurosawa alcanzan su esplendor como realizadores. Es divertido ver a Takashi Shimura, actor fetiche de Kurosawa, protagonista de Vivir y Los siete samuráis participando de este film. Pero el año 1954 pertenece a una época en la que las grandes potencias mundiales hacían pruebas nucleares. El film de Honda perteneciente a la ciencia ficción logró captar los temores de un país que eran parecidos a los temores de todo el mundo. Japón sabía del peligro de la era Atómica y el film Godzilla fue un entretenimiento que escondía un mensaje. Muchas, pero muchas secuelas tuvo este film y el personaje protagonizó docenas de films, historietas, dibujos animados y demás. Pero Hollywood nunca había podido darle la forma adecuada que combinara los elementos originales con todo lo que la industria norteamericana podía aportar. Pero el 2014 quedará en la historia del cine como el año en el cual eso cambió. Godzilla dirigida por Gareth Edwards logra lo que muchos ya no creían posible: una extraordinaria película americana de alto presupuesto e imágenes impactantes que respeta profundamente al personaje creado en Japón. ¡Enorme desafío si los hay! Ya no las bombas, pero si las centrales atómicas son en Japón algo inquietante. Esta nueva película cuenta la historia de varios personajes, en particular la de Ford Brody, un joven militar cuya familia se vio directamente afectada por una tragedia en Japón quince años atrás de las acciones principales del relato. Los personajes humanos nunca consiguen conmovernos profundamente, pero esto parece ser intencional. Con astucia el guión logra que el verdadero protagonista sea Godzilla. Poco a poco el monstruo se hace desear y cuando aparece en la pantalla no es de la forma que uno imagina. Resigna durante gran parte del relato su presencia pero luego se convierte en el gran personaje, protagonista absoluto del film. Con una maestría sin precedentes, el film logra que el monstruo sea moderno, creíble, impresionante desde todo punto de vista y a la vez se parezca al del film de 1954. Tanto respeto por el origen delata una gran comprensión acerca de la importancia y el impacto de aquel film. El mensaje de Godzilla es muy sencillo: los humanos no son los dueños del planeta. En 1954 o en el 2014, esto sigue siendo una verdad aplastante, como los pies del héroe de esta nueva y extraordinaria película.
Es un monstruo grande y pisa fuerte... El director británico Gareth Edwards había prometido una versión “más real” de la historia de Godzilla, pero lo cierto es que Hollywood repite la operatoria de 47 Ronin, apropiándose de la versión original para deformarla a voluntad. Se entiende, entonces, el descontento generalizado de los japoneses para con esta nueva aproximación a una de sus criaturas favoritas. Pero además, Godzilla tiene la enorme desgracia de estrenarse casi un año después de una de las mejores película de monstruos de los últimos años, Titanes del Pacífico. Desgracia porque los puntos de contactos entre ambas invitan a una comparación tan odiosa y pertinente como inevitable, ubicando a este film varios escalones por debajo del de Guillermo del Toro. Godzilla comienza con unas imágenes de archivo de 1954 que exhiben las pruebas nucleares realizadas en el Índico, para luego trasladarse hasta fines del siglo pasado, cuando un físico norteamericano (Bryan “Walter White” Cranston) está al mando de una planta nuclear en la que un supuesto accidente genera la muerte de su esposa (Juliette Binoche, en poco más que un cameo). Ya en la actualidad, el hijo de la pareja (Aaron Taylor-Johnson) es un militar norteamericano. Además de, claro está, un padre devoto, un tipo más bondadoso que Lassie y con una de esas vocaciones de servicio inquebrantables que tanto le gustan a Hollywood. Por si fuera poco, debe hacerse cargo de un padre que, aún hoy, sigue pensando que aquel accidente no fue tal, certeza que lo lleva a meterse en más de un problema. El único que lo mirará con un poco de atención es un colega japonés (Ken Watanabe, el único oriental al que parecen reconocer los norteamericanos) que entrevé lo que vendrá. Y lo que vendrá es la aparición de dos monstruos reanimados por la energía nuclear y la de su predador natural, el Godzilla del título. A partir de ese momento, el film desplazará su faceta más reflexiva acerca de los peligros nucleares para oscilar entre los intentos fallidos por detener a los monstruos, el planteamiento de distintas hipótesis sobre su desarrollo y la destrucción generada por ellos, todo hasta llegar al enfrentamiento final entre ambos. Analizada desde su propuesta indudablemente masiva, Godzilla es una película rendidora, con mucha espectacularidad, algunas buenas ideas audiovisuales (ver el manejo del espacio y el sonido en la escena del paracaídas) y un desarrollo narrativo que nunca decae a lo largo de dos horas. El problema está en la imposibilidad de generar una mínima emocionalidad en lo que se ve en pantalla. A diferencia de Titanes del Pacífico, donde sí había una preocupación germinal por sus personajes que culminaba en un final tan apoteósico como sinceramente emotivo, además de un espíritu inmensamente lúdico, aquí nunca se atisba un interés por la suerte de los distintos protagonistas, quienes en la mayor parte de los casos están ahí para cumplir a rajatabla con los mandamientos del cine mainstream y contextualizar los hechos antes que para encarnarse como criaturas autonómicas. Así, Godzilla está más cerca de la destrucción masiva y distanciada de Transformers que del humanismo del film de Guillermo del Toro. No está mal, pero de ahí a una versión “más real” todavía falta un largo trecho. El último plano, el mejor de la película, abre las puertas a una secuela. El gigantón verde tendrá su revancha.
Gigantes llenos de nada. ¿Qué ocurre cuando el hombre cree que puede dominar a la naturaleza? En otras palabras… ¿qué ocurre cuando cree ser Dios? Acontecen en el cine entonces cosas como Jurassic Park (1993), por ejemplo, y -a pesar de contar con algunos toques caricaturescos- Godzilla; ofreciendo esta última una buena lectura de los desastres naturales y, mejor aún, un pantallazo sobre la guerra nuclear. Godzilla se relaciona tanto con la cultura e idiosincrasia japonesa que en sus dos remakes norteamericanas (más bien diría que la última funciona como un reboot), fue necesario respetar esas características, conservarlas. Este personaje ficticio, no sólo del cine sino también del videojuego, del cómic y de varias series, vendría a ser una suerte de antihéroe que termina salvando a la ciudad de los verdaderos monstruos. Es decir, en esta cinta de Gareth Edwards, un monstruo bueno (suerte de protagonista) tiene su razón de ser en combatir a los monstruos malos; y lo que sobra es la parafernalia, el ruido y la exageración todo el tiempo. El resultado es una película demasiado larga, rebuscada y que por momentos da risa. Una verdadera lástima porque seguramente el espectador esperaba algo diferente.
Gojira procesado por Hollywood. Mi primera impresión al salir de la función de Godzilla fue que por primera vez Hollywood le hace justicia. Pero con esto no me refiero a la película sino exclusivamente al lagarto gigante y su imponencia en la pantalla. Edwards sabe que una de las claves para que su aparición funcione es no develarlo demasiado rápido. Por eso, a la hora de presentarlo, el director está a la altura de todas las dimensiones: la de su aparición, la de nuestras expectativas y las del gigantesco reptil. Una de las principales diferencias entre éste y el de 1998 es, a primera vista, su gigantesco tamaño. Lo que comenzó en 1954 con un actor dentro de un traje de goma pasó a ser un dinosaurio digital. Un CGI XL y anónimo, sin personalidad. Lo que pasa tanto en la versión de Emmerich como en esta es que no podemos ni amarlo ni odiarlo. El Godzilla despertado por Hollywood no tiene ni el sentido alegórico ni la personalidad que emanaba el de Toho. En lo único que lo supera es en dimensión. Pero dejando de lado la espectacularidad del monstruo, gracias a los efectos especiales facilitados por la tecnología actual, Hollywood demuestra por segunda vez su incapacidad para crear algo mejor -cuando se trata del subtexto, eso que debería reptar bajo los efectos especiales- que su fuente de origen. Lo verdaderamente monstruoso aquí es que las remakes de Edwards y Emmerich pasan al ícono japonés por la procesadora de Hollywood, eliminando cualquier reflejo de sutileza posible, nivel de profundidad o simbolismo. Sin embargo, Edwards aporta un rasgo interesante: la radiación, fuente de alimento del bicho, no la buscará en Japón sino en los depósitos de basura nuclear de Estados Unidos. Lo que sería una metáfora hiladora de la película, si no quedara lavada por la pobreza de la propuesta.
El Rey de los Monstruos está de regreso. Gareth Edwards dirige esta nueva versión de Godzilla que aunque no termina de convencer, está lejos de decepcionar. Cuando un grupo de científicos despierta a una temible criatura que estuvo dormida durante miles de años, toda nuestra existencia se ve amenazada. Pero no estamos solos, Godzilla, El Rey de los Monstruos, aparece para restablecer el orden natural y, de paso, darle una mano a la raza humana. Es bueno ser Rey Godzilla es probablemente uno de los tanques hollywoodenses mas esperados del año, y por una buena razón! Los trailers que vimos hasta el momento eran de los mas llamativos y, a priori, parecían ofrecernos la tan ansiada superproducción que los fanáticos del monstruo queríamos desde hace años. Pero lamentablemente no todo es color de rosa aquí. Mientras que en algunos aspectos la película de Gareth Edwards sale airosa, en otros muerde el polvo estrepitosamente. Para comenzar, vamos a sacarnos de encima la pregunta que todos se están haciendo. La respuesta es sí. Godzilla versión 2014 es ampliamente superior a Godzilla versión 1998 (a alguien le quedaba alguna duda de esto?). Pero dicho eso, uno debe aceptar que hay ciertas cosas (pocas) que funcionaron mejor en film de Roland Emmerich hace ya casi 16 años (!¡). Esta nueva entrada en la saga del famoso monstruo de Toho arranca de lo mas bien. Tenemos un interesante prólogo en el que Bryan Cranston (Breaking Bad) se adelanta a los hechos y sabe que algo extraño está por ocurrir. Obviamente algo malo ocurre y su mujer (Juliette Binoche, en una brevísima aparición) pierde la vida. Esto da el pie para que su personaje comience una investigación que llevará varios años y terminará por involucrar a su hijo (Aaron Taylor-Johnson), quien ahora es un soldado especializado en bombas para el ejercito de Estados Unidos. Con mucha intriga, conspiraciones y paranoia de por medio, Edwards sienta las bases para una historia que parece ir por el camino correcto. Todo parece ir constituyéndote de lo mas bien para la aparición de Godzilla, pero luego algo sucede. Cuando todos pensamos que el monstruo por fin hará su aparición, no lo hace. En su lugar aparece otro monstruo, al que se refieren como MUTO. Aquí también sucede algo en lo que no entraré mucho en detalle ya que no quiero arruinarles la sorpresa, pero déjenme decirles que es la primera de una serie de malas decisiones que se darán a lo largo del relato. La historia que nos había atrapada en un comienzo deja de existir. Desaparece por completo. Esta trama es remplazada por otra, una que vimos mil veces en superproducciones de este tipo. El personaje de Aaron Taylor-Johnson hará hasta lo imposible para volver a reunirse con su esposa (una muy desaprovechada Elizabeth Olsen) y su hijo. Esto hace que poco a poco perdamos todo tipo de interés en los personajes y una historia llena de “clichés” que deambula por todos los lugares esperados y ni siquiera amaga a intentar sorprendernos. Todo en la película tiene un porqué, y el personaje de Sally Hawkins (Blue Jasmine) parece creado solamente para explicarnos todo lo que necesitamos o no saber. La trama también se apoya en un sucesión de casualidades que ponen en juego la credibilidad del relato. El personaje de Aaron Taylor-Johnson tiene la mala suerte de que, donde sea que esté o vaya, Godzilla y los monstruos lo acompañan. Y desgraciadamente estos siempre son los lugares donde vive su familia, que nunca deja de estar en peligro. Pero quizás la mayor decepción venga por otro lado, y esa es el propio Godzilla. Edwards hace la clásica jugada de no mostrar al monstruo durante gran parte del relato. Ustedes dirán: Y cual es el problema? En Alien o Tiburón la amenaza no aparece hasta pasada la hora de película. Y están en lo cierto! Pero en esa películas hubo una construcción previa con lo que se insinuaba fuera de campo o se mostraba mediante tomas subjetivas. Aquí Godzilla no da rastros de vida por mas de una hora. Y cuando por fin aparece, Edwards hace otra gran canallada. Cada vez que “El Rey de los Monstruos” se está por enfrentar con un MUTO, se corta a otra escena o se muestra una pantallazo de esa lucha cuerpo a cuerpo en una TV, y cuando digo pantallazo hablo de no mas de unos pocos segundos. Y esto no ocurre tan solo una vez, se da reiteradas veces durante toda la película! Lo que termina por hacerla de lo mas frustrante. Obviamente el director hace esto porque se quiere reservar sus mejores armas para la inevitable confrontación final, pero uno debe preguntar si es realmente necesario poner a prueba la paciencia del espectador de esta forma durante una hora y media para terminar asombrando durante los últimos 25 minutos. Pero no todas son pálidas en la nueva Godzilla. Como era de esperarse el film es un caramelo visual. Los grandes efectos espaciales están a la orden del día y el buen ojo de Edrwards para filmar escenas dignas del mejor cine catástrofe se hace notar. El elenco hace un gran trabajo otorgándole una cuota de credibilidad al relato e incluso gente como Bryan Cranston y Ken Watanabe entregan mas que dignas interpretaciones. La historia también tiene algunos detalles bastante interesantes que la ayudan a distanciarse de otras adaptaciones del monstruo pero no tanto como para faltarle el respeto al film original. Si alguna vez vieron la cinta japonesa de 1954, entonces encontrarán aquí varios pequeños homenajes que nunca están de mas. También se hizo un buen trabajo reinventando el origen de los monstruos y algunos aspectos de su naturaleza. Cosas que sin dudas expanden aun mas la ya mas que interesante mitología que se contruyó a lo largo de mas de dos docenas de apariciones cinematográficas desde la década del cincuenta. El último párrafo me lo reservé para el 3D, del cual tengo solo una cosa para decir: Cuando terminó la película, ni me acordaba que llevaba los lentes puesto. La tercera dimensión no funciona en lo más mínimo. Conclusión Si tuviera que definir la nueva adaptación de Godzilla en una sola palabra, diría que es frustrarte. Es una película que juega con la paciencia de sus espectadores como pocas veces eh visto. Esto no significa que sea mala, pero luego de un comienzo tan interesante y prometedor, la película se pincha y se desinfla lentamente hasta que comienza el último acto. Igualmente, gracias a buenas interpretaciones y fantásticos efectos especiales, Edrwards logra mantener nuestro interés durante dos horas, cosa que hoy en día es mucho decir.
Monstruos del pasado. Desde antaño las leyendas sobre los monstruos marinos han atormentado a la humanidad. En el imaginario social de los navegantes siempre estuvo presente el peligro de los engendros marinos que habitan en el fondo de un océano que aún hoy permanece inexplorado. Esta obsesión desproporcionada llegó al cine de la mano de Ishiro Honda en 1954 con el film de ciencia ficción Gojira, el dinosaurio que aplastó Tokio como una alegoría legendaria de las amenazas del pasado y del presente que se ciernen sobre la humanidad. Así nació el mito japonés de Godzilla, el primer monstruo de la cultura pop del sol naciente. Con una gravedad extrema en el tratamiento del guión para contrastar con los toques de comedia de la versión anterior de Roland Emmerich de 1998, pero con un respeto por la atmósfera épica, Gareth Edwards dirigió esta nueva encarnación de Godzilla, en la que el género humano se enfrenta a una amenaza que pone en peligro la supremacía del hombre sobre la Tierra. Un equipo científico que busca a un animal mitológico en las paradisiacas costas del pacífico encuentra una especie de incubación que causa unos sismos anormales en una provincia japonesa. Joe Brody (Bryan Cranston), un ingeniero nuclear obnubilado por su trabajo y responsable de la planta nuclear, descubre que estas lecturas sísmicas tienen un patrón, y por lo tanto, no pueden ser de origen natural.
Necesitaremos bombas más grandes Qué similar que ha sido el trayecto de las franquicias taquilleras de los ‘60s, explotadas y re contra explotadas a lo largo de tantos años que han alternado varios ciclos de seriedad y parodia, drama y comedia. Pasó con James Bond, pasó con Batman y pasó con Godzilla. Éste último ejemplo puede ser confuso si no se han seguido de cerca las payasadas del monstruo favorito de Japón, donde se le rinde tributo bastante seguido. Occidente ha producido tan solo Godzilla (1998), y tuvo el buen gusto de esperar 16 años antes de tratarlo de nuevo con otro film, también llamado Godzilla (2014). Si creían que la primera película se tomaba al monstruo en serio, esperen a ver esta, en la que una coalición internacional de fuerzas científicas y militares da caza a una fuerza natural monstruosa alrededor del mundo. Es como Contagio (Contagion, 2012) pero con saurópodos radioactivos. El componente humano de la historia lo forma la familia Brody, lo cual quizás sea un homenaje a Tiburón (Jaws, 1975). El pater familias Joe (Bryan Cranston) es un ingeniero civil erradicado en Japón, obsesionado por los patrones sísmicos de lo que – concluye – debe ser un monstruo subterráneo. Sus advertencias caen en oídos sordos, y la planta nuclear donde trabaja sufre una pérdida catastrófica. Años más tarde, su hijo Ford (Aaron Taylor-Johnson) viaja a Tokyo a buscarle, y su padre le arrastra en su obsesiva búsqueda por encontrar al monstruo. Tienen para rato, porque Godzilla no aparece hasta la última media hora. Ustedes decidan si eso constituye una estafa o no. Pero la película no nos da un monstruo sino tres, y la sorpresa es que Godzilla está del lado de la humanidad, o mejor dicho del “balance de la naturaleza” según el experto en monstruos Serizawa (Ken Watanabe), como si la humanidad representara ese balance. Evidentemente el panda y la capa de ozono no forman parte de la naturaleza, o Godzilla no defendería nuestra hegemonía con tanto celo. La cuestión es que Serizawa quiere dejar que el “depredador alfa” se haga cargo de los otros monstruos, mientras que la oximorónica inteligencia militar quiere aniquilarlos a todos con bombas nucleares, a pesar de ser informada reiteradas veces que se alimentan de energía nuclear. “¡Tiraremos bombas más grandes!” es la respuesta, y va en serio. Más allá de la ridícula trama (en su defensa, es un ápice más verosímil que la primera) habría que juzgar a una película de desastres por dos cosas: el espectáculo de la destrucción, y los personajes atrapados en medio. Hay cantidades pornográficas de lo primero, mientras esperamos la aparición de la diva Godzilla: algunas buenas escenas en la que los titanes batallan y demuelen ciudades enteras, algunas malas en las que desaparecen con un sigilo implausible para bestias de 90 metros de altura. En cuanto a personajes, la audiencia necesita de alguien a quien aferrarse y no hay mucho para elegir. Las opuestas fuerzas de la ciencia y la militancia son encarnadas morosamente por Watanabe y David Strathairn sin un atisbo de personalidad o profundidad. En el medio se encuentra Ford, de quien no sabemos nada y resulta ser nuestro héroe por la casualidad de encontrarse constantemente en el lugar correcto en el momento correcto. Taylor-Johnson no aporta nada del carisma que demostró en Kick-Ass (2010), eligiendo una expresión entre el enojo y la confusión que le dura toda la película. Y finalmente tenemos un clásico del género, la esposa que trabaja en el hospital y aguarda pacientemente a que la pasen a buscar. Godzilla no es lo que se dice un paso hacia adelante para el género. Tampoco es un paso atrás. Es la sonora repetición del estándar de producción de remakes que Hollywood encabeza en esta era, a la par de otros tibios y poco inspirados esfuerzos como RoboCop (2014). Suple entretenimiento con un profesionalismo de manual, pero carece de entusiasmo o buenas ideas.
En la conmemoración de su 60 aniversario este prócer del cine pochoclero finalmente recibió el tratamiento que se merecía en la pantalla grande. La nueva versión de Godzilla es la mejor película que se hizo desde el 2001, cuando se estrenó en Japón, Godzilla, Mothra and King Ghihora: Giant Monsters All-Out Attack, una gloriosa producción que reunió al Dream Team de los monstruos japoneses. Este estreno de los estudios Warner supera claramente en todos los campos a la película que presentó Roland Emmerich en aquella decepcionante propuesta de 1998. En este caso la dirección quedó a cargo del inglés Gareth Edwards, quien sorprendió en el 2010 con el film independiente Monsters. Con esta segunda película debutó en la industria de Hollywood y salió muy bien parado del desafío que implica trabajar semejante clásico del cine. Después de las últimas historias lisérgicas que se hicieron en Japón con este personaje, el director Edwards volvió a las fuentes y abordó el film con una trama que rememora el dramatismo que tuvieron la obra original de Ishiro Honda de 1954 y El regreso de Godzilla (1984). Por lo general en las producciones hollywoodenses los monstruos gigantes siempre fueron los villanos y los héroes se encontraban entre los humanos. Este estreno trabajó la otra versión de Godzilla, que siempre tuvo una enorme popularidad en Asia, donde el monstruo cumple el rol de antihéroe, al ser representado como una fuerza de la naturaleza que surge para enfrentar a otras criaturas más peligrosas. Lo atractivo de este enfoque es que siempre le brindó a los realizadores la posibilidad de crear peleas entre monstruos que generaron escenas memorables dentro del cine fantástico. Queda claro que el director Edwards trabajó a Godzilla con el respeto por el personaje original y la pasión por el género que no tuvo la película de Emmerich. Inclusive el monstruo recuperó el aspecto tradicional de los filmes de los estudios Toho, a los que esta nueva propuesta homenajea en más de una escena. Entre las figuras del reparto sobresale especialmente la interpretación de Bryan Cranston (Breaking Bad), quien tiene excelentes momentos dramáticos en la historia. En materia de realización, el film cuenta con un gran trabajo en los aspectos visuales y la ejecución de las escenas de acción que son impecables. Es un placer poder ver una historia de este estilo donde los momentos de acción más espectaculares parecen reales y uno se olvida por completo de los efectos especiales. Aunque Godzilla tarda en aparecer la espera vale la pena y luego la película sorprende con secuencias completamente épicas cuando se centra en el combate de los monstruos. Si tuviera que objetarle algo a esta producción es el diseño de los bichos villanos, a los que no le pusieron mucha onda. Comparados con otros enemigos clásicos de Godzilla, que eran más carismáticos, como King Ghidora, Rodan, Gigan y Destoroyah, los nuevos oponentes del querido reptil son bastante olvidables y encima se parecen a la criatura de Cloverfield. En ese sentido, Pacific Rim presentó monstruos más originales. Salvo por ese mínimo detalle nerd, Godzilla es una gran película pochoclera que brinda un entretenimiento de calidad dentro de este género y por eso merece su recomendación. El Dato Loco: Para aquellos que desean saber más sobre este ícono de Japón, en los siguientes links pueden encontrar una selección de los títulos esenciales de este personaje que recomiendo ver y no tienen desperdicio. Godzilla: Lo mejor de su filmografía y Godzilla: Lo mejor de su filmografía II.
"El grito sagrado" Hay que remontarse al año 1954 para entender por qué hoy somos testigos privilegiados del regreso a la pantalla grande de uno de los últimos iconos más importantes, emblemáticos y respetados del séptimo arte. Nueve años después de los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki, los realizadores Ishiro Honda y Tomoyuki Tanaka no tuvieron mejor idea que combinar, dentro de una película de monstruos gigantes, escenas de destrucción y drama con una fuerte crítica y alegoría social sobre los devastadores efectos de la arrogancia humana y el uso de armas nucleares en conflictos bélicos. Apoyado en un argumento cuyo principal merito era reflexionar sobre un tema que, con el correr de los años, se mantendría siempre vigente en la historia de la humanidad, Godzilla dio sus primeros y estruendosos pasos dentro de una época dorada para el cine nipón (el auge de la productora Toho y el pleno esplendor profesional de Kurosawa) y por ese motivo no tardaría en expandirse rápidamente por el resto del mundo con algunos pequeños cambios. El simple hecho de que un monstruo de enormes proporciones se despertara de su reposo bajo el océano Pacífico debido a los devastadores efectos de los ataques nucleares sobre la costa japonesa (gracias a los cuales también conseguía poderes más destructivos) hizo que en los Estados Unidos “Godzilla” se estrenará con un corte muy diferente al original tratando de evitar una imagen negativa sobre el uso de armas de destrucción masiva. Recién hace un par de años la mismísima Toho se encargó de remasterizar y relanzar el film original, no solo con el objetivo de celebrar el 60° aniversario del nacimiento de Godzilla sino también con la idea de dar a conocer la verdadera esencia del famoso monstruo que acumula, con su más reciente producción, treinta películas en su filmografía y una enorme y riquísima galería de personajes y criaturas fantásticas. Gracias al enorme, soberbio y finísimo trabajo de reconstrucción que realizó Gareth Edwards sobre la identidad del mítico monstruo, el nuevo film de Godzilla se erige como la primera superproducción cinematográfica más importante y fiel al género kaiju hecha en la historia de Hollywood. Hay que destacar que el realizador británico (cuya opera prima fue el film independiente “Monsters”) ofrece aquí un trabajo soberbio e irreprochable para tratarse de su primera vez detrás de un proyecto de semejante magnitud. Edwards dirige no solo una de las superproducciones más humanas e impactantes del último tiempo, sino también la más ambiciosa de todas las apariciones de Godzilla en la pantalla grande. Gran parte del éxito de esta nueva apuesta reside en el correctísimo guión escrito por Max Borenstein (basado en una idea de David Callaham y revisionado por Frank Darabont) que presenta altas dosis de drama, seriedad y realismo. Por ese motivo, no es coincidencia que tengamos, dentro de una película de monstruos, grandes actuaciones por parte de un elenco de primer nivel encabezado por Bryan Cranston, Ken Watanabe (como el Dr. Ichiro Serizawa, personaje clave en el film original de 1954), Aaron Taylor-Johnson y Elizabeth Olsen, entre otros. Tampoco es casualidad que, dentro del excelentísimo apartado técnico del film, se destaque la impecable banda sonora compuesta por Alexandre Desplat, cuyas partituras desprenden aroma de clásico y recuerdan muchísimo a las de John Williams en “Jurassic Park”. De hecho, hay muchísimos guiños al mejor cine de aventuras de Spielberg dentro del Godzilla de Edwards, lo cual nos pone a todos en alerta. Habrá que seguir atentamente los futuros pasos de este joven realizador británico de enorme talento. “La naturaleza tiene un orden, un poder para restaurar el equilibrio” dice el Dr. Serizawa en un tramo del film. Luego de ver y disfrutar todo el esplendor del regreso de Godzilla, podemos decir que finalmente el cine volvió a hacer justicia. Ésta es la verdadera naturaleza del indiscutible rey de los monstruos.
La leyenda que no continúa Godzilla o Gojira, como prefieran llamarlo, nació en el año 1954 como un emergente del terror emanado del terror post bombardeo de Hiroshima. Como la forma corpórea y monstruosa de mostrar cómo el pueblo había sido masacrado por la intolerancia del hombre. Sus primeras apariciones en cine vinieron de la mano de un traje de goma que se ceñía sobre el pequeño cuerpo de Haruo Nakajima, quien interpretó al monstruo por más de 20 años. Los films realizados por la productora Toho tenían la particularidad de ser interpretados por este pequeño actor quien se trenzaba en grandes combates con diversos monstruos del imaginario japonés e incluso mundial llegando a medir sus fuerzas con personajes tales como King Kong. Poco a poco el gran monstruo fue perdiendo su impronta de recordatorio de la desgracia nuclear para convertirse en el gran gladiador que se batía en duelo con los mas diversos oponentes. Lo cierto es que la mirada japonesa sobre el personaje siempre puso especial énfasis en el mismo dejando de lado el protagonismo de los seres humanos que lo circundaban, las ciudades enteras eran meros campos de batallas donde el gigante realizaba sus proezas épicas. Las versiones norteamericanas del gigante han sido por demás deficientes, aún tenemos en nuestra memoria la fallida entrega de Emmerich que nos entregó una grandeza solo de tamaño pero una visión simplista de la alegoría nipona. Las esperanzas en esta nueva entrega eran muchas: la tecnología del CGI puesta al servicio de un relato ágil y con interpretes tales como Bryan Cranston, Juliette Binoche y Aaron Taylor-Johnson parecía ser una combinación exitosa. Imaginarnos la tecnología actual al servicio de Godzilla para moverse por las urbes batiéndose a duelo con enemigos circunstanciales y con las imágenes de Titanes del Pacífico en nuestra mente ya nos hacia relamernos en nuestras butacas. Sin embargo algo en la ecuación no salió como lo esperábamos y, luego de un auspicioso inicio donde se plantea el eje de las relaciones personales y subtramas más que interesantes, la historia paulatinamente comienza a derrapar. Bryan Cranston personifica al científico loco al que nadie escucha pero el tiempo evidenciará su acierto, Binoche es el elemento romántico y trágico de la historia. Tremendos eventos ocurren y son ocultados por el gobierno, el elemento de la conspiración y la paranoia se hace presente como en todo relato que se precie: entonces el marco de situación es perfecto para la aparición de Godzilla. Y es justamente en este momento donde las esperanzas del espectador se derrumban como los edificios que el gigante destroza a su paso: las primeros cameos de Godzilla son apenas pantallazos que nos preparan para lo que suponemos será una gran batalla final. Emulando el recurso narrativo utilizado en Tiburón la amenaza no se termina de dibujar hasta avanzado el relato lo que no sería una mala decisión si efectivamente luego se desarrolla el combate tan ansiado. Es aquí donde Edwards comete el error más grosero para el espectador amante de la inmensa criatura: no le da lo que promete, no desarrolla la épica batalla que tanto promete durante el relato y es entonces donde Godzilla empieza a desdibujarse. En cierto pasaje del relato se trata de la relación del hombre con la naturaleza y como erróneamente el primero cree tener dominio sobre lo que ocurre con la segunda. Paradójicamente el director comete el mismo error en la realización del film: obviando al verdadero protagonista para dotar de intensidad y matices a personajes secundarios que poco aportan al ávido publico hambriento de grandilocuentes escenas con el majestuoso kaiju. Como la gran mayoría de las adaptaciones de Hollywood de las obras orientales, Godzilla es un film que funciona desde lo estético y el artilugio visual, pero que desvirtúa el espíritu de la obra original. La excesiva solemnidad del tono elegido por Edwards poco tiene que ver con el lúdico y fluido ritmo de los relatos de la productora Toho y nos demuestra que en ciertos casos el avance de la tecnología no va unido con una evolución en materia de guión o realización del relato. Así el Godzilla de Edwards termina siendo un monstruo sin sustento tanto fuera como dentro de la pantalla, que no llega a desarrollarse nunca y nos deja con una sensación de haber presenciado otra fallida mirada simplista de la industria sobre un clásico del entretenimiento
Godzilla es una de esas catástrofes inexplicables en las que cada tanto incurre Hollywood, como si careciera de instancias de chequeo. Esta película incluso desaprovecha tener como punto de comparación la muy mala Godzilla, de Roland Emmerich (1998). Aun así, esta Godzilla de Gareth Edwards -que había hecho Monsters, intrigante ciencia ficción de 800.000 dólares de costo- es peor. Empieza con algunos detalles que prometen: un poco de estética de los cincuenta -de los orígenes cinematográficos japoneses de este monstruo- y luego unos planos de un helicóptero sobrevolando islas selváticas que nos recuerda el principio de Jurassic Park. Pero eso es todo: van sólo cinco minutos y quedan casi dos horas de ruido y balbuceo visual y genérico. Empiezan, pronto, a fallar las actuaciones: Bryan Cranston, que solía ser confiable antes del éxito de Breaking Bad, aquí actúa con la intensidad de un actor con modos teatrales en una prueba televisiva, y tiene un pelo extrañísimo, que distrae. Lo peor, sin embargo, está por venir: el "muchachito" de la película no solamente es un personaje que a todas luces sobra, sino que probablemente el inglés Aaron Taylor-Johnson logre alguna especie de récord del desastre. El personaje sobra porque para que forme parte de la acción deben empujarlo las situaciones más absurdas y más inverosímiles a intervalos regulares, por ejemplo la del chico del tren del aeropuerto, de un nivel de arbitrariedad alarmante. Sobre la actuación, algo clave: Taylor-Johnson pone al principio de cada escena la cara a la que tiene que arribar al término de ella. Es decir, ya pone cara de compungido antes de que aparezca el motivo para su reacción: actúa como si recalentara comida. La mayoría de los actores se contagian la torpeza. Hasta el japonés Ken Watanabe está ridículo: tampoco él puede con situaciones de un nivel de ramplonería y obviedad extremas, como la del reloj e Hiroshima. El siempre digno David Strathairn parece sentir vergüenza, quizá por eso tiene tantos planos de espaldas. Todo esto podría jugarse por el lado de la parodia o la festividad del disparate, pero no, no hay aquí sentido del humor. Godzilla es una superproducción manejada por gente que cree que hacer una película con efectos especiales significa desentenderse de los actores, de la lógica, de que hay que contar algo que no recomience cada cinco minutos. En lugar de disimular información en la fluidez de la narración, se impide todo movimiento para que los personajes expliquen con cara de "me gustaría no decir esto, pero estoy obligado". Y no, no es suficiente un mensaje ecologista para hacer una película si ni siquiera se sabe filmar bien un tsunami -comparar con Más allá de la vida, de Eastwood-, porque se decide sacrificar la verosimilitud con puertas extraultrarresistentes para salvar a un personaje que apareció hace dos minutos. Sí, al menos hay monstruos. Pero Godzilla aparece poco y hay unos bichos muy feos nombrados con una sigla. Pero no feos de que asustan, sino diseñados feos, como de Philippe Starck pero toscos, con el carisma de un broche de colgar la ropa, pero sin su utilidad. El grandote Godzilla, que podría haber salvado la película, está filmado de lejos la mayoría de las veces. Y cuando parece que habrá un poco de acción entre los monstruos y comienza la pelea, la cortan en cualquier lado y pasan a otra cosa que importa poco y nada porque los humanos de esta película son de cartón. La música, grandota y ruidosa, quiere hacernos creer que nos importan algo los personajes o que tenemos algún deseo distinto del fin de este suplicio. Olvídense de Titanes del Pacífico, el glorioso cruce Japón-Hollywood de 2013, gran año de películas gigantes. Con Godzilla, la triste realidad de los tanques 2014 ha tocado su punto más bajo.
El viejo monstruo merecía más que esto Este nuevo intento por adaptar a la idiosincrásica criatura y condimentarla con elementos algo más apetecibles para el paladar norteamericano resulta narrativamente torpe, con un componente humano chato, desabrido y atado a las convenciones. Gojira fue primero la gran estrella del cine nipón del año 1954 y, más tarde –rebautizado como Godzilla para las pantallas internacionales–, ciudadano del mundo. Implacable en su violencia hacia los seres y cosas que lo rodeaban, transformada luego en la buenaza de la película, finalmente convertida en mascota, la creación de Ishiro Honda y Eiji Tsuburaya se transformó en un éxito de público tan gigantesco como su estrella, fundando un género conocido como kaiju eiga (kaiju quiere decir “monstruo gigante”). Consecuencia de ello, la de Gojira resultó una de las franquicias más extensas en la historia del cine japonés, con veintipico de secuelas oficiales. La nueva Godzilla es el segundo intento occidental –luego del film de Roland Emmerich estrenado en 1998– por adaptar a la idiosincrásica criatura y condimentarla con elementos algo más apetecibles para el paladar norteamericano y, por ende, mundial. Se trata de un film narrativamente torpe, que a lo largo de dos horas intenta entrecruzar su parafernalia de efectos digitales a gran escala con un par de líneas dramáticas que tienen como eje inevitable a los miembros de una típica familia hollywoodense de clase media. El joven protagonista, un soldado idealista, bondadoso y corajudo llamado Ford Brody (Aaron Taylor-Johnson), debe viajar a Japón de urgencia, algo avergonzado por las actividades de su padre (Bryan Cranston), un ex ingeniero nuclear que acaba de ser arrestado por meterse en propiedad privada ajena. Las razones de la intrusión son explicadas en el prólogo: quince años antes, un horrible accidente destruyó la central nuclear donde trabajaba Brody Sr, matando entre muchas otras personas a su propia madre (Juliette Binoche, en un papel tan breve que podría catalogarse de cameo). ¿Terremoto? ¿Accidente humano? ¿Omnipotencia en el uso de la energía nuclear? La causa no tardará en descubrirse, bajo la forma de tres monstruos que podrían acabar con el mundo según lo conocemos: el propio Godzilla y dos bichos llamados genéricamente como M.U.T.O.s. (siglas en inglés de Organismo Terrestre Masivo no Identificado). Las comparaciones son odiosas, es cierto, pero si algo sostiene a la Gojira original luego de sesenta años (sin ser, nobleza obliga, ninguna obra maestra) es su componente de angustia y dolor por la pérdida de vidas, su calidad de metáfora capaz de aglutinar ansiedades y neurosis ante el peligro nuclear: Hiroshima y Nagasaki estaban ahí, muy cerca en el tiempo, como recuerdo imborrable del horror. Esta Godzilla 2014 –segundo largometraje del británico Gareth Edwards– intenta, sin demasiado éxito, convocar el recuerdo del reciente tsunami que destruyó gran parte de la zona costera de Tohoku y el desastre de la central de Fukushima, así como también el atentado a las Torres Gemelas neoyorquinas, en dos breves escenas que aspiran a superar –CGI mediante– el espectáculo de destrucción y muerte real captado por las cámaras amateurs. Pero ningún momento del film de Edwards logra la emotividad de esos planos de hospitales repletos de madres separadas de sus hijos, ni Taylor-Johnson es capaz de transmitir la pesadumbre de Takashi Shimura en el film de Honda. Hay en Godzilla, es cierto, algunas escenas que logran generar asombro ante el prodigio de los efectos especiales e incluso algo de belleza visual, como en la secuencia de los paracaidistas. Pero el componente humano es tan chato y desabrido, tan pobre y burdo, tan atado a las convenciones y descuidado en la construcción de la verosimilitud narrativa, que anula en gran medida el trabajo de diseño y la espectacularidad de las imágenes. El viejo Godzilla –que, fiel a su costumbre, de encarnación del Apocalipsis pasa a ser el salvador de la humanidad– se merecía bastante más que esto.
Ejemplo de "cine catástrofe" Ishiro Honda, asistente del gran director japonés Akira Kurosawa, dirige en 1954 la original historia del monstruo, "Gojira", que aterrorizó, o hizo reír a través de remakes, juegos de video y cómics a grandes y chicos de todo el mundo. Era la época de los desastres nucleares de Hiroshima y Nagasaki y se probaba con radioactividad como arma en la costa del Pacífico. El filme expresaba lo inexpresable y demostraba que el juego con la Naturaleza puede ser peligroso. En 2014 el asunto continúa, pero peor. El hombre todavía no entendió cuál es su papel frente a la Naturaleza. EL COMIENZO La historia comienza en Japón, donde un científico, Ford Brody (Aaron Taylor-Johnson (Aaron Taylor-Johnson) con su esposa Sandra (Juliette Binoche) y su hijo preadolescente Joe (C.J.Adams) trabaja en una planta nuclear y advierte signos peligrosos sobre un inminente desastre radiactivo. Por supuesto nadie le hace caso y pierde a su esposa en cuestión de horas. Su hijo ya adulto -personificado por Bryan Cranston- con su familia, convertido en soldado, es llamado desde Japón para asistir a su padre que sigue investigando obsesionado por el secreto que se oculto hasta hora. Ellos serán los protagonistas de esta nueva aventura de monstruos. Con un comienzo auspicioso, interesante, emocional y con una excelente Juliette Binoche el filme preanuncia buenas nuevas. Lo que viene no está a la altura del ritmo, la tensión, el suspenso y la emoción de estos inicios. CLIMA VINTAGE A pesar de la utilización de noticieros de la época que ambientan y crean una atmósfera vintage atractiva, la película no alcanza sus logros iniciales. Sin embargo, se ve con interés aunque sus personajes secundarios (Ken Watanabe incluído, en el papel del científico Serizawa) luzcan anodinos. Esta nueva "Godzilla", se ubica en el llamado género de cine catástrofe en toda su pureza con tsunamis de distinto tipo y pterodáctilos infernales que rehúsan ser atacados y enfrentan al ejército norteamericano. Olvidaba decir que la radiación originó más bicharracos tipo Godzilla y como comen radiación, la que van a buscar, no a la central de Chernobyl o Fukushima, sino entre los residuos nucleares norteamericanos. Esta nueva producción estadounidense es como ver un filme de clase "B" en los viejos cines de barrio, pero con toda la aparatología moderna 3D incluído y una banda de sonido impactante, con una media hora final de luchas de monstruos francamente imperdible. Ideal para fanáticos.
Es un monstruo grande... Los estudios japoneses Toho crearon a Gojira (o Godzilla) en la película original de 1954 -la primera de 28 que tiene el monstruo- como una metáfora, la representación del terror que causó en tierras niponas el ataque nuclear de los Estados Unidos sobre Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Gojira, un dinosaurio mutante, supo salvar a Tokio antes de que lo enmarañaran con invasiones extraterrestres o seres igualmente fantásticos. El director inglés Gareth Edwards es mucho más fiel a aquel espíritu del que se alimentó el mutante, que el desastre que hizo Roland Emmerich en 1998 con su versión de Godzilla. Hoy, Godzilla es una aterradora fuerza de la naturaleza, en una trama en la que las primeras pruebas nucleares han tenido consecuencias nefastas, inimaginables, y cuyo rebote lo pagarán distintas ciudades de este siglo XXI. Tal vez se haya pensado en una nueva saga made in Hollywood, porque Godzilla aparece poco y nada. Convertido en el héroe, debe enfrentar a un OTENI, un organismo no identificado, en fin, otro monstruo que el Estado ha mantenido convenientemente oculto, y que para crecer debe alimentarse de energía. Le da lo mismo torpedos, o una planta nuclear. Una vez liberado, hacia allí va. Lo desparejo del filme es que cuenta con un elenco internacional en el que sobreabundan los nombres con talento (un Bryan Cranston - Breaking Bad- con peluquín, Juliette Binoche, Sally Hawkins, David Strathairn) que poco y nada pueden hacer con sus papeles. Y un reparto joven (Aaron Taylor-Johnson y Elizabeth Olsen) que sí, está a la altura que merece ante el monstruo de 100 metros: están chiquititos. El mensaje ecologista y antinuclear es claro, pero uno adivina que quien paga para ver Godzilla en 3D quiere ver al monstruo combatir y destrozar edificios mientras el malo se come los torpedos como pochoclo, mientras hace lo mismo -engullendo pochoclo, no destrozando nada-. Hay buenos efectos para la increíble credibilidad que se necesita en este relato. Un filme que comienza mucho más prometedor que como termina, por aquello de que generar tensiones siempre es más redituable que dar todo servido en bandeja. O en una lata de pochoclos.
GODZILLA es un reinicio de la saga del gigante monstruo mutante, un icono de la cultura pop japonesa que revive en una cinta de enorme impacto visual. Es un filme inteligentemente armado desde el guión, que no abusa de la criatura que titula al mismo, por el contrario existe un manejo de la tensión que prepara el camino para la hecatombe total, cuando la monstruosa criatura irrumpe en pantalla y mete miedo, pero miedo de verdad. Es un sueño hecho realidad para los amantes del subgénero KAIJU, porque sin dejar de ser fiel al espíritu de la original, el director GARY EDWARS imprime modernidad desde la puesta, los efectos, y un guión plagado de sorpresas. A esto hay que sumar un reparto internacional de primer nivel, la música del siempre efectivo a ALEXANDRE DESPLAT y la fotografía contrastada, rojiza e hipnótica de SEAMUS MCGARVEY. GODZILLA destruye todo a su paso y los espectadores saldrán arrasados por este tremendo espectáculo cinematográfico imposible de dejar pasar.
Cumple con las reglas del juego de las películas de monstruos sin llegar a las alturas de Titanes del Pacífico, con quien comparte algunos climas y coincidencias, pero nada más. Aquí Godzilla es como una creación de la naturaleza que debe equilibrar los desastres que cometen los hombres en la tierra y cuando el desequilibrio vuelve a romperse con dos nuevos monstruos, vendrá él a salvarlos con su bella cresta y sabios ojitos. Por momentos, recuerda a Alien o la “homenajea”. A pesar de cierto gusto naif, hay que reconocer que entretiene a lo largo de dos horas y que seguramente tendrá éxito.
Un monstruo tímido y aburrido El cine catástrofe es más difícil de hacer de lo que parece, básicamente porque debe navegar entre dos miradas: la macro, centrada en el desastre en cuestión, y la micro, focalizada en las historias particulares, humanas, que se dan dentro del gran evento. Hay que saber balancear entre la espectacularidad y el relato más terrenal, lo cual es más complejo de lo que se podría imaginar previamente. El otro peligro es, obviamente, la metáfora política: los sucesos extremos permiten lecturas ideológicas de todo tipo, explicitando miedos o potenciales focos de conflicto, pero se corre el riesgo de ser obvio y esquemático, entorpeciendo el avance de la narración. Esta nueva versión de Godzilla comete equivocaciones, en mayor o menor medida, en todas las variables mencionadas en el primer párrafo. Hay, sí, una búsqueda por reelaborar el mito japonés más profunda que en la mediocre versión de 1998 de Roland Emmerich: si inicialmente el monstruo era una metáfora extrema de los peligros atómicos y las heridas post-Hiroshima, en el nuevo milenio la actualización pasa por la energía atómica, tomando los riesgos que representan en el presente las centrales de producción de energía. A la vez, se reedita esta concepción del hombre como un mero eslabón en una cadena evolutiva, donde no está precisamente en lo más alto de la pirámide. Sin embargo, todo está excesivamente explicitado, sobreexplicado, dicho casi a los gritos, y encima de forma demasiado seria y ceremoniosa. Si Godzilla termina siendo “demasiado seria” no es porque la seriedad en sí esté mal, sino porque para que impacte en el espectador tiene que apoyarse en personajes creíbles que puedan transmitir esa sensación de estar al borde de la extinción sin dejar atrás sus dilemas personales. Lamentablemente, eso no sucede: a pesar de tener unos cuantos personajes decisivos en la trama, el centro real del film es el soldado interpretado por Aaron Taylor-Johnson, quien protagoniza un drama familiar donde deberá reconstruir, al menos en parte, la figura paterna que tiene en crisis desde su infancia, mientras a la vez trata de proteger a su esposa (Elizabeth Olsen) y su pequeño hijo, aunque ninguno de esos conflictos generan una mínima empatía. La performance de Taylor-Johnson es sin lugar a dudas como mínimo mediocre -nunca le creemos nada, parece carecer de la más mínima sensibilidad-, pero también es cierto que el guión no le da chances. De hecho, son bastante más atractivos los personajes de reparto, como los interpretados por Ken Watanabe, Sally Hawkins, David Strathairn y especialmente Bryan Cranston, aunque quedan claramente relegados. Pero claro, nos estamos olvidando del personaje del título, enfrentado aquí a otros exponentes de su especie y convertido casi en un héroe contra su voluntad, que representa la fragilidad de la especie humana frente a las fuerzas de la naturaleza. La película no se olvida, está permanentemente pendiente de eso, pero también del drama humano, y jamás consigue que las dos vías narrativas se entrecrucen fluidamente. Al contrario, se restan, se empantanan, bloquean el progreso del otro. En consecuencia, Godzilla y los otros monstruos aparecen a cuentagotas, sus fuerzas destructoras recién son expresadas en su verdadera magnitud sobre los minutos finales, luego de una hora y media que se estira demasiado en espera de la acción en toda su magnitud. Lo que podría ser positivo -el ir revelando de a poco al verdadero centro de la película, el ir desarrollando de forma pausada su iconicidad, como en Tiburón- termina siendo en verdad casi un acto de cobardía: pareciera que a Godzilla (la criatura y la película) le diera culpa el acto destructivo, y por eso recién sobre el final es capaz de soltarse. Allí es donde el film crece, porque es más libre e interpela al fanático sin vueltas, casi sin deberle nada a nadie. Aún así, con su exabrupto demoledor del último segmento, Godzilla carece de la capacidad de generar el temor de Tiburón o Jurassic Park, no goza de la espectacularidad y la profundidad en su lectura política de Guerra de los mundos, no posee personajes atractivos como El día después de mañana o La furia de la montaña, ni siquiera tiene el apetito destructivo -tan bellamente infantil- de Titanes del Pacífico. Y encima carece de humor, no tiene un solo chiste, una sola observación sarcástica o irónica. Ver Godzilla termina siendo una experiencia muy seriota, muy asentada en la pose reflexiva y hasta soporífera.
El rey ha vuelto Pasó más de medio siglo para que uno de los íconos culturales del Japón tuviera la película que realmente merecía. Tantos años de efectos berretas, trajes de goma y edificios de cartón en los que, así y todo, el personaje sumó fanáticos y seguidores de todo el planeta, ahora tienen un justo cierre que es -a la vez- el inicio de una nueva era para la criatura creada por Toho en 1954. La primera mitad del filme nos presenta a los protagonistas y a sus circunstancias. También sienta las bases para que lo que se viene tenga el sustento necesario para ser creible dentro la propuesta. La era atómica propiciada por los EE.UU. y sufrida por Japón a mediados del siglo XX se engancha ahora con el temor nuclear avivado por la reciente tragedia de Fukushima, para así crear una metáfora directa, sin muchas vueltas, más comprensible por todos. Gojira (pronúnciese Góshira) es un monstruo prehistórico, un depredador alfa dormido en el fondo del océano que es despertado por la actividad nuclear, de la que se alimenta. Pero no es el único, otra especie también ha despertado y se convierte en una amenaza para el mundo. Se han ocupado en esta producción de cuidar los detalles que todo fanático sabrá agradecer y disfrutar. El diseño del monstruo respeta al original -no como sucedió en la olvidable versión de 1998- y las escenas donde se lo ve en acción son presentadas, en versión infinitamente mejorada, con el estilo que se ha visto en muchas de sus clásicas películas anteriores. El director ha sabido manejar el ritmo del relato, de forma de que crear un clima de tensión y expectativa no exento de cierta angustia. Estamos ante el inicio de una nueva saga, esta es apenas la presentación de Godzilla y no son pocos los enemigos a los que podrá enfrentarse en próximos filmes. Presten atención, hay algunas pistas en la película sobre lo que podría pasar en el futuro de esta nueva franquicia.
A la hora de realizar películas relacionadas con monstruos, Edwards supo encontrar lo que le gusta al espectador (“Monsters” 2010). Muchos nos encontrábamos esperando esta nueva versión hollywoodiense, del monstruo nipón y en Japón se encuentran celebrando los 60 años de “Godzilla”. Todo comienza en Filipinas en 1999, y también nos trasladamos a Japón con una interesante introducción en la cual se van brindando una serie de detalles; Joe Brody (Bryan Cranston) ni piensa en su cumpleaños, sospecha que algo extraño va a pasar, su esposa Sandra Brody (Juliette Binoche) trabaja en el mismo lugar pero en diferentes sectores pero ese día todo se encuentra enrarecido y sucede un hecho desafortunado. Él nunca dejo de investigar y analizarlo todo. Pasan 15 años y su hijo Ford Brody (Aaron Taylor-Johnson), es un soldado especializado en bombas que brinda servicios para el ejército de Estados Unidos, vive en San Francisco junto a su esposa Elle Brody (Elizabeth Olsen, “La casa del miedo”) y su pequeño hijo Sam Brody (Carson Bolde). Ante un llamado inesperado dejará de mostrar la tranquilidad que se veía en él y se reencontrará con su padre, ambos se van relacionando y pese a alguna diferencia, el afecto está en ellos; se vinculan con datos de su niñez, secretos, una serie de incógnitas, un pasado oculto, comienzan a incursionar por zonas prohibidas, pasando por situaciones sumamente peligrosas, y a juzgar por ciertasescenas, se les ha buscado el lado más humano dentro del cual surgen distintos conflictos, dolor, escenarios, contextos y sorpresas. Todo se encuentra bastante bien narrado, utilizando en varios momentos las tomas subjetivas, manteniendo al espectador atento, intrigado y expectante por ver aparecer a Godzilla (como toda estrella se hace esperar), primero surge otro monstruo, se trata de MUTO. Vamos incursionando en una y otra trama, toda la acción y la aventura surge luego de unos cuantos minutos, para comenzar a ver personas corriendo por todas partes intentando sobrevivir y luchado por sus vidas, bajo los pies gigantes de los monstruos, pero dentro de la tragedia tiene algunos toques de humor. Entre tanta locura posee momentos en los cuales puede lucirse Ford Brody, quien dentro del caos intenta salvar a un niño japonés, la desesperación de querer comunicarse con su casa, varios momentos dramáticos y una historia llena de clichés. Dentro de su desarrollo se explica como una criatura nació dentro de lo que fue una pesadilla aprovechando para repasar y formular críticas sobre las consecuencias del ataque atómico estadounidense a Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial, dejando una crisis nuclear a la cual se suma la de hace unos tres años que sacudió la planta nuclear de Fukushima que fue destruida casi en su totalidad por un Tsunami que azotó las costas de Japón. Hablando un poco de los personajes , por el lado de Elizabeth Olsen, se encuentra poco explotado, ella es una enfermera y se podría haber aprovechado mas con distintas situaciones, Juliette Binoche aparece apenas en la película y varios puntos giran en torno a la teoría de Dr. Serizawa (Ken Watanabe), Sally Hawkins como Vivienne Graham para ofrecernos algunas explicaciones. Es una notable superproducción que ha costado 160 millones de dólares, por lo tanto se estima una muy buena recaudación. La trama se desvanece un poco pero cuenta con imágenes impactantes, efectos especiales, una buena banda sonora, un sonido estupendo que hace temblar la sala, resulta un buen entretenimiento y es bien pochoclera, dejando el final abierto para una secuela.
Si te gustan las historias de catástrofe te va a gustar Godzilla. Una película que luego de verla te preguntas... ¿hacen falta actores "conocidos", tales como Juliette Binoche, Bryan Cranston, en un tanque de este estilo, donde a los pocos segundos te olvidas por completo si los habías visto en esta o en otra película? Realmente, no... Si lo que queremos ver es a Godzilla. Vimos una versión de este monstruo en 1998, pero te aseguro que ésta, del 2014 es superior. Su director realizó un trabajo digno y eso es genial. El dinosaurio japonés, durante las 2 horas de película, hace de las suyas, pero a mi parecer debería haber habido una trama "humana" aún más fuerte de la que hay para que nos sintiéramos más identificados, o que nos hicieran sufrir junto con los personajes. ¿Película de aventuras? Sí obvio. Brindemos por la vuelta de este monstruo y sobre todo por una versión que se deja ver, teniendo en cuenta su película anterior.
Poco importa ya la muy mala película de Roland Emerich acerca del monstruo producto de una intervención nuclear que toma Manhattan. El director Gareth Edwards decide bucear más en la raíces del film original nipón del 54 y en las películas Kaiju. Escuchá el comentario. (ver link).
Gracias al pobre trabajo realizado por Roland Emmerich en su versión de 1998, pocos relanzamientos eran tan esperados como el de Godzilla. Y en base a ello, Legendary Pictures y Warner Bros. tomaron una decisión arriesgada y valiente –muy acertada, por cierto- acerca de cómo tratar a un personaje que apareció hace 60 años y que tuvo docenas de iteraciones desde entonces. Los estudios eligieron poner el proyecto en las manos de un realizador en las antípodas del alemán convocado por TriStar –que en ese entonces venía de Independence Day- y llamaron a Gareth Edwards, un joven británico con solo una producción en su haber, la destacable Monsters. Aquella película de ciencia ficción del 2010 es un claro ejemplo de un cineasta motivado, con ideas y dedicación, un producto notable con un costo de 800 mil dólares, filmada en locaciones naturales y con efectos especiales que el propio director realizó en una computadora desde su habitación. La apuesta paga con creces, porque este reboot resulta en la primera gran producción que Hollywood realiza sobre la mítica criatura. La ópera prima del inglés no hace más que confirmar que este era el hombre indicado para el trabajo, no solo por el hecho de conocer el género y saber explotar recursos limitados en su favor, sino por lo logrado con sus protagonistas humanos en ciudades devastadas por monstruos gigantes. Es una línea muy delicada y difícil de transitar la que lleva a hacer un film destacado sobre Godzilla, dado que uno quiere ver a la bestia del título en acción permanente, pero la presencia de individuos y el tejido de una historia es primordial para que esa destrucción total pueda producirse y funcione. Bryan Cranston, un ingeniero nuclear que se vio golpeado por la tragedia quince años de que la experimentase el resto de la población, y Aaron Taylor-Johnson, como su hijo, son el foco de atención de esta película y cada uno a su manera la conduce hacia su gran resultado. El primero es quien aporta la cuota de drama, el "genio loco" que anticipó lo que se venía años antes de que el Gobierno decidiera abrir la boca, mientras que el otro es el arquetípico héroe para una historia de este talante. Edwards sabe que no podrá explorar a sus personajes en tanta profundidad como en el caso de Monsters –un film indie y romántico en un panorama desolador- y por eso elige que su protagonista sea un soldado. Su familia está lejos –eso trae como efecto que la empatía con él o con Elizabeth Olsen sea más difícil de generar, aún cuando ambos hacen lo que se necesita- y no es el único hombre para el trabajo –está especializado en el desarme de bombas nucleares, pero se ve llevado al frente de batalla por circunstancias azarosas-, aspectos suficientes como para justificar las situaciones que debe atravesar y como para darle una brújula acerca de dónde tiene que dirigirse. Con una clara consideración de la película original –el temor nuclear aún está presente, por entonces en una sociedad post-Hiroshima, hoy en una después de Fukushima-, esta vuelve a tomar a Gojira como el Dios de la Destrucción y, en esos términos, elige una clara postura dentro del péndulo de interpretaciones que este ha tenido a lo largo de los años, oscilando entre lo que es la criatura salvadora –el menor entre dos males- o la aplanadora que arrasará con la humanidad, como la que se planteaba sin matices en la versión de Emmerich. Edwards es respetuoso de la tradición, honra a la creación japonesa con un film acorde que muestra a Godzilla con todo su esplendor. La criatura no aparece en forma permanente y su presentación es relativamente tardía, pero el director ha demostrado en su anterior película que no necesita tener a los monstruos todo el tiempo en pantalla y los escenarios de la hecatombe que dejan a su paso pueden ser suficientes. El guión de Max Borenstein sigue un camino familiar, recorrido muchas veces. No termina de profundizar en sus personajes, los lleva a situaciones que no son del todo verosímiles y el planteo de su mensaje tiende a ser de forma grosera -Ken Watanabe parece el portavoz de su guionista-, pero el uso de la original como fuente de inspiración y el tratamiento de cuestiones que a 60 años se mantienen vigentes son dos enormes aciertos que, junto al tino del realizador, compensan cualquier falla que esto pudiera tener. La mano de Edwards es lo que lleva a que la película sea lo que es. Pocas producciones tienen vuelo propio a la vez que se mantienen respetuosas a la original -Hollywood suele masticar y escupir reinterpretaciones nada fieles- y puede decirse que este film se cuenta entre las excepciones. Edwards entrega una película muy bella -en términos estéticos es impresionante-, a partir de criaturas que siembran la destrucción absoluta a su paso. Es, también, una producción capaz de sostenerse sola, sin necesidad de apuntalar una secuela -como hoy en día hacen todos- que aún así podría llegar. Tensa, dinámica y sobrecogedora, absorbe al espectador con una fuerza aplastante, que no deja que su interés decaiga ni que la angustia disminuya. Se trata de un notable homenaje a un personaje que ha sido tratado en numerosas oportunidades, siempre con calidad dispar. Una bocanada de aire radioactivo dentro de un género que ha tenido escasos exponentes destados en los últimos años.
Admirable tributo al Godzilla original Esta nueva producción hollywoodense rinde tributo al legendario monstruo japonés con el respeto y la seriedad del caso, a diferencia del film de 1998 de Roland Emmerich que prácticamente ofendió a los fans, sobre todo a los japoneses. Pero incluso a lo largo de las seis décadas de películas de Godzilla este film celebra el 60° aniversario del monstruo- con el paso del tiempo el tono sombrío de los primeros films de Inoshiro Honda fue suplantado por un estilo infantil que tenía poco que ver con el original. El director inglés Gareth Edwards evidentemente no sólo es un fan sino también un estudioso de Godzilla, por lo que elaboró una película que muestra al monstruo como una fuerza de la naturaleza terrible pero finalmente benigna, el único ser capaz de enfrentarse a otros dos gigantes mutantes que destruyen todo a su paso, incluyendo Tokio, Honolulu, Las Vegas y San Francisco, en escenas que muchas veces quitan el aliento por las dimensiones apocalípticas con las que están enfocadas. Sin duda ésta es la menos infantil de las variaciones sobre Godzilla, y hay momentos culminantes que resultan realmente perturbadores para espectadores de cualquier edad, lo que tal vez sea la principal cualidad de la película. La historia tiene un prólogo en 1999 con una dramática crisis en una central atómica en Japón. Un científico estadounidense observa que algo poco común y muy peligroso está ocurriendo, pero no logra alertar a las autoridades a tiempo y sucede un desastre. El científico queda obsesionado con el caso donde, además, murió su esposa delante suyo, y quince años más tarde sigue tratando de descubrir cuál fue el extraño fenómeno que las autoridades, según él, ocultan de manera conspirativa. El hijo del científico, experto en desarmar bombas del ejército, debe volar a Tokio cuando su padre se infiltra en la zona de cuarentena de aquella vieja catástrofe asegurando que sus lecturas se parecen mucho a las de aquella vez. Y ahí es donde empiezan los verdaderos desastres, que por distintos motivos y casualidades, el joven militar (Aaron Taylor-Johnson) va acompañando desde Japón hasta San Francisco. El director cuida mucho a su monstruo, tanto que Godzilla demora muchísimo en aparecer, y cada vez que lo hace, el espectador se queda con ganas de más. Sin embargo, hay monstruosidades de sobra, ya que hay no uno, sino dos monstruos gigantes realmente espantosos e impersonales, mezcla de insectos voladores y del viejo enemigo de Godzilla, Rodan, que son los responsables de las peores catástrofes que describe el film en su viaje a un apareamiento realmente bizarro (probablemente lo más original de la película) que tiene lugar en el barrio chino de San Francisco. A pesar de que hay muy buenos actores, incluyendo a Ken Watanabe y Juliette Binoche, la película se queda un poco corta en sus aspectos humanos, aunque cuando los protagonistas interactúan con la lucha entre monstruos las cosas funcionan realmente bien. Los efectos especiales son técnicamente formidables, además de sumamente creativos, pero lo que hace la diferencia es el modo en el que el director se las arregla para encontrar siempre un encuadre más ominoso para retratar a sus espantosas criaturas. Por último, el que se luce es el músico Alexander Desplat, con una partitura que combina sonidos de las distintas culturas y lugares relacionados con la historia, con climax de una experimentación increíble, más propia de la música de vanguardia que lo que se acostumbra a escuchar en un cine.
De dioses y de monstruos Sesenta años después, la industria de Hollywood vuelve a montarse sobre Godzilla, el monstruo japonés creado por la productora Toho. El encargado de la nueva adaptación es Gareth Edwards, ignoto director con solo una película en su haber: Monsters (2010). En esta, Edwards contaba sobre como parte de Estados Unidos y México quedaba a merced de unos inmensos seres extraterrestres. El director le daba preponderancia a sus personajes, dejando como un peligroso y enigmático contexto a esos seres a los que mostraba casi siempre de forma distante. En esta Godzilla modelo 2014 el director vuelve sobre el tema, pero en vez de poner la cámara sobre el hombre, la pone sobre los gigantes. Si algo que hay que reconocerle a Gareth Edwards es la pasión que le mete a Godzilla. Su respeto es encantador. Durante bastante tiempo negocia con nuestra mirada su presentación, y cuando lo hace, la pantalla aparece achicarse, como si de tan descomunal resultara imposible de filmar. Esta película de monstruos le reserva también espacio a un par de enemigos llamados M.U.T.O. (Organismo Terrestre Masivo no Identificado), con quiénes Gozdilla se faja de lo lindo. La cámara de Edwards elije ocuparse bastante de estos personajes, quizás esa sea la mayor particularidad de la película. Decisión con la que uno puede sentirse sorprendido, y que inevitablemente, resiente la empatía hacia los protagonistas humanos. Esta G2014 tiene varios puntos de comparación con Titanes del Pacifico (Pacific Rim, 2013) de Guillermo del Toro. Aquí también hay ciudades/escenarios para que los monstruos destruyan todo a su paso. La gran diferencia es que del Toro comprende que el factor humano es determinante. La incorporación de personajes dentro de sus robots hacia que la batalla de esos gigantes de acero fuera la de la humanidad toda. En este caso lo que sucede en pantalla nos resulta ajeno, Godzilla no deja de ser una fuerza de la naturaleza, nunca logramos antropomorfizar a ese ser lo suficiente para que lo sintamos parte nuestra. Otra cuestión es la bajada de línea sobre el estado del mundo. En Titanes del Pacífico el espíritu juguetón y fantástico de del Toro era menos cínico respecto de nuestra civilización. En el mundo de Edwards, los M.U.T.O. chupan la teta (literalmente) de la radiación, y Godzilla es una especie de deidad que viene a equilibrar nuestro ecosistema, no a salvar al humano. Vamos a presenciar tsunamis, plantas nucleares estallando, y también, muchos edificios derrumbándose. Como si los horrores que sufre la humanidad fueran una señal de alarma. Este tópico es vinculable al origen de Godzilla y el horror nuclear post dos bombas atómicas, y aunque aquí quede demasiado expuesto, no resulta del todo fallida la decisión de continuar en esa dirección. Lo que también hace Edwards es mostrar autoconciencia sobre el género y el monstruo japonés. Ya sea con un guiño simpático a Mothra (uno de los más emblemáticos enemigos con que se enfrento Godzilla), mostrando un poster una película Kaiju (bestia extraña en japonés), o utilizando la televisión y medios como instrumentos de lo infantil e ilusorio de ver a dos monstruos matándose en medio de una ciudad. Pero esto se percibe confuso, porque no convive con el espíritu general de la película, más solemne y dramático. La principal falla de Godzilla es que narrativamente es torpe. El soldado Ford Brody (interpretado planamente por Aaron Taylor-Johnson) va a participar de acontecimientos de la historia con un nivel de arbitrariedad lamentable. La obligación de darle un rostro humano (mala elección de actor para eso) al derrotero de los monstruos hace que deba estar en demasiadas circunstancias injustificadas. Por fortuna, ante las falencias narrativas y empáticas, no queda otra que admirar a Godzilla. Y para los que le tenemos cariño, por momentos, resulta suficiente.
En breve publicada
La renovada versión americana de Godzilla es menos americana y, afortunadamente, un poco más... Godzilla. Eso no es algo necesariamente bueno o malo, simplemente es lo que es: una película de monstruos donde, por más que se intente en un comienzo establecer un punto de vista más humano de la historia, lo que importa y reina es el caos, las explosiones y el duelo de titanes que se da en los últimos cuarenta minutos. La "novedad" es la vuelta a las raíces: al igual que en las películas de la célebre productora cinematográfica japonesa Toho, aquí el monstruo tiene un costado de semi-deidad, y no es la principal preocupación del mundo sino que, increíblemente, puede terminar siendo la salvación del mundo. Cabe aclarar que cuando se dice "mundo", se habla de la percepción occidental del mismo: esa que tiene que ver con electricidad, energía nuclear, transporte y comunicaciones. A Godzilla, claro está, mucho no le interesa el tema pero sí el hecho de "mantener un balance". Mensaje ecologista de por medio, se esboza una teoría del caos por demás explícita: el aleteo de una mariposa gigante, literalmente causa un tsunami. Tiene lógica, al menos dentro de la película que explica que en verdad las pruebas nucleares del pasado de "prueba" no tenían mucho, sino que en verdad fueron intentos fallidos de matar al monstruo. El tamaño descomunal de la bestia es inversamente proporcional al de las caracterizaciones de los humanos, que se quedan en lo básico y francamente sobran. Pero, afortunadamente, la segunda mitad de la película compensa esta notable falencia con lo máximo que se puede esperar de una historia que tiene a un lagarto radiactivo gigante como protagonista: acción al por mayor, peleas colosales que se entienden porque suceden en planos generales que permiten comprender lo que está sucediendo en pantalla, y recursos visuales que resaltan la majestuosidad del monstruo, como niebla y relámpagos que resplandecen sobre su imponente presencia. No hay mucho más, ni mucho menos, pero es lo que hay y, aunque le cueste reconocerlo a cualquier fanático, no existen demasiadas maneras de contar esta historia. Todos queremos a Godzilla, coloso, primitivo y bruto como se lo ve aquí. Habrá que conformarse, entonces, con que esta versión moderna es ciertamente más respetuosa de los originales y sólo por ello se distancia felizmente de su antecedente de 1998.
Goji is the King! Esperada como pocas, Godzilla ha suscitado un grado de ansiedad elevado en el público a través de un aparato promocional de lo más intenso e inquietante de los últimos tiempos. Tras aquella proyección que no terminó de enlazar bajo la manga de Roland Emmerich, la historia adquiere una metodología distinta en cuanto al tono y a la forma de presentarnos los acontecimientos, esta vez desde la dirección de Gareth Edwards. Podrá gustar o ser odiada, debido a ciertas determinaciones de las que muchos disten. Las medias tintas tal vez queden un poco al margen en la balanza que dictamine la puntuación del film. En esta entrega se dejan de lado aquellos tintes de humor que intentaban amenizar la narración en la edición que protagonizaba Matthew Broderick y se invoca más hacia el flanco dramático, al incluir y al mostrarnos sucesos que giran en torno a la familia. En ese lazo, Bryan Cranston saca chapa de su nivel actoral para lucirse como Joe, un ingeniero radicado en Japón, en una planta en la que algo fuera de lo común acontece, cambiando rotundamente su vida. La elección de insertar en el reparto a la figura máxima de Breaking Bad es un elemento que juega fuerte a la hora de sumar adeptos a la convocatoria a las salas; oficia como un plus o condimento extra principalmente para fanáticos de la prestigiosa serie de Vince Gilligan. Acompaña el joven (inflado muscularmente) Aaron Johnson (Kick-Ass). Existe un factor en la película que obra como divisor de aguas en materia de opiniones, separando a detractores de defensores del producto dirigido por Edwards. Ese punto de inflexión tiene que ver con la no abundante aparición en escena del monstruo marino, precisamente el aliciente o atractivo primordial de la cinta. Gojira asoma algunas de sus escamas, deja ver su lomo bajo el agua, pero cuando el observador quiere ver su porte por completo, un movimiento de cámara nos traslada hacia otro lugar. Lo bueno se hace esperar, dicen, y eso es lo que ocurre aquí; la inquietud muta a un estado de admiración cuando Godzilla finalmente se destapa y, con todo su esplendor, acapara y conquista cada una de las miradas expectantes. Diferenciándose de Guillermo del Toro, quien no escatimaba en Pacific Rim al momento de la exhibición de peleas demoledoras que ocupaban bastantes minutos en pantalla, el realizador Edwards evita recaer en la repetición constante de enfrentamientos atronadores y escandalosos entre gigantes y simplemente nos va dando pequeños pero gratificantes sorbos de acción en los que nuestro heróe, fortachón y de aspecto intimidante, se mide con criaturas de dimensiones similares. Quizás con algunas fallas de guión pero con una interesante manera de abordar las situaciones y de explotar, como se citaba anteriormente, más el drama que las pinceladas de comedia y los brotes continuos de ardor y batalla, el film se hace vigoroso cuando Godzilla emerge. Se toma su tiempo, es verdad, algo que puede incomodar a muchos y no molestarle a otros. Allí es cuando la controversia dice presente. LO MEJOR: el modo de introducirnos en los hechos, bien contado. Los momentos de Cranston. Godzilla, de presencia fuerte, intimidante y admirable. LO PEOR: se percibe alargada hacia el final. No termina de saciar las expectativas tan grandes que generó con su promoción. PUNTAJE: 6,8
"Luego de Parque Jurásico, la Godzilla del 98, Transformers, Los vengadores y Titanes del Pacífico, puede que encuentres esta versión como otra "película de destrucción masiva genérica”. Eso no quita que sea un film efectivo que cumple su objetivo de entretener y refundar una franquicia". Escuchá el comentario. (ver link).
La clave de la puesta al día de “Godzilla” (USA, 2014), dirigida por Gareth Edwards, es su capacidad por construir un entramado de redes y vínculos familiares para, en el fondo, volver a contar una historia que va más allá del gigantesco monstruo, y que encuentra, en principios básicos como el trabajo en equipo, el esfuerzo personal, la amistad y la defensa de los ideales, el marco ideal para enmarcar la historia dentro de un escenario de fin del mundo latente. Un gran cast, encabezado por Bryan Cranston, Aaron Taylor Johnson, Leslie Olsen, Juliette Binoche y Sally Hawkins, que no por casualidad contiene nombres de gran prestigio, brinda su oficio a esta clásica historia del monstruo japonés que luchará con otros seres mientras se pone en juego la continuidad de la humanidad en la contienda. Joe Brody, un científico que comienza a percibir cierta actividad extraña en la planta de energía nuclear que trabaja (y en la que está también su mujer-Binoche-), ve como su vida se desmorona frente a sus ojos al producirse una falla mortal en la misma. Con el cierre y aislamiento del lugar, y luego de la muerte de su mujer, la acción se adelanta quince años para mostrarnos a Brody hijo (Taylor Johnson), un soldado que regresa luego de estar prestando servicio fuera de su país y que verá cómo su vuelta a la vida familiar se verá afectada por una inminente amenaza, la que reiterará sus peores fantasmas, aquellos que su padre antes de la explosión de la planta supo gritar a los cuatro vientos y por los que hasta la actualidad los ha separado. En la búsqueda de una respuesta y en la develación de secretos militares y científicos, la historia irá avanzando y se potenciará con los descubrimientos de los monstruos que comenzarán a desplegar e infundir miedo en cada paso que den por las ciudades más importantes del mundo. La suma de todos los miedos, el ocultamiento de la información (presente desde el inicio con una secuencia de títulos de antología que mixtura imágenes de archivo con trazos gráficos más que elocuentes) y el reciente caso de la planta nuclear de Fukushima (2011) son algunos de los antecedentes que dotan de verosímil a esta historia fantástica. Y mientras Edwards nos introduce en una red de paranoia y conspiración y creemos asistir a un espectáculo más dramático que de ciencia ficción, cerca de aquella planta de energía original en la que Brody padre ve como todos sus sueños se terminan, despierta Godzilla, que intentará luchar con los seres monstruosos que acechan a los humanos. Obviamente que en el medio Brody hijo y un grupo de aguerridos soldados intentarán detener las amenazas, a los que se sumarán los investigadores Achiro (Ken Watanabe) y su asistente (Hawkins) con la información necesaria para poder encontrar los puntos débiles de los monstruos. La música del compositor Alezandre Desplat es otros de los aditamentos que suman a la tensión generada con imágenes de ritmo vertiginoso, sucio, símil documental (algo que bien sabe generar Edwards desde los tiempos de “End of Days”) y que en los momentos de pelea entre Godzilla y sus adversarios logran el clímax perfecto. Justamente en esos momentos es en los que toda la industria vuelve a mostrarnos su grandeza, porque en cada golpe que Godzilla atesta a sus enemigos asistimos a la puesta en día de un clásico que ha atrapado a grandes y chicos por décadas y décadas, y que en esta oportunidad, sumado a las grandes actuaciones, hacen del filme una ocasión para disfrutar en la pantalla grande sin ningún tipo de prejuicios. Entretenida.
Con 60 años y 30 películas en su haber es mucho el recorrido que ha hecho Godzilla desde su primera aparición en el film de Ishirô Honda, convirtiéndose en un ícono de la cultura popular japonesa que llevó su popularidad a todo el mundo. Ya sabemos que EE.UU. echó siempre un ojo a esta popularidad de la cual quiso sacar tajada; no solamente le cambió su nombre (el original es Gojira), cambió los cortes para la distribución occidental de varias de las películas japonesas del personajes con el fin de no verse afectados, se permitió varias coproducciones como el enfrentamiento con King Kong, y finalmente luego de la risueña serie animada de Hannah-Barbera Godsuki (con lejanas reminiscencias) logró en 1998 realizar su propia adaptación cinematográfica (y subproductos como comics y series) por supuesto cambiando todo dato posible respecto del original. Luego de esa criticada experiencia, Hollywood vuelve este año a insistir con tomar las riendas del asunto, con mucha promoción previa anunciando sí, esta vez ser más fiel con los orígenes. Finalmente, esta nueva versión vio la luz, y hay que hacer varias salvaciones ¿intenta ser más fiel a Gojira? sí ¿Es por eso una mejor experiencia? no, queda claro que hay cosas que pertenecen a una cultura predeterminada. Dirigida por Garreth Edwards (embanderado por su film previo Monsters), esta nueva versión pone en escena un puñado de figuras conocidas como Brian Cranston, Sally Hawkins, Aaron Taylor – Johnson, David Strathairm, Elizabeth Olsen, Ken Watanabe y hasta Juliette Binoche. Luego de unos títulos en el que se cuenta algo de historia previa mediante fotomontaje y filmaciones de ocho milímetros, la historia comienza con el descubrimiento de unos fósiles en Filipinas; de ahí nos trasladamos a Japón en 1999 lugar en el que se realizan pruebas con unos huevos y embriones fosilizados, pruebas con radiación, que saldrán mal, muy mal, causando una catástrofe que se ocultará y quedando la zona como de acceso prohibido. El tercer tiempo será 15 años después, en la actualidad, cuando el científico Joe Brody (Cranston) sigue obsesionado con los hechos fatídicos del ’99 que causaron la muerte de su esposa. Su hijo Ford (Johnson) ahora es un soldado en EE.UU. pero ante las noticias sobre su padre regresa a Japón en donde será testigo del no escuchar las advertencias que su padre hacía. Los fósiles tienen actividad radioactiva y las consecuencias serán terribles, dos monstruos, macho y hembra se despiertan y causan terror en la ciudad. Pero también, del océano emerge el personaje del título también producto de radiación y pruebas atómicas. El combate tripartito, con los humanos como víctimas y espectadores, no tardará en llegar; y sí, se desplazará hacia las costas estadounidenses. El principal inconveniente de esta versión es que, si bien los humanos son espectadores, ocupan fácilmente el 90% del metraje, dejando a los que deberían ser los verdaderos protagonistas (Godzilla y dos monstruos con reminiscencias a Rodan pero más similares a los ideados por Paul Verhoeven en Invasión) en un claro segundo plano. Los engendros tardan en llegar mientras la historia avanza no muy claramente; y una vez que llegan tendremos que sufrir constantes amagues que pasan del humor a la exasperación; cada vez que están a punto de mostrárnoslos la escena se corta o hasta es mostrada mediante monitores televisivos a la lejanía. Claro, los últimos 15 minutos terminará el manierismo, se desata el combate en pantalla y ahí sí, aunque en escenas oscuras, el asunto convence hasta un final acertado; el asunto es todo lo que pasamos hasta llegar ahí. Mientras que Japón se decidía siempre a simplificar e ir directo al grano, Hollywood sigue empeñándose en crear más y más argumento restándole ritmo. Se podría decir que es un Godzilla post The Host, con la familia en primer plano y el monstruo de fondo; pero allí los conflictos saltaban a la luz, mientras que acá se acumula argumento sin peso. Varios personajes, como los de Hawkins, Watanabe (con un eterno rictus de enojado/preocupado), y Strathairm cumplen la función de remarcar obviedades en un guión más hablado de lo que debería. La acción se diluye, y los problemas de coherencia en el guión no dejan que todo fluya correctamente. Si bien el 3D no es vistoso, Godzilla cumple respecto a lo técnico con buen manejo de cámara y fotografía virtuosa. Es este su punto destacable, donde más cuidado es el homenaje al original, Godzilla es tal cual lo imaginábamos, y hay guiños por aquí y por allá para los seguidores; lo cual nos hace pensar que un argumento más directo y más sólido hubiese cambiado radicalmente los resultados. Así, como está, Gojira sigue siendo de exclusiva raza japonesa.
Un monstruo amigo de los marines Hubo un tiempo donde Hollywood se poblaba de guionistas devenidos cineastas; el paso lógico, gran cine. Ahora se trata de especialistas en efectos visuales/digitales vueltos realizadores. Entonces? Entonces, Juliette Binoche y Bryan Cranston como una (gran) dupla mentirosamente protagónica. Un mero ardid, Japón mediante, para llegar a lo que de veras importa: al retoño ahora marine (Aaron Taylor-Johnson) que no puede estar con su familia porque, así las cosas, hay que salvar al mundo. Es la imbecilidad de siempre, está claro. Pero pareciera que, dado el acento en los benditos efectos especiales, esto sería lo subsidiario, lo meramente anecdótico, cuando, antes bien, es el alma del film. Uno: el científico japonés (Ken Watanabe) muestra al militar estadounidense su reloj de bolsillo con la hora detenida en la explosión de... "Hiroshima", le dice. El yanqui mira mudo. Dos: el marine recupera su muñequito de juego infantil al visitar las ruinas de su casa japonesa, para luego regalarlo al niño haitiano perdido, al que devolverá presto -sin necesidad de revelarse como responsable a sus padres. El muñequito, desde ya, es un soldadito. Tres: el marine está desconcertado; mira a otro marine para saber qué es lo que sucede, éste le responde: "Ahora cazamos monstruos". Cuatro: su esposa es enfermera o doctora o algo así, esto es, otra elección de vida abnegada. Cinco: Papá, mañana vas a estar en casa?; papá marine, qué ejemplo. Seis, siete, ocho, y así. ¿Y Godzilla? Extraordinario, nunca tan verazmente destructor para el verosímil de determinado cine; es decir, un cine que nada tiene que ver con el Godzilla de origen: goma espuma, Tokio de maquetas, serie B, complemento de matiné. Ni qué decir sobre lo que le moviliza en tanto monstruo, consecuencia de tests atómicos y bomba nuclear. Con qué tiene que ver este Godzilla? Con el otro bodrio estadounidense que se estrenó en 1998. Sólo con ese film se puede entender un diálogo afín; en tal sentido, la nueva Godzilla no hace más que remozar una misma mirada bélica, jactanciosa de sí misma, en franco diálogo con Transformers y similares. La película que no se llama Godzilla pero que tiene todo su espíritu es Titanes del Pacífico (2013), de Guillermo del Toro. La diferencia está en que se trata de un cineasta. Allí hay un placer lúdico que no necesita de correcciones políticas ni, mucho menos, de bajadas de línea. En Godzilla hay toneladas de edificios, tsunamis imparables, vómitos flamígeros, pero ningún cadáver a la vista. La muerte, ese gran personaje, acá bien escondidito, que no se note. Godzilla, un héroe para toda la familia.
Godzilla es la segunda adaptación estadounidense del monstruo japonés nacido en la década del 40 poco después del bombardeo atómico sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. En esta versión Godzilla, a pesar de la destrucción que despliega a través de sus espasmódicos movimientos, se viste de héroe porque despierta para cazar a otros dos monstruos conocidos en la película como OTENI (Organismo Terrestre No Identificado) de los que el afamado dinosaurio gigante resulta ser su predador natural. Esta versión de Gareth Edwards intenta sostener su narrativa a través de una previsible subtrama melodramática vinculada a la familia, la pérdida y la “locura” científica en la que el héroe es un militar estadounidense. Quien quiera acercarse al cine para ver a Juliette Binoche debe saber que su participación termina durante el preludio del filme, en los primeros diez minutos de película. Aunque el 3D no esté aprovechado las pocas virtudes de Godzilla descansan en los efectos visuales, la lucha de los monstruos y la destrucción de las ciudades que ellos visitan. Muy poco para un filme que dura poco más de dos horas que busca llegar al público a través de la emoción y generar conciencia ecológica. Por Fausto Nicolás Balbi fausto@cineramaplus.com.ar
"...Hemos sobrevivido al ataque de Godzilla [risas] Ha venido Godzilla a las salas de cine y ha pisado fuerte. [...] Dentro de lo que se espera cumple [...] El que vaya a ver una explosión atrás de otra, cosas por el estilo, va a salir decepcionado. [...] Es un poquito digamos como, más pensada, más seria; quizás hasta más inteligente que otras..." Escuchá la crítica radial en el reproductor (click en el link)
Titán del Pacífico El desastre de Fukushima debió haber encendido algunas luces en Hollywood. Según el nuevo folklore daikaiju (monstruo gigante, en japonés), los reptiles que poblaron el orbe millones de años atrás se nutrían de una radiactividad cuya disminución permitió la aparición del hombre. En 1999, la falla de un reactor en Filipinas le demuestra a un grupo científico cómo la energía nuclear atrae a los sobrevivientes de aquella fauna: encuentran el fósil de un primigenio Godzilla junto a los huevos de dos similares criaturas. Y los dejan crecer. Quince años después, una de esas criaturas, Mothra (suerte de coleóptero humanoide), se aburre de los experimentos y sale a destrozar Tokio, mientras su pareja hembra despierta unos kilómetros al oeste, en Nevada. En el medio, en Hawai, las dos irán a aparearse, pero también encontrarán a Godzilla. La nueva versión del inglés Gareth Edwards resulta un avance respecto de la primera versión digitalizada del daikaiju, dirigida por Roland Emmerich (Día de la Independencia) en 1998. Edwards no sólo muestra el atractivo de los archipiélagos, paraísos decadentes y bíblicos, sino que los enlaza con el horror de la guerra en Medio Oriente, al mostrar un micro escolar que pretende circular por el Golden Gate cuando lo cruza una avanzada de tanques. El infierno ya llegó, dice Edwards, y lo dice de entrada con alma de artista, cuando el bosque petrificado del difunto Godzilla remite a la estación depredada de Alien. Allí donde Emmerich proponía un blockbuster, el inglés envía un ballet de paracaidistas que desciende en las ruinas de San Francisco, con música coral de Ligeti. Ese facsímil de Apocalipsis Now y sus helicópteros envalentonados de Wagner es una licencia poética, sí, pero estéril y desproporcionada. Pese a sus buenas intenciones, el trabajo de Edwards es similar al de aquel que compra un arsenal de cohetes para Navidad justo cuando los vecinos deciden ir de vacaciones. No será la fiesta inolvidable, pero logra hacer pasar un buen rato.
Esta nueva versión de la criatura (mezcla de gorila con dinosaurio y ballena), que se transformó en ícono del cine japonés desde su primera aparición en 1954 en manos de Ishiro Honda, respeta bastante el aspecto del monstruo de aquellos años y arranca como la versión de Roland Emmerich de 1998 (con imágenes de archivo de lo que sucedió con las pruebas nucleares del Pacifico Sur), pero lejos de aludir a la metáfora del terror nuclear y sus consecuencias que caracterizó a la original, opta por priorizar una historia familiar que a su vez pierde interés cuando introduce dos nuevas criaturas que se transforman en la principal atracción del film. Una criatura milenaria descubierta por unos científicos, resucita y conlleva una catástrofe en una central nuclear en Japón que marca el destino de una familia para siempre. Quince años después del suceso, uno de los sobrevivientes (padre de un niño en dicha familia) sigue intentado averiguar la verdad sobre la catástrofe mientras que su hijo se ha convertido en militar y padre de familia. Ambos descubrirán no sólo el secreto de Godzilla. Con un poco de misterio previo, cierto aire a las películas catástrofe de los años setenta y la clara consigna de ir revelando al monstruo lentamente, el relato hace foco en una historia cuyos elementos y tramas recuerdan a películas como Lo imposible (familia desmembrada por una catástrofe) o Jurassic Park (por la puesta en escena y los escenarios, como los soldados en la jungla o los planos del helicóptero). Pero la historia de la familia va perdiendo interés frente a la avalancha de destrucción que produce el movimiento mismo de esos monstruos prehistóricos (mezcla de Alien con Transformens y Titanes del pacífico) y el posterior protagonismo de Godzilla que los enfrentará para salvar a la humanidad. A pesar de contar con un buen reparto, sus personajes no consiguen empatizar con el espectador y quedan rápidamente eclipsados por las criaturas. La impactante fotografía de Seamus McGarvey y la buena banda sonora de Alexandre Desplat contribuyen a crear la atmósfera propicia para que estas criaturas (que por esas cosas del azar elijen una vez más Estados Unidos para reproducirse y atacar a la humanidad) se adueñen de la historia y se debatan finalmente en combate con Godzilla, siendo éste el punto de mayor interés de una película que por momentos aburre y, sobre el final, nos despide con un ecológico mensaje recordárnos que en realidad “es la naturaleza la que se equilibra a sí misma”.
Misterios de un monstruo bueno Naturalizar al monstruo, algo así es el efecto que causa Godzilla al ver como su colosal figura se mueve entre torres de distintas ciudades. Y por más que el monstruo parezca tener algunas movimientos torpes, es casi nulo lo que destruye a su paso. A excepción que esté siendo confrontado. Se defiende. Es natural. Este tanque hollywoodense dirigido por Gareth Edwards nació allá por 1954, de la mano de Ishiro Honda, asistente del emblemático Akira Kurosawa. Gojira, se llamaba por aquel entonces, y fue fruto de las más disparatadas transformaciones (el nombre, por empezar, hoy Godzilla), caso la adaptación de Roland Emmerich quien no pudo sostener el peso de la historia, en la acuosa versión de 1998. Para esta, excesivamente promocionada, edición 2014, el guión mantiene desde el principio un logrado suspenso. Después sigue un curso, natural, como el de Godzilla donde los efectos especiales y el entorno dominan a la historia en si misma. La trama comienza en Japón, donde un científico, Ford Brody (Aaron Taylor-Johnson (Aaron Taylor-Johnson), su esposa Sandra (Juliette Binoche) y el pequeño Joe (C.J.Adams) se dedican a poner en regla a una planta nuclear. Pero Brody se da cuenta que las cosas no van por buen puerto. El caos radioactivo es inminente. El origen, un misterio. La escala del saurio oriental intimida desde el minuto cero. Por eso el director muestra partes del monstruo, a fuego lento, primero una pata, luego la cola, las huellas que deja en la jungla y así imaginar el tamaño de la bestia prehistórica. Enseguida surge la comparación con Jurassic Park, sobre todo hasta develar la causa de tanto temblor submarino. Esta nueva Godzilla, con un claro mensaje ecologista donde hay una evidente lucha contra los residuos nucleares, tiene no solo que enfrentar una pareja de bichos (feos y malos), los M.U.T.O.s. (siglas en inglés de Organismo Terrestre Masivo no Identificado) sino vérselas con tsunamis de distinto tipo o el ejército norteamericano porque, obvio, el ring de combate de los gigantes prehistórico es la ciudad de San Francisco. La ferretería industrial de efectos especiales es más sutil en los momentos de acción que Titanes del Pacífico (Guillermo del Toro, 2013), una de las obras cumbres en cuanto a peleas entre moles de acerco de los últimos tiempos. Que los M.U.T.O. se alimenten de radioactividad, como motor para engendrar una raza superior que domine el mundo, no es un mensaje inocente. Los bicharracos se comen depósitos como si fuesen pastillas: es brutal la escala de poder de los enemigos a lado del “tierno” Godzilla, el monstruo, con cara de malo, más bueno de la historia del cine. Calificación: Muy buena Godzilla Acción Estados Unidos-Japón, 2014. 123´, SAM 13 R De Gareth Edwards Con Aaron Taylor Johnson, Ken Watanabe, Elizabeth Olsen, Juliette Binoche, Sally Hawkins, David Strathairn, Bryan Cranston Salas Cinemark Alto Palermo, Hoyts Abasto, Village Recoleta, Showcase Belgrano.
Como decía un maestro de análisis de films que tuve, las películas empiezan en los títulos, a veces nos ponen alguna escena anterior a la apertura formal, pero lo que recalcaba es que los títulos en si mismo hablan de manera inherente del propio texto al que pertenecen. Todas, las muy buenas, las muy malas, y el resto. Esta versión, todo un homenaje al clásico de origen japonés, no es la excepción. En realidad no podría haber nunca una con la taxatividad de la expresión anterior, pero en éste caso hay un plus interesante en los mismos, no sólo lo que tiene que decir en relación a los humanos que circulan por la historia, no olvidarse que el importante es Godzilla, ya esta anticipado ahí sino la manera en que esto esta realizado. Utilizando mucho de lo que se conoce como cine experimental, con aceleración en la imagen, con cada texto que se imprime y simultáneamente se va tachando la mayor parte del contenido, dejando leer sólo el rubro y el responsable del mismo, dando clara cuenta que la censura jugara un papel importante. Pero todo lo extraordinario generado en esos minutos no es sostenido en el transcurso de todo el metraje, tanto por los fallos desde el guión, como desde la participación de la parte humana del relato, como del accionar y el desarrollo de quienes ocupan esos roles. Si, nobleza obliga, esta versión del director británico Gareth Edwards, en su segundo largometraje cinematográfico (el anterior del 2010 fue “Monsters”), es bastante más fiel al original japonés “Gojira” de 1954 (rebautizada como la actual, vaya a saber Dios la razón), que el espectáculo pochoclero del mismo nombre dirigido por Roland Emmerich en 1998. El punto es que esa primera aparición del monstruo en las pantallas del mundo en 1954 distaba tan sólo nueve años de los holocaustos producidos por las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki, en esos años ya era bastante común la utilización estética y de producción del cine llamado clase B, por parte de los creativos para instalar ideas y discursos. Eso mismo se generaba en el cine de baja producción en los EEUU. La casi contemporaneidad de los sucesos ocurridos en Japón en 2011, a partir del Tsunami y la involucracion de las centrales nucleares de Fukushima I y II, hasta podrían dar cuenta de una intención similar, pero la misma se diluye con el transcurrir de los minutos y la chatura con que es tratado el tema desde lo inherentemente humano, más focalizado en las cuestiones afectivas entrecruzadas por los personajes que atravesado por lo social de los hechos. Para establecer el accionar humano la producción puso al frente a un grupo de actores con renombre, al mismo tiempo taquilleros como Aaron Taylor- Johnson, en lo que podría llamarse el papel protagónico humano, la genial Juliette Binoche como su madre, talento desperdiciado y con poco tiempo en pantalla, Bryan Cranston, , entre otros. El filme es un alarde de efectos especiales, de tecnicismos de última generación muy bien utilizados, acompañando las imágenes la banda sonora compuesta por Alexander Desplat que tiene muchos puntos de contacto con el cine hollywoodense del género de aventura y ciencia ficción, casi ninguno con el nipón. De estructura narrativa clásica, desarrollo del mismo orden, salvo que el filme empieza a finales del siglo XX y luego realiza una elipsis temporal de 15 años, para instalarnos en la actualidad y ver que el niño del principio es un soldado yankee, que debe volar de urgencia a la tierra del sol naciente a tramitar la libertad del padre, otrora ingeniero nuclear de una central atómica convertido en activista político antibélico, dedicado a denuncia el accionar de los gobiernos que ocultan verdades al pueblo, simultáneamente guarda en secretos intereses personales. Ni siquiera esta excusa podría llamarse a ser el motivo de la degradación del filme, hay otras cuestiones que tienen que ver con el desorden impuesto en la presentación del verdadero héroe de la historia, Godzilla, y sus antagonistas, dos bicharracos creaciones humanas por deformación genético nuclear, que estéticamente y desde el diseño grafico son una mezcla de Jurasic Park, Alien, Depredador , y si me apura un poco, tienen bastante de la cucaracha de “Men in black”, ya que aquellos que no saben de la historia original por torpeza desde lo narrativo se verán perdidos entre tanto bicharraco. A punto tal que sobre el final, de manera explicita, aclaran la función final y el motivo de la existencia del “monstruo”, claro que antes en dos oportunidades el personaje del Dr. Ichiro Serizawa (Watanabe) aclara: “La naturaleza tiene un orden, un poder para restaurar el equilibrio”. Los amantes del género, los seguidores del buenazo del monstruo, estarán agradecidos, se deja ver, más allá de la extensión temporal, ya que en el momento en que podrían florecer los bostezos, aparece la batalla final de muy buena factura técnica, funcionando como despertador.
Una fábula demasiado humana Ese monstruo mitológico de la cultura pop japonesa de siglo 20 que es Godzilla sigue esperando la película que le haga justicia. Todo parecía indicar que con la superproducción de Gareth Edwards había llegado su hora, pero el resultado no está a la altura de las expectativas. Es que más allá del dinero invertido y de la perspectiva humana con la que se cuenta la fábula ecologista de la enorme criatura submarina, esta nueva versión falla en términos narrativos. El principal problema es que no consigue desarrollar el conflicto más importante que contiene el relato: la ambigua relación entre los hombres y Godzilla. En vez de apuntar a la tensión entre quienes quieren eliminarlo y quienes comprenden que el monstruo es un aliado de la humanidad contra los otros fenómenos de la naturaleza, el director y sus guionistas prefirieron enfocarse en el drama de la familia Brody. Primero, el padre, Joe Brody (interpretado por el genial Bryan Cranston, ex-Breaking Bad) y después, el hijo, Ford Brody. La primera parte transcurre en 1999: Joe Brody, un científico a cargo de una planta de energía nuclear, pierde a su esposa (Juliette Binoche) durante una tragedia que se atribuye a un terremoto pero cuya causa real es un secreto de Estado. La segunda parte transcurre en la actualidad: Ford Brody asume como propia la larga lucha de su padre por saber la verdad de lo que sucedió una década y media atrás. Todo ese planteo dura tal vez más minutos de los necesarios, aunque el tiempo sólo sirve para profundizar en los personajes del padre y del hijo, mientras que el resto de elenco carece de relieve dramático y lo único que aporta son informaciones útiles para comprender el contexto técnico-científico de la trama. Por supuesto, esa inclinación hacia el lado humano resiente la acción, que llega demasiado tarde (el primer plano entero del monstruo recién se ve a la hora cuarto) y nunca alcanza el nivel de máxima intensidad. Además, cuando empieza la catástrofe, se vuelve evidente que el director es un virtuoso de la acción realista (los movimientos de tropa, los lanzamientos en paracaídas, las corridas) y un aprendiz en el terreno de las peleas de monstruos. Defecto imperdonable en este género de películas, que para colmo queda más expuesto a causa del diseño deficiente de los dos insectos gigantes que se enfrentan con Godzilla.
Una muestra de lo peor del mainstream, en un año no particularmente notable por la calidad de las películas más grandotas. Es responsabilidad de Gareth Edwards, que había creado un film llamado “Monsters” que narraba más o menos lo mismo que “Godzilla”, pero desde el punto de vista de un par de personas “comunes”. No era brillante, pero como los bichos no se veían mucho, el único drama a seguir era el de los protagonistas. El problema es que aquí, con muchísimo más dinero, los monstruos se ven. Y Edwards no comprende que esta clase de películas trata de la catarsis por lo gigante, del rompan todo, de la alegría terrorífica de ver a un monstruo pelearse a trompada limpia con otro monstruo. Pero no. Nada. Edwards decidió que quería contar un drama familiar (con el casi siempre excelente Bryan Cranston, aquí fracasando como papá enloquecido), una parábola ecológica (con el casi siempre excelente Ken Watanabe fracasando como un lanzador de las peores frases de póster “new age”), una crítica al Estado (con el casi siempre excelente David Strathairn aquí fracasando como general bobo) y, bueh, una película de monstruos (con el casi siempre excelente Godzilla, aquí fracasando como héroe respetable). El resultado: cuatro o cinco buenos fotogramas repartidos por allí, errores groserísimos de guión (mujer espera desesperada llamado de su esposo; esposo llama; ella deja celular en silencio para generar “angustia”; diez minutos más tarde se comunican) y amplificadores al mango. La nada con escamas.
Respeto al monstruo entrañable Cuando se anunció la realización de un nuevo filme sobre Godzilla, las expectativas no eran demasiado positivas. ¿Tenía sentido hacerla después de la castigada versión que Roland Emmerich dirigió en 1998? ¿Tenía sentido hacer una película con un monstruo gigante después de la genial “Cloverfield”, del equipo integrado por Matt Reeves (director), Drew Goddard (guionista) y J.J. Abrams (productor)? Pero la realización de Gareth Edwards sobre historia de Dave Callaham y guión de Max Borenstein le escapa a los lugares comunes o esperables sin dejar de visitar varios tópicos del cine catástrofe, de las viejas películas japonesas de “Gojira” y de otros productos culturales nipones. Balance natural En principio, un elemento central: Godzilla no es el invasor maléfico a derrotar, sino todo lo contrario. Los villanos del filme son dos criaturas gigantes (macho y hembra), mezcla de insecto, gurbo de “El Eternauta” y Alien de H.R. Giger. Encontrados en 1999 en Filipinas, uno estuvo guardado en Estados Unidos y el otro provocó una catástrofe en una central atómica en Japón, tragedia a partir de la que se desatará la historia de los protagonistas humanos. Pero volviendo un rato a la criatura del título, es (como en los filmes de la empresa Toho) el que viene a detener a los otros monstruos, lo que en definitiva lo termina convirtiendo en el héroe. Y, en otro acierto (que los fanáticos agradecerán), el diseño de producción apostó por una imagen que se asemeja más a la robusta figura que el “rey de los monstruos” lucía en los ‘50 (pero menos “acartonada”, literalmente) que al look “Jurassic Park” de la bestia de Emmerich. Es, como dice el doctor Ishiro Serizawa, el instrumento de la naturaleza para recomponer el balance. Y así funciona, como una fuerza de la naturaleza, imparable, especie de predador natural que no se come a nadie, pero con una misión clara. La historia del reloj de Serizawa es otro elemento clave a la hora de darle cierta incorrección política al filme (con cierta crítica al accionar militar estadounidense en el pasado al menos). Enormes problemas Recapitulemos un poco, para no perdernos. El ser que escapó de Filipinas atacó la central de Janjira, en la que trabajan los estadounidenses Joe y Sandra Brody, los padres del pequeño Ford. Atendiendo la crisis sismica (cuyo origen todavía desconocen) van a apagar los reactores, y Joe manda a Sandra para ver qué pasa allá abajo. Se produce una filtración, Sandra muere junto a otros colegas y hay que evacuar. Quince años después, Ford es un especialista de la US Navy en desarmar bombas, que ha dejado aquel pasado atrás y formado su propia familia. Cuando vuelve de Medio Oriente debe ir a Japón a sacar a su padre de la cárcel, que sigue insistiendo en investigar: se ha obsesionado con el caso y quiere demostrar que allí se oculta algo. Reencontrados, convence a su hijo de ir a ver qué onda por la vieja casa, los agarran de nuevo, y ahí los captura la Operación Monarch (iniciativa internacional y secreta), que tiene montada toda una instalación en la vieja central rodeada de una zona abandonada, donde la criatura está en gestación. Todo lo cual recuerda un poco a la Nerv de “Evangelion” y su cuartel general con la Lilith crucificada, aunque Serizawa sea un pan de Dios al lado de Gendo Ikari (los fans sabrán comprender esta afirmación). Justo cuando Joe confirma sus teorías, el bichito que está guardado se despierta y empieza una cacería en la que la Marina está más perdida que turco en la neblina (otra incorrección política), que alcanzará su clímax en suelo estadounidense, cuando finalmente Godzilla y sus picudos rivales se puedan “dar masa” a gusto en las calles de San Francisco. Pequeños héroes Paralelamente, Ford Brody hará lo suyo para combatir a las criaturas y salvar a la ciudad de un problema colateral. Lo de “paralelamente” es literal: hay un juego entre la bestia gigante y el héroe humano (que no es “el típico soldadito que salva las papas”, aunque no deja de ser un soldado), en los momentos en que parecen desfallecer para luego recuperar fuerzas y seguir. También habrá alguna mirada a los ojos entre ellos, como dando a entender que juegan del mismo lado. Mientras la televisión parece entender realmente lo que está pasando (una reivindicación ante tanta Fox News), Elle, la esposa de Ford, atiende pacientes en la emergencia, en un paralelismo con la esposa de Jack Ryan en “La suma de todos los miedos” (y cada uno en lo suyo, y a ver cuándo se encuentran, y todo eso). Después están los detalles que suman: monstruos a los que se aprecia por lo que muestra algún televisor (en “Cloverfield” eran las únicas imágenes completas de la criatura); niños que tienen que ser rescatados o que ven algo antes que los adultos; la gente que tiene que caerse al abismo o ser arrastrada en la catástrofe (dos cosas muy Emmerich); el perro que se suelta y huye del tsunami (pincelada de color). Escala humana Del nutrido elenco, uno de los más vistosos es el gran Ken Watanabe, como Ishiro Serizawa, ya que le toca ser “la voz de la naturaleza” y el único que entiende todo lo que va pasando. A Aaron Taylor-Johnson le sale bien el soldado bueno, y Elizabeth Olsen aporta su belleza ojuda como Elle, su esposa. Bryan Cranston tiene algunos momentos como el veterano Joe Brody, y Juliette Binoche algunos menos como su esposa Sandra, por razones obvias. En el elenco reportan Sally Hawkins (Vivienne Graham), aquella que se lució en “Blue Jasmine”, y el celebrado David Strathairn (almirante William Stenz), pero no tienen demasiado para desplegar. En definitiva, el producto final pasa el examen, con buenas ideas pero sin demasiadas invenciones. Respondiendo a la consigna del principio, quizás es lo mejor que se puede hacer hoy a la hora de resucitar al entrañable monstruo del Asia.
La magnética danza de los monstruos Un accidente ocurrido en una planta nuclear cercana a Tokio es la punta del iceberg. Detrás del desastre hay un secreto que puede cambiar la historia del mundo. Poderosas fuerzas se agitan en las profundidades del Pacífico, y hay una familia cuyo destino está atado a los devastadores efectos que producen. Es curiosa la reacción provocada por “Godzilla” entre los críticos. Se la ama o se la odia. No hay medias tintas en las opiniones, mucho menos indiferencia ante una película tan gigantesca en su despliegue visual como el protagonista. Eso sí: Godzilla -o Gojira. como lo llama el científico interpretado por Ken Watanabe- se hace esperar. Va exhibiéndose de a poco, como esas estrellas que generan expectativa a fuerza de amagues y, por supuesto, se reservan los primeros planos. Esta “Godzilla” no será un clásico, pero tampoco es pésima como la versión que filmó Roland Emmerich en 1998. Al contrario. Hay mucho de tributo a las ¡28! películas que el monstruo mutante rodó en Japón. Que se alimente de radiación y posea superpoderes, por ejemplo, remite a esas entrañables producciones de los estudios Toho. O que libre épicas batallas con otros gigantes. Claro que esta es una superproducción de Warner y Legendary, con 160 millones de dólares de presupuesto. ¿Quién imagina una película de Godzilla sin ciudades arrasadas? Aquí les toca a Las Vegas y a San Francisco, mientras los cañonazos del ejército son como mosquitos de los que el monstruo apenas toma nota. Lo impactante de la puesta se ajusta a una historia sin demasiadas luces. No faltan el secreto ni la teoría conspirativa, mientras como fondo el director británico Gareth Edwards va subrayando ramplonamente algunos consejos sobre el cuidado del medio ambiente. Lo más flojo son las actuaciones: David Strathairn se mueve en piloto automático y Bryan Cranston (con pelo) pide a gritos que vuelva “Breaking bad”. Esta es una de monstruos, sí, pero ¿hace falta escribir diálogos tan sosos?
Godzilla es una película impactante desde lo visual, pochoclera, pero fácilmente olvidable. Las secuencias de destrucción y de ataque están bien realizadas, pero tampoco son nada del otro mundo. Los personajes no están desarrollados en una forma que creen algún tipo de empatía en el espectador ya que son demasiado fríos e insípidos. Aquí en realidad todo pasa más por...
VideoComentario (ver link).
Godzilla 2014 es la nueva encarnación del gigante creado por la Toho en 1954. Después de décadas de destrucción masiva y decenas de filmes la gran G parece haber desembarcado con toda la gloria en el cine mainstream, gracias a las artes de un cineasta inteligente y entendido en el tema como es Gareth Edwards (Monstruos). Olvídense de la paparruchada creada por Roland Emmerich en 1998; este Godzilla es descomunal, brutal y glorioso, y recupera todo el sabor de la vieja serie japonesa que le viera nacer. La cantidad de plata que va a hacer este filme, simplemente va a ser obscena. Haciendo un poco de historia, uno podría afirmar que la suerte de la saga Godzilla quedó complicada a partir de los años 90. Por ejemplo, la Daiei resucitó a Gamera - eterno rival de la Toho en la taquilla - en una serie de filmes descomunales que terminaron por erigirse en la flor y nata del kaiju eiga - el género de los monstruos gigantes japoneses - de las últimas décadas. La Toho salió a hacerle frente - filmando nuevas películas de Godzilla - , las cuales reciclaban ideas de la Daiei y las que terminaron por obtener algunos resultados aceptables en la taquilla. Pero semejante movida terminó por darles señales alarmantes a la Toho - de que las nuevas generaciones de japoneses habían perdido la sintonía con el género (o quizás estaban desencantados con el enfoque propuesto por el estudio) -, con lo cual optaron por licenciar los derechos del gigante a los norteamericanos. Esto desembocó en el Godzilla norteamericano de 1998 - el cual recaudó mucho pero fue repudiado por medio mundo, incluyendo la crítica y los fans históricos de la saga -. Ya sea por falta de renovación de contrato o por orgullo nacional, lo cierto es que la Toho se rehizo con los derechos y relanzó al personaje en una nueva saga de filmes conocidos como la etapa Millenium - y dándose el lujo de aporrear a su pésimo imitador yanqui en una de sus entregas -, pero los números siguieron estando flojos hasta el capítulo final - Godzilla: Final Wars - en el 2004. Así es como terminaron por pasar a la gran G a cuarteles de invierno, anunciando un impasse de al menos 10 años hasta una nueva entrega de Godzilla, e incluso demoliendo el histórico set en donde se encontraba el enorme tanque marino que se utilizara durante décadas para los filmes del ídolo del género kaiju. Y mientras que la suerte del monstruo parecía estar echada, lo cierto es que un grupo de productores norteamericanos tuvo el tupé de volver a acercarse a la Toho para negociar una nueva licencia de derechos, en principio para producir una versión para IMAX de Godzilla y, después, encarando un proyecto mucho mas mainstream con la participación de Legendary Pictures y la Warner Brothers. Por el proyecto pasaron tipos como Guillermo del Toro y, en especial, Frank Darabont (cuyo grueso del trabajo - el trasfondo dramático - permaneció en la versión final del libreto, si bien el guionista no recibió su crédito correspondiente), y terminarón por llamar a Gareth Edwards, el cual había obtenido una gran repercusión con su indie Monstruos, filmada con dos mangos y con excepcionales efectos especiales hechos en la compu de su casa. Qué mejor que un fanático del género para tratar con seriedad una licencia cinematográfica venerada por millones. Ciertamente Godzilla 2014 no es lo que se dice una película equilibrada. Primero, porque le enchufa una hora de psicodrama muy en la onda de La Guerra de los Mundos, describiendo cómo quedó la familia después que la madre hiciera kaput en el accidente nuclear del inicio - quedando un padre distante y paranoico, y un hijo inflexible que intenta a toda costa bajarlo nuevamente a tierra -, lo cual sirve de excusa para que el grueso del excelente cast flexione sus músculos interpretativos. Lo que debería ser melodrama mediocre termina sobresaliendo gracias a Bryan Cranston, el cual se luce por primera vez en su vida en la pantalla grande - hasta ahora le habían tocado unos mediocres y deslucidos papeles de villanos, cuando se nota a la legua que el fuerte del tipo es el drama -, e incluso la insípida Elizabeth Olsen hace maravillas con un papelito menor y poco desarrollado. Yo entiendo que es necesario algo de drama para darle tridimensionalidad a los personajes y hacer que uno se interese por alguien en el medio de gigantescos sets destruidos, pero tampoco el desarrollo es lo que se dice excepcional. Este es otro caso en que los actores realzan el texto, dando perfomances que deberían pertenecer a un filme oscarizado antes que de a una cinta protagonizada por un lagarto mutante de 110 metros de altura. Tal como en La Guerra de los Mundos, estos tipos se transforman en testigos del holocausto mas que en protagonistas, y el heroismo se reduce a emparches y corridas de último momento antes que emprender una acción arriesgada para intentar derrotar a los monstruos de turno. El segundo detalle es que este Godzilla padece del mismo síndrome que afectaba al Batman de Tim Burton, ése en donde el héroe (en este caso, la gran G) terminaba perdiendo presencia gracias a que los villanos de turno le robaban cámara cada vez que entran en escena. Aún cuando Godzilla se luce y es impresionante, el comportamiento de las arañas mutantes gigantes es impredecible y está plagado de cosas asombrosas, siendo festejable cada una de sus apariciones en cámara - desde la irrupción de los bichos en los restos de la planta atómica japonesa hasta los combates cuerpo a cuerpo en San Francisco contra el mismo Godzilla, eso sin contar con una fabulosa secuencia en donde Aaron Taylor-Johnson debe jugar a las escondidas con uno de ellos en un puente que está a punto de caerse en pedazos -. Los MUTO (u Objetos Terrestres No Identificados) desbordan carisma y terminan relegando a Godzilla a un papel secundario de lujo en su propia película, una fuerza de la naturaleza (o un gigantesco Deus Ex Machina) que aparece para generar un monumental final y que desaparece con la misma prisa con la que surgió de la nada. Mientras que hay cierto desbalance dramático, contadas apariciones de Godzi, y unos cuantos huecos de lógica (el libreto dice que las pruebas nucleares de los años 50 fueron en realidad intentos para matar a Godzilla... ¿y después, qué pasó?; ¿se aburrió y se fue a dormir una siesta?; por mas que haya una conspiración de silencio sobre su existencia, debería haber algún tipo de excusa por la cual un bicho de semejante tamaño desapareció de la faz pública durante 60 años!), la puesta en escena es sencillamente impresionante. Como en los mejores tiempos de Ishiro Honda, los kaiju aparecen y roban cámara a lo loco. Hacen cosas descomunales, generan un sendero de destrucción formidable - realzado por unos CGI impecables - y, lo que es mejor, recuperan el sentido de amenaza que la saga carecía desde el primer Godzilla en 1954. La gente muere por millares, y corre a refugiarse como puede en subterráneos y cloacas, esperando que el pandemonio abandone su ciudad y no pierdan la vida en el intento. Resulta curioso que el talento de Edwards logre semejante efecto dramático para algo que a priori pareciera pasatista - ya es complicado explicar la existencia de un bicho gigante, imaginen intentar justificar una pelea de lucha libre entre tres colosos -, ya que Godzilla sólo lo había generado de manera previa en el filme original de 1954. Cuando Godzilla está solo, funciona como alegoría; cuando pelea contra varios kaiju, sólo es entretenimiento pochoclero. Aquí hay espectaculo pochoclero, pero impregnado de un sentido de urgencia dramática, ése que dice que el fin del mundo está cerca porque la amenaza - surgida de la nada - es imparable y tremendamente letal y, en medio de la masacre, hay dos o tres tipos que nos importan. El libreto depara algunas sorpresas respecto de la suerte de los protagonistas, y termina poniendo el peso del relato en los hombros de Aaron Taylor-Johnson, el cual está apenas ok como protagonista. Para mí Taylor Johnson es un tronco sin carisma y aquí apenas sobrevive, palideciendo al lado de Elizabeth Olsen o Bryan Cranston. Distinto es el caso de Ken Watanabe (el cual compone a un científico cuyo apellido homenajea al héroe trágico de la Godzilla original de 1954), el cual ha quedado reducido al ingrato rol de testigo del caos, el tipo que en las películas de la Toho le explicaba a la audiencia lo que estaban haciendo los bichos en la pantalla. Cada vez que aparece Watanabe está boquiabierto o agarrándose la cabeza, o señalando un monitor y soltándole una parrafada al burócrata militar de turno. Mientras que Godzilla 2014 tiene sus detalles, por otra parte se encuentra a miles de años luz de la bobada de Roland Emmerich y recupera de manera gloriosa el sabor clásico de la saga de la Toho. Tiene una ferocidad admirable y coreografía la destrucción de una manera pasmosa. Estos bichos arrasan rascacielos como si fueran sacos de arena, o se tragan misiles nucleares como si fueran caramelos. Godzilla ya no es mas una iguana mutante sino el mismo monstruo de la Toho, recargado de anabólicos y grande como dos Empire State juntos - un dios indestructible que actúa como una fuerza del destino -. Ciertamente todo esto es un festival para el fan de la serie, y espero que sirva para seducir al recién llegado al género, el cual se encontrará con un gran show matizado con una historia interesante. Esta era la oportunidad que Godzilla se merecía para salir del ghetto y transformarse en la franquicia popular y multimillonaria que siempre debió haber sido, algo que puja por materializar desde hace 60 años. Yo creo que Gareth Edwards era el tipo adecuado para ello y a las pruebas me remito, las cuales hablan de un artesano que ha sabido respetar la tradición y reinterpretar la leyenda para convertirla en un fenómeno moderno y popular. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/godzilla-2014.html#sthash.kldbhVLG.dpuf
Bajo la sombra de los gigantes. Ya existe el complejo de inferioridad, pero el director Gareth Edwards sabe llevarlo a un nuevo extremo con su interpretación de Godzilla. Por un lado, está la razón obvia: sí, esta nueva visión del rey de los monstruos hace que la humanidad se vea como un hormiguero indefenso ante la voluntad de los dioses. Dejando su marca arrasadora en todo el mundo y convirtiendo ciudades plenas en pirámides de polvo y escombros con sólo minutos de paso, las criaturas llenan el requisito apocalíptico que establece su figura, y que satisface a los derramadores de pochoclo. Pero lo que ahora establece el joven cineasta (ya casi un experto en las secuelas de las bestias fantásticas tras su anterior y primer largometraje Monsters, que con unos escasos 500 mil dólares de presupuesto mezcló el enganche de una premisa sci-fi con sátira política y un trágico romance de opuestos), es la personalidad de los kaijus fuera de la destrucción, al mismo tiempo que los implanta en un mundo que, para bien y para mal, sufre con esta plaga. Tras unos créditos cubiertos con información comprometida que establecen el misterio elaborado durante la primera mitad del film, nos encontramos en el año 1999; curiosamente, es el año después del desastroso intento anterior por occidentalizar a Gojira, aunque si es o no una referencia a ese horrible robo infantil a Jurassic Park cometido por Roland Emmerich quedará al criterio de cualquiera. En Filipinas, un par de científicos interpretados por Ken Watanabe y Sally Hawkins son llevados a un descubrimiento oculto en las profundidades; algo de proporciones colosales. Mientras tanto, un catastrófico temblor en un pueblo de Japón hace que el físico nuclear Joe Brody (Bryan Cranston) y su hijo Ford pierdan todo. Las autoridades dicen que fue otro terremoto y que la zona está contaminada nuclearmente, mientras que la increíble verdad queda enterrada. Quince años después, encontramos al pequeño Ford (Aaron Taylor-Johnson), quien ahora está bastante crecido. Tras volver de un tour como soldado a su esposa (Elizabeth Olsen) y su hijo, lo menos que él quiere es perder tiempo. Pero cuando llega un pedido de ayuda por su ya distanciado padre, el ex-combatiente se lanza en el primer avión de San Francisco hasta Tokio, iniciando la criminal cadena de coincidencias que lo posicionarán como protagonista del film. Arrastrado a su custodiado viejo hogar por Joe, quien desde hace años trata de descubrir la verdadera causa de la tragedia, él queda atrapado en el momento y lugar equivocado, con un mal monumental suelto en nuestro mundo. Es algo que llama la atención de una legendaria bestia expectante desde hace una eternidad en las profundidades del océano. Es hora de que cierto lagarto titánico salga a escena a arreglar las cosas. Godzilla-Slice1 Al ver la hora inicial de la película, uno no puede evitar notar la forma en que Edwards y el guionista Max Borenstein (ayudado por varios escritores no acreditados, incluyendo a Frank Darabont, de Sueños de Libertad y La Niebla) buscan jugar con nuestras expectativas. Tomando su tiempo bajo los ejemplos de Steven Spielberg en Tiburón y Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, la producción nos tiene esperando por un vistazo entero de Godzilla, quien finalmente aparece en toda su gloria a los 50 minutos de metraje. Y aún así, la batalla entre él y sus enemigos toma su tiempo, evitando mostrarse explícitamente hasta el final. Es un ejercicio peligroso, que esta era de superproducciones premeditadas por comité hace ver como radical en comparación. Por un lado, es refrescante ver una obra que guarda sus cartas hasta el mejor momento, especialmente ahora que, entre tanto genocidio metropolitano vía pixels mostrado por productos sin alma como El Hombre de Acero y El Sorprendente Hombre Araña 2, uno siente que todos los especialistas en efectos visuales tienen un programa específico llamado MasacreUrbana 2.0 o algo así. Pero, a la vez, el intento por balancear la intriga del film de 1954 con la manía de lucha libre monstruosa ejecutada por sus secuelas palidece en un punto específico, a la hora de darle el protagonismo a los humanos. Originalmente posicionándose como un drama de padre e hijo encajado en una gran intriga conspirativa, la historia se agarra a las figuras del desesperado Cranston y el precavido Watanabe (quien interpreta al equivalente de Takashi Shimura con frases para el trailer, en resumen), que abrazan la cursilería del material dado con aplomo suficiente para registrarlo de emociones. Pero a la media hora, el paso del foco sacado del ex-Walter White y entregado al olvidable Taylor-Johnson, testea nuestra paciencia. Con el encubrimiento argumental no causando mucho impacto y quedando flojo al lado de los terrores post-Hiroshima de la película original, todo depende de nuestro héroe caucásico, quien rebota de casualidad a casualidad con tanta ilusión como personaje de Emmerich, mientras que mantiene su única expresión facial. No es muy dotado Kick-Ass. Y a sus colegas no les va mucho mejor, tampoco. Elizabeth Olsen, uno de los mejores nuevos talentos femeninos, es reducida al rol estereotípico de cónyuge preocupada. Sally Hawkins, recién nominada al Oscar por Blue Jasmine, queda limitada a hacer caras consternadas y taparse la boca. Y mejor ni desarrollar el desperdicio de Juliette Binoche. Suena justo decir que la pata de Gojira causa más excitación que el elenco entero. godzilla-review Pero cuando Godzilla entra en escena, todo se olvida. El coloso no pide perdón, sólo ahogando a cientos de personas en un tsunami causado por su mera salida del mar. Desde ahí, su misión es simple, concreta y brutal, con un espectral paralelismo esbozado con la vida del soldado que se une en el masivo y verdadero climax, la obliteración de San Francisco. Allí, Edwards mezcla la sensación microscópica de la gente (culminada con la excelente y pulsante mirada del salto de una tropa en paracaídas mientras los engendros radiados sacuden el lugar y arrancan edificios, todo al ritmo de este track de 2001: Odisea del Espacio) con el anticipado conflicto entre los titanes escamosos, que hace que cualquier fan se quiera parar a aplaudir. Ese desenlace salva a la nueva Godzilla, que gracias al talento de Edwards se vuelve una de las mejores entregas y un excitante reinicio. Una verdadera sinfonía de destrucción.
La metáfora nuclear En 1954 hacía su presentación una de las criaturas más emblemáticas de la cultura japonesa: Gojira o Godzilla, como se la conoció mundialmente. El reptil gigante verde además inauguraba un nuevo género, el kaiju, que agrupaba a todos los filmes de "monstruos gigantes". Godzilla era un dinosaurio enorme, genéticamente alterado gracias a las pruebas atómicas realizadas por los norteamericanos en el Pacífico, que amenazaba con destruir Japón. Más allá de lo banal que parezca la trama, el filme se tomaba en serio su argumento y su director, Ishirô Honda, lo presentaba como una metáfora sobre el ataque nuclear que había sufrido su pueblo en 1945. Lo cierto es que este muñeco de goma aplasta maquetas (que moría al final del largometraje) dio lugar a más de 30 películas -incluyendo las extranjeras-, cómics, dibujos animados, videojuegos y hasta se ganó una estrella en el Paseo de la Fama en su 50 aniversario. Dieciséis años después del fallido intento del director Roland Emmerich por hacer una película digna del dinosaurio, Hollywood se da otra chance y revive al personaje para alegría de los espectadores. La historia se sitúa en 1999. Joe Brody (Bryan Cranston) es un físico nuclear que vive con su esposa Sandra (Juliette Binoche) y su hijo Ford en Japón. Ambos trabajan en la planta nuclear de Janjira, en donde Joe ha empezado a notar fluctuaciones peligrosas en el terreno que ponen en riesgo el lugar. Estas mediciones se traducen en un violento sismo en donde su mujer pierde la vida y todo el personal y los habitantes de la zona son evacuados por el riesgo de la radiación. Quince años más tarde, el pequeño Ford se convirtió en soldado (Aaron Taylor-Johnson) y vive junto a su pequeño hijo y su esposa Elle (Elizabeth Olsen) en San Francisco. Recién llegado a su hogar debe partir a Japón a sacar a su padre de la cárcel, quien fue arrestado por tratar de entrar a la zona de cuarentena para tratar de averiguar qué pasó realmente. Padre e hijo logran infiltrarse en el lugar y descubren que una organización mantuvo en secreto la existencia de una criatura prehistórica que se alimenta de radiación a la que denominan Oteni (Organismo Terrestre No Identificado), y que se mantuvo en una especie de hibernación. En ese momento, los sensores vuelven a registrar las mismas mediciones y, aunque intentan destruirla, la criatura escapa destruyendo todo. Pronto caerán en la cuenta que esas "fluctuaciones" son el llamado del macho de la especie y que su objetivo es aparearse y alimentarse de toda la radiación que puedan, lo que pone en peligro las ciudades. Pero hay algo que puede llegar a marcar la diferencia y acabar con este peligro, una criatura que intentó ser aniquilada infructuosamente hace 50 años y que se erige como la salvación: Godzilla. El director elegido para este relanzamiento fue Gareth Edwards, que tiene como antecedente la interesante Monsters (2010), y hay que decir que cumple con creces. Edwards opta por no darle tanta pantalla al gigante, lo que hace que el espectador llegue más que ansioso a la batalla final. La elección de planos, las tomas abiertas, el sonido ensordecer de las criaturas, las escenas de su paso destructor, ayudan a la magnificencia que nos quiere mostrar: fuerzas devastadoras de la naturaleza incontrolables. Pero además, el realizador no se regodea en la destrucción (y damos gracias por eso) de "romper ciudades porque sí" a la que tan acostumbrados nos tienen últimamente. Tal vez, por marcar algo, se podría decir que el paralelismo entre el personaje de Taylor-Johnson y Godzilla para tener un héroe humano es un poco forzado, y que algunas pequeños detalles del guión no son lo suficientemente claros, pero eso no impide disfrutar de un filme enorme, pensado, que lleva al espectador en subida por un montaña rusa de emoción hasta llegar a la terrible y ansiada bajada que logra la esperada satisfacción. Un gran reparto, una historia muy buena (con mensaje sobre los peligros nucleares) y un personaje emblemático que retorna a la gran pantalla de la mejor manera posible.
Reinventar un clásico del cine es muy difícil. Pero más difícil aún es hacer un clásico de clásicos. Este es el caso de Godzilla. ¿Lo tienen a Godzilla, aquél monstruo milenario que sale de las aguas del océano Pacífico para aterrorizar a las masas de las ciudades? El “rey de los monstruos” (como lo han llamado nuestros amigos de Hollywood) fue creado por los estudios Toho como una metáfora para demostrar el miedo que habían sufrido los japoneses luego de que Estados Unidos hiciera caer las bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial. Godzilla hizo su primera aparición en la pantalla grande en 1954, en la película Gojira. Desde entonces, se lo ha reversionado casi 30 veces y todas sus apariciones han tenido distintas miradas y enfoques. Algunas han decidido concentrar la atención en el monstruo; otras lo han hecho en las relaciones humanas que el bicho rompía con sus gigantescos pasos. En el caso particular de la nueva Godzilla, estrenada en nuestro país el 15 de mayo del corriente año y dirigida por el neófito Gareth Edwards, las relaciones humanas no conforman el nudo central de la historia. Es una producción ambigua que tiene algunos puntos positivos y varios negativos. La película cuenta con un elenco de primera que se desaprovecha en sobremanera: Bryan Cranston (más conocido como Walter White de Breaking Bad), Ken Watanabe (El Origen, Piratas del Caribe) y Aaron Taylor-Johnson (Kick Ass, Salvajes). Todos excelentes actores que parecen haber olvidado cómo actuar. Godzilla tiene ese efecto en los actores aparentemente. En el cine catástrofe, las historias repletas de monstruos, aliens o zombies suelen tener un contenido emocional muy grande. Ya sea por familias rotas, parejas que se separan o amigos que no se encuentran hasta el final. Tienen ese je ne sais quoi que hace que la audiencia se identifique y se enganche. Los monstruos terminan siendo el buen condimento y obstáculo contra los que los personajes principales tienen que luchar para volver a su hogar. Este no es el caso de Godzilla. Si bien en el principio cuenta una incipiente ruptura entre Ford Brody (Taylor-Johnson) y su padre (Cranston), este suceso se pierde a lo largo de la historia. Si bien la película lleva su nombre, Godzilla se hace esperar. Aparece luego de la primera hora y cuando lo hace se lleva todos los aplausos. Es peliagudo hacer que un monstruo que mide casi 100 metros y que parece un dinosaurio milenario funcione bien en la pantalla grande, pero de alguna forma el director Gareth Edwards lo logra. Esta representación es la mejor que se ha hecho de la mística bestia a través de los años. Y a partir de que el mounstro aparece en escena, la película se convierte en un festival de acción y luchas encarnizadas que resulta agradable a la vista ,y para aquellos que disfrutan este tipo de cine, un espectáculo digno de ver. Lograr que una película sea verosímil cuando en pantalla hay tres monstruos que salen debajo de la tierra y luchan entre sí mientras una población aterrorizada intenta sobrevivir, es complicadísimo. Gareth Edwards, un director que cuenta con sólo dos incursiones en el cine (Godzilla y Monsters), lo hace. El film es entretenido y divertido, pero para aquellos que disfrutamos de las relaciones humanas y las buscamos en todas las historias que vamos a ver al cine, no podemos evitar salir con un gusto amargo en la boca. Si bien cumple con lo prometido, esperábamos que esta vez se le diera otra vuelta de tuerca a la mítica historia para hacerla más interesante.
Publicada en la edición digital #262 de la revista.
Publicada en la edición digital #262 de la revista.
La vuelta de una clásico Bastante dividida fue la respuesta hacia este nuevo reboot sobre uno de los monstruos más famosos del cine. "Godzilla" ha sido una película que al público en general le ha gustado bastante, con la desviación lógica que suele haber para este tipo de films, pero que en general fue bien recibida por la mayoría de los espectadores. De parte de los más cinéfilos, incluyendo críticos de cine y fans de la película original, la respuesta no fue tan auspiciosa. En mi opinión, ambos tienen un poco de razón, tanto los que están contentos con el resultado final como los que están un tanto desilusionados. Por el lado de las cuestiones positivas, podemos resaltar una trama que se pone más seria que en los últimos trabajos que se hicieron y que se aleja del tono medio humorístico que tuvo, por ejemplo, el film del estruendoso Roland Emmerich en 1998. En esta sintonía podemos encontrar una buena labor de Bryan Cranston ("Breaking Bad") y Juliette Binoche ("El paciente inglés") como padres del protagonista, Aaron Taylor-Johnson ("Kick Ass"), que más allá de nos haber hecho un rol memorable, se la banca como personaje principal del film. Otra cuestión muy grosa es el avance de los efectos audiovisuales que realmente le imprimen a la producción un aura gigantesco. Los monstruos (sí, no está solo Godzilla en esta entrega) son más majestuosos, épicos y destilan mucha coolness. Hay un buen manejo del suspenso y de la anticipación de las grandes secuencias, algo que impacta bien en la percepción del espectador. Ahora, hay ciertas cuestiones negativas que dan la razón a sus detractores, como por ejemplo el hecho de que Godzilla no aparece prácticamente hasta la última media hora... Entiendo el recurso de que querer generar expectativas, pero hacerlo salir en la última parte de la peli es un poco trucho. Otra cuestión que no estuvo buena tuvo que ver con algunos diálogos, innecesarios y por momentos medio tontos. Militares que quieren atacar con armamento nuclear a monstruos que desde que empieza la película nos explican que se alimentan de la energía nuclear... Eso sencillamente fue poco pensado, además, ¿no se les puede ocurrir otra alternativa para destruir una amenaza que no sea el uso de bombas nucleares? Vamos muchachos, se supone que son la industria con más recursos creativos y personas especializadas en cine. Otra cuestión que estuvo floja fue el tema que quisieron instaurar sobre el "balance natural", en el cual el mítico monstruo ¿se pone del lado de la humanidad para devolver el equilibrio natural del planeta? Es algo medio rebuscado y cuyos cabos sueltos no fueron atados del todo antes de lanzar el estreno. En general, es un buen entretenimiento, con buenos actores, grandes secuencias de peleas colosales y acción infartante, pero se nota que hubo baches que no pudieron subsanar para que el producto fuera realmente de alto vuelo, de todas maneras es bastante mejor que su predecesora.
Godzilla o Gojira es, en su traducción más literal, Dios Kaiju, o Dios Monstruo. Para los japoneses, más que una leyenda de un monstruo, es, como la mayoría de sus mitos, un ser que va más allá de la destrucción. Es cierto que, como humanos, somos de las especies más frágiles del mundo. Y ante nuestra inconsciencia, nosotros mismos nos estamos destruyendo, sea directa o indirectamente. Y es por la contaminación radiactiva, que creamos a dos monstruos que ahora se buscan el uno al otro después de años hibernando, para reproducirse. Ante tal desbalance del mundo, el Dios Gojira despierta de las profundidades para reestablecer el equilibrio natural. Si algo admiramos de los efectos actuales, es que bestias, naturales o mecánicas, parecen más naturales ante las cámaras. Lo malo, es que hasta la fecha, ningún director (salvo Guillermo del Toro), se ha dado a la tarea de enfocar en primer plano el conflicto bestia-bestia. Y no solo nos referimos a poner la batalla en primer plano, sino en darle el lugar que les corresponde a estos impresionantes diseños de la imaginación humana. Acá, la trama no versa sobre los monstruos destruyendo todas las ciudades por las que pasa, sino que es la historia de un hijo que busca regresar a casa con su familia, y de un padre, que busca desesperadamente revelar el secreto por el que su mujer murió. Hay que reconocer que, comparado con la versión de aquel lejano año 1998 de Roland Emmerich, mejora tanto en diseño del monstruo, como en acción y trama. Lo malo, es que sigue careciendo de esa magia de las legendarias películas japonesas de los años 50 y sobre todo, sigue dejando ese pequeño mensaje que irónicamente ataca en el filme: El ser humano se cree el centro del universo
Godzilla, el súper héroe El cine-entretenimiento norteamericano -o megaproducción pochoclera- es un género estigmatizado, y con razón; la gran mayoría de las propuestas que responden al mencionado estilo suelen subestimar a la audiencia, relegando lo argumental a un plano casi inexistente. Godzilla también es cine comercial, pero dentro de su esencia cinematográfica logra escapar con éxito del estereotipo para proponerle al espectador una muy buena experiencia. La clave del éxito radica en el respeto que el director ha tenido por la historia. Las muy buenas secuencias de acción y suspenso han sido puestas al servicio del argumento y no al revés, como suele ocurrir con este tipo de propuestas. Godzilla es una película bien ideada que invierte tiempo y recursos en contar una historia, al tiempo que presenta y desarrolla a sus protagonistas con gran eficacia. Claro que hay giros inverosímiles y agujeros argumentales, pero del tipo que uno está dispuesto a dejar pasar en aras del entretenimiento. Lo cierto es que la película engancha, impacta y por momento asusta, y mucho. Hay tramos de suspenso excelentemente ejecutados que recuerdan a joyas del género como Jurassic Park. Godzilla es cine pochoclero del bueno. Está bien guionada, bien protagonizada y sublimemente realizada en lo técnico. Seguramente, para los fans del monstruo, ésta sea una obra maestra; para el resto de los cine-aficionados, es una propuesta de ciencia ficción muy entretenida, que no defrauda.